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Mientras lees, comparte con otros en redes usando #VerdaderosAdoradores Verdaderos adoradores Anhelando lo que a Dios le importa © 2018 Poiema Publicaciones Traducido del libro True Worshipers: Seeking What Matters to God © 2015 por Bob Kauflin. Publicado por Crossway, un ministerio editorial de Good News Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U. S. A. A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI) © 1999 por Biblica, Inc. Las citas bíblicas marcadas con la sigla NBLH pertenecen a La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy © 2005 por The Lockman Foundation; las marcadas con la sigla RVC, a La Santa Biblia, Reina Valera Contemporánea ® © 2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla LBLA, a La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation; las marcadas con la sigla PDT, a La Palabra de Dios para Todos © 2005, 2008, 2012 por Centro Mundial de Traducción de La Biblia. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial. Poiema Publicaciones info@poiema.co www.poiema.co SDG A mis hijos: Megan, Jordan, Devon, Chelsea, Brittany y McKenzie. Una de las alegrías más grandes de mi vida ha sido ver como cada uno de ustedes se ha convertido en un verdadero adorador. PROVERBIOS 23:24 Tabla de contenido Prólogo 1. Los verdaderos adoradores importan 2. Los verdaderos adoradores reciben 3. Los verdaderos adoradores exaltan 4. Los verdaderos adoradores se congregan 5. Los verdaderos adoradores edifican 6. Los verdaderos adoradores cantan 7. Los verdaderos adoradores siguen cantando 8. Los verdaderos adoradores se encuentran con Dios 9. Los verdaderos adoradores aguardan Reconocimientos Notas C PRÓLOGO onocí a Bob Kauflin en un complejo turístico costero del Reino Unido hace más de una década. Esto puede parecer un ambiente muy agradable para conocer a un nuevo amigo y líder de adoración, pero créeme, ¡no era el mejor lugar si lo que estabas buscando era un clima de playa! Los vientos marinos bramaban, y pienso que la lluvia inglesa se burlaba de nosotros. Lo bueno era que ninguno de los dos estaba allí de vacaciones. Fuimos para participar en una reunión de varios miles de líderes de adoración y sus respectivos equipos, y fue una conferencia profunda y poderosa. Pienso que lo que más me impresionó al conocer a Bob fue su búsqueda de la verdad. No me sorprende que su nuevo libro se titule Verdaderos adoradores. En nuestro primer encuentro recuerdo que Bob me habló sobre la importancia de la verdad bíblica en nuestros cantos de adoración, y cuán esencial era que las letras de estos cantos honraran a Dios y transmitieran la Palabra. Y desde entonces la pasión de Bob se ha manifestado de muchas maneras para que nuestra adoración sea bíblicamente aguda y penetrante, y nuestras expresiones de adoración sean teológicamente correctas. Recuerdo otra conferencia donde también coincidimos, y en particular una ronda de preguntas y respuestas que iba después del mensaje del expositor. Bob levantó la mano varias veces, y siempre era para hacer algún comentario apasionado y significativo, o una pregunta sobre el tema teológico que se estuviera discutiendo en ese momento. Cuando pienso en aquel día, es casi como si Bob hubiera sido una mezcla de un dóberman teológico y un labrador pastoral (¡lo cual tiene la intención de ser un gran elogio!). Fue persistente en cuanto a la revelación bíblica y la defensa de la verdad, pero lo hizo con mucho amor y gracia. Él hace exactamente lo mismo en las páginas de este excelente libro. Explica claramente qué es y qué no es la adoración. Nos muestra categóricamente la dirección correcta. Pero en cada capítulo lo hace con humildad y cuidado. Si el tema de la adoración es nuevo para ti, aquí encontrarás un buen fundamento sobre el cual puedes construir tu aprendizaje. Si ya conoces el tema encontrarás algunos recordatorios puntuales y adquirirás un mejor entendimiento de verdades antiguas y gloriosas. Y todo se ha expuesto de una forma útil y meditada. La adoración es uno de los temas principales de esta vida, pero el asunto nunca será determinar si la adoración ocurrirá o no en el corazón de un ser humano. Es más bien si esa adoración irá en la dirección correcta y terminará en el lugar correcto. Es indudable que toda persona en este planeta será un adorador de algún tipo y que se entregará sacrificialmente a sí misma en una vida de fervor y devoción. Pero eso no es garantía de que su adoración vaya por el camino correcto. Las personas buscarán la manera de adorar cualquier cosa. Pero Dios está llamándonos todo el tiempo para que nos volvamos a Él, para que volvamos a ser portadores de Su imagen y reflejos de Su gloria. Él es el único digno de nuestra adoración. Tal como nos recuerda C. S. Lewis, los ídolos inevitablemente rompen los corazones de sus adoradores. Pero cuando adoramos a Jesús, sin duda ocurre todo lo opuesto, y nos encontramos en un lugar de plenitud y satisfacción. Uno de los pasajes más relevantes de la Escritura en cuanto al tema de la adoración se encuentra en Apocalipsis 4 y 5. Aquí vemos las cosas como se supone que deben ser. El trono de Dios está en el centro, y todo lo demás (como dice Harold Best) se organiza alrededor de ese trono. Vemos un arcoíris que rodea ese trono, y una multitud de ángeles que hacen exactamente lo mismo: rodean el trono de Jesús. Esa es una imagen de cómo nuestras vidas deberían verse aquí en la tierra, así como en el cielo. Se supone que debemos reunirnos alrededor del trono de Dios y asegurarnos de que Jesús es absolutamente central en la manera como organizamos nuestras vidas. Algunos leerán este libro y se percatarán de que han desplazado a Cristo de sus vidas. Verán cómo, quizás en formas sutiles, alguna otra persona o circunstancia ha empezado a ocupar ese lugar central. Habrá que hacer algún reajuste y volver a poner a Jesús y Su trono en el mismo centro de nuestro ser. Otros tendrán una revelación similar en cuanto a su manera de ver el ministerio que Dios les ha confiado. Quizás las cosas externas han llegado a ser demasiado dominantes y Dios te está llamando a hacer un reajuste para renovar tu corazón y tu adoración. Escucha al Espíritu Santo mientras lees este libro. Prepárate para que Él te guíe, te recuerde, te reajuste o te sorprenda —para tu bien y para Su gloria. Este libro te informará, instruirá e inspirará. Bob nos recuerda que hay una razón detrás de nuestro júbilo, y un contenido detrás de nuestros cantos. Y por último nos anima a respaldar todo lo que cantamos o decimos con una vida de adoración exuberante y enfocada en Dios. Volviendo a mi analogía de los perros (¡esperando que no suene ofensiva!), Bob protege las fronteras teológicas de este libro como aquel fiel dóberman que no permitirá que tomes posturas y enfoques dañinos y peligrosos en la adoración. Pero su lado de labrador hace que lleve a cabo toda esta enseñanza con gentileza, humildad, paciencia y sumo cuidado. Me complace haberlo conocido todos estos años y haberme beneficiado de su sabiduría, experiencia y pasión para exaltar a Cristo. Sé que al final de tu lectura sentirás lo mismo que yo. MATT REDMAN E 1 LOS VERDADEROS ADORADORES IMPORTAN LA ADORACIÓN Y LA REALIDAD Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. JUAN 4:23 ra el año 1975. Estaba parado en un campo abierto al lado de mi futura esposa, Julie, en Front Royal, Virginia. Al igual que miles de personas, habíamos venido a participar de Fishnet, uno de los primeros “festivales cristianos” al aire libre. Habíamos venido específicamente por la parte musical. Diversoscantautores y bandas de rock se habían convertido y ahora cantaban apasionadamente sobre Jesús, y sus canciones llegaban a la iglesia. La “adoración”, como empezamos a llamarle, era casi indistinguible de lo que sonaba en la radio. Los tradicionalistas la cuestionaron y le tuvieron miedo. Los jóvenes la devoraron. Fishnet y otros festivales como este fueron las primeras señales de que una marea de adoración estaba a punto de estrellarse contra las costas de la iglesia. En aquel entonces, las conversaciones sobre la adoración eran relativamente pocas. En tan solo unos años, la “adoración” ha llegado a ser todo un tema. ES UN MUNDO DE ADORACIÓN Décadas más tarde hay un número cada vez mayor de libros, revistas, páginas web y blogs dedicados solo al tema de la adoración, o al menos a la música de adoración. La adoración se ha convertido en un movimiento, un fenómeno y, en muchos lugares, una industria. Los beneficios son innegables. Este énfasis en la adoración ha producido recursos que nos ayudan a pensar sobre ella en un sentido más bíblico y completo.1 El torrente de nuevas canciones de adoración ha sido sorprendente. Aunque muchas serán olvidadas, parece que algunos himnos modernos seguirán entonándose por décadas, o hasta por siglos. El canto congregacional se ha revitalizado, y está surgiendo una nueva generación de músicos que están siendo entrenados para usar sus dones en la iglesia. Hoy en día vemos cómo grandes estadios se llenan de jóvenes que no se avergüenzan de adorar a Dios con cantos que proclaman una pasión por Jesucristo. Sin embargo, no todo ha sido bueno. Hay congregaciones que se han dividido y otras que se han destruido por discusiones sobre los estilos de música. Se suele valorar más la interpretación que la participación, y la tecnología más que la verdad. Muchas canciones han sido escritas por músicos que no conocen muy bien sus Biblias, lo que resulta en canciones que carecen del evangelio y de claridad teológica. Lo peor es que la adoración se ha reducido casi universalmente a lo que sucede cuando cantamos. Ya sea que veamos el “fenómeno de la adoración” como algo bueno, algo negativo o algo que tiene sus pros y sus contras, podemos estar seguros de esto: la adoración a Dios importa. Nunca es intrascendente. La adoración a Dios siempre debe ser un tema relevante. Y desde la perspectiva de Dios, lo es. No hay nada más fundamental para nuestra relación con Dios y para nuestras vidas como cristianos. No debe sorprendernos que no seamos la primera generación de cristianos en pensar sobre ella. EL FIN DE NUESTRA EXISTENCIA “Hemos de entender que el fin supremo de nuestra existencia es ser contados entre los adoradores de Dios”.2 Estas palabras fueron escritas por primera vez hace 450 años por el teólogo y pastor francés Juan Calvino. Él no estaba pensando en una banda conducida por una guitarra e interpretando los últimos éxitos de la música cristiana, ni en un órgano de tubos acompañado por un coro. Creo que ni siquiera estaba pensando en la música. Pero sus palabras son tan relevantes para nosotros hoy como las fueron para su audiencia original. Y ellas resumen la razón por la que escribí este libro. La mayoría de nosotros no le damos mucha importancia al “fin supremo de nuestra existencia”. Las obligaciones, las distracciones, las alegrías, las pruebas y las tentaciones de esta vida son más que suficientes para mantener nuestras mentes ocupadas cada minuto del día. ¿Pensar en la eternidad? No hay tiempo para eso. Cuando pensamos en la vida después de la muerte, lo que solemos anhelar es reunirnos con seres queridos, cantar eternamente nuestros cantos favoritos de adoración, tragar todo el chocolate que quisiéramos sin ganar peso, o jugar golf ininterrumpidamente en un campo perfecto. Los ateos afirman que simplemente vamos a dejar de existir, así que no piensan en ese futuro. Según ellos, simplemente morimos. Como cristiano, creo que las palabras de Calvino son verdaderas para todos nosotros, seamos religiosos o no. Él no afirmó que todos seremos contados entre los adoradores de Dios. Más bien, nos anima a ver esto como nuestro objetivo supremo, nuestro más alto ideal —el gran propósito de nuestra existencia. Ser un adorador de Dios por la eternidad es mejor que tener todo el poder, la riqueza, el talento, la inteligencia o el placer que pudiéramos imaginar. Como estás leyendo este libro, sospecho que al menos eres consciente de la adoración a Dios. Es posible que tu relación con Dios haya despertado en ti un deseo de conocerlo de manera más profunda. Tu amor por Dios solo te ha hecho querer amarlo más. Quizás fuiste sobrecogido de repente por un sentido de gratitud mientras cantabas con tu iglesia. A lo mejor ha habido ocasiones en las que has experimentado la presencia de Dios con tanta fuerza que has querido arrodillarte en asombro reverente. O tal vez fuiste quebrantado durante tu lectura de la Biblia al ver lo maravilloso que es Jesús. Es posible que al estar estudiando, trabajando arduamente o cuidando de un amigo, te hayas dado cuenta de que lo estabas haciendo para la gloria de Dios, no la tuya, y que eso te haya dado plena satisfacción. He vivido todo eso y más. Y cuando lo vivo estoy agradecido, al menos por el momento, por estar totalmente enfocado en el Dios que me redimió. En esos momentos, pienso: Sí, ser contados entre los adoradores de Dios es el fin supremo de nuestra existencia. Y lo seremos por toda la eternidad. ADORANDO EN LA ETERNIDAD… Y AHORA Pero ser contado entre los adoradores de Dios en la eternidad y ser contado entre ellos ahora son dos cosas muy diferentes. En esta vida, la adoración no siempre es lo que podría ser. Y podrías estar pensando: En mi experiencia, ¡nunca ha sido lo que podría ser! Lo entiendo. He sido cristiano por más de cuarenta años y he conocido los altibajos de lo que significa ser un adorador de Dios. También sé que la idea de la adoración, dependiendo de a quién se le pregunte, puede sonar apasionante, terriblemente aburrida, bastante confusa o simplemente irrelevante. Para algunos, la palabra adoración está llena de expectativas entusiastas; otros tienen que reprimir un bostezo. Sin importar cómo la definas, todos luchamos con la adoración a Dios de este lado del cielo. Quizás puedas identificarte con algunos de estos puntos de vista: » Adorar a Dios es difícil, si no imposible, debido a circunstancias complejas, a expectativas insatisfechas o a sufrimientos persistentes. Tu experiencia parece contradecir la bondad de Dios. » No entiendes bien cómo la adoración del domingo por la mañana se relaciona con la adoración en la vida cotidiana. » Has visto cómo aumentan las tensiones debido a la música que asociamos con la adoración. Surgen conflictos, los músicos buscan ser el centro de atención, las iglesias se dividen. Te preguntas si se le ha dado demasiada importancia a la música. » Has visto que la música que asociamos con la adoración afecta a los no creyentes, fortalece el impacto de la verdad bíblica y ayuda a las personas a responder a Dios de una forma más profunda. Te preguntas si se ha subestimado la música. » El “fin supremo de nuestra existencia” parece insignificante cuando estás en medio de las presiones, demandas y responsabilidades que enfrentas cada día. Estoy seguro de que puedes añadir otros puntos de vista a esta lista. Sin embargo, aun con todos estos desafíos y preguntas, Juan Calvino tenía razón. No hay propósito más alto que tomar nuestro lugar entre aquellos que se deleitan — continua, gozosa, completa y eternamente— en nuestro grandioso y extraordinario Dios. Según el último capítulo de la Biblia, eso es lo que harán todos los cristianos por la eternidad: “Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán” (Ap 22:3). Así que si vamos camino a una adoración eterna, ¿qué significa eso para nosotros hoy? ¿Hace alguna diferencia? ¿Qué significa ser un adorador de Dios? Espero contestar estas preguntas y muchas otras en estelibro. Para iniciar, quiero que veamos una conversación conocida por muchos que ocurrió hace dos mil años. UNA MUJER Y UN POZO Era un día sofocante y polvoriento en algún lugar del Oriente Medio, y Jesús estaba sediento. Se sentó junto al pozo a esperar que llegara una mujer de Samaria que aún no había conocido.3 —Dame de beber. Fue una petición sencilla. Pero aquellas tres palabras cruzaron barreras religiosas, étnicas y morales que habían estado vigentes por generaciones. La mujer se quedó atónita. —¿Y cómo es que tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Ella tenía buenas razones para preguntar. En el siglo VIII a. C., Asiria conquistó Samaria y estableció en ella gente idólatra de otras naciones para que vivieran y se casaran con los samaritanos. Desde entonces, los samaritanos han sido despreciados por los judíos. Eran personas a quienes trataban de evitar, no de buscar ni alcanzar. Usaban una Biblia editada y adoraban a Dios en un templo distinto. Por si fuera poco, Jesús era un hombre. Los hombres judíos no debían tener mucha cercanía con las mujeres, y hablar con una mujer a solas se vería sospechoso. Jesús no se sintió intimidado. —Si conocieras el don de Dios, y Quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías a Él, y Él te daría agua viva. Jesús no respondió a la pregunta de la mujer. Ni siquiera le volvió a pedir agua. Él le dice que puede darle de beber. Quería que viera que era ella quien necesitaba agua. Agua viva. Jesús pasa entonces a hacerle una observación incómoda y reveladora sobre su vida privada. —Haces bien en decir que no tienes marido, porque ya has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. Esto que has dicho es verdad. No es común que un hombre que acabas de conocer te revele los detalles más escandalosos de tu vida. La mujer comprendió que Jesús debía ser un profeta. Quizás Él sabía la respuesta a la pregunta que durante siglos había separado a los judíos de los samaritanos. Una pregunta sobre la adoración. —Señor, me parece que eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén. A estas alturas la mujer pudo estar tratando de desviar la atención de sus asuntos personales. Quizás realmente le interesaba resolver el debate entre ambos pueblos. Incluso es posible que tuviera la esperanza de lidiar de alguna manera con su pecado. Pero eso no importaba. Esta vez, Jesús respondió su pregunta. —Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. Ustedes adoran lo que no saben; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Jesús le dijo a la mujer que su conocimiento sobre la adoración era insuficiente. La geografía terrenal era una categoría que desaparecería. Ella ni siquiera conocía al que decía adorar. Y eso fue después de haberle señalado la incongruencia entre su vida y la religión que profesaba. Jesús continuó. —Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores. ¿En espíritu y en verdad? ¿El Padre busca? Es una respuesta típica de Jesús: inesperada, enigmática y con implicaciones que iban mucho más allá de lo que la mujer podría haber soñado. Implicaciones que nos afectan a ti y a mí. • • • El hecho de que Jesús tuviera esta conversación con una mujer inmoral en un pueblo desconocido debería decirnos algo. Dios no está buscando adoradores entre las personas importantes y populares, entre las que tienen poder y éxito. El Creador del universo está buscando verdaderos adoradores en todas partes. Pero ¿por qué está Dios buscando algo? Si todo lo sabe y todo lo ve, no es posible que se le pierdan las cosas. Y si Dios es autosuficiente, no tiene ninguna necesidad. ¿Por qué Dios buscaría algo? Buscamos lo que es importante para nosotros. Buscamos lo que tiene valor. Y Dios está buscando verdaderos adoradores, porque a Dios le importan los verdaderos adoradores. LO QUÉ ESTÁ POR DELANTE Para quienes pensamos sobre la adoración principalmente en términos de experiencias emocionales motivadas por la música, la conversación de Jesús con la mujer samaritana debería ser reveladora. Jesús estaba hablando sobre “verdaderos adoradores” y no mencionó la música ni una vez. No hubo ni siquiera un murmullo sobre bandas, órganos, teclados, coros, baterías ni guitarras — tampoco sobre flautas, liras ni panderetas. ¿Podemos saber qué significa ser un verdadero adorador sin hablar de música? Parece que sí. Hablaremos de música, pero no empezaremos con ella. La música es una parte de la adoración a Dios, pero nunca debe ser el centro de la misma. Jesús le dijo a la mujer que los “verdaderos adoradores” son los que “[adoran] al Padre en espíritu y en verdad”. Añadió de manera enfática que “Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad” (Jn 4:24). En general, la adoración en espíritu y en verdad es aquella que surge de un corazón sincero y encaja con la verdad de la Palabra de Dios. Pero Jesús estaba diciendo algo más. Adorar a Dios en verdad, declaró el erudito del Nuevo Testamento D. A. Carson, “se trata ante todo de una manera de decir que debemos adorar a Dios por medio de Cristo. En Él las sombras están siendo destruidas para que veamos claramente la realidad”.4 Jesús concede el Espíritu que da vida, quien produce ríos de agua viva en el alma del creyente (Jn 7:38-39). El Espíritu da vida a nuestros espíritus y nos permite conocer, amar y adorar a Dios el Padre a través de Jesucristo. En otras palabras, se necesita a Dios para adorar a Dios. Así que allí empezaremos. Jesús le dijo a la mujer samaritana no solo que el Padre buscaba verdaderos adoradores, sino que Él había venido para hacer de ella uno de ellos. Su historia es la historia de todo verdadero adorador. Empezamos reconociendo nuestra incapacidad para adorar a Dios a menos que Él nos traiga por Su gracia y se nos revele a través de Su Palabra. Partiendo de esta verdad, hablaremos sobre la esencia de la adoración a Dios, que es exaltarle en nuestros corazones y con nuestras acciones. Cualquier definición de la verdadera adoración que niegue o le reste importancia a la supremacía, autoridad y carácter único de Dios no es bíblica y conducirá a la idolatría. Aunque Dios nos llama individualmente para ser verdaderos adoradores, Su plan siempre fue tener un pueblo que le diera gloria en esta vida y en la venidera (Éx 19:5- 6; 1P 2:9-10). Por tanto, hablaremos un poco sobre esa parte histórica y sobre los beneficios de reunirse con los que Dios ha redimido: la comunidad de adoradores. La adoración es primariamente sobre Dios, pero no es exclusivamente sobre Dios. Dios quiere recibir la gloria cuando servimos a otros con nuestros dones. De hecho, esa es una de las principales razones por las que nos reunimos. Cuando ejercemos nuestros dones, Dios está en medio de nosotros edificándonos como individuos y como iglesia local. Así que estaremos hablando sobre los aspectos horizontales de la adoración a Dios. Uno de esos aspectos horizontales es el área de la música, la cual suele ser bastante problemática y tentadora. Dedicaré dos capítulos a la música, probablemente porque tengo treinta y cinco años dirigiendo el canto congregacional. El primero de esos capítulos se enfoca en las razones por las que Dios quiere que cantemos juntos, y el segundo trata sobre los desafíos que suelen surgir. Adorar a Dios se asocia muchas veces con Su presencia. Pero ¿cómo es que el Espíritu de Dios mora entre nosotros? ¿Se supone que nos percatemos de las formas en que Él está obrando? ¿Cómo podemos “[buscar] siempre Su rostro”, como se nos instruye en el Salmo 105:4, sin dejar de ser bíblicos y sin llegar a ser dirigidos por nuestras emociones? Consideraremos estas preguntas y muchas otras al estudiar las formas en que Dios obra en medio de Su iglesia y lo que significa encontrarsecon Él. Finalmente, reflexionaremos sobre lo que Calvino nos anima a ver como el fin supremo de nuestra existencia: ser contados entre los adoradores de Dios en la eternidad. En 1 Pedro, el apóstol expresó a sus lectores: “… pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo” (1P 1:13). Eso es lo que empezaremos a hacer en el último capítulo al reflexionar sobre la adoración para nosotros hoy, y sobre la dicha inimaginable que nos espera cuando adoremos por la eternidad. UNA PERSPECTIVA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN Tengo que confesar que quería escribir un libro más extenso. Quería explorar cómo ser un verdadero adorador se relaciona con temas como la oración, la evangelización, las ordenanzas, el ministerio a los pobres, el estudio de la Biblia, las disciplinas espirituales y otros. Pero un libro más extenso probablemente significaría que lo leerían menos personas. Así que me resistí. Lo que he tratado de hacer es centrarme en las áreas que me han parecido problemáticas entre cristianos durante los treinta años que he servido como pastor, muchas de las cuales tienen que ver con nuestras reuniones. Sucede que son áreas con las cuales yo también he luchado. Hay muchas formas en las que somos como aquella mujer samaritana. Ella no conocía a Dios tan bien como creía. Le costaba conectar la adoración congregacional con su vida diaria. No sabía bien dónde y cómo podía adorar a Dios. Y no tenía claro con quién se suponía que debía adorar. Las palabras que Jesús le habló también nos hablan a nosotros. Él nos ayuda a ver que la adoración empieza con la gracia abundante de Dios, no con nuestros grandes esfuerzos. Nos muestra que Él es el centro de la verdadera adoración, no nuestras preferencias personales, experiencias emocionales ni tradiciones religiosas. Nos presenta nuevas realidades que nos satisfacen profunda y eternamente, que nos liberan de la esclavitud a cosas que sabemos solo satisfacen temporalmente. La mujer samaritana pensaba que entendía la adoración. Pero su entendimiento fue radicalmente alterado por su encuentro con Jesús junto al pozo. ¿Cómo responderíamos si Jesús quisiera alterar nuestro entendimiento de la adoración? ¿Será que en vez de querer recibir algo de nosotros, Dios primero tiene algo que darnos? ¿Será que la adoración ni siquiera empieza con nosotros? T 2 LOS VERDADEROS ADORADORES RECIBEN LA ADORACIÓN Y NUESTRA INCAPACIDAD ¿Quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran dado? 1 CORINTIOS 4:7 engo un buen amigo llamado Craig que asistió al seminario hace unos años. Estaba tomando muchas materias y también hacía una especie de pasantía sin recibir pago alguno. Como muchos otros estudiantes de seminario, no tenía nada de dinero. Craig seguía estando en contacto con un amigo de la universidad que había conseguido un muy buen trabajo. De vez en cuando salían a comer a algún restaurante local. Pese a las protestas de Craig, el amigo siempre pagaba la cuenta. Finalmente, Craig se rebeló y le dijo: “Por favor, ¡déjame pagar!”. Su amigo ni se inmutó. “Craig, ¿por qué te cuesta tanto recibir? Si no puedes recibir, ¡no puedes ni siquiera ser cristiano!”. El amigo de Craig tenía razón. Nuestra primera responsabilidad como cristianos no es darle algo a Dios, sino recibir de Él. Más aún, podemos afirmar que cuando se trata de ser un verdadero adorador, nuestro llamado es a recibir de Dios de principio a fin. Hay dos aspectos en cuanto a nuestro recibir. Primero, necesitamos ser invitados y capacitados. Hemos de reconocer que no podemos acercarnos a Dios por nuestros propios medios. Segundo, Dios debe mostrarnos cómo es Él en realidad. Jesús declaró: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt 11:27). No podemos comprender a Dios por nuestra propia cuenta. Al igual que como sucedió con la mujer samaritana, Dios debe revelársenos antes de que podamos responderle adecuadamente. Recibir el regalo de una comida es una elección entre ser amable o grosero. Sin embargo, recibir el regalo de la adoración es un asunto de vida o muerte. Dios lo deja muy claro en toda la Escritura, y lo hace desde el principio. LOS PRIMEROS ADORADORES La Biblia empieza con las palabras “Dios, en el principio”. No dice: “Adán, en el principio”, ni: “Los animales, en el principio”, ni: “Una nube gaseosa, en el principio”. Dios, en el principio… Antes de todas las cosas, Dios ya era. Un Dios que era y es perfectamente feliz, e incomprensiblemente radiante, que estuvo y está completamente satisfecho y “que vive en luz inaccesible” (1Ti 6:16). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se deleitan continuamente en las perfecciones de cada uno desde la eternidad pasada (Jn 17:5, 24).1 Por Su deseo de mostrarnos Su gloria y de compartir Su gozo con nosotros, Dios actuó. Creó un universo, una galaxia llamada la Vía Láctea, nuestro sistema solar, el planeta Tierra y un lugar llamado Edén. Edén era un lugar idílico. No había pecado. No había imperfecciones. No había decadencia ni contaminación. Era el paraíso. Pero no era el entorno lo que hacía al Edén tan especial. Era Su presencia. La primera pareja vivió en un mundo resplandeciente con la presencia y la gloria de Dios. Adán y Eva sabían instintivamente por qué habían sido creados. Respiraban, comían, dormían, se recreaban y trabajaban para exaltar la bondad y la grandeza de Dios. D. A. Carson explica que durante este tiempo previo a la Caída, “… los portadores de la imagen de Dios se deleitaban en la perfección de Su creación y en el placer de Su presencia precisamente porque estaban perfectamente orientados hacia Él. Todavía no se había revelado ninguna provisión de redención, pues no era necesaria. No era necesario exhortar a los seres humanos a que adoraran; toda su existencia giraba en torno al Dios que los había hecho”.2 Nuestros primeros padres nacieron adorando. Pero cuando comieron del fruto prohibido, su adoración fue desviada. Al haber sido engañados por una serpiente, rechazaron el regalo de adorar a Dios y escogieron adorarse a sí mismos. Pensaron que podían ser mejores que Dios. Estaban equivocados. Y como resultado de su decisión, toda la creación quedó sujeta a la futilidad y la desesperación. Avergonzados, confundidos y asustados, Adán y Eva trataron de ocultarle a Dios su desnudez y rebelión. Pero Dios los buscó. En vez de matarlos, lo cual tenía todo el derecho de hacer, Dios cubrió a Adán y a Eva con pieles de animales. Dios derramó la primera gota de sangre en Su creación. Por nosotros. Él salió a buscarnos y proveyó para nosotros cuando todo lo que queríamos hacer era huir de Él. INCAPACES POR NUESTRA PROPIA CUENTA Nuestra necesidad de que Dios haga posible nuestra adoración es evidente a lo largo de toda la Escritura. Caín y Abel traen una ofrenda al Señor, pero Dios solo acepta la de Abel. Más tarde aprendemos que fue porque Abel la ofreció con fe, no confiando en sus propios esfuerzos sino en Dios (Heb 11:4). Caín se sintió desconsolado, y el primer servicio de adoración que vemos en la Escritura resulta en la muerte de un adorador en manos de otro. Dios sigue invitando y buscando. Rescata a Noé y a su familia del diluvio, y la esperanza se restaura momentáneamente. Pero al poco tiempo la torre de Babel demuestra nuevamente que nuestra brújula de adoración ya no funcionaba. Años más tarde, Dios llama a Abraham y le pide que salga de la ciudad pagana de Ur, prometiéndole que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas (Gn 12:2; 15:5). Abraham se queda pasmado, pero Dios quiso desplegar nuestra incapacidad y Su gracia al hacer posible que Sara, una anciana estéril, concibiera un hijo. Después de que Israel pasó cuatrocientos años en Egipto, gran parte de ellos como esclavos, Moisés intenta liberarlos, fracasa y luego escapa al desierto a cuidar ovejas por cuarenta años. Allí Dios se reveló a Moisés en unazarza ardiente como Aquel que es autosuficiente: “YO SOY EL QUE SOY” (Éx 3:14). “Haré de ustedes Mi pueblo; y Yo seré su Dios. Así sabrán que Yo soy el Señor su Dios, que los libró de la opresión de los egipcios” (Éx 6:7). La iniciativa de Dios es más que evidente: “Haré… seré… Yo soy el Señor… que los libró…”. Tan pronto los libra, Dios se reúne con Su pueblo en el monte Sinaí. Les da leyes para que las obedezcan y les muestra los sacrificios que deben ofrecer cuando las desobedezcan. Estas dos provisiones misericordiosas hicieron posible que ellos se acercaran a un Dios santo sin ser consumidos. En los siglos posteriores, Dios envía profeta tras profeta para revelar Su carácter y mandamientos a los israelitas. Pese a las incontables iniciativas, Israel sigue codiciando a sus ídolos en lugar de buscar refugio en su Esposo y Creador (Is 54:5). El Antiguo Testamento no termina con una gran celebración, sino con la dolorosa conclusión de que todos nuestros esfuerzos por darle gloria a Dios resultan en fracaso y condenación. Si Dios quería tener un pueblo que le adorara con todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas, tenía que hacer Él mismo que eso ocurriera. Después de cuatrocientos años, eso fue exactamente lo que hizo. Jesús vino al mundo. En un acto de amor incomprensible, la Deidad se hizo polvo, el Creador se hizo maldición por nosotros (Gá 3:13). Dios vino en Cristo para restaurar la relación que rechazamos en el Edén. Aprendemos que el regalo más grande que Dios nos da es Él mismo. Jesús es la evidencia suprema de que Dios ha hecho posible que le adoremos, no solo en esta vida sino por toda la eternidad. Nuestras ofrendas están contaminadas con nuestra autoconfianza y nuestra vanagloria, pero Jesús se despojó de Su gloria para agradar a Su Padre en nuestro lugar. La vida perfecta de Jesús, Su muerte sustitutiva en la cruz, Su resurrección física y Su ascensión gloriosa aseguraron de una vez por todas que aquellos que confían en Él pueden ser contados entre los adoradores de Dios. Dios ha estado buscando a todos aquellos que estén dispuestos a recibir el regalo de adorarle. En Su soberana misericordia, resulté ser uno de ellos. UN INVITADO INOPORTUNO A diferencia de Su manifestación visible a Moisés, Dios no me habló en el desierto a través de una zarza ardiente. Mi historia es mucho más mundana. Dios me encontró en el edificio del centro estudiantil universitario a través de un fiel cristiano, al que siempre quería evitar. De vez en cuando, este chico —no recuerdo su nombre, así que lo llamaré Manuel — pasaba por mi cuarto para que conversáramos un poco. De alguna manera u otra, la conversación siempre llevaba a temas espirituales. Manuel era de la Cruzada Estudiantil para Cristo. Se notaba que no estaba impresionado con mi espiritualidad y quería que habláramos sobre esto. En mi opinión, yo ya era espiritual. Leía el Nuevo Testamento casi cada noche y oraba antes de las comidas. Cuando era estudiante de primer año de secundaria asistí a un seminario menor con la intención de prepararme para el sacerdocio católico, pero este clausuró por falta de alumnos. Aunque no pude realizar esos estudios, mantuve un comportamiento “espiritual” mientras cursé la secundaria. No ingería bebidas alcohólicas, no maldecía, no me drogaba ni me acostaba con chicas. Iba a la iglesia todos los domingos. Era tan “espiritual” que a los trece años comencé a escribir un libro que humildemente llamé Seis pasos sencillos para ser perfecto. En serio. Definitivamente me consideraba espiritual. Pero al parecer no era lo suficientemente espiritual para Manuel. Así que un día finalmente le dije que podíamos reunirnos, y pensé que lo escucharía con cortesía y que tal vez hasta podría aclararle algunas cosas. UN REGALO INESPERADO No recuerdo todos los detalles de aquella conversación. Pero hay una parte que nunca olvidaré. Después de unos minutos, Manuel sacó una Biblia. “¿Alguna vez has leído este versículo?”, preguntó. Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios (Ro 3:23, NBLH). Sí, lo había leído. Y pensaba que el significado era evidente. Claro que había pecado. Ya sabía que no era perfecto y no pretendía serlo. A medida que seguía nuestra conversación, recuerdo tener la clara impresión de que no alcanzar la gloria de Dios era peor de lo que había pensado. Manuel me llevó a otro versículo. Porque la paga del pecado es muerte… (Ro 6:23). A lo largo de mi vida razoné que siempre y cuando hiciera lo mejor que pudiera y me confesara cuando no fuera así, Dios me mostraría misericordia. Tendría que dejarme entrar al cielo cuando muriera. Pero la verdad era que nunca hacía lo mejor que podía. Jamás. No solo estaba confiando en mi propia “bondad”, sino que ni siquiera lograba vivir a la altura de mis propios estándares. No era que desconocía lo que Dios quería. Sabía exactamente lo que Él quería y me enorgullecía de guardar unas pocas reglas mientras que ignoraba o no cumplía muchísimas otras. Debí haber estado muerto. Pero no lo estaba. Por primera vez en mi vida empecé a ver cuán radicalmente distinta era la perspectiva de Dios de la mía. Me veía a mí mismo como un chico sincero con dos o tres problemitas. Dios me veía como un rebelde que desafiaba abiertamente Su bondad y Sus justas leyes. Nada que hubiera hecho o pudiera hacer cambiaría mi condición ante a Él. Él era santo, yo era impío. Él era puro, yo era impuro. Él era el Juez justo, yo era el pecador condenado. Leímos el resto de ese versículo. … mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. Hasta esa noche creía que el favor de Dios era algo que se ganaba por hacer buenas obras y evitar las malas. Pero aquí Dios afirmaba que la vida eterna era un regalo. Para reforzar su punto, Manuel me dio un lápiz. “Este regalo es para ti. Es tuyo”, me insistió. No sabía a dónde iba con esto. Luego me preguntó: “¿Hiciste algo para ganar ese regalo?”. “No”. “¿Pagaste por ese regalo”. “No”. “¿Te voy a quitar ese regalo?”. “No”. Una luz comenzó a irrumpir. El significado de la cruz se hacía más claro. Jesús vino a morir en mi lugar para darme un regalo. No era algo que tuviera que ganar. No tenía que demostrar que era digno de él ni esforzarme para conservarlo. Era un regalo, un don, una dádiva. Jesús sí hizo lo mejor que pudo. Y fue perfecto. Ningún defecto, ningún fracaso, ningún pecado. Luego tomó sobre Sí el castigo que yo merecía por todos mis pecados —pasados, presentes y futuros. La ira de Dios cayó sobre Él y no sobre mí. Él clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, para que yo nunca tuviera que hacerlo. Es lo que expresó el escritor de himnos cuando escribió: Feliz yo me siento al saber que Jesús, Librome de yugo presor; Quitó mi pecado, clavolo en la cruz: Gloria demos al buen Salvador.3 Es lo que Dios mismo nos dice en Su Palabra: “Él mismo, en Su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por Sus heridas ustedes han sido sanados” (1P 2:24). A través de Su muerte en mi lugar, Jesús venció todo lo que me apartaría del cielo: el pecado, la muerte, los demonios y el infierno. Si me arrepentía de mi estilo de vida egocéntrico y creía que la muerte de Cristo había pagado por completo la deuda que tenía para con Dios, sería perdonado. Reconciliado con Dios. Adoptado en Su familia. Eternamente. Era demasiado bueno para ser verdad. Pero la gracia siempre lo es. O venimos a Dios por gracia o no venimos. Venimos a recibir un regalo, no a hacer una obra. No creamos la adoración; respondemos a lo que hemos recibido en Jesucristo: vida eterna. Y ese regalo sigue siendo la base sobre la cual venimos a adorar a Dios. Por eso Pablo le recuerda a Tito: “Pero, cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por Su misericordia…” (Tit 3:4-5). La misericordia que se merece ya no es misericordia. Y la adoración que no inicia con misericordiaya no es adoración. REVELACIÓN Y RESPUESTA La capacidad y el deseo de adorar a Dios es algo que Él mismo nos da. Sin embargo, ese regalo incluye algo más. A medida que Él nos acerca y nos capacita, Dios se nos revela. Nos dice quién es. Si Él no nos imparte de Su gracia, no solo somos incapaces de adorarle, sino que ni siquiera sabemos a quién estamos adorando. Dios tiene que decírnoslo. Y lo ha hecho por medio de la Biblia. La noche en que me reuní con Manuel, no fueron sus excelentes habilidades de comunicación ni sus poderes persuasivos los que me cambiaron. Dios usó a Manuel, pero fue el Espíritu de Dios a través de Su Palabra que abrió mis ojos para que yo pudiera ver. La Palabra de Dios me reveló lo que Su santidad exigía de mí, cuán lejos estaba de alcanzar Su gloria y cómo Dios mismo vino en Jesucristo para satisfacer lo que requería. La adoración que Dios acepta, escribe el teólogo Derek Kidner, “debe ser más que adulación y más que conjeturas. Es el homenaje apasionado de los que están comprometidos con Aquel que se ha revelado”.4 Nuestra adoración empieza cuando Dios se nos revela, y esa misma revelación es lo que la sustenta. El pastor británico Vaughan Roberts completa ese pensamiento: La adoración nunca inicia con nosotros; siempre es una respuesta a la verdad. Fluye de un entendimiento de quién es Dios y de lo que ha hecho por nosotros en Cristo. Inicia con Su revelación y redención. Por ello, debemos asegurarnos de que la Biblia, la cual contiene esa revelación y nos muestra la obra de la redención, permanezca en el centro de nuestras reuniones y de nuestras propias vidas espirituales.5 Si Dios no se nos hubiera revelado, no sabríamos en quién confiar, a quién obedecer, a quién darle gracias ni a quién servir. No sabríamos cómo es Dios, lo que ha ordenado ni lo que ha prometido. Ante todo, no sabríamos cómo nos acercó a Sí mismo y a Su familia a través del sacrificio sustitutivo de Su Hijo en la cruz. Debemos conocer todas esas verdades si queremos adorar a Dios por quien es Él. La verdadera adoración siempre es una respuesta a la Palabra de Dios. John Stott dijo sabiamente: “Dios debe hablarnos antes de que tengamos la libertad de hablarle. Debe revelarse a nosotros antes de que podamos ofrecerle lo que somos en una adoración aceptable. La adoración a Dios siempre es una respuesta a la Palabra de Dios. La Escritura dirige y enriquece nuestra adoración de una forma maravillosa”.6 La Palabra de Dios siempre dirige y enriquece nuestra adoración a Dios. Pero más que eso, es fundacional. No podemos adorar a Dios sin Su Palabra. Ella define, dirige e inspira nuestra adoración. La Escritura provee el combustible doctrinal para nuestro fuego emocional. Conocer a Dios a través de Su Palabra nos permite recibir lo que necesitamos para adorarle. ACLARANDO ALGUNAS IDEAS ERRÓNEAS Sin embargo, a algunos cristianos les cuesta conectar la adoración a Dios con Su Palabra. Se preguntan: ¿No se supone que la adoración tiene que ver con nuestras emociones más que con nuestras palabras? Si la gente solo usa la Biblia para discutir, ¿para qué usarla? ¿No se supone que la adoración tiene que ver más con el Espíritu? ¿Por qué cuesta tanto entender la Biblia? Cada una de estas preguntas revela algunas ideas erróneas en cuanto a la Palabra de Dios. La Palabra es un regalo de Dios que nos capacita para adorarle. Si no corregimos estas ideas, no podremos recibir las riquezas de la gracia que Dios nos invita a disfrutar a través de Su Palabra. Considerémoslas una por una. Idea errónea #1: La adoración tiene que ver con nuestras emociones más que con nuestras palabras. Una vez conocí a un matrimonio cuya relación había comenzado de manera singular. Él hablaba inglés; ella hablaba ruso. Tan pronto se dieron cuenta de su atracción mutua, supieron que las miradas, las emociones y los gestos eran un fundamento inadecuado para un matrimonio. Así que uno de ellos aprendió a hablar el idioma del otro. Las relaciones significativas requieren palabras. Es por esto que Dios usa palabras para invitarnos a entrar en una relación con Él. Estas palabras se encuentran en la Biblia. La Escritura no es una serie de versículos aislados que tienen algún poder mágico en sí mismos. En conjunto y con el poder del Espíritu de Dios, estos versículos establecen la comunicación con nosotros y nos dicen cómo es Él. Pero la Biblia no solo nos habla sobre Dios; es Dios mismo quien nos habla (Heb 4:12). La Palabra de Dios es la forma principal en la que Dios inicia y profundiza nuestra relación con Él, y es esencial para la verdadera adoración. Sin duda, la adoración implica más que palabras, y habrá ocasiones en las que adoremos a Dios sin palabras. Pero aun así, “nuestro único acceso a una verdadera relación con el Dios vivo en la que las palabras a veces desaparecen es precisamente en y a través de las palabras que Dios nos habla”.7 Muchos cristianos piensan que la predicación es “algo de la mente” y que la adoración es “algo del corazón”. Estarían felices si el sermón se redujera de manera que pudiera dedicarse más tiempo a la “adoración”, refiriéndose a los cantos. La misma actitud puede reflejarse en un desagrado por los cantos que son “largos” o al creer que la lectura de la Escritura “interrumpe” la adoración. Ahora bien, podría ser que la predicación en tu iglesia sea mediocre y que la música sea impresionante. Pero la Palabra de Dios —leerla, estudiarla, predicarla, escucharla, orarla y cantarla— es indispensable para esos verdaderos adoradores que Dios está buscando. El estudio de la Biblia no apaga nuestra adoración a Dios, más bien la orienta y la enciende. Dios siempre será mucho mejor de lo que pudiéramos imaginar por nuestra cuenta. Si queremos crecer como verdaderos adoradores de Dios, no podemos limitarnos a escuchar más música —tenemos que encontrarnos con Él en nuestras Biblias. Idea errónea #2: La gente solo usa la Biblia para discutir. Hace años un líder en una conferencia nos pidió que gritáramos los nombres de nuestras denominaciones. Todos lo hicimos a la vez, así que no se entendió nada. Luego nos pidió que gritáramos el nombre de la cabeza de la iglesia, y todos proclamamos a una voz: “¡Jesús!”. “¿Ven?”, dijo. “La doctrina nos divide. Jesús nos une”. Aunque aprecié la intención de este líder de honrar a Jesús, su conclusión en realidad lo deshonró porque no era conforme a la verdad. Doctrina es una palabra que significa “algo que se enseña”. Se refiere a todo lo que la Biblia enseña sobre un tema en particular, como la adoración, la santidad o los últimos tiempos. Todos tenemos una doctrina. Tu doctrina es buena si afirma y corresponde a lo que enseña la Biblia. De lo contrario, es mala doctrina. Los cristianos hemos debatido durante siglos por asuntos doctrinales secundarios. Eso no debe sorprendernos si tomamos en cuenta nuestros corazones pecaminosos y el deseo de Satanás de separarnos. Sin embargo, el Nuevo Testamento advirtió que los falsos maestros se infiltrarían en las filas de la iglesia (Hch 20:29-30; 2Co 11:13). Muchas de las verdades más preciosas que creemos hoy en día se definieron con mayor claridad como respuesta a herejías. Las verdades de la fe cristiana se han probado y confirmado en el fuego de la controversia y el conflicto. Las personas discuten sobre la Biblia porque su contenido es un asunto de vida o muerte. En primer lugar, Dios se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas que existen en un solo Dios. Se nos ha revelado de forma más plena en Jesús, la segunda persona de la Trinidad, que existía desde antes de la fundación del mundo con el Padre y el Espíritu Santo. Todo fue creado por medio de Él. Nació de una virgen, vivió una vida perfecta de obediencia a Dios, y padeció la ira de Dios por todos los pecados de aquellos que confiarían en Él. Fue levantado físicamente de entre los muertos y ascendió a la derecha de Su Padre. Ha derramado el Espíritu Santo sobre aquellos que confían en Él; y regresará un día triunfante para vivir conSu esposa, la iglesia, para siempre. En otras palabras, no es cierto que si solo adoramos a Dios, el resto es irrelevante o se resolverá por sí solo. Si no estudiamos cuidadosamente nuestras Biblias, no conoceremos al Dios que estamos adorando. Cuando dejamos de ser específicos sobre quién es Dios y lo que ha hecho, en realidad estamos afirmando que queremos nuestro propio Dios. Sin embargo, la verdadera adoración no se basa en nuestras propias opiniones, ideas, experiencias, suposiciones o en algún denominador común. Como nos lo recuerda el autor Michael Horton: “La imprecisión en cuanto al objeto de nuestra alabanza inevitablemente conducirá a que el objeto sea nuestra propia alabanza. Por tanto, la alabanza se convierte en un fin en sí misma, y quedamos atrapados en nuestra ‘propia experiencia de adoración’, no en el Dios cuyo carácter y acciones son el único objeto apropiado”.8 La adoración que se da a un Dios que no estamos dispuestos a definir termina siendo un producto de nuestra propia imaginación, no un regalo de Dios. Idea errónea #3: La adoración tiene que ver más con el Espíritu que con la Palabra. En su carta a los filipenses, Pablo escribió que los cristianos somos los que “por medio del Espíritu de Dios adoramos” (Fil 3:3). Él afirmó lo que hemos estado tratando en este capítulo: que hemos sido adoptados en la familia de Dios por medio de la obra del Espíritu de Dios, no por medio de nuestros esfuerzos o méritos. Sin embargo, por años pensé (y no soy el único) que Pablo había expresado que la adoración “en el Espíritu” se refería al canto espontáneo, a la intensificación de las emociones y a la búsqueda de experiencias. Quizás hayas pensado algo similar. He estado en reuniones, e incluso he dirigido algunas, donde el objetivo de la noche era cantar y permitir que el Espíritu Santo se moviera en medio de Su pueblo e hiciera lo que quisiera. A veces se les llama “Noches del Espíritu Santo”. En esas ocasiones tendemos a minimizar la importancia de la Escritura, la planificación y el orden. El Espíritu de Dios y Su Palabra no son contrarios. En primer lugar, fue el Espíritu quien nos dio la Escritura: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia” (2Ti 3:16). La palabra “inspirada” es una clara referencia a la obra del Espíritu en la autoría de las palabras de la Biblia por medio de instrumentos humanos. Esto implica que nuestra adoración debe ser evaluada a la luz de lo que Dios ha revelado en la Biblia y someterse a esa revelación. El Espíritu está conectado de una forma íntegra y estrecha con Su Palabra. Cada iglesia o individuo que dice vivir bajo la dirección del Espíritu debe alimentarse de la Palabra. Si queremos experimentar más poder del Espíritu en nuestras vidas, tenemos que llenarnos de las riquezas de Su Palabra. Idea errónea #4: La Biblia es muy difícil de entender. A veces pensamos que deberíamos ser capaces de entender la Biblia como si fuera una receta para hacer un pastel o un libro de texto de sexto grado. Pero si pudiéramos entender a Dios de una forma fácil o plena, ya no sería digno de nuestra adoración. Ya no sería Dios. Cuando la Escritura usa palabras como insondable, impenetrable e incomparable para describir a Dios (como en Sal 145:3; Ro 11:33; Ef 1:19), deberíamos esperar que nuestras mentes sean llevadas hasta los límites en nuestro intento por conocerlo. Estudiar a Dios en Su Palabra puede parecer laborioso y difícil. Puede parecer mundano, excesivamente intelectual. Algunos textos requerirán de varias lecturas y de mayor reflexión. No obstante, el Espíritu Santo, quien primero inspiró las palabras de la Escritura, ahora ilumina nuestros corazones para que podamos recibirlas y entenderlas. Él está deseoso de abrir nuestros ojos para que veamos cosas maravillosas en Su Palabra (Sal 119:18). Pero no tenemos que hacerlo solos. El Espíritu ha capacitado a personas en la iglesia para que ayuden al pueblo de Dios a entender mejor la Escritura, y los pastores son los primeros en esa lista. También podemos aprovechar comentarios, Biblias de estudio y libros.9 Los mejores explican lo que dice un pasaje según su contexto literario e histórico, y según su lugar en la historia de la redención. Son aquellos libros que nos llevan a valorar más la Escritura. Los peores son los que ofrecen meras opiniones o siembran dudas. Al comentar sobre la sabiduría y la necesidad de leer otros libros, Charles Spurgeon afirmó: “El que no usa las reflexiones de otros cerebros, prueba que carece de uno propio”.10 Cuando nos tomamos el tiempo para leer y reflexionar sobre Dios como el objeto de nuestra adoración, invertimos energía con el fin de tener un verdadero conocimiento del Ser más glorioso y precioso del universo. Ese conocimiento es un regalo de Dios que nos permite amarle con más pasión, obedecerle con más constancia, servirle con más gozo y confiar en Él con más seguridad. Es lo que nos permite ser contados entre los adoradores de Dios. SIEMPRE RECEPTORES Nuestra primera responsabilidad como adoradores es entender lo que Dios nos ha dado en Jesucristo y en el Espíritu Santo. Negarse a venir a Dios por gracia o tratar de conocerlo sin la Biblia nos aleja de Dios, no nos acerca. Es más, Dios nos da Su Espíritu “para que entendamos lo que por Su gracia Él nos ha concedido” (1Co 2:12). Por nosotros mismos nunca imaginaríamos cuán lleno de gracia y bondadoso es Dios. Si pensabas que la adoración estaba centrada en ti, estas son buenas noticias. Noticias increíbles. Dios ha removido todos los obstáculos que nos impedían tener una relación con Él. Si venimos por gracia, no hay nada que se interponga en el camino de nuestra adoración a Él. Nada. Una de las referencias más específicas a la invitación que Dios nos hace se encuentra en Hebreos. Después de explicar cuán inadecuados eran los sacerdotes y los sacrificios del Antiguo Testamento para abrirnos el camino hacia Dios de manera plena y permanente, el autor expresó esto: Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que Él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de Su cuerpo; y tenemos además un gran Sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura (Heb 10:19-22). Después de Dios haberle advertido a los Suyos durante siglos que no se acercaran a Él sin los sacrificios adecuados, Dios ahora clama a través de la sangre de Jesús, Su Hijo: “¡Acérquense!”. Su sacrificio ofrecido una vez y para siempre ha abierto la puerta al trono de Dios. Venimos porque Dios nos invita y nos capacita para hacerlo. Venimos a maravillarnos ante Su gracia, a admirar Su santidad con asombro reverente y a ser quebrantados por Su misericordia. Venimos a contemplar Su belleza, a creer Sus promesas y a aceptar Su voluntad para nuestras vidas. Por medio de Jesús, y solo en Jesús, ahora tenemos libre acceso por medio del Espíritu a la presencia del Padre. No hay nada más que hacer sino recibir, regocijarse y adorar. E 3 LOS VERDADEROS ADORADORES EXALTAN LA ADORACIÓN Y LA HUMILDAD Bendeciré al Señor en todo tiempo; mis labios siempre lo alabarán. Mi alma se gloría en el Señor; lo oirán los humildes y se alegrarán. Engrandezcan al Señor conmigo; exaltemos a una Su nombre. SALMO 34:1-3 n la década de 1990 estuvimos colaborando en la plantación de una iglesia. Ya llevábamos dos años y estábamos lidiando con los desafíos propios de este ministerio. Algunas de las personas que estuvieron con nosotros desde el principio decidieron unirse a otra iglesia. Algunos de los padres estaban inconformes con la forma en que se estaba llevando a cabo el ministerio de jóvenes. Un hombre que había sido culpable de inmoralidad sexual me acusó de haber sido “insensible” durante la consejería. Diosusó estas situaciones y otras para mostrarme lo mucho que me importaba lo que los demás pensaban de mí. Y fue horrible. Así que a principios de enero de 1994 escribí esta breve oración en mi diario: “Dios, haz lo que tengas que hacer para lidiar con mi orgullo”. Y lo hizo. Unas semanas después estuve cenando en casa de un amigo. De repente, y de la nada, sufrí un ataque de pánico incontrolable. En un instante, me sentí desconectado de mi pasado, de mi futuro y de todos en la habitación. Casi me tiro al suelo para ponerme en posición fetal, pero logré disculparme y salir. Después de encerrarme en el cuarto de baño, empecé a orar. Estaba enojado. Dios, ¿qué está sucediendo? ¿Qué significa esto? ¿Dónde estás? Silencio. Esa noche inicié un viaje de casi tres años de lucha contra la depresión, la ansiedad, el aislamiento, la tensión y una profunda desesperación que no cesaba. La evaluación física decía que estaba bien, y no estaba lidiando con ninguna crisis externa. Después de mucha oración, consejería, estudio de la Biblia y reflexión, descubrí la raíz de mi problema. Adoración. ADORACIÓN DESVIADA Mi crisis nerviosa no se debió a una falta de adoración. El problema era que mi adoración estaba desviada. Somos culpables de idolatría, o adoración desviada, cuando buscamos nuestra mayor satisfacción, seguridad, alegría y consuelo en cosas que no sean Dios. Cuando adoro a un ídolo, estoy diciéndole: “Satisfáceme, consuélame, protégeme, gobiérname. Eres digno de mi fortaleza, tiempo, energía y afecto. Solo tú puedes hacerme totalmente feliz”. No nos arrodillamos físicamente ante nuestros ídolos, pero eso es lo que hacemos en nuestros corazones. Siempre estamos adorando algo o a alguien. Tenía años yendo tras los ídolos del control y la reputación, y Dios finalmente permitió que cosechara las consecuencias. En vez de confiar en la soberanía de Dios, trataba de refugiarme en mi propia capacidad para controlar las cosas. En vez de alabar la misericordia de Dios, promovía mis propios esfuerzos para ganar Su favor. En vez de exaltar a Dios, me exaltaba a mí mismo. Y cuando no pude obtener la gloria que deseaba, mi mundo se vino abajo. Con el tiempo Dios me ayudó a ver que cuando buscaba mi propia gloria, elogios por mis logros y reconocimientos por mi progreso, no estaba exaltando a un Salvador, estaba buscando una audiencia. Gracias a Dios, Jesús murió por eso también. A través de un proceso largo y doloroso, Dios redirigió mi adoración. Pude ver con nuevos ojos que somos redimidos para exaltar a Dios y solamente a Dios. PALABRAS DE ADORACIÓN Debería llamarnos la atención que tanto la palabra griega como la palabra hebrea que más se traducen como “adoración” en la Escritura expresan la costumbre de inclinarse o de arrojarse en el suelo.1 Hay otras palabras para “adoración” en la Biblia que comunican una serie de actitudes y actividades que incluyen la sumisión, el sacrificio, el servicio e incluso el temor.2 Abarcan lo que hacemos no solo en nuestras reuniones sino también en nuestras vidas diarias. Tienen que ver con nuestras palabras y acciones, las cuales fluyen de nuestras mentes y nuestros corazones. Por eso exaltar parece ser una palabra apropiada para resumir cómo Dios llama a los verdaderos adoradores a responderle. Adorar a Dios es humillar todo lo que tenga que ver con nosotros y exaltar todo lo que tiene que ver con Él. Es reconocer que solo Él es exaltado sobre todos los pueblos, todos los dioses y los cielos (Sal 99:2; 97:9; 108:5). Es regocijarse en la realidad de que Él se “[exalta] como soberano sobre todo” (1Cr 29:11, NBLH). En la Escritura, cada descripción de nuestra relación con Dios comunica la idea de una relación de uno que es inferior a uno que es superior. Somos criaturas del Creador (Ap 4:11), siervos del Amo (Lc 17:10), hijos del Padre (1Jn 3:1), la novia del Cordero (Ap 19:7), la casa del Constructor (Heb 3:6), las ramas de la Vid (Jn 15:5). El hecho de que Dios nos llame amigos solo resalta Su extraordinaria condescendencia y misericordia hacia nosotros (Jn 15:15; Stg 2:23). Aun siendo cristiano había estado compitiendo con Dios por la adoración. Pero Él es celoso de Su gloria, y nos ama lo suficiente como para transformarnos. En Su misericordia, Su Espíritu abrió mis ojos para ver lo que no había entendido: Dios es Dios y yo no lo soy. Dios siempre está recordando a los verdaderos adoradores que hay alguien infinitamente superior a ellos mismos a quien deben exaltar. ¿QUÉ SIGNIFICA EXALTAR A DIOS? Hay un canto de adoración que fue popular en la década de 1970 y que todavía se canta hoy. El coro dice: ¡Yo te exalto, yo te exalto, yo te exalto, oh Señor! Recuerdo haberla cantado una y otra vez y haberme sentido conmovido por la devoción que expresaba. Pero nos engañamos si pensamos que cantar algo es lo mismo que hacer algo. Eso sería como pasarle por el lado a mi esposa y decirle: “Te abrazo”, pensando que mis palabras sustituyen el contacto físico. Mis palabras no tienen importancia si no hay acciones que las respalden. Dios no solo quiere que le exaltemos con nuestros cantos, sino que también lo hagamos con nuestras vidas. En la carta de Pablo a los romanos, después de tomarse once capítulos para explicar el evangelio y gloriarse en él, él hace esta súplica: “Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes” (Ro 12:1, NBLH). Pablo usa la palabra cuerpos de manera intencional. Como respuesta a la misericordia de Dios, debemos adorarle no solo con nuestras palabras, sentimientos o actos momentáneos, sino además con nuestros cuerpos, nuestras vidas. La adoración que se ofrece a Dios no puede limitarse a lo que hacemos en un lugar el domingo por la mañana. Es más que levantar nuestras manos o tener una experiencia emocional trascendente. Nuestra adoración abarca las cosas ordinarias y triviales que pensamos, decimos y hacemos cada día, así como las más relevantes y espectaculares. Es una respuesta al perdón que hemos recibido mediante el evangelio, una que implica todo lo que somos y hacemos. Para concluir lo que hemos visto hasta ahora, los verdaderos adoradores, capacitados y redimidos por Dios, responden con sus mentes, afectos y voluntades por el poder del Espíritu Santo a la revelación que Dios hace de Sí mismo en maneras que exaltan Su gloria en Cristo. Dios nos llama a alabar Su grandeza y Su bondad para con nosotros a través de Jesús en toda forma posible, interna y externamente. La adoración inicia en nuestros corazones, pero siempre se manifiesta en acciones visibles. Ahora veremos algunas de las maneras en que podemos exaltarle con nuestros corazones y acciones. EXALTANDO A DIOS EN NUESTROS CORAZONES Estas listas no pretenden ser exhaustivas. Sin embargo, espero que sirvan como un punto de partida para considerar las ricas y diversas maneras en que podemos glorificar a Dios como verdaderos adoradores. A TRAVÉS DE NUESTROS PENSAMIENTOS ¡La primera y más elemental manera en que exaltamos a Dios es simplemente recordándonos que Él existe! “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’…” (Sal 14:1). En cambio, los verdaderos adoradores comprenden que Dios siempre está atento, siempre está involucrado, siempre está obrando para nuestro bien y para Su gloria. Podemos exaltar al Señor en cualquier momento con simplemente preguntarnos: ¿Dónde está Dios en esta situación? Es posible que tu situación sea desagradable o dolorosa. Un automóvil averiado. Un cónyuge que ha abandonado el hogar. Un cobro inesperado que llegó por correo. Escuchar que el niño que estás esperando tiene algún problema físico. Descubrir que es imposible hablar con tus padres o con tus hijos. Ser despedido de tu trabajo. En cada una de estas situaciones tenemos la opción de olvidar a Dios o de recordar que está presente y activo. Dirigir nuestros pensamientos a Dios resalta la verdad de que “en Él vivimos, nos movemos y existimos…” (Hch 17:28). Esdifícil imaginar la angustia que sintió Job cuando supo que había perdido todas sus posesiones y a todos sus hijos. Pero cuando se postró y adoró, sus primeros pensamientos fueron sobre Dios: “El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1:21). Luego Job tuvo que soportar la agonía de sus aflicciones físicas y los malos consejos de sus amigos. Job cuestionó a Dios, discutió y se enfadó con Él. Pero nunca dejó de pensar en Dios. Esto fue así porque para Job, Dios siempre estuvo presente, aun cuando no entendía lo que estaba haciendo.3 Hace siglos un creyente oró estas palabras al considerar su tendencia a olvidarse de Dios: “Confieso que no has estado en todos mis pensamientos, que he estado ignorando el hecho de que eres el fin de mi existencia, que nunca he considerado seriamente la necesidad de mi corazón”.4 Nuestro corazón necesita recordar que Dios es el gran “YO SOY”, esa realidad inquebrantable e inmutable. Si es verdad, como dice Pablo, que “todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él” (Ro 11:36), entonces Dios siempre está presente y obrando en nuestras circunstancias. Sea cual sea nuestra situación, Dios es el participante principal. A TRAVÉS DE NUESTRO AMOR Los verdaderos adoradores hacen más que pensar en Dios. Lo aman. Jesús afirmó que el mandamiento más importante era este: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr 12:30). Como la adoración y el amor están vinculados de una forma tan estrecha, lo que sea que amemos más determinará lo que realmente adoremos. El amor tiene que ver con los deseos y las motivaciones que mueven nuestra relación con Dios. Aunque el amor es más que sentimientos, no es menos que ellos. Se trata de querer, disfrutar y atesorar a Cristo, no de simplemente seguir reglas, memorizar versículos bíblicos e ir a reuniones de la iglesia. Amar a Dios convierte el deber en deleite, la obediencia superficial en una búsqueda apasionada, el sufrimiento estoico en una esperanza llena de fe. Debería ser evidente cómo amar a Dios lo exalta. Cuando amamos algo, le atribuimos valor. Le estamos diciendo a otros: “Esto es digno de mis pensamientos, tiempo, esfuerzos y afectos”. Amar a Dios convence a otros de que Dios es deseable, bueno y suficiente. Amar a Dios es diferente a saber cosas acerca de Dios. Es la diferencia entre el conocimiento de la Biblia que lleva al orgullo y el que lleva a la alabanza. Las personas que exaltan a Dios a través de su amor por Él son las que anhelan pasar tiempo en Su Palabra porque quieren escuchar Su voz. Les emociona más hablarle a alguien acerca de Cristo que conocer a alguien famoso. A menudo se conmueven cuando escuchan testimonios de la bondad y la fidelidad de Dios. Las conversaciones con ellos terminan regularmente al pie de la cruz, y le dan gracias a Dios por Su misericordia. Conocerlos hace que quieras conocer mejor al Salvador. Y eso lo exalta. Sin embargo, Jesús no se detuvo al mandarnos a amar a Dios. Añadió: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mr 12:31). No le damos gloria a Dios si decimos tener un profundo amor por Dios y al mismo tiempo somos rencorosos. Es más, Juan expresó que eso es imposible: “… el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1Jn 4:20). Amar a otros, aun cuando sean indignos de nuestro amor, exalta a Dios porque refleja Su corazón hacia nosotros. Eso le dice a otros que somos Sus hijos. Estamos actuando como nuestro Padre celestial, que “hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos” (Mt 5:45). Amar a otros apunta hacia la humildad, la compasión, la amabilidad y la paciencia que el Salvador nos ha demostrado (Ef 4:1-2; 5:2). Y también lo exalta. A TRAVÉS DE NUESTRA FE La fe no solo es la entrada a la vida cristiana, sino que también es la forma en que seguimos demostrando nuestra confianza en Dios. El propósito de la fe no es asegurar riqueza y salud en el presente, sino recordarnos que, en Jesucristo, Dios ya nos ha dado todo (1Co 3:21-23; Ef 1:3). La fe llega a Dios con las manos abiertas, creyendo que Él las llenará debido a Su carácter y Sus promesas. “En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Heb 11:6). Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su sabiduría. En vez de confiar en opiniones mundanas o en nuestras propias ideas de cómo deberían hacerse las cosas, reconocemos que Dios lo sabe todo y nosotros no (Pro 3:5). Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su poder. Aunque nuestra fortaleza sea inadecuada, nuestras provisiones sean insuficientes y nuestros esfuerzos ineficaces, nos unimos a Job al afirmar: Yo sé bien que Tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de Tus planes (Job 42:2). Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su fidelidad. Cuando no estamos seguros de cómo vamos a pagar unos gastos médicos inesperados, nuestra confianza en Dios exalta Su promesa de cuidado y provisión para nosotros (1P 5:7). Proclamamos a otros que la promesa de Dios es cierta: “Nunca te dejaré, jamás te abandonaré” (Heb 13:5). Exaltar a Dios no es simplemente enumerar nuestros problemas, es recordar Su carácter en medio de ellos. Es lo que vemos en los Salmos 42 y 43. El escritor se siente lejos de Dios y está siendo perseguido por sus enemigos. En vez de solo quejarse, recuerda tres veces que Dios es su esperanza y su salvación: ¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios! (Sal 42:5, 11; 43:5). El éxito, la productividad y una vida sin problemas no son las únicas maneras en que Dios se glorifica en nuestras vidas. Aun en medio del sufrimiento podemos exaltarlo al confiar en Su poder para sustentarnos, consolarnos y librarnos. Confía siempre en Él, pueblo mío; ábrele tu corazón cuando estés ante Él. ¡Dios es nuestro refugio! (Sal 62:8). A TRAVÉS DE NUESTRA GRATITUD Dios nos manda una y otra vez a darle gracias.5 ¿Te has preguntado por qué? Dios no está animándonos a ser educados, como la madre que le dice a su niño de cuatro años: “Miguelito, recuerda darle las gracias a tu tía Nora por tu regalo de cumpleaños”. No, la intención de Dios es que nuestros corazones sean conscientes de la realidad. “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Stg 1:17). Él nos ha bendecido más de lo que pudiéramos pedir o imaginar, y nuestra gratitud, que suele expresarse con palabras de agradecimiento, dirige a las personas a la fuente de nuestras bendiciones. Un corazón agradecido resalta la gracia y la bondad de Dios hacia nosotros. Dios siempre está colmándonos de bienes, algunos de los cuales son más evidentes (salud, alimento, vestido, familia, amigos), y muchos otros que no lo son (el aire que respiramos, la protección de accidentes que nunca ocurrieron, las oraciones de otros, las buenas obras que prepara de antemano para que andemos en ellas). En cambio, un corazón desagradecido arroja sospechas sobre el carácter de Dios y lo deshonra. Nuestra actitud comunica que Dios no está al tanto de nuestra situación, que no le interesamos lo suficiente como para Él intervenir, o que no es lo suficientemente poderoso como para hacer algo. No es ninguna sorpresa que una de las principales raíces de la incredulidad es no querer dar gracias a Dios (Ro 1:21). Ante todo, los verdaderos adoradores siempre tienen motivos para dar gracias porque sus nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero. No tenemos temor del juicio venidero. Nuestros pecados fueron pagados una vez y para siempre por medio de la muerte de Cristo en el Calvario. Dios es nuestro Padre y lo será por la eternidad. Poreso los salmistas le dan gloria a Dios al declarar: “¡Señor mi Dios, siempre te daré gracias!” (Sal 30:12; ver Sal 44:8; 52:9; 79:13). A TRAVÉS DE NUESTRO ANHELO Vivimos en la época de “el ya y el todavía no”.6 Jesús ha resucitado de los muertos, pero la gente todavía muere. El diablo ha sido vencido, pero parece que todavía tiene rienda suelta en la tierra. Jesús ha venido, pero anhelamos Su próxima venida, ese día en que Él enmendará todas las cosas. Pero, mientras tanto, seguimos viviendo en un mundo caído. Algunos luchan contra dolores crónicos que son casi insoportables. Una madre joven queda devastada por la muerte súbita de su bebé de cinco meses. Un padre de siete niños muere inexplicablemente al saltar de un trampolín. Ha habido avances impresionantes en la medicina moderna, pero no han podido impedir que las personas mueran de cáncer, de SIDA, de afecciones cardíacas y de derrames cerebrales. Miles de campañas en las redes sociales y miles de millones de dólares en donaciones apenas raspan la superficie en la lucha contra la enfermedad y la pobreza. Los matrimonios terminan en divorcio. Los niños son secuestrados, violados y vendidos como esclavos sexuales. La creación gime. Podemos identificarnos con el clamor repetido de la Escritura: “¿Hasta cuándo, Señor?” (Sal 13:1; ver Sal 90:13; Ap 6:10). Y con ese clamor estamos expresando nuestra confianza en la soberanía de Dios, en Su justicia, en Su amor por Su iglesia y Su creación, y en Su fidelidad a Sus promesas. En última instancia, los verdaderos adoradores saben que su anhelo por Dios será satisfecho cuando el Salvador regrese y veamos “la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit 2:13). Estamos plenamente convencidos de que “según Su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2P 3:13). No estamos poniendo nuestra esperanza en un sueño inalcanzable. No dejaremos de combatir el mal que vemos ahora, pero lo hacemos sabiendo que Él pronto volverá. Y lo exaltamos al anhelar Su venida. EXALTANDO A DIOS CON NUESTRAS ACCIONES Exaltar a Dios en nuestro interior va acompañado de evidencias externas. Esas evidencias implican actividades “espirituales” como la oración, la lectura de la Biblia y cantar, pero es más que eso. Todo lo que hacemos se puede hacer para exaltar la grandeza y la bondad de Dios en Jesucristo. “En conclusión, ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Estas son algunas maneras en que podemos adorar a Dios a través de lo que hacemos. A TRAVÉS DE NUESTRA DISPOSICIÓN A OBEDECER Obedecer a Dios no es legalismo, ni es opcional. La idea de que alguien puede ser un verdadero adorador y mostrarse indiferente a la obediencia no aparece en la Escritura. Jesús lo expresó claramente: “Si ustedes me aman, obedecerán Mis mandamientos” (Jn 14:15). Nuestra obediencia no nos hace dignos de un lugar en el Reino de Dios, pero demuestra que Dios nos ha puesto en Su Reino por medio de la obra expiatoria de Cristo. La realidad de que la deuda de nuestros pecados ya ha sido pagada nos lleva a estar más dispuestos a reflejar el carácter de Aquel que nos salvó y afirmó: “Sean santos, porque Yo soy santo” (1P 1:14-16). Nuestra sumisión a los mandamientos de Dios le dice a los demás que lo amamos y que Sus leyes son buenas y dignas de seguir. Haremos evidente que Dios es el Rey, que nosotros no lo somos, y que Él merece nuestra lealtad. Y en toda nuestra obediencia proclamaremos que servir a Dios es verdadera libertad, no esclavitud (Gá 5:13). Nuestra obediencia suele ser más evidente en relaciones específicas. Efesios, Colosenses y 1 Pedro están dirigidas a diferentes grupos de personas: esposos, esposas, padres, hijos, amos y esclavos (Ef 5:22 − 6:9; Col 3:18 − 4:1; 1P 2:18 − 3:7). A cada grupo se le muestra maneras concretas de agradar al Señor. Los esposos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos y vivir con ellas de manera comprensiva. Las esposas deben someterse y respetar a sus esposos. Los hijos deben obedecer a sus padres, mientras que los padres deben criar a sus hijos en la disciplina e instrucción del Señor. Los amos deben ser justos e imparciales, mientras que los esclavos deben servir a sus amos con diligencia. Obedecer al Señor en cada una de estas relaciones exalta la sabiduría del diseño y del orden de Dios. Pero también hay maneras en las que todo cristiano puede dar gloria a Dios. Procurar la pureza con gozo muestra que el amor de Dios es más gratificante que el placer sensual efímero. Ejercer la moderación al comer glorifica a Dios al responder a Sus dones con gratitud y no con codicia. Mantener nuestra ira bajo control apunta hacia Aquel que ha sido infinitamente paciente con nosotros. Atender a los menos favorecidos exalta al Salvador, quien “aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2Co 8:9). Aunque nunca podremos obedecer los mandamientos de Dios de una forma total o perfecta en esta vida, nuestra obediencia declara públicamente su verdad, valor y dulzura (Sal 19:7-10). A TRAVÉS DE NUESTRA ALABANZA ESPECÍFICA El salmista expresó: Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de Sus manos (Sal 19:1). Ya sea que proclamemos o no la grandeza de Dios, la creación siempre lo hará. Pero la alabanza de la creación no tiene voz y es limitada en cuanto a lo que puede comunicar. Dios ha dado a los seres humanos el especial privilegio de poder ofrecerle una alabanza inteligente y específica. Al ver a un recién nacido, o al maravillarnos ante una noche llena de estrellas, o cuando un amigo obtiene un ascenso, somos capaces de exaltar a Dios cuando proclamamos a los demás que, en última instancia, toda buena dádiva viene de Él. Él es la fuente de nuestro gozo y deleite, y merece ser honrado. Puede que al responder en ocasiones con: “¡Alabado sea el Señor!” o “¡Gracias a Dios!” suene como un cliché, pero es más específico que simplemente decir: “¡Súper!” o “¡Genial!”. Son pocas las veces en que la Escritura nos exhorta a alabar al Señor sin explicar por qué. ¡Aleluya! ¡Alabado ser el Señor! Den gracias al Señor, porque Él es bueno; Su gran amor perdura para siempre (Sal 106:1). ¡Aleluya! Dichoso el hombre que honra al Señor, y se deleita obedeciendo Sus mandatos (Sal 112:1, RVC). ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Alaben a Dios en Su santuario, alábenlo en Su poderoso firmamento. Alábenlo por Sus proezas, alábenlo por Su inmensa grandeza (Sal 150:1-2). El libro de los Salmos está lleno de ejemplos de personas que declaran de manera específica lo que Dios ha revelado sobre Sí mismo. En particular, alaban a Dios por Su Palabra, Su dignidad y Sus obras (Sal 56:4; 105:2; 145:8-9).7 Esas categorías pueden ayudarnos a ampliar nuestro propio vocabulario de adoración. Es verdad que Dios es grande. Sin embargo, podemos agradecerle específicamente por darnos Su Palabra para que pudiéramos conocer Sus planes, deseos y promesas. Y sí, Dios es increíble. Pero podemos maravillarnos particularmente al considerar que Él creó el universo con una sola palabra. Dios es poderoso. Pero podemos meditar en el hecho de que Él controla los cursos de los planetas y las trayectorias de las flechas (1R 22:29-38). Y, por supuesto, Dios es santo. Pero eso significa que Dios es infinitamente superior a Su creación y que está completamente apartado de toda impureza moral. Sí, Dios es glorioso. Pero vemos Su gloria en toda su perfección cuando pensamos en el Hijo, Jesucristo, colgado en la cruz para salvar a pecadores rebeldes, mostrando así la justicia, la rectitud, la compasión, la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Entiendes la idea. Dios ha dado solamente a los cristianos la oportunidad de exaltarle a través de la alabanza específica. Los verdaderos adoradores no desaprovechan las oportunidades para darle gracias y exaltarle por el evangelio de Jesucristo. A TRAVÉS
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