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Jean-Paul Sartre Barioná, el Hijo del Trueno Misterio de Navidad Edición de José Ángel Agejas La colección V e r it a s surge como un proyecto de colabora ción entre diversas Universidades de inspiración cristiana. Su objetivo es trasladar a la sociedad el dinamismo generado en la vida universitaria en tomo a diversos ámbitos de la relación fe-razón: literatura, ciencia, historia, arte, econo mía... De este modo se lleva a cabo una de las exigencias de la fe: hacerse cultura. Colección V ERITAS Director de la colección: Pablo Ccrvcra Directora editorial: Lidia González © de la traducción: Tomás Alfaro © del estudio introductorio y notas: José Angel Agejas © V O ZD EPA PEL Raimundo Lulio, 2 0 , Io Deha. 2 8 0 1 0 Madrid (España) Tclf.: 34-91 5 9 4 09 22 F ax: 34-91 5 9 4 36 44 correo@libroslibres.info www.libroslibres.info Diseño de cubierta: © Trasbordo, c.b. Primera edición: noviembre de 2004 Depósito Legal: S E -5 176-2004 en España ISBN: 8 4 -9 3 4 0 2 3 -4 -6 Impresión: Publidisa Este libro no podrá ser reproducido, ni parcial ni totalmente, sin el previo permiso por escrito de los titulares del «copyright». Todos los derechos reservados. http://www.libroslibres.info índice Presentación [ José Ángel Agejas ] 9 Barioná, el H ijo del T rueno Una obra esperanzada y esperanzadora 13 1. El Stalag 12D y el M isterio de N a v id a d ......................13 1.1. Una N avidad ganada a los nazis ...........................16 1.2. Algunas de las claves form ales de Barioná . . . 22 2. Sartre y el cristian ism o..................................................... 30 2.1. El rechazo de D ios en Sartre .................................. 32 2.2. La indecisión ante el M isterio ................................3 7 3. La esperanza: colum na vertebral del argumento . 42 3.1. La esencia del cristianism o es esperanza . . . . 45 3.2. El debate entre los tipos de esperanza ............. 49 Barioná, el H ijo del T rueno 5 7 Bibliografía básica sobre Sartre en español 151 Presentación La Providencia quiso que me cruzara un día con algunas frases citadas de una supuestamente inédita obra de teatro de Sartre sobre la Navidad. En el texto se dibujaba a María con una ter nura y una dulzura muy particulares. Me sorprendieron. Algu nos amigos a quienes di a conocer el texto, más escépticos, dudaban muy mucho de que fuera cierta la atribución de la paternidad de aquellas líneas. Busqué en las bibliografías sartria- nas y en algunas bibliotecas españolas. Inútil. La susodicha obra no aparecía por ningún sitio. La ortodoxia de los libros más o menos oficiales imponía la no existencia de una obra que, la ver dad, sonaba a música celestial. Siempre aparecía como primera obra dramática del autor francés Las moscas. Sin embargo, navegando por la famosa red de redes, encontré no sólo algunas alusiones a esa misteriosa pieza, sino incluso convocatorias para acudir a su representación en alguna universidad de los Estados Unidos y en algún que otro país del norte de Europa. Luego sí que existía. La curiosidad me picaba ya de manera tal que deci dí que no me bastaba con saber que existía y que la cita podía tener una fuente real, sino que tenía que encontrarla y publicar la en España. ¿Por qué extraña razón una obra de teatro de uno de los más citados, traídos y llevados autores de la segunda mitad del siglo xx, no había sido traducida al español? ¿Por qué no aparecía en la mayoría de las recopilaciones de sus obras completas, o de su teatro completo? [ 9 ] La primera pista clara la obtuve tras localizar un par de artículos que mencionaban cómo durante su cautiverio por los nazis en el Stalag 12D escribió para la Navidad de 1940, a petición de los sacerdotes prisioneros — algo que ya vere mos que no es exacto— , una obra de teatro para representar con otros prisioneros de guerra, en la que se revivía el Mis terio de la Encamación. Las referencias a estos hechos cita ban siempre un libro en el que se hablaba largo y tendido de la obra y del ambiente en que se escribió, publicado por uno de los sacerdotes compañeros de cautiverio. De nuevo Inter net vino en mi auxilio, y en un par de librerías de viejo encontré catalogados dos ejemplares de este libro. Para este entonces los amables bibliotecarios de la Universidad Fran cisco de Vitoria ya estaban supongo que más que hartos de las continuas consultas, peticiones y averiguaciones que les hacía para dar con la obra. Me consiguieron el libro en cues tión: Avec Sartre au Stalag 12D (Con Sartre en el Stalag 12DJ. El sentimiento que me provocó su lectura fue agridul ce: efectivamente hablaba y mucho del ambiente en cuestión, pero no ofrecía pista alguna para dar con el texto original de la obra. Citaba algunos párrafos literalmente, describía la puesta en escena, reconstruía algunos de los actos... e inclu so su autor (y el libro se publicó en 1980) expresaba el deseo de que algún día se publicara y se incorporara así al Corpus de la producción sartriana. Ya no cabían dudas. La obra existía. Es más. En la contra- portada de este libro se citaban unas palabras de René Lauren- tin, prestigioso teólogo y en especial, profundo conocedor y estudioso de los Evangelios por lo que se refiere a la infancia de Jesús: «Sartre, ateo deliberado, me ha hecho ver mejor que nadie, si exceptúo los Evangelios, el misterio de la Navidad. Por esa razón le guardo un inmenso reconocimiento». Elogio, casi podría pensar que desmesurado. El primer camino que había seguido en mis investigaciones se acababa de cerrar. La frase de la que había partido todo la había encontrado citada [ 1 0 ] por Laurentin. Había añadido algunos datos más, pero tenía que abrir nuevas pistas. Entonces, la Providencia intervino de dos maneras. Ante la dificultad que suponía acudir a la Biblioteca Nacional Francesa, en cuyo catálogo aparecen dos ejemplares (uno de ellos mutila do), los bibliotecarios de la Universidad, que a estas alturas ya habían asumido también como propio el proyecto de localiza ción de la obra, dieron con un ejemplar en la biblioteca de la Universidad de Indiana, en los Estados Unidos. Y contra todo pronóstico, para alentar este último trayecto de la investigación, la Providencia intervino de otra manera, pues leí en el diario II Corriere della Sera que aparecía la traducción italiana de una obra inédita de Sartre sobre la Navidad. Décadas de silencio sobre ese texto, y ahora parecía surgir del oscuro Averno. Este breve relato, más que un cúmulo de peripecias, quie re servir para hacer llegar al lector la inquietud que me llevó hasta esta obra de Sartre, a localizarla y a ponerla a su dispo sición en español, por primera vez, más de sesenta años des pués de haber sido escrita y representada. No puedo concluir sin dar toda la amplitud que se merece en este caso el capítulo de los agradecimientos. Por supuesto a Rosa Salord, a Verónica Calderón y a Jorge Conde, sin cuya inestimable ayuda y consejo de expertos bibliotecarios la loca lización del texto me habría supuesto un trabajo excesivo en tiempo y esfuerzos. Al profesor Juan Carlos Conde, quien desde el Campus de Bloomington de la Universidad de India na ofreció desinteresadamente su colaboración para localizar el ejemplar de la obra en su biblioteca y ponerlo a nuestra dis posición para preparar esta edición. Al profesor Tomás Alfaro, entusiasta y apasionado, a quien se debe la traducción que hoy tienes entre tus manos, y sin cuyo apoyo este proyecto se habría demorado más de la cuenta. A la profesora Martina Granizo, por sus referencias bíblicas y de la historia de Israel. Y gratitud, sobre todo, para el director de la colección, Pablo [113 Cervera Barranco, y el editor, Álex Rosal, quienes desde el ini cio creyeron en el proyecto, aun cuando sólo conocían las pri meras inquietudes y pesquisas que realizábamos, sin demasiado éxito, todo sea dicho. Esperamos que la lectura de la obra — y la representación,si es el caso— suponga para muchos la ocasión de reconside rar el papel de Cristo en la historia de los hombres. Belén es la irrupción del Eterno en el tiempo, de Dios en la Historia humana, la divinización del hombre. Es imposible imaginar un argumento con una carga dramática mayor. Y desde luego que Sartre lo sabía: al menos por esta vez no pudo resistirse a la fuerza de la Gracia. [ 12] Baríoná, el Hijo del Trueno Una obra esperanzada y esperanzadora Por José Ángel Agejas 1. E l Stalag 12D y el M isterio de N av idad A nadie se le escapa la peculiaridad de la obra que aquí presenta mos- Basta la concatenación del nombre del autor «Jean-Paul Sar- tre» con el subtítulo de la obra Misterio1 de Navidad, para que al menos surja en quien lo ve o escucha un gesto de extrañeza. Barioná es la primera obra de teatro del padre del existencialis- mo europeo. En este breve estudio introductorio queremos dete nernos en los dos aspectos que la hacen realmente peculiar y, en cierto sentido, única. Por un lado está el hecho de que sea preci samente la primera obra de teatro de Sartre, y por otro, como es obvio, que uno de los autores que más ha militado en el ateísmo anticristiano se ocupara en ella de la Navidad. Un análisis especí ficamente literario excede nuestra pretensión en este momento. De todos modos, algunas alusiones haremos tanto al estilo como a la fuerza dramática de la composición, pero será siempre desde 1 Mantenemos la palabra Misterio traducida literalmente y con mayúscula, con la acepción que el DRAE recoge como «pieza dramática que desarrolla algún paso bíblico de la histo ria y la tradición cristianas. Reciben especialmente este nombre determinadas obras medie vales de Francia y el antiguo reino de Aragón». Cuando usemos la palabra misterio como sinónimo de aquello que es inaccesible a la razón más que a través de la fe, la escribiremos con minúscula. [ 13] . * - .’.**• -V • ’ ■ * U perfectiva estítica mis que desde b propiamente lite»rU Aunque es U primera obra dramitica de e s t e E ó y S C T Cme _ \" au,0r dotado de una finísima sen,;! bihdad y de una destreza literaria acrisolada. Pero sigamos con nuestra presentación. Las paradojas de la vida, o los misteriosos caminos de la Providencia, dispusieron que un autor ateo descubriera su vena como dramaturgo escri biendo y poniendo en escena un Misterio de Navidad. Quien tanto atacaría determinados principios esenciales de la fe cristia na bueno, sobre todo uno esencial para cualquier religión, la existencia misma de Dios— desde los personajes de sus obras dramáticas, descubrió la fuerza del teatro escribiendo sobre la Encarnación de Dios. En una de sus cartas a Simone de Bcauvoir le confesó: «Seguramente tengo talento como autor dramático: he escrito una escena del ángel que anuncia a los pastores el naci miento de Cristo que ha dejado a todos sin respiración (...) inclu so a alguno se le saltaban las lágrimas». «He hecho un Misterio de Navidad muy conmovedor, por lo que parece, hasta el punto de que a alguno de los actores, al recitar, se le saltaban las lágri mas»2. Pero es que algunos años más tarde, al explicar la fuerza de su teatro y su esfuerzo por hacer que sus personajes estuvie ran en «situación», dijo: «Mi primera experiencia teatral fue par ticularmente afortunada. Mientras estaba prisionero en Alemania en 1940, escribí, puse en escena e interpreté una obra de Navi dad que, consiguiendo esquivar la vigilancia del censor alemán por medio de símbolos sencillos, se dirigía a mis compañeros de cautiverio (...) en aquella ocasión, al dirigirme a mis compañeros por encima de las luces de las candilejas y hablarles desde su con dición de prisioneros, les vi de repente tan realmente silenciosos y atentos que comprendí lo que el teatro tenía que ser: un gran fenómeno colectivo y religioso»3. 2 J.*P. SáRTRE, Lentes au Castor et a quelques autres. Gallimard, París 1983, p. 656. J Citado en J. IrELAND, Sartre un art déloyal. Théátralité et engagement. Éditions Jean- Michcl Place, París 1994, p. 30. [ 14] De todos modos, no ha sido fácil que ese texto llegara hasta nosotros. En las mismas declaraciones que acabamos de citar, Sartre justifica que como fue una obra demasiado marca da por las circunstancias — de un prisionero, interpretada por prisioneros y para prisioneros— se ha resistido siempre a que se editara, y sobre todo, a que se interpretara de nuevo. Pensa mos que en esas declaraciones Sartre no es del todo sincero y que las razones por las que luego se opuso a la difusión de la obra tienen que ver más con el contenido que con la supuesta mala calidad de la misma4. Los avatares del manuscrito fueron complicados. Sartre lo perdió después de la representación (o eso dijo), pero algunos de los prisioneros católicos conserva ron copias, y en años posteriores le pidieron que autorizara tanto su edición como su representación. Después de mucho insistirle, Sartre aceptó finalmente, pero con la condición de que el libro fuera encabezado por una anotación suya en la que quedaran claras sus reservas sobre la obra y las circunstancias en las que fue escrita. De este modo, en 1962 hubo una primera edición de qui nientos ejemplares que se distribuyó entre los compañeros del campo de prisioneros de guerra, el Stalag 12D. De aquéllos sólo quedó un ejemplar, en la Biblioteca Nacional Francesa, además incompleto. A los pocos años, Elisabeth Marescot insistió para que le permitiera realizar una nueva edición, ya que los ejemplares de la primera habían desaparecido, y eran muchos los estudiosos en todo el mundo que querían conocer aquella primera obra teatral de uno de los padres del existen- cialismo. Sartre le autorizó personalmente esa edición. No tenemos noticia del número total de ejemplares que la compu sieron. A esa edición pertenece el ejemplar localizado en la 4 John Ircland es de la misma opinión c incluso él cree que la negativa de Sartre se debe, sobre todo, a su temor a que si autorizaba su representación, la fuerza de esta obra oscure cería el resto de su producción teatral. La complicidad de la «intelectualidad oficial» con uno de sus gurús ha hecho que la obra siga siendo casi completamente desconocida por c público y por buena parte de los estudiosos. [ 15] Universidad de Indiana (el número 101, en concreto) y q Ue usamos inicialmente para nuestro trabajo. Lleva la misma ano tación inicial de 1962 en la que Sartre se desmarca del conte nido de la obra: «El hecho de que haya tomado el tema de la mitología del cristianismo no significa que la dirección de mi pensamiento haya cambiado ni siquiera por un momento durante el cautiverio. Se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes»5. Al inicio, tampoco esta edición salió a la venta, aunque al año siguiente se pudo encontrar en algunas librerías de París. Finalmente, la primera edición regular del texto fue la que en 1970 difundió Galli- mard como uno de los numerosos apéndices de la publicación coordinada por Michel Contat y Michel Rybalka6. Puesto que consta como la primera edición regular, la hemos mantenido como el texto definitivo de referencia. 1.1. Una Navidad ganada a los nazis No cabe duda de que todos estos avatares son una buena mues tra del significado propio de la obra: su temática y contenido digamos que «desentonan» un poco en el universo sartriano. Además, a pesar del esfuerzo por desmarcarse de ellos y de jus tificarlos en función de las circunstancias, su profundidad y seriedad son tales que merecen algo más que una excusa coyun- tural. No se puede admitir la simple y rápida justificación del momento y de las circunstancias para explicar esta especie de paréntesis de acercamiento al cristianismo (no a la fe, desde 5 Declaración que repetiría siempre que se refería a Barioná,como por ejemplo en las declaraciones que hemos citado anteriormente: «Aquel drama no era bíblico más que en apariencia» (Ireland, p. 30). 6 M. Contat - M. Rybalka, Les écrits de Sartre. Cronologie, bibliographie commeniée. Gallimard, París 1970. [ 16] luego) de un autor que defendería a capa y espada el «compro miso» (el famoso engagement de la intelectualidad progresista del 68). Como veremos, no sólo porque recrea magistralmente la escena navideña por excelencia — María con el niño en sus brazos— , sino por el planteamiento de la obra, por su enfoque, en definitiva, por su «compromiso» tan alejado del que luego adoptaría como suyo. La Navidad no es un tema dramático más, una excusa temática como cualquier otra. Supone una acti tud radical. Aquí el «compromiso» es ineludible, como en el desarrollo de la acción queda patente, lo que supone que si Sar- tre era coherente con su teoría sobre el intelectual, el acerca miento no pudo ser circunstancial, so pena de admitir una clara acusación de incoherencia e hipocresía. En este inciso vamos a ocuparnos de perfilar el contexto que dio origen a la obra, a su puesta en escena y sus consecuencias en el mismo campo, lo que enriquece bastante la lectura de la pieza dramática. Durante su estancia en el Stalag 12D, Sartre vivió en el barracón de los artistas, y en medio de un inmenso aburri miento, se dedicó a leer, impartir algunos cursos sobre filoso fía a otros prisioneros, uno de ellos sobre Heidegger, y a escribir algunas de sus obras. En los meses transcurridos como prisionero, terminó de escribir su ensayo sobre la imaginación (Lo imaginario: psicología fenomenológica de la imaginación) y las primeras páginas de una de sus obras más famosas, El ser y la nada, así como la novela La edad de la razón. Justo antes de incorporarse al ejército francés en 1939 (dentro del servi cio de meteorología) ya había publicado, entre otras cosas, su famosa novela La náusea y las narraciones de El muro. En junio de 1940, tras la derrota del ejército francés, Sar tre es hecho prisionero de guerra junto con el resto de sus compañeros. Tras pasar por distintos lugares de reclusión, en agosto de ese mismo año llega al campo de prisioneros de Tré- veris, en Alemania. Aquí conoce a un grupo de sacerdotes franceses — también prisioneros— , con los que mantendrá una relación especial hasta que logra escapar del campo (con [ 1 7 ] la ayuda y complicidad de alguno de ellos), en abril de 194 i Para la reconstrucción del ambiente y los avatares de esos meses nos ha sido esencial el libro del jesuíta Marius Perrin7 sin duda alguna el testimonio más amplio y detallado sobre aquellos meses en ese lugar8. Son muchos y muy interesantes los detalles que a propósito de Barioná podemos leer en esta obra. Y el primero y más signi ficativo es sobre su origen. En la presentación de este libro alu díamos al hecho de que algunos autores afirman que Sartre había escrito Barioná accediendo a las «insistentes peticiones» de los sacerdotes prisioneros con él. No es lo que se sigue del relato de Perrin, ni mucho menos. Si nos atenemos a este relato, cierta mente más verosímil, la historia fue mucho más interesante. El grupo «habitual» de sacerdotes con los que Sartre tiene relación está formado, además de por el propio Perrin, por el dominico Pierre Boisselot, que ejercía como capellán del campo, por el también jesuíta Maurice Espitallier (a quien se referirá siempre como Espit) y por Henry Leroy, quien se quedaría voluntaria mente como capellán del campo hasta el final de la contienda. Es Boisselot quien conoce a Sartre y se lo presenta a Perrin. En el mes de noviembre de 1940 Boisselot ha movido Roma con Santiago con el fin de obtener de las autoridades del campo permiso para celebrar la Misa del Gallo, lo que impli- 7 M. Perrin, Avec Sartre au Stalag 12D. Jean-Picnrc Dclarge Éditeur, París 1980, 8 Sartre se refiere a Perrin explícitamente en su conferencia El existencialismo es un huma nismo: «Cuando estaba prisionero, conocí a un hombre muy notable que era jesuíta. Había entrado en la orden de los jesuítas de la siguiente forma: había tenido que soportar cierto número de fracasos muy duros ( . . . ) . Este joven podía pues considerar que había fracasado en todo; era un signo, pero ¿signo de qué? Podía refugiarse en la amargura o en la desesperación. Pero juzgó, muy hábilmente según él, que era el signo de que no estaba hecho para los triun fos seculares, y que sólo los triunfos de la religión, de la santidad, de la fe le eran accesibles» (J.-P. Sartre, E l existencialismo es un humanismo. Edhasa, Barcelona 1989, p. 32). Aunque parece que la relación entre ambos fue positiva y se mantuvo a lo largo del tiempo, las expre siones de Sartre denotan, cuando menos, cierta incomprensión de las razones de la elección del otro. Perrin, por su parte, se refiere al filósofo con expresiones algo más respetuosas sobre su modo de pensar y obrar «Es el hombre Sartre el que me interesa, el hombre genial y gene roso que volcó su vida en la conquista imposible de una libertad auténtica». PERRIN, p. 166. [ I B ] caba que la noche del 24 de diciembre, entre otras cosas, no hubiera toque de queda en un campo que recogía entre quin ce y veinte mil prisioneros de guerra (soldados franceses en su mayoría). Hábil negociador, había conseguido esa suspensión, con lo que además de la Misa, les permitieran celebrar previa mente un concierto. Boisselot esta reunido con los otros cape llanes, comentándoles emocionado el permiso y sus planes. El resto de los sacerdotes, contagiados por la buena nueva que esto suponía, comentaban y proponían alborozados qué piezas interpretar en el concierto, cuando llega Sartre para impartir a Perrin su sesión del seminario de lectura de Ser y Tiempo de Heidegger. «Sartre llegó esa mañana como de costumbre para lo de Heidegger. Pero la atmósfera del lugar no era la de cos tumbre. Había ambiente: Leroy discutía con Espit, pero no daba la impresión de que estuvieran riñendo, y es que se trata ba del gran proyecto»9. Perrin, por educación, le pone al tanto de la noticia, pero entonces Sartre se interesa y les hace varias preguntas. Ellos no es que le hagan mucho caso, la verdad, pues creen que simplemente lo hace también por cortesía, hasta que se ofrece para los ensayos de la coral. Sartre tenía buena voz y sabía música, lo cual era un apoyo, pero es que además para los sacerdotes suponía un reto: se trataba de un ateo oficial. Éste es el ambiente entre los sacerdotes del campo. Las con versaciones con Sartre, el tono de las mismas y de su relación era de un respeto tal, que con toda seguridad nunca habría sali do de ellos pedirle nada. Así quedan las cosas y siguen con el seminario y la «pesada» (sic Perrin) lectura de Heidegger. Pero, pasada una semana, es Sartre quien reconoce que le ha estado dando vueltas a lo de la celebración, que le parece bien la Misa del Gallo y los cantos, pero que seguramente para aquellos «parroquianos» iba a resultar una celebración pobre y escasa. La Iglesia admite una Cena de Nochebuena, nunca ha tenido miedo de mezclar lo sagrado y lo profano — argumenta , por 9 Perrin, p. 63. [ 19] lo que tiene que haber alguna manera de marcar la fiesta tam bién humanamente sin quitarle su sentido comunitario. ¿Por qué no resucitamos — propone él— la tradición de los Miste rios que antes se celebraban y en los que todos pueden partici par de alguna manera?10 Queda claro, por tanto, que la propuesta fue del propio Sartre, no de los sacerdotes. N o fue un encargo, fue una inicia tiva suya, personal, lo que hace más peculiar todavía la obra. Podemos leer en la presentación de la edición italiana, por ejemplo, cómo se atribuye el hecho de que la obra se escribie ra a una «insistente invitación por parte de los sacerdotes»11. Parece, según Perrin, que algo debió influir el hecho de que Sartre viviera en el barracón de los artistas, en el que habíatambién un director de teatro a quien los alemanes no habían autorizado la representación de una obra. El hecho es que Sar tre se lo propuso a los capellanes. El buen hacer del capellán Boisselot consiguió que pudiera integrarse como parte de la celebración previa a la Misa del G allo... y la Providencia inter vino, seguramente, para que el censor del campo no tocara ninguna palabra del texto. Un pequeño detalle nada baladí hacía peligrar todo: el tiem po. Sartre se había contagiado del entusiasmo que había desper tado entre los prisioneros la posibilidad de celebrar la Navidad, de romper al menos por un día la rutina tediosa del campo. Y en apenas seis semanas no sólo escribe la obra, sino que ensaya, dirige a los actores, supervisa la fabricación del vestuario y de los decorados... Una Navidad ganada a los nazis. Con esta representación, como ya hemos mencionado, Sar tre descubre, además de su capacidad como autor dramático, la fuerza de una obra realizada en comunión de personas, la fuerza de la grandeza del hombre en relación con los demás. 10 Cf. Perrtn, p. 64. 11 A. Delogu en J.-P. Sartre, Bariona o i\ figlio del tuono. Marinotti Edizioni, Milano 2003, XXIV. [ 20 ] Com o se ve por sus primeras obras literarias, La náusea y El muro, Sartre era partidario del individualismo más radical, incluso por parte del propio autor en relación con su público^! Com probar en sus propias carnes la cohesión y la fuerza que genera el teatro entre los actores primero, y en relación con el público y entre el mismo público después, le cambia de alguna manera esa visión solipsista radical. Su conversión a la cosmo- visión m arxista será muy posterior, pero la misma Simone de Beauvoir reconocería que durante el tiempo que Sartre pasó en el Stalag 12D cam bió mucho en su actitud hacia los demás. Bernard-H enri Lévy sitúa también en estos meses y en la redacción de esta obra, precisamente, el nacimiento del «segundo Sartre», menos individualista y más abierto al opti mismo. Y con toda seguridad esto influyó para que en cuanto llegara a París tras escapar del campo — haciéndose pasar por civil y aduciendo graves motivos de salud— escribiera Las m oscas . Es ésta una obra al estilo de una tragedia griega con lo que se supone, al menos formalmente, que Sartre quiere recu perar con ella el sentido que para el pueblo griego tenía el tea tro com o form a de participación activa en la ciudad. Ahora bien, no podemos considerar que entre ambas haya una continuidad tem ática, ni que-el compromiso intelectual sea parecido. En Las moscas encontramos una clara apuesta por abandonar las claves que había propuesto en Bariotiá como comunes para todos. En esta obra sustituye a Cristo como punto de referencia de la libertad auténtica, por un héroe ateo. Desaparecerá el Cristo que le hace a Baltasar repli car a Barioná que si es verdad que Dios nada puede contra la libertad del hom bre, «una nueva libertad va a lanzarse hacia el Cielo ( ...) Cristo ha nacido para todos los niños del mundo» y gracias a Él «existe la alegría»12 13, y en su lugar Orestes pro a mará como grito definitivo — «iQué me importa! Soy i re mas 12 C f.J.-P . Sartre, Auíoportrait á 70 ans. GaUimard, París, 1975. ‘3 Barioná, p. 141 (las citas de esta obra remitirán siempre a las págmas de esta edtaon). [21 ] allá de la angustia y de los recuerdos. Y de acuerdo conmigo mismo»*14— uno similar al que Barioná lanza ante la muche dumbre de su pueblo: «Soy libre, y contra un hombre libre, ni el mismo Dios puede nada»15. Antítesis o rebote que se ve tam bién en el contraste entre toda la ternura de M aría con el Niño o de Sara con el hijo que espera, y el orgullo de Orestes por haber asesinado a su madre. 1 .2 . Algunas de las claves form ales de Barioná Antes de pasar a analizar los temas más interesantes que Bario ná plantea al lector (la relación de Sartre con el cristianismo y la esperanza como sentido de la libertad), consideramos interesan te fijarnos en algunos elementos o circunstancias, algunos for males y literarios, y otros externos a la obra cuya consideración o descubrimiento, según el caso, nos han permitido adentrarnos más y captar mejor la riqueza y la genialidad de Barioná. El argumento de la obra es original: plantea la lucha de un zelote judío, Barioná, que se resiste a la ocupación y explota ción que los romanos invasores hacen de su pueblo. Es fácil ver los paralelismos entre los romanos y los nazis, los «rebeldes» judíos y los prisioneros... Además encontramos algunas críti cas claras contra el capitalismo (los romanos se llevan a la juventud como mano de obra barata para sus factorías en la capital de la región) y la industrialización, contra el mundo moderno en general y contra la mentalidad racionalista en par ticular (aunque luego él nunca la abandonara): el superinten dente romano Lelius, por ejemplo, se permite decir al inicio de la obra a los judíos: «Sois orientales, ¿captáis el matiz? No seréis nunca racionalistas, sois un pueblo de magos»16. 14 J.-P. Sartre, Las moscas. Alianza Editorial, Madrid, 1987, p. 100, 15 Barioná, p. 104. 56 Barioná, p. 64. [ 2 2 ] Sartre se hace eco de la tradición cristiana según la cual, los pastores que adoraron al Niño en Belén eran oriundos de la aldea de Bethsur, situada entre Belén y Hebrón17. El hecho de que en todas las ediciones originales consultadas de la obra la aldea siempre se denomine como Bethaur puede deberse a una errata de transcripción de las primeras copias. No cabe duda de que tal y como describe la aldea y a sus habitantes, Sartre se está refiriendo a esta localidad que si bien aparece en diversos pasajes del Antiguo Testamento, adquirió su mayor relevancia durante las revueltas macabeas contra la opresión siria y las consiguientes alianzas con los romanos, hacia el año 160 a.C. Fue entonces cuando Judas fortificó el monte Sión y Bethsur (lM c 4 -6 , passim). El pasado levantisco de la aldea y el hecho de que estuviera fortificada, tal y como las describe Sartre, res ponden a estos precedentes. Pero el quid de la historia está en la desesperación de este zelote que no ve ninguna salida a la opresión de los romanos. En inferioridad de condiciones y de fuerzas, ve como único cauce posible para su rebelión convertirse en un «pueblo para la muerte», hacer que no nazcan más niños de modo que des aparezcan y los invasores no tengan así nadie a quien oprimir. Su mujer, Sara, le dirá entonces que está embarazada. El quie re que aborte, pero ella se niega y el Niño de Belén supondrá la luz definitiva que cargue de significado la decisión y el valor de Sara, y sobre todo, que obligue a Barioná a cambiar su plan teamiento desesperado por una apuesta nueva cargada de sen tido. Tal es, en síntesis, el sugerente argumento. Pasemos ahora a considerar algunos de los elementos que contribuyen a engrandecer su puesta en escena y a que com prendamos mejor lo que supuso su interpretación en aquel campo de prisioneros. * *7 La aldea hoy cuenta con trece mil habitantes árabes, en su mayoría cristianos, y se deno mina Beit Sahour, «la aldea de los pastores». En su página web podemos leer que «el acon tecimiento más importante en la historia de Beit Sahour fue el anuncio al mundo del nacimiento de Nuestro Salvador, el Señor Jesucristo» (www.bcitsahourmunicipality.com). [ 2 3 ] http://www.bcitsahourmunicipality.com Vamos a acabar, en primer lugar, la historia: cómo se puso finalmente en escena esta obra aquella Nochebuena de 1940. Aunque no lo dice explícitamente en su libro, tras la lectura de Perrin uno saca la conclusión de que el tiempo en el Stalag 12D se dividió, como la Historia, en antes de la Navidad y en después de la Navidad. La irrupción de Barioná en la vida del campo no se redujo simplemente a un agradable paréntesis en la rutina de los prisioneros. Les marcó a todos y se convirtió en el tema de conversación y debate preferido durante los meses siguientes,especialmente entre el grupo de capellanes, y en las conversaciones de éstos con Sartre, «a pesar suyo» seña la Perrin18. Pero algunos detalles fueron más significativos. Ya hemos dicho que la obra se representó como preludio a la Misa del Gallo. Pues bien, sabemos que Sartre participó también en la celebración eucarística, no abandonó el barracón tras acabar la obra, como algunos pensaban, sino que partici pó en la misma, cantando con el coro bajo la dirección de Espit19. Además, hay que señalar que interpretó el papel del rey Baltasar, el otro gran personaje de la obra después de Barioná, y clave en el desenlace de la historia. No puede pasar se por alto por varias razones: es quien alienta la esperanza y hace que Barioná abandone la desesperanza y entregue su libertad a Cristo. También choca que asumiera el papel de un mago oriental, después de las palabras que había puesto en boca de Lelius contra el irracionalismo de los orientales. Los parlamentos de Baltasar sorprenden por su hondura filosófica y espiritual. Consta, además, que al menos un prisionero se convirtió tras escuchar su magnífica actuación, «sincera, ardo rosa, con una fe ardiente»20, del mismo modo que se conser van algunos relatos de prisioneros que recordaban claramente 18 Perrin, p. 103. 19 Perrin, p. 97. Citado en G Invitto, Sartre-Dio: una passione inutile. Edizioni Messagcro, Padova 2001, p. 28. [ 24 ] las palabras de Sartre, disfrazado de Baltasar, acerca del senti do del sufrimiento y sobre la grandeza de la Redención**. Sartre eligió a un religioso para que interpretara el papel de Barioná, el Hermano Feller21 22, a quien apreciaba y admiraba. La obra fue un éxito y los prisioneros quedaron conmovidos. Un segundo detalle interesante lo constituye la composición literaria y artística de la puesta en escena. Sartre concibió una pieza dram ática con un elevado número de personajes (vein titrés con papel con texto hablado, más otros muchos secun darios, com o ancianos del coro, pastores, habitantes de la a ld ea...), sin duda para contribuir de ese modo a que más presos se ilusionaran, como hemos visto que pasó cuando sugirió la idea a los sacerdotes. Como la idea primitiva que los capellanes habían tenido para la celebración de aquella noche era la de un concierto coral, Sartre intercala a lo largo de la representación varios villancicos. El primero, antes del sexto cuadro, y tras la intervención del narrador que «descri be» el m isterio de Belén. En ese mismo cuadro, en la escena quinta, Barioná se queda solo una vez que la muchedumbre, sus paisanos (interpretados por la coral, claro) ha entrado en el portal. Su intenso monólogo llega al clímax: «Millones de años después de la creación, en este establo, se levanta, con * la tenue claridad de un pábilo, la primera mañana del mundo». Entonces la muchedumbre entona otro canto, que sabemos por el contexto y por el libro de Perrin, que fue el «coro de los peregrinos» de Tannháuser23: «Cantan como 21 Cf. C h. Moeller , Literatura del siglo XX y cristianismo II. Editorial Grcdos, Madrid, 1995, p . 153. 22 Perrin, p. 167. 23 Perrin, p. 63. En efecto, dicha coral es la de los peregrinos que en la ópera de NVagncr se encaminan hacia Roma para ganar el Jubileo. El protestante Wagncr plantea en esta obra con todo respeto y casi con admiración un argumento plenamente católico, el encuentro del pecador a través de la penitencia y del amor con la Gracia, con el perdón de los pecados. «¡Camino hacia ti, Señor mió Jesucristo! ¡Eres la esperanza de los peregrinos! ¡Loada seas, oh Virgen, blanca y pura! ¡Regala tu sonrisa a estos peregrinos!». [ 25 ] peregrinos que se han puesto en camino», dice Barioná al oír les. Barioná sigue su monólogo interrumpido por un tercer villancico, al que responde «ellos cantan y yo me encuentro solo en el umbral de su alegría, como un búho que parpadea deslumbrado por la luz. (...) Estoy en el extremo del camino de un mundo que termina y ellos están en el extremo en que comienza»24. Un cuarto villancico cierra este monólogo. Es evidente que Sartre concibió este cuadro como el momento cumbre de la obra, el largo monólogo de Barioná se apoya en la música para alentar su fuerza y la reflexión honda en que se encuentra... y para desembocar en la segunda intervención de Baltasar, dos páginas radicales: el mago de Oriente anima al revolucionario judío — «tú eres el hombre de la antigua ley»— , a que instale cálidamente «en el hueco de su corazón el sufrimiento para descubrir la verdad que Cristo ha venido a enseñar, «porque todo tú eres un don gratuito a perpetui dad». Baltasar se despide «¡Hasta la vista, Barioná, primer discípulo de Cristo!»25. Sartre concibió una obra que hoy calificaríamos como «multimedia», aunque mejor sería decir «muInartística»: hizo que música, pintura y poesía contribuyeran a crear una atmós fera estética realmente única. La pintura está presente a través de los cuadros que el narrador de historias va presentando al público. Y sobre todo en las descripciones de esas pinturas, Sartre utiliza una elevada carga poética. En especial en la des cripción del cuadro en el que se ve el Misterio de Belén. Cierto es que Sartre dijo en algún momento que no consi deraba esta obra muy buena desde el punto de vista dramático, sobre todo porque había algunos parlamentos excesivamente largos, demasiado «demostrativos»26. Suena más bien a excusa 24 Barioná, p. 137. 25 Barioná, p. 141. 26 Cf. Contat-Rybalka, p. 375. Desde el punto de vista estilístico sí podrían hacerse alguna observaciones, desde luego menores, acerca del vocabulario o de determinadas expresiones anacrónicas utilizadas en algún momento de la obra. Por ejemplo, cuando el romano Lehus [ 2 6 ] para no permitir la publicación y puesta en escena de una obra que e podía comprometer, porque tal apreciación no casa bien con la satisfacción que mostraba por el resultado final y por el efecto que produjo en los prisioneros, a los que ya hemos alu dido anteriormente. No cabe duda de que en esos textos hay una carga emotiva y estilística nada desdeñables. Se ve toda la fuerza del Sartre dramaturgo, y sobre todo, se ve su capacidad de describir a un hombre en situación, a un personaje «atrapa do» por la necesidad de tomar decisiones radicales. Es fácil ver en Barioná algunos de los trazos que luego encarnará el Ores tes de Las moscas, pero a diferencia de éste, al final cambiará de actitud y encontrará una salida esperanzadora que dé senti do a una libertad que, si se mantiene como absoluta y autóno ma, no ve salida. Volveremos sobre esto más adelante. Para concluir este inciso sobre algunos elementos formales, dedicaremos un breve comentario al vocabulario con que Sar tre «pinta» el misterio en esta obra. El filósofo francés era un mago en el arte de suscitar o provocar sentimientos y sensacio nes con sus descripciones. No cabe duda de que la seducción que ejerció sobre él la fenomenología de Husserl, que conoció y estudió en Alemania, contribuyó a que se desarrollara su habi lidad y capacidad para recopilar detalles y desmenuzar los diversos elementos de la realidad. Pero es que además es parti cularmente interesante considerar cómo el acceso a lo divino que él provoca en la obra utiliza la vía estética y rechaza la inte- lectualista. Sartre no consideraba que la fe fuera el resultado de califica a Barioná como «de la raza de los pequeños jefes feudales» o dice que la llegada del Mesías vacía los pueblos de la montaña «como un aspirador eléctrico»; o cuando Simón, uno de los pastores, rememora el calor del hogar «los domingos, cuando coge el gato en sus rodillas»; o cuando Barioná habla de «las bayonetas romanas». Podemos encontrar alguna otra expresión similar más, quizá utilizada voluntariamente o quizá atribuible, seguramen te, a la escasez de tiempo para escribir y revisar el original, más que a otra razón. En otro momento el uso de vocabulario anacrónico tiene todaslas trazas de la ironía, como cuando Lelius dice de su mujer que «el bridge, los desfiles de modas y la presidencia de Comités femeninos ocupan toda su actividad». [ 2 7 ] un silogismo (como por lo demás tampoco lo considera la doc trina católica), sino que más bien se trataba de una actitud vital Así se lo expresó a Espit en una conversación — nos cuenta Perrin27— cuando, a propósito de la obra, el clérigo le dijo a Sartre que era una suerte tener fe. El filósofo puso su pipa sobre la mesa y le preguntó si tenía fe del mismo modo que él tenía la pipa, o si más bien no se trataba de una actitud fundamental que uno asume al hacerse creyente, «una elección que se ha de renovar continuamente sobre el trasfondo de una cierta creen cia». «Usted es sacerdote — cita entrecomillado Perrin— y cada mañana, cuando dice su misa, ¿no debe rememorar, renovar su sacerdocio?». Espit reconoció — concluye— de buena gana que se había expresado mal, y como era modesto, le agradeció esa lección de espiritualidad». El Sartre que en sus novelas es «nauseabundo y viscoso» en palabras de M oeller28, reconstruyendo las acciones y acti tudes que representan los estados más bajos de la naturaleza humana, se muestra aquí con una finura y una altura sensi bles muy particulares. En especial destacan dos pasajes, los dos que suponen la irrupción de lo sobrenatural en la coti dianidad, la aparición del ángel a los pastores por un lado (escena por la que se sentía particularmente orgulloso, como hemos visto que le decía a Simone de Beauvoir); y por otro, la descripción que el narrador hace del cuadro del Nacimien to y de cóm o él pintaría dicha escena. «Siento como una presencia, pero no podría decir cuál de mis cinco sentidos me avisa»29, dice Caifás, uno de los pasto res. Son varias páginas en las que el lector va entrando en una noche especial, una noche que huele de manera distinta a cual quier otra, llena de signos, impregnada por un olor que pene tra hasta la médula... un olor del que «si no lo has olido, no 27 Perrin, p. 107. 28 Moeller, p. 57. 29 Barioná, p. 93. [ 2 8 ] hay nada que d ecid o . Pero quizá la fuerza física de las descrip ciones sube de categoría cuando Sartre deja el vocabulario relacionado con los sentidos, que ha antecedido a la llegada del ángel, y da paso a la descripción de sensaciones y estados de ánimo, tras la que el enviado celestial les revela el mensaje que les ha venido a traer. Los pastores le ven pálido. «Estoy pálido porque me han dado un golpe ( ...) me alcanzó como un culatazo». El descon cierto de los pastores es grande cuando ven que les conoce, pero no puede entender sus palabras. Le consideran un chifla do. Y el golpe, entonces, se convierte en frío, «siempre tengo frío»: «Hay en el cielo un gran vacío y una gran espera (...) En estos momentos, en un establo, hay una mujer acostada sobre la paja. Guardad silencio porque el cielo se ha vaciado entero com o un gran agujero, está desierto y los ángeles tie nen frío»30 31. Es difícil pintar con mayor plasticidad el momen to del nacimiento, lo que supuso para la Creación expectante, lo que pudo suponer para el Cielo que Dios naciera como hombre de una mujer en un establo. Y luego tenemos el cuadro en el que ese frío se convierte en todo ternura y delicadeza: es la descripción de Dios hecho hombre, la hondura de la encarnación del Verbo: «Durante nueve meses lo ha llevado en su seno, y ella le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. De vez en cuan do la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: “ iM i pequeño!” (...) Hay también otros momentos rápidos y fugaces, en los que siente, a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios. ( ...) “Es Dios y se parece a mí”. Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios 30 Barioná, p, 94. 31 Barioná, p. 96. [ 29 ] al que se puede tocar; y que vive*32. Éste es el famoso pasaje que u n to impresionó a Laurentin, y que sin duda constituye una de las síntesis más poéticas del misterio de Belén... en la pluma de un ateo. Lo que nos lleva a plantearnos, directa mente, la cuestión de la relación de Sartre con la fe cristiana. 2 . Sartre y el cristianism o ¿O mejor sería referimos a su anticristianismo? Con todo el daño cierto que su obra ha hecho a la vivencia de la fe y a la cultura cristianas en general, y de muchas personas en particu lar, sobre todo en Europa, esta obra nos plantea una situación paradójica: ¿supuso un acercamiento de Sartre a la fe? ¿Llegó a plantearse la posibilidad de creer en algún momento? Bario- ná nos ofrece, sin duda, la posibilidad de estudiar con un cier to detenimiento el trasfondo de la relación entre Sartre y la fe cristiana, relación como poco, polémica. El mismo Sartre se ocupó durante el resto de su vida de mantener muy claro y firme su rechazo radical del cristianismo. Y la nota con la que quiso que se prologara la edición de esta pieza teatral — y que ya hemos apuntado— lo confirma bien a las claras. Sin embar go, quien lee Barioná se encuentra con una obra profunda, radicalmente cristiana. No una obra de alguien que conoce la «mitología» cristiana — como él dice— y su iconografía, algo por lo demás sencillo para cualquier europeo, al menos hasta mediados del siglo pasado. No. Una obra esencialmente cris tiana, en la que la novedad del hecho cristiano brilla con luz propia, como no puede ser de otra manera, sobre el resto de planteamientos y actitudes humanos. En esto discrepamos, por ejemplo, de la opinión de Perrin, quien afirma en su libro que la obra para él no era religiosa «más que accidentalmente. El 32 Barioná, p. 127. [ 3 0 ] acontecimiento de la Navidad estaba bien perfilado, pero cual quier otro “mito” podría haber jugado un papel análogo como revelador. (...) Las grandes líneas de Barioná podía haberlas previsto con saber el argumento: rechazo de la tiranía, descu brimiento fulgurante de la libertad, y por último la pregunta ¿qué hacer con esta libertad?»33. La respuesta a esta última pre gunta, teniendo en cuenta la radicalidad con la que la plantea Sartre, no tiene una respuesta satisfactoria fuera del sentido que ofrece la esperanza cristiana. Con el fin de desterrar cualquier sospecha sobre su acerca miento a la fe, a esa breve nota que precede las ediciones de la pieza teatral, Sartre añadió en otros momentos distintas acla raciones explícitas, como por ejemplo, la de la siguiente entre vista, concedida en 1968 (la aclaración entonces seguro que fue todo, menos casual): «Al ver cómo escribí un Misterio, algunos habrán podido creer que atravesé una crisis espiritual. ¡No! Me unía a los sacerdotes prisioneros del campo el mismo rechazo del nazismo. La Navidad me pareció el tema capaz de conseguir la unión más amplia entre cristianos y no creyentes. Acordamos que dijera lo que quisiera. Para mí, lo importante en esa experiencia era que, como prisionero, pudiera dirigirme a los otros prisioneros y evocar nuestros problemas comunes. El texto estaba lleno de alusiones a la situación del momento, perfectamente claras para cada uno de nosotros. El enviado de Roma a Jerusalén era, en nuestra mente, el alemán. Nuestros guardianes vieron en él al inglés en sus colonias»33 34. Evidentemente no podemos enmendar la plana al propio autor, ni pretendemos adentrarnos en el ámbito sagrado de la conciencia personal para establecer lo que en aquel momento pensó o dejó de pensar. De lo que no cabe la menor duda cuan do se lee la obra, y se piensa además en el papel que el propio Sartre asumió en la representación, es de que se planteó con 33 Perrin, p. 98. 34 Contat-Rybalka, p. 373. [ 31 ] toda seriedad el misterio cristiano. Porque no es una obra polí tica, aunque tiene sus clarasreferencias; ni una obra ideológi ca, aunque las menciones al capitalismo aparezcan de forma explícita. Es un Misterio de Navidad, y la trama se articula en tom o a ese hecho y sus implicaciones vitales y personales. 2 .1 . El rechazo de Dios en Sartre Cualquiera que haya leído Las palabras habrá comprobado desde su primera página la particular visión que Sartre tenía de la fe y de la familia. La unión de ambas realidades no es caprichosa. El mismo describe con toda frialdad, crudeza y desprecio el carácter y la fe de sus progenitores. Su abuelo m aterno, pastor protestante, era «naturalista y puritano». Su abuela materna, católica de familia, pero no creyente, educó a sus hijos com o católicos «por asco al protestantismo». La madre de Sartre fue educada, en consecuencia, en un catoli cismo «de rebote», pero en ausencia de fe. Se casó con un ofi cial de marina enferm o, a quien apenas conocía y nunca amó, pero a quien cuidó hasta que murió, cuando Sartre apenas tenía dos años. La síntesis de Sartre sobre la muerte de su padre no puede ser más sorprendente: «Fue el gran aconteci miento de mi vida: hizo que mi madre volviera a sus cadenas y a mí me dio la libertad»35. Su experiencia de la filiación y su visión del padre, al menos tal y como las narra en esa especie de autobiografía, son totalmente negativas. No sorprende, así, que en esta obra de teatro ponga en boca del narrador (al final del quinto acto): «A José no le pintaría. Plasmaría sólo una sombra, al fondo del establo, y dos ojos brillantes. Porque no sabría qué decir de José y José no sabe qué decir de sí mismo»36. Toda la ternura 35 J.-P. Sartre, Las palabras. Editorial Losada, Buenos Aires, 1964, p. 16. 36 Barioná, p. 128. [ 32 ] que es capaz de volcar en la descripción de la relación de María con el Niño se convierte aquí en silencio. M oeller deja claro en su análisis*? «Jean-Paul Sartre o la negación de lo sobrenatural» que el problema religioso en la obra del filosofo francés se ve especialmente en sus escritos literarios hasta el año 1960 , antes del giro marxista de su obra y del rechazo de la literatura que supone Las palabras, publicado en 1964 . Da toda la sensación de que en esta obra pretende zanjar esa cuestión con un planteamiento realmen te obsceno, despreciando la fe y la religión como accesorios superfluos e hipócritas de la vida, y destilando calificativos y apreciaciones denigrantes con los que justificar su recha zo de la fe. Destacaremos únicamente un par de pasajes que nos sirven de claro contraste con lo que se encuentra en Barioná. El primero de estos textos se refiere a la relación con su abuelo, el pastor protestante a quien todos consideraban un poco chiflado. «Se parecía tanto a Dios Padre que muchas veces le tomaba por él»37 38. Relación paterno-filial y fe van muy ligadas en la vivencia personal, y de manera especial en la de un niño. Hemos visto que él se consideraba libre gracias a la muerte de su padre, lo que para él supone también ausencia de normas, de autoridad39. Todas estas confesiones delatan a una persona colmada de amor propio, de autosuficiencia, que incluso dice que se per mite creer durante esos años infantiles para demostrarse a sí mismo que él controla todos sus sentimientos, para sentir la satisfacción del autodom inio: «Soy virtuoso por comedia, pero no me esfuerzo ni me obligo: invento. Tengo la libertad principesca del actor que mantiene al público conteniendo la 37 M oeller, pp. 41-169. 38 Las palabras, p. 19. 39 «Un padre me habría lastrado con algunas obstinaciones duraderas, me habría habitado al hacer de sus humores mis principios, de su ignorancia mi saber, de sus rencores mi orgu lio, de sus manías mi ley». Las palabras, p. 59. [ 3 3 ] respiración y que refina su papel ( ...) M e adoran, luego soy adorable»40. Como segundo pasaje queremos recoger dos de los textos seguramente más escalofriantes de Sam e sobre su relación con Dios desde la infancia. Separados en la narración, ambos se refieren a la disposición interior que supuso su alejamiento definitivo de Dios. En ambos destacan dos elementos caracte rísticos del planteamiento que Sartre tiene de su relación con la divinidad. El primero de ellos consiste en esa visión algo paranoica de la presencia de Dios como un ser vigilante que persigue a sus criaturas desde una superioridad agobiante, y el segundo tiene que ver con el empeño por hacer tangible la pre sencia de Dios, por concretarla en sensaciones físicas que se agotan en sí mismas. Transcribimos los dos textos tal cual: «Aún mantuve durante varios años relaciones públi cas con el Todopoderoso, pero en privado dejé de visitarle. Sólo una vez tuve el sentimiento de que existía. Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrita. Estaba tratando de arreglar mi des trozo cuando, de pronto, Dios me vio, sentí su mira da en el interior de mi cabeza y en las manos; estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indigna ción; me puse furioso contra tan grosera indiscre ción, blasfemé, murmuré como el abuelo: “Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios”. No me volvió a mirar nunca más. Acabo de contar la historia de una vocación fallida: necesitaba a Dios, me lo dieron, pero lo recibí sin comprender lo que buscaba. Al no poder enraizar en mi corazón, vegetó en mí durante algún tiempo y después se murió»41. 40 Las palabras, p. 22. 41 Las palabras, p. 68. [ 3 4 ] Parece claro que la educación religiosa de Sartre, sobre todo por lo que respecta al ambiente familiar, tenía más de lejano v frío fideísmo que de otra cosa. Si a esto añadimos que la caren cia de su padre y la extraña relación con su abuelo marcaron el desarrollo de su psicología infantil, podemos entender que cuando dice que «necesitaba a Dios» realmente esté aludiendo a un tipo de necesidades o exigencias que no son propiamen te hablando religiosas. Carencias afectivas y un Dios lejano y distante, no un Padre amoroso, Salvador y Redentor, supusie ron en la psicología extremadamente sensible de Sartre un cóc tel de consecuencias funestas. Su reacción fue de una frialdad y una autosuficiencia estremecedoras: «Un niño, solo y sin porvenir en un minuto corrom pido, pide sensaciones frente al asesinato; ya que me niegan un destino de hombre, seré el destino de una mosca. No me apresuro, le dejo el tiempo de que adivine el gigante que se inclina sobre ella: adelanto el dedo, revienta la mosca, ¡estoy listo! ¡Dios de Dios, no había que matarla! Era el único ser que tenía en toda la Creación; ya no cuento para nadie. Soy un insecticida, ocupo el lugar de la mosca y me vuelvo insecto a mi vez»42. La relación de Sartre con Dios se situó siempre dentro de un marco psicológico complejo, lleno de temores, inseguridades, complejos, conflictos y autosuficiencia. Estos textos muestran también esa capacidad que el filósofo francés tenía para expre sar literariamente y con detalladas descripciones tanto sensa ciones como estados de ánimo. Desde este punto de vista, Barioná no sólo supone una rara excepción, sino que supone un auténtico cambio de perspectiva asumido por Sartre tanto en el modo de comprender la libertad humana como en 42 Las palabras, p. 158. [ 35 ] necesaria relación de ésta con Dios, único sentido definitivo último de la decisión más radical del hombre. Pensemos que pocos meses después, cuando logra escapar del Stalag, Sartre escribirá Las m oscas, su segunda obra de teatro, en la que el tema central es, precisamente, el desprecio de Dios como con dición de posibilidad de la libertad humana. La relectura sartriana del mito de Orestes en este remedo de tragedia griega no deja lugar a dudas. Sartre elige y encum bra a Orestes com o héroe de la libertad, precisamente en cuan to ateo visceral. ¡Qué lejos de los párrafos que declamara com o Baltasar en la representación de Barionál Cuantas más veces se leen ambas obras enrelación, más clara se ve la cone xión y el cam bio radical de perspectiva que Sartre adoptó en Barioná. Por eso decíamos antes que no se puede considerar que simplemente utilizara la «mitología» cristiana como excu sa tem ática, sino que adopta también la perspectiva. Podemos verlo, por ejem plo, en las frases finales de Barioná cuando se dirige a su mujer Sara tras su «conversión» al escuchar a Balta sar por un lado, y las palabras finales de Orestes a su hermana Electra tras haber despedido a Júpiter de la escena, por otro: Barioná: «Me desborda la alegría como una copa rebosante. Soy libre, tengo mi destino en mis manos. Voy contra los soldados de Herodes y Dios viene a mi lado. Soy ligero, Sara, ligero. ¡Ah, si supieras cuán ligero soy! ¡Oh, Alegría, Alegría! Llora de alegría. Adiós, mi dulce Sara. Levanta la cabeza y sonríeme. Tenemos que ser dichosos: te quiero y Cristo ha nacido»43. ORESTES: «Amor mío, es cierto, te lo he quitado todo y no tengo nada que darte fuera de mi crimen. Pero es un presente inmenso. ¿Crees que no pesa 43 Barioná, p. 148. [ 36 ] com o plomo sobre mi alma? Éramos demasiado ligeros, Electra. ahora nuestros pies se hunden en la tierra com o las ruedas de un carro en un surco Ven partiremos y caminaremos con paso pesado, encor- vados bajo nuestro precioso fardo. Me darás la mano e irem os... ( ...) hacia nosotros mismos»44. Para terminar este apartado sobre la relación entre Sartre y la fe cristiana, nos queda por hacer una mención al conflicto que para él supone la experiencia estética, algo sorprendente en quien, sin duda alguna, tenía una alta sensibilidad artística, así como una gran destreza o capacidad para provocar esa expe riencia en los demás, permitiéndoles incluso, como ya hemos apuntado que sucedió en la representación de Barioná, un acercamiento real y sincero a Dios. A nuestro modo de ver, las razones por las que la estética supone para Sartre más un obs táculo que un cam ino para adentrarse en el misterio han que dado apuntadas al recoger los textos de Las palabras en los que marcaba su distanciamiento de Dios: su formación fideís- ta por un lado, y su sensibilidad morbosa por otro, si es que en el fondo no tienen una misma raíz común. 2.2. La indecisión ante el Misterio Un estudioso com o M oeller trata de explicarse las razones por las que Sartre, con su gran capacidad racional y dia éctica, e manera especial en los años 30 y 40 se sumerge y comp ace las más desarraigadas bajezas humanas. Y como exp ca más verosímil no encuentra más que la siguiente. « s i la adolescencia, la embriaguez de su razón e apareció » única puerta por donde escapar de la cárce ume se estaba encerrado; consciente de sus complejos, o 44 Las moscas, p. 114. [37 ] hizo cómplice de ellos y se complació en ostentarlos. Muy pronto se recreaba provocándolos»45. Respetando las distancias que ya hemos visto que el propio Sartre pretendió marcar con posterioridad en relación con el cristianismo, de lo que no cabe duda es de que en Barioná se produce claramente una inflexión en este modo de afrontar y ver la vida y naturaleza humanas. Sin la menor duda, el hecho de estar en un campo de concentración para los soldados franceses algo tuvo que influirle. Lo dice en Las palabras : nunca como en el Stalag 12D tuvo «la oscura conciencia del peligro de ser hombre»46. Pero no sólo. La visión de la realidad que en esta obra pasa por el prisma de lo que él denomina «mitología cristiana» le cambia claramente la perspectiva, el modo de acercamiento. Y sobre todo — lo que en este punto queremos destacar— Sartre da aquí un vuelco a su valoración de la sensibilidad y la emplea con maestría — como hemos visto— , en la descripción de lo divino, de la presencia de lo sobrenatural en la vida del hom bre. Lejos de suscitar con sus descripciones y epítetos las dis posiciones anímicas a las que, por ejemplo, invita — ya desde el título— La náusea, su talento literario provoca una auténti ca conmoción, noble y sincera, que además, no se agota en la sensibilidad. El talento sartriano para la descripción de lo sen sible y las emociones alcanza en Barioná unas alturas que nunca jamás había tenido ni volvería a tener en sus escritos: las alturas de la Belleza que fue capaz de contemplar y hacer con templar a los demás. Después de leer esta obra sigue uno sin explicarse qué fue lo que realmente condujo antes y después a Sartre a tratar con la simpleza y desprecio que lo hacía, a Dios mismo, el proble ma de la fe y el hecho religioso. No expondremos aquí todo el sistema ontológico sartriano, profundamente materialista, para analizar sus argumentos en pro del ateísmo. Entre otras razones 45 Moeller, p. 63. 46 Las palabras, p. 80. [ 3 8 ] porque es evidente que dicha cuestión es previa a la elaboración de ese sistema, por lo que en él tampoco dedica gran desplie gue racional a la demostración de su ateísmo. Basta con que nos acerquemos, por ejemplo, a su drama El diablo y el buen Dios para comprobar lo ridículo de su simplismo argumental ateo' «Fabricarse» una parodia de Dios de respuestas automáticas* una especie de cacique o dictador que reparte a diestro y a siniestro premios o castigos en función de un bien decidido de manera arbitraria, para negarlo después de incidir en esa cari catura, no supone un alarde argumental especialmente brillan te. En Barioná también encontramos algunas muestras claras de esta visión tremendamente materialista del mundo. Visión pesi mista y negativa, en buena lógica y metafísica: «El mundo no es más que una caída interminable, el mundo no es más que una mota de polvo que no termina nunca de caer. Las personas y las cosas apa recen de repente, en un punto de la caída y, apenas aparecidos, son arrastrados por esta caída universal y empiezan también a caer, se atomizan y se desha cen. (...) La vida es una derrota, nadie sale victorio so, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza»47. Así habla Barioná antes del encuentro con Cristo. Sartre se mantuvo en esa visión cosmológica, y así hace que Goetz, protagonista del drama al que nos acabamos de referir, no vea diferencia alguna en su vida entre hacer el mal y apostar por el bien, porque en resumidas cuentas, siempre está solo ante sí mismo y es él quien decide y crea de modo arbitrario los valores, mientras que Barioná no dilucida sobre el bien ® el mal con tanta tranquilidad, aunque se ve tentado. La soleda 47 Barioná, p. 77 . [ 39 ] radical no sólo es inhum ana, es además im posible. Y Sartre utiliza en su M isterio de N avidad el m ejor ejem plo que mues tra bien a las claras hasta qué punto la verdadera apuesta de la libertad de una persona está no en apostar por sí, sino en abrirse al o tro . Tal es el papel esencial de Baltasar, pero tam bién de Sara: argum ento vivo de apertura a la maternidad para dar la ex istencia a o tro ser que tam bién tom ará sus pro pias decisiones, pero que sin esa previa donación suya sim plem ente no ex istiría . D onación que, además, es a su vez fru to de o tra d onación , la del am or de entrega m atrim onial. Es lo que argum enta a su m arido, y lo que en un primer m om ento éste rechaza. Sartre se mueve en Barioná entre esa cosmovisión materia lista y atea por un lado, y la necesaria irrupción de la esperan za com o sentido de la libertad humana que aporta el hecho cristiano. Y se da la paradoja de que al tiempo que abre el arte dram ático y la literatura a la dimensión del misterio, deja tras lucir tam bién las dos razones por las que hemos apuntado que él sigue cerrado al mismo. Por un lado está su fideísmo. Su abuelo materno, pastor protestante, y la increencia de su madre y abuela católicas arro jaron la fe de Sartre al mundo del racionalismo, introdu ciendo una separación radical entre sensibilidad, razón y fe. Se ve claram ente, por ejem plo, en el pasaje de Laspalabras donde narra por qué iban a misa: «Los domingos, las señoras a veces van a misa, para oír buena música a un organista de renombre; no son practicantes ni la una ni la otra, pero la fe de los demás las predispone al éxtasis musical. ( ...) Esos momentos de alta espiritualidad para mí son delicio sos ( ...) me convierto en estatua, de rodillas en el reclinatorio»48. 48 Las palabras, p. 2 2 . [40] Y sensaciones externas y los estados de ánimo están al servicio de une.nusmo, no son puerta para el misterio ni para la ™ ra solidaria a los demas: razón y voluntad van por otros d e™ teros, que empiezan y terminan en su dimensión estrictamente inmanente. Por eso, cuando habla de la experiencia de Dios de la única que según él tuvo y que hemos referido más arriba habla de Dios com o de un ser que se puede experimentar de k misma manera que el resto de las cosas sensibles. La sensibilidad en consecuencia, en vez de permanecer abierta por la inteligen cia y la voluntad a lo Sublime, se cierra en el reino no sólo de lo subjetivo, sino de lo incomunicable e irracional. Se entiende así su confusión en la percepción de la religión y de Dios: «Yo presentía la religión, la esperaba, era el remedio. Si me la hubieran negado, la habría inventado yo mismo. ( ...) Pero en el Dios al uso que me enseña ron, no encontré el que esperaba mi alma; necesita ba un Creador y me daban un Gran Patrón. (...) Yo servía sin calor al ídolo farisaico y la doctrina oficial hacía que se me quitasen las ganas de buscar mi pro pia fe. ( ...) . Sin ese equívoco, yo habría sido fraile»49. En Barioná encontram os las referencias sublimes al misterio que hemos apuntado anteriorm ente en las descripciones y recreaciones de determ inados ambientes. Al mismo tiempo que, curiosam ente, en ningún momento se representa el mis terio de Belén. El cuadro que muestra el narrador, superado por la descripción de cóm o él pintaría uno nuevo, desapare ce en cuanto sigue la acción. El portal de Belén no se ve por dentro, Barioná sólo se asoma a él desde fuera. El narrador, que presenta los m om entos esenciales, es ciego. Lo divino no se ve físicamente en la obra. Y no podemos considerar casua una omisión clave para un cristiano. Cuando Barioná acu e 49 Las palabras, p. 65. [41 ] con el romano Lelius al hechicero para saber el futuro de ese Mesías que acaba de nacer, el hechicero cuenta detalles importantes de la vida pública de Cristo, de su predicación, de su Pasión y M uerte... Y ya. No hay Resurrección. Después de la descripción de la muerte en cruz, Barioná inquiere explícitamente al hechicero si no tiene nada más que contar le: «Nada más, mi señor»50 es la respuesta. La omisión no puede ser casual. Sartre conocía bien los Evangelios. Una de sus decepciones en la catcquesis de pequeño fue que no quedó campeón de un concurso de relatos sobre la Pasión que él consideraba le había quedado perfecto y que le había encantado a toda la familia51. «Sólo obtuve la medalla de plata», confiesa, y a esa decepción achaca el inicio de su ale jamiento de Dios. En este sentido, podemos concluir que hay silencios más que clamorosos en la obra, y afirmaciones que dicen más de lo que parecen. La ceguera del narrador, la ausencia física del misterio de Belén y la omisión explícita de la Resurrección marcan unas distancias claras con la fe cris tiana. Sin embargo, tuvo que abrir inevitablemente a sus per sonajes a la esperanza, clave de bóveda de la obra, y por ahí se cuela el misterio, quizá muy a su pesar. 3 . L a esperanza : CO LUM N A VERTEBRAL DEL ARGUM ENTO En la famosa conferencia divulgadora de las claves de su filo sofía, Sartre dio una clara definición no sólo de su existencia- lismo ateo, sino de lo que explícitamente suponía su filosofía en confrontación con la esperanza cristiana. Es más, en ese texto replica a las críticas que desde el mundo católico se han 50 Barioná, p. 123. 51 Las palabras, p. 68. [ 42 ] tsüsz M esas > .E i existencialismo no es tanto un ateísmo en el sentido de llegar a extenuarse en la demostración de que Dios no existe. M ás bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro punto de vista. N o es que creamos que Dios exis- te, sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; es necesario que el hombre se encuentre a si mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo, ni siquiera una prue ba válida de la existencia de Dios. En este sentido el existencialismo es un optimismo, una doctrina de acción, y sólo por mala fe — confundiendo su propia desesperación con la nuestra— los cristia nos pueden llamarnos desesperados»52. Como esperamos que haya ¡do quedando patente a lo largo de este estudio introductorio, si Barioná supone un paréntesis en la producción literaria de su autor se debe, fundamentalmente, a que asumir la tarea de escribir un Misterio de Navidad le obli ga a forzar los registros en que su pensamiento ha encuadrado la libertad humana y a abrirla a la necesidad de sentido y a la realidad de la esperanza. Por eso, tras leer y analizar Barioná, creemos que no es inexacto afirmar que Sartre en la conferen cia a que nos estamos refiriendo no fue realmente sincero. No sólo es que cualquiera puede percibir con absoluta claridad que la esperanza es la columna vertebral del argumento —el hecho de que se escribiera y representara en el campo de prisioneros de guerra de Tréveris hacía esto particularmente significativo—, sino que en ella quedan confrontadas la esperanza cristiana y que él denomina esperanza atea, y a. pesar de la insistencia co 52 E l existencialism o...y p. 6 0 . [ 4 3 ] que trata de justificar esta última, termina cediendo a la eviden cia de que no es más que obstinación egoísta. Ha llegado el momento de comprobar hasta qué punto influyeron en la redacción de este M isterio la lectura de las obras de dos insignes escritores católicos franceses: Georges Bernanos y Paul Claudel. Sabemos por el propio Sartre, en una entrevista concedida en 1944 a Claire Vervin para un artículo sobre «las lecturas de los prisioneros», que de todos los libros que leyó durante los meses del cautiverio en Tréveris, «hizo dos grandes descubrimientos: El diario de un cura rural y, sobre todo, El zapato de raso , del que él quiso montar algunos extractos en el teatro del Stalag»53 54 55. De la obra dramática de Claudel, El zapato de raso54, podem os encontrar algunas influencias claras en el estilo y la presentación de la acción: por ejemplo, la figura del presenta dor de imágenes o del narrador. Al igual que en la monumen tal pieza de Claudel, le permite al escritor plantear situaciones de referencia sin escenificarlas. Pero sobre todo, pensamos que es en la visión de los avatares humanos como tensión del hom bre hacia la plenitud que él no puede darse a sí mismo, donde Sartre encontró más luz para trazar a ese Barioná que es más libre cuando se lanza al cielo que cuando se asfixia aplastado por su propia desesperanza. Sería el drama El dia b lo y e l buen D ios el que la crítica considerara explícitam en te com o el anti-Claudel, el «anti-zapato de raso»55. Pero por lo que se refiere a la temática de Barioná , creemos que le influye tanto o más la novela de Bernanos, Diario de un cura rural, monumento literario a la esperanza cristiana vivida por su protagonista en medio de dudas y dificultades. El cono cimiento de este dato tiene una importancia enorme, porque eso nos permite no sólo afirmar que Bernanos hizo compren 53 C f Contat-Rybalka, p. 108. 54 P. Claudel, E l zapato de raso. Ediciones Encuentro, Madrid, 1* reimp. 1999. 55 Cf. Moeller, p. 51. [ 4 4 ] der a Sartre lo que realmente significa la esperanza cristiana, sino que además podemos rastrear en la obra de Sartre esa influencia. Harem os aquí algunos apuntes al respecto. 3 .1 . L a esencia del cristianismo es esperanza Barioná cierra la obra dirigiéndose a los prisionerosdel campo: «Prisioneros, aquí termina nuestro auto de Navidad, que ha sido escrito para vosotros. ( ...) Creo que también para vosotros, en este día de Navidad — y en todos los demás días— ¡siempre habrá alegría!»56. Se dirige a los prisioneros, da el motivo por el que se ha escrito el M isterio. Sabemos que Sar tre fue quien lo pensó y lo propuso a los capellanes del campo. ¿Sería imposible pensar que pudo inducirle a tomar la decisión y plantear el argumento un párrafo como éste de Bernanos?: «El paganismo no era enemigo de la naturaleza, pero sólo el cristianismo la engrandece, la exalta, la coloca a la medida del hombre, del ensueño humano. ( .. .) La Iglesia dispone de toda la dicha y la alegría reservadas a este pobre mundo. Obran do contra ella se actúa contra la alegría. ( ...) Pero de qué os serviría fabricar la propia vida si habéis perdido el sentido de ella. No os quedaría más remedio que saltaros la tapa de los sesos ante vues tras visiones extravagantes»57. Aunque también encontram os un párrafo más radical que, probablemente, supuso para Sartre todo un examen de con ciencia, a juzgar por lo que unos años después escribió en Las palabras sobre su infancia, y que ya hemos resumido más arriba. 56 Barioná, p. 149. ^7 G Bernanos, Diario de un cura rural. Ediciones Encuentro, Madrid, 1998, pp. 26-27. [ 4 5 ] Cuando el monseñor de la obra de Bernanos define la esencia de la Cristiandad, da una serie de claves que chocan frontal- mente con la experiencia sartriana: la cristiandad es la alegría de un chiquillo humilde ante el sufrimiento por su sentimien to de impotencia. No cabe una síntesis más opuesta a la que Sartre hace de su infancia, y por ende de su experiencia de la fe (sin confianza en su madre, sin sonrisas maternales, soberbio en el dolor y el sufrim iento...). El párrafo es un poco largo, pero creemos que merece la pena recogerlo íntegram ente: si Sartre lo acababa de leer, se entiende que buscara ofrecer a los prisio neros algo más que una misa para devolverles la alegría en esa noche, por ejemplo. Se entiende, también, que pintara Bethaur como un pueblo de viejos, de desesperados que lo único que le piden al romano es que les deje «reventar en paz»58. O que se esforzara por pintar una Navidad esperanzada, alegre, contra ria a la «Navidad negra», la de la desesperación: «Un pueblo de cristianos no es un pueblo de m oji gatos. ( ...) Voy a definirle un pueblo cristiano pre viniendo su réplica contraria. Lo opuesto de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete que la definición tiene muy poco de teología. De acuerdo, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que boste zan los domingos en misa. ¡C laro que bostezan! No querrá que en una mísera media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles alegría. ( .. .) ¿Por qué el tiempo de nuestra infancia se nos aparece tan dulce, tan esplendoroso? Un chiquillo tiene penas como todo el mundo y se halla además com pleta mente desarmado contra el dolor y la enferm edad. La infancia y la extrem a vejez deberían ser las dos grandes pruebas del hom bre. Pero el niño extrae 58 Barioná, p. 74. [ 4 6 ] humildemente el principio mismo de su alegría del sentimiento de su propia impotencia. Confía en su madre, ¿comprende? Presente, pasado, futuro, toda su vida, la vida entera, se encierra en una sola mirada y esa mirada es una sonrisa. Pues bien, hijo mío, de habernos dejado obrar a nosotros, la Igle sia habría dado a los hombres esa especie de segu ridad soberana. ( ...) Sólo nosotros hubiéramos abolido, hubiéramos arrancado del corazón de Adán el sentimiento de su soledad. Con toda su reata de dioses, los paganos no eran tan estúpidos: habían conseguido, pese a todo, dar al pobre mundo la ilusión de una unión, aunque grosera, con lo invisible. Pero ahora no valdría nada el mismo truco. Fuera de la Iglesia, un pueblo será siempre un pueblo de bastardos, de expósitos. Evi dentemente, les queda la esperanza de hacerse reconocer por Satanás. ¡Tarea inútil! Pueden ir esperando su Navidad negra... (...) ¡Pobres tipos! Se marchitan hasta en el pecado... No se divierte quien quiere. ( ...) ¿Por qué? Porque ha perdido el espíritu de su infancia. Pues bien, la Iglesia ha sido encargada por Dios de mantener en el mundo ese espíritu infantil, esa ingenuidad»59. Moeller, en su amplio análisis del pensamiento de Sartre al que ya nos hemos referido, hace tan sólo una breve alusión a Bario- ná — obra de la que afirma que ha desaparecido y de la que tiene referencias por el relato de alguno de los prisioneros que compartieron cautiverio con Sartre— . Las decenas de páginas del estudio son demoledoras por lo que respecta al análisis que hace de su ateísmo y su desprecio del cristianismo. Sin embar go, al referirse a este episodio relatado por un testigo directo, 59 Bernanos, pp. 24-26. [ 4 7 ] afirma «en Barioná me parece entrever a un Sartre antes de Sartre, que acaso renacerá algún día»60. Nuestra tesis a propósito de esta pieza es que Sartre deja aquí mucho más abierto que en el resto de su obra la discusión racio nal sobre el fundamento de las decisiones libres. O dicho de otro modo: el ser humano «en situación» — como él lo ca lificab a- no está obligado aquí a decidir autónomamente, no tiene el opti mismo ciego de la arbitrariedad que defenderá luego Sartre como síntesis de su doctrina rechazando la acusación de pesimis ta61. Por estas fechas Sartre no había dado aún el giro marxista a su obra filosófica, y su fenomenología conducía a un solipsismo radical del que consideraba que no había posibilidad racional de salir: tal era el fundamento de su ateísmo. La razón no tiene nada que decir sobre Dios. Es una cuestión, como hemos visto al citar los pasajes en que habla de su infancia, de una decisión previa a la discusión racional. Y en consecuencia, la libertad por la que apuesta Sartre es una libertad ciega, pura voluntad de libertad: el hombre se realiza asumiendo una libertad de la que Dios no sería más que un límite insostenible. Interpreta también en esta clave tanto el Dasein heideggeriano (ser-ahí) como la definición de Heidegger del hombre como un ser-para-la-muer- te, algo muy palpable en esta obra (interpretación con la que el filósofo alemán no estaba de acuerdo). Barioná ha llegado a este planteamiento arrastrado por la vivencia del sufrimiento, al que ha contribuido en parte la opresión de los romanos y, sin duda, porque ha dejado a un lado su fe judía. En una de sus interven ciones sintetiza muy gráficamente toda la metafísica y antropo logías sartrianas subyacentes: «Mujer, este niño que tú quieres hacer que nazca es como una nueva edición del mundo. A través de él, las nubes y el agua y el sol y las casas y el dolor de 60 Moeller, p. 153. 61 El existencialismo. . . , p. 41. [ 4 8 ] los hombres existirán una vez más. Vas a recrear el mundo, va a formarse como una costra espesa y negra alrededor de una pequeña conciencia escanda lizada que vivirá ahí, prisionera en el centro de la costra, como una larva. (...) La existencia es una lepra vergonzosa que nos roe a todos, y nuestros padres han sido los culpables»62. Marius Perrin, conocedor de la persona y de la obra de Sartre, afirma en su libro que en Barioná está el germen de todo el Sartre de la gran época: «Partiendo de la hipótesis de que, igual que otros autores, se proyecta en uno o más de sus per sonajes, he encontrado en el Misterio de Navidad dos que me parece que encarnan cada uno un parámetro de su obra, si no de su vida. ( ...) Este es mi Sartre, para mí, que lo conocí. Sigo pensando que no se comprenderá nada de su razonamiento si no se tienen presentes en el espíritu estos dos componentes principales»63. Se refiere, como es lógico, a los dos grandes personajes del drama: Barioná y Baltasar. 3.2. El debate entre los tipos de esperanza La grandeza de la obra reside principalmente en los
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