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IDEA PSICOLOGICA DEL HOMBRE

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LA IDEA PSICOLÓGICA 
DEL HOMBRE 
 
 
 
 
 
 
 
 
VIKTOR E. FRANKL 
 
 
Rialp, Madrid 1984, 220 pp. 
 
PRÓLOGO 
 
En mis años de juventud conocía a Sigmund Freud y a Alfred Adler y fui invitado por ambos para 
colaborar con artículos en sus revistas internacionales de psicoanálisis y de psicología individual (los cua-
les fueron publicados en 1924 y 1925). Los modos freudianos y adlerianos de ver la psicoterapia eran 
diametralmente opuestos uno del otro. Pero este es un fenómeno general. Cada vez que abrimos el libro 
de historia de la psicoterapia nos enfrentamos con dos imágenes del ser humano, por así decirlo, que no 
solo difieren entre sí, sino que incluso de contradicen la una a la otra. 
 
 
 
 
Si simbolizamos tales contradicciones mutuas por un cuadrado y un círculo en páginas opuestas, 
puede ocurrir lo que sabemos de la matemática: el problema de cuadratura del círculo está demostrado 
que es insoluble. Pero si colocamos la página izquierda en forma perpendicular a la otra, podemos imagi-
nar al cuadrado y al círculo como proyecciones bidimensionales de un cilindro tridimensional, que repre-
sentan su vista de perfil y su plano de base. Las contradicciones entre las imágenes dejan de contradecir la 
unicidad de lo que ella representan. 
 
 
 
 
Otra contradicción desaparece tan pronto como concebimos las imágenes como meras proyecciones. 
Si suponemos que el cilindro no es un sólido, sino más bien un recipiente abierto –digamos, un vaso va-
cío- esta cualidad de abierto también desparece en las dimensiones inferiores: ambos, el cuadrado y el 
círculo son figuras cerradas. Pero tan pronto como las vemos como meras proyecciones, sus cualidades de 
cerrados dejan de contradecir la cualidad abierta del cilindro. 
 
 
 
 
 
 
 
Este símil se aplica también a nuestra concepción del ser humano, a nuestra teoría antropológica, en 
tanto ella -explícita o implícitamente- está presente en nuestra práctica psicoterápica. Las contradicciones 
entre las distintas imágenes del ser humano, tales como son presentadas por las distintas escuelas psicote-
rapéuticas, no pueden ser superadas, salvo que avancemos hasta la próxima dimensión superior. Mientras 
permanezcamos en las dimensiones fisio-psicológicas en las cuales hemos proyectado la persona humana 
no hay esperanza de un concepto unificado. Solamente si nos abrimos hacia una dimensión superior, la 
dimensión humana con sus fenómenos -específicamente humanos; sólo si seguimos a la persona humana 
en esta dimensión, es posible captar su unicidad, así como su humanidad. Entrar a la dimensión humana 
se convierte en obligatorio si queremos, liberar o dejar fluir aquellos recursos que están disponibles úni-
camente en la dimensión humana, a fin de incorporarlos a nuestro arsenal terapéutico. 
 
 
LOS RECURSOS HUMANOS 
Entre esos recursos, dos son los más relevantes para la psicoterapia: la capacidad humana de autodis-
tanciamiento y de autotrascendencia. 
 
Autodistanciamiento 
El autodistanciamiento es la capacidad de poner distancia de las situaciones exteriores, de ponernos 
firmes en relación a ellas; pero somos capaces no solamente de poner distancia con el mundo, sino tam-
bién con nosotros mismos. Esta capacidad es movilizada en la técnica logoterapéutica de la intención pa-
radojal. Yo comencé a practicarla en 1929 en el Hospital psiquiátrico de la Escuela de Medicina de la 
Universidad de Viena, la publiqué por primera vez en 1939 y acuñé el término «intención paradojal» en 
1947. 
 
 
El siguiente pasaje de ese libro, escrito hace treinta y tres años, muestra los fundamentos teóricos so-
bre los cuales está basada la intención paradojal. (La cita también puede tender un puente de entendimien-
to mutuo entre los logoterapeutas y los terapistas behavioristas.) «Todas las psicoterapias orientadas psi-
coanalíticamente conducen principalmente al descubrimiento de las condiciones primarias del "reflejo 
condicionado” por las cuales la neurosis puede ser bien comprendida. O sea, la situación -exterior o inte-
rior en la cual un determinado síntoma neurótico emergió por primera vez. Es la tesis del autor, sin em-
bargo, que la neurosis madura o completamente desarrollada está determinada no solamente por las con-
diciones primarias, sino también por condiciones secundarias. Este reforzamiento, a su vez, está causado 
por el mecanismo de retroalimentación (feedback) llamado angustia expectante. Por tanto, si deseamos 
recondicionar un reflejo condicionado, debemos romper el círculo vicioso formado por la angustia expec-
tante, y éste es el verdadero objetivo logrado por nuestra técnica de intención paradojal.» 
 
 
 
Esta técnica ofrece por sí misma un tratamiento de las neurosis fóbicas y obsesivo-compulsivas. En 
las fobias, un determinado síntoma evoca en el paciente una fobia en la forma de miedo o temerosa ex-
pectación de su recurrencia; esta fobia provoca la real presentación actual del síntoma, y la recurrencia del 
síntoma refuerza la fobia. 
En algunos casos, el objeto de la «expectación temerosa» es el miedo mismo. Nuestros pacientes ha-
blan espontáneamente de «miedo al miedo». Mediante un interrogatorio más detallado, se descubre que 
ellos temen las consecuencias de su miedo: desmayos, problemas coronarios o ataques fulminantes. Como 
puntualicé en 1953, ellos reaccionan a su «miedo al miedo», por una «escapada del miedo» -lo que po-
dríamos llamar un esquema de conducta de evasión. En 1960 llegué a la convicción de que las «fobias 
eran parcialmente debidas a la conducta de evitar las situaciones en las cuales surge la ansiedad» 
Esa tesis ha sido confirmada por terapeutas behavioristas en muchas ocasiones. 
Junto con el esquema fóbico que nosotros hemos descrito como “escape del miedo”, un segundo es-
quema –el esquema obsesivo compulsivo- está caracterizado como “luchas contra las obsesiones y com-
pulsiones”. Los paciente tienen miedo de de llegar a suicidarse o cometer un homicidio, o que las extrañas 
ideas que les atormentan puedan ser precursoras, o incluso ya los síntomas de la psicosis. Estos pacientes 
tienen miedo, no del miedo mismo, sino de ellos mismos. 
De nuevo en estos casos se establece un círculo vicioso. Cuanto más luchan los pacientes contra sus 
obsesiones y compulsiones, más fuertes se hacen estos síntomas. La presión induce a una contrapresión, y 
la contrapresión a la vez incrementa la presión 
 
 
 
 
 
 
Para quebrar estos círculos viciosos, lo primero que hay que hacer es dejar de alimentar la angustia 
expectante que está subyacente, y ése es principalmente, el objetivo de la intención paradojal. Los pacien-
tes son alentados para hacer o para desear que ocurran justamente las cosas que ellos temen, burlándose 
de ellas. «Un elemento integral en la intención paradojal», escribe Lazarus, es la provocación deliberada 
del humor. Después de todo, el sentido del humor es un aspecto de la capacidad específicamente humana 
de autodistanciamiento. Ningún animal es capaz de reírse. 
En la intención paradojal, sin embargo, los pacientes son invitados a exagerar sus miedos y an-
siedades actuando con formulaciones tan llenas de humor como sea posible. Se citan numerosos ejemplos 
en la bibliografía pertinente. 
Hand y otros que trataron agorafobias crónicas de pacientes yen grupo, observaron que los pacientes 
usaban espontáneamente el humor, como un extraordinario recurso de superación: «cuando el grupo 
completo estaba asustado, alguien rompía el hielo con una broma, que era recibida con una carcajada de 
alivio. Podría decirse que ellos reinventaron la intención paradojal. 
La intención paradojal ha sido efectiva aun en casos severos. Lamontagne curó un caso de una eritro-
fobia incapacitante que había persistido durante doce años, en cuatro sesiones. Niebauer trató con éxito a 
una mujer de sesenta y cinco años que había sufrido de compulsión de lavarse las manos durante sesenta 
años. Jacobs cita el caso de la señora K, quien durante quince años había sufridode una grave claustrofo-
bia y fue curada en una semana. Su tratamiento fue una combinación de intención paradojal, relajación y 
desensibilización, demostrando este hecho que la intención paradojal, o en su caso la logoterapia, de nin-
guna manera invalida otra psicoterapia previa o combinada, sino que más bien ofrece un medio para su-
mar o potenciar sus efectos correspondientes. En el mismo sentido, Ascher apunta que «muchos enfoques 
terapéuticos tienen técnicas específicas», y que «dichas técnicas no son especialmente útiles ni relevantes 
para sistemas terapéuticos alternativos». Hay «una notable excepción en esta observación» y es la inten-
ción paradojal. «Es una excepción, porque muchos profesionales representando una amplia variedad de 
enfoques diferentes de la psicoterapia han incorporado esta intervención en sus sistemas, tanto práctica 
como teóricamente.» 
De hecho, «en las últimas dos décadas la intención paradojal se ha hecho popular para una gran va-
riedad de terapeutas» que han quedado «impresionados por la eficacia de la técnica». Más importante aún, 
«se han desarrollado técnicas behavioristas, que parecen ser la traducción de la intención paradojal en 
términos de aprendizaje». 
Ascher y Turner fueron los primeros en presentar una «comprobación experimental controlada de la 
eficacia clínica» de la intención paradojal en comparación con otras estrategias behavioristas. Solyom y 
otros también comprobaron experimentalmente que la intención paradojal es efectiva. 
 
Autotrascendencia 
La segunda capacidad humana, la de la autotrascendencia, denota el hecho de que el ser humano 
siempre apunta y se dirige a algo o alguien distinto de sí mismo -para realizar un sentido o para lograr un 
encuentro amoroso en su relación con otros seres humanos. Sólo en la medida en que vivimos expansi-
vamente nuestra autotrascendencia, nos convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos a no-
sotros mismos. Esto siempre me hace recordar el hecho de la capacidad del ojo de percibir visualmente el 
mundo que le rodea, la que irónicamente es contingente de su incapacidad para percibirse a sí mismo. Ca-
da vez que el ojo ve algo de sí mismo, su función está perturbada. Si yo estoy afectado por una catarata, 
veo una nube -mi ojo ve su propia catarata-. O si estoy afectado por un glaucoma, veo un halo como el ar-
co iris alrededor de las luces, es como si mi ojo percibiera la tensión ocular aumentada producida por el 
glaucoma. El ojo que funciona normalmente no se ve a sí mismo, no se percibe a sí mismo. Análogamen-
te, nosotros somos humanos en la medida que somos capaces de no vernos, de no notarnos y de olvidar-
nos de nosotros mismos dándonos a una causa para servir, o a otra persona para amar. Sumergiéndonos en 
el trabajo o en el amor, nos estamos trascendiendo, y por tanto nos estamos realizando a nosotros mismos. 
Se ha planteado la pregunta de por qué una cualidad fundamental de la condición humana cual es la 
de autotrascendencia ha sido tan ampliamente ignorada por la psicología. Tal como yo lo entiendo, esto 
tiene algo que ver con la ley de Heisenberg, la cual, reformulada un poco libremente, dice: La observa-
ción de un proceso influye sobre dicho proceso inevitable y automáticamente. Algo similar es válido en 
relación con la observación de la conducta humana realizada en forma estrictamente científica (más bien 
que fenomenológica): esta observación no puede evitar el transformar un sujeto en un objeto. Pero, ¡ay!, 
es propiedad inalienable de un sujeto la de dirigirse a objetos propios del sí-mismo. De acuerdo con la 
terminología de la fenomenología de Brentano-Husserl-Scheler, ellos se denominan «objetos intenciona-
les» o «referentes intencionales». 
En forma más comprensible, en el momento en que el sujeto se transforma en objeto, sus objetos 
 
propios desaparecen. Y como los «referentes intencionales» forman «el mundo en el cual un ser humano 
es», en el sentido de «ser-en- el mundo» (para usar la frase de Heidegger, frecuentemente mal empleada), 
resulta así que el mundo se cierra tan pronto como a una persona se la deja de ver como a un ser que actúa 
en el mundo y se la ve más bien como un ser que reacciona a estímulos (modelo behaviorista) o que ma-
nifiesta tendencias e instintos (modelo psicodinámico). En ambos casos, el ser humano es tratado como 
una moneda carente de mundo, como un sistema cerrado, tal como se representa en la Fig. 3; la cualidad 
de abierto del vaso desaparece al proyectarlo en dimensiones inferiores. 
La conducta humana, entonces, es realmente humana en la medida en que ella significa «actuar en el 
mundo». Esto, a su vez, implica ser motivado por el mundo. De hecho, el` mundo hacia el cual un ser 
humano se trasciende a sí mismo es un mundo pleno de sentidos (que constituyen las razones y motiva-
ciones para actuar) y lleno de otros seres humanos (que constituyen las personas para amar). Tan pronto 
como proyectamos al ser humano a la dimensión de una psicología que sea concebida en forma estricta-
mente científica, lo recortamos, lo separamos del medio; de las motivaciones potenciales. Lo que queda, 
en lugar de razones y motivaciones, son causas. Las razones me motivan para actuar en la forma que yo 
elijo. Las causas determinan mi conducta inconscientemente, sin saberlo, tanto si las conozco como si no. 
Cuando al cortar cebollas lloro, mis lágrimas tienen una causa, pero yo no tengo una razón, un motivo pa-
ra llorar. Cuando pierda a un amigo, tengo una razón para llorar. 
Y cuáles son las causas que le quedan al psicólogo con ceguera para la autotrascendencia y, conse-
cuentemente, para la captación de sentidos y razones? Si es un psicoanalista, querrá sustituir los motivos 
por ciertas tendencias e instintos como causas de la conducta humana. Si es un behaviorista, querrá ver en 
la conducta humana el mero efecto de los procesos de condicionamiento y aprendizaje. Si no existen sen-
tidos ni razones, ni elecciones, deben suponerse otros determinantes, de una manera a otra, para reempla-
zarlos. 
¿En tales circunstancias, la condición misma de humanidad se deja de lado en la observación de la 
conducta humana. Si la psicología, o en este caso la psicoterapia, ha de ser rehumanizada, debe hacerse 
siendo conscientes de la autotrascendencia más bien que ignorándola. 
Un aspecto importante de la autotrascendencia es lo que se llama en logoterapia «la voluntad de sen-
tido». Si queremos encontrar y vivir plenamente un sentido en nuestra vida, seremos felices y al mismo 
tiempo capaces de superar el sufrimiento. Si podemos encontrar un sentido, estamos preparados para dar 
nuestra vida por ese sentido. Por otro lado, si no podemos ver un sentido, estamos inclinados a quitarnos 
la vida, aun en medio y a pesar de todo el bienestar y la opulencia que nos rodee. Considérese la cifra cre-
ciente de suicidios en países de alto nivel de vida, como Suecia y Austria. 
Para citar a L. Bachelis director del Centro Behaviorista de Nueva York, «muchos de los que se-
guían terapias en el Centro contaban que ellos tenían un buen trabajo, que tenían éxito, pero querían sui-
cidarse porque encontraban sus vidas carentes de sentido». Yo no pretendo afirmar que la mayoría de los 
suicidios se consuman porque hay un sentimiento de falta de sentido, pero estoy convencido de que la 
gente superaría sus impulsos de suicidarse si encontrara un sentido a sus vidas. Se tienen los medios para 
vivir, pero no un sentido por el cual vivir. La logoterapia encara francamente la situación a la que nos ve-
remos enfrentados en una «sociedad post-petróleo» e incluso «tiene especial relevancia durante esta críti-
ca transición». 
 
Contrarrestar la hiperreflexión 
La felicidad no es solamente el resultado de la plenificación de un sentido, sino también, en un as-
pecto más general, es un efecto colateral, no buscado, de la autotrascendencia. Por tanto, no puede ser 
«perseguida», sino que, antes bien, sobreviene. Cuanto más aspiramos a la felicidad - yal placer, tanto 
más erramos nuestro objetivo. Esto se hace más palpable en el placer sexual, siendo característico del es-
quema de la sexualidad neurótica el que la gente se esfuerce directamente para lograr experiencias o rea-
lizaciones (performances) sexuales. Los pacientes masculinos tratan de demostrar su potencia, y los fe-
meninas, su capacidad de orgasmo. En logoterapia hablamos de «hiperintención» en este contexto. Debi-
do a que la hiperintención va a menudo acompañada por lo que nosotros en logoterapia llamamos «hiper-
reflexión», o sea, autoobservación excesiva, resulta que la hiperintención e hiperreflexión juntas forman 
todavía otro círculo vicioso -el tercero. 
Para romper el círculo, deben ponerse en juego las fuerzas centrífugas. La hiperreflexión puede con-
trarrestarse con la técnica logoterápica de la «derreflexión»: los pacientes, en lugar de observarse a sí 
mismos, deben olvidarse de sí. Pero no pueden olvidarse de sí mismos salvo que se den a otro. 
 
 
 
 
 
 
Repetidamente sucede que la hiperintención de obtener una realización (performance) sexual está 
causada, por la orientación de los logros sexuales del paciente y por la tendencia a asignar al intercambio 
sexual una «cualidad de exigencia, de obligación». Eliminar esto es el propósito de una estrategia logote-
rápica que se suma a la técnica de la derreflexión. 
 
Tres caminos hacia el sentido 
El sentimiento de falta de sentido no solamente subyace en la triada de la neurosis masiva de esta 
época: depresión, drogadicción, agresión, sino que también puede concretarse en lo que nosotros los logo-
terapeutas llamamos «neurosis noógenas». Hasta ahora, diez investigadores, independientemente unos de 
otros, han estimado que alrededor del 20 por 100 de las neurosis son noógenas. En estos casos, la logo-
terapia ofrece un procedimiento específico para ayudar al paciente a encontrar sentido. La logoterapia está 
basada en una logoteoría, y la logoteoría, a su vez, está fundamentada empíricamente. El logoterapeuta 
nunca prescribe sentido, pero puede muy bien describir las formas en que el proceso de la percepción de 
sentido es realizado algo o realizar el encuentro con alguien el sentido puede ser hallado no sólo en el tra-
bajo, sino también en el amor. 
Weisskopf-Joelson observa en este contexto que la noción logoterapéutica «de que la experiencia 
vivencial puede ser tan valiosa como la realización en terapéutica porque compensa nuestro unilateral én-
fasis en el mundo externo de las realizaciones a expensas del mundo interno de la experiencia vivencial 
interior». 
Más importante, sin embargo, es la tercera ruta hacia el sentido, la de las actitudes. Incluso si somos 
víctimas indefensas de una situación desesperada, enfrentándonos a un destino que no podemos cambiar, 
nos es factible elevarnos, crecer sobre nosotros mismos, y con ello cambiarnos a nosotros mismos. Pode-
mos transformar una tragedia personal en un triunfo humano. 
Pocos años después de la segunda guerra mundial, un doctor examinaba a una mujer judía que lleva-
ba un brazalete hecho con dientes de niños, montados en oro. «Un hermoso brazalete», observó el médi-
co. «Sí -respondió la mujer--, este diente pertenecía a Miriam, éste a Esther y este otro a Samuel...» La 
mujer mencionaba los nombres de sus hijas e hijos según sus edades. «Nueve hijos -agregó-, y a todos 
ellos los llevaron a la cámara de gas. Horrorizado el médico preguntó: ¿Cómo puede usted vivir con tal 
brazalete? La mujer judía respondió tranquilamente: “Ahora estoy al cargo de un orfanato en Israel”. 
Durante un cuarto de siglo dirigí el departamento neurológico de un hospital general y fui testigo de 
la capacidad de los pacientes para transformar sus limitaciones en realizaciones humanas. Vi jóvenes que 
hacía poco eran guías de montaña en los Alpes austríacos o conducían una moto Yamaha y hoy están pa-
ralizados del cuello para abajo. O muchachas que ayer estaban bailando en una discoteca y hoy diagnosti-
cadas con tumor cerebral. P. L. Starck, una nurse que trabaja en Alabama, me informó del siguiente caso: 
Tengo como paciente a una mujer de 22 años que resultó herida a los 18. Por un disparo cuando iba 
camino del almacén. Solo puede realizar tareas mediante una varilla que maneja con la boca. Nuestra jo-
ven percibe con claridad un objetivo en su vida. Lee los periódicos y mira la televisión buscando relatos o 
historias de personas con problemas y les cribe (tecleando en la máquina con la varilla de su boca) para 
darles palabras de, consuelo, de ánimo y de aliento. 
Debido a que el sentido puede «extraerse» incluso del sufrimiento, la vida demuestra estar po-
tencialmente plena de sentido, literalmente hasta nuestro último aliento. De ninguna manera, sin embargo, 
el sufrimiento es imprescindible para encontrar sentido. Pero el sentido es posible, aun a pesar del sufri-
miento. Esto es cierto, por supuesto, sólo para sufrimientos inevitables. Si fueran evitables, lo sensato se-
ría eliminar su causa, ya sea psicológica, biológica o política. Sufrir innecesariamente es masoquismo, no 
 
heroísmo: Pero si no podemos cambiar la situación que causa nuestro sufrimiento, sí nos es posible elegir 
nuestra actitud ante el mismo. No olvidaré una entrevista que escuché en la televisión austríaca a un car-
diólogo polaco que durante la segunda guerra mundial había organizado el levantamiento del ghetto de 
Varsovia. «Qué hecho heroico», exclamó el entrevistador. 
«Escuche -replicó serenamente el doctor-, tomar un arma y disparar alrededor de uno no es gran co-
sa, pero si las S.S le conducen a una cámara de gas o a una sepultura común para ejecutarlo allí mismo y 
usted no puede hacer nada al respecto salvo mantener erguida la cabeza y caminar con dignidad, vea us-
ted, eso es lo que yo llamo heroísmo.1 
La vida está potencialmente llena de sentido en cualquier situación, sea agradable, placentera o mise-
rable, y precisamente esta piedra angular de la logoterapia ha sido corroborada sobre bases estrictamente 
empíricas, mediante tests y estadísticas aplicadas a decenas de miles de sujetos» El resultado general; fue 
que, en principio, el sentido es accesible a cada uno, independientemente del sexo, edad, cociente intelec-
tual, antecedentes educacionales, estructura del carácter y medio ambiente, independientemente de si uno 
es religioso o no, y en caso de ser religioso, independientemente de la confesión a la que uno pertenezca. 
Las personas que, padeciendo de síntomas obsesivo-compulsivos y fobias, pueden ser ayudadas por 
la intención paradojal, son una minoría. Pero la mayoría no es una mayoría silenciosa. Para aquellos que 
saben escuchar, es más bien una mayoría que clama, ¡que clama por un sentido! Por demasiado tiempo 
este clamor no ha sido escuchado. Pero una psicoterapia que se coloque «en camino de una rehumaniza-
ción» deberá prestar oídos al no escuchado grito por un sentido. 
 
1 Un estudio empírico realizado por un instituto de la opinión pública en Austria evidencia que los 
individuos que son tenidos en mayor estima por la mayoría de las personas entrevistadas no eran los 
grandes artistas, ni los grandes científicos, ni los grandes hombres de Estado, ni las grandes figuras depor-
tivas, sino aquellos que habían sido capaces de afrontar una dificultad con dignidad. 
 
 
PRIMERA CONFERENCIA 
 
El verse ante la tarea de hablar sobre la contribución de la Psicoterapia al concepto de hombre, hoy vigente, 
significa estar colocado ante una alternativa, es decir, ante la necesidad de escoger entre una exposición funda-
mentalmente histórica o una exposición fundamentalmente sistemática. Ahora bien, esta alternativa llega a ser 
realmente penosa, si se tiene en cuenta que, en el caso que nos ocupa, por sistemática habría de entenderse en 
realidad una plurisistemática; en efecto, en pocas ocasiones podría repetirse con tanta justicia, como en lo referen-
te al estado actual de los conocimientosy técnicas psicoterapéuticas, aquel conocido dicho, que adaptado a nues-
tro caso sonaría así: Quot capita, tot systemata. 
En otros términos sería un intento desmesurado el que yo pretendiese ahora dar cuenta, aunque sólo fuera de 
los principales sistemas psicoterapéuticos hoy en uso, prescindiendo de que ello significaría una desconsiderada 
exigencia a la paciencia de mis oyentes; más aún, un menosprecio de sus conocimientos sobre el particular. En 
vista de ello, me he decidido a tratar el tema no tanto histórica, ni aun sistemática, sino críticamente. Quiero ade-
más advertir que esta crítica ni ha de ser limitada a uno de los grandes sistemas, ni tampoco se ha de extender al 
conjunto de cada uno de ellos. Lo único viable en este caso será, pues, elaborar un denominador común a todos 
ellos, en el sentido de denunciar el origen de los peligros y errores que les son comunes a todos. Espero que a lo 
largo de mis explicaciones quede aclarado hasta qué punto ha de verse el origen de los peligros y errores inheren-
tes a la Psicoterapia de hoy en un psicologismo dinámico, que en mayor o menor grado les afecta siempre. Y 
quienes menos han logrado mantenerse alejados, o liberarse al menos, de todo psicologismo han sido precisamen-
te los tres clásicos de la sistemática psicoterapéutica, a saber: Freud, Adler y Jung. Pero teniendo presente que la 
Psicoterapia de hoy se asienta sobre tres pilares: el psicoanálisis, la psicología individual y la psicología analítica, 
no estará de, más -a pesar de los reparos expuestos- echarles una rápida ojeada. 
Freud es simplemente «el» pionero, por lo que se refiere a la Psicoterapia en sí misma, y «el» genio en lo re-
ferente a su propia persona. Si yo tuviera que precisar, digamos sobre la marcha, en qué consiste lo que Freud nos 
legó de auténtica enseñanza, diría, sin titubear, que Freud tiene el mérito dé haber planteado la pregunta sobre el 
«sentido», prescindiendo ahora de si la formuló en el sentido en que nosotros lo hacemos, e incluso de si ha dado 
o no una respuesta a esta cuestión. Pero en cuanto que lo hizo, estuvo bien dentro del espíritu de su época y esto 
en un doble aspecto: primeramente, en sentido material, en cuanto que Freud quedó enmarañado en el ambiente, 
de un lado mojigato y lascivo de otro, que dominaba en su época, en la llamada cultura victoriana de terciopelo, y 
en segundo lugar, también en sentido formal, por cuanto todas sus concepciones se basan en un modelo mecani-
cista, que no por llamarle dinámico -usando un eufemismo- resulta un ápice más aprovechable. 
Lo que primordialmente preocupaba a Freud era llegar a develar el sentido de los que en su tiempo se llama-
ban «síntomas histéricos» --hoy diríamos síntomas neuróticos-, y esto le forzó a adentrarse en el terreno de lo in-
consciente en la vida psíquica,, y : de este modo hacer comprensible ni más, ni menos que toda una dimensión de 
esta realidad. El que nosotros podamos ver ahora dentro del ámbito de lo «inconsciente» y constatemos allí la 
existencia de algo más que simples tendencias en forma de inconsciente instintivo, el que más allá y por encima 
de todas estas instancias inconscientes hayamos podido percibir la existencia de un inconsciente espiritual, de una 
espiritualidad, de una moralidad, más aún, de una religiosidad inconscientes, esto ya es otra cuestión, y no resta 
mérito a la proeza histórica que vemos en la obra y en la doctrina de Freud. 
Para Freud, el ser inconscientes era precisamente el sentido que tenían los síntomas histéricos, en cuanto que 
se trataba no de algo «olvidado», sino de algo «reprimido», es decir; de algo relegado a lo inconsciente precisa-
mente porque en esto que había llegado a ser, o se había hecho inconsciente, se trataba de algo desagradable. Pero 
desagradables o molestos lo eran precisamente ciertos contenidos de conciencia, al ser referidos al sistema de 
coordenadas de aquella cultura victoriana de terciopelo a la que poco más arriba hacíamos referencia. Así se com-
prende fácilmente que lo que en primer término había de interesar al tan ruboroso paciente de finales de siglo era 
precisamente el inhibir lo sexual, aunque hemos de tener muy presente que el concepto de sexualidad es para el 
psicoanálisis de mayor, extensión que el ámbito de lo genital, por un lado, mientras que por otro es de menor ex-
tensión que el concepto de Libido acuñado por Freud. 
Para el psicoanálisis, la neurosis lleva, en definitiva, a una situación de «compromiso», al compromiso entre 
tendencias encontradas, conflictuales, o bien entre las mutuas exigencias de diversas instancias intrapsíquicas, 
como las del ello; el yo y el super-yo, usando la terminología del psicoanálisis. Mas también es un compromiso lo 
que, constituye la esencia de lo que Freud llamaba intentos fallidos, y en último término, la esencia de los sueños. 
Cuando, por ejemplo, un antiguo nacionalsocialista cuenta cómo en un hospital de mal nombre, por haber sido an-
 
tes un centro donde se practicaba la eutanasia, los enfermos son «eliminados»--y no «acogidos»2 - o cuando un 
político socialista habla, no sobre la «anticoncepción», sino sobre la «conjuración de la miseria» -de lo que tam-
bién yo mismo he sido testigo-, resulta evidente que en ambos casos se ha logrado imponer, y aflorar a la concien-
cia algo que había caído víctima de la represión, o cuando menos a ello estaba condenado. 
Por lo que se refiere a los sueños, se llega a una situación; de compromiso, a causa de la llamada censura de 
los sueños. Es de advertir que a Max Scheler cabe el honor de haber sido el primero en llamar la atención sobre 
este punto álgido del psicoanálisis, es decir, sobre la aporía que representa este concepto de «censura de los sue-
ños». La aporía consiste en que la instancia, que durante el sueño reprime, censura y sublima, no puede provenir 
en modo alguno de los instintos, porque éstos son justamente el quod u objeto de la inhibición y no pueden ser en 
consecuencia el «quien» o sujeto de la misma. A los alumnos que asisten a mis clases les suelo aclarar este punto, 
recordándoles que aún no se conoce el caso de un río que haya construido su propia presa de contención. 
Pero no solamente en lo referente a la «Genealogía de la Moral» ha caído en error el Psicoanálisis, con su hi-
potética reducción de la misma a la represión de lo instintivo, también ha fallado en lo referente a la teleología que 
dirige la realidad psíquica, por cuanto el Psicoanálisis reduce el campo visual al suponer que el principio de la 
homeóstasis, tomado de la Biología, era vigente sin más, no sólo en el ámbito de la naturaleza, sino también en el 
de la cultura. Esto equivaldría a decir llanamente que el hombre . está por naturaleza orientado, o lo que es lo 
mismo, que toda la actividad humana se puede dirigir a «liquidar y someter las magnitudes de estímulos o de exci-
taciones que, procedentes de dentro y fuera, llegan hasta él», a cuyo «intento sirve el aparato anímico» (S. Freud, 
Gesammelte Werke XI, 370). «Los conceptos fundamentales de la motivación humana están pensados por Freud 
en sentido de. la homeóstasis, es decir, Freud explica cualquier acción como encaminada al restablecimiento de un 
equilibrio perdido. Sin embargo, la hipótesis de Freud, basada en la Física de su tiempo, según la cual la única 
tendencia, fundamental y primaria, del ser vivo sería el relajamiento, no está de acuerdo con la realidad. El creci-
miento. y la reproducción son fenómenos que se resisten a ser aclarados solamente a base del principio de la ho-
meóstasis» (Charlotte Bühler, Psychologische Rundschau, t. VIII, 1, 1956). 
En consecuencia, ni aun en el ámbito de lo puramente biológico tiene validez el principio de la homeóstasis, 
por no hablar de la dimensión psico-noológica del hombre. «El hombre que crea, por citar un ejemplo, instala lo 
que hace y lo que produce en una realidad positivamente concebida, mientras que en la tendencia a conservar un 
equilibrio, del que se acomoda a algo, larealidad es concebida de modo negativo» (1. c.). También Gordon W. 
Allport toma una actitud crítica y polemista frente al principio de la homeóstasis: «Motivation is regarded as a 
state of tenseness that leads us to seek equilibrium, rest, adjustment, satisfaction, or homeostasis. From this point 
of view personality is nothing more than our habitual modes of reducing tension. This formulation, of course, is 
wholly consistent with empiricism's initial presupposition that man is by nature a passive being, capable only of 
receiving impressions from, and responding to external goals. This formula, while applicable to opportunistic ad-
justments, falls short of representing the nature of propriate striving. The characteristic feature of such striving is 
its resistance to equilibrium, tension is maintained rather than reduced». 
Alfred Adler, en oposición a Sigmund Freud, se salé del terreno de lo psicológico para recurrir de momento a la 
Biología, y tomar de allí su concepto de la «inferioridad del órgano». Esta, en cuanto fenómeno somático, lleva 
como reacción psíquica as «sentimiento de inferioridad», pero no sólo ante la inferioridad orgánica, sino también 
ante la constitución enfermiza, la debilidad y la fealdad. A su vez, el sentimiento de inferioridad busca su com-
pensación,. bien sea en el ámbito de lo social, o lo que es lo mismo en su correlato psíquico el «sentimiento de so-
ciabilidad» -aquí se pone de manifiesto cómo saliéndose de la esfera de lo biológico se introduce un elemento so-
ciológico-, o bien sucede que se llegue a una compensación o incluso a una supercompensación del sentimiento de 
inferioridad, más allá y fuera ya del ámbito de lo social, en cuyo caso, y siguiendo las teorías de la Psicología In-
dividual, se ha tocado ya la esencia de la neurosis. A la petición de principio de unos instintos que se frenan a sí 
mismos, según veíamos en el Psicoanálisis, corresponde ahora otra petición de principio, a cargo esta vez de Al-
fred Adler, puesto que, según su doctrina, no es algo personal, sino lo social mismo quien decide la actitud y pos-
tura del hombre ante la sociedad: lo decisivo en este sentido son el medio ambiente, el entorno y la educación del 
hombre, si hemos de creer a la Psicología Individual. 
Al hablar de C. G. Jung y de su Psicología Analítica no recalcaremos lo suficiente el mérito que supone el que 
en su tiempo -y esto quiere decir en los primeros años del siglo- se haya aventu rado a definir la neurosis como «el 
 
2 Freud insiste con frecuencia sobre el papel importante que desempeña el idioma en la elaboración de los 
sueños, y ello se ha de tener en cuenta para su interpretación; lo mismo vale decir sobre los intentos fallidos. Só-
lo un enfermo de habla alemana pudo decir «umgebracht» (=eliminados), en lugar de «untergebracht» (= acogi-
dos). (N. del T.) 
 
padecimiento de la psiquis que no ha encontrado su sentido». Claro que tanto más seductor es el psicologismo 
analítico anclado en la Psicología Analítica. El mérito de haberlo puesto al descubierto corresponde principalmen-
te al barón de Gebsattel, quien en su obra Christentum und Humanismus (Stuttgart, 1947) valora y define a la per-
sona como la instancia supra-psicológica que él echa de menos precisamente en la imagen que Jung nos ofrece del 
hombre. Según él, es la persona, por sí sola y orientada por los módulos que le son propios, la única capaz de po-
ner orden aun en el caos de motivaciones religiosas y «experiencias internas» que le presenta el subconsciente, 
pues es ella quien acepta o rechaza. Sin embargo, continúa diciendo, falta en esta concepción del hombre la ins-
tancia que decide ante los «productos del inconsciente». Dios es aquí querido, pero no con la decisión de la fe. «Si 
esto no es psicologismo -concluye V. Gebsattel como conclusión de su argumentación-, entonces con el mismo 
derecho se podría llamar margarita a un elefante y justificarse diciendo que uno es botánico» (pág. 36). 
Duras palabras tiene también Schmid para la Psicología de Jung cuando la rechaza y le echa en cara el haber-
se convertido en una especie de religión. Los nuevos ídolos serían aquí los arquetipos, puesto que solamente la re-
ferencia a ellos conferiría un sentido a la vida. El último asidero metafísico del hombre estaría en sí mismo, y su 
«Psiquis» vendría a ser algo así como un moderno Olimpo poblado por Dioses-Arquetipos. La psicoterapia indi-
vidual se convierte aquí en acción sacral y la Psicología nos daría la visión integral de la realidad (Weltans-
chauung). «Uno se pregunta con extrañeza -siguiendo a Hans Jórg Weitbrecht- cómo es posible que haya teólogos 
que pasen por alto esta consecuente absorción de todo lo trascendente en la inmanencia psicológica y sigan siendo 
convencidos secuaces de Jung» o. La Trascendencia es recluida incluso en la inmanencia biológica: «Los Arque-
tipos se heredan con la estructura cerebral; más aún, son el aspecto psíquico de ésta» (C. G. Jung, Seelenprobleme 
de Gegenwart, Zurich, 1946, t. 3, pág. 179). Pero aún hay más: dos investigadores americanos «han conseguido, al 
parecer -afirma triunfante C. G. Jung-, producir la visión alucinatoria de una imagen arquetípica, mediante estímu-
los aplicados al tronco encefálico»; se trata «de los llamados símbolos de Mandala, cuya localización en el tronco 
encefálico» «había sospechado [Jung] hace tiempo. En caso de poderse confirmar la idea de una localización del 
arquetipo mediante nuevas experiencias, la autodestrucción del complejo patógeno, debida a una toxina específi-
ca, conseguiría aún mayor grado de probabilidad y de este modo quedaría abierta la posibilidad de entender el 
proceso destructor como una especie de reacción biológica de defensa, que ha fallado». A todo esto conviene no 
olvidar que Mesdard Boss, por ejemplo, ha calificado «a la idea de arquetipo como el fruto de una precisión con-
ceptual y como una abstracción hipostasiada» 
Significaría un gran error el pretender comprobar la veracidad del psicologismo dinámico a base, dé sus re-
sultados terapéuticos, es decir, a juzgar ex iuvantibus, pues hace tiempo que hemos llegado a la convicción de que, 
en el terreno de la psicoterapia, el tradicional respeto ante facta y efficiency está fuera de lugar y pasado de moda, 
ni nos podemos atener aquí sin más al precepto que ordena: «Por sus frutos los conoceréis.» Sin tener en cuenta el 
método psicoterapéutico empleado en cada caso, el número de casos curados o mejorados notablemente oscila en-
tre el 45 9 y el 65 por 100 (Appell, Lhamon, Myers y Harvey), y solamente, como excepción, se puede consignar 
un resultado positivo del 75 por 100, como ha sucedido con el tratamiento psicoterapéutico ambulatorio llevado a 
cabo por Eva Niebauer en la Policlínica Neurológica de Viena. 
Podemos añadir más: B. Stokvis ha conseguido demostrar que por rara excepción los enfermos respondían 
favorablemente y con perfecta regularidad a su procedimiento curativo de la «unión personal», realizado mediante 
métodos psicoterapéuticos «develadores» y «encubridores». Sabemos de sobra que el número de curaciones dura-
deras conseguidas es independiente del método psicoterapéutico empleado en cada caso; lo único que los distin-
gue entre sí es la duración del tratamiento. Claro que desde el punto de vista de la medicina social no es cierta-
mente indiferente el que, por ejemplo, un instituto berlinés orientado según el Psicoanálisis haya necesitado 75 se-
siones, en tanto que el tratamiento ambulatorio llevado a cabo en la Policlínica Neurológica de Viena, y que pro-
cede de acuerdo con los principios de la, Logoterapia, haya necesitado solamente ocho sesiones, término medio, 
para conseguir aproximadamente los mismos resultados, en lo que se refiere a curaciones y mejorías esenciales 
(Eva Niebauer). Pero aun prescindiendo de esto, parece haberse dado el caso de que ciertos pacientes que estaban 
anotados en la lista de espera, en una clínica extranjera,y que por tanto no habían sido sometidos aún a ningún 
tratamiento, llegaron a experimentar mejorías perfectamente comprobables mediante tests, y ello en un número de 
casos notablemente más elevado que el de los mismos enfermos que allí estaban en tratamiento. En vista de esto, 
¿a quién no se le ocurre pensar en la observación de Schaltenbrand, según la cual, desde el momento en que de-
terminadas medidas terapéuticas encaminadas a combatir la esclerosis múltiple no conducen en un mínimo de ca-
sos a positivas mejorías -es decir, en un número de casos no inferior por lo menos al de aquellos en los que la en-
fermedad tiende a remitir por sí misma—, significan ya de suyo un verdadero perjuicio para el enfermo? 
Todo esto que venimos diciendo llega a ser comprensible solamente en la medida en que nos vayamos dis-
tanciando del prejuicio etiólógico que supone pensar que la psicoterapia, y el Psicoanálisis en especial, es eficaz 
 
en el sentido de una terapéutica causal, y no -como lo es en realidad una terapéutica inespecífica; pero es que su-
cede que los tan recriminados complejos, conflictos y traumas -a cuyo develamiento atribuye sus éxitos el método 
psicoterapéutico develador- no son tan patógenos como normalmente se cree y se supone. Al contrario, mis cola-
boradores han podido demostrar fácilmente, apoyados en los resultados que arrojaron las indagaciones estadísti-
cas, que en una serie de casos no preseleccionados, tratados en nuestro departamento de neurología, han logrado 
eliminar no tantos, sino muchos más complejos, conflictos y traumas que los logrados por un Ambulatorio de Psi-
coterapia, en un número de casos no preseleccionados tampoco, y hemos de aclarar en este sentido que nuestros 
cálculos están hechos incluyendo la correspondiente carga adicional de problemas de los enfermos en cuestión. 
Sea ello como fuere, desde el momento que los complejos, conflictos y traumas son hecho universal, no podemos 
decir sin más que sean realmente patógenos. Lo que con frecuencia es tenido por patógeno es en realidad gnómi-
co, es decir, no es propiamente la causa, `sino más bien el síntoma de la enfermedad. Cuando dentro del marco de 
una historia clínica aparecen complejos, conflictos y traumas, suele con frecuencia suceder que éstos aparecen a 
semejanza de las rocas que afloran a superficie cuando hay bajamar, pero no son la causa de ella. No son las rocas 
quienes originan la bajamar, sino que es ésta quien las hace visibles. Un análisis hace aflorar complejos, que en 
realidad son sólo síntomas de: la neurosis, es decir, indicios de la enfermedad. El hecho de que en el caso de con-
flictos y traumas se . trate de una presión psíquica o de una sobrecarga, es decir, de un stress en. el sentido de Sel-
ye, es sólo una razón de más para llamar la atención sobre el error tan extendido, y según el cual ha de obrarse 
como si solamente la sobrecarga fuese lo patógeno y la liberación de la misma dejase ya de serlo, o lo que es lo 
mismo, como si la presión, mientras está regulada, al estar uno, por ejemplo, sobrecargado o demasiado ocupado 
por un trabajo, fuese de suyo «antipatógena». 
Nosotros afirmamos no sólo que los complejos no son de suyo patógenos, sino que en muchos aspectos son 
incluso «iatrógenos»! Por de pronto, Emil A. Gutheil y, J. Ehrenwald han logrado demostrar que los pacientes de 
médicos freudianos soñaban con complejos de Edipo, y los de los adlerianos con conflictos de poderío y los trata-
dos por los secuaces de Jung con los arquetipos. 
Hoy día no puede ya fiarse de los, sueños quien haya de interpretarlos, puesto que están, orientados -como lo 
reconocen destacados psicoanalistas- y, de tal modo dirigidos para que su relación sea «bien recibida» por el mé-
dico que efectúa el tratamiento, como muy conformes con sus teorías interpretativas. 
El Psicoanálisis no actúa, por tanto, en el sentido de una terapéutica causal. «En los casos en que logra efec-
tos curativos, los logra fundamentalmente a base de la terapéutica de sugestión. El enfermo no está preparado para 
comprender la utilidad que pueda traerle esta búsqueda del médico para dar con los complejos reprimidos - a no 
ser que se le ponga en antecedentes sobre la finalidad de tal indagación-. Pero en el momento en que se le aclara 
esto -lo que suele suceder, dada la gran difusión que han logrado los conceptos fundamentales del Psicoanálisis- y 
por el mismo hecho de entregarse precisamente al tratamiento psicoanalítico, pone ya de manifiesto su disposición 
favorable respecto a él y da a entender que está poseído de un claro estado de ánimo de expectación ante sus resul-
tados, lo que ya comienza a obrar en sentido de la autosugestión» 
«El proceso de sugestión comienza ya antes de que haya- sido proferida una sola palabra», anota M. Pflanz, y 
«el reconocimiento de que en casi toda terapéutica intervienen elementos sugestivos, lo que también acentúa 
Stokvis, tal vez sirva para eliminar los prejuicios que se han levantado contra la sugestión». 
Si prescindimos de este factor de la sugestión, podemos ver cómo también desempeña un papel importante la 
simple oportunidad de expresarse, lo que sirve para aliviar de un peso` al paciente, pues no solamente el «compar-
tir», sino simplemente el «comunicar» una pena equivale ya a quitar la mitad de la pena, y si hubiésemos de adu-
cir pruebas en este sentido, sirva para ello el siguiente suceso: En cierta ocasión viene a mi consulta una estudiante 
norteamericana para exponerme sus cuitas, pero me habla una atropellada monserga que hace inútiles todos mis 
esfuerzos de entendimiento. No obstante, ella desahoga su corazón, y para no darle yo a entender la perplejidad en 
que me encuentro, decido enviarla a uno de mis colaboradores, que era también norteamericano, con la adverten-
cia de que debe ser sometida a una investigación EKG, y volver de nuevo a mi lado. Lo notable del caso es que ni 
se presenta a mi colaborador, ni vuelve a mí con más razones. Pero he aquí que más adelante la encontré casual-
mente en la calle y allí pude comprobar que la conversación que había mantenido conmigo había sido suficiente 
para liberarla del- conflicto en que se hallaba, y a todo esto no tengo, aun hoy, la más remota idea sobre el motivo 
que la indujo -a visitarme. 
A lo dicho se ha de añadir que el Psicoanálisis, lejos de actuar en el sentido de una conversión dinámico-
afectiva y energético-instintiva como afirman los psicoanalistas sobre él, lo que en realidad provoca es un cambio 
de actitud existencial en el enfermo, caso de que el tratamiento no falle su objetivo terapéutico. Sin asustarse ante 
esta expresión tan en uso, se puede hablar también adecuadamente de un «encuentro» de hombre a hombre como 
del verdadero agente curativo en los procedimientos terapéuticos del Psicoanálisis. Incluso la llamada transferen-
cia es únicamente el vehículo de tal encuentro, y en este sentido se ha de entender la opinión contraria de 
 
Rotthaus, que pone en tela de juicio el que la «transfusión» represente una condición previa e insoslayable en todo 
proceso psicoterapéutico. El que un cambio existencial de actitud -como la que directa y sistemáticamente persi-
gue el análisis existencial-, en cuanto tal, es decir, en cuanto existencial, la mismo que la llamada transferencia, 
sobrepasan los límites de un proceso propiamente racional e intelectual, para tocar incluso las raíces de lo emo-
cional y desencadenar, por tanto, un_ proceso que abarca a todo el hombre, es una cosa evidente. Quizá no resulte 
en cambio tan evidente el que un cambio existencial de este tipo se escapa necesariamente a todo método y a toda 
técnica; pero sí es cosa corriente oír ya por estas latitudes que dentro del ámbito de la Psicoterapia lo menos efi-
ciente es la que ésta tiene de método y de técnica, y que lo que en realidad da el tono es la relación médico-
enfermo a nivel humano. Acaso se trate a veces sólo de «una buena persona y de un buen médico»; pero el buen 
médico ha de ser capaz dehacerse exigente para con el enfermo y hay sobradas ocasiones en las cuales se pone de 
manifiesto cómo precisamente el abandono de una postura de distanciamiento y prefijada o el valor de intimar fa-
vorece de manera definitiva y eficaz al paciente y sólo a partir de este instante se hace éste accesible a la influen-
cia del médico. Me da la impresión de que el sueño de medio siglo se ha revelado al fin como lo que era, un sue-
ño, el sueño de una época que vivía de la ilusión de encontrar la mecánica de la psiquis y una técnica que fuese 
capaz de curar sus afecciones en otros términos, se ha soñado con ofrecer la aclaración de la vida psicoanímica a 
base de mecanismos y el tratamiento de las enfermedades psicoanímicas por medio de tecnicismos. 
Ahora bien: existe una psicoterapia que reconoce por adelantado que ella -prescindiendo de neurosis típica-
mente noógenas- actúa no de manera causal, sino sólo en el sentido de una terapéutica inespecífica, y de ella, 
quiero decir de la Logoterapia, afirma Edith Joelson, de la Purdue University, «Acaso sea cierto que, de hecho, 
como asegura la teoría psicodinámica de las neurosis, en la aparición de éstas tengan parte principal ciertos con-
flictos de instintos surgidos en la primera infancia3; con esto no está dicho, sin embargo -sobre todo tratándose de 
enfermos adultos-, que no haya de ser una reorientación hacia algo positivo, como son el "sentido" y el "valor los 
que hayan de marcar la pauta del tratamiento curativo.» En otros términos, lo importante aquí es la- entrega a un 
quehacer, es decir, la entrega .a la misión concreta y personal, que precisamente ha de ser aclarada para cada caso 
en el curso de un análisis existencial. En consecuencia, aun cuando el Psicoanálisis tuviese razón en cuanto -
psicodiagnóstico, no quiere ello decir por eso que haya de ser correcto como psicoterapia, en el sentido de que ha-
ya de ser la condición previa e inevitable aun para aquellos casos en que la Logoterapia y el Análisis Existencial 
fuesen lo aconsejable. 
En oposición a J. H. R. Vanderpas, quien aventuró la afirmación: «Los logoterapeutas pueden trabajar inclu-
so sin recurrir al Psicoanálisis», opina decididamente E. K. Ledermann, del Marlborough Day Hospital de Lon-
dres, que un análisis existencial en modo alguno excluye la necesidad del «análisis de la Libido», antes, al contra-
rio, éste puede ser de suma utilidad para que el primero sea fructífero. Pero el punto de vista de G. R. Heyer es 
muy otro: «Es preciso oponerse abiertamente a la tan difundida hipótesis de que en todo tratamiento llevado a ca-
bo según la Psicología Profunda, primero ha de tener lugar una fase de desmontaje analítica- que habrá de ser 
,complementada luego con otra segunda de construcción -parte sintética-. Tales ideas son erróneas y mecanicis-
tas; -como si primero se hubiera de descomponer la psiquis en sus partes integrantes ("aparato anímico" de Freud) 
para volver a reestructurarla luego "de nuevo". Quien ya desde el primer instante, y ya desde la fase de crítica, no 
tiene ante la vista, imperturbable, lo positivo, el todo en su- realidad y no se acerca interiormente al "hombre con 
quien habla" y a su realidad no aparente, este tal no aprovecha el principal resorte que ha de poner en juego cual-
quier orientación y cualquier tratamiento del hombre. Descripciones como la arriba citada -la de las dos fases per-
fectamente delimitadas- dan a entender que sus autores no han abandonado aún la senda del freudismo ortodoxo». 
 
3 Cfr. J. H. SCHULTZ: «Es una deplorable moda de nuestro tiempo la de creer que la Psicoterapia "autén--
tica" ha de ser siempre Psicoanálisis. Tales afirmaciones dan como cosa cierta, la opinión, completamente erró-
nea, de que una neurosis en el fondo no es sino... una actitud fallida, que proviene, en todo caso, de la primera in-
fancia y que ha arraigado con la-correspondiente profundidad en la personalidad, y que, por tanto, cualquier otro 
tratamiento psicoterapéutico significa sólo un sucedáneo de baja calidad, un tratamiento íncompleto o una ilusión 
vana del médico, etc. Error tan pernicioso sólo ha podido tener su origen en ambientes científicos, donde se ha 
perdido por completo el contacto con la práctica médica corriente.» (Die seelische Krankenbehandtung, 7ª ed., 
Stuttgart, 1958, pág. 7.) 
 
Del mismo modo se pronuncia el profesor doctor P. Adiel de Meyer O. F. M. en contra de «un tipo 
de tratamiento que, en sucesión cronológica, elimina primero los complejos para dirigirse luego a las ins-
tancias psicoanímicas». «Uno no puede liberarse de la impresión de que estos psicoterapeutas no dan el 
suficiente relieve a la unidad de la vida psíquica del hombre, unidad que está originada por el alma
como forma sustancial espiritual del hombre.» Pensamientos similares- expone A. Maeder cuando en 
forma conminatoria y en son de advertencia formula lo que sigue:. «Nada de esquemas al estilo de prime-
ro análisis, después síntesis.» Con otras palabras, es decir, con las del arzobispo coadjutor de Viena, doc-
tor Franz Jachym, se podría decir: «No acabo de ver claro por qué razón haya de tener yo acceso a casa 
solamente por y a través del sótano y por qué toda .reparación de la misma haya de efectuarse siempre 
comenzando desde abajo». Al traer esto a cuento nos viene a las mientes que ha sido el mismo Freud 
quien juzgó al Psicoanálisis del siguiente modo: «Yo me he parado en el subterráneo y en el `parterre del 
edificio y no he salido de allí»; esto escribía en una carta a Ludwig Binswanger. 
En los dos casos que seguidamente aducimos puede verse claramente que no es preciso anteponer 
necesariamente un psicoanálisis al tratamiento logoterapéutico: 
Judith K.- venía padeciendo desde hacía trece años de una agorafobia grave. Había visitado a emi-
nentes colegas de mi especialidad, había sido una vez hipnotizada, otra sometida a narcoanálisis, y final-
mente a varios electroshocks en una clínica mental; sin embargo, todo esto había resultado infructuoso. Al 
decimotercer dia del tratamiento logoterapéutico llevado a cabo bajo la dirección de nuestro colaborador 
el doctor Kocourek, pudo la enferma-¡quien a lo largo de trece años había sido incapaz de abandonar; la 
casa sola!- salir a la calle sin compañía. Después de un tratamiento de sólo cuatro semanas de duración, 
durante las cuales estuvo internada, fue autorizada para salir de la Policlínica de Neurología, libre de 
achaques, aun durante el tiempo de observación en que fue sometida a varios reconocimientos periódicos; 
pudimos constatar, además, que durante este tiempo había reanudado las relaciones sexuales con su mari-
do, de lo que había sido incapaz a lo largo de cuatro años. No vayamos a caer en el error de pretender ex-
plicar la etiología de tal neurosis a base de la abstención sexual, cuando lo que en realidad sucedió fue lo 
contrario, es decir, que la abstención sexual no representa la causa, sino una simple consecuencia de tal 
neurosis, del mismo modo que su recuperación en orden a poder ejecutar el acto sexual fue también un 
efecto concomitante derivado de nuestra terapéutica. 
- Este caso nos recuerda el de otra enferma, la señora Hede R. Esta enferma llevaba catorce años su-
friendo, de una neurosis obsesiva. Se sentía forzada -a golpear los cajones de su mesa, siguiendo para ello 
un ritmo determinado, con el fin de cerciorarse de que efectivamente estaban bien cerrados. En varias 
ocasiones había llegado a hacerse herida en los nudillos de los dedos de tanto golpear e incluso rompió 
varias llaves, todo ellos debido al ininterrumpido control que llevaba para poder asegurarse de que los ca-
jones estaban bien cerrados. Se la internó en la clínica y se la puso bajo las órdenes de la doctora 
Niebauer para que la sometiera a Logoterapia. A los dos días de comenzado el tratamiento se recuperó la 
enferma, de tal suerte que ya no se sintió forzada a controlar más las cosas. 
Hemos de añadir que solo despu8ésde haber dado este primer paso y en el curso de una conversa-
ción nos informó de que su hermano –cuando ella tenía cinco años- le había estropeado su muñeca prefe-
rida, a partir de lo cual comienza ella a guardar sigilosamente sus juguetes. Cuando ya tenía dieciséis años 
se enteró de que su hermana usaba sus vestidos sin que ella lo viera, e inmediatamente guardó los vestidos 
bajo llave. Como puede verse, aun suponiendo que el trauma psíquico de la infancia o el de la pubertad 
hubiesen sido patógenos realmente, su develamiento en el sentido en que lo persigue la psicoterapia deve-
ladora solamente hubiese simulado un éxito que en realidad ha venido por otro camino. 
Indudablemente que primero de ha de comenzar por poner en orden todo aquello que –si me es lícito 
expresarme así. Significa o representa las condiciones naturales de posibilidad para la existencia espiritual 
y personal del hombre; la equivocación está tan, sólo en pretender localizar, de una manera tendenciosa y 
exclusivista, el origen de todas las perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene 
haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no solamente lo psíquico, sino también 
lo somático y lo poético pueden ser el origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis, desde el punto de vista 
de la etiología, es culpable de parcialidad en dos aspectos, quiero decir, su horizonte visual está coartado 
por dos antiparras, sólo que no las lleva a la derecha y á la izquierda, sino una arriba y otra abajo, porque 
de un lado, al aferrarse a la psicogénesis, olvida la somatogénesis, y de otro la noogénesis de las afeccio-
nes neuróticas. 
En primer lugar vamos con la somatogénesis. Y para ello un caso concreto: En cierta ocasión me 
llamó a su lado como consiliarius la doctora que estaba tratando a una joven paciente, recluida en cama en 
un sanatorio. Había sido tratada anteriormente a lo largo de cinco años por una psicoanalista aficionada, 
sin haber conseguido ningún resultado favorable. Cuando la enferma perdió finalmente la paciencia y 
propuso a la psicoanalista: suspender el tratamiento, respondió la otra que en modo alguno, dado que el 
 
 
tratamiento propiamente aún no había comenzado, por cuanto durante todo este tiempo había tropezado 
siempre con la resistencia que le ponía la enferma, Y esto, le llevaba siempre al fracaso... Yo mismo or-
dené que se le pusieran inyecciones de acetato de desoxicorticosterona, y pocos meses después me enteré 
por mi compañera, la doctora que la trataba, de que nuestra enferma se hallaba de nuevo en condiciones 
de trabajar normalmente, continuaba sus estudios en la Universidad y que podía redactar ya su tesis doc-
toral. Se trataba de un caso de hipofunción de las cápsulas suprarrenales bajo el cuadro clínico de un sín-
drome de despersonalización. 
Así como el hipofuncionalismo de las cápsulas suprarrenales suele ir acompañado, como en el caso 
arriba descrito, del llamado « síndrome psicodinámico» (despersonalización, combinada con perturbacio-
nes en la capacidad de concentración y de atención), así también resulta, como yo mismo he podido de-
mostrar, que la hiperfunción del tiroides suele ir pareja con una agorafobia, que con frecuencia se presen-
ta como síntoma psíquico aislado y lo mismo que los primeros responden favorablemente al tratamiento 
con acetato de desoxicorticosterona, suelen responder éstos también al tratamiento con metansulfonato de 
dihidroergotamina (DHE 45). 
En otra ocasión se nos encomendó el tratamiento de un caso que durante varios meses había sido es-
tudiado y tratado en otros sitios, donde habían llegado a la conclusión de que se trataba de una afección 
psicógena, sobre la base de un conflicto matrimonial, con la agravante de que, según su parecer, el marido 
era impotente. En realidad se trataba, según pudimos comprobar bastante pronto, no de una neurosis psi-
cógena, sino simplemente de una pseudo-neurosis; de hecho, la paciente, con unas cuantas inyecciones de 
dihidroergotamina, se vio libre de sus molestias, hasta el punto de que posteriormente y una vez recu-
perada su salud, incluso se vio en condiciones de resolver su conflicto matrimonial en todos los órdenes. 
Este conflicto existía, por tanto, realmente, pero no era precisamente patógeno, y la enfermedad de nues-
tra paciente no era por ende psicógena. Si todo conflicto matrimonial fuese de suyo patógeno, bien po-
dríamos asegurar que el 90 por 100 de los casados son neuróticos. 
Vaya aún otro caso concreto: La enferma en cuestión padece desde hace cinco años de una grave an-
gustia de aparecer en público. Está medio año en tratamiento con una psicoanalista que no es médico. Al 
fin la deja aburrida, en vista que con ella no logra ninguna mejoría, antes al contrario, las presiones au-
mentaban y profundizaban más aún. Comenzamos poniéndole inyecciones de metan-sulfonato de dihi-
droergotamina por vía parenteral; en cuanto se le administraron varias más se vio completamente liberada 
de sus ansiedades y notó incluso que los sueños horripilantes que antes la atormentaban «ahora van muy 
bien». «La psicoanalista ,-observaba ella con ironía-, había interpretado los sueños, pero ellos continua-
ban siendo horribles». 
Esto no quiere decir; que, por ejemplo, el hiperfuncionalismo del tiroides lleve directamente a la ago-
rafobia; lo que sucede es que este hiperfuncionalismo trae consigo una predisposición para la ansiedad, de 
la cual predisposición se servirá luego una angustia expectante y todo ello engendra el mecanismo que 
nos es bien conocido a los psiquiatras: un síntoma, de suyo sin importancia, pasajero, produce en el en-
fermo el temor fóbico de su reaparición. Esta ansiedad de espera acentúa a su vez el síntoma, y finalmente 
el síntoma, de este modo agudizado, afianza más aún al paciente en su fobia. Con esto se ha formado un 
círculo vicioso realmente endiablado, en el que el enfermo queda aprisionado, enredado en sus propios hi-
los, lo mismo que el gusano en el capullo. De tales casos puede decirse aquello de que si, según el pro-
verbio, el deseo es el padre del pensamiento, la ansiedad es la madre del proceso, es decir, del proceso de 
la enfermedad. De la angustia expectante puede decirse que es lo realmente patógeno, por cuanto ella es 
quien fija el síntoma. En consecuencia, nuestra terapéutica ha de apoyarse simultáneamente en los dos po-
los de este proceso circular, una vez en lo psíquico, otra en lo somático, de modo que mientras combate -
por medio de la medicación adecuada- la predisposición a la ansiedad, ha de dirigir al mismo tiempo sus 
ataques contra la angustia expectante, y esto en el sentido --que aún hemos de explicar- del método de la 
«intención paradójica». De este modo se aplica la tijera de la terapéutica para cortar el círculo vicioso de 
la neurosis. 
Ahora bien: ¿qué es lo que provoca la aparición de la angustia expectante? Es típico que ello sea de-
bido precisamente al frecuente temor angustioso del paciente ante la misma angustia, en cuanto que se 
atemoriza ante las posibles consecuencias que para su salud se pueden derivar de su angustioso estado de 
excitación; así teme arruinar su salud o ser víctima de un ataque al corazón o al cerebro. Por temor ante la 
angustia, intenta huir de la angustia, pero lo hace de un modo tan paradójico que en lugar de huir se mete 
más dentro de ella; aquí nos las vemos con la típica forma de reacción agorafobia. En este sentido, quiero 
decir, dentro de los distintos tipos de reacción, distinguimos nosotros en la Logoterapia clínica los distin-
tos esquemas de reacción o neurosis reactivas. 
Al igual que el neurótico angustioso reacciona a sus accesos de angustia con el temor a la angustia, 
del mismo modo reacciona el neurótico obsesivo ante sus accesos de obsesión, con el temor a la obsesión, 
 
 
y precisamente de esta reacción nace la auténtica neurosis obsesiva, clínicamente constatable. Estos pa-
cientes obsesivos se atemorizan ante sus impulsos obsesivos,bien porque ven en ellos preludios o sínto-
mas de una psicosis, bien ante el temor de poner por obra los impulsos que les oprimen. Pero, al revés de 
lo que sucede con el tipo neurótico angustioso, que por temor a la angustia intenta huir de ella, el tipo 
neurótico obsesivo reacciona de otro modo: por temor a la obsesión emprende la lucha contra ella; mien-
tras que el neurótico angustioso huye de la angustia, el obsesivo va contra la corriente del impulso obsesi-
vo y en muchos casos de neurosis obsesiva radicando en este mecanismo lo propiamente patógeno. 
Por lo que se refiere a la constitución del individuo, se puede constatar la existencia de una constitu-
ción natural psicópata; nos referimos a la psicopatía anancástica, en la que, según los casos, se inserta por 
sí misma esta o aquella caracterización de la ansiedad del paciente. Hasta qué punto es cosa del destino 
este núcleo central de la neurosis obsesiva, se ha puesto últimamente de manifiesto, con ocasión de los re-
sultados, a todas luces anormales, que arrojan los electroencefalogramas realizados en casos de auténtico 
anancasmo. La psicopatía anancástica -substrato de su neurosis obsesiva- no se ha de atribuir a la persona 
del paciente en su vertiente espiritual, sino que es algo inherente al carácter (anímico) del mismo. En este 
sentido no es el paciente ni libre ni responsable, si bien tanto más responsable es de su propia actitud ante 
el anancasmo. Lo importante, en el aspecto terapéutico, es ampliar lo más posible esta zona de libertad, 
para lo que se ha de distinguir cuidadosamente entre lo humano en el enfermo, de un lado, y lo enfermizo 
en el hombre, de otro. Esta terapéutica está muy lejos de ser puramente sintomática, antes, al contrario, de 
lo que ella se preocupa no es del síntoma, puesto que se dirige a la persona del paciente, con la intención 
de cambiar su postura frente al síntoma. Por cuanto la Logoterapia se dirige, no al síntoma, sino a intro-
ducir un cambio en la postura, una conversión personal del paciente frente al síntoma, se puede decir de 
ella que es una auténtica psicoterapia personalista. 
A diferencia del neurótico angustioso y del obsesivo, observamos de peculiar en el esquema reactivo 
del neurótico sexual cómo un paciente que por cualquier motivo se ha vuelto inseguro en lo referente a su 
sexualidad, reaccione de suerte que, o bien intenta forzar el placer sexual, o bien reflexiona cómo forzar 
el acto sexual.: En el primer caso hace del acto sexual un programa; pero sucede que el .placer no puede 
ser «intentado», es decir, ser objeto de un intento,4 sino que ha de resultar, venir espontáneamente sin ser 
intentado directamente, quiero decir, ha de derivarse en el sentido de una consecuencia. Porque cuanto 
más uno se esfuerza en buscar el placer, tanto más se aleja del mismo. El placer elevado a principio, y 
mantenido consecuentemente como tal, fracasa en sí mismo, porque a sí mismo se cierra el camino. Cuan-
to más ansiosamente perseguimos algo, tanto más dificultamos el conseguirlo. Y si antes decíamos que la 
angustia realiza aquello mismo que teme, ahora podemos decir que el deseo vivido con excesiva intensi-
dad ahoga aquello mismo que tanto anhela. 
La lucha por el placer es la característica absoluta del esquema reactivo del neurótico sexual. Vamos: 
a ver un caso concreto La señora. S. se dirige a nuestra consulta a causa de su frialdad sexual. Siendo aún 
niña, la paciente fue violada por su propio padre. En nuestra interpretación del hecho nos comportamos, 
sin embargo, como si no hubiese tenido lugar ningún trauma psicosexual; al contrario, preguntamos a la 
paciente sí en aquella ocasión creyó haber sido perjudicada por el incesto. La enferma confirma nuestras 
sospechas y confiesa haber estado en aquel momento influida por lecturas de índole ordinaria; cuyo con-
tenido era una vulgar interpretación del Psicoanálisis. La convicción a que llegó era que aquello «recla-
maba una justa reparación». En una palabra, se afianzó en ella una ansiedad de espera. Dominada entera-
mente por esta ansiedad expectante, en cuanto llegaba a relaciones íntimas con el varón, se ponía la en-
ferma «al acecho», pues aguardaba el momento en que por fin pudiese afirmarse en su feminidad y testi-
moniarla. Pero precisamente por esto quedaba su atención dividida entre el hombre con quien ejecutaba el 
acto y ella misma. Consecuentemente se frustraba siempre el orgasmo, pues en la misma medida en que 
se está atento al acto sexual, se hace uno incapaz de entregarse. 
Incluso la buena conciencia es una de esas cosas que no pueden ser directamente intentadas, sino que 
han de resultar siempre como un efecto. Un hombre no tiene buena conciencia cuando él quiere tenerla, 
cuando es bueno por el deseo de tener buena conciencia -a no ser que caigamos en un fariseísmo-, sino, 
que yo tengo buena conciencia solamente si soy bueno en una cosa, por amor de la misma cosa «buena», 
por amor de una persona o por Dios, por complacer a este Ser eminentemente personal. 
Resulta que hay «efectos» que precisamente no se pueden «perseguir», sino que solamente tienen lu-
gar cuando no se los intenta directamente. Un buen, ejemplo de ello es el sueño. Cuanto más se tortura 
una persona e intenta violentamente conciliar el sueño, tanto más se le va el sueño. Otro ejemplo es la sa-
lud. ¿Qué sucede cuando uno se preocupa demasiado de su salud? Pues que ya desde este momento está 
 
4 El placer no puede ser objeto de un intento con una sola excepción: cuando se le intenta como el 
efecto psíquico de una causa somática, lo que sucede en la embriaguez. 
 
 
enfermo; en el mismo instante padece de la enfermedad de hipocondría. 
Pero ya no solamente el deseo de placer, sino también el deseo de dominio, no solamente el placer 
elevado a principio del Psicoanálisis, sino también la tendencia a hacerse valer de la Psicología Indivi-
dual, se cierran a sí mismos el camino: cuanto más se preocupa. uno, no de la acción misma, sino del 
efecto que normalmente debe seguirse de ella --cuanto más uno se esfuerza en imponerse y dominar-, tan-
to más dificulta el conseguirlo. «Así se abriga aun intento y se nota malestar. Así también obstaculiza su:-
camino al ambicioso su mismo afán de dominio. 
El modelo tipo de esta distinción entre aquello a que se aspira y se desea y aquello que sin haber sido 
el motivo impulsor nos viene a las manos, dado como consecuencia, se encuentra ya en la Sagrada Escri-
tura, donde en el Libro de los Reyes, capítulo III, se dice: «Durante el sueño se apareció el Señor a Salo-
món y le preguntó qué cosa deseaba para sí; .-a lo que respondió Salomón que rogaba le diera sabiduría, 
no riquezas, honores, etcétera-»; pero precisamente porque él no intentó conseguirlas, lo puso, Dios por 
efecto. Él hizo a Salomón más sabio que cuantos hubo antes de él y han venido después y «aun aquello 
que» él «no pidió» le fue concedido: riquezas y honores como nadie había tenido hasta entonces. 
Arriba decíamos, el temor hace real aquello mismo que teme; ahora decimos que el excesivo deseo 
hace imposible aquello mismo que tanto anhela. Esta situación la aprovecha en su favor la Logoterapia, 
en cuanto que procura inducir al paciente a que intente, es decir, -a que desee o se proponga conseguir --
es algo paradójico- aquello mismo a que tanto teme, aunque sólo sea una fracción de segundo. De este 
modo se consigue al menos frenar su carrera a la angustia expectante. Mis colaboradores Kurt Kocourek - 
y Eva Niebauer, directora del Ambulatorio de Psicoterapia en la Policlínica Neurológica de Viena, han 
conseguido por medio de este método de la intención paradójica mejorar rápidamente a pacientes de edad, 
aquejados de una ya inveterada neurosis obsesiva, incluso hasta el punto de hacerse capaces de reanudar 
sus quehaceres, o se pudo en otros casos desistir, de momento, de practicar la leucotomía5 que yo mismo 
había prescrito al principio. 
Sirva como pruebael caso de la señora Rosa L., tratada por la doctora Becker, y que en el curso de 
una sola entrevista quedó curada, después de haber sufrido a lo largo de veinte años de la continua obse-
sión de que se había olvidado de si la puerta quedaba cerrada. A continuación reproducimos sus palabras 
grabadas en cinta magnetofónica: «En cierta ocasión me olvidé de cerrar la puerta. Al- llegar de vuelta a 
casa, estaba la puerta abierta. Yo me asusté mucho. A partir de entonces, cada vez que me marchaba me 
imaginaba que quedaba abierta. Siempre tengo que volver y cerciorarme. Durante estos veinte años he sa-
bido siempre que mis imaginaciones eran absurdas. Cada vez que volvía, la puerta estaba, en efecto, ce-
rrada, A pesar de todo, yo tenía que seguir esta manía. No le he encontrado gusto a la vida. Ahora, desde 
que estuve con la doctora Becker, cada vez que siento la obsesión me digo si la puerta está abierta, abierta 
ha de quedar. Aunque me "limpien" la casa y no quede dentro ni una pieza. Entonces ya puedo seguir mi 
camino.» Tres meses más tarde: «Me va magníficamente. No tengo ya ningún pensamiento obsesivo. No 
puedo imaginarme que yo haya tenido semejantes manías. Antes estaba del todo apenada y no podía tener 
alegría. Ahora soy feliz.» 
Estos resultados de un tratamiento terapéutico no dejan finalmente de tener su valor, al probar que la 
llamada terapia breve puede ser realmente breve y buena. Tocante a la afirmación de que lo que aquí se 
lleva a efecto es una terapéutica sintomática, la Logoterapia, incluso en lo que se refiere al método de la 
intención paradójica usada por ella, no es propiamente hablando un tratamiento sintomático, sino que ha 
de ser entendida como una terapéutica que se dirige a la actitud personal. A lo que se ha de añadir, que 
«los reparos tantas veces expuestos, en el sentido de que en tales casos a la eliminación de ciertos sínto-
mas ha de seguir necesariamente la formación de un síntoma de sustitución o la de otra postura interna 
equivocada, es una afirmación que, aplicada tan universalmente, carece de todo fundamento» (J. H. 
Schultz). 
La Policlínica Neurológica conserva la grabación, magnetofónica de lo declarado por un paciente 
que visitó la clínica, después de haber estado a tratamiento con su director veinte años atrás, a causa de 
los brutales impulsos obsesivos de suicidio que sufría: 
 
5 En cada caso concreto se ha de dilucidar si el «handicap» que pudiera significar la leucotomía 
para el paciente es menor que el que representa la misma enfermedad. Solamente en caso afirmativo está 
justificada la intervención. En fin de cuentas, el ejercicio de la medicina lleva siempre consigo, ineludi-
blemente, la necesidad de sacrificar algo, es decir, la de trabajar con el menor mal y la de pagar el resca-
te de lo que supone hacer posibles las condiciones bajo las cuales se puede consumar y realizar la perso-
na. 
 
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«Apenas me sentía- libre un minuto al día del pensamiento de que me podía suicidar; pero usted, se-
ñor profesor, me indujo a llevar un revólver cargado en el bolsillo ¡semejante artefacto no hubiera podido 
ya ni mirarlo antes del tratamiento con el asegurador quitado. Luego tuve la idea fija de que si, por ejem-
plo, me ponía ante un escaparate, podía arrojarme contra el cristal y usted me dijo que me debía colocar 
frente al escaparate y hacer el propósito de romperlo de un golpe; pero no salió así. Hoy me parece todo 
esto un sueño. Todo ha desaparecido.» ¿Y por qué había vuelto de nuevo el paciente? ¿Por qué había 
vuelto a visitar la clínica, es decir, a su director, después de veinte años? Resultó ser que fue cosa de su 
mujer, quien le había impulsado a ello a causa de un conflicto matrimonial totalmente actual; ninguna 
neurosis obsesiva, ni síntoma neurótico de ninguna clase, había aparecido durante estos veinte años. Afor-
tunadamente, también el conflicto matrimonial se pudo arreglar y resolver en el curso de una sola sesión. 
Creemos que no viene a cuento hablar despectivamente de una psicoterapia «pequeña» en oposición 
a otra que a sí misma se llama «grande» (también Ernst Kretschmer se manifiesta decididamente contrario 
a tales distingos). Tal vez pueda suceder que el síntoma contra el que se dirige la intención paradójica, 
pongamos por, caso un síntoma fóbico, represente sólo el primer plano sintomatológico de una ansiedad 
primigenia, más profunda y anterior a él, que llegue incluso a afectar al mismo aspecto existencial del en-
fermo; pero la intención paradójica es precisamente el medio de llegar hasta conseguir un cambio profun-
do de actitud, que toca en lo existencial y logra, digamos, la reinstauración de una primordial confianza 
en la propia existencia, lo que constituye al fin y al cabo el punto central, el núcleo, a partir del cual se 
puede lograr la curación de la fobia y de la ansiedad primigenia de que hablamos. 
Es cosa sabida que así como la intención paradójica procurada mediante el tratamiento terapéutico 
viene a ocupar el sitio que ocupaba la intención forzada de una manera patógena, del mismo modo la 
también patógena hiperreflexión tiene en la derreflexión su correlato ineludible... Con cierta frecuencia 
podremos comprobar cómo para eliminar un síntoma es a veces suficiente con orientar de otra manera la 
atención del enfermo, que estaba como enfocada y concentrada sobre tal síntoma. Mientras que la inten-
ción paradójica pone al enfermo en situación tal que es capaz de mirar con ironía su propia neurosis,6 por 
medio de la derreflexión se pone en condiciones, de ignorar los síntomas. En el Diario de un cura de al-
dea, de Bernanos, se encuentra esta bella sentencia: «Es más fácil de lo que se piensa el odiarse; la gracia 
consiste en saberse olvidar.» 
Pues bien: del mismo modo podemos nosotros aplicar esta sentencia a nuestro caso y decir- en este 
sentido- lo que más de un neurótico debiera tener muy en cuenta-: mucho más importante que menospre-
ciarse a sí mismo o sobreestimarse sería el olvidarse completamente de sí mismo. Naturalmente que nues-
tros enfermos no deben seguir para ello el ejemplo de Kant, quien en cierta ocasión tuvo que despedir a 
un criado de poca confianza, por su propensión a robar. Pero luego le vinieron grandes remordimientos al 
filósofo, hasta el punto de que no era capaz de pensar en otra cosa. En vista de ello tomó la firme decisión 
de olvidar completamente el asunto, y para ello colgó de la pared de su habitación un letrero que decía 
así: «Mi criado ha de ser .olvidado.» Pero le sucedió lo que a aquel otro, a quien se aseguró que él mismo 
podía convertir el cobre en oro con la sola condición de que mientras realizaba la correspondiente opera-
ción alquimista había de estar diez minutos sin pensar en ningún camaleón. El, resultado del experimento 
fue que a partir de entonces no fue capaz de pensar en otra cosa, sino en aquel raro animalejo del que, no 
había ocupado en toda su vida. 
Así- no se consigue nada. Ignorar algo -en el sentido de cumplir con la derreflexión que aquí postu-
lamos- sólo me es factible en la medida en que vivo al margen de ese algo, en cuanto ordeno mi vida a 
otra finalidad. Y en este momento es cuando la psicoterapia se transforma en Logoterapia, en Análisis 
Existencial, cuya esencia consiste precisamente -bajo cierto aspecto- en ordenar y encauzar al hombre ha-
cia la finalidad y el sentido concreto de su existencia personal, finalidad que primero ha de ser aclarada 
mediante el adecuado análisis. 
 
 
6 No queremos decir que la técnica terapéutica de la intención paradójica convierta sistemática-
mente en la practica clínica una hipótesis teórica de GORDON W. ALLPORT, que dice así: «The neuro-
tic who learns to laugh at himself may be on the way to selfmanagement. perhaps to cure.» (The Individ-
ual and his Religlon. A Psychological Interpretation, Nueva York, 1956, pág,92. Cfr. MARTIN LUTE-
RO: «El mejor medio para alejar

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