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1 EL ROMANTICISMO DE WERTHER JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ MORALES <<Los sentimientos te matan>> Virgil Cole (ED HARRIS), Appaloosa Hoy en día seguimos escuchando la palabra <<romántico>> cuando se califica a una persona como sentimental. El individuo que emplea esa palabra considera, en su inconsciente ideológico, a ese sujeto <<antiguo>>, alejado de la realidad y anclado en la primera mitad del siglo XIX, época en la que triunfa y se consolida el romanticismo en Europa como movimiento literario. Por tanto, un sujeto <<romántico>> en el siglo XXI es una persona anacrónica, extemporánea. Sin embargo, ese individuo obsoleto cuenta con la simpatía y la compresión de los demás. ¿Por qué se siente esa empatía con alguien que posee unos valores de siglos pretéritos? Sencillamente porque tiene unos sentimientos alejados de los intereses que dominan en la sociedad actual. Pero, a estas alturas del siglo XXI, ¿es pertinente seguir enarbolando la bandera del romanticismo? Si volvemos al principio, cuando se gesta y se consolida ese movimiento literario en Europa, comprobamos que el exceso de sentimientos exacerbados resulta nocivo para la salud de los abanderados de esta tendencia y de sus personajes literarios. Basta con acercarse a la vida de algunos escritores de ese período literario, como en el caso de Larra y Espronceda en España, o mejor, a los textos románticos de la primera mitad del XIX, e incluso anteriores, como Las penas del joven Werther (1774) de Goethe, para constatar que el triunfo de los sentimientos frente a la razón se produce gracias a la muerte del héroe romántico. Es decir, con su muerte en el texto, o en el escenario, los sentimientos se imponen a la razón. Es la única manera. En el caso de Werther, la exaltación de los sentimientos resulta evidente desde las primeras líneas de la novela: << ¡Qué feliz soy de no estar ahí! Mi buen amigo, ¡cómo 2 es el corazón del hombre! ¡Alejarme de ti, a quien tanto estimo, y de quien era inseparable, y sentirme dichoso! Ya sé que me lo perdonas>> (Goethe, 2014: 55). Indudablemente, nos encontramos con un texto romántico, construido en forma de diario y dominado por los sentimientos, donde Werther, un joven apasionado, se dirige a un amigo, Wilhelm, que desempeña la función de narratario, para contarle el amor que siente por una chica (Lotte), hermosa y dotada de las cualidades propias del ideal de belleza romántico que arraigará en la primera mitad del siglo XIX en Europa: <<he conocido a una persona que afecta muy de cerca a mi corazón. Yo... Yo no sé [...] ¡Un ángel! ¡Bah! Todos dicen lo mismo de la suya, ¿no es cierto? Y sin embargo, no me encuentro en condiciones de decirte lo perfecta que es, ni por qué es perfecta; basta, ella se ha apoderado de todos mis sentidos>> (pág. 68). El amor idealizado se apodera por completo del joven Werther y va <<in crescendo>> hasta perder la razón y convertirse en un personaje sin fuerza de voluntad, dominado por unos sentimientos que llegan a ser patéticos y posesivos: <<Wilhelm, para serte franco, juré en aquel momento que la muchacha que yo amase, sobre la que yo tuviese derecho, no bailaría el vals con nadie más que conmigo, aunque me costase la vida. ¡Ya me comprendes!>> (pág. 74). Incluso el propio narrador, que aparece en la última parte del libro (la novela consta de tres partes: Libro primero, Libro segundo y El editor al lector), no puede sustraerse del sentimentalismo y termina <<contagiado>> y sin palabras que puedan expresar tanto sufrimiento cuando Werther pone fin a su vida: <<Permitidme no diga nada sobre la consternación de Albert y el dolor de Lotte>> (pág. 180). La lucha entre la razón, representada por Albert, prometido de Lotte y luego su esposo, y los sentimientos, encarnados por Werther, es una constante a lo largo de toda la novela: <<Eso es muy distinto –replicó Albert-, porque el hombre que se deja arrastrar por las pasiones, pierde totalmente el uso de la razón y debe ser considerado como un borracho, como un demente>>. << ¡Ay de vosotros los hombres razonables! –exclamé sonriendo–. ¡Pasión!, ¡embriaguez!, ¡demencia! […] todos los hombres extraordinarios que han realizado cosas grandiosas, algo que parecía imposible, han sido siempre tildados de locos y borrachos>> (págs. 97-98). Al final, con el suicidio de Werther por amor, se impone la sensibilidad a la razón y el lector termina por posicionarse a favor de los sentimientos no correspondidos. Unos sentimientos que se proyectan en un paisaje turbulento, en movimiento, en correlación con la pasión exaltada del protagonista, o sea, en consonancia con un paisaje romántico: << ¡veo todavía a través de las tempestuosas y apresuradas nubes algunas estrellas en el eterno cielo! ¡No, vosotras no caeréis! El Eterno os lleva en su corazón, y a mí>> (pág. 178). Manuel José González ha señalado el romanticismo de la novela y del autor: <<Goethe, Werther y la juventud intelectual del segundo tercio del XVIII propugnan una nueva escala de valores asentada sobre las bases del corazón –que aparece docenas de veces en la novela– y de los sentimientos que nunca nos engañan, una moral natural, liberada de la engañosa razón>> (pág. 27). En los textos posteriores de Goethe, la razón se impondrá a los sentimientos, y finalmente el <<genio universal>> alcanza, después de <<tocar>> tantos campos del saber a lo largo de su vida, <<su madurez>>. Sin embargo, este vasto conocimiento en diferentes materias no ha salvado a Goethe de la crítica perspicaz de Luis Cernuda: <<Goethe no se limitó a escribir poesía, sino que intervino, como aficionado, en muchas materias científicas y artísticas, y eso ayuda, en parte, a su grandeza, según opinión de muchos. Hölderlin, con fidelidad admirable, no fue sino aquello a que su destino le llamaba: un poeta. Pero ahí nadie le ha superado en su país, ni en otro país cualquiera>> (1964: 80). En 3 resumidas cuentas, Cernuda reivindica a Hörderlin como poeta en detrimento de Goethe, a quien considera un <<aficionado>>, un aprendiz de todo y maestro de nada, aunque <<muchos>> piensen que en <<eso>> reside su <<grandeza>>. Werther es, además de una obra romántica del movimiento Sturm und Drang, un texto adscrito al romanticismo conservador de signo cristiano que surge en Alemania y que posteriormente se propaga a los demás países europeos, porque el cristianismo domina las páginas de la novela: <<siento la presencia del Todopoderoso que nos creó a su imagen, y el soplo del infinito Amador que nos sostiene y mantiene flotando en eterna delicia; ¡amigo mío!>> (Goethe, 2014: 57). Este romanticismo conservador se aprecia fundamentalmente al final, cuando el protagonista <<comprende>> que los restos de un suicida no pueden reposar al lado de cristianos y alude a los Evangelios de San Lucas y San Juan: <<En una nota ruego a tu padre que proteja mi cadáver. En el cementerio hay dos tilos, en el rincón del fondo, hacia el campo, allí me gustaría descansar. Él puede hacerlo y lo hará por su amigo. Pídeselo tú también. No quiero forzar a cristianos piadosos a que su cuerpo repose junto al de un pobre desgraciado. ¡Ah!, yo quisiera que me enterraseis al borde del camino o en un valle solitario para que sacerdotes y levitas al pasar de largo junto a la piedra en la que está grabado mi nombre se santigüen y el samaritano derrame una lágrima>> (pág. 179). En cambio, el historicismo evolucionista sitúa a Werther como un texto prerromántico o de <<transición>>, es decir, como una obra que presenta rasgos románticos, pero todavía no es plenamente romántica. Entonces, ¿dónde sitúa realmente el texto? En ese <<sí>> pero todavía <<no>> característico del historicismo evolucionista. Por tanto, deja el texto en tierra de nadie o en nada, como La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa, una representación sentimental que inaugura el romanticismo español en lastablas el 23 de abril de 1834 y que pertenece también, como Werther, al romanticismo conservador (Fernández, 2010: 200). En el romanticismo español la mayoría de los textos están determinados por ese romanticismo conservador de signo cristiano. Sólo en el caso de la producción literaria de Espronceda, quien fue, por otro lado, a lo largo de su corta vida un auténtico liberal exaltado, podemos hablar de verdadero romanticismo liberal. Georg Lukács, por su parte, observa en el texto de Goethe <<una lucha contra los obstáculos internos y externos que se oponen a su realización>>, porque –añade- <<Werther, y con él el joven Goethe, son enemigos de las <<reglas>> >>. Un <<desreglamiento>> que <<significa para Werther un grande realismo apasionado, la veneración de Homero, Klopstock, Goldsmith y Lessing>> (1968: 77). Efectivamente, el romanticismo significa una lucha por la libertad a todos los niveles (social, político, económico e ideológico). Una libertad que se reivindica a través de las palabras de Werther en el texto: <<Hoy he presenciado una escena que bien descrita sería el idilio más hermoso del mundo; ¿para qué hablar de poesía, escena e idilio? ¿Es necesario andar siempre con normas si queremos participar de un fenómeno de la naturaleza?>> (Goethe, 2014: 67). Lukács interpreta esta libertad, como no puede ser de otra manera desde el sociologismo, como <<reflejo>> de ese contexto: <<El gran movimiento histórico tiene que reflejarse también en la ética como exigencia de leyes generales unitarias de la acción humana>> (págs. 77-78). (La cursiva es nuestra). Ni que decir tiene que el romanticismo sustenta, en esa lucha por la libertad a todos los niveles, una ideología pequeño-burguesa y que utiliza como vehículo de transmisión a unos personajes sensibles que no tienen sitio en una sociedad 4 materialista, como en el caso del joven Werther. La sensibilidad exaltada del protagonista se advierte, fundamentalmente, cuando desempeña su trabajo en la embajada, donde se ha refugiado, en realidad, para escapar de los sentimientos, y reconoce que lo <<mejor>> que hace allí <<es dibujar>> (pág. 129); porque es un sujeto demasiado sensible y no sirve para trabajos sucios de esa índole, propios de personas de condición social más baja y curtidas en esos servicios, o menos sensibles, como el propio Albert: <<Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, Wilhelm, cuando Albert abraza su esbelta figura. Y, ¿debería decirlo? ¿Por qué no, Wilhelm? ¡Ella sería más feliz conmigo que con él! ¡Oh! Él no es el hombre capaz de colmar todos los deseos de ese corazón. Cierta falta de sensibilidad, falta… tómalo como quieras, que su corazón no late a la par>> (pág. 130). Werther piensa que Albert no está a la altura de la sensibilidad de Lotte y él sí, porque la ama y la desea y no puede comprender cómo ha elegido a <<otro>>, ni se pone, por supuesto, con sus sentimientos egoístas, en el lugar del adversario. Así que llega, en su obsesión, incluso a pensar en el aniquilamiento del <<otro>>, del rival: <<Cuando me pierdo en mis sueños no puedo desechar la idea: ¿y si Albert muriese? ¡Tú serías…!, ¡sí, ella sería…! >> (pág. 131). En este sentido, resulta sintomático que Werther se identifique y se solidarice con un criado convertido en criminal. El criado, después de haber sido despedido de la casa de una señora donde servía, ha asesinado por celos a un campesino que ocupaba su lugar en el hogar de la dama. Werther se interesa por su situación y le pregunta: << ¿Qué has hecho, desdichado? >> (pág. 152). La respuesta del sirviente no puede ser menos contundente: <<Nadie la poseerá, ni ella poseerá a nadie>> (pág. 152). En las relaciones sociales burguesas que se han impuesto a las feudales, el concepto de sujeto propietario, como vemos, ha irrumpido y ha calado también, o con más fuerza si cabe, en el inconsciente ideológico de la clase dominada. Pero Werther, que no pertenece a esa clase social, intenta salvar al cridado a toda costa, porque se identifica sentimentalmente con él. Cuando agota todas las posibilidades, incluso suplicando, y no consigue salvarlo, sentencia: << ¡No se te puede salvar, desdichado! Bien veo que no tenemos salvación>> (pág. 153). A partir de aquí el joven Werther <<comprende>> que no tiene escapatoria y decide, después de haber probado el sabor del desengaño amoroso, poner fin a su vida para cumplir con el ideal romántico. Lotte, el objeto de su pasión, intenta hacerle entrar <<en razón>>: le recuerda que ella pertenece a otro, le recomienda que se busque a otra chica y le sugiere que realice un viaje. El viaje es una solución muy socorrida en la literatura y en la vida cuando alguien es abandonado por su pareja, porque ese individuo, rechazado, con la autoestima por los suelos, además de poner tierra de por medio, tiene la sensación de que el tiempo ha transcurrido más deprisa cuando regresa al lugar de los hechos. En suma, el tiempo juega a favor del despechado: <<un viaje os distraerá. Buscad, hallad un objeto digno de vuestro amor y volved, y gocemos juntos las delicias de una verdadera amistad>> (pág. 159). Quizá Lotte le podría haber sugerido a Werther como país de destino España. Aquí llegaron muchos escritores románticos extranjeros, viajeros, buscando el exotismo. En realidad, vinieron porque pensaban que España era un país donde sólo había bandoleros y flamencos. Incluso hoy en día muchos viajeros <<intelectuales>> extranjeros piensan eso. Sin embargo, Werther hace caso omiso de las palabras de Lotte y da rienda suelta, una vez más, a su pasión. Una pasión a la que no escapa Lotte: en un momento se deja arrastrar por el deseo de Werther, pero reacciona a tiempo y le dice que se aparte. Por tanto, la razón se impone a la pasión y los sentimientos en esta ocasión: <<Sus sentidos se turbaron, estrechó las manos de Werther, las oprimió contra su pecho, se inclinó hacia él en un arranque de nostalgia y sus ardientes mejillas se rozaron. El mundo desapareció para ellos. Werther la estrechó entre sus brazos, la apretó contra 5 su pecho y cubrió sus temblorosos y balbucientes labios con ardientes besos […] Ella se apartó de él>> (pág. 171). El joven Werther representa el sujeto transcendental kantiano, un sujeto que no puede fundir esencia y existencia y que se quita la vida a las doce de la noche (pág. 179), porque <<las doce son siempre el <<cenit>> del tiempo empírico y, por tanto, su <<cero>>: la brecha por la que se precipita (o en que se <<revela>>) la vida atemporal, o el tiempo trascendental>> (Rodríguez, 1994: 52). Una hora que se proyecta en Cromwell (1967: IV. II), en la que muere Blanca, la heroína en El rey se divierte (1966: V. I), de Victor Hugo, y en la que surge el sujeto transcendental kantiano en los dos dramas románticos de Martínez de la Rosa: La conjuración de Venecia y Aben Humeya. Asimismo, Werther es un inadaptado social, que choca con la sociedad artificial creada por los hombres cuando quiere realizar sus proyectos, es decir, representa el sujeto roussoniano, encarnado por otros personajes románticos posteriores, como Rugiero en La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa, o don Álvaro en la obra del mismo nombre del Duque de Rivas. Dos héroes románticos que se han criado en sociedades naturales y que chocan con la sociedad artificial cuando pretenden llevar a cabo sus ideales (Fernández, 2010: 231-237). Una sociedad con la que choca también Werther cuando trabaja en la embajada, donde se había refugiado para olvidar a Lotte: <<He tenido un disgusto que acabará alejándome de aquí. Me rechinan hasta los dientes. ¡Diablos! Esto no tiene remedio y sólo vosotros tenéis la culpa; vosotros, que me habéis espoleado, impulsado y atormentado a meterme en este empleo que no me gustaba nada>> (Goethe, 2014: 121). Werther deja su trabajo en la embajada, porque es un inadaptado social, un artista, <<un alma sublime y exquisita>>, un ser superior, unindividuo romántico, que choca con la sociedad artificial, y tiene que marcharse. Evidentemente, Werther sustenta, como todos los textos y representaciones teatrales del romanticismo, una ideología pequeño-burguesa que alcanza incluso a Albert, el personaje que representa la razón en el texto: <<Se las di al criado para que las limpiara y las cargase. Éste se puso a jugar con las criadas, quiso asustarlas y Dios sabe cómo, se le disparó el arma, estando la baqueta dentro, y ésta se le clavó a una muchacha en la mano derecha y le destrozó el pulgar. Tuve que soportar las lamentaciones y por añadidura pagarle la cura, y desde entonces dejo todas las armas descargadas>> (pág. 96). El texto habla por sí solo: para Albert lo peor no fue la herida que sufrió la criada, ni mucho menos, sino sus lamentaciones y el dinero que tuvo que pagar para curarla. Pero, sin lugar a dudas, esta ideología pequeño-burguesa la legítima Werther desde el principio hasta el final de la novela con sus sentimientos exaltados y sus pensamientos. Por ejemplo, cuando decide suicidarse, no se olvida de dar <<limosna>> a los pobres: <<A eso de las diez llamó Werther a su criado […] le ordenó poner las cuentas al día, recoger algunos libros que había prestado y pagar por anticipado a algunos pobres, a quienes solía dar algo semanalmente, la asignación de dos meses>> (pág. 161). Una ideología pequeño-burguesa que provocará la aparición de distintos nacionalismos en Europa (en unos casos integradores, como en Alemania e Italia, y en otros separatistas, como en España) y que se condensa al final de la novela, cuando en el entierro del protagonista no asiste ningún sacerdote, ni Albert, su contrincante y a veces amigo, porque <<se temía por la vida de Lotte>>, y sólo lo llevan <<artesanos>>, es decir, hombres adscritos a la pequeña burguesía (pág. 181). Un entierro y un final muy apropiado para un texto que sustenta esa ideología característica del romanticismo. Una ideología que pervivirá en textos posteriores, pero abocada a ser subalterna de la ideología burguesa dominante desde el siglo XVIII tras imponerse a la ideología feudal. Manuel Sacristán ha advertido la derrota de esta 6 ideología feudal en el réquiem final de Mefistófeles del Fausto de Goethe, cuando los ángeles salvan <<lo inmortal>> del <<héroe>>: <<la costumbre tradicional, el antiguo derecho,/ ya no nos dan la menor confianza>> (1967: 55-57). En resumidas cuentas, Werther muere por un exceso de sentimientos y sólo en el último momento la razón aflora en su pensamiento, pero ya es demasiado tarde para él y los demás, a los que ha salpicado también de dolor: <<He recompensado mal tu amistad, Albert, y tú me perdonarás He turbado la paz de tu casa y sembrado desconfianza entre vosotros. ¡Adiós! ¡Voy a poner fin a todo! ¡Ojalá seáis felices con mi muerte! ¡Albert! ¡Albert! Haz feliz a ese ángel y, ¡que la bendición de Dios caiga sobre ti!>> (págs. 177-178). En aquella época se produjeron una serie de suicidios provocados por <<el efecto Werther>>, o sea, por la influencia del libro de Goethe. Estos sentimientos exacerbados de Werther que se imponen en toda Europa en la primera mitad del siglo XIX no tienen nada que ver, por supuesto, con los sentimientos de otros periodos históricos. Por ejemplo, los sentimientos amorosos en la Edad Media se conciben como una relación señor/ siervo, donde el enamorado es un siervo de su señora, o los sentimientos de los que habla el personaje Virgil Cole, interpretado por Ed Harris, en la película Appaloosa (dirigida por el mismo Ed Harris y ambientada en Nuevo México en el año 1882), cuando le dice a su socio y amigo Everett Hitch (el personaje lo interpreta en este caso Viggo Mortensen): <<Llevamos bastante tiempo juntos. No sé exactamente cuánto, pero es mucho. Sólo quiero que me ayudes en esto. Eres tan bueno como los mejores, salvo los Shelton y yo. Y el motivo de que no seas tan bueno como los Shelton o yo no tiene nada que ver con la puntería, la velocidad o el valor. Somos mejores únicamente porque tú tienes sentimientos>>. Everett contesta: <<Oh, vamos, Virgil, todos tenemos sentimientos>>. Virgil Cole le replica, lapidariamente: <<Los sentimientos te matan>>. Aquí, en un enfrentamiento armado, los sentimientos se conciben como negativos, son <<otros>>. En cambio, en el romanticismo, eran contemplados como positivos y dignos de unos pocos <<elegidos>> que estaban por encima de los demás <<seres mediocres>>, y hoy en día, en el capitalismo financiero, los sentimientos son también, se quiera o no, <<otros>>, porque significan cosas distintas en cada época histórica. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS CERNUDA, Luis (1964). “Goethe y Hölderlin”, Poesía y Literatura, I, Barcelona, Seix Barral, 1ª ed. FERNÁNDEZ MORALES, Juan José (2010). Martínez de la Rosa. Crítica e historia de un escenario, Diputación de Granada. GOETHE, Johann Wolfgang Von (2014). Las desventuras del joven Werther, ed. y traducción de Manuel José González, Madrid, Cátedra, 15ª ed. HUGO, Victor (1966). Hernani. El rey se divierte, trad. Jacinto Labaila, Madrid, Espasa- Calpe, 3ª ed. _____________ (1967). Cromwell, trad. J. Labaila, Madrid, Espasa-Calpe, 3ªed. LUKÁCS, Georg (1968). Goethe y su época, precedido de Minna Von Barnhelm, Barcelona, Grijalbo. 7 RODRÍGUEZ, Juan Carlos (1994). La poesía, la música y el silencio (De Mallarmé a Wittgenstein), Sevilla, Renacimiento. SACRISTÁN, Manuel (1967). Lecturas, I: Goethe, Heine, Madrid, Ciencia Nueva.
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