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#VerdaderosAdoradores
Verdaderos adoradores
Anhelando lo que a Dios le importa
© 2018 Poiema Publicaciones
Traducido del libro True Worshipers: Seeking What Matters to God © 2015 por Bob Kauflin. Publicado por
Crossway, un ministerio editorial de Good News Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U. S. A.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional (NVI) © 1999 por Biblica, Inc. Las citas bíblicas marcadas con la sigla NBLH pertenecen a La
Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy © 2005 por The Lockman Foundation; las marcadas con la sigla RVC, a La
Santa Biblia, Reina Valera Contemporánea ® © 2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la
sigla LBLA, a La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation; las marcadas con la
sigla PDT, a La Palabra de Dios para Todos © 2005, 2008, 2012 por Centro Mundial de Traducción de La Biblia.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un
sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico,
fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial.
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info@poiema.co
www.poiema.co
SDG
A mis hijos:
Megan, Jordan, Devon, Chelsea, Brittany y McKenzie.
Una de las alegrías más grandes de mi vida 
ha sido ver como cada uno de ustedes se ha convertido en 
un verdadero adorador.
PROVERBIOS 23:24
Tabla de contenido
Prólogo
1. Los verdaderos adoradores importan
2. Los verdaderos adoradores reciben
3. Los verdaderos adoradores exaltan
4. Los verdaderos adoradores se congregan
5. Los verdaderos adoradores edifican
6. Los verdaderos adoradores cantan
7. Los verdaderos adoradores siguen cantando
8. Los verdaderos adoradores se encuentran con Dios
9. Los verdaderos adoradores aguardan
Reconocimientos
Notas
C
PRÓLOGO
onocí a Bob Kauflin en un complejo turístico costero del Reino Unido hace más
de una década. Esto puede parecer un ambiente muy agradable para conocer a
un nuevo amigo y líder de adoración, pero créeme, ¡no era el mejor lugar si lo que
estabas buscando era un clima de playa! Los vientos marinos bramaban, y pienso
que la lluvia inglesa se burlaba de nosotros. Lo bueno era que ninguno de los dos
estaba allí de vacaciones. Fuimos para participar en una reunión de varios miles de
líderes de adoración y sus respectivos equipos, y fue una conferencia profunda y
poderosa.
Pienso que lo que más me impresionó al conocer a Bob fue su búsqueda de la
verdad. No me sorprende que su nuevo libro se titule Verdaderos adoradores. En
nuestro primer encuentro recuerdo que Bob me habló sobre la importancia de la
verdad bíblica en nuestros cantos de adoración, y cuán esencial era que las letras de
estos cantos honraran a Dios y transmitieran la Palabra. Y desde entonces la pasión
de Bob se ha manifestado de muchas maneras para que nuestra adoración sea
bíblicamente aguda y penetrante, y nuestras expresiones de adoración sean
teológicamente correctas.
Recuerdo otra conferencia donde también coincidimos, y en particular una ronda
de preguntas y respuestas que iba después del mensaje del expositor. Bob levantó la
mano varias veces, y siempre era para hacer algún comentario apasionado y
significativo, o una pregunta sobre el tema teológico que se estuviera discutiendo
en ese momento. Cuando pienso en aquel día, es casi como si Bob hubiera sido una
mezcla de un dóberman teológico y un labrador pastoral (¡lo cual tiene la intención
de ser un gran elogio!). Fue persistente en cuanto a la revelación bíblica y la defensa
de la verdad, pero lo hizo con mucho amor y gracia.
Él hace exactamente lo mismo en las páginas de este excelente libro. Explica
claramente qué es y qué no es la adoración. Nos muestra categóricamente la
dirección correcta. Pero en cada capítulo lo hace con humildad y cuidado. Si el
tema de la adoración es nuevo para ti, aquí encontrarás un buen fundamento sobre
el cual puedes construir tu aprendizaje. Si ya conoces el tema encontrarás algunos
recordatorios puntuales y adquirirás un mejor entendimiento de verdades antiguas
y gloriosas. Y todo se ha expuesto de una forma útil y meditada.
La adoración es uno de los temas principales de esta vida, pero el asunto nunca
será determinar si la adoración ocurrirá o no en el corazón de un ser humano. Es
más bien si esa adoración irá en la dirección correcta y terminará en el lugar
correcto. Es indudable que toda persona en este planeta será un adorador de algún
tipo y que se entregará sacrificialmente a sí misma en una vida de fervor y
devoción. Pero eso no es garantía de que su adoración vaya por el camino correcto.
Las personas buscarán la manera de adorar cualquier cosa. Pero Dios está
llamándonos todo el tiempo para que nos volvamos a Él, para que volvamos a ser
portadores de Su imagen y reflejos de Su gloria. Él es el único digno de nuestra
adoración. Tal como nos recuerda C. S. Lewis, los ídolos inevitablemente rompen
los corazones de sus adoradores. Pero cuando adoramos a Jesús, sin duda ocurre
todo lo opuesto, y nos encontramos en un lugar de plenitud y satisfacción.
Uno de los pasajes más relevantes de la Escritura en cuanto al tema de la
adoración se encuentra en Apocalipsis 4 y 5. Aquí vemos las cosas como se supone
que deben ser. El trono de Dios está en el centro, y todo lo demás (como dice Harold
Best) se organiza alrededor de ese trono. Vemos un arcoíris que rodea ese trono, y
una multitud de ángeles que hacen exactamente lo mismo: rodean el trono de
Jesús. Esa es una imagen de cómo nuestras vidas deberían verse aquí en la tierra,
así como en el cielo. Se supone que debemos reunirnos alrededor del trono de Dios
y asegurarnos de que Jesús es absolutamente central en la manera como
organizamos nuestras vidas.
Algunos leerán este libro y se percatarán de que han desplazado a Cristo de sus
vidas. Verán cómo, quizás en formas sutiles, alguna otra persona o circunstancia
ha empezado a ocupar ese lugar central. Habrá que hacer algún reajuste y volver a
poner a Jesús y Su trono en el mismo centro de nuestro ser. Otros tendrán una
revelación similar en cuanto a su manera de ver el ministerio que Dios les ha
confiado. Quizás las cosas externas han llegado a ser demasiado dominantes y Dios
te está llamando a hacer un reajuste para renovar tu corazón y tu adoración.
Escucha al Espíritu Santo mientras lees este libro. Prepárate para que Él te guíe, te
recuerde, te reajuste o te sorprenda —para tu bien y para Su gloria.
Este libro te informará, instruirá e inspirará. Bob nos recuerda que hay una razón
detrás de nuestro júbilo, y un contenido detrás de nuestros cantos. Y por último
nos anima a respaldar todo lo que cantamos o decimos con una vida de adoración
exuberante y enfocada en Dios. Volviendo a mi analogía de los perros (¡esperando
que no suene ofensiva!), Bob protege las fronteras teológicas de este libro como
aquel fiel dóberman que no permitirá que tomes posturas y enfoques dañinos y
peligrosos en la adoración. Pero su lado de labrador hace que lleve a cabo toda esta
enseñanza con gentileza, humildad, paciencia y sumo cuidado.
Me complace haberlo conocido todos estos años y haberme beneficiado de su
sabiduría, experiencia y pasión para exaltar a Cristo. Sé que al final de tu lectura
sentirás lo mismo que yo.
MATT REDMAN
E
1
LOS VERDADEROS ADORADORES IMPORTAN
LA ADORACIÓN Y LA REALIDAD
Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos
adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad,
porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
JUAN 4:23
ra el año 1975. Estaba parado en un campo abierto al lado de mi futura esposa,
Julie, en Front Royal, Virginia. Al igual que miles de personas, habíamos
venido a participar de Fishnet, uno de los primeros “festivales cristianos” al aire
libre. Habíamos venido específicamente por la parte musical.
Diversoscantautores y bandas de rock se habían convertido y ahora cantaban
apasionadamente sobre Jesús, y sus canciones llegaban a la iglesia. La
“adoración”, como empezamos a llamarle, era casi indistinguible de lo que sonaba
en la radio. Los tradicionalistas la cuestionaron y le tuvieron miedo. Los jóvenes la
devoraron.
Fishnet y otros festivales como este fueron las primeras señales de que una marea
de adoración estaba a punto de estrellarse contra las costas de la iglesia. En aquel
entonces, las conversaciones sobre la adoración eran relativamente pocas. En tan
solo unos años, la “adoración” ha llegado a ser todo un tema.
ES UN MUNDO DE ADORACIÓN
Décadas más tarde hay un número cada vez mayor de libros, revistas, páginas web
y blogs dedicados solo al tema de la adoración, o al menos a la música de
adoración. La adoración se ha convertido en un movimiento, un fenómeno y, en
muchos lugares, una industria.
Los beneficios son innegables. Este énfasis en la adoración ha producido recursos
que nos ayudan a pensar sobre ella en un sentido más bíblico y completo.1 El
torrente de nuevas canciones de adoración ha sido sorprendente. Aunque muchas
serán olvidadas, parece que algunos himnos modernos seguirán entonándose por
décadas, o hasta por siglos. El canto congregacional se ha revitalizado, y está
surgiendo una nueva generación de músicos que están siendo entrenados para usar
sus dones en la iglesia. Hoy en día vemos cómo grandes estadios se llenan de
jóvenes que no se avergüenzan de adorar a Dios con cantos que proclaman una
pasión por Jesucristo.
Sin embargo, no todo ha sido bueno. Hay congregaciones que se han dividido y
otras que se han destruido por discusiones sobre los estilos de música. Se suele
valorar más la interpretación que la participación, y la tecnología más que la
verdad. Muchas canciones han sido escritas por músicos que no conocen muy bien
sus Biblias, lo que resulta en canciones que carecen del evangelio y de claridad
teológica. Lo peor es que la adoración se ha reducido casi universalmente a lo que
sucede cuando cantamos.
Ya sea que veamos el “fenómeno de la adoración” como algo bueno, algo
negativo o algo que tiene sus pros y sus contras, podemos estar seguros de esto: la
adoración a Dios importa. Nunca es intrascendente. La adoración a Dios siempre
debe ser un tema relevante. Y desde la perspectiva de Dios, lo es. No hay nada más
fundamental para nuestra relación con Dios y para nuestras vidas como cristianos.
No debe sorprendernos que no seamos la primera generación de cristianos en
pensar sobre ella.
EL FIN DE NUESTRA EXISTENCIA
“Hemos de entender que el fin supremo de nuestra existencia es ser contados entre
los adoradores de Dios”.2 Estas palabras fueron escritas por primera vez hace 450
años por el teólogo y pastor francés Juan Calvino. Él no estaba pensando en una
banda conducida por una guitarra e interpretando los últimos éxitos de la música
cristiana, ni en un órgano de tubos acompañado por un coro. Creo que ni siquiera
estaba pensando en la música. Pero sus palabras son tan relevantes para nosotros
hoy como las fueron para su audiencia original. Y ellas resumen la razón por la que
escribí este libro.
La mayoría de nosotros no le damos mucha importancia al “fin supremo de
nuestra existencia”. Las obligaciones, las distracciones, las alegrías, las pruebas y
las tentaciones de esta vida son más que suficientes para mantener nuestras mentes
ocupadas cada minuto del día. ¿Pensar en la eternidad? No hay tiempo para eso.
Cuando pensamos en la vida después de la muerte, lo que solemos anhelar es
reunirnos con seres queridos, cantar eternamente nuestros cantos favoritos de
adoración, tragar todo el chocolate que quisiéramos sin ganar peso, o jugar golf
ininterrumpidamente en un campo perfecto. Los ateos afirman que simplemente
vamos a dejar de existir, así que no piensan en ese futuro. Según ellos, simplemente
morimos.
Como cristiano, creo que las palabras de Calvino son verdaderas para todos
nosotros, seamos religiosos o no. Él no afirmó que todos seremos contados entre los
adoradores de Dios. Más bien, nos anima a ver esto como nuestro objetivo
supremo, nuestro más alto ideal —el gran propósito de nuestra existencia. Ser un
adorador de Dios por la eternidad es mejor que tener todo el poder, la riqueza, el
talento, la inteligencia o el placer que pudiéramos imaginar.
Como estás leyendo este libro, sospecho que al menos eres consciente de la
adoración a Dios. Es posible que tu relación con Dios haya despertado en ti un
deseo de conocerlo de manera más profunda. Tu amor por Dios solo te ha hecho
querer amarlo más.
Quizás fuiste sobrecogido de repente por un sentido de gratitud mientras
cantabas con tu iglesia. A lo mejor ha habido ocasiones en las que has
experimentado la presencia de Dios con tanta fuerza que has querido arrodillarte
en asombro reverente. O tal vez fuiste quebrantado durante tu lectura de la Biblia
al ver lo maravilloso que es Jesús. Es posible que al estar estudiando, trabajando
arduamente o cuidando de un amigo, te hayas dado cuenta de que lo estabas
haciendo para la gloria de Dios, no la tuya, y que eso te haya dado plena
satisfacción.
He vivido todo eso y más. Y cuando lo vivo estoy agradecido, al menos por el
momento, por estar totalmente enfocado en el Dios que me redimió. En esos
momentos, pienso: Sí, ser contados entre los adoradores de Dios es el fin supremo de
nuestra existencia. Y lo seremos por toda la eternidad.
ADORANDO EN LA ETERNIDAD… Y AHORA
Pero ser contado entre los adoradores de Dios en la eternidad y ser contado entre
ellos ahora son dos cosas muy diferentes. En esta vida, la adoración no siempre es
lo que podría ser. Y podrías estar pensando: En mi experiencia, ¡nunca ha sido lo que
podría ser!
Lo entiendo. He sido cristiano por más de cuarenta años y he conocido los
altibajos de lo que significa ser un adorador de Dios. También sé que la idea de la
adoración, dependiendo de a quién se le pregunte, puede sonar apasionante,
terriblemente aburrida, bastante confusa o simplemente irrelevante. Para algunos,
la palabra adoración está llena de expectativas entusiastas; otros tienen que
reprimir un bostezo.
Sin importar cómo la definas, todos luchamos con la adoración a Dios de este
lado del cielo. Quizás puedas identificarte con algunos de estos puntos de vista:
» Adorar a Dios es difícil, si no imposible, debido a circunstancias complejas, a
expectativas insatisfechas o a sufrimientos persistentes. Tu experiencia
parece contradecir la bondad de Dios.
» No entiendes bien cómo la adoración del domingo por la mañana se
relaciona con la adoración en la vida cotidiana.
» Has visto cómo aumentan las tensiones debido a la música que asociamos
con la adoración. Surgen conflictos, los músicos buscan ser el centro de
atención, las iglesias se dividen. Te preguntas si se le ha dado demasiada
importancia a la música.
» Has visto que la música que asociamos con la adoración afecta a los no
creyentes, fortalece el impacto de la verdad bíblica y ayuda a las personas a
responder a Dios de una forma más profunda. Te preguntas si se ha
subestimado la música.
» El “fin supremo de nuestra existencia” parece insignificante cuando estás en
medio de las presiones, demandas y responsabilidades que enfrentas cada
día.
Estoy seguro de que puedes añadir otros puntos de vista a esta lista. Sin embargo,
aun con todos estos desafíos y preguntas, Juan Calvino tenía razón. No hay
propósito más alto que tomar nuestro lugar entre aquellos que se deleitan —
continua, gozosa, completa y eternamente— en nuestro grandioso y extraordinario
Dios. Según el último capítulo de la Biblia, eso es lo que harán todos los cristianos
por la eternidad: “Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en
la ciudad. Sus siervos lo adorarán” (Ap 22:3).
Así que si vamos camino a una adoración eterna, ¿qué significa eso para nosotros
hoy? ¿Hace alguna diferencia? ¿Qué significa ser un adorador de Dios? Espero
contestar estas preguntas y muchas otras en estelibro. Para iniciar, quiero que
veamos una conversación conocida por muchos que ocurrió hace dos mil años.
UNA MUJER Y UN POZO
Era un día sofocante y polvoriento en algún lugar del Oriente Medio, y Jesús estaba
sediento. Se sentó junto al pozo a esperar que llegara una mujer de Samaria que aún
no había conocido.3
—Dame de beber.
Fue una petición sencilla. Pero aquellas tres palabras cruzaron barreras
religiosas, étnicas y morales que habían estado vigentes por generaciones. La mujer
se quedó atónita.
—¿Y cómo es que tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Ella tenía buenas razones para preguntar. En el siglo VIII a. C., Asiria conquistó
Samaria y estableció en ella gente idólatra de otras naciones para que vivieran y se
casaran con los samaritanos. Desde entonces, los samaritanos han sido
despreciados por los judíos. Eran personas a quienes trataban de evitar, no de
buscar ni alcanzar. Usaban una Biblia editada y adoraban a Dios en un templo
distinto.
Por si fuera poco, Jesús era un hombre. Los hombres judíos no debían tener
mucha cercanía con las mujeres, y hablar con una mujer a solas se vería
sospechoso. Jesús no se sintió intimidado.
—Si conocieras el don de Dios, y Quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías a
Él, y Él te daría agua viva.
Jesús no respondió a la pregunta de la mujer. Ni siquiera le volvió a pedir agua.
Él le dice que puede darle de beber. Quería que viera que era ella quien necesitaba
agua. Agua viva. Jesús pasa entonces a hacerle una observación incómoda y
reveladora sobre su vida privada.
—Haces bien en decir que no tienes marido, porque ya has tenido cinco maridos, y el
que ahora tienes no es tu marido. Esto que has dicho es verdad.
No es común que un hombre que acabas de conocer te revele los detalles más
escandalosos de tu vida. La mujer comprendió que Jesús debía ser un profeta.
Quizás Él sabía la respuesta a la pregunta que durante siglos había separado a los
judíos de los samaritanos. Una pregunta sobre la adoración.
—Señor, me parece que eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y
ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén.
A estas alturas la mujer pudo estar tratando de desviar la atención de sus asuntos
personales. Quizás realmente le interesaba resolver el debate entre ambos pueblos.
Incluso es posible que tuviera la esperanza de lidiar de alguna manera con su
pecado. Pero eso no importaba. Esta vez, Jesús respondió su pregunta.
—Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán
ustedes al Padre. Ustedes adoran lo que no saben; nosotros adoramos lo que sabemos;
porque la salvación viene de los judíos.
Jesús le dijo a la mujer que su conocimiento sobre la adoración era insuficiente.
La geografía terrenal era una categoría que desaparecería. Ella ni siquiera conocía
al que decía adorar. Y eso fue después de haberle señalado la incongruencia entre su
vida y la religión que profesaba. Jesús continuó.
—Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre busca que lo adoren tales
adoradores.
¿En espíritu y en verdad? ¿El Padre busca? Es una respuesta típica de Jesús:
inesperada, enigmática y con implicaciones que iban mucho más allá de lo que la
mujer podría haber soñado. Implicaciones que nos afectan a ti y a mí.
• • •
El hecho de que Jesús tuviera esta conversación con una mujer inmoral en un
pueblo desconocido debería decirnos algo. Dios no está buscando adoradores entre
las personas importantes y populares, entre las que tienen poder y éxito. El Creador
del universo está buscando verdaderos adoradores en todas partes.
Pero ¿por qué está Dios buscando algo? Si todo lo sabe y todo lo ve, no es posible
que se le pierdan las cosas. Y si Dios es autosuficiente, no tiene ninguna necesidad.
¿Por qué Dios buscaría algo?
Buscamos lo que es importante para nosotros. Buscamos lo que tiene valor. Y
Dios está buscando verdaderos adoradores, porque a Dios le importan los
verdaderos adoradores.
LO QUÉ ESTÁ POR DELANTE
Para quienes pensamos sobre la adoración principalmente en términos de
experiencias emocionales motivadas por la música, la conversación de Jesús con la
mujer samaritana debería ser reveladora. Jesús estaba hablando sobre “verdaderos
adoradores” y no mencionó la música ni una vez. No hubo ni siquiera un
murmullo sobre bandas, órganos, teclados, coros, baterías ni guitarras — tampoco
sobre flautas, liras ni panderetas.
¿Podemos saber qué significa ser un verdadero adorador sin hablar de música?
Parece que sí. Hablaremos de música, pero no empezaremos con ella. La música es
una parte de la adoración a Dios, pero nunca debe ser el centro de la misma.
Jesús le dijo a la mujer que los “verdaderos adoradores” son los que “[adoran] al
Padre en espíritu y en verdad”. Añadió de manera enfática que “Dios es Espíritu; y
es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad” (Jn 4:24). En
general, la adoración en espíritu y en verdad es aquella que surge de un corazón
sincero y encaja con la verdad de la Palabra de Dios. Pero Jesús estaba diciendo
algo más.
Adorar a Dios en verdad, declaró el erudito del Nuevo Testamento D. A. Carson,
“se trata ante todo de una manera de decir que debemos adorar a Dios por medio de
Cristo. En Él las sombras están siendo destruidas para que veamos claramente la
realidad”.4 Jesús concede el Espíritu que da vida, quien produce ríos de agua viva
en el alma del creyente (Jn 7:38-39). El Espíritu da vida a nuestros espíritus y nos
permite conocer, amar y adorar a Dios el Padre a través de Jesucristo.
En otras palabras, se necesita a Dios para adorar a Dios.
Así que allí empezaremos. Jesús le dijo a la mujer samaritana no solo que el Padre
buscaba verdaderos adoradores, sino que Él había venido para hacer de ella uno de
ellos. Su historia es la historia de todo verdadero adorador. Empezamos
reconociendo nuestra incapacidad para adorar a Dios a menos que Él nos traiga por
Su gracia y se nos revele a través de Su Palabra.
Partiendo de esta verdad, hablaremos sobre la esencia de la adoración a Dios, que
es exaltarle en nuestros corazones y con nuestras acciones. Cualquier definición de
la verdadera adoración que niegue o le reste importancia a la supremacía,
autoridad y carácter único de Dios no es bíblica y conducirá a la idolatría.
Aunque Dios nos llama individualmente para ser verdaderos adoradores, Su plan
siempre fue tener un pueblo que le diera gloria en esta vida y en la venidera (Éx 19:5-
6; 1P 2:9-10). Por tanto, hablaremos un poco sobre esa parte histórica y sobre los
beneficios de reunirse con los que Dios ha redimido: la comunidad de adoradores.
La adoración es primariamente sobre Dios, pero no es exclusivamente sobre Dios.
Dios quiere recibir la gloria cuando servimos a otros con nuestros dones. De hecho,
esa es una de las principales razones por las que nos reunimos. Cuando ejercemos
nuestros dones, Dios está en medio de nosotros edificándonos como individuos y
como iglesia local. Así que estaremos hablando sobre los aspectos horizontales de
la adoración a Dios.
Uno de esos aspectos horizontales es el área de la música, la cual suele ser
bastante problemática y tentadora. Dedicaré dos capítulos a la música,
probablemente porque tengo treinta y cinco años dirigiendo el canto
congregacional. El primero de esos capítulos se enfoca en las razones por las que
Dios quiere que cantemos juntos, y el segundo trata sobre los desafíos que suelen
surgir.
Adorar a Dios se asocia muchas veces con Su presencia. Pero ¿cómo es que el
Espíritu de Dios mora entre nosotros? ¿Se supone que nos percatemos de las formas
en que Él está obrando? ¿Cómo podemos “[buscar] siempre Su rostro”, como se nos
instruye en el Salmo 105:4, sin dejar de ser bíblicos y sin llegar a ser dirigidos por
nuestras emociones? Consideraremos estas preguntas y muchas otras al estudiar
las formas en que Dios obra en medio de Su iglesia y lo que significa encontrarsecon Él.
Finalmente, reflexionaremos sobre lo que Calvino nos anima a ver como el fin
supremo de nuestra existencia: ser contados entre los adoradores de Dios en la
eternidad. En 1 Pedro, el apóstol expresó a sus lectores: “… pongan su esperanza
completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo” (1P 1:13).
Eso es lo que empezaremos a hacer en el último capítulo al reflexionar sobre la
adoración para nosotros hoy, y sobre la dicha inimaginable que nos espera cuando
adoremos por la eternidad.
UNA PERSPECTIVA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN
Tengo que confesar que quería escribir un libro más extenso. Quería explorar cómo
ser un verdadero adorador se relaciona con temas como la oración, la
evangelización, las ordenanzas, el ministerio a los pobres, el estudio de la Biblia,
las disciplinas espirituales y otros. Pero un libro más extenso probablemente
significaría que lo leerían menos personas. Así que me resistí.
Lo que he tratado de hacer es centrarme en las áreas que me han parecido
problemáticas entre cristianos durante los treinta años que he servido como pastor,
muchas de las cuales tienen que ver con nuestras reuniones. Sucede que son áreas
con las cuales yo también he luchado.
Hay muchas formas en las que somos como aquella mujer samaritana. Ella no
conocía a Dios tan bien como creía. Le costaba conectar la adoración
congregacional con su vida diaria. No sabía bien dónde y cómo podía adorar a
Dios. Y no tenía claro con quién se suponía que debía adorar.
Las palabras que Jesús le habló también nos hablan a nosotros. Él nos ayuda a
ver que la adoración empieza con la gracia abundante de Dios, no con nuestros
grandes esfuerzos. Nos muestra que Él es el centro de la verdadera adoración, no
nuestras preferencias personales, experiencias emocionales ni tradiciones
religiosas. Nos presenta nuevas realidades que nos satisfacen profunda y
eternamente, que nos liberan de la esclavitud a cosas que sabemos solo satisfacen
temporalmente.
La mujer samaritana pensaba que entendía la adoración. Pero su entendimiento
fue radicalmente alterado por su encuentro con Jesús junto al pozo. ¿Cómo
responderíamos si Jesús quisiera alterar nuestro entendimiento de la adoración?
¿Será que en vez de querer recibir algo de nosotros, Dios primero tiene algo que
darnos?
¿Será que la adoración ni siquiera empieza con nosotros?
T
2
LOS VERDADEROS ADORADORES RECIBEN
LA ADORACIÓN Y NUESTRA INCAPACIDAD
¿Quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo recibiste, ¿por qué presumes
como si no te lo hubieran dado?
1 CORINTIOS 4:7
engo un buen amigo llamado Craig que asistió al seminario hace unos años.
Estaba tomando muchas materias y también hacía una especie de pasantía sin
recibir pago alguno. Como muchos otros estudiantes de seminario, no tenía nada
de dinero.
Craig seguía estando en contacto con un amigo de la universidad que había
conseguido un muy buen trabajo. De vez en cuando salían a comer a algún
restaurante local. Pese a las protestas de Craig, el amigo siempre pagaba la cuenta.
Finalmente, Craig se rebeló y le dijo: “Por favor, ¡déjame pagar!”.
Su amigo ni se inmutó. “Craig, ¿por qué te cuesta tanto recibir? Si no puedes
recibir, ¡no puedes ni siquiera ser cristiano!”.
El amigo de Craig tenía razón. Nuestra primera responsabilidad como cristianos
no es darle algo a Dios, sino recibir de Él. Más aún, podemos afirmar que cuando se
trata de ser un verdadero adorador, nuestro llamado es a recibir de Dios de
principio a fin.
Hay dos aspectos en cuanto a nuestro recibir. Primero, necesitamos ser invitados
y capacitados. Hemos de reconocer que no podemos acercarnos a Dios por nuestros
propios medios. Segundo, Dios debe mostrarnos cómo es Él en realidad. Jesús
declaró: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt 11:27). No podemos comprender a Dios
por nuestra propia cuenta. Al igual que como sucedió con la mujer samaritana,
Dios debe revelársenos antes de que podamos responderle adecuadamente.
Recibir el regalo de una comida es una elección entre ser amable o grosero. Sin
embargo, recibir el regalo de la adoración es un asunto de vida o muerte. Dios lo
deja muy claro en toda la Escritura, y lo hace desde el principio.
LOS PRIMEROS ADORADORES
La Biblia empieza con las palabras “Dios, en el principio”. No dice: “Adán, en el
principio”, ni: “Los animales, en el principio”, ni: “Una nube gaseosa, en el
principio”.
Dios, en el principio…
Antes de todas las cosas, Dios ya era. Un Dios que era y es perfectamente feliz, e
incomprensiblemente radiante, que estuvo y está completamente satisfecho y “que
vive en luz inaccesible” (1Ti 6:16). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se deleitan
continuamente en las perfecciones de cada uno desde la eternidad pasada (Jn 17:5,
24).1 Por Su deseo de mostrarnos Su gloria y de compartir Su gozo con nosotros,
Dios actuó. Creó un universo, una galaxia llamada la Vía Láctea, nuestro sistema
solar, el planeta Tierra y un lugar llamado Edén.
Edén era un lugar idílico. No había pecado. No había imperfecciones. No había
decadencia ni contaminación. Era el paraíso. Pero no era el entorno lo que hacía al
Edén tan especial. Era Su presencia. La primera pareja vivió en un mundo
resplandeciente con la presencia y la gloria de Dios. Adán y Eva sabían
instintivamente por qué habían sido creados. Respiraban, comían, dormían, se
recreaban y trabajaban para exaltar la bondad y la grandeza de Dios.
D. A. Carson explica que durante este tiempo previo a la Caída,
“… los portadores de la imagen de Dios se deleitaban en la perfección de Su creación y en el placer de Su
presencia precisamente porque estaban perfectamente orientados hacia Él. Todavía no se había revelado
ninguna provisión de redención, pues no era necesaria. No era necesario exhortar a los seres humanos a
que adoraran; toda su existencia giraba en torno al Dios que los había hecho”.2
Nuestros primeros padres nacieron adorando. Pero cuando comieron del fruto
prohibido, su adoración fue desviada. Al haber sido engañados por una serpiente,
rechazaron el regalo de adorar a Dios y escogieron adorarse a sí mismos. Pensaron
que podían ser mejores que Dios. Estaban equivocados. Y como resultado de su
decisión, toda la creación quedó sujeta a la futilidad y la desesperación.
Avergonzados, confundidos y asustados, Adán y Eva trataron de ocultarle a Dios
su desnudez y rebelión. Pero Dios los buscó. En vez de matarlos, lo cual tenía todo
el derecho de hacer, Dios cubrió a Adán y a Eva con pieles de animales. Dios
derramó la primera gota de sangre en Su creación. Por nosotros. Él salió a
buscarnos y proveyó para nosotros cuando todo lo que queríamos hacer era huir de
Él.
INCAPACES POR NUESTRA PROPIA CUENTA
Nuestra necesidad de que Dios haga posible nuestra adoración es evidente a lo largo
de toda la Escritura. Caín y Abel traen una ofrenda al Señor, pero Dios solo acepta
la de Abel. Más tarde aprendemos que fue porque Abel la ofreció con fe, no
confiando en sus propios esfuerzos sino en Dios (Heb 11:4). Caín se sintió
desconsolado, y el primer servicio de adoración que vemos en la Escritura resulta
en la muerte de un adorador en manos de otro.
Dios sigue invitando y buscando. Rescata a Noé y a su familia del diluvio, y la
esperanza se restaura momentáneamente. Pero al poco tiempo la torre de Babel
demuestra nuevamente que nuestra brújula de adoración ya no funcionaba.
Años más tarde, Dios llama a Abraham y le pide que salga de la ciudad pagana de
Ur, prometiéndole que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas (Gn
12:2; 15:5). Abraham se queda pasmado, pero Dios quiso desplegar nuestra
incapacidad y Su gracia al hacer posible que Sara, una anciana estéril, concibiera
un hijo.
Después de que Israel pasó cuatrocientos años en Egipto, gran parte de ellos como
esclavos, Moisés intenta liberarlos, fracasa y luego escapa al desierto a cuidar
ovejas por cuarenta años. Allí Dios se reveló a Moisés en unazarza ardiente como
Aquel que es autosuficiente: “YO SOY EL QUE SOY” (Éx 3:14). “Haré de ustedes Mi
pueblo; y Yo seré su Dios. Así sabrán que Yo soy el Señor su Dios, que los libró de la
opresión de los egipcios” (Éx 6:7). La iniciativa de Dios es más que evidente:
“Haré… seré… Yo soy el Señor… que los libró…”.
Tan pronto los libra, Dios se reúne con Su pueblo en el monte Sinaí. Les da leyes
para que las obedezcan y les muestra los sacrificios que deben ofrecer cuando las
desobedezcan. Estas dos provisiones misericordiosas hicieron posible que ellos se
acercaran a un Dios santo sin ser consumidos.
En los siglos posteriores, Dios envía profeta tras profeta para revelar Su carácter
y mandamientos a los israelitas. Pese a las incontables iniciativas, Israel sigue
codiciando a sus ídolos en lugar de buscar refugio en su Esposo y Creador (Is 54:5).
El Antiguo Testamento no termina con una gran celebración, sino con la
dolorosa conclusión de que todos nuestros esfuerzos por darle gloria a Dios
resultan en fracaso y condenación. Si Dios quería tener un pueblo que le adorara
con todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas, tenía que
hacer Él mismo que eso ocurriera.
Después de cuatrocientos años, eso fue exactamente lo que hizo. Jesús vino al
mundo. En un acto de amor incomprensible, la Deidad se hizo polvo, el Creador se
hizo maldición por nosotros (Gá 3:13). Dios vino en Cristo para restaurar la relación
que rechazamos en el Edén. Aprendemos que el regalo más grande que Dios nos da
es Él mismo.
Jesús es la evidencia suprema de que Dios ha hecho posible que le adoremos, no
solo en esta vida sino por toda la eternidad. Nuestras ofrendas están contaminadas
con nuestra autoconfianza y nuestra vanagloria, pero Jesús se despojó de Su gloria
para agradar a Su Padre en nuestro lugar. La vida perfecta de Jesús, Su muerte
sustitutiva en la cruz, Su resurrección física y Su ascensión gloriosa aseguraron de
una vez por todas que aquellos que confían en Él pueden ser contados entre los
adoradores de Dios.
Dios ha estado buscando a todos aquellos que estén dispuestos a recibir el regalo
de adorarle. En Su soberana misericordia, resulté ser uno de ellos.
UN INVITADO INOPORTUNO
A diferencia de Su manifestación visible a Moisés, Dios no me habló en el desierto a
través de una zarza ardiente. Mi historia es mucho más mundana. Dios me
encontró en el edificio del centro estudiantil universitario a través de un fiel
cristiano, al que siempre quería evitar.
De vez en cuando, este chico —no recuerdo su nombre, así que lo llamaré Manuel
— pasaba por mi cuarto para que conversáramos un poco. De alguna manera u
otra, la conversación siempre llevaba a temas espirituales. Manuel era de la
Cruzada Estudiantil para Cristo. Se notaba que no estaba impresionado con mi
espiritualidad y quería que habláramos sobre esto.
En mi opinión, yo ya era espiritual. Leía el Nuevo Testamento casi cada noche y
oraba antes de las comidas. Cuando era estudiante de primer año de secundaria
asistí a un seminario menor con la intención de prepararme para el sacerdocio
católico, pero este clausuró por falta de alumnos. Aunque no pude realizar esos
estudios, mantuve un comportamiento “espiritual” mientras cursé la secundaria.
No ingería bebidas alcohólicas, no maldecía, no me drogaba ni me acostaba con
chicas. Iba a la iglesia todos los domingos.
Era tan “espiritual” que a los trece años comencé a escribir un libro que
humildemente llamé Seis pasos sencillos para ser perfecto. En serio.
Definitivamente me consideraba espiritual. Pero al parecer no era lo
suficientemente espiritual para Manuel. Así que un día finalmente le dije que
podíamos reunirnos, y pensé que lo escucharía con cortesía y que tal vez hasta
podría aclararle algunas cosas.
UN REGALO INESPERADO
No recuerdo todos los detalles de aquella conversación. Pero hay una parte que
nunca olvidaré. Después de unos minutos, Manuel sacó una Biblia.
“¿Alguna vez has leído este versículo?”, preguntó.
Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios
(Ro 3:23, NBLH).
Sí, lo había leído. Y pensaba que el significado era evidente. Claro que había
pecado. Ya sabía que no era perfecto y no pretendía serlo. A medida que seguía
nuestra conversación, recuerdo tener la clara impresión de que no alcanzar la
gloria de Dios era peor de lo que había pensado.
Manuel me llevó a otro versículo.
Porque la paga del pecado es muerte… (Ro 6:23).
A lo largo de mi vida razoné que siempre y cuando hiciera lo mejor que pudiera y
me confesara cuando no fuera así, Dios me mostraría misericordia. Tendría que
dejarme entrar al cielo cuando muriera. Pero la verdad era que nunca hacía lo
mejor que podía. Jamás. No solo estaba confiando en mi propia “bondad”, sino que
ni siquiera lograba vivir a la altura de mis propios estándares.
No era que desconocía lo que Dios quería. Sabía exactamente lo que Él quería y
me enorgullecía de guardar unas pocas reglas mientras que ignoraba o no cumplía
muchísimas otras. Debí haber estado muerto. Pero no lo estaba.
Por primera vez en mi vida empecé a ver cuán radicalmente distinta era la
perspectiva de Dios de la mía. Me veía a mí mismo como un chico sincero con dos o
tres problemitas. Dios me veía como un rebelde que desafiaba abiertamente Su
bondad y Sus justas leyes. Nada que hubiera hecho o pudiera hacer cambiaría mi
condición ante a Él. Él era santo, yo era impío. Él era puro, yo era impuro. Él era el
Juez justo, yo era el pecador condenado.
Leímos el resto de ese versículo.
… mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Hasta esa noche creía que el favor de Dios era algo que se ganaba por hacer
buenas obras y evitar las malas. Pero aquí Dios afirmaba que la vida eterna era un
regalo.
Para reforzar su punto, Manuel me dio un lápiz.
“Este regalo es para ti. Es tuyo”, me insistió. No sabía a dónde iba con esto.
Luego me preguntó: “¿Hiciste algo para ganar ese regalo?”.
“No”.
“¿Pagaste por ese regalo”.
“No”.
“¿Te voy a quitar ese regalo?”.
“No”.
Una luz comenzó a irrumpir. El significado de la cruz se hacía más claro. Jesús
vino a morir en mi lugar para darme un regalo. No era algo que tuviera que ganar.
No tenía que demostrar que era digno de él ni esforzarme para conservarlo. Era un
regalo, un don, una dádiva.
Jesús sí hizo lo mejor que pudo. Y fue perfecto. Ningún defecto, ningún fracaso,
ningún pecado. Luego tomó sobre Sí el castigo que yo merecía por todos mis
pecados —pasados, presentes y futuros. La ira de Dios cayó sobre Él y no sobre mí.
Él clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, para que yo
nunca tuviera que hacerlo.
Es lo que expresó el escritor de himnos cuando escribió:
Feliz yo me siento al saber que Jesús,
Librome de yugo presor;
Quitó mi pecado, clavolo en la cruz:
Gloria demos al buen Salvador.3
Es lo que Dios mismo nos dice en Su Palabra: “Él mismo, en Su cuerpo, llevó al
madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia.
Por Sus heridas ustedes han sido sanados” (1P 2:24).
A través de Su muerte en mi lugar, Jesús venció todo lo que me apartaría del
cielo: el pecado, la muerte, los demonios y el infierno. Si me arrepentía de mi estilo
de vida egocéntrico y creía que la muerte de Cristo había pagado por completo la
deuda que tenía para con Dios, sería perdonado. Reconciliado con Dios. Adoptado
en Su familia. Eternamente.
Era demasiado bueno para ser verdad. Pero la gracia siempre lo es. O venimos a
Dios por gracia o no venimos. Venimos a recibir un regalo, no a hacer una obra. No
creamos la adoración; respondemos a lo que hemos recibido en Jesucristo: vida
eterna. Y ese regalo sigue siendo la base sobre la cual venimos a adorar a Dios.
Por eso Pablo le recuerda a Tito: “Pero, cuando se manifestaron la bondad y el
amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de
justicia, sino por Su misericordia…” (Tit 3:4-5). La misericordia que se merece ya
no es misericordia.
Y la adoración que no inicia con misericordiaya no es adoración.
REVELACIÓN Y RESPUESTA
La capacidad y el deseo de adorar a Dios es algo que Él mismo nos da. Sin embargo,
ese regalo incluye algo más. A medida que Él nos acerca y nos capacita, Dios se nos
revela. Nos dice quién es. Si Él no nos imparte de Su gracia, no solo somos
incapaces de adorarle, sino que ni siquiera sabemos a quién estamos adorando.
Dios tiene que decírnoslo. Y lo ha hecho por medio de la Biblia.
La noche en que me reuní con Manuel, no fueron sus excelentes habilidades de
comunicación ni sus poderes persuasivos los que me cambiaron. Dios usó a
Manuel, pero fue el Espíritu de Dios a través de Su Palabra que abrió mis ojos para
que yo pudiera ver. La Palabra de Dios me reveló lo que Su santidad exigía de mí,
cuán lejos estaba de alcanzar Su gloria y cómo Dios mismo vino en Jesucristo para
satisfacer lo que requería.
La adoración que Dios acepta, escribe el teólogo Derek Kidner, “debe ser más que
adulación y más que conjeturas. Es el homenaje apasionado de los que están
comprometidos con Aquel que se ha revelado”.4 Nuestra adoración empieza cuando
Dios se nos revela, y esa misma revelación es lo que la sustenta. El pastor británico
Vaughan Roberts completa ese pensamiento:
La adoración nunca inicia con nosotros; siempre es una respuesta a la verdad. Fluye de un
entendimiento de quién es Dios y de lo que ha hecho por nosotros en Cristo. Inicia con Su revelación y
redención. Por ello, debemos asegurarnos de que la Biblia, la cual contiene esa revelación y nos muestra
la obra de la redención, permanezca en el centro de nuestras reuniones y de nuestras propias vidas
espirituales.5
Si Dios no se nos hubiera revelado, no sabríamos en quién confiar, a quién
obedecer, a quién darle gracias ni a quién servir. No sabríamos cómo es Dios, lo que
ha ordenado ni lo que ha prometido. Ante todo, no sabríamos cómo nos acercó a Sí
mismo y a Su familia a través del sacrificio sustitutivo de Su Hijo en la cruz.
Debemos conocer todas esas verdades si queremos adorar a Dios por quien es Él.
La verdadera adoración siempre es una respuesta a la Palabra de Dios. John Stott
dijo sabiamente: “Dios debe hablarnos antes de que tengamos la libertad de
hablarle. Debe revelarse a nosotros antes de que podamos ofrecerle lo que somos en
una adoración aceptable. La adoración a Dios siempre es una respuesta a la Palabra
de Dios. La Escritura dirige y enriquece nuestra adoración de una forma
maravillosa”.6 La Palabra de Dios siempre dirige y enriquece nuestra adoración a
Dios. Pero más que eso, es fundacional. No podemos adorar a Dios sin Su Palabra.
Ella define, dirige e inspira nuestra adoración. La Escritura provee el combustible
doctrinal para nuestro fuego emocional.
Conocer a Dios a través de Su Palabra nos permite recibir lo que necesitamos para
adorarle.
ACLARANDO ALGUNAS IDEAS ERRÓNEAS
Sin embargo, a algunos cristianos les cuesta conectar la adoración a Dios con Su
Palabra. Se preguntan: ¿No se supone que la adoración tiene que ver con nuestras
emociones más que con nuestras palabras? Si la gente solo usa la Biblia para discutir,
¿para qué usarla? ¿No se supone que la adoración tiene que ver más con el Espíritu?
¿Por qué cuesta tanto entender la Biblia?
Cada una de estas preguntas revela algunas ideas erróneas en cuanto a la Palabra
de Dios. La Palabra es un regalo de Dios que nos capacita para adorarle. Si no
corregimos estas ideas, no podremos recibir las riquezas de la gracia que Dios nos
invita a disfrutar a través de Su Palabra. Considerémoslas una por una.
Idea errónea #1: La adoración tiene que ver con nuestras emociones más que con
nuestras palabras. Una vez conocí a un matrimonio cuya relación había
comenzado de manera singular. Él hablaba inglés; ella hablaba ruso. Tan pronto se
dieron cuenta de su atracción mutua, supieron que las miradas, las emociones y los
gestos eran un fundamento inadecuado para un matrimonio. Así que uno de ellos
aprendió a hablar el idioma del otro. Las relaciones significativas requieren
palabras.
Es por esto que Dios usa palabras para invitarnos a entrar en una relación con Él.
Estas palabras se encuentran en la Biblia. La Escritura no es una serie de versículos
aislados que tienen algún poder mágico en sí mismos. En conjunto y con el poder
del Espíritu de Dios, estos versículos establecen la comunicación con nosotros y
nos dicen cómo es Él. Pero la Biblia no solo nos habla sobre Dios; es Dios mismo
quien nos habla (Heb 4:12). La Palabra de Dios es la forma principal en la que Dios
inicia y profundiza nuestra relación con Él, y es esencial para la verdadera
adoración.
Sin duda, la adoración implica más que palabras, y habrá ocasiones en las que
adoremos a Dios sin palabras. Pero aun así, “nuestro único acceso a una verdadera
relación con el Dios vivo en la que las palabras a veces desaparecen es precisamente
en y a través de las palabras que Dios nos habla”.7
Muchos cristianos piensan que la predicación es “algo de la mente” y que la
adoración es “algo del corazón”. Estarían felices si el sermón se redujera de manera
que pudiera dedicarse más tiempo a la “adoración”, refiriéndose a los cantos. La
misma actitud puede reflejarse en un desagrado por los cantos que son “largos” o al
creer que la lectura de la Escritura “interrumpe” la adoración.
Ahora bien, podría ser que la predicación en tu iglesia sea mediocre y que la
música sea impresionante. Pero la Palabra de Dios —leerla, estudiarla, predicarla,
escucharla, orarla y cantarla— es indispensable para esos verdaderos adoradores
que Dios está buscando. El estudio de la Biblia no apaga nuestra adoración a Dios,
más bien la orienta y la enciende. Dios siempre será mucho mejor de lo que
pudiéramos imaginar por nuestra cuenta.
Si queremos crecer como verdaderos adoradores de Dios, no podemos limitarnos
a escuchar más música —tenemos que encontrarnos con Él en nuestras Biblias.
Idea errónea #2: La gente solo usa la Biblia para discutir. Hace años un líder en una
conferencia nos pidió que gritáramos los nombres de nuestras denominaciones.
Todos lo hicimos a la vez, así que no se entendió nada. Luego nos pidió que
gritáramos el nombre de la cabeza de la iglesia, y todos proclamamos a una voz:
“¡Jesús!”. “¿Ven?”, dijo. “La doctrina nos divide. Jesús nos une”.
Aunque aprecié la intención de este líder de honrar a Jesús, su conclusión en
realidad lo deshonró porque no era conforme a la verdad. Doctrina es una palabra
que significa “algo que se enseña”. Se refiere a todo lo que la Biblia enseña sobre un
tema en particular, como la adoración, la santidad o los últimos tiempos. Todos
tenemos una doctrina. Tu doctrina es buena si afirma y corresponde a lo que
enseña la Biblia. De lo contrario, es mala doctrina.
Los cristianos hemos debatido durante siglos por asuntos doctrinales
secundarios. Eso no debe sorprendernos si tomamos en cuenta nuestros corazones
pecaminosos y el deseo de Satanás de separarnos. Sin embargo, el Nuevo
Testamento advirtió que los falsos maestros se infiltrarían en las filas de la iglesia
(Hch 20:29-30; 2Co 11:13). Muchas de las verdades más preciosas que creemos hoy
en día se definieron con mayor claridad como respuesta a herejías. Las verdades de
la fe cristiana se han probado y confirmado en el fuego de la controversia y el
conflicto.
Las personas discuten sobre la Biblia porque su contenido es un asunto de vida o
muerte. En primer lugar, Dios se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu
Santo, tres personas que existen en un solo Dios. Se nos ha revelado de forma más
plena en Jesús, la segunda persona de la Trinidad, que existía desde antes de la
fundación del mundo con el Padre y el Espíritu Santo. Todo fue creado por medio
de Él. Nació de una virgen, vivió una vida perfecta de obediencia a Dios, y padeció
la ira de Dios por todos los pecados de aquellos que confiarían en Él. Fue levantado
físicamente de entre los muertos y ascendió a la derecha de Su Padre. Ha derramado
el Espíritu Santo sobre aquellos que confían en Él; y regresará un día triunfante
para vivir conSu esposa, la iglesia, para siempre.
En otras palabras, no es cierto que si solo adoramos a Dios, el resto es irrelevante
o se resolverá por sí solo. Si no estudiamos cuidadosamente nuestras Biblias, no
conoceremos al Dios que estamos adorando. Cuando dejamos de ser específicos
sobre quién es Dios y lo que ha hecho, en realidad estamos afirmando que
queremos nuestro propio Dios. Sin embargo, la verdadera adoración no se basa en
nuestras propias opiniones, ideas, experiencias, suposiciones o en algún
denominador común.
Como nos lo recuerda el autor Michael Horton: “La imprecisión en cuanto al
objeto de nuestra alabanza inevitablemente conducirá a que el objeto sea nuestra
propia alabanza. Por tanto, la alabanza se convierte en un fin en sí misma, y
quedamos atrapados en nuestra ‘propia experiencia de adoración’, no en el Dios
cuyo carácter y acciones son el único objeto apropiado”.8
La adoración que se da a un Dios que no estamos dispuestos a definir termina
siendo un producto de nuestra propia imaginación, no un regalo de Dios.
Idea errónea #3: La adoración tiene que ver más con el Espíritu que con la Palabra. En
su carta a los filipenses, Pablo escribió que los cristianos somos los que “por medio
del Espíritu de Dios adoramos” (Fil 3:3). Él afirmó lo que hemos estado tratando en
este capítulo: que hemos sido adoptados en la familia de Dios por medio de la obra
del Espíritu de Dios, no por medio de nuestros esfuerzos o méritos.
Sin embargo, por años pensé (y no soy el único) que Pablo había expresado que la
adoración “en el Espíritu” se refería al canto espontáneo, a la intensificación de las
emociones y a la búsqueda de experiencias. Quizás hayas pensado algo similar. He
estado en reuniones, e incluso he dirigido algunas, donde el objetivo de la noche
era cantar y permitir que el Espíritu Santo se moviera en medio de Su pueblo e
hiciera lo que quisiera. A veces se les llama “Noches del Espíritu Santo”. En esas
ocasiones tendemos a minimizar la importancia de la Escritura, la planificación y
el orden.
El Espíritu de Dios y Su Palabra no son contrarios. En primer lugar, fue el
Espíritu quien nos dio la Escritura: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia” (2Ti 3:16).
La palabra “inspirada” es una clara referencia a la obra del Espíritu en la autoría de
las palabras de la Biblia por medio de instrumentos humanos.
Esto implica que nuestra adoración debe ser evaluada a la luz de lo que Dios ha
revelado en la Biblia y someterse a esa revelación. El Espíritu está conectado de una
forma íntegra y estrecha con Su Palabra.
Cada iglesia o individuo que dice vivir bajo la dirección del Espíritu debe
alimentarse de la Palabra. Si queremos experimentar más poder del Espíritu en
nuestras vidas, tenemos que llenarnos de las riquezas de Su Palabra.
Idea errónea #4: La Biblia es muy difícil de entender. A veces pensamos que
deberíamos ser capaces de entender la Biblia como si fuera una receta para hacer un
pastel o un libro de texto de sexto grado. Pero si pudiéramos entender a Dios de una
forma fácil o plena, ya no sería digno de nuestra adoración. Ya no sería Dios.
Cuando la Escritura usa palabras como insondable, impenetrable e incomparable
para describir a Dios (como en Sal 145:3; Ro 11:33; Ef 1:19), deberíamos esperar que
nuestras mentes sean llevadas hasta los límites en nuestro intento por conocerlo.
Estudiar a Dios en Su Palabra puede parecer laborioso y difícil. Puede parecer
mundano, excesivamente intelectual. Algunos textos requerirán de varias lecturas
y de mayor reflexión. No obstante, el Espíritu Santo, quien primero inspiró las
palabras de la Escritura, ahora ilumina nuestros corazones para que podamos
recibirlas y entenderlas. Él está deseoso de abrir nuestros ojos para que veamos
cosas maravillosas en Su Palabra (Sal 119:18).
Pero no tenemos que hacerlo solos. El Espíritu ha capacitado a personas en la
iglesia para que ayuden al pueblo de Dios a entender mejor la Escritura, y los
pastores son los primeros en esa lista. También podemos aprovechar comentarios,
Biblias de estudio y libros.9 Los mejores explican lo que dice un pasaje según su
contexto literario e histórico, y según su lugar en la historia de la redención. Son
aquellos libros que nos llevan a valorar más la Escritura. Los peores son los que
ofrecen meras opiniones o siembran dudas. Al comentar sobre la sabiduría y la
necesidad de leer otros libros, Charles Spurgeon afirmó: “El que no usa las
reflexiones de otros cerebros, prueba que carece de uno propio”.10
Cuando nos tomamos el tiempo para leer y reflexionar sobre Dios como el objeto
de nuestra adoración, invertimos energía con el fin de tener un verdadero
conocimiento del Ser más glorioso y precioso del universo. Ese conocimiento es un
regalo de Dios que nos permite amarle con más pasión, obedecerle con más
constancia, servirle con más gozo y confiar en Él con más seguridad. Es lo que nos
permite ser contados entre los adoradores de Dios.
SIEMPRE RECEPTORES
Nuestra primera responsabilidad como adoradores es entender lo que Dios nos ha
dado en Jesucristo y en el Espíritu Santo. Negarse a venir a Dios por gracia o tratar
de conocerlo sin la Biblia nos aleja de Dios, no nos acerca. Es más, Dios nos da Su
Espíritu “para que entendamos lo que por Su gracia Él nos ha concedido” (1Co
2:12). Por nosotros mismos nunca imaginaríamos cuán lleno de gracia y bondadoso
es Dios. Si pensabas que la adoración estaba centrada en ti, estas son buenas
noticias. Noticias increíbles.
Dios ha removido todos los obstáculos que nos impedían tener una relación con
Él. Si venimos por gracia, no hay nada que se interponga en el camino de nuestra
adoración a Él. Nada.
Una de las referencias más específicas a la invitación que Dios nos hace se
encuentra en Hebreos. Después de explicar cuán inadecuados eran los sacerdotes y
los sacrificios del Antiguo Testamento para abrirnos el camino hacia Dios de
manera plena y permanente, el autor expresó esto:
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar
Santísimo, por el camino nuevo y vivo que Él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de
Su cuerpo; y tenemos además un gran Sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a
Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una
conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura (Heb 10:19-22).
Después de Dios haberle advertido a los Suyos durante siglos que no se acercaran
a Él sin los sacrificios adecuados, Dios ahora clama a través de la sangre de Jesús,
Su Hijo: “¡Acérquense!”. Su sacrificio ofrecido una vez y para siempre ha abierto la
puerta al trono de Dios. Venimos porque Dios nos invita y nos capacita para
hacerlo. Venimos a maravillarnos ante Su gracia, a admirar Su santidad con
asombro reverente y a ser quebrantados por Su misericordia. Venimos a
contemplar Su belleza, a creer Sus promesas y a aceptar Su voluntad para nuestras
vidas.
Por medio de Jesús, y solo en Jesús, ahora tenemos libre acceso por medio del
Espíritu a la presencia del Padre.
No hay nada más que hacer sino recibir, regocijarse y adorar.
E
3
LOS VERDADEROS ADORADORES EXALTAN
LA ADORACIÓN Y LA HUMILDAD
Bendeciré al Señor en todo tiempo;
mis labios siempre lo alabarán.
Mi alma se gloría en el Señor;
lo oirán los humildes y se alegrarán.
Engrandezcan al Señor conmigo;
exaltemos a una Su nombre.
SALMO 34:1-3
n la década de 1990 estuvimos colaborando en la plantación de una iglesia. Ya
llevábamos dos años y estábamos lidiando con los desafíos propios de este
ministerio. Algunas de las personas que estuvieron con nosotros desde el principio
decidieron unirse a otra iglesia. Algunos de los padres estaban inconformes con la
forma en que se estaba llevando a cabo el ministerio de jóvenes. Un hombre que
había sido culpable de inmoralidad sexual me acusó de haber sido “insensible”
durante la consejería.
Diosusó estas situaciones y otras para mostrarme lo mucho que me importaba lo
que los demás pensaban de mí. Y fue horrible. Así que a principios de enero de 1994
escribí esta breve oración en mi diario: “Dios, haz lo que tengas que hacer para
lidiar con mi orgullo”.
Y lo hizo.
Unas semanas después estuve cenando en casa de un amigo. De repente, y de la
nada, sufrí un ataque de pánico incontrolable. En un instante, me sentí
desconectado de mi pasado, de mi futuro y de todos en la habitación. Casi me tiro
al suelo para ponerme en posición fetal, pero logré disculparme y salir. Después de
encerrarme en el cuarto de baño, empecé a orar. Estaba enojado. Dios, ¿qué está
sucediendo? ¿Qué significa esto? ¿Dónde estás?
Silencio.
Esa noche inicié un viaje de casi tres años de lucha contra la depresión, la
ansiedad, el aislamiento, la tensión y una profunda desesperación que no cesaba.
La evaluación física decía que estaba bien, y no estaba lidiando con ninguna crisis
externa.
Después de mucha oración, consejería, estudio de la Biblia y reflexión, descubrí
la raíz de mi problema.
Adoración.
ADORACIÓN DESVIADA
Mi crisis nerviosa no se debió a una falta de adoración. El problema era que mi
adoración estaba desviada.
Somos culpables de idolatría, o adoración desviada, cuando buscamos nuestra
mayor satisfacción, seguridad, alegría y consuelo en cosas que no sean Dios.
Cuando adoro a un ídolo, estoy diciéndole: “Satisfáceme, consuélame, protégeme,
gobiérname. Eres digno de mi fortaleza, tiempo, energía y afecto. Solo tú puedes
hacerme totalmente feliz”. No nos arrodillamos físicamente ante nuestros ídolos,
pero eso es lo que hacemos en nuestros corazones.
Siempre estamos adorando algo o a alguien. Tenía años yendo tras los ídolos del
control y la reputación, y Dios finalmente permitió que cosechara las
consecuencias. En vez de confiar en la soberanía de Dios, trataba de refugiarme en
mi propia capacidad para controlar las cosas. En vez de alabar la misericordia de
Dios, promovía mis propios esfuerzos para ganar Su favor. En vez de exaltar a
Dios, me exaltaba a mí mismo. Y cuando no pude obtener la gloria que deseaba, mi
mundo se vino abajo.
Con el tiempo Dios me ayudó a ver que cuando buscaba mi propia gloria, elogios
por mis logros y reconocimientos por mi progreso, no estaba exaltando a un
Salvador, estaba buscando una audiencia. Gracias a Dios, Jesús murió por eso
también.
A través de un proceso largo y doloroso, Dios redirigió mi adoración. Pude ver
con nuevos ojos que somos redimidos para exaltar a Dios y solamente a Dios.
PALABRAS DE ADORACIÓN
Debería llamarnos la atención que tanto la palabra griega como la palabra hebrea
que más se traducen como “adoración” en la Escritura expresan la costumbre de
inclinarse o de arrojarse en el suelo.1 Hay otras palabras para “adoración” en la
Biblia que comunican una serie de actitudes y actividades que incluyen la
sumisión, el sacrificio, el servicio e incluso el temor.2 Abarcan lo que hacemos no
solo en nuestras reuniones sino también en nuestras vidas diarias. Tienen que ver
con nuestras palabras y acciones, las cuales fluyen de nuestras mentes y nuestros
corazones.
Por eso exaltar parece ser una palabra apropiada para resumir cómo Dios llama a
los verdaderos adoradores a responderle. Adorar a Dios es humillar todo lo que
tenga que ver con nosotros y exaltar todo lo que tiene que ver con Él. Es reconocer
que solo Él es exaltado sobre todos los pueblos, todos los dioses y los cielos (Sal
99:2; 97:9; 108:5). Es regocijarse en la realidad de que Él se “[exalta] como soberano
sobre todo” (1Cr 29:11, NBLH).
En la Escritura, cada descripción de nuestra relación con Dios comunica la idea
de una relación de uno que es inferior a uno que es superior. Somos criaturas del
Creador (Ap 4:11), siervos del Amo (Lc 17:10), hijos del Padre (1Jn 3:1), la novia del
Cordero (Ap 19:7), la casa del Constructor (Heb 3:6), las ramas de la Vid (Jn 15:5). El
hecho de que Dios nos llame amigos solo resalta Su extraordinaria condescendencia
y misericordia hacia nosotros (Jn 15:15; Stg 2:23).
Aun siendo cristiano había estado compitiendo con Dios por la adoración. Pero Él
es celoso de Su gloria, y nos ama lo suficiente como para transformarnos. En Su
misericordia, Su Espíritu abrió mis ojos para ver lo que no había entendido: Dios es
Dios y yo no lo soy.
Dios siempre está recordando a los verdaderos adoradores que hay alguien
infinitamente superior a ellos mismos a quien deben exaltar.
¿QUÉ SIGNIFICA EXALTAR A DIOS?
Hay un canto de adoración que fue popular en la década de 1970 y que todavía se
canta hoy. El coro dice:
¡Yo te exalto, yo te exalto,
yo te exalto, oh Señor!
Recuerdo haberla cantado una y otra vez y haberme sentido conmovido por la
devoción que expresaba. Pero nos engañamos si pensamos que cantar algo es lo
mismo que hacer algo. Eso sería como pasarle por el lado a mi esposa y decirle: “Te
abrazo”, pensando que mis palabras sustituyen el contacto físico. Mis palabras no
tienen importancia si no hay acciones que las respalden.
Dios no solo quiere que le exaltemos con nuestros cantos, sino que también lo
hagamos con nuestras vidas. En la carta de Pablo a los romanos, después de
tomarse once capítulos para explicar el evangelio y gloriarse en él, él hace esta
súplica: “Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que
presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto
racional de ustedes” (Ro 12:1, NBLH). Pablo usa la palabra cuerpos de manera
intencional. Como respuesta a la misericordia de Dios, debemos adorarle no solo
con nuestras palabras, sentimientos o actos momentáneos, sino además con
nuestros cuerpos, nuestras vidas. La adoración que se ofrece a Dios no puede
limitarse a lo que hacemos en un lugar el domingo por la mañana. Es más que
levantar nuestras manos o tener una experiencia emocional trascendente. Nuestra
adoración abarca las cosas ordinarias y triviales que pensamos, decimos y hacemos
cada día, así como las más relevantes y espectaculares. Es una respuesta al perdón
que hemos recibido mediante el evangelio, una que implica todo lo que somos y
hacemos.
Para concluir lo que hemos visto hasta ahora, los verdaderos adoradores,
capacitados y redimidos por Dios, responden con sus mentes, afectos y voluntades por
el poder del Espíritu Santo a la revelación que Dios hace de Sí mismo en maneras que
exaltan Su gloria en Cristo. Dios nos llama a alabar Su grandeza y Su bondad para
con nosotros a través de Jesús en toda forma posible, interna y externamente. La
adoración inicia en nuestros corazones, pero siempre se manifiesta en acciones
visibles. Ahora veremos algunas de las maneras en que podemos exaltarle con
nuestros corazones y acciones.
EXALTANDO A DIOS EN NUESTROS CORAZONES
Estas listas no pretenden ser exhaustivas. Sin embargo, espero que sirvan como un
punto de partida para considerar las ricas y diversas maneras en que podemos
glorificar a Dios como verdaderos adoradores.
A TRAVÉS DE NUESTROS PENSAMIENTOS
¡La primera y más elemental manera en que exaltamos a Dios es simplemente
recordándonos que Él existe! “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’…” (Sal
14:1). En cambio, los verdaderos adoradores comprenden que Dios siempre está
atento, siempre está involucrado, siempre está obrando para nuestro bien y para Su
gloria.
Podemos exaltar al Señor en cualquier momento con simplemente preguntarnos:
¿Dónde está Dios en esta situación? Es posible que tu situación sea desagradable o
dolorosa. Un automóvil averiado. Un cónyuge que ha abandonado el hogar. Un
cobro inesperado que llegó por correo. Escuchar que el niño que estás esperando
tiene algún problema físico. Descubrir que es imposible hablar con tus padres o con
tus hijos. Ser despedido de tu trabajo. En cada una de estas situaciones tenemos la
opción de olvidar a Dios o de recordar que está presente y activo. Dirigir nuestros
pensamientos a Dios resalta la verdad de que “en Él vivimos, nos movemos y
existimos…” (Hch 17:28).
Esdifícil imaginar la angustia que sintió Job cuando supo que había perdido
todas sus posesiones y a todos sus hijos. Pero cuando se postró y adoró, sus
primeros pensamientos fueron sobre Dios: “El Señor ha dado; el Señor ha quitado.
¡Bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1:21). Luego Job tuvo que soportar la
agonía de sus aflicciones físicas y los malos consejos de sus amigos. Job cuestionó a
Dios, discutió y se enfadó con Él. Pero nunca dejó de pensar en Dios. Esto fue así
porque para Job, Dios siempre estuvo presente, aun cuando no entendía lo que
estaba haciendo.3
Hace siglos un creyente oró estas palabras al considerar su tendencia a olvidarse
de Dios: “Confieso que no has estado en todos mis pensamientos, que he estado
ignorando el hecho de que eres el fin de mi existencia, que nunca he considerado
seriamente la necesidad de mi corazón”.4
Nuestro corazón necesita recordar que Dios es el gran “YO SOY”, esa realidad
inquebrantable e inmutable. Si es verdad, como dice Pablo, que “todas las cosas
proceden de Él, y existen por Él y para Él” (Ro 11:36), entonces Dios siempre está
presente y obrando en nuestras circunstancias. Sea cual sea nuestra situación, Dios
es el participante principal.
A TRAVÉS DE NUESTRO AMOR
Los verdaderos adoradores hacen más que pensar en Dios. Lo aman. Jesús afirmó
que el mandamiento más importante era este: “Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr 12:30).
Como la adoración y el amor están vinculados de una forma tan estrecha, lo que
sea que amemos más determinará lo que realmente adoremos. El amor tiene que
ver con los deseos y las motivaciones que mueven nuestra relación con Dios.
Aunque el amor es más que sentimientos, no es menos que ellos. Se trata de querer,
disfrutar y atesorar a Cristo, no de simplemente seguir reglas, memorizar
versículos bíblicos e ir a reuniones de la iglesia. Amar a Dios convierte el deber en
deleite, la obediencia superficial en una búsqueda apasionada, el sufrimiento
estoico en una esperanza llena de fe.
Debería ser evidente cómo amar a Dios lo exalta. Cuando amamos algo, le
atribuimos valor. Le estamos diciendo a otros: “Esto es digno de mis pensamientos,
tiempo, esfuerzos y afectos”. Amar a Dios convence a otros de que Dios es deseable,
bueno y suficiente. Amar a Dios es diferente a saber cosas acerca de Dios. Es la
diferencia entre el conocimiento de la Biblia que lleva al orgullo y el que lleva a la
alabanza.
Las personas que exaltan a Dios a través de su amor por Él son las que anhelan
pasar tiempo en Su Palabra porque quieren escuchar Su voz. Les emociona más
hablarle a alguien acerca de Cristo que conocer a alguien famoso. A menudo se
conmueven cuando escuchan testimonios de la bondad y la fidelidad de Dios. Las
conversaciones con ellos terminan regularmente al pie de la cruz, y le dan gracias a
Dios por Su misericordia. Conocerlos hace que quieras conocer mejor al Salvador.
Y eso lo exalta.
Sin embargo, Jesús no se detuvo al mandarnos a amar a Dios. Añadió: “Ama a tu
prójimo como a ti mismo” (Mr 12:31). No le damos gloria a Dios si decimos tener un
profundo amor por Dios y al mismo tiempo somos rencorosos. Es más, Juan
expresó que eso es imposible: “… el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no
puede amar a Dios, a quien no ha visto” (1Jn 4:20). Amar a otros, aun cuando sean
indignos de nuestro amor, exalta a Dios porque refleja Su corazón hacia nosotros.
Eso le dice a otros que somos Sus hijos. Estamos actuando como nuestro Padre
celestial, que “hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos
e injustos” (Mt 5:45). Amar a otros apunta hacia la humildad, la compasión, la
amabilidad y la paciencia que el Salvador nos ha demostrado (Ef 4:1-2; 5:2).
Y también lo exalta.
A TRAVÉS DE NUESTRA FE
La fe no solo es la entrada a la vida cristiana, sino que también es la forma en que
seguimos demostrando nuestra confianza en Dios. El propósito de la fe no es
asegurar riqueza y salud en el presente, sino recordarnos que, en Jesucristo, Dios
ya nos ha dado todo (1Co 3:21-23; Ef 1:3). La fe llega a Dios con las manos abiertas,
creyendo que Él las llenará debido a Su carácter y Sus promesas. “En realidad, sin
fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que
creer que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Heb 11:6).
Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su
sabiduría. En vez de confiar en opiniones mundanas o en nuestras propias ideas de
cómo deberían hacerse las cosas, reconocemos que Dios lo sabe todo y nosotros no
(Pro 3:5).
Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su poder.
Aunque nuestra fortaleza sea inadecuada, nuestras provisiones sean insuficientes y
nuestros esfuerzos ineficaces, nos unimos a Job al afirmar:
Yo sé bien que Tú lo puedes todo,
que no es posible frustrar ninguno de Tus planes (Job 42:2).
Cuando ejercemos fe en Dios le mostramos al mundo que confiamos en Su
fidelidad. Cuando no estamos seguros de cómo vamos a pagar unos gastos médicos
inesperados, nuestra confianza en Dios exalta Su promesa de cuidado y provisión
para nosotros (1P 5:7). Proclamamos a otros que la promesa de Dios es cierta:
“Nunca te dejaré, jamás te abandonaré” (Heb 13:5).
Exaltar a Dios no es simplemente enumerar nuestros problemas, es recordar Su
carácter en medio de ellos. Es lo que vemos en los Salmos 42 y 43. El escritor se
siente lejos de Dios y está siendo perseguido por sus enemigos. En vez de solo
quejarse, recuerda tres veces que Dios es su esperanza y su salvación:
¿Por qué voy a inquietarme?
¿Por qué me voy a angustiar?
En Dios pondré mi esperanza y todavía lo alabaré.
¡Él es mi Salvador y mi Dios! (Sal 42:5, 11; 43:5).
El éxito, la productividad y una vida sin problemas no son las únicas maneras en
que Dios se glorifica en nuestras vidas. Aun en medio del sufrimiento podemos
exaltarlo al confiar en Su poder para sustentarnos, consolarnos y librarnos.
Confía siempre en Él, pueblo mío;
ábrele tu corazón cuando estés ante Él.
¡Dios es nuestro refugio! (Sal 62:8).
A TRAVÉS DE NUESTRA GRATITUD
Dios nos manda una y otra vez a darle gracias.5 ¿Te has preguntado por qué?
Dios no está animándonos a ser educados, como la madre que le dice a su niño de
cuatro años: “Miguelito, recuerda darle las gracias a tu tía Nora por tu regalo de
cumpleaños”. No, la intención de Dios es que nuestros corazones sean conscientes
de la realidad. “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto,
donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los
astros ni se mueve como las sombras” (Stg 1:17). Él nos ha bendecido más de lo que
pudiéramos pedir o imaginar, y nuestra gratitud, que suele expresarse con palabras
de agradecimiento, dirige a las personas a la fuente de nuestras bendiciones.
Un corazón agradecido resalta la gracia y la bondad de Dios hacia nosotros. Dios
siempre está colmándonos de bienes, algunos de los cuales son más evidentes
(salud, alimento, vestido, familia, amigos), y muchos otros que no lo son (el aire
que respiramos, la protección de accidentes que nunca ocurrieron, las oraciones de
otros, las buenas obras que prepara de antemano para que andemos en ellas).
En cambio, un corazón desagradecido arroja sospechas sobre el carácter de Dios y
lo deshonra. Nuestra actitud comunica que Dios no está al tanto de nuestra
situación, que no le interesamos lo suficiente como para Él intervenir, o que no es
lo suficientemente poderoso como para hacer algo. No es ninguna sorpresa que una
de las principales raíces de la incredulidad es no querer dar gracias a Dios (Ro 1:21).
Ante todo, los verdaderos adoradores siempre tienen motivos para dar gracias
porque sus nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero. No tenemos
temor del juicio venidero. Nuestros pecados fueron pagados una vez y para siempre
por medio de la muerte de Cristo en el Calvario. Dios es nuestro Padre y lo será por
la eternidad. Poreso los salmistas le dan gloria a Dios al declarar: “¡Señor mi Dios,
siempre te daré gracias!” (Sal 30:12; ver Sal 44:8; 52:9; 79:13).
A TRAVÉS DE NUESTRO ANHELO
Vivimos en la época de “el ya y el todavía no”.6 Jesús ha resucitado de los
muertos, pero la gente todavía muere. El diablo ha sido vencido, pero parece que
todavía tiene rienda suelta en la tierra. Jesús ha venido, pero anhelamos Su
próxima venida, ese día en que Él enmendará todas las cosas.
Pero, mientras tanto, seguimos viviendo en un mundo caído. Algunos luchan
contra dolores crónicos que son casi insoportables. Una madre joven queda
devastada por la muerte súbita de su bebé de cinco meses. Un padre de siete niños
muere inexplicablemente al saltar de un trampolín. Ha habido avances
impresionantes en la medicina moderna, pero no han podido impedir que las
personas mueran de cáncer, de SIDA, de afecciones cardíacas y de derrames
cerebrales. Miles de campañas en las redes sociales y miles de millones de dólares
en donaciones apenas raspan la superficie en la lucha contra la enfermedad y la
pobreza. Los matrimonios terminan en divorcio. Los niños son secuestrados,
violados y vendidos como esclavos sexuales. La creación gime.
Podemos identificarnos con el clamor repetido de la Escritura: “¿Hasta cuándo,
Señor?” (Sal 13:1; ver Sal 90:13; Ap 6:10). Y con ese clamor estamos expresando
nuestra confianza en la soberanía de Dios, en Su justicia, en Su amor por Su iglesia
y Su creación, y en Su fidelidad a Sus promesas.
En última instancia, los verdaderos adoradores saben que su anhelo por Dios será
satisfecho cuando el Salvador regrese y veamos “la bendita esperanza, es decir, la
gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit 2:13). Estamos
plenamente convencidos de que “según Su promesa, esperamos un cielo nuevo y
una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2P 3:13).
No estamos poniendo nuestra esperanza en un sueño inalcanzable. No dejaremos
de combatir el mal que vemos ahora, pero lo hacemos sabiendo que Él pronto
volverá.
Y lo exaltamos al anhelar Su venida.
EXALTANDO A DIOS CON NUESTRAS ACCIONES
Exaltar a Dios en nuestro interior va acompañado de evidencias externas. Esas
evidencias implican actividades “espirituales” como la oración, la lectura de la
Biblia y cantar, pero es más que eso. Todo lo que hacemos se puede hacer para
exaltar la grandeza y la bondad de Dios en Jesucristo. “En conclusión, ya sea que
coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios”
(1Co 10:31).
Estas son algunas maneras en que podemos adorar a Dios a través de lo que
hacemos.
A TRAVÉS DE NUESTRA DISPOSICIÓN A OBEDECER
Obedecer a Dios no es legalismo, ni es opcional. La idea de que alguien puede ser
un verdadero adorador y mostrarse indiferente a la obediencia no aparece en la
Escritura. Jesús lo expresó claramente: “Si ustedes me aman, obedecerán Mis
mandamientos” (Jn 14:15).
Nuestra obediencia no nos hace dignos de un lugar en el Reino de Dios, pero
demuestra que Dios nos ha puesto en Su Reino por medio de la obra expiatoria de
Cristo. La realidad de que la deuda de nuestros pecados ya ha sido pagada nos lleva
a estar más dispuestos a reflejar el carácter de Aquel que nos salvó y afirmó: “Sean
santos, porque Yo soy santo” (1P 1:14-16).
Nuestra sumisión a los mandamientos de Dios le dice a los demás que lo amamos
y que Sus leyes son buenas y dignas de seguir. Haremos evidente que Dios es el Rey,
que nosotros no lo somos, y que Él merece nuestra lealtad. Y en toda nuestra
obediencia proclamaremos que servir a Dios es verdadera libertad, no esclavitud
(Gá 5:13).
Nuestra obediencia suele ser más evidente en relaciones específicas. Efesios,
Colosenses y 1 Pedro están dirigidas a diferentes grupos de personas: esposos,
esposas, padres, hijos, amos y esclavos (Ef 5:22 − 6:9; Col 3:18 − 4:1; 1P 2:18 − 3:7). A
cada grupo se le muestra maneras concretas de agradar al Señor. Los esposos deben
amar a sus esposas como a sus propios cuerpos y vivir con ellas de manera
comprensiva. Las esposas deben someterse y respetar a sus esposos. Los hijos deben
obedecer a sus padres, mientras que los padres deben criar a sus hijos en la
disciplina e instrucción del Señor. Los amos deben ser justos e imparciales,
mientras que los esclavos deben servir a sus amos con diligencia. Obedecer al Señor
en cada una de estas relaciones exalta la sabiduría del diseño y del orden de Dios.
Pero también hay maneras en las que todo cristiano puede dar gloria a Dios.
Procurar la pureza con gozo muestra que el amor de Dios es más gratificante que el
placer sensual efímero. Ejercer la moderación al comer glorifica a Dios al responder
a Sus dones con gratitud y no con codicia. Mantener nuestra ira bajo control
apunta hacia Aquel que ha sido infinitamente paciente con nosotros. Atender a los
menos favorecidos exalta al Salvador, quien “aunque era rico, por causa de ustedes
se hizo pobre, para que mediante Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2Co 8:9).
Aunque nunca podremos obedecer los mandamientos de Dios de una forma total
o perfecta en esta vida, nuestra obediencia declara públicamente su verdad, valor y
dulzura (Sal 19:7-10).
A TRAVÉS DE NUESTRA ALABANZA ESPECÍFICA
El salmista expresó:
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
el firmamento proclama la obra de Sus manos (Sal 19:1).
Ya sea que proclamemos o no la grandeza de Dios, la creación siempre lo hará.
Pero la alabanza de la creación no tiene voz y es limitada en cuanto a lo que
puede comunicar. Dios ha dado a los seres humanos el especial privilegio de poder
ofrecerle una alabanza inteligente y específica. Al ver a un recién nacido, o al
maravillarnos ante una noche llena de estrellas, o cuando un amigo obtiene un
ascenso, somos capaces de exaltar a Dios cuando proclamamos a los demás que, en
última instancia, toda buena dádiva viene de Él. Él es la fuente de nuestro gozo y
deleite, y merece ser honrado. Puede que al responder en ocasiones con: “¡Alabado
sea el Señor!” o “¡Gracias a Dios!” suene como un cliché, pero es más específico que
simplemente decir: “¡Súper!” o “¡Genial!”.
Son pocas las veces en que la Escritura nos exhorta a alabar al Señor sin explicar
por qué.
¡Aleluya! ¡Alabado ser el Señor!
Den gracias al Señor, porque Él es bueno;
Su gran amor perdura para siempre (Sal 106:1).
¡Aleluya!
Dichoso el hombre que honra al Señor,
y se deleita obedeciendo Sus mandatos (Sal 112:1, RVC).
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
Alaben a Dios en Su santuario,
alábenlo en Su poderoso firmamento.
Alábenlo por Sus proezas,
alábenlo por Su inmensa grandeza (Sal 150:1-2).
El libro de los Salmos está lleno de ejemplos de personas que declaran de manera
específica lo que Dios ha revelado sobre Sí mismo. En particular, alaban a Dios por
Su Palabra, Su dignidad y Sus obras (Sal 56:4; 105:2; 145:8-9).7 Esas categorías
pueden ayudarnos a ampliar nuestro propio vocabulario de adoración.
Es verdad que Dios es grande. Sin embargo, podemos agradecerle específicamente
por darnos Su Palabra para que pudiéramos conocer Sus planes, deseos y promesas.
Y sí, Dios es increíble. Pero podemos maravillarnos particularmente al considerar
que Él creó el universo con una sola palabra. Dios es poderoso. Pero podemos
meditar en el hecho de que Él controla los cursos de los planetas y las trayectorias
de las flechas (1R 22:29-38). Y, por supuesto, Dios es santo. Pero eso significa que
Dios es infinitamente superior a Su creación y que está completamente apartado de
toda impureza moral. Sí, Dios es glorioso. Pero vemos Su gloria en toda su
perfección cuando pensamos en el Hijo, Jesucristo, colgado en la cruz para salvar a
pecadores rebeldes, mostrando así la justicia, la rectitud, la compasión, la
sabiduría, el poder y el amor de Dios.
Entiendes la idea. Dios ha dado solamente a los cristianos la oportunidad de
exaltarle a través de la alabanza específica. Los verdaderos adoradores no
desaprovechan las oportunidades para darle gracias y exaltarle por el evangelio de
Jesucristo.
A TRAVÉS

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