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S A N T O SSANTOS VALEROSA, NOBLE E INDEPENDIENTE 1893–1955 V A LE R O SA , N O B LE E IN D E PE N D IE N T E SANTOS La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días PUBLICADO ANTERIORMENTE Tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846 Tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893 SANTOS La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días Tomo III Valerosa, noble e independiente 1893–1955 Publicado por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días Salt Lake City, Utah © 2022 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ninguna parte de este libro en cualquier forma ni medio sin permiso escrito. Para más información, comuníquese con permissions@ChurchofJesusChrist.org. saints.ChurchofJesusChrist.org Arte de la cubierta por Greg Newbold Diseño de la cubierta y del interior por Patric Gerber Datos de publicación en el catálogo de la Biblioteca del Congreso Nombres: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, entidad publicadora. Título: Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días. Tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955. Otros títulos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días Descripción: Salt Lake City, Utah : La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2022. | Incluye referencias bibliográficas e índice de temas. | Resumen: “Tercer tomo de una serie de cuatro tomos que relatan la historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”— Proporcionado por el editor. Identificadores: LCCN [número] | ISBN 9781629726496 (libro de tapa blanda) | ISBN 9781629738123 (libro electrónico) Temas: LCSH: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días —Historia— Siglo XIX. | Iglesia mormona- Historia- Siglo XIX. Clasificación: LCC BX8611 (libro electrónico) | LCC BX8611.S235 2018 (impresión) | DDC 289.309- dc23 Registro de la LC disponible en https://lccn.loc.gov/2018010147 Impreso en los Estados Unidos de América 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1 © 2022 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. Versión: 11/16 Traducción de Saints: The Story of the Church of Jesus Christ in the Latter Days, Volume 3, Boldly, Nobly, and Independent, 1893–1955 Spanish PD60003137 002 Impreso en los Estados Unidos de América El estandarte de la verdad se ha izado. Ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra: las persecuciones se encarnizarán, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán congregarse y la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosa, noble e independiente hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído; hasta que se cumplan los propósitos de Dios y el gran Jehová diga que la obra está concluida. —José Smith, 1842 C O L A B O R A D O R E S SANTOS LA HISTORIA DE LA IGLESIA DE JESUCRISTO EN LOS ÚLTIMOS DÍAS Historiador y Registrador de la Iglesia Director ejecutivo, Departamento de Historia de la Iglesia: Élder LeGrand R. Curtis Jr. Director ejecutivo adjunto, Departamento de Historia de la Iglesia: Élder Kyle S. McKay Director gerente del Departamento de Historia de la Iglesia: Matthew J. Grow Director, División de Publicaciones: Matthew S. McBride Historiador gerente: Jed Woodworth Gerente de productos: Ben Ellis Godfrey Gerente editorial: Nathan N. Waite TOMO III VALEROSA, NOBLE E INDEPENDIENTE 1893–1955 Editores generales: Scott A. Hales Angela Hallstrom Lisa Olsen Tait Jed Woodworth Redactores: Scott A. Hales Angela Hallstrom Melissa Leilani Larson Dallin T. Morrow James Perry Editores: Kathryn Tanner Burnside Leslie Sherman Edgington Alison Kitchen Gainer Petra Javadi- Evans Catherine Reese Newton R. Eric Smith Nathan N. Waite Í N D I C E PARTE 1: Una base firme, 1893–1911 1 Un día mejor y más brillante 3 2 Conforme demostremos que estamos listos 22 3 La senda de la rectitud 38 4 Mucho bien 54 5 Una preparación esencial 69 6 Nuestro deseo y nuestra misión 86 7 A juicio 103 8 La roca de la revelación 120 9 Luchar y abrirnos camino 138 PARTE 2: En medio de la tierra, 1911–1930 10 Dame fuerzas 159 11 Demasiado pesado 176 12 Esta terrible guerra 194 13 Herederos de salvación 210 14 Fuentes de luz y esperanza 228 15 No pido mayor recompensa 247 16 Escrito en el cielo 262 17 Preservados el uno para el otro 279 18 En cualquier lugar de la tierra 297 19 El evangelio del Maestro 312 PARTE 3: En el fragor de la batalla, 1930–1945 20 Tiempos difíciles 333 21 Un entendimiento más profundo 348 22 Recompensa eterna 365 23 Todo lo que se necesita 382 24 El propósito de la Iglesia 398 25 No hay tiempo que perder 416 26 La progenie repugnante de la guerra 433 27 Dios está a la cabeza 450 28 Nuestros esfuerzos mancomunados 468 29 La noche viene ya 485 30 Tanto dolor 504 PARTE 4: Coronados de gloria, 1945–1955 31 Por buen camino 521 32 Hermanos y hermanas 537 33 La mano de nuestro Padre 554 34 Ve y mira 574 35 No podemos fracasar 590 36 Con detenimiento y oración 611 37 Con verdadera intención 629 38 Más poder, más luz 645 39 Una nueva era 656 Nota sobre las fuentes 671 Notas 673 Fuentes citadas 770 Reconocimientos 808 Índice de temas 810 TRAVESÍAS Y VIAJES 1915 ruta del SS Escandinavo 1920–1921 Tour internacional de David O. McKay 1925 Misión de Sudamérica 1953–1954 Tour internacional de David O. McKay VALEROSA, NOBLE E INDEPEN DIENTE DAKAR KINSHASA JOHANNESBURGO CIUDAD DEL CABO RÍO DE JANEIROSÃO PAULO BUENOS AIRES PAPEETE RAROTONGA HONOLULÚ LIVERPOOL PARÍS DELHI SINGAPUR SÍDNEY APIA FIYI TONGA WELLINGTON LONDRES FRÁNCFORT ROMA ALEPO JERUSALÉN AUCKLAND TOKIO ADÉN LISBOACIUDAD DE NUEVA YORK SALT LAKE CITY MONTREAL LOS ÁNGELES CIUDAD DE GUATEMALA • • • • •• • • • • • • • • •• • •• • • • • • • • • • • • • • •• • • • •• •• • • • • • • • • • • • • • •• • • •• • TRAVESÍAS Y VIAJES 1915 ruta del SS Escandinavo 1920–1921 Tour internacional de David O. McKay 1925 Misión de Sudamérica 1953–1954 Tour internacional de David O. McKay VALEROSA, NOBLE E INDEPEN DIENTE DAKAR KINSHASA JOHANNESBURGO CIUDAD DEL CABO RÍO DE JANEIROSÃO PAULO BUENOS AIRES PAPEETE RAROTONGA HONOLULÚ LIVERPOOL PARÍS DELHI SINGAPUR SÍDNEY APIA FIYI TONGA WELLINGTON LONDRES FRÁNCFORT ROMA ALEPO JERUSALÉN AUCKLAND TOKIO ADÉN LISBOACIUDAD DE NUEVA YORK SALT LAKE CITY MONTREAL LOS ÁNGELES CIUDAD DE GUATEMALA • • • • •• • • • • • • • • •• • •• • • • • • • • • • • • • • •• • • • •• •• • • • • • • • • • • • • • •• • • •• • P A R T E 1 Una base firme 1893–1911 “Esta Iglesia seguirá en pie, puesto que está sobre una base firme […]. El Señor nos la ha mostrado mediante el principio revelador del Santo Espíritu de luz”. Lorenzo Snow, abril de 1900 1893–1911 • • • • • • • • • • • • • •• • • • E S T A D O S U N I D O S C A N A D Á C U B A M É X I C O TRONDHEIM BERLÍN ROTTERDAM PARÍS GOTINGA BERNA CARDSTON SALT LAKE CITY PALMYRA SH AR ON BOSTONCHICAGO LA HABANA WASHINGTON D. C. COLONIA JUÁREZ LIVERPOOL LONDRES EXETER Fronteras en 1893 3 C A P Í T U L O 1 Un día mejor y más brillante Evan Stephens y el Coro del Tabernáculo tuvieron una oportunidad única en la vida. Era mayo de 1893 y acababa de abrirse la Exposición Colombina Mundial en Chicago, una pujante metrópolis en la región del Medio Oeste de Estados Unidos. Durante los siguientes seis meses, millones de personas de todo el mundo visitarían la exposición. Era una extensión de doscientos cincuen- ta hectáreas para explorar, con abundantes parques cubiertos de pasto, lagunas y canales resplandecientes, y relucientes palacios de color marfil. Por todas parteshabía visitantes dando vueltas por la feria, escuchando hermosos conciertos, oliendo nuevos aromas tentado- res o contemplando asombrosas exhibiciones de las cuarenta y seis naciones participantes. 4 Valerosa, noble e independiente Si uno quería captar la atención del mundo, Evan sabía que no se podría encontrar un escenario más grande que la feria mundial1. Como director del coro, estaba ansioso por hacer una presentación en el Gran Eisteddfod Internacional [Grand International Eisteddfod], una prestigiosa compe- tencia galesa de canto que se llevaría a cabo en la feria ese otoño. Él y muchos miembros del coro eran galeses o de ascendencia galesa, y habían crecido impregna- dos de las tradiciones musicales de su tierra natal. Sin embargo, el concurso era más que una oportunidad de celebrar su herencia. Actuar en Chicago le proporciona- ría al Coro del Tabernáculo —el grupo coral principal de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— la oportunidad perfecta de exhibir su talento y presentar la Iglesia a más personas2. Una y otra vez, por causa de la información errónea en cuanto a ellos, los santos habían tenido dificultades y conflictos con sus vecinos. Hacía medio siglo que habían huido al valle del Lago Salado, lejos de sus perseguido- res. Sin embargo, su paz había sido efímera, especial- mente luego de que los santos comenzaran a practicar abiertamente el matrimonio plural. En las décadas que siguieron, el gobierno de los Estados Unidos emprendió una campaña implacable contra el matrimonio plural, y los críticos de la Iglesia desplegaron todos los medios para destruir su imagen pública y retratar a los santos como personas vulgares y sin instrucción. 5 Un día mejor y más brillante En 1890, el Presidente de la Iglesia, Wilford Woodruff, publicó el Manifiesto, una declaración oficial instando a dar fin al matrimonio plural entre los santos. Desde entonces, el gobierno federal había distendido su oposi- ción a la Iglesia. Sin embargo, el cambio era lento, y los malentendidos continuaban. Ahora, a finales del siglo, los santos deseaban dar al mundo una imagen correcta de quiénes eran y en qué creían3. A pesar de lo ansioso que estaba Evan por hacer que el coro representara a la Iglesia en la feria, estuvo a punto de tener que dejar pasar la oportunidad. Se había desatado una crisis económica en Estados Unidos, que había devastado la economía de Utah. Muchos miem- bros del coro eran pobres, y Evan no quería que usaran sus ingresos para el viaje. También estaba preocupado de que no estuvieran preparados para la competencia. Aunque habían cantado como ángeles en la reciente dedicación del Templo de Salt Lake, todavía eran un coro de aficionados. Si no estaban a la altura de los demás coros, podrían avergonzar a la Iglesia4. De hecho, a principios de ese año, Evan y la Prime- ra Presidencia de la Iglesia habían decidido no inscri- birse en la competencia, después de todo. Pero luego, el Eisteddfod habían enviado representantes a Salt Lake City, y tras escuchar cantar al coro, los representantes le informaron a George Q. Cannon, Primer Consejero de la Primera Presidencia, que los santos podrían ganar la competencia. 6 Valerosa, noble e independiente Volviéndose a Evan, el presidente Cannon preguntó: “¿Crees que nuestro coro tiene una oportunidad real?”. —No creo que podamos ganar la competencia —contestó Evan—, pero podemos dar una excelente impresión5. Eso era suficiente para el presidente Cannon. Otros santos, que también esperaban representar bien a la Iglesia, habían partido hacia Chicago. Las líderes de la Sociedad de Socorro y de la Asociación de Mejora- miento Mutuo de las Mujeres Jóvenes [Young Ladies’ Mutual Improvement Association] hablarían en la feria en el Congreso de Mujeres en Órganos Representativos [Congress of Representative Women], la asamblea de líderes de las mujeres más grande que se hubiera reali- zado jamás. B. H. Roberts, uno de los siete presidentes de los Setenta, esperaba hablar acerca de la Iglesia en el Parlamento de Religiones que se realizaba en la feria. A pedido de la Primera Presidencia, el coro empezó a ensayar inmediatamente, y a moverse rápidamente para encontrar una forma de financiar el viaje. Evan debía hacer algo imposible, y tenía menos de tres meses para hacerlo6. Esa primavera, la crisis económica no solo era un problema para el Coro del Tabernáculo, sino que tam- bién amenazaba con llevar a la ruina a la Iglesia. Seis años antes, en el apogeo de su campaña contra la poligamia, el Congreso de los Estados Unidos había 7 Un día mejor y más brillante aprobado la Ley Edmunds- Tucker, que autorizaba la confiscación de las propiedades de la Iglesia. Preocupa- dos porque el gobierno se apropiara de sus donaciones, muchos santos habían dejado de pagar los diezmos, y de esta forma se redujo la principal fuente de financiamien- to de la Iglesia. Para cubrir sus pérdidas, la Iglesia había pedido dinero prestado e invertido en empresas de nego- cios para proporcionar suficientes fondos para mantener la obra del Señor avanzando. También pidió préstamos para cubrir el costo de terminar el Templo de Salt Lake7. El 10 de mayo de 1893, la Primera Presidencia le pidió al apóstol Heber J. Grant que viajara al este inme- diatamente para negociar nuevos préstamos que aliviaran las cargas económicas de la Iglesia. En Utah, los bancos estaban yendo a la quiebra y los precios de los productos agrícolas se estaban desplomando. Pronto la Iglesia no estaría en condiciones de pagar a sus secretarios ni a los demás empleados8. Como Heber era presidente de un banco en Salt Lake City, y tenía muchos amigos en los círculos financieros, los líderes de la Iglesia esperaban que él pudiera obtener el dinero9. Una vez que Heber aceptó ir, el presidente Cannon le dio una bendición y le prometió que los ángeles lo ayudarían. Entonces Heber tomó un tren a la costa este, con el peso de la Iglesia sobre sus hombros. Si fracasa- ba, la Iglesia no podría pagar sus préstamos y perdería la confianza de sus acreedores; y por consiguiente, le sería imposible pedir prestado el dinero que necesitaba para seguir funcionando10. 8 Valerosa, noble e independiente Poco después de llegar a la ciudad de Nueva York, Heber renovó varios de los préstamos y pidió otro más de 25 000 dólares. Luego, solicitó otro préstamo, y final- mente aseguró un monto adicional de $50 000. Pero sus esfuerzos no eran suficientes para mantener a la Iglesia a flote económicamente11. En los días subsiguientes, se esforzó por encontrar más financistas. La crisis había atemorizado a todos; nadie quería dar préstamos a una institución que ya estaba fuertemente endeudada. Heber empezó a perder el sueño. Tenía miedo de que su salud fallara antes de poder cumplir con su misión. “Mido más de un metro ochenta y peso solo 63 kilogra- mos —anotó en su diario—, no tengo mucho más margen para seguir bajando de peso”12. En la mañana del 19 de mayo, Emmeline Wells estaba ansiosa. A las 10, ella y otras líderes de la Sociedad de Socorro estarían hablando acerca de su organización en el Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Represen- tativos en la feria de Chicago13. Ella esperaba que sus discursos corrigieran los este- reotipos dañinos acerca de las mujeres de la Iglesia. Dado que la mayoría de los doscientos mil miembros de la Iglesia vivían en el oeste de los Estados Unidos, pocas personas habían llegado a conocer a una mujer Santo de los Últimos Días. Lo que las personas general- mente sabían acerca de ellas provenía de libros, revistas 9 Un día mejor y más brillante y panfletos que difundían información falsa acerca de la Iglesia y caracterizaban a sus mujeres como personas sin educación y oprimidas14. Cuando se hicieron las diez en punto, los ocho- cientos asientos del salón no estaban todos ocupados. Aunque la sesión de la Sociedad de Socorro había sido anunciada suficientemente,se estaban realizando otras sesiones al mismo tiempo, que atrajeron a personas que, de otro modo, hubieran ido a escuchar hablar a las mujeres de Utah. Emmeline reconoció unas pocas caras en la audiencia, muchas de ellas miembros de la Iglesia que habían venido para apoyarlas. Y además, reconoció a una persona importante en la audiencia que no era Santo de los Últimos Días: la periodista Etta Gilchrist15. Diez años antes, Etta había escrito una novela que condenaba el matrimonio plural y a los santos. Pero desde entonces, ella y Emmeline habían encontrado una causa común abogando por los derechos de las mujeres al voto, lo que llevó a Emmeline a publicar uno de los artículos de Etta acerca del sufragio en El adalid de la mujer [Woman’s Exponent], un diario que Emmeline editaba en Utah. Un informe positivo de Etta seguramente ayudaría a la reputación de los santos16. La sesión abrió con la interpretación de Eliza R. Snow del himno “Oh mi padre”. Entonces, la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Zina Young, y otras líderes dieron discursos cortos acerca de la labor de la Sociedad de Socorro y la historia de la Iglesia. Las discur- santes fueron tanto mujeres que habían llegado a Utah 10 Valerosa, noble e independiente como pioneras, como otras que nacieron en el territorio. Cuando habló Emmeline, elogió la sofisticación de las escritoras de Utah y describió los muchos años de expe- riencia de la Sociedad de Socorro en el almacenamiento de granos. —Si alguna vez hay una hambruna —dijo a la audiencia—, vengan a Sion17. Antes de que la reunión terminara, Emmeline llamó a Etta al estrado. Etta se levantó y tomó asiento al lado de Zina. Estrechó manos con cada una de las mujeres de Utah, conmovida por que la estuvieran tratando ama- blemente, aun cuando ella las había menospreciado en el pasado. El informe de Etta sobre la reunión de la Sociedad de Socorro apareció en el diario unos días después. “Los mormones son aparentemente personas muy religiosas —escribió—. Su fe en su religión es maravillosa”. Al describir la bienvenida que había recibido por las miembros, agregó: “Esta reunión en particular hizo que valiera la pena venir a Chicago”. Emmeline estaba agradecida por el elogio18. Cuando los bancos y los negocios en Utah quebraron, Leah Dunford, una joven de diecinueve años de edad, se preocupó por su familia. No contaban con muchos recursos, y su madre, Susa Gates, una hija de Brigham Young, había vendido tierras valiosas para que Leah estu- diara Salud y bienestar en un curso de verano que se 11 Un día mejor y más brillante realizaba en el campus de la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts. Leah no estaba segura de si debía ir. “¿Era correcto —se preguntaba— beneficiarse del sacrificio de su madre?”19. Susa quería que Leah asistiera a los cursos de verano, sin importar lo que costara. En ese momento, muchos jóvenes Santo de los Últimos Días se iban de Utah para estudiar en universidades prestigiosas del este de los Estados Unidos. Susa había estudiado en los cursos de verano el año anterior, y esperaba que su hija pudiera tener una experiencia igual de buena. También pensaba que uno de los estudiantes que conoció allí, un joven Santo de los Últimos Días de Noruega, llamado John Widtsoe, sería la pareja ideal para Leah20. Apartando las preocupaciones en cuanto al dinero, Leah estaba ansiosa por continuar con su educación. Su madre creía que las jóvenes Santos de los Últimos Días necesitaban una buena educación y capacitarse profesio- nalmente. Hasta hacía poco, el matrimonio plural había permitido que el convenio del matrimonio estuviera al alcance de virtualmente todas las mujeres Santos de los Últimos Días que lo desearan. Pero la generación de Leah, la primera en llegar a la adultez luego del Mani- fiesto, ya no tenía esa garantía, ni la garantía del apoyo económico que el matrimonio le daba a las mujeres en ese momento21. Aunque estaba habiendo cada vez más posibilidades educativas y profesionales para las mujeres en muchas partes del mundo, los padres miembros de la Iglesia 12 Valerosa, noble e independiente muchas veces se preocupaban de que estas oportunidades llevaran a sus hijas a casarse con esposos que no fueran miembros de la Iglesia y dejaran la fe. Por esta razón, las líderes de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes habían empezado a poner énfasis en que las mujeres jóvenes debían desarrollar testimonios fuertes y tomar decisiones importantes con espíritu de oración22. De hecho, Susa ya había alentado a Leah a ayu- nar y orar acerca de su relación con John Widtsoe. El matrimonio de Susa con el padre de Leah, quien para ese momento era un bebedor empedernido, había ter- minado en divorcio. Ella deseaba con todo su ser que su hija tuviera un matrimonio feliz con un joven recto. Por supuesto, Leah tenía que conocer a John en perso- na. Hasta el momento, ellos solo habían intercambiado unas pocas cartas23. En junio de 1893, Leah viajó a Harvard, que quedaba a más de tres mil doscientos kilómetros de distancia, junto con otras cuatro mujeres de Utah. Cuando llegaron a la casa donde vivían John y los otros estudiantes Santos de los Últimos Días era tarde, por lo que no tuvieron tiempo de conocer a los jóvenes. Sin embargo, en la mañana siguiente Leah notó a un tranquilo joven que estaba sen- tado solo en una esquina. “Supongo que eres el hermano Widtsoe —le dijo—. Escuché a mi madre hablar de ti”. Siempre se había imaginado a John como un escan- dinavo alto y fornido. En cambio, era bajo de estatura y delgado. ¿Qué había visto su madre en él? 13 Un día mejor y más brillante Completamente desinteresada, Leah ignoró a John hasta la cena. Cuando la encargada de la casa le pidió a John que cortara la carne, Leah pensó: “Al menos es servicial”. Luego, cuando todos se arrodillaron para bendecir la comida, John ofreció la oración. Su oración fue directo al corazón de Leah. “Él es el hombre”, se dijo24. Luego de eso, Leah y John casi siempre estaban juntos. Una tarde, mientras paseaban por el parque, se detuvieron en una pequeña colina junto a un estanque. Allí John le contó a Leah sobre su infancia en Noruega y su juventud en Logan, Utah. Empezó a llover, se refugiaron en una torre cercana, y Leah empezó a contarle a John sobre su vida. Luego subieron a lo alto de la torre y hablaron por otra hora y media acerca de sus esperanzas para el futuro25. John Widtsoe estaba enamorado de Leah Dunford, pero no quería admitirlo. Cuando ella llegó a la univer- sidad, él quiso ignorarla. Estaba demasiado ocupado, y no estaba interesado en un romance en esta etapa de su vida. Tenía grandes planes para el futuro y Leah era una distracción. Pero le gustaba el hecho de que ella tocara varios instrumentos musicales y que pudiera hablar de forma divertida o seria, dependiendo de la ocasión. Le gustaba que ella ayudara a la encargada de la casa a limpiar, 14 Valerosa, noble e independiente mientras todos los demás se sentaban y no hacían nada. Más que nada, le gustaba su ambición. “Ella tiene el deseo de hacer algo en el mundo —le escribió a su madre, Anna, en la ciudad de Salt Lake City—. Ella será una de las mujeres líderes en educación de Utah”. Según sus cálculos, él necesitaría al menos dos o tres años para saldar sus deudas con Harvard. Luego, necesita- ría cuatro años para sus estudios de posgrado en Europa, más otros cuatro años para pagar esa deuda. Después, necesitaría al menos tres años más para ganar suficiente dinero para siquiera considerar casarse con Leah26. John también estaba todavía poniendo en orden sus propias creencias religiosas. Tenía fe en la pureza y la bondad de Jesús. Además, cuando llegó a Harvard por primera vez, había recibido un fuerte testimonio espiritual de que Dios lo había ayudado a pasar en sus exámenes de ingreso. Pero estaba menos seguro en cuanto a la Iglesia. Unos meses antes,le había escrito a su madre las preguntas que tenía en cuanto a la Iglesia y sus líderes. La carta había angustiado tanto a Anna que le escribió de inmediato, segura de que él había perdido su testimonio27. En su siguiente carta, John trató de explicarse. Como otros santos de su edad, luchaba con las dudas. Los líderes de la Iglesia siempre le habían enseñado que vivía en los últimos días, cuando el Señor salvaría a Su pueblo de sus enemigos. Pero durante los últimos tres años, había visto a los santos dejar de lado el matrimonio 15 Un día mejor y más brillante plural y cultivar enconadas divisiones por la política. Ahora se preguntaba si en algún momento los santos tendrían éxito en edificar Sion. “Todo parece haber salido contrario a las expecta- tivas”, le dijo a su madre. En sus cartas a casa, John también había tratado de explicar, que no era suficiente para él simplemente creer en algo. También tenía que saber por qué creía en ello. “No tiene sentido decir que ‘lo creo’ y no pensar más acerca de ello”, había escrito. Sin embargo, él con- tinuaba pidiendo en oración una mayor comprensión de las cosas relativas a la Iglesia28. Entonces, el 23 de julio, él tuvo una experiencia espiritual poderosa. Una mujer metodista asistió a la reunión del domingo de los estudiantes Santos de los Últimos Días, y se le pidió a John que diera un sermón improvisado. Sorprendido, se paró, inseguro sobre lo que debía decir. Rápidamente decidió hablar acerca de la personalidad de Dios, deseando que sus palabras ayudaran a la visitante a entender lo que creían los santos. A medida que hablaba, no se puso nervioso ni se repitió, como a veces le pasaba cuando hablaba en público. En cambio, predicó un sermón claro e inteli- gible por más de treinta minutos. “Sentí que el espíritu de Dios me ayudó —le escri- bió a su madre—. Nunca he sabido tanto acerca de Dios y Su personalidad”29. Luego de la reunión, John pasó el resto del día con Leah. Mientras caminaban, John le dijo que quería que 16 Valerosa, noble e independiente visitara a su madre. Ya le había dicho a Anna mucho acer- ca de Leah. Ahora quería que se conocieran en persona30. Era cerca de la medianoche del 1 de septiembre de 1893, y Heber J. Grant permanecía totalmente despierto en un cuarto de hotel de la ciudad de Nueva York. Ese día había recibido un telegrama aterrador. El Banco de Ahorros y Sociedad Fiduciaria de Sion [Zion’s Savings Bank and Trust Company], la institución financiera más importante de la Iglesia, estaba a punto de quebrar. Lo mismo iba a ocurrir con el Banco Estatal de Utah [State Bank of Utah], del cual Heber era el presidente. Si él no transfería dinero a los bancos al día siguiente, no podrían abrir al público. Tanto la reputación de Heber y la de la Iglesia con los acreedores se vería dañada, quizás para siempre. Heber dio vueltas y vueltas por horas. Unos meses antes, George Q. Cannon había prometido que los ánge- les lo ayudarían. Más recientemente, Joseph F. Smith, el segundo consejero de la Primera Presidencia, le había prometido éxito más allá de sus expectativas. Pero Heber no podía imaginar que nadie le prestara suficiente dinero para salvar a los bancos. Oró por ayuda, rogando a Dios mientras las lágri- mas brotaban de sus ojos. Finalmente, alrededor de las tres de las mañana se quedó dormido, todavía inseguro de cómo resolvería el dilema31. 17 Un día mejor y más brillante Se levantó inusualmente tarde. Como era sábado, los bancos cerrarían al mediodía, y necesitaba apurar- se. Arrodillado en oración, le pidió al Señor encontrar alguien que quisiera prestarle $200 000. Dijo que estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio, aun darle al pres- tamista una comisión considerable por el préstamo32. Luego de la oración, Heber se sintió alegre, segu- ro de que el Señor lo ayudaría. Decidió visitar a John Claflin, el director de una gran empresa mercantil, pero no estaba. Ya quedándose sin tiempo, Heber tomó el tren para ir al distrito financiero de la ciudad, con la esperanza de visitar otro banco. En el camino, estaba tan absorto en el periódico, que se pasó de la parada. Al salir del tren, caminó sin rumbo fijo. Cuando se topó con la oficina de otro conocido, entró en ella. Allí se encontró con John Claflin, el mismo hombre que quería ver. Al conocer el aprieto en el que estaba Heber, John aceptó prestar a la Iglesia $250 000, con la condición de que él recibiera una comisión del 20 por ciento33. A pesar del alto costo, Heber podía ver que el Señor había contestado sus oraciones34. Transfirió inmediatamente el dinero a la ciudad de Salt Lake. Los fondos llegaron justo a tiempo para salvar a los bancos de la quiebra35. “No presten atención a sus competidores hasta que ustedes hayan cantado —les dijo Evan Stephens a los 18 Valerosa, noble e independiente miembros del Coro del Tabernáculo—. Simplemente estén tranquilos”. Era la tarde del 8 de septiembre. El coro había terminado el último ensayo para la competición Eis- teddfod. En unas horas, los cantantes subirían al esce- nario para presentar tres números musicales que habían practicado casi cada día de ese verano. Evan todavía no estaba seguro de si podrían ganar, pero se sentiría satisfecho si hacían su mejor esfuerzo36. Hacía cinco días que el coro había llegado a Chica- go, acompañado de la Primera Presidencia. Para cumplir con los requisitos del certamen, Evan había reducido el coro a doscientos cincuenta cantantes. Como la soprano estrella, Nellie Pugsley, había tenido un bebé semanas antes del concierto y no pensaba que podría cantar en la feria, se hicieron arreglos para que su hermana cuidara del bebé mientras Nellie cantaba37. Financiar el viaje durante una depresión económica resultó tan desafiante como lograr que el coro estuviera listo para cantar. Los líderes del coro primero intentaron recaudar dinero de los empresarios de la ciudad de Salt Lake. Cuando eso falló, el coro decidió dar varios concier- tos, esperando que la venta de las entradas cubriera los costos. Tuvieron dos conciertos en Utah y cuatro más en ciudades grandes entre la ciudad de Salt Lake y Chicago38. Los conciertos fueron un éxito económico, pero fue un desgaste para las voces de los cantantes. El coro continuó preparándose en Chicago, y atrajo a cientos de espectadores a sus ensayos en el Edificio de Utah, 19 Un día mejor y más brillante un gran salón de exhibiciones que exponía bienes y artefactos del territorio39. Luego de su ensayo final, Evan y los cantantes se reunieron en el sótano de la sala de conciertos. Mientras esperaban el turno para su actuación, John Nuttall, el secretario del coro, ofreció una oración recordando a cada cantante que ellos representaban a la Iglesia y a su gente en la feria. “Permítenos al menos reflejar los méritos de Tu obra y de Tu pueblo —rogó—, en nuestro esfuerzo por representarlos aquí ante el mundo; un mundo que mayormente nos considera ignorantes e incultos”40. Cuando llegó el turno del coro, Evan tomó su lugar en el podio de directores. La sala estaba llena con alre- dedor de diez mil personas, casi ninguna de ellas era miembro de la Iglesia. En tiempos pasados, un Santo de los Últimos Días podía esperar que se burlaran de él enfrente de una audiencia como esta, pero Evan no sintió antagonismo alguno de su parte. Una vez que el coro se ubicó en el escenario, en la sala de conciertos se hizo silencio. Entonces el coro cantó las palabras iniciales de la obra de Händel, “Worthy Is the Lamb”: Digno es el Cordero que fue inmolado y que con Su sangre nos ha redimido para Dios, de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. 20 Valerosa, noble e independiente Sus voces eran fuertes, y Evan pensó que sonaban espléndidas. Cuando el coro terminó esa pieza, el públi- co estalló en aplausos. El coro luego cantó dos números más, y aunque Evan podía percibir el agotamientoen algunas de las voces, terminaron bien y se retiraron del escenario41. “Hemos hecho lo mejor posible —le dijo Evan lue- go a la Primera Presidencia—. Estoy satisfecho”. Más tarde, cuando se anunciaron los resultados, el Coro del Tabernáculo obtuvo el segundo lugar, con medio punto menos que el ganador. Uno de los jueces dijo que los santos debían haber ganado la competencia. Aun así, el presidente Cannon creía que el coro había logrado algo más grande. “Como iniciativa misional es probable que sea un éxito —señaló—, porque les dará a miles de personas la oportunidad de aprender una pequeña verdad en cuanto a nosotros”42. Evan también estaba complacido con lo que sus cantantes habían logrado. Las noticias acerca del “Coro mormón” que había ganado un premio en la Feria Mun- dial aparecieron en los diarios de todo el mundo. No podría pedir un premio mejor43. El día después del concierto, el presidente Woodruff habló acerca de los santos durante un banquete formal en la feria. “Vengan y véannos —dijo, con voz fuerte—. Si todavía no han estado en Salt Lake City, todos son bienvenidos”. También invitó a los ministros de otras 21 Un día mejor y más brillante religiones a hablar en la ciudad. “Si no hay lugar en las iglesias —dijo—, les daremos nuestro tabernáculo”44. El profeta regresó a Utah diez días después, anima- do por la amabilidad que los santos habían recibido en Chicago. El único incidente que empañó la experiencia de la Iglesia en la feria, ocurrió cuando los organiza- dores del Parlamento de Religiones se resistieron a los esfuerzos de B. H. Roberts de hablar acerca de la Iglesia en su asamblea. Sus acciones eran un triste recordatorio de que todavía existía el prejuicio contra la Iglesia; sin embargo, los líderes de la Iglesia creían que las perso- nas en toda la nación estaban empezando a ver a los santos bajo una nueva luz45. La cálida recepción que habían recibido la Sociedad de Socorro y el Coro del Tabernáculo en la feria daban la esperanza de que las persecuciones de los últimos sesenta años estuvieran llegando a su fin46. En una pequeña reunión en el Templo de Salt Lake el 5 de octubre, la noche anterior a la conferencia gene- ral de la Iglesia, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles participaron juntos de la Santa Cena. “Siento la profunda impresión —dijo George Q. Cannon— de que está amaneciendo sobre nosotros un día mejor y más brillante”47. 22 C A P Í T U L O 2 Conforme demostremos que estamos listos Mientras los santos disfrutaban de un período de buena voluntad en los Estados Unidos, en el suroeste de Inglaterra un misionero llamado John James era objeto de hostigamientos. En una reunión, un hombre afirmó que los santos de Utah eran unos asesinos. En otra, una persona dijo que los misioneros venían a Inglaterra para seducir a mujeres jóvenes y llevárselas como esposas plurales. Poco después, otra persona intentó convencer a una multitud de que John y su compañero no creían en la Biblia, aun cuando habían estado enseñando de ella durante la reunión. En una ocasión, un hombre interrumpió a los misio- neros para decir que él había estado en Salt Lake City y había visto a doscientas mujeres acorraladas en un cober- tizo, donde Brigham Young había acudido personalmente 23 Conforme demostremos que estamos listos para escoger a todas las esposas que quisiera. John, quien había nacido y crecido en Utah, sabía que esa historia era absurda, pero la multitud se negó a escuchar su respuesta. John sospechaba que la mayor parte de lo que estos críticos afirmaban saber sobre la Iglesia procedía de William Jarman. William y María, su esposa, se habían unido a la Iglesia en Inglaterra a finales de la década de 1860. Poco después, emigraron a Nueva York con sus hijos y con Emily Richards, la aprendiz de María en un negocio de confección. Ella, sin que María lo supiera, esperaba un hijo de William. Con el tiempo, la familia se trasladó a Utah, donde William se casó con Emily como esposa plural y comenzó un negocio de productos secos con suministros que, al parecer, había robado a su empleador en Nueva York. La vida en Sion no cambió las costumbres de William. Resultó ser un marido abusivo y tanto María como Emily se divorciaron de él. También fue acusado de hurto mayor, por lo que estuvo en la cárcel hasta que los tribunales desestimaron el caso. Dejó de creer en las enseñanzas de la Iglesia, comenzó a ganarse la vida dan- do conferencias en contra de ella y regresó a Inglaterra. A menudo, conmovía a la audiencia hasta las lágrimas con una historia desgarradora en la que acusaba a los santos de haber matado a su hijo mayor, Albert1. Para cuando John James llegó a Gran Bretaña, William ya llevaba años dando conferencias. Él había publicado un libro en el que criticaba a la Iglesia; y en ocasiones, sus seguidores habían atacado a los misioneros. En un 24 Valerosa, noble e independiente pueblo, algunos de los seguidores de William lanzaron piedras a los élderes, alcanzando a uno de ellos en el ojo2. A pesar del peligro, John estaba decidido a dar a conocer el Evangelio en Gran Bretaña. “Hemos recibido mucha oposición por parte de hombres que han escu- chado a Jarman —informó a los líderes de misión—. Creo que hemos sabido resolver los conflictos hábilmente y tenemos la intención de seguir celebrando reuniones”3. “Jarman continúa dando conferencias en contra de nosotros, utilizando el lenguaje más soez”, escribió el apóstol Anthon Lund a su esposa Sanie, en Utah. Como presidente recién llamado de la Misión Europea, con las Oficinas Generales en Liverpool, Inglaterra, Anthon era muy consciente de la amenaza que William Jarman supo- nía para la obra del Señor. Muchos misioneros tachaban al conferenciante de loco, pero Anthon creía que era un crítico astuto, cuyos engaños no debían subestimarse4. Habiéndose unido a la Iglesia en Dinamarca cuan- do era un niño, Anthon también comprendía lo difícil que era ser Santo de los Últimos Días en Europa. Cuan- do enfrentaban oposición a sus creencias, los santos de Utah podían hallar fuerza y seguridad en las gran- des comunidades de creyentes; pero al otro lado del Atlántico, ocho mil Santos de los Últimos Días estaban esparcidos por Europa occidental y Turquía. Muchos santos eran conversos recientes que asistían a ramas pequeñas, las cuales solían depender de los misioneros 25 Conforme demostremos que estamos listos para el liderazgo y el apoyo moral. Cuando hombres como Jarman atacaban a la Iglesia, esas ramas eran especialmente vulnerables5. Anthon había visto de primera mano las dificultades que experimentaban las ramas al visitar Gran Bretaña, Escandinavia y los Países Bajos en el verano y el otoño de 1893. Incluso en Inglaterra, donde la Iglesia era más fuerte, a los santos les costaba reunirse cuando vivían lejos unos de otros. Los misioneros se encontraban a veces con santos que habían perdido el contacto con la Iglesia por veinte o treinta años6. En otros lugares de Europa, Anthon encontró proble- mas similares. Descubrió que, en Dinamarca, un pastor había estado dando sermones en contra de la Iglesia. En Noruega y Suecia, Anthon conoció a misioneros y a miembros de la Iglesia que en ocasiones se enfrentaron a la oposición de los gobernantes y de las otras iglesias de la localidad. En los Países Bajos, los santos tenían dificul- tades porque, aparte del Libro de Mormón, prácticamente no tenían más literatura de la Iglesia en su idioma. En todo el continente, los santos estaban dedicados al Evangelio, pero pocas ramas prosperaban realmente y el número de miembros de la Iglesia disminuía en algunas zonas7. Durante décadas, los santos europeos se habían congregado en Utah, donde la Iglesia estaba más esta- blecida. Pero el gobierno de los Estados Unidos, con la esperanza de detener el matrimonio plural entre los santos, había suspendido el Fondo Perpetuo para la 26 Valerosa,noble e independiente Emigración a finales de la década de 1880, lo que impi- dió que la Iglesia prestara dinero a los santos pobres que querían trasladarse a Utah. Más recientemente, la crisis económica mundial había sumido a muchos europeos en una pobreza cada vez mayor. Algunos santos que habían estado ahorrando dinero para emigrar se vieron obligados a abandonar sus planes8. Los funcionarios de inmigración de los Estados Uni- dos también eran estrictos en cuanto a quiénes dejaban entrar en el país. Como algunas personas todavía temían que los santos europeos vinieran a Utah a practicar el matrimonio plural, los líderes de la Iglesia indicaron a los emigrantes que cruzaran el Atlántico en pequeñas compañías para evitar llamar la atención. De hecho, poco después de que Anthon llegase a Europa, la Primera Presidencia le había reprendido por enviar a un grupo de 138 santos a Utah. No envíe más de 50 emigrantes a la vez, le advirtieron9. Al no contar con los recursos ni con la autoridad para llevar a cabo una emigración a gran escala, Anthon rara vez hablaba públicamente sobre el recogimiento. Sin embargo, en privado, animaba a los santos a emi- grar si podían permitírselo. A finales de noviembre, tras regresar a Inglaterra, conoció a una mujer mayor que había reunido suficiente dinero para viajar a Utah. Le aconsejó que se estableciera en Manti, no muy lejos de donde vivía la familia de Anthon. “Ella podría servir en el templo —pensó— y dis- frutar de sus últimos años”10. 27 Conforme demostremos que estamos listos Entre tanto, Leah Dunford estaba de vuelta en Salt Lake City, desde donde le escribía largas cartas a John Widtsoe, quien seguía en la Universidad de Harvard. Tal como había prometido, fue a ver a la madre de John, Anna, una viuda de cuarenta y cuatro años que vivía al sur del Templo de Salt Lake. Durante la visita, Anna le mostró a Leah una estantería hecha por John. Sorpren- dida por las habilidades de carpintería del académico, Leah dijo: “Estupendo, ahora tendré algo con lo que molestar a John”. —Oh —dijo Anna—, le escribes, ¿verdad? —Sí —dijo Leah. De pronto se preocupó de que Anna tuviera algo que objetar, pero Anna le dijo que se alegraba de que John tuviera una amiga como Leah11. Tras completar un curso de salud y aptitud física, Leah estaba pensando en continuar su formación en una universidad en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Sin embargo, su madre había consultado con Joseph F. Smith y con George Q. Cannon y creyó que no era con- veniente enviarla sola a un lugar donde la Iglesia no estaba establecida. Decepcionada, Leah entonces se matriculó en una escuela gestionada por la Iglesia en Salt Lake City, en la que recibió clases de ciencias naturales y química impartidas por James E. Talmage, el presidente de la escuela y el erudito más respetado de la Iglesia. Aunque Leah disfrutaba de sus clases y aprendía muchas cosas de sus profesores, envidiaba las posibilidades de John en Harvard. 28 Valerosa, noble e independiente “Ojalá fuese un hombre —le dijo—. Los hombres pueden hacer cualquier cosa sobre la tierra, pero si las mujeres piensan en otra cosa que no sea atender a los hombres o cocinar sus comidas, ‘están actuando fuera de su esfera’”. Ella halló un inmenso apoyo en el profesor Tal- mage, quien le dijo a Leah que le gustaría que más mujeres jóvenes aspiraran a enseñar en las escuelas de la Iglesia. John también la apoyó. “No puedo elogiar lo suficiente tu determinación de dedicarte al bien de los demás —escribió—. Te daré toda la ayuda que pueda con fe y oración”12. Un domingo de diciembre de 1893, Anna Widtsoe fue a la casa de Leah para visitarla. Le habló de su conversión en Noruega y de sus primeras experiencias en la Iglesia. “Fue una visita encantadora —informó Leah a John—. Me siento tan egoísta e indigna cuando escucho cuánto se han sacrificado algunas personas por su religión”. Leah se lamentaba de que los santos de su edad parecían más interesados en ganar dinero que en pro- gresar espiritualmente. Para fortalecer a la nueva gene- ración, la Iglesia había establecido la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes y la Asocia- ción de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes en 1870. Los jóvenes de estas organizaciones solían reunirse una noche entre semana para estudiar el Evangelio, desarrollar talentos y buenos modales y disfrutar de la compañía de los demás. Estas organizaciones también 29 Conforme demostremos que estamos listos publicaban dos revistas: la Gaceta de la mujer joven [Young Woman’s Journal] y el periódico Contributor, así como manuales para ayudar a los líderes de los jóvenes a preparar lecciones sobre las Escrituras, la historia de la Iglesia, la salud, la ciencia y la literatura13. Los hombres jóvenes también podían aspirar al servicio misional, que les ayudaría a crecer espiri- tualmente. Sin embargo, esta oportunidad no estaba oficialmente al alcance de las mujeres. Las mujeres jóvenes adultas podían servir a sus vecinos a través de la Sociedad de Socorro, pero la generación de Leah solía considerarla como una organización anticuada para sus madres. Para obtener más fortaleza espiritual, Leah solía reunirse con su congregación local, ayunaba con regularidad y buscaba otras oportunidades para estudiar el Evangelio. En la víspera de Año Nuevo, Leah asistió a una reu- nión especial con las jóvenes de la clase de la Escuela Dominical de su madre en Provo. Zina Young y Mary Isabella Horne, que habían pertenecido a la Sociedad de Socorro en Nauvoo, visitaron la clase y hablaron de los primeros días de la Iglesia y del llamado profético de José Smith. “Tuvimos un festín espiritual”, le dijo Leah a John. Una a una, todas las jóvenes de la sala compartieron su testimonio. “Fue la primera vez que compartí mi testi- monio o hablé a una multitud sobre un tema religioso —escribió—. Todas lo disfrutamos mucho”14. 30 Valerosa, noble e independiente El primer día de 1894, George Q. Cannon se despertó lleno de gratitud al Señor por el bienestar de su familia. “Tenemos alimentos, vestimenta y refugio —escribió en su diario—. Nuestras casas son cómodas, y no necesi- tamos nada para aumentar nuestra comodidad física”15. El año anterior había sido bueno para la Iglesia. Los santos habían dedicado el Templo de Salt Lake; la Sociedad de Socorro y el Coro del Tabernáculo habían tenido éxito en la Feria Mundial de Chicago y la Iglesia había evitado por poco la ruina financiera. A finales de diciembre, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos también había concedido al territorio de Utah el permiso para solicitar la condición de estado, con lo que los santos estaban un paso más cerca de un objetivo que llevaban persiguiendo desde 1849. “¿Quién podría haberse atrevido a predecir algo así sobre Utah? — escribió George en su diario—. Nin- gún otro poder sino el del Todopoderoso podría haber efectuado esto”16. Sin embargo, a medida que avanzaba el nuevo año, George y otros líderes de la Iglesia se enfrentaron a nue- vos problemas. El 12 de enero, el gobierno de los Estados Unidos devolvió unos 438 000 dólares que había con- fiscado a la Iglesia en virtud de la Ley Edmunds- Tucker. Desafortunadamente, los fondos recuperados no fueron suficientes para pagar los préstamos de la Iglesia, y aun- que los líderes de la Iglesia estaban agradecidos por el dinero, creían que el gobierno había devuelto menos de la mitad de lo que había tomado de los santos17. 31 Conforme demostremos que estamos listos Puesto que el dinero seguía siendo escaso, la Pri- mera Presidencia siguió pidiendo préstamos para finan- ciar las operaciones de la Iglesia. Con la esperanza de crear puestos de trabajo estables y aportar ingresos al territorio, la Iglesia también invirtió en varias empresas locales. Algunas de estas inversiones ayudaron a los santos a encontrar trabajo. Otras inversiones no tuvieron éxito, lo que aumentóla deuda de la Iglesia18. A principios de marzo, Lorenzo Snow, el Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, buscó el consejo de la Primera Presidencia sobre cómo realizar la obra del templo por sus antepasados inmediatos. Él estaba espe- cialmente interesado en el sellamiento de hijos a padres que no habían aceptado el Evangelio en sus vidas19. Los primeros sellamientos de hijos a padres habían ocurrido en Nauvoo. En aquel entonces, varios santos cuyos padres no eran miembros de la Iglesia optaron por ser sellados por adopción a los líderes de la Iglesia. Creían que actuando de esa forma, se asegurarían un lugar en una familia eterna y los uniría a la comunidad de los santos en la otra vida. Después de que los santos llegaron a Utah, los sella- mientos por adopción y de los hijos a los padres no se realizaron hasta que el Templo de St. George fue dedica- do en 1877. Desde entonces, muchos más santos habían elegido ser sellados por adopción a las familias de los apóstoles u otros líderes de la Iglesia. De hecho, la prác- tica habitual de la Iglesia era no sellar a una mujer con un hombre que no hubiera aceptado el Evangelio en vida, lo 32 Valerosa, noble e independiente que significaba que, en ese momento, una viuda Santo de los Últimos Días no podía ser sellada a su esposo fallecido si él no se había unido nunca a la Iglesia. En ocasiones, esta práctica podía resultar difícil de soportar20. George Q. Cannon se había sentido incómodo con los sellamientos por adopción durante muchos años. De joven, en Nauvoo, había sido sellado por adopción en la familia de su tío, John Taylor, aunque sus padres habían sido miembros fieles de la Iglesia. Otros miembros de la Iglesia también habían elegido ser sellados a após- toles en lugar de a sus propios padres, fieles Santos de los Últimos Días. Ahora, George creía que esta práctica había creado cierta segregación entre los santos, como la que se evidencia entre clanes. En 1890, él y sus her- manos cancelaron su sellamiento a la familia Taylor y, en su lugar, fueron sellados en el Templo de St. George a sus propios padres fallecidos, afirmando los lazos de afecto natural dentro de su familia21. Mientras la Primera Presidencia analizaba el caso de la familia de Lorenzo, George propuso una posible solu- ción: “¿Por qué no hacer que el padre de Lorenzo, junto con sus hermanos, sean sellados a su abuelo —pregun- tó—, y luego hacer que su abuelo y sus hermanos sean sellados a sus propios padres, y así sucesivamente hasta donde sea posible?” Wilford Woodruff y Joseph F. Smith parecían com- placidos con la propuesta de George. Ambos albergaban sus propias preocupaciones en cuanto al sellamiento por adopción, pero el presidente Woodruff no estaba 33 Conforme demostremos que estamos listos listo para aprobar ningún cambio en la práctica. George mantuvo la esperanza en que el Señor revelaría pronto Su voluntad en cuanto al asunto22. “Lo cierto es que no se ha sabido mucho sobre esta doctrina de adopción —observó George en su diario—. Es nuestro privilegio saber sobre estas cosas, y confío en que el Señor será bondadoso con nosotros y nos dará conocimiento”23. Albert Jarman, el hijo de la persona que más critica- ba a la Iglesia públicamente en Inglaterra, no había sido víctima de un espeluznante asesinato. En la primavera de 1894, él se hallaba sirviendo una misión en Gran Bretaña, y su presencia era la prueba de que su padre no decía la verdad24. Nada más llegar al campo misional, Albert había querido hacer frente a su padre de inmediato, pero Anthon Lund, su presidente de misión, percibió que Albert no estaba preparado para enfrentarse a alguien tan astuto y sagaz. En lugar de ello, envió al joven a Londres, animándole a estudiar el Evangelio y a pre- pararse contra los ataques de su padre. Mientras tanto, el presidente Lund le aconsejó: “Escríbale una bonita carta”25. Albert escribió a su padre en cuanto se instaló en Londres. “Mi querido padre —comenzó—, espero y ruego sinceramente que pronto veas el error de decirle a la gente que los mormones asesinaron a tu hijo. 34 Valerosa, noble e independiente “Ya estás entrado en años, y me duele mucho cuan- do leo y oigo a la gente repetir lo que has dicho —con- tinuó—. Estaría encantado de estrechar la mano de un padre arrepentido, y orgulloso de tenerte y respetarte una vez más”26. Mientras esperaba la respuesta de su padre, Albert predicó y enseñó en Londres. “Estoy estudiando lo más que puedo —informó a María Barnes, su madre—. Toda- vía no soy un gran predicador, pero espero serlo antes de volver a casa”. Albert no tardó en recibir una respuesta breve y apresurada de su padre. “Será mejor que vengas —escri- bió William en una carta—. Estaré feliz de verte”. Conociendo lo violento que podía ser William, María estaba preocupada por su hijo, pero Albert le dijo que no se preocupara de que su padre le hiciera daño. “No tendrá el poder”, le aseguró Albert. Lo que más deseaba era hablar con William o con cualquier otro familiar que tuviera en Inglaterra. “Deseo compartirles mi testimonio —escribió— si Dios quiere que lo haga”27. Entre tanto, en Salt Lake City, Wilford Woodruff anunciaba a sus consejeros y al Cuórum de los Doce Apóstoles que había recibido una revelación sobre la ley de la adopción. “He sentido que somos demasiado estrictos con respecto a algunas de nuestras ordenanzas del templo —declaró en la víspera de la Conferencia 35 Conforme demostremos que estamos listos General de abril de 1894—. Este es el caso especial- mente de los maridos y los padres que han muerto”. “El Señor me ha indicado que es correcto que los hijos sean sellados a sus padres, y estos a sus padres hasta donde sea posible obtener los registros —con- tinuó—. También es correcto que las esposas cuyos maridos nunca escucharon el Evangelio sean selladas a esos maridos”. El presidente Woodruff creía que todavía tenían mucho que aprender sobre las ordenanzas del templo. “El Señor nos lo hará saber —les aseguró—, conforme demostremos que estamos listos para recibirlo”28. El domingo siguiente, en la conferencia general, el presidente Woodruff le pidió a George Q. Cannon que leyera a la congregación un pasaje de la sección 128 de Doctrina y Convenios. En el pasaje, José Smith decía que Elías volvería el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres en los últimos días. “[L]a tierra será herida con una maldi- ción” —declaró el profeta José—, a menos que entre los padres y los hijos exista un eslabón conexivo de alguna clase”29. El presidente Woodruff regresó entonces al estrado. “No hemos recibido toda la revelación —declaró—, ni lo sabemos todo sobre la obra de Dios”. Habló de cómo Brigham Young había continuado la obra de José Smith de construir templos y organizar las ordenanzas del templo. “Pero no recibió todas las revelaciones que per- tenecen a esta obra —recordó el presidente Woodruff 36 Valerosa, noble e independiente a la congregación—. Ni tampoco el presidente Taylor, ni Wilford Woodruff. No habrá fin para esta obra hasta que se perfeccione”. Después de señalar que los santos habían actua- do de acuerdo con toda la luz y el conocimiento que habían recibido, el presidente Woodruff explicó que él y otros líderes de la Iglesia habían creído desde hacía mucho tiempo que el Señor tenía más que revelar sobre la obra del templo. “Queremos que desde ahora los Santos de los Últimos Días investiguen su genealogía hasta donde puedan llegar y se sellen a sus padres y madres —declaró—. Que sellen los hijos a sus padres y sigan esta cadena tan lejos como sea posible”. También anunció el fin de la norma que impedía sellar a una mujer con un marido que hubiera muerto sin recibir el Evangelio. “Muchas mujeres han sufrido por causa de esto —dijo—. ¿Por qué privar a una mujer de ser sellada a su marido debido a que él nunca escuchó el Evangelio? ¿Qué sabe ninguno denosotros en cuanto a él? ¿Acaso no escuchará el Evangelio y lo aceptará en el mundo de los espíritus?”. Recordó a los santos la visión que tuvo José Smith de su hermano Alvin en el Templo de Kirtland. “Todos los que han muerto sin el conocimiento de este evan- gelio, quienes lo habrían recibido si se les hubiese per- mitido permanecer —dijo el Señor—, serán herederos del reino celestial de Dios”. “Así será con vuestros padres —dijo el presiden- te Woodruff sobre aquellas personas que están en el 37 Conforme demostremos que estamos listos mundo de los espíritus—. Habrá muy pocos, si es que los hay, que no aceptarán el Evangelio”. Antes de concluir su sermón, instó a los santos a reflexionar sobre sus palabras y a encontrar a sus antepasados muertos. “Hermanos y hermanas —dijo—, continuemos con nuestros registros, llenémoslos en rectitud ante el Señor, cumpliendo este principio, y las bendiciones de Dios nos acompañarán y aquellos que sean redimidos nos bendecirán en los días venideros”30. 38 C A P Í T U L O 3 La senda de la rectitud Anthon Lund se encontraba visitando ramas de la Iglesia en Alemania cuando llegó la noticia a la Misión Europea de la revelación de Wilford Woodruff sobre los sellamientos. “Esta revelación traerá alegría a muchos corazones”, exclamó al enterarse de la noticia1. La nueva práctica tenía un significado especial para muchos élderes de su misión. Desde que el Señor reveló a José Smith que los santos podían efectuar ordenanzas esenciales por los muertos, los miembros de la Igle- sia procuraban identificar a sus antepasados y efectuar ordenanzas en su nombre. Algunos élderes, hijos de santos inmigrantes, habían venido a Europa con la espe- ranza de hallar más información sobre sus antepasados a través de sus familiares y por los archivos2. 39 La senda de la rectitud Ahora, después de la revelación del presidente Woodruff, sus búsquedas adquirían un propósito adicio- nal. De hecho, en toda la Iglesia, muchos santos tenían un mayor deseo de investigar sus líneas familiares para sellar las generaciones en una cadena ininterrumpida. Franklin Richards, apóstol e historiador de la Iglesia, incluso planeó organizar una biblioteca genealógica patrocinada por la Iglesia3. Sin embargo, con los difíciles tiempos que azotaban la economía tanto en Europa como en Estados Uni- dos, muchos santos europeos tenían pocas esperanzas de emigrar a Utah, el único lugar con templos donde podían realizar estas ordenanzas por sus antepasados. La crisis financiera en Estados Unidos hacía casi imposible que los santos que venían a Utah encontraran trabajo, y los líderes de la Iglesia temían que los inmigrantes se marcharan del territorio en busca de empleo. Las decepciones económicas ya habían llevado a algunos de ellos a abandonar el redil4. En julio de 1894, Anthon se enteró de lo grave que era la situación en Utah. En una carta urgente a la Misión Europea, la Primera Presidencia informaba que las cargas financieras de la Iglesia se habían vuelto casi insostenibles, ya que cada vez más barrios y estacas acudían a la Iglesia en busca de ayuda económica. “En vista del estado de las cosas entre nosotros actualmente —escribió la Primera Presidencia—, con- sideramos prudente instruirle para que desaliente la emigración por el momento”5. 40 Valerosa, noble e independiente Al hacer esta petición, la Primera Presidencia no esta- ba poniendo fin al recogimiento de Israel. Durante más de cuarenta años, los santos habían tratado seriamente de cumplir las revelaciones que les mandaban congregarse. Los misioneros habían instado a los nuevos conversos de todo el mundo a trasladarse a Utah y estar cerca de la Casa del Señor. Sin embargo, esa práctica no podía continuar hasta que la situación económica mejorara6. “Constantemente oramos por el recogimiento de Israel y nos regocijamos al ver a los santos venir a Sion”, escribieron, pero agregaron: “Debe ejercerse gran sabi- duría a fin de lograr la mejor preservación de los intere- ses del Israel congregado así como del no congregado”. Hasta que las condiciones en Utah hayan mejora- do, instruyó la Presidencia, Anthon debía fortalecer la Iglesia en Europa. “Que los santos, todos y cada uno —escribieron—, consideren como su deber moral y religioso hacer todo lo que puedan para ayudar a los élderes misioneros a establecer ramas y mantenerlas”7. Anthon envió inmediatamente copias de la carta a los líderes de las misiones, indicándoles que siguieran este consejo8. El 16 de julio de 1894, el Congreso de los Estados Unidos y el presidente Grover Cleveland autorizaron al pueblo de Utah a redactar una constitución para el estado. La Primera Presidencia sintió regocijo cuando, más tarde ese mismo día, recibieron un telegrama de 41 La senda de la rectitud los aliados de la Iglesia en Washington: “Proyecto de ley de condición de estado firmado. Su pueblo es libre; y esto concluye nuestra labor”9. Cuando los santos solicitaron por primera vez un gobierno estatal en 1849, el gobierno federal les conce- dió en su lugar un gobierno territorial. Como ciudadanos de un territorio, al pueblo de Utah no se le permitió ele- gir al gobernador ni a otros altos oficiales del gobierno. En su lugar, tuvieron que depender del presidente de los Estados Unidos, que era quien les asignaba sus autori- dades. Este sistema había provocado muchos conflictos entre los santos, otros habitantes de Utah y el gobierno de los Estados Unidos a lo largo de los años. También impedía que los santos ocuparan algunos cargos guber- namentales. Bajo un gobierno estatal, el pueblo de Utah podría finalmente gobernarse a sí mismo10. Pero la labor en Utah apenas había comenzado. Mientras los delegados se reunían en Salt Lake City para redactar la constitución, Emmeline Wells y otras mujeres líderes escribieron una petición para que la nueva constitución restableciera el sufragio, o derecho al voto, de las mujeres de Utah. Aunque la mayoría de los estados y territorios de Estados Unidos prohibían a las mujeres votar, Utah había concedido el sufragio a sus ciudadanas en 1870. Diecisiete años después, la Ley Edmunds- Tucker había revocado ese derecho para debilitar el poder político de los santos en el territorio11. Esa ley había indignado a Emmeline y a otras muje- res de Utah, lo que las llevó a organizar asociaciones de 42 Valerosa, noble e independiente sufragio femenino en todo el territorio. También conti- nuaron trabajando con otras organizaciones sufragistas nacionales e internacionales para luchar por el derecho al voto de todas las mujeres12. Para Emmeline, el sufragio y otros derechos tenían un propósito sagrado. Ella creía que la libertad era un principio del evangelio de Jesu- cristo. La Sociedad de Socorro instaba a sus miembros a ser autosuficientes y a desarrollar sus capacidades. En las reuniones de la Iglesia, las mujeres también votaban sobre asuntos eclesiásticos. ¿Por qué no habían de dis- frutar del mismo privilegio en la esfera pública?13. Sin embargo, el sufragio femenino fue un tema que causaba debates acalorados y dividió incluso a los líderes de la Iglesia14. Las personas que no estaban de acuerdo con el sufragio femenino solían alegar que las mujeres eran demasiado emocionales para tomar decisiones políticas. Argumentaban que las mujeres no necesitaban votar cuando tenían maridos, padres y hermanos que las representaban a la hora de votar15. El élder B. H. Roberts, que actuaba como delegado de la convención, pensaba de forma similar. También se oponía a incluir el sufragio femenino en la constitución, porque creía que podría hacer que el documento fuera demasiado controvertido para recibir la aprobación de los votantes de Utah16. En la primavera de 1895 se dio inicio a una con- vención constitucional en Salt Lake City. Como los no votantes tenían prohibido participar oficialmente en estas reuniones, las mujeres consiguieron el apoyo del43 La senda de la rectitud marido de una de las sufragistas para que presentara su petición a los delegados17. El 28 de marzo, B. H. habló sobre el tema en la convención. “Si bien admito que la mayoría de las per- sonas de este territorio está a favor del sufragio feme- nino –declaró–, hay, sin embargo, un gran número que no está a favor de él, y se opone a él con vehemencia, y votará en contra de esta constitución si contiene una disposición que lo permita”18. Dos días más tarde, Orson Whitney, que llevaba mucho tiempo sirviendo como obispo en Salt Lake City, se dirigió a la convención en nombre de las sufragistas. Declaró que el destino de la mujer era participar en el gobierno e instó a los delegados a apoyar el sufragio femenino. “Lo considero una de las grandes palancas con las que el Todopoderoso está levantando este mundo caí- do, elevándolo más cerca del trono de su Creador”19, dijo. En un editorial para El adalid de la mujer [Woman’s Exponent], Emmeline también expresó su desacuerdo con los opositores al sufragio femenino. “Es lamentable ver cómo los hombres que se oponen al sufragio femenino tratan de hacer creer a las mujeres, que eso se debe a que ellos las admiran tanto y las consideran demasiado bue- nas —escribió—. Las mujeres de Utah nunca han fallado en ningún momento de prueba de cualquier nombre o naturaleza, y su integridad es incuestionable”20. Durante la reunión de la Sociedad de Socorro del 4 de abril en la conferencia general, Emmeline volvió a hablar sobre el sufragio femenino, confiando en que 44 Valerosa, noble e independiente los delegados de la convención lo incluirían en la nue- va constitución del estado. La siguiente oradora, Jane Richards, invitó a las mujeres de la sala que apoyaban el sufragio a ponerse en pie. Todas las mujeres que había en la sala lo hicieron. A petición de Emmeline, la presidenta Zina Young ofreció entonces una oración, pidiendo la bendición del Señor para su causa21. Mientras las mujeres del territorio de Utah soli- citaban el voto, Albert Jarman viajó desde Londres al suroeste de Inglaterra para dar testimonio a su padre. Esperaba hacer cambiar de opinión a William sobre la Iglesia y poner fin a sus dañinas conferencias. Creía que sus palabras, presentadas de forma clara y comprensiva, podrían hacer bien a su padre, si tan solo le escuchaba22. Albert encontró a William viviendo cómodamente en una ciudad llamada Exeter. Gozaba de buena salud, aunque su abundante cabello blanco y su tupida barba le hacían parecer más viejo de lo que era. Había pasado más de una década desde que se habían visto por última vez y, al principio, William todavía parecía dudar de la iden- tidad de Albert23. William afirmó que después de regresar a Inglaterra, él había oído un rumor sobre el asesinato de Albert y escribió a la Primera Presidencia al respecto. Como no le respondieron, dijo, él asumió lo peor24. Sin embargo, después de encontrarse cara a cara, Albert pudo convencerle de su error25. El consejo del 45 La senda de la rectitud presidente Lund de que Albert estudiara el Evangelio antes de intentar rebatir a William resultó sabio. Después de reunirse con su padre, Albert pudo ver que él era un hombre inteligente26. Pero William no fue desagradable ni abusivo con él. El invierno de 1894–1895 había sido duro en Ingla- terra, agravando los problemas respiratorios que Albert había desarrollado. William le permitió quedarse en la casa de su familia para recuperarse hasta que el tiempo mejorara. Su esposa, Ann, también hizo todo lo posible para ayudar a Albert a recuperarse27. Durante su estancia, Albert intentó dar testimonio a su padre, sin éxito. En esos momentos, Albert no podía saber si su padre mentía deliberadamente sobre la Igle- sia o si por haber dicho cosas absurdas tantas veces, las había llegado a creer28. Un día, William le dijo a Albert que estaba dispues- to a dejar de atacar a los santos si la Iglesia le pagaba 1000 libras. Por este módico precio, dijo, admitiría públi- camente que estaba equivocado sobre los santos y no volvería a entrar en una sala de conferencias para criticar a la Iglesia. Albert transmitió la propuesta al presidente Lund, pero la Primera Presidencia la rechazó29. Al no poder hacer cambiar de opinión a su padre sobre la Iglesia, Albert se marchó de Exeter después de unas semanas. Antes de separarse, él y William fueron al estudio de un fotógrafo para retratarse juntos. En una de las fotografías, William estaba sentado junto a una mesa, con la mano derecha señalando una página de un 46 Valerosa, noble e independiente libro abierto, mientras Albert estaba de pie detrás de él. En otra, los dos hombres estaban de pie, uno al lado del otro, como padre e hijo. Detrás de los bigotes de William se vislumbraba una sonrisa30. La convención constitucional de Salt Lake City terminó en mayo. Para alegría de Emmeline Wells y de muchas otras personas en Utah, los delegados votaron a favor de incluir el sufragio femenino en la constitución31. Después de la convención, B. H. Roberts siguió activo en la política, a pesar de sus responsabilidades eclesiásticas a tiempo completo. Sus discursos contra el sufragio femenino habían sido impopulares en todo el estado. Sin embargo, su reputación como predicador y conferenciante seguía siendo sólida dentro y fuera de la Iglesia. En septiembre, dos meses antes de las siguientes elecciones, los demócratas de Utah nominaron a B. H. como su candidato a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos32. Durante décadas, los líderes de la Iglesia habían ocupado a menudo importantes puestos en el gobierno de Utah. Los santos también habían votado en bloque, sacrificando a veces sus creencias políticas personales para preservar la influencia de la Iglesia en el territorio. Pero después de que los santos se dividieran en dife- rentes partidos políticos a principios de la década de 1890, los líderes de la Iglesia prestaron mayor atención a mantener separados los asuntos de la Iglesia y del 47 La senda de la rectitud estado, reconociendo que no todos en Utah tenían las mismas opiniones políticas. En ese momento, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles acor- daron que las Autoridades Generales no debían influir en los votantes hablando públicamente sobre política33. Sin embargo, durante la convención constitucio- nal, la Primera Presidencia suspendió temporalmente este consejo, permitiendo a B. H. y a otras Autoridades Generales actuar como delegados. Cuando B. H. recibió más tarde la nominación del Partido Demócrata, no pensó que se estaría equivocando al aceptarla. Tampo- co percibió ninguna objeción por parte de la Primera Presidencia. El apóstol Moses Thatcher pensó lo mismo cuando los demócratas lo nominaron para ser candidato al Senado de los Estados Unidos34. Sin embargo, en la reunión general del sacerdocio de octubre de 1895, Joseph F. Smith reprendió pública- mente a los dos por aceptar las nominaciones sin consul- tar primero a los miembros de sus cuórums. “Tenemos los oráculos vivientes en la Iglesia, y se debe buscar su consejo —recordó a la congregación—. En el momento en que un hombre con autoridad decide hacer lo que le place, pisa un terreno peligroso”35. En su mensaje, el presidente Smith no criticó las creencias políticas de B. H. Más bien, reafirmó la neu- tralidad política de la Iglesia, así como la norma de que los líderes a tiempo completo de la Iglesia deben centrar su tiempo y sus esfuerzos en su ministerio. Sin embargo, después de la reunión, miembros del Partido 48 Valerosa, noble e independiente Republicano aprovecharon la reprimenda para atacar la campaña de B. H. Como Joseph F. Smith era repu- blicano, muchos demócratas lo acusaron de utilizar su posición en la Iglesia para perjudicar a su partido36. Poco después, en una entrevista en un periódico, B. H. habló de su respeto por la autoridad de la Iglesia y no acusóa la Primera Presidencia de intentar perjudicar su campaña. Sin embargo, insistió en su derecho a buscar un cargo político, a pesar de las objeciones de la Primera Presidencia, porque creía que no había violado ninguna norma de la Iglesia. Posteriormente, habló con mayor descaro. En un acto político, condenó a los hombres que utilizaban su influencia en la Iglesia para influir en los votantes37. El día de las elecciones, los republicanos en todo el país obtuvieron victorias aplastantes sobre los demócra- tas como B. H. Roberts y Moses Thatcher. Y los votantes de Utah aprobaron la nueva constitución con su cláusula que otorgaba el derecho al voto a las mujeres. B. H. trató de poner cara alegre en público. Él y su partido sabían que alguien tenía que perder. “Parece que esta vez le ha tocado a nuestro partido”, dijo. Pero por dentro sentía el dolor de su derrota38. El 4 de enero de 1896, Utah se convirtió en el cuadra- gésimo quinto estado de los Estados Unidos de América. En Salt Lake City, la gente disparó salvas y tocó silbatos. Las campanas repicaban en el cielo frío y azul mientras 49 La senda de la rectitud la gente se agolpaba en las calles, agitando banderas y pancartas39. Sin embargo, Heber J. Grant seguía preocupado por sus amigos B. H. Roberts y Moses Thatcher. Ambos hombres se negaron a disculparse por no haber consul- tado a sus líderes del sacerdocio antes de aspirar a un cargo público, lo que llevó a la Primera Presidencia y a los Doce a la conclusión de que ellos estaban antepo- niendo sus carreras políticas a su servicio en la Iglesia. La Primera Presidencia también creía que B. H. los había criticado injustamente a ellos y a la Iglesia en algunos de sus discursos y entrevistas políticas40. El 13 de febrero, la Primera Presidencia y la mayoría de los Doce se reunieron en el Templo de Salt Lake con B. H. y otros presidentes de los Setenta. Durante la reu- nión, los Apóstoles preguntaron a B. H. sobre sus decla- raciones contra la Primera Presidencia. B. H. confirmó todo lo que había dicho y hecho, sin retractarse de nada. A medida que se desarrollaba la reunión, el corazón de Heber se llenó de enorme tristeza. Uno por uno, los líderes suplicaron a B. H. que fuera humilde, pero sus palabras no surtieron efecto. Cuando Heber se puso de pie para dirigirse a su amigo, la emoción lo abrumó, ahogando sus palabras. Después de que cada Apóstol y Setenta habló, B. H. se puso en pie y dijo que prefería perder su lugar en la Presidencia de los Setenta antes que disculparse por lo que había hecho. Luego pidió a los hombres de la sala que oraran para que él no perdiera su fe. 50 Valerosa, noble e independiente —¿Orará usted por usted mismo? —preguntó el apóstol Brigham Young, hijo. —A decir verdad —dijo B. H.—, no tengo muchas ganas ahora. Cuando la reunión terminó, Heber ofreció la ora- ción final. B. H. intentó entonces salir de la sala, pero Heber lo agarró y lo abrazó. B. H. se soltó y se alejó ofendido, con una expresión dura en su semblante41. Unas semanas más tarde, el 5 de marzo, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles volvieron a reunirse con B. H. y vieron que su actitud no había cambiado. El presidente Woodruff le dio tres semanas para reconsiderar su posición. Si seguía sin arrepentir- se, lo relevarían de los Setenta y le prohibirían usar el sacerdocio42. A la semana siguiente, Heber y el también Apóstol, Francis Lyman, hicieron los arreglos para reunirse en pri- vado con B. H. Mientras hablaban, B. H. dijo a los Apósto- les que no cambiaría de opinión. Si la Primera Presidencia necesitaba encontrar a alguien que ocupara su lugar en la Presidencia de los Setenta, dijo, eran libres de hacerlo. B. H. se puso el abrigo y empezó a marcharse. “Quie- ro que sepan que la acción que se va a tomar contra mí me causa el más profundo dolor —dijo—. No quiero que piensen que no sé valorar todo lo que voy a perder”. Heber notó lágrimas en los ojos de su amigo, y le pidió que se sentara. B. H. habló entonces de las veces en que los líderes de la Iglesia le habían faltado al res- peto en público y habían predicado a favor del Partido 51 La senda de la rectitud Republicano. Durante dos horas, Heber y Francis res- pondieron a sus preocupaciones y le suplicaron que cambiara de rumbo. Heber se sintió como si él y Francis estuvieran siendo bendecidos para saber qué decir. Cuando terminaron de hablar, B. H. dijo a sus ami- gos que quería pensar sobre su situación esa noche y regresar por la mañana para comunicarles su decisión. Heber entonces se despidió de su amigo, orando para que el Señor lo bendijera43. A la mañana siguiente, B. H. envió una breve carta a Heber y Francis. “Me someto a la autoridad de Dios en los hermanos —decía en parte—. Ya que ellos piensan que estoy equivocado, me inclinaré ante ellos, y me pondré en sus manos como siervos de Dios”. Heber hizo una copia de la carta inmediatamente y cruzó corriendo la calle hasta la oficina del presidente Woodruff44. Unas dos semanas más tarde, en el Templo de Salt Lake, B. H. Roberts se disculpó ante la Primera Presi- dencia, admitiendo su error al no solicitar permiso para presentarse a un cargo político. Lamentó si algo de lo que había dicho en público había causado desavenen- cias entre los santos, y prometió enmendar cualquier ofensa que hubiera expresado. También dijo que durante su conversación con Heber J. Grant y Francis Lyman, los pensamientos sobre sus antepasados le ablandaron el corazón. 52 Valerosa, noble e independiente “Soy el único representante masculino en la Iglesia por parte de mi padre, y también por parte de mi madre —dijo—, y la idea de perder el sacerdocio y dejar a mis antepasados sin un representante en el sacerdocio me hizo sentir muy mal. “Acudí al Señor y recibí luz e instrucción a través de su Espíritu de someterme a la autoridad de Dios —continuó—. Les expreso mi deseo y mi oración de cumplir tal obligación, y pasar por cualquier humillación que consideren apropiado imponer sobre mí, con la esperanza de retener al menos el sacerdocio de Dios, y tener el privilegio de hacer la obra por mis padres en esta santa casa”45. La Primera Presidencia aceptó las disculpas de B. H. Diez días más tarde, bajo la dirección del presidente Woodruff, George Q. Cannon redactó una declaración que aclaraba la posición de la Iglesia sobre la parti- cipación de sus líderes en política. Luego presentó la declaración a la Primera Presidencia y a las Autoridades Generales de la Iglesia para su aprobación46. Al día siguiente, en la Conferencia General de abril de 1896, Heber J. Grant leyó la declaración a los san- tos. Todas las Autoridades Generales de la Iglesia la habían firmado, excepto Anthon Lund, que todavía esta- ba en Europa, y Moses Thatcher, que se había negado a reconciliarse con la Primera Presidencia y los demás Apóstoles. La declaración, llamada el “Manifiesto Político”, afirmaba la creencia de la Iglesia en la separación de 53 La senda de la rectitud la Iglesia y el estado. También requería que todas las Autoridades Generales, que se comprometieran a servir a tiempo completo en la obra del Señor, obtuvieran la aprobación de los líderes de su Cuórum antes de buscar o aceptar cualquier cargo político47. En la conferencia, B. H. Roberts instó a los santos a sostener a sus líderes eclesiásticos, y testificó de la obra imperecedera del Señor. “En esta dispensación, la palabra infalible de Dios se ha comprometido con la estabilidad de la obra, a pesar de las imperfecciones de las personas”, declaró. “Aunque algunos hayan tropezado en la oscuridad —dijo–, todavía pueden volver a la senda de la rectitud, aprovechando su guía inequívoca hacia el bien de la salvación”48. 54 C A P Í T U L O 4 Mucho bien El 31 de mayo de 1896, Susa Gates habló en Salt Lake City en la primera conferencia general combinada de las Asociaciones de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres
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