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FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS (1910-1981) 
 
El Colibrí con cola de pavo real (1965) 
 
 
En Izquierdo Ríos, F. (2010) Cuentos Completos. Tomo I. Lima: Fondo Editorial de la 
UNMSM pp. 473-475 
 
Es la Cordillera Oriental del Perú, cerca ya de la región de la Selva. Muchos cerros se hallan 
cubiertos de vegetación oscura; enormes cerros, con extensas faldas y dilatadas cumbres. 
 
En los amaneceres la neblina oculta esos cerros, ascendiendo de los abismos, por donde 
corren ríos turbulentos. Se esfuma poco a poco, hasta desaparecer totalmente a la media 
mañana, exhibiéndose entonces las montañas en toda su grandeza y misterio; misterio que se 
ahonda más bajo la sombra de las tardes. 
 
Pueblos y chacras se muestran en las faldas y las cumbres de algunos cerros o en los valles 
profundos, así como una que otra ciudad, con las elevadas torres de sus templos, en las 
llanuras o en las mesetas. 
 
El Tingo se llama la linda aldea, en un valle del río Utcubamba, donde vive el niño Rogelio 
Tupi, con sus padres que cultivan la tierra solo para subsistir. Su casa, de barro y paja, tiene 
una huerta cercada de piedras, con capulíes, durazneros, chirimoyos, manzanos y muchas 
flores, claveles, geranios, rosales, fucsias, girasoles. 
 
A un lado de El Tingo se levanta sobre un cerro la ciudadela de Cuélap, de pura piedra, casi 
envuelta de monte. Expresión monumental de un pueblo anterior a los incas. 
 
Tierra fascinante esta tierra, que no solo ofrece la ciudadela de Cuélap y otros singulares 
recuerdos de hombres remotos, sino que también en sus bosques anida el colibrí con cola de 
pavo real, único en el mundo. 
 
Prodigiosa avecilla que, a veces, sale a las huertas de los pueblos y aun de las ciudades; 
revolotea en torno de las flores, y vuelve rápidamente a los bosques. 
 
Con mayor frecuencia grupos de estos picaflores visitan la hacienda Quipachacha, no muy 
lejos de la ciudad de Chachapoyas, atraídos por las primorosas azucenas que abundan en sus 
campos. 
 
Todos los habitantes de la comarca saben de la existencia del colibrí con cola de pavo real, 
pero muchos no lo conocen, entre ellos Rogelio Tupi; muchos niños como él sueñan, por 
cierto, con el picaflor extraordinario. 
 
Rogelio trata de descubrirlo en su propia huerta, adonde llegan toda clase de pájaros, 
huanchacos de pecho colorado, piuros de pecho amarillo, gorriones con sombrerito gris, 
carpinteros de gorrito rojo, mansas palomas, loritos bulliciosos, picaflores comunes que 
zumbando vuelan por entre las flores… Pero nunca asoma el colibrí con cola de pavo real. 
2 
 
 
—Yo sí lo he visto, Roge —le dijo una tarde Hilario Chauca, pastorcillo de ovejas—. Lo he 
visto volando alrededor de las blancas flores de un guabo en una pampa verde. 
 
—Cuéntame, Hilario —le rogó Tupi, y se sentaron a la sombra del viejo nogal ramoso que 
hay en el centro de la placita de armas del pueblo, mientras el lanudo perro de Rogelio se 
echó junto a ellos y las escasas ovejas de Chauca mordisqueaban la hierba del contorno. 
 
—Iba, pues, por la pampa una mañana arreando a mis ovejitas —enhebra su relato Hilario—
. Había llovido antes y el sol alumbraba con esplendor. Me arrimé al tronco de un guabo 
cuando, de pronto, escuché fuertes zumbidos en el ramaje, alcé la cabeza y vi al colibrí con 
cola de pavo real alrededor de las flores húmedas. 
 
—¿Cómo es, Hilario? 
 
—Es del tamaño de los otros picaflores, pequeñito, de plumaje verde azulado, con patitas y 
piquito oscuros. Pero su cola está formada por dos plumas muy grandes, iguales a las del 
pavo real, con los mismos dibujos, con los mismos adornos. Después de revolar por las flores 
y chupar algunas, se sentó en una ramita muy delgadita. Lo contemplé a mi gusto, sus ojillos 
parecían gotitas de agua con luz. Quería cazarlo con mi honda, pero tuve pena. De un rato, 
voló hacia el bosque de la falda del cerro. 
 
Se levantaron los muchachos y se fueron, Chauca con sus ovejas al campo y Tupi a su casa 
seguido de su inseparable perro Cushillo. Rogelio iba pensando en que no tenía la suerte de 
conocer al picaflor con cola de pavo real. 
 
En la escuela el maestro también había dicho: “Nuestros bosques atesoran el bello colibrí con 
cola de pavo real, único en su género en la Tierra. Debemos estar orgullosos de esta joyita de 
la naturaleza”. 
 
“¡Sí, orgullosos!”, se dijo Rogelio, ante la mayoría de sus compañeros que, alegremente, 
manifestaban conocer al picaflor con cola de pavo real; uno decía haberlo visto en su chacra 
de maíz; otro, en su huerta; los demás, en el bosque de eucaliptos de la orilla del río, en los 
tunales en flor de las escarpas, en los retamales de las márgenes de los caminos, en los 
azucenales de Quipachacha. 
 
—¡Jamás usen su honda contra ese colibrí! —recomendó el maestro. 
 
“¡Jamás!”, se dijo Rogelio Tupi. Los otros muchachos pensaban lo mismo. En general, los 
habitantes de la comarca estiman a esa avecilla como algo sagrado. 
 
Era, pues, un tanto raro que el picaflor con cola de pavo real no llegase a la huerta de Rogelio. 
Entonces, el muchacho decidió viajar, secretamente, a la hacienda Quipachacha… a los 
dorados azucenales. 
 
3 
 
En la víspera de su aventura, cuando se dirigía con su perro Cushillo por la calleja herbosa a 
la plazuela de armas, donde las campanas de la iglesia anunciaban las fiestas patronales del 
pueblo, le llamó ansiosamente su hermana Shabi. 
 
Retrocedió, intrigado. 
 
—¡El colibrí con cola de pavo real está en nuestra huerta! —le dijo la niña vivaracha. 
 
—¿En nuestra huerta? 
 
Y entraron sigilosamente en ella. Rogelio con su perro Cushillo en los brazos, conteniéndolo. 
 
—¡Lo vi sobre aquella fucsia! —indicó Shabi. 
 
Efectivamente, el colibrí con cola de pavo real estuvo en la huerta de los Tupi; sobre una 
fucsia bermeja, luego pasó a una madreselva. 
 
Rogelio y Shabi lo buscaban, agazapándose, por entre los capulíes, los manzanos, las flores. 
El muchacho cuidaba que Cushillo no ladrase. En la rama de un duraznero se le enredó a 
Shabi la larga trenza de su cabellera, que solía llevar colgada sobre la espalda. Rogelio, 
difícilmente, logró desasirla. Buscaban, buscaban los muchachos al colibrí con cola de pavo 
real en todo el arbolado territorio de la huerta, durante la tarde maravillosa, en cuyo límpido 
cielo azul resplandecía suavemente el sol y también, como una medalla antigua, la luna 
menguante. 
 
 
 
. FIN

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