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1 �������� �� ��� � � ����� �� ���� �������� ���� � ���� �������������� � ��������� ���� � ������ � ����� ����� ���� � �������� �� ��� � !� " ������� #��� $%%& VARIACIONES SOBRE EL CUERPO. NIETZSCHE, MERLEAU-PONTY Y LOS CUERPOS DE LA ETNOGRAFÍA Silvia Citro * 1. Introducción Para quienes nos reconocemos en el escenario de un mundo multicultural (y especialmente para los antropólogos, habituados desde hace tiempo a retratar la diversidad de ese mundo), la percepción y reflexión sobre la corporalidad puede ser provocadora de una estimulante paradoja. En tanto encarnación del sujeto, materialidad, bios, el cuerpo es aquel sustrato común que compartimos con las mujeres o con los hombres de distintas sociedades en el tránsito del nacimiento a la muerte, aquello que nos hace semejantes. Ya sea porque unas y otros poseen anatomías similares que pasan por etapas de desarrollo vital e involucran procesos fisiológicos y a veces disfunciones de los mismos más o menos semejantes o, también, porque para todos nosotros el cuerpo es nuestro anclaje en el mundo, es el medio por el cual habitamos el espacio y el tiempo y podemos llegar a captarlos –aquellas “intuiciones sensibles”, en términos de Kant, que están en la base de toda posibilidad del conocer–. Sin embargo, sobre esta materialidad común de los cuerpos, la vida sociocultural construye prácticas disímiles (técnicas corporales cotidianas, modos perceptivos, formas de habitar el espacio, gestos, expresiones de la emoción, síntomas, danzas) y da lugar a representaciones de la corporalidad y de sus vínculos con el mundo también diferentes. El cuerpo inevitablemente es atravesado por los significantes culturales y él mismo se constituye en un particular productor de significantes en la vida social. La reflexión antropológica sobre la corporalidad, de Mauss (1979 [1936]) en adelante, ha dirigido su atención a develar el carácter culturalmente construido de la misma. Así, a partir de las etnografías sobre aquellos pueblos denominados (por Occidente) no-occidentales, ha relevado la existencia de variadas formas de utilizar y representar los cuerpos. No obstante nuestra pertenencia a este campo disciplinar, * Doctora en Antropología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Docente de la cátedra Teoría General del Movimiento (carreras de Artes) y de Antropología de los Sistemas Simbólicos (Carrera de Ciencias Antropológicas) en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA; también dictó el Seminario de grado “Antropología del Cuerpo” en la Escuela de Antropología, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Este artículo es una reelaboración más sintética del primer capítulo de la tesis doctoral Cuerpos Significantes: Una etnografía dialéctica con los toba takshik (2003). 2 hemos elegido recorrer un camino en cierta forma heterodoxo, centrándonos en la paradoja antes enunciada, esto es, en la pregunta por aquellos rasgos constitutivos que, a pesar de la reconocida diversidad cultural de las corporalidades, nos permiten seguir planteando que se trata de un mismo cuerpo, que en sus diferentes géneros1, transita el recorrido de la niñez a la ancianidad. Como es de esperar, una pregunta heterodoxa dentro del paradigma disciplinar, suele iniciar una búsqueda de respuestas también heterodoxa. En este caso, se trata de reconstruir ese cuerpo compartido y a la vez diverso, a partir del análisis de las concepciones del cuerpo que sustentaron algunos filósofos occidentales, ciertos planteos del psicoanálisis y las que nos brindan las etnografías. Dentro de este marco, el presente artículo referirá especialmente a los filósofos que nuestro título evoca y, en lo que atañe a la etnografía, sintetizará las principales conclusiones de algunos trabajos clásicos y de mi propia etnografía con los grupos aborígenes toba de la provincia de Formosa, Argentina. Antes de iniciar el análisis, quisiera realizar algunas aclaraciones sobre el carácter interdisciplinar al que este estudio aspira, así como sobre las problemáticas que plantea. Una primera cuestión, es la ineludible diversidad de enfoques que cada disciplina involucra. Por ejemplo, frente a la singularidad cultural que un abordaje etnográfico suele revelar, las reflexiones de la filosofía y el psicoanálisis se situarían en una tradición muy diferente, la de intentar captar ciertos rasgos generales de la realidad humana. Desde una postura anclada en un relativismo cultural radical, podría argumentarse que estas últimas disciplinas remiten a un tipo de reflexión con connotaciones universalizantes, demasiado ligada al pensamiento occidental y a cierto ethos colonialista que desde la modernidad, especialmente, impregna su voluntad de saber. No obstante, considero que esta argumentación no invalida totalmente su uso para un antropólogo atento a la diversidad, aunque sí lo pone en un alerta epistemológico ante cualquier tipo de proyección etnocéntrica. Así, en nuestra perspectiva, la ilusión (moderna) de hallar leyes, principios o estructuras universales, es suplantada por una ilusión diferente (y que creo limitado calificar sólo como posmoderna), la del diálogo entre voces que pertenecen a tradiciones culturales disímiles, el cual conduciría a hallar no sólo las diferencias sino también las posibles coincidencias entre las mismas. En segundo lugar, es preciso situar los criterios que sustentan la selección de las voces convocadas para este diálogo, lo que nos conducirá a formular nuestra hipótesis sobre la experiencia común de la corporalidad. Entre las voces filosóficas que hablaron del cuerpo, otorgaré mayor autoridad a la de Merleau-Ponty, por un lado, y a la de Nietzsche y algunas de 1 Para la problemática del género y, especialmente, de los cuerpos intersex, remitimos al artículo de Lavigne en este mismo volumen. 3 sus vinculaciones con el psicoanálisis, por el otro. El interés por estos autores reside en que, a pesar de sus diferencias, coinciden en un punto: construyen representaciones de la corporalidad que rompen con el paradigma del dualismo cartesiano hegemónico en la modernidad y, al producir esta ruptura, postulan aquellos elementos que, según nuestra hipótesis, definirían la experiencia común de la corporalidad. En el caso de Merleau-Ponty, al plantear la experiencia de la percepción corporal como un medio de conocimiento pre- reflexivo basado en la inescindibilidad del vínculo del sujeto con el mundo; en el de Nietzsche, al reconocer en la experiencia del movimiento corporal el locus de la fuerza, energía o poder que empuja al sujeto hacia su acción transformadora sobre el mundo y, en los movimientos expresivos de las danzas en conjunción con la música, una de las formas en que esa experiencia de poder adquiere su mayor plenitud. Justamente, analizaremos cómo ambos elementos son también los que más insistentemente nos revelan las etnografías que abordaron la corporalidad en otras sociedades, especialmente en aquellas que han representado el polo opuesto de la modernidad y, por ende, el locus del primitivismo para el pensamiento colonial. Me refiero a los grupos aborígenes que pertenecen a una tradición cazadora-recolectora, tradición que, vale la pena aclararlo, reconocemos inevitablemente transformada, aunque no eclipsada, por la historia de imposición del sistema capitalista y de las instituciones y las prácticas que han hegemonizado el denominado estilo de vida occidental (biomedicina, alfabetización y escolarización, racionalidad burocrático legal, cristianismo). Por eso, algunas de estas sociedades que, a pesar de esa historia, han elaborado sus propias representaciones y prácticas del cuerpo, seránlos interlocutores del diálogo que intentaremos con las concepciones del cuerpo de nuestros filósofos. En suma, se trata de crear un diálogo intercultural e interdisciplinar que buscará hallar ese cuerpo compartido, aun en la diversidad más radical. Para finalizar, sólo resta agregar unas breves consideraciones acerca de los motivos que nos llevaron a reflexionar sobre los rasgos compartidos de la corporalidad. La materialidad del cuerpo humano y de la naturaleza son habitualmente los límites de la cultura, es decir, las materialidades sobre las cuales ésta se construye en una interacción dialéctica, interacción que termina transformando no sólo la naturaleza sino también la misma constitución biológica del cuerpo.2 Si bien el despliegue de las tecnologías hizo que esos 2 En la evolución del género homo, la dialéctica entre evolución biológica y cultural es clave, pues “[...] la cultura más que agregarse, por así decirlo, a un animal terminado o virtualmente terminado, fue un elemento constitutivo y central en la producción de ese animal mismo [...] la evolución sugiere que no existe una naturaleza humana independiente de la cultura.” (Geertz, 1987 [1973]: 55) La idea de límite, entonces, no debe entenderse a la manera de una base invariable, sino como uno de los términos constitutivos de un vínculo 4 límites resulten cada vez menores, hasta el punto de que parecen haber desaparecido como tales, esto no significa que tal cosa haya efectivamente sucedido, al menos hasta el presente.3 Así, reconocer estas interacciones y transformaciones posibles del cuerpo, no necesariamente se contradice con afirmar que es en el nivel de su materialidad y de las experiencias vitales que atraviesa, donde pueden hallarse un sustrato común de la vida humana. Por otra parte, es necesario recordar que en esa materialidad de los cuerpos también se inscribe una de las marcas de su diversidad que más ha contribuido históricamente a estigmatizar la diferencia y la desigualdad; nos referimos a la construcción de lo racial. Pensamos entonces, que la mirada antropológica, habituada a ver la problemática de la diversidad cultural por doquier, no necesariamente debería obnubilarnos y hacer que dejemos de mirar nuestra corporalidad compartida. Ésta es, al menos, una de las cuestiones aprehendidas en mi etnografía con los toba. La búsqueda de horizontes compartidos en el diálogo, de elementos similares en nuestras prácticas culturales, fue parte de los intereses de muchos de mis interlocutores a lo largo del trabajo de campo. Tal vez, como si de esa forma algunos intentaran desmarcarse del exotismo con el que la mirada de los doqshi (los blancos o criollos) históricamente los constituyó y los discriminó en tanto aborígenes. El énfasis sólo en las particularidades muchas veces ha conducido las buenas intenciones del relativismo cultural a peligrosos callejones lógicos y sobre todo políticos, de difícil salida. Considero que en una dialéctica atenta tanto a la diversidad como a lo similar o compartido, es donde estos peligrosos callejones pueden si no superarse, al menos intentar evitarse. A lo largo del texto, reflexionaremos sobre algunas de las implicancias políticas que este ejercicio dialéctico en la mirada sobre la corporalidad, para nosotros, posee. 2. De la ruptura con el dualismo cartesiano a un nuevo pensamiento desde el cuerpo “La ciencia manipula las cosas y renuncia a habitarlas. Saca de ellas sus modelos internos, y operando con esos índices o variables las transformaciones que su definición le permite, no se confronta sino de tarde en tarde con el mundo actual [...] Es necesario que el pensamiento de ciencia – pensamiento de sobrevuelo, pensamiento del objeto en general– se vuelva a situar en un “hay” previo, y en el sitio, en el suelo del mundo sensible y del mundo trabajado, tal como está en nuestra vida, para nuestro cuerpo; no ese cuerpo posible del que fácilmente se puede sostener que es una máquina de información, “No nos corresponde a los filósofos separar el alma del cuerpo [...] No somos ranas pensantes, ni aparatos de objetivación y de registro sin entrañas; hemos de parir continuamente nuestros pensamientos desde el fondo de nuestros dolores y proporcionarles maternalmente todo lo que hay en nuestra sangre, corazón, deseo, pasión, tormento, conciencia, destino, fatalidad [...] No soy de los que tienen ideas entre los libros, en contacto con libros –estoy acostumbrado a pensar al aire libre, andando, saltando, escalando, bailando, sobre todo en montes solitarios o muy dialéctico. 3 Por ejemplo, en Virilio (1996), puede verse un análisis crítico, inspirado en Foucault, sobre la futura incidencia de las nuevas tecnologías que apuntan a introducirse en el interior del cuerpo humano, rediseñándolo –situación que algunas películas de ciencia-ficción ya nos han retratado–. 5 sino este cuerpo actual que llamo mío, el centinela que asiste silenciosamente a mis palabras y mis actos [...] en esta historicidad primordial el pensamiento alegre e improvisador de la ciencia aprenderá a posarse en las cosas mismas y en sí mismo, llegará a ser filosofía [...]” Merleau-Ponty, El Ojo y el Espíritu (1977 [1960]: 9, 11, 12). cerca del mar [...]” Nietzsche, La Gaya Ciencia (1995 [1882]: 39, 249). La filosofía de Merleau-Ponty se ha convertido en una cita recurrente en muchos de los estudios antropológicos y sociológicos que en los últimos 15 años abordaron la corporalidad4. En el párrafo transcrito se aprecia la radicalidad de la propuesta fenomenológica: es necesario que la ciencia se sitúe en ese “hay” previo, en el mundo vivido del cuerpo actual. La propuesta de una descripción fenomenológica de todos los conceptos a priori de las ciencias se remonta a Husserl. El universo de la ciencia se construye sobre ese mundo vivido y “[...] si queremos pensar rigurosamente la ciencia, apreciar exactamente su sentido y alcance, tendremos, primero, que despertar esta experiencia del mundo del que ésta es la expresión segunda.” (Merleau-Ponty, 1993 [1945]: 8) Sólo de esta manera, su “pensamiento alegre e improvisador” aprenderá a posarse en las cosas mismas y llegará a ser filosofía. Esta idea de un pensamiento alegre e improvisador nos conduce a Nietzsche, otro autor clave para la revalorización del cuerpo en la filosofía occidental, aunque no tan citado en los estudios socio antropológicos sobre el tema. Como se advierte en el epígrafe, su Gaya Ciencia, la ciencia alegre, también surgía de la experiencia del cuerpo en el mundo. Probablemente no sean una mera coincidencia las calificaciones de “alegre” e “improvisador” en ambas filosofías, tal vez sean metáforas que expresan el giro que el pensamiento de Nietzsche y el de Merleau-Ponty provocarían: el encuentro de una nueva mirada, un abordaje del mundo desde la corporalidad y con él, la ruptura con las tradiciones racionalistas anteriores que desvalorizaron el cuerpo.5 Comencemos por Nietzsche y las razones que lo llevaron a proponer esa otra mirada. La dura crítica del autor a la racionalidad socrática, desarrollada por el platonismo y retomada luego por la tradición judeocristiana, se basaba en que ellas encarnaban la negación de la vida y del valor de lo sensible, instaurando el desprecio hacia el cuerpo; de esta manera se constituyeron en una metafísica, una religión y una moral que suplantaron e invirtieron los 4 En el caso de la antropología, esta influencia se aprecia en trabajos como los de Jakcson (1983) y Csordas (1993) y, especialmente, en la difusión de este último en la década de 1990. En nuestro caso, inicialmente también retomamos esta perspectiva, complementándolacon la de otros autores (Citro, 1997; 1999; 2000). 5 La expresión “ciencia alegre” o “gaya ciencia”, además de ser el título del mencionado libro de Nietzsche, es una expresión que aparece reiteradamente a lo largo de su obra, con el sentido de ruptura que aquí se le otorga. En el caso de Merleau-Ponty, en cambio, hasta el momento encontré dicha expresión sólo en el texto citado. 6 valores vitales. Para comprender estos posicionamientos, mencionaremos brevemente cómo se presentaban las relaciones entre cuerpo y alma en los textos de Platón. Según Alliez y Feher, en ellos puede encontrarse la oscilación entre dos modelos disímiles: “[...] el del cautiverio de un alma de origen celeste en un cuerpo-prisión, incluso en un cuerpo-tumba –la célebre fórmula soma-séma– y el de la dominación de un alma motivante sobre un cuerpo móvil.” (1991: 48) Para los autores, esta oscilación entre una y otra concepción respondería a que Platón se sitúa en la encrucijada entre dos tradiciones: “Una, que se remonta a las sectas órficas y pitagóricas, que insiste sobre la diferencia de naturaleza entre las dos instancias y sobre el exilio que representa para el alma inmortal su estancia en un cuerpo corruptible. La otra, que preside la moral pero también el sentido estético de sus compatriotas atenienses, eleva la domesticación del cuerpo por el alma al rango de virtud cardinal, pero celebra también la gracia que se desprende de su unión.” (ob.cit.) A partir de estas tradiciones, para Alliez y Feher se constituyeron dos vías de pensamiento: la “mística” y la “cívica”. Cuando Platón se ubica en la primera, se dirige especialmente al filósofo; cuando lo hace en la segunda, al hombre político. Para el filósofo, la sumisión del cuerpo presagia la liberación del alma y el acceso a la verdad. Esta línea será especialmente continuada por Plotino y se vinculará también con las tradiciones místicas del cristianismo oriental. En la segunda vía, “[...] el dominio del propio cuerpo constituye a la vez la condición y la prueba de una capacidad para gobernar a los demás hombres.” (ob.cit.: 49) El gobierno del cuerpo asignado al alma se basa en dos principios fundamentales: la dominación de lo activo sobre lo pasivo y la búsqueda del justo medio. Evidencias de este control serán las idealizaciones de la moderación en la moral y de la proporción en la estética. Según Alliez y Feher, esta segunda vía será profundizada por San Agustín y el pensamiento cristiano occidental y, de nuestra parte, analizaremos también su incidencia en Descartes. Así como la crítica de Nietzsche se centró en los planteos de la tradición socrática y platónica, fue en una manifestación previa a ellos, en la tragedia griega antigua, que el autor encontró uno de los primeros referentes e ideales para su pensamiento. Justamente aquella admirable “unidad” de “lo apolíneo y lo dionisíaco” (1997 [1886]) que para él la tragedia antigua encarnaba, se rompería a partir de la filosofía socrática, que sometía la vida a la razón, lo dionisíaco a lo apolíneo, siendo este último desnaturalizado a partir de su escisión. Lo apolíneo, característico del arte del escultor y expresado en la epopeya, remite a lo figurativo, a la apariencia, al orden, la medida, lo acabado, a la razón y funciona como principio de individuación; lo dionisíaco, en cambio, característico de la música y expresado en la poesía lírica, refiere a la fuerza, la desmesura, la renovación (lo inacabado), la vitalidad y permite la 7 alianza entre los seres humanos y la fusión con la naturaleza para hallar la plenitud, a través de la danza y el éxtasis festivo. El “sueño” y “la embriaguez” son los “dos estados fisiológicos” que permiten imaginar la antítesis de ambos “instintos” o “tendencias” del arte.6 A pesar de su antítesis, para Nietzsche ambas tendencias se necesitarían una a la otra y la tragedia griega constituía el ejemplo que testimoniaba que esa unión era posible. En textos posteriores del autor, la revalorización de la corporalidad produce una redefinición del sujeto que invierte claramente los términos del racionalismo. El siguiente pasaje ilustra cómo el espíritu es considerado un instrumento del cuerpo y este último, en cambio, es la “razón en grande”, la voluntad que obra como “Yo”: “El cuerpo es una razón en grande, una multiplicidad con un solo sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Instrumento de tu cuerpo es también tu razón pequeña, hermano, la que llamas espíritu: un instrumentillo y juguetillo de tu razón grande. Tu dices “Yo” y te enorgulleces de esa palabra. Pero la más grande –cosa que tu no quieres creer– es tu cuerpo y su gran razón. El no dice Yo, pero obra como Yo [...] El cuerpo creador se creó el espíritu como una mano de su voluntad.” (1984 [1884]: 25) Pasemos ahora a presentar a nuestro segundo autor, Merleau-Ponty. En su caso, la confrontación con el racionalismo se centra especialmente en el dualismo cartesiano, por lo cual será necesario sintetizar previamente dicha perspectiva. Para Descartes, el pensamiento proviene del alma, infundida por Dios, y los movimientos y el calor, del cuerpo, que es lo que tenemos en común con los animales (1989 [1649]: 84). El hombre se identifica con el pensamiento,7 mientras que su cuerpo es mera extensión, un objeto que es movido por el alma gracias “[...] a una pequeña glándula en el medio del cerebro [...]” (la glándula pineal) “[...] en la que el alma tiene su sede principal.” (ob.cit.: 102) En esta idea de un cuerpo móvil gracias a un alma motivante que lo controla, se aprecian las huellas del segundo modelo platónico. No obstante, lo característico del dualismo de Descartes es su énfasis en un alma que durante el pensar se escinde del cuerpo. Éste se convierte así en el término no valorado de la persona, a la manera de un “resto”: es algo que se “posee” pero no lo que se “es”. De allí, que en sus Meditaciones Metafísicas exprese “[...] no soy de ningún modo este ajuste de miembros al que se denomina cuerpo humano [...]” y postule la posibilidad de una existencia más allá de la corporalidad: 6 Según aclaración del traductor, “trieb” es el término alemán utilizado originalmente por Nietzsche, el cual habría que entenderlo en un sentido muy amplio de “tendencia hacia”. Esto lo diferenciaría del término “instinkt”, es decir, del instinto más ligado a lo biológico, a la fijeza del fin y del objeto. 7 Recordemos que para Descartes, la “duda metódica” que lo conduce al encuentro con la primera intuición o verdad evidente en la que se funda todo saber, es el principio del “cogito”: la evidencia de la existencia propia como consustancialmente vinculada a la duda, al pensar. 8 “Y aunque, posiblemente (o, más bien, ciertamente, como diré dentro de poco) tenga un cuerpo al que estoy estrechamente unido, sin embargo, como por un lado tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en tanto sólo soy una cosa que piensa y no extensa, y por otro, tengo una idea distinta del cuerpo, en tanto es sólo una cosa extensa y que no piensa, es cierto que soy, es decir mi alma, por lo que soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo y puede ser o existir sin él.” (Descartes citado por Le Bretón 1995: 70) Si bien Descartes reconocerá “[...] el estrecho vínculo del alma y el cuerpo que experimentamos todos los días [...]”, es precisamente este mundo de “[...] la vida y las conversaciones ordinarias [...]” una de las causas que hace que “[...] no descubramos, con facilidad y sin una profunda meditación, la distinción real entre uno y otro.” (citado por Le Bretón 1995: 70) El testimonio de los sentidos es desvalorizado pues resulta engañoso,8 por lo que se postula una clara diferenciación entre el mundo de la vida y aquel otro mundo verdadero, accesible gracias a la inteligencia y la meditación. Esta posturarepresenta la antípoda del método fenomenológico, el cual comenzará su análisis en ese mundo de la vida, tal cual se presenta a los sentidos. En relación con esta diferencia radical de los métodos, es significativo recordar cómo se inicia la tercera de las Meditaciones Metafísicas de Descartes: “Ahora cerraré los ojos, me taparé las orejas, eliminaré todos mis sentidos, incluso borraré de mi pensamiento todas las imágenes de las cosas corporales o, al menos, porque apenas puedo hacerlo, las consideraré vanas o falsas.” (ob.cit.: 73) La razón debe luchar contra el cuerpo, contra sus imágenes vanas o falsas, las prácticas del cuerpo nada tendrán que ver entonces con la comprensión del mundo, al contrario, serán su obstáculo. Dentro de esta concepción en la que el cuerpo se convierte en lo otro, lo diferente al verdadero ser, que es el de la razón, puede entenderse que una de las imágenes recurrentes de Descartes para referirlo sea la de la “máquina”, aunque el cuerpo humano conserve el privilegio de ser “[...] la máquina más perfecta construida por el artesano divino.” El uso de esta metáfora evidencia el predominio del paradigma mecanicista en el siglo XVII, bajo el modelo de la física y la matemática, en un mundo que comenzaba a poblarse de mecanismos de todo tipo. Asimismo, la representación del cuerpo-máquina se correspondía con su utilización práctica como una herramienta, un medio que al ser disciplinado y controlado en su funcionamiento hasta en los más mínimos detalles, permitía aumentar su utilidad y hacerlo así cada vez más eficaz para la producción capitalista.9 En 8 Como acertadamente nos recuerda Le Bretón (1995), dos de los grandes inventos técnicos de la época de Descartes, el telescopio y el microscopio, promovían esta idea de la insuficiencia de los sentidos. 9 De allí, el proceso de alienación que vive el obrero a través del trabajo fragmentario y monótono de las fábricas. Para Marx, el obrero es enajenado del producto de su trabajo, pero también de la misma actividad del trabajo, la cual, de allí en más, sólo consumirá su fuerza física, sus movimientos. El propio cuerpo es convertido 9 suma, el desarrollo de la burguesía capitalista, del individualismo, de la biomedicina y otras ciencias llevaron a una cambio en las concepciones de la persona y su corporalidad y la idea del cuerpo-máquina se convirtió en una metáfora condensadora de estos cambios. Retornemos a Merleau-Ponty. La opción a este sujeto cartesiano de la modernidad, en el caso de la fenomenología, será la definición del ser-en-el mundo. Para comprender esta noción, debemos remontarnos a una proposición clave de Husserl: la certeza del mundo, aquella creencia originaria de que la realidad está “ahí delante”; se me da a la experiencia perceptiva antes de todo pensar,10 o como sintetizará Merleau-Ponty: “[...] el mundo está ahí previamente a cualquier análisis que yo pueda hacer del mismo.” (1993 [1945]: 10) Las consecuencias de esta proposición son cruciales, pues redefinen el cogito y la noción de sujeto, el cual pasa a considerarse como inseparable del mundo, siempre es un ser-en-el mundo. Es decir, así como no hay conciencia sin sujeto, tampoco la hay sin mundo, existo porque hay un mundo, tengo evidencia de mí y del mundo ineludiblemente. Se trata de una rigurosa bilateralidad: el mundo no puede constituirse como mundo, ni el yo como yo, sino es en su relación.11 A través de estas formulaciones, la fenomenología introduce la cuestión del otro y de cómo el sentido del mundo se construye intersubjetivamente, diferenciándose radicalmente de la filosofía racionalista que centraba estas cuestiones en el ámbito exclusivo del individuo y su razón.12 La propuesta de la descripción fenomenológica será entonces la de en una máquina-herramienta separada del ser, escindido de muchos de sus saberes prácticos que ya no serán requeridos, por la repetición mecánica de un mismo gesto productivo. Así el trabajo capitalista “[...] hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de sus facultades espirituales genéricas, un ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Hace extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera de él, su esencia espiritual, su esencia humana.” (Marx, 1974: 115) Según los análisis de Foucault (1987 [1975]) el proceso de disciplinamiento del cuerpo se ejercerá no sólo en las nacientes fábricas, sino que también se extenderá al conjunto del tejido social, a través de diferentes instituciones y discursos sociales. 10 Tal vez, sólo citando las descripciones del mismo Husserl pueda comprenderse esta experiencia: “Tengo conciencia de un mundo extendido sin fin en el espacio y que viene y ha venido a ser sin fin en el tiempo. Tengo conciencia de él quiere decir, ante todo: lo encuentro ante mí inmediatamente e intuitivamente, lo experimento. Mediante la vista, el tacto y el oído, etc., en los diversos modos de la percepción sensible están las cosas corpóreas, en una u otra distribución espacial, para mí simplemente ahí, «ahí delante» en sentido literal o figurado, lo mismo si fijo la atención especialmente en ellas, ocupándome en considerarlas, pensarlas, sentirlas, quererlas, o no [...] La «realidad» la encuentro –es lo que quiere decir ya la palabra– como estando ahí delante y la tomo tal como se me da, también como estando ahí. Ningún dudar de datos del mundo natural, ni ningún rechazarlos, altera en nada la tesis general de la actitud natural. «El» mundo está siempre ahí como realidad [...] Lo percibido en cada caso, lo representado clara u obscuramente, en suma, todo aquello del mundo natural de que se tiene una conciencia empírica y anterior a todo pensar, ostenta en su unidad total y en todas sus articulaciones y relieves el carácter «ahí delante»; carácter en el que es esencialmente susceptible de fundarse un juicio de existencia expreso (predicativo) y que forma una sola cosa con él. Si enunciamos este juicio, sabemos que en él nos hemos limitado a tomar por tema y apresar predicativamente lo que en la primitiva experiencia o en lo experimentado había ya con el carácter del «delante» en alguna forma, sin tomarlo por tema, sin pensar propiamente en ello, sin predicar de ello nada.” (Husserl, 1949: 66- 69) 11 En otras palabras, no se trata ni del idealismo del cogito cartesiano (pienso, luego existo) ni del sujeto trascendental kantiano que impone las condiciones de posibilidad para que las cosas sean conocidas; tampoco se trata del realismo u objetivismo, en el que el mundo precede y trasciende al sujeto. 12 Según Merleau-Ponty: “[...] esta dialéctica del Ego y del Alter únicamente es posible si Ego y Alter se definen 10 intentar recuperar o captar esta experiencia primera, previa al pensar, que tenemos con el mundo, pero lo que me interesa destacar aquí es que esta experiencia es posible o se consuma a través del cuerpo propio (Leib). En la filosofía de Merleau-Ponty, la noción de ser-en-el mundo implica justamente el reconocimiento de una dimensión preobjetiva del ser de la que el cuerpo es el vehículo y que no puede ser reducida ni a la res cogita ni a la res extensa: “Se da una cierta consistencia de nuestro ‘mundo’, relativamente independiente de los estímulos que prohíben tratar el ‘ser-en-el-mundo’ como una suma de reflejos; una cierta energía de la pulsación de existencia, relativamente independiente de nuestros pensamientos voluntarios que prohíben tratarlo como un acto de conciencia. Es por ser una visión preobjetiva que el ser-en-el-mundo puede distinguirse de todo proceso en tercera persona, de toda modalidad de la res extensa, como de toda cogitatio, de todo conocimiento en primera persona y que podrá realizar la unión de lo ‘psíquico’ y lo ‘fisiológico’.”(ob.cit.: 99) El cuerpo media todas nuestras relaciones con el mundo, por ello no podría reducirse a un mero objeto, a algo que sólo “está” en el espacio y en el tiempo, sino que será quien los “habita” (ob.cit.: 156). El cuerpo propio “[...] tiene su mundo o comprende su mundo sin tener que pasar por unas representaciones, sin subordinarse a una ‘función simbólica’ u objetivante.” (ob.cit.: 158) En la descripción de los fenómenos perceptivos, los hábitos motores y también de la afectividad, la sexualidad o incluso de la expresión verbal, que Merleau-Ponty brinda en diferentes capítulos de Fenomenología de la Percepción, se evidencia esta particular comprensión del mundo a través del cuerpo. Señalo uno de estos casos: “[…] es el cuerpo el que ‘comprende’ en la adquisición de la habitud. Esta fórmula podrá parecer absurda si comprender es subsumir un dato sensible bajo una idea y si el cuerpo es un objeto. Pero precisamente el fenómeno de la habitud nos invita a manipular de nuevo nuestra noción de ‘comprender’ y nuestra noción de cuerpo. Comprender es experimentar la concordancia entre aquello que intentamos y lo que viene dado, entre la intención y la efectuación –y el cuerpo es nuestro anclaje en un mundo.” (ob.cit.: 162) Nuestra relación práctica con el mundo no se da en términos de un “yo pienso”, sino de un “yo puedo” (ob.cit.: 154). En aquello que “intentamos”, nuestro cuerpo apunta hacia un por su situación y no liberados de toda inherencia, eso es, si la filosofía no se acaba con el retorno al yo, y si yo descubro por la reflexión no sólo mi presencia ante mí, sino además, la posibilidad de un ‘espectador ajeno’ [...] Hasta ahora el cogito desvalorizaba la percepción del otro, me enseñaba que el Yo es únicamente accesible a sí mismo, por cuanto me definía por el pensamiento que tengo de mí mismo [...] el Cogito tiene que descubrirse en situación y sólo con esta condición podrá la subjetividad trascendental, como dice Husserl, ser una intersubjetividad [...] El verdadero Cogito no define la existencia del sujeto por el pensamiento que éste tiene de existir, no convierte la certeza del mundo en certeza del pensamiento del mundo, ni sustituye al mundo con la significación del mundo. Al contrario, reconoce mi pensamiento como un hecho inajenable y elimina toda especie de idealismo describiéndome como ‘ser-en-el mundo’.” (1993 [1945]: 13) 11 mundo, buscando incorporarlo –y podemos pensar aquí tanto en movimientos más sencillos como tomar un objeto o desplazarnos por diferentes espacios hasta hábitos más complejos como utilizar herramientas, manejar un automóvil, ejecutar un instrumento musical–; mover el cuerpo “[...] es apuntar a través del mismo, hacia las cosas, es dejarle que responda a la solicitación que éstas ejercen en él sin representación ninguna.” (ob.cit.: 156) Es decir, en el mundo fenomenal, de la experiencia práctica, las cosas no generan en nosotros representaciones, sino que se presentan como “[...] conjuntos, dotados de una fisonomía típica o familiar [...]” y estas “[...] fisonomías de los conjuntos ‘visuales’ reclaman [...]” o solicitan de nosotros “[...] cierto estilo de respuesta motriz.” (ob.cit.: 161) Gracias a esta comprensión preobjetiva experimentada como una concordancia entre el sujeto y el mundo, entre lo que intentamos y lo que viene dado, podemos lograr cierta estabilidad y generalidad en las prácticas de la vida cotidiana. Para Merleau-Ponty, la idea de “concordancia” o “equilibrio” refiere a nuestra tendencia, en términos prácticos, a reducir los desequilibrios que nos presentan las situaciones. Uno de los ejemplos que el autor cita, es que al mirar un objeto nuestro cuerpo tiende a buscar la mejor distancia posible, es decir, aquella que le permita visualizar tanto la totalidad como las diferentes partes del mismo.13 Ya sea como “[...] sistema de potencias motrices o de potencias perceptivas [...] nuestro cuerpo es un conjunto de significaciones vividas que va hacia su equilibrio [...]” (ob.cit.: 170), permitiéndonos así poseer nuestro mundo habitual, pero también, formar nuevos núcleos de significaciones. Esto último sucede cuando “[...] nuestros movimientos antiguos se integran en una nueva entidad motriz [...]” (tal lo que acontece al lograr utilizar eficazmente una nueva herramienta o al incorporar una nueva secuencia de danza) o cuando “[...] los primeros datos de la vista se integran en una nueva entidad sensorial”; en ambos casos, “[...] nuestros poderes naturales alcanzan de pronto una significación más rica que hasta entonces sólo estaba indicada en nuestro campo perceptivo o práctico, no se anunciaba en nuestra experiencia más que como una cierta deficiencia, y cuyo advenimiento reorganiza de pronto nuestro equilibrio y colma nuestra ciega espera.” (ob.cit.: 170) Para finalizar con este autor, quisiera agregar que la existencia de una particular forma de comprensión preobjetiva, fue desarrollada luego, aunque desde otros postulados, por la psicología genética de Piaget (1964), al analizar los mecanismos de conocimiento y su evolución. En los primeros años de vida del ser humano (aproximadamente hasta el año y medio) se desarrolla lo que el autor denomina “inteligencia sensorio-motriz”, como una 13 En Dreyfus y Dreyfus (1999), por ejemplo, puede verse un desarrollo sobre este tema y un intento de vincular los planteos de Merleau-Ponty con la ciencia cognitiva. 12 inteligencia práctica. En este estadio el sujeto se relaciona con el mundo a través de diferentes “esquemas de acción” (percepciones y movimientos organizados) que constituyen el primer mecanismo o esquema de conocimiento. Este esquema se construye sobre la base de los reflejos y luego los hábitos de los primeros meses de vida. En los inicios de esta etapa, prácticamente no existe la diferenciación entre sujeto y objeto, ya que el niño refiere todo a sí mismo, a su propio cuerpo. Recién al final de esa etapa,14 con la aparición del lenguaje, es decir de la función simbólica, el niño “[...] se sitúa ya prácticamente como un elemento o un cuerpo entre los demás, en un universo que ha construido poco a poco y que ahora siente como algo exterior a él [...]” y, de este modo, logra pasar del “[...] egocentrismo integral primitivo a la elaboración final de un universo exterior.” (Piaget, 1964: 19, 26) Según el autor, estos esquemas no se pierden sino que subsisten, siendo reestructurados en cada uno de los períodos de desarrollo del sujeto. Desde este enfoque, entonces, podría postularse la persistencia de la inteligencia sensorio-motriz en ese ser-en-el mundo preobjetivo que la fenomenología describe. Como conclusión de esta primera comparación entre los autores, encontramos que tanto Nietzsche como Merleau-Ponty propondrán filosofías en las que la corporalidad del sujeto es reconocida y revalorizada. Ambos se colocan de esta forma en la antípoda del sujeto cartesiano típico de la modernidad, el cual hundía algunas de sus raíces en las tradiciones del platonismo y el cristianismo. Además, ambos autores confrontarán, aunque desde perspectivas disímiles, con el modelo científico positivista. A partir de este planteo inicial, comenzaremos a explorar la manera en que cada autor construye la corporalidad y el papel que juega en la definición de la subjetividad en su relación con el mundo. Como analizaremos en los puntos siguientes, el sujeto hecho “carne” con el mundo que Merleau-Ponty describe, será muy diferente de “la voluntad de poder” que caracteriza al sujeto nietzscheano, pues cada autor centrará su interés en distintas experiencias corporales: en la percepción de ese mundo que se nos aparece ahí delante y en el movimiento que intenta transformarlo.No obstante, pensamos que en esta diferencia reside la riqueza de combinar ambas perspectivas, para lograr así una concepción abarcadora que nos permita situar los rasgos constitutivos de las corporalidades. 3. La percepción: de Merleau-Ponty a los canacos de Leenhardt 14 Una vez logrados “[...] los cuatro procesos fundamentales que se realizan durante los dos primeros años de existencia... la construcción de las categorías de objeto (la permanencia substancial atribuida a los cuadros sensoriales), espacio, tiempo y causalidad, todas como categorías prácticas o de acción pura y no todavía como nociones de pensamiento.” (Piaget, 1964: 25) 13 Para ahondar en aquella experiencia originaria del mundo que la fenomenología intenta captar, son particularmente sugestivas las reflexiones sobre la pintura que Merleau- Ponty realiza en El Ojo y el Espíritu. El autor contrapone la actividad del pintor con la de aquella “ciencia manipuladora” que, como señalamos en nuestra cita inicial, “renuncia a habitar las cosas”. La pintura, en cambio, abrevaría especialmente en esa “napa primaria” de la experiencia que la fenomenología describe: “[...] sólo el pintor tiene el derecho de mirar todas las cosas sin algún deber de apreciación [...]”, a diferencia del escritor o el filósofo, “[...] quienes no pueden declinar las responsabilidades del hombre que habla.” (Merleau- Ponty, 1977 [1960]: 12). Asimismo, el pintor posee una particular relación cuerpo-mundo pues “[...] es prestando su cuerpo al mundo que el pintor cambia el mundo en pintura” (ob.cit.: 15); esa relación también se evidencia en las apreciaciones de muchos pintores, acerca de que “las cosas los miran” o que “[...] el pintor debe ser traspasado por el universo y no querer traspasarlo [...]” (ob.cit.: 25). De esta manera, la actividad del pintor se convierte en arquetipo de la experiencia preobjetiva del mundo que la fenomenología de Merleau-Ponty describe. Para comprender la elección de esta metáfora, es necesario indagar en dos conceptos claves: el de la percepción como una “comunión con el mundo” y el de “carne”. En el primer caso, la percepción implica una comunión en tanto el sujeto de la sensación no es ni un pensador que nota una cualidad, ni un medio inerte por ella afectado o modificado, sino: “una potencia que co-nace (co-noce) a un cierto medio de existencia o se sincroniza con él... es una cierta manera del ser del mundo que se nos propone desde un punto del espacio, que nuestro cuerpo recoge y asume si es capaz de hacerlo [...] la sensación es literalmente, una comunión...” (1993 [1945]: 228) “Si, como decíamos, toda percepción tiene algo de anónima, es porque reanuda una experiencia adquirida (acquis) sin ponerla en tela de juicio. Quien percibe no está desplegando ante sí mismo como debe estarlo una conciencia, posee una espesura histórica, reanuda una tradición perceptiva y está confrontado a un presente. En la percepción no pensamos el objeto ni pensamos el pensante, somos del objeto y nos confundimos con este cuerpo que sabe del mundo más que nosotros [...] En este estrato originario del sentir, que uno halla a condición de coincidir verdaderamente con el acto de percepción y de abandonar la actitud crítica, vivo la unidad del sujeto y la unidad intersensorial de la cosa, no los pienso como harán el análisis reflexivo y la ciencia.” (ob.cit.: 253) La experiencia de percepción, donde sujeto y objeto no están escindidos sino que constituyen potencias en una relación de coimplicación, se convertirá para Merleau-Ponty en el locus de la existencia: un modo de ser que es fundador de todo ser. El concepto de carne surge en obras posteriores y es presentado como un medio de resolver o superar la aparente paradoja que la experiencia de la corporalidad plantea. Dicha 14 paradoja consiste en que el cuerpo es a la vez sensible y sintiente, visible y vidente, es decir, que puede convertirse en un cuerpo objetivo –cosa entre las cosas, pertenecer al orden del objeto, a la manera de Descartes– pero es también inevitablemente un cuerpo fenoménico –es aquel que ve y toca a las cosas, pertenece al orden del sujeto–. El hecho de que generalmente se haya planteado esta paradoja de la doble referencia de la corporalidad, para Merleau-Ponty no es una mera casualidad, pues lo que ella esconde es que cada una “llama a la otra”, en tanto cuerpo y mundo se comunican indefectiblemente por la “facticidad de la carne”. En un intento de ejemplificar la experiencia de la carne, dirá que lo que tenemos es “[...] una carne que sufre cuando está herida y unas manos que tocan [...]” y no un “cuerpo” en tanto objeto permanente de pensamiento. En otras palabras, la carne hace referencia a un sintiente sensible que no puede desligarse de su relación con un mundo; si bien este entramado de relaciones puede llegar a especificarse como un cuerpo, es sólo a condición de ser pensado, objetivado, escindido de su condición existencial de carne. En El Ojo y el Espíritu, esta especie de equivalencia, de unión y confusión entre cuerpo-mundo, se ilustra diciendo que el mundo está hecho con la misma “tela del cuerpo” y que el cuerpo pertenece al “tejido del mundo”: “Mi cuerpo es a la vez vidente y visible. El que mira todas las cosas, también se puede mirar, y reconocer entonces en lo que ve el “otro lado” de su potencia vidente. Él se ve viendo, se toca tocando, es visible y sensible para sí mismo. Es un sí mismo no por transparencia como el pensamiento, que no piensa sea lo que sea sino asimilándolo, constituyéndolo, transformándolo en pensamiento; es un sí mismo por confusión, narcisismo, inherencia del que ve a lo que ve, del que toca a lo que toca, del que siente a lo sentido; un sí mismo, pues, que está preso entre las cosas [...] Visible y móvil, mi cuerpo está en el número de las cosas, es una de ellas, pertenece al tejido del mundo y su cohesión es la de una cosa. Pero, puesto que ve y se mueve, tiene las cosas en círculo alrededor de sí, ellas son un anexo o una prolongación de él mismo, están incrustadas en su carne, forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma tela del cuerpo.” (1977 [1960]: 16-17) En su obra póstuma, Lo Visible y lo Invisible, Merleau-Ponty describe nuevamente la paradoja del cuerpo y sitúa a la carne como una especie de “principio encarnado”, un elemento del Ser, de todos los seres visibles y tangibles:15 “Si bien el cuerpo es cosa entre las cosas, es, en cierto sentido, más fuerte y más profundo que ellas, y eso, decíamos, porque es cosa, lo cual significa que se destaca entre ellas y, en la medida en que lo hace, se destaca de ellas. No es simplemente cosa vista de hecho (yo no veo mi espalda), es visible por derecho, entra en el campo de una visión a un tiempo ineluctable y diferida. Recíprocamente, si toca y ve, no es porque 15 “Para designarla (a la carne) haría falta el viejo término “elemento”, en el sentido que se emplea para hablar del agua, del aire, de la tierra y del fuego, es decir, en el sentido de una cosa general, a mitad de camino entre el individuo espacio-temporal y la idea [...] No hecho o suma de hechos, aunque sí adherente al lugar y al ahora. Mucho más, inauguración del dónde y del cuándo, posibilidad y exigencia del hecho, en una palabra, facticidad, lo que hace que un hecho sea hecho.” (Merleau-Ponty, 1970 [1964]: 74) 15 tiene delante los seres visibles como objetos: están a su alrededor, llegan hasta a invadir su recinto, están en él, tapizan sus miradas y sus manos por dentro y por fuera. Si los toca y los ve, es únicamente porque, siendo de su misma familia, visible y tangible como ellos, se vale de su ser como de un medio para participar del de ellos, porque cada uno es arquetipo para el otro y porque el cuerpo pertenece al orden de las cosas asícomo el mundo es carne universal. Ni siquiera hace falta decir, como acabamos de hacerlo, que el cuerpo se compone de dos hojas, una de las cuales, la de lo «sensible», es solidaria del resto del mundo; no hay en él dos hojas o dos capas [...] porque todo él, sus manos y sus ojos, no es más que aquella referencia a una visibilidad y a una tangibilidad-patrón de todos los seres visibles y tangibles, que tienen en él su semejanza y cuyo testimonio recoge por la magia que es el ver y el tocar mismos.” (1970 [1964]: 172) En resumen, gran parte de la obra de Merleau-Ponty se esfuerza por describir aquella dimensión preobjetiva del ser, en la cual cuerpo y mundo se comunican a través del espesor de la carne. Sobre esta experiencia primera se alzan luego la reflexión, el pensamiento, que instalan la escisión sujeto-objeto y con ella todo el edificio de las ciencias; la fenomenología, sin embargo, intentará siempre describir ese suelo de la experiencia vivida. La cuestión de los estrechos vínculos entre la corporalidad y el mundo, ha sido subrayada por los estudios antropológicos que abordaron las nociones de persona y cuerpo en distintas sociedades no occidentales. Uno de los trabajos clásicos en este sentido, es el de Leenhardt (1961 [1947]) sobre la noción de cuerpo entre los canacos de Melanesia. Dicho trabajo fue clave para la antropología del cuerpo, pues instaló el paradigma de una concepción holista que caracterizaría a muchos grupos indígenas. Así, se ha convertido en un tópico habitual contrastar este cuerpo de los Otros con las concepciones dualistas predominantes en Occidente. Cito una definición de este tipo, en un trabajo más reciente: “En ‘Occidente y sobre todo a partir del modelo biomédico’, el cuerpo constituye ‘una entidad discreta y objetiva’, ‘separada de los pensamientos y emociones’, que funciona a la manera de una máquina; es también ‘secularizado y pertenece al dominio privado del individuo’. En las sociedades no-occidentales, en cambio, ‘el cuerpo es concebido como un sistema abierto que vincula las relaciones sociales al self’; un ‘balance vital entre elementos interrelacionados en un cosmos holístico’; ‘lo emocional y cognitivo están integrados en procesos corporales’ y el propio cuerpo ‘es parte orgánica de un mundo sacro y sociocéntrico, un sistema comunicativo que involucra intercambios con los otros (incluido lo divino).’” (Kleinman, 1988: 11) En mi etnografía con los grupos toba, pude constatar que los límites entre la corporalidad de la persona y la materialidad del mundo social, natural y del poder no humano, resultan permeables y flexibles; incluso la misma idea de límite debería ser revisada, ya que a pesar de que estos mundos se diferencian en el lenguaje, existencialmente están profundamente conectados. Ejemplos de estas conexiones hallamos al explorar sus concepciones de salud, enfermedad y terapia, en los mitos, en los tabúes y prescripciones 16 relativas a las mujeres, o también, en la importancia atribuida a las “señas”.16 Ciertos episodios de la vida cotidiana –especialmente una dolencia o enfermedad, pero también un determinado sueño, ciertos cantos de los pájaros– tienen la propiedad de convertirse en señas, es decir, de actuar a la manera de índice de otros acontecimientos. En la interpretación de la seña y en las experiencias vividas que la antecedieron y la siguieron, se ponen en juego una serie de elementos que van conformando un encadenamiento causal que vincula al sujeto con el mundo. Así, dichos elementos suelen abarcar desde vivencias corporales, pensamientos, relaciones con las personas, con algunos animales, con ciertos fenómenos atmosféricos como el viento o la lluvia, hasta los encuentros personales con los seres poderosos no humanos (ÿaqa´a) o los vínculos con el Dios cristiano. En el caso de Leenhardt, señala como ejemplo de los vínculos entre cuerpo y naturaleza, el hecho de que para los canacos, los términos que describen las partes del cuerpo corresponden también a los utilizados en el reino vegetal; asimismo, diferentes mitos y prácticas rituales relacionan al árbol con la vida de las personas, lo cual revelaría “[...] una identidad de estructura y una identidad de sustancia entre el hombre y el árbol.” (1961 [1947]: 28) La conclusión de Leenhardt apuntaba a que en estas sociedades los mitos constituían una realidad vivida y que estos vínculos no eran meras figuraciones o analogías sino que implicaban una “identidad de sustancia” entre el cuerpo del hombre y la naturaleza: “Cuando el hombre vive en la envoltura de la naturaleza y todavía no se ha separado de ella, no se esparce en ella, sino que es invadido por la naturaleza y solamente a través de ella se conoce a sí mismo. No tiene una visión antropomórfica, sino que queda sometido, por el contrario, a los efectos que produce una visión indiferenciada que le hace abarcar el mundo total en cada una de sus representaciones, sin que intente distinguirse él mismo de este mundo. Se podría hablar de una visión cosmomórfica. A sus ojos se corresponden, entonces, la estructura de la planta y la estructura del cuerpo humano: una identidad de sustancia los confunde en un mismo flujo de vida. El cuerpo humano está hecho de la misma sustancia que verdea el jade, que forma las frondosidades, que hincha de savia todo lo que vive, y estalla en los retoños y en las juventudes siempre renovadas. Y porque se halla totalmente repleto de estas vibraciones del mundo, el cuerpo no se diferencia de él.” (ob.cit.: 35-36) El trabajo de Leenhardt ha sido objeto de numerosas críticas pues tendía a una interpretación casi literal de los datos de sus informantes, sin prestar suficiente atención a la contextualización de los términos y, en general, a la dimensión simbólica y polisémica del lenguaje. Además, su idea de una “identidad de sustancia” estaba influida por el modelo de Lévy-Bruhl 1972 [1922] sobre la “participación” en la “mentalidad primitiva”, hoy también 16 Estos temas fueron abordados en diversos trabajos (Citro 2002, 2003, 2005) y, especialmente para la cuestión de las señas, cfr. Wright (1997). 17 ampliamente criticado y superado. No obstante estas críticas, quise mencionar algunos fragmentos del texto de Leenhardt para subrayar las similitudes que presenta con las metáforas que utiliza Merleau-Ponty para hablar sobre la carne. Las imágenes de “un cuerpo repleto de las vibraciones del mundo”, que se “confunde en un mismo flujo de vida”, resultan muy cercanas, por ejemplo, a la imagen de Merleau-Ponty acerca de que “[...] el espesor del cuerpo, lejos de rivalizar con el del mundo, es, por el contrario, el único medio que tengo para ir hasta el corazón de las cosas, convirtiéndome en mundo y convirtiéndolas a ellas en carne.” (1970 [1964]: 168) No se trata aquí, sin embargo, de postular solamente una analogía simbólica entre ambos autores, sino de proponer una nueva mirada a partir de su confrontación. Considero que aquella identidad y participación entre cuerpo y naturaleza que Leenhardt intentaba describir para los canacos, podría comprenderse mejor desde una perspectiva fenomenológica, en tanto experiencia existencial de la carne. A nuestro juicio, no alcanza con tratar a estas relaciones cuerpo-mundo presentes en los grupos indígenas, como una cuestión meramente simbólica –pues muchas veces esto ha conducido a olvidar el enraizamiento así como la eficacia que sus simbolismos poseen en la experiencia– y menos aun, como el resultado de una supuesta insuficiencia de sus categorías de entendimiento. Esto último, precisamente, fue el recurso explicativo que Leenhardt utilizó: “Al ignorar el melanesio que este cuerpo suyo es un elemento del cual es el poseedor, se encuentra por ello mismo en la imposibilidad de discriminarlo. No puede exteriorizarlo fuera de su medio natural, social,mítico. No puede aislarlo. No puede ver en él a uno de los elementos del individuo [...] El primitivo es el hombre que no ha captado el vínculo que lo une a su cuerpo y ha sido incapaz, por lo tanto, de singularizarlo. Se ha mantenido en esta ignorancia al vivir el mito de la identidad, que él experimenta sin diferenciarlo y que se presenta desde entonces como el telón de fondo sobre el cual se perfilan muchas formas míticas de su vida.” (ob.cit.: 36) En contraste con el autor, podríamos decir, por ejemplo, que muchos de los filósofos racionalistas occidentales se han mantenido en la ignorancia al vivir el mito del cuerpo- máquina y ser incapaces de reconocer la carne con el mundo, o que lo que los canacos no podían o no estaban interesados en hacer era invisibilizar la experiencia de la carne. En nuestra perspectiva, entonces, la experiencia de la carne, la imbricación existencial del cuerpo con el mundo, se convierte en un rasgo existencial de la vida humana; sin embargo, en la medida en que estos mundos son diferencialmente construidos en cada cultura y hasta las mismas prácticas cotidianas de los cuerpos son diferentes, aquella experiencia primaria de la carne adquiere modos disímiles y podrá ser representada de maneras diversas en las filosofías y concepciones culturales, incluso ser enmascarada y negada. Así, la experiencia de la carne es destacada o adquiere mayor visibilidad social en contextos histórico culturales como el de 18 ciertos grupos indígenas, a partir, por ejemplo, de las prácticas y significaciones cotidianas, de particulares usos del lenguaje, de los simbolismos míticos y la vida ritual. Por el contrario, en el contexto de la modernidad occidental, especialmente a partir del siglo XVII, la experiencia de la carne habría sido invisibilizada en las representaciones culturales hegemónicas, en un proceso que se corresponde con la ruptura de los lazos de la persona con la comunidad, la naturaleza y lo sobrenatural.17 Paradójicamente, si consideramos entonces que la experiencia de la carne posee una amplia extensión cultural, en lo que refiere a las representaciones del cuerpo podríamos invertir las proposiciones que asignan el exotismo a los Otros y señalar que es la concepción del cuerpo-máquina la que resultaría exótica, en tanto marcadamente diferente a las de otras sociedades. En efecto, esta es la concepción que emerge como creación particular de una tradición sociocultural, la de la burguesía europea en su momento de consolidación, la cual intentaba borrar los lazos que testimoniaban los vínculos de la corporalidad con el mundo, vínculos que, sin embargo, se destacan en las representaciones de la persona de muchísimas otras sociedades, no sólo aborígenes, sino también, por ejemplo, en diferentes sistemas de creencias orientales.18 La paradoja antes mencionada, reside en que de aquella tradición sociocultural provinieron los mayores intentos de erigir sus propias concepciones de sujeto y de mundo (¡tan exóticas...!) como “norma universal”: el colonialismo y aquella “ciencia manipuladora” a la que Merleau-Ponty refería, son claros ejemplos de dichos intentos. No obstante, si bien la existencia de la carne ha logrado ser borrada en ciertas representaciones occidentales o puesta entre paréntesis en las meditaciones cartesianas, nunca será borrada como dimensión existencial del hombre. Uno de los mejores argumentos en este sentido, proviene incluso del mismo Descartes. Máximo exponente de la obsesión por controlar el cuerpo a través de la razón e incluso por hacerlo desaparecer para evitar sus interferencias engañosas, reconocía, sin embargo, que en la vida cotidiana esto era imposible de lograr (cfr. Le Bretón 1995: 70). El cuerpo siempre posee su propia vida, que perdura más allá de los mecanismos de la razón y de los intentos por disciplinarlo. 17 Cabe agregar que si postulamos un proceso de invisibilización, es porque consideramos que en la Europa occidental, al menos hasta el Renacimiento, predominaron otras concepciones sobre los vínculos entre el cuerpo y el mundo, en las cuales, precisamente, la experiencia de la carne sí era destacada. Tal es lo que acontece, por ejemplo, en las representaciones del cuerpo que emergen en el cristianismo y en las culturas populares de la Edad Media. Sobre este proceso remitimos al trabajo de Le Bretón (1995) y también a nuestro análisis (Citro 2003, cap. 1) de las concepciones del cuerpo en San Agustín (1958) y en el trabajo de Bajtín (1994). 18 Si bien no es lugar aquí para explorar las concepciones holistas del cuerpo presentes en las tradiciones orientales, cito algunos trabajos que las analizan. En Kleinman (1988), puede verse un resumen de estudios de este tipo. Más específicamente, en los trabajos de Lévi (1991) sobre el cuerpo en el taoísmo, percibido como réplica del universo o, para el hinduismo, en la reseña de Kapani (1991) acerca de cómo es concebido el embrión en los Upanisad. Asimismo, muchos de estos sistemas de creencias incluyen técnicas psicofísicas que implican cierto autodominio del sujeto, para intervenir así sobre estos vínculos que lo ligan al mundo y alcanzar un 19 En resumen, nuestra hipótesis es que existiría una experiencia fenomenológica de la carne común a diferentes grupos socioculturales, y si bien los modos de percepción o las técnicas cotidianas por las que nuestro cuerpo se mueve en el mundo son diferentes según las culturas, todas éstas, a pesar de su diversidad, pondrían en juego indefectiblemente una dimensión preobjetiva del ser, por la cual podemos “habitar” el mundo y nos hallamos unidos a él. De esta forma, la reflexión sobre la corporalidad nos conduce a la paradoja que enunciáramos al inicio de nuestro trabajo: por un lado, nos revela ciertas experiencias comunes, tal vez universales, como la de la carne; por otro, nos advierte que la diversidad cultural siempre surge. Y si he dicho “tal vez”, es porque no nos corresponde a nosotros y seguramente a nadie, atreverse a hablar de universales después de la desconstrucción, la crítica postcolonial y la feminista. Sin embargo, si nos atrevemos a nombrar estos “tal vez”, es porque aquellas legítimas críticas de los universalismos pueden volverse contraproducentes, teórica y políticamente, si terminan impidiéndonos pensar comparativamente, si nos impiden plantear las similitudes entre los seres humanos, si nos impiden los diálogos. Así como Lambek y Strathern (1998) han destacado que los paradigmas de cada cultura sean “inconmensurables” no significa que sean “incomparables”, que no exista una regla, una norma común contra la cual medir o evaluar las diferencias, no significa que los diálogos sean imposibles y que dialogando encontremos ciertos puntos en común, además de las diferencias. Mi intención entonces, no ha sido la de erigir a la fenomenología de Merleau-Ponty en una especie de referencia universal, sino poner a dialogar la particular sensibilidad de este europeo para describir su relación cuerpo-mundo, con las particulares sensibilidades de algunos hombres y mujeres toba o con la de los canacos que Leenhardt intentaba etnografiar. Posiblemente, para la perspectiva de la economía política del conocimiento que algunos sectores todavía defienden, la “legitimidad” asignada a los capitales simbólicos de unos y otros los haga incomparables, pero ¿acaso eso impediría el diálogo?; todo lo contrario, para nosotros lo impone como política de resistencia y disputa frente a esas perspectivas. Además, creo que esta especie de relativismo dialógico tal vez sea uno de los aportes más importantes que la mirada antropológica sobre los Otros –a menudo periféricos– y sobre sus saberes –a menudo soterrados– puede brindar, constituyéndose en uno de los caminos posibles para desconstruir nuestras propias concepciones científico culturales. Como Taussig haseñalado: “Si hoy en día hay un objetivo fundamental, recomendable desde una óptica intelectual y moral en la misión que es la antropología –‘el estudio del hombre’– no es solamente que el estudio de otras sociedades revele en qué forma se ven influidas por la nuestra, determinado equilibrio en la relación. Tal es el caso de las diferentes corrientes del yoga o la meditación budista. 20 sino que al mismo tiempo tales investigaciones nos proporcionen alguna facultad crítica con qué evaluar y comprender las suposiciones sacrosantas e inconscientes que se construyen y surgen de nuestras formas sociales.” (1992 [1980]: 29) En nuestro caso, esta perspectiva dialógica es la que nos permite develar el carácter socialmente construido de proposiciones sacrosantas de la modernidad, así como la del cuerpo-máquina y la del dualismo. 4. El movimiento: del baile a la voluntad de poder y la pulsión La confrontación de Nietzsche que, como vimos, comenzó con las tradiciones platónicas y el cristianismo, continuó hasta el positivismo científico. Nietzsche veía en la búsqueda de un orden, de una verdad, en el deseo de certeza de la ciencia, una “sombra de las ideas metafísicas” de la tradición judeocristiana. En contraste, su filosofía, su gaya ciencia desechaba todo deseo de certeza y se ejercitaba en la sospecha: “El grado de fuerza de un individuo (o de debilidad, para expresarse más claramente) se manifiesta en la necesidad que tiene de creer para prosperar, de contar con un elemento “estable” lo más sólido posible porque se apoya en él [...] En Europa el cristianismo sigue siendo hoy necesario para la mayoría, porque en él se encuentran todavía creencias [...] Algunos siguen necesitando la metafísica; pero está también ese impetuoso deseo de certeza que hoy estalla en las masas, bajo la forma científico- positivista, ese deseo de poseer algo absolutamente estable [...] Por el contrario, cabría concebir una autodeterminación alegre y fuerte, una libertad en el querer, ante la cual un espíritu desecharía toda creencia, todo deseo de certeza, por haberse ejercitado en mantenerse en equilibrio sobre el ligero alambre de la posibilidad, e incluso bailar además al borde del abismo. Un espíritu así sería el espíritu libre por excelencia.” (1995 [1882]: 220, 222) El “espíritu libre” y luego el “superhombre” representan a ese hombre que ha tomado conciencia, que ha comprendido –no sólo teóricamente sino vitalmente– que Dios ha muerto, que no hay un más allá y, en general, el carácter ficticio (creado) de la trascendencia de lo bueno, lo bello y lo santo. El hombre, entonces, se descubre a sí mismo con el poder de invertir los valores vigentes y de crear otros nuevos. Esta actitud de crítica y creación es el modelo que define la reflexión nietzscheana. En sus últimos escritos, la crítica de los valores se extiende, adquiriendo una dimensión epistemológica general: todos los valores son “[...] interpretaciones nuestras, introducidas en las cosas [...]”; no existe, por ende, “[...] un sentido en el en sí [...]”, se trata siempre de sentidos de “relación y de perspectiva”. (Nietzsche 2000 [1901]: 407) 21 Una de las primeras metáforas del autor para caracterizar a este nuevo hombre es la del “trovador provenzal”: “síntesis de cantor, caballero y espíritu libre.”19 Es bien conocida la recurrencia a la música y al lirismo poético para expresar su nueva filosofía, tal vez ha sido menos recordado que esa música debía ser una “canción de danza”20. (López Castellón, 1995: 15) En efecto, en el párrafo de la Gaya Ciencia antes citado, se aprecia cómo la danza simboliza el movimiento que realiza “su” ciencia, que se ejercita en mantenerse en equilibrio sobre el “ligero alambre de la posibilidad” y que incluso “baila” al borde del abismo – “posibilidad” y “abismo” que remiten a la no-existencia de certezas sobre el mundo–. Sugestivamente, en el epílogo del mismo libro, aparece nuevamente la metáfora del baile: los espíritus del libro le recuerdan al filósofo que deje la música fúnebre y vuelva a entonar una música que invite a bailar.21 En diferentes textos del autor, la metáfora del baile vuelve a surgir, permitiéndole enfatizar la libertad y creación de este nuevo sujeto: “Es tremendo el grado de resistencia que hay que vencer para mantenerse en la superficie; se trata de la medida de la libertad, lo mismo en lo que se refiere a la sociedad que a los individuos; poniendo la libertad como un poder positivo, como voluntad de poder [...] Hay que tener contra sí a los tiranos para ser tirano; esto es, libre. No es pequeña ventaja tener sobre la propia cabeza cien espadas de Damocles: así se ‘aprende a bailar’ y se llega a la ‘libertad de movimientos’.” (2000 [1901]: 506) El baile, en tanto símbolo de la libertad humana, se convierte en expresión de lo más sublime que puede hallarse en el hombre. En Así hablaba Zaratustra, sugiere: “Y una vez quise bailar como nunca había bailado aún; quise bailar allende todos los cielos. Entonces ganasteis a mi más querido cantor. Y entonó su canto más lúgubre y sombrío. ¡Ay! ¡Me zumbó en los oídos como el cuerno más fúnebre! ¡Cantor mortífero, instrumento de maldad, tú el más inocente! Yo estaba dispuesto para el mejor baile, y tú con tus notas mataste mi éxtasis. Sólo en el baile sé yo decir los símbolos de las cosas más sublimes.” (1984 [1884]: 79) Al inicio de este libro, Nietzsche presenta otra metáfora del superhombre, en la cual también se aprecia el valor otorgado a la creación. Me refiero a la idea del superhombre como “niño”. Tres transformaciones son necesarias en el proceso de generación del superhombre: debe convertirse primero en “camello”, para tomar sobre sí la pesada carga de la moral 19 En Ecce homo, citado por López Castellón (1995). 20 En una carta a Rhode, Nietzsche expresaba: “Mi estilo es una danza, un juego de simetrías de toda especie y un atropello y mofa de esas simetrías.” (Citado por López Castellón, 1995: 15) 21 Este libro concluye: “Me encuentro con que a mí alrededor estallan las más maliciosas, alegres y vivarachas carcajadas; son los espíritus mismos de mi libro que me asedian, me tiran de las orejas y me llaman al orden: ¡no soportamos más! –me gritan– ¡fuera esa música fúnebre como un cuervo! ¿no estamos en mitad de la mañana más radiante y sobre un césped verde y tierno que invita a bailar sobre él? [...] ¿y qué importa si no entendéis al cantor o le entendéis mal? Esta es la ‘la maldición del cantor’. En cambio, oiréis más claramente su música y su melodía, y su caramillo os hará bailar mejor. ¿Queréis eso?” (1995 [1882]: 270) 22 invertida; transformarse luego en “león”, para criticar la moral del deber-ser, del “tú debes” y luchar por el “yo quiero”, por “crearse una libertad”; finalmente, se transforma en “niño”, en el creador espontáneo de su propio juego, de los nuevos valores: “El niño es inocencia y olvido, un nuevo comenzar, un juego, una rueda que gira sobre sí, un primer movimiento, una santa afirmación. Sí, para el juego de la creación, hace falta una santa afirmación: el espíritu quiere ahora su voluntad, el que ha perdido el mundo quiere ganarse su mundo.” (1984 [1884]: 20) En resumen, movimiento, baile, creación y juego, son las principales imágenes que simbolizan la nueva actitud crítica que la filosofía nietzscheana implicaba. Por otra parte, me interesa profundizar también la concepción del baile como manifestación de lo sublime, la cual aparece ya en las primeras reflexiones sobre lo dionisíaco. Por ejemplo: “Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por losaires bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica [...] en él resuena algo sobrenatural: se siente dios...” (1997 [1886]: 45) El arte, en términos generales, era considerado por Nietzsche como “[...] la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica [...]” del hombre y sostenía que “[...] sólo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo” (ob.cit.: 39, 31); de allí que el artista fuese en sus primeros escritos ese artista-dios creador de mundos.22 Estas reflexiones sobre el arte y específicamente sobre el lenguaje de la danza poseen una particular resonancia para quien estudia estas manifestaciones y/o las practica. Considero que la frase antes citada – "Sólo en el baile sé yo decir los símbolos de las cosas más sublimes”–, podría encontrarse expresada, aunque con sus propios modos, entre bailarines de diferentes culturas. Veamos algunas de estas fascinaciones que la danza ha ejercido en el pensamiento occidental. Mary Wigman (1886-1973), una de las principales representantes de la danza expresionista alemana, sostenía: “[...] si pudiera decir con palabras lo que expresan mis danzas, no tendría razón para bailar.” Sachs (1980 [1937]: 13, 15) también otorgó un especial lugar a la danza, la consideraba “[...] la madre de todas las artes [...]” por ser la única que “[...] vive en el espacio y en el tiempo [...]” y sostenía que “[...] en esencia la danza es simplemente la vida 22 Refiriéndose a su propio libro, en el “Ensayo de autocrítica” sostiene: “[...] el libro entero no conoce, detrás de todo acontecer, más que un sentido y un ultra-sentido de artista, –un “dios”, si se quiere, pero, desde luego, tan solo un dios-artista completamente amoral y desprovisto de escrúpulos, que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y su soberanía idénticos, un dios- artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobreplenitud, del sufrimiento de las antítesis en él acumuladas.” (1997 [1886]: 31). 23 en un nivel superior.” En muchos rituales, la danza en su inevitable conjunción con la música, constituye las formas privilegiadas de contacto o acceso al mundo del poder sagrado. El mismo Sachs (ob.cit. 13, 14) nos recuerda algunas expresiones que evidencian ese papel, por ejemplo, la del canto derviche que enuncia: “El que conoce el poder de la danza tiene su morada en Dios”; o la de Jesucristo, según un himno gnóstico: “Quien no baila desconoce el camino de la vida.” Langer (1983 [1953]), una de las pocas filósofas abocadas a la danza, señalaba que lo característico de este arte, su “ilusión primaria” distintiva, era la de “[...] crear una región virtual de poder [...]”, es decir, crear la apariencia de poderes o fuerzas que actúan a través de los gestos de los danzantes. Su planteo, influido por el pensamiento de Cassirer sobre la conciencia mítica, se basaba en el papel de la danza en las primeras fases del desarrollo social (concretamente en el mundo tribal) en el cual los hombres vivían en un “mundo de poderes” que determinaban el curso de los eventos humanos y cósmicos. Más allá de la persistencia de los modelos de mentalidad primitiva en su propuesta, lo interesante de destacar es que el primer reconocimiento de la idea de poder, de fuerzas o impulsos, surgiría de la experiencia del cuerpo humano y, por ende, su primera representación habría sido a través de la danza.23 Finalmente, diversos trabajos antropológicos han señalado este vínculo entre danza, música y poder en las expresiones rituales de diferentes grupos aborígenes, incluidos nuestros propios trabajos sobre los toba formoseños (Citro, 2000). La cuestión del poder y su vínculo con el movimiento corporal, nos conduce a otro de los conceptos de Nietzsche que nos interesa indagar, el de voluntad de poder. Dicho concepto presenta no pocas dificultades. Por un lado, porque ha sido elaborado por Nietzsche sobre todo en su último trabajo –La voluntad de Poder (Ensayo de una transmutación de todos los valores)–, el cual no había llegado a concluir ni a revisar, por lo que el concepto presenta un tratamiento sumamente fragmentario. Por otro, a esta situación se suma una serie de tergiversaciones, originadas en que los apuntes manuscritos sufrieron un intencional recorte al ser editados por su hermana.24 En este sentido, Cortés Morató y Martínez Riu (1996) aclaran que “[...] la voluntad de poder no consiste en ningún anhelo ni en ningún afán de apoderarse 23 Autores como Spencer (1985) sostienen que en la teoría de Langer existe también una importante influencia del pensamiento de Durkheim, aunque ella no lo mencione. En otros trabajos (Citro 2000) analizamos cómo el poder intrínseco otorgado a la danza se vincula con aquel “estado de efervescencia” que Durkheim (1995 [1912]) describía como característicos de los rituales y que hacían que la “fuerza moral” de la sociedad se impusiera sobre los individuos participantes. 24 Estos recortes facilitarían luego la particular interpretación de pensamiento nietzscheano que haría el movimiento nazi alemán. Los archivos de Nietzsche pudieron ser revisados recién después de la segunda guerra mundial, cuando pasaron a formar parte de la República Democrática Alemana. En 1956, K. Schlecta demostró las falsificaciones y manipulaciones del pensamiento nietzscheano y recién en 1967 se comenzó la edición crítica de sus obras (Cortés Morató y Martínez Riu 1996). 24 de nada ni de dominar a nadie, sino que es creación; es el impulso que conduce a hallar la forma superior de todo lo que existe y afirmar el eterno retorno, que separa las formas superiores, afirmativas, de las formas inferiores o reactivas.” 25 Veamos una definición de la voluntad de poder en donde se destaca la dimensión orgánica de este impulso o fuerza agente: “Suponiendo, finalmente, que se consiguiese explicar nuestra vida instintiva entera como la ampliación y ramificación de una única forma básica de voluntad, –a saber, de la voluntad de poder, como dice mi tesis– suponiendo que fuera posible reducir todas las funciones orgánicas a esa voluntad de poder, y que se encontrase en ella también la solución del problema de la procreación y de la nutrición –es un único problema–, entonces habríamos adquirido el derecho a definir inequívocamente toda fuerza agente como: voluntad de poder.” (1983 [1886]: 62) Otro rasgo clave en torno a este concepto es su vinculación con las experiencias de “goce y displacer”. Es pertinente recordar que una de las críticas de Nietzsche al cristianismo, consistía en que éste proponía “no sufrir a cambio de no gozar”; es decir, postulaba una felicidad en un más allá, el cual sólo se podía alcanzar a cambio de destruir o aquietar las pasiones, la sensualidad y la voluntad. Así, por ejemplo, denominará al cristianismo como “voluntad de ocaso” o “filosofía del miedo”. En oposición, toda su filosofía reside en una disposición al sufrir y al gozar, pues “[...] en el dolor hay tanta sabiduría como en el placer.” (1995 [1882]: 193) Por eso, entre sus arquetipos, además del nombrado “trovador provenzal”, está también el “héroe y guerrero”, en realidad, éstos son complementarios en su ideal filosófico, pues conforman el ideario del noble medieval: “Lo único noble –dirá– es el ocio y la guerra.”26 (Nietzsche, 1995 [1882]: 200) El tema del dolor aparece constantemente en sus textos y de hecho también en su vida, atravesada por diversas experiencias de 25 La noción del “eterno retorno” es una de las más complejas, debido al tratamiento ambiguo y fundamentalmente metafórico que recibe. Tomando una de estas metáforas que aparece en Así hablaba Zaratustra (1984 [1884]: 108-111) en las que un pastor atrapado
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