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DE LOS CONSUMOS A LAS PRÁCTICAS CULTURALES. UNA MIRADA DESDE 
LAS ARTICULACIONES BIOGRÁFICAS 
FROM CONSUMPTION TO CULTURAL PRACTICES. AN APPROACH FROM 
BIOGRAPHICAL ARTICULATIONS 
 
Nicolás Aliano 
Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín 
CONICET 
nicolasaliano@hotmail.com 
 
Marina Moguillansky 
Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín 
 CONICET 
mmoguillansky@gmail.com 
 
Resumen 
El artículo propone indagar cómo los sujetos se vinculan con lo cultural a través de 
prácticas y consumos que están inscriptas en diversos vínculos de sociabilidad —que 
recomiendan, llevan, acompañan— y que se combinan y entrelazan para conformar 
repertorios culturales complejos. Esta indagación fue desplegada a través de una 
reconstrucción de biografías culturales que se basó en la realización de entrevistas 
semi-estructuradas con un conjunto de sujetos que fuimos definiendo a través de los 
criterios del muestreo teórico. Del conjunto de entrevistados, seleccionamos algunos 
casos que nos permitían construir perfiles de practicantes culturales. El desarrollo 
concluye con una caracterización de las prácticas culturales registradas como 
“sociales”, “reflexivas” e “interconectadas”, y apunta a describir un proceso emergente 
de singularización de las trayectorias culturales de los sujetos y de constitución de 
perfiles de gusto plurales y heterogéneos. 
 
Abstract 
The article inquires how the subjects relate to culture through practices and 
consumptions inscribed in diverse sociability relations –recommendations, suggestions, 
mailto:mmoguillansky@gmail.com
 
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company– which are combined and intertwined to form complex cultural repertories. A 
construction of short cultural biographies was carried out, based on semi-structured 
interviews with a set of subjects selected through theoretical criteria. We selected some 
cases from the group of interviewees, to build profiles of cultural practitioners. The 
analysis concludes with a characterization of the cultural practices registered as 
“social”, “reflexive”, and “interconnected”, and aims to describe an emergent process of 
singularization of cultural trajectories of the subjects and the constitution of plural and 
heterogeneous preference profiles. 
 
Palabras clave: consumo cultural; prácticas culturales; sociabilidades; afiliaciones; 
afinidades. 
Keywords: Cultural consumption; cultural practices; sociabilities; affiliations; affinities. 
 
Introducción1 
¿Cómo es que llegamos a adquirir el gusto por ciertos bienes culturales? ¿Por qué 
caminos se nos vuelve cotidiana la práctica de algunas aficiones y no de otras? ¿De 
dónde nos viene la predilección por un cierto arte, un género, un autor? El gusto se 
suele pensar como una manifestación de lo arbitrario e individual; como una fuerza 
inexplicable e inasible que gobierna nuestras elecciones. En abierta ruptura con estas 
ideas que se manifiestan en el discurso cotidiano, la sociología de la cultura ha ido 
desarrollando una serie de modelos teóricos que conectan gustos, disposiciones y 
trayectorias sociales. Sin embargo, todavía resulta problemático el modo de abordar el 
aspecto social de los gustos y preferencias, la lógica combinatoria de las prácticas 
culturales y las sutiles fijaciones entre repertorios y aficionados. 
En este artículo, proponemos un aporte para contextualizar las prácticas 
culturales partiendo de pensar sus articulaciones tanto con el entramado social en el 
que se mueven los actores como con su historia y sus recorridos significativos. 
Sostendremos que las elecciones culturales no se construyen en el vacío sino que son 
habilitadas por y se sostienen en una confluencia de experiencias, sociabilidades y 
repertorios que se conectan en un proceso diacrónico. Elaboramos estas ideas a partir 
de un trabajo de reconstrucción de las biografías culturales de un conjunto de actores 
sociales2. Para ello, analizamos una amplia serie de entrevistas semi-estructuradas 
con sujetos elegidos siguiendo los criterios del muestreo teórico, que nos permitieron 
delinear perfiles heterogéneos de practicantes culturales. 
 
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En la primera sección, revisamos las principales tradiciones teóricas de estudio 
de los consumos culturales, sus articulaciones metodológicas y el tipo de 
investigaciones empíricas a las que han dado lugar. Allí también nos ocupamos de 
señalar algunos de los trabajos más importantes realizados al respecto desde las 
ciencias sociales en Argentina en las últimas décadas, observando algunos acentos y 
también algunas omisiones. Luego, en la segunda sección, presentamos cuatro 
“biografías culturales” de sujetos heterogéneos, cuyas prácticas combinan diversos 
gustos y aficiones, sin restringirse a mundos culturales específicos. La reconstrucción 
de estas biografías busca mostrar los entramados entre repertorios culturales, redes 
de sociabilidad y experiencias de los sujetos. En este sentido, la interrogación del 
material narrativo atiende a los soportes sociales que les permiten a los sujetos 
realizar esas prácticas. En la tercera sección, de elaboración analítica, indagamos los 
rasgos salientes de las prácticas culturales que se despliegan en las biografías 
reconstruidas previamente. En las conclusiones, reflexionamos sobre la complejidad 
de las combinatorias presentes en las prácticas culturales de los sujetos, que 
muestran una heterogeneidad no aleatoria sino plenamente significativa, y postulamos 
la posibilidad de leer allí los trazos de las afinidades electivas, tal vez un paradigma 
emergente en la sociología cultural. 
 
Los estudios de consumos culturales: tradiciones teóricas y correlatos 
metodológicos 
Los estudios del consumo cultural que construyen datos estadísticos —como las 
recientes Encuesta nacional sobre consumos culturales y entorno digital (SINCA, 
2013) y Encuesta sobre consumos culturales de Buenos Aires (Wortman, Correa, 
Mayer, Quiña, Romani, Saferstein, Szpilbarg y Torterola, 2015)— tienen la fortaleza de 
ofrecer un cuadro amplio del mapa de elecciones culturales de las personas. Estas 
investigaciones ofrecen datos agregados sobre la frecuencia del consumo de un 
extenso repertorio de bienes culturales (radio, música, tv, cine, teatro, redes sociales, 
libros, museos y algunos otros) y su distribución de acuerdo a variables como grupo de 
edad, nivel educativo o ingresos. Este tipo de mirada de conjunto —tan ambiciosa 
como necesaria— tiende, sin embargo, a producir un mapa estático de las elecciones 
de consumo cultural, desligado de las lógicas sociales que las interconectan como 
prácticas en la experiencia de las personas. 
Así, desde este tipo de investigaciones, el acto de consumo cultural se suele 
 
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proyectar sobre el consumidor como una elección entre opciones fijas, pre-
establecidas y estancas. La lógica de estas elecciones no se logra captar con el tipo 
de dato que produce la encuesta —sobre todo, con el tipo de análisis que la 
acompaña3— y cuando no se puede captar como dato, se reconstruye como supuesto 
desde una teoría del consumidor. En este punto, priman dos posiciones aunque no 
siempre se hagan explícitas. Por un lado, aquella que supone un actor individual que 
elige racional e instrumentalmente entre opciones de consumo disponibles. Por otro, la 
que supone que en la base de las elecciones (que redundan en un “estilo”) existen 
sujetos movidos por disposiciones socialmente incorporadas. En ambos casos, las 
lógicas sociales que conducen a que las personas se acerquen, interactúen u 
organicen los consumos y los transformen en prácticas, son aplanadas y reenviadas 
en su totalidad a una cualidad del consumidor: a su racionalidad o a sus disposiciones. 
De este modo, como sugiere De Certeau (1980: 49), “este tipo de investigación sirve 
para comprender únicamente el material de las prácticas,no su forma”. 
Desde el ámbito francés, como respuesta a la estrategia analítica inaugurada 
en La distinción (Bourdieu, 1979) y continuada por una serie de estudios estatales 
basados en encuestas, se gestaron críticas que marcaron las limitaciones de los 
análisis estadísticos del consumo cultural. Un pionero de esta perspectiva crítica es sin 
dudas De Certeau (1980) con sus trabajos sobre el consumo cultural como una 
práctica activa, como operatoria y combinatoria de tácticas y estrategias, que se 
imbrica en relaciones sociales y se encarna en los espacios de la vida cotidiana, 
construyendo lógicas prácticas. La sociología de las mediaciones de Hennion (1988, 
2010) propone indagar cómo se han forjado colectivamente las opciones de la elección 
—que luego miden las encuestas— y se interroga acerca de las relaciones sociales 
que establece el consumo cultural, más que sobre las disposiciones sociales que lo 
determinan. Los análisis de Lahire (2004a) sobre la sociología de la lectura han 
contribuido a mostrar los múltiples equívocos a los que llevan las encuestas sobre 
lectura —debido a una serie de filtros cognitivos y culturales que generan distancia 
entre lo practicado y lo declarado—, a la vez que llevó a colocar la mirada en el 
encuentro entre las obras y los que se relacionan con ellas, desarmando así una serie 
de categorías que obstaculizaban la comprensión. Esta perspectiva crítica, encarnada 
en autores como De Certeau, Hennion o Lahire, subraya que las encuestas y su lógica 
cuantitativa tienen limitaciones para captar la diversidad de experiencias de consumo, 
proponiendo desplazar la pregunta por el qué y cuánto se consume, para interrogar el 
 
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cómo de dichas prácticas. 
Estas perspectivas teóricas han generado en Argentina una serie de 
investigaciones empíricas muy relevantes para comprender a los consumos culturales 
en sus singularidades. En general, se trató de indagaciones cualitativas sobre las 
prácticas de los sujetos en su relación con bienes culturales específicos, orientándose 
en ocasiones a la descripción de la participación en “mundos” culturales delimitados. 
Bajo este registro, en el plano local se han estudiado las prácticas de lectura —a 
través de estrategias auto-etnográficas en el caso de Papalini (2016) y con la 
reconstrucción de trayectorias de lectores en el caso de Semán (2007)—, se han 
abordado las aficiones a ciertos mundos musicales como el del tango milonguero 
(Carozzi, 2014), la ópera (Benzecry, 2012), el cuarteto (Blázquez, 2009) y la música 
romántica (Spataro, 2012), entre otros4. 
Estas perspectivas, de manera explícita o implícita, en el modo de construcción 
del objeto, proyectan una visión de los consumidores culturales bajo el supuesto de 
una adhesión privilegiada o exclusiva a determinados bienes culturales. El ejemplo 
más claro de esta orientación lo constituye la etnografía de Benzecry sobre los 
aficionados a la ópera. El autor sostiene que “esta participación intensa [en el mundo 
de la ópera] que profesionaliza a un miembro del público desemboca en el univorismo 
cultural” (Benzecry, 2012: 202). Desarrollando esta idea, más adelante agrega: 
 
“[…] si bien todos se apasionan por la ópera, dejan de lado otras prácticas 
culturales, se desinteresan por otros géneros musicales (incluida la música clásica 
instrumental), la actuación (el teatro o el cine, un medio en el que la mayoría de 
mis informantes solía interesarse pero gradualmente dejaron de prestarle atención 
cuando se entregaron a la ópera) o las bellas artes tradicionales (como la 
pintura)”. (Benzecry, 2012: 203) 
 
Sin embargo, este parece ser un caso límite, que corre el riesgo de 
sobredimensionarse como modelo de “practicante” cultural comprometido. 
El modo en el que las adhesiones a mundos culturales específicos se conectan 
o articulan con otras prácticas culturales ha tenido, por el contrario, escasa 
tematización, a pesar de tratarse tal vez de la experiencia de consumo dominante5. En 
este sentido, es necesario explorar estas articulaciones de prácticas culturales 
diversas a partir de sujetos concretos desde una perspectiva atenta a los contextos de 
acción, las sociabilidades y las sedimentaciones de experiencias. En este trabajo, 
precisamente nos ocupamos de indagar cómo los sujetos se vinculan con lo cultural a 
través de prácticas y consumos que en ocasiones eligen (y a veces no) a través de 
 
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diversos entramados de sociabilidad —que recomiendan, llevan, acompañan— que 
son constitutivos de esas prácticas. Trabajaremos con la hipótesis de que las prácticas 
culturales se construyen en una compleja interdependencia entre las experiencias 
históricas de los sujetos, sus posicionamientos en redes interpersonales y mediáticas, 
en combinaciones diversas pero no aleatorias. La forma en que las prácticas culturales 
se entrelazan en conjuntos que, para los practicantes, resultan o no coherentes, 
satisfactorios o complementarios nos lleva a su vez a una segunda hipótesis acerca 
del funcionamiento de ciertas afinidades electivas que se asientan en las redes de 
sociabilidad, en los contextos y en los acercamientos históricos entre diversos mundos 
culturales. 
Estas preguntas fueron desplegadas a través de una reconstrucción de 
biografías culturales basada en entrevistas semi-estructuradas con un conjunto de 
sujetos que fuimos definiendo a través de criterios teóricos de muestreo6. Del conjunto 
de entrevistados, seleccionamos algunos casos para construir perfiles de practicantes 
culturales. La presentación de dichos casos será el objeto de la próxima sección; y en 
la siguiente, se sistematizarán una serie de rasgos de las experiencias culturales 
identificadas en estos practicantes. 
 
Acerca de los practicantes culturales y sus experiencias 
En busca de realizar un aporte a la comprensión de las lógicas sociales de las 
prácticas y consumos culturales, en lo sucesivo presentaremos cuatro casos de 
practicantes culturales —denominados así para rescatar la propuesta de Michel De 
Certeau—, cada uno de los cuales ha estabilizado una relación duradera y privilegiada 
con un objeto cultural específico (la música, el teatro, la lectura y el baile), aunque esta 
práctica se alterne y/o complemente con otras prácticas culturales. La presentación de 
los casos se ordena de acuerdo a tres instancias que buscamos explorar: (1) cómo se 
acercaron a estos objetos —a partir de recomendaciones de diverso tipo y en conexión 
con diversas experiencias personales previas—; (2) cómo llevan adelante 
regularmente esas prácticas culturales y qué efectos tiene ello en sus vidas; y (3) 
cómo se conectan en sus trayectorias estas prácticas con otras prácticas culturales 
que forman parte del abanico de preferencias de estas personas. 
 
1. Del colegio a la murga, de la radio a los libros. La forma de iniciación o el 
acercamiento a una práctica cultural determinada aparece como una de las claves 
 
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para comprender cómo se producen socialmente gustos y aficiones. Oscar (34 años, 
CABA, taxista y luego fletero, secundario incompleto) emplea su tiempo libre en clases 
de teatro, ensayos de murga, y secundariamente, le gusta escuchar música y leer. En 
los fines de semana juega al fútbol con amigos y a veces participa en presentaciones 
de la murga, en la cual actúa como recitador y presentador7, además de escribir 
textos, cantar y bailar. 
Este arco de gustos y preferencias de Oscar está sutilmente atravesado por las 
sociabilidades que, en algún momento de su trayectoria, lo acercaron, conectaron o 
condujeron a estas experiencias. Su relación con la murga es mejor descripta como 
una “afiliación” (Benzecry, 2012), ya que constituye para Oscar un espacio de 
participación sostenido en el tiempo —hace 15 años que pertenece a una murga— y 
que él destaca como central en su mapa de preferencias, debido al carácter fundante 
que asume parasu identidad. El relato de Oscar pone en escena la conexión entre 
sociabilidades y consumos culturales: cuando empezó a participar de la murga, entre 
2002 y 2003, casi no tenía experiencia previa de asistencia a este tipo de espectáculo, 
y lo hizo siguiendo a sus amigos de la escuela. Ese acercamiento inicial a la murga, a 
través de vínculos de sociabilidad, luego se sostuvo y se profundizó con el tiempo. A 
su vez, al referir a sus prácticas culturales actuales, se observa en su relato la 
importancia de la afiliación a este mundo en la conformación de sus opciones de 
salidas así como en la evaluación de sus consumos. 
La murga, para Oscar, más que una preferencia forma parte de un mundo al que 
está afiliado, que lo conecta con experiencias que lo tienen como participante, 
consumidor y miembro activo de un circuito. Esta inserción, en su caso, promueve 
otras conexiones que Oscar va elaborando como “afinidades electivas”, y que terminan 
tramando y modulando su mapa de prácticas y consumos culturales. Al hablar de la 
música que está escuchando, luego de contar de su trayectoria de escucha ligada al 
rock nacional, comenta que desde hace un tiempo se está acercando también al 
tango, y describe cómo llegó a este repertorio: “A mí el tango me llegó por medio de la 
murga. Yo creo que también por esto, por la cultura popular, ¿no? Cuanto más te vas 
metiendo, es como medio inevitable no llegar al tango, creo yo”. Ese acercamiento 
está, a su vez, mediado por un vínculo personal concreto: “Un amigo de la murga 
canta tango, y él organizaba eventos de tango y yo participé presentándolo, haciendo 
algún recitado. Por ende vi a los cantores, a él”. Las afinidades entre murga y tango, 
que se construyen a través de las redes de sociabilidad, según Oscar, se apoyan en 
 
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una cierta pertenencia común a la cultura popular, que hemos analizado en trabajos 
previos (Moguillansky, Aliano, Fischer, Ollari, Pansera, Rodríguez y Salas, 2017). 
El relato de Oscar también refiere a la centralidad de la radio y de los 
comentarios que allí escucha —de sus periodistas o columnistas preferidos— para 
orientarse hacia otras experiencias culturales. Cuenta que hasta hace cinco o seis 
años no leía nada, porque lo relacionaba con el estudio y sentía que tenía una “tara” 
con la lectura. Pero fue a partir de su vínculo con la escucha de la radio que comenzó 
a leer: 
 
“[…] por la radio, porque escuchaba que hablaban de libros, escuchaba que 
decían que eran muy buenos, que decían que leer era un ejercicio, escuchar 
mucha gente decir que era un ejercicio espectacular, que teníamos que leer... 
hasta que escuché, creo, si no me acuerdo mal… era Julio Bocca, que decía: 
«oblíguense a leer». Es un ejercicio que hace muy bien y sentí eso, lo tomé al pie 
de la letra. Sentí que me tenía que obligar a leer y entré por un libro... sabía que 
tenía que empezar a leer algo que me llame la atención porque, si no, lo iba a 
dejar en 10 minutos. Y fue la biografía de Keith Richards. El segundo libro que leí 
fue Las venas abiertas de América Latina”. 
 
Al hablar de sus lecturas y de las obras de teatro que ha ido a ver, cuenta que le 
permitieron expandir sus perspectivas, comprender diversos aspectos del mundo y sus 
interconexiones y, en síntesis, percibe que se le “abrió la cabeza”. En este sentido, 
resulta claro que su afiliación al mundo murguero no es excluyente de su participación 
en otros espacios y experiencias culturales, a los cuales se acerca a través de la radio 
o de vínculos con compañeros de teatro, por ejemplo. 
En suma, en el caso de Oscar, la elaboración de un gusto como principio 
organizador de sus preferencias, no sucede por una “elección individual” o por un 
habitus sedimentado, sino más bien en interacción con sus vínculos relacionales 
próximos. A partir de ellos, de un modo abierto aunque no aleatorio, va conformando 
su entramado de preferencias culturales, explorando nuevas prácticas y consumos 
culturales y reelaborando sus propias categorías de evaluación de lo que consume. 
 
2. El teatro, los museos y las actividades en compañía. Magalí tiene 28 años, 
vive en Capital Federal con su marido, es estudiante del profesorado de Artes Visuales 
y trabaja en un bar. Magalí combina trabajo con estudio y eso, cuenta, le resta 
bastante tiempo para dedicarle a otras actividades culturales. Con todo, siempre busca 
dedicar un tiempo a la lectura —que no esté asociada a la “obligación” sino al “placer”, 
distingue—, así como para ir al cine, a museos o al teatro. Pero esas actividades, a su 
 
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vez, Magalí las realiza generalmente a partir del vínculo con amigos, que suelen ser 
los que la estimulan a salir. Así lo explica en relación a una de sus actividades 
predilectas, la salida al teatro: “en realidad, es como que estoy abierta siempre a 
invitaciones, o que un amigo se entera de una cosa y me invita”. “Algunos amigos que 
les gusta, no sé, ir al Colón y me invitan, quizás sola no iría, no saldría de mí, pero es 
algo que me encanta”. 
En su relato, Magalí subraya esta función de sus amistades, que actúan como 
soportes sociales (Martuccelli, 2007) de sus actividades culturales, promoviendo 
salidas que de otra manera tal vez no realizaría. Magali está “abierta a la invitación”, 
está predispuesta. Pero es la activación de la red de vínculos la que termina 
concretando esta predisposición en una salida cultural. Es a partir de estos vínculos 
que Magalí accede a información y se entera de las actividades ligadas a la oferta 
teatral: “Voy habitualmente al teatro, generalmente voy a ver comedias musicales”, 
explica y agrega: “tengo algunos amigos que hacen comedia musical, entonces cada 
tanto voy a verlos si es algo me que gusta. Iba a ver otras cosas, pero capaz no me 
surge o no te enterás, tenés que buscar”. Los vínculos de sociabilidad resultan 
fundamentales entonces al acercar información, facilitar la selección de los repertorios 
culturales más pertinentes y acompañar en su disfrute. 
Asimismo, como en el caso de Oscar, la pertenencia a una red de vínculos que 
la conecta con estos consumos, promueve a su vez otras elecciones a modo de 
afinidades electivas. Los vínculos que la conectan con el teatro también la han 
acercado, ocasionalmente, a exposiciones en galerías de arte: “como también tengo 
muchos amigos que exponen o trabajan en galerías, te dicen «va a estar tal artista» y 
voy”. Cuando habla de otra de estas salidas, la visita a museos, comenta: “Me ha 
pasado también con un grupo de chicos de la Facultad que vamos a museos, y a 
veces vamos a dos o tres museos en una misma tarde, porque a veces hay obras que 
nos interesa ver”. Al describir esas salidas, agrega: “podría ir sola, pero en general 
siempre le comento a alguien que voy a ir o le comento a alguien que sé que le puede 
interesar y me parece que es mejor ir acompañado que solo”. En este sentido, es 
clave su red de sociabilidad conformada por otros estudiantes de Artes con quienes 
comparte intereses y afinidades, o más bien, junto con quienes construye de manera 
colectiva una serie de prácticas culturales. En su relato de asistencia al teatro o de 
frecuentación de museos y exposiciones, Magalí inscribe la presencia de sus redes de 
vínculos bajo dos formas: por un lado, como un factor que se vuelve un “soporte” 
 
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social a la realización de actividades individuales, que asumen la forma de “salidas 
culturales”; por otro lado, modulando sus preferencias, al actuar como factor de 
mediación y organización de sus elecciones. 
 
3. Recomendaciones, circulaciones y referencias de lectura. Susana tiene 60 
años, vive en Bragado (Provincia de Buenos Aires) y es bibliotecaria. Cuando describe 
sus prácticas y consumos culturales, comenta sobre su asistencia al teatro y al cine, 
su visita a museos y su recurrente escucha de radio. Entre estas actividades, se 
destaca, por su sistematicidade intensidad, la práctica de la lectura. Susana se 
describe a sí misma como una “lectora compulsiva”, aludiendo con ello al carácter 
activo y ubicuo de su relación con la lectura en el transcurrir cotidiano: 
 
“Siempre estoy leyendo varios libros a la vez, estuve leyendo a Vargas Llosa, por 
ejemplo, y ahora que tengo en el ipad varios libros, a veces voy leyendo dos o tres 
libros en simultáneo. En cualquier momento del día. Pero no solamente leo libros. 
Yo soy una lectora compulsiva en el sentido de que… No sé, llego a un lugar, a 
hacer una cola para el banco, y tengo que manotear algo que haya ahí para leer. 
Y estoy en una sala de espera y estoy leyendo. Y estoy en cualquier lugar y estoy 
leyendo algo de internet… La lectura es algo para mí que me calma, me 
entretiene”. 
 
Desde este modo de vincularse con la lectura, intenso y modulado personalmente 
(“siempre un libro me lleva a otro libro, y como estoy en una biblioteca “voy 
picoteando”, dice), es que Susana ha estabilizado algunas formas de organizar y 
sistematizar su práctica, a fin de disfrutar de ella y, a la vez, de conocer y acceder a 
nuevos materiales. En este marco, describe algunas de estas técnicas. Por un lado, 
cuenta que se armó una lista en la agenda, donde anota los libros que son 
recomendados en un programa radial que escucha cotidianamente: 
 
“En la agenda los tengo anotados, siempre que escucho. Por ejemplo, cuando escucho 
el programa de Leuco —de Diego Leuco—, hay una chica que todos los días trae el 
análisis de dos o tres libros, y me encanta. A veces, cuando escucho de un libro que 
puede ser de mi interés, lo anoto y después trato de buscarlo y de leerlo. Y bueno, tengo 
una larga lista de libros que voy anotando y a algunos ya los he leído y otros me 
quedan”. 
 
A la vez, cuenta que tiene reservados determinados momentos para lecturas que son 
llevadas a cabo con su pareja en una lectura compartida que genera una experiencia 
placentera en sí misma. Así, describe que suele reservar un momento específico de la 
semana —el domingo por la mañana— para leer juntos el diario y reflexionar a partir 
 
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de esa lectura. Asimismo, disfruta de la escucha de poesía leída por su pareja, una 
práctica que, de otro modo, no realizaría por su cuenta: “Poesía me cuesta un poco 
leer. Me gusta más que me lean. Mi pareja lee y lee muy bien, y me gusta escuchar 
poesía. Pero no soy de leer motu proprio poesía”. 
Por último, Susana expone uno de sus mecanismos de actualización de su 
actividad de lectura, a partir de compartir y comentar lecturas con una compañera. En 
este sentido, cuenta que le gustaba intercambiar sugerencias de lectura con ella, que 
para Susana constituía un “referente” en torno al tema: “tenía una referente: mi 
compañera de trabajo, que ahora se jubiló, era una persona que leía mucho y 
teníamos un criterio bastante parecido”. Susana describe ese intercambio a partir de la 
evocación de intercambios puntales: “todo lo que leí de Irène Némirovsky me lo 
recomendó ella. Y yo, por ejemplo, que en una época leí mucho a Saramago, y me 
había encantado […] todo eso, yo la induje a ella a leerlo”. 
La lectura, lejos de ser una práctica excluyente para Susana, ha operado como 
disparadora de otros consumos culturales, como iniciadora de nuevas series al 
generarle un interés en determinados aspectos. A modo de ejemplo, relata que a partir 
de la lectura de una colección de libros dedicados a artistas plásticos argentinos se le 
despertó un deseo por contemplar los cuadros originales: “me queda pendiente, por 
ejemplo, que quiero ir al museo del Tigre, porque en una época me compré toda una 
colección de arte argentino, cada libro era un pintor y, bueno, la mayoría de esas 
obras están en el Fortabat o en el museo del Tigre”. La lectura de libros de arte 
aparece aquí como disparadora de deseos de otros consumos culturales, ampliando el 
horizonte imaginario y abriendo las posibilidades de atravesar otras experiencias. 
También en este caso se deja leer cierta coherencia o afinidad electiva en la serie de 
prácticas y consumos que se va construyendo, siempre dentro de la alta cultura (en 
oposición al circuito de “lo popular” que mencionara otro entrevistado). 
En suma, la lectura, a la luz de estas descripciones, en la vida de Susana se 
observa como una práctica convergente. Por un lado se conecta, bajo sutiles hilos 
invisibles, con otros consumos culturales como la radio, y el sistema de referencias 
que esta brinda en la elaboración de un repertorio de exploraciones posibles para 
Susana. A su vez, por otro lado, estas elecciones están mediadas por relaciones 
vinculares específicas: su relación de pareja o sus relaciones con su compañera de 
trabajo, que promueven, sostienen u orientan determinadas búsquedas o situaciones 
de lectura, que van modelando sus elecciones. 
 
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4. La milonga y la sociabilidad del baile. Máximo tiene 34 años, nació en 
Quilmes y es empleado bancario. Está separado, tiene una hija adolescente con la 
cual vive actualmente en un departamento en Belgrano (CABA). Al hablar sobre sus 
consumos y actividades culturales, se destaca la importancia que tiene la música en 
su biografía. Máximo cuenta que escucha un abanico amplio de géneros musicales, 
entre los que, sin embargo, destaca su predilección por el tango y el folclore. Además, 
comenta que en su adolescencia estudiaba música y que recientemente vendió su 
auto para poder comprarse un piano, con el objetivo de retomar aquellas clases de 
música que abandonó años atrás. Si bien confiesa que con esa decisión perdió la 
independencia que en términos de movilidad le ofrecía el auto y la posibilidad de 
realizar salidas de fin de semana con su hija, no se arrepiente del paso dado. Esa 
decisión es enmarcada en una búsqueda personal y reflexiva que le ofrece la conexión 
con la música: “En donde termino desembarcando es en qué quiero hacer con mi 
vida”, reflexiona. “Algo que me vengo replanteando hace un tiempo es que no puede 
ser que solo tenga una búsqueda material de vida; entonces, desde ahí empecé a 
pensar el tema del laburo más espiritual interno y la música me vino como anillo al 
dedo”, completa Máximo, para destacar la importancia de esa conexión personal con 
la música. 
Sin embargo, el vínculo con la música no solo asume una dimensión individual e 
introspectiva en su vida, también se asocia con otra práctica cultural que en los últimos 
años lo ha conectado con un nuevo círculo de sociabilidades y lo ha ayudado a 
sobrepasar el momento crítico que significó para él su separación. Es que Máximo, 
además de escuchar tango, lo baila y asiste regularmente a la milonga. Así describe 
este acercamiento a la milonga: 
 
“Yo me separo a los 23 o 24 años de la mamá de mi hija, y estaba medio perdido 
en la vida, una de tantas, y estaba laburando en el banco, pero con mis 
compañeros de laburo pego mucha relación con uno que hoy es mi mejor amigo, y 
empezamos a compartir gustos musicales, y en ese momento me hace escuchar 
una orquesta que es La Chicana; yo no la conocía y me gusta, me empieza a 
gustar bastante, la empiezo a seguir, y un día eso se me conecta con todo un 
recuerdo de la infancia. Tengo un abuelo bandoneonista, que le encanta el tango, 
mi recuerdo de chico es con el tango de fondo sonando en un disco, mi abuelo 
todas las tardes tocando debajo de la parra que aún hoy lo sigue haciendo… y 
empecé a reconectar con todo eso. Ahí fue cuando se me ocurrió decir bueno, 
entre el bajón de la separación, toda esa reconexión musical, dije bueno, tengo 
que hacer algo para sociabilizar un poco, y me recomiendan La Viruta…lo planteo 
en terapia, me dicen «sí, mirá, lo conozco, es un lugar bueno, probalo, te va a 
gustar», y ahí voy a La Viruta a tomar la primera clase de tango. Fui solo, un 
 
108 
 
viernes a la tarde, que no estaba abierta la milonga, era clase nomás, y así 
empecé. A partir de ahí, desdehace varios años, no pasaba una semana que no 
tomara una o varias clases de tango”. 
 
El acercamiento de Máximo a la milonga, su iniciación en el baile, se produce a partir 
del vínculo que entabla con un compañero con el que compartían gustos musicales. 
Dicho vínculo fue el iniciador para que se acercara a ese mundo. Pero esa conexión 
es efectiva en Máximo por dos motivos: en primer lugar porque se articula con una 
experiencia personal sedimentada, la escucha de tango en el seno familiar, que forma 
parte de una sensibilidad incorporada y emotivamente connotada, “todo un recuerdo 
de infancia” que se actualiza; en segundo lugar, esa puerta que se abre hacia el tango 
ocurre en un momento particular de su vida, en un quiebre biográfico provocado por su 
separación de pareja. Esta situación lo conduce a un proceso de redefinición de su 
propia identidad, lo torna receptivo a la recomendación del amigo. De esta manera 
compleja se articulan disposiciones incorporadas a través de la experiencia familiar, 
situaciones biográficas y una sugerencia que llega a través de la sociabilidad laboral, 
sumada al “visto bueno” del terapeuta —que opera como recomendación experta—, 
en el inicio de Máximo en una nueva práctica cultural. Así es que este sujeto conecta 
su pasado sedimentado y produce un giro biográfico al comenzar a bailar tango y a 
asistir regularmente a las milongas porteñas, en un proceso de reconstrucción 
subjetiva que lo inserta en una sociabilidad nueva. 
El acercamiento inicial a una clase de tango, que, como advertimos, es el 
emergente de la interacción entre experiencias personales previas y vínculos sociales 
próximos, dio paso a una vinculación más regular y estable, que transformó el primer 
paso en una pauta de comportamiento regular: “a partir de ahí, desde hace varios 
años, no pasaba una semana que no tomara una clase o varias clases de tango”. 
Esa implicación es experimentada como una transformación personal: “A mí el 
tango me cambió la vida, literalmente porque me permitió sociabilizar un montón, 
poder relacionarme con mucha gente desde un lugar de interés común”. La 
socialización a la que alude Máximo reviste una especificidad que cabe atender: se 
trata de una dimensión que está anclada en la realización de la práctica cultural 
misma, como dimensión habilitante del “baile”, y que le otorga a dicha práctica una 
capacidad de afectación de su propia subjetividad, que la vuelve, más que una 
“excusa para conocer gente”, parte de un trabajo reflexivo sobre el propio yo: 
 
“A mí me gusta decirlo de esta manera: yo, cada vez que tomaba una clase de 
 
109 
 
tango, no sentía que estaba laburando un paso físico de baile, de decir «ah, 
bueno, hago una apertura, o hago un paso adelante, o camino», como movimiento 
físico y nada más. Las clases de baile siempre las vinculé mucho con una cuestión 
hasta de carácter, o sea, laburaba en mí una cuestión de carácter personal. Yo era 
muy tímido, no bailaba ni siquiera; para que te des una idea, no bailaba el carnaval 
carioca en el casamiento. Y sí, el tango me permitió explotar un poco todo eso, 
sigo siendo para algunas cosas pudoroso o tímido, pero sí me abrió un montón la 
cabeza, y poder relacionarme con un montón de gente desde un lugar de interés 
común, eso es lo que no encontraba cuando hacía una carrera universitaria, o en 
el laburo. No encontraba un punto de conexión que no sea laboral o de estudio”. 
 
Máximo encontró un espacio de sociabilidad —y de socialización— que habilitó un tipo 
de sensibilidad compartida, anclada ante todo en el cuerpo, y de trabajo subjetivo, que 
no podía encontrar “en otra parte”, como en el mundo laboral o universitario. En este 
sentido, la práctica tiene una especificidad y remite a unos efectos que la hacen 
irreductible a un tipo de lógica social previa, sea como móvil para la distinción social o 
la identidad de clase. 
En suma, el caso de Máximo es sugerente por varias cuestiones. Pone en 
escena la importancia de los vínculos próximos —su “entorno”— para el acercamiento 
a un objeto cultural. Su iniciación fue posible por la articulación entre este factor y 
elementos biográficos que funcionaron como piso de acogida. Pero, a su vez, el caso 
señaló una dimensión socializadora de la práctica misma —el baile— que condujo a 
un trabajo personal de apertura a nuevos vínculos y de transformación subjetiva. 
Finalmente, construyó una trayectoria en torno a la práctica: “Empecé a bailar, empecé 
a conocer gente, empecé a practicar y a tratar de hacer un pequeño paso fugaz como 
bailarín profesional, tuve varias exhibiciones, muchas horas de ensayo, algunos 
trabajos privados, dar clases”. Máximo concluye: “me gusta milonguear, me gusta ir a 
bailar, me gusta la milonga como ambiente de despojo, de la rutina, y con todo el 
prejuicio del día a día que tiene esta sociedad”. 
 
Las prácticas culturales: sociales, reflexivas e interconectadas 
A continuación, discutimos tres aspectos de la morfología de las prácticas culturales 
contemporáneas que podemos abstraer por inducción analítica a la luz de los casos 
presentados, y que nos permitirán sintetizar las dimensiones clave que caracterizan a 
las prácticas y los consumos culturales en tanto socialmente modelados, reflexivos e 
interconectados. 
El primer aspecto que sobresale en los relatos biográficos de las prácticas y los 
consumos culturales, al interrogar los comienzos del vínculo con un determinado tipo 
 
110 
 
de práctica o consumo, es la importancia de las mediaciones para el acercamiento a 
un objeto cultural. En los casos que hemos reconstruido analíticamente, se advierte el 
lugar clave de los vínculos sociales de proximidad para el acercamiento a objetos 
culturales diferentes. Muchas veces, actúan como instancia que acerca y conecta a la 
persona con un objeto desconocido. En este acercamiento, resulta fundamental la 
presencia de ciertos elementos biográficos o experiencias que funcionan como 
factores de predisposición para que se produzca. Cada caso ha presentado algunos 
de estos elementos: cambios personales vinculados al atravesamiento de una etapa 
difícil, a una situación de aflicción o a una búsqueda personal; la existencia de un 
inculcamiento sedimentado en una etapa o círculo de socialización pasado en torno a 
experiencias afines, etc. Sin embargo, la mediación relacional —la presencia de 
vínculos próximos y significativos— aparece en todos los relatos como un elemento 
clave para que estos elementos se activen. 
La aproximación a un objeto o práctica cultural suele ser mediada por algún 
tipo de sugerencia o recomendación. Al respecto, Papalini y Rizo (2012) identificaron, 
en su trabajo sobre la lectura, tres tipos de recomendaciones: interpersonal, comercial 
y experta. En nuestro análisis, encontramos imbricaciones y combinaciones múltiples 
de estos diferentes tipos de recomendación. Los vínculos sociales que acercan a las 
personas a los objetos no solo son del orden interpersonal, sino que en la mayoría de 
los casos también se constituyen a partir del acercamiento en simultáneo con 
recomendaciones expertas y/o comerciales. Así, por ejemplo, Magalí forma parte de 
una comunidad de “expertos en formación”, por lo que las recomendaciones son tanto 
interpersonales como expertas en su caso; Oscar se acerca a la murga a partir de 
vínculos personales próximos, pero en su trayectoria guarda un lugar de atención a las 
recomendaciones en circuitos comerciales como la radio; Susana, por su parte, 
articula los tres órdenes: vínculos interpersonales en torno a la circulación de lecturas 
(con su compañera de trabajo o su pareja), junto con el seguimiento sistemático de 
una columna radial experta y/o comercial; Máximo, al acercarse a la milonga, también 
combina referencias personales (un amigo del trabajo, que resuena en experiencias 
familiares) y una recomendación experta (el psicólogo). 
En suma,más allá de estas acentuaciones diferenciales, los casos muestran 
que la experiencia de prácticas y consumos culturales es inducida, orientada y 
aprendida en la interacción social, en marcos sociales concretos: no se reduce a una 
elección individual que brota de un cálculo racional o de una disposición incorporada 
 
111 
 
previamente. Parafraseando a Becker (2009: 71), cabe decir que las motivaciones 
para el consumo no se remiten a una disposición anterior, sino que se desarrollan en 
la práctica, ya que el gusto “se adquiere socialmente”. En este sentido, sin negar la 
existencia de una estructuración social de las elecciones individuales, nuestro análisis 
y propuesta se distancian de los estudios de consumos culturales que enfatizan las 
disposiciones o predisposiciones como estados anteriores a la práctica cultural, 
explicados ya sea por la posición social o el conjunto de los capitales acumulados. 
Argumentamos que las mediaciones observadas contribuyen a obtener una 
comprensión más profunda de los mecanismos que conducen a que las afinidades se 
conviertan en prácticas culturales8. 
Un segundo aspecto que interesa destacar de las prácticas culturales es el 
carácter específico de sus efectos subjetivos. Una vez que el acercamiento a los 
objetos culturales se ha producido y se estabiliza una cierta rutina, los casos muestran 
que la práctica cultural “habilita” procesos subjetivos específicos, encarnados en las 
situaciones de consumo concretas (ir al teatro, recorrer una muestra, disfrutar en 
pareja de la lectura, “encerrarse” a ejecutar un instrumento, etc.). En este sentido, 
estos efectos son irreductibles a un mecanismo social generalizado, puesto que son 
efectos subjetivos diversos que se producen en y con las condiciones y circunstancias 
de los practicantes culturales. 
Los efectos subjetivos que registramos en los relatos se comprenden de 
manera insuficiente con teorías como la bourdiana, que postula la búsqueda de 
distinción como lógica omnipresente en el consumo cultural. En los relatos de los 
entrevistados, se destacan las sensaciones de placer y de disfrute, así como los 
registros de satisfacción en torno del cultivo de sí y del trabajo sobre la propia 
sensibilidad o intelección, lo cual nos remite a las miradas de Hennion y Benzecry, 
entre otros. Sin embargo, no basta con “unir la importancia de la reflexividad con la de 
las industrias culturales” (Martuccelli, 2007: 426). A su vez, es preciso indagar con 
mayor rigor “las diferentes formas de reflexividad inducidas por los diversos medios 
simbólicos” (Martuccelli, 2007: 426). 
En tercer lugar, se destaca el carácter plural de los consumos, que compone a 
través de afinidades electivas una suerte de mosaico de gustos, prácticas y consumos 
compartidos, más o menos plenamente, con una red de vínculos sociales. El 
compromiso con un objeto cultural específico no excluye sino que, en la experiencia 
más típica, se complementa con otras prácticas culturales, configurando un cierto 
 
112 
 
repertorio que guarda relaciones de afinidad. Incluso en aquellos casos que presentan 
perfiles de un involucramiento más intenso con determinadas prácticas (como Máximo 
con el tango o Susana con la lectura), coexisten y se articulan con otras prácticas y 
consumos culturales (música, cine, teatro). En otras palabras: los relatos muestran la 
presencia de perfiles de gusto que abarcan diversas prácticas culturales, construidas 
en torno a afinidades electivas. 
Estas afinidades están basadas, muchas veces, como ya señalamos, en las 
redes de sociabilidad de las cuales se participa. En otros casos, las afinidades se 
basan en la complementariedad de las prácticas culturales realizadas, en relación a 
los efectos que estas promueven en la vida de las personas. El caso de Máximo ilustra 
este mecanismo: él escucha y ejecuta música como parte de una práctica reflexiva 
solitaria y de introspección personal; pero, a la vez, el participar del ámbito social de la 
milonga lo conecta con un trabajo reflexivo de otro tipo, ligado a la extroversión y a la 
sociabilidad. En su trayectoria, la música y el baile se complementan mutuamente 
como técnicas reflexivas que él encuentra en el plano de la cultura y que no halla en 
otra dimensión de su vida. 
Asimismo, una cuestión a observar es que la realización de muchos de los 
consumos culturales cotidianos tiene lugar en simultáneo con el desarrollo de otras 
actividades (escuchar música, radio o televisión mientras se limpia, se trabaja o se 
llevan a cabo diversas actividades cotidianas, por ejemplo). Esto conduce a iluminar 
otro aspecto de muchas de las prácticas culturales contemporáneas, que es su 
realización en conexión con diversas escenas sociales cotidianas. Se trata de un modo 
de consumo habilitado en parte por un cambio de los dispositivos —un proceso que 
Duek (2015) describe como “miniaturización”— que permite la ubicuidad de las 
experiencias. En este punto, y en línea con planteos como el de Amar (2011), se 
observa un uso intensivo de los “tiempos muertos” entre el trabajo, el hogar y las 
rutinas cotidianas, habilitado y mediado por las tecnologías9. 
En este cuadro, por ejemplo, el uso de las redes sociales o la escucha de radio 
aparece en muchos casos como un medio de acercamiento a diversas ofertas 
culturales (acceso a nuevos contenidos musicales, a lecturas, a la cartelera de cine o a 
nuevas series televisivas, etc.). Es este un consumo ubicuo que “conecta 
experiencias” diversas ligadas a consumos literarios, a contenidos audiovisuales o 
musicales, que serán realizados posteriormente en ámbitos circunscriptos. En esta 
línea, los testimonios muestran recurrentemente, por ejemplo, que se escucha radio en 
 
113 
 
el marco de la rutina laboral (que muchas veces impide otro tipo de consumo) o en los 
tiempos que surgen de la movilidad trabajo-casa, y que esa experiencia interactúa o 
conecta con otras que forman parte de las “salidas” o el “tiempo libre”. Retomando el 
testimonio de Oscar, él ofrece un ejemplo elocuente de esta lógica interactiva. En su 
caso la radio —además de constituirse en una experiencia cultural en sí misma— está 
mediando otras experiencias culturales y conectándolas entre sí. Oscar explica que se 
inicia en la lectura —una práctica inhabitual en él— a partir de una recomendación en 
la radio, un medio que consumía habitualmente mientras conducía un taxi. A su vez, lo 
hace a partir de recuperar y conferirle legitimidad a las palabras que provienen no de 
un escritor, sino de una figura de la danza (y símbolo de la alta cultura) como el 
bailarín clásico Julio Bocca. Por último, lo que termina leyendo Oscar, sugestivamente, 
es un libro sobre la vida de un músico —Keith Richards, guitarrista de los Rollings 
Stones— que conecta con su gusto musical y lo informa. El ejemplo muestra que las 
experiencias de consumo involucran prácticas diversas, como la lectura y la escucha 
que, más que oponerse en virtud de opciones excluyentes, se potencian mutuamente. 
El caso, lejos de ser una excepción, ilumina una pauta de consumo regular en torno a 
la interconexión de experiencias en repertorios de consumo cultural. 
 
Reflexiones finales. Las prácticas culturales en perfiles de gusto plurales 
Del análisis de estas experiencias de consumo se destaca, como tendencia 
sociocultural, la emergencia de perfiles de gusto cultural plurales. La reconstrucción de 
las biografías culturales destaca un rasgo recurrente: las personas asisten a escenas 
concretas (teatro, murga, milonga, etc.) o modelan prácticas que ejercitan con 
determinada regularidad o compromiso (la escucha musical, la lectura, etc.) que, sin 
embargo, se conectan y hacen interactuar de modos variables con otros consumos 
culturales más ocasionales o difusos. La experiencia cultural de estas personas se 
construye en esa complejidad, que por ello cabe ser captada cualitativamentey 
constituirse en objeto de tematización. Es a través de estas experiencias, en suma, 
que se delinean perfiles de gusto internamente plurales y heterogéneos entre sí (esto 
es: divergentes en relación a personas que, sin embargo, tienen “posiciones sociales” 
próximas), como señala, por ejemplo, el análisis de Lahire (2004b). En este sentido, 
las mediaciones no se conciben como causas externas sino como factores que 
permiten comprender e interpretar la génesis y las condiciones de posibilidad de las 
prácticas. 
 
114 
 
En un plano general, la exploración de las biografías culturales que aquí hemos 
abordado nos permite señalar la prevalencia de un modo de consumo cultural 
contemporáneo, signado por la “fragmentación de las audiencias” (García Canclini 
2009 y Duek, 2015). Otro modo de concebir este proceso, desde una mirada menos 
atada a la comparación con un modelo declinante y enunciándolo en cambio de modo 
positivo, sería el siguiente: el tránsito por diversas experiencias, dispositivos técnicos y 
círculos de sociabilidad, parece tener como efecto, paradójicamente, la singularización 
de las trayectorias culturales10. De esta manera, hemos buscado reponer la 
especificidad de la experiencia del consumo cultural desde una mirada cualitativa que 
reconstruye las prácticas de los sujetos en sus contextos sociales. Pero, a la vez, se lo 
ha hecho recuperando al practicante como base de la experiencia y como eje a partir 
del cual construir el análisis biográfico. Este movimiento nos permitió visibilizar la 
pluralidad de perfiles de gusto cultural contemporáneos, a la vez que nos llevó a 
plantear un cierto desafío: la necesidad de avanzar en la comprensión de los procesos 
—y la descripción de los rasgos— que componen estos repertorios culturales. 
 
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Notas 
1
 Los autores agradecen la lectura y sugerencias de María Graciela Rodríguez, así como los 
comentarios de dos evaluadores anónimos provistos por Astrolabio. 
2
 Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación “Afinidades electivas: consumos 
culturales, hábitos informativos e identidades políticas” (2016-2017), dirigido por Marina 
Moguillansky y financiado por CONICET con sede en IDAES-UNSAM. 
3
 Sostenemos que los informes que se han elaborado para presentar los datos de las 
Encuestas de consumos culturales son descriptivos e insuficientes para explorar en 
profundidad las elecciones, las configuraciones y las relaciones sociales que sostienen esos 
consumos. Resultaría deseable —y hasta ahora no se ha producido— una apropiación 
académica de estas riquísimas fuentes de datos. En parte, la forma de presentación de las 
bases de datos y la falta de mecanismos claros para acceder a ellas conspiran contra sus usos. 
4
 Puede consultarse un extenso recorrido por los estudios de consumos culturales realizados 
en las últimas décadas en Argentina en el libro compilado por Grillo, Papalini y Benítez Larghi 
(2016). 
5
 Algunas miradas que, por el contrario, exploran combinaciones de prácticas y consumos 
culturales, se expresan en los trabajos de Rodríguez (2010, 2015) quien indaga la construcción 
de un estilo de vida por parte de los mensajeros en moto, y en los trabajos de Arizaga (2004, 
2017) sobre prácticas y gustos de sujetos de clase media alta que viven en barrios cerrados o 
countries. En estos casos, si bien se observa una diversidadde prácticas culturales y sus 
combinaciones, el recorte aparece por el lado del tipo de sujeto investigado, que responde a un 
 
117 
 
 
perfil específico. En contraste, en este trabajo hemos buscado seleccionar a sujetos que 
presentan rasgos sociodemográficos heterogéneos. 
6
 Realizamos 25 entrevistas a hombres y mujeres de entre 22 y 67 años de edad, residentes 
urbanos (la mayoría de ellos en CABA y alrededores, pero también residentes de Villa Gesell, 
Bragado y City Bell). A través del muestreo teórico, buscamos variar los perfiles 
socioeconómicos, las ocupaciones, el lugar de residencia, el posicionamiento político y el tipo 
de prácticas culturales preferidas. Las entrevistas fueron realizadas, en su mayoría, entre julio y 
septiembre de 2016; luego se hicieron nuevas entrevistas entre abril y julio de 2017, según los 
perfiles requeridos por el muestreo teórico. Participaron en el trabajo de campo, además de los 
autores del artículo: Melina Fischer, Hugo Moscatelli, Noelia Arillo, Aimé Pansera, Guillermo 
Rodríguez y Pablo Salas. 
7
 El recitador de la murga es quien tiene a su cargo pronunciar un discurso —el “recitado”— 
que suele tener un carácter polémico, de crítica y denuncia social, vinculado con problemas de 
la actualidad o con cuestiones históricas. El presentador (rol que en ocasiones coincide con el 
del recitador) abre el espectáculo de la murga con un largo recitado, se ocupa de anunciar la 
llegada de la murga y a veces también anuncia su retirada. Tanto el presentador como el 
recitador son figuras que provienen de la formación de las orquestas típicas de tango, pasando 
luego a la murga. 
8
 En este sentido, estas mediaciones no se conciben como “causales” sino como factores 
explicativos en la comprensión de las prácticas. En este punto retomamos una observación 
crítica de Sassatelli en torno a considerar al habitus como mecanismo unívoco de tipo causal, 
explicativo de las prácticas sociales: “[…] el habitus aun siendo un mecanismo creativo que 
genera comportamientos bastante imprevisibles y a la vez limitados en su diversidad (Mc Nay, 
1999), suele ser definido como un mecanismo causal, completo en sí mismo y estable, que 
produce la acción. Las ventajas de un enfoque capaz de poner de resalto que los bienes son a 
un tiempo indicadores e instrumentos, puesto que promueven el autorreconocimiento y la 
creación de vínculos con aquellos que comparten el mismo punto de vista […], resultan pues 
debilitadas cuando Bourdieu insiste en adoptar una lógica argumentativa unidireccional” 
(Sassatelli, 2012:138). 
9
 En buena medida, por estas razones, la división entre “trabajo” y “hogar” como oposición 
otrora estructurante de los límites entre la esfera de la producción y la esfera del ocio, el 
consumo y las prácticas culturales, tiende a difuminarse. 
10
 En este sentido, conforme a la observación de Simmel (1939: 18), “cuanto más variados 
sean los círculos de intereses que en nosotros confluyen, más conciencia tendremos de la 
unidad del yo”. Ello se deriva, siguiendo a Simmel, del hecho de que cuanto más se acrecienta 
el número de círculos de sociabilidad por los que transita una persona, resulta menos probable 
que otras presenten la misma combinación de grupos, y que los diversos círculos se 
entrecrucen en un mismo punto. 
 
 
Fecha de recepción: 16 de septiembre de 2017. Fecha de aceptación: 14 de 
noviembre de 2017.

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