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IX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Madrid, España, 2 – 5 Nov. 2004 
 
 
¿Podemos reformar la administración pública? * 
 Edgar Morin 
Director emérito de investigación en el CNRS 
 
Las administraciones del Estado constituyen una forma específica de organización con 
carácter de servicio público, dedicadas a la gestión y al control de las actividades de una 
Nación. 
Aún teniendo su carácter específico, la administración estatal obedece a unos principios 
generales de organización que existen en otros ámbitos: 
Principio de centralización. 
Principio de jerarquía. 
Principio de especialización de las competencias. 
A partir de esos principios se desarrollan formas degeneradas o esclerotizadas de 
administración que pueden calificarse de burocráticas, ya que la burocracia, en el sentido 
que le damos, es una patología administrativa donde el exceso de centralización le quita 
cualquier iniciativa a los órganos ejecutores, donde la jerarquía contribuye a la obediencia 
pasiva y a la ausencia de sentido de responsabilidad de los que no pueden sino obedecer: 
donde, en fin, la hiperespecialización encierra a cada agente en su área compartimentada de 
competencia. 
La degeneración burocrática se traduce por una rígida dicotomía dirigente-ejecutor y por 
la extrema compartimentación de los agentes. Son condiciones que inhiben la 
responsabilidad personal y la solidaridad de cada uno hacia el conjunto. 
De hecho, la burocratización genera la irresponsabilidad. Hanna Arendt se había dado 
cuenta perfectamente de que Eichmann no era más que un burócrata mediocre que 
“obedecía órdenes”, incluso las más criminales. En Francia, asuntos como el de la sangre 
contaminada han puesto de relieve una irresponsabilidad generalizada. 
En esas condiciones, la irresponsabilidad y la ausencia de solidaridad favorecen la 
holgazanería y, sobre todo, la corrupción de los funcionarios, tanto más dado que en 
nuestras sociedades la degradación de las solidaridades tradicionales, el afán de lucro y la 
obsesión por el beneficio favorecen la instauración de la corrupción en el corazón mismo de 
los Estados. 
La reforma del Estado conllevaría por lo tanto una reforma de su administración, en 
otros términos la desburocratización. 
 
Principios de organización 
Como lo he señalado en otra parte (Méthode 2, La vie de la vie), la pertinencia y la 
eficacia de una organización exigen que sean mejor empleadas las aptitudes y cualidades de 
los individuos que trabajan en ella. Esas aptitudes y cualidades, como lo hemos dicho antes, 
se inhiben bajo el efecto de la centralización, de la jerarquía y de la especialización. Aunque 
desde luego no se puede concebir una administración estatal privada de centro, exenta de 
jerarquía y desprovista de competencias especializadas. 
Pero lo que se plantea es crear y desarrollar modos de organización que combinen: 
- centrismo/policentrismo/acentrismo 
 
* Traducido del francés por Joëlle Lecoin-Perera. Título original: ”Pouvons nous réformer les administrations?” 
 
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IX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Madrid, España, 2 – 5 Nov. 2004 
 
 
- jerarquía/poliarquía/anarquía 
- especialización/poliespecialización/competencia general 
Es un hecho que una organización rigurosamente centralizada/jerarquizada suele ser 
inhumana para los que solicitan sus servicios. A los solicitantes, se les remite de una oficina 
a otra y siempre con la misma respuesta “no es de mi competencia”. Los ciudadanos se 
sienten frustrados y perjudicados. Además, la administración reacciona con mucha lentitud, 
mucha rigidez y mucho retraso frente a los problemas urgentes y a los desafíos inmediatos; 
pero cuando se deja una posibilidad de iniciativa y de libertad a los agentes en el terreno de 
lo inmediato y urgente, aumentan la capacidad de respuesta y la eficacia de la organización. 
Se trataría, por lo tanto, de combinar centrismo y policentrismo o, en otros términos, de 
otorgar una capacidad de decisión a varios centros, unos encargados de ámbitos distintos, y 
otros de problemas particulares. Haría falta, también, una parte “acéntrica” donde los agentes 
dispondrían de un margen de libertad y responsabilidad en casos imprevistos y en 
condiciones críticas. 
Se trataría de combinar, correlativamente, jerarquía y poliarquía (pluralidad de 
diferentes jerarquías) y de poder, según las circunstancias, modificar las prioridades 
jerárquicas. También se debe prever una parte de anarquía; recordemos que la anarquía no 
significa desorden, sino un modo de organización espontánea mediante interacciones entre 
individuos y grupos. Se trata, una vez más, de crear espacios de libertad/responsabilidad. 
Por último, la especialización debe realizarse después de una etapa de formación más 
enriquecedora y variada que permita a los agentes especializados ser policompetentes, y 
colaborar en interacción con los ejecutivos y los responsables del proceso decisorio, dotados 
de competencias más generales. De todas maneras, la competencia especializada y la 
policompetencia no deberían plantearse como alternativas, sino como asociaciones mutuas. 
En ese sentido y dentro de ese marco conceptual, se podrían introducir los conceptos 
del organizational learning (aprendizaje organizacional), derivados de los trabajos del MIT, 
cuyas ideas han sido cristalizadas por Peter Senger y que incluye cinco prácticas: 
- dialogar en equipo 
- promover el desarrollo de las personas 
- definir una visión compartida, estar atento a los modelos mentales de cada uno 
- ejercer el pensamiento complejo (idea añadida por SOL France, asociación que 
difunde y enriquece los conceptos y métodos del aprendizaje organizacional) 
Todo eso tendería, por lo tanto, a desburocratizar y desesclerotizar la organización 
social, a debilitar la “jaula de hierro” (Max Weber) de la racionalización y de la mecanización, 
la mano de hierro del beneficio, y a favorecer la plena utilización de las aptitudes 
estratégicas, inventivas y creadoras. 
 
¿Racionalizar? 
Aquí vemos la diferencia entre racionalidad y racionalización. La racionalidad 
corresponde a la plena utilización de las aptitudes intelectuales y afectivas de todos los que 
participan en la administración del Estado, a la debida coordinación de las tareas, a la 
comunicación y a los intercambios de información, a la utilización de policompetencias. La 
racionalización, por su parte, obedece a los principios de especialización estricta, de 
jerarquía rígida, de centralización extrema. Ahora bien, la experiencia muestra que esos 
principios, aplicados de manera estricta, no son racionales. El principio de ahorro de tiempo 
 
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mediante la supresión de los tiempos muertos o de los momentos de convivialidad es 
irracional. En materia de información, la teoría de Shannon mostró que cualquier 
comunicación verdadera necesita “redundancia” (redundancy), es decir repetición, 
recordatorio, constitución de un saber común. Hace falta añadir que una plena comprensión 
interpersonal exige aparentes pérdidas de tiempo mientras que, en realidad, son ganancias 
de racionalidad. Como lo revela la anterior cita de Max Weber, la racionalización es una 
verdadera mano de hierro. La desaparición de los operadores humanos en beneficio de las 
máquinas automáticas conlleva anonimato y mecanización que son sub-eficientes y a 
menudo contra-eficientes. 
 
Poli-reformas 
La desburocratización debería incluir la restauración de las responsabilidades y 
solidaridades, lo que plantea un problema que, aunque vital para el Estado, lo supera. Se 
trata de una reforma de la sociedad que plantea problemas muy complejos que, sin embargo, 
deben ser tomados en cuenta. Porque no se podría concebiruna reforma del Estado aislada. 
La reforma del Estado necesita un conjunto de reformas de otro tipo. 
Resulta que la reforma del Estado necesita que se regeneren la responsabilidad y la 
solidaridad no sólo de sus propios agentes o de sus autoridades decisorias, sino también del 
conjunto de la sociedad de la que ellos hacen parte. Una vez más, la reforma del Estado no 
puede ser aislada. 
En otros términos, la reforma del Estado sólo se puede realizar dentro de un proceso 
complejo de transformaciones y regeneraciones humanas, sociales e históricas, que 
incluyen: 
- Una reforma de la sociedad. 
- Una reforma de la educación. 
- Una reforma de la vida (del modo de vivir). 
- Una reforma ética, puesto que la moral está basada en la responsabilidad y la 
solidaridad. 
 
La democracia necesaria e insuficiente 
La democracia es la conquista de una complejidad social. Establece a la vez derechos y 
libertades individuales, elecciones que garantizan el control de los controladores por los 
controlados, el respeto de la pluralidad de ideas y opiniones, la expresión de los 
antagonismos y una regulación que impide que se manifiesten de forma violenta. Cuando 
está bien arraigada en la historia de una sociedad, la complejidad democrática hace de ella 
un sistema metaestable, que tiene la virtud de mantenerse. 
La democracia significa a la vez actividad crítica y control del control estatal por los 
controlados. El control del control se realiza mediante la organización de elecciones 
periódicas. La actividad crítica se logra a través del juego y del conflicto pluralista de 
opiniones e ideas y de la actividad informadora y crítica de los medios de comunicación con 
relación al gobierno y al funcionamiento del Estado. La prensa puede luchar de ese modo, a 
través de sus denuncias, contra los incontables casos de corrupción de los funcionarios o 
gobernantes. Pero eso supone una prensa pluralista, lo cual significa una pluralidad de 
fuentes de información y de investigación, una pluralidad de opiniones, incluyendo las 
opiniones disonantes y críticas. Ahora bien, la tendencia a la concentración de los medios de 
 
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comunicación, a su control por grandes grupos financieros, puede inhibir fuertemente la 
actividad informativa y crítica. 
Por otra parte, nuestras sociedades sufren procesos de degradación democrática. 
Puesto que los desarrollos de la tecno-ciencia han invadido la esfera política, el carácter 
cada vez más técnico de las decisiones políticas y de los problemas los vuelve esotéricos 
para los ciudadanos, y son los expertos, y no los ciudadanos, los que disponen de los 
conocimientos que permiten abordar los problemas técnicos; la competencia de los expertos 
en un campo cerrado se acompaña de incompetencia cuando ese campo está parasitado por 
influencias exteriores o modificado por un nuevo acontecimiento. Los expertos competentes 
son incompetentes para todo lo que excede su especialidad y hacen que los ciudadanos 
sean incompetentes en los campos científicos, técnicos y económicos cubiertos por los 
especialistas. 
 En tales condiciones, el ciudadano pierde el derecho al conocimiento. Tiene derecho a 
adquirir un saber especializado mediante estudios adecuados, pero como ciudadano está 
desposeído de cualquier punto de vista abarcador y pertinente. Si bien los ciudadanos 
pueden aún discutir el manejo del carro del Estado, ya no pueden entender lo que 
desencadena los colapsos de la bolsa; además, los mismos expertos están profundamente 
divididos sobre el diagnóstico y la política económica a seguir. Si bien era posible seguir la 
segunda guerra mundial colocando banderitas en un mapa, ya no se pueden concebir los 
cálculos y las simulaciones de los ordenadores que desarrollan los escenarios de la futura 
guerra mundial. El arma atómica ha arrancado al ciudadano cualquier posibilidad de pensarla 
y de controlarla. Cuanto más técnica se vuelve la política, más retrocede la capacidad 
democrática. 
La continuación del proceso técnico-científico actual, proceso ciego por lo demás, que 
escapa de la conciencia y de la voluntad de los mismos científicos, suscita una fuerte 
regresión de la democracia. Para eso no existe ninguna política a implementar de inmediato. 
Existe la necesidad de una toma de conciencia política de la necesidad de obrar por una 
democracia cognitiva, es decir de una reforma en el seno de la democracia. 
Además, no basta con instituciones democráticas justas y buenas que permitan la 
participación de los ciudadanos, hace falta una vitalidad democrática, lo único que garantiza 
el civismo, o sea la conciencia de la responsabilidad y de la solidaridad hacia la comunidad. 
Si el civismo languidece, la democracia languidece. La no participación en la vida ciudadana, 
a pesar del carácter democrático de las instituciones, conlleva una debilitación de la 
democracia. Se producen, correlativamente, una debilitación de la democracia y una 
debilitación del civismo. Ahora bien, la degradación de la responsabilidad y de la solidaridad 
a la cual nos hemos referido degrada el civismo y la democracia. 
Las democracias contemporáneas se debilitan. Ese debilitamiento tiene muchas 
causas, entre ellas la distensión del vínculo comunitario y el consiguiente desarrollo de los 
egocentrismos individuales; las compartimentaciones excesivas que se interponen entre los 
ciudadanos y la sociedad global; las múltiples disfunciones, esclerosis y corrupciones, 
incluyendo la económica, en una sociedad que no logra reformarse; la creciente conciencia, 
en esas condiciones, de la desigualdad e iniquidad. Y por último, un abismo de no saber que 
se ensancha, separando a los ciudadanos de la ciudad. 
La democracia crea un bucle no sólo retroactivo (control de los controladores por los 
controlados) sino también recursivo: la democracia produce ciudadanos que producen la 
democracia. Si los ciudadanos son sub-productivos, la democracia se vuelve sub-productiva; 
si la democracia se vuelve sub-productiva, los ciudadanos se vuelven sub-productivos. 
 
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IX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Madrid, España, 2 – 5 Nov. 2004 
 
 
La regeneración de la ética es, por lo tanto, indisociable de una regeneración del 
civismo que, a su vez, es indisociable de una regeneración democrática. 
Sin embargo, la democracia no es suficiente, aunque sí necesaria, para regenerar la 
responsabilidad y la solidaridad. 
 
La ambigüedad de la modernización 
La modernización de las administraciones debería, supuestamente, llevar a la 
desburocratización. Pero el término de modernización es extremadamente ambiguo y 
complejo. El proceso de modernización, primero en las sociedades occidentales, luego 
planetarias, conlleva desarrollos técnicos, económicos, culturales y humanos que tienen 
aspectos muy positivos para el control de las energías naturales, el aumento de la 
producción agrícola e industrial y el desarrollo individual. Pero, una vez más, esos desarrollos 
tienen otra cara: la racionalidad se ha acompañado de racionalización, la economía 
capitalista ha propagado la ley de la ganancia en numerosos sectores de la vida, el 
individualismo ha favorecido el egocentrismo. Por lo tanto, el imperativo de modernización no 
debe ser ciego, debe ser replanteado, tanto más dado que las sociedades más avanzadas ya 
han entrado en una crisis de modernidad, y que bajo diversos nombres (post-modernidad, 
modernidad tardía) se intenta relacionar la salida de la crisis con la salida de la modernidad. 
 
La ambigüedad del desarrollo 
El término de desarrollo, incluso enmendado o suavizado bajo la denominación de 
desarrollo sustentable, sostenible o humano, es terriblemente ambiguo. 
El concepto de desarrollo siempre tuvo una base técnica y económica, medible por los 
indicadores de crecimiento y de ingresos.Da implícitamente por sentado que el desarrollo 
técnico y económico es la locomotora que arrastra naturalmente al “desarrollo humano”, cuyo 
modelo consumado y exitoso es el de los países llamados desarrollados, es decir los países 
occidentales. Esa visión supone que el estado actual de las sociedades occidentales 
constituye el objetivo y la finalidad de la historia humana. 
El desarrollo “sostenible” no hace sino suavizar el desarrollo al tomar en cuenta el 
aspecto ecológico, pero sin cuestionar sus principios; en el desarrollo “humano” la palabra 
humana está exenta de toda sustancia, a menos que remita al modelo humano occidental 
que, por cierto, tiene características básicamente positivas pero también características 
esencialmente negativas. 
Por lo tanto el desarrollo, noción aparentemente universalista, es un mito típico del 
sociocentrismo occidental, un motor de occidentalización frenética desatada, un instrumento 
de colonización de los “subdesarrollados” (el Sur) por el Norte. 
El desarrollo ignora lo que no es ni calculable ni medible, es decir la vida, el sufrimiento, 
la alegría, el amor, y su único índice de satisfacción es el del crecimiento (de la producción, 
de la productividad, de los ingresos monetarios). Concebido en términos únicamente 
cuantitativos, ignora las calidades de la existencia, las calidades de la solidaridad, la calidad 
ambiental, la calidad de vida, las riquezas humanas no calculables y no comercializables; 
ignora el don, la magnanimidad, el honor, la conciencia. Su avance barre los tesoros 
culturales y los conocimientos de las civilizaciones arcaicas y tradicionales; el concepto ciego 
y grosero de subdesarrollo destruye el arte de vivir y la sabiduría de culturas milenarias. 
El desarrollo ignora que el crecimiento tecnológico y económico produce también un 
 
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IX Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Madrid, España, 2 – 5 Nov. 2004 
 
 
subdesarrollo moral y psíquico: la hiperespecialización generalizada, las 
compartimentaciones en todos los ámbitos, el hiperindividualismo, el afán de lucro, acarrean 
la pérdida de solidaridad. La educación disciplinaria del mundo desarrollado aporta 
conocimientos, pero engendra un conocimiento especializado que es incapaz de comprender 
los problemas multidimensionales y que provoca una incapacidad intelectual de 
reconocimiento de los problemas fundamentales y globales. 
El desarrollo lleva en sí todo lo que es problemático, nefasto y funesto en la civilización 
occidental y no necesariamente lo que tiene de fecundo (derechos humanos, responsabilidad 
individual, cultura humanista, democracia). 
El desarrollo es el remedio que trae el mal contra el cual nos proponemos luchar, 
es decir la degradación de las solidaridades tradicionales, la disminución de la 
responsabilidad personal, el desencadenamiento del afán de ganancias y de lucro que 
generan la corrupción en el seno mismo de la máquina estatal. El desarrollo es anti-
ético, mientras que nosotros necesitamos una regeneración ética. 
 El desarrollo ignora que un verdadero progreso humano no puede partir de hoy, que 
necesita un retorno a las potencialidades humanas genéricas, o sea una regeneración. Lo 
mismo que un individuo lleva en su organismo las células madres totipotentes que lo pueden 
regenerar, una sociedad (y, más allá, la humanidad) lleva en sí los principios de su propia 
regeneración, pero dormidos, encerrados en las especializaciones, la rigidez y las esclerosis 
sociales. Esos principios son los que permitirían sustituir la noción de desarrollo por la de 
política de civilización1. 
 
El bucle reformador 
Las reformas no son únicamente institucionales o sociológicas, son reformas mentales 
que necesitan un pensamiento distinto, una revisión de los términos aparentemente 
evidentes de la racionalidad, de la modernidad, del desarrollo. La reforma del Estado, la 
reforma del espíritu y la reforma de sociedad se necesitan mutuamente. La reforma del 
espíritu requiere una reforma de la educación que depende, en gran parte, de los Estados. 
Es decir que la reforma educativa podría ser promovida por el Estado. Pero solamente un 
Estado ya reformado podría iniciar esa reforma, y solamente una educación reformada 
podría formar los espíritus que llevarían a cabo la reforma del Estado. Existe, por lo tanto, 
una relación circular entre esas reformas que dependen una de otra. 
Habría que reformar nuestro sistema educativo porque está basado en la separación: 
separación de los saberes, de las disciplinas, de las ciencias; produce espíritus incapaces de 
relacionar los conocimientos, de reconocer los problemas globales y fundamentales, de 
responder los desafíos de la complejidad. Debería ser sustituido por un nuevo sistema 
educativo basado en la vinculación de todos los conocimientos, y por lo tanto drásticamente 
diferente del que existe ahora2. Ese sistema favorecería la capacidad del espíritu de 
aprehender los problemas globales y fundamentales de los individuos y de la sociedad en 
toda su complejidad. Estaría arraigado en una educación que permita la comprensión entre 
las personas, los pueblos, las etnias. Un sistema educativo de ese tipo podría y debería 
desempeñar un gran papel civilizador. Reforma de la educación y reforma del pensamiento 
 
1 Cf. Politique de civilisation, por Edgar Morin y Sami Naïr, Arlea, 1997; o Pour une politique de civilisation, por 
Edgar Morin, Arlea, 2002. 
2 Cf. mis propuestas en ese sentido en: La tête bien faite, Relier les connaissances y Les 7 savoirs nécessaires 
à l’éducation du futur. 
 
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se estimularían mutuamente en un círculo virtuoso. La reforma del espíritu es un componente 
absolutamente imprescindible para todas las otras reformas, incluyendo la del Estado. 
Contribuiría a restaurar el espíritu de solidaridad y de responsabilidad. 
Las fuentes de la ética son la solidaridad y la responsabilidad. O sea que todas las 
reformas planteadas, incluyendo la del Estado, requieren una reforma ética que, a su vez, las 
necesita a ellas. La regeneración ética sólo se puede realizar dentro de un proceso complejo 
de transformación y regeneración humana, social e histórica. Es en ese proceso donde la 
regeneración ética puede contribuir con las otras reformas, entre las cuales se encuentra la 
del Estado. 
La toma de conciencia de que “la reforma de la vida” es una de las aspiraciones 
fundamentales de nuestras sociedades puede ayudar mucho a las otras reformas, incluyendo 
la que regeneraría la ética. La reforma de la vida lleva a la reforma de la civilización y a la 
reforma ética, que conducen a la reforma de la vida. La reforma del espíritu, a través de la 
educación, es absolutamente necesaria para la reforma ética (el “pensar bien” de Pascal) y 
permitiría comprender la necesidad de una reforma de la sociedad y de la civilización. La 
reforma de la sociedad debería implicar el surgimiento de nuevas solidaridades, la regulación 
de las ganancias, la primacía de la calidad de la vida, y por ende de la convivialidad. La 
política de civilización debería contribuir a la reforma de la vida, la cual debería contribuir a la 
política de civilización. La reforma ética debe, por supuesto, acompañarse de una reforma 
educativa y de una reforma de la vida. 
Reforma ética, reforma de la vida, reforma educativa, reforma social y reforma del 
Estado son interdependientes y se nutren mutuamente. Más aun: la reforma ética, a la vez 
implicada e implicadora, está presente en cada una de las demás. Como todo lo que está 
vivo, la ética es a la vez autónoma y dependiente. Esa autonomía no se debe disolver, pero 
para regenerarla, hace falta reformar los contextos que pueden llevar a su regeneración: la 
reforma de las mentes (educación), la reformade la vida, la reforma social, la reforma del 
Estado. 
Se trata, por lo tanto, de dejar de considerar las reformas como disociables o incluso 
antagonistas; se trata por el contrario de vincularlas. Las reformas deben concebirse dentro 
de un esquema de bucle recursivo, siendo cada una producida por la otra y productora de la 
otra. La regeneración ética de la solidaridad y de la responsabilidad depende de una 
regeneración general, la cual depende de la regeneración ética. 
Por último, al igual que no se puede plantear la reforma del Estado de manera aislada 
en una nación, las naciones pueden cada vez menos considerarse como aisladas de su 
contexto continental y, más allá, planetario. Eso significa que la reforma de los Estados 
depende también de la gestación de una sociedad mundial, de la cual emergen actualmente 
infraestructuras técnicas, económicas y civilizadoras, pero que aún está desprovista de 
instancias de decisión y de control para abordar los problemas de vida y muerte que se 
plantean al planeta. Sólo la creación de una nueva forma de gobernanza, diferente de la de 
los Estados nacionales pero que contenga aptitudes y decisiones para esos problemas 
vitales, podría influir desde arriba sobre la reforma de los Estados, que dejarían de ser 
soberanos absolutos pero conservarían al mismo tiempo su soberanía. 
Es sólo el inicio de un proceso incierto y aleatorio. Las situaciones de crisis como las 
que vivimos actualmente favorecen la toma de conciencia y las reformas, pero al mismo 
tiempo las soluciones ilusorias y las regresiones de la conciencia. Es precisamente lo que 
ocurre en esta gigantesca era crítica que sacude al planeta. Puede favorecer la rápida 
difusión de las ideas reformadoras y abrir formidables posibilidades transformadoras. Es 
 
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sabido que, en la historia, todo empieza por movimientos marginales, desviadores, 
incomprendidos, a menudo ridiculizados. Pero cuando logran arraigarse, propagarse, 
relacionarse, esos movimientos se convierten en una verdadera fuerza moral, social y 
política. 
Como siempre en el pasado, una reforma del Estado aparecerá de un modo marginal o 
incluso periférico. Si lo local depende de lo global, lo global depende también de lo local. 
Quizás la reforma venga de un país de América Latina, donde la reforma del Estado es tan 
urgente y las capacidades intelectuales y espirituales son tan grandes. 
 
 
Edgar Morin 
 
Director Emérito de investigación en el CNRS, Presidente de la Agencia Europea para la 
Cultura (Unesco), y Presidente de la Association pour la pensée complexe (Asociación por el 
Pensamiento Complejo). Numerosos títulos internacionales le han sido otorgados, entre los 
cuales el de Doctor Honoris Causa (en más de 14 Universidades), así como premios 
europeos. Es también Comendador de la Legión de Honor. 
 
Las investigaciones de Edgar Morin tienen como eje unificador la búsqueda de un 
conocimiento que no sea ni mutilado ni compartimentalizado, que respete lo individual y lo 
singular, al mismo tiempo que lo inserte en su contexto y su conjunto. 
 
Sus investigaciones se centran en la Sociología contemporánea, (L'Esprit du Temps, La 
Rumeur d'Orléans) y en la complejidad antroposocial, incluyendo en ella la dimensión 
biológica y la dimensión imaginaria (L'Homme et la mort, le Paradigme perdu). Se articulan 
también alrededor de un diagnóstico y de una ética para afrontar los problemas 
fundamentales de nuestra época (Pour sortir du XXème siècle, Penser l'Europe, Terre-
Patrie). Por último, desde hace veinte años, apuntan a un método capaz de hacer frente al 
desafío de la complejidad, que de ahora en adelante se impone no solamente al 
conocimiento científico sino también a nuestros problemas humanos, sociales, políticos. (La 
Méthode, 1. La Nature de la nature, 2. La Vie de la vie, 3. La Connaissance de la 
connaissance, 4. Les Idées, 5 L'identité humaine). Esta investigación desemboca en una 
propuesta de reforma del pensamiento. 
 
 
Dr. Edgar Morin 
Directeur de recherches émérite 
Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) 
7 rue Saint Claude 
75003 Paris - Francia 
Tel. (331)40827541 
Fax: (331)48048635/40827540 
E-mail: edgar.morin@univ-paris5.fr 
http://www.cnrs.fr

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