La enseñanza tradicional de la Iglesia en relación con la pena de muerte y su aplicación es que, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, no excluye el recurso a la pena de muerte si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Sin embargo, el quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario, y la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción.
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