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Vida de Cristo - Fray Luis de Granada

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VIDAS DE JESÚS / EDIBESA • 3
Colección dirigida por José A. Martínez Puche, O.P.
FRAY LUIS DE
GRANADA
VIDA DE CRISTO
Edición preparada por
José A. Martínez Puche, O.P.
EDIBESA. Madre de Dios, 35 bis.
Tel.: 91 345 19 92 - Fax: 91 350 50 99
28016 MADRID
2
3
Gracias a:
D. Santos Martín
por su valiosísima colaboración
Esta obra ha sido publicada con la ayuda
de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas
del Ministerio de Educación y Cultura.
© EDIBESA
Madre de Dios, 35 bis. 28016 Madrid
Tel.: 91 345 19 22
Fax: 91 350 50 99
E-mail: edibesa@planalfa.es
http:\\www3.planalfa.es/edibesa
ISBN: 84-8407-118-9
Depósito legal: M. 4.392-2000
Fotocomposición e impresión:
Color 2002, S. L.
IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
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mailto:edibesa@planalfa.es
http://www3.planalfa.es/edibesa
Í N D I C E
Introducción
I. PREÁMBULOS
1. De cuánto fruto sea la consideración de la vida y muerte de nuestro Salvador
Abundante variedad de temas
El ejemplo de los santos
Inagotable manantial de bienes
2. Del beneficio inestimable de nuestra redención
Obra de la misericordia
Obra de amor
Correspondencia de amor
3. De lo mucho que el misterio de la encarnación nos ayuda para conocer y amar
a Dios
Cómo este misterio nos enseña a conocer a Dios
Cómo nos enseña a amarle
Cómo nos enseña a imitarle
II. LOS MISTERIOS DE LA INFANCIA
1. De la Anunciación de Nuestra Señora
Virtudes practicadas en la Anunciación
Virginidad y humildad se engrandecen mutuamente
Cielo y tierra esperan suspensos la respuesta de María
He aquí la esclava del Señor
Y el Verbo se hizo carne
2. De la humanidad de Cristo, Nuestro Salvador
No fue ignominia
Sino grandísima gloria
Sin dejar de ser Dios
Al alcance de nuestro amor
3. La visitación a Santa Elisabet
5
El niño San Juan
Revelaciones a Elisabet
El corazón de la Virgen
Dignidad y excelencia de la Virgen
4. De la revelación de la virginidad y parto de Nuestra Señora al santo José
El sufrimiento de María
El gozo de San José
Alegría de la Virgen por esta revelación del misterio
Le pondrás por nombre Jesús, Salvador
5. Del nacimiento glorioso de Nuestro Salvador
La gran fiesta del nacimiento del Salvador
En la plenitud de los tiempos
La cátedra del divino pesebre
Para ser más amable a los hombres
Cantemos con los ángeles
Humildad y grandeza
De los pensamientos y consideraciones de Nuestra Señora
6. Del misterio de la circuncisión, y del glorioso nombre que fue puesto al
Salvador
Hermosos ejemplos
Su nombre «Jesús» quiere decir Salvador
Devoción al dulce nombre de Jesús
7. De la adoración de los Reyes
La fe de los santos Reyes
La alegría de los Magos
El gozo de la Santísima Virgen y de su Hijo
Oro, incienso y mirra
Por otro camino: conversión
8. La purificación de Nuestra Señora, y la presentación del Niño Jesús en el
templo
Ofrenda de poder
La ofrenda de la Virgen es nuestra ofrenda
El «nunc dimittis» del santo Simeón
Alegría y dolor de la Virgen
El ejemplo de la viejecita Ana
9. De la huida a Egipto y de la degollación de los inocentes
Las penalidades de la huida a Egipto
6
Los santos inocentes
10. De cómo se perdió el niño Jesús de edad de doce años.
La grandeza del amor y del dolor de la Virgen
Encontraron al niño en el templo
Obediencia al Padre, a María y a José
Por qué permitió el Señor que padeciera la Virgen
III. VIDA PÚBLICA DE NUESTRO SALVADOR
1. Del Bautismo del Señor, del ayuno y tentación
Jesús se humilla en el bautismo y el Padre lo ensalza desde los cielos
Jesús se prepara para la predicación con la oración y el ayuno
Las dos alas del apóstol
La luz del mundo alumbra a los hombres
2. De la doctrina y predicación del Salvador
Perfección de la doctrina de Cristo: las bienaventuranzas
La alteza de los consejos evangélicos
3. De las virtudes y ejemplos y trabajos del Salvador
La ceguedad del mundo
El buen pastor y la oveja perdida
Dechado de virtudes
4. De cómo se hubo el Salvador con cuatro mujeres pecadoras: samaritana,
adúltera, cananea y María Magdalena
La samaritana
La adúltera
La cananea
La Magdalena
5. De la transfiguración del Señor
En la soledad del monte
Estando el Señor en oración
IV. PASIÓN Y MUERTE DEL REDENTOR
1. Preámbulo de la Sagrada Pasión
En el cual se trata de la manera que debemos tener en considerarla
Cinco cosas que podemos considerar
7
Seis maneras de meditar la pasión
2. De la grandeza de los dolores de Cristo
Padecimiento general
Proporcionado a nuestras culpas
Lo que nos enseña la cruz
3. De la entrada en Jerusalem con los ramos
La alegría y prontitud con que Cristo se ofrece a la pasión
Mira cómo viene para ti
Y cómo triunfa con la humildad
Cómo hemos de recibir a Cristo
Lo que vale la gloria del mundo
No te dejes engañar
Ceguedad de los que sirven al mundo
4. De la última cena: el lavatorio de los pies
Celebración de la Pascua
En el fin señaladamente los amó
Gandeza de la humidad de Jesús
Lava los pies a Judas
¿Tú lavas a mí los pies?
Ejemplo os he dado
El mandato del amor
5. De la institución del Santísimo Sacramento
Verdadero maná
Hace al hombre divino
Para recuerdo de su amor y para compañía
En memoria de su pasión, para despertar nuestro amor
En prenda de bienaventuranza, testamento y herencia
Para reparar nuestras fuerzas
Don inefable
Completa transformación espiritual
6. De la oración del huerto
Velad conmigo
Mío es tu amor
El sudor de sangre
¿Tienes, cristiano, corazón de piedra?
Extraño descuido de nuestra salvación
Cristo vela por nosotros
8
7. De cómo fue preso el Salvador
Ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas
Cómo Cristo fue apresado
Cristo, preso por libertarnos
8. De la presentación del Salvador ante los pontífices Anás y Caifás, de los
trabajos que pasó la noche de su pasión y de la negación de San Pedro
Ante Anás: y si bien, ¿por qué me hieres?
Llevado a Caifás: bofetadas y mofas
La humildad de Cristo y la locura de mi soberbia
¡Oh noche cruel!
La negación de San Pedro
Muchos hay que niegan a Cristo
Ante Herodes, Cristo es tenido por loco
Divina serenidad de Cristo
9. De los azotes que el Señor recibió atado a la columna
Lleva, ¡oh cristiano!, las lágrimas aparejadas
Cinco mil azotes
Y todo por amor…
Pues si tanto me amas, ¿cómo no te amaré yo?
10. De la corona de espinas, del «Ecce Homo» y de la comparación de Cristo con
Barrabás
Míralo todo desfigurado
Yo soy, Señor, la causa de tu dolor
«Ecce Homo»: por los pecados del mundo
Nuestro intercesor ante Dios
Salió el Señor condenado, y libre y suelto Barrabás
11. De cómo el Salvador llevó la cruz a cuestas y del encuentro con su Madre
Santísima
Cae Jesús en tierra
Doloroso encuentro de Madre e Hijo
12. De cómo fue crucificado el Salvador
Jesús, clavado de pies y manos
Escarnecido por sus enemigos
Injuriado y deshonrado
María, espiritualmente crucificada con su Hijo
13. De las siete palabras que el Señor habló en la cruz
1. «Padre, perdónalos»
9
2. «En verdad te digo, hoy serás conmigo en el paraíso»
3. «Mujer, cata ahí a tu Hijo»
4. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?»
5. «Sitio»: tengo sed
6. «Consummatum est»: acabado es
7. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
14. María, corredentora y medianera, padece con Cristo
La compasión de la Madre
La lanzada del Hijo atraviesa el corazón de la Madre
15. Del descendimiento de la cruz y llanto de la Virgen
Devotísimo soliloquio de la Virgen
Juan, María Magdalena, las otras mujeres
16. De la sepultura de Cristo
Suma de la sagrada pasión
Excelencias de la cruz
Morir con Él, reinar con Él
V. RESURRECCIÓN Y VIDA GLORIOSA DEL SEÑOR
1. De la alegría del día de la Resurrección y descendimiento del Salvador al
limbo
Día de alegría universal
Y descendió a los infiernos
La alegría de los antiguos patriarcas y justos
2. De la Resurrección del cuerpo del Salvador y de cómo el Salvador apareció a
la Virgen Nuestra Señora
¿Quién es este?
Acordaos, Señor de vuestra Madre
El gozo de la Virgen
3. De cómo apareció a María Magdalena
A quien mucho se perdonó, mucho amó
Escogió la mejor parte
Ungió los pies de Jesús
Siempre junto a su Señor
De cómo el Salvador se aparecióa María Magdalena
Mujer, ¿por qué lloras?
Consolad ya, Señor, a quien os ama tanto
10
El amor pone vendas en los ojos
¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?
Señor, dime dónde lo pusiste
Yo lo llevaré
«María», «Maestro»
No quieras tocarme
Subo a mi Padre y a vuestro Padre
Buscar a Dios con perseverancia
4. De la subida de Nuestro Salvador a los cielos
Id y predicad mi Evangelio
¿Dónde vais, Señor, sin nosotros?
Y subió a los cielos
¡Quién estuviera allí presente!
Entrada triunfal de Cristo en el cielo
5. De los frutos de la ascensión y de cómo debemos seguir al Señor
Todo lo hizo en provecho nuestro
Subió al cielo, sin desamparar la tierra
Frutos de fe y esperanza
Subió al cielo para encender nuestra caridad
De cómo debemos seguir al Salvador con los buenos deseos
De cómo debemos seguir al Salvador también con buenas obras
11
INTRODUCCIÓN
Se ha afirmado, y con razón, que Fray Luis de Granada es de los escritores que
más contribuyeron a formar el carácter y el espíritu cristiano del pueblo español.
Escribe siempre para el pueblo, poniendo siempre a su alcance, con una claridad y
precisión inigualables, las doctrinas más excelsas del cristianismo. Nadie como él
supo unir a la elevación de pensamiento y profundidad y seguridad de doctrina la
amenidad y transparencia de estilo, asequible a todos1. Para quien se decida a leer esta
Vida de Cristo, estas afirmaciones estarán respaldadas por la propia experiencia. Nadie
como Fray Luis supo poner al servicio del más puro mensaje evangélico la más
espléndida elegancia del castellano.
Luis Sarria, Fray Luis de Granada
Todo comenzó en Granada, ciudad que Fray Luis uniría para siempre a su nombre,
Luis Sarria. En 1504 nacía en Granada Luis Sarria, hijo de Francisco Sarria –natural de
la villa lucense del mismo nombre, que cambió Galicia por Granada a raíz de la
reconquista– y de su esposa, que quedó viuda cuando Luis tenía cinco años. Pobres de
solemnidad, la madre de Luis vivió de limosna y luego se ganó la vida como lavandera
del convento dominicano de Santa Cruz la Real de Granada. Cuando más tarde llovieran
alabanzas de papas y reyes al famoso Fray Luis de Granada, él se escudaría en sus
orígenes humildes. El 9 de septiembre de 1582, escribía Fray Luis al cardenal Carlos
Borromeo: «…siendo yo hijo de una mujer tan pobre, que vivía de la limosna que le
daban a la puerta de un monasterio»2.
Tras unos años de residencia en la Alhambra como paje de los hijos del conde de
Tendilla y alcaide de Granada, Íñigo López de Mendoza, a los veinte años pidió el
ingreso en el convento dominicano de Santa Cruz la Real. Y el 15 de junio de 1525, tras
el año de noviciado, hacía su profesión en la Orden de Predicadores. En el mismo
convento inició sus estudios eclesiásticos, sin descuidar la atención filial a su madre, con
permiso de sus superiores.
Pronto destacó en virtud, sabiduría y elocuencia. Tanto, que fue destinado a ampliar
estudios al Colegio dominicano de San Gregorio de Valladolid (1529-1534), donde
estaban los más eminentes miembros de la Orden en España: Bartolomé de Carranza,
Melchor Cano, luego Bartolomé de Las Casas, etc. Vuelto a su convento granadino por
unos años –probablemente de 1534 a 1545– se dedicó a la docencia y a la predicación,
hasta que el Maestro de la Orden, fray Juan Fenario, se fijó en él para que restaurara el
convento y la vida dominicana en Santo Domingo de Scala Coeli, en la sierra de
Córdoba. Allí había comenzado la reforma dominicana San Álvaro de Córdoba, en 1523.
En su vida retirada en Scala Coeli, que logró restaurar y llevar a plenitud espiritual,
tradujo uno de sus libros preferidos de lectura, la Imitación de Cristo (Kempis)3, y
12
escribió su primera gran obra, el Libro de la oración y meditación4.
Cuando la restauración de Santo Domingo de Scala Coeli había llegado a su término,
fue elegido prior de Palma del Río (año 1545 ó 1546), cargo que conjugó con el
apostolado intenso, ya que su dedicación a la predicación itinerante era cada vez más
intensa, más extensa y más celebrada por las gentes sencillas y las cultas.
Después de unos años de itinerancia apostólica, con residencia en Sanlúcar de
Barrameda, al amparo del duque de Medina Sidonia, protector y bienhechor de la Orden,
hacia 1549 lo encontramos en Badajoz. Allí es el prior de la nueva comunidad. Y en
Badajoz, sin abandonar su oficio de predicador, se dice que escribió Fray Luis su obra
preferida: la Guía de pecadores. Hablando de esta obra diría más tarde Fray Luis: ¿Es
posible que yo hice este libro en Badajoz? Buen cielo y clima debe ser el de aquella
ciudad 5.
Fray Luis, en Portugal
Badajoz queda muy cerca de la frontera portuguesa. Y hasta el cardenal infante,
arzobispo de Évora –que en 1578 llegaría a ser rey de Portugal– habían llegado no solo
los libros del ilustre dominico español, sino también las mayores alabanzas en torno a su
predicación y bien hacer apostólico. Insistió en llevarlo a Portugal, y en 1551 logró que
Fray Luis fuera a residir a Évora. En abril de 1556, los dominicos portugueses lo eligen
prior provincial de Portugal, cargo en el que permaneció el cuatrienio constitucional hasta
1560, a la vez que ejercía de confesor y consejero, no solo del cardenal infante y futuro
rey don Enrique, sino del propio rey de Portugal, don Juan, y de su esposa, doña
Catalina. Siendo ella regente a la muerte del rey, le ofreció con tal insistencia la mitra de
Braga, que, al no acceder Fray Luis, le pidió que le presentara su candidato: Fray
Bartolomé de los Mártires, dominico, que tuvo que obedecer a su provincial y aceptar ser
arzobispo de Braga.
En 1559 se vio obligado a hacer un viaje desagradable a Valladolid, para entrevistarse
con el Inquisidor General, el arzobispo Fernando Valdés: sus libros más queridos –Guía
de pecadores y Libro de la oración y meditación– habían sido incluidos en el Catálogo
de libros prohibidos. Y él mismo era tenido como «iluminado» o «alumbrado» por la
Inquisición. Siempre respetuoso con la Iglesia, aceptó humildemente las correcciones de
Valdés y retocó, suprimió o corrigió frases y pasajes de los dos libros, pero no le
quedaron muy buenos recuerdos de su estancia en Valladolid, a pesar de que allí predicó
con gran aceptación del pueblo. Con su gracejo habitual, decía en una carta a Fray
Bartolomé de Carranza, hacía suyo el adagio entonces popular: «Por Valladolid, ni al
cielo quisiera ir». Para el padre Granada fue un enorme consuelo recibir más tarde el
veredicto aprobatorio nada menos que del Concilio de Trento y de los Papas Pío IV y
Gregorio XIII.
En 1560 fijó su residencia en el convento de Santo Domingo de Lisboa. Así podía
atender más fácilmente las continuas solicitudes de la corte y acudir a palacio para
aportar su sabio consejo. Pero su labor principal era la predicación y la redacción de sus
13
libros y opúsculos, en el marco de una vida dominicana muy ordenada, en la que la
oración, personal y comunitaria, ocupaba varias horas al día, y el resto de la jornada,
dedicada al estudio y redacción de nuevas obras. Azorín llega a decir que Fray Luis,
preocupado, profundamente preocupado con su labor, estas visitas a Palacio, estos
recados, estas consultas eran como cosas al margen de su vida6. De 1566 a 1578, años
de plenitud y fecundidad, su producción literaria fue vastísima, y constante su relación
con papas, reyes (sobre todo, los de Portugal y Felipe II) y santos que solicitaban su
consejo y dirección espiritual.
Las cosas se complicaron para el dominico granadino cuando la corona de España
conquistó Portugal: Felipe II se instaló en Elvas el 5 de diciembre de 1580. Se encontraba
Fray Luis en una situación incómoda en extremo: entre el patriotismo ofendido de sus
hermanos dominicos portugueses y la invasión del rey de España, que llegó a dudar de la
fidelidad de Fray Luis. Sin embargo, al año siguiente, convencido de la bondad e
inocencia del dominico, Felipe II lo llamó a predicar en la capilla del palacio de Lisboa, y
quedó entusiasmado de la elocuencia y sabiduría del fraile predicador, a pesarde su
avanzada edad y sus achaques.
En 1583, estando ya muy aviejado –de un ojo no veo nada, del otro cuasi nada,
escribía él mismo–, le parecía que el resto de su vida lo dedicaría a prepararse a bien
morir: He acabado ya el oficio de escribir, y querría agora, dándome Nuestro Señor su
gracia, gastar eso poco que queda de vida en aparejarme para el día de la cuenta,
pues está cerca, escribía en carta a San Juan de Ribera7. Sin embargo, ni estaba tan cerca
su partida, ni dejaría de escribir. Cinco años más tarde, en su austerísima celda del
convento de Santo Domingo de Lisboa, después de dirigir una plática a los novicios,
entregó su alma a Dios, el 31 de diciembre de 1588. Su cuerpo continúa en la sepultura
que le dedicaron en la sacristía de la contigua iglesia de Santo Domingo de la capital lusa.
Maestro del bien decir y del bien obrar
Fray Luis de Granada ha sido llamado «el Cicerón español». Menéndez Pelayo
escribió, comentando la obra Retórica eclesiástica de Fray Luis: Lo cierto es que no
tenemos en nuestra literatura mejor arte de predicar al modo clásico8. Y Azorín no
duda en afirmar: En Fray Luis de Granada se inicia la lengua castellana moderna…
¿Quién mejor que Fray Luis de Granada merece ser divulgado, apreciado y gustado en
España? Tanto como Granada, sí; más, desde luego que no… En Granada todo es
fácil, espontáneo, gracioso y elegante. No penséis en la negligencia ni en el desmayo:
bajo estas apariencias de facilidad se oculta un artista siempre atento, vigilante de los
detalles, férvidamente amoroso de su arte…»9.
Pero para Fray Luis la elegancia en el decir no tenía un fin en sí misma. El bien decir
estaba al servicio de su vocación de fraile predicador: que todos conocieran mejor a
Nuestro Señor, lo amaran más y le sirvieran con más fervor. Melchor Cano decía con
aire de reproche: Fray Luis aspiraba a hacer a todos perfectos.
Por eso le escribía el Papa Gregorio XIII: Amado hijo: Siempre nos fue gratísimo
14
vuestro largo y continuado trabajo en apartar a los hombres de los vicios y traerlos a
la perfección de la vida cristiana, con el que habéis proporcionado también abundante
fruto y alegría a cuantos sienten anhelos de la propia santificación y de la del prójimo
y de la gloria de Dios… Proseguid, pues, vuestra obra con todas vuestras fuerzas y
acabad las que, según nos consta, tenéis empezadas. Dadlas a luz para salud de los
enfermos, esfuerzo de los flacos, para satisfacción y alegría de los esforzados y
robustos y para gloria de la militante y triunfante Iglesia10. San Carlos Borromeo
escribía al mismo Papa: Entre todos aquellos que hasta nuestros tiempos han escrito
materias espirituales, que yo haya visto, se podrá afirmar que no hay alguno que haya
escrito libros ni en mayor número ni más escogidos y provechosos. Y San Francisco de
Sales lo recomendaba a un obispo con estas palabras: Tened a Fray Luis de Granada
todo entero y sea este vuestro segundo breviario. El uso principal de sus libros os
dispondrá el espíritu al amor de la verdadera devoción.
Entre los santos y grandes personajes que en su tiempo había en España no hay
ninguno que no lo conociera, admirara y casi todos se pronunciaron en favor de Fray
Luis. Es conocido el gran aprecio que le tenían San Pedro de Alcántara, San Francisco
de Borja y San Juan de Ribera. San Juan de Ávila, en la carta que escribía al arzobispo
de Granada con fecha 10 de marzo de 1547, le recomendaba, como medio provechoso
para los predicadores, algunos libros devotos como los de Fray Luis.
Especialmente significativo es el testimonio de Santa Teresa, que tanto deseaba tratar
personalmente a Fray Luis, y no lo conseguía. Por eso le escribe: «La gracia del
Espíritu Santo sea siempre con Vuestra Paternidad.
»De las muchas personas que aman en el Señor a Vuestra Paternidad por haber
escrito tan santa y provechosa doctrina y dan gracias a Su Majestad por haberle dado
a Vuestra Paternidad para tan grande y universal bien de las almas, soy yo una.
»Y entiendo de mí que por ningún trabajo hubiera dejado de ver a quien tanto me
consuela oír sus palabras, si se sufriera conforme a mi estado y ser mujer. Porque sin
esta causa le he tenido de buscar personas semejantes para asegurar los temores en
que mi alma ha vivido algunos años… Espero en Nuestro Señor me ha de aprovechar
para que Vuestra Paternidad se acuerde alguna vez de encomendarme a Nuestro Señor,
que tengo de ello gran necesidad, por andar con poco caudal puesta en los ojos del
mundo, sin tener ninguno para hacer de verdad algo de lo que imaginan de mí.
»Entender Vuestra Paternidad esto bastará a hacerme merced y limosna, pues tan
bien entiende lo que hay en él (mundo) y el trabajo que es para quien ha vivido una
vida harto ruin. Con serlo tanto, me he atrevido muchas veces a pedir a Nuestro Señor
que la vida de Vuestra Paternidad sea muy larga. Plegue a Su Majestad me haga esta
merced y vaya Vuestra Paternidad creciendo en santidad y amor suyo.»
Fray Luis de León, en carta a Arias Montano confiesa: Más aprendí en los Libros de
Fray Luis de Granada que en cuantos libros había leído de teología escolástica.
La «Vita Christi» de Fray Luis
15
Fray Luis de Granada heredó de Santo Domingo de Guzmán, el Padre de los
Predicadores, la pasión por la Verdad. Y la Verdad, con mayúscula, tiene un nombre
propio, Jesucristo, quien se definió: Yo soy la Verdad. En toda su vasta obra literaria –la
nueva edición de sus Obras completas, iniciada en 1994, constará de cerca del medio
centenar de volúmenes de gran formato– Fray Luis demuestra un amor apasionado por
Nuestro Señor Jesucristo.
En su obra Memorial de la vida cristiana, aparecido en 1565, dedica el extenso
tratado VI a la Vita Christi, y confiesa su propósito de dedicar a este tema capital el
tiempo y la amplitud que merece: Los días pasados, cristiano lector, escribí un libro
intitulado Memorial de la vida cristiana, donde fue mi intento formar un perfecto
cristiano, llevándolo por todos sus grados desde el principio de su conversión hasta el
fin de la perfección… Mas, porque la materia comprehendía tantas cosas, no se pudo
tratar todo esto sino con brevedad, como el mismo nombre de Memorial significa…11.
Ya lo había hecho, especialmente en cuanto a la pasión y muerte del Salvador, en el
Libro de la oración y meditación. Y lo hará definitivamente en sus «Adiciones» al
«Memorial» o Meditaciones de la vida de Cristo, la Vita Christi más madura de
Granada, que comprende las 255 páginas de gran tamaño del tomo VIII de las nuevas
Obras Completas12.
Para una visión completa de la Vita Christi de Fray Luis de Granada, no podemos
quedarnos con una sola de sus obras. Como hizo sabiamente el padre Antonio Trancho,
en su lograda Obra selecta de Fray Luis de Granada, va espigando de aquí y de allá –
sobre todo del Memorial, de sus Adiciones (Meditaciones de la vida de Cristo) y del
Libro de la oración y meditación– los distintos capítulos del libro III, dedicado a
«Jesucristo Redentor», que es una completísima Vita Christi. Sin seguir exactamente al
P. Trancho, sí nos ha servido de guía para nuestra Vida de Cristo de Fray Luis de
Granada, que seguramente será la más completa publicada hasta ahora. No en vano,
contamos con la más reciente y mejor edición de las Obras completas de Fray Luis de
Granada, cuyo texto reproducimos, gracias a la gentileza y orientaciones del P. Álvaro
Huerga, que está al frente de esa magna edición de los dominicos de Andalucía.
La Vida de Cristo que presentamos reproduce casi todas las Meditaciones de la vida
de Cristo, algunos capítulos están tomados del Memorial de la vida cristiana, la
mayoría de los capítulos de la pasión y algunos de la vida gloriosa son del Libro de la
oración y meditación, y hay también unos pocos textos de la Guía de pecadores y del
Diálogo sobre el misterio de la Encarnación, entre San Agustín y San Ambrosio.
Como en todas sus obras, Fray Luis de Granada, cuando trata de los misterios de la
vida de Jesucristo, no se limita a traducir los textos del Evangelio y comentarlos
fríamente.El fervoroso predicador intenta en cada paso aplicar a la vida cristiana los
ejemplos del Salvador. Se trata de una Vida de Cristo meditada, para que la vida y el
mensaje del Maestro cale en el corazón de quienes hemos sido llamados a seguirle. El
mismo Fray Luis explica la orientación de su obra, cuando explica que lo que
sucintamente trató en el «Memorial» lo amplía en las «Adiciones» o «Meditaciones de la
vida de Cristo»: «Estos misterios se escribieron brevemente, mas aquí se tratan más
16
extendidamente, porque como estos sagrados misterios están llenos de devoción y
suavidad, convenía se tratasen más por extenso»13.
Quizá no estará de más traer a colación para la Vida de Cristo lo que San Francisco
de Sales recomendaba para leer todas las obras de Fray Luis: Para leerlo con fruto
conviene no tragarlo de golpe, sino ponderarlo y apreciarlo y, capítulo por capítulo,
rumiarlo y aplicarle el alma con gran consideración y súplicas a Dios. Hay que leerlo
con reverencia y devoción, como libro que contiene las más útiles inspiraciones que
puede el alma recibir de lo alto para reformar todas sus potencias.
Estamos, en definitiva, ante un autor excepcional, que hace gala de lo más elegante
de su pluma para presentar a Jesucristo como el modelo acabado de perfección cristiana.
Cada paso de la vida de Cristo es un ejemplo vivo para el hombre. Y toda la vida de
Jesús –y de modo más palpable su pasión y muerte en cruz– es la demostración palpable
del inmenso amor que Dios tiene al hombre.
J. A. MARTÍNEZ PUCHE, O.P.
_________
1 Barbado Viejo, Mons. Francisco, obispo de Salamanca: Prólogo a la Obra Selecta de Fray Luis de Granada,
BAC, Madrid, 1947, p. X.
2 Cf. Obras de Fray Luis de Granada, edición crítica, Madrid, 1906, tomo XIV, pp. 478 s.
3 El texto castellano de la Imitación de Cristo está en el tomo XVIII (1998) La más reciente edición de esta
traducción del P. Granada, que había quedado injustamente relegada al olvido, es de Edibesa (Madrid, 1995)..
4 En la edición de las Obras completas de Fray Luis de Granada, dirigida por el P. Álvaro Huerga y llevada a
cabo por la Fundación Universitaria Española y los Dominicos de Andalucía, el Libro de la oración y meditación
es el tomo I (1994).
5 Citado por DIEZ DE TRIANA, D.: Introducción a la «Obra Selecta», BAC, Madrid, 1952, p. XXXV. Una
buena parte de los datos y testimonios que aquí recogemos ya están publicados en esa documentada
Introducción.
6 Azorín: Los dos Luises, Ed. Espasa Calpe, Colección Austral, p. 72.
7 Ver texto en Obras completas, edición crítica, Madrid, 1906, tomo XIV, p. 492.
8 Menéndez Pelayo, Marcelino: Ideas estéticas. Madrid, 1896, tomo III, p. 286.
9 Azorín, o.c., pp. 9, 39 y 42.
10 Gregorio XIII, en Carta del 21 de julio de 1582, a petición del cardenal arzobispo de Milán, San Carlos
Borromeo. Este testimonio, como los que siguen de algunos santos, están tomados del Prólogo que escribió
Mons. Francisco Barbado para la Obra Selecta.
11 Cf. Tomo VII de las nuevas Obras completas, p. 13.
12 Obras completas de Fray Luis de Granada, tomo VIII: Adiciones. 2. Meditaciones de la vida de Cristo.
Madrid, 1995. 302 págs., edición y notas de Álvaro Huerga.
13 Cf. Nuevas Obras completas, tomo VII, p. 13.
17
18
I. PREÁMBULOS
19
1. DE CUÁNTO FRUTO SEA LA CONSIDERACIÓN DE LA VIDA Y
MUERTE DE NUESTRO SALVADOR*
Dice San Buenaventura1 que, entre todos los ejercicios de la vida espiritual, uno de
los más provechosos y que más alto grado de perfección puede levantar un alma es la
consideración de la vida y muerte de nuestro Salvador, porque en ninguna parte hallará el
hombre con qué mejor se pueda armar, así contra vanidades y halagos lisonjeros de este
siglo, como contra sus adversidades y encuentros, como en la vida y muerte del
Salvador, que es perfectísimo remedio para todo. Y de la frecuente meditación de ella
viene el hombre a cobrar una manera de familiaridad, confianza y amor con este Señor,
con que fácilmente se mueve al menosprecio de todas las otras cosas fuera de Él.
Y además de esto, ¿dónde se hallan mejor las virtudes de la altísima pobreza,
profundísima humildad, perfectísima caridad, obediencia, paciencia, mansedumbre y
oración, con todas las demás, que en la vida del Señor de las virtudes? Por donde, como
dice San Bernardo2, «en vano trabaja el hombre por las virtudes, si piensa alcanzarlas de
otra parte que del Señor de las virtudes, cuya doctrina es regla de prudencia, cuya
misericordia es obra de justicia, cuya vida es ejemplo de templanza, y cuya muerte es
estandarte de paciencia». Y en otro lugar: «¿De dónde, dice él, nace la paciencia en el
martirio, sino de haber estado el hombre escondido por continua devoción y meditación
en las llagas de Cristo? En ellas estaba el mártir alegre y triunfante, aunque tenía todo el
cuerpo despedazado y arado con surcos de hierro. Pues ¿dónde estaba entonces el alma
del mártir que padecía? Sin duda en las llagas del Salvador, que están abiertas para quien
en ellas se quiere esconder»3. Porque si solamente estuviera en su propia carne, allí la
hallara el hierro que la buscaba, y si allí la hallara, claro está que la hiriera y maltratara.
Pues según esto, el que quisiere, como dice un doctor, alcanzar verdadero
conocimiento de Dios, el que desea verdadera sabiduría de las cosas eternas, el que
quiere tener riqueza y abundancia de merecimientos, el que quiere venir a la cumbre de
todas las virtudes y gracias, el que entre las adversidades y prosperidades de esta vida
quiere llevar camino derecho y cierto, procure llegarse a estos sagrados misterios, y
traerlos siempre en su corazón. Porque en la cruz de Cristo se humilla la soberbia, y se
ensancha la caridad, y se alarga la perseverancia, y se ensalza la esperanza, y toda
nuestra vida se conforma con aquel que por nuestro amor se quiso conformar con
nuestra naturaleza.
ABUNDANTE VARIEDAD DE TEMAS
Y como sea verdad que una de las cosas más contrarias a los ejercicios de devoción
sea el hastío de pensar siempre una misma cosa, para contra esto no hay remedio más
conveniente que los misterios de la vida y muerte del Salvador, porque aquí hay un
campo muy ancho y espacioso, donde hay tanta variedad de ejemplos, de doctrinas y de
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misterios, que siempre tendrá el hombre nuevas cosas con que no solo pueda excusar
este hastío, sino también alumbrar su entendimiento y despertar su devoción. Porque
¿qué cosa de mayor variedad que la vida de nuestro Salvador, tomándola desde el
principio de su encarnación hasta el fin de su gloriosa ascensión? ¡Qué de pasos, qué de
misterios, qué de ejemplos, qué de milagros, qué de consejos y doctrinas están
sembrados por toda ella! ¿Qué puede el corazón devoto desear, que allí no halle? ¿A qué
virtud puede uno ser inclinado, para la cual no halle aquí maravillosos ejemplos?
Pues entre los afectos de devoción, unos corazones hay inclinados a compasión,
otros a amor, otros a temor, otros a esperanza, otros a dolor de los pecados, otros a
admiración de las obras divinas, otros a menosprecio del mundo, otros al aborrecimiento
del pecado, y otros a otras maneras de afectos semejantes.
Pues ¿para cuál de estos no se hallarán motivos y despertadores en la vida y muerte
del Salvador? ¿A quién faltarán lágrimas de devoción en los misterios de su niñez, y de
compasión en los de su muerte, y de amor en los beneficios de su vida santísima? ¿Quién
no se maravillará del abismo de tan profunda humildad y caridad como resplandece en
todas las obras de la vida de este Señor? ¿Quién no temerá el castigo de la divina justicia,
considerando la que fue ejecutada en aquella tan alta persona, y quién, por el contrario,
no esperará en la divina misericordia, cuando considera los divinos merecimientos y el
valor de aquella sangre preciosa?
Así que para todas las cosas hallará camino quien en esta heredad labrare. Esta es
una mesa real de todos los manjares, un paraíso de todos los deleites, un jardín de todas
las flores, una plaza de todas las cosas, y una como feria espiritual de todos los bienes.
Asíque no hay por donde nadie se deba excusar de este ejercicio, pues en él hallará
cada uno lo que conviene para su remedio. Esta es entre todas las devociones la más
provechosa, la más dulce, la más alta para los altos, y la más humilde para los bajos, y la
más profunda para los sabios, y la más fácil para los ignorantes y simples, y aunque sea
más alta la contemplación de la divinidad de Cristo que la de su sagrada humanidad, pero
esta es como principio y puerta para entrar en aquella. Y por esto quiso el Salvador que
su costado fuese abierto con una lanza, para darnos a entender que por las aberturas de
sus llagas habíamos de entrar en el secreto de su corazón y en el santuario de su
divinidad. Porque en aquellas sagradas llagas resplandecen más altamente que en ninguna
otra cosa creada la divina bondad, la misericordia, la sabiduría, la omnipotencia, la
providencia, la justicia, la caridad y todos los otros atributos y perfecciones divinas.
EL EJEMPLO DE LOS SANTOS
A este santo ejercicio nos convidan los ejemplos y dichos de los santos, los cuales
señaladamente aprovecharon por este camino. De la bienaventurada virgen Santa Cecilia
se escribe que traía siempre el evangelio de Cristo en su pecho4. Lo cual, como declara
San Buenaventura, no se ha de entender que lo trajese solamente en el seno, sino que lo
traía también en el corazón, meditando y rumiando siempre como animal limpio la
doctrina y misterios de la vida del Salvador5.
21
Semejante ejemplo es el de nuestro Padre Santo Domingo, de quien se escribe que
traía siempre el evangelio de San Mateo6, de donde el santo varón, como de una mesa
celestial, comía para sí y comía también para dar pasto a los hijos que criaba.
San Bernardo, devotísimo y santísimo doctor, en este mismo ejercicio gastaba su
vida, y por aquí llegó a tanta perfección como él mismo lo confiesa a sus religiosos,
diciendo así: «Yo, hermanos, desde el principio de mi conversión, en lugar de los
merecimientos que entendí que me faltaban, hice un manojico de mirra, compuesto de
todas las amarguras y trabajos de mi Señor, el cual procuré siempre traer dentro de mi
corazón: lo cual hacía yo pensando primeramente en las necesidades y pobrezas de todos
aquellos pasos y misterios de su niñez, y después en los trabajos de su predicación, en el
cansancio de sus caminos, en las vigilias de su oración, en las fatigas de sus ayunos, en
las lágrimas de su compasión, en las asechanzas de sus enemigos, y finalmente en los
peligros que le vinieron por aquellos falsos hermanos; conviene saber, en las acusaciones,
persecuciones, injurias, bofetadas, deshonras, escarnios, azotes, espinas y clavos, con
todo lo demás. Pensar siempre en esto tuve por mi sabiduría, y aquí hallé la suma de
todo lo que me convenía saber.
»Aquí me dan a beber un licor precioso, que a veces es de saludable amargura, a
veces de inefable consolación. Esto me levanta en las adversidades, y me abaja en las
prosperidades, y entre las tristezas y alegrías de la vida presente me guía por camino real,
desechando los peligros que de la una y de la otra banda me quisieren saltear. Esto me
reconcilia y hace amigo al juez del mundo, cuando me presenta manso y humilde al que
me ha de juzgar, y cuando me hace no solamente placable, sino también amable a aquel
que es inaccesible a los príncipes del cielo y terrible a los reyes de la tierra.
»Por tanto, hermanos míos, estos misterios traigo siempre en la boca, predicándolos,
como vosotros sabéis, y estos en mi corazón siempre rumiándolos, como lo sabe Dios, y
de estos escribe siempre mi pluma, como todos ven, y esta es y será siempre mi altísima
y entrañable filosofía: saber a Jesús, y este crucificado»7. Hasta aquí son palabras de
San Bernardo.
Y en otro lugar añade el mismo santo, y dice así: «Yo, hermanos, con mucha
confianza llego a tomar lo que me falta de las entrañas de mi Señor, y no faltan agujeros
por donde corra lo que mi alma desea. Sus pies y manos están rasgados, y su corazón
abierto con una lanza. Por estas aberturas me llego a chupar miel de la piedra, y óleo de
la peña durísima. Verdaderamente durísima, porque dura para sufrir tantas injurias, y
más dura para sufrir tantas heridas, y durísima para sufrir un tan crudelísimo linaje de
muerte»8.
El mismo San Bernardo escribe que en su tiempo había una monja muy devota de la
sagrada pasión, la cual solía muchas veces a honra de ella hacer la señal de la cruz sobre
el corazón, para que dentro y fuera de él resplandeciese siempre aquella gloriosa figura.
Y para dar el Señor a entender cuánto le agradara esta devoción, quiso que aquel dedo
pulgar con que señalaba la cruz, estuviese entero en la sepultura, estando todas las otras
partes del cuerpo deshechas y consumidas. Lo cual se vio abriendo después de algunos
años su sepultura, estando todas las otras partes del cuerpo deshechas y consumidas. Y
22
en esto se ve claramente que no quiso el Señor que tuviese poder la muerte en la carne
que había tantas veces figurado el misterio de la vida.
Otra cosa semejante, aunque de mayor admiración, escribe un doctor haber acaecido
en Alemania, en la ciudad de Argentina. Donde dice que estaba un religioso de la Orden
de los Predicadores, prior del monasterio de aquella ciudad, muy devoto de la sagrada
pasión, en la cual pensaba muy a menudo. Al cual, después de muerto, abriendo su
sepultura para trasladar a otra parte su cuerpo, hallaron que en sus huesos del pecho que
caen sobre el corazón, tenía una cruz entallada en los mismos huesos, y labrada con
tanta perfección como si fuera hecha de marfil. Y como la fama de este milagro se
extendiese por toda aquella tierra, el autor que esto escribe dice que caminó cuarenta
millas por ver esta gloriosa señal. La cual, dice él, yo vi con mis propios ojos, y miré
mucho la figura que tenía, que no era menos maravillosa, porque el pie de ella estaba
adelgazado hacia bajo, como si estuviera hecho para hincarse en algún lugar, y los tres
brazos de arriba se remataban en tres flores de azucenas: en lo cual se daba a entender
que por la virtud y misterio de la sagrada pasión había conservado aquel santo varón en
su alma aquel lirio de la castidad y pureza virginal. Por aquí se ve claro cuánto el Señor
se sirve de esta santa devoción, pues así quiso honrar en cuerpo y alma a los que
tuvieron cuidado de honrar sus deshonras y hacer especial servicio a los misterios de su
pasión.
Pues ya la honra que hizo al bienaventurado San Francisco, señalando su cuerpo con
las insignias de su gloriosa ignominia, retratando de fuera en el cuerpo las llagas que el
santo traía en su corazón, no se puede encarecer con palabras. Porque por aquí se ve
claro cómo la continua meditación de este misterio puede subir a una criatura mortal a
tan alto grado de perfección, que venga a ser en su manera semejante al Hijo de Dios, no
solo en las virtudes del alma, sino también en las insignias gloriosas de su sacratísimo
cuerpo.
Pues a esta santa consideración, entre los otros doctores, señaladamente nos convida
en muchos lugares de sus escrituras el devotísimo San Buenaventura, el cual, en el libro
llamado Estímulo de amor9, dice así: No conozco otra mayor gloria, hermanos, que la
cruz de nuestro Salvador. Si es preciosa la muerte de los santos en los ojos de Dios (Sal
115, 15), porque murieron por Él, ¿cuánto más preciosa debe ser la muerte del Señor de
los santos en los nuestros, pues murió por nos? Pues si tan preciosa y tan amada
conviene que sea esta muerte, ¿qué merecen los que siempre viven olvidados de ella?
¡Oh con cuánta razón se quejó el Salvador entonces, y se queja ahora de los tales por su
profeta, diciendo: Alejaste, Señor, de mí mis amigos y prójimos, y mis conocidos se
apartaron de mi miseria (Sal 87, 19).
Extraño soy hecho a mis hermanos, y peregrino a los hijos de mi madre (Sal 68, 9).
Esperé quien conmigo se entristeciese, y no lo hubo, y quien me consolase, y no lo
hallé (Sal 68, 21).
Pues no queráis, hermanos, huir del Señor, no dejéis esta santa compañía de la
Virgen y del discípulo yde las otras santas Marías. Subamos con ellos a la palma de la
cruz, y comamos del fruto de ella, porque de ella cuelga la carne del Hijo y el corazón de
23
la madre.
No se excuse nadie, de cualquier estado que sea, porque aquí hallará cada uno su
remedio. Si eres pecador, aquí hallarás cómo aborrezcas el pecado, considerando que
Dios muere por los pecados. Si eres penitente, aquí te esforzarás a hacer penitencia,
mirando la que hace este cordero que no debe nada. Si eres deseoso del bien obrar, aquí
hallarás ejemplo perfectísimo de todas las buenas obras y virtudes. Y si eres perfecto,
aquí hallarás aparejo para transformarte en el Hijo y en la madre, teniéndoles entrañable
compasión y amor.
Pues, oh hermanos, no se excuse nadie, pues nadie hay que no halle aquí gobierno
para su vida, puerto de salud, socorro para sus peligros, morada para su alma, y camino
para la verdadera felicidad, porque todo esto se halla en esta sacratísima pasión.
INAGOTABLE MANANTIAL DE BIENES
Ella es la que nos abre las puertas del paraíso, la que guía los ciegos, sustenta los
cojos, encamina a los desencaminados, consuela los pobres, enfrenta los ricos, humilla
los soberbios, y avergüenza los regalados. Ella es, como dice San Juan Crisóstomo,
guarda de los pequeñuelos, maestra de ignorantes, filosofía de simples, ayo de mozos,
leche de niños, manjar de rústicos, oratorio de devotos, retablo de contemplativos, libro
de ignorantes, esfuerzo de penitentes, escudo de flacos, medicina de enfermos, remedio
de pecadores, consiliario de justos, tesoro de pobres, puerto de perdidos, refugio de
todos los atribulados10.
Pues si quieres, hermano mío, poseer en una cosa todas las cosas, abrázate con esta
cruz, entra en este santuario, y haz tu nido como paloma casta en los agujeros de esta
piedra. Vuela, como dice San Bernardo, por aquellas santas manos, vuela por aquellos
sagrados pies, y enciérrate volando en aquel precioso costado11.
Pues ¿qué resta ahora, sino rogar a todos los que de verdad desean aprovechar en la
vida espiritual, y rogar también a todos los maestros y enseñadores de esta vida, que
trabajen siempre por imponer en estos ejercicios a las personas que tomaren a su cargo?
De suerte que después de salidos de pecado, y después de aquellos primeros ejercicios de
contrición y penitencia, luego les entreguen los misterios de la vida y pasión de Cristo,
para que comiencen a gustar cuán suave es el Señor, y con el gusto de las cosas
espirituales vengan a menospreciar todos los gustos y deleites sensuales.
Porque aunque este sea libro de perfectos, también lo es de principiantes, y aquí
hallarán leche los unos, y manjar de más sustancia los otros. Porque este es aquel río de
Ezequiel, que por un cabo llegaba hasta los tobillos, y por otro no se podía vadear (Cf.
Ez 47, 3-5): donde, como dicen los santos, andan los corderos, y nadan los elefantes.
Este es el libro del mismo profeta, escrito dentro y fuera (Cf. Ez 2, 9), para que en lo de
fuera lean los principiantes, y en lo interior y más secreto los perfectos. Y por esto, así
como al que quiere estudiar gramática, luego le ponen un arte en las manos, así al que
quiere estudiar esta filosofía del cielo, luego le deben entregar estos misterios de la vida y
pasión de Cristo nuestro Señor.
24
Y no se debe de negar este socorro aun a los que hubieren sido muy pecadores,
porque estos tienen necesidad de tanto mayores remedios, cuanto tienen adquiridos más
malos hábitos. Pues ¿qué harán estos cuando se vean acosados de la furia de sus
pasiones antiguas, sopladas con el viento del demonio, de la carne, del mundo y de la
costumbre depravada? Porque algunos de estos, mayormente en la juventud, como dice
San Jerónimo, arden más que los fuegos del monte Etna12 con llamas de lujuria, otros
con ardores de codicia, otros con deseos encendidísimos y rabiosísimos de venganza,
otros con apetitos de privanzas, dignidades y honras. Pues ¿qué harán estos miserables,
si les falta este esfuerzo, este ejemplo, este refrigerio y socorro, este pasto celestial, esta
consolación y esta luz? Si el Salvador dijo a los discípulos al tiempo de la pasión: Velad y
orad, porque no seáis vencidos de la tentación (Mt 26, 41), ¿qué otro mejor escudo ni
remedio puede haber para tales necesidades?
Dice San Agustín que ninguna cosa halló más provechosa para este caso que la
memoria de las llagas del Salvador13. La piedra, dice David, es refugio para los erizos
(Sal 103, 18) porque no tienen otra mejor guarida los que están llenos de las espinas de
sus pecados, que en los agujeros de aquella sagrada piedra que por nosotros fue herida
con la vara de la divina justicia, para que de ella saliese agua viva que lavase nuestros
pecados y apagase la sed de nuestros deseos.
La orden que en esto se puede tener es la que aconseja San Buenaventura14, y la que
ordinariamente tienen todas las personas dadas a la vida espiritual, que es repartir los
principales pasos de la vida del Salvador por los días de la semana, teniendo señalados
para cada día dos o tres misterios de estos, con cuya consideración apaciente su alma,
alumbre su entendimiento, encienda su voluntad, y despierte su devoción, y se mueva a
la imitación de las virtudes del Señor cuya vida contempla, y a darle gracias por todos los
pasos que en este mundo dio procurando su remedio.
Mas acuérdese que, antes de esta consideración, debe preceder una devota
preparación, y después seguirse un hacimiento de gracias, juntamente con la petición de
todas aquellas cosas que convienen para nuestra salvación, y de las que sintiéremos
nuestra alma más necesitada. Y aun a los principios será bien que preceda la lección del
paso que quisiéremos meditar, hasta saber los principales puntos y consideraciones que
hay en él. De estas cinco partes que pueden entrevenir en este santo ejercicio, se trató al
fin de la primera parte del Libro de la oración y meditación, adonde remitimos al que
esto desea saber15.
Pues para este efecto escribimos en el libro de las Meditaciones de la vida de Cristo
un sumario de los principales misterios de la vida y pasión de nuestro Salvador16, y
asimismo en el sobredicho Libro de la oración y meditación están escritos más
extendidamente todos los pasos de su sacratísima pasión y resurrección17. Mas porque,
entre todos estos misterios, los de la infancia y niñez de este Señor parecen más dulces y
suaves a los corazones devotos, de ellos me pareció escribir un poco más largo en este
tratado, para suplemento de la brevedad que en los otros seguimos como en cosa de
Meditaciones.
Y comenzaremos luego del primero de estos misterios, que es la encarnación del Hijo
25
de Dios, la cual servirá de preámbulo para todos los demás.
_________
* Meditaciones de la vida de Cristo, c. 1. En Obras completas, Fundación Universitaria Española y Dominicos
de Andalucía. Tomo VIII, Madrid, 1995, págs. 9-18.
1 PSEUDO-BUENAVENTURA, Meditationes vitae Christi, proemio (S. BONAVENTURAE, Opera, t. VI,
Lugduni, 1668, p. 334b).
2 S. BERNARDO, In Cant., sermo 22, 11: PL 183, 884.
3 S. BERNARDO, In Cant., sermo 61, 8: PL 183, 1074.
4 Oficio de Santa Cecilia, 22 noviembre (Liturgia horarum, editio typica, t. IV, Typis poliglottis Vaticanis,
1972, p. 1282, antífona Ad Magnificat).
5 Cf. PSEUDO-BUENAVENTURA, Meditationes vitae Christi, proemio (S. BONAVENTURAE, Opera omnia,
t. VI, Lugduni, 1668, p. 334b).
6 Acta Canonizationis Sancti Dominici, MOPH XVI, Roma, 1935, p. 147.
7 S. BERNARDO, In Cant., sermo 43, 3-4: PL 183, 994-5.
8 S. BERNARDO, In Cant., sermo 61, 4: PL 183, 1072.
9 Cf. PSEUDO-BUENAVENTURA, Stimulus amoris, lib. I, cap. l (S. BONAVENTURAE, Opera omnia, t. VII,
Lugduni, 1668, p. 193b).
10 Cf. PSEUDO-CRISÓSTOMO, Homilia in sanctam crucem: PG 50, 819.
11 Cf. S. BERNARDO, In Cant., sermo 61, 2: PL 183, 1071.
12 S. JERÓNIMO, Epist. 54, 9 (ad Furiam): PL 22, 554.
13 PSEUDO-AGUSTÍN, Manuale, 21: PL 40, 960.
14 En Libro de la oración (t. I, p. 43) cita Fascicularius, apócrifo bonaventuriano; en esta ocasión, tiene a la
vista las Meditationes vitaeChristi, también pseudobonaventurianas (S. BONAVENTURAE, Opera omnia, t. VI,
Lugdugi, 1668, p. 401a.
15 Cf. t. I, p. 45-46 y 237-257.
16 Cf. Obras Completas de Fray Luis de Granada, ed. Fundación Universitaria Española, t. V, pp. 161-264.
17 Cf. O.c. t. I, pp. 77-116.
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2. DEL BENEFICIO INESTIMABLE DE NUESTRA REDENCIÓN*
Vengamos al beneficio inestimable de nuestra redención. Para hablar de este misterio,
verdaderamente yo me hallo tan indigno, tan corto y tan atajado, que ni sé por dónde
comience, ni dónde acabe, ni qué deje, ni qué tome para decir. Si no tuviera la torpeza
del hombre necesidad de estos estímulos para bien vivir, mejor fuera adorar en silencio la
alteza de este misterio, que borrarlo con la rudeza de nuestra lengua.
Cuentan de un famoso pintor, que habiendo pintado en una tabla la muerte de una
doncella hija de un rey, y dibujando en torno de ella los deudos con rostros en gran
manera tristes, y a la madre mucho más triste, cuando vino a querer dibujar el rostro del
padre, cubriólo de industria** con una sombra, para dar a entender que allí ya faltaba el
arte para exprimir cosa de tan gran dolor.
Pues si todo lo que sabemos no basta para explicar solo el beneficio de la creación,
¿qué elocuencia bastará para engrandecer el de la redención? Con una simple muestra de
su voluntad creó Dios todas las cosas del mundo, y quedáronle las arcas llenas, y el
brazo sano acabándolo de crear; mas para haberlo de redimir, sudó treinta y tres años, y
derramó toda su sangre, y no quedó en Él miembro ni sentido que no padeciese su dolor.
Menoscabo parece de tan grandes misterios ser con lengua de carne manifestados.
Pues ¿qué haré? ¿Callaré, o hablaré? Ni debo callar, ni puedo hablar. ¿Cómo callaré tan
grandes misericordias? Y ¿cómo hablaré misterios tan inefables? Callar es
desagradecimiento, y hablar parece temeridad. Por esto suplico yo ahora, Dios mío, a
vuestra infinita piedad, que entretanto que yo estuviese apocando vuestra gloria con mi
rudeza, por no saber más, deseando engrandecerla y declararla, estén allá en el cielo
glorificándoos los que os saben alabar: y ellos compongan lo que yo descompongo, y
doren ellos lo que el hombre desdora con su poco saber.
OBRA DE LA MISERICORDIA
Después de creado el hombre, y puesto por mano de Dios en aquel lugar de deleites
en tan grande dignidad y gloria, estando tan obligado al servicio de su Creador cuanto
más de Él había recibido, alzóse con todo, y de donde había de tomar mayores motivos
para más amarle, de ahí los tomó para hacerle traición. Por esta causa fue lanzado del
Paraíso en el destierro de este mundo, y sobre esto condenado a las penas del infierno;
para que, pues había sido compañero del demonio en la culpa, también lo fuese en la
sentencia (Gn 2 y 3).
Dijo el Profeta a su criado Giezi, después que tomó los dones de Naamán leproso
(2R 5, 26-27): ¿Tomaste la hacienda de Naamán? Pues la lepra de Naamán se pegará a ti
y a todos tus descendientes eternalmente. Este fue el juicio de Dios contra el hombre:
que pues él quiso la riqueza de Lucifer, que fue la culpa de su soberbia, también se le
pegase la lepra de Lucifer, que fue la pena de ella. Pues cata aquí al hombre comparado
27
con el demonio, imitador de su culpa y compañero de su pena.
Estando, pues, el hombre tan caído en los ojos de Dios, y en tanta desgracia suya,
tuvo por bien aquel Señor, no menos grande en la misericordia que en la majestad, de
mirar, no a la injuria de su bondad soberana, sino a la desventura de nuestra miseria; y
teniendo más lástima de nuestra culpa, que ira por su deshonra, determinó remediar al
hombre por medio de su Unigénito Hijo, y reconciliarle consigo. Mas ¿cómo le
reconcilió? ¿Cómo lo podrá eso hablar lengua mortal? Hizo tan grandes amistades entre
Dios y el hombre, que vino a acabar, no solo que Dios perdonase al hombre, y le
restituyese en su gracia, y se hiciese una cosa con Él por amor, sino, lo que excede todo
encarecimiento, llegó a hacerle tan una cosa consigo, que en todo lo que tiene creado no
hay cosa más una que son ya los dos; porque no solamente son uno en amor y gracia,
sino también en persona. ¿Quién nunca jamás pensara que así se había de soldar esta
quiebra?
¿Quién imaginara que estas dos cosas, entre quien la naturaleza y la culpa habían
puesto tan grande distancia, habían de venir a juntarse, no en una casa, ni en una mesa,
ni en una gracia, sino en una persona? ¿Qué cosas más distantes que Dios y el pecador?
¿Qué cosa ahora más junta que Dios y el hombre? Ninguna cosa hay, dice San
Bernardo18, más alta que Dios, y ninguna más baja que el cieno de que el hombre fue
formado. Mas con tanta humildad descendió Dios al cieno, y con tanta dignidad subió el
cieno a Dios, que todo lo que hizo Dios, se diga que lo hizo el cieno; y todo lo que sufrió
el cieno, se diga que lo padeció Dios.
¿Quién dijera al hombre cuando tan desnudo y tan enemistado se sintió con Dios,
que andaba buscando los rincones del Paraíso terrenal para esconderse, que tiempo
vendría en que se juntase aquella tan baja sustancia en una persona con Él? Fue tan
estrecha esta junta y tan fiel, que cuando hubo de quebrar, que fue al tiempo de la
pasión, antes quebró que despegó; porque no faltó por la juntura, sino por lo sano.
Porque pudo la muerte apartar el alma del cuerpo, que era junta de naturaleza; mas no
pudo apartar a Dios, ni del alma, ni del cuerpo, que era junta de la persona divina:
porque lo que una vez por nuestro amor tomó, nunca más lo dejó.
Estas son las paces, y este el remedio que nos vino por manos de nuestro salvador y
medianero. Y aunque le seamos tan deudores por este remedio cuanto ninguna lengua
creada puede explicar, no menos lo somos por la manera del remediarnos, que por el
mismo remedio.
Mucho os debo, Dios mío, porque me libraste del infierno, y me reconciliaste con
Vos: mas mucho más os debo por la manera en que me libraste, que por la libertad que
me distes. Todas vuestras obras en todo son maravillosas, y cuando le parece al hombre
que no le queda espíritu para mirar sola una, deshácese esta maravilla cuando alza los
ojos y mira otra. No es deshonra, Señor, de vuestras grandezas que se deshagan las unas
con las otras, sino muestra de vuestra gloria.
Pues ¿qué medio tomaste, Señor, para remediarme? Infinitos medios había con que
pudierais darme cumplida salud sin trabajo, y sin costa vuestra; pero fue tan grande y tan
espantosa vuestra largueza, que por mostrarme más claro la grandeza de vuestra bondad
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y amor, quisisteis remediarme con tan grandes dolores, que solo pensarlos bastó para
haceros sudar sangre, y el padecerlos para hacer despedazar a las piedras de dolor.
OBRA DE AMOR
Alábenos, Señor, los cielos, y los ángeles prediquen siempre vuestras maravillas.
¿Qué necesidad teníades Vos de nuestros bienes, ni qué perjuicio os venía de nuestros
males? Si pecares, dice Job, ¿qué mal le harás? Y si se multiplicaren tus maldades, ¿en
qué le dañarás? Y si bien hicieres, ¿qué le darás? ¿o qué podrá Él recibir de tus
manos? (Jb 35, 6-7).
Pues aquel Dios tan rico y tan exento de males, aquel cuyas riquezas, cuyo poder,
cuya sabiduría ni puede crecer, ni ser más de lo que es; aquel que ni antes de la creación
del mundo, ni ahora después de creado, es mayor ni menor de lo que era: ni porque
todos los ángeles y hombres se salven y le alaben, es en sí más honrado: ni porque todos
se condenen y le blasfemen, menos glorioso: este tan gran Señor, no por necesidad, sino
por caridad, siendo nosotros sus enemigos y traidores, tuvo por bien de inclinar los cielos
de su grandeza, y descender a este lugar de destierro (cf. Ef 2, 4-5 ss.), y vestirse de
nuestra mortalidad, y tomar sobre sí todas nuestras deudas, y padecer por ellas los
mayores tormentos que jamás se padecieron ni padecerán.
Por mí, Señor, naciste en un establo, por mí fuiste reclinado en un pesebre, por mí
circuncidado al octavo día, por mí desterrado en Egipto, y por mí finalmente perseguido
y maltratado con infinitas maneras de injurias. Por mí ayunaste, velaste,caminaste,
sudaste, lloraste y probaste por experiencia todos los males que había merecido mi culpa,
no siendo Tú el culpado, sino el ofendido. Por mí finalmente fuiste preso, desamparado,
vendido, negado, presentado ante unos y otros tribunales y jueces; y ante ellos acusado,
abofeteado, infamado, escupido, escarnecido, azotado, blasfemado, muerto y sepultado.
Finalmente remediásteme muriendo en una cruz, y acabando la vida en presencia de
vuestra santísima madre, con tan grande pobreza, que no tuviste una sola gota de agua
en la hora de vuestra muerte, y con tan gran desamparo de todas las cosas, que de
vuestro mismo Padre fuiste desamparado. Pues ¿qué cosa de mayor espanto que venir
un Dios de tan grande majestad a acabar así la vida en un madero, con título de
malhechor?
Cuando un hombre, por bajo que sea, viene por su culpa a parar en este lugar, si por
caso le conocías antes, y te llegas a él de cara para mejor verle, apenas acabas de
maravillarte, considerando a cuán baja suerte le trajo su miseria, que así viniese a acabar.
Pues si es cosa de admiración ver un hombre bajo en tal lugar, ¿qué será ver en el mismo
al Señor de todo lo creado? ¿Qué será ver a Dios en tal lugar, que para un malhechor es
abatido? Y si cuanto la persona justiciada es más alta y más conocida, tanto mayor
espanto nos pone su caída, vosotros, ángeles bienaventurados, que tan bien conocéis la
alteza de este Señor, ¿qué sentisteis, cuando allí lo visteis?
Mirándose están uno a otro los querubines que mandó Dios poner a los dos lados del
arca del Testamento (Ex 25, 17-20), vueltos los rostros al propiciatorio, con semblante de
29
maravillados, para dar a entender cuán espantados están aquellos espíritus soberanos,
considerando esta obra de tanta piedad, que es mirando a Dios hecho propiciatorio del
mundo en aquel santo madero.
Como atónita queda la misma naturaleza, suspensas están todas las criaturas,
espántanse los principados y potestades del cielo de tan inestimable bondad como por
aquí conocen en Dios. Pues ¿quién no cae debajo de la ola de tan grandes maravillas?
¿Quién no se ahoga en este piélago de tanta piedad? ¿Quién no sale fuera de sí, como
hizo Moisés en el monte, cuando mostrándole Dios la figura de este misterio, daba voces
y decía: Misericordioso, piadoso, sufridor, Dios de gran misericordia (Ex 34, 6), sin
saber decir otra cosa más que proclamar a gritos aquella gran misericordia; que Dios allí
le había representado? ¿Quién no cubre aquí sus ojos como Elías (1R 19, 13), cuando ve
pasar a Dios, no con pasos de majestad, sino de humildad: no trastornando los montes, y
quebrantando las piedras con su omnipotencia, sino derribado ante los malos, y haciendo
despedazar a las piedras de compasión? Pues, ¿quién no cerrará aquí los ojos de su
entendimiento, y abrirá los senos de su voluntad, para que ella sienta la grandeza de este
amor y beneficio, y ame cuanto pudiere, sin tasa y sin medida? ¡Oh alteza de caridad!
¡Oh bajeza de humildad! ¡Oh abismo de incomprehensible bondad!
Pues si tanto, Señor, os debo porque me redimiste, ¿cuánto os deberé por esta
manera de remedio? Redimísteme con inestimables dolores y deshonras, y con venir a
ser oprobio de los hombres y desecho del mundo (Sal 22, 7); con estas deshonras me
honrastes, con estas acusaciones me defendiste, con esta sangre me lavaste, con esta
muerte me resucitaste, y con esas lágrimas vuestras me libraste de aquel perpetuo llanto
y crujir de dientes (Mt 22, 13). ¡Oh buen Padre, que así amáis a vuestros hijos! ¡Oh
buen pastor, que así os dais en pasto y mantenimiento a vuestro ganado! ¡Oh fiel
guardador, que así os entregáis a la muerte por los que os encargaste de guardar!
CORRESPONDENCIA DE AMOR
Pues ¿con qué dádivas responderé a esta dádiva? ¿Con qué lágrimas a esas lágrimas?
¿Con qué vida pagaré esa vida? ¿Qué va de vida de hombre a vida de Dios, y de
lágrimas de creatura a lágrimas de Creador? Y si por ventura te parece, hombre, que no
le debes tanto porque no padeció por ti solo, sino también por todos los otros, no te
engañes; porque realmente de tal manera padeció por todos, que también padeció por
cada uno. Porque con su sabiduría infinita Él tuvo todos aquellos por quien padecía tan
presentes antes sus ojos, como si fueran un solo: y con su caridad inmensa abrazó a
todos y a cada uno, y derramó su sangre por él como por todos. Finalmente tan grande
fue su caridad, que, como dicen los santos, si uno solo entre todos los hombres fuera
culpado, por él solo padeciera lo que padeció por todos. Mira, pues, ahora cuánto debes
a este Señor, que tanto hizo por ti: y que tanto más hiciera de lo que hizo, si te fuera
necesario.
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_________
* Guía de pecadores, libro I, p. I, c. 4. Obras completas, tomo VI, Madrid, 1995, págs. 55-60.
** La expresión «de industria» equivale a «a propósito».
18 S. BERNARDO, In vigilia Nativitatis, sermo 3: PL 183, 763-764.
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3. DE LO MUCHO QUE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN NOS
AYUDA PARA CONOCER Y AMAR A DIOS*
Son tantas las conveniencias de este misterio y tantos los frutos y provechos de él,
que ni por lenguas de ángeles pueden ser bastantemente declarados. Porque ya vos
podréis conjeturar que tan grande cosa como es hacerse Dios hombre y morir en cruz,
no había de ser para cosas pequeñas, sino para tan grandes y tan extraordinarias como lo
es hacerse Dios hombre.
Pues tomando esta materia desde sus principios, habéis de saber que tres cosas
principales se requieren para el negocio de nuestra santificación, que son, conocer a Dios,
amar a Dios, imitar la pureza y santidad de Dios: las cuales tres cosas son tan hermanas y
vecinas entre sí, que de la una se sigue la otra. Porque del conocer a Dios venimos a
amarle, y de aquí a imitarle.
Pues para estas tres cosas veréis ahora cuán grandemente nos ayuda este misterio.
CÓMO ESTE MISTERIO NOS ENSEÑA A CONOCER A DIOS
Porque, comenzando por la primera, que es conocer a Dios, era cosa dificultosa
antes de este misterio levantarse nuestro entendimiento al conocimiento de Él. Porque,
como ya sabéis, no puede nuestro entendimiento, mientras mora dentro de la cárcel de
este cuerpo, entender sino las cosas que le entran por estos sentidos corporales, que
también son corporales, porque las espirituales no pueden entrar por ellos. Por la cual
causa ningún filósofo hasta hoy ha llegado a conocer la sustancia de nuestra alma, por ser
ella espiritual, aunque conocemos los efectos de ella, pues mediante ella vivimos y
sentimos, etc.
Pues si es tanta la rudeza de nuestro entendimiento, que ni su propia alma conoce,
¿cómo se levantará a conocer a Dios, que es altísimo y purísimo espíritu? Hubo
antiguamente unos herejes que ponían en Dios cuerpo y figura humana: por donde un
devoto ermitaño, creyendo ser esto así, contemplaba a Dios en esta figura. Y siendo
desengañado, y poniéndose a contemplar a Dios como puro espíritu sin cuerpo, no
acertaba a pensar en Él, ni hallaba tomo en esta contemplación. Por lo cual lloraba y
decía: Hanme quitado a mi Dios.
Siendo, pues, esta la condición de nuestro entendimiento, que no se acomoda a
contemplar las cosas espirituales sino envueltas en figuras corporales, grande beneficio de
nuestro Dios fue hacerse hombre y vestirse de carne humana: porque si no nos
aplicábamos a contemplarlo como a puro espíritu, le contemplásemos vestido de carne. Y
así le contemplamos en todos los pasos y misterios de su vida santísima, y de su muerte
acerbísima, y gloriosa resurrección y ascensión. Y de esta manera, vistiéndose Dios de
nuestra humildad, que es corporal y visible, nos levantó al conocimiento de las cosas
espirituales y invisibles. Porque por las obras de esta sagrada Humanidad, ordenadas para
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nuestro remedio, nos levantamos al conocimiento de la bondad de Dios, que a tantos
extremos llegó para hacernos santos y buenos, y de la caridad de quien tanto nos amó,
que dio su vida por la nuestra, y de su grande misericordia, pues tomó sobre sí todas
nuestras deudas para descargarnos de ellas. Y no menos se conoce por aquí el rigor de ladivina justicia, pues ni a su propio Hijo perdonó el Padre eterno, por haberse ofrecido a
satisfacer por los pecados ajenos.
Mas no puedo dejar de detenerme un poco en la consideración de la divina bondad,
pues ella fue la causa original de nuestro bien. Porque primeramente, antes que
lleguemos a este misterio, gran bondad fue querer aquella soberana Majestad levantar un
vil gusanillo sobre todos los cielos, y crearlo para hacerle participante de su misma
bondad y pureza, y después, de su gloria, que es igualarlo, en lo que toca a este fin, con
los querubines y serafines. Y es cosa notable ver en las Santas Escrituras con cuántas y
cuán amorosas palabras nos llama Él y convida a esta imitación de su bondad y pureza.
Y pasó tan adelante este deseo, que viendo cuánto importaba para alcanzar esta
pureza hacerse Él hombre y morir en cruz para ofrecérsenos por ayudador y ejemplo de
ella, no dudó descender hasta aquí por esta causa. ¿Qué es esto, Dios mío? ¿Qué os va a
Vos en eso? ¿Qué ganáis si eso se hace, o qué perdéis si no se hace, pues ab aeterno
antes que creaseis el mundo, erais tan bienaventurado como lo sois ahora? ¿Qué amor es
ese? ¿Qué bondad es esa? Bastaba para argumento de vuestra bondad haber creado una
creatura tan baja para fin tan alto: mas ¡que el deseo pasase tan adelante, que llegaseis a
morir por hacerme bueno y bienaventurado como Vos lo sois! Cierto, Señor, obra de tal
bondad como esta no se halla en todo lo creado, sino en solo el Creador. Y esta sola
viene proporcionada y compasada al tamaño de vuestra bondad.
Abierto, pues, este camino, podréis vos filosofar y conocer por este medio las otras
perfecciones divinas que en este grande misterio resplandecen. Y entenderéis luego cuán
acertada fue esta invención de la sabiduría de Dios, para darnos conocimiento de sus
perfecciones, y cuán misericordiosa, pues así se disfrazó, si decir se puede, para
acomodarse a nuestra rudeza.
Y por esta causa llamándonos el Padre eterno al conocimiento de su unigénito Hijo,
al cual enviaba por nuestro maestro al mundo, dice que compremos de él plata y sin
alguna otra mercadería vino y leche (Cf. Is 55, 1), dándonos a entender que en este
sagrado misterio hallan los simples y los sabios en qué poder ejercitarse y con qué
aprovecharse. Porque leche es mantenimiento de niños, y vino es de los hombres. Para
que entendamos que chicos y grandes, perfectos y imperfectos hallarán aquí pasto y
mantenimiento proporcionado para sus ánimos.
CÓMO NOS ENSEÑA A AMARLE
Ya, pues, por lo dicho entendéis cuánto nos ayuda este misterio para conocer a Dios;
veamos ahora cuánto nos ayuda para amarlo. Digo, pues, que si era grande impedimento
la rudeza de nuestro entendimiento para conocer a Dios, mucho mayor lo era la
desemejanza de nuestra vida para amarlo: que, como vos mejor sabéis, la semejanza es
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causa de amor, pues el amor es unión de voluntades y corazones.
Pregunto, pues, ahora: ¿qué semejanza hay entre la alteza divina y la bajeza humana?
Porque las cosas contrarias o diferentes muy mal se pueden unir entre sí. Siendo, pues,
esto verdad, ¿qué cosa más diferente y más distante una de otra que Dios y el hombre?
Dios, espíritu simplícisimo; el hombre, espíritu sumido en la carne; Dios altísimo, el
hombre bajísimo; Dios riquí-simo, el hombre pobrísimo; Dios purísimo, el hombre
impurísimo; Dios inmortal y impasible, el hombre mortal y pasible; Dios exento de todas
las miserias, el hombre sujeto a todas ellas; Dios inmudable, el hombre mudable; Dios en
el cielo, el hombre en la tierra; y finalmente, Dios invisible, y el hombre visible, y como
tal, apenas puede amar lo que es invisible.
Veis, pues, ahora cuán grandes impedimentos hay de parte del hombre para amar a
Dios. Porque siendo la semejanza causa de amor y de la unión de los corazones, ¿qué
semejanza hay entre Dios y el hombre, donde vemos tanta diferencia de parte a parte?
Pues ¿qué remedio para que haya semejanza donde hay tantas diferencias? Esta fue
la invención admirable de la divina sabiduría, la cual de un golpe cortó a cercén todos
estos impedimentos del amor, haciéndose hombre. Porque veis aquí a Dios, que era
purísimo espíritu, vestido de carne: veislo abajado, veislo pobre, humilde, mortal y
pasible, y sujeto a las mudanzas y cansancios de la vida humana, y sobre todo esto
visible, para que el hombre que no podía amar sino lo que veía, vestido ya Dios de esta
ropa, no tenga excusa para dejar de amarle.
Y porque es también grande impedimento del amor la desigualdad de las personas,
por donde se dice que no concuerdan bien ni moran en una casa majestad y amor, veis
aquí también quitada la desigualdad, cuando de esta manera se abajó la Majestad y se
acomodó a nuestra poquedad. Lo cual divinamente nos representó el profeta Eliseo
cuando resucitó el niño de su huéspeda, sobre el cual se acostó, encogiendo su cuerpo a
la medida del niño, con lo cual se calentó la carne del niño muerto, y abrió los ojos, y
resucitó (Cf. 2R 4, 32-35). Pues ¿qué otra cosa nos representa esta tan extraña
ceremonia del profeta, sino haberse recogido aquel grande Dios que llena cielos y tierra,
compasándose con el hombre y estrechando su Majestad a la medida de nuestra
humanidad por su grande caridad, con la cual el mismo hombre vino a encenderse en el
amor de quien así lo amó?
Esta, pues, fue la invención que la divina Sabiduría inventó para ser amada de los
hombres, acomodándose a la pequeñez y naturaleza de ellos.
Mas no se contentó aquella soberana Majestad con quitarnos estos impedimentos de
su amor, sino proveyónos también de grandes estímulos y incentivos de amor con la
muestra de su bondad y de la grandeza de los beneficios que se encierran en este sumo
beneficio.
Porque dos propiedades señaladas tiene el verdadero amor. La una es querer bien y
desear bien al que ama: y cuanto a esto no nos pudo el Hijo de Dios desear y
procurarnos más bien, que darnos bienes de gracia y de gloria, los unos para esta vida, y
los otros para la otra.
La segunda propiedad es padecer trabajos y dolores por la persona amada. Pues esto
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vemos en la persona y vida de nuestro Salvador, y mucho más en la muerte y en los
grandes dolores y tormentos que por librarnos de la muerte padeció.
Y aquí interviene una cosa que suspende y arrebata las almas devotas en una grande
admiración. Para lo cual habéis de presuponer que no solamente Dios, en cuanto Dios,
no puede adquirir algo de nuevo, mas ni en cuanto hombre ganó ni mereció cosa que Él
ya no tuviese. Porque su gracia y gloria nunca más creció de lo que le fue dada en el
instante de su concepción, y la gloria de su cuerpo y de su santo nombre en ese mismo
instante la mereció. Y así ninguna cosa adquirió de nuevo que ya no tuviese.
Siendo pues esto así, ¿no es cosa que espanta haberse ofrecido a los mayores dolores
que jamás se padecieron ni padecerán, sin caerle nada en casa ni adquirir nada de nuevo
para sí? ¡Qué novedad es esta! ¡Qué cosa tan nunca vista! Porque generalmente vemos
que todos los hombres no dan paso sin algún interés, ni se ponen a grandes trabajos sin
grandes pretensiones.
Pues ¿no es cosa de admiración ver a este Señor en tan grande agonía y aflicción de
espíritu, que bastó para hacerle sudar gotas de sangre, verle preso, maniatado, escupido,
abofeteado, escarnecido, azotado, burlado de Herodes, coronado de espinas, pregonado
por las calles públicas con la cruz sobre sus hombros quebrantados con los azotes
pasados, jaropado con hiel y vinagre, y después enclavado en una cruz entre dos
ladrones, con su Madre presente: y que en todos estos trances, en todas estas batallas, en
todos estos tormentos ejecutados en el más delicado de los cuerpos sin ningún linaje de
consuelo ni del cielo ni de la tierra, y que en todos estos tragos y dolores ninguna cosa
medrase para sí, sino para los hombres?
Los mártires a cada azote que padecían, se consolaban, acordándose que a cada
golpe que les daban correspondía un más alto grado de gracia y de gloria, de que
eternalmente habían de gozar, y con esto se animabany consolaban en sus dolores: mas
nada de esto había lugar en Cristo, pues ninguno de sus tormentos padeció para sí, sino
para los hombres, y lo que más es, no solo por los buenos, sino por los malos y enemigos
suyos, para que a costa suya ellos pagasen, y padeciendo Él, ellos gozasen, y siendo Él
humillado, ellos fuesen ensalzados y librados de todos sus males.
Lo cual es como si un padre se pusiese a remar en las galeras porque no remase su
hijo condenado a ellas. Porque de esta manera este celestial Padre, viéndonos
sentenciados a muerte, se ofreció a esta muerte tan trabajosa por darnos eterna y gloriosa
vida. ¿Veis, pues, qué grandes estímulos tenemos en esta sagrada Humanidad para amar
a Dios? De los cuales careciéramos, si por algún grande santo fuéramos reparados.
CÓMO NOS ENSEÑA A IMITARLE
La tercera cosa, que es la imitación de Dios, fácilmente se puede entender por lo
dicho, porque tal fue este medio que Dios inventó, que con ser uno solo, sirve tan
perfectamente para cada una de las cosas que pertenecen a nuestra santificación, como si
para sola ella fuera instituido, como lo veréis ahora en esta.
Porque claro está que no hay persona que más perfecta sea y más digna de ser
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imitada que es Dios, pues Él es la primera regla y el primer dechado de toda virtud y
santidad. Mas siendo necesario que veamos lo que habemos de imitar, fáltanos esta
comodidad en Él, no por parte suya, sino por la nuestra, que no alcanza a ver la grandeza
de su pureza. Mas al hombre podemos claramente ver, mas no le podemos seguramente
imitar, por su grande imperfección.
Por donde no había otro más conveniente medio para esto, que juntarse Dios con el
hombre, para que así tuviésemos a quien pudiésemos ver y seguramente imitar.
¿Veis cuán a propósito viene esta invención de Dios, para que tuviésemos un perfecto
dechado y un clarísimo espejo en que nos pudiésemos mirar y humillar y emendar, pues
ya sabéis que aun los espejos materiales así se hacen, juntando una cosa clara, que es el
vidrio resplandeciente y transparente, con una tela de plomo, que es oscuro, y de esta
manera, juntando lo claro con lo oscuro, se viene a hacer este espejo material? Y
conforme a esto nos proveyó nuestro Señor por este medio de este espejo espiritual, en
el cual todas las virtudes de Cristo resplandecen, como lo podréis ver discurriendo por
todos los pasos de su vida santísima.
Veréis, pues, primeramente en la vida de este Señor el celo de la gloria de Dios y de
la salvación de las almas, por las cuales andaba por todas las villas y lugares de aquella
tierra predicando y buscando las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Veréis de la manera que ordenaba su vida, perseverando las noches en oración, y
gastando los días en doctrinar las almas.
Veréis la piedad para con los enfermos y leprosos, tocándolos con sus benditas
manos, y dando salud a todos cuantos dolientes y ciegos y paralíticos se la pedían, sin
jamás negarla a nadie.
Veréis la fidelidad para con su eterno Padre, atribuyendo a Él todas las obras que
hacía, y las palabras que hablaba, refiriéndolo todo a la gloria de Él, sin tomar nada para
sí.
Veréis la misericordia de que usó con la mujer adúltera, y con la pública pecadora, y
con el publicano que hería sus pechos, y con San Pedro que le había negado, y
finalmente con todos los que acudían a Él.
Veréis aquella extremada pobreza del Señor de todo lo creado, pues como Él dijo, los
pájaros tienen nidos y las raposas cuevas, y Él no tenía sobre qué reclinar su cabeza, ni
con qué mantenerse, sino con las limosnas que unas piadosas mujeres le daban.
Veréis la blandura de que usó con sus discípulos, pues habiéndole ellos al tiempo de
la prisión desamparado, acabando de resucitar les envió aquella graciosa embajada con la
Magdalena, diciendo: Ve a mis hermanos, y diles que subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (Jn 20, 17).
Pues ¿qué diré de aquella inefable humildad con que se abajó a lavar los pies de sus
discípulos, y entre ellos a los de Judas, que lo tenía vendido? ¿Qué diré de la paciencia
con que sufrió tantas injurias, llamándole samaritano, y endemoniado, y engañador del
pueblo? ¿Qué de la benignidad con que trabaja a los pecadores, comiendo con ellos para
ganarlos y traerlos a Dios?
Estos y otros semejantes ejemplos de virtudes hallaremos en su vida. Pues ¿qué será
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si entramos en su dolorosa muerte y en el proceso de su sagrada Pasión? ¿Quién no
quedará espantado considerando tantos ejemplos de humildad como se nos dan en toda
ella? Porque toda ella parece haber sido una tela tejida de pasos de humildad.
Pues ¿qué diré de aquella obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz, y de aquella
paciencia entre tantos dolores, y de aquella mansedumbre entre tantas injurias, y de aquel
silencio entre tantos falsos testimonios, de que el mismo juez se espantó, y finalmente de
aquella benignidad con que rogó al Padre por los mismos que lo crucificaban?
Estos y otros semejantes ejemplos tenemos en todo el discurso de la vida, y mucho
más de la muerte de nuestro Salvador, y ya vos veis de cuánta eficacia sean estos
ejemplos, y cuán poderosos para movernos, pues son ejemplos de persona de tanta
dignidad. Porque aunque el hombre santo que vos al principio proponíales, nos diera
ejemplos de sus virtudes, pero ya vos veis cuánto va de ejemplo de Creador a creatura.
Porque que el hombre sea humilde y obediente, y sea paciente, y sea pobre de
espíritu y de cuerpo, no es mucho: mas que el Señor de la majestad sea humilde, y que el
Rey de los reyes sea obediente, y el que es gloria de los bienaventurados padezca
dolores, y el piélago de todas las riquezas sea pobre, y el que es pan de los ángeles
padezca hambre, y el que viste los cielos y los campos de hermosura esté desnudo en la
cruz, bien veis cuánto más nos muevan estos ejemplos, que todos los de los santos,
mayormente considerando que en todos estos trabajos, además del ejemplo que nos
daba, obraba nuestra salud.
_________
* Diálogo sobre el misterio de la Encarnación. Obras completas, tomo XV, Madrid, 1997, págs. 426-433.
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II. LOS MISTERIOS DE LA INFANCIA
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1. DE LA ANUNCIACIÓN DE NUESTRA SEÑORA*
En este paso, cuando el ángel la saludó, debemos contemplar a la Virgen en su
oratorio retraída: porque aunque la casa fuese pobre, no faltaría en ella lugar de oración,
donde es cosa verosímil que tendría sus libros devotos, sus salmos, sus profetas y sus
oraciones, y por ventura, como la santa Judit, su cilicio y sus disciplinas para castigar
aquel sacratísimo cuerpo, que no se lo merecía; y señaladamente es de creer que en este
paso estaría su espíritu elevado en alguna altísima contemplación, como dicen los santos,
cuando el ángel la visitó.
VIRTUDES PRACTICADAS EN LA ANUNCIACIÓN
Considera, después de aquella tan dulce y graciosa salutación del ángel, las virtudes
altísimas de esta Virgen, que en todo este diálogo que pasó entre ella y el ángel,
maravillosamente resplandecen, y señaladamente su silencio, su humildad, su virginidad y
su fe.
El silencio se mostró en que hablando tantas cosas y tantas veces el ángel, la Virgen
habló tan pocas veces y tan pocas palabras, para enseñar a las vírgenes el principal
decoro y ornamento de la virginidad, que es el silencio y la vergüenza.
Mas la humildad se nos descubre en aquella turbación y temor que tuvo de las
palabras tan honrosas del ángel: porque no hay cosa más nueva ni más extraña para el
verdadero humilde, que oír sus alabanzas, y asimismo no hay cosa para él de mayor
temor, porque así como teme el rico avariento los ladrones porque no le hurten su tesoro,
así teme el verdadero humilde las alabanzas de los hombres, que son ladrones de la
humildad.
La virginidad y amor inestimable que tenía a esta virtud, se nos descubre en aquellas
palabras que dijo: ¿Cómo se hará esto, porque no conozco varón? En lo cual
manifiestamente da a entender el propósito y voto de su pureza virginal, que parece ser el
primero que en aquel tiempo se hizo. Por donde la Iglesia en la letanía la llama

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