Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
MANUAL DE PSICOLOGÍA CLÍNICA INFANTIL Técnicas de evaluación y tratamiento 2 BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD MANUALES Y OBRAS DE REFERENCIA SERIE PSICOLOGÍA Dirigida por Gualberto Buela-Casal 3 María Paz Bermúdez Ana María Bermúdez Sánchez (Eds.) MANUAL DE PSICOLOGÍA CLÍNICA INFANTIL Técnicas de evaluación y tratamiento BIBLIOTECA NUEVA 4 Cubierta: A. Imbert Edición digital, marzo de 2014 © ISPCS, 2014 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2014 Almagro, 38 28010 Madrid ISBN: 978-84-16169-21-4 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. 5 http://www.cedro.org ÍNDICE 6 PRÓLOGO, Manuel Peralbo Urquiano CAPÍTULO PRIMERO.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA HIPERACTIVIDAD, Alfonso Barca Lozano y Andrés González Enríquez 1. Introducción 2. Hiperactividad y dificultades de aprendizaje 2.1. Introducción: la hiperactividad 2.2. Elementos definitorios y determinantes 2.3. Perspectivas actuales 3. Factores incidentes y determinantes de la hiperactividad en niños 3.1. Dificultades de maduración motórico-emocional y factores ambientales 3.2. Factores perinatales 3.3. Retraso en la maduración de estructuras neuropsicológicas 4. Principales elementos de caracterización de la hiperactividad en niños 4.1. Actividad corporal excesiva 4.2. Dificultades de atención sostenida y limitación de la capacidad de procesamiento 4.3. Variabilidad afectivo-emocional y dificultades de interacción 5. El proceso de evaluación e intervención psicopedagógica (conductual y cognitiva) en la hiperactividad 5.1. Introducción 5.2. Instrumentos para la evaluación de la hiperactividad 5.2.1. Criterios de diagnóstico del DSM-IV (APA, 1995) 5.2.2. Escalas y cuestionarios de evaluación/diagnóstico de la hiperactividad 5.2.3. Otros instrumentos de evaluación 5.3. El proceso de intervención conductual en niños hiperactivos 5.4. Técnicas básicas de modificación de conducta en la hiperactividad 5.4.1. Fase de identificación y evaluación de la conducta 5.4.2. Fase de intervención 5.5. El proceso de intervención con técnicas cognitivo-conductuales 5.6. Orientaciones generales psicopedagógicas sobre la intervención en la hiperactividad 5.7. Orientaciones para la elaboración de adaptaciones curriculares en déficit atencionales en Educación Infatil y Primaria 5.8. Otras técnicas de intervención en hiperactividad en la escuela: hacia un modelo de Intervención Psicomotriz en el contexto educativo 5.8.1. El profesor como contenedor/regulador de la conducta de los alumnos hiperactivos 5.8.2. Las técnicas psicomotrices y el abordaje de la hiperactividad en el aula 5.8.3. El aprendizaje cooperativo como medio para facilitar la interacción del niño hiperactivo en el aula 5.8.4. Resumen y conclusiones: propuestas específicas de intervención 5.8.4.1. Propuesta de actividades a realizar por los profesores: estrategias y técnicas de enseñanza 7 5.8.4.2. Propuesta de actividades a realizar por los profesores: actividades escritas 5.8.4.3. Propuesta de actividades a realizar por los profesores: organización e integración de la clase 5.8.4.4. Propuesta de actividades a realizar por los padres 6. Caso clínico 6.1. Descripción y evaluación 6.2. Proceso de intervención psicoeducativa 7. Referencias bibliográficas 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación 10. Anexos Anexo I. Evaluación e intervención en hiperactividad con déficit de atención (TDH-A) Anexo II. Cuestionario de análisis funcional de la conducta problemática en los centros escolares (análisis situacional: antecedente/conducta/consecuente) CAPÍTULO II.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL RETRASO MENTAL, Miguel Ángel Verdugo Alonso 1. Introducción 2. Conceptualización del retraso mental 3. Clasificación de la AAMR 4. Evaluación del retraso mental 5. Intervención en alumnos con discapacidad intelectual 6. Conclusiones 7. Caso clínico 8. Referencias bibliográficas 9. Lecturas recomendadas 10. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO III.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL AUTISMO, Andrea Fernández Lerchundi 1. Introducción 2. Concepto de autismo 3. Epidemiología 4. Etiología 5. Sintomatología 6. Aplicación de las técnicas de evaluación del autismo 6.1. Cuestionarios, escalas e inventarios 6.2. Detección precoz 6.3. Escalas de detección precoz 7. Aplicación de las técnicas de tratamiento del autismo 7.1. Estrategias generales 7.2. Áreas y contextos de trabajo 7.2.1. Habilidades de comunicación 7.2.2. Conductuales 7.2.3. Contexto familiar 7.2.4. Habilidades de socialización 7.2.5. Centros de educación infantil 7.2.6. Ocio y tiempo libre 7.3. Programas de trabajo 8. Conclusiones 9. Caso clínico 9.1. Datos generales 9.2. Datos familiares 9.3. Datos relevantes obtenidos tras la evaluación y la entrevista 9.4. Orientación 9.5. Intervención 9.6. Evolución 10. Referencias bibliográficas 11. Páginas web recomendadas 8 12. Lecturas recomendadas 13. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO IV.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA ANSIEDAD INFANTIL, María Clara Cuevas Jaramillo 1. Introducción 1.1. Diferenciación entre miedo, estrés, ansiedad, aprehensión ansiosa y fobia 1.2. El miedo en la infancia: aspectos evolutivos 2. Trastornos de ansiedad infantil 2.1. Características principales 2.2. Clasificación 2.2.1. Ansiedad por separación 2.2.1.1. Otras consideraciones 2.2.2. Trastorno de pánico 2.2.2.1. Ataque de pánico 2.2.2.2. Agorafobia 2.2.2.3. Trastorno de angustia (pánico) 2.2.2.4. Trastorno de angustia con agorafobia 2.2.2.5. Otras consideraciones 2.2.3. Fobia específica 2.2.3.1. Otras consideraciones 2.2.4. Fobia social 2.2.4.1. Otras consideraciones 2.2.5. Trastorno de ansiedad excesiva 2.2.5.1. Otras consideraciones 2.2.6. Trastorno obsesivo-compulsivo 2.2.6.1. Otras consideraciones 2.2.7. Trastorno por estrés postraumático 2.2.7.1. Otras consideraciones 3. Aplicación de las técnicas de evaluación de la ansiedad infantil 3.1. Entrevista 3.2. Autoinformes 3.2.1. Autoinformes estructurados 3.2.1.1. Inventarios generales de miedos 3.2.1.2. Inventarios españoles 3.2.1.3. Inventarios específicos de miedo 3.2.1.4. Medidas complementarias de autoinforme 3.2.2. Autoinformes no estructurados 3.2.2.1. Numéricos 3.2.2.2. Gráficos 3.2.2.3. Materiales 3.2.2.4. Gestuales 3.3. Observación 3.3.1. Pruebas de aproximación conductual 3.3.2. Pruebas de tolerancia 3.4. Autorregistro 3.5. Registros psicofisiológicos 4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la ansiedad infantil 4.1. Desensibilización sistemática y variantes 4.1.1. Relajación 4.2. Técnicas de modelado 4.2.1. Modelado sin modelos en vivo 4.2.1.1. Modelado simbólico 4.2.1.2. Modelado encubierto 4.2.2. Modelado con modelos en vivo 4.2.2.1. Modelado no participante 4.2.2.2. Modelado participante 4.3. Técnicas operantes 4.4. Técnicas cognitivas 9 4.4.1. Reestructuración cognitiva 4.4.2. Entrenamiento en autoinstrucción 4.4.3. Resolución de problemas 4.5. Técnicas de exposición 4.6. Técnicas cognitivo-conductuales 4.7. Tratamiento farmacológico 5. Conclusiones 6. Caso clínico 6.1. Descripción del caso 6.2. Evaluación 6.3. Tratamiento 7. Referencias bibliográficas 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO V.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA DEPRESIÓN INFANTIL, María Clara Cuevas Jaramillo e Inmaculada Teva 1. Introducción 2. Depresión infantil 2.1. Criterios diagnósticos 2.1.1. Criterios de Spitzer, Endicott y Robins (1978) 2.1.2. Criterios de Poznanski (1982) 2.1.3. Criterios de Weinberg y cols. (1973) 2.1.4. Criterios del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) (APA, 1995) 2.2. Clasificación 2.3. Característicaspredominantes en función de la edad 2.4. Conducta suicida 2.5. Teorías etiológicas 2.5.1. Teorías psicológicas 2.5.1.1. Modelo socio-ambiental 2.5.1.2. Modelo de indefensión aprendida 2.5.1.3. Modelo de autocontrol 2.5.1.4. Modelo cognitivo 2.5.2. Teorías biológicas 3. Aplicación de las técnicas de evaluación de la depresión infantil 3.1. Entrevista 3.2. Autoinformes 3.3. Informes de terceras personas 3.4. Autorregistro 3.5. Observación 3.6. Registros psicofisiológicos y biológicos 4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la depresión infantil 4.1. Técnicas conductuales 4.1.1. Programación de actividades 4.1.2. Programación de actividades placenteras 4.1.3. Reforzamiento contingente 4.1.4. Programas de entrenamiento en habilidades sociales y asertividad 4.2. Técnicas cognitivas 4.2.1. Reestructuración cognitiva 4.2.2. Modelamiento cognitivo 4.2.3. Autoinstrucciones 4.2.4. Solución de problemas 4.3. Técnicas cognitivo-conductuales 4.4. Terapia interpersonal 4.5. Tratamientos farmacológicos 5. Conclusiones 6. Caso clínico 7. Referencia bibliográficas 10 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO VI.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL DÉFICIT DE AUTOESTIMA, María Paz Bermúdez 1. Introducción 2. Concepto y características del déficit de autoestima 2.1. Concepto de autoestima 2.2. Características del déficit de autoestima 3. Aplicación de técnicas de evaluación del déficit de autoestima 3.1. Entrevista 3.1.1. Entrevista con el niño o el adolescente 3.1.2. Entrevista con terceras personas 3.2. Autoinformes 3.3. Observación directa 3.3.1. Autoobservación 3.3.2. Observación de terceras personas 4. Aplicación de las técnicas de tratamiento del déficit de autoestima 4.1. Reestructuración cognitiva 4.2. Entrenamiento en habilidades sociales 4.3. Entrenamiento en resolución de problemas 4.4. Tratamiento del trastorno de la imagen corporal 5. Conclusiones 6. Caso clínico 7. Referencias bibliográficas 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO VII.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA ENURESIS Y LA ENCOPRESIS, M.a Angeles Fernández Martín y Antonio Garzón Guerrero 1. Enuresis 1.1. Introducción 1.2. Definición y conceptualización 1.3. Hipótesis causales 1.3.1. Explicaciones fisiológicas 1.3.2. Predisposición genética 1.3.3. Maduración y desarrollo 1.3.4. Factores de aprendizaje 1.3.5. Presencia de estresores vitales 1.4. Aplicación de las técnicas de evaluación de la enuresis 1.4.1. Pruebas médicas 1.4.2. Entrevista clínica 1.4.3. Autorregistros 1.4.4. Escala de Tolerancia Materna (ETM) 1.5. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la enuresis 1.5.1. Método de la alarma 1.5.2. Entrenamiento en retención 1.5.3. Entrenamiento en cama seca 1.5.4. Tratamiento farmacológico 1.6. Conclusiones 2. Encopresis 2.1. Introducción 2.2. Definición y conceptualización 2.3. Hipótesis causales 2.3.1. Investigaciones médicas 2.3.2. Explicaciones conductuales 2.4. Aplicación de las técnicas de evaluación de la encopresis 2.4.1. Evaluación médica 11 2.4.2. Evaluación conductual 2.5. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la encopresis 2.5.1. Tratamientos médicos 2.5.2. Tratamiento de la encopresis según Levine 2.5.3. Aportaciones de la terapia de conducta 2.5.3.1. Técnicas de reforzamiento positivo 2.5.3.2. Técnicas de castigo 2.5.3.3. Reforzamiento negativo 2.5.3.4. Uso del retrete y control de estímulos 2.5.3.5. Técnicas de biofeedback 3. Caso clínico 4. Referencias bibliográficas 5. Lecturas recomendadas 6. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO VIII.—EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN DE LA CONDUCTA ANTISOCIAL, Gualberto Buela-Casal, Tania del Campo López y María Paz Bermúdez 1. Introducción 2. Concepto y características de la conducta antisocial 2.1. Concepto de conducta antisocial 2.2. Características de la conducta antisocial 3. Aplicación de técnicas de evaluación de la conducta antisocial 3.1. Autoinformes 3.2. Informes de familiares, amigos y profesionales 3.3. Evaluación de compañeros 3.4. Observación directa 3.5. Archivos institucionales 4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la conducta antisocial 4.1. Entrenamiento en estrategias cognitivas de resolución de problemas 4.2. Entrenamiento conductual de padres 4.3. Tratamientos basados en la comunidad 5. Conclusiones 6. Caso clínico 7. Referencias bibliográficas 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación CAPÍTULO IX.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DEL SUEÑO EN LA INFANCIA, Juan Carlos Sierra 1. Introducción 2. Los trastornos del sueño 2.1. Disomnias 2.2. Parasomnias 3. Aplicación de las técnicas de evaluación de los trastornos del sueño 3.1. Técnicas de evaluación 3.1.1. Entrevista 3.1.1.1. Entrevista con el paciente 3.1.1.2. Entrevista con los padres 3.1.2. Cuestionarios, escalas e inventarios 3.1.3. Autorregistros o diarios de sueño 3.1.4. Técnicas psicofisiológicas 4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de los trastornos del sueño 4.1. Técnicas de relajación 4.1.1. Relajación progresiva 4.1.2. Biofeedback 4.2. Técnicas cognitivas 4.3. Arreglo del estilo de vida 4.3.1. Reeducación de hábitos incorrectos de sueño 4.3.2. Control del estímulo 12 4.3.3. Cronoterapia 4.3.4. Reducción del tiempo en cama 4.3.5. Higiene del sueño 4.4. Otras técnicas 4.5. Tratamiento farmacológico 5. Conclusiones 6. Caso clínico 7. Referencias bibliográficas 8. Lecturas recomendadas 9. Cuestionario de autoevaluación 10. Anexo 13 Relación de autores Alfonso Barca Lozano, Universidad de La Coruña (España). Andrea Fernández Lerchundi, Asociación de Padres de Adultos y Niños Autistas de Granada (España). Andrés González Enríquez, Universidad de La Coruña (España). Antonio Garzón Guerrero, psicólogo clínico del Instituto Superior de Psicología Clínica y de la Salud de Granada (España). Gualberto Buela-Casal, Universidad de Granada (España). Inmaculada Teva, Universidad de Granada (España). J. Carlos Sierra, Universidad de Granada (España). M.a Ángeles Fernández Martín, psicóloga clínica del Instituto Superior de Psicología Clínica y de la Salud de Granada (España). M.a Clara Cuevas Jaramillo, Universidad Javeriana Pontificia de Cali (Colombia). María Paz Bermúdez, Universidad de Granada (España). Miguel Ángel Verdugo Alonso, Universidad de Salamanca (España). Tania del Campo López, Universidad de La Coruña (España). 14 A todos los profesionales de los que he aprendido sobre Psicología Clínica Infantil. A aquella época pasada en la que puse en práctica todo lo aprendido y a esa época futura en la que pueda volver a practicar esta especialidad que tantas satisfacciones me ha dado. MARÍA PAZ BERMÚDEZ 15 Prólogo La preocupación por la salud física y mental de la infancia, que estuvo en el origen de las primeras clínicas y servicios psicológicos infantiles, y el movimiento por el bienestar infantil que tuvo lugar en los Estados Unidos de América y Europa a finales del siglo XIX y principios del xx, supuso un cambio radical en la forma de entender la infancia y sus problemas. De hecho esta preocupación por los aspectos clínicos y educativos de la infancia está entre los orígenes de la Psicología Evolutiva y ha dado lugar a un conocimiento amplio sobre la conducta infantil, su desarrollo y desadaptaciones. La preocupación por estos aspectos obviamente continúa, y se acrecienta, en un mundo que ha establecido como prioritaria la atención a la infancia y que, para ello, destina medios materiales y humanos con ese fin. La formación de nuevos profesionales en este campo y la ampliación de nuestro conocimiento científico sobre él son fundamentales para ello y es en este contexto en el que se sitúa la presente obra. No es fácil elaborar un Manual de Psicología Clínica Infantil, especialmente si se quiere evitar la tentación de construir una amalgama indiferenciada de disfunciones o alteraciones meramente yuxtapuestas, cuyo abordaje terapéutico se limite a los aspectos técnicos y donde el individuo en desarrollo aparezca escondido entre una madejade clasificaciones. Las alteraciones en el comportamiento que se producen a lo largo de la infancia tienen algo de específico y de distinto respecto de las que se producen en otros momentos del desarrollo. No por la idea rousseauniana de que la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir, por lo que nada habría más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras (las de los adultos), sino porque la infancia constituye una etapa de la vida en la que la plasticidad pendiente de la experiencia (como gusta decir a los neurocientíficos) mantiene abiertas ventanas para el aprendizaje que, en el mejor de los casos, sólo están entreabiertas para los adultos. La configuración potencial de la conducta en este 16 período fruto, en gran medida, de la interacción social es tan variable que el conocimiento de los factores que determinan los primeros aprendizajes sean o no adaptativos es crucial. Dar cuenta de esta especificidad desde una perpectiva coherente requiere de un notable esfuerzo que en este manual es posible observar. Se trata de una obra de indudable interés. En ella el lector encontrará un abordaje completo y complejo de muchos de los problemas de conducta que afectan a la infancia en nuestra cultura. La hiperactividad, los problemas relacionados con la conducta antisocial, la inteligencia, con el sueño, con la conducta comunicativa y la interacción social, son tratados aquí desde la convicción de que constituyen problemas cuya comprensión y tratamiento clínico requieren de una aproximación interdisciplinar. Y desde la conciencia, como dirían Cichetti y Toth, de que, aunque el estudio de los trastornos mentales infantiles se ha beneficiado de la psicopatología adulta, la psicopatología infantil es un campo diferenciado que requiere de la utilización de un enfoque evolutivo si quiere aportar una perspectiva comprensiva. Esto supone el estudio de los orígenes y curso de los patrones individuales de conducta desadaptativa, sin olvidar que sobre ellos inciden variables ontogenéticas, genéticas, bioquímicas, biológicas, fisiológicas, sociales, culturales, ambientales, familiares, cognitivas, socio-cognitivas, lingüísticas, representacionales y socio-emocionales. La evaluación comprensiva de estos factores biológicos, psicológicos y sociales es esencial para comprender cómo se producen las transformaciones y reorganizaciones a lo largo del tiempo y para determinar los factores protectores y de riesgo que operan en el individuo y en su medio a lo largo de la ontogénesis. Sólo así será posible valorar la diferente vulnerabilidad y resistencia que presentan los niños y las niñas de nuestras sociedades. Así pues, no nos interesa sólo conocer los motivos por los que las desadaptaciones se producen, nos interesa también conocer el impacto que tienen como factores que afectan al curso del desarrollo infantil. Necesitamos conocer sus orígenes, su curso, las técnicas de diagnóstico y detección precoces, las estrategias terapéuticas disponibles, pero también la forma en que estas desorganizaciones, sean del sueño, de la conducta antisocial, de la inteligencia, de la comunicación, etc., afectan al curso evolutivo de los niños y niñas y de quienes conviven con ellos como responsables de su educación y cuidado. No conviene olvidar que, como parte de un sistema social que también se desarrolla (la familia es uno de ellos), hay que entender que la desadaptación, independientemente de su etiología, tiene efectos sistémicos que se difunden a través de la interacción social y que tales efectos sobre el entorno constituyen parte de la desadaptación cuyo tratamiento debemos abordar. Los problemas en la infancia, en este sentido, no sólo tienen una lectura individual, sino también social. Esta influencia es recíproca; los agentes sociales inducimos, desde la clínica o la educación, aprendizajes que promoverán el desarrollo infantil. Ambas formas de influencia pueden ser más o menos sistemáticas, pero todas ellas son igualmente intencionales y persiguen un fin semejante. Podríamos pensar que un Manual de Psicología Clínica Infantil olvidaría muchos de los argumentos anteriores, pero no es éste el caso. Se trata de una obra que no sólo invita a estas reflexiones, sino que, implícitamente unas veces y explícitamente otras, las incorpora en sus análisis. 17 Pero, más allá de todo esto, se trata de un texto útil, coherente, riguroso, claro y actual, cinco atributos que la hacen altamente recomendable para quienes pretendan adentrarse en el complejo, pero apasionante, mundo de la psicopatología infantil. MANUEL PERALBO UZQUIANO Catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación A Coruña, 2004 18 CAPÍTULO PRIMERO Evaluación y tratamiento de la hiperactividad ALFONSO BARCA LOZANO y ANDRÉS GONZÁLEZ ENRÍQUEZ PALABRAS CLAVE: Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDA-H). Dificultades de aprendizaje (DA). Disfunción cerebral mínima (DCM). Actividad motriz. Impulsividad. Dificultades de maduración del SNC. Trastornos motóricos- emocionales. Estructuras neuropsicológicas. Retraso madurativo. Trastornos cognitivos. Trastornos afectivos-emocionales. Disfunción en habilidades sociales. Evaluación e intervención psicopedagógica. Autoconcepto y autoestima. Método de entrenamiento a padres de niños con TDH-A. Técnicas de modificación de conducta. Antecedentes- conducta-consecuente (ACC). Técnicas cognitivo-conductuales. Intervención psicomotriz. Programa de razón fija. Programa de razón variable. Autocontrol implícito y explícito. Aprendizaje cooperativo. 1. INTRODUCCIÓN En este capítulo se analiza uno de los apartados que en el contexto general de las dificultades de aprendizaje es importante por la repercusión que posee el tema de la hiperactividad con déficit de atención (TDA-H) tanto en los propios alumnos como en las familias y, en definitiva, en los profesores. Los niños hiperactivos con trastornos de atención se presentan como alumnos/as que entorpecen y dificultan la marcha de la clase y que, en muchas ocasiones, se ven abocados no sólo al fracaso escolar sino también a un rechazo tanto por parte de profesores como de sus propios compañeros. En estos momentos en que el discurso de la escuela inclusiva entra de lleno en el panorama educativo, parece importante plantear de qué manera se puede intervenir 19 para facilitar la integración de estos alumnos, sobre todo cuando investigaciones recientes (Barkley, 1990; Du Paul y Stoner, 1994; Miranda, Presentación y Salvador, 1996; Miranda y cols., 1999) señalan que, para que dicha intervención sea eficaz, se deberá llevar a cabo en los contextos en los que tendrán que ejecutarse los comportamientos deseados. En consecuencia, los epígrafes que se desarrollan en este capítulo se centran en la clarificación conceptual de la hiperactividad con déficit de atención, en sus determinantes y factores incidentes para terminar abordando, de un modo nuclear, los procesos de intervención psicoeducativa en niños hiperactivos. Uno de los trastornos que más perturban la marcha escolar es, en el momento actual, la hiperactividad. Dicho trastorno no solamente presenta un componente comportamental que incide en la dinámica del aula sino que también tiene consecuencias para alcanzar con éxito los aprendizajes escolares, encontrándonos ante el hecho de que un número importante de alumnos afectados de hiperactividad suelen fracasar en la adquisición de los mismos debido a los trastornos de atención, a la impulsividad y al trastorno psicomotriz que suelen acompañar a los déficit atencionales y síndromes hipercinéticos. La intención no es hacer una referencia exhaustiva sobre la hiperactividad como cuadro nosológico y clínico puesto que existe literatura abundante en lengua castellana y, en concreto, autores como Velasco (1976), Miranda y Santamaría (1986), Miranda y cols. (1996), Miranda y cols. (1999), Taylor (1991, 1997), Orjales (1992, 2001), Moreno (1995) que han estudiado con profundidad este tema y que recomendamos consultar a quienes esténinteresados en estudiar detenidamente esta temática; sin embargo, comenzaremos con la exposición del tema sobre las dificultades de aprendizaje asociadas a alteraciones conductuales. Para ello es preciso resaltar que una definición de alumnos con Dificultades de Aprendizaje (en adelante DA) y que actualmente está consensuada entre los investigadores en este campo incluye las dificultades en la interacción social, las emocionales y las de coordinación dinámica y, obviamente, las implicadas en tareas específicas de aprendizaje en situaciones educativas, según datos que aportan Hammil (1990) y Wong (1994). Se considera que las DA son intrínsecas al sujeto y pueden afectar al aprendizaje y a la conducta. En esta línea debemos tener en cuenta, en consecuencia, que hay dificultades de aprendizaje asociadas a problemas emocionales y a la conducta. En definitiva, éste es un tema importante por lo que respecta a la necesidad que tienen estos alumnos de disponer de mecanismos psicológicos y habilidades sociales apropiadas para sus complejas interacciones que deberán realizar a menudo, tanto en su vida diaria fuera del contexto escolar como en su propio proceso educativo. 2. HIPERACTIVIDAD Y DIFICULTADES DE APRENDIZAJE 2.1. INTRODUCCIÓN: LA HIPERACTIVIDAD La hiperactividad que se observa en niños se trata de un complejo síndrome que 20 afecta a la conducta y a los procesos normales de aprendizaje y que se ha adscrito, desde hace varios decenios, a las disfunciones cerebrales mínimas (DCM). Por su importancia e incidencia en la población preescolar y escolar en lo que atañe a sus procesos de aprendizaje, trataremos de analizar este síndrome desde tres perspectivas: desde la búsqueda de elementos definitorios, desde los elementos básicos que se observan como síntomas relevantes y desde las propuestas de intervención educativa que se proponen en la actualidad en la óptica de una intervención de corte y orientación educacional como modelo de base. Dado que la hiperactividad se ha relacionado con mucha frecuencia con las DCM, diremos que se ha observado que una de las características que definen a las DCM en niños es la hiperactividad o hipercinesia. Strauss y Lethinen (1947) y Strauss y Kephart (1984) descubren desde el inicio de sus investigaciones que la hiperactividad estaba presente en la mayoría de los niños diagnosticados con DCM. Fue con estos niños con los que trabajaron en sus investigaciones lo que ha permitido buscar elementos de identificación y de intervención ya que les han facilitado aplicar una serie de técnicas a través de las que han podido tolerar mejor su propia situación escolar, avanzar en su aprendizaje, así como su control motórico y conseguir una mejora en su rendimiento académico. 2.2. ELEMENTOS DEFINITORIOS Y DETERMINANTES Se observa ya desde los años 60 que la presencia de alteraciones motoras en niños puede deberse a las denominadas lesiones disfunciones cerebrales mínimas. Aunque, cuando hablamos de DCM como factor definitorio y etiológico de la hiperactividad en niños, debemos hacer, como veremos más adelante, una serie de precisiones; lo cierto es que las investigaciones de Clements (1966) han terminado por definir a la DCM como un trastorno de conducta y aprendizaje asociado con disfunciones del sistema nervioso central (SNC) en niños de inteligencia normal (Miranda, 1986; Miranda y cols., 1996, 1999). Los elementos definitorios de la conducta que presentaban estos niños incluían los siguientes rasgos de alteraciones conductuales: hiperactividad, desajustes percepto-motores, inestabilidad emocional, déficit de coordinación general, déficit de atención, impulsividad, trastornos de la audición y del habla, síndromes neurológicos ambiguos y/o irregularidades electroencefalográficas. Por lo tanto, la base de este trastorno ha sido considerada, desde un inicio, de origen orgánico. Sin embargo, investigaciones posteriores (Douglas, 1972; Ross y Ross, 1982) no han podido contrastar de forma experimental, con nitidez, la DCM como un síndrome médico-clínico porque, en realidad, no proporcionaba índices suficientemente contrastados y discriminativos respecto de otros trastornos que ocurrían en niños; en definitiva, la justificación de DCM cuando no existen trastornos clínicos evidentes como deficiencia mental, parálisis cerebral, cegueras o sorderas. Su etiología está asociada con variaciones genéticas, irregularidades bioquímicas u hormonales, lesiones cerebrales perinatales, otras enfermedades o daños sufridos durante los años críticos del desarrollo y maduración del sistema nervioso central (SNC) y otras causas 21 desconocidas. La definición de DCM está justificada, además, en los medios científicos de la medicina, al menos inicialmente en los Estados Unidos porque ofrecía dos ventajas clave: a) El término de mínima es muy adecuado para el uso médico dado que permite diferenciar las lesiones producidas por una serie de procedimientos que las distingue de las lesiones «graves», señalando, así, un aspecto subclínico muy leve. b) El término cerebral señala la posibilidad de un daño leve, pero orgánico, en el cerebro. En conclusión, podemos afirmar que, cuando hay lesiones y/o traumatismos varios en el SNC, se suele aducir que pueden originar cuatro grandes áreas de alteraciones conductuales: a) Alteraciones psicopatológicas con base orgánica (grandes psicosis esquizofrenias, psicosis maníaco-depresivas o bipolares, demencias). b) Deficiencia o discapacidad mental (síndrome de Down). c) Epilepsia (comicialidad). d) Disfunciones cerebrales mínimas (DCM). Lo que ocurre realmente a la hora de hacer esta clasificación es que las denominadas DCM recogen múltiples caracterizaciones sintomatológicas a nivel conductual, pero, dado que no se sabe con exactitud la etiología de tales alteraciones conductuales, los profesionales, especialmente médicos, afirman que existe una DCM, dado que al parecer con esta denominación se pueden referir a un muy amplio espectro y abanico de alteraciones conductuales. Esto es trasladable a cualquier problema de aprendizaje escolar que lleve asociado los elementos definitorios y síntomas que en principio se le asignaban a las DCM y/o a la hiperactividad. Para intentar aclarar este tema, expondremos dos tipos de argumentos más: 1. No intentamos negar la existencia de lesiones, agresiones y/o traumatismos leves cerebrales que pueden originar, entre otros, las siguientes alteraciones conductuales: déficit perceptivos, atencionales, de lenguaje, hiperactividad, inestabilidad emocional, déficit de coordinación general..., alteraciones que, por supuesto, pueden estar afectando a la adaptación normal escolar o provocando cualquier tipo de dificultad de aprendizaje; en definitiva, trastornos en la actividad escolar. 2. Al mismo tiempo que no negamos lo anterior, afirmamos que, si se trata de hacer un diagnóstico, cuando existen dificultades de aprendizaje escolar o trastornos escolares cuya etiología los situamos en la existencia de DCM, es entonces cuando, como profesionales de la educación, debemos exigir una clarificación lo más precisa posible de esa supuesta DCM. Afirmamos esto porque, de acuerdo con Birch, psicólogo y pediatra inglés, en su colección de 22 artículos clínicos y de investigación que publica en 1964 y que apoyan las tesis neuropsicológicas actuales, afirma que es innegable, por su evidencia, que las lesiones o disfunciones cerebrales inciden de forma directa en el desencadenamiento y desarrollo de conductas motrices alteradas y otros síntomas asociados, dado que todos los estudios e investigaciones realizadas coinciden en este dato. Pero apunta Birch (1964) que se debe tener especial cuidado cuando nos referimos a las disfunciones cerebrales leves o mínimas y a sus efectos en el comportamiento; sobre todo en el comportamiento motor porque, si bien es cierta la existencia de esta influencia, debemos saber, sin embargo, respecto de las lesiones cerebrales, que su efecto depende de varios factores como, por ejemplo, los siguientes(Birch, 1964): — Del tipo de lesión o daño: la lesión puede ser de origen bioquímico, infeccioso, una lesión vascular, un tumor, etc., dado que diferentes tipos de lesión en la misma zona cortical provocan distintas alteraciones conductuales. — De su localización: como ya se ha señalado, el mismo tipo de lesión en diferentes áreas provoca alteraciones conductuales diferentes. Son múltiples las estructuras y áreas cerebrales, desde el neocórtex a la médula espinal, que, lesionadas, pueden provocar alteraciones motoras o de conducta verbal, afectivoemocional o de socialización. — De la extensión de la lesión: en la misma zona lesionada sabemos que las que abarcan una zona cerebral más amplia tienen un mayor efecto sobre los comportamientos que aquellas que se extienden a zonas más reducidas. — Del momento en que se produce dentro del desarrollo del sujeto: parece ser que, en sujetos jóvenes, puede haber efectos más graves si la lesión afecta a las posibilidades de desarrollo o a la aparición de determinadas conductas que, a su vez, pueden ser críticas para otras adquisiciones. — De cómo se efectué la lesión en el tiempo: cuando una lesión determinada está constituida por pequeñas lesiones sucesivas, el efecto resultante sobre la conducta es menor que si dicha lesión se efectuase de manera instantánea. — De variables individuales: sabemos que todos los sujetos tienen pautas diferenciales en sus niveles de ejecución conductual, de tal manera que las lesiones cerebrales y los trastornos que provocan en la conducta podrían depender, en gran parte, de estos niveles iniciales, es decir, de variables que dependen del propio sujeto. Así, hay niños que tienen un alto nivel de habilidad y destreza manual y/o un bajo nivel de coordinación motórica general. Por lo tanto, cuando se aduce como elemento definitorio de la hiperactividad la existencia de lesiones cerebrales mínimas (DCM), hemos de tener en cuenta todo lo dicho hasta aquí sobre las DCM. En todo caso exigiremos un análisis detallado de la posible incidencia de lesiones orgánicas o cualquier tipo de traumatismos posibles que pudieran derivarse. Por otra parte, algunos autores interpretan la hiperactividad y el cambio atencional frecuente como recursos conductuales, espontáneos y naturales del organismo, para compensar el déficit constitucional biológico. Esta explicación 23 resulta coherente con los conocimientos actuales sobre los procesos implicados en la regulación de la atención: — Por una parte, la llegada de toda información sensorial nueva actúa en el tronco cerebral activando el Sistema Reticular Ascendente, consiguiendo así una elevación del nivel de activación bioeléctrica del córtex y facilitando el procesamiento de la información sensorial (Taylor, 1991). — Por otra parte, una vez procesada la nueva información sensorial, se produce el fenómeno de habituación al estímulo con una reducción del nivel de activación cortical. De acuerdo con esto, podemos admitir que la hiperactividad es un comportamiento totalmente funcional para el sujeto, dado que, con el envío periódico de estimulación propioceptiva (procedente de los músculos en movimiento) al tallo encefálico, se consigue la estimulación cortical necesaria. Además, el cambio atencional constituye otra forma de autoestimulación. Cuando nos encontramos prestando atención sostenida a un contexto estimular relativamente estable, al poco tiempo se produce el fenómeno de la habituación y la consiguiente reducción de los niveles de activación cortical. Mediante el cambio de atención a un contexto diferente, se facilita una recuperación inmediata de los niveles de activación. Así se explica, por ejemplo, por qué los niños se mantienen con más facilidad atentos a los videojuegos. En la medida en que el estímulo visual o auditivo cambia con mucha frecuencia, les resulta fácil mantener la atención en ellos. En cambio, en cuanto el estímulo visual es monótono, la distracción es máxima. Según este planteamiento, consideramos el síndrome hiperactivo como un trastorno de déficit de atención con hiperactividad (en adelante, TDA-H). Viene a ser el resultado de una deficiencia biológica, consistente en una alteración funcional de las estructuras cerebrales responsables de la regulación de la atención, los cuales, por una razón que todavía desconocemos, no consiguen proporcionar un nivel de activación suficiente para el procesamiento de la información, por lo cual, el organismo procede con dos recursos naturales: la hipercinesia y el cambio atencional frecuente. Esto explica por qué durante el tiempo de actuación de sustancias psicoestimulantes (especialmente metilfenidato) administradas a niños o adolescentes con TDA-H se reduce de manera drástica la hipercinesia y aumenta la capacidad atencional de los sujetos. Si tenemos que dar una definición inicial de este complejo síndrome, diríamos que la creencia más arraigada describía al niño hiperactivo como aquel que manifestaba una constante e involuntaria actividad motora. En 1968, Werry definió la hiperactividad como un nivel de actividad motriz diaria claramente superior a la normal en niños de sexo, edad y estatus socio-económico y cultural similares. Es un intento de definición operativa introduciendo una serie de elementos diferenciadores respecto a posiciones de autores e investigadores anteriores. A partir del año 1972, Douglas sostiene que el déficit principal de los niños hiperactivos no es su excesivo nivel de actividad, sino su incapacidad para mantener la atención y su impulsividad. 24 Según Miranda y Santamaría (1986), Miranda y cols. (1996) y Miranda y cols. (1999), los criterios diagnósticos concretos de la hiperactividad sistematizados por Douglas en 1972 y 1976 eran, como elementos definitorios, los siguientes: — Niños remitidos a clínicas de salud mental a causa de inquietud motora y distraibilidad. — Con cortos períodos de atención e incapacidad para mantenerse sentados y escaso control de impulsos. — Deberán presentar estas dificultades desde la primera infancia y no proceder de hogares caóticos. — Se excluyen los niños con psicosis, daño cerebral, retraso mental o deficiencias sensoriales. — Esta conducta se manifiesta tanto en casa como en la escuela. 2.3. PERSPECTIVAS ACTUALES En la actualidad hay un interés creciente en reafirmar que el síndrome hiperactivo es básicamente conductual. Para Miranda y cols. (1999) parece existir una necesidad de incluir como elementos de definición los déficit atencionales y la impulsividad, por ser los más duraderos y por ser contrastables en las últimas investigaciones realizadas. La American Psychiatric Association (APA) ya reemplazó el término de hiperactividad por el de déficit atencionales con hiperactividad, tanto en el DSM-III de 1980 como en la versión del DSM-IV de 1995. Se recomiendan, específicamente, un elenco de normas de orientación para facilitar el diagnóstico psicopedagógico: — Los síntomas aparecen antes de los 7 años. — Los síntomas se presentan, al menos, durante 6 meses. — Los síntomas no son debidos a otros trastornos. El niño, por lo tanto, no ha sido diagnosticado como psicótico, con trastornos afectivos o con retraso mental severo o profundo. — Como los síntomas varían, deberían tenerse en consideración los informes del personal clínico, padres y profesores. Por su parte, Barkley (1983, 1990) y Miranda y cols. (1999) recogen las principales características que tienen en común las diferentes definiciones y conceptos que se han dado sobre la hiperactividad: a) Un énfasis en mostrar lo inapropiado de la impulsividad, los períodos cortos de atención, la inquietud y la actividad excesiva de acuerdo con la edad del sujeto. b) La escasa habilidad del niño para restringir o eliminar sus conductas tal y como la situación lo requiere. 25 c) La aparición de tales problemas durante los primeros años de su vida. d) La persistencia de los síntomas durante varios meses como mínimo. e) La perseverancia de los síntomas en situaciones diversas (en el colegio,en casa, con los amigos, etc.). f) La discrepancia entre la capacidad intelectual del niño y sus problemas de autocontrol. g) La dificultad de explicar los síntomas sobre la base de trastornos del desarrollo o enfermedades de tipo neurológico tales como daño cerebral, sordera, ceguera o trastornos emocionales severos (autismo, esquizofrenia). Éstos pueden ser los elementos definitorios; en este caso, recogiendo las aportaciones de una serie de investigadores sobre el tema que pueden dimensionar la hiperactividad en niños. 3. FACTORES INCIDENTES Y DETERMINANTES DE LA HIPERACTIVIDAD EN NIÑOS Entre los factores determinantes de la hiperactividad destacaremos los siguientes. 3.1. DIFICULTADES DE MADURACIÓN MOTÓRICO-EMOCIONAL Y FACTORES AMBIENTALES Se ha propuesto para los niños hiperactivos la hipótesis de que disponen de procesos de maduración motora más lentos o con mayor prolongación de determinadas etapas (Rie y cols., 1976), es decir, son niños que logran más tardíamente que los niños de un grupo control los parámetros normales de evolución. Obviamente, en este caso de retraso motor, el niño puede tener problemas y trastornos escolares con exponentes claros en el bajo rendimiento académico o inadaptación escolar. Figura 1 Factores del desarrollo psicomotor y la integración sensomotora 26 Se sabe que el desarrollo psicomotor posibilita la integración y articulación adecuada de los elementos sensomotores que están implicados en la percepción espacial y cinestésica. Además, sabemos por las investigaciones realizadas en el marco de la psicología genética que toda la etapa sensorio-motora posibilita, en la práctica, determinados niveles cognitivos. Algunos autores consideraron que, para los niños hiperactivos, es necesaria una estimulación específica de acuerdo con su retraso sensomotor que, a su vez, les posibilite una rápida recuperación con la finalidad de que incida, por una parte, en la motricidad, para, por otra, incidir en la sensomotricidad y, por último, en los niveles cognitivos: percepción, atención, memoria, razonamiento, etc., para que, de ahí, posibilite la mejora de los aprendizajes instrumentales. La asociación e integración sensomotora y cognitiva es uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta en los niños hiperactivos. Para Koppitz (1980) las funciones integradoras caracterizadas por el desarrollo de su percepción visual y auditiva, la traducción en actividad motora de lo que se percibe, la manera de integrar las percepciones de tiempo, espacio y ritmo, vienen a ser los elementos más importantes diferenciadores de los niños con dificultades escolares respecto de los niños normales. Hay, por lo tanto, como vemos en el esquema, una clara interdependencia de estos tres niveles (véase Figura 1). Respecto de las variables con un carácter más marcadamente ambiental que parecen incidir en la génesis y mantenimiento de la hiperactividad, podemos destacar las que a continuación señalamos: 27 a) La dieta de nutrición cuando es escasa, con pobreza proteica y/o calórica durante la infancia, provoca en el niño un retraso motor, coordinación motórica general y segmentaria pobres y disminución de la capacidad cognitiva. Estos efectos pueden producirse ya a nivel fetal por alteraciones placentarias, observándose alteraciones ya en el SNC desde el momento del nacimiento. El análisis de la desnutrición del niño no puede considerarse desvinculado del ambiente en que se produce. Este hecho lleva siempre asociados otros elementos ligados directamente a ambientes pobres como son los bajos niveles culturales y económicos. b) Las situaciones relacionales en la familia; se sabe que inciden directamente en el desencadenamiento de conductas hiperactivas cuando llegan a ser duraderas y dominantes las conductas de estrés emocional a que puede estar sujeto el niño: malos tratos, aislamiento, abandono o incomunicación, ciertas pautas de agresividad, situaciones generadoras de ansiedad, etc. c) Edad y sexo: parece que en la hiperactividad hay una incidencia de la edad y del sexo importante, el nivel de aparición suele darse, en sus máximos niveles, entre los 7 y los 10 años. Este dato es importante porque nos muestra cuáles pueden ser los niveles de remisión de este tipo de alteraciones hiperactivas. Los datos muestran con claridad una mejora a partir de los 12-14 años. Por otra parte, el sexo es relevante en este tema: parece ser que no sólo el número de niños hiperactivos es superior sino que tienen una mayor sensibilidad de remisión cuando ocurre en niñas. Como dato explicativo de estas diferencias, se recurre a la dominancia interhemisférica entre los sexos, así como a las diferencias de roles que cada sexo lleva asociado educacionalmente. 3.2. FACTORES PERINATALES Es uno de los factores que con mayor asiduidad aparecen en los trabajos e investigaciones realizadas. Se ha realizado un estudio neuroclínico con 141 niños normales e hiperactivos observándose que el peso al nacer de los niños hiperactivos era sensible y significativamente inferior a los normales. Se concluye que los niños prematuros se asocian a niños con dificultades en la conducta como así lo demuestran múltiples datos contrastables. Otro de los factores que se citan con frecuencia es el estrés psicológico de la madre durante el embarazo como un elemento determinante del posterior síndrome hiperactivo del niño. Se ha comprobado que las madres de los niños hiperactivos tuvieron más problemas psiquiátricos y conductuales con mayor estrés que las madres del grupo normativo durante el embarazo. Hay que indicar también que existen investigaciones que señalan que tales dificultades y complicaciones perinatales no deben tener consecuencias, específicamente, posteriores y que, quizás, dichas consecuencias pueden verse atenuada y/o agravadas por factores ambientales (Miranda y cols., 1996). 28 3.3. RETRASO EN LA MADURACIÓN DE ESTRUCTURAS NEUROPSICOLÓGICAS Éste parece ser otro factor determinante de las conductas hiperactivas. Se ha demostrado que existe una relación importante entre las conductas de hipercinesis con un retraso relativo en algunos aspectos de la maduración neuropsicológica que da, como resultado, una evolución más lenta del control cerebral de las actividades relevantes. Parece asumido el hecho de que, cuando el niño hiperactivo madure, disminuirá su actividad. Sin embargo, hay estudios que demuestran que la hiperactividad persiste hasta la adolescencia, como ya señalábamos anteriormente. Hay que indicar a este respecto que el tema del retraso madurativo se ha significado siempre cuando se habla de dificultades de aprendizaje escolar, añadiendo que tanto dichas dificultades como la hiperactividad serían las manifestaciones típicas de este retraso evolutivo. Sin embargo, insistimos en lo que manifestábamos antes en relación con las DCM ya que el término maduración es muy complejo y muy ambiguo, de tal manera que, en sí mismo, dicho término explica muy poco. Otra cosa diferente sería si los autores que investigan en esta área aislaran las variables implicadas en las estructuras neuropsicológicas concretas que afectan al llamado retraso madurativo, aunque se conocen pautas evolutivas de carácter estadístico. Pero, en esta línea, se desconocen en la actualidad los datos necesarios y precisos que explicarían este constructo. 4. PRINCIPALES ELEMENTOS DE CARACTERIZACIÓN DE LA HIPERACTIVIDAD EN NIÑOS Como ya queda dicho, hay un acuerdo en la mayoría de los autores en considerar como elementos definitorios de la hipercinesis el bajo nivel de atención y la impulsividad/falta de control como la caracterización conductual del niño/a hiperactivo. A estas conductas se asocian otras como agresividad, dificultades de comunicación en casa y/o en la escuela, dificultades emocionales, enuresis, períodos cortos de sueño, etc. Sin embargo, en este apartado, se señalarán aquellas características más relevantes que se han observado como consistentes en la conducta de los niños hiperactivos. 4.1. ACTIVIDAD CORPORAL EXCESIVAEn la hipercinesis, ésta parece ser la característica común. Los niños pasan la mayor parte del tiempo en actividad; en un ir y venir sin parar, faltos de control en momentos inadecuados; en realizar actividades sin objeto y sin finalidad. Esto se hace tanto en casa como en la escuela. A menudo son los profesores quienes detectan a los niños hiperactivos, dado que, como ya se reseñó más arriba, suele ser la edad comprendida entre los 7 y los 10 años el momento de mayor incidencia. Por otra parte, a esta movilidad continuada se asocian otros elementos 29 importantes: suele manifestarse una conducta de incoherencia en la coordinación dinámica general y segmentaria, lo que lleva a caídas frecuentes y dificultades de organización, estructuración y orientación espaciales. Lo mismo suele ocurrir con la motricidad fina. Todo ello nos hace pensar que el desarrollo psicomotor del niño ha sido deficiente o ha tenido dificultades en su proceso de desarrollo. 4.2. DIFICULTADES DE ATENCIÓN SOSTENIDA Y LIMITACIÓN DE CAPACIDAD DE PROCESAMIENTO Como ya se ha visto, los primeros trabajos de tipo experimental sobre los aspectos cognitivos del déficit atencional en hiperactivos proceden de los grupos de Douglas, en Canadá, y de Prior, en Australia, en los años 70. Se llega a dos conclusiones: a) Hay mayor dificultad en los niños hiperactivos en mantener la atención en tareas que requieren demandas especiales de esfuerzo concentrado, autosostenido y autodirigido (por ejemplo, en tareas de vigilancia de cierta duración). b) Hay mayor dificultad en inhibir las respuestas impulsivas sobre tareas o en situaciones sociales que requieren esfuerzo focalizado, reflexivo y organizado, es decir, déficit en atención sostenida y en atención focalizada por pobre control inhibitorio. Siguiendo a Romero, López y Garriga (1988) y Romero (1990), hay un aspecto relevante en el déficit atencional en niños hiperactivos, aspecto denominado limitación de la capacidad de procesamiento. A partir de los trabajos de Douglas (1976) y Prior y Griffin (1985) sobre el déficit atencional en hiperactivos, empieza a tomar consistencia este nuevo enfoque-déficit de la atención por el cual ésta viene a considerarse no ya en un mecanismo de selección de información (primeras teorías de filtro a partir de Broabdent, 1958; Treisman, 1969; Deutsch y Deutsch, 1963) o la dimensión psicofisológica de activación, alerta o reflejo de orientación sino, más bien, como mecanismo que limita la capacidad de procesamiento. Para una mayor información sobre el tema de los procesos atencionales, perceptivos y de memoria que inciden en el aprendizaje en situaciones educativas, varios autores publicamos recientemente una monografía donde, en su Capítulo 8, se expone cuáles son los elementos o mecanismos neuropsicológicos de carácter interno que claramente tienen especial incidencia no sólo en los procesos de aprendizaje, sino, fundamentalmente y, en consecuencia, en las dificultades de aprendizaje; en concreto, en los síndromes hiperactivos (Barca, 1997, pág. 353). Estos modelos atencionales de limitación de capacidad de procesamiento parten del supesto básico según el cual el procesamiento humano de la información tiene una capacidad limitada en sus funciones. En esta línea se afirma (Romero y cols., 1988, pág. 120); 30 Dicha limitación no es estructural o etápica, sino global e inespecífica y la capacidad de procesamiento o «esfuerzo», «energía» o «atención» es de propósito general y susceptible de ser asignada a todos y cada uno de los procesos mentales (pág. 120). Por ejemplo, cuando un sujeto realiza más de una tarea simultáneamente, la capacidad o recursos de procesamiento se asignarán a dichas tareas de tal manera que, si las demandas de las tareas exceden los límites de la capacidad disponible, la ejecución de dicha tarea se hará en peores condiciones y con dificultades. Aquí parece radicar la variable déficit atencional que se le asigna a los niños hiperactivos como una de las características básicas de su comportamiento. La limitación para procesar los múltiples elementos de la información puede provocar distorsión, pobreza de control de estímulos y dispersión de objetivos de tareas a realizar, y de finalidades. Ello provocaría, en definitiva, la conducta hiperactiva al mismo tiempo que se le asociarían elementos de agresividad, de desorientación y de impulsividad. 4.3. VARIABILIDAD AFECTIVO-EMOCIONAL Y DIFICULTADES DE INTERACCIÓN Hay una serie de estudios que han puesto de manifiesto la relación clara existente entre la hiperactividad y conductas de labilidad emocional y afectiva asociada a la agresividad. Suelen pasar con facilidad de unos estados de ánimo a otros donde lo que prevalece es una dificultad de control de estímulos externos relacionados con procesos de interacción social. Todo ello desemboca en las dificultades con las que se encuentra el niño hiperactivo para mantener unas relaciones de interacción normales con la familia, los profesores y los compañeros. Se ha señalado que estos niños tienen dificultades para interpretar la conducta de los adultos. Obviamente puede observarse un proceso de feedback en el sentido de que, a su vez, se crean situaciones de reacción aversiva y respuestas en su entorno y medio social que suelen crear dificultades al niño en su situación y en la ejecución de tareas escolares. Los datos que se obtuvieron para comprobar esta hipótesis indican que los niños con hiperactividad y dificultades de aprendizaje a menudo eran hostiles e inestables con sus profesores y compañeros (Whalen, 1986). Pero, por otra parte, también es cierto lo contrario: los datos obtenidos de los padres y del entorno indican que hay en ellos poca disponibilidad para la comprensión y complacencia con los niños hiperactivos. De esta forma el proceso de feedback resulta ser específicamente negativo para el niño. No favorece la construcción positiva de su autoconcepto, por lo cual son niños con muy baja autoestima y poca capacidad de asertividad personal. En el fondo del comportamiento hiperactivo hay un rechazo implícito al mantenimiento normal de los procesos de interacción interpersonal. Esquemáticamente se puede hacer una serie de subtipos por áreas conductuales- cognitivas de incidencia según el orden que se presenta en el cuadro siguiente (véase Cuadro 2). Cuadro 2 Subtipos de sintomatologías de la hiperactividad por áreas 31 ÁREA COGNITIVA — Se distrae con facilidad — Limitación de capacidad de atención — No presta atención a los otros — No acaba casi nunca las tareas — Parece como si estuviera en las nubes HABILIDADES SOCIALES — Su conducta molesta a los demás — Tiene muchas dificultades para actividades y tareas cooperativas — No tiene sentido de las reglas y normas de grupo — Acepta mal las indicaciones y directrices del profesor — Rechaza las órdenes, no las reconoce — El grupo no suele aceptarlo bien — Es negativo en su conducta aunque intenta dominar a las demás — No cuida sus cosas ÁREA AFECTIVA/EMOCIONAL — Suele culpabilizar a los otros negando sus errores — Hay cambios frecuentes y bruscos de estados de ánimo — Exige siempre del profesor demasiadas atenciones — No tiene confianza en sí mismo y se siente inferior a los demás — Tiene aspecto de estar enfadado y de ser muy susceptible — Parece que lo importante para él es llamar la atención de los demás — Necesita que se le ayude de forma continua — Es impulsivo e irritable ÁREA MOTORA — Hay una excesiva inquietud motora, aspecto de intranquilidad constante, de movilidad e inestabilidad motriz — Exige respuestas inmediatas a sus demandas casi siempre impulsivas — Está tenso, es muy difícil lograr la relajación APRENDIZAJE — Dificultades en el aprendizaje — Lento en el trabajo, sobre todo en las tareas que exigen atención y cooperación Concluimos afirmando que todos los elementos sintomatológicos anteriores conllevan asociadas dificultades de aprendizaje con rendimientos escolares más bajos de los normales. Según los datos que aportan la mayoría de las investigaciones,se han observado en los niños hiperactivos: — Dificultades aritméticas/cálculo (dificultades en hacer operaciones básicas de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones que, a su vez, son tareas que exigen un cierto mantenimiento de la atención y retención de una información específica). — Dificultades en la coordinación viso-motora: alteraciones en la realización de la lectura, escritura, cálculo, recortado, punteado, localizado, calcado, etc. — Dificultades en lectura: alteraciones en la asignación de los sonidos alfabéticos y letras con los fonemas, así como en la comprensión y las habilidades 32 relacionadas. Hay que dejar muy claro, no obstante, que los niños con dificultades en lectura, en la mayor parte de los casos, no son necesariamente hiperactivos. — Escasa capacidad de memoria: se olvidan fácilmente de las instrucciones, de las órdenes que se le dan para realizar tareas u otras actividades; en general, les resulta difícil la retención y almacenamiento de la información, aun ejercitando la actividad de forma intensa. 5. EL PROCESO DE EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA (CONDUCTUAL Y COGNITIVA) EN LA HIPERACTIVIDAD 5.1. INTRODUCCIÓN Inicialmente, cuando planteamos el tema de la intervención psicopedagógica, lo asociamos siempre a un proceso en el cual hemos de plantearnos la existencia de un plan psicodidáctico a seguir en los procesos de enseñanza/aprendizaje escolar (Barca, 1992, 1993, 1997) que tienen lugar en las aulas. Nuestra propuesta consiste, esencialmente, en proponer la mejora de los procesos de aprendizaje escolar a través de los agentes educativos (profesores, especialistas integrados en los centros escolares, padres u otros profesionales de la educación). Es un modelo psicopedagógico de intervención de corte educacional en la dimensión enriquecedora en cuanto se favorece la participación activa del niño en su tarea de aprendizaje, siempre y cuando esta tarea esté planificada, seleccionada, secuenciada, utilizando materiales didácticos adecuados, ejercitando la intencionalidad y motivación en el aprendizaje y siempre que la evaluación sea continua. Se propone, en concreto, este modelo frente a los modelos más clinicistas en los cuales todas las actividades iban encaminadas a corregir al niño afectado bajo la creencia de que las dificultades que ofrecía eran de su responsabilidad; se trataban, por lo tanto, de modelos centrados en el sujeto (López Soler y García Sevilla, 2000). Ésta no es nuestra opción, lo que supone, en definitiva, proponer, de cara a la intervención psicopedagógica, el modelo educacional centrado en la institución escolar, puesto que es la que debe dar respuesta adecuada a las dificultades de aprendizaje, trastornos escolares y conductuales de sus alumnos, así como en los agentes educativos. 5.2. INSTRUMENTOS PARA LA EVALUACIÓN DE LA HIPERACTIVIDAD 5.2.1. Criterios de diagnóstico del DSM-IV (APA, 1995) En otro lugar (Barca y cols., 1994, 1997; Barca, 1998) hemos señalado en qué se fundamentaban las líneas generales del proceso instruccional en el marco de la Psicología de la Educación. Por otra parte la evaluación inicial, desde nuestra óptica, 33 es uno de los primeros elementos a tener en cuenta en el proceso de intervención psicopedagógica puesto que significa la elaboración de la información, a través de las entrevistas con los padres, los profesores y las respuestas obtenidas de los sujetos a través de cuestionarios, técnicas instrumentales psicométricas o técnicas proyectivas; todas ellas seguramente necesarias para la obtención de todo tipo de información que nos dará las pautas de las líneas de intervención a seguir. Dicha evaluación, insistimos, resulta fundamental porque nos va a proporcionar los índices del proceso de intervención psicopedagógica. El DSM-IV considera que, para que un niño pueda ser diagnosticado de este trastorno, debe cumplir los criterios siguientes (véase Cuadro 3): Cuadro 3 Criterios de diagnóstico de la hiperactividad (DSM-IV) (APA, 1995) CRITERIO TIPO A-1 DESATENCIÓN AL MENOS 6 DE LOS SIGUIENTES CRITERIOS a) A menudo no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades b) A menudo tiene dificultades para mantener la atención en tareas o actividades lúdicas c) A menudo parece no escuchar cuando se le habla directamente d) A menudo no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos u obligaciones en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o incapacidad para comprender instrucciones) CRITERIO TIPO A-2 HIPERACTIVIDAD AL MENOS 6 DE LOS SIGUIENTES CRITERIOS a) A menudo mueve en exceso manos y pies, o se mueve en el asiento b) A menudo abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que que permanezca sentado c) A menudo corre o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes y adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud) d) Con frecuencia tiene dificultades para jugar o dedicarse tranquilamente a actividades de ocio. Cuadro 3. (Continuación) Criterios de diagnóstico de la hiperactividad (DSM-IV) (APA, 1995) e) Con frecuencia tiene dificultades para organizar tareas y actividades f) A menudo evita, le disgusta o no quiere dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido tanto en trabajos escolares como domésticos g) Suele frecuentemente extraviar objetos necesarios para tareas o actividades h) A menudo se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes i) Con frecuencia es descuidado en las actividades diarias e) Con frecuencia está en marcha o suele actuar como si tuviera un motor f) A menudo habla en exceso 34 IMPULSIVIDAD g) Con frecuencia precipita respuestas antes de haber sido completadas las preguntas h) A menudo tiene dificultades para guardar su turno i) Frecuentemente interrumpe o se inmiscuye en actividades de otros TIPOS DE TDA-H EN EL DSM-IV a) Trastorno por déficit de atención con hiperactividad; tipo combinado, si se satisfacen los criterios A1 y A2 durante los últimos 6 meses. b) Trastorno por déficit de atención con hiperactividad; tipo con predominio de déficit de atención si se cumplen los criterios A1 pero no el criterio A2 durante los últimos 6 meses. c) Trastorno por déficit de atención con hiperactividad; tipo con predominio hiperactivo/impulsivo, si se cumplen los criterios A2 pero no el criterio A1 durante los últimos 6 meses. Este tercer subtipo, hiperactivo/impulsivo, se encuentra fundamentalmente en niños preescolares (4-5 años) y parece ser un precursor del combinado (TDA-H). 5.2.2. Escalas y cuestionarios de evaluación/diagnóstico de la hiperactividad En los Anexos (I y II) se recogen los diferentes cuestionarios seleccionados (Miranda y Santamaría, 1986) para la evaluación de la hiperactividad en niños en edades escolares. Dichos cuestionarios pueden ser de gran utilidad para aquellos profesionales que llevan a cabo su práctica educativa en medios especializados de intervención psicoeducativa, así como un modelo de cuestionario de evaluación de la conducta problemática en los centros escolares para un análisis situacional (antecedente-conducta-consecuente). En general, las escalas y cuestionarios que se indican en los anexos a este capítulo proporcionan una visión de conjunto del comportamiento del niño tal y como es percibido por las personas significativas de su ambiente (padres y/o profesores). Suelen aportar información de tipo cuantitativo, aunque pueden tomarse también de forma cualitativa en determinadas circunstancias y dependiendo de otros instrumentos administrados para la obtención de información. Veamos las principales escalas que se utilizan (consúltense los anexos al capítulo) para la evaluación de la hiperactividad (Miranda y Santamaría, 1986; Miranda y cols., 1996): — C-1. Escala DSM-IV (APA, 1995). — C-2. Cuestionario de situaciones en el hogar (Barkley, 1981). — C-3. Cuestionario de situaciones en la escuela (Barkley, 1981).— C-4. Cuestionario para profesores (ATRS) de Conners. El punto de corte está a partir de la puntuación 15, que son respuestas efectivas en escalas bipolares de 0 (nunca se presenta tal conducta) y 3 (siempre se presenta). — C-5. Cuestionario de síntomas (PSQ) de Conners. Este cuestionario consta de unos 48 ítem con 5 subescalas: a) problemas de comportamiento; b) problemas de aprendizaje; c) tensiones psicosomáticas; d) impulsividad-hiperactividad y e) ansiedad. 35 — C-6. Escala de clasificación de la actividad de Werry, Weiss y Peters. Consta de unos 31 ítem que describen conductas hiperactivas en situaciones diversas: en casa, el colegio y en público. Esta escala proporciona descripciones comportamentales específicas de situaciones en las que el niño se desenvuelve en su vida cotidiana (comidas, juego, sueño, televisión, deberes, situaciones escolares, etc.). Se considera de gran utilidad para planificar estrategias de intervención psicopedagógica. — C-7. Escala de autocontrol de Kendall y Wilcox. Consta de unos 33 ítem que se puntúan de 1 (siempre ocurre) a 7 (nunca ocurre o no se presenta). De esta manera una puntuación 1 indica «máximo autocontrol» y una puntuación 7 señala «máxima impulsividad». Es de aplicación para niños de entre 8 y 12 años. Los ítem abordan los dos aspectos de autocontrol: el componente cognitivo y el conductual. El cognitivo se refiere al proceso de liberación en la resolución de tareas y el conductual, a la ejecución de la conducta. — C-8. Cuestionario de problemas de conducta (PBQ) de Behar y Stringfield Es un cuestionario elaborado para la edad preescolar. Se utiliza desde los 3 hasta los 6 años con el fin de obtener un diagnóstico precoz de problemas de índole conductual. Consta de unos 36 ítem y puede ser utilizado por los profesores. Cada ítem se puntúa de 0 a 2 y explora tres áreas: hostilidad/agresividad, ansiedad e hiperactividad/falta de atención. — C-9. Cuestionario de Blok y Block (CCQ). Fue elaborado para describir la personalidad de los niños y validado con muestras clínicas. Consta de unos 100 ítem y 9 categorías usadas para dividir los ítem desde «características muy extremadas» de un niño en particular a «características no extremadas». — C-10. Cuestionario de problemas de conducta para preescolares (CCP) de Miranda y Santamaría (1986). Evalúa la conducta hiperactiva en niños de 4-6 años. Pueden cumplimentarlo padres o profesores. Consta de unos 59 ítem con 3 alternativas de respuesta: Sí = 2; No = 0 y Algunas veces = 1. Integra tres escalas: a) Hiperactividad/Déficit de Atención; b) Falta de Control/Irritabilidad y c) Agresividad. Abarca, por lo tanto, los aspectos más relevantes de la conducta hiperactiva. 5.2.3. Otros instrumentos de evaluación Conviene siempre conocer aspectos relacionados directamente con la hiperactividad y el déficit de atención como la coordinación viso-motora, rendimiento intelectual y/o déficit perceptivos y cognitivos. Para ello se utilizan las Escalas Wechsler (WISC-R) para niños de entre 5 y 15 años, el test Guestáltico Viso-motor 36 de Bender, el test de Desarrollo de Percepción Visual de Frostig y, específicamente, para los problemas de atención, el test de Ejecución Continua (CPT). Todas estas técnicas de evaluación psicométrica poseen sus propios baremos, sus propiedades psicométricas, así como sus niveles de interpretación adecuados a las características de edad y niveles escolares de los sujetos. De ahí que, como es natural, se seguirán con rigor las instrucciones y pautas de interpretación que cada uno de los autores y manuales de estas pruebas indiquen. Todos estos test están lo suficientemente contrastados científicamente para que los datos sean tomados en cuenta en el proceso de evaluación de la hiperactividad y trastornos asociados como son los atencionales. 5.3. EL PROCESO DE INTERVENCIÓN CONDUCTUAL EN NIÑOS HIPERACTIVOS Se considera que existen tres modelos básicos de intervención en la hiperactividad: el neurológico, el conductual y el cognitivo (González-Pienda, 1990). Ello da lugar a tres tipos diferentes de intervención: utilización de psicofármacos, técnicas de modificación de conducta de orientación conductista y entrenamientos cognitivo-comportamentales. La intervención farmacológica consiste en la administración de psicoestimulantes como el metilfenidato. Existen evidencias clínicas de que la administración de psicoestimulantes, en los casos más graves, triplica los progresos conseguidos con otro tipo de intervención, es decir, la administración de psicoestimulantes debe ir siempre acompañada de tratamientos cognitivos- conductuales. En este epígrafe nos centraremos específicamente en las técnicas de modificación de conducta y en las cognitivas, dado que la psicofarmacología no es el campo de intervención que se nos ofrezca como más relevante. Presentamos adicionalmente un anexo (Anexo II) sobre la evaluación inicial para la modificación de conducta en ambientes educativos y es por eso que aquí sólo enumeraremos aquellos aspectos que creemos importantes para la práctica educacional y dirigida a los agentes educativos. González-Pienda (1990), citando a Douglas y Peters (1979), afirma que, frente a la idea tradicional de que los niños hiperactivos no responden a los premios ni a los castigos, y utilizando parámetros de refuerzo (parcial versus continuo, contingente versus no contingente, positivo versus negativo, etc.), concluyeron que: a) Tanto el refuerzo positivo como el negativo son eficaces en situaciones concretas para mejorar tareas en estos niños. b) Algunos programas de refuerzo pueden provocar efectos colaterales que son poco controlables o previsibles, pudiendo generar respuestas de agresión, inhibición, huida o empeorar el tratamiento. c) Un feedback consistente y positivo puede incrementar la impulsividad de la respuesta. d) La ausencia de castigo, cuando se produce una transgresión, aumenta la 37 posibilidad de que se repita la conducta transgresora. Todo ello hace pensar que la recompensa tiene un rol primordial en la conducta de los sujetos hiperactivos. MÉTODO DE ENTRENAMIENTO A PADRES Uno de los métodos de entrenamiento a padres en técnicas de modificación de conducta que son más utilizados es el que proponen Forenhand y McMahon (1981). El método consta de nueve sesiones que pueden realizarse individualmente o en grupo de varias familias cuando los componentes del grupo son homogéneos en variables tales como edad y nivel educativo de los padres, motivación, edad y severidad del problema del hijo, etc. Solamente, a modo indicativo, se señala el objetivo general de cada una de las sesiones: 1. Delimitación del concepto de hiperactividad. 2. Revisión de la interactividad entre padres e hijos. 3. Concentración y desarrollo de la atención de los padres hacia la conducta del niño. 4. Desarrollo de la obediencia. 5. Uso del time-out para la obediencia. 6. Extensión del time-out a otras conductas. 7. Conductas desobedientes fuera del hogar. 8. Corrección de conductas inadecuadas futuras. 9. Sesión de apoyo. La colaboración de los padres en todo tipo de dificultades escolares, y especialmente en la hiperactividad, es de necesidad absoluta para llevar a buen término cualquier tipo de intervención psicoeducativa de una manera eficaz. 5.4. TÉCNICAS BÁSICAS DE MODIFICACIÓN DE CONDUCTA EN LA HIPERACTIVIDAD 5.4.1. Fase de identificación y evaluación de la conducta 1. Análisis de conductas en términos de excesos-promedios-déficit Excesos: Son aquellas conductas que el niño realiza muy frecuentemente, muy intensamente o en un momento inadecuado. Por tanto, son aquellos comportamientos que ocurren con una frecuencia superior a la que deseamos. 38 Ejemplos: pelearse con los compañeros, ver demasiado tiempo la televisión, manifestar rabietas injustificadas, preguntar cosas no relevantes en clase con demasiada frecuencia, llamar la atención, hacerse notar, etc. Déficit: Aquellos comportamientos que el niño realiza rara vez y que deseamos que ocurran conmayor frecuencia. Ejemplos: hacer los deberes, jugar con los compañeros, acabar la tarea a tiempo, lavarse los dientes sin que se lo recuerden, etc. Promedios: Son conductas apropiadas que observamos en el niño el suficiente número de veces. Es evidente que los promedios no constituyen nunca un problema de comportamiento. Ejemplos: participar adecuadamente en las clases, leer tebeos o libros en horas de ocio, etc. Encuadrar las conductas que el chico presenta es de vital importancia, no ya por la necesaria distinción entre exceso o déficit de la conducta que nos ocupa, que nos hará tomar una determinada decisión en cuanto a la intervención a llevar a cabo, sino también para la no menos necesaria identificación de los comportamientos promedio, que nos ayudará, por un lado, a evaluar de forma objetiva el problema, así como proporcionar un camino anexo de actuación; esto es, muchas veces fomentar lo que el niño hace bien nos allana el camino para corregir aquello que deseamos cambiar, o nos indica qué vía debemos seguir para crear un comportamiento. 2. Definición de la conducta problema Una vez identificado y analizado el repertorio comportamental del niño en su totalidad, se nos plantea la necesidad de definir la conducta problema. Una forma habitual de definir lo que un niño hace es lo que podemos llamar etiquetado y que podemos describirlo como la asimilación a un concepto conocido con anterioridad, adscribiéndolo a una categoría más o menos acertadamente; por ejemplo, decimos de un niño que ha salido a su abuelo o que es hiperactivo o disléxico. Los problemas del etiquetado son: a) Se concibe la conducta como algo inalterable, per se. El niño acaba pensando que su forma de comportarse está determinada por factores que él no puede controlar. Así es improbable que el chico intente alterar su conducta, es decir, se le predispone a una falta de motivación para solucionar el problema. b) Se cometen errores por generalización. Al emitir este tipo de definiciones, olvidamos que, sin duda, el niño tendrá cualidades positivas en las que apoyarnos para cambiar su forma de comportarse. 39 Otra forma que usamos habitualmente para definir los problemas es lo que podemos llamar explicaciones simplistas. Es lo que hacemos cuando decimos cosas como le falta cariño o está sobreprotegido por su madre. Los problemas aquí se pueden encontrar en que: — Son demasiado imprecisas; provocan una falta de acuerdo sobre lo que quieren decir. Ejemplo: es difícil llegar a un consenso en lo que es demasiada, adecuada o poca protección en la educación de un niño. Por supuesto, todos sabemos de lo que estamos hablando, pero, cuando intentamos trasladarlo a la práctica, encontramos una falta de consenso y con que lo que para algunos de nosotros es cariño de sobra será absolutamente insuficiente para otros. — Al carecer de precisión, no nos ofrecen elementos objetivos en los que apoyarnos para intentar cambiar la conducta. Un problema común a los dos tipos anteriores de definiciones (etiquetado y explicaciones simplistas) es que consideran al niño como un individuo que tiene el problema pero sin relacionarlo con el ambiente y la situación social que le rodea, hecho que desperdicia otro campo sobre el que se puede incidir a la hora de producir cambios en la conducta de los niños. Por lo tanto, la definición del problema debe ser una descripción clara de lo que el niño hace, a quién lo hace, cómo, dónde y cuándo lo hace. Esta definición debe permitir establecer formas de medir o cuantificar esa conducta. Ejemplo: así, en lugar de afirmar «Juanito es agresivo», debemos decir que «Juan (quién) tira del pelo y da puñetazos (qué) fuertes (cómo) a las niñas (a quién) en el colegio (dónde) durante el recreo (cuándo)». La ventaja de este tipo de definiciones es que nos permite medir/evaluar la conducta. 3. Importancia y formas de evaluar la conducta Entre las razones de la importancia de evaluar la conducta destacamos las siguientes: 1. Las conductas perturbadoras producen un impacto emocional que nos hace sobrevalorarlas y pensar que ocurren más de lo que lo hacen en realidad. Ejemplo: enfrentamiento con un adulto. 2. Otro tipo de conductas (timidez, obsesiones) no son molestas en casa ni en el colegio y, por lo tanto, son subvaloradas. 3. La medición/evaluación de los comportamientos permite conocer en qué nivel se encuentran en la actualidad, lo que, a su vez, nos permitirá saber si nuestra intervención tiene éxito. En cuanto a la forma en como llevar a cabo la evaluación de la conducta, es necesario tener en cuenta lo siguiente: 40 1. Se debe realizar la observación a la misma hora del día, o en el mismo período de la clase, para evitar que la variación producida por el sueño, cansancio, aburrimiento, etc., nos lleve a pensar que la conducta está mejorando o empeorando sin ser cierto. 2. La observación y la medición de la conducta habrá de realizarse de una forma u otra dependiendo de la conducta que se trate. Para ello se utilizan hojas de registro (véase modelo en el Anexo I). Las hojas de registro deben ser confeccionadas en función del tipo de comportamiento, esto es, cada alumno, cada comportamiento, cada situación debe ser tratada como si fuese única. Ejemplo: Carlos abandona su puesto frecuentemente en clase y se pasea con diferentes pretextos. Se puede utilizar un reloj que emita una señal cada hora observando nosotros si, en los siguientes 5 minutos al pitido, el alumno se levanta o no, apuntándolo en nuestra hoja de registro. 3. Se procurará en su hoja de registro cada vez que aparece la conducta. Si intenta llevar la cuenta de memoria, acabará sin duda dando números aproximados que corresponderán más a sus expectativas previas que al comportamiento real. 4. Se deberá intentar que el alumno no note que se le está observando ya que, si lo sabe, puede alterar su conducta. 5. La duración del período de observación estará en función del tipo de conducta que se trate. Si la conducta es de una frecuencia muy alta, será suficiente observar durante dos o tres días. Por el contrario, si la frecuencia es baja, hará falta más tiempo, incluso semanas. Como orientación general podemos decir que un período de observación de una o dos semanas suele ser adecuado en gran cantidad de conductas. Como hemos indicado, el tipo utilizado de medición/evaluación de la conducta será función de ésta, aunque podemos citar las formas más usadas: a) Frecuencia: es el número de veces que ocurre la conducta problema. Podemos, por ejemplo, apuntar el número de veces que un niño molesta a cualquiera de los alumnos que se sientan cerca de él o ella. b) Duración: es el tiempo transcurrido mientras se emite la conducta, y puede ser expresado en segundos, minutos u horas. Así, podemos medir el tiempo que tarda un niño en levantarse de su asiento o el que tarda en hacer un número determinado de restas de tres cifras. c) Intensidad: es una forma de medir que permite cuantificar en cierta forma la fuerza de una conducta. La intensidad puede ser expresada de diversas formas, pero la más utilizada es la medición de porcentajes. Si medimos el porcentaje de interacciones que acaban en comportamientos agresivos de un niño con sus compañeros de equipo, tendremos una estimación de la intensidad de su agresividad con ellos. d) Muestra de tiempo: realmente es una variación de los anteriores tipos de medida, pero aquí le concedemos una importancia similar a ellos ya que es frecuentemente usada en el contexto escolar, por su utilidad para establecer 41 mediciones dentro de las clases. Se trata de medir el número de veces (frecuencia), el tiempo de conducta emitida (duración) o el porcentaje de tiempo dedicado a la conducta (intensidad) en un intervalo de tiempo previamente establecido. Por ejemplo, podemos apuntar el número de veces que un niño está levantado en los 10 primeros minutos de cada clase. 4. Análisis situacional: Antecedentes-Conducta-Consecuente (ACC) Tras observar y evaluar la conducta, podemos pasar a hacer el análisis
Compartir