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59PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado |
Vol. XXIX / Nº 3 septiembre-diciembre 2015 / 59-86
* Sociólogo y magíster en Sociología, Pontiicia Universidad Católica de Chile (PUC). Magíster en Filoso-
fía, Universidad de Chile. Profesor, Instituto de Sociología PUC. Correo electrónico: ptbeytia@uc.cl. El 
autor agradece los valiosos comentarios del profesor Mariano Rojas a una versión inicial de este artículo.
El potencial político de la felicidad: fundamentos 
científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía*
Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile
RESUMEN
Este artículo explora la posibilidad de utilizar los hallazgos cientíicos sobre la 
felicidad en las políticas públicas. Parte discutiendo los fundamentos conceptuales, 
epistemológicos y metodológicos de la emergente ciencia de la felicidad, para luego 
proponer una forma especíica de aplicación política de estos descubrimientos 
cientíicos. Posteriormente, se argumenta que es deseable que los Estados nacionales 
consideren la felicidad de la población en la orientación de sus políticas públicas, 
ya que ello permite redeinir democráticamente el progreso social y establecer una 
mediación entre los polos tradicionales de conducción política.
Palabras clave
Política pública, políticas de felicidad, bienestar subjetivo, indicadores sociales, 
progreso social
The political potential of happiness: Scientific and governmental 
grounds for application
ABSTRACT
his article explores the possibility of using scientiic indings on happiness in public 
policies. It begins by discussing the conceptual, epistemological and methodolo-
gical foundations of the science of happiness, and then proposes a speciic form 
of political application of these scientiic discoveries. Subsequently it is argued 
that it is desirable that national States consider the happiness of the population in 
the orientation of their public policies: this allows redeining the social progress 
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Pablo Beytía
democratically and establishing mediation between the traditional opposite sides 
of political action.
Keywords
Public policy, happiness policies, subjective well-being, social indicators, social 
progress
Introducción
En 1972, el entonces joven rey de Bután airmó que quería guiar las políticas pú-
blicas de su gobierno por el objetivo de maximizar la felicidad de la población. En 
evidente insatisfacción con la evaluación del progreso social a través del Producto 
Interno Bruto (PIB), propuso diseñar un nuevo indicador de bienestar llamado 
Felicidad Interna Bruta (FIB) o Felicidad Nacional Bruta (FNB) (Ura et al., 2012; 
Wonacott, 2008; Zurick, 2006). Si bien esta idea empezó a popularizarse en la 
década de 1980, hasta hace poco no era más que el símbolo de una rareza política: 
Bután era el único país del mundo que había convertido la felicidad en su estrategia 
de desarrollo. Pero esta propuesta tuvo efectos sociales difíciles de prever: el país 
no solamente empezó a igurar entre aquellos con mayores niveles de felicidad del 
mundo, sino que, entre 1985 y 2004, su esperanza de vida subió de 48 a 66 años, 
su mortalidad infantil bajó de 142 a 66 muertes por cada mil niños nacidos vivos 
y su nivel de alfabetización subió de 23% a 54% (Mazurkevich, 2004). Por si fuera 
poco, entre 2000 y 2012 el PIB per cápita de la nación se duplicó (ONU, 2014), 
demostrando que la priorización política del bienestar subjetivo no está asociada 
negativamente con el desarrollo económico.
La idea política implementada en Bután no es particularmente novedosa. Las 
culturas orientales y occidentales han dado gran relevancia a la felicidad, al menos 
desde el siglo V a. C –como demuestran los escritos de Confucio y Demócrito. Solo 
un siglo después, Aristóteles (1988 y 2007) enlazó este concepto con la política y 
luego la Ilustración –principalmente a través de Jeremy Bentham (1891 y 2000) y 
la ilosofía utilitarista (Mill, 1991)– lo convirtió en un principio de bienestar social. 
Sin embargo, el proceso butanés añadió algo particular: la aplicación guberna-
mental de este objetivo a todas las medidas públicas, evaluando su cumplimiento 
con metodologías cientíicas. En efecto: recolectando datos empíricos (más de mil 
encuestas a hogares), el gobierno de Bután aterriza actualmente este objetivo en 
indicadores cuantitativos, que luego pueden ser analizados y evaluados por espe-
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cialistas en políticas públicas. Quizás ello explique el extenso nivel de atención 
que ha tenido este modelo gubernamental en los últimos años.
Lo que hace cuatro décadas era una rareza política, en la última década se 
ha ido transformando en un fenómeno extenso, que hoy hunde sus raíces en 
diversos Estados y organismos internacionales. Después de la Declaración de 
Estambul,1 en 2007, el Banco Mundial, las Naciones Unidas y la OCDE se han 
comprometido en la inclusión de la felicidad como indicador de progreso social, 
mientras que Francia, Inglaterra, Canadá y algunas provincias chinas han hecho 
esfuerzos importantes para medir el bienestar subjetivo y aplicarlo a sus políticas 
públicas. En Chile, por su parte, el interés político en la felicidad fue conirmado 
por la inclusión de una pregunta sobre satisfacción con la vida en la Encuesta 
de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen 2011), y por el Informe de 
Desarrollo Humano efectuado el año siguiente: Bienestar subjetivo: el desafío de 
repensar el desarrollo (PNUD, 2012). 
Al mismo tiempo, la felicidad ha empezado a tener un inusitado interés ciu-
dadano que traspasa las fronteras geográicas y culturales. Si en 1990 se publica-
ban cerca de 1.200 artículos vinculados a la felicidad en revistas y periódicos de 
habla hispana, inglesa y francesa, en los últimos años ese número ha superado los 
26.000 (Beytía y Calvo, 2011). Entre estas publicaciones, cerca de 4.400 hacen 
referencia tanto a la felicidad como a la política, cifra que es 11 veces mayor que 
la constatada en 1990.
Este interés político y ciudadano se explica, en parte, por la creciente investiga-
ción y divulgación cientíica sobre el tema. La literatura sobre la felicidad ya existía 
en la década de 1930 (Watson, 1930; Symonds, 1937), tendencia que dio origen 
a algunos relevantes estudios psicológicos (Cantril, 1965). En la década de 1970, 
esta temática tuvo un gran impulso desde la economía (Easterlin, 1974), y hoy ha 
ido creciendo exponencialmente en diversas disciplinas, situación vinculada con la 
progresiva divulgación de valores posmaterialistas (Inglehart, 1977). Actualmente, 
este campo de estudio es un fértil terreno interdisciplinario, que vincula investiga-
ciones ilosóicas, neurológicas, psicológicas, sociológicas y económicas, al menos. 
En los últimos años, diversas organizaciones políticas y cientíicos de todo el 
mundo han propuesto reformas al modelo de desarrollo social basado en el PIB 
(PNUD, 1990; Sen, 2000; he Social Progress Imperative, 2015). Algunos de estos 
actores han sugerido la utilización de medidas de bienestar subjetivo para evaluar 
progreso social (Stiglitz, Sen y Fitoussi, 2009; he New Economics Foundation, 
1 Hito que dio inicio formal al compromiso de algunas organizaciones internacionales por modiicar los 
indicadores de progreso social.
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2012). Sin embargo, no ha sido habitual que se indague en los procedimientos 
concretos para aplicar estos indicadores en las políticas públicas. En este artículo 
se intenta fundamentar sintéticamente el desarrollo de la ciencia de la felicidad, y 
se indaga en cómo sería adecuada la aplicación política de estos descubrimientos 
cientíicos. Adicionalmente, se desarrolla la tesis de que es deseable que los Esta-
dos nacionales considerenla felicidad de su población como uno de los factores 
relevantes en la orientación de sus políticas públicas.
Hacer ciencia sobre la felicidad
Antes de evaluar el enlace entre la felicidad y las políticas públicas, es prudente 
problematizar la posibilidad de hacer ciencia sobre la felicidad, mostrando también 
sus límites. El estudio social de fenómenos subjetivos tiene especiales diicultades 
epistemológicas, las cuales se multiplican al investigar la felicidad, por existir allí, 
en primer lugar, sobreabundancia de referencias conceptuales y, por otra parte, 
un proceso semántico que ha transformado dicho concepto en un símbolo mo-
derno de autorreferencia individual con escasas posibilidades de comunicación 
(Mascareño, 2006). En esta sección se desarrollarán algunas claves para abordar 
la investigación cientíica de la felicidad.
Aspectos semánticos y conceptuales
Según el ilósofo polaco Władysław Tatarkiewicz, “la exigencia lingüística más 
importante de la ciencia es […] que a un concepto le corresponda una sola repre-
sentación” (1994, p. 34). Este es un problema de peso en el caso de la felicidad, ya 
que este concepto está sometido a una extensa lista de usos y deiniciones. Podemos 
analizar la semántica de la felicidad en dos ámbitos: el empleo de la palabra en la 
vida cotidiana y su deinición precisa en la literatura. 
En cuanto al empleo cotidiano de la palabra, en el mundo occidental se identiican 
algunas fuentes de equivocidad lingüística. En el siglo XVIII, existían dos conceptos 
diferenciales en francés y alemán que hoy parecen indistintos (Tatarkiewicz, 1994). 
Para hablar de la representación de una experiencia particular, en francés se utilizaba 
felicité y en alemán Glückseligkeit; este concepto tiene una larga carrera histórica 
y diversos sinónimos, como ‘satisfacción’, ‘goce’ o ‘entusiasmo’. En cambio, para 
referirse a una evaluación global de la vida, en francés se aplicaba bonheur y en 
alemán Glück. Este último concepto, a diferencia del anterior, no tiene sinónimos 
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precisos (solo puede equipararse con frases, como “contento con el conjunto de 
la vida”). En opinión de Tatarkiewicz (1994), únicamente esta última acepción 
podría ser entendida como un objetivo global de la vida, ya que la satisfacción en 
experiencias particulares es por deinición efímera. Sin embargo, desde el siglo XIX 
ambos conceptos se empezaron a utilizar indistintamente en el habla cotidiana, 
lo que hoy genera grandes confusiones. Añadido a ello, actualmente las lenguas 
eslavas y el alemán –no así el latín y el francés– utilizan la palabra felicidad como 
sinónimo de ‘suerte’ o ‘éxito’, lo que recuerda la utilización popular del concepto 
en la época homérica de la Grecia antigua (Kesebir y Diener, 2008).
En la literatura especializada se agrava el problema, ya que casi se pueden en-
contrar tantas deiniciones de felicidad como ilósofos de peso. Platón, por ejemplo, 
deine la felicidad como el “goce asegurado de lo que es bueno y bello” (1999, p. 
80); Aristóteles (2007), como vivir y obrar conforme a la virtud; Epicuro (1999), 
como goce y satisfacción de los deseos humanos. La buena noticia es que todos 
los ilósofos griegos concordaron en algo: se trataba del mayor bien alcanzable por 
los hombres. El problema es que diieren en la elección de dicho bien (Aristóteles, 
2007; Tatarkiewicz, 1994). 
Posteriormente, los ilósofos cristianos de la Edad Media llamaron beatitudo 
a este bien supremo y lo relacionaron con la vida eterna, utilizando felicitas como 
un concepto terrenal tocante a las actividades pasajeras (Tatarkiewicz, 1994). 
Esta divinización de la plena felicidad (como beatitudo) fue contrarrestada por 
la Ilustración, que volvió a secularizar el concepto y lo trató como una utilidad 
subjetiva derivada del placer individual (Mascareño, 2006), logrando una mayor 
cercanía con la posición subjetivista y hedonista que respectivamente defendieron 
Demócrito y Epicuro. 
Hoy en día las deiniciones se han multiplicado y diieren tanto en el signii-
cado de la felicidad como en la forma propuesta de alcanzarla. Por ejemplo, en 
cuanto a su signiicado, Bentham deine la felicidad como ‘la suma de placeres 
y dolores’, mientras que Schopenhauer la reduce a la ‘abstinencia de miseria’ 
(Glatzer, 2000). Si estudiamos la forma de alcanzar la felicidad esto se vuelve 
aun más caótico: con virtud y esfuerzo, diría Aristóteles; salud y conocimiento, 
apuntó Tales de Mileto; tranquilidad y trabajo, propuso homas Jeferson; José 
Martí y Georg Simmel plantearon la importancia de la independencia indivi-
dual; Auguste Comte enfatizó el poder de la ciencia, la tecnología y la libertad; 
Gustave Flaubert subrayó el valor de la salud y del egoísmo, pero para él lo único 
indispensable era la estupidez.
A partir de este complejo contexto semántico, la ciencia de la felicidad puede, 
no obstante, encontrar algunas bases conceptuales mínimas:
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1) Aceptar la subjetividad del fenómeno: como bien ha notado Julián Marías 
(1966), la felicidad es un fenómeno único, tanto por su personal signiicado como 
por su individual forma de obtención. Cada persona podría tener una deinición 
propia sobre la felicidad y una manera especial de adquirir este bien preciado. 
Tal escenario deja dos opciones para la ciencia: a) intentar discutir las diferentes 
acepciones y lograr una postura conciliadora; b) aceptar esta subjetividad y dei-
nir cómo la ciencia podría hablar agregadamente sobre un fenómeno subjetivo. 
Esta segunda alternativa me parece más realista y promisoria, aunque conlleva 
el desafío –aparentemente paradójico– de investigar objetivamente un fenómeno 
subjetivo. Un elemento que permite escapar de esta paradoja es la conciencia de que 
al momento de investigar nos situamos en un nivel más amplio de observación, en 
donde se acepta que la subjetivad es también una experiencia objetivamente acep-
tada (Bourdieu, 2008). Por otra parte, resulta útil aclarar que detrás del conlicto 
sobre el contenido o signiicado de la felicidad existe la posibilidad de un acuerdo 
formal: la felicidad es subjetiva y única. Aparentemente, la única forma de lograr 
una representación general y objetiva de este concepto es deiniéndolo justamen-
te por su particularidad y subjetividad. Desde este punto de vista, la ciencia de 
la felicidad no podría basarse en una deinición que dijera ‘la felicidad es esto’ 
(referencia ontológica), sino en un concepto que utilizara la lógica: ‘la felicidad es 
algo que cada quien deine’ (referencia operativa o formal).
2) Aceptar su asociación positiva: a pesar de que la subjetividad es un aspecto 
clave para lograr la universalidad de esta deinición, hay que decir algo más acerca 
de la felicidad para que ella no se convierta en un concepto vacío. Sin delinear 
estrictamente lo que la felicidad es, ni cómo llegar a ella, podemos decir que todas 
las deiniciones y semánticas cotidianas relacionan el concepto con algo preciado 
para la vida. Se trata de un objetivo personalmente anhelado o el ‘mayor bien 
alcanzable por los hombres’. En nuestra época todavía podemos aprender de las 
antiguas disputas griegas: lo universal de este concepto es su valoración positiva, 
mientras cada persona evalúa (aspecto cognitivo) y siente (aspecto afectivo) lo que 
la felicidad representa en detalle para ella. 
3) Optar por la evaluación global de la vida: una práctica muy necesaria para 
realizar ciencia sobre la felicidad es diferenciar tipos de ‘bienes subjetivos y positi-
vos’. Por un lado, es apropiado distinguirlos según su amplitud vital: ¿afectan estos 
bienes alguna dimensión especíica de la vida –familia, amistad, trabajo, tiempo 
libre u otra similar– o la vida como un todo? Por otra parte, resulta adecuado 
diferenciarlos a partir de su extensión temporal: ¿reierena experiencias pasajeras 
o duraderas? En base a esos dos ejes, Ruut Veenhoven (2008) distingue cuatro 
tipos de goces subjetivos:
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Tabla N° 1. Tipos de goces subjetivos
Pasajero Duradero
Aspectos específicos de la vida Satisfacción instantánea o placer Satisfacción en dominios de vida
La vida como un todo Experiencia cúlmine
Satisfacción con la vida 
(Felicidad)
Fuente: Veenhoven (2008).
Esta clasiicación me parece útil, porque ayuda a combatir un problema semán-
tico y otro empírico. Desde el punto de vista semántico, distinguir la amplitud 
vital y la extensión temporal permite separar las dos utilizaciones cotidianas del 
concepto de felicidad que se hicieron indistintas en el siglo XIX: la referida a una 
experiencia parcelada o singular (que en esta clasiicación agrupa la satisfacción 
instantánea, en dominios especíicos de la vida y las experiencias cúlmines) y la 
referida a la apreciación global y duradera de la vida (distinguida aquí como felici-
dad). Siguiendo a Tatarkiewicz, solo esta segunda acepción podría tomarse como 
objetivo general para la vida, ya que las experiencias pasajeras son por deinición 
efímeras y la satisfacción de un dominio parcelado (por ejemplo, la familia o el 
trabajo) no tiene como referencia la vida en su conjunto. 
Por otra parte, la distinción temporal de estos cuatro tipos de ‘bienes subjetivos 
y positivos’ permite resolver un problema empírico. Tal como han demostrado Da-
niel Kahneman y Alan Krueger (2006), las experiencias de satisfacción en tiempo 
presente diieren importantemente del recuerdo que tenemos de esas experiencias 
en el futuro. Por ello, si no distinguimos temporalmente el objeto de estudio mez-
claríamos ‘dos tipos de felicidades’: la del presente que experimenta y la anclada en 
la memoria. En esta situación, la clasiicación de Veenhoven reduce el espacio para 
la confusión empírica, ya que diferencia claramente la satisfacción pasajera (única 
dimensión que podría ser analizada en tiempo presente), de los tipos de bienestar 
duraderos y que, por lo mismo, solo podrían ser evaluados a partir del recuerdo. 
En otras palabras, esta distinción nos obliga a diferenciar la felicidad de los goces 
pasajeros, ya que ambos fenómenos funcionan empíricamente de manera diversa.
En síntesis, debido a motivos epistemológicos, semánticos y empíricos, creo 
que lo más adecuado para la ciencia es deinir la felicidad formalmente, aludiendo 
a su subjetividad, positividad y referencia total con la vida, la cual es evaluada a 
partir del recuerdo. Asumiendo esta perspectiva, la felicidad podría entenderse 
operativamente como el grado en que una persona aprecia la totalidad de su vida 
de forma positiva.
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Principios epistemológicos
La deinición señalada permite unir, en un enunciado formal y operativo para el 
desarrollo cientíico, los diversos contenidos que tiene la felicidad para quienes 
la experimentan, sin sugerir tampoco una manera determinada de obtenerla. Sin 
embargo, al estudiar un fenómeno subjetivo el cientíico se encuentra inmediata-
mente con otra diicultad: no puede aplicar una observación directa a su objeto de 
estudio, por lo cual tiene que recurrir, inevitablemente, a la observación de decla-
raciones personales (observación de segundo orden). Con avances neurológicos, los 
cientíicos han llegado a identiicar patrones cerebrales que se correlacionan con 
las emociones positivas, pero estos impulsos electromagnéticos –al igual que una 
sonrisa o una carcajada– no son equivalentes a un pensamiento, un sentimiento 
o un estado de felicidad.2 Todavía no es posible observar las cogitaciones de otra 
persona, y menos aún estudiar grandes poblaciones humanas con este tipo de 
métodos. Esto signiica que, a nivel social, actualmente solo puede investigarse la 
felicidad utilizando ‘individualismo metodológico’, es decir, suponiendo que la 
observación social del fenómeno puede descubrirse a través de datos estrictamente 
individuales, habitualmente recolectados en encuestas. 
Este escenario necesita una aclaración teórica. Las ciencias sociales llevan mu-
chos años promoviendo objetos de estudio colectivos, ya sea acción social (Max 
Weber, Georg Simmel y Jürgen Habermas), hecho social (Émile Durkheim), inte-
racción (George H. Mead y Erving Gofman), comunicación (Niklas Luhmann) o 
relación entre posiciones sociales (Karl Marx y Pierre Bourdieu). Las metodologías 
de encuestas, en cambio, se basan en declaraciones individuales que el cientíico 
utiliza como datos sobre la sociedad. Sin embargo, este tipo de declaraciones, al ser 
observadas de manera agregada, generan patrones sociales observables que pueden 
considerarse como hechos colectivos. Tal como descubrió Durkheim (1982) en 
su famoso estudio sobre el suicidio: las metodologías con datos individuales no 
son necesariamente contrarias a la fusión sinérgica del mundo social, es decir, a 
explicaciones que trasciendan la mera suma de características individuales.
Por otra parte, hay que profundizar en el hecho de que el investigador de la 
felicidad deba conformarse con una observación de segundo orden, mediada por 
declaraciones simbólicas (ya sean verbales o no). En esta situación, el cientíico debe 
aceptar que siempre el error, la locura o la mentira podrían afectar la correspondencia 
entre lo declarado y lo efectivamente experimentado por las personas. Sin embargo, 
2 Esto jugaría a favor de un acercamiento neurofenomenológico que enlace observación biológica y des-
cripción lingüística (Varela y Shear, 2005). 
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estos riesgos de la mediación simbólica no invalidan el acercamiento cientíico a 
la felicidad. Frecuentemente se olvida que las ciencias de fenómenos materiales 
tampoco observan directamente su objeto de estudio, sino que de manera me-
diada –por ejemplo, a través de ondas de luz captables por el nervio óptico. En 
palabras de Bertrand Russell, decir que uno observa directamente algo que puede 
visualizar “no es más correcto que lo que sería la airmación de que una pared de 
vuestro jardín os ha golpeado, porque habéis recibido el golpe de rebote de una 
pelota lanzada contra dicha pared” (1988, p. 67). Acoplándonos a esta metáfora, 
podemos decir que la diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias humanas 
no estaría dada por el acceso más directo de las primeras en comparación con 
las segundas, sino que por el ‘tipo de pelota’ que se utiliza como mediadora de la 
observación. En las ciencias naturales, el investigador observa los fenómenos desde 
mediaciones biológicas, físicas y químicas; en las ciencias humanas, la mediación 
es producida por símbolos declarados. Ambas formas de observación tienen me-
diadores y, por lo tanto, espejismos particulares que diicultan el acercamiento 
entre el investigador y su objeto de análisis.
El acercamiento cientíico a la felicidad debe estar consciente de la mediación 
simbólica de las declaraciones estudiadas. Estrictamente hablando, los estudios 
basados en encuestas no explican directamente el funcionamiento de la felici-
dad, sino que de las declaraciones de felicidad. Y la relación entre una señal y lo 
señalado, tal como ha indicado José Ortega y Gasset, “es siempre últimamente 
cuestionable y equívoca” (1962, p. 51). Pero no hay que exagerar ni disminuir la 
diferencia entre lo declarado y lo experimentado; ella será tratada a continuación, 
al evaluar la validez y coniabilidad de las mediciones de felicidad.
Validez y confiabilidad de las mediciones
En línea con el argumento señalado, las mediciones de felicidad se caracterizan 
por ser autorreportes (subjetivos) de grados de bienestar (positivos) sobre la vida 
completa (globales). Una medición habitual en las encuestasde felicidad utiliza la 
siguiente pregunta: “tomando todo en conjunto, diría usted que es: ¿muy, bastante, 
no muy o nada feliz?”.3 Normalmente esta pregunta es contestada rápidamente 
y pocos encuestados optan por la categoría “no sabe”. Cerca del 1% se niega a 
dar respuesta, mientras que en variables tan utilizadas en políticas públicas como 
el reporte de ingresos, esta cifra asciende a alrededor de 17% (Kahnemann y 
3 Por ejemplo, en la World Values Survey (2009).
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Krueger, 2006). Otra versión de esta pregunta, diseñada por Hadley Cantril y 
popularizada por la encuesta mundial Gallup, propone a los individuos valorar su 
nivel de felicidad entre 0 y 10, haciéndolos imaginar que se trata de una escalera 
en donde 0 es el escalón de peor vida posible y 10 el de mejor situación. También 
hay mediciones a través de escalas, dentro de las que destaca la propuesta por 
Lyubomirsky y Lepper (1999) y la de Diener, Emmons, Granfer y Griin (1985) 
(Beytía y Calvo, 2011).
La conclusión de la mayoría de las revisiones metodológicas es que estas me-
diciones tienen validez de constructo –capturan el signiicado actual de la palabra 
felicidad–, validez de convergencia –los indicadores se corresponden con otros 
indicadores que pretenden medir el mismo concepto– y validez discriminante –las 
medidas no se relacionan con indicadores de conceptos contrarios– (Diener, 1994; 
Diener et al., 1999; Frey y Stutzer, 2002; Nettle, 2005; Layard, 2005; Di Tella y 
McCulloch, 2006; Kahneman y Krueger, 2006).
Dicha validez se ha medido considerando la correlación de los indicadores de 
felicidad con otras características teóricamente aines de los individuos: quienes 
declaran una alta felicidad tienen una mayor actividad cerebral en la zona asociada 
a los pensamientos y las emociones placenteras (corteza prefrontal izquierda), y 
sus amigos suelen conirmar su felicidad de forma independiente (Layard, 2005). 
También se ha medido evaluando la capacidad para predecir resultados futuros: 
quienes declaran una alta felicidad demuestran con mayor regularidad actitudes 
positivas –como sonreír frecuentemente o manifestar verbalmente una satisfacción– 
(Kahneman y Krueger, 2006) y tienen una mejor respuesta a las enfermedades, lo 
cual se explica por procesos psicosomáticos (Kiecolt-Glaser et al., 2002). 
En síntesis, existen argumentos biológicos, sociales, conductuales y psicoso-
máticos que han validado las mediciones de felicidad, indicando que las declara-
ciones de bienestar subjetivo se acercan bastante a la realidad experimentada por 
los individuos. Esto no sugiere que las declaraciones permitan un acceso directo 
a las cogitaciones o a los afectos individuales; sin embargo, hay que dar crédito a 
las mediciones de felicidad que, dado el alto grado de escepticismo cientíico, han 
superado numerosas barreras de validez. 
Por otra parte, hay que saber si estas medidas son coniables o consistentes, es 
decir, si son capaces de dar resultados similares en mediciones que se repitan con el 
tiempo. La muestra más importante de coniabilidad es la correlación test-retest en 
la medida examinada. En el caso de las mediciones de felicidad a través de una sola 
pregunta, se ha descubierto que pequeñas diferencias en los cuestionarios y en las 
circunstancias previas o presentes en el sondeo alteran el nivel de bienestar reportado 
(Schwarz y Strack, 1999). Si bien rara vez los encuestados cambian sus respuestas 
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desde ‘feliz’ a ‘infeliz’, ellos suelen variar desde ‘muy’ a ‘bastante’ feliz (Veenhoven, 
2007). Por ello, cuando se hace la misma pregunta dos veces en una encuesta, las 
respuestas no son siempre idénticas: la correlación para la mayoría de las medidas 
es sobre +0,60, reduciéndose a sobre +0,40 si se vuelve a encuestar tiempo después 
(Van Hoorn, 2007). En general, esta correlación es menor que la encontrada en 
variables microeconómicas comunes, como el ingreso personal. Sin embargo, debe 
considerarse que la coniabilidad, más que por el tiempo que pasa entre una encuesta 
y su repetición, es afectada por la escala de medición utilizada. Por ello, las medi-
ciones con preguntas múltiples –como las escalas señaladas previamente– producen 
resultados más coniables que las mediciones que utilizan tan solo una pregunta. 
Medición de felicidad como herramienta para las políticas públicas
El hecho de que seamos capaces de acercarnos cientíicamente a la felicidad no 
implica que debamos utilizar esos descubrimientos para las políticas públicas. Dicha 
utilización solo podría ser fundamentada teóricamente, apelando a la potencialidad 
política que tienen los resultados cientíicos sobre felicidad con respecto al correcto 
entendimiento del progreso social. Si esos resultados mostraran potencialidad 
política, habría que preguntarse por la forma en que sería adecuada su implemen-
tación en los programas sociales. Ambos cuestionamientos –por la potencialidad 
de la felicidad y su forma de aplicación política– serán discutidos a continuación.
La visibilidad del progreso: indicadores impositivos y su crítica ‘democrática’
Todos los gobiernos necesitan indicadores de progreso social; si no los tuvieran, 
serían incapaces de evaluar la calidad de su gestión. Pero frecuentemente se nos 
olvida que estos indicadores no son neutros, ya que proponen un camino de 
desarrollo óptimo para un país. Si nuestro indicador de progreso es el Producto 
Interno Bruto (PIB), el éxito de nuestras políticas públicas se medirá en dinero. 
Si en vez de eso utilizamos el Índice de Desarrollo Humano (IDH), veremos 
un avance social también en la educación y la salud, pero no nos ijaremos, por 
ejemplo, en la tasa de suicidios. Por ello, la elección de un indicador de progreso 
social es tan importante y radical: deine ciertos aspectos sociales como pautas de 
éxito para la globalidad de las políticas públicas y a la vez esconde la relevancia de 
otras dimensiones de cambio social. El indicador determina lo que se ve y lo que 
no, priorizando una senda para el progreso colectivo.
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Al contrario de la intuición habitual, en los países occidentales ambas me-
didas de progreso –PIB per cápita e IDH– no se relacionan positivamente con 
el promedio nacional de felicidad de las personas (ver gráicos N° 1 y N° 2). 
Mientras más ingresos, educación y salud tienen los países, los ciudadanos incluso 
parecen declarar menores niveles de felicidad. ¿Puede decirse, entonces, que el 
PIB y el IDH son medidas suicientes para entender el bienestar y el progreso 
de las naciones?
Gráfico N° 1. Porcentaje nacional de alta felicidad según PIB per cápita
Fuente: Beytía (2016). Último dato de felicidad disponible para cada país en la World Values Survey (2001-
2009) y con el correspondiente dato anual del PIB per cápita ofrecido por el PNUD.
México
Puerto Rico
Trinidad y Tobago
Reino Unido
Colombia
Guatemala
Brasil
Argentina
Chile
Uruguay
Perú
Alemania
Italia
España
Finlandia
Estados Unidos
Suecia Holanda
Suiza
Francia Noruega
60 --
50 --
40 --
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0,0 10.000 20.000 30.000 40.000 50.000
%
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lt
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id
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PIB per cápita
Sqr lineal = 0,032
 
Ámerica Latina
Otros
Tendencia
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Gráfico N° 2. Porcentaje nacional de alta felicidad según Índice de Desarrollo Humano
México
Puerto Rico
Trinidad y Tobago
Reino Unido
Colombia
Guatemala
Brasil Argentina
Chile
Uruguay
Perú
Alemania
Italia
España
Finlandia
Estados Unidos
Suecia
HolandaSuiza
Francia Noruega
60 --
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0,50 0,60 0,70 0,80 0,90 1,00
%
 A
lt
a 
fe
lic
id
adÍndice de Desarrollo Humano
 
Ámerica Latina
Otros
Sqr lineal = 0,032
Fuente: Beytía (2016). Último dato de felicidad disponible para cada país en la World Values Survey 2001-
2009 y con el correspondiente dato anual del IDH ofrecido por el PNUD.
Los países latinoamericanos son los que hacen temblar la eicacia de estas medidas 
internacionales de progreso. Ellos denotan mayores niveles de felicidad que Europa 
y Estados Unidos, y a la vez un menor PIB per cápita, peores indicadores de salud 
y menos años de educación promedio.4 Así, las medidas de felicidad plantean un 
cuestionamiento a la noción tradicional de progreso social: ¿se deine este como la 
mejoría en ámbitos como la economía, la educación y la salud, o como un avance 
en la buena vida que perciben los ciudadanos? Esta crítica alude a la forma en que 
se deinen el bienestar y el progreso social.
Pero hay un segundo nivel en donde las declaraciones de felicidad cuestionan 
los indicadores de progreso tradicionales. Normalmente, dichos indicadores se 
han generado con deiniciones de expertos sobre lo que es un ‘buen vivir’ (Rojas, 
4 Una explicación de esta excepcionalidad latinoamericana se encuentra en Beytía (2016).
Tendencia
72 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
2011). La tradición más importante ha sido la ‘imputación’: una persona juzga el 
bienestar de otra a partir de características que deine en su calidad de experto, 
habitualmente argumentando que no todos tienen la capacidad para juzgar su 
propio bienestar. Otra variante ha sido la ‘presunción’, respecto de la cual los ex-
pertos sí se interesan por el bienestar que experimentan y declaran las personas, 
pero, antes de indagar al respecto, recurren a modelos propios que deinen los 
factores relevantes del bienestar. Todos los indicadores de bienestar impositivos –ya 
apliquen imputación o presunción– aumentan la posibilidad de cometer diversos 
errores lógicos (Rojas, 2011):
1. Estimación: el experto en políticas públicas estima mal la importancia 
de algunos factores para el bienestar de otras personas. 
2. Abstracción: no se capta toda la complejidad humana, dejando fuera 
aspectos relevantes del bienestar.
3. Perspectiva: el experto juzga desde su posición y toma solo en consi-
deración lo que para él es relevante, en su circunstancia. Aquí pode-
mos incluir errores de etnocentrismo (se considera que lo relevante 
para una cultura es también para otras) y de focalización (el experto 
exagera el impacto de su disciplina, pensando que trata con agentes 
disciplinarios más que con personas de carne y hueso).5
4. Ausencia de corroboración: no se someten el concepto y las dimensiones 
del bienestar a criterios cientíicos (empíricos) de comprobación de 
hipótesis.
5. Menguar el empoderamiento personal: se le quita a las personas el de-
recho de ser una autoridad en la evaluación de su bienestar.
A pesar de esta contundente crítica, hoy sigue siendo muy frecuente la utiliza-
ción de conceptos impositivos de bienestar. Por el contrario, el cariz subjetivo de 
las medidas de felicidad ancla los indicadores sociales en percepciones de bienestar 
ciudadanas (y en ese sentido, se trata de indicadores ‘democráticos’), ya que el buen 
vivir queda deinido, en cuanto a su contenido, por la mismas personas que lo 
declaran. Entonces, surge un segundo cuestionamiento a la noción tradicional de 
progreso social: ¿quién es el mejor juez del bienestar: las autoridades (normalmente 
internacionales) que seleccionan criterios de progreso, o los mismos ciudadanos 
que evalúan su vida?
5 Rojas (2011) trata los errores de etnocentrismo y de focalización como categorías independientes, que 
yo preferí unir en el error de perspectiva.
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A grandes rasgos, la ciencia social sobre la felicidad genera una crítica doble 
a las nociones de bienestar tradicionales: cuestiona tanto el objeto del bienestar, 
como el procedimiento impositivo que se ha utilizado para diagnosticarlo. Pero si 
se quiere proponer en políticas públicas un objetivo de bienestar llamado ‘felicidad’, 
monitoreado a través de su correspondiente procedimiento ‘democrático’ (anclado 
en las subjetividades ciudadanas), primero debe evaluarse si es efectivo que pueda 
darse una inluencia del Estado en la felicidad de las personas.
Participación del Estado en la felicidad
La utilización de medidas de felicidad para evaluar las políticas públicas suscita 
muchos debates. La pregunta principal es: ¿puede el Estado inluir en nuestra fe-
licidad? Y solo si su respuesta fuera airmativa, tendría sentido preguntar: ¿cuánto 
puede contribuir? ¿Y debe hacerlo?
La primera pregunta tiene una respuesta más o menos clara: el Estado sí inluye en la 
felicidad de los ciudadanos. No se trata de una determinación o un mecanismo directo 
que impacte en nuestros sentimientos y/o pensamientos. El Estado y sus políticas, 
en tanto condicionantes sociales, limitan y posibilitan, mitigan y fomentan ciertas 
acciones individuales que generan mayor o menor felicidad a nivel social. Por ejemplo, 
no es indiferente, en cuanto al bienestar subjetivo de un indigente, que el Estado le 
dé o no un techo donde dormir. Esa política no obligaría a una persona a que sea 
feliz; sin embargo, los estudios han demostrado que, en casos de extrema pobreza, 
la felicidad está muy correlacionada con el bienestar material (Diener y Tov, 2009; 
Beytía, 2012). Aquel indigente podría posteriormente ser o no más feliz –no hay que 
caer en una falacia ecológica–, pero lo cierto es que, en determinados contextos, hay 
más probabilidades de que lo sea teniendo techo que careciendo de él. En deinitiva, 
existen condiciones sociales que favorecen o diicultan la felicidad, y el Estado es uno 
de los agentes más inluyentes en la coniguración de dichas condiciones.
Si aceptamos lo anterior, cabría preguntarse: ¿cuánto puede hacer el Estado? 
¿Y debe hacerlo? El año 2005 hubo una discusión muy interesante en Reino 
Unido, en la cual dos intelectuales que han intentado responder estas preguntas, 
con orientaciones absolutamente distintas, compartieron sus puntos de vista 
(Moore, 2005). El psiquiatra Raj Persaud planteó la posición menos optimista: 
es poco probable que el Estado pueda contribuir mucho, porque la felicidad 
depende más de la persona que de cualquier política pública.6 Eso se demostraría 
6 Algunas aclaraciones sobre este tema pueden encontrarse en Persaud (2011). 
74 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
en que cada persona –como ya hemos recalcado– dice tener vías diferentes para 
su felicidad. Asimismo, la idea de que el gobierno deba responsabilizarse por 
nuestra felicidad sería preocupante. Tampoco debemos promover un sistema de 
valores que incite la felicidad, porque los valores deben decidirse personalmente, 
no de manera colectiva.
En contraste con esta visión, el economista Richard Layard propuso que el Es-
tado puede contribuir mucho: la felicidad, y no el crecimiento económico, debería 
ser el objetivo de las políticas económicas. También el Estado debería atender los 
problemas que nos hacen infelices, como las enfermedades mentales o el desempleo. 
Con ese procedimiento se desarrollaría una serie de beneicios asociados: según el 
economista, las personas menos felices tienen el doble de posibilidades de ser pobres 
y cuatro veces más probabilidades de tener una enfermedad mental. Finalmente, 
a juicio de Layard, tener una propuesta colectiva sobre valores personales no sería 
nada extraño, sino algo que han hecho todas las sociedades, porque estos valores 
no afectan solamente a la persona que los deiende.7
Detrás de esta confrontación puede encontrarse una postura conciliadora que 
permita entender la felicidad como un principio político deseable, aunque no de 
maneraingenua. Tanto Persaud como Layard admiten que el Estado puede inluir 
en la felicidad, aunque Persaud especiica que ella depende más de características 
personales que sociales. Esto último es correcto: se ha descubierto que cerca del 
40% de la felicidad se explica por la genética y que, además, el tipo de personalidad 
afecta notablemente en la satisfacción (Veenhoven, 2008; Diener y Ryan, 2009). 
También se sabe que existen elementos sociales y culturales difíciles de manejar 
políticamente –como el promedio de matrimonios o de amistades cercanas– que 
inluyen notablemente en el bienestar subjetivo. Por lo tanto, un primer paso es 
entender que el Estado inluencia la felicidad, pero su campo de acción es limitado 
por condiciones biológicas, psicológicas y sociales difícilmente modiicables.
En segundo lugar, creo que es relevante distinguir la ‘acción’ de la ‘responsabilidad’ 
políticas. Tiene razón Layard (2005), al menos en principio, cuando argumenta que 
el Estado debe orientar sus acciones hacia la felicidad ciudadana. Si el gobierno sabe 
que una acción política generará más felicidad que otra, considerando que todas las 
demás variables fueran constantes (algo muy improbable, pero que sirve como ejercicio 
teórico), ¿por qué debería escoger el resultado social de menor felicidad? También es 
cierto que, una vez que el gobierno sabe que hay factores modiicables que generan 
profunda infelicidad, debería tomar esos elementos como problemas sociales y, por 
ende, integrarlos en el procesamiento de sus políticas públicas –y más aún si la reso-
7 Estos argumentos son desarrollados con detalle en Layard (2005).
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lución de estos problemas involucra, como especiica Layard, externalidades positivas 
en aspectos como la economía y la salud. Sin embargo, esto no implica que el Estado 
sea responsable de la felicidad de cada ciudadano. Un gobierno solo puede garantizar 
que buscará condiciones favorables para la felicidad, pero ciertamente no su logro.
¿Cómo aplicar las medidas de felicidad a las políticas públicas?
Si es que el Estado inluye en la felicidad de las personas –lo que en la práctica 
sucede, aunque este no lo busque– y se decide a hacerse cargo de esto buscando 
condiciones favorables para ella, habría que encontrar un procedimiento adecua-
do para la aplicación de estas medidas en las políticas públicas. Lo óptimo sería 
diseñar una serie de pasos claros y de fácil implementación, que tengan a su vez 
pocos costos políticos.
El primer paso tendría que ser la medición. A pesar de que existen indicadores 
internacionales relativamente regulares, muchos países aún no implementan medi-
das de felicidad en la periodicidad de sus encuestas oiciales. El desafío es escoger 
medidas apropiadas –válidas, coniables y si es posible comparables mundialmen-
te– e insertarlas en encuestas periódicas, dado que la felicidad es un fenómeno 
modiicable en el mediano plazo (como demuestran los estudios de consistencia 
discutidos previamente). 
La ‘maleabilidad’ de la felicidad se debe, principalmente, tanto a la recurrente 
adaptación que las personas tienen frente al cambio en sus condiciones de vida, como 
a la comparación de su situación con la de personas cercanas en los distintos grupos 
sociales de referencia. La adaptación hace que estemos constantemente subiendo 
y bajando nuestros niveles de felicidad según nuestros procesos vitales, mientras 
que la comparación nos hace vulnerables también a la situación del resto. Como 
ejemplo de adaptación está la evidencia cientíica de un grupo de personas que 
se ganó la lotería: después de un año, sus niveles de felicidad no se distinguieron 
signiicativamente de otro grupo que, en vez de ganar dinero, en el mismo tiempo 
quedaron inválidos (Brickman, Coates y Janof-Bulman, 1978). En cuanto a la 
comparación social, podemos encontrar un ejemplo en las investigaciones sobre 
pobreza: hay evidencia de que ser indigente se relaciona signiicativamente con 
la infelicidad en Estados Unidos, pero esto no sucede en Calcuta, una región en 
donde la pobreza está mucho más generalizada (Biswas-Diener y Diener, 2006). 
Como continuamente cambian las condiciones personales y sociales –a las cuales 
nos adaptamos y con las cuales nos comparamos–, las medidas de felicidad deben 
ser actualizadas recurrentemente.
76 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
El segundo paso es la investigación de relaciones. En cuanto a la felicidad, 
podría ser inspirador, pero no determinante, preguntarle a la gente por los even-
tos que la hacen feliz. Primero, porque no sería extraño que todos presentaran 
fórmulas diferentes, y segundo porque, tal como advertía Séneca a su hermano 
Galión en el siglo IV a. C.: “todos quieren vivir felices, […] pero para ver con 
claridad en qué consiste una vida completamente bienaventurada, andan a 
ciegas” (2009, p. 63). En efecto: ¿cuántas personas saben, a ciencia cierta, si su 
poder adquisitivo, la religión que profesan o su nivel de formación afecta en su 
felicidad y en qué medida? Si funcionaran bien las intuiciones, no habría razón 
para que se hiciera ciencia sobre la felicidad. Sin embargo, como demostró el 
ejemplo de los ganadores de la lotería, la investigación cientíica suele descubrir 
relaciones poco intuitivas. De tal forma, de lo que se trata es de buscar los vín-
culos escondidos entre las declaraciones de felicidad y los distintos eventos de 
vida. Una vez que se conocen estas relaciones pueden establecerse prioridades 
políticas fundamentadas en –aunque no determinadas por– su capacidad de 
favorecer la felicidad de las personas. Es muy importante insistir en que las re-
laciones se busquen ‘a espaldas’ de los ciudadanos involucrados, porque, además 
de las razones cientíicas señaladas, preguntarle a la gente por los elementos 
que le causan felicidad o infelicidad podría traer problemas políticos: por un 
lado, se podría generalizar la idea de que el Estado debe garantizar la felicidad 
de los ciudadanos (creando una demanda ciudadana ilusa y perjudicial para el 
funcionamiento político) y, por el otro, se podría tentar al gobierno de caer en 
políticas populistas que no tienen evidencia seria que las respalde (salvo intui-
ciones de la población).
Con el propósito de ordenar prioridades políticas, sería recomendable buscar 
estas relaciones en dos movimientos. En las encuestas sería apropiado incluir 
una pregunta por la satisfacción en los distintos aspectos de la vida: salud, 
economía, trabajo, familia, amistad, comunidad y vida personal, al menos. El 
primer movimiento involucraría ponderar cuánto se relaciona con la felicidad 
la satisfacción en los distintos ámbitos de vida. Esto permitiría establecer 
prioridades entre dimensiones de acción política. En un segundo paso, se 
buscarían las variables más relacionadas con la felicidad al interior de estas 
dimensiones de vida, lo que permitiría encontrar elementos más especíicos 
de focalización política. 
En ambos movimientos habría que ser precavidos con dos sucesos. Primero, 
siempre es deseable analizar lo que sucede en subgrupos de la población, ya 
que sin duda los factores que explican la felicidad variarán considerablemente 
entre pobres y ricos, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres. Segundo, hay que 
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tener cuidado con presumir demasiado rápido que existen relaciones causales: 
normalmente, al estudiar la felicidad, las causalidades son reversibles. Por ejem-
plo, existe evidencia sobre el impacto positivo de la buena salud en la felicidad, 
pero también de que la gente más feliz es más saludable y por ello vive más 
tiempo (Danner, Snowdon y Friesen, 2001). Algo similar sucede con la situación 
económica, el éxito laboral, el matrimonio, las relaciones sociales satisfactoriasy otros múltiples factores importantes para el análisis (Lyubomirsky, King y 
Diener, 2005).
El tercer paso es el diseño e implementación de políticas públicas adecuadas. 
Luego de descubrir condiciones que se relacionan con las declaraciones (válidas 
y coniables) de felicidad, se pueden buscar políticas públicas que fomenten di-
chas condiciones. No puede, sin embargo, aplicarse el logro técnico sin mayor 
discusión: cada una de las medidas debe someterse a una evaluación ética y 
política. Por ejemplo, algunos estudios de felicidad muestran que la religiosidad 
se vincula con un aumento del bienestar subjetivo (Witter et al., 1985; Poloma 
y Pendleton, 1990; Ferriss, 2002; Beytía, 2011), pero ello no signiica que el 
Estado deba promover necesariamente la religión. Tal vez sería más prudente, 
frente a la libertad de conciencia democráticamente proclamada, simplemente 
sugerir medidas que no entorpecieran ritos o iestas religiosas. De igual modo, 
cada propuesta de política pública debe ser debatida con los mecanismos co-
rrespondientes a cada país, pero las mediciones de felicidad ofrecen una buena 
aproximación para establecer orientaciones y prioridades sociales (algo muy 
necesario por el excedente de demandas políticas que caracteriza al Estado de 
bienestar contemporáneo).
El cuarto paso es el monitoreo o evaluación de programas sociales. No basta 
con crear políticas que aparentemente generen condiciones favorables para la 
felicidad, sino que además hay que hacerlo de manera seria y responsable. Ac-
tualmente hay muy poca información sobre programas efectivos en este aspecto, 
por lo cual es necesario evaluar la eicacia de estas políticas públicas y reevaluar 
las decisiones políticas. Tal vez, el programa implementado no impacte en la 
felicidad de los ciudadanos y sea mejor eliminarlo. Esa decisión se debe tomar 
considerando tanto los costos como los beneicios, ya sean intencionados o in-
voluntarios, que el programa hizo posibles. Asimismo, no se debe olvidar que 
el monitoreo político supone que la medición de la felicidad se está llevando a 
cabo de manera periódica, idealmente con cortos intervalos de tiempo: solo si 
existe una segunda medición de felicidad (línea de salida), es posible comparar 
el efecto que tuvo una política pública desarrollada después de una primera 
medición (línea base).
78 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
Esquema N° 1. Ciclo generativo de políticas para la felicidad
Fuente: elaboración propia.
La lógica que se propone aquí se inicia desde la medición del bienestar declarado 
por los mismos ciudadanos y no desde un concepto a priori determinado por un 
experto. Solo luego de estas declaraciones los expertos pueden encontrar las rela-
ciones entre las distintas variables (salud, educación, dinero, por ejemplo) con el 
bienestar e implementar políticas que posteriormente deberán evaluar. Hay que 
recordar que las relaciones encontradas no son permanentes –situación que, de lo 
contrario, incitaría al experto a crear nuevas deiniciones impositivas del bienestar–, 
sino que deben actualizarse periódicamente de acuerdo a la realidad empírica de 
una población especíica (comenzando nuevamente el ciclo de generación políti-
ca). Esto se debe a que, como hemos argumentado, las declaraciones de felicidad 
son normalmente maleables, dado que las personas se adaptan a los cambios y se 
someten a una lógica comparativa con diferentes grupos sociales de referencia.
Beneficios de incluir la felicidad como perspectiva política
Luego de haber revisado la posibilidad de una ciencia de la felicidad y de un pro-
cedimiento político que se oriente –y no determine– por sus resultados, podemos 
aclarar los beneicios políticos que podría traer esta perspectiva a los gobiernos 
y las naciones. Creo que las ganancias son múltiples –partiendo por mejorar el 
Medición de la felicidad
Medición de la felicidad
Actualización de políticas Investigación de relaciones
Diseño e implementación 
de políticasEvaluación de políticas
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bienestar subjetivo de una nación–, pero aquí nos contentaremos con señalar dos 
fenómenos poco evidentes y que podrían tener un impacto social considerable: la 
redeinición democrática del progreso social y la mediación de los límites estatales 
y mercantiles.
Redefinición democrática del progreso social
Como ya hemos especiicado, una de las principales características del enfoque 
político en la felicidad es que no recurre a una deinición impositiva del bienestar. 
Si bien para el beneicio de la ciencia se deine operativamente el objeto de estu-
dio –como el grado en que una persona aprecia la totalidad de su vida de forma 
positiva–, esta es una deinición formal, que dice poco en cuanto al signiicado 
individual de la felicidad (y lo que dice está basado en generalidades semánticas y 
conceptuales). El contenido mismo –aquello que se considera beneicioso para la 
vida– y el modo en que se evalúa –el nivel de exigencia en los grados de bienestar 
y los momentos que se resaltan al evaluar la totalidad de la vida– son generados 
por la persona encuestada.8 Esto signiica que el buen vivir y la forma de evaluarlo 
descansan en las percepciones subjetivas de la ciudadanía, y no más en expertos 
que generan deiniciones arbitrarias y –como vimos– tendientes a cometer múl-
tiples errores lógicos.
El resultado pareciera poco intuitivo: la felicidad es una medida subjetiva que, en 
cuanto al bienestar de una población, tiene mayor validez –o anclaje en la realidad– 
que las medidas objetivas. Esto puede entenderse al hacer una comparación con 
el PIB per cápita. Mientras este último utiliza una medición objetiva (basada en 
cantidades de dinero), carece de validez como medida representativa del bienestar 
ciudadano, ya que su relación con el bien vivir de la población no es corroborada 
empíricamente por las experiencias de los mismos involucrados, sino que por 
el supuesto de que más dinero en la nación es siempre mejor. Por el contrario, 
la felicidad es una medición subjetiva que, justamente por ello, se valida como 
medida de bienestar de una población concreta, ya que recurre por principio a 
las experiencias ciudadanas. Después de todo –no importa el nivel de abstracción 
8 Esta individualidad en el contenido y el modo de evaluación de la felicidad podría interpretarse como 
algo problemático para la comparabilidad y agregación de datos. Ello sería así, si la ciencia de la felici-
dad pretendiera acceder directamente a los niveles de felicidad. Sin embargo, si se sostiene (como se ha 
hecho en este artículo) que el objeto de estudio cientíico nunca es directamente la felicidad (que tiene 
distintas nociones y criterios de evaluación), sino las declaraciones de ella, ese problema deja de existir: 
las declaraciones, en tanto percepciones, son comparables en su subjetividad.
80 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
social en que nos situemos–, de lo que se trata siempre es del bienestar de alguien, 
¿por qué entonces ese alguien no podría participar en la evaluación de su calidad 
de vida? El resultado es que la felicidad por sí misma demuestra validez en cuan-
to indicador de bienestar y progreso social, mientras que el PIB per cápita, para 
validarse objetivamente como medida de bienestar, necesitaría testear su relación 
con otras variables que recurran directamente a la experiencia de bien vivir (como 
la felicidad).
Pero la redeinición democrática del bienestar que supone la utilización de 
indicadores subjetivos como señales de progreso, involucra más que un cambio 
de principios. Este anclaje en las experiencias ciudadanas podría colaborar en 
solucionar uno de los grandes problemas de la política contemporánea: la escasa 
capacidad del Estado para procesar y priorizar las necesidadesciudadanas, creando 
altos niveles de insatisfacción política. En efecto, dada la lógica insaciable del Estado 
de bienestar y la expansión de una cultura consumista, hoy el sistema político se 
ha visto sobrepasado por las demandas ciudadanas. En esta situación, los gobiernos 
nacionales notan el nivel de contento/descontento de la población, principalmente 
a través de dos mecanismos: las encuestas de opinión y los movimientos sociales. 
Mientras las primeras son evidentemente nocivas para el correcto actuar político 
–que comienza a guiarse más por peticiones populares que por convicciones y 
responsabilidades–, los segundos fomentan el antagonismo social y son síntomas 
de un actuar político sin anclaje en las experiencias ciudadanas. 
En estas condiciones, las mediciones de felicidad pueden convertirse en una for-
ma eicaz de mediación entre el gobierno y la ciudadanía. Como las encuestas de 
opinión, su medición se sustenta en la experiencia ciudadana, pero, a diferencia de 
ellas, el procesamiento político evita caer en el populismo: no se le pregunta a la 
gente por aquello que la hace feliz, lo que ella busca del Estado, sino que se buscan 
las relaciones ocultas y cientíicamente signiicativas que funcionan ‘a espaldas’ 
de las intuiciones personales (aunque también podrían coincidir con ellas). Por 
otro lado, si es que los movimientos sociales fueran producto de la insatisfacción 
ciudadana, la felicidad se posiciona como una buena posibilidad para conectar las 
políticas públicas con los núcleos de esta insatisfacción, antes de que ella derive 
en conlictos espectaculares. Por lo tanto, se trata de un indicador que permite 
el anclaje de la política en la experiencia ciudadana –y que, en ese sentido, ayuda 
a sintonizar las políticas públicas con las principales fuentes de insatisfacción–, 
pero que evita sistemáticamente los incentivos perversos que tienen los resultados 
de encuestas de opinión en el actuar político.
Hay que tratar este argumento con cautela: las medidas de felicidad no solucio-
nan de raíz el populismo ni la gran cantidad de peticiones y protestas ciudadanas 
81PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado |
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que caracterizan al Estado de bienestar. No obstante, estos indicadores pueden 
utilizarse como una nueva herramienta para atenuar la insatisfacción ciudadana 
y, de paso, ayudar a prevenir la indignación social sin caer en el populismo. 
Mediación de límites estatales y mercantiles
Ya son numerosas las décadas en que la política mundial se ha orientado por un 
eje fundamentalmente económico: a la izquierda se sitúan quienes suponen que 
el Estado puede lograr una distribución justa y eiciente del bienestar, y a la de-
recha, quienes preieren proteger la libertad individual, coniando al mercado la 
distribución justa y eiciente del bienestar. La polarización entre ambas posturas 
se debe, entre otros elementos, a que no se ha encontrado un código de progreso 
que permita evaluar la utilidad de la estatización y de la mercantilización en razón 
de un objetivo no económico. 
Se trata de un problema lógico que limita nuestra apertura hacia un diálogo 
fructífero entre la izquierda y la derecha. Si es que mantenemos como principal 
medida de progreso el PIB per cápita o el IDH (que también utiliza el PIB 
per cápita como indicador de la dimensión ‘riqueza’), no podemos acceder a 
una evaluación externa de los beneicios del capital económico. Esto, porque 
ambas medidas se basan en indicadores monetarios: ¿cómo podría evaluarse 
el impacto de la cantidad de dinero en el bienestar de una nación si la (o una 
de las) medida(s) nacional(es) de bienestar es también la cantidad de dinero? 
Lo que está detrás de este sistema es una ceguera política: no se puede evaluar 
realmente el crecimiento económico, porque en la infraestructura evaluativa no 
se utilizan medidas externas a la economía. De tal modo, el dinero se transfor-
ma en el in último de la política, porque todo queda evaluado conforme a él y él 
mismo no puede ser evaluado conforme a algo más. Esto lleva, entre otras cosas, 
a una idealización del mercado y a una incapacidad de ijarle límites éticos o 
ecológicos a sus procesos.
En contra de esta lógica monetaria autorreferente y ciega a una evaluación 
externa, los indicadores de felicidad ofrecen una salida: calcular el beneicio de los re-
sultados económicos según el bienestar que experimentan los ciudadanos. Esta situación 
permite comprender que no todo crecimiento económico es necesariamente un 
progreso y buscar un desarrollo social compatible con beneicios no contemplados 
en el PIB per cápita, como por ejemplo el tiempo que las personas pasan con sus 
familiares y amigos (es decir, tiempo no productivo económicamente). Se trata 
de evaluar los cambios monetarios sin el supuesto de que ‘más es siempre mejor’ y 
82 | El potencial político de la felicidad: fundamentos científicos y de aplicación gubernamental
Pablo Beytía
de distinguir múltiples dimensiones de progreso social hasta ahora no observadas 
debidamente. Esta propuesta trasciende el esquema izquierda/derecha, en el sentido 
de que, dependiendo del caso, podría implicar tanto un freno al mercado como 
una herramienta para legitimar políticas liberales. 
En el mismo sentido, las políticas de estatización tendrían que evaluarse según 
su impacto general en la felicidad. En este proceso entra en juego, por ejemplo, el 
sentimiento de libertad individual que tienen los ciudadanos. Algunos estudios 
han mostrado la importante relación entre ser feliz y sentirse libre, la cual es válida 
en diversas naciones y contextos culturales (Inglehart et al., 2008; Beytía, 2011). 
Si esta relación es efectivamente relevante, surge la pregunta por si las políticas 
estatales favorecen o no este sentimiento de libertad. Las teorías dan para mucho: 
podríamos pensar que el Estado es tanto un garante como un limitador de la 
libertad individual (y posiblemente sea ambas cosas). Independientemente de lo 
que pensemos al respecto, desde esta perspectiva se someterían directamente las 
políticas estatales concretas a la prueba de la felicidad ciudadana, observando si 
efectivamente hay experiencias positivas o negativas asociadas a la estatización. A 
diferencia del ámbito mercantil, con respecto a este tema hay muy pocas investi-
gaciones realizadas; no obstante, es importante recalcar que la búsqueda política 
de la felicidad facilita un código transversal que permite evaluar tanto procesos 
mercantiles como estatales, trascendiendo las distinciones políticas tradicionales 
y abriendo nuevos horizontes para el diálogo.
Nuevamente, hay que tratar esta propuesta con cautela. Los indicadores de 
felicidad permiten distinguir múltiples dimensiones de bienestar hasta ahora no 
observadas debidamente, pero ello no es suiciente. Estos indicadores solo invo-
lucran el bienestar humano (no biológico ni animal, por ejemplo) y no son nece-
sariamente útiles para plantear desafíos a largo plazo. Por lo tanto, los indicadores 
de felicidad deberían ser complementados con indicadores de sustentabilidad, aquellos 
que nos permiten salir de la miopía cortoplacista incorporando, en las decisiones 
presentes, las posibilidades sociales de bienestar futuro.
Recibido agosto 6, 2015
Aceptado diciembre 7, 2015
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Referencias bibliográficas
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Bentham, J. (1891). A Fragment on Goverment. London: Oxford University Press.
 (2000). An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. Kitchener: Batoche 
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