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1 2 3 MEDICINA ANCESTRAL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS MAPUCHE-HUILLICHE KAWÉSKAR YAGÁN Región de Magallanes y Antártica Chilena 2020 4 MEDICINA ANCESTRAL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS MAPUCHE-HUILLICHE, KAWÉSKAR, YAGÁN Carlos Vega Cacabelos © Derechos reservados. Impreso en diciembre de 2020, Punta Arenas, Chile. 5 Í N D I C E Pág. Introducción 5 Medicina ancestral 7 Medicina ancestral Mapuche-huilliche 17 Salud y alimentación 18 Plantas medicinales y machis 22 Cosmovisión 30 Chiloé 34 Medicina ancestral Kawésqar 40 Cosmovisión 41 Chamanismo 47 Salud y alimentación 51 Enfermedad 55 Plantas medicinales 59 Medicina ancestral Yagan 64 Salud y alimentación 65 Enfermedades, medicina y plantas 72 Cosmovisión 77 Chamanismo 84 Medicina ancestral y medicina convencional 90 Influencia occidental 90 Integración e interculturalidad 93 Pespi en hospitales y Cesfam, realidad actual y entrevistas 97 Porvenir 97 Puerto Natales 99 Puerto Williams 103 Punta Arenas Cesfam Juan Damianovic 105 Cesfam Dr. Thomas Fenton 107 Cesfam Carlos Ibañez del Campo 109 Cesfam 18 de Septiembre 111 Cesfam Dr. Mateo Bencur 113 Breve Glosario 116 Bibliografía 117 6 7 MEDICINA ANCESTRAL El nacimiento de la medicina como un conocimiento inmediato, intuitivo y empírico, arte de la curación y las enfer- medades, se pierde en la noche de los tiempos, probablemente junto con la aparición de la especie humana. Los primeros “médicos” comprendieron que los sínto- mas exteriores y aparentes de las enfermedades no bastaban para explicarlas y que, por consiguiente, tenían que existir otras cau- sas extrañas, desconocidas y maléficas. Así se fue configurando una medicina espiritual, convirtiéndose los primeros sanadores, de modo casi natural, en agentes capaces de extraer los males o espíritus malignos. Esta medicina ancestral surgió ante una necesidad fundamental del alma humana que es la espiritual. La medicina ancestral de los pueblos aborígenes está enraizada en la experiencia misma del hombre con su entorno, en su cultura. Se ocupa de las enfermedades cuyo foco era la mayoría de las veces desconocido y cuyo agente causal se debía a la acción de fuerzas invisibles. Las tradiciones curativas ancestrales se remontan a cientos y miles de años y sus prácticas variaron ampliamente involucrando rituales, ceremonias y una riqueza diversa de cono- cimientos. Si bien no habría estándares absolutos de curación, en general los pueblos originarios tenían la convicción de que la salud era una expresión del espíritu y un proceso continuo de mantenerse fuerte espiritual, mental y físicamente. Esta fuerza, además de mantenerse en armonía con ellos mismos, quienes les rodean, su entorno natural y espiritual, alejaría las enfermedades y los daños. Los pacientes también eran responsables de su pro- pia salud y todos sus pensamientos y acciones tenían consecuen- cias, incluyendo enfermedades, discapacidades, mala suerte o traumas. Solo cuando se equilibra la armonía natural, se logra el restablecimiento de la salud. La originalidad de la práctica médica ancestral es la total comunión que existe entre el chamán y su enfermo, el cual se convierte en el actor privilegiado de un combate entre el bien y el mal: combate espiritual del hombre contra el mal con ayuda 8 de su cuerpo y su alma y de toda la fuerza de su espíritu y creen- cias. Los curanderos actuaron desde sus orígenes en una atmós- fera de profunda fe y una solemnidad absolutamente religiosa. El enfermo se sometía a una terapia en que se concedía una clara preponderancia espiritual a la palabra, luego, como com- plemento se consideraba, si era necesario, el tratamiento a través de plantas medicinales. Cada planta actuará de acuerdo con el poder espiritual que le es propio y su efecto dependerá tanto de su modo de preparación como también de la personalidad y clima espiritual en que el paciente se encuentra. Originariamente la medicina ancestral se practicaba en lugares sagrados. El emplazamiento estaba determinado segu- ramente por fuentes de agua pura y a un entorno rico en espe- cies vegetales utilizadas para los tratamientos con plantas. Gra- cias a las observaciones que podían hacer sobre sus pacientes, los curanderos acabarían por adquirir, con el paso de los años, un auténtico conocimiento. Las plantas y otros productos naturales utilizados en los tratamientos, generalmente se recolectaron del entorno inme- diato, lo que posibilitó en una amplia variedad de curas a las principales dolencias del grupo. Aprendieron que usando o combinando ciertas hierbas, raíces y plantas (a menudo conside- radas profundamente sagradas), era posible la curación. Si bien los remedios herbales desempeñaron un papel importante dentro de estas prácticas curativas, extendiéndose más allá de los dolores y molestias del cuerpo y en el ámbito de la espiritualidad y la armonía, los tratamientos en base a plantas medicinales no fueron la única parte del proceso de curación. Muchas de las diversas prácticas se han transmitido oralmente de generación en generación y nunca se documenta- ron, lo que deja en secreto muchos de los remedios curativos, pero es desde que los primeros europeos llegaron a nuestro terri- torio y se sorprendieron al ver que las poblaciones nativas se recuperaban de enfermedades y lesiones que consideraban fata- les o que en muchos sentidos algunos tratamientos eran superio- res a los conocidos por los conquistadores, que se comenzaría a registrar este maravilloso y precioso conocimiento permitiendo que en la actualidad y a pesar de vivir la vorágine de un mundo 9 industrializado que parece haber olvidado por completo la nece- sidad espiritual, estos conocimientos sigan contribuyendo a la cura de las enfermedades. Hasta la fecha, variadas crónicas, libros, trabajos e in- vestigaciones desarrollados desde el siglo XV han aportado in- formación relevante sobre la cultura de los pueblos aborígenes, abordando diversos aspectos sobre su cosmovisión, cosmología y tradiciones, saberes ancestrales que fueron producto de cientos y miles de años de interacción como partes integrantes de la natu- raleza, al contrario de lo que acontece con el actual paradigma del progreso, donde el ser humano cree que todo se encuentra para su beneficio. Existen fuentes documentales ventajosas que aportan un conjunto significativo de información sobre las relaciones que se produjeron a partir de la conquista, evangelización e in- tercambios, aportando una visión específica respecto del tema investigado. Martín Gusinde es uno de los investigadores modernos que profundizó el tema y recopiló información relevante a partir de las primeras fuentes escritas desde la llegada de los europeos a los territorios ancestrales de los pueblos aborígenes mapuche- huilliche, kawésqar y yagán. Este misionero salesiano, dedicado al estudio antropológico y etnología, visitó el territorio de los tres pueblos mencionados realizando una obra importantísima en el campo de la investigación. En su obra “Medicina e higiene de los antiguos arauca- nos”, reconoce el profundo y arraigado conocimiento que los mapuches tenían de la flora y en especial de las plantas medici- nales, saberes que únicamente se podrían haber obtenido a través del estudio y la constante observación. A esto se suma que “todos sus conocimientos y prácticas relativas a enfermedades y plantas medicinales se transmitíanúnicamente por tradición oral de padres a hijos, y así llegaron su ciencia y práctica adqui- ridas en aquella materia hasta la época de la Conquista”. (Gu- sinde, 1917. p.89). 10 En su obra adhiere a la idea de que ancestralmente el hombre consideraba todas las situaciones que lo aquejan favora- bles o desfavorables a partir de la influencia de seres conscientes que integran la naturaleza y, de esta manera, el chamán o machi asume que tiene el poder de tener influjo sobre ella. De esta manera establece que todos los sucesos espirituales tienen alguna relación con los fenómenos, dolencias y enfermedades. Lo anteriormente expuesto, constituye la base de las instituciones sacerdotales ancestrales ya que disponen de méto- dos para revertir las fuerzas negativas y desfavorables de los espí- ritus. Es necesario partir de esta premisa para comprender la forma de pensar de estos pueblos y dándole la importancia me- recida al chamán o machi en cuanto a su posición social- cultural-espiritual. Se puede establecer que el rol de Machi, casi una com- binación entre sacerdote y médico era principalmente desempe- ñado por hombres. Muy probablemente provenían de un linaje de practicantes, aunque no se puede asegurar que existieran restricciones con respecto a quién podría convertirse en uno. A veces, un individuo experimentaría una visión que lo llevaría a creer que la medicina era su camino destinado. Independiente- mente del origen, un aspirante a curandero se dedicaría a un aprendizaje durante muchos años antes de convertirse en un practicante completo, asumiendo una amplia variedad de tareas donde se incluyen tratamientos médicos, partería, colocación de huesos y rituales espirituales. Para poder revestirse con los atributos especiales de chamán o machi se exigían en él ciertas aptitudes innatas o dis- posiciones a través de las cuales lograba la confianza necesaria para ejercer el rol. Especialmente debían desarrollar la capacidad de caer en éxtasis y desarrollar conocimientos y habilidades para efectuar los rituales. Los demás proyectaban en él a un verdade- ro depositario de las tradiciones y un representante sagrado de su cultura. Para el caso de los mapuche-huilliche en tiempos de la conquista, se dividían en tribus y cada una tenía su cacique y su machi. El machi tenía una posición privilegiada y según los antecedentes históricos “usaba vestiduras distintivas, vivía solita- 11 rio y separado de los miembros de la tribu, y de vez en cuando se retiraba en cavernas para dedicarse a prácticas ascéticas. Se consultaba al machi en todas las necesidades, él era el oráculo que todos escuchaban con veneración y respeto, él decidía la paz y la guerra, él pedía lluvia para los campos, a él acudían todos esperando socorro en epidemias y enfermedades, y, finalmente era el medianero entre los hombres y los demonios (Op. cit. p. 94). Núñez de Pineda en su obra El Cautiverio Feliz, descri- be a los machis de tiempos pasados como renis que andaban vestidos de unas mantas largas, con los cabellos largos, y los que no los tenían, los traían postizos, de cochayuyo o de otros géne- ros para diferenciarse de los demás […] acostumbraban estar separados de las gentes, y por tiempos no ser comunicados, y en diversas montañas divididos, adonde tenían unas cuevas lóbre- gas en que consultaban al pillán[…] estaban sin comunicar mu- jeres ni cohabitar con ellas…”.(Op. cit. p. 95)… Entre los mapuche aparecieron machis mujeres en tiempos bastante modernos, muy probablemente entre los siglos XVI a XVII. En los años posteriores a la llegada de los españo- les, la práctica de la medicina ancestral no se detuvo en lo más mínimo por parte de los machi, pero la figura femenina fue predominando y logró revestirse como curandera y encantadora teniendo también una consideración privilegiada por sus dones de comunicarse con los espíritus, curar las enfermedades y pre- venir desastres. Las informaciones de tradiciones ancestrales recogidas durante el siglo XVI y XVII nos entregan un panorama especí- fico de los territorios que se encuentran en la zona central y sur de la Araucanía pero, en cuanto a datos del territorio cercano a la Isla de Chiloé, los antecedentes más antiguos sobre los mapu- che-huilliche se remontan a épocas algo posteriores. Algunos siglos antes del arribo de los españoles, una parte de los mapuche-huilliche se trasladó al norte y centro de la Isla Grande de Chiloé, presentándose como un territorio con características distintivas respecto del territorio de Arauco y adquiriendo cierta adaptación y contacto con bandas del pueblo 12 canoero chono. De esta forma los pueblos sufrieron cierto grado de aculturación que se profundizó en mayor o menor medida gracias al contacto con los españoles. Aunque en esta zona las tradiciones adquieren formas específicas en relación con su entorno, logran mantener la cultu- ra aborigen de manera bastante férrea pues siempre practicaron sus antiguas costumbres a espaldas de los invasores y logrando perpetuar su pertenencia étnica. “…la conquista española solo rompió los grandes lazos políticos-culturales, pero no en las pequeñas comunidades marginales (como es el caso de los habi- tantes del archipiélago), las que mantuvieron lo esencial de sus propias identidades, permeándose de ciertos elementos hispáni- cos o europeos. En cuanto a las prácticas religiosas indígenas “eran conservadas a ultranza en contra de los esfuerzos evangeli- zadores de los europeos, que solo en ciertos periodos se presen- taban en las aisladas comunidades del archipiélago. […] tanto las prácticas chamánicas como las creencias en las brujerías ejer- cieron un efecto de inmunidad a ciertos aspectos de la evangeli- zación (suprimir completamente a la religión anterior) por una parte, y por otra, colaboraron al rechazo de la medicina alópata –que apenas hacía acto de presencia- retroalimentando con ello al poder y prestigio de los machis y/o curanderos. En cuanto al rechazo de la evangelización, los mismos misioneros veían el machitún (ritual mágico de sanación) y las llamadas brujerías y contramales como dos recursos de poder y mecanismos de conservación del paganismo indígena, puesto que: En el machitún, los machis, en tanto sanadores, ponían en ejecución su poder de mediación y su influencia en el mundo sobrenatural, puesto que la enfermedad, tal como lo hemos dicho refiriéndonos a las malocas (...) podía ser provocada por un enemigo que enviaba espíritus o fuerzas negativas (huecufu) a la víctima. En el proceso de cura, la machi debía acudir a los espíritus bienhechores para combatir el maleficio. […] En un aspecto más específico, el rechazo a la medicina alopática se debía a la creencia indígena que asignaba responsabilidad de estos males a la brujería y que por consecuencia debía ser tratada solamente con magia”. (Hidalgo y Bravo, 2019). 13 En la zona de los canales desde la península de Taitao hacia el sur y en el extremo sur de Tierra del Fuego habitaban el pueblo kawésqar y yagán. Estos cazadores-recolectores marítimos, recibían tam- bién la denominación de canoeros, y son el pueblo Kawésqar, que habitaron desde el paralelo 48º al 53º de latitud sur, (dispo- niendo también de una pequeña territorialidad en la isla grande de Tierra del Fuego); y más al sur el pueblo Yagán, que habitaba el archipiélago del Cabo de Hornos, llegando hasta el norte del canal Beagle, bahía Aguirre hacia el este, la punta más promi- nente de la península Brecknock al oeste y el Cabo de Hornos al sur. La medicina ancestral de estas latitudes presentaban una variación respecto de la mapuche-huilliche y es que, si bien el chamán conocía plantas con poder curativo, ello no era en absoluto secreto para los demás integrantes del grupo. El uso de las plantas estaba al alcance de todos y su función fue transmiti- da oralmente generación tras generación. El médico ancestralse conocía como ówurkan entre los kawésqar; yékamush, entre los yagan. Era considerado chamán y un vidente con la capacidad de comunicarse espiritualmente con fuerzas superiores, con los respectivos “espíritus” de acuerdo a sus respectivas cosmovisiones. La realidad de cada etnia pro- viene de cosmovisiones que consideran al ser humano como parte de la naturaleza y, en este contexto identifican múltiples agentes causantes de enfermedad, tanto visibles como invisibles, todos externos al ser humano. No se hace distinción entre causas naturales y causas «sobrenaturales» o «mágicas»; en el mundo indígena no parece existir en general dicha distinción, pues todo su mundo es so- brenatural si se analiza a través de sus cosmologías y cosmogo- nías. En todas las sociedades aborígenes de Fuego-Patagonia se encuentra el elemento chamánico, donde el chamán-médico casi siempre era un individuo escogido por presentar algunas características particulares respecto al resto de los integrantes. 14 Este médico-sacerdote no sólo es el sanador de proble- mas individuales, sino ante todo una consciencia socializadora, al igual que los rituales. La formación del médico comienza desde que son es- cogidos para desarrollar ese don, iniciando una preparación muchas veces desde la infancia o adolescencia; muchos son ais- lados de su comunidad y reciben una formación espiritual para enfrentar su tarea. Estos chamanes poseían ciertas habilidades que los destacaban por sobre el resto y, las curaciones no se enfocaban únicamente en síntomas o enfermedades sino que se trataba a la persona en forma integral, como parte de un todo comuni- dad/entorno que además interviene directa o indirectamente en la propia sanación. La salud y enfermedad estaban necesariamente relacio- nadas con la manera en que cada etnia se explicaba el universo, con sus tradiciones y cultura. Los rituales no sólo ayudaron a erradicar la enfermedad, sino que fueron necesarios para pro- fundizar y socializar su propia cultura. El paciente sentía com- pleta seguridad frente al chamán. Sabía que lograría re- establecer el equilibrio, y que toda la comunidad lo acompañaría en ese proceso. Los yékamush tenían un amplio campo de influencia pudiendo interceder en el campo onírico como también tratar y causar enfermedades de acuerdo a las circunstancias. Así como el chamán tenía los poderes para restablecer el equilibrio, perfectamente podía volcar sus capacidades para hacer un maleficio. Es justamente esta cualidad, reconocida por todos, la que muchas veces fue la razón de guerras encarnizadas entre grupos aborígenes. Si un chamán era sindicado responsa- ble, tenía una muerte casi segura. El ówurkan, chamán kawésqar utilizaba la pintura blanca en el cuerpo, color que es ampliamente usado en otras culturas ancestrales. Complementaba esta caracterización con una corona de plumas de cormorán, también blancas, que colo- caba alrededor de su cabeza. El rol de chamán podía ser asumi- do tanto por hombres como por mujeres y la terapia se reducía a 15 la acción de arrodillarse en posición erguida junto al paciente y frotando con los dedos realizaba un masaje que complementaba con soplos para extraer el maleficio. En esta acción el chamán recurría a todas las técnicas aprendidas como cantos, chupar y escupir sangre para impresio- nar a los espectadores. En estos tratamientos también destaca la actividad onírica que de alguna forma permitía saber el destino del paciente y daría la pauta para recurrir a los espíritus que ayudarían a solucionar los males. Según cuenta Martín Gusinde, los chamanes eran compensados en estos tratamientos y destaca que así como po- dían ayudar, también tenían el poder de dañar, “sobre todo si estaba en posesión de un mechón de cabello de quien fuera a ser su víctima, mechón que podía maltratar para que tuviera un efecto maléfico sobre ella, de acuerdo al principio de magia simpatética”. (Ibid.: 527-529) El papel de la espiritualidad en el proceso de curación se configura como la principal característica, puesto que ances- tralmente existía la convicción de que el hombre es parte de un todo, parte integrante de la naturaleza donde cada elemento está conectado y que los espíritus pueden promover la salud como también causar enfermedades. Por lo tanto, así como era impor- tante curar físicamente al individuo, también era necesario recu- perar su equilibrio y armonía con la comunidad y el entorno que lo rodea. Para los pueblos originarios ancestrales las "enferme- dades de la civilización", las enfermedades introducidas, como la tuberculosis, sarampión, etc… no tuvieron cura. Ante estas enfermedades los pueblos aborígenes no tuvieron defensa, hecho que se convirtió en una de las causas del etnocidio de las etnias australes. Estas enfermedades eliminarían a miles de familias en los próximos siglos, perdiendo en buena parte del conocimiento ancestral que permanecerá desconocido para siempre. A pesar de que hoy la medicina moderna tiene un en- foque científico y los avances son innegables, muchas comuni- dades continúan y continuarán apreciando e incluyendo al espí- ritu y las tradiciones ancestrales como elementos inseparables de la curación. 16 17 MEDICINA ANCESTRAL MAPUCHE–HUILLICHE El gran pueblo mapuche-huilliche (mapu, tierra; che, gente; y huilliche, gente del sur) se ubicó históricamente desde el río Toltén por el norte hasta el archipiélago de Chiloé, abarcan- do desde la cordillera de los Andes hasta el Océano Pacífico. Si bien según los antecedentes recopilados desde el siglo XVIII el gran complejo étnico se autoreconoce como mapuche, el padre Luis de Valdivia recogió a fines del siglo XVI el nombre reche (en mapudungún “gente auténtica”, “la gente por excelencia”) como autodenominación. De acuerdo a la información entregada por los cronistas franciscanos los mapuche-huilliche denominaron a su territorio Futahuillimapu (grandes tierras del sur), existiendo principal- mente tres subdivisiones territoriales: cuncos o juncos, huilliche y huilliche serranos, ocupando un espacio vital extremadamente bello donde el clima lluvioso es dominado orográficamente hacia el este por una cadena volcánica y lacustre seguida de una extensa red hidrográfica con bosques y pantanos para terminar hacia el oeste con una cordillera de la costa boscosa e irregular que se transforma en planicies litorales y acantilados antes de llegar a la costa pacífica. Desde la perspectiva arqueológica cabe destacar que los primeros habitantes de este territorio han resultado ser los más antiguos del continente americano con una data de 14.500 años AP, registro que corresponde al sitio Monte Verde, ubicado a unos 27 kilómetros de Puerto Montt. Por otro lado los trabajos arqueológicos en la zona son concluyentes respecto de una clara población cazadora recolectora de adaptación marítima, que hace más de 6.500 años habría colonizado incluso el Seno de Reloncaví e isla Grande de Chiloé. Estas sociedades aborígenes del sur de Chile se fueron asentando progresivamente en el territorio, adaptándose econó- micamente y tecnológicamente de acuerdo a las distintas carac- terísticas geográficas. Muy probablemente la amplia red fluvial de la zona influyó en una sedentarización temprana en las po- blaciones que antecedieron a la mapuche-huilliche. 18 “La navegación y embarcaciones indígenas cumplirían un rol fundamental y se distinguirían rutas fluviales, terrestres y mixtas, definiendo una espacialidad y movilidad organizada”. (Carabias, 2010). Las canoas monóxilas (fabricadas de una pieza ahue- cando el tronco) representan un antiguo instrumento de trans- porte y de intercambio material que además permitió la interac- ción social. Así, es necesario considerar que la fabricación y uso de canoas constituiría un aspecto fundamental en cuanto a la ocupación del territorio. SALUD Y ALIMENTACIÓNSi bien se reconoce en las antiguas poblaciones nóma- des una adaptación marítima al territorio, los primeros registros históricos ya evidenciaban que los llamados cuncos tuvieron una economía basada principalmente en la agricultura incipiente (maíz, papas y quinoa) y ganadería complementada con la caza y la recolección marina de peces, lobos marinos y mariscos en general, utilizando los cursos naturales para trasladarse de forma estacional a la costa pacífica. Tradicionalmente, en estas migra- ciones estacionales a la costa, el pueblo incorporó rituales de rogativa (mutrumtúe, huachihue y machihue) con el objetivo de tener buenos resultados. Los huilliche que se ubicaron en la zona intermedia de los llanos se dedicaron a la crianza de animales y al cultivo de papas, maíz, trigo, y quinoa en pequeñas superficies, dieta que también complementaron con la recolección estacional marina, como lo hacían los cuncos. Finalmente, los huilliche serranos se caracterizaron por tener una economía semi-sedentaria, subsis- tiendo de cultivos y dedicándose, por su mayor movilidad, a la caza y recolección. El tipo de vida en esta región permitió en el mapuche huilliche adquiera una constitución especialmente fuerte. Desde recién nacida la criatura era bañada en aguas frías constante- mente y colocada en los küpulwe, que era una tabla rasa donde el niño se envolvía y aseguraba con fajas la mayor parte del día. Para dormir utilizaban una especie de cuna llamada chigua, un 19 receptáculo de forma oval fabricado con ramas y entretejida con tiras vegetales que era cubierto por una piel; la criatura era recos- tada envuelta teniendo el cuidado de no estrechar sus miembros. La crianza posterior fomentaba niños ágiles, robustos, sanos y resistentes a través de una dieta sencilla. De alguna for- ma esta crianza forjó un hombre y mujer de carácter inflexible. El soldado español González de Nájera participó en la guerra de Arauco y es autor de “Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile”, obra que rescata Gusinde para incluir muchos datos de interés entre los que se observan algunos referidos al parto. Sobre el tema cuenta que antes de dar a luz, todos los días de- bían bañarse previamente a la salida del sol, pararse en la entra- da de la casa, ver el amanecer y arrojar hacia el astro una piedra (esto lograría que el parto fuera rápido) , agrega además, que comenzando una mujer a tener dolores, la alejaban de la ruca para comenzar el trabajo de parto junto a un río o junto al mar, puesto que “los males de la mujer preñada podrían traspasarse a las demás personas de la ruca e incluso a ciertas pertenencias”. Si bien no era común que hubiera complicaciones en el trabajo de parto, las raíces cocidas de metrón, Oenothera berteriana, se utili- zaban para apresurarlo. De acuerdo a las machis, esta planta era muy recomendada para hemorragias flujos de sangre y enferme- dades de la mujer. Según los relatos del siglo XVII de Diego de Rosales, habitualmente no se recurría a una partera. Para cortar el cordón umbilical utilizaban hojas cortantes y después del parto la mujer debía mantenerse durante ocho días en la ruca sin tener contac- to con personas; el objetivo era evitar el “mal de parto”. Cumplido el plazo, volvía a bañarse y regresaba a su hogar, donde era recibida por toda la familia y parientes en una gran fiesta “del nacimiento” en el que la criatura recibiría su nombre; una instancia que aprovechaban para comer y beber en abundancia y regocijo. En cuanto al cuidado personal y la vestimenta, el jesuita Gomez de Vidaurre dice: “desde tiempos remotos ya hacían la limpieza de la cabeza empleando una decocción de la corteza del quillay y con una greda especial, llamada rag, se aseaban todo el 20 cuerpo a modo de jabón. […] Se peinan todos los días, y […] es entre ellas una de las mejores prerrogativas tener el pelo muy largo… […] Todo el vestido, desde que los invasores introduje- ron las ovejas, es muy simple, todo él es de lana… […] Cada una de las partes [de la vestimenta del hombre] tienen su nom- bre propio […] una camisa que llaman cotón […] un par de calzones estrechos y cortos y en una especie de capa que nom- bran poncho. […] traen [en la frente] una faja roja, lisa o labra- da, y tal vez bordada”. (Cit en Gusinde, 1917 p. 216). Juan Ignacio de Molina también opinó que la higiene era una necesidad primordial entre los aborígenes de asenta- mientos ribereños: “Es singular la atención de estas mujeres tienen en el aseo de sus casas y sus patios, las barren muchas veces al día. Apenas han usado cualquier alhaja, al instante la limpian y lavan por lo cual gustan de tener abundante agua co- rriente en sus casas. La misma limpieza acostumbraban consigo mismas. Se peinan dos veces al día y todas las semanas se lavan la cabeza con una jabonada hecha de corteza de quillay (quillay saponaria) la cual les mantiene limpios sus cabellos. El baño es comunísimo entre aquellas gentes y así para poder hacerlo a su comodidad procuran establecerse en las riveras de los ríos. En las estaciones cálidas se bañan muchas veces al día. En tiempos de invierno es raro aquél que deja de bañarse a lo menos una vez; mediante este ejercicio se hacen excelentes nadadores… nada ya con la cara hacia abajo como se practica comúnmente, ya sobre uno y otro lado, ya de espaldas y ya con el cuerpo dere- cho y con las manos extendidas fuera del agua, como si camina- sen por la tierra. Nadan también entre dos aguas, pasando así los ríos más anchos, de cuyo ejercicio resultan valientes buzos. (Citado en Bengoa, 2007). Esta cercanía con el mar posibilitó el aprovechamiento considerable de alimentos. Bengoa comenta que según los rela- tos escritos de algunos cronistas se “veía a miles de indígenas, a la llegada de los españoles, mariscando en el Golfo de Arauco”. Agrega además que “la simple observación de gigantescos con- chales de la costa habla de generaciones de indígenas que se alimentaron con estos productos”. (Bengoa, 2007). 21 “Los indios que habitaban los valles próximos a la Cor- dillera se vestían sólo con una piel de guanaco atada a la cintura. […] ” (Cit en Gusinde, 1917 p. 217). El vestido de las mujeres era de lana y en lugar de una camisa usan un chamal, túnica sin mangas, abierta y que llega hasta los pies ceñido con una faja ancha, el trarüwe. En la parte superior se cubren con una ikülla que es una mantilla corta. (Cit. en Gusinde, 1917). La alimentación observada por Gómez durante el siglo XVI, era muy sencilla: legumbres cocidas, papas (poñu) cocidas o al rescoldo. “Bascuñán probó las papas asadas que preparaban con sus pepitorias de zapallos y ají, y algunas tortillas gruesas […] bollos de porotos y maíz, mezclado con la semilla… que es el madí […] los panes de maíz “llaman umitas” […] Claramen- te esta dieta era complementada, especialmente en la región fluvial con la pesca. De otros frutos espontáneos que han servido de alimento, merecen mención especial: los piñones, los frutos del avellano y del roble-pellín; se estimaba mucho un hongo que crece sobre el roblo pellín, por su gusto agradable; la baya purpúrea del peumo, el fruto del copihue, la murtilla, frutillas, cultivaban el mango, maíz, lanco, dahue, maní, porotos y zapa- llos, pero lo que más comían era harina de maíz tostada con o sin agua fría. (Ver Gusinde, 1917). Desde tiempos antiguos la construcción que habitan (ruca) era una armazón de varas clavadas en el suelo con entrete- jido de varillas delgadas por los lados. Gómez comenta lo si- guiente: “Sus casas, que siempre están a la rivera de algún río o riachuelo, son de madera o cuadrilongos o de figura oval. Estas últimas están todas cubiertas de paja de arriba abajo, las otras tienen techo y murallas”. (Cit en Gusinde, 1917). Para dormir utilizaban como colchón solamente un cuero de animal o lo necesario para impedir el paso de la hume- dad y amortiguarla dureza del piso. Era un sitio que, a pesar de no tener comodidades cumplía cabalmente el objetivo de res- guardo, de reunión y estadía de la familia completa. En la parte media se situaba el fogón constantemente encendido. 22 “Tampoco hacen las casas juntas ni en forma de pueblo que de esto huyen con grande extremo por temor de los hechizeros. […] Habitan dispersos en las campiñas, creyendo ser éste uno de los mayores privilegios de la libertad” (Cit. en Gusinde, 1917). La longevidad de esta raza era una característica del estilo de vida: “Después de sesenta o setenta años de edad, co- mienzan a encanecer, y no se ponen calvos sino cuando se acer- can a los cien años […] Admira ver a estos indios, hasta la edad más decrépita, conservar, no sólo sana la dentadura, sino la vista como de un joven y la memoria de un hombre. Muchos mueren sin haber pasado un dolor de cabeza en su dilatada vida…”. (Op cit. 1917). PLANTAS MEDICINALES Y MACHIS La riqueza natural de este territorio es fundamental para comprender las características físicas adquiridas por este pueblo. Estas condiciones botánicas fueron fundamentales para el desarrollo de un conjunto de conocimientos y tratamientos contra enfermedades que se transmitieron por tradición oral hasta la época de la conquista. Siendo los españoles quienes pudieron dejar los prime- ros registros escritos de estas tradiciones, en los antiguos relatos se aprecian las dificultades en recuperar información relevante, que muchas veces fueron incompletas, erradas y altamente in- fluenciadas por la cultura occidental. El profesor Rodolfo Lenz, planteó que los machi (médi- co-sacerdotes) se encargaban de las enfermedades tanto corpo- rales como del alma. Para poder desarrollar su accionar era necesaria una disposición innata y un perfeccionamiento a través del aprendi- zaje que le permitiera ser reconocido como depositario de las tradiciones y creencias de su pueblo. Su posición era privilegiada y su aspecto salía de lo común. Se le consultaba con veneración y respeto en su calidad de oráculo para los eventos cotidianos y naturales ya estén relacionadas con enfermedades o eventos climáticos. 23 Nuñez de Pineda, autor de la obra Cautiverio Feliz, rescató un testimonio sobre los machi a partir de una conversa- ción con el cacique Quilalebo, refiriendo también sus propias impresiones sobre los machi: “Habéis de saber […] que en los tiempos pasados (más que en los presentes) se usaban en todas nuestras parcialidades unos huecubuyes, que llamaban renis, co- mo entre vosotros los sacerdotes; éstos andaban vestidos de unas mantas largas, con los cabellos largos, y los que no lo tenían, los traían postizos, de cochayuyo o de otros géneros para diferen- ciarse de los demás indios naturales; éstos acostumbraban estar separados del concurso de las gentes, y por tiempos no ser co- municados, y en diversas montañas divididos, adonde tenían unas cuevas lóbregas en que consultaban al pillán (que es el de- monio), a quien conocen por Dios los hechiceros y endemonia- dos machis (que son los médicos). Éstos, como os he dicho, por tiempos señalados estaban sin comunicar mujeres ni cohabitar con ellas. […] Parecía [dice Nuñez de Pineda] (el hechicero machi, “que así llaman a estos curanderos”)… un Lucifer en sus facciones, talle y traje, porque andaba sin calzones, que éste era de los que llaman hueyes…; traía en lugar de calzones y puno, que es una mantichuela que traen por delante de la cintura para abajo, al modo de indias, y unas camisetas largas encima: traía el cabello largo, siendo así que todos los demás andan trenzados, las uñas tenía tan diformes, que parecían cucharas; feísimo de rostro, y en un ojo una nube que le comprendía todo; muy pe- queño de cuerpo, algo espaldudo, y rengo de una pierna, que sólo mirarle causaba horror y espanto. […] Se ponen también sus gargantillas, anillos y otras alhajas mujeriles, siendo muy estimados y respetados de hombres y mujeres…”. (Gusinde, 1917). A pesar de que la institución de los machi recaía ances- tral y principalmente en el hombre, progresivamente y desde tiempos cercanos a la conquista española la machi mujer fue ganando espacio hasta predominar por sobre la tradición ma- chista, hasta ser considerada, revestida y reconocida como in- termediaria entre los hombres y el mundo espiritual, siempre y cuando haya recibido de un machi las enseñanzas y públicamen- te se haya realizado el ritual correspondiente. 24 El padre Diego Rosales describe este ritual de la si- guiente manera: “El hechicero que los enseña los gradúa a lo último, y en público les da a beber sus brebajes, con que entra el demonio en ellos, y luego les da sus propios ojos y su lengua, sacándose aparentemente los ojos y cortándose la lengua y sacándoles a ellos los ojos y cortándoles las lenguas. Hacen que todos juzguen que ha trocado con ellos ojos y lengua para que con sus ojos vean al demonio y con su lengua le hablen, y metiéndoles una estaca aguda por el vientre se la saca por el espinazo sin […] dolor ni quede señal. Y así con éstas y otras apariencias quedan graduados de hechiceros y ordenados de sacerdotes del demo- nio. Y luego hacen pruebas y curan enfermos, que siempre dicen que lo están de bocado [envenenados] Y de estas apariencias de el demonio e ilusiones de la vista están todos admirados y el médico queda con grande opinión de sabio y gana con el oficio, porque de todas partes le llaman y le pagan con gran liberali- dad…”. (Gusinde, 1916). Dependía de la habilidad de la machi el concepto y opinión que los demás tendrían de ella. A través de largos años de preparación adquirían la capacidad de comunicarse con las fuerzas o espíritus y saber el origen del daño. A través de su quehacer la machi forjaría su reputación y mediante la observa- ción de síntomas, lesiones exteriores (tan comunes entre mapu- ches a causa de las constantes guerras internas), envenenamien- tos (intencionales o por flechazos de guerra) y lesiones internas, lograban el perfeccionamiento de los tratamientos para la cura- ción. Junto a la figura de la machi aparece la figura del arregla huesos, que muy probablemente tuvo su origen en tiempos de guerra, donde claramente la acción de los machis no sería sufi- ciente; en tiempos antiguos estos “cirujanos especiales” recibían el nombre de gutaves (según el jesuita Andrés Febres, gutaves deriva del verbo gutaru, que significa concertar o aliñar huesos quebrados o amarrar apretando) y se dedicaban a curar fracturas, dislocaciones, heridas y, también erupciones, inflamaciones, tumores, entre otras dolencias, utilizando infusiones, cocimien- tos, emplastos y jugos de plantas medicinales. 25 Se puede asegurar que las machis tenían un profundo conocimiento de las plantas medicinales, logrando conocer es- pecíficamente que propiedades tenían los frutos, raíces, hojas tallos, flores y además saber la forma en que debían ser aplica- das. En este campo de la medicina son además las fuentes de agua y las fuentes termales los recursos cruciales para el trata- miento de ciertas enfermedades. Cuando los conquistadores llegaron a Chile y se encon- traron con el pueblo mapuche, recién comenzó a configurarse el registro escrito de esta cultura. Lo que conocemos se debe a los relatos y crónicas escritas con descripciones sobre sus costum- bres, creencias y medicinas, desde la óptica sesgada y religiosa, muchas veces poca objetiva. Entre los pueblos aborígenes de Chile el mapuche es el de mayor influencia en cuanto a mestizaje de la población actual se refiere, y sus tradiciones respecto de las prácticas medicinales han logrado perdurar en el tiempo, configurando un cúmulo de conocimientos reconocidos y utilizados hasta los días actuales. En la larga lista bibliográfica e investigativa que ha tratado el tema de la medicina ancestral de este pueblo resalta la obra en particular llamada“Medicina e Higiene de los Antiguos Araucanos” del padre Martín Gusinde, publicada en la revista del Museo de Etnología y Antropología de Chile en 1917. Tras un recorrido de más de diez semanas por territorio mapuche, realizó trabajo de campo en comunidades y excavaciones ar- queológicas, logrando rescatar aspectos que habían sido poco profundizados respecto de los machi y la medicina tradicional. Quizá el mayor valor de este trabajo es justamente la gran bi- bliografía e información estudiada (incluye las crónicas más antiguas y completas sobre el tema) y obtenida a partir de testi- monios orales respecto de plantas utilizadas durante el siglo XIX, que le permitieron incluir un listado de aproximadamente 300 hierbas utilizadas por las propias machis, clasificándolas de acuerdo a su nomenclatura científica e incluyendo una breve explicación de las virtudes terapéuticas que la medicina tradicio- nal le atribuyó. (Ver Gusinde, 1917). Muchas de las plantas medicinales y remedios usados en la curación ancestral se siguen utilizando en nuestros días. 26 El bosque y toda la geografía de toda la zona es un espacio fundamental para los huilliche por la inmensa cantidad de plantas existentes que les permitieron, entre muchas otras funciones, curar diferentes enfermedades; se puede decir que estas plantas medicinales tenían claramente una connotación sagrada. A través del conocimiento profundo de las propiedades botánicas lograron transmitir una rica tradición de infusiones y tratamientos perfectamente conocidos. Estas plantas se suministraban mediante decocciones, cataplasmas, infusiones, bebidas, tisanas, baños, entre los más conocidos y cada machi adquiría mayor aceptación por el pro- fundo conocimiento de saber seleccionar específicamente la parte adecuada de cada planta (tallo, raíz, hoja, flor, fruto) para hacer efectivo el tratamiento. De acuerdo a la información en- tregada por Gusinde, curaban y lavaban las heridas, las llagas y quebraduras principalmente con un decocciones de culén, quin- chamalí, lejo, romaza, llantén y del lun; un notable remedio para heridas penetrantes era la sal de ciertas hierbas quemadas, como también la miel de abejas silvestres. En las úlceras, abscesos y en toda acumulación de pus usaban por ejemplo la chépica, calcha- cura, lun, palhuén, quinchihue, lefo, canelo, pingo-pingo y las raíces asadas y machacadas de achiras. En las hinchazones, tu- mores y erupciones de la piel, tenían frecuente aplicación: el coirón, la calchacura, el canelo, el quinchamalí. En las zafaduras y quebraduras usaban emplastos de hojas del maguéi y la miel de chilca. Atacaban al reumatismo y las luxaciones con el boldo, el llaküd, el boqui, la chilca; los pasmos y la ciática con la goma de pehuén y la infusión del quilmo. Contra las contracciones ab- dominales y flatos, contra la indigestión y el dolor de vientre usaban: el clinclín, la congona, el paico, el quinchihue. En las afecciones del estómago y del conducto intestinal recetaban: el maillico, el liuto, el leliantü, la luna, el tranpitol, el ulpugurú. Contra las lombrices recomiendan como buenos antielmínticos (contra parásitos intestinales) el guauchu, el culén y el pitao. Contra enfermedades del hígado: el ñilhue, el tañauso, el lonco, el paico. Curaban los trastornos de las vías urinarias con el ran- kül y la chaura. 27 Contra cálculos de la vejiga recomendaban: el huilmo, el palqui, el pito. Como descongestionante del bazo tenían: el madi, el relvún. A los que padecían almorranas se recetaba: el quinchuihue, el paico, el llaupangue. En los dolores de corazón y en la epilepsia: el relvún y el lefo en infusión. Contra la infla- mación de la traquea, bronquitis y tos: el radal, el merulehuén. Para los resfríos y constipaciones daban: una decocción de hojas del mayu y la miel de abejas. Para las llagas de la boca y los do- lores de la garganta la calchacura, el lun, las hojas del quintral y las del palqui. En los dolores de cabeza, en neuralgias, ciática y ataques nerviosos: la congona, el canelo, el chamico, la llareta, la resina del pehuén, la miel de melosa. En las fiebres, principal- mente en el chavalongo (fiebre tifoidea); el huévil, el ñilhue, el ñancolahuén, el canelo, el lun, la tupa-tupa, el natri, el lichun- lahuén; en disentería especialmente: el pangue. Contra las virue- la, la gota y el sarampión tenían: el relvún, la miel de melosa, el alhuenlahuén, el ningúi. Para las enfermedades de la piel: el triwue, la plapla, el tüke. En dolores de muela y oído: el zumo de lefo, el boldo, el pillo-pillo, la tupa-tupa. Para las enfermeda- des de la vista: el pilpilvoqui, el wallko, el quiloi-quilloi, el amancái. De purgantes servían: el quinchuilhue, el lanco, el pircún, el maitén, la patagua en decocción, la miel de melosa y la de molle, la raíz de lefo y la raíz de la pichoa. Como diuréti- cos: el relvún, el chilco, el canelo, el nuil, el cebollino, la miel de molle. Como purificadores de la sangre: la patagua, el cachan- lahuén, el relvún, el romerillo. Como sudoríficos: la chépica, el culén, el huayacán, el lun, el ñilhue, la corteza del palqui, el trarumamell. Como flemagogos: el merulahuén, la quinoa, el quinchamalí. Como tónicos: el maqui, la murtilla, el wellno. Como pectorales: la vira-vira, el merulahuén. Como astringen- tes: el pangue, el trun, el maqui, el pehueldén. Como narcóti- cos: el chamico. Como emenagogos: el leliantü, el madi, el pihuchenlahuén, el wellno, el millahuilo, el quinchamalí, el bailahuén. Como uterinos: el pichén, el madi, el quellguén. Como galactóforos: el ningúi. Como afrodisíacos: el wedahue, el nüume, el paillague. Como antisifilíticos: el huayacán, el lun, la patagua, el pingo-pingo, el upulgurú, el triwe. Como antídoto contra venenos aplicaban: la caucha, el ají, el maitén. 28 Para lavativas usaban: el quinchihue, el vollén, el uño- perquén; para estas lavativas usaban la vejiga de un animal. En determinados casos se servían de la hiel y de las materias fecales de ciertos animales, por ejemplo, contra la gangrena. Estos remedios eran preparados por la machi de acuer- do a tradiciones ancestrales, guardando muy bien el secreto. Aún así, Gusinde rescató un testimonio que se describe un ejemplo a partir del cual se puede obtener una impresión general sobre este ritual: “Las machis se dirigen de noche a un riachuelo cercano, se desnudan y cogen en el agua sendas ranas o sapos; cada una, vuelta con la cara hacia el agua, con ambas manos agarran al animalito de las patas traseras y con brusco movi- miento lo echa hacia atrás. Las tres mujeres recogen después a estos sapos y los llevan a un lugar adecuado y bien escondido, donde encienden fuego debajo de una pequeña ollita; después, sentadas alrededor, matan a los animales, y la sangre junto con las secreciones de los sapos reciben en aquella vasija; la cual llenan además con distintas yerbas y dejan ahora todo hervir en el fuego. En seguida ellas mismas comienzan a bailar en derre- dor de la olla, recitando fórmulas cabalísticas; después de poco rato, caliente aún, la llevan a casa”. (Gusinde, 1917). El tratamiento del enfermo también tiene una formali- dad: “El enfermo se tiende de espaldas en medio del rancho y echan afuera a todos los miembros de la familia, o se sientan vueltos hacia la pared. Después de examinar los síntomas de la enfermedad, el machi principia una larga ceremonia mágica que consiste en un canto monótono acompañado por el golpeteo de un pequeño tambor, formado de un cuero de oveja estirado sobre un aparato de madera. Se excita, haciendo gestos y con- torsiones violentas hasta que cae de espaldas como en ataque epiléptico, con los ojos vueltos hacia arriba, la espuma saliendo de la boca y el cuerpo agitado por convulsiones espasmódicas, y yace en el suelo como muerto, por mucho rato. A esta señal, unos jóvenes, desnudos y pintados de una manera que causa espanto, montan a caballosin montura, y corren furiosamente alrededor de la casa, llenando el aire con sus alaridos y gritos. 29 Llevan antorchas que agitan sobre las cabezas y blanden sus lanzas para espantar los malos espíritus que se suponen estar en acecho para dañar al enfermo. Cuando se recobra de su ataque, el médico declara la naturaleza y el asiento de la enfermedad, y procede a administrar los remedios al paciente. Manipula al mismo tiempo la parte del cuerpo afectado, hasta que puede extraer la causa del mal, que exhibe con demostraciones de triunfo. Esta generalmente asume la forma de una araña, un sapo u otro bicho que ha tenido cui- dadosamente escondido en su persona. En seguida deja obrar los remedios y si sana el enfermo, la curación se considera mila- grosa, pero si muere se atribuye la muerte a la voluntad de Dios, o las maquinaciones de algún enemigo. Después de la muerte, se buscan de nuevo los servicios del machi, sobre todo si el di- funto es una persona de distinción. El cadáver es disecado y examinado: si el hígado se encuentra sano se atribuye la muerte a causas naturales; pero si al contrario se le encuentra inflamado, supónese que la muerte ha sido producida por las maquinacio- nes de alguna persona mal intencionada, y el machi queda en la obligación de descubrir al malhechor. Esto se cumple de una manera muy parecida a la em- pleada para la diagnosis de la enfermedad. Se extrae la bilis, se la coloca dentro del tambor mágico y después de varias operacio- nes misteriosas, se la vuelve a sacar para ponerla en una ollita tapada, al lado del fuego. Si después de calentarla por un buen rato se encuentra en el fondo de la olla una piedra biliaria, se declara que esta ha sido la causa de la muerte. Estas piedras, como también las arañas, los sapos, las flechas o cualquier otro objeto que el machi saca del enfermo, son llamados huecuvu (el malvado). Con la ayuda del huecuvu el machi produce un estado de éxtasis, durante el cual descubre y denuncia al causante de la muerte y describe la manera en que ésta se produjo. Se presta la mayor credulidad a estas adivina- ciones; y con frecuencia la persona acusada es perseguida y muerta por los deudos. Algunas de las riñas más sangrientas que hayan turbado la tranquilidad de la nación, se deben a esta cau- sa. 30 A veces suceden casos en que los amigos del difunto hacen una demanda formal al cacique del distrito para que en- tregue el supuesto culpable, a fin de ejecutarlo después de haber- le torturado para hacerle confesar su crimen. No siempre son rechazadas estas demandas; y ha habido casos en que la angustia producida por la tortura ha hecho que el condenado admitiese una falta que no había cometido. Por estos medios los machis consiguen una influencia terrible, que utilizan en su propio be- neficio o para propiciar alguna venganza particular. Son consul- tados también para descubrir los asesinos y autores de otros crímenes, y sus declaraciones son consideradas, cuando menos, como antecedentes presuntivos de gran fuerza contra los acusa- dos”. (Rehuel, 1914.) COSMOVISIÓN En otro ámbito se puede sostener que los estudios reali- zados en el área huilliche son escasos, pero un dato relevante se obtiene a través de investigaciones realizadas en el sector de San Juan de la Costa donde se sostiene que la identidad de este pue- blo está sumida en una religiosidad claramente sincrética, pero con elementos tradicionales de la cultura mapuche-huilliche, en cuya cúspide se encuentra a Chao Nguenechen. A pesar que actualmente existe un tronco común en la tradición mapuche, a través de siglos la cultura europea influyó notoriamente en las manifestaciones rituales huilliche, al punto de asignar a su principal figura de Chao Nguenechen característi- cas omnipresentes y omniscientes del dios cristiano. “Con el tiempo y el contacto posiblemente con los es- pañoles católicos y monoteístas, quizá fueron adaptándose anti- guas creencias o resurgieron nuevas miradas de antiguas consi- deraciones cósmicas. Va surgiendo con el tiempo la figura de Nguechén Chao o Señor Nguechén, el Creador; NgenWenu, el creador del cielo; NgenMapu, el creador de la tierra; NgenChao, Señor Creador; Mgenkushe, Madre creadora; Kallfu Rey Chau, Azul Rey Padre; Kallfú Rey Ñuque, Azul Reina Madre o la Ma- jestad celestial” [datos obtenidos por el Padre Augusta a co- mienzos del s. XX]. 31 Según Bengoa, Latcham sostiene acertadamente que Nguechén y Pillán serían uno solo y que por lo tanto la religión mapuche seguiría su tradición como una religión de ancestros, y como argumento señala que en el nguillatún celebrado a Chau Nguechén todos los oficiantes se denominan con el apelativo Pillán: el oficiante se llama Pillán huentru, hombre del Pillán; la mujer encargada del oficio es la Pillán domo, mujer del Pillán. Y por lo demás el lugar donde se realizan los Nguillatunes se de- nomina muchas veces Pillan leufún, que significa descampado de los pillanes o simplemente el lugar de los dioses. “El verdadero culto de los araucanos era entonces el culto al Pillán, no como deidad ni como demonio, sino como antepasado, padre de la tribu o clan, de quien descendían todos los de la agrupación… Más aún, Pillán ni siquiera siempre asumía la forma masculina; entre los antiguos era la más de las veces mujer y al parecer solamente en tiempos modernos se le ha figurado del otro sexo y en la actualidad continúa con un aspecto dual, ya masculino, ya femenino”. (Bengoa, 2007). A partir de la figura mítica de Chao Nguenechen se deri- va una serie de representaciones mitológicas que, a través de los rituales permiten el afloramiento de conocimientos ancestrales transportándolos al presente y logrando el equilibrio y la co- hesión grupal. El rito, visto de esta forma, revitaliza constante- mente la identidad mapuche en función del Admapu (Símbolos, preceptos consuetudinarios y morales, prácticas tradicionales que rigen a la sociedad) que es constantemente reinterpretado: “un concepto fundamentalmente sobrenatural, sancionado por fuerzas sobrenaturales que emanan de los ancestros, considera- dos éstos como si hubieran ideado, suplido, suplementado y adherido a las reglas de la sociedad mapuche”. (Faron, 1997). En la cosmovisión huilliche, entonces, se puede desta- car como principal figura a Chao Ngenechen o Chao Dios, seguida de Chao Trokin, Chao Antu, Pucatrihuekeche y Mamita Luna, de acuerdo al orden presentado en rogativas o lepunes efectuadas en la zona de San Juan de la Costa. 32 Para el huilliche la creación del mundo, cielo y tierra son obra de Chao Ngenechen, y la existencia del pueblo se remite a esa creación. Cuenta el mito que en tiempos remotos Chao Ngenechen envió desde el wenumapu (cielo) al mapu (la tierra) a Tripaiantu y Nigishma. Específicamente estos personajes míti- cos habrían sido enviados a una isla llamada Tren Tren y, desde allí Tripaiantu haría sonar trompetas anunciando a los huilliche un gran diluvio. El lugar de salvación estaría junto a éstos “ánge- les” en Tren Tren. El relato evoca claramente primero, la figura de ángeles mediadores entre los hombres y Ngenechen, pero además un lugar sagrado que permitió la continuidad de los mapuche-huilliche. “Resulta entonces comprensible que el gran rito de fertilidad (nguillatún), que se realiza todos los años, comience con una peregrinación al Tren-Tren (se inicia con la puesta del sol, en su cumbre se sacrifica un cordero y se baila hasta el ama- necer para regresar al alba al lugar donde se hará el nguillatín o lepún)”. (Foerster, 1995). A tal punto llega el sincretismo a causa de la imposición del cristianismo que Chao Ngenechen envía a la tierra, además a su propio hijo a salvar el pecado del mundo, Cristo; y a esto se suma la misma Virgen del Carmen como madre y salvadora de los mapuches. Si bien se logra reconocer una clara influencia occiden- tal, la figura Ngenecheny sus diversas expresiones no se presen- tan como las de un dios trascendente si consideramos que se relaciona directamente con fenómenos naturales y humanos, actuando inmerso en el mismo universo o Cosmos. El nguillatún adquirió la connotación ritual de comuni- carse con lo sagrado, con el padre Dios. Esta figura se revela a través de los sueños (peuma) anticipando el futuro como porta- dor de verdad. Es necesaria la intervención divina para la fertili- dad de los campos e incluso de las mujeres, como también para detener plagas y epidemias; en el nguillatún se agradece y se realizan peticiones o rogativas para pedir el “bien” general. La imagen del dios mapuche[-huilliche] está asociada a un esquema de reciprocidad, donde la divinidad aparece como 33 donante de “toda clase de beneficios” y donde el mapuche debe hacer una serie de contraprestaciones –la más importante está definida como el respeto al admapu y cuya máxima expresión es el rito del Nguillatún- para restablecer la reciprocidad, so pena de castigos. “En la rogativa o Nguillatún, la machi golpea un tam- bor, denominado cultrún, en el que están marcados los cuatro puntos cardinales. Pone banderas de color azul y pinta con azul añil las caras de los participantes. De este modo se predisponen a restablecer los equilibrios rotos. Hicieron sacrificios y se cal- maron las aguas. El mito conduce al rito. Se congregan las per- sonas alrededor del rehue. Allí se inicia el canto cadencioso al ritmo del tambor ceremonial. Las personas bailan hasta el mo- mento en que la machi o el oficiante inicia su trance, su transpo- sición a otra realidad, diferente de la cognitiva cotidiana. En estado de levitación sube los peldaños del rehue [altar o lugar más sagrado del culto mapuche, donde se oficia la ceremonia] o escalera que va al cielo, y su voz se transforma y expresa palabras ininteligibles para los seres humanos. El dugu machife, cuya función es traducir las palabras que caen del cielo, va cantando en mapuche comprensible para la audiencia lo que escucha de la mujer o a veces hombre, en “estado alterado de conciencia”. La voz de las estrellas resuena en la tierra. Hay un llamado a la conversión, a expulsar a los huincas del territorio invadido, a no dejarse arrastrar por su cultura. Para restablecer el equilibrio roto se apela a los sacrificios, por ejemplo, matar toros negros si fal- taba agua y escaseaban lluvias o sacrificar algún animal de lana blanca, si estas eran excesivas. La mayor parte de los desequili- brios reside en el comportamiento humano. Hay una relación misteriosa pero efectiva entre los sociales y naturales. Decía un sabio indígena que “…la envidia entre los seres humanos es siempre la causa de los males”, cuestión que sin duda provoca las grandes desavenencias entre las comunidades. El calcu o maldad provoca enfermedades, rupturas entre amigos, y todo tipo de siniestros naturales. Por ello que el sacrificio es de una impor- tancia simbólica y práctica, ya que a continuación de sacrificados los animales, viene el momento de compartir entre todos los miembros de la comunidad resquebrajada y reconciliada. 34 El acto de sacrificar es parte de compartir y restaurar lo roto, lo desequilibrado. En un momento del Nguillatún, deno- minado el Conchotún, las personas se levantan de sus sitios y se dirigen a otras con platos de comida o vasos de bebida. Se rega- lan objetos, se dan abrazos, se dicen palabras bellas de reconci- liación y amistad. El equilibrio social se restablece y de esa for- ma también se restauran los equilibrios cósmicos, los ríos de arriba y los ríos de abajo vuelven a la calma. (Bengoa, 2007). En la ceremonia del Nguillatún se establecen alianzas entre linajes simbolizando la unidad, pero por sobre todo una correspondencia desde el mundo material al mundo espiritual a través del sacrificio o exponiendo objetos que lo simbolizan; así se logra el equilibrio necesario. El conquistador español rompió los equilibrios hasta el día de hoy y desde un inicio fue percibida como el origen de la ruptura del sistema cósmico, de la modificación gradual de la cosmovisión como un conjunto complejo de equilibrios. CHILOÉ Antes de la llegada de los conquistadores, el territorio huilliche se había extendido a la Isla de Chiloé, ocupando prin- cipalmente el litoral norte de la isla grande e islas adyacentes. El poblamiento de Chiloé se encuentra profundamente ligado a la navegación y al uso de embarcaciones. Los antiguos cazadores- recolectores marítimos que los conquistadores identificaron como chonos se habrían fusionado con los navegantes de origen mapuche-huilliche o premapuche constituyendo una síntesis de estas dos tradiciones y produciendo una cultura que se comple- menta entre la tierra y el mar. Si bien esta zona no era el centro de su territorio, se transformó en un lugar privilegiado de interacción y mestizaje con el pueblo chono y, posteriormente con los europeos. “Acostumbrados a una experiencia sedentaria, se ubica- ron en la costa oriental de la Isla Grande y en las islas inmedia- tas a ésta. Permanecieron en esos espacios, incluso durante la Conquista, siendo considerados por los españoles como los chilotes por antonomasia. 35 Aún cuando se movían en sus respectivas rutas, perma- nentemente se estaban encontrando, lo que también ocurría entre las otras etnias del sector”. (Cárdenas, et al., 1999). Los huilliche se habrían encontrado con una tierra que estaba dominada por la vegetación y tierras óptimas para culti- vos. Los primeros conquistadores serían testigos de éstos entre los que destacaban: la papa, quinoa, mango, maíz y el lanco. El P. Rosales señalaba: “...en Chiloé todo manteni- miento de los naturales se reduce a unas raíces de la tierra que llaman papas, y destas se siembra en gran cantidad para coger lo necesario, y sirven de pan”. Respecto al origen geográfico de la papa, aún no ha sido definida la polémica que se mantiene entre científicos. (Cárdenas, 1999). En el archipiélago de Chiloé como en todo el territorio mapuche-huilliche, la papa, junto con ser uno de los principales alimentos, tuvo diversos usos en tratamientos medicinales. En la obra de Renato Cárdenas y Carolina Villagrán “Botánica de la cotidianidad” nombran un listado de aplicaciones que tiene contra enfermedades; algunos usos medicinales son: Para afecciones al hígado: el exprimido de la papa (de- che) debe agregársele una cucharada de aceite de comer y otra de jugo de limón. Se toma en ayunas, por cucharaditas, nueves días todos los meses. En Añihué prefieren hacerlo con papas azules postreras y gueicañas. Para convulsiones por fiebre se envuelve al enfermo en una sábana mojada y fría; luego se retira la sábana y se le aplica rodajas de papa en las sienes. Para el dolor de cabeza se ponen rallas de papas en las sienes. Para las hemorragias in- ternas: Se hierven hojas de papas del agua se toman tres cucha- raditas y un baño de asiento diario. Para quemaduras con fuego o agua se aplican papas ralladas o engrudo de almidón en la zona afectada. Las hojas de papas en tisanas, tres veces al día, actúan como sedante. La papa rallada mezclada con jabón o azúcar sirven para las quemaduras; se cambia el emplasto cada vez que se calienta. Para bajar la fiebre se mezcla papa rallada y jugo de natre y se aplica en la frente. El chuño crudo de papa con agua fría sirve para cortar los vómitos cuando son de trago. 36 Para el dolor de cabeza se colocan papas en rodajas con azúcar o vinagre como parche en la cabeza o en el estómago. “La flora de la isla de Chiloé, tanto la autóctona como la adventicia, figura con prominencia en el patrimonio local de mitos y leyendas, así como en la práctica de la llamada brujería por los winca. Este concepto ha sido asimilado de manera pro- funda en la identidad de la Isla de Chiloé y reconocida por los mismos habitantes como parte de su tradición.Claramente esta forma de presentar las tradiciones ancestrales ante la mirada de los conquistadores demuestra una clara reacción para, de alguna forma, poder mantener en parte sus tradiciones. En los mitos que se conocen de Chiloé, las plantas sirven para caracterizar a diversos seres, y en el contexto de la brujería para controlar seres míticos, causar males y enfermeda- des. Las plantas pueden ser vistas como constitutivas de un paisaje cultural y como instrumentos de poder. […] (Gumucio; Insunza , 1992). Su uso secreto es gradualmente impartido a los apren- dices a medida que estos van subiendo en jerarquía. Al final puede ser considerado un llapuyero ya formado, es decir alguien que hace uso del llapuy, los polvos, bebidas, amuletos etc., que usa el brujo en su labor (Gumucio et al. 1992). La información precisa sobre las plantas que emplean los brujos es escasa. Una de las principales fuentes escritas son las declaraciones prestadas por varios individuos sometidos a juicio en Ancud en 1880, acusados de homicidio y señalados como brujos”. (Cit. Gumucio et al. p. 15. Anónimo 1960). Este documento se titula “Los brujos de Chiloé - Célebre proceso del Juzgado de Ancud – Declaraciones de los Reos”. El proceso incluye varias declaraciones en las que es posible reconocer prácticas médicas de los “brujos” y además, tener certeza de la existencia de una verdadera institución, com- puesta únicamente por hombres y mujeres indígenas, conocida como “La Recta Provincia”. En el documento se comprueba que este conjunto de recetas, creencias y fuerzas espirituales (producto de la fusión o unión de las prácticas aborígenes y las contenidas en el libro 37 obsequiado), lograron perdurar convirtiéndose, muy probable- mente, en una forma de resistencia cultural, un mecanismo mediante el cual se podría perpetuar el dominio y una forma efectiva para mantener el control social que se perdía progresi- vamente con la imposición de tradiciones extranjeras. Claro está, estos conocimientos degeneraron en una seguidilla de ven- ganzas y asesinatos que alteraron profundamente la zona de Chiloé infundiendo gran temor. “En este caso se trató de una secta que utilizaba el factor sicológico como fuente de poder, proyectando hacia los españo- les los prejuicios y temores que las propias concepciones sobre- naturales del conquistador podían concebir. Esta agrupación estaba conformada por una nomenclatura claramente clandesti- na y la resistencia proyectada en sus acciones comprometía el ámbito personal, social, político, religioso y cultural”. (Cárdenas, 1999). Esta institución se originó, de acuerdo a la versión en- tregada por Mateo Coñuecar Coñuecar (uno de los condenados por este proceso), gracias a una machi oriunda de Quetalco llamada Chillpila quien en 1786 habría derrotado al piloto es- pañol José de Moraleda luego que éste se presentara como un gran hechicero y la desafiara a una competencia de “magia”. Tras aceptar su derrota, Moraleda obsequió a Chillpila un libro de magia que sería el libro fundacional de la Recta Provincia. Posteriormente la machi llevó el libro a Quicaví “para que aprendieran los indígenas, de ahí se organizaron las asociaciones en que ahora figura el declarante”. (Cit en Cárdenas, 1998). Los integrantes de esta entidad tenían un importante conocimiento de la botánica y otras “ciencias”, especialidades que les permitieron “perfeccionar” tratamientos de sanación y curación, pero que con el tiempo también derivaron en hechizos y fórmulas cuyo objetivo era causar enfermedades, e incluso provocar asesinatos (situación que se hizo bastante cotidiana a finales del siglo XIX). Ante tal drama el intendente de Chiloé, Luis Martiniano Rodríguez ordenó en 1880 una redada a los señalados como “brujos” de la zona, acusando a esta institución y sus integrantes con el cargo de “asociación ilícita”. 38 “En el mismo Quicaví los indígenas desde un tiempo muy remoto […] construyeron una casa subterránea que todos la denominan con el nombre de “Cueva de Quicaví” aunque también se conoce como “La Casa Grande”. De acuerdo al relato de Coñuecar, desde su origen en esta cueva habitaban y eran porteros humanos tomados por la fuerza y encerrados en la Cueva para personificar al Ibunche y el Chibato (Seres de la Mitología Chilota). “Ahí los acostumbraban a vivir como era la costumbre sin permitir que salieran a ninguna parte y mante- niéndolos con carne de chivato, de cabrito, de niños difuntos que robaban para llevarles continuamente. La bebida que les daban era agua de Picohihuín. Así acostumbraban a estos indi- viduos a desempeñar el papel que quisieran y les enseñaban a hacer algunos saltos o brincos”. (Cárdenas, 1998). El historiador Gonzalo Rojas Flores que utilizó este histórico proceso a los brujos para su obra “Reyes Sobre la Tierra, brujería y chamanismo en una cultura insular” redactó un extracto de las principales curas que se nombran en el documento oficial: “Como prueba de que entre sus funciones estaba también la de curar, la siguiente es la lista de los remedios mencionados por los hechiceros en 1880 en sus declaraciones judiciales, algunos de los cuales se encontraron en sus casas: para las lombrices se utilizaba una infusión de chaquigua en pequeña cantidad [ ]; aplicado externamente, el cocimiento de la chaquigua también servía para curar la sarna; la atinca se usaba como pectoral; la canchalagua para la pulmonía; la raspadura de la pepita de San Ignacio se usaba como calmante; la piedra bezoar, para las sofo- caciones y enfermedades respiratorias en general; el cardenalillo y la piedra hueñoto [probablemente corresponde a la piedra lile o lilis, es decir, sulfato de cobre natural] disueltos en agua tibia se usaban en muy pequeña cantidad como vomitivo; el colmillo de lobo marino, para las almorranas, calentándolo «hasta que se pueda aguantar”; el polvo de la carne de cahuel [delfín o tonina] quemada, para la enfermedad de la locura; el emplasto de ibircún y megüelluiden con agua salada sanaba la enfermedad del cachín, una enfermedad muy común en Chiloé que causaba úlceras y escrófulas; para la puntada se recurría a un cocimiento de ciprés y covalonga, los cuales en muy pequeña cantidad se 39 tostaban y luego hervían en agua con sal; las heridas provocadas por la espina venenosa del mechay se curaban con parches de ajenjo, yerba buena, poleo e ibircún mezclados con agua salada; los miembros recogidos se friccionaban con una mezcla líquida de yerba buena, ajenjo, poleo, deu, ibircún y hueso de venado en polvo; para quitar la hinchazón se usaba la tierra en que se con- vertían los cadáveres [tierra del cementerio] mezclada con agua de mar u orines, formando una cataplasma; el polvo de la piedra de ara [piedra robada del altar de una iglesia] se colocaba en todos los remedios «como cosa que tenía una virtud especial». (Rojas, 2002). Al listado anterior habría que agregar la piedra de zar, que se usaba para sofocaciones; cardenillo [esta planta, según el informe, puede causar la muerte] y piedra lipe, que disueltos en agua tibia y en muy pequeña cantidad sirven como vomitivo; nida con llapue [berro amarillo, Mimulus luteus] y ámbar, que se encuentra en la playa de Cocotúe y sirve para atraer peces; camahueto o hueso de llama de unicornio, para mejorar la respi- ración y que se emplea haciendo fricciones con piedras del río y dando de beber el agua al paciente [Coñuecar menciona haber comprado “camahueto y hueso de unicornio” por cincuenta centavos de la época]; yape, hierba marina que se adhiere a los peñascos y que se recogen en las playas de Cucao, sirve también para atraer a los peces. La Recta Provincia, la Cueva de Quicaví y sus brujos constituyeron una de las creencias más populares en la zona Chiloé y un claro ejemplo de organización de aborígenes que lograron dar una lucha de resistencia notable contra la cultura del conquistador.40 LA MEDICINA ANCESTRAL KAWÉSQAR Kawésqar es traducido en la literatura antropológica como “hombre de piel y hueso”. Pueblo nómade canoero y originario de la zona austral de Chile que abarcó ancestralmente el kawésqarwaes, territorio kawésqar, desde el Golfo de Penas hasta el estrecho de Maga- llanes, llegando incluso al sudoccidente de Tierra del Fuego. Este pueblo constituye uno de los menos descritos co- mo también uno de los menos estudiados en el campo de la investigación histórica. Cabe destacar el aporte de Martín Gu- sinde, sacerdote y etnólogo quien a través de su obra “Los Indios de Tierra del Fuego”, consideró parte de la información histórica existente y construyó un trabajo etnográfico muy completo. Además es relevante considerar antecedentes obtenidos por el antropólogo francés Joseph Emperaire y los datos entregados por el investigador Oscar Aguilera Faúndez, etnolingüista que ha centrado toda su labor en el rescate de la lengua y la cultura kawésqar junto al representante del pueblo kawéskar y M. A. en Antropología, José Tonko Paterito, aportando en conjunto una larga lista de estudios y trabajos publicados hasta la fecha que se han convertido en fuente de consulta obligada. La presencia de cazadores recolectores marítimos en estas latitudes sudoccidentales patagónicas se estima en más de 7.000 años. El hábitat principal es un entorno de canales y fior- dos caracterizado por intensas lluvias e incesantes vientos. Un clima frío, húmedo y lluvioso con precipitaciones cercanas a los 3.500 mm anuales. Este panorama es similar durante casi todo el año y va modificándose de Occidente a Oriente, moderando levemente sus temperaturas. En la zona de los canales los bos- ques parecen impenetrables y en gran proporción llegan al límite del mar, dejando eso sí algunas pequeñas playas descubiertas. Las lluvias ayudan a completar un ambiente gélido e indomable que era parte del diario vivir de estos cazadores recolectores del mar. 41 Según fuentes orales de antiguos káwesqar se dividieron en cuatro grupos: Los Sǽlam habitaban la zona norte, desde el golfo de Penas hasta el canal Adalberto. Los Kcewíte ocuparon la zona inmediatamente al sur, desde el canal Adalberto hasta la isla Jorge Montt y Estrecho Nelson aproximadamente. Los Kelǽlkčes se situaron en la zona de Última Esperanza. Final- mente los Tawókser, que abarcaron el territorio costero desde el Mar de Skyring, seno Otway hasta las márgenes del Estrecho de Magallanes llegando incluso hasta el sud-occidente de Tierra del Fuego. Cabe hacer la aclaración de lo difícil que es encasillar límites en un pueblo nómade en constante movimiento por los espacios del kawésqarwaes. El territorio también se diferenciaba entre los canales interiores Jáutok (de aguas más calmas y clima algo más templa- do) y los territorios y canales exteriores Málte, que se ubicaban frente al océano Pacífico y recibían los constantes vientos y llu- vias haciendo la navegación muy arriesgada y peligrosa. La alta movilidad geográfica y su eventual dispersión en el territorio, impiden establecer el número exacto de la pobla- ción en épocas prehistóricas, pero de acuerdo a diversas fuentes, esta cifra ascendería desde los dos a tres mil individuos. COSMOVISIÓN De acuerdo a los antecedentes entregados por Gusinde, desde tiempos antiguos y a través de la transmisión oral los káweskar habrían logrado conservar una tradición religiosa que consideraba al ente supremo o ser superior denominado Xólas, cuyo poder estaba por sobre todos los hombres, quienes le de- bían su existencia. El sacerdote explicó que los integrantes del pueblo kawéskar “no sienten ninguna inclinación, bajo ninguna situación conflictiva, a dirigirse rogando o clamando a esta dei- dad, pues el ser supremo les ha otorgado los medios de vida y es obligación solo de ellos preocuparse al respecto cuando tienen hambre”. (Gusinde, 1991). Xólas, miraba a través de las estrellas y vigilaba atenta- mente todo lo que ocurría en la tierra; su figura se hacía presente y consciente gracias a su simbolismo como “ente moralizante”, 42 guía moral que se manifestaba claramente en exhortaciones dadas a los candidatos durante el ritual de iniciación a la vida adulta llamado Kálalai. Laboriosidad, sociabilidad, diligencia, complacencia, limpieza, respeto por los mayores son algunos de los preceptos que se refuerzan en el mencionado ritual, pautas morales que también, directamente o indirectamente, los padres inculcaban a los niños diariamente mediante el ejemplo. Ningún mal podría ocurrir si se hacía lo correcto, ya que Xólas era en esencia bondadoso, aunque cuando sobrevenía una enfermedad era producto de descuidar las buenas conductas y, por lo tanto, ameritaba el castigo de Xólas. De cualquier for- ma la muerte era un llamado para ir por sobre las estrellas a rendir cuenta de una posible conducta reprochable. Gusinde denominaba yispi al alma humana, consi- derándola un elemento esencial enviado por Xólas, que da vida y movimiento a todo el cuerpo desde el momento del nacimiento. Cuerpo y alma se mantenían unidos hasta la muerte, momento en que Xólas recogía al yispi y lo hacía volver a él para exigirle una reflexión sobre su vida y sus acciones terrenales. El cuerpo se consideraba material, producto de los padres biológicos y, por lo tanto, debía inhumarse en la tierra. A pesar del innegable aporte de Gusinde, es necesario comentar que en su trabajo es factible advertir una tendencia a postular la existencia del mono- teísmo entre las llamadas sociedades primitivas, contrariando los planteamientos evolucionistas. Aquilera hace un análisis bastante diferente respecto de la figura creadora de Xólas, argumentando que los kawésqar han sido principalmente animistas. Tanto Aguilera como el an- tropólogo Anton Quack desestiman rotundamente que hayan considerado un dios a la semejanza de los cristianos, explicando que el concepto Xólas es, al parecer, una interpretación errada de qolák, que significa gaviota. “Sin embargo, a pesar de que Gu- sinde atribuyó dioses que se apartan de las creencias de quienes investigó, fue tal vez el único occidental de su época […] que valoró a los miembros de estos pueblos indígenas como perso- nas, dotadas de sensibilidades, creadoras de una rica tradición oral, provistas de una humanidad que se les negaba, relegadas hasta entonces a una condición subhumana, según Darwin, o 43 vistas como gente pobre y en la miseria, digna de compasión”. (Aguilera, 2016). En sus investigaciones, Aguilera ha recopilado y estu- diado una serie de cuentos y mitos concluyendo que la tradición oral kawéskar acepta la existencia de una variedad de espíritus y entrega pautas que permiten reconocer tres eras de su cosmovi- sión, separadas por una etapa intermedia: la primera se explica a través de una idea del Caos que se caracteriza por una lucha entre los vientos donde no imperaba el orden; hasta ahora no existe evidencia literaria-oral que explique cómo terminó esta primera idea del Caos. Luego emerge en la línea mitológica una etapa intermedia o mundo primigenio, donde la tierra estaba habitada por seres cuya diferencia está en el “os”, algo parecido al “alma”, unos tienen os de hombre y otros os animal, ambos son hombres sin diferencia pero al morir los últimos, se trans- mutarían en animales en coincidencia al animal que llevaban oculto en el alma; son estos últimos los únicos seres que podían renacer; los hombres con alma de hombre están condenados a la muerte. Al morir, los hombres-animales dan origen a la segunda y última etapa que correspondería a la edad actual. Esta forma de comprender el mundo la entregan los cuentos kawésqar in- corporando también monstruos y espíritus de la naturaleza (viento, rayo, arcoíris, etc.) en constante transformación, causa- da principalmente por las muertes y sufrimientos en el ámbito espiritual de