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S A N T O SSANTOS
VALEROSA, 
NOBLE E 
INDEPENDIENTE
1893–1955
V
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SANTOS
La historia de 
la Iglesia de Jesucristo 
en los últimos días
PUBLICADO ANTERIORMENTE
Tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846
Tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893
SANTOS
La historia de 
la Iglesia de Jesucristo 
en los últimos días
Tomo III
Valerosa, noble 
e independiente
1893–1955
Publicado por
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Salt Lake City, Utah
© 2022 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. No se puede reproducir 
ninguna parte de este libro en cualquier forma ni medio sin permiso escrito. Para más 
información, comuníquese con permissions@ChurchofJesusChrist.org.
saints.ChurchofJesusChrist.org
Arte de la cubierta por Greg Newbold 
Diseño de la cubierta y del interior por Patric Gerber
Datos de publicación en el catálogo de la Biblioteca del Congreso
Nombres: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, entidad publicadora.
Título: Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días. Tomo III, Valerosa, 
noble e independiente, 1893–1955.
Otros títulos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días
Descripción: Salt Lake City, Utah : La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 
2022. | Incluye referencias bibliográficas e índice de temas. | Resumen: “Tercer tomo de 
una serie de cuatro tomos que relatan la historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos 
de los Últimos Días”— Proporcionado por el editor.
Identificadores: LCCN [número] | ISBN 9781629726496 (libro de tapa blanda) | ISBN 
9781629738123 (libro electrónico)
Temas: LCSH: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días —Historia— Siglo 
XIX. | Iglesia mormona- Historia- Siglo XIX.
Clasificación: LCC BX8611 (libro electrónico) | LCC BX8611.S235 2018 (impresión) | DDC 
289.309- dc23
Registro de la LC disponible en https://lccn.loc.gov/2018010147
Impreso en los Estados Unidos de América
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
© 2022 por Intellectual Reserve, Inc.
Todos los derechos reservados. 
Versión: 11/16
Traducción de Saints: The Story of the Church of Jesus Christ in the Latter Days, Volume 3, 
Boldly, Nobly, and Independent, 1893–1955
Spanish
PD60003137 002
Impreso en los Estados Unidos de América
El estandarte de la verdad se ha izado. Ninguna 
mano impía puede detener el progreso de la obra: 
las persecuciones se encarnizarán, el populacho 
podrá conspirar, los ejércitos podrán congregarse y 
la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios 
seguirá adelante valerosa, noble e independiente 
hasta que haya penetrado en todo continente, visitado 
toda región, abarcado todo país y resonado en todo 
oído; hasta que se cumplan los propósitos de Dios 
y el gran Jehová diga que la obra está concluida.
—José Smith, 1842
C O L A B O R A D O R E S
SANTOS 
LA HISTORIA DE LA IGLESIA DE JESUCRISTO 
EN LOS ÚLTIMOS DÍAS
Historiador y Registrador de la Iglesia 
Director ejecutivo, Departamento 
de Historia de la Iglesia: 
Élder LeGrand R. Curtis Jr.
Director ejecutivo adjunto, 
Departamento de Historia de la Iglesia: 
Élder Kyle S. McKay
Director gerente del 
Departamento de Historia de la Iglesia: 
Matthew J. Grow
Director, División de Publicaciones: 
Matthew S. McBride
Historiador gerente: 
Jed Woodworth
Gerente de productos: 
Ben Ellis Godfrey
Gerente editorial: 
Nathan N. Waite
TOMO III 
VALEROSA, NOBLE E INDEPENDIENTE 
1893–1955
Editores generales: 
Scott A. Hales
Angela Hallstrom
Lisa Olsen Tait
Jed Woodworth
Redactores: 
Scott A. Hales
Angela Hallstrom
Melissa Leilani Larson
Dallin T. Morrow
James Perry
Editores: 
Kathryn Tanner Burnside
Leslie Sherman Edgington
Alison Kitchen Gainer
Petra Javadi- Evans
Catherine Reese Newton
R. Eric Smith
Nathan N. Waite
Í N D I C E
PARTE 1: Una base firme, 
1893–1911 
 1 Un día mejor y más brillante 3
 2 Conforme demostremos que estamos listos 22
 3 La senda de la rectitud 38
 4 Mucho bien 54
 5 Una preparación esencial 69
 6 Nuestro deseo y nuestra misión 86
 7 A juicio 103
 8 La roca de la revelación 120
 9 Luchar y abrirnos camino 138
PARTE 2: En medio de la tierra, 
1911–1930 
 10 Dame fuerzas 159
 11 Demasiado pesado 176
 12 Esta terrible guerra 194
 13 Herederos de salvación 210
 14 Fuentes de luz y esperanza 228
 15 No pido mayor recompensa 247
 16 Escrito en el cielo 262
 17 Preservados el uno para el otro 279
 18 En cualquier lugar de la tierra 297
 19 El evangelio del Maestro 312
PARTE 3: En el fragor de la batalla, 
1930–1945 
 20 Tiempos difíciles 333
 21 Un entendimiento más profundo 348
 22 Recompensa eterna 365
 23 Todo lo que se necesita 382
 24 El propósito de la Iglesia 398
 25 No hay tiempo que perder 416
 26 La progenie repugnante de la guerra 433
 27 Dios está a la cabeza 450
 28 Nuestros esfuerzos mancomunados 468
 29 La noche viene ya 485
 30 Tanto dolor 504
PARTE 4: Coronados de gloria, 
1945–1955 
 31 Por buen camino 521
 32 Hermanos y hermanas 537
 33 La mano de nuestro Padre 554
 34 Ve y mira 574
 35 No podemos fracasar 590
 36 Con detenimiento y oración 611
 37 Con verdadera intención 629
 38 Más poder, más luz 645
 39 Una nueva era 656
Nota sobre las fuentes 671
Notas 673
Fuentes citadas 770
Reconocimientos 808
Índice de temas 810
TRAVESÍAS 
Y 
VIAJES
1915 ruta del 
SS Escandinavo
1920–1921 Tour internacional 
de David O. McKay 
1925 Misión de Sudamérica
1953–1954 Tour internacional 
de David O. McKay
VALEROSA, NOBLE E INDEPEN
DIENTE
DAKAR
KINSHASA
JOHANNESBURGO
CIUDAD 
DEL CABO
RÍO DE JANEIROSÃO PAULO
BUENOS AIRES
PAPEETE
RAROTONGA
HONOLULÚ
LIVERPOOL
PARÍS
DELHI
SINGAPUR
SÍDNEY
APIA
FIYI
TONGA
WELLINGTON
LONDRES
FRÁNCFORT
ROMA
ALEPO
JERUSALÉN
AUCKLAND
TOKIO
ADÉN
LISBOACIUDAD DE 
NUEVA YORK
SALT LAKE CITY
MONTREAL
LOS ÁNGELES
CIUDAD DE 
GUATEMALA
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VIAJES
1915 ruta del 
SS Escandinavo
1920–1921 Tour internacional 
de David O. McKay 
1925 Misión de Sudamérica
1953–1954 Tour internacional 
de David O. McKay
VALEROSA, NOBLE E INDEPEN
DIENTE
DAKAR
KINSHASA
JOHANNESBURGO
CIUDAD 
DEL CABO
RÍO DE JANEIROSÃO PAULO
BUENOS AIRES
PAPEETE
RAROTONGA
HONOLULÚ
LIVERPOOL
PARÍS
DELHI
SINGAPUR
SÍDNEY
APIA
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P A R T E   1
Una base firme
1893–1911
“Esta Iglesia seguirá en pie, puesto que está sobre una 
base firme […]. El Señor nos la ha mostrado mediante 
el principio revelador del Santo Espíritu de luz”.
Lorenzo Snow, abril de 1900
1893–1911
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E S T A D O S U N I D O S
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BERLÍN
ROTTERDAM
PARÍS
GOTINGA
BERNA
CARDSTON
SALT LAKE CITY
PALMYRA
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BOSTONCHICAGO
LA HABANA
WASHINGTON D. C.
COLONIA JUÁREZ
LIVERPOOL
LONDRES
EXETER
Fronteras en 1893
3
C A P Í T U L O 1
Un día mejor y 
más brillante
Evan Stephens y el Coro del Tabernáculo tuvieron 
una oportunidad única en la vida. Era mayo de 1893 y 
acababa de abrirse la Exposición Colombina Mundial en 
Chicago, una pujante metrópolis en la región del Medio 
Oeste de Estados Unidos. Durante los siguientes seis 
meses, millones de personas de todo el mundo visitarían 
la exposición. Era una extensión de doscientos cincuen-
ta hectáreas para explorar, con abundantes parques 
cubiertos de pasto, lagunas y canales resplandecientes, 
y relucientes palacios de color marfil. Por todas parteshabía visitantes dando vueltas por la feria, escuchando 
hermosos conciertos, oliendo nuevos aromas tentado-
res o contemplando asombrosas exhibiciones de las 
cuarenta y seis naciones participantes.
4
Valerosa, noble e independiente
Si uno quería captar la atención del mundo, Evan 
sabía que no se podría encontrar un escenario más 
grande que la feria mundial1.
Como director del coro, estaba ansioso por hacer 
una presentación en el Gran Eisteddfod Internacional 
[Grand International Eisteddfod], una prestigiosa compe-
tencia galesa de canto que se llevaría a cabo en la feria 
ese otoño. Él y muchos miembros del coro eran galeses 
o de ascendencia galesa, y habían crecido impregna-
dos de las tradiciones musicales de su tierra natal. Sin 
embargo, el concurso era más que una oportunidad de 
celebrar su herencia. Actuar en Chicago le proporciona-
ría al Coro del Tabernáculo —el grupo coral principal 
de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos 
Días— la oportunidad perfecta de exhibir su talento y 
presentar la Iglesia a más personas2.
Una y otra vez, por causa de la información errónea 
en cuanto a ellos, los santos habían tenido dificultades y 
conflictos con sus vecinos. Hacía medio siglo que habían 
huido al valle del Lago Salado, lejos de sus perseguido-
res. Sin embargo, su paz había sido efímera, especial-
mente luego de que los santos comenzaran a practicar 
abiertamente el matrimonio plural. En las décadas que 
siguieron, el gobierno de los Estados Unidos emprendió 
una campaña implacable contra el matrimonio plural, y 
los críticos de la Iglesia desplegaron todos los medios 
para destruir su imagen pública y retratar a los santos 
como personas vulgares y sin instrucción.
5
Un día mejor y más brillante
En 1890, el Presidente de la Iglesia, Wilford Woodruff, 
publicó el Manifiesto, una declaración oficial instando 
a dar fin al matrimonio plural entre los santos. Desde 
entonces, el gobierno federal había distendido su oposi-
ción a la Iglesia. Sin embargo, el cambio era lento, y los 
malentendidos continuaban. Ahora, a finales del siglo, los 
santos deseaban dar al mundo una imagen correcta de 
quiénes eran y en qué creían3.
A pesar de lo ansioso que estaba Evan por hacer 
que el coro representara a la Iglesia en la feria, estuvo a 
punto de tener que dejar pasar la oportunidad. Se había 
desatado una crisis económica en Estados Unidos, que 
había devastado la economía de Utah. Muchos miem-
bros del coro eran pobres, y Evan no quería que usaran 
sus ingresos para el viaje. También estaba preocupado 
de que no estuvieran preparados para la competencia. 
Aunque habían cantado como ángeles en la reciente 
dedicación del Templo de Salt Lake, todavía eran un 
coro de aficionados. Si no estaban a la altura de los 
demás coros, podrían avergonzar a la Iglesia4.
De hecho, a principios de ese año, Evan y la Prime-
ra Presidencia de la Iglesia habían decidido no inscri-
birse en la competencia, después de todo. Pero luego, 
el Eisteddfod habían enviado representantes a Salt Lake 
City, y tras escuchar cantar al coro, los representantes 
le informaron a George Q. Cannon, Primer Consejero 
de la Primera Presidencia, que los santos podrían ganar 
la competencia.
6
Valerosa, noble e independiente
Volviéndose a Evan, el presidente Cannon preguntó: 
“¿Crees que nuestro coro tiene una oportunidad real?”.
—No creo que podamos ganar la competencia 
—contestó Evan—, pero podemos dar una excelente 
impresión5.
Eso era suficiente para el presidente Cannon. Otros 
santos, que también esperaban representar bien a la 
Iglesia, habían partido hacia Chicago. Las líderes de 
la Sociedad de Socorro y de la Asociación de Mejora-
miento Mutuo de las Mujeres Jóvenes [Young Ladies’ 
Mutual Improvement Association] hablarían en la feria 
en el Congreso de Mujeres en Órganos Representativos 
[Congress of Representative Women], la asamblea de 
líderes de las mujeres más grande que se hubiera reali-
zado jamás. B. H. Roberts, uno de los siete presidentes 
de los Setenta, esperaba hablar acerca de la Iglesia en 
el Parlamento de Religiones que se realizaba en la feria.
A pedido de la Primera Presidencia, el coro empezó 
a ensayar inmediatamente, y a moverse rápidamente 
para encontrar una forma de financiar el viaje. Evan 
debía hacer algo imposible, y tenía menos de tres meses 
para hacerlo6.
Esa primavera, la crisis económica no solo era un 
problema para el Coro del Tabernáculo, sino que tam-
bién amenazaba con llevar a la ruina a la Iglesia.
Seis años antes, en el apogeo de su campaña contra 
la poligamia, el Congreso de los Estados Unidos había 
7
Un día mejor y más brillante
aprobado la Ley Edmunds- Tucker, que autorizaba la 
confiscación de las propiedades de la Iglesia. Preocupa-
dos porque el gobierno se apropiara de sus donaciones, 
muchos santos habían dejado de pagar los diezmos, y de 
esta forma se redujo la principal fuente de financiamien-
to de la Iglesia. Para cubrir sus pérdidas, la Iglesia había 
pedido dinero prestado e invertido en empresas de nego-
cios para proporcionar suficientes fondos para mantener 
la obra del Señor avanzando. También pidió préstamos 
para cubrir el costo de terminar el Templo de Salt Lake7.
El 10 de mayo de 1893, la Primera Presidencia le 
pidió al apóstol Heber J. Grant que viajara al este inme-
diatamente para negociar nuevos préstamos que aliviaran 
las cargas económicas de la Iglesia. En Utah, los bancos 
estaban yendo a la quiebra y los precios de los productos 
agrícolas se estaban desplomando. Pronto la Iglesia no 
estaría en condiciones de pagar a sus secretarios ni a los 
demás empleados8. Como Heber era presidente de un 
banco en Salt Lake City, y tenía muchos amigos en los 
círculos financieros, los líderes de la Iglesia esperaban 
que él pudiera obtener el dinero9.
Una vez que Heber aceptó ir, el presidente Cannon 
le dio una bendición y le prometió que los ángeles lo 
ayudarían. Entonces Heber tomó un tren a la costa este, 
con el peso de la Iglesia sobre sus hombros. Si fracasa-
ba, la Iglesia no podría pagar sus préstamos y perdería 
la confianza de sus acreedores; y por consiguiente, le 
sería imposible pedir prestado el dinero que necesitaba 
para seguir funcionando10.
8
Valerosa, noble e independiente
Poco después de llegar a la ciudad de Nueva York, 
Heber renovó varios de los préstamos y pidió otro más 
de 25 000 dólares. Luego, solicitó otro préstamo, y final-
mente aseguró un monto adicional de $50 000. Pero sus 
esfuerzos no eran suficientes para mantener a la Iglesia 
a flote económicamente11.
En los días subsiguientes, se esforzó por encontrar 
más financistas. La crisis había atemorizado a todos; 
nadie quería dar préstamos a una institución que ya 
estaba fuertemente endeudada.
Heber empezó a perder el sueño. Tenía miedo de 
que su salud fallara antes de poder cumplir con su misión. 
“Mido más de un metro ochenta y peso solo 63 kilogra-
mos —anotó en su diario—, no tengo mucho más margen 
para seguir bajando de peso”12.
En la mañana del 19 de mayo, Emmeline Wells estaba 
ansiosa. A las 10, ella y otras líderes de la Sociedad de 
Socorro estarían hablando acerca de su organización en 
el Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Represen-
tativos en la feria de Chicago13.
Ella esperaba que sus discursos corrigieran los este-
reotipos dañinos acerca de las mujeres de la Iglesia. 
Dado que la mayoría de los doscientos mil miembros 
de la Iglesia vivían en el oeste de los Estados Unidos, 
pocas personas habían llegado a conocer a una mujer 
Santo de los Últimos Días. Lo que las personas general-
mente sabían acerca de ellas provenía de libros, revistas 
9
Un día mejor y más brillante
y panfletos que difundían información falsa acerca de 
la Iglesia y caracterizaban a sus mujeres como personas 
sin educación y oprimidas14.
Cuando se hicieron las diez en punto, los ocho-
cientos asientos del salón no estaban todos ocupados. 
Aunque la sesión de la Sociedad de Socorro había sido 
anunciada suficientemente,se estaban realizando otras 
sesiones al mismo tiempo, que atrajeron a personas 
que, de otro modo, hubieran ido a escuchar hablar a las 
mujeres de Utah. Emmeline reconoció unas pocas caras 
en la audiencia, muchas de ellas miembros de la Iglesia 
que habían venido para apoyarlas. Y además, reconoció 
a una persona importante en la audiencia que no era 
Santo de los Últimos Días: la periodista Etta Gilchrist15.
Diez años antes, Etta había escrito una novela que 
condenaba el matrimonio plural y a los santos. Pero 
desde entonces, ella y Emmeline habían encontrado 
una causa común abogando por los derechos de las 
mujeres al voto, lo que llevó a Emmeline a publicar 
uno de los artículos de Etta acerca del sufragio en El 
adalid de la mujer [Woman’s Exponent], un diario que 
Emmeline editaba en Utah. Un informe positivo de Etta 
seguramente ayudaría a la reputación de los santos16.
La sesión abrió con la interpretación de Eliza R. 
Snow del himno “Oh mi padre”. Entonces, la Presidenta 
General de la Sociedad de Socorro, Zina Young, y otras 
líderes dieron discursos cortos acerca de la labor de la 
Sociedad de Socorro y la historia de la Iglesia. Las discur-
santes fueron tanto mujeres que habían llegado a Utah 
10
Valerosa, noble e independiente
como pioneras, como otras que nacieron en el territorio. 
Cuando habló Emmeline, elogió la sofisticación de las 
escritoras de Utah y describió los muchos años de expe-
riencia de la Sociedad de Socorro en el almacenamiento 
de granos.
—Si alguna vez hay una hambruna —dijo a la 
audiencia—, vengan a Sion17.
Antes de que la reunión terminara, Emmeline llamó 
a Etta al estrado. Etta se levantó y tomó asiento al lado 
de Zina. Estrechó manos con cada una de las mujeres 
de Utah, conmovida por que la estuvieran tratando ama-
blemente, aun cuando ella las había menospreciado en 
el pasado.
El informe de Etta sobre la reunión de la Sociedad 
de Socorro apareció en el diario unos días después. “Los 
mormones son aparentemente personas muy religiosas 
—escribió—. Su fe en su religión es maravillosa”.
Al describir la bienvenida que había recibido por 
las miembros, agregó: “Esta reunión en particular hizo 
que valiera la pena venir a Chicago”.
Emmeline estaba agradecida por el elogio18.
Cuando los bancos y los negocios en Utah quebraron, 
Leah Dunford, una joven de diecinueve años de edad, 
se preocupó por su familia. No contaban con muchos 
recursos, y su madre, Susa Gates, una hija de Brigham 
Young, había vendido tierras valiosas para que Leah estu-
diara Salud y bienestar en un curso de verano que se 
11
Un día mejor y más brillante
realizaba en el campus de la Universidad de Harvard, en 
Cambridge, Massachusetts. Leah no estaba segura de si 
debía ir. “¿Era correcto —se preguntaba— beneficiarse 
del sacrificio de su madre?”19.
Susa quería que Leah asistiera a los cursos de 
verano, sin importar lo que costara. En ese momento, 
muchos jóvenes Santo de los Últimos Días se iban de 
Utah para estudiar en universidades prestigiosas del 
este de los Estados Unidos. Susa había estudiado en los 
cursos de verano el año anterior, y esperaba que su hija 
pudiera tener una experiencia igual de buena. También 
pensaba que uno de los estudiantes que conoció allí, un 
joven Santo de los Últimos Días de Noruega, llamado 
John Widtsoe, sería la pareja ideal para Leah20.
Apartando las preocupaciones en cuanto al dinero, 
Leah estaba ansiosa por continuar con su educación. Su 
madre creía que las jóvenes Santos de los Últimos Días 
necesitaban una buena educación y capacitarse profesio-
nalmente. Hasta hacía poco, el matrimonio plural había 
permitido que el convenio del matrimonio estuviera al 
alcance de virtualmente todas las mujeres Santos de los 
Últimos Días que lo desearan. Pero la generación de 
Leah, la primera en llegar a la adultez luego del Mani-
fiesto, ya no tenía esa garantía, ni la garantía del apoyo 
económico que el matrimonio le daba a las mujeres en 
ese momento21.
Aunque estaba habiendo cada vez más posibilidades 
educativas y profesionales para las mujeres en muchas 
partes del mundo, los padres miembros de la Iglesia 
12
Valerosa, noble e independiente
muchas veces se preocupaban de que estas oportunidades 
llevaran a sus hijas a casarse con esposos que no fueran 
miembros de la Iglesia y dejaran la fe. Por esta razón, las 
líderes de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las 
Mujeres Jóvenes habían empezado a poner énfasis en que 
las mujeres jóvenes debían desarrollar testimonios fuertes 
y tomar decisiones importantes con espíritu de oración22.
De hecho, Susa ya había alentado a Leah a ayu-
nar y orar acerca de su relación con John Widtsoe. El 
matrimonio de Susa con el padre de Leah, quien para 
ese momento era un bebedor empedernido, había ter-
minado en divorcio. Ella deseaba con todo su ser que 
su hija tuviera un matrimonio feliz con un joven recto. 
Por supuesto, Leah tenía que conocer a John en perso-
na. Hasta el momento, ellos solo habían intercambiado 
unas pocas cartas23.
En junio de 1893, Leah viajó a Harvard, que quedaba 
a más de tres mil doscientos kilómetros de distancia, junto 
con otras cuatro mujeres de Utah. Cuando llegaron a la 
casa donde vivían John y los otros estudiantes Santos de 
los Últimos Días era tarde, por lo que no tuvieron tiempo 
de conocer a los jóvenes. Sin embargo, en la mañana 
siguiente Leah notó a un tranquilo joven que estaba sen-
tado solo en una esquina. “Supongo que eres el hermano 
Widtsoe —le dijo—. Escuché a mi madre hablar de ti”.
Siempre se había imaginado a John como un escan-
dinavo alto y fornido. En cambio, era bajo de estatura y 
delgado. ¿Qué había visto su madre en él?
13
Un día mejor y más brillante
Completamente desinteresada, Leah ignoró a John 
hasta la cena. Cuando la encargada de la casa le pidió 
a John que cortara la carne, Leah pensó: “Al menos 
es servicial”. Luego, cuando todos se arrodillaron para 
bendecir la comida, John ofreció la oración. Su oración 
fue directo al corazón de Leah.
“Él es el hombre”, se dijo24.
Luego de eso, Leah y John casi siempre estaban 
juntos. Una tarde, mientras paseaban por el parque, se 
detuvieron en una pequeña colina junto a un estanque. 
Allí John le contó a Leah sobre su infancia en Noruega 
y su juventud en Logan, Utah.
Empezó a llover, se refugiaron en una torre cercana, 
y Leah empezó a contarle a John sobre su vida. Luego 
subieron a lo alto de la torre y hablaron por otra hora 
y media acerca de sus esperanzas para el futuro25.
John Widtsoe estaba enamorado de Leah Dunford, 
pero no quería admitirlo. Cuando ella llegó a la univer-
sidad, él quiso ignorarla. Estaba demasiado ocupado, y 
no estaba interesado en un romance en esta etapa de 
su vida. Tenía grandes planes para el futuro y Leah era 
una distracción.
Pero le gustaba el hecho de que ella tocara varios 
instrumentos musicales y que pudiera hablar de forma 
divertida o seria, dependiendo de la ocasión. Le gustaba 
que ella ayudara a la encargada de la casa a limpiar, 
14
Valerosa, noble e independiente
mientras todos los demás se sentaban y no hacían nada. 
Más que nada, le gustaba su ambición.
“Ella tiene el deseo de hacer algo en el mundo —le 
escribió a su madre, Anna, en la ciudad de Salt Lake 
City—. Ella será una de las mujeres líderes en educación 
de Utah”.
Según sus cálculos, él necesitaría al menos dos o tres 
años para saldar sus deudas con Harvard. Luego, necesita-
ría cuatro años para sus estudios de posgrado en Europa, 
más otros cuatro años para pagar esa deuda. Después, 
necesitaría al menos tres años más para ganar suficiente 
dinero para siquiera considerar casarse con Leah26.
John también estaba todavía poniendo en orden 
sus propias creencias religiosas. Tenía fe en la pureza 
y la bondad de Jesús. Además, cuando llegó a Harvard 
por primera vez, había recibido un fuerte testimonio 
espiritual de que Dios lo había ayudado a pasar en sus 
exámenes de ingreso. Pero estaba menos seguro en 
cuanto a la Iglesia. Unos meses antes,le había escrito a 
su madre las preguntas que tenía en cuanto a la Iglesia 
y sus líderes. La carta había angustiado tanto a Anna 
que le escribió de inmediato, segura de que él había 
perdido su testimonio27.
En su siguiente carta, John trató de explicarse. 
Como otros santos de su edad, luchaba con las dudas. 
Los líderes de la Iglesia siempre le habían enseñado que 
vivía en los últimos días, cuando el Señor salvaría a Su 
pueblo de sus enemigos. Pero durante los últimos tres 
años, había visto a los santos dejar de lado el matrimonio 
15
Un día mejor y más brillante
plural y cultivar enconadas divisiones por la política. 
Ahora se preguntaba si en algún momento los santos 
tendrían éxito en edificar Sion.
“Todo parece haber salido contrario a las expecta-
tivas”, le dijo a su madre.
En sus cartas a casa, John también había tratado 
de explicar, que no era suficiente para él simplemente 
creer en algo. También tenía que saber por qué creía en 
ello. “No tiene sentido decir que ‘lo creo’ y no pensar 
más acerca de ello”, había escrito. Sin embargo, él con-
tinuaba pidiendo en oración una mayor comprensión 
de las cosas relativas a la Iglesia28.
Entonces, el 23 de julio, él tuvo una experiencia 
espiritual poderosa. Una mujer metodista asistió a la 
reunión del domingo de los estudiantes Santos de los 
Últimos Días, y se le pidió a John que diera un sermón 
improvisado. Sorprendido, se paró, inseguro sobre lo 
que debía decir. Rápidamente decidió hablar acerca de 
la personalidad de Dios, deseando que sus palabras 
ayudaran a la visitante a entender lo que creían los 
santos. A medida que hablaba, no se puso nervioso ni 
se repitió, como a veces le pasaba cuando hablaba en 
público. En cambio, predicó un sermón claro e inteli-
gible por más de treinta minutos.
“Sentí que el espíritu de Dios me ayudó —le escri-
bió a su madre—. Nunca he sabido tanto acerca de Dios 
y Su personalidad”29.
Luego de la reunión, John pasó el resto del día con 
Leah. Mientras caminaban, John le dijo que quería que 
16
Valerosa, noble e independiente
visitara a su madre. Ya le había dicho a Anna mucho acer-
ca de Leah. Ahora quería que se conocieran en persona30.
Era cerca de la medianoche del 1 de septiembre de 
1893, y Heber J. Grant permanecía totalmente despierto 
en un cuarto de hotel de la ciudad de Nueva York. Ese 
día había recibido un telegrama aterrador. El Banco de 
Ahorros y Sociedad Fiduciaria de Sion [Zion’s Savings 
Bank and Trust Company], la institución financiera más 
importante de la Iglesia, estaba a punto de quebrar. Lo 
mismo iba a ocurrir con el Banco Estatal de Utah [State 
Bank of Utah], del cual Heber era el presidente. Si él no 
transfería dinero a los bancos al día siguiente, no podrían 
abrir al público. Tanto la reputación de Heber y la de la 
Iglesia con los acreedores se vería dañada, quizás para 
siempre.
Heber dio vueltas y vueltas por horas. Unos meses 
antes, George Q. Cannon había prometido que los ánge-
les lo ayudarían. Más recientemente, Joseph F. Smith, 
el segundo consejero de la Primera Presidencia, le 
había prometido éxito más allá de sus expectativas. 
Pero Heber no podía imaginar que nadie le prestara 
suficiente dinero para salvar a los bancos.
Oró por ayuda, rogando a Dios mientras las lágri-
mas brotaban de sus ojos. Finalmente, alrededor de las 
tres de las mañana se quedó dormido, todavía inseguro 
de cómo resolvería el dilema31.
17
Un día mejor y más brillante
Se levantó inusualmente tarde. Como era sábado, 
los bancos cerrarían al mediodía, y necesitaba apurar-
se. Arrodillado en oración, le pidió al Señor encontrar 
alguien que quisiera prestarle $200 000. Dijo que estaba 
dispuesto a hacer cualquier sacrificio, aun darle al pres-
tamista una comisión considerable por el préstamo32.
Luego de la oración, Heber se sintió alegre, segu-
ro de que el Señor lo ayudaría. Decidió visitar a John 
Claflin, el director de una gran empresa mercantil, pero 
no estaba. Ya quedándose sin tiempo, Heber tomó el 
tren para ir al distrito financiero de la ciudad, con la 
esperanza de visitar otro banco. En el camino, estaba tan 
absorto en el periódico, que se pasó de la parada. Al salir 
del tren, caminó sin rumbo fijo. Cuando se topó con la 
oficina de otro conocido, entró en ella. Allí se encontró 
con John Claflin, el mismo hombre que quería ver.
Al conocer el aprieto en el que estaba Heber, John 
aceptó prestar a la Iglesia $250 000, con la condición 
de que él recibiera una comisión del 20 por ciento33. A 
pesar del alto costo, Heber podía ver que el Señor había 
contestado sus oraciones34. Transfirió inmediatamente 
el dinero a la ciudad de Salt Lake.
Los fondos llegaron justo a tiempo para salvar a los 
bancos de la quiebra35.
“No presten atención a sus competidores hasta que 
ustedes hayan cantado —les dijo Evan Stephens a los 
18
Valerosa, noble e independiente
miembros del Coro del Tabernáculo—. Simplemente 
estén tranquilos”.
Era la tarde del 8 de septiembre. El coro había 
terminado el último ensayo para la competición Eis-
teddfod. En unas horas, los cantantes subirían al esce-
nario para presentar tres números musicales que habían 
practicado casi cada día de ese verano. Evan todavía 
no estaba seguro de si podrían ganar, pero se sentiría 
satisfecho si hacían su mejor esfuerzo36.
Hacía cinco días que el coro había llegado a Chica-
go, acompañado de la Primera Presidencia. Para cumplir 
con los requisitos del certamen, Evan había reducido el 
coro a doscientos cincuenta cantantes. Como la soprano 
estrella, Nellie Pugsley, había tenido un bebé semanas 
antes del concierto y no pensaba que podría cantar en la 
feria, se hicieron arreglos para que su hermana cuidara 
del bebé mientras Nellie cantaba37.
Financiar el viaje durante una depresión económica 
resultó tan desafiante como lograr que el coro estuviera 
listo para cantar. Los líderes del coro primero intentaron 
recaudar dinero de los empresarios de la ciudad de Salt 
Lake. Cuando eso falló, el coro decidió dar varios concier-
tos, esperando que la venta de las entradas cubriera los 
costos. Tuvieron dos conciertos en Utah y cuatro más en 
ciudades grandes entre la ciudad de Salt Lake y Chicago38.
Los conciertos fueron un éxito económico, pero 
fue un desgaste para las voces de los cantantes. El coro 
continuó preparándose en Chicago, y atrajo a cientos 
de espectadores a sus ensayos en el Edificio de Utah, 
19
Un día mejor y más brillante
un gran salón de exhibiciones que exponía bienes y 
artefactos del territorio39.
Luego de su ensayo final, Evan y los cantantes se 
reunieron en el sótano de la sala de conciertos. Mientras 
esperaban el turno para su actuación, John Nuttall, el 
secretario del coro, ofreció una oración recordando a 
cada cantante que ellos representaban a la Iglesia y a 
su gente en la feria.
“Permítenos al menos reflejar los méritos de Tu 
obra y de Tu pueblo —rogó—, en nuestro esfuerzo 
por representarlos aquí ante el mundo; un mundo que 
mayormente nos considera ignorantes e incultos”40.
Cuando llegó el turno del coro, Evan tomó su lugar 
en el podio de directores. La sala estaba llena con alre-
dedor de diez mil personas, casi ninguna de ellas era 
miembro de la Iglesia. En tiempos pasados, un Santo 
de los Últimos Días podía esperar que se burlaran de 
él enfrente de una audiencia como esta, pero Evan no 
sintió antagonismo alguno de su parte.
Una vez que el coro se ubicó en el escenario, en 
la sala de conciertos se hizo silencio. Entonces el coro 
cantó las palabras iniciales de la obra de Händel, “Worthy 
Is the Lamb”:
Digno es el Cordero que fue inmolado
y que con Su sangre nos ha redimido para Dios,
de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, 
la fortaleza,
la honra, la gloria y la alabanza.
20
Valerosa, noble e independiente
Sus voces eran fuertes, y Evan pensó que sonaban 
espléndidas. Cuando el coro terminó esa pieza, el públi-
co estalló en aplausos. El coro luego cantó dos números 
más, y aunque Evan podía percibir el agotamientoen 
algunas de las voces, terminaron bien y se retiraron del 
escenario41.
“Hemos hecho lo mejor posible —le dijo Evan lue-
go a la Primera Presidencia—. Estoy satisfecho”.
Más tarde, cuando se anunciaron los resultados, 
el Coro del Tabernáculo obtuvo el segundo lugar, con 
medio punto menos que el ganador. Uno de los jueces 
dijo que los santos debían haber ganado la competencia. 
Aun así, el presidente Cannon creía que el coro había 
logrado algo más grande. “Como iniciativa misional es 
probable que sea un éxito —señaló—, porque les dará 
a miles de personas la oportunidad de aprender una 
pequeña verdad en cuanto a nosotros”42.
Evan también estaba complacido con lo que sus 
cantantes habían logrado. Las noticias acerca del “Coro 
mormón” que había ganado un premio en la Feria Mun-
dial aparecieron en los diarios de todo el mundo. No 
podría pedir un premio mejor43.
El día después del concierto, el presidente Woodruff 
habló acerca de los santos durante un banquete formal 
en la feria. “Vengan y véannos —dijo, con voz fuerte—. 
Si todavía no han estado en Salt Lake City, todos son 
bienvenidos”. También invitó a los ministros de otras 
21
Un día mejor y más brillante
religiones a hablar en la ciudad. “Si no hay lugar en las 
iglesias —dijo—, les daremos nuestro tabernáculo”44.
El profeta regresó a Utah diez días después, anima-
do por la amabilidad que los santos habían recibido en 
Chicago. El único incidente que empañó la experiencia 
de la Iglesia en la feria, ocurrió cuando los organiza-
dores del Parlamento de Religiones se resistieron a los 
esfuerzos de B. H. Roberts de hablar acerca de la Iglesia 
en su asamblea. Sus acciones eran un triste recordatorio 
de que todavía existía el prejuicio contra la Iglesia; sin 
embargo, los líderes de la Iglesia creían que las perso-
nas en toda la nación estaban empezando a ver a los 
santos bajo una nueva luz45. La cálida recepción que 
habían recibido la Sociedad de Socorro y el Coro del 
Tabernáculo en la feria daban la esperanza de que las 
persecuciones de los últimos sesenta años estuvieran 
llegando a su fin46.
En una pequeña reunión en el Templo de Salt Lake 
el 5 de octubre, la noche anterior a la conferencia gene-
ral de la Iglesia, la Primera Presidencia y el Cuórum de 
los Doce Apóstoles participaron juntos de la Santa Cena.
“Siento la profunda impresión —dijo George Q. 
Cannon— de que está amaneciendo sobre nosotros un 
día mejor y más brillante”47. 
22
C A P Í T U L O 2
Conforme demostremos 
que estamos listos
Mientras los santos disfrutaban de un período de 
buena voluntad en los Estados Unidos, en el suroeste de 
Inglaterra un misionero llamado John James era objeto 
de hostigamientos. En una reunión, un hombre afirmó 
que los santos de Utah eran unos asesinos. En otra, una 
persona dijo que los misioneros venían a Inglaterra para 
seducir a mujeres jóvenes y llevárselas como esposas 
plurales. Poco después, otra persona intentó convencer 
a una multitud de que John y su compañero no creían 
en la Biblia, aun cuando habían estado enseñando de 
ella durante la reunión.
En una ocasión, un hombre interrumpió a los misio-
neros para decir que él había estado en Salt Lake City y 
había visto a doscientas mujeres acorraladas en un cober-
tizo, donde Brigham Young había acudido personalmente 
23
Conforme demostremos que estamos listos
para escoger a todas las esposas que quisiera. John, quien 
había nacido y crecido en Utah, sabía que esa historia era 
absurda, pero la multitud se negó a escuchar su respuesta.
John sospechaba que la mayor parte de lo que estos 
críticos afirmaban saber sobre la Iglesia procedía de 
William Jarman. William y María, su esposa, se habían 
unido a la Iglesia en Inglaterra a finales de la década de 
1860. Poco después, emigraron a Nueva York con sus 
hijos y con Emily Richards, la aprendiz de María en un 
negocio de confección. Ella, sin que María lo supiera, 
esperaba un hijo de William. Con el tiempo, la familia 
se trasladó a Utah, donde William se casó con Emily 
como esposa plural y comenzó un negocio de productos 
secos con suministros que, al parecer, había robado a 
su empleador en Nueva York.
La vida en Sion no cambió las costumbres de 
William. Resultó ser un marido abusivo y tanto María 
como Emily se divorciaron de él. También fue acusado 
de hurto mayor, por lo que estuvo en la cárcel hasta que 
los tribunales desestimaron el caso. Dejó de creer en las 
enseñanzas de la Iglesia, comenzó a ganarse la vida dan-
do conferencias en contra de ella y regresó a Inglaterra. A 
menudo, conmovía a la audiencia hasta las lágrimas con 
una historia desgarradora en la que acusaba a los santos 
de haber matado a su hijo mayor, Albert1.
Para cuando John James llegó a Gran Bretaña, William 
ya llevaba años dando conferencias. Él había publicado 
un libro en el que criticaba a la Iglesia; y en ocasiones, 
sus seguidores habían atacado a los misioneros. En un 
24
Valerosa, noble e independiente
pueblo, algunos de los seguidores de William lanzaron 
piedras a los élderes, alcanzando a uno de ellos en el ojo2.
A pesar del peligro, John estaba decidido a dar a 
conocer el Evangelio en Gran Bretaña. “Hemos recibido 
mucha oposición por parte de hombres que han escu-
chado a Jarman —informó a los líderes de misión—. Creo 
que hemos sabido resolver los conflictos hábilmente y 
tenemos la intención de seguir celebrando reuniones”3.
“Jarman continúa dando conferencias en contra 
de nosotros, utilizando el lenguaje más soez”, escribió el 
apóstol Anthon Lund a su esposa Sanie, en Utah. Como 
presidente recién llamado de la Misión Europea, con las 
Oficinas Generales en Liverpool, Inglaterra, Anthon era 
muy consciente de la amenaza que William Jarman supo-
nía para la obra del Señor. Muchos misioneros tachaban 
al conferenciante de loco, pero Anthon creía que era un 
crítico astuto, cuyos engaños no debían subestimarse4.
Habiéndose unido a la Iglesia en Dinamarca cuan-
do era un niño, Anthon también comprendía lo difícil 
que era ser Santo de los Últimos Días en Europa. Cuan-
do enfrentaban oposición a sus creencias, los santos 
de Utah podían hallar fuerza y seguridad en las gran-
des comunidades de creyentes; pero al otro lado del 
Atlántico, ocho mil Santos de los Últimos Días estaban 
esparcidos por Europa occidental y Turquía. Muchos 
santos eran conversos recientes que asistían a ramas 
pequeñas, las cuales solían depender de los misioneros 
25
Conforme demostremos que estamos listos
para el liderazgo y el apoyo moral. Cuando hombres 
como Jarman atacaban a la Iglesia, esas ramas eran 
especialmente vulnerables5.
Anthon había visto de primera mano las dificultades 
que experimentaban las ramas al visitar Gran Bretaña, 
Escandinavia y los Países Bajos en el verano y el otoño 
de 1893. Incluso en Inglaterra, donde la Iglesia era más 
fuerte, a los santos les costaba reunirse cuando vivían 
lejos unos de otros. Los misioneros se encontraban a 
veces con santos que habían perdido el contacto con 
la Iglesia por veinte o treinta años6.
En otros lugares de Europa, Anthon encontró proble-
mas similares. Descubrió que, en Dinamarca, un pastor 
había estado dando sermones en contra de la Iglesia. 
En Noruega y Suecia, Anthon conoció a misioneros y a 
miembros de la Iglesia que en ocasiones se enfrentaron a 
la oposición de los gobernantes y de las otras iglesias de 
la localidad. En los Países Bajos, los santos tenían dificul-
tades porque, aparte del Libro de Mormón, prácticamente 
no tenían más literatura de la Iglesia en su idioma.
En todo el continente, los santos estaban dedicados 
al Evangelio, pero pocas ramas prosperaban realmente 
y el número de miembros de la Iglesia disminuía en 
algunas zonas7.
Durante décadas, los santos europeos se habían 
congregado en Utah, donde la Iglesia estaba más esta-
blecida. Pero el gobierno de los Estados Unidos, con 
la esperanza de detener el matrimonio plural entre los 
santos, había suspendido el Fondo Perpetuo para la 
26
Valerosa,noble e independiente
Emigración a finales de la década de 1880, lo que impi-
dió que la Iglesia prestara dinero a los santos pobres que 
querían trasladarse a Utah. Más recientemente, la crisis 
económica mundial había sumido a muchos europeos 
en una pobreza cada vez mayor. Algunos santos que 
habían estado ahorrando dinero para emigrar se vieron 
obligados a abandonar sus planes8.
Los funcionarios de inmigración de los Estados Uni-
dos también eran estrictos en cuanto a quiénes dejaban 
entrar en el país. Como algunas personas todavía temían 
que los santos europeos vinieran a Utah a practicar el 
matrimonio plural, los líderes de la Iglesia indicaron a 
los emigrantes que cruzaran el Atlántico en pequeñas 
compañías para evitar llamar la atención. De hecho, poco 
después de que Anthon llegase a Europa, la Primera 
Presidencia le había reprendido por enviar a un grupo 
de 138 santos a Utah. No envíe más de 50 emigrantes a 
la vez, le advirtieron9.
Al no contar con los recursos ni con la autoridad 
para llevar a cabo una emigración a gran escala, Anthon 
rara vez hablaba públicamente sobre el recogimiento. 
Sin embargo, en privado, animaba a los santos a emi-
grar si podían permitírselo. A finales de noviembre, tras 
regresar a Inglaterra, conoció a una mujer mayor que 
había reunido suficiente dinero para viajar a Utah. Le 
aconsejó que se estableciera en Manti, no muy lejos de 
donde vivía la familia de Anthon.
“Ella podría servir en el templo —pensó— y dis-
frutar de sus últimos años”10.
27
Conforme demostremos que estamos listos
Entre tanto, Leah Dunford estaba de vuelta en Salt 
Lake City, desde donde le escribía largas cartas a John 
Widtsoe, quien seguía en la Universidad de Harvard. Tal 
como había prometido, fue a ver a la madre de John, 
Anna, una viuda de cuarenta y cuatro años que vivía al 
sur del Templo de Salt Lake. Durante la visita, Anna le 
mostró a Leah una estantería hecha por John. Sorpren-
dida por las habilidades de carpintería del académico, 
Leah dijo: “Estupendo, ahora tendré algo con lo que 
molestar a John”.
—Oh —dijo Anna—, le escribes, ¿verdad?
—Sí —dijo Leah. De pronto se preocupó de que 
Anna tuviera algo que objetar, pero Anna le dijo que se 
alegraba de que John tuviera una amiga como Leah11.
Tras completar un curso de salud y aptitud física, 
Leah estaba pensando en continuar su formación en una 
universidad en el Medio Oeste de los Estados Unidos. 
Sin embargo, su madre había consultado con Joseph F. 
Smith y con George Q. Cannon y creyó que no era con-
veniente enviarla sola a un lugar donde la Iglesia no 
estaba establecida.
Decepcionada, Leah entonces se matriculó en una 
escuela gestionada por la Iglesia en Salt Lake City, en 
la que recibió clases de ciencias naturales y química 
impartidas por James E. Talmage, el presidente de la 
escuela y el erudito más respetado de la Iglesia. Aunque 
Leah disfrutaba de sus clases y aprendía muchas cosas 
de sus profesores, envidiaba las posibilidades de John 
en Harvard.
28
Valerosa, noble e independiente
“Ojalá fuese un hombre —le dijo—. Los hombres 
pueden hacer cualquier cosa sobre la tierra, pero si las 
mujeres piensan en otra cosa que no sea atender a los 
hombres o cocinar sus comidas, ‘están actuando fuera 
de su esfera’”.
Ella halló un inmenso apoyo en el profesor Tal-
mage, quien le dijo a Leah que le gustaría que más 
mujeres jóvenes aspiraran a enseñar en las escuelas de 
la Iglesia. John también la apoyó. “No puedo elogiar lo 
suficiente tu determinación de dedicarte al bien de los 
demás —escribió—. Te daré toda la ayuda que pueda 
con fe y oración”12.
Un domingo de diciembre de 1893, Anna Widtsoe fue 
a la casa de Leah para visitarla. Le habló de su conversión 
en Noruega y de sus primeras experiencias en la Iglesia. 
“Fue una visita encantadora —informó Leah a John—. Me 
siento tan egoísta e indigna cuando escucho cuánto se 
han sacrificado algunas personas por su religión”.
Leah se lamentaba de que los santos de su edad 
parecían más interesados en ganar dinero que en pro-
gresar espiritualmente. Para fortalecer a la nueva gene-
ración, la Iglesia había establecido la Asociación de 
Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes y la Asocia-
ción de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes en 
1870. Los jóvenes de estas organizaciones solían reunirse 
una noche entre semana para estudiar el Evangelio, 
desarrollar talentos y buenos modales y disfrutar de la 
compañía de los demás. Estas organizaciones también 
29
Conforme demostremos que estamos listos
publicaban dos revistas: la Gaceta de la mujer joven 
[Young Woman’s Journal] y el periódico Contributor, así 
como manuales para ayudar a los líderes de los jóvenes 
a preparar lecciones sobre las Escrituras, la historia de 
la Iglesia, la salud, la ciencia y la literatura13.
Los hombres jóvenes también podían aspirar al 
servicio misional, que les ayudaría a crecer espiri-
tualmente. Sin embargo, esta oportunidad no estaba 
oficialmente al alcance de las mujeres. Las mujeres 
jóvenes adultas podían servir a sus vecinos a través de 
la Sociedad de Socorro, pero la generación de Leah 
solía considerarla como una organización anticuada 
para sus madres. Para obtener más fortaleza espiritual, 
Leah solía reunirse con su congregación local, ayunaba 
con regularidad y buscaba otras oportunidades para 
estudiar el Evangelio.
En la víspera de Año Nuevo, Leah asistió a una reu-
nión especial con las jóvenes de la clase de la Escuela 
Dominical de su madre en Provo. Zina Young y Mary 
Isabella Horne, que habían pertenecido a la Sociedad 
de Socorro en Nauvoo, visitaron la clase y hablaron de 
los primeros días de la Iglesia y del llamado profético 
de José Smith.
“Tuvimos un festín espiritual”, le dijo Leah a John. 
Una a una, todas las jóvenes de la sala compartieron su 
testimonio. “Fue la primera vez que compartí mi testi-
monio o hablé a una multitud sobre un tema religioso 
—escribió—. Todas lo disfrutamos mucho”14.
30
Valerosa, noble e independiente
El primer día de 1894, George Q. Cannon se despertó 
lleno de gratitud al Señor por el bienestar de su familia. 
“Tenemos alimentos, vestimenta y refugio —escribió en 
su diario—. Nuestras casas son cómodas, y no necesi-
tamos nada para aumentar nuestra comodidad física”15.
El año anterior había sido bueno para la Iglesia. 
Los santos habían dedicado el Templo de Salt Lake; la 
Sociedad de Socorro y el Coro del Tabernáculo habían 
tenido éxito en la Feria Mundial de Chicago y la Iglesia 
había evitado por poco la ruina financiera. A finales de 
diciembre, la Cámara de Representantes de los Estados 
Unidos también había concedido al territorio de Utah 
el permiso para solicitar la condición de estado, con lo 
que los santos estaban un paso más cerca de un objetivo 
que llevaban persiguiendo desde 1849.
“¿Quién podría haberse atrevido a predecir algo 
así sobre Utah? — escribió George en su diario—. Nin-
gún otro poder sino el del Todopoderoso podría haber 
efectuado esto”16.
Sin embargo, a medida que avanzaba el nuevo año, 
George y otros líderes de la Iglesia se enfrentaron a nue-
vos problemas. El 12 de enero, el gobierno de los Estados 
Unidos devolvió unos 438 000 dólares que había con-
fiscado a la Iglesia en virtud de la Ley Edmunds- Tucker. 
Desafortunadamente, los fondos recuperados no fueron 
suficientes para pagar los préstamos de la Iglesia, y aun-
que los líderes de la Iglesia estaban agradecidos por el 
dinero, creían que el gobierno había devuelto menos de 
la mitad de lo que había tomado de los santos17.
31
Conforme demostremos que estamos listos
Puesto que el dinero seguía siendo escaso, la Pri-
mera Presidencia siguió pidiendo préstamos para finan-
ciar las operaciones de la Iglesia. Con la esperanza de 
crear puestos de trabajo estables y aportar ingresos al 
territorio, la Iglesia también invirtió en varias empresas 
locales. Algunas de estas inversiones ayudaron a los 
santos a encontrar trabajo. Otras inversiones no tuvieron 
éxito, lo que aumentóla deuda de la Iglesia18.
A principios de marzo, Lorenzo Snow, el Presidente 
del Cuórum de los Doce Apóstoles, buscó el consejo de 
la Primera Presidencia sobre cómo realizar la obra del 
templo por sus antepasados inmediatos. Él estaba espe-
cialmente interesado en el sellamiento de hijos a padres 
que no habían aceptado el Evangelio en sus vidas19.
Los primeros sellamientos de hijos a padres habían 
ocurrido en Nauvoo. En aquel entonces, varios santos 
cuyos padres no eran miembros de la Iglesia optaron 
por ser sellados por adopción a los líderes de la Iglesia. 
Creían que actuando de esa forma, se asegurarían un 
lugar en una familia eterna y los uniría a la comunidad 
de los santos en la otra vida.
Después de que los santos llegaron a Utah, los sella-
mientos por adopción y de los hijos a los padres no se 
realizaron hasta que el Templo de St. George fue dedica-
do en 1877. Desde entonces, muchos más santos habían 
elegido ser sellados por adopción a las familias de los 
apóstoles u otros líderes de la Iglesia. De hecho, la prác-
tica habitual de la Iglesia era no sellar a una mujer con un 
hombre que no hubiera aceptado el Evangelio en vida, lo 
32
Valerosa, noble e independiente
que significaba que, en ese momento, una viuda Santo de 
los Últimos Días no podía ser sellada a su esposo fallecido 
si él no se había unido nunca a la Iglesia. En ocasiones, 
esta práctica podía resultar difícil de soportar20.
George Q. Cannon se había sentido incómodo con 
los sellamientos por adopción durante muchos años. De 
joven, en Nauvoo, había sido sellado por adopción en la 
familia de su tío, John Taylor, aunque sus padres habían 
sido miembros fieles de la Iglesia. Otros miembros de 
la Iglesia también habían elegido ser sellados a após-
toles en lugar de a sus propios padres, fieles Santos de 
los Últimos Días. Ahora, George creía que esta práctica 
había creado cierta segregación entre los santos, como 
la que se evidencia entre clanes. En 1890, él y sus her-
manos cancelaron su sellamiento a la familia Taylor y, 
en su lugar, fueron sellados en el Templo de St. George 
a sus propios padres fallecidos, afirmando los lazos de 
afecto natural dentro de su familia21.
Mientras la Primera Presidencia analizaba el caso de 
la familia de Lorenzo, George propuso una posible solu-
ción: “¿Por qué no hacer que el padre de Lorenzo, junto 
con sus hermanos, sean sellados a su abuelo —pregun-
tó—, y luego hacer que su abuelo y sus hermanos sean 
sellados a sus propios padres, y así sucesivamente hasta 
donde sea posible?”
Wilford Woodruff y Joseph F. Smith parecían com-
placidos con la propuesta de George. Ambos albergaban 
sus propias preocupaciones en cuanto al sellamiento 
por adopción, pero el presidente Woodruff no estaba 
33
Conforme demostremos que estamos listos
listo para aprobar ningún cambio en la práctica. George 
mantuvo la esperanza en que el Señor revelaría pronto 
Su voluntad en cuanto al asunto22.
“Lo cierto es que no se ha sabido mucho sobre esta 
doctrina de adopción —observó George en su diario—. 
Es nuestro privilegio saber sobre estas cosas, y confío 
en que el Señor será bondadoso con nosotros y nos 
dará conocimiento”23.
Albert Jarman, el hijo de la persona que más critica-
ba a la Iglesia públicamente en Inglaterra, no había sido 
víctima de un espeluznante asesinato. En la primavera 
de 1894, él se hallaba sirviendo una misión en Gran 
Bretaña, y su presencia era la prueba de que su padre 
no decía la verdad24.
Nada más llegar al campo misional, Albert había 
querido hacer frente a su padre de inmediato, pero 
Anthon Lund, su presidente de misión, percibió que 
Albert no estaba preparado para enfrentarse a alguien 
tan astuto y sagaz. En lugar de ello, envió al joven a 
Londres, animándole a estudiar el Evangelio y a pre-
pararse contra los ataques de su padre. Mientras tanto, 
el presidente Lund le aconsejó: “Escríbale una bonita 
carta”25.
Albert escribió a su padre en cuanto se instaló en 
Londres. “Mi querido padre —comenzó—, espero y 
ruego sinceramente que pronto veas el error de decirle 
a la gente que los mormones asesinaron a tu hijo.
34
Valerosa, noble e independiente
“Ya estás entrado en años, y me duele mucho cuan-
do leo y oigo a la gente repetir lo que has dicho —con-
tinuó—. Estaría encantado de estrechar la mano de un 
padre arrepentido, y orgulloso de tenerte y respetarte 
una vez más”26.
Mientras esperaba la respuesta de su padre, Albert 
predicó y enseñó en Londres. “Estoy estudiando lo más 
que puedo —informó a María Barnes, su madre—. Toda-
vía no soy un gran predicador, pero espero serlo antes 
de volver a casa”.
Albert no tardó en recibir una respuesta breve y 
apresurada de su padre. “Será mejor que vengas —escri-
bió William en una carta—. Estaré feliz de verte”.
Conociendo lo violento que podía ser William, 
María estaba preocupada por su hijo, pero Albert le 
dijo que no se preocupara de que su padre le hiciera 
daño. “No tendrá el poder”, le aseguró Albert. Lo que 
más deseaba era hablar con William o con cualquier 
otro familiar que tuviera en Inglaterra.
“Deseo compartirles mi testimonio —escribió— si 
Dios quiere que lo haga”27.
Entre tanto, en Salt Lake City, Wilford Woodruff 
anunciaba a sus consejeros y al Cuórum de los Doce 
Apóstoles que había recibido una revelación sobre la 
ley de la adopción. “He sentido que somos demasiado 
estrictos con respecto a algunas de nuestras ordenanzas 
del templo —declaró en la víspera de la Conferencia 
35
Conforme demostremos que estamos listos
General de abril de 1894—. Este es el caso especial-
mente de los maridos y los padres que han muerto”.
“El Señor me ha indicado que es correcto que los 
hijos sean sellados a sus padres, y estos a sus padres 
hasta donde sea posible obtener los registros —con-
tinuó—. También es correcto que las esposas cuyos 
maridos nunca escucharon el Evangelio sean selladas 
a esos maridos”.
El presidente Woodruff creía que todavía tenían 
mucho que aprender sobre las ordenanzas del templo. 
“El Señor nos lo hará saber —les aseguró—, conforme 
demostremos que estamos listos para recibirlo”28.
El domingo siguiente, en la conferencia general, 
el presidente Woodruff le pidió a George Q. Cannon 
que leyera a la congregación un pasaje de la sección 
128 de Doctrina y Convenios. En el pasaje, José Smith 
decía que Elías volvería el corazón de los padres hacia 
los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres en 
los últimos días. “[L]a tierra será herida con una maldi-
ción” —declaró el profeta José—, a menos que entre 
los padres y los hijos exista un eslabón conexivo de 
alguna clase”29.
El presidente Woodruff regresó entonces al estrado. 
“No hemos recibido toda la revelación —declaró—, ni 
lo sabemos todo sobre la obra de Dios”. Habló de cómo 
Brigham Young había continuado la obra de José Smith 
de construir templos y organizar las ordenanzas del 
templo. “Pero no recibió todas las revelaciones que per-
tenecen a esta obra —recordó el presidente Woodruff 
36
Valerosa, noble e independiente
a la congregación—. Ni tampoco el presidente Taylor, 
ni Wilford Woodruff. No habrá fin para esta obra hasta 
que se perfeccione”.
Después de señalar que los santos habían actua-
do de acuerdo con toda la luz y el conocimiento que 
habían recibido, el presidente Woodruff explicó que él 
y otros líderes de la Iglesia habían creído desde hacía 
mucho tiempo que el Señor tenía más que revelar sobre 
la obra del templo. “Queremos que desde ahora los 
Santos de los Últimos Días investiguen su genealogía 
hasta donde puedan llegar y se sellen a sus padres y 
madres —declaró—. Que sellen los hijos a sus padres 
y sigan esta cadena tan lejos como sea posible”.
También anunció el fin de la norma que impedía 
sellar a una mujer con un marido que hubiera muerto 
sin recibir el Evangelio. “Muchas mujeres han sufrido por 
causa de esto —dijo—. ¿Por qué privar a una mujer de 
ser sellada a su marido debido a que él nunca escuchó 
el Evangelio? ¿Qué sabe ninguno denosotros en cuanto 
a él? ¿Acaso no escuchará el Evangelio y lo aceptará en 
el mundo de los espíritus?”.
Recordó a los santos la visión que tuvo José Smith 
de su hermano Alvin en el Templo de Kirtland. “Todos 
los que han muerto sin el conocimiento de este evan-
gelio, quienes lo habrían recibido si se les hubiese per-
mitido permanecer —dijo el Señor—, serán herederos 
del reino celestial de Dios”.
“Así será con vuestros padres —dijo el presiden-
te Woodruff sobre aquellas personas que están en el 
37
Conforme demostremos que estamos listos
mundo de los espíritus—. Habrá muy pocos, si es que 
los hay, que no aceptarán el Evangelio”.
Antes de concluir su sermón, instó a los santos 
a reflexionar sobre sus palabras y a encontrar a sus 
antepasados muertos. “Hermanos y hermanas —dijo—, 
continuemos con nuestros registros, llenémoslos en 
rectitud ante el Señor, cumpliendo este principio, y las 
bendiciones de Dios nos acompañarán y aquellos que 
sean redimidos nos bendecirán en los días venideros”30. 
38
C A P Í T U L O   3
La senda 
de la rectitud
Anthon Lund se encontraba visitando ramas de la 
Iglesia en Alemania cuando llegó la noticia a la Misión 
Europea de la revelación de Wilford Woodruff sobre los 
sellamientos. “Esta revelación traerá alegría a muchos 
corazones”, exclamó al enterarse de la noticia1.
La nueva práctica tenía un significado especial para 
muchos élderes de su misión. Desde que el Señor reveló 
a José Smith que los santos podían efectuar ordenanzas 
esenciales por los muertos, los miembros de la Igle-
sia procuraban identificar a sus antepasados y efectuar 
ordenanzas en su nombre. Algunos élderes, hijos de 
santos inmigrantes, habían venido a Europa con la espe-
ranza de hallar más información sobre sus antepasados 
a través de sus familiares y por los archivos2.
39
La senda de la rectitud
Ahora, después de la revelación del presidente 
Woodruff, sus búsquedas adquirían un propósito adicio-
nal. De hecho, en toda la Iglesia, muchos santos tenían 
un mayor deseo de investigar sus líneas familiares para 
sellar las generaciones en una cadena ininterrumpida. 
Franklin Richards, apóstol e historiador de la Iglesia, 
incluso planeó organizar una biblioteca genealógica 
patrocinada por la Iglesia3.
Sin embargo, con los difíciles tiempos que azotaban 
la economía tanto en Europa como en Estados Uni-
dos, muchos santos europeos tenían pocas esperanzas 
de emigrar a Utah, el único lugar con templos donde 
podían realizar estas ordenanzas por sus antepasados. La 
crisis financiera en Estados Unidos hacía casi imposible 
que los santos que venían a Utah encontraran trabajo, 
y los líderes de la Iglesia temían que los inmigrantes 
se marcharan del territorio en busca de empleo. Las 
decepciones económicas ya habían llevado a algunos 
de ellos a abandonar el redil4.
En julio de 1894, Anthon se enteró de lo grave 
que era la situación en Utah. En una carta urgente a la 
Misión Europea, la Primera Presidencia informaba que 
las cargas financieras de la Iglesia se habían vuelto casi 
insostenibles, ya que cada vez más barrios y estacas 
acudían a la Iglesia en busca de ayuda económica.
“En vista del estado de las cosas entre nosotros 
actualmente —escribió la Primera Presidencia—, con-
sideramos prudente instruirle para que desaliente la 
emigración por el momento”5.
40
Valerosa, noble e independiente
Al hacer esta petición, la Primera Presidencia no esta-
ba poniendo fin al recogimiento de Israel. Durante más 
de cuarenta años, los santos habían tratado seriamente de 
cumplir las revelaciones que les mandaban congregarse. 
Los misioneros habían instado a los nuevos conversos 
de todo el mundo a trasladarse a Utah y estar cerca de 
la Casa del Señor. Sin embargo, esa práctica no podía 
continuar hasta que la situación económica mejorara6.
“Constantemente oramos por el recogimiento de 
Israel y nos regocijamos al ver a los santos venir a Sion”, 
escribieron, pero agregaron: “Debe ejercerse gran sabi-
duría a fin de lograr la mejor preservación de los intere-
ses del Israel congregado así como del no congregado”.
Hasta que las condiciones en Utah hayan mejora-
do, instruyó la Presidencia, Anthon debía fortalecer la 
Iglesia en Europa. “Que los santos, todos y cada uno 
—escribieron—, consideren como su deber moral y 
religioso hacer todo lo que puedan para ayudar a los 
élderes misioneros a establecer ramas y mantenerlas”7.
Anthon envió inmediatamente copias de la carta a 
los líderes de las misiones, indicándoles que siguieran 
este consejo8.
El 16 de julio de 1894, el Congreso de los Estados 
Unidos y el presidente Grover Cleveland autorizaron 
al pueblo de Utah a redactar una constitución para el 
estado. La Primera Presidencia sintió regocijo cuando, 
más tarde ese mismo día, recibieron un telegrama de 
41
La senda de la rectitud
los aliados de la Iglesia en Washington: “Proyecto de 
ley de condición de estado firmado. Su pueblo es libre; 
y esto concluye nuestra labor”9.
Cuando los santos solicitaron por primera vez un 
gobierno estatal en 1849, el gobierno federal les conce-
dió en su lugar un gobierno territorial. Como ciudadanos 
de un territorio, al pueblo de Utah no se le permitió ele-
gir al gobernador ni a otros altos oficiales del gobierno. 
En su lugar, tuvieron que depender del presidente de los 
Estados Unidos, que era quien les asignaba sus autori-
dades. Este sistema había provocado muchos conflictos 
entre los santos, otros habitantes de Utah y el gobierno 
de los Estados Unidos a lo largo de los años. También 
impedía que los santos ocuparan algunos cargos guber-
namentales. Bajo un gobierno estatal, el pueblo de Utah 
podría finalmente gobernarse a sí mismo10.
Pero la labor en Utah apenas había comenzado. 
Mientras los delegados se reunían en Salt Lake City 
para redactar la constitución, Emmeline Wells y otras 
mujeres líderes escribieron una petición para que la 
nueva constitución restableciera el sufragio, o derecho 
al voto, de las mujeres de Utah. Aunque la mayoría de 
los estados y territorios de Estados Unidos prohibían 
a las mujeres votar, Utah había concedido el sufragio 
a sus ciudadanas en 1870. Diecisiete años después, la 
Ley Edmunds- Tucker había revocado ese derecho para 
debilitar el poder político de los santos en el territorio11.
Esa ley había indignado a Emmeline y a otras muje-
res de Utah, lo que las llevó a organizar asociaciones de 
42
Valerosa, noble e independiente
sufragio femenino en todo el territorio. También conti-
nuaron trabajando con otras organizaciones sufragistas 
nacionales e internacionales para luchar por el derecho 
al voto de todas las mujeres12. Para Emmeline, el sufragio 
y otros derechos tenían un propósito sagrado. Ella creía 
que la libertad era un principio del evangelio de Jesu-
cristo. La Sociedad de Socorro instaba a sus miembros 
a ser autosuficientes y a desarrollar sus capacidades. En 
las reuniones de la Iglesia, las mujeres también votaban 
sobre asuntos eclesiásticos. ¿Por qué no habían de dis-
frutar del mismo privilegio en la esfera pública?13.
Sin embargo, el sufragio femenino fue un tema 
que causaba debates acalorados y dividió incluso a los 
líderes de la Iglesia14. Las personas que no estaban de 
acuerdo con el sufragio femenino solían alegar que 
las mujeres eran demasiado emocionales para tomar 
decisiones políticas. Argumentaban que las mujeres 
no necesitaban votar cuando tenían maridos, padres y 
hermanos que las representaban a la hora de votar15. 
El élder B. H. Roberts, que actuaba como delegado de 
la convención, pensaba de forma similar. También se 
oponía a incluir el sufragio femenino en la constitución, 
porque creía que podría hacer que el documento fuera 
demasiado controvertido para recibir la aprobación de 
los votantes de Utah16.
En la primavera de 1895 se dio inicio a una con-
vención constitucional en Salt Lake City. Como los no 
votantes tenían prohibido participar oficialmente en 
estas reuniones, las mujeres consiguieron el apoyo del43
La senda de la rectitud
marido de una de las sufragistas para que presentara 
su petición a los delegados17.
El 28 de marzo, B. H. habló sobre el tema en la 
convención. “Si bien admito que la mayoría de las per-
sonas de este territorio está a favor del sufragio feme-
nino –declaró–, hay, sin embargo, un gran número que 
no está a favor de él, y se opone a él con vehemencia, 
y votará en contra de esta constitución si contiene una 
disposición que lo permita”18.
Dos días más tarde, Orson Whitney, que llevaba 
mucho tiempo sirviendo como obispo en Salt Lake City, 
se dirigió a la convención en nombre de las sufragistas. 
Declaró que el destino de la mujer era participar en el 
gobierno e instó a los delegados a apoyar el sufragio 
femenino. “Lo considero una de las grandes palancas con 
las que el Todopoderoso está levantando este mundo caí-
do, elevándolo más cerca del trono de su Creador”19, dijo.
En un editorial para El adalid de la mujer [Woman’s 
Exponent], Emmeline también expresó su desacuerdo con 
los opositores al sufragio femenino. “Es lamentable ver 
cómo los hombres que se oponen al sufragio femenino 
tratan de hacer creer a las mujeres, que eso se debe a que 
ellos las admiran tanto y las consideran demasiado bue-
nas —escribió—. Las mujeres de Utah nunca han fallado 
en ningún momento de prueba de cualquier nombre o 
naturaleza, y su integridad es incuestionable”20.
Durante la reunión de la Sociedad de Socorro del 
4 de abril en la conferencia general, Emmeline volvió 
a hablar sobre el sufragio femenino, confiando en que 
44
Valerosa, noble e independiente
los delegados de la convención lo incluirían en la nue-
va constitución del estado. La siguiente oradora, Jane 
Richards, invitó a las mujeres de la sala que apoyaban el 
sufragio a ponerse en pie. Todas las mujeres que había 
en la sala lo hicieron.
A petición de Emmeline, la presidenta Zina Young 
ofreció entonces una oración, pidiendo la bendición del 
Señor para su causa21.
Mientras las mujeres del territorio de Utah soli-
citaban el voto, Albert Jarman viajó desde Londres al 
suroeste de Inglaterra para dar testimonio a su padre. 
Esperaba hacer cambiar de opinión a William sobre la 
Iglesia y poner fin a sus dañinas conferencias. Creía que 
sus palabras, presentadas de forma clara y comprensiva, 
podrían hacer bien a su padre, si tan solo le escuchaba22.
Albert encontró a William viviendo cómodamente 
en una ciudad llamada Exeter. Gozaba de buena salud, 
aunque su abundante cabello blanco y su tupida barba le 
hacían parecer más viejo de lo que era. Había pasado más 
de una década desde que se habían visto por última vez 
y, al principio, William todavía parecía dudar de la iden-
tidad de Albert23. William afirmó que después de regresar 
a Inglaterra, él había oído un rumor sobre el asesinato 
de Albert y escribió a la Primera Presidencia al respecto. 
Como no le respondieron, dijo, él asumió lo peor24.
Sin embargo, después de encontrarse cara a cara, 
Albert pudo convencerle de su error25. El consejo del 
45
La senda de la rectitud
presidente Lund de que Albert estudiara el Evangelio 
antes de intentar rebatir a William resultó sabio. Después 
de reunirse con su padre, Albert pudo ver que él era un 
hombre inteligente26.
Pero William no fue desagradable ni abusivo con 
él. El invierno de 1894–1895 había sido duro en Ingla-
terra, agravando los problemas respiratorios que Albert 
había desarrollado. William le permitió quedarse en la 
casa de su familia para recuperarse hasta que el tiempo 
mejorara. Su esposa, Ann, también hizo todo lo posible 
para ayudar a Albert a recuperarse27.
Durante su estancia, Albert intentó dar testimonio a 
su padre, sin éxito. En esos momentos, Albert no podía 
saber si su padre mentía deliberadamente sobre la Igle-
sia o si por haber dicho cosas absurdas tantas veces, las 
había llegado a creer28.
Un día, William le dijo a Albert que estaba dispues-
to a dejar de atacar a los santos si la Iglesia le pagaba 
1000 libras. Por este módico precio, dijo, admitiría públi-
camente que estaba equivocado sobre los santos y no 
volvería a entrar en una sala de conferencias para criticar 
a la Iglesia. Albert transmitió la propuesta al presidente 
Lund, pero la Primera Presidencia la rechazó29.
Al no poder hacer cambiar de opinión a su padre 
sobre la Iglesia, Albert se marchó de Exeter después de 
unas semanas. Antes de separarse, él y William fueron 
al estudio de un fotógrafo para retratarse juntos. En una 
de las fotografías, William estaba sentado junto a una 
mesa, con la mano derecha señalando una página de un 
46
Valerosa, noble e independiente
libro abierto, mientras Albert estaba de pie detrás de él. 
En otra, los dos hombres estaban de pie, uno al lado del 
otro, como padre e hijo. Detrás de los bigotes de William 
se vislumbraba una sonrisa30.
La convención constitucional de Salt Lake City 
terminó en mayo. Para alegría de Emmeline Wells y de 
muchas otras personas en Utah, los delegados votaron a 
favor de incluir el sufragio femenino en la constitución31.
Después de la convención, B. H. Roberts siguió 
activo en la política, a pesar de sus responsabilidades 
eclesiásticas a tiempo completo. Sus discursos contra el 
sufragio femenino habían sido impopulares en todo el 
estado. Sin embargo, su reputación como predicador y 
conferenciante seguía siendo sólida dentro y fuera de la 
Iglesia. En septiembre, dos meses antes de las siguientes 
elecciones, los demócratas de Utah nominaron a B. H. 
como su candidato a la Cámara de Representantes de 
los Estados Unidos32.
Durante décadas, los líderes de la Iglesia habían 
ocupado a menudo importantes puestos en el gobierno 
de Utah. Los santos también habían votado en bloque, 
sacrificando a veces sus creencias políticas personales 
para preservar la influencia de la Iglesia en el territorio. 
Pero después de que los santos se dividieran en dife-
rentes partidos políticos a principios de la década de 
1890, los líderes de la Iglesia prestaron mayor atención 
a mantener separados los asuntos de la Iglesia y del 
47
La senda de la rectitud
estado, reconociendo que no todos en Utah tenían las 
mismas opiniones políticas. En ese momento, la Primera 
Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles acor-
daron que las Autoridades Generales no debían influir 
en los votantes hablando públicamente sobre política33.
Sin embargo, durante la convención constitucio-
nal, la Primera Presidencia suspendió temporalmente 
este consejo, permitiendo a B. H. y a otras Autoridades 
Generales actuar como delegados. Cuando B. H. recibió 
más tarde la nominación del Partido Demócrata, no 
pensó que se estaría equivocando al aceptarla. Tampo-
co percibió ninguna objeción por parte de la Primera 
Presidencia. El apóstol Moses Thatcher pensó lo mismo 
cuando los demócratas lo nominaron para ser candidato 
al Senado de los Estados Unidos34.
Sin embargo, en la reunión general del sacerdocio 
de octubre de 1895, Joseph F. Smith reprendió pública-
mente a los dos por aceptar las nominaciones sin consul-
tar primero a los miembros de sus cuórums. “Tenemos 
los oráculos vivientes en la Iglesia, y se debe buscar su 
consejo —recordó a la congregación—. En el momento 
en que un hombre con autoridad decide hacer lo que 
le place, pisa un terreno peligroso”35.
En su mensaje, el presidente Smith no criticó las 
creencias políticas de B. H. Más bien, reafirmó la neu-
tralidad política de la Iglesia, así como la norma de 
que los líderes a tiempo completo de la Iglesia deben 
centrar su tiempo y sus esfuerzos en su ministerio. Sin 
embargo, después de la reunión, miembros del Partido 
48
Valerosa, noble e independiente
Republicano aprovecharon la reprimenda para atacar 
la campaña de B. H. Como Joseph F. Smith era repu-
blicano, muchos demócratas lo acusaron de utilizar su 
posición en la Iglesia para perjudicar a su partido36.
Poco después, en una entrevista en un periódico, 
B. H. habló de su respeto por la autoridad de la Iglesia y 
no acusóa la Primera Presidencia de intentar perjudicar 
su campaña. Sin embargo, insistió en su derecho a buscar 
un cargo político, a pesar de las objeciones de la Primera 
Presidencia, porque creía que no había violado ninguna 
norma de la Iglesia. Posteriormente, habló con mayor 
descaro. En un acto político, condenó a los hombres 
que utilizaban su influencia en la Iglesia para influir en 
los votantes37.
El día de las elecciones, los republicanos en todo el 
país obtuvieron victorias aplastantes sobre los demócra-
tas como B. H. Roberts y Moses Thatcher. Y los votantes 
de Utah aprobaron la nueva constitución con su cláusula 
que otorgaba el derecho al voto a las mujeres.
B. H. trató de poner cara alegre en público. Él y 
su partido sabían que alguien tenía que perder. “Parece 
que esta vez le ha tocado a nuestro partido”, dijo.
Pero por dentro sentía el dolor de su derrota38.
El 4 de enero de 1896, Utah se convirtió en el cuadra-
gésimo quinto estado de los Estados Unidos de América. 
En Salt Lake City, la gente disparó salvas y tocó silbatos. 
Las campanas repicaban en el cielo frío y azul mientras 
49
La senda de la rectitud
la gente se agolpaba en las calles, agitando banderas 
y pancartas39.
Sin embargo, Heber J. Grant seguía preocupado 
por sus amigos B. H. Roberts y Moses Thatcher. Ambos 
hombres se negaron a disculparse por no haber consul-
tado a sus líderes del sacerdocio antes de aspirar a un 
cargo público, lo que llevó a la Primera Presidencia y a 
los Doce a la conclusión de que ellos estaban antepo-
niendo sus carreras políticas a su servicio en la Iglesia. 
La Primera Presidencia también creía que B. H. los había 
criticado injustamente a ellos y a la Iglesia en algunos 
de sus discursos y entrevistas políticas40.
El 13 de febrero, la Primera Presidencia y la mayoría 
de los Doce se reunieron en el Templo de Salt Lake con 
B. H. y otros presidentes de los Setenta. Durante la reu-
nión, los Apóstoles preguntaron a B. H. sobre sus decla-
raciones contra la Primera Presidencia. B. H. confirmó 
todo lo que había dicho y hecho, sin retractarse de nada.
A medida que se desarrollaba la reunión, el corazón 
de Heber se llenó de enorme tristeza. Uno por uno, los 
líderes suplicaron a B. H. que fuera humilde, pero sus 
palabras no surtieron efecto. Cuando Heber se puso de 
pie para dirigirse a su amigo, la emoción lo abrumó, 
ahogando sus palabras.
Después de que cada Apóstol y Setenta habló, B. H. 
se puso en pie y dijo que prefería perder su lugar en la 
Presidencia de los Setenta antes que disculparse por lo 
que había hecho. Luego pidió a los hombres de la sala 
que oraran para que él no perdiera su fe.
50
Valerosa, noble e independiente
—¿Orará usted por usted mismo? —preguntó el 
apóstol Brigham Young, hijo.
—A decir verdad —dijo B. H.—, no tengo muchas 
ganas ahora.
Cuando la reunión terminó, Heber ofreció la ora-
ción final. B. H. intentó entonces salir de la sala, pero 
Heber lo agarró y lo abrazó. B. H. se soltó y se alejó 
ofendido, con una expresión dura en su semblante41.
Unas semanas más tarde, el 5 de marzo, la Primera 
Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles volvieron 
a reunirse con B. H. y vieron que su actitud no había 
cambiado. El presidente Woodruff le dio tres semanas 
para reconsiderar su posición. Si seguía sin arrepentir-
se, lo relevarían de los Setenta y le prohibirían usar el 
sacerdocio42.
A la semana siguiente, Heber y el también Apóstol, 
Francis Lyman, hicieron los arreglos para reunirse en pri-
vado con B. H. Mientras hablaban, B. H. dijo a los Apósto-
les que no cambiaría de opinión. Si la Primera Presidencia 
necesitaba encontrar a alguien que ocupara su lugar en 
la Presidencia de los Setenta, dijo, eran libres de hacerlo.
B. H. se puso el abrigo y empezó a marcharse. “Quie-
ro que sepan que la acción que se va a tomar contra mí 
me causa el más profundo dolor —dijo—. No quiero 
que piensen que no sé valorar todo lo que voy a perder”.
Heber notó lágrimas en los ojos de su amigo, y le 
pidió que se sentara. B. H. habló entonces de las veces 
en que los líderes de la Iglesia le habían faltado al res-
peto en público y habían predicado a favor del Partido 
51
La senda de la rectitud
Republicano. Durante dos horas, Heber y Francis res-
pondieron a sus preocupaciones y le suplicaron que 
cambiara de rumbo. Heber se sintió como si él y Francis 
estuvieran siendo bendecidos para saber qué decir.
Cuando terminaron de hablar, B. H. dijo a sus ami-
gos que quería pensar sobre su situación esa noche y 
regresar por la mañana para comunicarles su decisión. 
Heber entonces se despidió de su amigo, orando para 
que el Señor lo bendijera43.
A la mañana siguiente, B. H. envió una breve carta 
a Heber y Francis. “Me someto a la autoridad de Dios en 
los hermanos —decía en parte—. Ya que ellos piensan 
que estoy equivocado, me inclinaré ante ellos, y me 
pondré en sus manos como siervos de Dios”.
Heber hizo una copia de la carta inmediatamente y 
cruzó corriendo la calle hasta la oficina del presidente 
Woodruff44.
Unas dos semanas más tarde, en el Templo de Salt 
Lake, B. H. Roberts se disculpó ante la Primera Presi-
dencia, admitiendo su error al no solicitar permiso para 
presentarse a un cargo político. Lamentó si algo de lo 
que había dicho en público había causado desavenen-
cias entre los santos, y prometió enmendar cualquier 
ofensa que hubiera expresado.
También dijo que durante su conversación con 
Heber J. Grant y Francis Lyman, los pensamientos sobre 
sus antepasados le ablandaron el corazón.
52
Valerosa, noble e independiente
“Soy el único representante masculino en la Iglesia 
por parte de mi padre, y también por parte de mi madre 
—dijo—, y la idea de perder el sacerdocio y dejar a mis 
antepasados sin un representante en el sacerdocio me 
hizo sentir muy mal.
“Acudí al Señor y recibí luz e instrucción a través 
de su Espíritu de someterme a la autoridad de Dios 
—continuó—. Les expreso mi deseo y mi oración de 
cumplir tal obligación, y pasar por cualquier humillación 
que consideren apropiado imponer sobre mí, con la 
esperanza de retener al menos el sacerdocio de Dios, 
y tener el privilegio de hacer la obra por mis padres en 
esta santa casa”45.
La Primera Presidencia aceptó las disculpas de B. H. 
Diez días más tarde, bajo la dirección del presidente 
Woodruff, George Q. Cannon redactó una declaración 
que aclaraba la posición de la Iglesia sobre la parti-
cipación de sus líderes en política. Luego presentó la 
declaración a la Primera Presidencia y a las Autoridades 
Generales de la Iglesia para su aprobación46.
Al día siguiente, en la Conferencia General de abril 
de 1896, Heber J. Grant leyó la declaración a los san-
tos. Todas las Autoridades Generales de la Iglesia la 
habían firmado, excepto Anthon Lund, que todavía esta-
ba en Europa, y Moses Thatcher, que se había negado 
a reconciliarse con la Primera Presidencia y los demás 
Apóstoles.
La declaración, llamada el “Manifiesto Político”, 
afirmaba la creencia de la Iglesia en la separación de 
53
La senda de la rectitud
la Iglesia y el estado. También requería que todas las 
Autoridades Generales, que se comprometieran a servir 
a tiempo completo en la obra del Señor, obtuvieran la 
aprobación de los líderes de su Cuórum antes de buscar 
o aceptar cualquier cargo político47.
En la conferencia, B. H. Roberts instó a los santos 
a sostener a sus líderes eclesiásticos, y testificó de la 
obra imperecedera del Señor. “En esta dispensación, la 
palabra infalible de Dios se ha comprometido con la 
estabilidad de la obra, a pesar de las imperfecciones de 
las personas”, declaró.
“Aunque algunos hayan tropezado en la oscuridad 
—dijo–, todavía pueden volver a la senda de la rectitud, 
aprovechando su guía inequívoca hacia el bien de la 
salvación”48. 
54
C A P Í T U L O   4
Mucho bien
El 31 de mayo de 1896, Susa Gates habló en Salt Lake 
City en la primera conferencia general combinada de 
las Asociaciones de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres

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