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Psicoterapia breve a largo plazo - Giorgio Nardone

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GIORGIO NARDONE, ELISA BALBI,ANDREA VALLARINO Y MASSIMO BARTOLETTI
Psicoterapia breve a largo plazo
Traducción: MARIA PONS IRAZAZÁBAL
Herder
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Título original: Psicoterapia breve a lungo termine
Traducción: Maria Pons Irazazábal
Diseño de la cubierta: Dani Sanchis
Edición digital: José Toribio Barba
© 2017, Adriano Salani Editore S.p.A., Milán
© 2019, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN digital: 978-84-254-4206-3
1.ª edición digital, 2019
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está
prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
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Índice
PRÓLOGO
1. PSICOTERAPIA BREVE A LARGO PLAZO: ETERNA POLÉMICA
2. HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TRATAMIENTO DE LAS PSICOPATOLOGÍAS
MAYORES
Primer decenio
Segundo decenio
Tercer decenio
3. «ESPÍO A QUIEN ME ESPÍA». EL CASO DE GIONA
4. LA AYUDA QUE COMPLICA. EL CASO DE CATI
5. LA CONDENA DE VIVIR. EL CASO DE SERENA
6. ODIO A QUIEN AMO. EL CASO DE ERIKA
7. DEPENDO DE QUIEN CONTROLO. EL CASO DE ANNA
8. IDENTIDAD MÚLTIPLE. EL CASO DE GIACOMO
9. RESULTADOS TERAPÉUTICOS
BIBLIOGRAFÍA
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Prólogo
Soy como una marioneta rota 
con los ojos caídos hacia dentro 
ANÓNIMO
«No hay pacientes imposibles sino terapeutas ineptos»: con esta rotunda afirmación Don
D. Jackson, fundador del Mental Research Institute de Palo Alto, exhortaba a la
comunidad de especialistas en la cura de los trastornos mentales a no adoptar una postura
defensiva frente a las patologías más graves calificándolas de «incurables». Son muchos
los ejemplos de «maestros» de la psicoterapia que han demostrado que incluso las
formas más invalidantes e invasivas de enfermedad mental se pueden «curar». Sin
embargo, en el actual panorama psiquiátrico, goza de gran predicamento el paradigma
biologista y determinista, que considera incurables ciertas enfermedades mentales y
condena al paciente a terapias farmacológicas de por vida para contener los efectos de la
sintomatología severa. Partiendo de nuestra dilatada experiencia clínica y de las
numerosas investigaciones sistemáticas en el campo clínico realizadas por nosotros y por
otros investigadores, hemos adoptado una postura más flexible que Jackson: creemos
que desgraciadamente existen casos imposibles, pero son un porcentaje muy reducido de
la casuística «marcada» con diagnósticos que corresponden al grupo de las
psicopatologías mayores.
A este respecto, una de las historias más hermosas nos la cuenta Heinz von Foerster en
su libro-entrevista a Monika Bröcker, Teil der Welt. Al acabar la Segunda Guerra
Mundial, von Foerster participó activamente en la reconstrucción de la ciudad de Viena
como ingeniero, y también como comunicador. Junto con otros voluntarios austríacos
fundó Radio Viena, donde dirigía una especie de talk show, en el que los supervivientes
de la guerra y del nazismo relataban a partir de su propia experiencia cómo habían
logrado superar una vivencia tan devastadora. Uno de los invitados más ilustres del
programa fue Viktor Frankl, que había sido deportado por los nazis y había perdido a
toda su familia en los campos de concentración. Mientras estaba explicando cómo había
reaccionado a una tragedia de tal magnitud y cómo había recuperado, al acabar la guerra,
su trabajo de «doctor de la mente y del alma» en la dirección de Servicios psiquiátricos
de Viena, un oyente llamó a la redacción pidiendo la ayuda de Frankl para su hermano,
que se hallaba en estado catatónico desde hacía días. El hombre, superviviente de los
campos de concentración, como muchos otros vieneses, había buscado
desesperadamente a su mujer, también deportada, entre los miles de personas que
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regresaban a la ciudad. Tras muchos días de búsqueda angustiosa, había conseguido
encontrarla mientras vagaba entre los escombros de su barrio, en un estado de confusión.
Se ocupó de ella y logró que recuperara rápidamente la lucidez, de modo que la pareja
pudo disfrutar de la felicidad recobrada. Pero una mañana, mientras desayunaban, la
mujer sufrió un violento ataque de tos y murió a causa de un enfisema pulmonar,
herencia de las privaciones del campo de concentración. Desde aquel día ese hombre,
trastornado, permaneció bloqueado como una estatua mirando fijamente la silla vacía de
su mujer. Frankl fue a su casa, se sentó junto a él y le explicó cómo se había visto
obligado a despedirse por última vez de su mujer y de su hija capturadas por los nazis, y
que no había vuelto a verlas nunca más. Frankl añadió que solo las había perdido una
vez, mientras que él había perdido a su mujer dos veces. El hombre salió del estado
catatónico y respondió a Frankl que había sido afortunado porque había recuperado a su
mujer aunque por poco tiempo. Entonces Frankl le formuló una «extraña» pregunta:
«Querido compañero, si el buen Dios te hiciera ahora el don de presentarte a una
mujer espléndida, exactamente igual a tu mujer, con la misma mirada y sonrisa, los
mismos movimientos y la misma voz, ¿la aceptarías?» El hombre dio un puñetazo sobre
la mesa y exclamó poniéndose en pie: «¡Ella es insustituible!»
Frankl replicó: «Lo mismo me ocurre a mí con mi mujer».
Tras este «despertar terapéutico», el hombre colaboró activamente con los grupos de
ayuda a las personas traumatizadas por la devastación de la guerra y por la persecución
nazi.
Esta historia expresa del mejor modo posible lo que decía Freud remitiéndose a la
Biblia: «En un origen las palabras eran mágicas». Freud destacaba el poder taumatúrgico
de experiencias que pueden provocarse en quien sufre mediante un diálogo
estratégicamente orientado, y que muchos años después Franz Alexander definió como
«experiencia emocional correctiva», esto es, un hecho que modifica el modo de percibir
la realidad y de reaccionar del sujeto aprisionado en la psicopatología. Hoy en día
representa el constructo operativo común a todos los enfoques psicoterapéuticos, que se
distinguen por el modo en que la «experiencia correctiva» se produce en el curso del
proceso terapéutico. La diferencia más clara la hallamos entre los que orientan
estratégicamente el tratamiento en esa dirección y los que consideran que la experiencia
emocional correctiva ha de producirse como efecto indirecto de la relación terapéutica.
Se trata, básicamente, de la distinción entre psicoterapias breves y psicoterapias a largo
plazo (Nardone, Salvini, 2013).
Como este libro trata de la terapia dirigida a las llamadas psicopatologías mayores,
propone una modalidad terapéutica que va más allá de esta polémica: por una parte, se
centra en el cambio que hay que obtener en tiempo breve y, por lo tanto, propone
técnicas para realizar la experiencia emocional correctiva e interrumpir la
sintomatología; por la otra, propone un modo de apoyar y guiar al sujeto
estratégicamente a largo plazo hasta adquirir, por primera vez, las competencias
personales y sociales de las que se ha visto privado por la patología invalidante.
A través de la narración, acompañada de diálogos terapéuticos extraídos de seis casos
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representativos, el lector podrá penetrar en el núcleo de un proceso de psicoterapia breve
a largo plazo y comprender, y hasta sentir, cómo el cambio terapéutico puede producirse
incluso en casos aparentemente intratables. También el especialista hallará la explicación
técnica de las estrategias terapéuticas, de su elaboración y de los resultados obtenidos
gracias a ellas. Se trata de una evolución de la psicoterapia breve estratégica aplicada al
área de las psicopatologías más serias, que modela, ajustándose a las exigencias de esta
casuística concreta, el proceso terapéutico y lo transforma en una intervención que, si
bien sigue previendo un número limitado de sesiones, se desarrolla en un lapso de
tiempo más prolongado. Quien conozca nuestro modelo de psicoterapia sabe que se basa
en la lógica de la ambivalencia y de la autocorrectividad: por consiguiente, no debe
sorprender la aparente contradicción de la definición «psicoterapiabreve a largo plazo».
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1. Psicoterapia breve a largo plazo: eterna polémica
No hay buena práctica 
sin una buena teoría 
LEONARDO DA VINCI
«Menos se convierte en más» cuando se obtiene lo máximo a través de lo mínimo. Se
trata del concepto de eficiencia de una intervención, cuya finalidad es resolver un
problema o alcanzar un objetivo prefijado. En el campo de aplicación de la psicoterapia,
este ha sido el resultado de la formulación, en los años sesenta del siglo pasado, de las
primeras «terapias breves» (Weakland et al., 1974; Watzlawick et al., 1997)
formalizadas como modelo efectivo de intervención clínica para los trastornos psíquicos
y conductuales. En los decenios siguientes, la evolución de esos trabajos fundamentales
del Mental Research Institute de Palo Alto, fruto de la labor de algunos autores
importantes (De Shazer, 1982, 1985, 1991; Madanes, 1981; Nardone, Watzlawick, 1990,
2005; Nardone, Portelli, 2005; Wittzaele, Nardone, 2016; Nardone, Balbi, 2015) que
desarrollaron todas las potencialidades teórico-prácticas, condujo a la formalización de
diversos modelos de psicoterapia breve, tan rigurosos como eficaces, basados en los
contenidos sistémicos y estratégicos, y validados empíricamente en su aplicación a las
psicopatologías más importantes (Szapocznick et al., 2008; Robin et al., 1999; Le
Grange, 2004; Lock, Roen et al., 2010; Nardone, Watzlawick, 2005; Castelnuovo et al.,
2010; Gibson, 2015; Pietrabissa et al., 2016; Nardone, Portelli, 2005). En 1999, la
American Psychological Association (Hubble, Duncan, Miller) publicó una obra
fundamental en la que se exponían los resultados sobre la eficacia de las psicoterapias.
Dos de los investigadores más importantes en la materia, Asay y Lambert (1999),
tomaron como base los datos empíricos internacionales y demostraron que el 50 % de los
trastornos que requieren psicoterapia pueden ser resueltos mediante una intervención de
no más de diez sesiones, el 25 %, con un tratamiento inferior a las 25 sesiones, y el
restante 25 % con un tratamiento psicológico más prolongado.
Estos datos irrefutables constituyen un hito en la conducción éticamente rigurosa de
los tratamientos psicoterapéuticos, y por primera vez también indican claramente la
importancia de los tratamientos específicos para las distintas formas de patología
psicológica que, al estar ajustados al trastorno tratado, garantizan no solo la máxima
eficacia terapéutica, sino también la máxima eficiencia.
Por otra parte, en los últimos decenios, son muchos los investigadores clínicos que se
han dedicado a elaborar protocolos específicos de tratamiento para las variantes de la
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psicopatología, y han demostrado que estos garantizan resultados terapéuticos mejores
que las formas de terapia basadas en constructos generales invariantes (Wilson, 2009;
Beck, 1976, 1985; Nardone, 1993; Nardone, 1997; Watzlawick, Nardone, 1997; Yapko,
2002; Nardone, Portelli, 2005; Muriana et al., 2006; Nardone, Rampin, 2002; Nardone,
Valteroni, 2017; Castelnuovo et al., 2013; Loriedo, 2011; Petrini, 2012; Le Grange,
2004; Szapocznik et al., 2008). Gracias a esto, hoy en día la psicoterapia como disciplina
médico-psicológica especializada ofrece una serie de tratamientos terapéuticos que han
demostrado su validez en la mayoría de las formas de trastorno psíquico y conductual,
favoreciendo la superación de las «discusiones bizantinas» entre los distintos enfoques
teórico-prácticos. No es que no existan aún «encendidas polémicas» entre los defensores
de las distintas escuelas de pensamiento, pero cuando se examinan las valoraciones
empíricas, solo los más fanáticos niegan las evidencias de los resultados concretos. Una
de las discusiones que nos parece más obsoleta, pero que sigue aún viva, es la que
enfrenta a los partidarios de las terapias a largo plazo con los que proponen tratamientos
breves, es decir: todos están de acuerdo en la eficacia de los tratamientos
psicoterapéuticos, pero muy pocos coinciden en el concepto de eficiencia, a pesar de las
pruebas concretas proporcionadas por las investigaciones empíricas en este terreno. En
otras palabras, persiste la idea de que el cambio terapéutico efectivo exige
necesariamente mucho tiempo. Esto es cierto en el caso de algunos trastornos, pero no en
la mayoría de los problemas que son objeto de tratamiento psicoterapéutico. Es más, los
datos demuestran que solo una cuarta parte de los pacientes necesita una terapia con un
número de sesiones elevado, otra cuarta parte no necesita un número tan elevado y para
la mayoría son suficientes unas pocas. Como el lector habrá intuido, hemos desplazado
la atención del tiempo de la terapia al número de sesiones necesarias: esta perspectiva es
la que marca la diferencia y justifica el título del libro, ya que explica la ambivalencia
lógica representada por terapias que pueden ser breves en cuanto al número de sesiones,
pero largas porque el tratamiento se prolonga en el tiempo. Un tratamiento puede ser al
mismo tiempo breve, porque se desarrolla con un número reducido de sesiones, y a largo
plazo porque se prolonga en el tiempo, con sesiones cada vez más espaciadas.
Si adoptamos este punto de vista operativo, una psicoterapia puede prolongarse en el
tiempo pero con pocas sesiones y, por el contrario, puede ser de tiempo breve pero con
muchas sesiones muy seguidas. Desde un punto de vista lógico, la polémica dejaría de
tener sentido. En los casos más graves, puede necesitarse un período prolongado de
terapia para que la persona rompa en primer lugar los esquemas patológicos que la
mantienen atada a la sintomatología invalidante y construya luego un nuevo equilibrio
psicológico, gracias a experiencias reales de aprendizaje y adquisición de confianza en
los propios recursos. En estos casos también se puede recurrir a una intervención que no
exige necesariamente cientos de sesiones: esto es, una terapia intensiva en su primera
fase dirigida a anular la sintomatología invalidante mediante técnicas terapéuticas
específicas para el trastorno, para pasar luego a estabilizar los resultados mediante un
proceso de larga duración con sesiones clínicas cada vez más espaciadas, y acabar con
follow-up de comprobación. Para ser más concretos, una psicoterapia de este tipo puede
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desarrollarse en menos de quince sesiones a lo largo de más de dos años.
Este tipo de proceso terapéutico está indicado sobre todo en los casos en que la
patología persiste desde hace años y se ha convertido en una especie de equilibrio que,
pese a ser disfuncional, se resiste al cambio y exige estrategias terapéuticas adaptadas a
su estructura para poder romper su persistencia. Después, para que la patología no se
reconstruya tras haber sido superada, es necesario sustituirla por una nueva forma de
equilibrio estructurado. Aunque el cambio terapéutico puede producirse rápidamente,
incluso en el caso de las patologías más invalidantes y persistentes, la construcción de
una nueva homeostasis sana que sustituya a la anterior necesita a veces mucho tiempo
para estructurarse sobre la base de nuevas experiencias emocionales y perceptivas
repetidas en el tiempo.
Veamos el ejemplo de un sujeto con agorafobia grave, que durante muchos años ha
vivido dentro de los límites impuestos por la patología: si se aplica a un caso así el
protocolo terapéutico específico (Nardone, 1993, 2003, 2016), normalmente en cinco
sesiones la sintomatología fóbica queda anulada. Por consiguiente, la persona tiene que
subvertir, en virtud de su autonomía recuperada, todos los equilibrios relacionales
basados hasta entonces en la dependencia de los demás. No solo eso; para convencerse
de que realmente ha superado la patología, necesitará confirmar repetidamente las
capacidades que ha recuperado o desarrollado por primera vez. La fase que sigue al
cambio terapéutico normalmente dura más de un año, en el que se guía a la persona, libre
ya del miedo invalidante, a experimentar la autonomía y la independencia que ha
adquirido y a modificar las relaciones con los otros y con elmundo. Esta fase se
desarrolla con una serie de sesiones cada vez más distanciadas entre sí, en una especie de
supervisión confrontativa, al cabo de un mes, de dos, de tres, de cinco, y con una sesión
final seis meses más tarde. De este modo se incentiva al paciente a construir su propia
independencia incluso de la terapia y del terapeuta, aunque sintiéndose tutelado por la
presencia de este último en el proceso de construcción del nuevo equilibrio psicológico.
Otro ejemplo sería el de una paciente con anorexia grave, que ha llegado a pesar
treinta kilos. El desbloqueo del trastorno puede y debe conseguirse lo más rápidamente
posible (Nardone, Valteroni, 2017), precisamente para evitar un desenlace funesto o
daños fisiológicos irreparables, pero la recuperación del peso ha de ser gradual, no más
de dos o tres kilos al mes. A esta recuperación fisiológica, que requiere un tiempo no
inferior a los diez o doce meses, se asocia la reorganización de las relaciones familiares y
sociales de la paciente aislada en la prisión de la anorexia, además de la recuperación de
las capacidades de gestionar las sensaciones placenteras no solo frente a la comida. Es
evidente, por tanto, que forzosamente hay que prolongar los plazos.
Veamos el caso de un joven que sufre una crisis de delirio, la llamada «psicosis
transitoria adolescente». Por lo general, si se trata bien, desaparece rápidamente, pero
antes de que el paciente recupere la plena confianza en su estabilidad psíquica se
necesitarán repetidas experiencias que confirmen la adquisición de la resiliencia
psicológica.
Por último, en los trastornos borderline y de personalidad, el sujeto presenta más
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sintomatologías severas y diferentes, además de una marcada fragilidad y falta de
constancia que no le permiten construirse un equilibrio psíquico y conductual estable. En
estos casos, la intervención terapéutica en las distintas manifestaciones patológicas del
trastorno puede ser eficaz y eficiente, pero la construcción de la estabilidad psíquica y de
la constancia en el mantenimiento de conductas y relaciones equilibradas exige
prolongadas y repetidas experiencias concretas, que no pueden producirse en un período
de tiempo breve.
Como ya se ha expresado en otras obras (Nardone, Watzlawick, 1990; Nardone, Balbi,
2008), un cambio terapéutico realmente eficaz ha de tener como primer objetivo
terapéutico la extinción del trastorno y de sus manifestaciones sintomáticas. A
continuación, debería construirse un equilibrio psíquico y conductual que permita al
individuo evitar recaídas en el trastorno y expresar sus plenas potencialidades.
Para ello es útil considerar la patología como una «homeostasis insana», que hay que
sustituir por una «homeostasis sana»: para conseguirlo, es preciso ante todo romper la
persistencia de la «homeostasis insana», utilizando técnicas capaces de sortear la
resistencia al cambio propia de cualquier equilibrio adquirido; después, a través de un
proceso de aprendizaje mediante experiencias y adquisiciones, hay que construir la
nueva «homeostasis sana», que por su propia naturaleza tenderá a mantenerse.
En otras palabras, la primera parte de la terapia es estrictamente estratégica, y su
objetivo es obtener resultados de cambio de la manera más rápida posible; la segunda es
de carácter experiencial evolutivo, y su finalidad es consolidar los cambios terapéuticos
y crear confianza en los recursos personales; la tercera es de naturaleza cognitiva y
tiende a suscitar la autoestima y el sentido de autoeficacia. Es evidente que nos estamos
refiriendo a cuadros clínicos en los que el trastorno persiste desde hace mucho tiempo y
ha afectado a todas las áreas vitales del sujeto. Por esta razón, tras el desbloqueo efectivo
de la sintomatología invalidante, obtenido en un breve plazo de tiempo, se requiere un
largo período para construir un nuevo y persistente equilibrio psicológico y conductual.
Lo realmente destacable es que, incluso en el caso de patologías graves, invalidantes y
persistentes, el cambio terapéutico, esto es, la reducción o remisión total de la
sintomatología, puede producirse rápidamente, permitiendo con ello que el paciente
recupere en poco tiempo el bienestar y las capacidades personales. Estos resultados se
consolidarán y se mantendrán a través del siguiente proceso experiencial evolutivo, en el
que el terapeuta se convierte en una especie de supervisor de la construcción de la
autonomía personal del paciente y se mantiene así como un punto de referencia
tranquilizador e incentivador, sin crear dependencia: en las terapias a largo plazo con
sesiones muy próximas en el tiempo, la dependencia es un riesgo muy frecuente. La
psicoterapia breve a largo plazo ha evolucionado no sobre la base de presupuestos
teóricos que hay que respetar, sino sobre la base de la experiencia clínica real y de la
investigación empírico-experimental de soluciones terapéuticas realmente eficaces para
todos los pacientes en los que el trastorno es tan invasivo y duradero que se convierte en
parte sustancial de su personalidad y de su conducta.
Hay que tener en cuenta que en estos casos las terapias ineficaces a las que se han
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sometido los pacientes en su largo período de sufrimiento también han contribuido a
cronificar el trastorno y a convertirlo en parte integrante de su personalidad.
La solución intentada que no funciona, si se reitera, tiende a complicar el problema al
que se aplica, anquilosándolo e incrementando la resistencia al cambio. Si esta dinámica
se prolonga durante años, el trastorno inevitablemente se agravará y se generalizará. Esto
plantea otra cuestión importante, esto es, cuando la psicoterapia, en vez de promover el
bienestar, contribuye a mantener el trastorno del paciente. Existen muchos trabajos sobre
esta cuestión (Strupp, 1979), pero en general han sido poco considerados por los
profesionales que ejercen en el campo de la salud mental. No obstante, lo que se ve
claramente y debería resultar casi obvio es que, si una solución terapéutica no da
resultados y es interrumpida rápidamente, la probabilidad de que produzca daños al
paciente también se reduce drásticamente. En cambio, si pese a la falta de resultados
terapéuticos concretos, se insiste en la solución, la probabilidad de efectos iatrogénicos
aumenta considerablemente. Por consiguiente, si en el plazo de unos meses no se
observan cambios significativos, la terapia debe cambiarse. Esta observación empírica
choca con las numerosas teorías y modelos psicoterapéuticos (Nardone, Salvini, 2013)
que proponen la rígida tesis de que se necesita mucho tiempo para obtener resultados
terapéuticos. De ahí surge la distinción nítida, en cuanto a proceso terapéutico, entre la
psicoterapia breve a largo plazo de tipo estratégico y las psicoterapias a largo plazo
tradicionales. En la primera, si no hay resultados concretos de cambio en las diez
primeras sesiones, se interrumpe la terapia, porque se parte del presupuesto teórico-
práctico de que, si el cambio no se ha producido ya, tampoco se producirá insistiendo en
lo que no ha funcionado; en la segunda, se prolonga demasiado y con sesiones
frecuentes, ya que se parte de la base de que el cambio terapéutico se producirá como
resultado de un proceso largo.
Por consiguiente, desde nuestro punto de vista no puede haber una terapia a largo
plazo si no es como continuación de una terapia anterior, que ya ha dado resultados
terapéuticos a corto plazo. En cambio, para los enfoques tradicionales, la terapia es por
definición a largo plazo, prescindiendo de los resultados obtenidos. Por otra parte,
Daniel Stern (2004), autor de referencia para las terapias a largo plazo de las últimas
generaciones, afirma que «el cambio terapéutico es casual e imprevisible» y se produce
en el proceso terapéutico a largo plazo como una especie de epifenómeno revelador.
Sin embargo, desde una perspectiva estratégica (Watzlawick, 1974; Nardone,
Watzlawick, 1990-2005; Nardone, Portelli, 2016; Nardone, Balbi, 2015), el cambio es la
consecuencia deestrategias y estratagemas terapéuticas construidas ad hoc para romper
los esquemas de persistencia de la patología y es, por lo tanto, «causal y previsto», y
también es consecuencia de experiencias concretas realizadas por medio de técnicas
terapéuticas específicas.
Por último, en cuanto a la evaluación metodológica, la eficacia de una terapia
psicológica no puede separarse de su eficiencia porque, si un cambio se produce a largo
plazo, no puede demostrarse que sea el resultado de la intervención terapéutica y no de
lo que ha sucedido en la vida del paciente al margen del tratamiento.
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Ahora bien, si el cambio se produce en tiempo breve, se puede atribuir a la terapia con
mucha probabilidad, sobre todo si esta se basa en técnicas específicas para la patología
tratada.
La eficiencia valida la eficacia, del mismo modo que la técnica para ser rigurosa ha de
ser replicable, es decir, ha de proporcionar aproximadamente los mismos resultados
aplicados a los mismos tipos de problemas. Para que la técnica demuestre ser más
avanzada aún y tecnológica, ha de prever los resultados de cada maniobra terapéutica en
la secuencialidad de toda la estrategia terapéutica, es decir, ha de ser predictiva.
Como trataremos de demostrar en las páginas siguientes, la psicoterapia breve
estratégica a largo plazo está basada justamente en estas características de rigor y
adaptabilidad de la intervención clínica. Por esto permite abordar con probabilidades de
éxito elevadas incluso los casos aparentemente intratables y resistentes al cambio. En
palabras de Paul Watzlawick, «el hecho de haber padecido una patología durante
muchos años no significa que su terapia deba ser igualmente larga y dolorosa».
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2. Historia de la investigación sobre el tratamiento de las
psicopatologías mayores
La verdad de una idea no es una propiedad estática; ocurre,
se vuelve verdadera, y en tal la convierten los hechos. 
WILLIAM JAMES
Primer decenio
A lo largo de treinta años de investigación e intervención sobre el terreno, nos hemos
enfrentado, como atestiguan las obras publicadas, primero a psicopatologías «puras»,
esto es, trastornos con síntomas claros y evidentes que permitían distinguirlos
nítidamente, como ataques de pánico, fobias, obsesiones y compulsiones, trastornos
alimentarios y disfunciones sexuales. Se trata de áreas clínicas en las que generalmente
el trastorno coincide con la sintomatología: una vez extinguida esta última, el sujeto
recupera el equilibrio psicológico. Esto nos permitió construir, mediante proyectos
específicos de investigación-intervención, estrategias y estratagemas terapéuticas que se
ajustaran a las distintas patologías con una elevada eficacia y eficiencia terapéutica
(Nardone, Watzlawick, 2005). A continuación, nos enfrentamos cada vez más a casos en
los que esos trastornos habían persistido durante muchos años y se habían «cronificado».
En consecuencia, tuvimos que adaptar el proceso terapéutico añadiendo a la primera
parte «estratégica» una fase posterior de reorganización supervisada de la vida de los
pacientes, libres ya de los síntomas invalidantes, a fin de que, además de estabilizar los
resultados, pudieran construir un nuevo equilibrio.
Una buena parte de esta clase de pacientes que llegó a nosotros con una historia de
tratamiento farmacológico prolongado tuvo que someterse a un proceso de reducción
progresiva de fármacos, lo que hizo que la terapia se prolongara mucho más. Por
consiguiente, fue necesario continuar viendo a estos sujetos que ya no padecían el
trastorno, sino que estaban en fase de reducción del tratamiento farmacológico antes
prescrito hasta su conclusión, o que seguían con él sin obtener los resultados terapéuticos
esperados, o con una mejoría pero sin una resolución total del trastorno.
La tercera categoría de pacientes constituía una minoría en el total de nuestra
casuística. Por esta razón las experimentaciones clínicas eran reducidas en relación con
los otros dos tipos, que suponían el 80 % de las terapias. Este tercer grupo está
constituido por las llamadas psicopatologías mayores, esto es, sujetos con diagnóstico de
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psicosis, trastorno de personalidad, depresión profunda y patología borderline. Con este
tipo de pacientes al principio utilizábamos las técnicas terapéuticas de la tradición
sistémica (Bateson, Weakland, Haley, 1956), consiguiendo resultados terapéuticos
alentadores, pero desde luego no comparables a los obtenidos con los otros tipos de
patologías, en las que ya a principios de los años noventa la eficacia alcanzaba las cifras
más elevadas del sector. Ahora bien, con el tiempo la petición de una terapia breve
estratégica, es decir, de una intervención que consiguiera una mejoría desde los primeros
momentos del proceso terapéutico, aumentó considerablemente también en estas áreas
clínicas, y nos incitó a estudiar más a fondo esas casuísticas y el tratamiento más idóneo.
Segundo decenio
El éxito, tanto en el plano profesional como en el de los reconocimientos científicos y
académicos, de la aplicación de los modelos de psicoterapia breve estratégica elaborados
en el Centro di Terapia Strategica de Arezzo aumentó las peticiones de intervención
clínica. La casuística pasó de miles a decenas de miles de sujetos tratados y estudiados.
Eso permitió un nuevo perfeccionamiento de los modelos terapéuticos ya formalizados,
que fueron ajustados cada vez con mayor precisión a las patologías tratadas y a sus
variantes. Además del protocolo de tratamiento general, por ejemplo del trastorno de
pánico, se propusieron estratagemas terapéuticas elaboradas para las variantes fóbicas de
esta patología, así como para las distintas formas de trastorno obsesivo-compulsivo,
trastornos alimentarios y disfunciones sexuales. En este período se elaboraron más de
cincuenta estratagemas terapéuticas para las variantes de las áreas psicopatológicas más
importantes. Esa evolución tecnológica hizo que el modelo fuera aún más riguroso y
sistemático, y al mismo tiempo flexible y adaptable a las exigencias terapéuticas
específicas de las numerosas variantes sintomáticas de los trastornos.
En esta fase evolutiva de nuestra constante investigación sobre las técnicas
terapéuticas, se impulsó notablemente el estudio de las patologías que definíamos como
«presuntas psicosis». Considerábamos psicosis o presuntas psicosis aquellos casos en
que se evidenciaban trastornos con una destacada presencia de delirios, severas manías
de persecución, alucinaciones y evidentes estados disociativos unidos a la incapacidad de
construir y mantener relaciones significativas, o a la construcción, sobre la base de una
dependencia, de complementariedades patológicas convertidas en partes integrantes del
propio trastorno, o incluso aquellos casos en que los diferentes síntomas agudos se
atenuaban alternándose. Siguiendo la tradición sistémica, nos negábamos a incluir a
estos pacientes en las rígidas, imprecisas y a menudo poco apropiadas clasificaciones
psiquiátricas que, si bien aparentaban ser claves diagnósticas tranquilizadoras, no
aportaban nada a la terapia de estas graves formas de patología psíquica.
Sobre la base de nuestro método de investigación-acción lewiniano, decidimos
descubrir el funcionamiento real también de esta casuística clínica mediante soluciones
terapéuticas capaces de producir resultados, si no de curación completa, al menos de
mejora sustancial.
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Nuestro «mantra» metodológico es: lo que explica los problemas son las soluciones,
que, si pueden ser replicadas con éxito en la misma clase de trastorno, también nos
permiten comprender su funcionamiento. Como indica brillantemente Cioran, «todo
problema profana un misterio, que a su vez es profanado por su solución».
Este fue el comienzo del estudio sistemático del tratamiento terapéutico estratégico del
área clínica representada por las patologías mentales mayores para la que, pese a ser más
reducida que las otras psicopatologías mucho más frecuentes, como pánico, fobias,
obsesiones y trastornos alimentarios, habíauna exigencia de tratamiento cada vez más
apremiante. Era un sector de investigación especialmente fascinante y exigente, porque
era representativo de unos tipos de trastorno tan invasivos e invalidantes que a menudo
se consideraban una condena determinada biológicamente a no curarse.
La primera constatación importante surgida de las primeras experimentaciones
clínicas era que estas formas de patología presentan muy poca regularidad y en cambio
muchas excepciones a la regla. Es decir, existen demasiadas diferencias entre un caso y
otro para poder observar un esquema de funcionamiento regular sobre el que construir
una generalización, como puede hacerse con las psicopatologías «puras». La técnica que
funciona en un determinado sujeto no tiene por qué funcionar en otro que presente los
mismos síntomas. Por consiguiente, es muy difícil elaborar una estrategia secuencial
compuesta de técnicas terapéuticas específicas. En otras palabras, la formulación de un
protocolo terapéutico replicable y predictivo es casi imposible debido a la excesiva
variabilidad de las respuestas a la misma técnica terapéutica por parte de sujetos que
aparentemente padecen el mismo trastorno. Este dato empírico nos indujo a centrar la
atención en cada una de las técnicas y no en el modelo secuencial. Ante la imposibilidad
de elaborar un protocolo formalizado de tratamiento, la experimentación se centró en la
definición de maniobras terapéuticas capaces de desmontar las rigideces patológicas y
anular o reducir significativamente el grado de invalidez causado por las manifestaciones
sintomáticas del trastorno. Por ejemplo, se elaboraron una técnica de «contradelirio»
(Watzlawick, Nardone, 1997) capaz de lograr que el paciente que sufre el delirio «ponga
de nuevo los pies en el suelo», una técnica de «investigación de las confirmaciones
contradictorias» (Nardone, Balbi, 2008) que pueda desmontar manías persecutorias
graves, o también la técnica del «púlpito vespertino» (Nardone, 1991), donde encauzar la
actitud victimista y chantajista de sujetos fuertemente depresivos o sin control de los
impulsos, limitando su agresividad. El objetivo de todas estas técnicas terapéuticas es
producir lo que todos los enfoques teórico-prácticos consideran un paso esencial hacia el
cambio: la experiencia emocional correctiva (Alexander, 1956), esto es, una percepción
vívida y concreta de las cosas desde una perspectiva nueva y liberadora, una rendija en la
repetición continua del sufrimiento, que crea la sensación de poder superarlo y que por
esto abre el camino a una serie de cambios terapéuticos evolutivos. El modelo
estratégico se caracteriza por elaborar y aplicar técnicas que de forma deliberada,
focalizada y predictiva produzcan ese cambio concreto en la forma en que el paciente
percibe la realidad y reacciona ante ella. Precisamente con este objetivo, durante el
segundo decenio de nuestro trabajo empírico-experimental en el ámbito clínico, nos
16
concentramos en la elaboración de maniobras terapéuticas que se adaptaran a formas tan
distintas de «presuntas psicosis» y que fueran capaces de interrumpir su persistencia e
iniciar el camino al cambio no solo sintomático, sino radical.
Otro factor que se percibió claramente en el trabajo con trastornos tan agudos es la
importancia de reducir cuanto antes los síntomas invalidantes para proceder luego a la
reestructuración de las modalidades perceptivo-emocionales que conducen
inevitablemente a las reacciones patológicas. Esto viola el tradicional preconcepto de la
psicoterapia a largo plazo, según el cual se considera que primero hay que desvelar las
causas profundas del trastorno para luego, en virtud de la conciencia así adquirida,
liberar al sujeto de las manifestaciones sintomáticas superficiales. No solo la
epistemología y la investigación empírica han demostrado la inconsistencia de ese
constructo basado en una causalidad lineal, no aplicable a fenómenos recursivos
complejos como los mentales, sino que es evidente incluso para los «no iniciados» que
un sujeto que es prisionero de una sintomatología invalidante e invasiva no está en
condiciones de iniciar un proceso de concienciación que exige lucidez mental y
capacidad de racionalización. En otras palabras, ¿cómo puede un joven presa del delirio
comprender racionalmente cuál es la causa que provoca el trastorno? Sería como
pretender que el Barón de Münchausen, recordado por Paul Watzlawick, consiguiera
salir del pantano en el que ha caído mientras galopaba levantando el caballo que
mantiene apretado entre las rodillas tirando de su propia coleta. No es posible que se
produzca una concienciación terapéutica si la persona no está en condiciones de razonar
lúcidamente sobre sus problemas, tras haber sido anulada o reducida la sintomatología
que se lo impide.
Hemos elaborado muchas técnicas terapéuticas distintas cuya eficacia en este sentido
ha quedado demostrada (Nardone, Watzlawick, 2005; Nardone, Portelli, 2005; Nardone,
Balbi, 2015), lo que nos ha permitido incrementar de forma significativa los porcentajes
de resultados terapéuticos positivos en el tratamiento de estas formas graves de
psicopatología.
Tercer decenio
La formalización de técnicas terapéuticas replicables adecuadas para producir la
experiencia emocional correctiva, incluso en las variantes de las patologías psíquicas
mayores, abrió un nuevo escenario que hasta aquel momento apenas habíamos
contemplado. Parafraseando las palabras del premio Nobel James Watson, cada enigma
resuelto abre la puerta a nuevos enigmas por resolver.
En nuestro caso la solución al primer dilema creó otro: con la mayor parte de estos
pacientes, tras la extinción o la reducción significativa de la sintomatología invalidante e
invasiva, nos encontramos ante vidas que había que reconstruir, o construir por primera
vez. La larga persistencia de la patología, aparecida muchas veces a edad temprana,
había impedido a los sujetos desarrollar su crecimiento personal, relacional y social.
A diferencia de las personas que, una vez superado el trastorno, retomaban el control
17
de sus vidas o, si las patologías eran más prolongadas, simplemente necesitaban ayuda
para reconstruir su autonomía personal, en estos casos se trataba de lograr que el
paciente fuese capaz de construir lo que nunca había experimentado antes o que, en caso
de haberlo vivido, quedaba ya tan lejos en el tiempo que era imposible recuperar
rápidamente sus competencias y habilidades. Prescindiendo de la forma de trastorno
mayor o de patología cronificada, lo que indica cómo hay que proceder tras haber
superado los síntomas agudos e invalidantes es hasta qué punto el trastorno, por su
duración o virulencia, ha impedido al sujeto una sana evolución individual en las
relaciones consigo mismo, con los otros y con el mundo. Tanto da que se trate de una
anoréxica adulta con una historia de veinte años de restricción alimentaria aguda y
aislamiento social; de un adolescente con trastorno borderline antisocial convertido en
adulto sin haber crecido y, por lo tanto, dependiente aún totalmente de sus padres; de un
joven adulto con un trastorno obsesivo-compulsivo de personalidad que le ha
condicionado totalmente la vida; o de un sujeto con delirio persecutorio que se ha
protegido del mundo exterior durante años evitando al máximo el contacto con este. El
problema que hay que resolver, tras haber liberado al paciente del trastorno, es la
construcción de una nueva vida. Estos sujetos, en palabras de Emil Cioran, «están
consternados contemplando el esplendor de los desastres realizados» o sufridos entre los
escombros de los trastornos derribados por la intervención terapéutica. Sería optimista
esperar que fueran capaces de reorganizar su vida de forma autónoma porque son
totalmente inexpertos e incapaces de hacerlo, ya que carecen de la más mínima
experiencia a este respecto. De modo que habrá que ayudarles a construir lo que nunca
han podido construir, algo que, como todos los aprendizajes evolucionados y las
adquisiciones estabilizadas, exigeexperiencias repetidas en el tiempo y, por tanto, no
puede conseguirse rápidamente. Para los terapeutas estratégicos, que estamos
acostumbrados a los procesos terapéuticos breves —unos pocos meses de terapia más
tres sesiones de follow-up a lo largo de un año— esto se contradecía con el modelo
teórico-práctico de referencia. No obstante, esa contradicción era solo aparente: un
modelo basado en la lógica estratégica es por definición «irreverente» (Cecchin et al.,
1990; Nardone, Watzlawick, 1990) frente a cualquier teoría rígida y se basa en la
constante «autocorrección» a partir de los resultados obtenidos en la aplicación empírica.
En este caso la aplicación de la terapia breve estratégica a las patologías mayores exigía
una adaptación específica a las características de esos trastornos, sobre todo en la fase
posterior al desbloqueo de la sintomatología. Se trata de adaptar la lógica operativa del
modelo a fin de ayudar al paciente a construir un equilibrio psíquico y conductual nuevo,
sano y persistente, a través de un proceso que, como ya hemos aclarado, no puede ser
breve. Al mismo tiempo, hay que evitar cualquier tipo de dependencia de la terapia y del
terapeuta, que para ello se transformará en supervisor y consultor que ayuda al sujeto en
los momentos críticos pero sin sustituirle. El terapeuta ya no «prescribe» nada, sino que
adopta una posición consultiva que incita al sujeto a descubrir sus recursos personales
para adquirir seguridad y autonomía. En esta fase, que se prolonga en el tiempo pero no
en el número de sesiones, el terapeuta estratégico deja de actuar como experto en
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estratagemas y lenguaje performativo y pasa a actuar como el «sabio» al que consultar
para dirimir las cuestiones en las que se muestra inseguridad o inexperiencia, una figura
que, gracias a su «sabiduría», ayuda a entender qué camino seguir y cuál evitar. El
terapeuta no indica directamente las soluciones, sino que permite al sujeto «descubrir»
su camino a través de «preguntas orientadoras» y paráfrasis que redefinen las distintas
perspectivas de análisis del problema.
El proceso terapéutico acaba cuando el paciente afirma sentirse seguro y autónomo, y
no inseguro e inestable, capaz por lo tanto de enfrentarse a los problemas de la vida.
Incluso el palacio más imponente se derrumba si se consigue minar los puntos
adecuados. Su construcción, en cambio, requiere un trabajo largo y fatigoso.
19
3. «Espío a quien me espía». El caso de Giona
Giona es un hombre de unos cincuenta años, completamente calvo y sin cejas. Tiene los
ojos de un color negro que raramente se ve y, en efecto, son pocos los que, al menos en
los últimos veinte años, han tenido la oportunidad de intercambiar una mirada con esos
ojos.
Hacía veinte años que Giona no salía de casa cuando su hermano decidió que no podía
seguir así. Tras haberse enterado de que un amigo suyo se había curado en nuestro
instituto, decidió emprender lo que él mismo definió sin ambages como «el viaje de la
esperanza», y nos trajo a su hermano como si fuera un paquete postal. Giona no quería
venir, simplemente para no tener que salir de casa. La manera en que se presenta dice
mucho de su poca costumbre de ver gente. Giona va vestido como si llevara mucho
tiempo hospitalizado: con un pantalón que parece de pijama, camiseta blanca de tirantes
y zapatillas de color gris oscuro. En cambio, su hermano viste traje y corbata.
El hermano explica la situación, en voz baja pero agitada. Da muestras de una ligera
ansiedad y explica que él también fue tratado por uno de nuestros colegas estratégicos.
En una fase de su carrera profesional y ante la perspectiva de tener que alcanzar nuevos
objetivos, desarrolló ansiedad de rendimiento. Tras haber superado el escollo que le
impedía avanzar profesionalmente, pudo dedicarse a buscar una cura para su hermano.
Giona vive a miles de kilómetros de distancia y es el único familiar que le queda desde
que murieron sus padres.
Giona está en tratamiento desde hace quince años con un diagnóstico de trastorno
bipolar: se somete a sesiones semanales de psicoanálisis, ha sido tratado en un centro de
higiene mental tanto farmacológicamente como, por dos veces, con una psicoterapia
cognitiva, pero sin ningún resultado. Nadie ha conseguido sacar a Giona de su
aislamiento.
Cuando recibimos a una persona con ese diagnóstico, actuamos con mucha cautela
antes de formular cualquier hipótesis, porque podría tratarse de cualquier cosa, y de lo
contrario: el ánimo deprimido y la manía, desde el punto de vista emocional, son los dos
extremos de un continuum que incluye una amplia gama de estados de ánimo, que son
consecuencias secundarias de muchos problemas o trastornos no resueltos. La
intervención sobre el estado de ánimo con fármacos, sobre las dinámicas emocionales no
resueltas y sobre los traumas del pasado con psicoanálisis, o también el intento de
modificar la conducta actuando sobre el conocimiento de inadecuación de la propia
conducta no habían hecho más que aumentar las resistencias de Giona al cambio, sin
obtener ningún resultado.
20
Escuchamos atentamente la petición del hermano, a quien Giona mira insistentemente
con la escrupulosa atención de quien no quiere perderse el más mínimo detalle, como si
estuviese hablando de otra persona. Luego observamos a Giona que, en cuanto se siente
observado, baja los ojos. Las dos posturas, antitéticas, permitirían a cualquier experto en
el lenguaje corporal formular una primera hipótesis sobre el problema del pintoresco
personaje que tenemos delante. Sin solicitar su mirada, empezamos con las primeras
preguntas. Tras haber confirmado con una señal de asentimiento la versión del hermano,
a la pregunta: «¿Qué cree usted que debería cambiar en su vida actual para decirnos
“gracias por haberme ayudado”?», Giona levanta la cabeza casi hasta cruzarnos la
mirada, y con una sonrisa burlona responde que podríamos decir, por ejemplo, a los que
pasan diariamente por delante de la ventana de su casa que se largaran o que al menos
miraran hacia otro lado, porque no hay nada que ver. Descubrimos que el hombre se
pasa el día protegiéndose de presuntos, aunque para él reales, juicios inquisitivos, que lo
único que pretenden es verlo para echarle en cara lo poco que ha hecho en su vida y la
facilidad con que ha fracasado en todo lo que ha intentado y con que ha destruido lo
conseguido en el pasado. Alguna vez ha recibido amenazas directas de otro paciente del
Centro de salud mental, pero lo ha solucionado con un buen susto. Los verdaderos
enemigos, dice, «son los de mi pueblo, que saben quién soy y que, si me topara con
ellos, sin duda se burlarían de mí y luego irían a contárselo a los amigos, que tendrían un
buen tema de conversación y se divertirían hablando mal de mí. En último término, lo
único que pueden hacer es rechazarme, puesto que mi vida ya no es tan interesante como
antes».
De estas pocas frases iniciales se desprende que Giona es mucho más hábil con las
palabras que con los hechos: habla en voz baja, como para no arriesgarse a que le oigan,
pero es el discurso de un hombre culto; la fluidez expresiva indica que no solo no
necesita buscar las palabras que quiere utilizar, sino que además tiene cierta costumbre
de interaccionar, y el lenguaje refinado es propio de una persona con un nivel de
instrucción elevado o de quien por algún motivo está acostumbrado a expresarse
adecuándose al contexto. Estas son algunas de las múltiples contradicciones que
surgieron en los primeros minutos de interacción con este hombre singular. Giona
explica que todo empezó con la muerte de su padre, al que estaba muy unido, pese a
haber estado separados durante diez años. Giona vivió en China, donde trabajaba como
traductor de lenguas orientales. De regreso a su pequeño pueblo natal, donde ya no
conocía a nadie, no se sintió acogido como esperaba y decidió marcharse. En China
trabajaba, tenía una relación, fracasada, con una mujer con la que tuvo una hija, que
actualmente vive en Italia, pero con la que no se relaciona,al menos no tanto como
quisiera. En principio se quedó por ella, esperando recuperar la relación. Luego empezó
a sentirse observado, quería huir del pueblo, pero un amigo psiquiatra y psicoanalista lo
disuadió de hacerlo, diciéndole que lo protegería. El resultado fue que perdió el valor
necesario para salir de casa.
T: Vives exiliado en tu propia casa y este es el punto de arranque de todos tus
problemas.
21
En China, Giona también tuvo problemas fiscales, ya que declaró que estaba casado y
solo tenía una relación de hecho, que para él equivalía al matrimonio. Con esta
declaración pensaba obtener desgravaciones fiscales, pero al cabo de un tiempo empezó
a temer la posibilidad de ser perseguido. Muy pronto el temor se convirtió en una
obsesión.
Mientras el hombre va explicando su historia, el hermano lo mira y suspira, como
quien descubre por primera vez los detalles de una historia absurda. Luego Giona explica
que durante su último año en China ya no trabajaba, trataba con gente de un nivel muy
inferior al suyo, su compañera y su hija se marcharon y solo frecuentaba prostitutas. Con
una única excepción: la muchacha que conoció poco antes de regresar a Italia por la
muerte del padre. Aquí empezó todo: «o continuó, diríamos nosotros. De China a Italia,
como escribe Séneca en sus Epístolas morales a Lucilio, dondequiera que vayamos nos
llevamos a nosotros mismos, y usted llevó consigo el sentimiento de persecución que,
amplificado por la vergüenza causada por sus fracasos, se convirtió de temor en certeza.
Entonces empezó a defenderse. Su casa se convirtió en una prisión que, en vez de
salvarlo, reforzó su convicción de ser perseguido, víctima de todos aquellos que, pese a
no haberlo recibido con los brazos abiertos a su regreso y haber mostrado desinterés
hacia su persona, en su percepción empezaron a señalarlo como un fracasado. De modo
que allí se ha quedado durante veinte años, viendo tan solo de vez en cuando a su
hermano. ¿Es correcto?».
Giona nos mira y asiente. Evidentemente nos hemos ganado su confianza.
Entonces nos dirigimos a su hermano y le preguntamos qué pretende hacer para
ayudar a Giona. Nos asegura que lo ha probado todo, pero que sobre todo trata de incitar
a su hermano a salir, a hacer cosas, e intenta convencerlo de que nadie tiene nada contra
él, en todo caso más bien al contrario: «Las personas piensan mucho más en sí mismas
que en los demás, se lo he repetido un montón de veces. Pero no lo entiende. En un
momento dado me dije, gracias además a mi propia terapia, que tal vez no estaba
haciendo lo correcto y que quizá necesitaba a alguien que me ayudase a entender cómo
ayudarle. Porque él es lo único que tengo, profesor. Y él solo me tiene a mí, y no puedo
arriesgarme a que entre nosotros se rompa algo».
No hay argumentos racionales capaces de modificar o quebrar una creencia tan fuerte,
estructurada a lo largo de los años, y tan penetrante que impregna y anula cualquier área
de la vida (Nardone, Balbi, 2008). Al contrario, cuanto más intentamos combatir esa
convicción, más profunda se vuelve y debe defenderse a sí misma. «Con las mejores
intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores resultados» (Wilde, 1996).
Para entender por qué «la ayuda no ayuda», y por tanto la lógica de solución del
problema, debemos preguntarnos cómo una idea pasa de ser una realidad inventada a
algo tan concreto que se vive como real. Nuestra hipótesis de modalidad perceptivo-
reactiva disfuncional que es la base del círculo vicioso que se autoalimenta es la
siguiente: Giona, partiendo de hechos de los que se convirtió en protagonista pero que no
podía prever ni controlar, vivió una experiencia de pérdida de control, que le hizo
sentirse culpable según una visión rigurosa pero demasiado rígida de sí mismo. Giona
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reaccionó a esa decepción con un sentimiento de frustración inaceptable que empezó a
proyectar sobre los demás, convertidos en los jueces inquisidores. Temiendo el
enfrentamiento, por miedo a ser condenado, intentó desechar un sentimiento que cada
vez se volvió más concreto: el temor se convirtió en miedo, el miedo en terror, y el terror
le llevó a encerrarse cada vez más y a comportarse como si allí fuera hubiese realmente
algo o alguien del que escapar, hasta que su creencia se convirtió en convencimiento. Lo
que era un producto de la imaginación se convirtió en algo más verdadero que la realidad
(Nardone, Watzlawick, 1990; Nardone, Balbi, 2015; Nardone, 2015).
Al final de la primera sesión confirmamos a Giona y a su hermano la posibilidad de
ayudarle. No obstante, les explicamos que necesitamos la colaboración de ambos, y no
sabemos para cuál de los dos será más duro. Al hermano de Giona, con muchas ganas de
colaborar y confortado por la idea de que el hermano está en buenas manos, le pedimos
que mantenga una actitud de «conjura total del silencio. De ahora en adelante deberá
evitar hablar del problema, como si no existiese, y dejará de insistir a Giona para que
haga las cosas: por lo tanto, observar, sin intervenir, las reacciones de este. Si queremos
evitar que usted sea corresponsable del incremento de su resistencia y de la fuerza del
trastorno, debemos hacer que esté hambriento tanto del exterior como del interior. Ahora
somos nosotros los que nos ocuparemos de ustedes y cuidaremos de él».
T: A usted (dirigiéndose a Giona), en cambio, le pido dos cosas. La primera realmente
es dolorosa, pero nos permite penetrar en todos los sufrimientos pasados, para luego
salir de ellos; la segunda es muy práctica y concreta, incluso un poco extravagante,
como lo es también su problemita consigo mismo y con el mundo exterior, ¿no?
P: De acuerdo.
T: Mire, el pasado nunca se recupera y mucho menos se borra. No se recupera una
noche sin dormir, y las cuentas por nuestras acciones se pagan, desgraciadamente,
demasiado tarde. Dicho esto, debemos crear un canal para permitirle entrar en la
aventura que ha vivido, incluido el último ataque al Centro de salud mental,
partiendo incluso de este episodio. A partir de hoy, retrocediendo con la memoria en
el tiempo, deberá escribir en un cuaderno un capítulo de de las aventuras vividas a lo
largo de estos veinte años: fracasos y ataques sufridos, fracasos y ataques realizados.
Como si para usted el día de hoy fuera el punto cero y, sentado sobre las ruinas de lo
que fue destruido, repasara todos los fracasos, todos los errores, sufridos y
cometidos, contemplando su trágico esplendor. En las heridas que aún están abiertas
debemos hacer que coagule la sangre para que se conviertan en cicatrices. De no ser
así, el pasado seguirá invadiendo el presente e impidiéndole construir un futuro
distinto.
En las situaciones en que una persona explica hechos dolorosos y desastrosos, es
importante hacer que los revise a través de una especie de «novela de los fracasos»,
realizados y sufridos a lo largo de su vida (Nardone, Balbi, 2008; Cagnoni, Milanese,
2007). Mediante esta técnica de renarración de la propia historia, del presente al pasado,
23
la persona podrá distanciarse emocionalmente y empezar a mirar el presente con los ojos
del presente en vez de seguir interpretándolo con los ojos del pasado.
Giona cambia continuamente de expresión mientras le estamos dando las indicaciones,
no solo porque utilizamos una forma de comunicación hipnótica y sugestiva, sino
también porque, por primera vez en veinte años, se ha sentido finalmente comprendido
en su percepción y en la necesidad de enfrentarse a los fantasmas de un pasado que,
aunque inventado, de hecho lo ha condicionado como si fuese real. Giona se ha
conmovido al verse acogido por primera vez sin sentirse desacreditado. Empezamos a
tratarle de tú y pasamos a la segunda prescripción.
T: Del deber penoso pasamos al que es un poco extravagante, pero muy práctico y que
ha de cumplirse meticulosamente. Todos los días, durante media hora como mínimo
y una hora como máximo, coges un pequeño cuaderno de notas y sales de casa, todos
los días, con el único propósito de buscar en las personascon las que te cruzas los
signos de que te están rechazando, que están pensando que eres un fracasado, una
persona que hay que evitar. Observa sus rostros, sus expresiones, la dirección de la
mirada, una mueca, una actitud extraña. Observa cómo hablan entre sí. Puedes tomar
nota en el acto o cuando llegues a casa, lo importante es que te concentres en la
búsqueda de todo aquello que confirme tu sensación de rechazo, de juicio, de
condena.
La segunda prescripción permite intervenir rompiendo la rigidez perceptiva en las
situaciones en que la persona aplica una defensa preventiva frente a los demás, por los
que se siente rechazado y perseguido. Mediante la técnica de la búsqueda de la
confirmación contradictoria (Nardone, 2013), apoyando la creencia del paciente, se le
pide que diariamente durante una hora vaya en busca de las señales de rechazo,
interrumpiendo así su tendencia a evitar el contacto con los demás; al obtener el efecto
contrario, se modificará gradualmente su percepción de las relaciones interpersonales y
la reacción ante ellas (Nardone, Balbi, 2008).
Giona nos mira, buscando deliberadamente por primera vez nuestros ojos. La
comisura izquierda de la boca se eleva a la vez que la ceja que no tiene, como si por una
parte se considerara satisfecho y, por la otra, se oliera el benévolo engaño que nuestra
estrategia ha introducido en su mente. Indirectamente, le hemos inculcado la conciencia
de que es inevitable que algo cambie de una vez por todas. Aun siendo escéptico en
cuanto a los resultados, Giona está seguro de que la situación cambiará.
Giona llega a nuestra consulta dos semanas más tarde. Es un período de tiempo mayor
que en las terapias que ha seguido anteriormente, pero desde luego no esperábamos ver
un cambio tan radical y evidente, empezando por el aspecto. Transcurridas apenas dos
semanas, Giona sigue siendo completamente calvo, pero su mirada es muy diferente: los
ojos son de un negro tan intenso que hacen la mirada incisiva a pesar de la ausencia de
cejas. Giona ya no parece un paciente crónico, sino un empleado estilo años ochenta: va
24
vestido con una americana ancha con hombreras, pantalones de pinzas que marcan una
cintura ya no muy estrecha, una camisa pasada de moda, ceñida por el aumento de peso,
unos mocasines sin calcetines y una corbata discreta pero con dibujos insólitos. Giona
llega solo: el hermano ya no tiene mucho que decir, puesto que ha decidido mantenerse
al margen, una vez que ha entendido la importancia de confiar en nosotros y en nuestra
«extraña forma de terapia», como la define Giona con la primera sonrisa sincera, aunque
tímida, que hemos podido ver en su rostro.
Tras agradecer el elogio por su atuendo, que nos ha impresionado gratamente, Giona
nos dice que ha realizado la tarea de buscar signos negativos en otros, pero que no ha
podido encontrar nada: lo ha intentado de todos los modos posibles, se ha concentrado y
ha permanecido fuera de casa más tiempo, lo ha probado en diferentes momentos del día,
pensando que el fracaso podía depender de eso, pero sin éxito. «Extrañamente, alguno de
los que conocen mi historia, aunque no en sus detalles, incluso me ha sonreído. Al final,
esa horita de salida ha resultado hasta agradable, porque además nadie se me ha acercado
a preguntarme por mi pasado, o por mi trabajo… He podido caminar y me he sentido
como… como… como parte de la comunidad». Entretanto también ha escrito y, en
contra de lo que pensaba, no ha sufrido, sino que se ha soltado un poco la melena y en
algunos momentos hasta se ha divertido. Cuando preguntamos por los efectos de la
escritura, Giona confiesa que ahora siente que el pasado está mucho más encauzado.
El único problema es que se ha sentido un poco más fuera de control respecto de sí
mismo, independientemente de los demás: se ha excedido comiendo, bebiendo,
fumando, durmiendo, y ahora que ya no se siente en el ojo del huracán no quiere correr
el riesgo de destruirse él solo, perjudicándose con todos esos excesos. Sugerimos a
Giona que vaya despacio. Hemos conseguido el primer objetivo, esto es, la percepción
de que, al menos durante dos semanas, nadie lo ha rechazado o juzgado, pero debemos
mantener alta la guardia. Mientras tanto, empezamos a ocuparnos de su aspecto desde un
punto de vista estético: cuando salga, además de captar los posibles signos de rechazo, si
se encuentra con extraños les dirigirá una breve sonrisa, sin decir nada. Si se cruza con
algún conocido, deberá saludarlo o hacerle una pregunta sencilla, sobre cualquier cosa:
el objetivo es observar las reacciones de los demás.
En la tercera sesión, Giona explica que en esas dos semanas ha pasado casi más tiempo
fuera que en casa. Ha procurado salir a las horas en que las calles están más concurridas,
y hasta se ha detenido unos minutos para hablar con algunas personas. En cuanto a las
sonrisas, se las ha dedicado sobre todo a personas ancianas, porque sabe que a esa edad
siempre son apreciadas.
T: Hummm… muy bien, Giona. No obstante, ahora tengo una curiosidad: si
observando cuidadosamente a la gente en la calle y, aún más, ofreciendo sonrisas y
haciendo preguntas al azar, nadie ha mostrado hostilidad hacia ti y nadie te ha
rechazado, ¿qué significa?
(Giona nos mira y baja los ojos, luego vuelve a mirarnos pero sin levantar del todo la
25
vista)
T: ¡Ah, buena pregunta! Si nadie te ha rechazado, ¿eso significa que todos eran
enemigos como creías, o te lo has inventado todo?
P: Creo que me lo inventé todo. Incluso creo que antes tenía una idea un poco nazi de
la sociedad y, en cambio, la gente es mucho más tolerante de lo que creía… puede
que incluso más tolerante que yo. Siempre creí que podía ser discriminado por mi
aspecto… porque no soy precisamente guapo… y me he vuelto todavía más feo, he
engordado mucho, me he abandonado; es como si el aspecto físico fuese una marca
de infamia.
T: Hummm… pero más allá de tu relación contigo mismo y con tus extrañas creencias,
sobre las que te diría, si fuera el momento de hacerlo, que también debemos merecer
transformar las presuntas condenas en oportunidades de cambio, y cuando llegue el
momento veremos cómo… Pero al margen de esto, ¿todavía ves dificultades en el
mundo, o te sientes bastante sereno?
P: Si lo pienso, es extraño, pero respecto a hace un mes siento que he aprendido a vivir
en el presente y a afrontar el futuro de una manera fatalista, porque además ahora no
soy capaz de plantearme el futuro de una manera constructiva. Esto es todo lo que
puedo hacer por ahora. Me he puesto en contacto con el párroco de mi pueblo para
que me informe sobre posibles actividades de voluntariado…
T: Muy bien, diría que estás actuando según nuestras previsiones y que no hay que
tener prisa, sino sacar provecho de este deseo tuyo de vivir aquí y ahora. Lo del
voluntariado es perfecto, así como cursos de informática, de teatro… cosas de este
tipo. En cuanto a nuestras incursiones en el mundo, ahora puedes salir sin tener que
tomar nota, y debemos empezar a preguntarnos: «¿Cómo podría ser constructivo?
¿Cómo podría conocer a personas que no sean inadecuadas para mí, como solía
hacer cuando, sintiéndome condenado en contumacia, me condenaba primero yo con
los hechos?». Tráeme las respuestas.
Tras haber roto la patología y haber obtenido en este caso un desbloqueo muy rápido de
la situación y del sistema perceptivo-reactivo patológico, a partir de la cuarta sesión,
como era previsible, tuvimos que prepararnos para afrontar no solo la fase de
consolidación de los resultados, sino sobre todo la de construcción (Nardone,
Watzlawick, 1990; Nardone, 2003; Nardone, Portelli, 2013). Imaginemos un hombre de
cincuenta años, que durante treinta se ha autoexcluido de la vida de su pueblo, y que
durante veinte años ha estado encerrado en casa espiando a quienes él creía que lo
espiaban, y que, en tan solo un mes y medio, se lanza de nuevo al mundo: este hombre
tiene un agujero de más de veinte años de vida, durante los que no ha construido nada,
excepto una realidad inventada que yano existe. Y no importa si antes era alguien, si
tenía un trabajo satisfactorio, si tuvo una hija que ahora está estudiando y con la que está
recuperando la relación. El vacío del presente puede ser más devastador aún si se
compara con un pasado en el que el paciente alcanzó con éxito ciertos objetivos, que
ahora se han perdido irremediablemente.
26
Giona está asustado. Por un lado se aburre, al haberse librado de los pensamientos que
ocupaban todo su tiempo; por el otro, no es capaz de imaginar qué querría hacer. Se
siente deprimido, sobre todo por la mañana, durante los cinco minutos que dedica a
reflexionar qué querría ser de mayor.
T: Una vez desbloqueado el mecanismo según el cual el mundo está hecho de
enemigos —es más, cuanto más amable eres con las personas más lo son ellas
contigo—, para alguien como tú, que ha hecho un montón de cosas, la vida diaria
resulta aburrida, ¿no es cierto?
P: Me aburro incluso caminando. Y por la mañana me despierto con esa sensación de
depresión porque tengo miedo de vivir.
T: ¡Con todo lo que has vivido es natural que te sientas así! Pero ahora ya sabes que no
hay nadie de quien tengas que defenderte. Esos cinco minutos bajos, por la mañana,
los podemos tener todos, pero luego nos levantamos y vivimos. ¿Es esto lo que te
asusta?
P: Sí.
T: Bien. Queremos que te preguntes: ¿qué me gustaría hacer hoy? ¿Cuál es la
respuesta?
P: No lo sé.
T: Bien. Hasta ahora hemos quebrado y derrumbado la patología. Ahora comienza otro
proceso distinto: tu rehabilitación a la vida. Es evidente que a los cincuenta años uno
no puede jubilarse; ha de dedicarse a algo. Ahora empieza un proceso más lento y
gradual de reconstrucción de un nuevo equilibrio basado en tus sensaciones.
Queremos que empieces a evaluar en qué cosas podrías ser útil a tu país. Piensa qué
cosas te gustan. Y mientras tanto empezamos a trabajar para que puedas ajustar tu
edad real a la forma de cuidarte.
Empezamos a construir y, en el caso de Giona, además de trabajar en la consolidación de
los resultados obtenidos en la superación del trastorno, nos concentramos en la
construcción de un nuevo equilibrio en esa vida que la patología le ha negado durante
demasiado tiempo. Ahora es fundamental actuar sobre la capacidad de desear de Giona.
Aunque lo está intentando por sí solo, necesita a alguien que lo guíe paso a paso en la
labor de mejorarse a sí mismo, para sentirse deseable y llenar los días no solo de tareas
que hay que realizar, sino de personas con las que relacionarse y, especialmente, de
alguien con quien compartir esta nueva fase de su vida.
Empezamos en primer lugar con el problema del peso. Tras habernos informado de
sus hábitos alimentarios y de sus comidas preferidas, le propusimos, como hacemos
siempre cuando hay que restablecer un equilibrio nutricional sano, elaborar juntos las
tres comidas. Teniendo en cuenta sus gustos y para destacar el componente de placer de
la comida, distribuimos los alimentos concentrando todo lo dulce en el desayuno, los
carbohidratos en la comida de mediodía, combinándolos en todo caso con una salsa
proteínica y vegetal, y en la cena proteínas con verduras cocidas y acaso un poco de pan.
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Le indicamos también las cantidades, de modo que, si nos sigue al pie de la letra, evite,
por ejemplo, tragarse 300 g de queso como postre, tal como solía hacer cuando decía que
no conseguía adelgazar, a pesar de comer poco.
En general, cuando nos encontramos con una persona que intenta perder peso
restringiendo la comida, proponemos la dieta paradójica (Nardone, 2007) que, además de
contemplar una actividad motriz diaria, requiere comer en las tres comidas —desayuno,
comida y cena— única y exclusivamente lo que más apetece, atendiendo más a la
calidad que a la cantidad, sin tomar nada entre comidas. Esa indicación permite bloquear
la solución intentada de esforzarse por no comer las cosas más apetitosas, con la
consecuencia de hacerlas más deseables aún, porque como decía Oscar Wilde: «Si te lo
concedes podrás renunciar a ello, si no te lo concedes, se convertirá en irrenunciable»
(Nardone, 2007, 2012). Además, al concentrar toda la comida en tres momentos del día,
se consigue un doble objetivo: comer de forma veladamente controlada en las comidas
—al no tener limitaciones, habrá menos tentaciones— y reducir las cantidades, evitando
picar a lo largo del día (Speciani, Nardone, 2015). En el caso de Giona, esa indicación no
podía aplicarse al pie de la letra, porque no restringía, ni estaba comiendo todo el día,
pero no sabía cómo había que comer de forma saludable. Por ejemplo, consideraba el
queso como guarnición del plato principal, y apenas recordaba el sabor de las proteínas,
puesto que por comodidad a mediodía comía pasta y por la noche pizza y bocadillos, un
auténtico festival de carbohidratos y grasas saturadas. Giona necesitaba que alguien se
ocupara de él, hasta que consiguiera hacerlo por sí solo, alguien que desempeñara la
función típica de una madre o de una compañera. Necesitaba un guía que le sirviera de
punto de referencia y de modelo. Le prescribimos que empezara a caminar una hora al
día, al principio lentamente, porque como nunca había practicado ningún tipo de
actividad física, su cuerpo debía desentumecerse antes de abordar un movimiento más
intenso sin correr el riesgo de dañarse las articulaciones. Empezamos a sondear el
terreno de las relaciones femeninas, aunque por entonces Giona no se sentía preparado
para acercarse a una mujer, teniendo en cuenta su físico poco atractivo. Nos pusimos de
acuerdo en que quien quiere lo mejor ha de ser el mejor, y entretanto le propusimos que
empezara a mirar a su alrededor: «¿Dónde están las mujeres? ¿Qué hacen las personas de
más de cuarenta años? Observa y estudia. Tienes que saber que el número de parejas
separadas, por muy triste que pueda parecer a nosotros sin duda nos viene bien, es mayor
que el de las parejas que están juntas “hasta que la muerte nos separe”; la proporción es
casi de 60 a 40».
El hombre nos mira con escepticismo, no solo por los datos estadísticos, sino como
aquel que aún no ve la posibilidad de alcanzar un objetivo que parece todavía muy
lejano. Entretanto le hemos inoculado un virus, que empezará a activarse en su mente y
en sus sensaciones, hasta que, llegado el momento oportuno, podamos también trabajar
este aspecto.
Pasan las fiestas de Navidad y, como ocurre siempre en esos casos, «el que está solo en
las fiestas se siente más solo». Habíamos previsto que esta época sería un poco
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depresiva, ya que «las personas que como tú están solas y desesperadamente solas en
determinados momentos del año, sobre todo en aquellos en que no se trabaja y se
conciertan reuniones familiares, se sienten más deprimidos».
T: Lo que queremos saber es si se trata solo de moral baja y estado depresivo o si se
han vuelto a presentar los problemas con los que ya nos habíamos enfrentado.
P: ¡No, no! Aquellos problemas ya están resueltos y superados.
T: Muy bien. Mira, en ciertos momentos es imposible evitar la depresión causada por la
soledad; lo importante es que hemos roto el círculo vicioso invalidante y estamos
construyendo algo que pueda hacerte feliz.
En efecto, Giona se presenta con un aspecto diferente: ha adelgazado al menos cinco
kilos en dos semanas y dice que ha decidido lo que quiere hacer. Al prestar atención a la
alimentación, ha descubierto que le gusta experimentar en el campo de la cocina. Como
sabe idiomas, le gustaría encontrar un trabajo como ayudante de cocina en el extranjero.
Además, mientras que en Italia es difícil abrirse camino en un ámbito ya saturado, en el
extranjero es suficiente saber cocinar platos italianos para encontrar trabajo en
restaurantes incluso de buen nivel. Decidimos de común acuerdo espaciar las sesiones:
de este modo Giona tendrá más tiempo para ampliar y consolidar los cambios y
aprenderá a utilizar y desarrollar sus recursos personales en un período de tiempo más
largo sin nuestra guía.
A continuación, las mayores dificultades a las que tuvimosque enfrentarnos tenían que
ver con la esfera relacional. No solo el problema se había estructurado justamente en este
ámbito, sino que existía una evidente disparidad entre Giona y la gente de su pueblo. No
es casual que decidiera vivir en el extranjero; era como si hubiese nacido en el lugar
equivocado, mientras que en China se encontró bien hasta que su relación entró en crisis
y surgió la desconfianza hacia los demás.
P: Creo que siempre he sido un poco pesimista y he tenido poca confianza en mí como
persona, aunque siempre he sacado provecho de mi inteligencia. Siempre se me ha
dado bien estudiar y, cuando hacía una cosa, o la hacía bien o abandonaba.
T: ¿Tú crees que lo tuyo es pesimismo o se trata de poca confianza en tus recursos, no
tanto para la realización de una tarea, sino cuando tienes que actuar
improvisadamente y, sobre todo, cuando entran en juego las reacciones emocionales?
P: Hummm… nunca me he parado a pensarlo.
T: Vamos a reflexionar conjuntamente: cuando lo tienes todo bajo control y puedes
gestionar la realidad con el razonamiento o las habilidades que construyes, todo
funciona. Por eso te buscaron como traductor, aunque allí también tenías
enfrentamientos con la gente, pero se trataba de trabajo y no entraba en juego tu
parte más personal y emocional. Todo iba como habías deseado y como lo habías
proyectado, incluido el trabajo en el exterior, las amistades de alto rango y una mujer
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italiana que amaba Oriente tanto como tú. Luego, en un momento determinado, algo
se torció: en primer lugar el problema con Hacienda por el asuntillo que ya
conocemos, que te hizo temer que lo que habías construido podía derrumbarse; luego
el derrumbamiento cuando, debido a las dificultades, tu mujer decidió regresar a
Italia, llevándose a la hija que adorabas. Entonces empezaste a caer cuesta abajo,
aislándote de la vida que habías construido y que tanto te había costado, apartándote
de todo y empezando a comportarte exactamente como hace la gente de tu pueblo.
Viviste mirando el mundo a través de una ventana, para no correr el riesgo de atraer
demasiado la atención, de ser señalado con el dedo como la persona que ha cometido
un fraude, para defenderte de un mundo que percibías hostil, como si tú fueses el
centro del universo.
P: Sí.
T: Y entonces llega la gota que hace rebosar el vaso. Muere tu padre y te ves obligado
a regresar a Italia, donde nadie sabe nada de ti y donde esperas tener que justificar tu
situación ante quienes aún te consideran un hombre realizado que ha conseguido
salir del pueblo. Pero cuando llegas allí, compruebas que nada es como antes: ya no
reconoces a nadie, te sientes nadie, para nadie, y esto todavía es más doloroso que la
posibilidad de tener que explicar cómo había acabado todo.
P: Nadie, para nadie… nunca lo había pensado así.
T: Exactamente así: nadie, para nadie. Es mucho mejor ser señalado que ser
considerado el señor nadie, ¿no?
P: Ciertamente.
T: Tu mente, al no poder aceptar no ser nadie y teniendo en cuenta la fragilidad del
momento, en vez de echar mano de los muchos recursos que antes habías
demostrado poseer, empezó a transformar la realidad y a defenderse: «Antes que
comprobar que no soy considerado, como si fuese invisible, prefiero evitar los
contactos con la gente. Así no corro riesgos». En definitiva, si no juego no pierdo.
En ese momento conseguiste convencerte de que habías engañado a todo el mundo.
Los mirabas a través de aquella ventana, pero lentamente, sin que te dieras cuenta, la
realidad cambiaba, avanzaba, mientras que tú te mantenías inmóvil. Cuando uno se
queda quieto durante mucho tiempo, la mente empieza a viajar y a construir nuevos
mundos, y los ojos empiezan a ver lo que quieren ver. Así que pasaste de ser señor
nadie a sentirte mirado, espiado, observado por todos aquellos que por aquel
entonces no podían dejar de preguntarse qué hacías todo el día detrás de aquella
ventana, sin apenas salir de casa. De modo que empezaste a defenderte y, sintiéndote
espiado, empezaste a hacer lo que nunca has soportado, es decir, a espiarlos a ellos,
para que no pudieran descubrir tu condición de inadaptación, que mientras tanto iba
creciendo, junto con tu sentimiento de incapacidad personal y, al mismo tiempo,
junto con tu incapacidad real para relacionarte.
P: ¡Caray!… Visto así, parece que está hablando de otra persona, doctor…
T: Ahora que, tras haber desestructurado este proceso, estamos en la fase en que
afirmas ser pesimista, me permito corregirte diciendo que esta falta de confianza en
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tus recursos está justificada por una inexperiencia real, porque veinticinco años de
soledad suponen un hueco en tu vida que requiere, para poder decirte a ti mismo que
tienes recursos, que te demuestres que los tienes.
P: No sé cómo hacerlo…
T: Ante todo, nunca hay que rendirse por anticipado. Es posible que luego descubras
que no puedes, pero nunca, nunca hay que rendirse antes. ¿Cuánto tiempo has estado
fuera del pueblo?
P: Años.
T: ¿Cuántos años te has pasado en casa, en tu pueblo, mirando a tus enemigos a través
de la ventana?
P: Muchos años. Decenios.
T: ¿Y cuánto hace que sales y eres amable con todo el mundo?
P: Unos meses. Pocos meses.
T: Bien, para construir relaciones se necesita tiempo. Más de unos meses.
En este momento del proceso, cuando ya Giona tenía la sensación de haber superado el
trastorno, hasta el punto de no recordar ni siquiera cuál había sido su dolencia, había que
reestructurar los cambios producidos, para facilitar el paso a un nuevo objetivo. Había
que desvincular a Giona de un pasado que ya no invadía su presente, y proyectarlo a una
dimensión que sirviese de trampolín para implementar sus recursos en un área de la vida
tan fundamental para él como temible. Si no hubiésemos actuado así, con una renuncia
preventiva, habríamos corrido el serio riesgo de una recaída en el guion anterior. Y no
podíamos permitírnoslo. «Debemos pensar en que has de construir lo que no has
construido durante años: las visitas a tu pueblo, actividades que te ayuden a estructurar
amistades y, por qué no, tal vez incluso una relación con una mujer. Se puede acabar
incluso con la patología más severa minándola en el lugar adecuado, pero construir
requiere meses».
Lo dejamos con esas palabras y volvimos a vernos al cabo de un mes, y luego al cabo de
dos. Llega el verano, y entretanto Giona ha empezado a sentir el deseo de recuperar las
relaciones afectivas interrumpidas desde hace mucho tiempo: ante todo con la hija y, sin
saber muy bien por qué, incluso con la antigua compañera, que se ha mostrado mucho
más receptiva que tiempo atrás, porque dice que lo ha encontrado cambiado; ya no le
parece la representación del sufrimiento, y a veces incluso es divertido, hasta el punto de
que han decidido pasar juntos las vacaciones con la hija. Inmediatamente aclara que no
se trata una reavivación de la pasión, sino que todo esto lo ve como una especie de rito
de paso. Aunque su relación acabó mal, cuando Giona y su excompañera han tenido
ocasión de relacionarse, ha sido como si ella fuese su enfermera, su apoyo, mientras que
la hija siempre le ha visto en su faceta de debilidad.
P: Porque el que necesita defenderse no puede ser fuerte, ¿no es cierto? Una vez me
dijo que en la naturaleza no existe el valor, sino que existe el miedo. Y también me
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dijo que el valor deriva de un miedo vencido, que vencemos tras haberlo mirado a la
cara y haberlo afrontado. Estas palabras se me quedaron grabadas y me di cuenta de
que nunca en la vida he sido valiente y que incluso en la relación con mi familia
nunca me he enfrentado directamente a las cosas… Siempre me he rendido. Ahora,
poco a poco, he decidido que no quiero seguir rindiéndome. Incluso la idea de irme
al extranjero… Puede que incluso esa idea fuera una huida, porque es más fácil
demostrar que uno es alguien en un lugar donde partes de cero.
Tres meses más tarde, Giona nos informa, antes incluso de sentarse, de su decisión de
solicitar un empleo como corresponsal en el extranjero

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