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1 Teologías y ciencias sociales: convergencias epistemológicas y hermenéuticas Por Nicolás Panotto Publicado en Fernando Bullón, ed., Misión holística, acción interdisciplinaria y realidad latinoamericana. Grand Rapids: Libros Desafío/AIPESC, 2015, pp.59‐72 Introducción La relación entre teología y ciencias sociales ha sido desarrollada más ampliamente por parte de la primera que por las segundas. En América Latina en particular, la teología de la liberación es la corriente que más ha abordado este tema (Boff, 1982), especialmente por su diálogo con el marxismo. Richard Roberts (2002:190‐214) habla de cinco modos en que se construye esta relación: el fundamentalismo (negación total de la relación), las ciencias sociales por sobre la teología (E. Troeltsch), las ciencias sociales como una herramienta metodológica de la teología (teología de la liberación), la teología y las ciencias sociales como disciplinas que comparten los mismos ejes epistemológicos (Farley) y, por último, la que denomina como “cuasi fundamentalismo posmoderno”, que representa el debate actual en torno a las propuestas de John Millbank (2004), quien niega la posibilidad de un diálogo entre estas dos instancias, proponiendo el desarrollo de la especificidad de la teología como campo para el análisis social. Otro de los temas discutidos en este campo es el lugar de la teología dentro del campo académico. Dicho debate ya ha sido desarrollado ampliamente en Europa y Estados Unidos (Soares y Passos 2011:149‐210). En nuestro continente, Brasil es el lugar donde más se han abordado estos procesos debido a las nuevas disposiciones que reconocen oficialmente carreras de bachillerato y posgrado en teología (Neutzling, 2005, Soares y Passos, 2011; Shaper, Westhelle, Oliveira y Gross, 2012) A pesar de esto, la teología continúa siendo una disciplina relegada, siendo el conjunto de las llamadas “ciencias de la religión” las escogidas para el estudio del fenómeno religioso. Creemos que uno de los elementos que promueven esta situación es el hecho de que existe una visión reduccionista con respecto a la definición y práctica de lo teológico, en tres sentidos. Primero, se la concibe como una tarea ligada únicamente a cuestiones confesionales. Segundo, hay una visión poco crítica en conexión a lo que implica dicha confesionalidad para el análisis socio‐ antropológico, más aún teniendo en cuenta los debates en torno a la subjetividad del investigador social y la construcción del conocimiento. Y tercero, predomina un desconocimiento sobre el desarrollo de la labor teológica como disciplina y su heterogeneidad metodológica y epistemológica, como resultado del colonialismo en el cientificismo moderno y su cancelación de la construcción de la realidad. Para realizar un replanteo de esta relación, es necesario profundizar sobre los modos desde donde comprendemos dichos campos, como también los diversos abordajes críticos en torno a las nuevas perspectivas desde las cuales cada uno ha sido redefinido. Por ello, en una primera instancia vamos a introducir algunos de los procesos de transformación dentro de las ciencias sociales en las últimas décadas, para desde allí, en segundo lugar, intentar encontrar una comprensión de lo teológico que permita crear puentes de diálogo. Por último, concluiremos desarrollando dos posibles formas en que dichos campos pueden entrar en 2 relación: el lugar de la teología dentro del estudio del fenómeno religioso, y cómo la hermenéutica teológica sirve a y se retroalimenta de los procesos hermenéuticos dentro de las epistemologías en las ciencias sociales. Nuevas formas del saber en las ciencias sociales Las ciencias sociales han experimentado fuertes cambios en las últimas décadas, especialmente al cobrar una mayor autonomía disciplinaria y epistemológica. En este sentido, Codina y Díaz (2006:31‐32) hablan de cuatro líneas de ruptura del “nuevo saber” emergente: la formulación de nuevos problemas en los límites del conocimiento científico y la vida social, el acercamiento mutuo entre conocimiento científico social y natural con respecto a los cuestionamientos sobre los límites de la ciencia occidental, el replanteo de la ciencia como objeto metodológico y ético, y las soluciones teóricas innovadoras de lo que denominan Bioética Global, Holismo Ambientalista, Nueva Epistemología y enfoque “de la complejidad”. Al hablar de la crisis del “paradigma dominante”, Boaventura de Sousa Santos lo resume de la siguiente manera: En vez de la eternidad, la historia; en vez del determinismo, la imprevisibilidad; en vez del mecanicismo, la interpenetración, la espontaneidad y la autoorganización; en vez de la reversibilidad, la irreversibilidad y la evolución; en vez del orden, el desorden; en vez de la necesidad, la creatividad y el accidente (2009:34) Este resumen propuesto por de Sousa Santos nos permite adentrarnos en diversos elementos con respecto a los cambios paradigmáticos dentro de las ciencias sociales en las últimas décadas. Desarrollaremos muy brevemente algunos de ellos. En primer lugar, muchos estudios latinoamericanos –especialmente aquellos enfocados en la teoría de la descolonización‐ han mostrado que las dinámicas coloniales aún siguen presentes, particularmente en los modos de construcción del conocimiento y sentido social. Es lo que se denomina como colonialidad del saber (Lander, 2011) Esta perspectiva conlleva reconocer tres elementos. En primer lugar, que las ciencias siempre han estado vinculadas a dinámicas de poder. En América Latina especialmente, la construcción de conocimiento históricamente se relacionó con la legitimación de situaciones de injusticia y desigualdad. En segundo lugar, la justificación de dichas dinámicas de poder ha proporcionado una forma de comprender el ontos social como naturalización de relaciones, dinámicas y estratificaciones. De aquí los sentidos de homogeneidad cultural y jerarquía social, los cuales no sólo respaldan el lugar de países, grupos o ideologías en posiciones hegemónicas, sino también se transforman en lentes de lectura socio‐política en todos los niveles. Es por ello que nociones homogeneizantes de lo cultural o modos deductivos y positivistas de indagación social a través de la búsqueda de leyes, se posicionan como modos absolutos de análisis. Por último, desde una lectura más amplia, esto implica reconocer la complejidad de las dinámicas de poder y su necesaria deconstrucción a partir de las inconsistencias y contingencias inherentes a ellas. Así como se reconoce lo subrepticio o la microfísica de los poderes (o sea, de cómo dichas dinámicas permean no sólo a través de jerarquías y procesos de subida/bajada, arriba/abajo, central/periferia, sino también –y especialmente‐ en modos de convivencia, 3 construcciones subjetivas e instancias cotidianas), de la misma manera se evidencian caminos alternativos y heterogéneos de resistencia y contra‐poder que parten desde nuevas construcciones de sentido y conocimiento, entre las fisuras del mismo “sistema”. Es lo que Walter Mignolo (2010) denomina pensamiento fronterizo: la necesidad de reconocer las fracturas de los pensamientos y prácticas hegemónicos que falsamente se adjudican homogeneidad, para intervenir desde la creatividad que ellos esconden y que se inmiscuyen a partir de las fisuras. Este elemento deriva, en segundo lugar,de la emergencia de nuevos marcos epistemológicos. Boaventura de Sousa Santos (2009) propone analizar estas instancias desde una sociología de las ausencias (que de cuenta de la diversidad de formas de conocimiento ausentes) y una sociología de las emergencias (como espacio donde articular la pluralidad de opciones), a partir de las siguientes características, que representan el paradigma emergente: todo conocimiento científico natural es científico social, todo conocimiento es total y local, todo conocimiento es autoconocimiento, todo conocimiento científico busca constituirse en sentido común (2009:31‐57) En tercer lugar, hay un replanteo de la clásica relación sujeto‐objeto‐ naturaleza. La construcción del Sujeto moderno –autónomo, controlador de la naturaleza, occidental‐ ha sido fuertemente cuestionado. La división entre sujeto‐ objeto (donde el último es controlado y construido por el primero) ha promovido lecturas antropocéntricas de los procesos sociales, como también ha legitimado dinámicas geopolíticas excluyentes y cosificantes. En una primera instancia, se criticó este binomio, poniendo sobre la mesa la heterogeneidad de sujetos que componen un grupo social, como así también evidenciando las dinámicas discursivas que entran en juego en dicha relación, lo cual deconstruye y a su vez pluraliza los sentidos sociales y las nociones de “objetividad” (Faubion, 1995; Laclau y Mouffe, 2004) Esto trae grandes consecuencias en las lecturas socio‐culturales como también en las prácticas políticas, al poner el lugar de la identidad como criterio central, y no sólo el de institución o burocracia (Salzman, 1997) Pero en segunda instancia, hay algunos abordajes –especialmente desde la antropología, mas particularmente francesa‐ que afirman que dicha deconstrucción aún responde a parámetros modernos ya que continúa excluyendo la naturaleza como marco englobante de las relaciones sociales (Latour, 2007; Descola, 2012) En este sentido, se requiere profundizar en el lugar que tiene el contexto natural desde donde emergen las relaciones (redes) y las interacciones entre sujetos y objetos (discursivos) Como consecuencia de todo esto, podemos decir que se evidencia una complejización en los estudios de procesos sociales. Varios elementos entran en juego aquí: el concepto de interculturalidad (que cuestiona las visiones homogeneizantes y unidireccionales de cultura, como también aquellas segmentadas, como la multiculturalidad), el sentido de sociedades complejas e hibridación cultural (Canclini, 2001), el lugar de los procesos “glocales” como conjunción entre globalización y localidad (Beck, 2004), los juegos discursivos y el lugar de la hermenéutica, entre muchos otros que podríamos mencionar. Principalmente, vale recalcar el fuerte cuestionamiento a las nociones de “ley social” (Berger y Luckmann, 1982), el lugar de la pluralidad de subjetividades, y con ellas las perspectivas de sentido. 4 Vale mencionar la crítica al conocimiento científico desde el trabajo etnográfico. La antropología ha cuestionado los parámetros científicos modernos, especialmente en lo que refiere, en palabras de Anthony Giddens, al “secuestro de la experiencia” (1991:144‐180), donde los parámetros de análisis y de construcción del conocimiento son complejizados a la luz de la diversidad de contextos y la heterogeneidad del campo de estudio. Por último, todo esto conlleva cambios a nivel metodológico, especialmente en dos aspectos: en primer lugar, en la comprensión de que el método no es solo un medio sino un elemento integral de la construcción del conocimiento; y segundo, que no existe objetividad total por parte del mecanismo o del propio investigador/a. Precisamente, uno de los aspectos fundantes del “paradigma emergente” fue reconocer la profunda dimensión subjetiva y contextual de la construcción del conocimiento, lo cual implicó evidenciar la heterogeneidad de elementos en juego. Dimensiones de lo teológico Existe cierto consenso en definir la teología como un tipo de saber que se vincula con la experiencia de fe de un sujeto (individual o colectivo) en el marco de una tradición eclesial o religiosa. Más específicamente, es conveniente hacer una distinción entre teología en tanto discurso religioso identitario y la teología como disciplina dentro del campo del saber. Con respecto a la primera, se comprende como marco de sentido que parte de una fe específica en la manifestación histórica de lo sagrado, basada en un conjunto de experiencias religiosas mediadas por prácticas discursivas, simbólicas, rituales e institucionales dadas en un marco contextual concreto, que a su vez responde a un proceso histórico dentro de un período de tiempo. Con respecto a lo segundo, la teología se vincula más bien al campo educativo y académico, cuyo fin es profundizar el análisis de todas estas dinámicas, especialmente en lo que refiere al estudio de los procesos históricos de lo religioso, de los textos sagrados –en el caso que los haya‐, las transformaciones dentro de los espacios religiosos, entre otros. De estas definiciones se desprenden varios elementos que merecen ser profundizados. En este caso, lo haremos desarrollando cuatro dimensiones centrales. La primera es la dimensión confesional o apologética. Todo discurso teológico responde a una especificidad eclesial o religiosa particular, donde explica sus puntos dogmáticos y declaraciones de fe, los cuales se han gestado dentro de un proceso histórico particular. Lo apologético tiene que ver específicamente con el desafío que tiene toda expresión religiosa en intentar exponer, resignificar y responder desde los elementos propios de su discurso identitario y a los procesos contextuales e históricos en los que se ubica. La segunda es la dimensión pública. Mientras la dimensión anterior se relaciona más concretamente con la especificidad identitaria o superficie sincrónica de la teología en relación a una particularidad religiosa, la dimensión pública responde más puntualmente al abordaje de instancias que vinculan al sujeto o comunidad religioso con el campo social más amplio. Aquí el abanico se abre hacia varios campos en torno a cómo la teología responde al abordaje de temas éticos, de coyunturas políticas, de problemáticas sociales, a la relación con diversos espacios y sujetos sociales o religiosos, entre otros. Como resume David Tracy (2006), los 5 públicos de una “teología pública” son la sociedad, la comunidad de fe y la academia.1 En este sentido, teniendo en cuenta lo desarrollado anteriormente, se podría decir que no existe una estricta división entre la dimensión confesional y pública de la teología, ya que los elementos confesionales son siempre comprendidos en un contexto, así como también la resignificación de éstos habilita lecturas críticas del contexto. Esto lo podemos ver, por ejemplo, en la cristología desarrollada por la teología de la liberación. Dicha corriente nace como una vertiente crítica dentro del cristianismo católico, como respuesta a diversas coyunturas en el campo socio‐político, eclesial y académico del continente, las cuales llevaron a una profunda revisión del discurso dogmático. Uno de los elementos más destacados fue la revisión de la cristología. La lectura socio‐política delos textos bíblicos llevó a un mayor énfasis en el Jesús histórico, lo cual permitió a su vez una apertura hacia un análisis crítico del contexto por parte de los creyentes y las comunidades religiosas. En resumen, podemos ver una doble vía: dicha relectura bíblico‐dogmática fue habilitada por la convergencia de elementos críticos contextuales, e inversamente, estas resignificaciones a nivel hermenéutico posibilitaeon la construcción de nuevos sentidos y prácticas sociales. Esto nos permite ver que existe una tensión constante entre las segmentaciones discursivas (dogmas) y la pluralidad de narrativas que emergen desde las coyunturas históricas, contextos y experiencias de fe. Mark Lewis Taylor lo define desde la relación entre la “Teología” y “lo teológico” (2010:9‐17) Más aún, este proceso nos permite deconstruir diversos preconceptos vinculados con la tarea teológica, en el sentido de que ella no se relaciona solamente con la afirmación de dogmas por parte de “agentes religiosos” (Willaime) o “especialistas” (Weber) sino que es una construcción individual y colectiva que tiene que ver con cada sujeto creyente y cada comunidad, a la luz de las circunstancias de su contexto. La teología trabaja con una economía simbólica que incluye un camino particular de acceso a la “verdad” religiosa –su fundamento‐ así como una forma de administrar la sociedad religiosa que se genera a partir de allí. La dimensión disciplinar es la tercera. Más allá que afirmamos que la teología tiene que ver con un tipo de saber construido por la comunidad de creyentes, una de sus dimensiones responde estrictamente al campo de lo académico, con respecto al desarrollo disciplinar de la teología. Implica el estudio de la superficie diacrónica de la fe en lo que respecta a su desarrollo histórico, los diversos discursos dogmáticos en juego y los procesos hermenéuticos que se gestan en su construcción. Por ello, la teología también elabora mediaciones metodológicas que sistematizan los procesos de construcción de sentido que le son propias, desde los diversos campos que entran en juego (Pannenberg, 1981; Lonergan, 2006; Tracy 2006) Es aquí, además, donde encontramos la instancia de diálogo interdisciplinario de la teología junto a otras ciencias. La última es la dimensión fenomenológica. Con ello nos referimos más concretamente a la especificidad de la teología con respecto a su objeto. Podríamos decir que ello se refiere a la indagación sobre las implicancias del sentido del Mysterium Tremendum (Rudolf Otto) o de profundidad existencial (Tillich) inherentes a la experiencia religiosa. La teología tiene su punto de partida en esta 1 Sobre la corriente de teología pública, ver también Stackhouse, 1987; Benjamin, 2002; Hainsworth y Paeth, 2010; Matínez, 2001; von Sinner y Calvacante, 2011; von Sinner, Jacobsen y Zwetsch, 2012; von Sinner, 2012. 6 experiencia (de la cual emerge todo lo dicho anteriormente: lo confesional, lo público y lo disciplinar) para intentar indagar en torno a esa dimensión sagrada, trascendental y mistagógica del fenómeno en sí (la dinámica de la revelación), y reflexionar hermenéuticamente sobre el sentido último (místico) de la experiencia histórica a la que lo religioso, en tanto mecanismo y práctica, responde. En conclusión, la identificación de estas dimensiones nos permite contar con otros marcos desde los cuales ampliar el lugar hermenéutico de la teología, además de vincular desde ciertos ejes transversales dos campos que suelen estar separados: lo académico y las dinámicas propias del fenómeno religioso. De lo centrípeto a lo centrífugo, y viceversa: de las posibles relaciones entre teologías y ciencias sociales Desde esta introducción en torno a los nuevos procesos en las ciencias sociales y la propuesta de redimensionamiento de la teología, propondremos dos formas de comprender la relación entre estos campos. La teología y el fenómeno religioso Boaventura Santos de Sousa (2010:11‐44) habla del paso de un pensamiento abismal, característico de la modernidad (donde el conocimiento occidental realiza un sistema de distinción entre lo visible e invisible, quedando esto último excluido como posible fundamento del conocimiento frente a la imposibilidad de la copresencia de ambos elementos), a uno posabismal como pensamiento ecológico (o ecología de saberes), donde los procesos epistemológicos son tan variados como la pluralidad de experiencias histórico‐ culturales. La ecología de saberes apela al conocimiento como inter‐conocimiento (o, como afirma Michael Jackson 1998 desde una perspectiva fenomenológica, la construcción intersubjetiva del conocimiento antropológico) Desde esta perspectiva, la teología puede ser considerada como un tipo específico de construcción del conocimiento, que intenta indagar en torno a los mismos misterios e interrogantes (visibles e invisibles) con los que la ciencia se enfrenta. Algunos afirman que el elemento confesional de la teología impediría tomar la “distancia” necesaria para una investigación objetiva, donde las percepciones particulares no entren en juego con los resultados. Pero en este sentido, diversos trabajos en torno al rol del antropólogo en el proceso etnográfico han cuestionado estas pretensiones metodológicas que proponen la imposibilidad de lo subjetivo o, inclusive, la toma de opciones éticas en la investigación con respecto al campo de estudio (Jackson, 1996; Turner, 2007) La antropología ha servido al cuestionamiento de los aprioris positivistas de la ciencia, ubicando el discurso, lo ritual, lo simbólico, la práctica y la experiencia como locus epistemológico. En este sentido, lo religioso en tanto fenómeno y la teología en tanto saber ligado al conocimiento de su contexto, corresponde a un saber más dentro de esta ecología de saberes. El segundo elemento a tener en cuenta es el lugar de la teología dentro de la complejización del análisis y determinación del fenómeno religioso. Cesar Ceriani (2013) realiza un exhaustivo análisis del término “religión” como categoría social, demostrando que dicha representación, ubicada en la modernidad como categoría analítica, posee limitaciones para explicar la pluralidad de construcciones que se dan en las experiencias de fe. Por ello, términos como “espiritualidad” o “estilo de vida” emergen, no sólo desde afuera –o sea, desde la investigación socio‐ 7 antropológica‐ sino, principalmente, desde dentro de las particularidades religiosas, para cuestionar las comprensiones tradicionales, y desde allí posibilitar nuevas formas de comprensión de la experiencia religiosa desde otras claves más ligadas a los procesos cotidianos. Es aquí donde entra la teología como un marco que permite una lectura de mayor profundidad en torno a estas intersecciones que se gestan en los procesos experienciales comprendidos desde las prácticas cotidianas de fe o espiritualidad. Desde una mirada disciplinar, tal como mencionamos al inicio, existe una discusión en torno a la definición de la especificidad de la teología dentro del campo de las ciencias de la religión. En este sentido, la diferencia reside en la manera en que se aborda la experiencia religiosa (Blundell, 2000:49), aunque también existen abordajes que enmarcan la similitud entre lametodología etnográfica y la teológica (Scharen y Vigen, 2011:28‐74) Etienne Higuet (2006) afirma que mientras las ciencias socio‐ antropológicas analizan los fenómenos externos, la teología se focaliza en los procesos internos del fenómeno religioso. Desde una perspectiva antropológica ‐ en especial teniendo en cuenta el lugar de las perfomances simbólicas y prácticas sociales como instancias de construcción de sentido‐ lo externo/interno sería una distinción cuestionable. Por ello, aquí preferimos hablar de superficies sincrónicas y diacrónicas que se entrecruzan y redefinen en las experiencias religiosas. En este caso, la teología se focalizaría en la superficie diacrónica, pero en tanto tal no puede separarse de la sincrónica, a partir de la cual se historiza en un momento particular. Por ello, la teología acompaña el trabajo etnográfico con el objetivo de fortalecer las indagaciones en torno a las resignificaciones discursivas y prácticas, dentro de un proceso socio‐histórico más amplio. El análisis de las afirmaciones del nativo o la observación de campo debe ir de la mano de un estudio de las cargas significativas que se le dan a narrativas, símbolos, rituales o prácticas que mantienen cierta presencia y permanencia. Ciencias sociales Teología Superficie sincrónica Superficie diacrónica Cruce disciplinar Cruce hermenéutico 8 La hermenéutica teológica en el campo del saber social Desde una segunda perspectiva, existen trabajos –especialmente en los estudios poscoloniales‐ que ven a la antropología más como una hermenéutica de la cultura que una ciencia de la cultura (Scott, 1989), donde se enfatiza más específicamente los procesos de construcción de sentido que la búsqueda de normativas sociales. Como afirma Hauget (2006), la teología es también una ciencia hermenéutica ya que, como vimos anteriormente, en ella se entrelazan necesariamente diversos elementos analíticos y epistemológicos, que indagan en torno a los procesos de interpretación y acción de los discursos y comunidades de fe. Más concretamente, la teología también representa una práctica discursiva donde mito y rito van juntas (Macquarre, 1976:20) Pierre Gisel (mencionado por Hauget, 2006:38) afirma que las ciencias de la religión comparten al menos tres focos de interés con la teología: la referencia a lo absoluto (lo trascendente, lo Sagrado), la referencia a lo simbólico y ritual, y la referencia a los lugares de pertenencia, de tradición y experiencia. Más concretamente, Joel Robins (2006) propone que la noción de alteridad es uno de los elementos que vincula la teología y la antropología, en relación a la centralidad que poseen comprensiones como diferencia, otredad, trascendencia, en ambos campos. Como resume Vitor Westhelle (2012), la teología trata de explicitar la paradoja y darle representación, mientras las ciencias tienden disimularlo. Esta propuesta de vinculación hermenéutica entre ciencias sociales y teología conlleva comprender la relación entre estos campos no sólo desde una perspectiva pragmática o metodológica sino epistemológica y, más aún, ontológica. Se conecta en buena medida con la dimensión fenomenológica de la teología que desarrollamos anteriormente. En otros términos, estos procesos parten desde la interacción y redefinición recíproca de los fundamentos constitutivos y puntos de partida de ambas disciplinas. De aquí que las ciencias sociales no solo son un “método” utilizado por la teología (ver la discusión de Mo Sung 1994 sobre el uso del materialismo dialéctico por parte de la teología de la liberación) sino que penetran en las comprensiones mas básicas de esta dimensión. Por otro lado, la teología también puede trabajar en relación a instancias centrales de las ciencias sociales, no solo como una disciplina centrada en el fenómeno religioso en tanto campo aislado sino como aporte para la construcción de conocimientos y lecturas de sentido social alternativas y complementarias a otras epistemologías. En esta dirección, podríamos vincular tres elementos entre estos campos. Primero, la dimensión de trascendencia como construcción/promoción de alteridad. Esto significa que el sentido de trascendencia, tan propio del fenómeno religioso (y vinculado también a nociones como sagrado o misterio), puede transformarse en una clave de lectura socio‐cultural, donde el “más allá” deviene en marco hermenéutico de reinterpretación de los hechos en tanto sentidos construidos. Desde la filosofía existen trabajos sobre esta relación, como la teología del acontecimiento (Caputo, 2006) o ciertas corrientes de teología posmoderna (Caputo y Scanlon, 2007) También encontramos propuestas desde la teología poscolonial (Rivera, 2010) y la teología latinoamericana (Hinkelammert, 2010) El mismo de Sousa Santos (2009:52) afirma que el paradigma epistemológico emergente tiene que ver con un “Dios en vías de regreso”, sin nada de divino sino con deseo de armonía y comunión, como una “nueva gnosis en gestación”. El segundo elemento es el reconocimiento de la imaginación teológica como imaginación social. Cuando hablamos de imaginación teológica nos referimos al 9 mismo discurso de fe, con sus mediaciones rituales y simbólicas inherentes a la cotidianeidad de los sujetos creyentes y las comunidades religiosas. Los espacios religiosos y los discursos teológicos son instancias de construcción de sentido en vistas, como mencionamos anteriormente, de los cambios en torno a la relación entre pluralización y construcción identitaria como marco de significación socio‐ cultural y político. Esto lleva a la necesidad de ampliar la comprensión de la ontología de lo teológico como su relación e inter‐penetración con las ciencias sociales. Por último, en conexión al punto anterior, la pluralización de sujetos creyentes como pluralización de sentidos. Aquí hay varios aspectos a resaltar. En primer lugar, es importante valorar la importancia del discurso religioso y teológico como marcos de pluralización de significados (social, identitario, cultural, político, etc.) En segundo lugar, la pluralización de sujetos e instituciones que ello produce, también es un aporte a la vinculación con temas centrales para las ciencias sociales, como los discursos alternativos y heterodoxos de identificación socio‐política, las transformaciones en el marco de las construcciones de instituciones sociales más allá de los sentidos y formas tradicionales (nación, Estado, partido, ideología, entre otras) Conclusiones Podemos decir que el redimensionamiento de la relación entre teología y ciencias sociales pasa por comprender desde otra óptica ambos campos. Como vimos, por un lado, los reduccionismos con respecto a la definición de lo teológico no sólo se evidencian en el campo de las ciencias sociales sino, paradójicamente, en la misma academia teológica y religiosa. Por ello, se requiere profundizar aun más la definición del quehacer, saber y enseñanza teológicos, con el propósito de ampliar tanto las matrices que definen su especificidad como también su capacidad de construir puentes de diálogo. Dichas intersecciones no sólo deben darse de forma pragmática –o sea, de cómo la teología se toma de las ciencias sociales en tanto método de análisis social, o estas últimas a la primera como una disciplina restringidaal estudio de la confesionalidad en un fenómeno religioso‐ sino desde una perspectiva más profunda, enfocada en un giro ontológico que abarque los locus de sentido que convocan a ambos campos. Por otro lado, también se necesita construir un mejor acercamiento a las ciencias sociales, en varios sentidos. Primero, como hemos dicho, dejar de ver estas disciplinas simplemente desde una perspectiva metodológica o utilitarista, para entenderlas como encuadres epistemológicos a partir de las cuales se da sentido a los elementos simbólicos, discursivos y prácticos inherentes a la fe. Segundo, entender el lugar que posee una lectura teológico‐hermenéutica dentro de las ciencias sociales, para encontrar puentes más fundamentales de diálogo. Más aún, esta relación se podría profundizar si se deconstruyen diversos elementos. Primero, comprender que la teología es un discurso contextual, y por ello contingente, subjetivo y pasajero. Aunque esto parece una verdad de Perogrullo, muchas instituciones y comunidades eclesiales aún no comprenden esta dimensión, hecho por el cual se produce una gran dificultad para entablar un diálogo constructivo entre estos campos. Segundo, que la disciplina teológica requiere de una profunda transformación en los campos hermenéuticos, epistemológicos y metodológicos, donde no se pierda la especificidad de la teología, pero donde ella se construya más intencionalmente desde los escenarios 10 históricos. Esto arroja muchas preguntas sobre la pertinencia de los diseños curriculares de instituciones educativas y los métodos teológicos contemporáneos. ¿Desde dónde parten: principios dogmáticos o nudos problemáticos? En resumen, podemos decir que en el campo del quehacer teológico el problema principal es –valga la redundancia‐ teológico. En este sentido, carecemos de definiciones de la tarea teológica que evidencien más concretamente el lugar del discurso, de las prácticas simbólicas y rituales, y de la contingencia de los procesos socio‐culturales. La teología sigue muy arraigada a concepciones clausurantes y positivistas del conocimiento, aunque ello no se lo reconoce. Por esta razón, elementos como espiritualidad, hermenéutica, misión y pastoral no pueden seguir siendo dimensiones ad hoc sino deben pasar a ser constitutivos de la teología, desde cuyo análisis –de la mano de las ciencias sociales como marco de estudio ontológico‐ se analicen las resignificaciones dogmáticas, los procesos de construcción religiosa del discurso y la pluralidad de imaginaciones teológicas con respecto a la revelación del misterio divino en los intersticios de la cotidianeidad. Bibliografía Beck, Ulrich (2004) ¿Qué es la globalización? Buenos Aires: Paidós Berger, Peter y Luckman, Thomas (1982) La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu Blundell, Boyd (2000) “Theological Manners: How Theologians Should Behave in Public”. En Barnes, Michael, ed., Theology and the Social Sciences. New York: Orbis, pp.43‐55 Boff, Clodovis (1982) Teología de lo político. Salamanca: Sígueme Canclini, Néstor (2001) Culturas híbridas. 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