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Infancias contemporáneas. Retos educativos Encarna Medel Prólogo de Segundo Moyano Directores de la colección: Segundo Moyano, Jordi Planella Diseño de la colección: Editorial UOC Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano Primera edición en lengua castellana: febrero 2016 Primera edición en formato digital: marzo 2016 © Encarna Medel, del texto © Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL) de esta edición, 2016 Rambla del Poblenou, 156, 08018 Barcelona http://www.editorialuoc.com Realización editorial: Oberta UOC Publishing, SL ISBN: 978-84-9116-243-8 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright. http://www.editorialuoc.com Autora Encarna Medel Educadora social. Coordinadora de Política Social del Ayunta- miento de Rubí. Consultora del Grado en Educación Social de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Miembro del Grup de Recerca en Educació Social (GRES). Experiencia como edu- cadora y directora en Centros Residenciales de Acción Educa- tiva, y como formadora y supervisora de equipos. Autora de diversas publicaciones. 7 Índice PRÓLOGO 11 ALGUNAS CLAVES PARA PENSAR. El lugar del niño hoy, el lugar del adulto hoy 17 Autorizarse a ser adulto 21 Las figuras de autoridad 24 ACTUALIDAD Y NUEVAS FORMAS DE SOCIALIZACIÓN 29 El tiempo y la tiranía del presente 32 Los lugares para el lazo social 35 Formas actuales de desamparo 37 Un primer cierre que abre... 43 LAS INSTITUCIONES Y LOS ESCENARIOS PARA LAS INFANCIAS 45 Los niños «problema» 46 Tratamiento de la diversidad 55 8 EL ENCARGO A LOS EDUCADORES SOCIALES. Un análisis desde el marco de los servicios sociales 65 Traducir el encargo en clave pedagógica 70 Trabajar con las infancias en situación de dificultad. Un análisis crítico en relación con el riesgo y el desamparo 72 El trabajo con las familias 80 EL TRABAJO INTERDISCIPLINAR. El encuentro con el psicoanálisis, una oportunidad para la educación 87 El límite de lo posible, del sujeto ideal al sujeto de la educación 88 Nada es lo que parece 92 EL TRABAJO EDUCATIVO CON LAS INFANCIAS 95 La educación como lugar de acogida 98 La educación como espacio de seguridad 103 La educación y los vínculos con la cultura 107 La educación como una oportunidad de experiencias 111 El saber en la escena educativa 116 PROPUESTAS DE TRABAJO CON LAS INFANCIAS 125 Espacios para la simbolización y el lenguaje 128 Espacios para el juego 129 9 Espacios para la participación 131 Espacios para el arte y la cultura 132 Bibliografía 135 11 PRÓLOGO Pensar las infancias hoy: una cuestión de compromisos Infancias y compromisos. Plurales en un mundo singular. Dos palabras, dos conceptos que vienen a atravesar algo más que un manual al uso. Avanzar al- go del texto que sostiene en sus manos es una tarea compleja y, posiblemente, innecesaria. El propósito, entonces, se sitúa más bien en torno a promover al- guna pequeña obertura que corrobore la elección de su lectura. El trayecto que se inició con la modernidad incor- poró la consideración de la infancia con un estatuto propio, si bien este definía la infancia de manera va- ga y sucinta, limitando su papel al de preparación pa- ra la vida adulta. Sin apartar este supuesto, ha lugar para dirigir la mirada hacia otras cuestiones relacio- nadas con la infancia. Así, el siglo XX ha ido inscri- biendo particularidades en relación con los lugares y 12 los tiempos de la infancia. Sin embargo, sigue exis- tiendo una infancia invisible: aquella que forma parte de las estadísticas, aquella que pone en evidencia los malestares sociales y que, pocas veces, se asocia a la educación. Más bien se incorporan a los «planes de gestión de perfiles poblacionales»1, eufemismo para definir la segregación de las infancias que no están incorporadas a lo social. Son estas infancias el núcleo central de este libro: su educación y su futuro. El lector podrá comprobar que Encarna Medel decide apostar, desde el compromiso, por el traba- jo educativo de todas las infancias. Y lo hace desde un lugar actualmente complejo: el de educadora de servicios sociales de base de un municipio barcelo- nés. Apostar supone también desafiar y, por supues- to, arriesgar. En cuestiones educativas, invoca el he- cho de poder asumir los riesgos que conlleva esa ar- dua tarea. En tiempos de inmediatez, de fracciones de segundo, Encarna invita al reposo que supone la relectura de los aportes pedagógicos, a construir el 1. La «gestión de perfiles poblacionales» viene a indicar ciertas pro- puestas de trabajo social y educativo que tienden a clasificar a las in- fancias en función de características sociales, psicológicas o educativas. Ponemos como ejemplo (a ampliar en siguientes capítulos) la utiliza- ción de menores como aquellos niños que, por diversas circunstancias, recorren los circuitos de protección; o bien los nees para denominar a aquellos niños con «necesidades educativas especiales». Estos perfiles poblacionales suponen el borrado de las particularidades de los suje- tos, haciendo sustanciales sus características y tratados en bloque en función de ellas. 13 andamio que permita, al menos, la posibilidad de pre- pararnos ante los futuros inciertos: lo viejo nos es necesario para construir algo del orden de lo nuevo. Las lógicas del consumo inmediato han llegado a la educación; las respuestas inmediatas, sin pensar, se valoran como cualidades de los educadores, los con- tenidos desechables, vanos y fútiles (para las mayo- rías) cotizan en un mercado educativo cada vez más en alza (para las minorías). Por todo esto, y por el compromiso contraído con la pedagogía, su interés está en conseguir un texto que huya de ello. Y lo con- sigue. Y con ello, ambos creemos humildemente que la educación gana. Como decía, las promesas de la modernidad in- cluían en un lugar destacado a la educación. Esta, como apuesta social, necesita un constante ir y ve- nir que le otorgue lugar en la vida social. Después de una larga «ida», llega el momento de una suerte de «vuelta», de retorno de la consideración pedagó- gica de la educación. Por ello, «esta pre-ocupación por una pedagogía, o por pedagogías en plural, que no se presentan como lo ya escrito, sino como “lo dándose” y construido colectivamente, es una invita- ción a retomar un concepto portador de sentidos y prácticas. El trabajo de la educación, que es el trabajo de las culturas, el trabajo de transmisión, el trabajo de descubrimiento, el trabajo psíquico de elaboración de conflictos sociocognitivos y rupturas epistemoló- 14 gicas, requiere una pedagogía que no se resigne, que no ignore sus pasados y ofrezca futuros»2. Hasta aquí, la parte correspondiente al interés por suscitar. Sin embargo, me gustaría detenerme tam- bién en señalar el recorrido previo de este libro. Des- de hace ya muchos años me honro en compartir in- quietudes, trabajo, colaboración y amistad con En- carna Medel. Todo ello en el marco de una pre-ocu- pación constante por la educación de las infancias. Nos unen recorridos personales, profesionales e in- telectuales. Hemos compartido y seguimos compar- tiendo lugares de producción, lugares de resistencia ante las lógicas hegemónicas de protección a las in- fancias. La idea de posibilitar un libro de estas carac- terísticas en una colección como la de «Laboratorio de Educación Social» proviene, precisamente, de ese largo compartir. Los tiempos para detenerse y escri- bir, en esta profesión, son escasos. Aun así, Encarna los ha construido, los ha permitido. No sin dificul- tades, no sin posposiciones, aunque siempre con la convicción de que, más tarde o más temprano, el tex- to vería la luz. Sin duda, además, se trata de un tex- to necesario para hacer emerger un debate excesiva- mente difuminado en la actualidad. Hablar de educa-ción y de infancias parece tema habitual y recurren- te, y pese a ello, la superficialidad, la banalidad y la 2. Prólogo de Graciela Frigerio en el libro de I. Dussel y M. Caruso La invención del aula. Una genealogía de las formas de enseñar, Buenos Aires, Santillana, 1999. 15 poca rigurosidad en su tratamiento requiere de la in- troducción de otras perspectivas de acción y pensa- miento. Así, el compromiso pedagógico, ético y po- lítico de la autora, en términos de protección a las infancias, está presente en cada uno de los capítulos. A partir de este momento, la lectura atenta les va a introducir en la necesidad de continuar replanteando el trabajo educativo con niños en diferentes institu- ciones, territorios y prácticas. Segundo Moyano Julio de 2015 17 ALGUNAS CLAVES PARA PENSAR. El lugar del niño hoy, el lugar del adulto hoy Todos hemos perdido a nuestros hijos, a nuestros chicos, para nosotros es como si todos los chicos de América hubieran muerto. Véanlos violentos en las calles, comatosos en los centros comerciales, hipnotizados delante de la TV. En el correr de mi existencia, si algo ha pasado de terrible, es que nos han secuestrado a nuestros hijos (Rosenbaum, 1991). Pensar las infancias3 en la actualidad implica en- contrar las claves de lectura que nos permitan acer- carnos a ellas con una mirada amplia, ayudándonos a entender algo de lo que pasa en esa etapa para poder ocupar el lugar que como adultos nos corresponde. Pensar las infancias de hoy nos convoca a una aven- tura compleja para adentrarnos en un territorio des- conocido, en el que anhelamos una suerte de brúju- 3. Tomaremos el concepto en plural para no encerrar a todos los niños en una sola categoría y así dar cuenta de las numerosas maneras posi- bles de transitar por esta etapa de la vida. 18 la para poderlo recorrer. En el presente trabajo, me propongo transitar los territorios de las infancias ac- tuales a partir de algunas orientaciones que podemos construir con la colaboración de otros: los otros de la experiencia, de los libros, de la conversación... Otros que me han permitido ir armando las señales nece- sarias para orientarme como educadora confrontada con la difícil y apasionante tarea de participar en la educación de las infancias. Leer las infancias implica repensar lo que ya co- nocemos de ellas y hacer el esfuerzo de inscribirlo en la época actual, con sus paradojas y dificultades. La infancia, pues, como una etapa de grandes opor- tunidades y experiencias pero con vivencias comple- jas, porque crecer constituye un tiempo de renuncias, de separaciones, de miedos y forzamientos a la hora de adaptarnos a contextos de exigencias múltiples. El psicoanálisis rompe con el mito de la infancia como la edad de la felicidad y la inocencia, y es a partir de los descubrimientos de Freud que somos conocedores de las tensiones psíquicas de los niños en el trabajo de renuncia a los instintos primarios, de los esfuerzos que deben hacer para entrar en el mundo civilizado. Vemos, entonces, que el niño paga un precio por el acceso al mundo, y que, según la época y la cultura en que se produce su nacimiento, y el lugar que ocupe y cómo sea el desarrollo de su vida, los derroteros que tomará serán bien diferentes. Leer las infancias en clave de actualidad implica ser conocedor, en la medida de lo posible, de los cam- 19 bios que se suceden tanto en ellas como en el mundo que les da la bienvenida. Implica tener claves de lec- tura para provocar una mirada con cierta perspecti- va, para descifrar los diversos modos en que el mun- do contemporáneo las aloja. Esto equivale a separar- se de lo vertiginoso del día a día, de las prisas y del implacable encargo de dar respuestas rápidas y efica- ces, para poder pensar e inventar respuestas desde la complejidad de cada acto. En este sentido, nos podemos preguntar sobre el lugar que el niño ocupa en la contemporaneidad. Sa- bemos sobre la historia de la infancia4 y sus avatares a lo largo de los siglos y cómo este lugar ha ido varian- do, cómo ha cambiado el valor atribuido por el otro adulto según las significaciones y las producciones discursivas de cada momento histórico. Esto abarca desde el niño de la Edad Media, usado como fuerza de trabajo, pasando por el niño del siglo XIX que se reconoce como sujeto de pleno derecho (derecho a gozar de una familia, de asistir a la escuela...), hasta el niño de hoy, perteneciente a una época caracteri- zada por modalidades más flexibles de crianza, por los cambios en las formas de socialización y en la re- lación con las figuras de autoridad. Podemos pensar que todas estas variables afectan a la relación del ni- ño con el mundo y, al mismo tiempo, nos interpelan 4. Para ampliar la información sobre la infancia y el lugar que ha ocupa- do en función del contexto histórico, sugiero consultar la bibliografía de estos autores: Philippe Ariès, Giorgio Agamben y Lloyd de Mause. 20 en la medida en que nos invitan a pensar en nuestra responsabilidad como adultos y como agentes de so- cialización. El niño contemporáneo nos sorprende, a diferen- cia del niño de otras épocas, en esta tendencia a ocu- par el lugar de objeto ideal, con frecuencia sobrepro- tegido en una suerte de burbuja que lo aleje de todo sufrimiento y frustración; es así el modo en que ope- ra la permisividad como rasgo de la actualidad, como muestra de lo que, como adultos, tenemos dificultad para afrontar. En este sentido, podemos considerar la paradoja en la que, en pleno siglo de los derechos del niño, y cuando este emerge como centro de la escena fami- liar, la figura del «niño-rey» tiene su reverso en el «ni- ño-víctima», que a menudo queda desprotegido por la propia desorientación de los adultos, recibiendo respuestas inadecuadas por el lugar vacío que deja la función educativa. Por todo ello, uno de los principales retos que nos deberíamos proponer consiste en preguntarnos có- mo ocupar el lugar de adultos para ayudar al niño a sa- lir de la omnipotencia, para que pueda comprender que su deseo no hace ley, que choca con la existencia de los demás y que va a tener que aceptar salir de sí mismo para poder crecer y formarse como sujeto. 21 Autorizarse a ser adulto Porque el ogro es aquel que tanto nos quiere que nos come, y nosotros los humanos nunca vamos a resolver la cuestión de saber cómo amar tanto a alguien sin comérnoslo, o cómo que alguien nos ame tanto pero sin que se nos coma. ¿Cómo amar a alguien sin privarlo de su libertad? Todas estas cuestiones no las ha resuelto nadie y lo mejor es pensar que nadie las resuelva, porque no habría más literatura, no habría más cine, no habría nada más Meirieu, 2004. Numerosos estudios han valorado el impacto de la crisis de autoridad en niños y adolescentes y sus procesos educativos. Su indisciplina se atribuye a una serie de causas que abarcan desde la falta de autori- dad docente, el laissez-faire de las nuevas corrientes pedagógicas, la falta de presencia de los progenito- res, la influencia de los medios de comunicación, etc. En numerosos espacios, vemos cómo, ante el diag- nóstico de la indisciplina, se propone la restitución de la autoridad a partir de prácticas que rozan el au- toritarismo, con el objetivo de imponer una discipli- na que sustituya la autoridad perdida. En este senti- do, podemos constatar diferentes formas de conten- ción, algunas de ella tradicionales, como los castigos disciplinarios, y otras más contemporáneas, como la contención química; así, vemos el modo en que se su- ministran fármacos de forma abusiva como forma de regular comportamientos. Actualmente, también podemos considerar la contención hipnótica, produci- 22 da por diversos dispositivos virtuales que tienen un efecto de desconexión en relación con el entorno di- recto del niño (Meirieu, 2007). Si nos detenemos en la referente a los sistemas disciplinarios, podemos remitirnos al análisis y los re- cursos conceptuales elaborados por Foucault, princi- palmente, en Vigilar y castigar (2012): discursos y prác-ticas de dominación que nos advierten acerca de las funciones de disciplinar y normalizar propias de las instituciones educativas. El poder disciplinar cumple así una función normalizadora, dado que en la escue- la no solo se transmiten conocimientos, sino que se forman personas y se producen cierto tipo de sub- jetividades. Las tecnologías disciplinarias son indivi- dualizadoras y están centradas en los cuerpos de los individuos para hacerlos dóciles. De esta manera, la disciplina reúne el ejercicio del poder y la construc- ción del saber en la organización del tiempo y del es- pacio, de modo que se faciliten formas constantes de vigilancia y evaluación. En suma, la disciplina es un tipo de poder, un modo de ejercer el poder. Así, la autoridad se confunde con la fuerza o con la violen- cia (Carli, 2005). Con frecuencia, nos encontramos ante la lógica de intentar transformar al sujeto a par- tir de un ideal preestablecido introduciendo elemen- tos externos que forzarán procesos de cambio. Esta operación reside en el imaginario de muchos profe- sionales que, sin quererlo, adoptan posiciones tota- litarias y homogeneizadoras. Núñez (2010) concep- tualiza las diversas posiciones que tomamos frente al 23 acto educativo, y denomina la mencionada como una posición que se sostiene en la lógica del todo, que puede tener dos caras bien diferentes; de un lado, la posibilidad del todo es posible. En ella, subyace la ilusión de poder transformar al sujeto en todo lo que hace obstáculo a lo que consideramos el ideal de norma- lidad, insistimos en cambiar aquello que surge como diferente, como disruptivo, como molesto... En estos posicionamientos, nuestra dificultad más importante radica en aceptar la parte del sujeto que no es edu- cable, que no es transformable por más presión que ejerzamos. La otra cara de la moneda es el discurso del profesional que se sostiene en el nada es posible. En estos posicionamientos subyace la idea de que el su- jeto es responsable de sus actos y debemos dejar las cuotas de libertad necesarias para su desarrollo. En estas corrientes, el límite aparece como nocivo en la medida en que coarta las posibilidades de desarrollo del sujeto. Cuando el sujeto se desregula, obviamente por la falta de un sistema que contenga su impulsivi- dad, aparece la tendencia a culpabilizarlo y a utilizar métodos disciplinarios o farmacológicos. Una tercera propuesta de la autora es la que puede constituir una pista en el desarrollo de nuestro traba- jo: la tercera hipótesis que desarrolla Núñez y se sos- tiene en la lógica del no todo, que implica aceptar los límites de la educación pero que, al mismo tiem- po, propone un modo de canalizar su socializar a tra- vés de los elementos culturales. 24 Las figuras de autoridad La modernidad sólida era el mundo de los legisladores, creadores de rutinas, mundo de autoridades; líderes que sabían lo que era mejor y maestros que enseñaban a seguir adelante. La modernidad líquida no ha abolido las au- toridades creadoras de ley, sino que ha permitido que coexistan pero sin que mantengan su potestad durante demasiado tiempo. Cuando las autoridades son muchas tienden a cancelarse entre sí, y la única autoridad posible es la de quien debe elegir entre ellas (Bauman, 2002, pág. 26). Algo de lo nuevo de ser adulto hoy reside en la di- ficultad para tener una orientación a la hora de educar las infancias, viviendo así en una suerte de confusión que habitualmente nos abruma y nos convoca a pre- guntarnos si las decisiones que tomamos son las ade- cuadas. Quizás no se trata de plantearlo en estos tér- minos, sino en forma de desafíos para analizar la cau- sa de tales dificultades y, en consecuencia, repensar las referencias que nos pueden guiar. Nos encontra- mos inmersos en un mundo que no se deja pensar con las viejas representaciones (Duschatzky, 2001), perdiendo las referencias para pensar qué modalidades de res- puesta debemos proponer ante las contingencias en la relación con las infancias. Las referencias de nues- tros padres, de cómo nos educaron, se vuelven cadu- cas o simplemente no nos sirven porque los cambios sociales se han precipitado a un ritmo espectacular. Ningún padre puede buscar entre sus recuerdos pa- ra preguntarse a qué edad puede comprar a su hijo 25 un teléfono móvil, los usos de las tecnologías y sus límites. No disponemos de modelos anteriores que nos indiquen cómo hacerlo; no existen manuales de cómo educar las infancias5 y qué respuestas articular ante cuestiones inéditas que se nos plantean en el día a día. Bauman (2002), a partir de los estudios sobre la modernidad líquida en la época actual, sitúa las difi- cultades del individuo para ubicarse en un mundo ca- rente de soportes sólidos, dibujando una nueva reali- dad en la que los contornos de los lugares de cada sujeto están desdibujados. Leernos como adultos im- plica investigar sobre los aspectos que se han modifi- cado en relación con el lugar que como adultos ocu- pamos y, en consecuencia, con la función que debe- mos desplegar. Algunos de los aspectos alterados tienen que ver con la relación del adulto con el saber y el conocimiento. Los cambios en los modos de acceso a la información han alterado la relación que, históricamente, se sos- tenía en una asimetría de saber. Es decir, en la ac- tualidad, son patentes las dificultades de los adultos en relación con el acceso a la información, en rela- ción con la posibilidad de anticipar acontecimientos, o en la caducidad de un saber que se vuelve anacró- nico por el imperativo de una sociedad que nos pi- de renovación y cambio de forma estrepitosa. Todas 5. Sabemos de la proliferación de protocolos y manuales al uso, pero en este libro nos preguntamos por su validez. 26 ellas constituyen invitaciones a las infancias a perci- bir nuestro saber como algo inútil y anacrónico. La lógica del acceso a la información altera la relación de autoridad que, en otros tiempos, se instituía en la asimetría de saber. El educador era portador de un conocimiento que le atribuía una autoridad ante un sujeto que se ubicaba como aprendiz. Actualmente, los niños tienen un acceso a la información más efec- tivo y directo que muchos adultos, y se producen fe- nómenos que generan confusión e indiferenciación en las funciones. Tales cambios debemos pensarlos en clave de los efectos que tienen en la relación edu- cativa. Beichmar (2009, pág. 19) dice que la «función paterna6 como lugar de construcción de legalidades se asienta en la asimetría de saber y poder entre el ni- ño y el adulto, y la responsabilidad que esta asimetría impone al adulto en relación con la transmisión de una ley de cultura». Tal dificultad tiene efectos en la pérdida de autoridad, tan necesaria para ser una figu- ra capaz de ejercer influencia en los procesos de so- cialización de las infancias. Sin lugar a dudas, nuestra brújula apunta hacia una nueva orientación: 6. Se debe entender como función que desarrolla el psicoanálisis para dar cuenta de la necesidad de límites a la parte pulsional del individuo y que puede ser encarnada por diversas figuras. 27 se trata de que el adulto se constituya como pun- to de anclaje que permita regular y orientar la ex- periencia de un sujeto. Para ello, es importante que tomemos como pun- to de partida la necesidad de autorizarnos a ejercer influencia, a tomar cada acto en nombre propio y con la determinación que requiere no ceder ante las iner- cias actuales. 29 ACTUALIDAD Y NUEVAS FORMAS DE SOCIALIZACIÓN La publicidad, el conjunto de los medios de comunicación, reducen al individuo a la condición de consumidor, y el consumidor es aquel que está en estado de regresión infantil. El motor de la economía es el capricho, es la pulsión de compra, como dicen los psicoanalistas. El motor de nuestras sociedades es justamente eso, de las cuales un educador debe liberar al chico. Nosotros debemos enseñar a los chicos que sus deseos no son órdenes (Meirieu, 2007). Hasta aquí, hemos analizado una de las paradojas del siglo de losniños como un momento histórico en que se crean diversos modos de desprotección por la caída de los adultos como sostenes fundamentales de su proceso de socialización. Ahora, vamos a penetrar en lo paradojal que todo ello es, desde el punto de vista del lazo social y, más concretamente, del víncu- lo educativo. Tendremos que pensar la actualidad co- mo un momento histórico de eclosión de derechos y, al mismo tiempo, como un momento de experiencia infantil de pobreza por la sustitución de los objetos 30 culturales por los objetos de consumo. Así podemos hablar de «la mercantilización de los bienes y servi- cios de la infancia [...] mercantilización como proceso que cuestiona la capacidad de la esfera cultural y vin- cula la infancia a la esfera del consumo» (Carli, 2006, pág. 72). Esta cuestión es clave, en la medida en que tiene consecuencias en la posición que adopta el niño en el vínculo social. La diferencia radica en situarse como sujeto activo que participa de su proceso de socialización, o bien ocupar el lugar de objeto pasi- vo, receptor de múltiples estímulos pero con pocas opciones de hacer experiencia7. Con frecuencia, hablamos de los niños de hoy co- mo aquellos que no saben dar valor a las cosas, que se cansan de los juguetes, que sustituyen sus objetos de forma permanente. En realidad, podemos pensar en cómo están atrapados en la tiranía del mercado, que les pone en una permanente situación de demanda y consumo compulsivo de objetos, estableciendo rela- ciones con múltiples artefactos que transforman su subjetividad, así como su modo de pensar, de jugar, de simbolizar, de desear... Sandra Leopold (2010), haciendo referencia a unos estudios realizados por Viviana Minzi sobre la representación de los niños en la publicidad y los pro- ductos que esta difunde para sus pequeños destina- 7. Este concepto es importante en la medida en que da cuenta del proceso de apropiación que hace el sujeto en los lugares de circulación social. Lo trabajaremos a fondo en el capítulo 5. 31 tarios, afirma que tanto el mercado como los medios de comunicación se consolidan como nuevos agen- tes de socialización. La publicidad, en tanto agente discursivo del mercado, asume una de sus mayores misiones. Ya no solo se dedica a promocionar pro- ductos sino que, además, su misión es modelar al ni- ño que consume (op. cit.). El mercado como agente de socialización, y el niño como cliente, produce com- plejidad en los procesos de socialización, en la medi- da en que exceden los vínculos con los agentes tradi- cionales de socialización (familia, escuela...), promo- viéndose vinculaciones con nuevos agentes (medios, internet, mercado...). Pero ¿qué significa que el mercado transforma los procesos de socialización de los niños y su subjeti- vidad? El mercado y los objetos que pone a disposi- ción de los niños se configuran como agentes cons- tructores de subjetividad al promover un estatuto de consumidor en el niño, el cual queda ubicado en una posición pasiva, esto es, como receptor de constantes estímulos que maneja y procesa desde un saber per- ceptivo. El saber comprensivo va siendo reemplaza- do por un saber perceptivo, y esta sustitución cambia radicalmente la relación del niño con el mundo y, más concretamente, con cualquier proceso educativo. La lectura de imágenes reemplaza la lectura de textos, y el niño acaba exigiendo al texto escrito la misma co- nexión directa que a otros soportes (Corea, 2004). El pensamiento de base perceptiva dispone así de una base operatoria que no requiere de la conciencia, y si 32 esta interviene, lo que hace es entorpecer y dificultar las acciones. El pensamiento demora la acción, por lo que los niños son capaces de interpretar de forma ágil el funcionamiento de un videojuego sin seguir ningún manual de instrucciones. En suma, la eficacia está más ligada a la velocidad que al pensamiento. En consecuencia, el mercado como agente de socialización dificulta las relaciones entre el niño y la cultura, en la medida en que las ofertas de consu- mo toman un carácter más pragmático y más digeri- ble con menos esfuerzo. El sujeto consumidor sus- tituye así al sujeto ciudadano, inscribiéndose en las coordenadas de lo inmediato y de la satisfacción que el mercado le ofrece como ilusión, fuera de las coor- denadas de la ley, del tiempo histórico y del vínculo (Duschatzky, 2001). En este nuevo contexto de socialización podemos considerar una cierta transformación de las coorde- nadas del tiempo y del espacio, proponiendo a las infancias otros modos de lazo social. El tiempo y la tiranía del presente Renunciar al porvenir es la tentación de la modernidad, la de instalarse en el presente, en la inmediatez, en el todo y rápido, en el «nuestros deseos son órdenes», en la organización del mundo en el corto plazo, sin un relato del día siguiente, sin un fututo posible (Meirieu, 2004, pág. 75). 33 Como hemos visto, existir fuera de las coordena- das del tiempo histórico implica dar la espalda al pa- sado, pero también al futuro. Asistimos a la tiranía del presente continuo, viendo aparecer en los niños una dificultad manifiesta para someterse a un cierto apla- zamiento de sus satisfacciones y para tolerar la frus- tración de la espera. Vemos en estas consideraciones la relación existente entre tiempo y acto, es decir, có- mo la relación de muchos niños con el tiempo, en su dimensión inmediata, desregula sus conductas y difi- culta sus procesos de socialización. Ubieto (2013), en sus propuestas sobre el TDAH, se refiere a la noción de tiempo en la actualidad al considerarlo como contexto en el que se produce un empuje a los niños a desarrollar mecanismos de «res- puesta con el cuerpo». Se trata de respuestas en sin- tonía con la época; respuestas que marcan una moda- lidad de vínculo que habla de una dificultad creciente de la palabra como elemento regulador. En otras palabras, el precio a pagar por vivir en un presente continuo es la abolición del pasado y las consecuencias que esto tiene para los niños y adoles- centes. «Una de las dificultades que hoy encontramos, y que se hace presente en las conversaciones con los adolescentes, es que asistimos a una especie de aboli- ción de la memoria histórica. No solo en el plano so- cial, sino en el plano subjetivo. Es decir, no queremos saber del pasado y sobre todo no queremos saber de las causas. Queremos vivir en una especie de hicet nunc 34 (aquí y ahora) olvidando todas las adherencias al pa- sado como si esto fuera un lastre que nos condiciona [...] El pasado es aquello del ideal que no acabó de realizarse y que cada generación retoma como pro- yecto al cual añade su estilo, pero se hace un poco heredero de esa tradición» (Ubieto, 2012, pág. 82). Desde el campo de la educación, deberíamos to- mar nota del precio que pagamos por erradicar las marcas del pasado y la trascendencia que ello toma, en la medida en que dificulta sobremanera la posibi- lidad de construir proyectos de futuro8. Para pensar la educación de las infancias, hay que considerar este aspecto como fundamental. Silvia Bleichmar (2005) trabaja en torno al malestar de los individuos en las coordenadas históricas actuales y afirma que una de las principales fuentes de sufrimiento está, más que en la cuota que cada sujeto paga para incluirse en la comunidad humana9, en la profunda mutación histó- rica sufrida en los últimos años, que deja a cada suje- 8. Pawlikowski, en su última película, Ida (2014), esboza un sensible retrato de mujeres que en este caso representan al mismo tiempo dos maneras de afrontar el pasado y el presente. Ida personifica una juven- tud encerrada tras el muro de silencio que ha levantado el catolicismo para evitar afrontar los horrores del nazismo; la protagonista pierde a sus padres cuando es un bebé y vive toda su vida en un hospicio reli- gioso. Su pasado no le es revelado hasta el encuentro con un familiar. Es interesante el trabajo del cineasta para dar cuenta de los efectos de la aniquilación del pasado. 9. Como tesis principalque sostiene el malestar en la civilización en el ingreso del individuo en la cultura (Freud, 1992c). 35 to despojado de un proyecto transcendente que po- sibilite la disminución del malestar estructural. Veamos, entonces, una nueva orientación: es de suma importancia dibujar futuros para nuestras infancias, acompañar a los niños en un proceso en el que el anudamiento de pasado y presente permita la construcción de un cierto porvenir. La educación puede constituir una oportunidad para representar un futuro que no esté deter- minado de antemano. A contracorriente de los tiempos de hoy, podemos mirar hacia el horizon- te e imaginar un mundo para los chicos. Meirieu (2006). Los lugares para el lazo social Si pretendemos pensar las infancias y adolescen- cias desde la posibilidad de, por así decirlo, hacer la- zo, de promover múltiples formas de encuentro, nos topamos con un nuevo obstáculo propio de la actua- lidad: el creciente individualismo que altera las for- mas de relación. Y es que los territorios de relación de los chicos de hoy son, por excelencia, los virtuales; 36 territorios que trascienden las fronteras del tiempo y del espacio e incorporan otra lógica en las estructu- ras relacionales. Gus Van Sant, en su película Paranoid Park (2007), nos muestra, a través de una historia particular, una de las paradojas del lazo social en la actualidad: cómo el creciente individualismo garante de libertades pue- de dejar al sujeto en la soledad más absoluta, deam- bulando, errante, sin lugares de anclaje y sujeción. Alex, un joven de dieciséis años, vive en un perma- nente tránsito hacia ningún lugar. No se vincula de forma sólida a nada, ni a la escuela, ni a su novia, ni a su familia. Parece un mero espectador de su vida, en la que es incapaz de armar ningún relato. A este respecto, Augé (1992) hace referencia a los no lugares como lugares de tránsito en los que predo- mina la inmediatez y la transitoriedad. Lugares por los que el sujeto pasa sin anudar nada. De esta mane- ra, los no lugares constituyen aquellos espacios pen- sados con fines de pasaje, espacios en los que los in- dividuos que transitan, más que establecer relación con objetos y sujetos, establecen relación con un tex- to pronunciado por una instancia institucional. Ese texto se dirige de forma prescriptiva, informativa; se trata de una comunicación que se dirige a todos de la misma manera, sin tener en cuenta lo particular de cada sujeto; en suma, textos formados por palabras que tienden a homogeneizar todo. Así, el sujeto pa- sa por estos espacios sin desarrollar una experiencia singular. 37 Por otro lado, encontramos una nueva pista en nuestra particular búsqueda. La tensión entre lugar y no lugar nos interpela a los educadores, en la medida en que nos obliga a definir qué trabajo proponemos para que algo de la experiencia del sujeto pueda surgir, algo del anclaje a pesar la fluidez, algo del proyecto a pe- sar de la discontinuidad de la época... Formas actuales de desamparo Castel (2004) propone que uno de los rasgos más preocupantes de la exclusión social que afecta hoy a los individuos es la ruptura del vínculo; llama a esto desafiliación, y analiza sus efectos en la pérdida de inscripción del sujeto en estructuras portadoras de sentido. La falta de sentido puede afectar a la estruc- tura identitaria del individuo, incluso situándolo en una dimensión de profunda vulnerabilidad. A partir de las aportaciones de Castel, podemos pensar la relación existente entre vínculo social, desde la construcción de sentido que cada individuo realiza en su relación con el mundo, y el desamparo en el que 38 puede quedar atrapado, a pesar de que sus necesida- des básicas estén cubiertas. Desde esta perspectiva, podemos considerar el desamparo desde un prisma amplio, teniendo en cuenta tanto los factores objetivos como las viven- cias subjetivas de cada individuo, así como los efec- tos en los procesos de simbolización y vinculación social. Alicia Abal (2010) define el desamparo como un estado en el cual el sujeto puede entrar cuando se ve confrontado a una situación que irrumpe y ante la que no puede dar respuesta: «En estas circunstan- cias, lo que falta no es solo el relato sino la experien- cia como acontecimiento comprensible. Desligadura de lo simbólico que deja lo que resulta inabordable fuera del acto de narración para sí mismo y para los otros» (Abal, 2010, pág. 48). Walter Benjamin (1936), en El narrador, habla del dolor de pensar ante experiencias que dejan sin pa- labras, pues hay circunstancias en las que el horror anula la capacidad de construir relato. Esta cuestión afecta profundamente a la posibilidad de circulación de los sujetos, en especial por la puesta en acto de los aspectos que no se pueden simbolizar. En el campo de las infancias y adolescencias, ve- mos chicos que, frente a exigencias externas, respon- den con actos de huida, violencia o diversos modos 39 de rechazo ante la imposibilidad de articular una res- puesta que pase por registros simbólicos10. La dificultad en el lazo social de niños y adoles- centes favorece que se busquen soluciones que dejan al otro al margen, como maneras de calmar la angus- tia que supone dirigirse al otro: «La relación con los tóxicos o los gadgets modernos son soluciones que, se- gún el uso que hagamos, dejan al sujeto aislado, con el alivio de no confrontarse con el otro» (Ubieto, 2012, pág. 84). En este sentido, resulta preocupante el vacío que dejamos como adultos y el vacío que deja la educa- ción; vacío que viene a ser ocupado por los objetos del mercado. Vemos un buen ejemplo de ello en la película Elephant (2012); en ella, Gus Van Sant nos muestra una sociedad vacía e individualista, donde los valores han perdido su sustancia, donde no hay espacio para la conversación y, mucho menos, para la reflexión. Una sociedad en la que la muerte es una es- pecie de diversión y donde mientras unos jóvenes pa- san sus horas de ocio manipulando sus joysticks frente al monitor, la madre (en un plano donde su rostro es expresamente mutilado) se va al trabajo y los deja en casa, en manos de su juego preferido. En el desenla- ce, vemos la masacre que provocan los protagonistas, sin saber apenas distinguir entre el videojuego y la vi- 10. Entender el registro simbólico que permite al sujeto encontrar mo- dos diversos de expresión; a través de la palabra, la expresión plástica, el juego... 40 da real. El film no muestra la violencia como reivin- dicación, locura o venganza, sino la violencia como extensión de la virtualidad en la realidad, el modo en que la violencia viene a ocupar un lugar vacío en el abandono de los adultos educadores. Vemos en este ejemplo los efectos, llevados al lí- mite, de quedarse al margen del otro, de pérdida de vínculo social y educativo que provoca que niños y adolescentes se queden aislados. Están, aparente- mente, hiperconectados, pero la cruda realidad es que se encuentran abandonados a la suerte de los dispo- sitivos que les brinda el mercado. la convocatoria a los educadores en el trabajo con las infancias, en la actualidad, nos plantea el reto de apostar por un trabajo creativo de cons- trucción de significados, de narrativas que per- mitan al sujeto incorporar la cultura y sus valo- res. El intercambio como forma de estar presen- te y poner en juego la conversación, la crítica, la reflexión, el pensamiento..., es decir, ofertar lu- gares que permitan que el sujeto vaya adquirien- do elementos simbólicos a través de los que en- contrar otros modos de vínculo social. Podemos ilustrarlo a través de un ejemplo. Hasna, en su entrada a la escuela en el ciclo de educación in- 41 fantil, se presentó con grandes dificultades de comu- nicación y relación social. Mostraba una pobre adqui- sición del lenguaje y una baja tolerancia a la frustra- ción, con rabietas continuas y rechazando el acerca- miento de los demás. La escuela observó comporta- mientos muy primarios, con una tendencia frecuente a la impulsividad y, en poco tiempo,se realizó un dic- tamen de necesidades educativas especiales, deriván- dose a la USEE11 y al CDIAP12. La madre se mos- traba muy preocupada por la niña, extremadamente nerviosa en las entrevistas en las que refería, de for- ma recurrente, su preocupación por la falta de recur- sos económicos y la pérdida inminente de la vivienda familiar. En una primera etapa, el CDIAP realiza una hipótesis de posible déficit en el desarrollo que deriva de un trastorno de espectro autista. Aun así, sorpren- de la capacidad de aprendizaje de Hasna ya que, en poco tiempo, adquiere vocabulario e incorpora con- ceptos que le permiten encontrar ciertas vías de ex- presión. Va configurando un vínculo con la psicólo- ga del CDIAP y la educadora de la USEE, figuras que emergen para Hasna como verdaderos referen- tes. Tales espacios constituyen para ella espacios de acogida y seguridad. Aprende a hablar, ampliando su vocabulario, a la vez que empieza a utilizar el dibujo como forma de expresión. Le gustan todas las activi- 11. USEE: Unidad de Soporte a la Educación Especial. 12. CDIAP: Centro de Desarrollo Infantil y Atención Precoz. 42 dades de tipo artístico y manual, y reclama a su pro- fesora pinturas y ceras cuando acaba las actividades. En poco tiempo, empieza a manifestar su rechazo por ir a casa, llorando cada vez que su madre la va a buscar a la escuela o cuando se despide de la psi- cóloga del CDIAP. Es en este espacio en el que Has- na empieza a hacer dibujos de monstruos de forma reiterada. Cuando la psicóloga le pregunta al respec- to, habla de un monstruo que «hace pupa», «pupa a la mama». A partir de entonces, la madre puede hablar de una situación grave de malos tratos y violencia en casa. En el caso de Hasna, se ve claramente la impor- tancia de ofrecer al niño elementos simbólicos para construir un relato, que permiten un trabajo de construcción de significados a partir del he- cho de que el sujeto pueda encontrar lugares de acogida, adquirir aprendizajes que amplíen su ca- pacidad simbólica y encontrar referentes en los que confiar. 43 Un primer cierre que abre... A partir de las aportaciones anteriores, en las que hemos señalado algunos de los obstáculos que nos presenta la difícil tarea de educar las infancias en la época actual, también hemos podido encontrar algu- nas pistas para orientarnos en la espesura de un terri- torio complejo. Una primera conclusión nos invita a pensar cómo la educación social debe abrirse camino en el campo de las infancias y adolescencias de forma sumamente cuidadosa, teniendo en cuenta que, fun- damentalmente, su función bascula entre dos ejes, la apuesta de futuro y el vínculo social. Las dificultades están servidas y suponen ir a con- tracorriente de la inercia de la época, pero quizás no se trata tanto de ir al encuentro de algo sino iniciar una búsqueda y acompañar al sujeto; sostener una búsqueda desde un deseo de transformación, de vin- culaciones nuevas, diversas, dejándonos sorprender por lo que pueda aparecer. Se trata de un marco de época en el que no estamos del todo actualizados, pe- ro es precisamente a partir de ese desfase y anacro- nismo que podemos ser más capaces de aferrarnos a nuestro tiempo, ya que «solo se puede llamar con- temporáneo quien no se deja cegar por la luz del siglo y consigue separar la parte de sombra... La oscuridad no es una experiencia anónima; el contemporáneo es quien percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y que no para de interpelarlo, algo 44 que, más que ninguna otra luz, se dirige directamente y singularmente» (Agamben, 2008, pág. 13). Ahora, más que nunca, debemos asumir las pa- radojas, las incertidumbres y las contradicciones de una época que nos invita a arrastrarnos en la inmediatez, en los fluidos, en la inconsisten- cia y la ceguera por el exceso de luz... y, al mis- mo tiempo, nos convoca más que nunca a traba- jar por sentirnos concernidos y hacer propues- tas que anuden con otros tiempos, que den lu- gar a relatos. Cabe pensar la educación contem- poránea como aquella que rompe las vértebras del tiempo y hace de esta fractura un lugar de encuentro entre lo viejo y lo nuevo, entre lo tra- dicional y lo actual. 45 LAS INSTITUCIONES Y LOS ESCENARIOS PARA LAS INFANCIAS El concepto escenario lo podemos interpretar en una doble acepción: por un lado, el escenario puede constituir un lugar para alojarnos y, por el otro, un lugar en el que algo se pone en escena. Los escenarios para las infancias son diversos, aunque la escuela aparece como escenario por exce- lencia dado que en él los chicos ponen en escena as- pectos múltiples: académicos, relacionales, conduc- tuales... La cuestión que nos podemos formular es si estos escenarios cumplen la función de alojar a todas las infancias actuales. La puesta en escena de conductas de niños y ado- lescentes en la actualidad choca, directamente, con la dificultad que muestran algunas de las instituciones de la posmodernidad para alojarlos. Los niños que se resisten a ser dóciles con las exigencias externas son enviados a los espacios de «lo social». Espacios que esconden significados múltiples de exclusión y 46 pobreza pero cuyos contornos son difusos en la me- dida en que atienden todo lo nombrado como «pro- blema». Los niños «problema» – Abuelo, ¿por qué la bruja se come a los hombres? – No se los come. Esa leyenda ha salido del pueblo. Karabá nunca lo haría. Cuanto más miedo tiene la gente, más poderosa se hace ella y más creen en su maldad. Pero la bruja no hizo nada. – ¿Por qué todos piensan que es mala? – Lleva clavada una espina en su columna vertebral. Una espina envenenada y sufre mucho. Esa espina es la que le da el poder. Kirikú y la bruja (1998). Película dirigida por Michel Oulot. La película de dibujos animados a la que se aca- ba de aludir está basada en un cuento del África oc- cidental. En la primera escena, un bebé habla desde el vientre de su madre. Así comienza la bella histo- ria de un niño muy pequeño, pero inteligente y va- liente. Su madre le explicará muy pronto que la bru- ja Karabá, capaz de grandes maleficios, ha secado la fuente del poblado y ha devorado prácticamente a to- 47 dos los hombres que han querido combatir con ella. El pequeño Kirikú emprende un viaje lleno de pe- ligros y aventuras hasta la Montaña Prohibida, don- de su abuelo, el Sabio de la Montaña, que conoce a Karabá y sus misterios, le descubrirá el secreto de su maldad. Kirikú no se conforma con aceptar la cruel- dad de la bruja, quiere saber más, de modo que pone en duda la etiqueta o el estigma que todos sus veci- nos aceptan sin más y opta por cuestionar lo eviden- te, por convertirlo en un enigma y, en consecuencia, iniciar una búsqueda que le ayude a entender lo que sucede en su poblado. Este ejemplo cinematográfico nos puede servir a los profesionales de «lo social» para detenernos a re- flexionar acerca de los atributos que acompañan a los niños y adolescentes que atendemos. Con frecuencia, recibimos numerosas demandas de familias, escuelas o juzgados para intervenir en situaciones donde apa- recen comportamientos desregulados y que se aca- ban categorizando como antisociales, disruptivos, in- adaptados, etc.; niños y adolescentes que desbordan el límite en el que pueden ser alojados y que se hacen expulsar de los diferentes espacios pensados para su socialización. Las tendencias actuales se basan en cosificar el problema en el niño, como si se tratara de un rasgo que le pertenece, eludiendo lo que se pone en juego en la relación del niño con el entorno. Las tendencias a la patologización con diagnósticos cajón de sastre (trastornos de conducta, TDAH, trastorno adaptati- 48 vo...), o la criminalización, están a la orden del día, y es así como numerosas dificultades de orden educa- tivo se acaban resolviendo en los juzgados. Estamos ante niños y adolescentes que, de forma reiterada, son, además de expulsados de los espacios pensados para su socialización, como se acaba de de- cir, segregados en espacios «especialesde exclusión»; niños y adolescentes que se mueven a partir de una carga identitaria estigmatizarte. Vemos en el trabajo de supervisión13 cómo se hacen castigar de forma in- consciente, pues el castigo ocupa un lugar relacional en sintonía con su historia, en torno a una identidad fijada: el niño «malo» será el niño «rechazado». En este sentido, el castigo provoca que se cristalice su posición identitaria y se hace necesario pensar otros modos de respuesta. «Muchos de los niños que se muestran excesiva- mente nerviosos tienen en su configuración psico- lógica una expectativa de persecución [...] Por lo ge- neral, se les persigue realmente. Casi podría decirse que a veces logran crear matones entre sus compañe- ros» (Winnicott, 1986, pág. 46), provocando así, con su conducta, formas de respuesta en línea con sus 13. La supervisión es un espacio del que disponemos los equipos para analizar las dificultades de la práctica con un profesional externo. Se trata de un espacio de trabajo que promueve el encuentro entre disci- plinas y que permite la formulación de hipótesis y reflexiones allí don- de el trabajo social y educativo se encuentra con un límite, una dificul- tad o una pregunta. 49 dificultades, reafirmándolas. De forma inconsciente, convocan al otro al castigo14 y, desde el trabajo edu- cativo, hay que poder pensar respuestas que permi- tan un corte a todo ello, evitando que queden identi- ficados a los atributos que les acompañen. También tenemos el caso opuesto: niños vícti- mas de sobreprotección –protegidos del mundo ex- terior–, casi secuestrados por los adultos, que no les permiten separarse, sometidos a una ausencia de lí- mites y de exigencia que lleva, indefectiblemente, a una experiencia de fracaso social. En el primer supuesto, encontramos niños difíci- les, incansables y agotadores que encuentran el cas- tigo como respuesta; castigo que les conduce a iden- tificarse con el lugar de «malos», provocando más necesidad de castigo. En el segundo caso, los niños víctimas buscan el refugio de sus progenitores como respuesta, lo cual, a su vez, se traduce en más fraca- so social y este en más necesidad de protección. Y así, en ambos casos, producimos una serie infinita en la que trabajamos sin querer hasta cristalizar las di- ficultades de estas infancias y adolescencias. Desde el trabajo educativo, es importante situar la lógica de 14. Esta cuestión es sumamente recurrente en niños y adolescentes con problemas de conducta. En el trabajo de supervisión de casos con psi- coanalistas, esta consideración aparece con frecuencia para dar cuenta de la dificultad de muchos menores para separarse de su historia. Son niños que buscan en los adultos las formas de respuesta que han en- contrado a lo largo de su vida. 50 inscribir la problemática del sujeto en un marco más amplio. Winnicott, en sus trabajos con los niños eva- cuados de la Segunda Guerra Mundial, observó que muchas conductas de los niños, tales como los robos, las explosiones, el absentismo escolar, la incontinen- cia fecal, denominadas por el autor como conductas antisociales, constituían síntomas que carecían de valor diagnóstico y solo revelaban angustia derivada de si- tuaciones de verdadera deprivación. Así, el hecho de tener en cuenta la conducta del niño en el marco de una relación abre una vía de expresión de algo que no funciona. Con frecuencia, la conducta antisocial se revela como una búsqueda, y es desde la educa- ción que se pueden ofrecer los medios para que el niño pueda encontrar vías de expresión socialmente posibles. Tales conductas pueden constituir un indi- cio positivo para que el niño trabaje a favor de su proceso de socialización. Tal y como expresa Winni- cott (1986, pág. 101): «Los niños experimentan para poner a prueba a los adultos, para verificar hasta qué punto el adulto responde. Estos signos constituyen un paso adelante. La primera etapa de un sentimien- to de seguridad. En cambio, muchos niños, que pa- san totalmente desapercibidos y se inhiben a la ho- ra de expresar sus deseos o dificultades [...] nos dan muestras de un profundo sentimiento de inseguridad a veces originado por la falta de un adulto consisten- te». A su vez, y en el sentido señalado, Ubieto sitúa, en relación con el análisis de la conducta del niño diagnosticado de TDAH, como la forma de conduc- 51 ta antisocial por excelencia en la contemporaneidad, en la que «el actuar del niño nos incluye, es un actuar sin palabras pero no sin el otro» (2014, pág. 14). Mu- chos de estos niños, fuera del marco donde se juega el vínculo, no actúan de forma hiperactiva. Por ejem- plo, se ha demostrado que en tareas que son de su interés, por ejemplo, muestran una hiperatención en la concentración en los videojuegos. Si nos atenemos a las aportaciones de estos au- tores, podemos aproximarnos a la hipótesis de que los rasgos relacionados con la conducta antisocial no pertenecen al niño, sino que hay que interpretarlos en el marco del vínculo social como elemento orga- nizador. Desde esta perspectiva, es importante con- siderar el papel de la educación y los elementos que desde esta se pueden introducir, justamente para no hacer crónicas las dificultades del sujeto, en una suer- te de repetición en la medida en que respondemos al lugar que nos convoca y fijamos cada vez más su problemática. 52 Si la definición del niño problema emerge como efecto de un discurso, será nuestra propia posi- ción ante el acto educativo la que permitirá la emergencia de nuevas significaciones; y al mis- mo tiempo, será decisiva para producir efectos de promoción de los sujetos, o bien, de fijación de sus dificultades. Podemos, de esta manera, pensar que en muchas ocasiones los trastornos se pueden gestar en el pro- pio acto educativo, y aquí deberemos interrogarnos sobre las condiciones que los precipitan. En este sen- tido, y con la finalidad de no culpabilizar a los suje- tos, deberíamos trabajar en el eje de las diversas res- ponsabilidades en juego. Es fundamental la interpre- tación que hagamos como profesionales, así como sentirnos concernidos e interpelados por lo que el niño nos transmite, algo muy diferente a las tendencias al uso en las que los adultos nos quedamos fuera, alu- diendo a una problemática que se inscribe en el niño en forma de rasgo de personalidad, o bien de pato- logía. 53 Marc, de dos años y medio, diagnosticado de autismo, llega a Ser- vicios Sociales derivado por el CDIAP. La causa radica en que los padres están desbordados ante la conducta de su hijo. La madre repite de forma recurrente que no puede con su hijo, que la so- brepasa cada vez más, refiriendo ideas suicidas. Ante la situación que desborda, nos piden que desde Servicios Sociales atendamos a la familia. La madre refiere que Marc requiere vigilancia perma- nente, no puede dejarlo solo porque no deja de moverse y poner- se en riesgo de forma continua: golpeándose la cabeza o tirando los objetos que encuentra. Marc no responde a las indicaciones verbales y no habla, solo se comunica señalando los objetos que le interesan. Por la noche, se despierta repetidas veces y necesita el contacto físico, por lo que la madre no puede descansar. Ve en su hijo una verdadera amenaza. La madre se muestra extremada- mente nerviosa y todo su discurso gira en torno a quejarse de su hijo por todo lo que le hace. Desde SSB proponemos el apoyo de una trabajadora familiar unas horas a la semana y orientamos a la familia para que inscriban a Marc en una guardería algunas horas al día. La entrada en la guardería permite que Marc pueda empe- zar a estructurar algunas rutinas, a responder a algunas órdenes, a sostener la espera ante algunas demandas. En poco tiempo, em- pieza a conectar con la maestra y se muestra menos hiperactivo. Sigue algunas indicaciones, aunque las mantiene en el corto plazo. La escuela pide a la familia que empiece a regular algunas pautas educativas. Vemos en la historia de Marc un fenómeno fre- cuente donde, en nombre de la etiqueta diagnóstica, justificamos todoslos comportamientos del niño. En 54 el caso de Marc, cualquier manifestación tiene para los padres una explicación en su patología, renun- ciando estos a ejercer influencia en relación con cier- tas pautas de comportamiento. La renuncia a ejercer la responsabilidad, a pesar de no tener las respuestas previstas, es una cuestión de época. Leandro de Lajonquière (2000) justifica la difícil tarea del educador para trabajar resistiéndose a los efectos de los discursos actuales, que impregnan los protocolos de actuación. El autor analiza cómo el carácter hegemónico del discurso psicopedagógi- co invade las prácticas educativas y, en muchos casos, comporta la renuncia a la educación. En este senti- do, ajustar la educación a un supuesto estado natu- ral de las capacidades de los sujetos implica la renun- cia al acto educativo y a la promesa de futuro que es- te comporta para cada sujeto, optando en ocasiones por interpretaciones de marcado corte psicológico: trastornos de comportamiento, trastornos adaptati- vos, trastornos de déficit de atención e hiperactivi- dad, trastorno negativista... A los educadores, las ten- dencias actuales nos invitan a separar los síntomas de estos chicos del contexto en el que se producen, y a considerar el problema como una naturaleza exterior al acto educativo. Convicción que conlleva la dimi- sión de padres, educadores y maestros ante la consi- deración de que el niño tiene inscrito el problema en su personalidad y, por lo tanto, este es ajeno al mun- do simbólico que le rodea. Y es así como perdemos la confianza en la educación, «y entonces es cuando 55 el padre no sabe y el educador no sabe, y pregunta al psicólogo como garante y en última instancia este al neurólogo y así sucesivamente [...] y en esta histo- ria nadie está dispuesto a soportar que sabe poco, o sea, que no sabiendo todo hay un no-poco que igno- ra» (Lajonquière, 2000, pág. 58). Como «profesionales debemos hacer un trabajo de desnaturalizar los rasgos propios de los dis- cursos sociales. Revertir creencias generalizadas y apostar por una construcción que instaure el saber y la palabra como herramientas capaces de generar transformaciones» (Arias, 2006, pág. 72). Tratamiento de la diversidad ¿En qué puede contribuir la educación para construir un sentido heterogéneo y a la vez compartido, en relación con múltiples entornos sociales? (Miranda, 2011). ¿Cómo introducir lo singular de cada sujeto sin perder de vista lo general que ha de operar como marco de referencia? Fuimos requeridos como SSB para intervenir con unos muchachos de origen magrebí, los cuales se 56 acercaban a diario a un centro juvenil que organiza actividades culturales y recreativas para jóvenes. Las actividades allí son diversas, pero acostumbran a con- vocar a chicos que siguen un proceso académico re- glado y con intereses culturales diversos. El aumento creciente de chicos inmigrantes que acudían a pasar las tardes al recinto desborda las previsiones de los profesionales y solicitan intervención a los Servicios Sociales. ¿Qué claves de pensamiento oculta esta llamada? ¿Se trata de jóvenes con motivaciones, problemas, in- quietudes diversas, diferentes a las del prototipo de joven que acude de forma habitual a hacer talleres de hip-hop, grafitis, teatro, serigrafía...? ¿Por qué motivo somos convocados desde los Servicios Sociales para atender a un solo grupo de chicos? El rasgo que aparece como distintivo respec- to a los otros jóvenes es el origen magrebí. Podemos interpretar que, más allá de los intereses particulares de cada chico en relación con las posibles actividades a realizar, hay algo que les hace diferentes al resto, un rasgo común con significaciones más ligadas a su origen. Podemos interpretar el discurso que subyace en este tipo de derivaciones. Las instituciones están or- ganizadas a partir de un orden discursivo y, desde es- te, es interesante ver qué lugar le dan al sujeto, cómo entienden su diferencia y qué tratamiento le dispen- san (Tizio, 2002, pág. 86). Podemos pensar también en la idea que subyace en los posicionamientos del 57 caso expuesto; ideas que enmascaran posiciones po- líticas en nombre de finalidades de inserción. En el marco de las políticas neoliberales, los Servicios So- ciales somos recursos imprescindibles para controlar el resto. El resto da cuenta de la eficacia y éxito de las políticas (Frigerio, 2008). Pensar el resto implica pensar lo que queda fuera, lo que el sistema no pue- de alojar porque se le hace poco soportable su dife- rencia. Las políticas actuales, con la generación de recur- sos para dar respuesta a necesidades plurales, han fragmentado las intervenciones poniendo a disposi- ción numerosos recursos por los que circulan los su- jetos según el tipo de dificultad catalogada: UEE15, UEC16 o USEE17 son algunos de los dispositivos pensados para atender a chicos que no responden a lo que se espera de ellos en un marco de trabajo ho- mogeneizador. En ellos, se atienden las diferencias que hacen que algunos chicos salgan de la norma por diferentes causas: por dificultades en el conocimien- to de la lengua, por problemas de conducta, por di- ficultades adaptativas, de aprendizaje... Tales sistemas de atención educativa cuentan con la participación de numerosos profesionales que tie- nen como objetivo facilitar la adaptación de niños y adolescentes a la dinámica escolar. Pero, al mismo 15. Unidad de escolarización externa. 16. Unidad de escolarización compartida. 17. Unidad soporte a la educación especial. 58 tiempo, podemos contemplar algunos de los riesgos que suponen tanto en el abordaje de los profesiona- les como en los efectos que produce en los chicos. En primer lugar, y desde la perspectiva de la aten- ción de los profesionales, se produce el riesgo de pér- dida de la globalidad del caso. En muchas ocasio- nes, los chicos son atendidos en diversos lugares, por numerosos especialistas, y cada uno de ellos hace su aportación sin que se articule una propuesta global en la que opere la lógica del caso, se establezca una hipótesis consensuada y unos objetivos según la es- pecificidad de cada disciplina o función profesional. Otra cuestión que nos debería preocupar es cómo, con frecuencia, el paso por espacios especiales pro- duce en los niños y adolescentes un efecto de iden- tificación con el lugar de excluido. Vemos que, por algunos de los resultados, estos lugares que, en su origen, están pensados para paliar diferencias, no hacen más que reforzarlas. Un punto importante es considerar el modo en que cada niño se interpreta o se lee en el dispositivo. Un buen ejemplo de esto es el que plantea Lidia Ramírez (2003) respecto a un niño que, en un lapsus determinado, dijo que iba al «aula de retraso» en lugar de decir que iba al «aula de refuerzo». O el caso de un adolescente al que propu- sieron para la UAC por sus problemas conductuales y se enfrentó a los profesores refiriendo que no era «un tonto». Los niños y adolescentes reconocen, en estos lugares, su diferencia leída en términos peyora- tivos. Lugares en los que se resta más que se suma, 59 vinculándolos a lugares en los que a menudo se fija una identidad negativa. En este sentido, Pié (2013) refiere cómo algunos sujetos con problemas de salud mental no encuentran un lugar identitario positivo en las instituciones para alojarse (UCA, UEE, cen- tros de menores), que constituyen lugares de encie- rro en los que son encasillados a partir de estigmas como «loco», «delincuente», «tonto»... Sin embargo, con frecuencia, ellos buscan otros lugares identita- rios, de carácter positivo. Su lugar identitario positivo se sitúa en los márgenes que los alojan sin atributos estigmatizadores: casa okupa, la plaza de los indignados, artistas de la calle... Adquieren una identidad ligada a la transgresión, la rebeldía, la oposición, la producción; algo que, para el sujeto, no es estigmatizador, sino que cobra un valor social diferente. Otro riesgo que debemos considerar consiste en la naturalización del problemapor parte de los profesionales. Las dificultades de muchos niños y adolescentes acaban teniendo un carácter de norma- lidad y se inscriben en su ser como funcionamiento único, como si no se pudiera esperar nada más. Recuerdo el caso de dos hermanos gemelos; estaban escolarizados y mostraban serias dificultades de conducta, que iban en aumento a medida que se hacían mayores, manifestando actos disruptivos con frecuencia. La madre vivía las llamadas de la escuela como una manifestación de rechazo hacia sus hijos y ella misma lo interpre- taba en clave de discriminación racial. Después de finalizar el ter- cer curso en la escuela primaria, la familia valoró un cambio de 60 centro escolar. Dicho cambio supuso un cambio importante en el vínculo que los dos niños establecieron con el entorno educativo. Recuerdo las primeras comisiones sociales18 en el nuevo centro, donde se refería una conducta totalmente diferente por parte de los niños y no consideraba ningún problema más allá del bajo nivel de aprendizaje. ¿Qué cambio se produjo que acabó modificando la interpretación de la conducta de los chicos? Segu- ramente, lo podemos atribuir a diversas causas, pero lo que me interesa aquí destacar es lo que descubrí al cabo de un tiempo y que tiene que ver con las diver- sas representaciones que cada una de las dos escuelas realizaba de los niños. Mientras la primera escuela los mostraba como sujetos difíciles de contener, que se confrontaban constantemente con las exigencias ex- ternas, en la segunda daban una imagen totalmente opuesta, mostrándose colaboradores y educados. Mi perplejidad era tal que no podía dar crédito a lo que sucedía, hasta que en una de las comisiones sociales, la directora de la escuela mencionó que los chicos funcionaban muy bien «para el problema que tenían». La acogida en la escuela había estado marcada por una representación de los chicos en torno a su défi- cit (entre problemáticos y limitados intelectualmen- te), de tal manera que las exigencias del nuevo con- 18. Las comisiones sociales son las reuniones que Servicios Sociales es- tablece de forma periódica con las escuelas para realizar el seguimiento de los niños atendidos en nuestro servicio. 61 texto educativo estaban alineadas con tal representa- ción; podían salir y entrar de la clase, realizar activi- dades paralelas o ayudar a los profesores cuando no pudieran o quisieran trabajar. Cierto es que, en la pri- mera escuela, las exigencias provocaban numerosas situaciones de crisis, pero el problema que podemos situar en la segunda escuela tiene que ver con la falta de expectativas y exigencias. ¿Qué puede aprender un niño en un contexto en el que no se espera mucho de él?; ¿en el que lo que opera como normalidad es que los niños no funcionen con el rendimiento esperado? En SSB advertimos con mucha frecuencia el caso de un gran número de chicos que no están aprendien- do los contenidos curriculares que les corresponden, según su curso escolar, con adaptaciones en forma de proyecto individual y, en consecuencia con una im- portante reducción en el nivel de exigencia. El ries- go de normalizar y naturalizar las dificultades impi- de poner la mirada en otras posibilidades de futuro, sumándose los déficits de aprendizaje a otras moda- lidades de desprotección sufridas a lo largo de su vi- da. Algunos profesionales disculpan la falta de rendi- miento y trabajo en nombre de las situaciones adver- sas que padecen y deciden trabajar más por la cober- tura emocional que por la exigencia académica. Un trabajo importante de los educadores, en los espacios de conversación con diversos profesionales, es poner en valor la importancia de la relación del sujeto con la cultura y los aprendizajes para que pueda enfrentarse 62 al mundo y sus exigencias con el máximo de herra- mientas posibles. Y, por último, un riesgo al que nos enfrentamos, cuando separamos a los chicos en lugares específi- cos, es la externalización del problema, eludiendo la responsabilidad de todas las partes participantes en las escenas educativas. Pensemos, como ejemplo, en los problemas de violencia entre los jóvenes, el llama- do bullying, que emerge con fuerza en los escenarios de las infancias y las adolescencias. Si tomamos pers- pectiva, podemos considerar que siempre han existi- do en las dinámicas grupales (los «matones», los chi- cos con rasgos más débiles, y los que hacen la función de espectador pasivo). Lo que ha cambiado, en la ac- tualidad, son las formas de pensar y abordar este tipo de problemas, etiquetándolos de un modo que invita a la intervención especializada. Nombrar este tipo de conductas con categorías, etiquetarlos, implica darles un estatuto diferente y apartarlos del lugar en el que emergen como dificultad; por ejemplo, en los casos de bullying, con frecuencia, el problema se traslada a los especialistas en mediación de los centros escola- res. Esto implica el riesgo de que se acabe perdiendo entre métodos y especialistas. De esta manera, chicos y educadores quedan fuera de la escena, dejando en manos de procedimientos de mediación la supuesta solución, obstaculizando así la posibilidad de que el educador ponga un límite y trabaje en la construcción de una dialéctica diferente en el propio contexto en que se produce el conflicto. Esta cuestión es funda- 63 mental, ya que abordarlo como parte de un proceso que no es armónico implica intercambios, tensiones, forzamientos, encuentros y desencuentros múltiples. Cabe entender los problemas como parte de las re- laciones que se ponen en juego en cualquier escena- rio educativo y no darles un estatuto diferenciado, ya que corremos el riesgo de sobredimensionar lo que podemos atender con estrategías como el diálogo, la anticipación, el humor, un límite a tiempo, etc. Así pues, parte del complejo proceso de trabajo que se produce en cualquier contexto educativo consiste en facilitar herramientas que habiliten a los chicos para que afronten, de un modo dife- rente, los conflictos, las relaciones y, en definiti- va, los retos que implica convivir con los otros. La sobredimensión de los problemas provoca que numerosos problemas de tipo educativo que se de- ben resolver en lugares específicos de la infancia (la escuela, el esplai, los parques, la ludotecas...) acaben resolviéndose en los juzgados o en la consulta del psi- quiatra. Nuestra responsabilidad como adultos-edu- cadores es discriminar cuándo estamos hablando de cosas de niños y cuándo estamos hablando de otro tipo de problemáticas. 65 EL ENCARGO A LOS EDUCADORES SOCIALES. Un análisis desde el marco de los servicios sociales Pensar en la función educativa en los Servicios So- ciales nos enfrenta a algunos obstáculos que debe- mos sortear, pensar, atravesar... para que algo de la apertura a un espacio educativo se pueda posibilitar. El solo hecho de pararse a pensar implica ir a contra- corriente de la inercia del dispositivo, que hace difí- cil la posibilidad de poner resistencia y encontrar las coordenadas para la reflexión. La función de los edu- cadores sociales, tanto desde el punto de vista legal como del encargo institucional, está concernida por todos aquellos aspectos que afectan al vínculo social del sujeto y sus posibilidades de circulación. Pero, en el día a día de la práctica, el sentido de la función se diluye, se aplasta e incluso se olvida. La práctica edu- cativa queda colonizada en un flujo de ir y venir de quejas, demandas, urgencias, alarmas, indicadores de riesgo, gestión de recursos, estrategias de control... 66 La tarea del educador en los SSB se inscribe en la narrativa del discurso social (Illouz, 2003). Podemos hablar de un discurso social que genera asistencialis- mo19, dependencia, y que se sostiene en la concep- ción de un sujeto que se define a partir de unos «pro- blemas» que, desde el dispositivo, hay que «resolver», o bien, desde unas «carencias» que, desde el disposi- tivo, hay que «satisfacer». Por tanto, la función de los profesionales de los SSB bascula entre la operativa20 debuscar soluciones y satisfacer necesidades. En este marco, los educadores intentan otorgar un lugar a la tarea de educar, a menudo difícil de ejer- cer y todavía más de conceptualizar21. Como señala un estudio realizado por los SSB del Ayuntamiento de Barcelona, se produce un efecto de desideologi- zación de la práctica, de falta de pensamiento crítico y de marco teórico. En consecuencia, se sustituye el pensar por el actuar, por la tramitación de recursos y 19. Práctica que deriva de una concepción que ubica al destinatario de la ayuda social en la posición de sujeto dependiente, subordinándolo a las directrices que la propia asistencia establece. Se construye un círcu- lo vicioso, pues la ayuda es necesaria para ese sujeto, pero, simultánea- mente, por las condiciones en que se presta, imposibilita que este ejer- za las cotas de autonomía social que el estatuto de ciudadano requiere (Núñez, 2010, pág. 305). 20. Operativa en el sentido de generar acciones concretas que den res- puesta a problemas concretos o la gestión de recursos y prestaciones para cubrir carencias. 21. Podemos afirmar que se desempeña en la mayoría de los servicios, pero hay que analizar lo que se desarrolla en nombre de la educación. 67 por los actos de derivación. La lógica del protocolo se impone y, en consecuencia, nos encontramos ante un sujeto atrapado en las garras del control22 de las instituciones, así como un profesional atrapado en la rutina del protocolo y en el paradigma problema-so- lución (Milner, 2004). Analicemos esta cuestión desde una perspectiva más amplia. La narrativa del discurso social se fun- damenta en la lógica de un sujeto que pierde sus co- nexiones con la cultura. «El yo se ha integrado en las instituciones de la modernidad haciendo que la cul- tura pierda su poder de trascendencia, prevalece el valor de la persona, sus valores, sus emociones, su ca- pacidad para controlar impulsos» (Illiouz, 2010, pág. 35)23. Es de esta manera que nuevos paradigmas de pensamiento penetran en los tejidos de las institucio- nes a través de las políticas sociales, y condicionan plenamente la concepción de sujeto, la función del agente y los contenidos de la acción educativa, pro- 22. Según Foucault, «el poder y su necesidad de control se entrelaza en el tejido social a través de LA CONFESIÓN». En los SSB, el sujeto confiesa sus problemas, sus verdades, su historia... Las historias priva- das se hacen públicas bajo el supuesto de la cultura de los derechos; «el sufrimiento privado se hace público y debe ser públicamente reco- nocido y remediado». 23. Eva Illouz, en La salvación del alma moderna, dice: «El aumento de la visión terapéutica del mundo es un signo de un declive de un dominio autónomo de la cultura y de los valores por parte de los sujetos. Pode- mos hablar de cómo en la época actual la narrativa del discurso social que opera en los SSB se inscribe en las mismas coordenadas». 68 poniéndonos un trabajo más en línea del control y el bienestar de los sujetos, en lugar de un trabajo en el marco de la relación del sujeto con el mundo y la cultura. «El yo se ha retirado dentro de su capara- zón vacío; al hacernos un llamamiento a retirarnos dentro de nosotros mismos, la doctrina terapéutica nos ha hecho abandonar los grandes mundos de la ciudadanía y la política, y no puede proporcionarnos un modo inteligible de conectar el yo privado con la esfera pública, porque ha vaciado al yo de su conte- nido comunitario y político, reemplazándolo por su preocupación narcisista por sí mismo» (Illouz, 2010, pág. 3). Vemos cómo la lógica que invade institucio- nes diversas resta relevancia a la relación del sujeto con la cultura. Abundamos en el caparazón vacío en el que el sujeto debe estar en equilibrio consigo mis- mo, controlar sus impulsos y actuar según unos va- lores morales... Aquí se sostiene el potente encargo de moralización24 que toma la educación social desde sus fundamentos. Existe una paradoja contemporánea sobre el su- jeto que se percibe, al mismo tiempo, «como una víc- tima de las circunstancias sociales y como un único actor y autor de su propia vida» (Illouz, 2010, pág. 236). El cambio llevado a cabo por uno mismo es quizá la fuente principal de valor moral contemporá- neo. La narrativa social explota simultáneamente al 24. Ver, según Medel, los efectos de la moralización en la tarea de los profesionales. 69 sujeto como un usuario (que necesita ser atendido y manejado) y como un consumidor (que posee con- trol sobre sus acciones), es decir, a la vez que el pro- pio sistema de atención le desresponsabiliza, le está culpando de sus acciones. En SSB, es habitual dispo- ner al sujeto de recursos a la carta para atender sus necesidades (eludiendo su responsabilidad) y, al mis- mo tiempo, «castigar» su falta de capacidad de res- puesta ante situaciones esperadas, naturalizando así un sujeto victimizado por el propio dispositivo. El sujeto, por lo tanto, se sustrae de sí mismo para exigir a otro que repare lo que le hace ser sufriente, ubicán- dose en una condición de víctima que toma el valor de una identidad. Es el propio sistema y su discurso el que instala en los sujetos formas de ubicarse; a tra- vés de la narrativa del discurso social, se nos llama a mejorar nuestras vidas prestando atención a nues- tras deficiencias, a nuestro sufrimiento y a nuestras disfunciones. El propio dispositivo dificulta que el sujeto pueda ser responsable de su propio recorrido porque, como tal, promueve su lugar como destinatario pasivo, e impide su toma de posición como actor25. 25. Touraine desarrolla la noción de sujeto en el sentido de actor de su existencia, en contraposición a la noción de usuario pasivo. 70 Traducir el encargo en clave pedagógica A partir del análisis anterior, podemos identifi- car la necesidad de hacer resistencia ante el empuje de las instituciones y abrir otras vías de trabajo. En primer lugar, es importante no identificarnos plena- mente con el encargo, si no queremos acabar hacien- do de meros agentes de control desde una posición colonizada por la narrativa del discurso social. Los encargos institucionales que a menudo reci- bimos los educadores están impregnados de tintes asistenciales o de control; tomar el encargo en cla- ve pedagógica implica realizar un trabajo de traduc- ción: «El encargo es un enigma y como tal no puede ser plenamente revelado. El encargo no es un obje- to sólido, que pueda ser entregado y recibido, es una construcción frágil que debe ser cimentada, arropa- da, sostenida, para que llegue a cuajar» (Roy, 2012, pág. 132). En este sentido, es fundamental que, para que algo del encargo entre en circulación, se generen acciones que lo sostengan. En segundo lugar, el educador ha de tener nece- sidad de una posición epistemológica que implique trabajar desde un ideario y un modelo pedagógico26. Trabajar con y desde modelos pedagógicos va a per- mitir a los educadores introducir los conceptos como 26. En este sentido, son fundamentales: la formación del profesional y los espacios de trabajo para producir discurso pedagógico, la super- visión, las reuniones... 71 categorías de análisis de las escenas educativas que se despliegan en cada institución. Se trata de concep- tos y reflexiones que favorecen una orientación, pe- ro no indican el camino de llegada: «Mientras la re- gla intenta dar la medida a la que hay que ajustarse para que las acciones resulten adecuadas, el principio señala un punto de partida, una base común, que da margen para diversos recorridos. Es la diferencia en- tre un orden y concierto invariante, un estándar, y la orientación de una práctica» (Tizio, 2005). Podemos entender que la regla hace al protocolo y el principio al modelo. A este respecto, podemos interpretar cuá- les de nuestros discursos trabajan para orientar las prácticas y qué hacen para reglamentarlas. Se trata de problematizar los acontecimientos de la práctica: «Problematizar, en la estela abierta por Foucault, no significa polemizar, quejarse, lamentar- se por
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