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García - Hegel, la indiferencia política y la pena de muerte en la antigua Grecia

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© Carlos García (Hamburg) 
Carlos García (Hamburg) 
Hegel, la indiferencia política y la pena de muerte en la antigua Grecia 
 
Me gusta, de vez en cuando, perderme en laberintos en busca de alguna etimología, para com-
probar la veracidad de una anécdota o averiguar el origen de alguna metáfora. Hoy le toca a un 
motivo que últimamente, en estos tiempos de guerra, se cita con fruición en internet: “Los 
lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad 
en tiempos de crisis moral”. Ahondar en ello me llevó por senderos impensados y nuevos para 
mí. No domino ninguno de los temas de que trataré, pero igual arriesgaré alguna hipótesis. 
Quienes suben cosas a internet se copian a menudo unos a otros; el dicho arriba citado se atri-
buye siempre a Dante, pero nunca se aduce alguna fuente concreta. Por mi parte, y aunque no 
soy especialista en Dante, diría que, al menos en esa forma, no parece ser de él, ya que contiene 
un pathos y un vocabulario modernos. 
A primera vista, parece un dicho sensato, y toda la buena gente lo aplaude. Yo mismo considero, 
como Alfred Döblin, que hay que tener una opinión (Ein Kerl muss eine Meinung haben. 
Berichte und Kritiken, 1921-1924). Pero el dicho tiene un grave defecto: viola su propia norma 
y no toma partido. Corolario de ese dictum puede ser por igual unirse a uno u otro grupo. Aun-
que se pretende decisivo, sólo prolonga la falta de elección. 
Para colmo, ha tenido en Argentina un émulo despreciable y tenebroso (aunque este asesino 
muy probablemente nunca leyó ni habría entendido a Dante): el general Manuel Saint-Jean, a 
quien se atribuye esta retahíla de amenazas proferidas en 1976 y puestas en práctica poco des-
pués (cursiva mía): “Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colabo-
radores; después, a los simpatizantes; después, a los indiferentes. Y, por último, a los tímidos”.1 
Claudia Fernández, que presentó en 2021 una excelente nueva traducción anotada de la Com-
media, responde a mi consulta acerca del pasaje anterior, sugiriendo que quien redactó esa frase 
podría haberse basado en una mala comprensión de los versos 22-69 del Canto III del “In-
 
1 Otro militar argentino, menos innoble, aludirá a la consabida obligación de tener que tomar partido al 
responder, en carta de abril de 1928 a Fructuoso Rivera, por qué no se radica en su patria (cursiva mía): 
“Varias [razones] tengo, pero las dos principales son las que me han decidido a privarme del consuelo 
por ahora de estar en mi patria: La primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar 
mi país como particular en tiempos de convulsión sin mezclarme en divisiones” (Arturo Capdevila: El 
pensamiento de San Martín. Buenos Aires: Losada, 1945; Norberto Galasso: Seamos libres y lo demás 
no importa nada. Vida de San Martín. Buenos Aires: Colihue, 2007, 495). 
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fierno”. Allí, Dante asigna a los neutrales un sitio que ocupa el vestíbulo del infierno. Son los 
que vivieron “sanza ’nfamia e sanza lodo”, equiparables a los ángeles que no se adhirieron a 
Lucifer, pero tampoco tomaron partido por Dios. A los pusilánimes los rechaza tanto el cielo 
como el infierno. No alcanzan fama, “misericordia y justicia los desprecian” (III 50). 
Hay más variaciones de ese motivo. Otro amigo, Daniel Attala, me lo recuerda: “La idea (tengo 
entendido) era corriente entre los griegos. En tiempos de guerra civil, el que no entraba en la 
liza (llamado apragmosin) era condenado a muerte y ejecutado”. 
La voz griega apragmosynê significaba, en efecto, inactividad, pasividad, indiferencia, sobre 
todo ante las cosas de la polis. Esta noción concuerda con otra de la misma era, ya que el idiota 
era, en la Antigüedad clásica, aquel que sólo se ocupaba de sus asuntos privados, sin interesarse 
por la res publica. En algunas épocas, la apragmosynê fue considerada una virtud, pero úni-
camente por las clases ociosas. En tiempos de democracia, no era bien visto quien la practicaba, 
aunque la muerte no era, al parecer, el castigo, sino algo peor: el desprecio.2 Tal surge de los 
trabajos de especialistas sobre el tema (Ehrenberg 1947; Dienelt 1953; Nestle 1968, 374-386; 
Carter 1986, que considera la apragmosynê como algo que no condecía con el ser griego, intenta 
dilucidar sus motivos). Según Pericles, por ejemplo, quien no se interesaba en los asuntos de la 
ciudad, no era considerado sólo como apragmón, sino como achreios, es decir: un inútil 
(Tucídides 2, 40, 2). 
En vista de la opinión de esos estudiosos, subsiste la duda acerca de la fuente para la opinión 
sustentada por Hegel, según la cual la apragmosynê se castigaba con la muerte. Attala me 
informa en un segundo correo que el aserto procede del ensayo contra el escepticismo moderno 
y a favor del antiguo que Hegel dedicó a criticar la obra Kritik der theoretischen Philosophie de 
Gottlob Ernst Schulze. En “Verhältnis des Skeptizismus zur Philosophie” (“Relación del escep-
ticismo con la filosofía”, 1802), dice Hegel (1979, 215): 
Auf die politische Apragmosyne zur Zeit, wenn Unruhen im Staate ausbrächen, hatte der athe-
niensische Gesetzgeber den Tod gesetzt; die philosophische Apragmosyne, für sich nicht Partei zu 
ergreifen, sondern zum voraus entschlossen zu sein, sich dem, was vom Schicksal mit dem Siege und 
der Allgemeinheit gekrönt würde, zu unterwerfen, ist für sich selbst mit dem Tode spekulativer 
Vernunft behaftet. 
Mi traducción: 
 
2 Considero que puede y debe esperarse de ciudadanos conscientes que se interesen por la suerte de su 
nación, y que hagan algo en su favor, y que el desprecio intelectual y moral es el castigo idóneo si no lo 
hacen. 
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El legislador ateniense había impuesto la muerte a la apragmosynê política en épocas de disturbios 
en el Estado; el apragmosynê filosófico, el no tomar partido propio, sino estar decidido de antemano 
a someterse a lo que el destino coronara con la victoria y la generalidad,3 está aquejado por sí mismo 
de muerte de la razón especulativa.4 
Lamentablemente, Hegel no cita ninguna fuente para fundamentar la primera parte de su aserto, 
ni encontré ediciones de esta obra que propongan alguna. 
Una encuesta al respecto entre fervorosos hegelianos trajo, por fin, la solución, que agradezco 
a José Luis Salcedo: lo que Hegel dice procede indirectamente de Solón, quien, sin embargo, 
no utiliza el término apragmosynê, sino alude a la atimia: el menosprecio, el desdén, el des-
precio que la abstención suscita. Atimos es el nombre que se daba a quienes, a falta de honor, 
se desposeía de sus derechos ciudadanos. Había numerosos motivos para ser atimos, entre ellos, 
la abstención, pero no era este el principal.5 
Casi sin advertirlo, he entrado en el complicado mundo de las leyes de la antigua Grecia, un 
vasto y complejo campo, en el que es arriesgado para un lego emitir opiniones. Intentaré, de 
todos modos, dar otro paso adelante. 
En la traducción de “Relación del escepticismo con la filosofía” realizada por Dalmacio Negro 
Pavón, publicada en el libro Esencia de la filosofía y otros escritos” (1980), el editor informa 
en nota al pasaje de Hegel arriba citado: 
Para asegurar la democracia Solón extendió la pena de atimia a los ciudadanos que, en caso de guerra 
civil, se abstuvieran de tomar partido, esperando a que triunfase uno de los bandos para manifestarse. 
Esta pena consistía originariamente en la expulsión del genos o clan familiar, considerándose que el 
 
3 “Generalidad” o “Universalidad” es en Hegel un terminus technicus, cuya elucidación llevaría aquí 
muy lejos. Baste saber que es una de las tres partes que conforman el concepto: “Die Momente des 
Begriffs sind die Allgemeinheit, Besonderheit und Einzelheit. Er ist ihre Einheit” (Philosophische 
Propädeutik, erste Abteilung, dritter Kurs, 1810): “Los momentos del concepto son la generalidad, la 
particularidady la singularidad. Él es su unidad” (mi traducción; esta es la de Eduardo Vázquez Germain 
en Propedéutica filosófica [Hegel 1980b, 105]: “Los momentos del concepto son la universalidad, la 
particularidad y la singularidad. Él es la unidad de ellos”). 
4 Existen al menos dos versiones al castellano del texto Relación del escepticismo con la filosofía. En 
la de María del Carmen Paredes, este pasaje se lee así (Hegel 2006, 54-55): “En la época en que 
estallaron disturbios en el estado, el legislador ateniense había decretado la muerte para la apragmosyne 
[indiferencia] política; la apragmosyne filosófica de no tomar partido, sino de estar decidido de 
antemano a someterse a lo que fuera coronado por el destino con la victoria y la generalidad, está 
afectado de por sí con la muerte de la razón especulativa”. 
5 Acerca de las numerosas consecuencias que podía tener en diferentes épocas el incurrir en atimia, 
véase por ejemplo Dmitriev 2018, passim. 
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expulsado (átimos) era enemigo de su propio clan. Carente de bienes y de protección legal, aunque 
a veces era vendido como esclavo, normalmente tenía que expatriarse ya que estaba expuesto a ser 
muerto impunemente por cualquiera. […]. 
Debe hacerse notar, sin embargo, que matar a estas personas no era la regla. Quizás ocurriera, 
pero se trataba de una excepción. En general, el castigo se limitaba a la pérdida de derechos 
civiles, y en el peor de los casos a la expulsión de la polis. 
Según la frondosa enciclopedia de Pauly-Wissowa (II, 2, columna 2103): “Endlich hatte Solon 
denjenigen mit Atimie bedroht, der bei einem Bürgerzwist nicht Partei ergreifen würde 
(Aristoteles, resp. Ath. 8)” [“Finalmente, Solón había amenazado con atimia a aquellos que no 
tomaran partido en una guerra civil”]. La fuente del aserto es el fragmento 38a del libro de las 
leyes de Solón (no conservado de manera completa, sino en referencias a él en autores poste-
riores), que reza en griego (Ruschenbusch 2010, 73): 
Aristot. Ath. Pol. 8,5: … περὶ αὐτῶν (F 37a). ((ὁρῶν δὲ τὴν μὲν πόλιν πολλάκις στασιάζουσαν τῶν 
δὲ πολιτῶν ἐνίους διὰ τὴν ῥαθυμίαν [ἀγα]πῶντας τὸ αὐτόματον, νόμον ἔθηκεν πρὸς αὐτοὺς ἶδιον·)) 
ὃς ἂν στασιαζούσης τῆς πόλεως μ[ὴ] θῆται τὰ ὅπλα μηδὲ μεθ’ ἑτέρων, ((ἄτιμον εἶναι καὶ τῆς πόλεως 
μὴ μετέχειν)). 
[App. crit. πολλακιστας Ρ ἀγαπῶντας Wilamowitz-Kaibel: περιορῶντας Bury] 
Leão & Rhodes traducen así este pasaje, que ocasionó ya en la Antigüedad muchas citas y 
comentarios posteriores (2016, 108): 
Seeing that, while the city was involved frequently in strife, some of the citizens, owing to indif-
ference, were content with what chance would bring them, he enacted a law to deal with them: “If 
someone, when the city is facing strife, does not place his arms at the disposal of either side, he shall 
become atimos and shall have no share in the city”. 
Mi traducción: 
Viendo [Solón] que, mientras la ciudad estaba frecuentemente envuelta en conflictos, algunos de los 
ciudadanos, debido a la indiferencia, estaban satisfechos con lo que el azar les traería, promulgó una 
ley para tratar con ellos: “Si alguien, cuando la ciudad se enfrenta a contienda, no pone sus armas a 
disposición de ninguno de los bandos, se convertirá en atimos y no tendrá parte en la ciudad”. 
Había diversos delitos mediante los cuales se incurría en atimia, pero nada en este o en otro 
fragmento llegado a mi conocimiento permite suponer que el castigo para la indiferencia o la 
abstención fuese la muerte, reservada más bien para los casos de alta traición, de rebelión y de 
sacrilegio. La opinión de Hegel, aquí puesta en entredicho, fue actualizada por Luigi Piccirilli 
(1976, 142), basándose para ello en el fragmento de Aristóteles arriba citado (Athen. Pol., 8.5). 
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Tomando como referencia a Piccirilli y otros, conjetura Domínguez Monedero (2001, 134): 
[la atimia] suele interpretarse como la pérdida de la condición de ciudadano y sus derechos inhe-
rentes, aunque su sentido originario sería seguramente mucho más fuerte, implicando algo así como 
quedar fuera de la ley, lo que implicaba que cualquiera podía matar al atimos sin tener que responder 
ante la ley por ello. 
Pero ni Domínguez Monedero ni Leão (2002, 29) ni otros autores llegados a mi conocimiento 
aportan texto antiguo alguno que confirme expresamente que la indiferencia se castigaba con 
atimia y que atimia implicaba la muerte como castigo específico o posible a la abstención. 
Por lo demás, un especialista en Solón como Ruschenbusch6 consigna, pero no traduce, el frag-
mento de Aristóteles en que se basa Piccirilli: lo considera insustancial, porque se trata muy 
probablemente de una falsificación (2010, 76): 
Aristoteles führt das Gesetz wörtlich an. Da jedoch die Strafklausel nicht der Terminologie athe-
nischer Gesetze entspricht, sondern der Umgangssprache des 5. und 4. Jh., ist F 38 nicht authentisch 
und daher zu streichen. […] Die Erfindung von F 38 gehört in das Jahr 403, in die Überlieferung ist 
sie erst durch den im Jahre 357 von Isokrates entwickelten und von Kleidemos, Theopomp und 
Androtion fortgeführten Solonroman eingegangen […]. 
Mi traducción: 
Aristóteles cita la ley literalmente. Pero dado que la cláusula penal no se corresponde con la ter-
minología de las leyes atenienses, sino con el lenguaje coloquial de los siglos V y IV, F 38 no es 
auténtico y, por lo tanto, debe eliminarse. […] La invención del F 38 pertenece al año 403; sólo entró 
en la tradición a través de la novela soloniona desarrollada por Isócrates en el año 357 y continuada 
por Kleidemos, Theopompo y Androcio […]. 
Es decir, la alusión de Hegel a la pena de muerte que habría reinado en Atenas como castigo a 
la indiferencia política se basa (al parecer, y mientras no aparezca una fuente más fidedigna) en 
una cita apócrifa, procedente no del “legislador ateniense”, sino de una fecha posterior en al 
menos dos siglos. Es cuestionable, por ello, si de veras existió esa ley en la Atenas de Solón. 
Hegel habrá seguido la opinión de alguno de los muchos autores antiguos que repitieron a Aris-
tóteles. 
(Hamburg, 16/25-IV-2022) 
 
 
6 Leão (2002) lo considera el mejor editor de los fragmentos de Solón; otros autores, si bien le reconocen 
méritos, critican algunas de sus opiniones (véase por ejemplo Scafuro 2006, quien estudia en detalle la 
primera edición de los fragmentos publicada por Ruschenbusch en 1966). 
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© Carlos García (Hamburg) 
Bibliografía 
No he logrado acceder a los ítems marcados con un asterisco (*). 
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