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Lizardo Herrera y Julio Ramos Editores Colección Trazos Droga, cultura y farmacolonialidad: Colección Trazos Directores: Gastón Molina y raúl rodríguez freire Droga, cultura y farmacolonialidad: la alteración narcográfica EDITORES: LIZAR DO HERRER A Y JULIO R A MOS © Lizardo Herrera y Julio Ramos, por la selección de textos y la introducción. © Por los textos: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, © herederos Fernando Ortiz, 1991; Mi museo de la cocaína, © Michael Taussig, 2004; “El colonialismo de la cocaína: Re- beliones indígenas en América del Sur y la historia del psicoanálisis”, © Curtis Marez, 2004; “La religión de la ayahuasca”, Néstor Perlongher, © Ediciones Excursiones, 2013; “Hacia un narcoanálisis”, © Avital Ronell, 1992; “El yonqui, el yanqui y la Cosa”, © Juan Duchesne Win- ter, 2001; “Estética y Anestésica: una reconsideración del ensayo sobre la obra de arte”, © Susan Buck-Morss, 2005; “La fabricación del vicio”, © Henrique Carneiro, 2002; “Epidemias de la vo- luntad”, © herederos Eve Kosofsky Sedgwick, 1993; “La adicción punitiva: la desproporción de leyes de drogas en América Latina”, © Rodrigo Uprimny Yepes, Diana Esther Guzmán y Jorge Parra Norato; “La era farmacopornográfica”, © Paul Beatriz Preciado, 2008; “El Fármacon colonial: la Bioisla”, © Miriam Muñiz Varela, 2013; “Habitus furibundo en el gueto estadouni- dense”, © Phillipe Bourgois, Fernando Montero Castrillo, Laurie Hart y George Karandinos, 2013; “El capitalismo como construcción cultural”, © Sayak Valencia, 2010; “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: apuntes para su decodificación”, © Rossana Reguillo, 2013. Facultad de Ciencias Sociales Universidad Central de Chile San Ignacio 414, Santiago Sitio Web: www.ucentral.cl/facso Rector Universidad Central de Chile: Santiago González Larraín Decana Facultad de Ciencias Sociales: Ana María Zlachevsky Diseño y Diagramación: Aracelli Salinas Vargas Corrección de Prueba: Marcela Rivera Hutinel Registro ISBN Nº 978-956-330-058-1 Impreso en Chile / Printed in Chile Í n d i c e Introducción. Lizardo Herrera y Julio Ramos 7 De la transculturación del tabaco. Fernando Ortiz 33 Mi museo de la cocaína. Michael Taussig 45 El colonialismo de la cocaína: Rebeliones indígenas en América del Sur y la historia del psicoanálisis. Curtis Marez 67 La religión de la ayahuasca. Néstor Perlongher 97 Hacia un narcoanálisis. Avital Ronell 127 El yonqui, el yanqui y la Cosa. Juan Duchesne Winter 145 Estética y ANESTÉSICA: una reconsideración del ensayo sobre la obra de arte. Susan Buck-Morss 161 La fabricación del vicio. Henrique Carneiro 181 Epidemias de la voluntad. Eve Kosofsky Sedgwick 203 La adicción punitiva: la desproporción de leyes de drogas en América Latina. Rodrigo Uprimny Yepes, Diana Esther Guzmán y Jorge Parra Norato 221 La era farmacopornográfica. Paul Beatriz Preciado 245 El Fármacon colonial: la Bioisla. Miriam Muñiz Varela 269 Habitus furibundo en el gueto estadounidense. Phillipe Bourgois, Fernando Montero Castrillo, Laurie Hart y George Karandinos 283 El capitalismo como construcción cultural. Sayak Valencia 305 La narcomáquina y el trabajo de la violencia: Apuntes para su decodificación. Rossana Reguillo 323 Sobre los autores 343 Agradecimientos 347 I NT ROD UCCIÓN 7 I N T R O D U C C I Ó N Lizardo Herrera y Julio Ramos I NT ROD UCCIÓN 9 Hace algunos años, cuando comenzamos a elaborar esta selección de escritos sobre las drogas, nos enganchaba una pregunta inicial sobre las dimensiones experimentales de la alteración sensorial y la historia de sus efectos políticos y culturales. Nos interesaba entender el devenir no evolutivo de las formas ancestrales y contemporáneas de la alteración, ya fuera en las asincronías de los usos religiosos, bajo condiciones rituales, o en las prácticas aparentemente secularizadas del goce o del exceso lúdico, así como en los usos médicos y las proyecciones industriales del laboratorio farmacológico, donde se cuecen los mayores (fetiches) anestésicos y esti- mulantes de los siglos XIX, XX y XXI. Las complejas (des)territorializaciones letales del narco-estado en los mapas del necro-capital complicaron aún más nuestra genealogía de la alteración sensorial y los cambiantes sentidos de la experimentación en el mundo contemporáneo. Al final del aforismo 86 de La gaya ciencia, Nietzsche se hacía esta pre- gunta: “¿Quién contará alguna vez la historia de nuestros narcóticos? ¡Es casi la historia de nuestra ‘cultura’, de nuestra llamada ‘alta cultura’!”. Avital Ronell propone una respuesta: “Nuestro trabajo fija su residencia en este ‘casi’ nietzscheano: el lugar en el que los narcóticos articulan un estremecimiento entre la historia y la ontología”. La violencia contem- poránea estremece esa historia con presiones imprevistas por Nietzsche y apenas sugeridas por Ronell en su narcoanálisis. La historia de “nues- tros” narcóticos es también una de las dimensiones fundamentales de las nuevas racionalidades del poder contemporáneo, no solo en el sentido diacrítico que distingue en la alteración sensorial la traza de un límite y 10 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA la proyección del “afuera” de la razón occidental moderna, sino también porque ese “afuera” le resulta constitutivo como uno de sus órdenes o regí- menes principales: estimulante de planetarias industrias farmacológicas, de prósperas máquinas de guerra, de control de la seguridad y de la modi- ficación neuro-política de las subjetividades. Está claro que la heterogeneidad del archivo con que hemos trabajado por varios años rebasa los marcos disciplinarios y problematiza cualquier modo de entender los principios de la autonomía. El archivo incluye discursos testimoniales, literarios, filosóficos, antropológicos, científicos, médicos, religiosos, jurídicos y policiacos que buscan descifrar el sentido de la expe- riencia singular potenciada por una sustancia –sea natural o artificial, con- trolada o no por la ley– que desata la “conciencia” de sus amarres habituales en el horizonte de un sensorio normativo, sedimentado en los “principios de la realidad” y de la autonomía del sujeto. La textura de estos discursos heterónomos y múltiples es propensa a los combinados y a los excesos. Se trata con frecuencia de mezclas de escrituras de la experiencia y protocolos de investigación: experimentaciones estéticas transitadas por el destello del análisis social y político de la cultura de la droga. Aquí les llamaremos nar- cografías en un sentido amplio que de ningún modo pretenderemos reducir a la narco-literatura y a sus secuaces actuales, aunque estos también son parte del archivo, intervenido, como ha sugerido Gabriela Polit, por las narrativas de la industria cultural y por una exuberante dosis de pánico y euforia. Estas formas desbordan cualquier distinción disciplinaria entre las aproxi- maciones culturales o sociales al tema y los abordajes literarios que gravitan, por ejemplo, entre los escritos de Thomas de Quincey, William Burroughs y Néstor Perlongher y en esa vasta constelación de iluminaciones profanas en los escritos de Charles Baudelaire, Rubén Darío, José Asunción Silva, Arturo Borja, Julio Herrera y Reissig, Fernando Pessoa, Walter Benjamin, Luis Palés Matos, José de Diego Padró, Henri Michaux, Octavio Paz, Antonin Artaud, Philip K. Dick, Oscar del Barco, Andrés Caicedo, Yuri Herrera, Heriberto Yépez o Rita Indiana Hernández, entre muchos otros. Horizonte de experiencias sensibles exacerbadas donde, por cierto, esca- sean las mujeres, lo que de entrada sugiere un drama de la masculinidad, lúcidamente analizado por Sayak Valencia, en los pliegues de los discursos I NT ROD UCCIÓN 11 narcográficos en sus dimensiones más violentas.1 En cambio, no es casual que la deconstrucción de cierta épica de la alteración sensorial incluya un número notable de trabajos escritos por mujeres, tal como comprueba nuestra selección en estevolumen. La historia del cine también añadiría lo suyo al archivo. Ejemplifica diver- sas propuestas de desprogramación sensorial, a veces próximas –o acaso modeladas por– los efectos de la alteración química, tal como ocurre con los sobresaltos asociativos en los montajes del cinema experimental al cual se refiere Antonin Artaud mediante un vocabulario de los sueños y las pulsiones inconscientes muy afín al que usa en sus propias descripciones de los viajes del peyote entre los Tarahumaras de México. En otros casos, el cinema transforma el drama de la droga en disparador de relatos de pá- nico, excitación o aversión que dan pie a todo tipo de pronunciamientos y matices morales y reformistas (desde aquellos contra la reefer madness de la marihuana en los años 1930 hasta los filmes de Víctor Gaviria y los seriales sobre Pablo Escobar y los narcos) donde la excitación mediática empalma con la producción (o el cuestionamiento) de estereotipos sociales y raciales. Esto se hace especialmente visible durante épocas puntualizadas por cam- bios de paradigma biopolítico y por reconfiguraciones de la gubernamen- talidad, según los términos consabidos de Michel Foucault. No cabe duda de que las representaciones de la droga y la alteración sintomatizan estas zonas de intensificación e impugnación de los poderes sobre el cuerpo, la percepción, el tiempo del trabajo, el goce, el abandono, el gobierno de la vida y de la muerte, o de la muerte en vida, otra de las figuras clave en las narrativas culturales y sociales de lo que el historiador brasileño Henrique Carneiro ha llamado la construcción del vicio. Ante la vastedad del archivo narcográfico, el hilo que recorre y ordena flexiblemente los trabajos que conforman este volumen tiene que ver con los retos que la droga y los discursos y testimonios sobre la alteración pre- sentan a la teoría cultural contemporánea. Aunque la selección de textos es variada e intenta dar cuenta de la proliferación de saberes, verdades –y 1 Ese drama de la masculinidad, como señala Valencia en Capitalismo gore, es acaso un aspecto decisivo y muy poco explorado de la llamada narcoliteratura y del negocio contemporáneo de la muerte, de la violencia, que desborda cualquier teoría “moderna” de una centralizada legiti- midad estatal bajo los regímenes de la “desregularización” neoliberal. 12 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA poderes– que la droga incita en sus trayectorias, proponemos una selección de aproximaciones que generalmente se ubican en el cruce del análisis estético-político, cultural y social. Estos abordajes al tema de la droga y sus efectos tanto epistémicos como ontológicos ponen de relieve los obs- táculos que su complejidad implica para cualquier reflexión actual sobre la subjetividad, las políticas del cuerpo, su relación con la territorialidad, la soberanía y el colonialismo. De un modo u otro, nos parece que la “excepcionalidad” de la experiencia desencadenada por el estímulo de la droga, incluso cuando es una instancia de fuga o técnica de exploración espiritual, pone en juego los límites y las fronteras de la racionalidad moderna y sus estéticas. Al mismo tiempo, buena parte de los escritos sobre las economías de la alteración sensorial –incluida la poesía del éxtasis, como la llama Néstor Perlongher– remiten con insistencia a una zona muy problemática de la experiencia donde la potencia de la experimentación y del goce queda atrapada por la sospecha –o la constatación– de una especie de debilitamiento o crisis de la “volun- tad”, lo que suscita una amplia y nerviosa gama de preguntas y discursos sobre los riesgos del descontrol compulsivo y la abyección de la adicción. Estos discursos sobre el riesgo de la dependencia y la crisis de la voluntad explicitan frecuentemente el traslado del vocabulario político de la sobe- ranía a las dimensiones subjetivas, aunque ahora en el plano individual de la conciencia y del funcionamiento de la persona, como llama Roberto Esposito a esa instancia moderna del sujeto individual, de la autonomía que el liberalismo asigna a su lugar ideal. En ese sentido, la droga –llamémosle así por ahora sin ignorar la vaguedad del término– no es un objeto común y corriente: su materialidad química transforma a los sujetos que toca en su deriva. Su potencia es capaz de tras- tornar algunos de los aspectos constitutivos, aspectos de la identidad que se piensan fundamentales o esenciales del sujeto que la consume. Trastoca nada menos que los lazos entre el sensorio y los objetos de la conciencia, la percepción “adecuada” de lo real, lo que suscita interrogantes sobre el “ juicio” del sujeto bajo el impacto de la sustancia, interrogantes sobre el control, la voluntad, la atención, la productividad, la efectividad misma del “gobierno de sí” y la autonomía de la persona. I NT ROD UCCIÓN 13 Más que un objeto la droga es lo que Michel Serres ha llamado un qua- si-sujeto. Es un operador de afectos en las redes subjetivas e intersubjetivas del poder. Su potencia impacta el lugar del sujeto en el ámbito de las repre- sentaciones y los discursos, pero evidentemente estimula también cambios neuronales en una compleja química de los afectos. Esta economía de los afectos borronea cualquier límite estable o distinción esquemática entre sujeto y objeto, entre cultura y naturaleza. La droga toca una zona somá- tica de la experiencia, es decir, de la realidad “orgánica” de la subjetividad, donde también opera la ingeniería social y donde se extiende el rampante desarrollo de lo que Paúl Beatriz Preciado ha llamado el poder farma- co-pornográfico contemporáneo, ya no solo por las dimensiones interpelati- vas de la inscripción del sujeto en un orden simbólico, representacional o ideológico, sino material y orgánico a la vez que psíquico. Entonces no debe sorprendernos que la alteración toca la “naturaleza” mis- ma del lenguaje. La palabra misma, “droga”, es esquiva, elusiva, como si el acto de nombrarla, en ciertos circuitos, evocara el riesgo de un exceso que las palabras designan como efectos de la alteración. Sus contenidos proli- feran como un desborde de los cuerpos, entre los cuerpos, saberes y fuerzas que se dispersan o se reconcentran –a veces violentamente– en torno de las prácticas y economías que se cristalizan en estos nombres. Un vistazo a la monumental Historia general de las drogas de Antonio Escohotado nos da una idea de la procedencia múltiple tanto de las sustancias como de los sistemas de clasificación y control (religiosos, morales, médicos, jurídicos, industriales) que históricamente se multiplican en torno a la embriaguez y la intoxicación. Desde el siglo XIX, el capitalismo no solo ha poblado el mundo que habitamos de cosas, instrumentos, mercancías creadas para todo tipo de uso y modulaciones del consumo; sino que también nos ha expuesto a la producción masiva de esos objetos semi-mágicos, sustan- cias-fetiches que conforman una fluida panoplia farmacológica, “reme- dios” para las dolencias físicas y achaques psíquicos, habidos y por haber. Estos son hoy los suplementos químicos que se suministran y mercadean como modos de alteración requeridos para la supuesta “normalización” de los sujetos. En este contexto, el fármaco, veneno y remedio, según la conocida fórmula de Derrida en “La farmacia de Platón”, interviene en esa maleable plasticidad orgánica donde se inscribe una de las dimensiones 14 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA de la subjetivación y del control, lo que nos parece irreductible al análisis exclusivo de los tropos, de los deslices figurativos de aquello que Jacques Derrida denominaba la “Retórica de las drogas”, un tema elaborado por Ronell en su libro fundamental, Crack Wars, donde investiga la recurrencia de la droga como una figura del imaginario literario y filosófico moderno, y donde asimismo postula, por el anverso, la literatura y la filosofía como el arrojoy el descarrilamiento de las verdades e instituciones del Sujeto. Por todo esto, no nos sorprende que las sustancias y la embriaguez siempre hayan estado sometidas a las formas más variadas del control, prescripción e interdicción. Los controles se dan a partir de por lo menos tres zonas de riesgo donde opera la alteración. Lo que a su vez explica la diferencia entre tres regímenes de alteración y de control, y las normativas correspondientes a sus distintivas políticas del cuerpo: 1) a partir de la potencia y el poder de la conexión divina que los dones de la sustancia acarrean o posibilitan, 2) del trastorno de la racionalidad de la persona bajo el impacto de sus efectos sobre el “ juicio” y la “voluntad”, o 3) de las pugnas sobre el control de los saberes, las tecnologías, el capital que se acumula en torno de la produc- ción, consumo y gobierno de estas sustancias capaces de controlar el dolor, de estimular los ánimos, de condicionar los estados de la normalidad y la percepción misma de la realidad. Está claro que la potencia que consigna la droga no es poca cosa. Bajo el escrutinio constante de la ley, los usos de la sustancia explicitan y ponen en juego las condiciones del control y sus excedentes, es decir, el “afuera” o la “excepción” de los distintos estados normativos en la historia del cuerpo y los sujetos. Por eso, desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros días, la experiencia de la alteración de la con- ciencia, del ánimo y de los afectos incita a todo tipo de discusiones sobre el gobierno de sí y los límites porosos (y maleables) de la subjetividad. Si por un lado la droga altera la percepción y la conciencia, por otro lado provoca discursos de reordenamiento. Incluso Perlongher, en un texto que celebra la fuga de los cabales del sujeto en la experiencia del éxtasis, ad- vierte que “lo puro dionisíaco es un veneno. Para mantener la lucidez en el torbellino hace falta una forma. Sabemos que esa forma es poética”. Ahí se erige un saber del torbellino y del exceso. Para que la alteración provocada por la droga cobre el sentido superior de la experiencia del éxtasis, requiere I NT ROD UCCIÓN 15 la intervención del discurso, de una forma. Esa forma poética, para Perlon- gher, atisba o vislumbra lo divino, una especie de plus de trascendencia (sin Cielo) a la que también se ha referido el filósofo Oscar del Barco cuando interpreta su viaje con los hongos alucinógenos de acuerdo con el vocabu- lario de una filosofía de lo “post-humano”. No hay que confundir la puesta en forma de la alteración con el sometimiento a una lógica instrumental, disciplinaria, aunque son múltiples los casos, comenzando con el propio De Quincey, en que el testimonio sobre la alteración (y las compulsiones adictivas en su caso), se proponen como un modo de documentación, como un servicio al estudio científico de los efectos de la droga. Muchos de es- tos “testimonios”, como el de Benjamin sobre el hachís o el de Preciado sobre la (auto)adminstración de la testosterona, trabajan dentro del marco del “protocolo” experimental. Benjamin incluso llevaba a un médico que tomaba apuntes durante sus experimentos con el hachís y la mezcalina. Como señala Gilles Deleuze, muchos de estos testimonios condensan el afán de investigación entre estos arriesgados campeones de la experimen- tación moderna. Experimentaciones que nuevamente nos llevan a pensar en la peculiaridad ontológica de la droga como materia quasi-subjetiva, que engancha en las puntas de los aspectos aparentemente más subjetivos del ser, para producir allí lo que luego se interpreta como el recorrido de límites y alteridades. No por casualidad las narcografías con tanta frecuen- cia inscriben la experiencia con las drogas mediante las convenciones del relato de viaje. El “viaje” transita las fronteras entre espacios y tiempos discontinuos; traza puentes, mediaciones, entre los espacios desiguales de la ley, los principios instrumentalizados de lo real, y las experiencias y los tiempos múltiples que la racionalidad moderna progresivamente va dejan- do fuera de sí. La selección de las narcografías que aquí presentamos comienza con unos incisivos pasajes de Fernando Ortiz en El contrapunteo del tabaco y del azúcar (1940). Conviene detenerse en la explicación de esta estrategia de recorte y ordenamiento de los materiales de nuestra selección. Se trata del excéntrico y heterogéneo libro donde Ortiz crea el neologismo de la transculturación. El destino de esa dimensión del influyente concepto de Ortiz es bastante conocido, ya sea como modelo alternativo para pensar las dinámicas de los tiempos múltiples de la modernidad latinoamericana 16 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA (ver Ángel Rama y Fernando Coronil), o como una nueva inscripción del debate sobre el mestizaje (ver la crítica de Luis Duno-Gottberg, Alberto Moreiras y Román de la Campa). El lugar del texto de Ortiz en el inicio de esta selección de narcografías reubica su lectura en direcciones que apenas han sido sugeridas anteriormente (ver Julio Ramos, John Beasley-Murray, Lizardo Herrera) sobre el potencial de la estrategia crítica que despliega la cartografía del viaje del tabaco desde el Caribe a Europa y los efectos que esa trayectoria produce en una excéntrica teoría de una modernidad tran- sitada por los tiempos múltiples y las heterocronías propias de los procesos coloniales y de la esclavitud. Tanto para Ortiz como para Carpentier y Lezama Lima, las temporalidades múltiples desbordan cualquier narrativa informada por el evolucionismo de la historia universal. De ahí que Ortiz y Lezama Lima comenten sobre el potencial alternativo del contrapunteo y de la polifonía barroca. Aunque este introducción no es lugar para un análisis detallado del texto de Ortiz, conviene comentar dos aspectos de su ensayo histórico-antropológico que condensan algunas de las aproxi- maciones y estrategias interpretativas que se reúnen en esta antología. Por cierto, no pretendemos soslayar las diferencias entre el tabaco, el azúcar y otras sustancias controladas. Aunque dicho sea de paso, una de las histo- rias que cuenta Ortiz en su ensayo narra el largo proceso de la prohibición del tabaco y la lenta transculturación del gusto europeo, donde el objeto colonial no consolida su aceptación institucional hasta fines del siglo XVIII. En uno de los capítulos más elaborados de su fragmentario libro, Ortiz traza una cartografía transatlántica de la vida material, económica, cul- tural, jurídica y religiosa de este objeto colonial, el tabaco, de su entrada a Europa por el sur de España y su difusión por el Mediterráneo, gracias a la intermediación de piratas y africanos, hasta llegar a convertirse, según lo señala Ortiz, en una fuente de estímulo físico clave para la moderni- dad europea. Mediante la cartografía de la migración del tabaco, Ortiz reflexiona sobre las complejas redes de poder, mercados, leyes, consumo, goce y estímulo sensorial que se producen en la trayectoria del tabaco; marca en el mapa los puntos donde el viaje del tabaco recorre espacios y tiempos, cruza límites institucionales, fronteras políticas y sociales, antes de introducir su potencia “mágica”, anacrónica, en la configuración neu- rálgica de la ilustración como estímulo del pensamiento moderno, de la sociabilidad que lo produce y de las economías imperiales que lo sostienen. I NT ROD UCCIÓN 17 Como podemos constatar en el estudio extraordinario del azúcar de Sid- ney Mintz (asiduo lector de Ortiz), el trabajo de Ortiz anticipa algunas de las discusiones actuales sobre la vida material de la cultura, sus redes de sociabilidad, en planos de inmanencia que preceden las representaciones y el valor simbólico. En el ensayo de Ortiz, la ontología del objeto (colonial) excede cualquier riesgo de materialismo empirista, en la medida en que el autor se aproxima a los efectos culturales, no meramente simbólicos, que el estímulo deltabaco produce en ese proceso de transculturación del cuerpo/ mente del sujeto imperial. Se trata, como hemos indicado anteriormente, de la condición farmacolonial del discurso moderno-ilustrado según Ortiz. Si para Weber la modernidad se definía como un proceso de seculariza- ción, ligada en términos de la historia intelectual a la ilustración, Fernando Ortiz insiste en el papel que un objeto de poderes mágicos, ligado a la sensibilidad del mundo indígena, cumple en la modernidad, como fuerza que viene de otro tiempo, de otro mundo. De tal modo, el tabaco –como la droga en varias de las narcografías que se incluyen o se comentan en este volumen– produce puntos de intersección entre sujetos provenientes de mundos, razas, tiempos diferenciados. Hemos dividido esta antología en cuatro secciones. En la primera, nuestro concepto de farmacolonialidad, paradójicamente, además de ser un dispo- sitivo de poder que introduce un valor mercantil a partir de un intercambio desigual y crea aparatos de control que reglamentan o prohíben el uso de estas substancias, también da cuenta de un sustrato cultural heterogéneo. Desde esta perspectiva, las fronteras entre el exterior y el interior que impone la modernidad entran en crisis. Es la droga, substancia extraña, ajena, extranjera, en último término, de origen colonial, la que estimula el despliegue de los procesos de acumulación, subjetividad y conocimiento de la misma modernidad. Como ya dijimos, abrimos nuestra selección con algunos fragmentos del texto de Fernando Ortiz, “La transculturación del tabaco”. Estas páginas estudian las rutas comerciales y la influencia cultural del café, el té, el chocolate y, en particular, el tabaco en el mundo moderno. La produc- ción tabacalera desde el siglo XVI estuvo ligada a los estancos, diezmos religiosos y demás procesos de acumulación de capital; mientras que, en 18 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA lo cultural, se ve una multiplicidad en donde conviven asincrónicamente elementos religiosos, mercantiles, de prestigio social o de orden lúdico. Ortiz también da cuenta de los primeros ataques prohibicionistas. Hubo sacerdotes o moralistas católicos que definieron la planta como diabólica; sin embargo, los procesos de acumulación mercantil, la renta territorial y las políticas tributarias junto con su sensualidad (potencial hedonista) y la defensa de sus propiedades medicinales derrotaron estos tempranos afanes prohibicionistas consolidando al tabaco como una mercancía global. A continuación, incluimos una selección de Mi museo de la cocaína de Mi- chael Taussig. Estos capítulos ofrecen una narcografía a partir de la rela- ción entre el oro y la cocaína en diferentes espacios y periodos de la historia colombiana. Mi museo de la cocaína inicia su recorrido en el Museo Nacional del Oro (Banco de la República -institución claramente comprometida con la fetichización del oro), en el centro de Bogotá, y allí observa varias con- tradicciones. En tiempos precolombinos, a diferencia de la actualidad que aísla a los poporos exhibiéndolos de manera pulcra, estos objetos se usaban para mezclar saliva, hojas de coca y cal. En ellos, el oro se conectaba con la coca en un proceso en donde el cuerpo y sus secreciones cumplían un rol fundamental en la creación de las ideas de sus usuarios masculinos. El texto de Taussig encuentra además otro vacío en este museo: la ausencia de la memoria de los esclavos llegados del África, cuyo trabajo en las minas de oro sostuvo la economía colonial y de la república colombiana. Taussig deja Colombia para reflexionar sobre los usos del oro y la cocaí- na en la actualidad; por ejemplo, nota que varias joyerías neoyorquinas confeccionan los collares de los narcotraficantes colombianos. También ve cómo la Guerra Contra la Droga ha montado sofisticados sistemas de vigilancia que se dirigen a perseguir a los colombianos en los aeropuer- tos internacionales presumiendo su culpabilidad antes que su inocencia. Luego regresa a Colombia y ubica su museo de la cocaína en los márgenes –en las heterotopías de la historia nacional–; esto es, en las antiguas zonas de producción aurífera –Tumaco, lugar de origen de varias de las piezas exhibidas en el Museo de Oro y al que llegaron los esclavos negros para explotar las minas. Allí, la economía de la cocaína, producto de la guerra contra los narcóticos, ha sustituido a la del oro con la consiguiente llegada I NT ROD UCCIÓN 19 de la guerrilla, los paramilitares y el ejército cuyo resultado no es otro que la agudización de la violencia. Uno de los primeros investigadores en analizar la relación entre droga y colonialismo fue Curtis Marez, quien en “El colonialismo de la cocaína” traza un mapa cognitivo a partir de los escritos de Freud sobre la cocaína enfocándose en tres aspectos. En estos escritos de Freud, según Marez, hay un desequlibrio colonial que idealiza el uso terapéutico y el placer europeos a partir de una idealización de la figura del conquistador his- pano. En segundo lugar, desde su perspectiva, la concepción freudiana del trabajo por medio de la división entre mente y cuerpo refuerza el ideal productivista. Sin embargo, después de esta experiencia, la cocaína dejó de ser una fuente de euforia terapéutica, productivista o placentera para mostrar el agotamiento/destrucción de los cuerpos. En el tercer aspecto, Marez conecta la adicción y el agotamiento corporal con una resistencia –venganza indígena– que aparece en tres momentos. 1) Las zonas andinas de producción cocalera históricamente se han caracterizado por rebeliones indígenas. 2) La propuesta del inconsciente, a decir de Marez, se vincula con la imagen del indígena que Freud adquirió en sus estudios sobre la co- caína y su idealización del colonialismo español. 3) La venganza indígena de la cocaína coincide justamente con la imagen del bárbaro y está vincu- lada a ese ámbito de sospecha/prejuicio que la racionalidad instrumental impone sobre la droga. El escritor argentino, Néstor Perlongher, en su ensayo “La religión de la ayahuasca”, profundiza en los cambios que ha sufrido el consumo de drogas en los tiempos premodernos y los ultramodernos. En la primera etapa, sos- tiene, prima un uso más ritual y comunitario; en la segunda, tras la emergen- cia de la mercantilización de la droga, aparece un consumo desritualizado, individualista y violento. Perlongher traza una narcografía contemporánea que nos ayuda a comprender el consumo de estupefacientes en la actualidad y los problemas que vienen aparejados con las políticas de control social, los sistemas de vigilancia, la autodestrucción, la estigmatización, etc. Su texto también reflexiona sobre las nuevas comunidades en las que pervive un uso ritualizado de la droga, pero mezclado con formas modernas, que el escritor argentino asocia con una barroquización del consumo. 20 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA En la segunda sección de la antología articulamos los siguientes temas: el capitalismo, la experiencia de la alteración y la estética de la droga. Los usos médicos y las proyecciones farmacológicas del siglo XIX generaron nuevos usos, saberes y poderes de la droga. Por un lado, los fármacos sir- vieron como fuente de alivio para las nuevas enfermedades nerviosas; por otro, los nuevos alcaloides ampliaron las capacidades de alteración y se transformaron en una forma de ruptura, dando pie a nuevas experiencias éticas y estéticas (verbigracia los poetas malditos y el modernismo latinoa- mericano). Cabe anotar, sin embargo, que en esta sección entendemos la droga como un fenómeno escurridizo, difícil de aprehender, pues no solo se transforma en una substancia que rompe la moralidad o la rigidez de lo establecido (una forma de rebelión, según Octavio Paz), sino que paradó- jicamente también se desplaza y subordina a la acumulación capitalista en tanto favorece el consumo y oculta la fragmentaciónsocial o el desgaste corporal resultantes de la industrialización. En “Hacia un narcoanálisis”, Avital Ronell deconstruye el concepto de la droga y afirma que este “se resiste al arresto conceptual”. Según la autora, la droga atraviesa fronteras tanto físicas como disciplinarias, pues no puede ser abordada exclusivamente desde la química, la biología, el derecho, la política, la antropología o la medicina; sin embargo, este carácter esqui- vo no significa que la droga no tenga consecuencias políticas concretas, gracias a ella estamos envueltos en una guerra y se han montado varios dispositivos de control biopolítico. En su narcoanálisis, Ronell privilegia la relación entre la droga y el psicoanálisis o la droga y la literatura. En- cuentra que, a pesar de que el psicoanálisis ha sido incapaz de encontrar el tratamiento para la adicción, dejándola fuera de su campo de estudio, tanto el consumo de drogas como la adicción están íntimamente relacionados con el horizonte normativo del superego. La literatura, en cambio, al igual que la droga, necesita un velo que la haga aceptable. Por ejemplo, el Ulises de Joyce o El almuerzo desnudo de Burroughs necesitaron la aprobación (el velo) de la crítica para evitar la censura legal. Ronell también ubica el tema de la droga en el ámbito de la libertad y de la decisión. La droga, según la autora, nos pone en la esfera de lo indecidible. De acuerdo con Ronell, la ética kantiana se entrecruza con la imagen del I NT ROD UCCIÓN 21 adicto de De Quincey. El consumo de drogas como un acto de libertad perturba la ontología de la autonomía del sujeto. La droga implica la pro- mesa de una exterioridad frente a una “realidad poco satisfactoria” que paradójicamente significa la pérdida de la autonomía. La ética, en conse- cuencia, no puede tomar la salida fácil de condenar o idealizar la droga. Por el contrario, según la autora, nos exige decidir; pero lamentablemente nuestra decisión no puede ser totalmente informada dado el carácter inde- finible y la condición indecidible de la droga. Juan Duchesne Winter, en “El yonki, el yanqui y la Cosa”, relaciona los textos del escritor estadounidense William Burroughs, en especial Junky, con la acumulación de capital. El crítico puertorriqueño recupera el con- cepto lacaniano de la Cosa para analizar el consumo de drogas y la adicción en los libros de Burroughs. La Cosa en la obra del escritor estadounidense, al decir de Duchesne Winter, es una elaboración artística que se le impone al objeto para otorgarle la dignidad de un objeto absoluto imposible de alcanzar. El consumo de drogas en Burroughs es uno de índole imposible; o sea, únicamente se satisface a partir del mismo consumo o de la inyección de una nueva dosis. Duchesne Winter identifica una correspondencia entre la acumulación capitalista analizada por Marx y la adicción o el uso de estupefacientes descrita por el escritor estadounidense. La acumulación de capital desplaza al valor de uso; es decir, la droga, como el dinero, deja de ser un interme- diario en el intercambio de mercancías y se convierte en el fin último. En lugar de M-D-M (mercancía-dinero-mercancía), estamos ante la fórmula D-M-D’ (dinero-mercancía-dinero capitalizado). El dinero, de este modo, se transforma en la Cosa tal como sucede con la droga y la adicción. Al relacionar el consumo del yonqui con su origen geográfico -yanqui-, Duchesne Winter también nos ofrece un mapa de la farmacolonialidad contemporánea. Por un lado, el consumismo actual es igual que la adicción a la droga, pues solo se puede satisfacer a partir de un consumo mayor; por otro, la droga funciona como un agente infeccioso que la política imperial intenta contrarrestar. Duchesne Winter, sin embargo, da la vuelta al ar- gumento e identifica la acumulación capitalista como el agente infeccioso 22 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA que no solo contamina el mundo de la droga, sino la totalidad de la vida. La acumulación capitalista succiona la sangre de los cuerpos hasta dejarlos agotados y obsoletos, de la misma forma en que la adicción conduce al agotamiento corporal o a la muerte. En su clásico artículo, “Estética y anestésica: una reconsideración del en- sayo sobre la obra de arte”, Susan Buck-Morss analiza el rol de la droga en la constitución de la modernidad del siglo XIX y del fascismo del XX a partir de la lectura de Walter Benjamin. Sostiene que el concepto de estética en sus inicios estaba vinculado al sensorio, no al buen gusto ni a la contemplación. El sistema sinestésico, según ella, es de conciencia senso- rial y relaciona las percepciones con las imágenes internas de la memoria y la anticipación. El arribo de la industrialización trajo consigo el shock: una sobrecarga sensorial. Así el sistema sinestésico se transformó en anestésico; es decir, en un mecanismo de defensa para amortiguar los efectos devas- tadores del shock. En el siglo XIX, según la autora, aparecieron nuevas enfermedades como la neurastenia o el colapso nervioso. Para paliar sus efectos, se recurrió al láu- dano, el opio y otras drogas. En la práctica médica, se descubrió la anestesia que permitió realizar eficientemente el excesivo número de amputaciones que significó la implementación de la tecnología industrial en las fábricas o campos de batalla. En lo cultural, las fantasmagorías o ilusiones visuales cumplieron una función similar, porque ocultaban los procesos materiales de producción y recreaban un sentido de totalidad adormeciendo o distra- yendo a las personas. Buck-Morss también conecta los efectos narcóticos de la anestesia y del entretenimiento de las fantasmagorías con el fascismo moderno. Al igual que la imagen del espejo lacaniano, estas substancias o imágenes narcóticas recrean un sentido de totalidad que oculta los estragos del shock sobre el cuerpo humano y perpetúa la violencia. En la tercera sección de la presente selección se aborda el tema de la droga desde el punto de vista de la tecnología farmacopornográfica, el biopoder, el prohibicionismo, la construcción de subjetividades, el vicio y la adicción. La industria farmacéutica (legal o ilegal) constantemente produce nuevos fármacos, que amplían sus márgenes de ganancias de manera extraordinaria I NT ROD UCCIÓN 23 no solo a través de los nuevos medicamentos, sino de la subjetividad de las personas. La alteración no controlada, por su parte, despierta la sospecha -una discursividad nerviosa- y es objeto de intervención biopolítica. Las políticas prohibicionistas se expanden inventando nuevos delitos por nar- cotráfico. Por un lado, la droga no solo coloniza el cuerpo, sino también la mente; por otro, también nos lleva a los límites de la sobriedad (como requisito de una racionalidad instrumental) con el consiguiente pánico al descontrol y, por ende, la intensificación de las políticas represivas de lo que Deleuze, siguiendo a Burroughs, llama una sociedad de control. En “La fabricación del vicio”, Henrique Carneiro indica que la noción de vicio como enfermedad y la asociación de la adicción con una degeneración mental o física surge en el siglo XIX con el propósito de disciplinar y regular a los sujetos. A partir de las contribuciones de Foucault sobre la biopolítica, el historiador brasileño sostiene que la intervención o el control del vicioso es un mecanismo que cumple una doble función. Por un lado, se inscribe en una política de eugenesia racial y profilaxis moral, cuyo fin es eliminar a los “degenerados” y “el peligro de contagio” que ellos representan. Por otro, forma parte constitutiva del proyecto reflexivo del yo; esto es, las nociones contemporáneas de autodeterminación e independencia se relacionan con la emergencia de campos de conocimiento como la psicología o la química -disciplinas muy ligadas a la experimentación con drogas. Dicho de otro modo, estas nociones son resultado directo de las tecnologías biopolíticas del siglo XIX. EveKosofsky Sedgwick, en “Epidemias de la voluntad”, también sostiene que la identidad del adicto como patología tiene sus inicios en el siglo XIX y se transforma en el siglo XX, cuando la adicción se expande a otros ámbitos. Ahora una persona puede ser adicta a la comida, al ejercicio físico, al trabajo, a relaciones afectivas, etc. La sustancia “droga” en tanto objeto concreto, en consecuencia, no define el despliegue de la cadena de adicciones. Según la autora, este despliegue en realidad significa la expansión de la carencia o la falta de fuerza de voluntad; es decir, la epidemia no está en la adicción, sino en el proceso de expansión de abstracciones como fuerza de voluntad, libre albedrío, autonomía, independencia, libertad. La adicción o la compulsión, en definitiva, no es más que la falla en el despliegue de las abstracciones 24 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA mencionadas. De acuerdo con Sedgwick, la sociedad actual ha devenido adicta a la idealización del libre albedrío o la fuerza de voluntad -ideal pa- recido al del súper hombre nietzscheano- y el adicto representa justamente lo contrario, un individuo débil y dependiente, quien de sujeto de sus expe- rimentaciones perceptivas o de sus propios placeres se transformó en objeto ya sea de intervención biopolítica o de estudio de nuevas disciplinas. Sedgwick entiende que la reducción del problema de la droga a un asunto de elección o voluntad individual reifica un sujeto autónomo-independien- te. Desde esta perspectiva, según Sedgwick, se pierden de vista los pro- cesos de control y marginación social que persisten detrás del capitalismo del consumo. La autora rescata la noción de hábito como alternativa a la psicología del ego o eticización del yo unitario; a los absolutos o dicotomías problemáticas como adicción/libre albedrío, voluntad/compulsión y a las narrativas heroicas que derivan en formas punitivas/autoritarias. El hábito, según Sedgwick, toma en cuenta el habitus corporal, el hábito que arropa el cuerpo, la habitación que protege, todo aquello que marca huellas en un mundo en el que los absolutos metafísicos dejan/tienen un vacío; es decir, en el hábito, queda la huella del otro en nosotros mismos. Es así que Sedgwick propone una ética relacional que hace causa común con las identidades patologizadas como una forma de empoderamiento para lograr un acceso seguro y no penalizado a las sustancias adictivas, para disponer de centros de salud accesibles y gratuitos y acabar así con la explotación/ abusos de los traficantes. En “La adicción punitiva”, Rodrigo Uprimny, Diana Esther Guzmán y Jorge Parra Norato sostienen que la desproporcionalidad es la conse- cuencia más notable del prohibicionismo: el uso del derecho penal para combatir los delitos de narcotráfico. Desde una posición similar a la de Sedgwick, estos investigadores señalan que, desde el inicio de la Guerra Contra las Drogas, vivimos una gran expansión de la racionalidad puniti- va. Las penas por narcotráfico son cada vez mayores y existe una tenden- cia a maximizar el uso del derecho penal con la consiguiente aparición de nuevos delitos y el incremento de las penas. En este sentido, los autores señalan que existe una clara contradicción, pues teóricamente el bien pú- blico que se busca proteger es la salud pública, pero con la emergencia I NT ROD UCCIÓN 25 del narcotráfico se produce un delito de segundo orden generado por la misma legislación antidroga. La violencia del narcotráfico, para estos autores, es el resultado de la apli- cación del mismo cuerpo legal que busca combatirlo. Esta situación quie- bra el principio jurídico que reivindica el recurso al derecho penal como ultima ratio y desemboca en una desproporcionalidad en donde los delitos por drogas son castigados con mayor dureza que el homicidio, la violación o el robo violento sin que exista una razón coherente que justifique tal absurdo. Además, de acuerdo con estos juristas, los verdaderos damnifica- dos de la legislación antidrogas no son los grandes narcotraficantes, sino el eslabón más débil de la cadena: los consumidores problemáticos y los microtraficantes a quienes se vulneran en sus garantías constitucionales y derechos humanos. El filósofo español Paúl Beatriz Preciado, en “La era farmacopornográfi- ca”, también recupera los aportes foucaultianos para analizar la sociedad posfordista o lo que Sedgwick denomina capitalismo del consumo; pero en lugar de concentrarse en la revolución informática o del conocimiento, se enfoca en el uso de la pornografía y de la droga. Si Paz entendía la droga como una instancia de rebelión ante la modernidad, Preciado toma el camino inverso y analiza cómo el capitalismo contemporáneo funciona a partir de la intervención en el ámbito del placer, pues ya no se trata de producir cuerpos dóciles, sino cuerpos excitables. Los mercados más rentables en el mundo contemporáneo, según este au- tor, están ligados al ámbito de la pornografía y de la farmacéutica (legal o ilegal). El capitalismo actual ha adquirido un rostro farmacopornográfico, no disciplinario ni biopolítico porque ya no se trata de hacer morir o dejar vivir –la soberanía- ni hacer vivir o dejar morir –administrar la vida-, sino de extraer valor a partir de la excitación de los cuerpos. Tampoco estamos únicamente ante una mayor explotación de la fuerza de trabajo, sino ante la extracción y la mercantilización del placer. En este sentido, según Pre- ciado, el capitalismo farmacopornográfico reduce a los cuerpos a potentia gaudendi: su capacidad de ser excitables. La potentia gaudendi tiene varias correspondencias con la categoría de vida nuda de Giorgio Agamben y, 26 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA aunque su meta no es la aniquilación de los cuerpos en los campos de concentración, sino la permanente excitación, una vez que el cuerpo. Deja de ser excitable, termina desechado como nuda vida. El trabajo de Miriam Muñiz Varela sobre el “fármacon colonial” en Puer- to Rico explora el papel de la industria farmacéutica en el marco de las transformaciones del capitalismo contemporáneo y la reconfiguración del trabajo en el régimen laboral post-fordista, cuando los controles de la vida misma se convierten en fuente de sentido y valor económico. Aunque Mu- ñiz Varela no elabora la relación entre la industria farmacéutica en Puerto Rico y el tráfico ilegal de estupefacientes, su trabajo es un excelente punto de partida para considerar la distinción entre drogas “legales” e “ilega- les” en el marco del bio-capital contemporáneo, en la medida en que su análisis pone de relieve el papel económico que cumple la alteración de la conciencia en la construcción de subjetividades como negocio global. En el cruce entre el vocabulario derridiano de la ambivalencia del “fármaco” y el análisis de Aníbal Quijano de la colonialidad del poder, Muñiz Varela elabora una propuesta fundamental sobre los espacios y tiempos desiguales e interdependientes de la globalización farmacológica. El análisis del biopoder o del poder farcopornográfico, sin embargo, no da cuenta de las economías de la violencia y de la muerte en el mundo del narco. Por eso, en la última sección de esta antología hemos incluido una serie de trabajos que demuestran cómo en el narcotráfico contemporáneo ya no se trata exclusivamente de administrar la vida o de la construcción de cuerpos excitables, sino que la muerte y la violencia devienen fuentes de poder y de extracción de valor. Las lógicas de la soberanía se han des- plazado hacia la necropolítica, para usar el concepto de Achille Mbembe, en oposición a la biopolítica, aunque no se trata del regreso de una noción clásica o moderna de soberanía. Las distinciones entre campos políticos internos y externos pierden sentido. Los Estados no tienen el monopolio del derecho de matar ni el soberano es una figura visible. Más bien esta- mos ante la emergencia demáquinas de guerra (Deleuze y Guattari) que se caracterizan por una constante metamorfosis, se componen de hom- bres armados que se escinden o fusionan según las circunstancias y fun- cionan a partir de los principios de segmentación o desterritorialización. I NT ROD UCCIÓN 27 Phillipe Bourgois, Fernando Montero Castrillo, Laurie Hart y George Karandinos, en “Habitus furibundo en el gueto estadounidense” realizan una etnografía en un barrio de Filadelfia habitado por descendientes de puertorriqueños y ubicado en el antiguo centro industrial. Se trata de un barrio precarizado en donde el mercado de drogas ha llenado los vacíos de la desindustrialización. Según los investigadores, allí ocurre un proceso de acumulación primitiva de capital en tanto los recursos del vecindario ter- minan en manos de sectores acomodados como abogados, jueces, médicos, psicólogos, guardias carcelarios sindicalizados, la policía, las farmacéuti- cas, etc. Este proceso de acumulación, sin embargo, no se da a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, sino del habitus furibundo. En el barrio prima una economía moral de la violencia en donde el ser capaz de recurrir a la violencia si es necesario y otras formas de masculinidad exacerbada son fundamentales en el mercado de la droga. Este habitus, sin embargo, al mismo tiempo que permite a los jóvenes acceder a los beneficios del mercado de la droga, los introduce en un círculo vicioso cuyo resultado es una exclusión mayor en tanto son apresados y así sus posibilidades para integrarse en la economía formal se vuelven aún más complicadas. La biopolítica contemporánea, de acuerdo con los autores, también con- tribuye a la acumulación primitiva a partir de este habitus furibundo. Del Estado de bienestar quedan pocas políticas; entre ellas, por ejemplo, el pago de un subsidio de empleo por razones médicas, lo que constituye un ingreso importante para muchos vecinos. Con el fin de acceder a estos recursos, varios de ellos adquieren un vocabulario que les permite definir- se a sí mismos como enfermos (bipolaridad, esquizofrenia, etc.). De esta manera, no solo se reproduce la economía moral de la violencia al mante- ner comportamientos agresivos, sino que simultáneamente se transfieren grandes cantidades de recursos a las farmacéuticas que producen este tipo de medicamentos. Sayak Valencia, en Capitalismo gore, también analiza cómo la biopolítica de la globalización actual deviene en un capitalismo violento –capitalis- mo gore– , cuyas manifestaciones más importantes son la violencia y la destrucción de los cuerpos. En las zonas pauperizadas del capitalismo posfordista o de consumo, la norma no es la administración de la vida, sino 28 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA la capacidad para otorgar la muerte a otros –necropolítica. Aquí se cons- truyen sujetos endriagos; es decir, sujetos altamente agresivos, híper-mascu- linizados. La violencia y la destrucción de los cuerpos en estas zonas deja de ser un medio para adquirir riqueza o poder; por el contrario, según la autora, se convierten en el fin mismo y la forma como el consumo se ma- terializa en las zonas pauperizadas. El narcotráfico y el resto de prácticas del capitalismo gore, por tanto, no son otra cosa que la forma en que los sectores precarizados por la globalización neoliberal se insertan al híper consumo contemporáneo debido a que la economía de la droga les permite obtener la visibilidad y los recursos necesarios. Cerramos nuestra narcografía con “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: Apuntes para su decodificación”, de la antropóloga mexicana Rossana Reguillo, quien propone la categoría de máquina del narco para pensar el escenario de muerte generalizada que soporta México desde la declaratoria de la guerra contra el narco (2006). La lógica de la soberanía estatal se ve superada por una máquina cuya violencia es un dispositivo tautológico que se justifica a sí mismo. Esta máquina actúa a partir de 1) de la disolución de la persona, 2) del cuerpo roto o destrozado que se transforma en un índice de una escena o poder previo y 3) de su presencia fantasmática (ilocalizable). Reguillo identifica varios tipos de violencia (estructural, histórica, disciplinaria y difusa), pero analiza a profundidad otras dos: la utilitaria y la expresiva. La primera tiene un objetivo deter- minado; en cambio, la segunda supera lo utilitario y lo relevante está en la exhibición. Esta violencia contiene tres etapas: a) el suplicio o tortura, b) la misma muerte y c) la muerte convertida en espectáculo mediático. Regui- llo analiza cómo la violencia expresiva de la máquina del narco genera su propio lenguaje –narcoñol– como un ejercicio que pretende otorgar inteli- gibilidad a las lógicas, modos, estrategias, valores, figuras y, especialmente, impactos de una máquina letal. I NT ROD UCCIÓN 29 R E F E R E N C I A S AGAMBEN, GIORGIO (2003). Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos. AGUSTÍN, JOSÉ (2008). La contracultura en México. México D. F.: Ramdon House Mondadori. ARTAUD, ANTONIN (1984). México y viaje al país de los Tarahumara. México D.F.: Fon- do de Cultura Económica. BARCO, OSCAR DEL (2010). Alternativas de lo posthumano. Textos reunidos. Santiago del Estero: Caja Negra Editora. BAUDELAIRE, CHARLES (2005). Paraísos artificiales. El spleen de París. Buenos Aires: Lozada. 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DE LA T RANSCULT URACIÓN DEL TABACO 35 La historia del tabaco ofrece uno de los más extraordinarios procesos de transculturación. Por la rapidez y extensión con que se propa- garon los usos de aquella planta, apenas fue conocida por los descubridores de América, por las grandes oposiciones que se presentaron y vencieron, y por el radicalísimo cambio que el tabaco experimentó en toda su significa- ción social al pasar de las culturas del Nuevo Mundo a las del Mundo Viejo. […] El tabaco llega al mundo cristiano con las revoluciones del Renacimiento y de la Reforma, cuando caída la Edad Media empieza la modernidad con su racionalismo. Diríase que la razón, flaca y entorpecida por la teología, para fortalecerse y libertarse necesitaba del auxilio de estimulantes benevolen- tes, que no la embriagaran con entusiasmos y luego la embrutecieran con ilusiones y bestialidades, como ocurría con las milenarias bebidas alcohóli- cas que llevan a la beodez. Para eso, para ayudar a la razón de que adolecía, salió de América el tabaco. Y con éste fue el chocolate. Y de Abisinia y de Arabia por los mismos tiempos surgió el café. Y el té también acudió entonces desde el Asia Extrema. No deja de ser interesante esta coincidencia en la Vieja Europa de esas cuatro sustancias exóticas, todas ellas estimuladoras de la sensualidad a la vez que de los espíritus, salidas entonces de los extremos mundos como enviadas por los demonios para reanimar a Europa cuando “llegó la hora”, cuando ésta quería rescatar de consuno la prioridad de la razón y la licitud 36 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA del sensualismo. A Europa ya no le bastaban para sus sentidos las especias ni los azúcares; los cuales, aparte de ser escasos y sólo privilegio de pode- rosos, excitaban sin dar inspiraciones o fortalecían sin dar exaltación. Ni le eran suficientes a su espíritu los vinos y licores, que, si procuraban audacia y fantasía, a menudo ocasionaban abyección y desvarío y nunca meditación ni juicio. Hacían falta otras especias y néctares que fuesen animadores te- naces y profundos de los sentidos y de las ideas. Y los demonios proveyeron a ello, enviando para las contiendas mentales que en Europa abrieron la vida a la Edad Moderna el tabaco de las Antillas, el chocolate de México, el café del África y el té de la China, la nicotina, la teobromina, la cafeína y la teína; los cuatro alcaloides que se unieron al servicio de la humanidad para que la razón fuese más despierta. […] Esos cuatro alcaloides, atracciones sensuales y sutiles estímulos nerviosos, llegaron todos a tiempo para prolongar el Renacimiento. Fueron refuerzos sobrehumanos para los revolucionarios de las ideas. […] Pero también el tabaco es gran amigo del pensamiento. “Desde el instante de tomar una pipa de tabaco el hombre deviene un filósofo”, dijo el inglés Sam Slick. Según Thackeray, el tabaco “hace manar sabiduría de los labios del filósofo y cierra la boca del necio”. Al considerar los influjos que en la vida intelectual de la edad moderna han tenido los citados alcaloides, todos ellos deben ser considerados como cooperantes, aun cuando en grado diverso, según las épocas y los países. Acaso las sustancias tentadoras que hay en todos ellos sean efluvios de una misma retorta infernal. Ya era sabido que en el café y el té bulle un mismo alcaloide, el “trimethyloxipurin”. Pero ha poco el profesor Nottbohm descu- brió que aquellas plantas contienen además otro alcaloide, el “trigonellin”; y acaba de probarse por Hantzsch (ver Jacob, 1934: cap. III) que ese alcaloide precisamente es uno de los principales constituyentes de la nicotina, carac- terística del tabaco. Es también notable que los citados cuatro alcaloides, o DELA T RANSCULT URACIÓN DEL TABACO 37 demonios, aun cuando diversos de apariencias, se asemejaron bastante en sus trayectorias sociales. Por sus oriundeces todos eran ultramarinos y exó- ticos, llevados a los blancos por las “gentes de color”: los cobrizos, los negros, y los amarillos. Por su naturaleza, todos avivaron apetitos sensuales. Por sus comienzos, todos tuvieron cuna religiosa y anatema de sacerdotes. Por sus propagandas, todos fueron medicinales. Por su difusión, todos estuvieron perseguidos, por gobiernos, moralistas y clerecías y defendidos por médicos, poetas y mercaderes. Y todos al fin ganaron su mundial y rápida victoria, no sólo por sus favores a la sensualidad y sus promesas medicinales, sino por su temprana simbiosis con el capitalismo, que los hizo signos de elegancia, de rango y de dinero y fuentes de caudalosos medros y tributos. Acaso no sea ocioso decir que dichas sustancias vegetales fueron como “monedas” y sirvieron como sustitutivas de tales: el tabaco como moneda de uso al menos en Virginia y en África donde, según el abate de Choisy (1687: 77) los ho- landeses iban penetrando el continente africano a medida que compraban las tierras a precio de tabaco. El chocolate fue moneda precolombina en México y en África, el té en pueblos del Asia. Del café no sabemos. Es sorprendente cómo hoy día la vida económica de sendas comarcas, de grandes provincias y de naciones enteras depende básicamente del tabaco, del café, del té o del cacao. En los siglos modernos esos cuatro demonios lucrarán juntos y juntos aparecerán en los altares de la sensualidad con los antiguos y medievales alcoholes, especias y almíbares. […] Pero, sobre todo, en esa época intervienen ya en la suerte del tabaco es- pañol dos nuevos factores sociales, ambos de carácter fundamentalmente económico; uno que se traduce en la comedia y otro que no se confiesa pero que es el más importante y decisivo. Es que entonces el tabaco adquiere un sentido de alto rango social y se convierte en un gran valor económico. Fumar un tabaco o absorber sus polvos fue símbolo de señorío y de opu- lencia. Acaso el uso del tabaco ya tuvo algo de jerárquico entre los mismos indios, al menos en ciertas maneras ceremoniales. En algunos cronistas se 38 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA apunta la categoría social de ciertos ritos del tabaco, atribuyéndolos a los caciques y a los sacerdotes. Entre los europeos, tomar tabaco era el goce de una riqueza exótica que se consumía totalmente en una vez, quemándola y reduciéndola a cenizas. Lo elevado de su costo no permitía tal dispendioso y fugitivo placer sino a los potentados. Su exotismo, añadido al subidísimo precio, le daba a tal lujo un carácter de distinción rara. Se fumaba con vanagloria como se alardeaba de poseer un esclavito negro, una jaula de loros parleros, una carroza de caoba o un bastón de carey. Estos no eran solamente signos de riqueza; pretendían ser símbolos de pompa cortesa- na, ganados en empresas lejanas y semifabulosas de guerra, autoridad y poderío. Y el anhelo del rango social estimulaba la apetencia del tabaco para la ostentación en su disfrute, tal como el parvernú quiere beber en público el champagne más rico de sabor y de precio para satisfacción de su petulancia. Así, lo antes “mal visto en sociedad” vino a ser signo de “alta elegancia entre la gente distinguida”. Aún hoy día, un sujeto que “fuma en pipa” es todo un personaje en el folklore. Por extensión metafórica, también de un problema muy importante, se dice que “fuma en pipa”. La simple categoría social que tenía el tabaco por aquellos tiempos se descubre en esas alusiones que se le hacen en el teatro español de costumbres. Se le saca a la mesa a sus postres, con la exóticas y ricas frutas de Indias y de Castilla, “para echar la bendición”. Pero, además, el tabaco en esa misma época alcanza una gran considera- ción económica por los mercaderes, por los estadistas y también por los eclesiásticos. Ya no es sólo una fuente de placeres; ya lo es también de riquezas. Al caer el siglo XVI el uso del tabaco es ya tan aceptado que pasa a ser una mercancía siempre negociable y su cultivo es granjería muy provechosa. El producido en Indias es tan apetecido que se hace objeto de un codicioso comercio trasatlántico, ya tan pingüe como lo fue el de las especias; y, en definitiva, su crecido valor, su inagotable demanda y el ca- rácter suntuario que tiene su consumo lo convierten en una base económica excepcionalmente amplia y adecuada para sufrir tributos muy productivos, zarpazos fiscales de los más crueles y a la vez de los más consentidos. […] DE LA T RANSCULT URACIÓN DEL TABACO 39 Por interés económico, triple, derivado del medro mercantil, del beneficio tributario y de la renta territorial, la clerecía española no se sintió propicia a hostilizar el tabaco. Los clérigos en sus conventos y solares debieron de sentir como otros pobladores la tentación de sembrar y cosechar en sus plantíos hortelanos esa yerba tan apetecida que ya iba siendo el tabaco. Es lícito pensar que los clérigos también se procurarían buenos medros mercantiles con el tráfico del tabaco, cuando este producto fue ya muy codiciado; pues, pese a su misión profesionalmente apostólica, no fue raro que la olvidaran persiguiendo negocios monetarios como mercaderes y contrabandistas. Con frecuencia había frailes que solapadamente trafica- ban en continuos viajes trasatlánticos entre Sevilla y las Indias, tanto que se expidieron bulas pontificias con censuras eclesiásticas para evitar tales abusos, prohibiendo que los frailes en sus viajes marítimos llevasen consi- go oro, plata y otras cosas fuera de las indispensables para su matalotaje, y ordenando que ellos fuesen rigurosamente vigilados en los puertos por razón de sus contrabandos. […] En España llegó a ser institucional el contrabando. Por las serranías y cos- tas marinas de la Península los contrabandos eran un modo habitual de vivir; una forma específica del bandolerismo. El tabaco y sus contrabandis- tas forman un sector histórico en Andalucía, sobre todo en Sevilla, como personajes de las sierras y de las fábricas cigarreras de Sevilla. ¡Carmen! […] La importancia tributaria del tabaco debió de percibirla, antes que otra en- tidad social, la Iglesia Católica en las Indias españolas, apenas los poblado- res iniciaron privadamente el cultivo de tabacales para su aprovechamiento en los tratos mercantiles. La base económica de la Iglesia española, como en general de la Católica, aparte de sus grandes feudos, fundos y otros pin- gües beneficios, estuvo en los diezmos, o sea en el impuesto que aquélla percibía del diez por ciento de toda la producción minera y agraria del país. El sistema legislativo de tal tributación eclesiástica ya estaba en vigor en la 40 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA España peninsular antes que naciera la España colonial, y cuando surgió ésta no hubo más que hacer extensivo a los nuevos países ese viejo régimen fiscal de Castilla, lo cual hicieron los Reyes Católicos por R. C. de 5 de octubre de 1501. Apenas el tabaco comenzó a ser objeto de la especulación agraria de los españoles en las tierras por ellos pobladas, por sólo ser un producto cultivado, quedó ipso facto sometido al impuesto del diezmo, o sea de la décima parte, de su producción, a favor de las arcas eclesiásticas. Así los clérigos españoles de las Indias, donde comenzó a cultivarse el tabaco para su consumo por los pobladores y luego para la exportación, pronto sacaron directos provechos, económicos y utilitarios de la propagación de la planta diabólica, como los reyes pudieron beneficiarse con ella mediante los almojarifazgos, alcabalas, monopolios y toda suerte de gabelas que fueron impuestos sobre el tabaco bajo amenaza de los más draconianos castigos. […] La transición cultural del tabaco fue muy polémica. Se expresaron con sumo ardimientolas tendencias innovadoras y las estacionarias, se ima- ginaron ridículas generalizaciones, se hicieron persecuciones hasta la muerte y se mantuvieron con tesón las rebeldías; combatieron la teología y la ciencia, la ignorancia y la técnica; y, al fin, se impusieron los criterios económicos y hedonísticos, hasta el día de hoy en que sigue la brega, con otras ideas y propósitos y casi siempre por dineros. Los demonios, muy sabichosos de las debilidades humanas, para lograr vencer más pronto entre los pueblos ultraamericanos unieron la original y fisiológica tentación sensualista del tabaco a la social tentación de la vani- dad. Pero aún estas dos tentaciones no fueron bastantes. Entonces movi- lizaron también la de la codicia. Buscaron el modo de traducir tabaco en dinero. El original sentido del tabaco fue trocado en un interés económico de posibilidades capitalistas y tributarias. Y ya con la estimulación con- junta de tres pecados, capitales los tres (la gula, el orgullo y la avaricia) los demonios vencieron entonces rápidamente; diríase sin irreverencia que “en un santiamén”, pues, al fin, hasta la alta clerecía los ayudó a que triunfara por todo el mundo el tabaco, ese archidiabólico y sutilísimo instrumento de sensualismo y celebración. DE LA T RANSCULT URACIÓN DEL TABACO 41 En la historia europea del tabaco se dieron con más pronunciados relieves estas fases de su transculturación. Es al mediar el siglo XVI cuando el tabaco deviene en una “mercancía internacional” y comienza a cultivarse en Europa. […] En algunos países de Europa se produjeron curiosos fenómenos de trans- culturación del tabaco por la línea de la medicina. Algunos médicos llega- ban a ordenar la introducción del humo del tabaco en el cuerpo, no por la boca sino por la entrada opuesta. En Suiza, Alemania y otros pueblos de Europa se conocieron jeringas de humo (Brooks 1937: 55), sugeridas pro- bablemente por el vago recuerdo de ciertas prácticas indias. Todavía por 1844, en Escandinavia se usó para ciertas enfermedades llenar las narices del paciente, taponándolas con tabaco (Brooks 1937: 19, nota), tal como solían hacer los aztecas con polvos de la yerba chilpanton, al querer estancar las hemorragias nasales (Sahagún 1900, tomo III: 253). Hay que convenir en que el tabaco fue descubierto por los europeos en una época propicia para su recepción como panacea. De la Edad Media no se habían perdido aún las supersticiones en los prodigios y las magias, y del Renacimiento ya se tenían las curiosidades experimentales, aun cuando sin haberse condensado en formulaciones científicas. Y el tabaco fue a la vez cosa de portento y cosa de ciencia; sustancia que atraía tanto por su exótico misterio y lo semifabuloso de su procedencia, como por lo extraño de sus métodos y lo inexplorado de sus eficaces aplicaciones, todo lo cual hacía incontables las posibilidades para la experimentación de los médicos noveleros y para las engañifas del charlatanismo y la curandería. […] En los médicos fue corriente declamar contra los abusos del tabaco y re- comendar que no se aplicara la yerba “sana sancta” sin una previa pres- cripción facultativa; a lo cual replicaban los fanáticos de la yerba que eso era por egoísmo profesional. Y también, desde mediados del siglo XVII hubo sátiras contra los médicos que en la novelería del tabaco encontraban medro económico. 42 DRO GA, CULT URA Y FARMACOLONIALIDAD: LA ALT ERACIÓN NARCO GRÁFICA Dogmatistas y científicos cedieron ante el diabólico espíritu del tabaco cuando éste, pese a los martirios impuestos a sus devotos, logró extenderse por las altas y las bajas clases sociales y vino a ser fuente fiscal de pingües almojarifazgos, alcabalas, estancos y diezmos, así para los usufructuarios de la Corona como para los del Altar. Y, en esto también, todo fue con- secuencia de la virtud del dinero, que en la corte del rey y en la de Roma ya había notado con su perspicacia y referido con sorna el P. Juan Ruiz, el arcipreste desenfadado. Cuando los regios arbitristas comprendieron lo fá- cil que era poner tributos al tabaco, como a un artículo de placer, se supri- mieron las persecuciones, los moralistas fueron callados y las conciencias fueron dormidas, dejando que los endiablados tabacos de los idólatras de América fueran inficionando al mundo a cambio de pagar fuertes tributos a sus empinados gobernantes. Entonces el crudelísimo sultán de Turquía, convencido de las ventajas económicas del tabaco, derogó el iradé que mandaba empalar a los fumadores y la furia de los ulemas fue relajándose. Si antes un gran muftí a nombre de Dios inspiró las persecuciones, luego otro gran muftí cambió la doctrina, no se sabe si también por soplo de Alá. Tal como ocurrió con el café, condenado primeramente como contrario a la divina ley coránica y luego encomiado como “vino del Islam” para sustituir el “vino de los cristianos”. Si antes el café fue tenido por leyenda como una bebida sacada de la cagarrutas de los cabrunos demonios, luego una nueva leyenda, de origen persa, explicó piadosamente cómo habiendo caído Mahoma en abrumador cansancio y somnolencia, Dios reanimó a su profeta enviándole con el arcángel Gabriel una bebida entonces desconoci- da, negra como la venerada piedra meteórica de la Kaaba en la Meca. Así el café bajó de los cielos como un don de Alá y Turquía pasó a figurar entre los pueblos más fumadores de tabaco y más bebedores de café. […] Los atropellos contra la democracia del tabaco se resienten más profun- damente que otros, hasta la trascendencia histórica. A las iras despertadas en los pueblos contra los monopolios del tabaco, generalmente en manos de magnates aristócratas o de judíos, y contra los abusos de sus detentado- res despóticos, hasta el punto que provocaron motines en varias capitales de Europa, se atribuyen las primeras conmociones antiaristocráticas del DE LA T RANSCULT URACIÓN DEL TABACO 43 siglo XVIII (Brooks 1937: 146,158). Steinmetz (1878: 13) dice que Jean Bart, el héroe naval francés, “al fumar ante Luis XIV realizó un acto de tan prodigiosa audacia y nivelador sentido que puede considerarse como el verdadero inicio de la Revolución Francesa”. Desde ese punto de mira puede pensarse que, también por el siglo XVIII, los motines de los vegueros y frailes contra los monopolistas del tabaco fueron los precursores de la conciencia nacional y prepararon en el pueblo de Cuba la rebelión liberta- dora contra los monopolios mercantiles, políticos, eclesiásticos y sociales. […] En la misma evolución de los tipos morfológicos del fumar parece que hay algo que es impuesto por el ambiente humano, aparte de los apremios económicos y de las creencias religiosas, como si el ritmo de la vida social influyese también en las costumbres de los fumadores. La pipa se da más por tierras frías y recintos cerrados, en ceremonias tradicionales de paz y de religión. El cigarro o puro es más bien compañía actual de caminantes por países cálidos y en magias operativas, esparcimientos y jolgorios. El cigarrillo, ya de papel, breve y liviano, es hijo del amestizamiento, tercería de culturas, engendro transcultural en tiempos y costumbres de más apre- mios y tensiones. “El automóvil es enemigo del fumar”, ha dicho con razón José Aixalá (Diario de la Marina, Habana, 9 de diciembre de 1939); pero el tabaco que ahora estorba en las tensas duraciones del presente ritmo social, llena todas sus pausas. Con la vida moderna, veloz y a ritmo de máquina, el tabaco se habría ahuyentado si el cigarrillo no lo hubiera sostenido, lu- bricando sus fricciones y válvulas y refrescando las energías. […] En estos años convulsivos se ha pensado que el tabaco es un “arma de guerra”, como el petróleo y el lubricante que mueven las máquinas bélicas. El tabaco, se ha dicho, tonifica e impulsa el ánimo de los soldados y no hay ejército que ahora quiera pelear sin él. Pero no, el tabaco sigue siendo ins- trumento de paz, indispensable para conservar
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