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2437 -Fundamentos-de-Sociologia--Ferreras

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Juan Ignacio Ferreras
Fundamentos 
de Sociología de la 
Literatura
EDICIONES CATEDRA, S. A. Madrid
 
 
BIBLIOTECA DIGITAL 
 
TEXTOS SOBRE SOCIOLOGÍA Y TRABAJO SOCIAL 
 
SOCIOLOGÍA POR ESPECIALIDADES 
 
FICHA DEL TEXTO 
 
Número de identificación del texto en clasificación sociología: 2437 
Número del texto en clasificación por autores: 43360 
Título del libro: Fundamentos de Sociología de la Literatura 
Autor: Juan Ignacio Ferreras 
Editor: Editorial Cátedra, S.A. 
Registro de Propiedad: Depósito legal: M. 14.374-1980; ISBN: 84-376-0233-5 
Imprenta: Velograf 
Año: 1980 
Ciudad y país: Madrid – España 
Número total de páginas: 129 
Fuente: https://www.scribd.com/document/426077473/Fundamentos-de-Sociologia-de-La-
Literatura-Juan-Ignacio-Ferreras 
Temática: Sociología de la literatura 
 
Juan Ignacio Ferreras 
Ediciones Cátedra, S. A., 1980 
Don Ramón de la Cruz, 67. Madrid-1 
Depósito legal: M. 14.374 - 1980 
ISBN: 84-376-0233-5 
Printed in Spain
Impreso en Velograf. Traeia, 17. Madrid-17 
Papel: Torras Hostench, S. A.
índice
P r ó l o g o .......................................................................................................................................................... 9
I n t r o d u c c ió n
El objeto de la Sociología de la Literatura ................................................ 15
Definición de la Sociología de la Literatura ................................................ 31
S o c io l o g ía d e l a L it e r a t u r a
1. Génesis ................................................................................................................ 35
1.1. Relaciones de la Sociología de la Literatura con otras cien­
cias humanas, en cuanto a la génesis de la obra 47
1.2. Conceptos ................................................................................................. 50
1.3. Análisis ...................................................................................................... 58
2. Estructura................................................. 61
2.1. Relaciones de la Sociología de la Literatura con otras cien­
cias humanas, en cuanto a la estructura de la obra 77
2.2. Conceptos ................................................................................................. 81
2.3. A n á lis is ......................................................................................... 93
3. Función ............................................................................................................... 97
3.1. Relaciones de la Sociología de la Literatura con otras cien­
cias humanas, en cuanto a la función de la obra literaria. 106
3.2. Conceptos ................................................................................................. 110
3.3. Análisis ..................................................................................................... 116
G r á f i c o s ........................................................................................................................................................ 1 2 5
B ib l i o g r a f í a ............................................................................................................................................... 131
7
Prólogo
Existe una gran paradoja en la mayor parte de las escuelas críti­
cas o teóricas sobre la Literatura, que consiste en estudiar la obra 
literaria donde la obra literaria no está, donde 110 existe.
Una obra literaria, un texto, sólo existe o está, si se encuentra 
en relación de producción o de consumo, de génesis o de lectura, 
de génesis o de función, pero fuera de estos dos momentos, que son 
dos procesos, el texto, o la obra, así desrelacionada, no existe exac­
tamente.
Cuando un crítico, de los paradójicos a los que me refiero, es­
tudia un texto en su inmovilidad, en su desrrelación absoluta, está 
ya realizando una lectura, es decir, estableciendo una relación sea la 
que fuere; su posición teórica queda así definida.
Generalmente, la crítica paradójica suele institucionalizar una 
serie de textos o de obras en su desrelación absoluta, para analizar­
los después por sí mismos, y dentro de sí mismos. Ni que decir 
tiene que este proceso crítico es absolutamente falso, que no puede 
existir ninguna crítica del texto a partir del texto mismo, es decir, 
*siri ninguna referencia a un «fuera de texto»; que todo crítico para­
dójico aplica, mejor o peor, una teoría que no se encuentra en el 
texto ni puede encontrarse en el mismo.
La obra literaria sólo existe en cuanto que está en relación; su 
verbo se llama estar — en relación— y no ser.
Y toda obra literaria posee su estar cuando se encuentra en rela­
ción de producción — génesis— o cuando se encuentra en relación 
de lectura — función— ; fuera de estos dos procesos, la obra lite­
raria no existe realmente como obra literaria.
De aquí que toda Sociología de la Literatura haya de fijar el ob­
jeto de su estudio precisamente en estos dos momentos o procesos
9
\ í i'.I.iv.iiIon |xn l.i i 't íii i ii p arad ó jica . Un tex to es lite ra r io porqu e se 
i-miiIm- v |>• «r<|«»<- se l ie , gén esis y fu n ción .
( imikIii tit-nos lingüistas sostienen la textualidad, la literalidad, 
di I «-xto, dlijciivúndolo como un campo cerrado de significaciones 
q u e- ondina su propio significado, su propio código y hasta su pro- 
lúa lógica, están haciendo labor de crítica paradójica, porque:
a) Su estudio es ya una puesta en relación y, por tanto, una 
violación del campo cerrado.
b) Ningún texto expresa conceptnalmente su propia lógica or­
ganizativa, y es el crítico el que la interpola.
Esta posición del crítico lingüista de nuestro ejemplo no debe ha­
cernos olvidar, sin embargo, que todo estudio del texto que parte, 
aparentemente, del texto mismo, ha de encontrar también un puesto 
en una Sociología de la Literatura que se quiere abierta, pero el 
problema o el único obstáculo consiste en determinar y delimitar con 
todo cuidado esta posición o papel de la crítica textual del texto.
No se trata, pues, en la Sociología genética y funcional de opo­
nerse a tal o cual escuela crítica sino de asignarla su puesto dentro 
de una totalidad, a fin de que las contradicciones teóricas entre las 
diferentes escuelas críticas se resuelvan también dentro del campo 
de la Sociología, para el mayor enriquecimiento de la misma.
Hasta ahora la mayor parte de los estudios sociológicos sobre la 
Literatura y el Arte se han dedicado a desentrañar los orígenes del 
objeto estudiado. Se ha tratado, sobre todo, de clarificar en lo po­
sible las circunstancias más o menos explicativas, en las que la obra 
apareció. Esta sociología de los orígenes, tan necesaria, es sin embar­
go, a nuestro parecer, incompleta, puesto que una obra es obra, es 
decir, funciona, precisamente a partir de su nacimiento, de su apari­
ción. La obra literaria empieza donde acaba su estudio histórico.
La sociología de los orígenes parece condenada a estudiar las obras 
del pasado histórico y sus incursiones en el campo de la actualidad 
carecen, hoy por hoy, de profundidad.
Nosotros vamos a partir de un punto de vista diferente; vamos 
a considerar que toda Sociología de la Literatura ha de estudiar la 
génesis social de la^Sbra, por una parte, y, por otra, la función so­
cial de la misma, con la advertencia o con la condición ineludible de 
que estas dos, digamos secciones, no pueden ser estudiadas separa­
damente, sino que, al contrario, deben ser complementarias. El es­
tudio de la función necesariamente social de una obra artística o 
literaria ha de encontrar en el estudio de su génesis social una buena
1 0
parte de las tazones, mediaciones mejor, que explican su funciona­
miento o, si se quiere, su vitalidad, su vida histórica.
Naturalmente estas dos, digamos secciones, del estudio socioló­
gico, no deben hacernos olvidar que entre la génesis social de la obra 
y su función social existe, precisamente, algo que se llama objeto li­
terario o artístico, y queconviene desentrañar, analizar su estructura 
interna y su funcionamiento interno. La Sociología, pues, ha de de- 
jar de ser Sociología, en parte, si no queremos que el objeto del es­
tudio desaparezca.
La Sociología de la Literatura se dividirá, pues, en tres partes o 
etapas bien diferenciadas y complementarias:
a) Génesis social de la obra.
b) Estructura interna de la obra.
c) Función social de la obra.
Sin entrar ahora en ninguna explicación analítica, vamos a dete­
nernos en la cuestión metodológica de esta triple división.
Ante todo hay que insistir en la complementariedad de las tres 
secciones, de las tres etapas del mismo "proceso; hay que evitar cual­
quier tipo de separación incluso y, sobre todo, a la hora del estudio; 
y, de empezar por un orden cualquiera, habría que empezar por la 
tercera etapa. Efectivamente, el crítico se encuentra siempre ante una 
obra en función, ante un libro — ciñéndonos al campo de la Litera­
tura— que ya ha sido escrito y que se encuentra en plena vida, en 
plena función.
La primera obligación del crítico consiste en especificar su propia 
situación, en verse dentro de un proceso que el mismo crítico in­
tenta desentrañar, pero del que no es ajeno de ninguna manera. Gold- 
mann señalaba ya la necesidad para el sociólogo de considerarse en 
sociedad antes de empezar el estudio de la misma. No existe, pues, 
nunca ha existido, una supuesta objetividad fría y científica, un con­
templar con entera independencia; y de lo que se trata es de reco­
nocer, para empezar, la relación que une al crítico con la obra que 
quiere criticar.
Si toda obra literaria es obra en cuanto que funciona como tal, 
nos parece obvio señalar el que el estudioso ha de empezar por con­
siderar la función de la misma.
La objetivación del objeto no pasa, pues, de constituir una sim­
ple, aunque cuidadosa, limitación del mismo.
Lo que sigue, y que quizá debiera titularse Propedéutica Socioló­
gica de la Literatura, va articulado de la siguiente manera: después
11
■ l e li i Im i | > I . i i i h . i<Ic> el n > t l t - nuestra cicncia, me arriesgo a dar 
mui d< |[iii( imi ili- l:i misma; esta definición determina todo el traba- 
ik i|in' sij>iK- ii, ilo ni ni manera, me mantengo fiel a la definición, 
in iici malicia «Ir hacerla operativa.
Sij'iu-n i ivs secciones: 1. Génesis, 2. Estructura y 3. función, que 
(Icsciilx* más ¡«rriba; sin embargo, me ha parecido necesario dividir 
cada una de estas secciones en tres apartados: Relaciones con otras 
Ciencias Humanas, Conceptos y Análisis. Trato así, en primer lugar, 
de situar con la mayor precisión posible el puesto de nuestra Sociolo­
gía de la Literatura en el campo, necesariamente interdisciplinario, 
de las Ciencias Humanas. En segundo lugar, trato de enunciar, un 
poco dogmáticamente, los conceptos de los que me sirvo en cada sec­
ción o etapa. En tercer lugar, trato de aplicar estos mismos concep­
tos avanzados al campo del análisis sociológico.
Faltan citas y referencias; el lector avisado se dará cuenta inme­
diatamente de mis posiciones científicas o de mis propias herejías 
— depende desde qué campo se me juzgue o se me lea. La ver­
dad es que he intentado crear un instrumento de estudio más que jus­
tificar este mismo instrumento. Por eso, a pesar de mi constante pre­
ocupación por el problema taxonómico, creo que descuido, cuando 
llega el caso, la clasificación por la práctica, o, de otra manera, mi 
posición taxonómica se transforma casi sin pensar en algorítmica, 
pero no puede ser de otra manera si seguimos pensando que no hay 
teoría sin praxis.
La Bibliografía final sólo tiene una intención orientadora, para 
que fuera exactamente una bibliografía tendría que ser crítica; diga­
mos, pues, que se trata simplemente de una bibliografía en forma­
ción, exactamente como nuestra ciencia.
Una observación final, quizá una disculpa; el presente libro me 
ha «servido» en diversos cursos por las universidades francesas, es­
pañolas y norteamericanas, con resultados tan alentadores que me 
atrevo ahora a darlo a la estampa.
París, Madrid, Ronda de Málaga, 1976-1979.
1 2
introducción
El objeto de la Sociología de la Literatura
Quizá pueda parecer ocioso a los estudiosos de esta disciplina el 
que, al cabo de los años y de los libros, se plantee de nuevo un pro­
blema que, en principio, hubo de ser resuelto hace mucho tiempo, 
exactamente desde que la Sociología de la Literatura existe. Pero, 
claro, en seguida surge la pregunta: ¿Existe realmente la Sociología 
de la Literatura?
La primera respuesta que se me ocurre es la siguiente: existen 
muchas sociologías de la literatura, tantas como disciplinas anejas, 
fronterizas, concomitantes, etc., a la Literatura, van apareciendo en 
el ancho campo de la crítica. Históricamente, por ejemplo, la apari­
ción del Psicoanálisis engendró una serie de estudios psicoanalíticos 
de la Literatura y quizá, incluso, un psicoanálisis literario; más tar­
de, y ya recientemente, la Lingüística, en su empuje arrollador y triun­
fante, llega incluso a anexionarse la Literatura. Pero podríamos de­
cir que ni el Psicoanálisis ni la Lingüística tienen exactamente por 
objeto la Literatura.
Queda, pues, en pie la necesidad de delimitar, de objetivar, el ob­
jeto de la Sociología de la Literatura; queda en pie, como siempre 
y desde siempre, la necesidad de saber qué es Literatura.
La Literatura puede ser delimitada
Decía Maravall, en frase que gusto de repetir, que toda ciencia 
avanza por sus fronteras, refiriéndose a la neresiHaH de «salirse del 
tema», de entrar en relación «con lo demás» para clarificar v enri­
quecer lo qué se está estudiando. La Literatura, o mejor, la crítica 
de la Literatura, ha sentido siempre esta necesidad de salirse de sí 
misma para encontrar nuevos asideros que la justifiquen en el peor
15
• ti |..i i.rwii, «|i 10 tu c\|il¡(|nri) en el mejor de los casos. Una crítica
 ni!- Inri,ni.i n<> Im existido nunca que yo sepa, por la senci-
II.i i.i.nn «Ir <|ik no i-s posible avanzar por un texto literario sin sa­
ín del mismo. Sé. claro está, que en este «no salirse del texto», 
ieside l.i mayor ilusión de cierta crítica literaria, pero es lo cierto 
que incluso para pronunciar una frase, para adoptar una situación 
como la que queda significada en el «no salirse del texto», nos en­
contramos ya fuera del que intentamos estudiar, por la sencilla 
razón de que al enunciar dentro y fuera, estamos ya delimitando el 
texto desde fuera del mismo.
Cada época, cada circunstancia y cada grupo y clase sociales me­
dian el estudio del texto, aceptan, crean o adoptan un modo de hacer 
y un modo de relacionar que, de una manera o de otra, afectan al 
texto, a la obra estudiada. Pero también es cierto que todos estos 
estudios, que todas estas aproximaciones, al mismo tiempo que enri­
quecen el objeto de estudio, tienden a englobarlo en una disciplina, 
en un objeto diferente. Por eso señalé más arriba la aparición de un 
Psicoanálisis literario y de una Lingüística literaria.
Sabemos, pues, que la Literatura, hasta ahora, o mejor hasta que 
exista una ciencia de la Literatura, no puede ser estudiada nunca por 
sí misma pues nos encontramos ante un objeto en relación, en situa­
ción, ante un estar que defiende celosamente su ser (y con la sospe­
cha puramente hegeliana, de que el ser no existe realmente, sino que 
el ser está, dasein).
Sin embargo, y precisamente ante esta imposibilidad de estudiar 
la Literatura por sí misma, creo que podríamos aceptar — qué re­
medio— todos los estudios no literarios de la Literatura, como de­
limitaciones de la Literatura misma; aceptación arriesgada y casi, 
casi desesperada, puesto que la Literatura habrá de ser buscada y 
encontrada más allá de los estudios mismos que nos la acercan.
La Sociología ante la Literatura
Ante y no de, o no todavía. Cualquiera que sea la definición que 
se acepte de la Sociología, la más general o la más limitada, esta cien­
cia puede enfrentarse con la Literatura, aproximarse a ella, esclare­cerla y hasta cierto punto significarla. Sé perfectamente que vivimos 
en un tiempo en el que los estudios sociológicos sirven para todo o 
para casi todo, que esta ubicuidad sociológica ha desprestigiado hasta 
cierto punto una ciencia que, según mi manera de ver, tenía que 
ser la primera, como más general y englobante, de todas las cien-
16
cías humanas. Sé también que suele confundirse la sociología con la 
cuantificación del objeto estudiado, y sé finalmente que la sociología, 
que una cierta sociología, se ha convertido pura y simplemente en 
una manipulación del poder.
Hay que añadir a todo lo negativo que precede, algo más grave: 
no hay aún, a pesar de ciertos libros y de ciertos esclarecidos nom­
bres que yo podría citar aquí, una Sociología de la Literatura, 
sino y simplemente una Sociología que se enfrenta, que comien­
za a acercarse a la Literatura. (Un Lukács, un Goldmann, por ejem­
plo, intuyeron, descubrieron y estudiaron la génesis social de la obra 
literaria, pero dejaron hasta cierto punto intacta la estructura de la 
misma; los lingüistas, ciertos lingüistas, sobre todo franceses, estu­
diaron y estudian la estructura de la obra, pero dejan intacta la gé­
nesis y la función de la misma, etc.)
Podríamos afirmar sin muchos riesgos, que el intento de una So­
ciología de la Literatura se ha soldado por la creación de una socio­
logía superficial que el mismo Goldmann titulaba sociología de los 
contenidos.
La sociologización de la Literatura
¿Qué es la sociología de los contenidos? Aquella que partiendo 
del contenido de las obras encuentra, más que busca, una tautológica 
respuesta de los mismos, en el nivel social. El pecado de esta sociolo­
gía reside en que de;?, intacta la obra literaria y clarifica, a veces, la 
ideología o la visión del mundo del autor o del grupo social que escri­
be o se materializa en la obra estudiada. Hay, pues, según mi manera 
de ver, una anexión de la Literatura, una conquista de la misma, 
puesto que la explicación y significación finales de la obra no se en­
cuentra en la obra misma sino en la sociedad; por eso hablo de 
sociologización y no de sociología.
Hoy día, incluso en los medios más reaccionarios universitarios, 
se admite la necesidad de estudiar «socialmente» la literatura; se ad­
mite, aunque sea a regañadientes, que la «historia», que las «cir­
cunstancias» han de ser tenidas en cuenta porque, después de todo, 
la obra literaria es histórica, tiene un tiempo y un espacio; lo que 
ya no se admite tan fácilmente es que la obra literaria no solamente 
es histórica sino también social, que no solamente tiene un espacio 
y un tiempo delimitables y estudiables, sino que es un producto so­
cial, por la sociedad producido.
La sociologización de la literatura, consciente o inconscientemente,
2
il <■•ii.il mi uní li.nt.i l.i vi i<l.nli i.i ¡nvrsti lic ión sociológica de
).i «.l.i.i, .. ......... . • n i'in Je :i<iinnl regresiva y, sin duda, an-
M i l > n l l l I I >« 11| I . I I l i l u , i 1l t i ' l ; l l i : l .
< n*> .|ii. I.i Si» ii.|..;;i.i rs mucho más rica y mucho más potente 
• li l<i .|in- |>i«tcniliii los sociólogos de los contenidos; creo también 
.)<■<■ | | miikt en paralelo ciertas ideologías y ciertas obras, no es 
la Sociología.
Sin embargo, y como intentaré explicar más abajo, la sociologi- 
zación de la literatura, incluso la sociología de los contenidos, es un 
paso necesario para llegar hasta la Sociología de la Literatura, porque 
como dije, el pecado de esta sociología de los contenidos consiste 
esencialmente en detenerse en su camino, en parar su andadura en 
un momento de la investigación, en inmovilizar todo un proceso.
La Sociología de la Literatura
Permítaseme aquí, sin ninguna posibilidad de demostración, el 
avanzar ini propia definición del objeto y de la ciencia que nos ocu­
pan. Definición, me apresuro a añadir, tan provisional y efímera como 
cualquier otra, definición que solamente alcanzaría validez después 
de su puesta a prueba.
«Sociología de la Literatura es la ciencia que tiene por objeto la 
producción histórica y la materialización social de las obras litera­
rias, en su génesis, estructura y funcionamiento, y en relación con 
las visiones del mundo (conciencias, mentalidades, etc.) que las com­
prenden y explican.»
Entiendo que ía Sociología de la Literatura ha de abarcar al me­
nos tres campos o niveles bien diferenciados y siempre correlativos 
y complementarios: ha de esclarecer la génesis de la obra literaria, 
ha de explicar la estructura formal e interna 3e la misma y ha de 
estudiar, finalmente, la función o vida social e histórica de esta obra 
en el tiempo y en el espacio.
Como podemos comprobar, en esta definición se intenta una de­
limitación de la obra literaria sin rechazar jamás las delimitaciones; es 
decir, se admiten todas las fronteras como necesarias para la fron- 
terización o delimitación de la obra, pero se intenta establecer el 
estudio dentro de las fronteras mismas.
Por eso, incluso, una sociologización de la Literatura se admite 
como un paso necesario hacia la significación final.
18
Taxonomía y jerarquizarían
Ocurre con la Sociología de la Literatura y, en general, con toda 
clase de disciplinas que se orientan hacia el estudio de la Literatura, 
que, a veces, el estudioso no sabe a punto fijo dónde está, dónde se 
encuentra; sabe, también a veces, lo que quiere, pero no sabe exac­
tamente con lo que cuenta.
Una clasificación no jerarquizada de las ciencias humanas, una 
ordenación no jerarquizada de las mismas, no hay duda, resolvería 
para empezar muchas cuestiones de método; pero aquí, como en 
tantas cosas, tropezamos con una especie de jerarquización de las 
ciencias, con un ordenamiento jerárquico de las mismas; cada época 
y, sobre todo, cada grupo social en el poder, posee su propia visión 
de las cosas y, sobre todo, posee una tabla de valores, una jerarquía. 
Todos sabemos que nuestras sociedades actuales privilegian ciertos 
estudios e investigaciones en detrimento de otros; todos sabemos 
también que los poderes instituidos están generalmente interesados 
en las investigaciones mismas, y hasta que señalan direcciones obli­
gatorias, más o menos.
El problema para el sociólogo es espinoso y hasta peligroso; el 
poder, los poderes, los gobiernos se han dado cuenta desde hace 
mucho tiempo del valor manipulador de una ciencia como la Socio­
logía, ciencia englobante, ciencia de las relaciones y estructuras so­
ciales, ciencia, en fin, que, al permitir un mayor conocimiento de la 
vida en sociedad del hombre, permite también una mayor manipula­
ción de sus comportamientos; el poder manipulador ha adoptado 
desde hace tiempo una cierta sociología como ha adoptado y hasta 
mimado una cierta psicología social, «ciencias» por llamarlas de al­
guna manera, que puestas al servicio de los intereses manipuladores 
impiden, entre otras cosas, el desarrollo de ellas mismas como cien­
cias autónomas, no puras, independientes.
Tampoco me voy a hacer aquí la ilusión de la independencia, de 
la sacrosanta libertad del investigador; sé perfectamente que se en­
cuentra mediado, protegido o perseguido, influenciado, etc., pero sí 
creo necesario señalar la necesidad por parte del investigador mismo, 
de conocer sus propias mediaciones para salvaguardar así, y siempre 
en parte, su independencia o interdependencia de criterio.
Una Sociología de la Literatura que acepte sin más los valores 
literarios establecidos por la tradición (¿cuál y por qué?) y que se
19
I i ■»■<)< . 1 n i i . i i i m ' | i i i < \ | ' l d . 1» i"(i di- lo s m is m o s , ik> constituye así una 
vnil.itlt 1.1 :>•>. i*>l<íj-i.i <l< l.i liu-i.iiuiii. Una Sociología de la Literatura 
<|nc- 11 >it>%l< >i un' <-n sociología, que sociologice la Literatura, no será 
i .i m i| h u o una auUiiiica Sociología de la Literatura, etc.
Para empezar, creo que el sociólogo debe establecer una verdadera 
ordenación de las ciencias proliterarías, debe saber hasta dónde ha 
dellegar el análisis auxiliar que le acerca al hecho literario, a la obra, 
pero no debe detenerse en él. Ha de saber, por ejemplo, hasta dónde 
la Historia le acerca a la Literatura, pero no ha de hacer Historia, 
sino sociología de.
Ha de saber también, y quizá dolorosamente, que la Sociología 
de la Literatura, en el mejor de los casos, no es la Literatura, sino y 
solamente una explicación y una significación sociológicas de la Li­
teratura.
Sociología de la génesis de la obra literaria
Ante los tres niveles o campos de la Sociología de la Literatura, 
tal y como quedaron establecidos a partir de la definición avanzada, 
se impone ante todo una observación metodológica: el orden de enun­
ciación no es ni tiene por qué ser el orden de estudio {de la misma 
manera que el orden del estudio no es ni tiene por qué ser el orden 
de exposición del mismo). Génesis, Estructura^ T unción son tres 
niveles de análisis necesañámente complementarios, y naHn más.
íigmendcT, 'püesT él‘ orden de enunciación, diré que ía génesis de 
la obra pide, para empezar, la puesta en claro de las relaciones entre 
esta misma génesis sociológica de la obra y las otras disciplinas que 
también tratan de la génesis literaria.
Existen, por ejemplo, una serie de ciencias (Psicoanálisis, Psicolo­
gía, Biografía, etc., y sus derivadas o afines) que en principio tratan 
del mismo objeto que la génesis sociológica. Se tratará, pues, de re­
conocer, una vez más, las fronteras, de aceptar todos los auxilios y 
ayudas posibles y de establecer también los límites, es decir, las di­
ferencias. No hay, pues, ninguna oposición entre la génesis socioló­
gica de la obra literaria y el estudio psicoanalítico de la misma, por 
ejemplo, sino una relación necesaria; pero si no hay oposición, sí 
hay una diferencia (la del sujeto individual y el sujeto colectivo en 
el caso de nuestro ejemplo).
Establecidas las correlaciones y las diferencias en el nivel de la gé­
nesis sociológica de la obra literaria, habría que explicar los concep­
tos operatorios de los que se sirve la sociología de la génesis (definir,
20
por ejemplo, el sujeto colectivo de la obra literaria; qué se entiende 
por conciencia de grupo, de clase; qué es homología, correlación, et­
cétera).
Finalmente, y siempre en el nivel de la génesis, habría que esta­
blecer una serie de reglas analíticas, aplicables a la obra literaria, y 
que consistirán, como es lógico, en la aplicación de los conceptos 
avanzados más arriba, al campo de la génesis de la obra literaria.
Esta primera exposición de nuestro estudio no es ni puede ser 
definitiva, ya que se quedará como esperando los resultados de los 
otros dos campos, estructura y función, para completarse, explicarse, 
clarificarse, etc.
Sociología de la estructura de la obra literaria
De la misma manera que la sociología o el estudio sociológico 
de la génesis de la obra ponía en relación la sociología con una se­
rie de ciencias que también trataban de los orígenes de la obra, en 
el campo o nivel de la estructura, la sociología habrá de tener en 
cuenta las disciplinas, que son legión en nuestros días, que tratan 
de la estructura de la obra literaria (Lingüística, todas las lingüísticas, 
Semiótica, la Simbólica de arquetipos, la Retórica, la Estilística, la 
Fonología, etc.). El problema, una vez más, consiste en aceptar 
y en diferenciar: no hay duda que el modelo estructural y lingüístico 
de comunicación, por ejemplo, es un modelo para todos, pero tam­
bién es cierto que si bien la Lingüística parece agotar la significación 
de la obra en el nivel sincrónico, no acaba de esclarecer el significado 
de esta obra en el nivel diacrónico. No hay duda, y es otro ejemplo, 
que ciertos estudios estilísticos permiten comprender muy bien el 
funcionamiento, digamos estético, de una obra, pero no es menos 
cierto que estos estudios dejan intactos los orígenes necesariamente 
sociales del estilo, las correlaciones entre el mismo y ciertas estruc­
turas sociales, etc.
De una manera general, podríamos sostener que el estudio so­
ciológico de la estructura de una obra literaria, tiende a ensanchar 
espacial y temporalmente el campo de la investigación, que tiende a 
englobar en una totalización más significativa los estudios y frutos 
del resto de las ciencias que tratan de la estructura de la obra. Esta 
totalización más amplia no debe hacer rasgar las vestiduras a los 
esclarecidos lingüistas que, sin duda, no me escuchan, porque de lo 
que trata, en definitiva, la Sociología es de la relativización de todo
21
estudio y no de la negación del mismo. Y así la Sociología puede 
sentirse desarmada ante el estudio lingüístico de un texto literario, 
pero siempre será capaz de estudiar y de esclarecer este mismo estu­
dio ya hecho y conseguido; porque la Sociología es también la cien­
cia de las relaciones, una nexo logia general y, por tanto, más englo­
bante que cualquier ciencia. (Pero aunque quizá la Antropología 
sea la ciencia suprema del hombre no hay que olvidar que siempre 
podrá existir una sociología de las Matemáticas, y nunca unas Ma­
temáticas de la Sociología.)
El peligro para el sociólogo en el nivel de la estructura de la obra 
reside en la sociologización del mismo, en la tentación de transfor­
mar toda estructura literaria en una pura sustancia sociológica, en una 
pura sustancia social. Habrá, pues, que tener en cuenta la especifici­
dad esencialmente literaria de la obra, la «resistencia» estructural que 
es una resistencia literaria del objeto que estudiamos.
La sociología de la estructura de la obra puede admitir perfecta­
mente la estructura lingüística de la misma, pero creará o investigará 
sobre la estructura social de la obra literaria: tomará a ésta como 
una totalización unitaria dentro de la cual pueda distinguir tema y 
problemática (o estructura estructurada y estructura estructurante), 
pondrá *en relación esta doble estructura de la ya llamada estructura 
literaria con el sujeto colectivo de la obra (responsable y creador de 
la visión del mundo que inspira la problemática) y también la pon­
drá en relación con el sujeto individual o autor (responsable y crea­
dor, sobre todo, del tema de la obra o estructura estructurada).
El estudio de la estructura no se agota aquí, puesto que al soció­
logo le toca relacionar obra con visión del mundo, obra con con­
ciencia de clase, y estudiar sobre todo las necesarias mediaciones que 
han de aparecer entre los diferentes polos de las relaciones descubier­
tas y descritas. (No hay duda de que una nueva visión del mundo, 
por ejemplo, media y hasta transforma una estructura «formal» he­
redada, etc.)
Los análisis sociológicos conseguidos en el nivel de estructura ha­
brán de ser inmediatamente relacionados con los obtenidos en el nivel 
de la génesis, única manera de completarlos.
Sociología de la función de la obra literaria
El tercer nivel o campo de análisis, según la definición avanzada, 
consiste en estudiar la función o vida histórica y necesariamente so­
cial, de la obra literaria. La obra literaria es tomada aquí como un
22
objeto que nace, se desarrolla o no, y muere. (Sí, muere; toda obra 
literaria, con el tiempo, quedará transformada en un documento his­
tórico, pero dejará de funcionar como literatura.)
No hay por qué insistir aquí en las relaciones que existen entre 
este estudio de la función sociológica y otras disciplinas anejas (His­
toria de la Literatura, sobre todo, Historia, etc.). Una vez más, se 
trata de señalar relaciones y parecidos y de señalar diferencias.
Si partimos del punto de vista dê que toda obra literaria está 
basada }T]cohstruida- soEre Ja..connotación, tendremos que admitir la 
necesidad de investigarjsobre la vida, sobrevida y desaparición pau­
latina de 7a connotación, de la sustancia esencialmente literaria. La 
función de una obra consiste, pues, en la función connotativa de la” 
misma.
“^Relaciones entre el estudio de la función de la obra y el resto 
de las ciencias fronterizas, especificación deciertos conceptos y la 
aplicación de los mismos, constituirán las bases de este tercer análi­
sis o campo sociológico. Quedará solamente el comparar, completar 
y hasta negar los resultados obtenidos en este tercer campo, con los 
ya obtenidos en los otros dos. (Recordando, una vez más, que el 
orden de esta exposición no tiene por qué corresponder al orden 
de investigación.)
Constatación e interpretación
Hay que subrayar, una vez más, que toda interpretación parte de 
la constatación más positiva que pueda imaginarse. No hay que re­
chazar el positivismo, aun el más chato y rastrero, sino que hay que 
integrarlo o, mejor, considerarlo como un paso necesario, insustitui­
ble, incluso, para llegar en su momento a la interpretación de los da­
tos acumulados, registrados, obtenidos.
No hay duda, sin embargo, de que en toda labor positiva, de 
que en todo trabajo de constatación hay ya una teoría, llamémosla 
así, que dirige consciente o inconscientemente, los pasos del investi­
gador; pero con todo, la acumulación de datos y su consiguiente or­
denamiento, sigue constituyendo el primer paso de toda interpre­
tación.
Aquí existe el peligro de quedarse en la pura acumulación, en la 
pura descripción del dato, de transformar la Sociología en una Es­
tadística (Ciencia, dicho sea entre paréntesis, de todo punto necesa­
ria a la hora de la acumulación).
Ese peligro puede soslayarse si se tiene en cuenta que nos cn-
23
contramos dentro de un campo bien delimitado, que nos encontra­
mos ya armados con una serie de conceptos operatorios. Pongamos 
un ejemplo: podemos partir de una segmentación necesariamente ar­
bitraria del tiempo y del espacio; a partir de aquí, recogeremos una 
producción literaria, después comenzaremos el estudio de la misma 
(señalando en lo posible ciertas frecuencias que se convertirán en 
tendencias, etc.). No bay duda de que ante la aparición, puramente 
literaria, de nuevas tendencias, de nuevos modos de hacer y de 
pensar, tendremos que salimos de la producción recogida para buscar 
en la sociedad los cambios observados ya en las obras registradas. 
Entonces llegará el luminoso momento sociológico de señalar, con 
la mayor precisión posible, las homologías y correlaciones entre los 
grupos sociales que constituyen una sociedad dada y la producción 
literaria aparecida en esta misma sociedad.
Pero el camino no acabará en este paralelo esclarecedor, debemos 
volver al punto de partida, debemos volver a la obra literaria y es­
pecificar su génesis, su estructura y su función.
Constatar es, pues, también interpretar, y no hay interpretación 
posible sin una previa constatación.
Ideologías y visiones del mundo
Ambos conceptos, como el de sujeto colectivo de la obra litera­
ria con el que se funden a veces, son esenciales a la hora de consti­
tuir una Sociología de la Literatura.
Sin embargo, las dificultades surgen inmediatamente porque, de 
la misma manera que carecemos de una definición de clase social, ca­
recemos de una definición de ideología. No se trata de orientar, sin 
embargo, toda nuestra investigación a la obtención de estas defini­
ciones que nos faltan, sino de adoptar rápidamente una para operar 
con ella; adopción que naturalmente ba de ser confrontada con el 
estudio, es decir, con la realidad del objeto y, seguramente, adop­
ción o definición que habrá de transformarse a lo largo del proceso 
investigador.
Sin ningún ánimo de polémica, y a título estrictamente personal, 
yo siempre he tenido a la ideología como la conceptualización, o ma­
terialización de una visión del mundo, pero conceptualización, cris­
talización, etc., que una vez aparecida inmoviliza Ja visión del mundo 
que la dio origen. Una ideología, por ejemplo la política, sea la que 
fuere, se cristaliza inmediatamente en una serie de comportamientos 
(reglas, partido organizado, disciplina, etc.) que necesariamente se
24
aleja de la visión del mundo que le dio origen. (Esto puede querer 
decir que el alejamiento puede constituir una «ventaja», un «pro­
greso» social.)
Para la Sociología, repito, tal y como yo la entiendo, la visión 
del mundo no se encuentra nunca cristalizada, conceptualizada; exis­
te en el seno de la sociedad, y existe porque es capaz de mediar 
una serie de comportamientos sociales y de modos de relacionar, 
pero su existencia sólo se denuncia por sus efectos, no hay, pues, 
«presencia» objetiva de la visión del mundo, sino presencia «sub­
terránea», «interior» y, desde luego, difusamente percibida, por los 
hombres de la sociedad misma que engendró o produjo esta visión del 
mundo.
Para el sociólogo de la literatura, operar a partir de ideologías 
bien establecidas, es un momento necesario de la constatación, pero 
sólo un momento, ya que las obras literarias suelen ir más allá de 
las ideologías mismas (e incluso pueden estar inspiradas por ideolo­
gías contrapuestas). Cuando una obra es rica y significativa no es 
posible adscribirla a una ideología determinada y bien conocida, 
aunque naturalmente ha de encontrarse en relación mediadora con 
la misma. (El Quijote, por ejemplo, no es obra aristocrática ni bur­
guesa, o no enteramente aristocrática y no enteramente burguesa, 
etcétera.)
Las visiones del mundo median las homologías profundas y des­
de luego no conscientes entre la obra y la sociedad. Las ideologías, 
no sólo median, sino que explican ya la obra literaria, pero al mis­
mo tiempo que la explican cierran, en cierto sentido, todo camino 
a una nueva explicación de la misma.
Repito que tomo a la ideología como una cristalización histórica 
de una conciencia social, de clase, de grupo; como algo ya dado y 
construido (por los historiadores y por los políticos sobre todo). 
Pero el sociólogo de la literatura se encuentra en otra dimensión, 
también histórica, también circunstancialmente espacial y temporal, 
pero otra que intenta ser más que profunda, propia.
Defender la especificidad de la Sociología de la Literatura es 
también así, defender por todos los medios el objeto de su estudio, 
la Literatura.
A la hora del análisis génesis, como queda escrito, es necesario 
tener en cuenta a las ideologías; quizá también a la hora del análisis 
titulado función, pero ¿cómo medir y describir las íntimas transfor­
maciones de la estructura literaria, partiendo solamente de la ideo­
logía? Siempre habrá un momento irreductible en eí estudio del ob­
jeto, a la mediación puramente ideológica.
25
¿Ocurrirá lo mismo con la mediación de la visión del mundo? 
Supongo que no, ya que el concepto de la visión del mundo es más 
totalizador, englobante, en una palabra, más «sociológico».
Producción, frecuencias y tendencias
Creo (y perdóneseme este constante uso y abuso del pronombre 
personal, pero no quisiera pasar por representante de ninguna teo­
ría o corriente) que el sociólogo de la Literatura debe operar a par­
tir de ciertas totalizaciones concretas, para llegar, al fin de su in­
vestigación, a Ja obra, o a la única y sola obra que se ha propuesto 
explicar,
Constatar una producción literaria antes de entrar en la profun­
didad de una de las obras que se integran en esa producción, ofre­
ce varias ventajas: ante todo, clarifica la génesis de la misma, puesto 
que en la producción entera podremos ya definir y hasta describir 
al presunto sujeto colectivo de la obra. No hay duda también de 
que una obra, sola y única, se enriquece, es decir, se explica a par­
tir de su puesta en relación con el resto de las obras aparecidas bajo 
el mismo signo, época, circunstancias, etc. Finalmente, pero no ex­
haustivamente, se puede sostener que una obra así estudiada y enri­
quecida, servirá también para elucidar ciertos aspectos o problemas 
de la producción entera a la que pertenece.
Hay, pues, que partir de la producción literaria, o de una cierta 
limitación en el tiempo y en el espacio. Esta producción, delimitada 
también dentro de un género literario, será después examinada a 
partir de una serie de calas que se querrán significativas — imposi­
ble, claroestá, leer toda la producción; habrá que escoger, tantear, 
etcétera. Estas primeras lecturas, de novelas, por ejemplo, podrán 
así ser inmediatamente clasificadas, atendiendo solamente a los temas 
tratados. No hay por qué insistir en la repetición de los temas; des­
consoladoramente habría que sostener que el mundo de la Literatura 
no es exactamente infinito en su invención, sino todo lo contrario: 
que temas y problemas se repiten y repiten.
Precisamente basándose en estas. repeticiones podrá formarse ya 
una tabla de frecuencias, y de esta tabla establecer, siempre provi­
sionalmente, una tendencia (novelas de tema campesino, de tema 
amoroso, de tema urbano, del dinero, etc., en nuestro ejemplo).
Dije, aunque muy apresuradamente, que en toda estructura de 
la obra literaria podíamos diferenciar entre tema y problemática; 
pues bien, este primer análisis de una producción, construido a par­
26
tir del tema, nos daría ya una serie de tendencias novelescas, o lo 
que es lo mismo, la posibilidad de agrupar y ordenar una produc­
ción a partir solamente y, por el momento, de los temas materiali­
zados en las mismas,
Naturalmente, el análisis de una producción no puede detenerse 
en este punto que para mí no pasa de ser un momento constatadvo; 
hay que avanzar hacia la interpretación.
Y el momento interpretativo, que viene siempre después del 
constatativo, consistirá en nuestro caso y ejemplo, en dilucidar las pro­
blemáticas que animan a los temas ya examinados y enumerados.
Para ello, tendremos que salimos por un momento de las obras 
mismas recensadas y buscar en la sociedad las visiones del mundo 
que animan, inspiran y hasta determinan las problemáticas literarias.
Una problemática, o la estructura estructurante de una obra lite­
raria, está constituida por el modo de relacionar, pensar, valorar, 
recordar y fe ista esperar, que posee un cierto grupo social durante 
un cierto "tiempo y en un determinado espacio.
Yó distinguiría en este punto, entre homologia_ y correlación: la 
correlación correspondería al tema y la homología a la problemática; 
el análisis temático de una producción nos daría así las correlaciones 
posibles y existentes entre una producción literaria y su sujeto obli­
gatoriamente colectivo. La homología nos daría esta misma correla­
ción, pero en el nivel de la visión del mundo, en el nivel de los modos 
de relacionar, de pensar, calcular, etc.
Se trata, en definitiva, no solamente de establecer una serie de 
icndencias dentro de una producción, sino de justificar, explicar, es- 
ias tendencias a partir de las visiones del mundo.
Visiones del mundo y materializaciones literarias
Pero detengámonos un momento en el controvertido concepto de 
visiones del mundo, o cosmovisiones, como también se ha escrito. 
IVije ya al tratar, cuán someramente, de las ideologías en relación 
mn las visiones del mundo, que éstas no se encuentran nunca cris­
talizadas, conceptualizadas, hechas en una palabra; que existen por* 
i|tie median e inspiran, pero que su presencia no aparece nunca en 
i l mundo objetivo.
Naturalmente, me estoy refiriendo ya a lo imaginario, y más pre- 
* isamente a lo imaginario que se plasma' o materializa en el mundo 
«le la representación.
Hay que partir de un punto esencialmente sociológico: toda vi­
27
sión del mundo es construcción de un grupo, de un sujeto colectivo, 
ya que es imposible a un individuo solo, por muy genial que sea, 
el fundar, edificar, expresar incluso, todo un sistema imaginario, 
todo un sistema de relacionarse, de pensar, de esperar o recordar. 
Cada grupo social en su lucha v vida sociales va construyéndose así 
una mentalidad precisa, específica, que no sólo le permite acomo­
darse, siempre en lucha, con la realidad objetiva, sino que también 
le permite soñar, idealizar, evadirse, etc. El terreno de la visión del 
mundo se extiende por la superficie de lo objetivo y por las profun­
didades de lo subjetivo; una visión del mundo sirve para vivir la 
vida cotidiana, para acomodarse ante el conflicto de todos los días, 
incluso sirve para valorar el gesto más anodino y para crear una 
nueva connotación; pero aún hay más, una visión del mundo, por 
su definición misma, posee, consciente o inconscientemente percibi­
da, una imagen del mundo.
Ahora bien, ante la visión del mundo, por ella mediadas, surgen 
inmediatamente toda una serie de manifestaciones sociales e histó­
ricas, costumbres, creencias, proyectos, prácticas, gestos, etc. Ante 
estas manifestaciones, el crítico o el estudioso, suele ordenar y je­
rarquizar inmediatamente: y así. hablará de mentalidades, de filoso­
fías, de ideologías políticas o religiosas, incluso de literaturas.
Pero, y en este pero creo que va una buena parte de la impor­
tancia del análisis sociológico de la Literatura, una manifestación li­
teraria una plasmación de lo jmaginnrío en el nivel de la repre­
sentación, conlleva una serie de interferencias que no suelen existir 
en otras manifestaciones, políticas, religiosas, etc., de toda visión del 
mundo. Efectivamente, un esfuerzo por conceptualizar la visión del 
mundo, existe en muchos terrenos, en el filosófico o político, por 
ejemplo; sin embargo, en estos dos casos — hav muchos más, natural­
mente— , la materialización operada no afecta ni tiene por qué 
afectar una sustancia específica que llamamos Literatura.
Las materializaciones literarias poseen estructuras propias, espe­
cíficas. literarias en suma; nos hallamos en el mundo artístico de la 
connotación histórica y no en el mundo de la denotación más o me­
nos perenne, etc.
La Sociología de la Literatura tendrá que atender a las estruc­
turas propias de la Literatura, medir en lo posible, o describir y, 
por tanto, explicar, las relaciones no siempre armoniosas, entre una 
visión del mundo y una estructura literaria.
Una visión del mundo romántica, ruptural, por ejemplo, choca­
rá de inmediato con la estructura histórica literaria y heredada;
28
este choque se traducirá por la evolución, destrucción quizá, de cier­
tas formas estructurales y por la aparición de otras nuevas.
Pero aún hay más, en toda obra rica y profunda, en toda obra 
Literaria de cierta importancia, la visión del mundo, lo imaginario, 
no suele servirse de la estructura literaria sin transformarla, enri­
quecerla, adaptarla, etc.
Para el sociólogo, pues, no se trata solamente de establecer, por 
un lado, las visiones del mundo y, por otro, la producción literaria; 
tampoco puede contentarse con señalar las homologías y correlacio­
nes que existen entre toda visión del mundo y las materializaciones 
literarias; ha de ir aún más allá, ha de llegar a describir y motivar 
las transformaciones sufridas por las estructuras literarias.
Sí el sociólogo de la Literatura se detuviera en su estudio, en 
el establecimiento de visiones del mundo, por un lado, y, por el 
otro, en la producción literaria, nos encontraríamos poco más o menos, 
ante la sociología de los contenidos.
Si se detuviera o se contentara con señalar homologías y correla­
ciones, habría salido ya de los contenidos, pero no habría llegado aún 
al objeto de su estudio, que sigue siendo la Literatura.
El objeto de la Sociología de la Literatura
En este deambular, un poco impreciso y a ratos terriblemente 
superficial, que ha constituido el presente trabajo, he creído oportu­
no partir del planteamiento de un problema, y he creído llegar, no 
a resolver este problema, sino a plantearlo mejor.
El objeto de la Sociología de la Literatura sólo puede estar cons­
tituido por la Literatura misma, y cuantos métodos puedan ser apor­
tados por la ciencia sociológica, han de ser empleados con este sólo 
fin, o respetando constantemente el objeto de nuestro estudio.
Comprendo perfectamente las dificultades y, sobre todo, las 
constantes tentaciones que tenemos todos, de prescindir del objeto, 
o de ponerlo entre paréntesis, mientras seguimos dilucidando sobre 
métodos y conceptos. Hay momentos, incluso, me refiero especial­
mente a la mal llamadaparaliteratura, en que los conceptos y uten­
silios extraliterarios son más importantes que el objeto mismo, que 
no llega a ser enteramente literario, pero aun en este caso (novela 
por entregas, fotonovela, romances de ciego, seriales televisivos, et­
cétera) el objeto parali (erario habrá de ser confrontado con la lite­
ratura misma, con el objeto de la Sociología de la Literatura.
Supongamos ahora que hemos respetado perfectamente las reglas
29
del juego, que no hemos olvidado ni un instante el objeto de nues­
tro estudio. ¿Hay un modo de ir aún más allá? ¿De valorar estéti­
camente una obra literaria a partir de la Sociología?
La Sociología de la Literatura busca en principio la significación 
de la obra literaria, y en esto se parece al resto de las ciencias que 
tratan el mismo objeto, pero ¿podrá valorar esta significación? Para 
un estudioso de la Estilística, o incluso de la estructura lingüística, 
la respuesta ha de ser positiva, puesto que se encuentra dentro de 
las reglas del mismo método que aplica a la Literatura, pero ¿para 
un sociólogo de la Literatura?
Aquí la tentación reside en valorar una obra «sociológicamente», 
es decir, por su valor totalizante, englobante, en una palabra, «socio­
lógico». Sin embargo, nada es más improbable; el sociólogo de la 
Literatura tendrá que prescindir, también en este caso, de su tabla 
de valores, digamos, profesionales; y deberá atender a la estructura 
de la obra misma.
Creo que se puede hablar y valorar una obra a partir de su es­
tructura y no a partir de su génesis; mucho menos a partir de su
función, aunque en este último caso, al sociólogo le toque explicar 
el porqué de un éxito, de una sobrevivencia, de una resurrección.
Guarda, pues, el objeto de la Sociología de la Literatura, su úl­
tima significación, su valoración final, dentro de sí mismo; y los ca­
minos para llegar a él no están vedados por ahora (o al menos están 
vedados para mí).
30
Definición de la sociología de la Literatura
Sociología de la Literatura es la ciencia que tiene por objeto la 
producción histórica y la materialización social de las obras litera­
rias, en su génesis, estructura y funcionamiento, y en relación con las 
visiones del mundo (conciencias, mentalidades, etc.) que las com­
prenden y explican.
Ciencia: ciencia del Hombre, es decir, que no está basada en el 
concepto de leyes fisicomatemáticas. Una ciencia del Hombre no po­
see leyes sino tendencias; o de otra manera, sus «leyes» una vez 
conocidas pueden ser conculcadas y desaparecer así, como tales «le­
yes». Ni la Sociología General puede ser una ciencia exacta, como 
quería Durkheim, ni menos aún, la Sociología de la Literatura puede 
pretender este estatuto de ciencia que no le corresponde.
La Sociología de la Literatura como ciencia del hombre pertenece 
a la Sociología General.
Objeto: qué tiene por objeto, o qué estudia: se trata de designar 
el objeto de la ciencia que intentamos instituir. Puede hablarse de 
delimitación y de objetivación, delimitar el terreno en el que ha de 
efectuarse la praxis de la ciencia, con todos los problemas anejos 
a la delimitación; objetivar, significaría pura y simplemente «crear» 
el objeto, pero no hay duda de que esta «creación objetiva» ha de 
corresponder a una realidad (la Literatura en este caso, que se toma 
ya como existente, como objetiva).
Producción histórica: la Literatura se toma, en este primer mo­
mento, como una producción dentro de una historia; toda Literatura 
es histórica; necesidad de acotar o describir (constatación) el tiempo 
y el lugar del objeto, que se pretende estudiar. Se trata también de
31
tener en cuenta el devenir histórico, es decir, las obligadas transfor­
maciones históricas deí objeto.
Materialización social; la Literatura, el objeto de esta ciencia, 
no solamente aparece en un momento histórico, sino que es produ­
cido históricamente; aún más, esta producción social es una materia­
lización de la sociedad. La sociedad no engendra un objeto, que una 
vez engendrado o producido queda fuera de la misma, sino que ia 
sociedad se manifiesta, encarna, materializa también a través de 
la Literatura. No hay, pues, ninguna posibilidad de separar la his­
toria de la sociedad (todo hecho es histórico y social). Toda Litera­
tura, todo objeto, no solamente tiene historia, sino que es sociedad. 
La sociedad existe a través y por medio de sus manifestaciones que 
aquí llamamos materializaciones.
Obras literarias: no existe ninguna definición ni objetivación de 
lo que se entiende por Literatura. Existe, sí, un consenso unánime 
que reconoce el estatuto literario a una serie de obras del hombre. 
Necesidad, pues, de adoptar, aunque sólo sea provisionalmente y 
como hipótesis de trabajo, una definición mínima de obra lite­
raria. Esta definición, sea completa o no, no invalida el funciona­
miento de la Sociología de la Literatura, ya que más adelante (estruc­
tura) el sociólogo de la literatura se verá obligado a fijar una delimi­
tación o definición más estricta del objeto literario.
Génesis„• la Sociología de la Literatura estudia en primer lugar 
la génesis, necesariamente social, de la obra literaria; para ello par­
te, sobre todo, del concepto de sujeto colectivo (conciencia de clase, 
de grupo, mentalidades, estructuras categoriales goldmannianas, et­
cétera). AI ser el sujeto de toda obra literaria un sujeto colectivo, 
solamente la Sociología de la Literatura es capaz de explícita rio. Aquí 
nuestra ciencia se separa epistemológicamente del Psicoanálisis (su­
jeto individual y no colectivo) y de la Lingüística (leyes lingüísticas 
sin necesidad de sujeto), aunque ha de mantener con estas dos cien­
cias relaciones estrechas. No hay que olvidar que, aunque la génesis 
de una obra, parte del sujeto colectivo, toda obra literaria suele 
tener un sujeto individual y está construida con un material lingüís­
tico.
Estructura: toda obra literaria, cualquiera que haya sido la defi­
nición adoptada del concepto de Literatura, es una estructura. Como 
tal posee una serie de reglas internas que conviene explicitar y enu­
32
merar descriptivamente. Posee también una serie de relaciones entre 
los diferentes elementos de la estructura y un funcionamiento o exis­
tencia o vida de estas mismas relaciones. Nuestra ciencia tiene en 
cuenta, pues, la especificación literaria, estructura literaria, de la obra, 
a fin, más tarde, de ponerla en relación con la sociedad.
Funcionamiento: toda obra literaria funciona socialmente, se co­
munica socialmente con la sociedad, a través del tiempo y del espa­
cio (nivel diacrónico). Toda obra literaria tiene una vida social. So­
lamente nuestra ciencia puede dar cuenta de los cambios de fun­
ción sociales, habidos en la vida social, en el funcionamiento de una 
obra, puesto que ésta no es tomada jamás como obra «acabada» en 
sí, sino como una estructura que nace, vive, se desarrolla o no se 
desarrolla y muere. La función de una obra literaria corresponde a 
lo que se ha llamado Historia social de la Literatura.
En relación: indudablemente, el estudio del objeto literario no 
puede acabarse en la explicitación de la génesis, estructura y fun­
ción del mismo, sino que, y precisamente porque nos encontramos 
en el campo de la Sociología, ha de poner en relación este triple 
estudio con la Sociedad entera, y, en particular, con un nuevo sujeto 
colectivo que trasciende al sujeto colectivo estudiado o explicitado 
en la génesis. En ésta, tomábamos al sujeto colectivo como autor o 
creador de una obra literaria; se trata ahora de explicitar y «am­
pliar» este sujeto, que no solamente se ha manifestado en el nivel li­
terario, sino que necesariamente ha tenido que manifestarse en otros 
campos de materialización social.
Visiones del mundo o conciencias colectivas, de grupo, de cla­
se, mentalidades, «ideologías», etc. Cualquiera que sea el nombre que 
se adopte, el concepto ha de ser siempre el mismo: el modo de pen­
sar, esperar, proyectar, temer, calcular, etc., de un grupo, obligato­riamente colectivo, de hombres inmersos en una sociedad bien ca­
racterizada. Este grupo se manifiesta en todos los niveles de la reali­
dad social, es realidad social, es sociedad, es el verdadero y auténti­
co sujeto, puesto que el hombre es siempre el sujeto de la Historia, 
aunque la haga en determinadas o determínables condiciones. Sola­
mente la Sociología puede poner en claro, descubrir este sujeto, au­
tor y realidad de la Historia, puesto que nos encontramos ante un 
sujeto esencialmente social; y solamente la Sociología de la Litera­
tura puede poner en claro, descubrir y describir la relación que 
existe entre este sujeto colectivo y la materialización literaria del
3
mismo. No nos encontramos, sin embargo, ante una Sociología de 
las Ideas, o ante una Historia de las mismas, puesto que nuestra 
ciencia ha tenido buen cuidado de especificar, desde el primer mo­
mento, el objeto literario que se propone estudiar. Una Sociología 
de las Ideas o de las mentalidades, no tiene por qué tener en cuenta 
la especificidad del hecho literario, su estructura; una Sociología de 
la Literatura ha de partir también, para existir como ciencia, de esta 
especificidad o estructura.
Comprensión y explicación: la Sociología de la Literatura parte 
del supuesto siguiente: alcanzar la significación de una obra literaria 
significa alcanzar su comprensión y su explicación; y solamente des­
pués de haber puesto en claro la especificidad de la obra, y de ha­
ber descrito el sujeto colectivo de la misma, puede alcanzarse la sig­
nificación deseada. Comprender y explicar una obra, no son dos pro­
cesos diferentes sino dos momentos del mismo proceso: se parte de 
una primera comprensión y se inserta ésta, en una comprensión más 
englobante, consiguiéndose así la explicación. Todo el intento de 
nuestra ciencia está dirigido a dotar de una significación al objeto 
de la misma. Sin embargo, no hay que entender aquí que la signifi­
cación última, o la significación que puede alcanzar la Sociología de 
la Literatura, se encuentra únicamente en la comprensión y explica­
ción alcanzadas a partir del auténtico sujeto colectivo desentrañado; 
no hay que olvidar que el modo de hacer, de materializarse, de exis­
tir, de este sujeto social ha sido estudiado a partir de una estructura 
específica. La materialización del sujeto en una obra literaria no es, 
pues, un proceso automático, sino una relación dialéctica (interacción, 
devenir, movimiento histórico, etc,); por eso es necesaria una So­
ciología de la Literatura, y no es suficiente una Historia o una So­
ciología de las Ideas. La estructura literaria posee su propia especi­
ficidad, que puede oponerse, a veces, y siempre resistirse, a la ma­
terialización del sujeto social. No hay, pues, una relación determinan­
te sujeto social-estructura literaria, sino una doble mediación: el su­
jeto social media el objeto literario y, éste a su vez, media al sujeto 
social.
34
Sociología de la Literatura
1. Génesis
Mediaciones
El problema de las mediaciones de la obra literaria comienza por 
el concepto mismo de mediación. Para evitar cualquier género de 
malentendido, vamos a partir de las relaciones, en abstracto, a fin 
de especificar en lo posible, lo que entendemos por mediación.
Si tomamos, siempre en abstracto, dos elementos y decimos que 
se encuentran en relación, establecemos ya un contacto entre los dos 
elementos diferenciados; )a relación entre ambos sólo puede ser ex­
plicativa — es decir, devenir explicativa— si admitimos también que 
toda relación posee una virtualidad efectiva. La efectividad de una 
relación consiste en su fuerza mediadora, determinante o no determi­
nante, y toda relación es virtualmente mediadora porque encierra en 
ella esta fuerza, esta posibilidad de acción, que llamamos virtualidad 
efectiva.
Una mediación no es una causa, puesto que, siempre en abstracto, 
admitimos dos elementos como mínimo, y de ninguna manera pode­
mos aceptar que uno de los elementos sea la causa del otro, ni aún 
en el caso, como veremos más adelante, de poseer una de estos dos 
elementos abstractos, una efectividad determinante.
Una mediación no es, pues, una influencia, concepto que encie­
rra el concepto de causa. La antigua escuela crítica de las influen­
cias y de las fuentes se limitaba a llamar influencias a aquellas rela­
ciones mediadoras de la obra literaria o artística, que esta misma es­
cuela crítica tomaba como causas explicativas.
Una mediación, o una relación con efectividad virtual, es el con­
cepto que intenta salvar, para su posible explicación, la especificidad 
de los dos elementos abstractos que constituyen toda relación. Así, 
podemos decir que «existen ciertas circunstancias mediadoras en tal 
obra», lo cual no quiere decir que estas circunstancias determinaron 
la obra, sino que fueron recogidas por la misma, quizá en oposición 
a las mismas.
37
Encontrar las mediaciones de una obra literaria o artística no 
significa, pues, buscar la causalidad explicativa de la misma, sino 
establecer el mayor número de relaciones posibles entre la obra de­
limitada para el análisis y las circunstancias que la rodean y que, 
por tanto, median.
El problema es importante, puesto que se trata de rechazar todo 
mecanismo causal, en cualquier nivel que pueda presentarse. O de 
otra manera, quizá más discutible, creemos que toda causalidad se 
transforma más tarde o más temprano en un vulgar mecanicismo.
No se trata, sin embargo, de rechazar el concepto filosófico de 
causa, sino de comprender que en lo que se ha llamado Ciencias 
Humanas, o más concretamente en Sociología, la causalidad no tiene 
ninguna aplicación científica, ya que no existe ninguna posibilidad 
de aplicar el concepto fisicomatemático de ley natural.
La Sociología, que es someramente el estudio de las relaciones 
del hombre en sociedad, sólo puede operar a partir de las media­
ciones, porque solamente éstas respetan la especificidad de todos 
y de cada uno de los elementos puestos en relación. Aún más, sólo 
las relaciones tomadas como mediaciones permiten el establecimiento, 
a la hora del análisis, de nuevas relaciones al negar toda causalidad 
al objeto del estudio.
He dicho que toda relación contiene una virtualidad efectiva, 
quiero decir con ello, que la efectividad de la relación se puede dar 
o no, ocurrir o no; en otras palabras, que toda efectividad es virtual 
porque es histórica. En abstracto: dos elementos pueden estar en 
relación durante cierto tiempo y en un cierto espacio, sin que exista 
mediación entre ambos; sin embargo, a partir de un cierto momen­
to histórico la efectividad de la relación entra en juego y la media­
ción queda constituida.
AI diferenciar, siempre en abstracto, entre relación y mediación, 
queremos distinguir con toda claridad entre la relación que objetiva­
mente existe, y que es mediación, y la relación que establece el in­
vestigador a lo largo de su trabajo, que puede ser o no ser, llegar 
o no llegar a ser una mediación.
Efectivamente, ante una obra literaria o una obra artística, el 
primer deber del investigador consiste en encontrar todas las me­
diaciones posibles que median el objeto estudiado y que por me­
diarlo, lo explican. Para ello, el investigador comienza por estable­
cer todas las relaciones posibles entre el objeto y, digamos, sus cir­
cunstancias, pero esto no quiere decir, como es natural, que todas 
las relaciones establecidas por el investigador hayan existido — si se 
trata de una obra del pasado-— en la realidad. Sin embargo, llegará
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un momento en que algunas de las relaciones establecidas, imaginadas 
si se quiere, por el investigador puedan ser comprobadas empírica­
mente, y en este punto las relaciones son ya mediaciones explicativas.
Si la virtualidad de las relaciones puede ser determinante o no de­
terminante, como sostenemos en teoría, esta distinción no implica tam­
poco el reconocimiento de ninguna causalidad, por la sencilla razón 
de que, como apuntamos, toda la efectividad de lasrelaciones es 
siempre histórica, deviene, aparece y puede desaparecer. Es posible 
pues, pensar, siempre en abstracto, que un elemento puede en un 
determinado momento poseer toda la efectividad determinante con 
respecto al segundo elemento de la relación establecida, pero tam­
bién se puede pensar que esta efectividad puede cambiar de polo, de 
elemento, y que el primer elemento con efectividad determinante 
sea a su vez el polo receptivo del otro elemento que en este segundo 
momento ha alcanzado la efectividad determinante.
Tratamos de salvar por encima de todo, a través de todas estas 
enojosas abstracciones, la historicidad que es provisionalidad de las 
relaciones, a fin de salvaguardar en lo posible la especificidad de to­
dos los elementos que las componen.
Se podría preguntar al llegar a este punto, en qué consiste la 
especificidad o la personalidad que intentamos salvaguardar, o al 
modo metafísico, ¿cuál es la esencia de los elementos que entran 
en relación? La respuesta no es fácil y sólo puede ser provisional: 
creo que todo elemento de una relación es una estructura genética, 
en movimiento, que se define a su vez por integrarse en una estruc­
tura genética más amplia. Podríamos llegar a la conclusión de que todo 
objeto se caracteriza por su estar en relación, y que su carácter o 
especificidad viene determinado por las relaciones que posee; res­
puesta que, lo reconozco, no es suficiente sobre todo para los meta- 
físicos de las esencias.
La distinción, en el nivel conceptual, entre relación y mediación 
nos parece decisiva a la hora de estudiar una obra literaria, porque si 
bien es verdad que la relación puede hacernos avanzar en la com­
prensión de la obra, solamente la mediación nos puede dar la expli­
cación de la misma. Es más, la relación suele caer en la tautología 
con gran facilidad, en la analogía sin gran significación.
Por ejemplo, para nadie es un secreto que ciertos escritores estu­
vieron en relación con los movimientos políticos de su época, o por­
que participaron activamente en ellos o porque fueron capaces de 
recogerlos en sus obras literarias. Un análisis basado simplemente 
en la relación nos llevaría a la conclusión de que efectivamente exis­
tieron ciertos movimientos políticos por una parte, y que por otra
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estos movimientos políticos se recogieron en la obra que tratamos 
de estudiar. Pero nada más. Por el contrario, un análisis basado en 
la mediación buscaría más profundamente el movimiento mismo de 
estas relaciones, y hasta podría explicar el inexplicable caso del es­
critor que, participando en un movimiento político, lo niega o no lo 
recoge a la hora de la creación literaria.
Tomemos el caso, porque es un «caso», de la novela por entregas 
española del siglo xix. Para más de un crítico, los entreguistas exten­
dieron entre el público lector ciertas ideas socialistas o cuando menos, 
socializantes; para llegar a esta conclusión, estos críticos estudiaron 
las obras, pero sólo ciertas obras producidas por los entreguistas, por 
un lado, y, por el otro, las corrientes políticas socialistas o sociali­
zantes de las épocas en las que, en principio, estos entreguistas parti­
ciparon y hasta colaboraron. La conclusión, basada en esta serie de 
relaciones establecidas por la crítica, y que sin duda existieron en la 
realidad, es la siguiente: el socialismo de ciertos escritores inspiró 
la obra de estos escritores.
Esta conclusión que no es enteramente falsa no es enteramente 
explicativa por la sencilla razón de que la entrega, objeto literario, 
contiene en sí ciertas estructuras mediadoras que determinan en cier­
to momento el contenido político de la obra producida. Si el crítico, 
o la crítica a la que me refiero, se hubiera fijado en que el escribir 
una novela por entregas no es lo mismo que el escribir una no­
vela «normal», se hubiera dado cuenta de que el socialismo no 
es exactamente inspirador de la obra, sino una circunstancia, una re­
lación que puede darse o no darse, producirse o no, porque el pre­
tendido socialismo de algunas de estas obras no es una mediación 
explicativa de las mismas, sino una relación circunstancial. Como es 
sabido, el escritor por entregas no es exactamente el autor de las 
mismas, sino la pluma o la fuerza del trabajo de otro autor que se 
llama editor, éste, mediado por el público suscriptor, dicta el tí­
tulo y el contenido de la obra que el entreguista ha de escribir a 
plazo y a precio fijo. Naturalmente, si el escritor, supuesto socialis­
ta, puede expresar libremente sus ideas — es decir, si no se encuen­
tra en contradicción con el editor— la novela producida será, en 
principio, de tendencia o de contenido socialista (haciendo abstrac­
ción aquí de la estructura formal de este tipo de novelas, que tam­
bién tiene su importancia por constituir una auténtica mediación), 
pero si el editor manda o encarga otra cosa, quizá en oposición con 
las ideas del escritor, la obra, aunque firmada por la misma mano, 
no es ni puede ser socialista o de tendencia socializante.
Esto explica el que la crítica a la que me refiero sólo pueda
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demostrar su aserto a partir de un pequeño número de novelas; 
esto explica el que la misma crítica tenga que aferrarse a una serie 
de relaciones que, al no ser mediadoras, sólo ilustran una tautología 
más o menos encubierta: un escritor socialista escribe obras socia­
listas. Pero la verdad es que en el mundo de las entregas, las me­
diaciones explicativas se encuentran en el nivel del editor y del públi­
co, y de ninguna manera en el nivel del escritor que firma las 
novelas.
Si las relaciones no son enteramente explicativas las mediaciones 
que lo son, no son tan fácilmente discernibles como las primeras. 
Para el investigador el establecimiento de una serie de relaciones 
suele ya clarificar el problema del objeto que se propone estudiar; 
sin embargo, el establecimiento de las mediaciones es mucho más 
difícil por el hecho de encontrarse éstas por debajo de las relaciones, 
o como si dijéramos en el terreno más profundo del campo de las re­
laciones, sin olvidar que existen otras mediaciones que por ser tan 
obvias, como en el caso de la forma, suelen pasar inadvertidas a la 
hora del análisis.
Mediaciones de la forma
Ni Lukács ni Goldmann, a lo largo de sus trabajos, estudiaron el 
espinoso problema de las formas literarias en relación con los conte­
nidos de las mismas. No se trata, como se comprenderá, de resucitar 
la bien enterrada dicotomía forma-contenido, sino de plantear la re­
lación forma-contenido desde un ángulo muy diferente.
Si llamamos contenido de una obra literaria a la materialización 
de una serie de relaciones sociales que se concretan en una visión del 
mundo, la forma de esta materialización no es simplemente la mate­
rialización a la que nos referimos, sino la utilización de una materia­
lización anterior, histórica ya, y también en el seno de la sociedad.
Un contenido, en este sentido, se encuentra en relación con una 
forma heredada, construida con anterioridad a la materialización del 
contenido que nos ocupa. La relación entre este nuevo contenido y 
esta nueva forma, plantea precisamente el problema de la mediación 
de la forma.
Distinguiremos (1.2.6. y 1.2.7.) entre la estructura estructurante 
(EE) y la estructura estructurada (Ee) de toda obra literaria; la EE, 
verdadero motor y razón de la obra literaria proviene, como sabemos 
también, de un sujeto colectivo o transindividual; pero esta EE va a
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enfrentarse ahora, por medio de una acción individual y específica, 
con una Ee que para nuestro intento y, por el momento, vamos a 
llamar forma.
La forma, creación y producción social puede, como es natural, 
aparecer al mismo tiempo o en el mismo momento en que aparece 
lo que hemos llamado contenido, pero, según podemos observar por 
la Historia, generalmente las formas tardan años, y hasta siglos en 
decantarse, en alcanzar una estructura fija y definitiva. No es, pues, 
corriente, y hasta sería excepcional, perono contrario a lo que sos­
tenemos, el que la forma apareciera al mismo tiempo que el conte­
nido. Suele ocurrir lo contrario: el contenido busca y encuentra una 
forma para materializarse que es preexistente al contenido que se 
trata de materializar.
En este punto convendría establecer inmediatamente una pri­
mera clasificación de las formas en relación con los contenidos que 
las utilizan, conservando siempre la relación entre los dos elementos; 
en este sentido, las formas pueden ser adecuadas o inadecuadas; y 
una forma adecuada no es la forma que corresponde al contenido, 
sino la forma que opone una resistencia mínima a la materialización 
del contenido; lo contrario ocurre con las formas que podemos con­
siderar inadecuadas.
No se trata, pues, de buscar solamente las correspondencias, sino 
las resistencias entre forma y contenido, entre la EE y la Ee, entre 
una conciencia colectiva y transindi vidual que busca materializarse, 
y la forma o la materialización concreta que adopta.
La correspondencia entre la EE y la Ee no puede ser muy expli­
cativa, pues responde a motivaciones más o menos contingentes del 
autor y de su época (la moda, los modelos, etc.); oor el contrario, 
las resistencias o dificultades encontradas, por medio de una serie 
de análisis bien orientados, entre la EE y la Ee pueden alcanzar 
un grado de explicación nuevo y, creo, muy amplio. Efectivamente, el 
estudio de estas resistencias nos explicaría no solamente ciertas va­
riaciones de las formas, sino su evolución misma y, también, en al­
gunos casos, su muerte y desaparición.
Una forma, o F,e, es una creación social que se encuentra ya en 
la conciencia colectiva cuando llega el momento de expresar un nue­
vo contenido (aunque hay que señalar la posible excepción de un 
contenido que inaugura una forma ya acabada, fija y perfecta). La Ee 
ha sido aceptada y utilizada en uno o en otro sentido, pero ocurre 
que una forma, Ee, es también una estructura que posee sus propias 
leyes internas, las leyes autorreguladoras que le hacen existir como
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tal forma; mientras los nuevos contenidos no se encuentren en con­
tradicción con las leyes internas de la forma, es decir, mientras las 
respeten, la forma seguirá funcionando como forma, pero puede lle­
gar un momento, de hecho siempre llega este momento, en que las 
estructuras formales, más o menos históricas, se encuentran en oposi­
ción, en resistencia formal, con los nuevos contenidos.
Aquí habría que tener en cuenta no solamente las leyes internas 
de la estructura estructurante que entra en oposición, sino también 
las diferencias que han de existir entre el nuevo contenido que entra 
en oposición y los antiguos contenidos que no solamente no entra­
ron en oposición con la Ee, sino que, generalmente, ayudaron a la 
perfección, siempre formal, de la misma.
El problema, o la explicación, una vez más, ha de encontrarse en 
la sociedad y en los grupos o clases sociales que construyeron la for­
ma, que la utilizaron y que a partir de un cierto momento son in­
capaces ya de utilizarla sin transformarla o sin destruirla.
Hay que subrayar que una Ee puede transformarse, siempre que 
la transformación no afecte las leyes internas de su estructura, pero 
que la transformación se convierte en destrucción, desde el momento 
en que una de sus leyes internas es conculcada.
Queda claro que para el estudio y análisis de las relaciones en­
tre la EE y la Ee, se necesita no solamente un conocimiento bastante 
profundo de la conciencia colectiva, o del sujeto transindividual que 
protagoniza o crea la E E , sino también una definición — todo lo 
provisional que se quiera, pero operatoria— de la Ee. En este pun­
to, nos hallamos aún sin las definiciones que necesitamos y, lo que 
es peor, sin que la mayor parte de las escuelas críticas crean necesa­
ria la elaboración de estas definiciones. La crítica y, en general, la 
Sociología de la Literatura, continúan operando con una serie de 
conceptos no definidos, heredados, a los que ni siquiera suele apli­
car su propia crítica. Sin embargo, hora es ya de decir que la utili­
zación de conceptos más o menos claves, como género, novela, lírica, 
etcétera, necesitan una previa definición a su utilización.
La resistencia, casi general, a construir o a emplear definiciones, 
ha impedido hasta ahora la elucidación de un problema tan necesa­
rio como el de las relaciones entre la forma, Ee, y contenido, EE. 
La Sociología de la Literatura, y a pesar de las declaraciones en con­
tra de lo oue avanzamos, ha continuado siendo hasta ahora, una 
sociología de los contenidos, cualquiera que sea la significación que 
demos a este término. La sociología de Jas formas, a pesar de Lukács, 
no ha logrado tomar a éstas como elementos de relación, como me­
diaciones.
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Es de todos sabido, por ejemplo, que el movimiento romántico, 
revolucionó todas las formas heredadas; esto lo admiten hasta los 
manuales de Literatura más sencillos, pero no conozco ningún tra­
bajo que haya descrito en qué y por qué, las formas heredadas se 
oponían a la nueva corriente romántica; no conozco ningún trabajo 
que haya descrito la estructura y las leyes internas que regían las an­
tiguas formas transformadas o destruidas por el romanticismo. Y , sin 
embargo, esta descripción no solamente nos aclararía sobre la apari­
ción de nuevas formas, sino incluso sobre el contenido E E , de la co­
rriente romántica.
Estudiar, por ejemplo, la evolución de la forma novela pide, cuan­
do menos, una definición de la forma, Ee, novela, a fin de conocer 
no solamente la evolución de la novela, que podemos observar a par­
tir de otros puntos de vista, sino para comprobar y explicar la evo­
lución misma. Solamente después de haber estudiado las formas ade­
cuadas e inadecuadas, como hemos afirmado, podremos comprobar 
un devenir de la forma misma.
Si la novela es «la historia escrita de las relaciones en su movi­
miento constitutivo, entre un individuo y un universo», no hay duda 
de que todo contenido EE que rompa con esta definición, no respe­
tando algunos de sus elementos, acabará por transformar la forma 
de la novela misma.
Si consideramos, en un esfuerzo de simplificación, que la novela 
viene sobre todo constituida por dos elementos principales: el indi­
viduo protagonista novelesco y el universo, mundo novelesco, podre­
mos observar que todos los esfuerzos de una cierta novela por ma­
terializar un protagonista colectivo, no individualizado, transforman 
la novela en otra cosa que a veces no quiere decir su nombre. De la 
misma manera, la novela que trata de hacer abstracción, o de poner 
entre paréntesis, el universo novelesco cae — o asciende— , más tarde 
o más temprano, en el nivel de la lírica.
Detengámonos un momento en estos dos elementos principales, 
y que considero básicos, de toda forma novela; ante todo, la novela 
como forma o Ee, es una forma social, que ha tenido su historia, 
su génesis y su devenir; hemos de ponernos de acuerdo sobre los 
orígenes de la forma novela, saber con la mayor precisión posible a 
qué grupo o clase social perteneció — puesto que en el origen de 
toda forma, como en el origen de todo fenómeno social, se encuentra 
un sujeto colectivo o transindi vidual. Encontrar la clase o grupo 
que creó la novela significa, ante todo, encontrar y conocer una es­
tructura mental, un modo de pensar, un modo de relacionar, de ver 
el mundo, de saber y de esperar: una visión del mundo. Cada visión
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del mundo se materializa de un modo peculiar, es decir, de un modo 
que no pone en peligro la esencia misma de su visión del mundo.
Si la forma novela es de claro origen burgués, si desde que el 
hombre fue capaz de obligar y obligarse jurídica y económicamente, 
nació el hombre «moderno», con este hombre nació la novela. Sin 
duda, como afirma Lukács, este nuevo hombre es ya un héroe de­
gradado, puesto que ha perdido su puesto en la gran totalidad armo­
niosa de una sociedad organizada, completa, totalizada, pero degra­
dado o no — depende

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