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La vida no tiene marcha atrás Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar

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LA VIDA NO TIENE
MARCHA ATRÁS
Wilfried Nelles
Desclée De Brouwer
Evolución de la conciencia,
crecimiento espiritual y
constelación familiar
 
La vida no tiene 
marcha atrás
Evolución de la conciencia, 
crecimiento espiritual 
y constelación familiar
Wilfr ied Nelles
La vida no tiene 
marcha atrás
Evolución de la conciencia, 
crecimiento espiritual 
y constelación familiar
Desclée De Brouwer
Título de la edición original en alemán:
Das leben hat keinen rückwärtsgang.
Die Evolution des Bewusstseins, spirituelles 
Wachstum und das Familienstellen
© 2009 Innenwelt Verlag GmbH, Köln, Alemania. 
La presente obra ha sido editada por acuerdo con Wilfried Nelles.
Traducción de Alicia Valero
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011
 C/ Henao, 6 – 48009 BILBAO
 www.edesclee.com
 info@edesclee.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transfor-
mación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, 
salvo excepción prevista por la ley
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re pro gráficos –www.cedro.org–), 
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
 
Impreso en España – Printed in Spain
ISBN: 978-84-330-2521-0
Depósito Legal: BI-2714-2011
Impresión: RGM, S.A. – Urduliz
www.edesclee.com
mailto:info@edesclee.com
www.cedro.org
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
PARTE I
LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA HUMANA
Cómo se des-arrolla la conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
 Viejos y nuevos dioses . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
 Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual? . . . . . . . . . . 28
 Primer acercamiento: Las etapas de desarrollo de la conciencia 35
 El modelo: las siete etapas de la conciencia en panorámica . . 41
 Jerarquía: ¿escalera o círculo? –o: ¿por qué es una etapa más 
 alta que la otra? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Las etapas de la vida y la conciencia y su correspondencia 
 con las etapas de la vida humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
 Etapa 1: La conciencia de unidad. La maduración en el seno 
 materno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
 Etapa 2: La conciencia de grupo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Índice
 Etapa 3: La conciencia del yo. La juventud . . . . . . . . . . . . . . . 94
 Etapa 4: La conciencia de estar unido. El adulto joven . . . . . . 115
 Etapa 5: La conciencia de tener una misión. El adulto maduro 146
 Etapa 6: La conciencia de totalidad. La vejez . . . . . . . . . . . . . 163
 Etapa 7: La conciencia total. La muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
PARTE II
LA CONSTELACIÓN FAMILIAR COMO TERAPIA ESPIRITUAL
Conciencia y terapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
 Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la 
 liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
 Terapia sistémica. La anulación de la vida . . . . . . . . . . . . . . . 184
 El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento 
 de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
El método de las constelaciones: salto a lo desconocido . . 189
 Las constelaciones como espejo del alma. . . . . . . . . . . . . . . . 189
 El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el 
 presente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
 Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia. . . . . . . . . . . . . . 197
 Constelación y meditación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
 Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido 
 en el no saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
 Un nuevo paradigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
 El trabajo de constelaciones espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
Contenidos y conocimientos de las constelaciones familiares 219
 Tres historias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
 La matriz familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
 “El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras . . . . . . 227
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
8
9
Í N D I C E
La vía de solución de las constelaciones familiares . . . . . . . . 231
 La “Trinidad” de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
 “Sí” al no: el punto ciego de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
 Ejemplo 1: Maltrato sexual (incesto padre-hija) . . . . . . . . 243
 Ejemplo 2: El padre pega a la madre, el hijo pega al padre 247
 El no de la juventud. Tres episodios personales . . . . . . . . 249
 Una nueva “Trinidad”: Sí – No – Gracias . . . . . . . . . . . . . . . . 253
Leyes fundamentales de las relaciones humanas y su 
transformación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
 Del vínculo a la solidaridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
 Del derecho a la pertenencia a la totalidad . . . . . . . . . . . . . . 263
 Compensación e intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
 La jerarquía y los movimientos de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . 270
Ver lo que es o aprender de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Wilfried Nelles sobre sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279
Tengo 60 años, y en mi existencia adulta he vivido, me parece, 
al menos tres vidas distintas. La del intelectual, estudiante, asisten-
te, joven investigador y docente en la universidad fue la primera. 
Duró hasta que cumplí 33 años. Comenzó entonces la segunda: la 
vida del buscador espiritual como discípulo del maestro indio 
Osho. Tenía 38 años cuando tocó a su fin. De repente me di cuen-
ta de que había dejado de ser un discípulo y un buscador, y de que 
quería volver a ser una persona normal y corriente. Ocurrió des-
pués de que comenzara a trabajar con constelaciones familiares y 
de que esta labor se convirtiera en mi profesión.
El buscador miró con desprecio durante largo tiempo al inte-
lectual; se consideraba mejor que él. El intelectual –o lo que él 
representaba, lo que había aportado a mi vida– se lo tomó a mal y 
le negó su ayuda, lo cual se reflejaba, concretamente, en que todo 
lo que tenía que decir o escribir, o comunicar por cualquier otro 
medio, apenas le interesaba a nadie. Al menos, no valía a ojos de 
nadie el dinero suficiente para que pudiera vivir de ello. Durante 
algunos años no pude escribir nada. Y mi título de doctor parecía 
carecer por completo de valor.
Esto, naturalmente, habría podido serle indiferente al busca-
dor; a fin de cuentas, a él le importaban cosas “más elevadas”. 
Prólogo
11
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
12
Pero no daba igual, pues de algo tenía que vivir. Y aunque de 
alguna manera lo lograba, no se desembarazaba de la sensación 
de que algo no era como debía ser –no porque quisiera que las 
cosas fueran distintas a cualquier precio, sino porque, de hecho, 
no parecía correcto. Pese a ello, el buscador se esforzaba por lle-
gar a lo más alto: la iluminación. Experimentó ocasionalmente 
momentos de infinito amor por todo y todos, sintió cómo la vida 
latía en una brizna de hierba y en una flor, vio, literalmente, 
correr la savia en su interior, admiró el brillo y la luz interior de 
una gota de lluvia y reposó en un silencio perfecto, fuera del tiem-
po y sin propósito alguno. No eran experiencias inducidas por 
drogas ni algo que provocara él mismo, le sobrevenían sin más, a 
menudodurante o tras la meditación. Era consciente de que se 
ocultaba tras ellas mucho más de lo que habría podido imaginar-
se en su primera vida, en su vida de intelectual. Pero aquellas 
vivencias se le escapaban siempre por entre los dedos; los momen-
tos de iluminación no eran más que momentos, y en lugar de 
incrementarse se tornaban cada vez más infrecuentes, o al menos 
eso parecía.
Al descubrir la constelación familiar supe de inmediato que 
encontraría en ella algo que me faltaba, y también supe de inme-
diato que trabajaría en ello. El buscador no tardó mucho en echar-
se a dormir. Había encontrado lo que necesitaba: mis raíces. Y 
comencé a ocuparme no solo provisionalmente de la vida corrien-
te, sino también a apreciarla. Me confesé mis deseos, cosas tan 
indignas como, por ejemplo, un coche realmente estupendo, y me 
permití a mí mismo reconocer las competencias que había detrás 
de mi título de doctor; dejé de esconderlo, y lo enseñé con respeto 
por el intelectual. Este me recompensó de inmediato: no solo cose-
ché el reconocimiento largo tiempo anhelado por mi trabajo y 
compensación económica, también sentí que me hacía avanzar.
13
P R Ó L O G O
¿Y la iluminación? La he olvidado. Si lo desea, me encontrará, 
y si ha de ser, estaré preparado para ella. Mientras tanto me ocupo 
de lo que tengo delante. Hace diez años que ya no medito, y me 
siento más unido al ahora de lo que lo estaba entonces. Con esto 
no hablo en contra de la meditación, pues me ha ayudado, con 
toda seguridad, a alcanzar una cierta serenidad. Pero ya no busco 
llegar a ninguna parte, sino que dejo que las cosas sean lo que son, 
y me dejo a mí mismo ser lo que soy. Se dice que la iluminación 
está en la inmediación de uno mismo, que no se halla lejos de uno, 
sino muy cerca. Si es así, quizás la encuentre sin ir a buscarla. Aca-
bo de leer unas líneas de Eckhard Tolle, palabras hermosas, verda-
deras. Tolle está enteramente “in”, pero ya no me interesa real-
mente. Surge en mí una voz que dice: todo esto es verdad, y todo 
esto ya lo sé. Pero lo importante no es llegar a ninguna parte ni 
alcanzar una conciencia mejor, sino vivir con y en lo que ahora 
mismo estoy. Si eso en lo que estoy es mi ego, que lo sea, y quizás 
deba ser así. Y si es otra cosa, también está bien.
Y con esto llego al presente libro. Lo he escrito porque él 
acudió a mí y me sentí instado a escribirlo. Las etapas de la con-
ciencia que aquí se describen constituyen una evolución o pro-
greso hasta la iluminación. Me parece que esta es la meta final de 
la evolución, la cual es para mí una evolución de la conciencia en 
la que esta, paso a paso, se experimenta y conoce a sí misma. 
Pero lo importante no es cuál sea el modo más rápido y efectivo 
de alcanzar esta meta. Tampoco se trata de una meta que uno 
pueda trazarse; es un fin inmanente, una meta inmanente, un 
telos. En mi caso, me percibo relajado cuando estoy en armonía 
con el movimiento tal y como ahora mismo es. En este sentido, 
describo los pasos de la conciencia como algo que siempre llega 
a su tiempo, al igual que hoy mi corazón abraza al intelectual 
que en su momento fui y lo doy por bueno para aquella etapa de 
mi vida. Sin él jamás habría podido escribir este libro; tampoco 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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habría podido escribirlo de no haberlo superado. Y esto vale 
igualmente para el buscador, pese a que ahora ya no busco –o 
quizás de un modo diferente. Sin él no habría dejado de cruzar-
me con la verdad sin reconocerla. No es que ya la haya encontra-
do, que la posea, pero gracias a él he agudizado mis sentidos 
para percibirla. Si no hubiera dejado de buscarla (la verdad, la 
iluminación o como se lo quiera llamar) seguiría demasiado ocu-
pado para descubrirla en las cosas del día a día.
Pero este libro no trata solamente de la búsqueda espiritual en 
el plano personal. Ella solo es el reflejo de un movimiento que 
impulsa a la conciencia en su conjunto. Propiamente, solo hay 
conciencia como un todo, su parcelación en conciencia personal, 
social y colectiva (y en otros planos), aunque pueda resultar de 
ayuda, es al final meramente artificial. No solo nos movemos 
siempre con nuestra conciencia personal en un campo de concien-
cia suprapersonal, sino que nuestra conciencia no es en el fondo 
nada más que una expresión –muy parcial, desde luego– de la con-
ciencia a secas. Y los movimientos de nuestra conciencia solo se 
comprenden en el contexto de ese movimiento global.
Pero lo que aquí presento no es un libro teórico; a mí solo me 
interesa la conciencia en un sentido práctico. Pues es nuestra con-
ciencia la que decide cómo nos sentimos, cómo vemos nuestra 
vida y si somos felices o infelices. Y a este respecto me parece que 
sufrimos tanto más cuanto mayor es la brecha que se abre entre 
nuestro ser y nuestra conciencia. Es aquí donde entra en juego la 
terapia como un medio de unir ser y conciencia. Pues desde mi 
punto de vista, aprobar lo que fue, ponerse de acuerdo con lo que 
es y dejar que venga al ser lo que quiere venir constituyen los pro-
cesos de los que tratan las terapias. Un buen terapeuta es alguien 
que está en situación de ayudar a su cliente a alcanzar esta armo-
nía, y para ello, el mapa de la conciencia que aquí bosquejo puede 
resultar revelador, o así lo espero. La ayuda del terapeuta no con-
15
P R Ó L O G O
siste en decir lo que es correcto, sino quizás en robustecer el senti-
do interior para lo que ahora mismo es necesario y adecuado, y en 
promover la estimación por cada uno de los planos descritos.
Para ello el trabajo de constelaciones me parece especialmente 
indicado, toda vez que va acompañado de una toma de conciencia 
de la evolución de la conciencia. En las constelaciones se muestra 
la realidad de un modo hasta ahora desconocido, ellas nos ponen 
directamente en contacto con nosotros mismos y con las personas 
y acontecimientos que mayor influencia han ejercido en nuestra 
vida, y nos muestran la verdad de nuestra alma. Sobre todo nos 
ayudan a dignificar aquello de lo que procedemos y a ganar una 
perspectiva sobre la dirección en la que caminamos. Y como las 
constelaciones pueden ser inmediatamente vividas con el cuerpo, 
el alma y el espíritu, favorecen los procesos de los que antes he 
hablado de un modo experiencial y holístico. Con todo, el trabajo 
de constelaciones no ha tenido hasta ahora una clara idea de qué 
lugar le corresponde (a él o a cualquiera de sus variantes) en el 
proceso de desarrollo espiritual. Mi libro también desea contri-
buir al esclarecimiento de este punto.
Wilfried Nelles
Marmagen, mayo de 2009
Agradecimientos
17
Quisiera dar aquí las gracias, en primer lugar, a todos mis pro-
fesores, buenos como pocos, amables como pocos. Me he apoyado 
en todos ellos, y cada uno a su manera me ha ayudado. Gracias.
Dos personas han sido especialmente importantes para mí, 
personas que no se consideran a sí mismas maestros, pero de los 
que quizás por ello es de quienes más he aprendido. Osho, del que 
me he considerado discípulo espiritual durante quince años, y Bert 
Hellinger, que durante diez años ha sido una fuente viva de inspi-
ración y un amigo y compañero de camino. Me he separado de 
ambos, pues debía seguir mi propio camino, pero me une a ellos la 
gratitud y el amor.
Deseo mencionar también a un antiguo amigo, Deva Basir 
(Roland Werner), con el que veinte años atrás discutí largo y ten-
dido sobre lo que ahora es mi modelo de crecimiento, y del que he 
aprendido mucho.
Heinrich Bauer y Joachim Vogel leyeron la primera versión del 
manuscrito, me advirtieron de algunos errores e hicieron valiosas 
observaciones, y la calurosa colaboración con Heinrich Breuer en 
diversos congresos y en nuestro instituto Eurasys me ha alentado 
y fortalecido de múltiples maneras.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
18
Mi editora, Jivana Werner, compañera y amiga desde hace más 
de veinte años (¡Dios mío, me acabo de dar cuenta de lo mayorque soy!) ha creído firmemente en este libro y me ha dado el tiem-
po que necesitaba, prestándome con ello un gran apoyo. Gracias, 
Jivana.
Y last but not least deseo mencionar a mi mujer, pues una vez 
más ha estado a mi lado durante los altibajos del embarazo litera-
rio, ha hecho de “interlocutor sparring”, me ha escuchado pacien-
temente y me ha hecho ver cosas importantes con sus comenta-
rios. También a ti, Birgid, te doy las gracias de todo corazón.
I
Las evolución 
de la conciencia humana
Viejos y nuevos dioses
El mundo gira cada vez más rápido y algunos sienten vértigo. 
Dinero, dinero, dinero; parece ser lo único que todavía cuenta. Ya 
se trate de las retribuciones de los ejecutivos, de los traspasos y suel-
dos de los futbolistas o del rédito de las acciones u otras inversio-
nes, todo parece ir de lo mismo: de que cada vez sea más y más. No 
hay día que no salga a la luz alguno de los negocios sucios o estafas 
que llevan a cabo los ricos. Hace unos años, en la feria del libro de 
Francfort, vi a Marcel Reich-Ranicki en carteles publicitarios de la 
gran enciclopedia Brockhaus junto a la frase: “Quien sabe mucho, 
quiere saber más”. Es un lema muy apropiado –trascendiendo el 
asunto concreto del saber– para caracterizar nuestra época: quien 
tiene mucho, quiere tener más. Es posible que el libro Tener o ser de 
Erich Fromm adorne nuestras estanterías, y que haya quien recurra 
a él para el sermón de los domingos, pero en la práctica hace ya 
tiempo que el asunto ha quedado resuelto: lo que está a la orden del 
día es el tener. Ya nadie presta oídos a las advertencias y condenas 
de la decencia. Quien hoy señala a los demás y denuncia la “codi-
cia” de los especuladores financieros, bien puede verse mañana a sí 
mismo en la picota. Cuando el bote de la loto alcanza cifras millo-
narias se duplica el número de apostantes. Cualquiera de nosotros 
es tan codicioso como lo son en Wall Street.
Cómo se des-arrolla la conciencia
21
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
22
Tenemos que transmitir valores –reza la popular divisa. Hay 
que recuperar las viejas virtudes, los niños deben ser educados en 
valores. La historia de la candidata americana a la vicepresidencia, 
Sarah Palin, muestra ejemplarmente en qué desemboca semejante 
divisa. Mientras ella orquestaba una campaña en favor de la recu-
peración de los valores conservadores en general, y de abstenerse 
de mantener relaciones prematrimoniales en particular, una hija 
suya menor de edad mantenía relaciones sexuales con un joven 
cuya madre había sido detenida por delitos relacionados con las 
drogas. No fue culpa de Palin, pero un caso así debe dar que pen-
sar a todo el que crea en la posibilidad de que el tiempo camine 
hacia atrás. Si suponemos que Sarah Palin procuró educar a su hija 
con arreglo a su programa político, su ejemplo muestra que su 
implantación era inviable incluso en el seno de su familia. La mis-
ma señora Palin dio claras muestras de su virtud y sentido de la 
moral utilizando dinero donado a su partido para comprarse ropa 
de los más caros diseñadores, y su cargo para poner en marcha una 
venganza personal. Ante esta clase de cosas, uno puede horrorizar-
se o disfrutar del mal ajeno, eso depende de la visión del mundo de 
cada cual, pero ambas actitudes ocultan un único hecho funda-
mental: las viejas normas ya no tienen valor, los así llamados valo-
res han dejado de servirnos de guía, y sobre todo: no hay vuelta 
atrás. Porque esta no es solo la historia de un ama de casa ameri-
cana que quiso llegar a la cima del poder mundial, sino que, a 
grandes rasgos, y al igual que la carrera por el bote de la Lotería 
Primitiva, se trata de nuestra historia, la de todos nosotros.
Los “viejos valores” han caducado. Se enraízan en una con-
ciencia de la que hoy en día solo quedan restos. Vivimos de esos 
restos, a la par que los destruimos. Pero quizás “destruir” no sea 
la palabra adecuada. Se erosionan, desaparecen por sí mismos, 
mueren, sencillamente. Es el curso normal de las cosas, la marcha 
del mundo. Una marcha que no tiene marcha atrás, que ni siquie-
23
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
ra puede detenerse. Hace algunos años, poco después de la entra-
da en el nuevo siglo, observaba yo en Budapest, desde la colina del 
castillo, la otra orilla del Danubio con sus viejos edificios del siglo 
XIX y XX. Algunos estaban siendo rehabilitados, otros exhibían 
ya su antiguo esplendor. Era como una ciudad que volviera a la 
vida tras yacer en coma. Y de repente tuve una inspiración: los 
comunistas habían intentado detener el mundo. Se habían opues-
to al curso de las cosas y pretendido someter el mundo a sus desig-
nios. Quisieron imponer sus “valores”. Y en aquel espectáculo 
casi se hacía visible cómo ese mundo había estado a punto de 
morir asfixiado.
También en nuestra vida personal morimos antes de morir si 
tratamos de imponerle a la vida nuestros planes. La vida tiene su 
propio movimiento, y quiere que caminemos hacia delante. Algu-
nas personas añoran su infancia, pero jamás volverá. Muchos opi-
nan que se les privó de algo y que aún tienen que recibirlo, de sus 
padres, por ejemplo. Se quejan de haber disfrutado de poca aten-
ción, amor, cuidado, protección, seguridad. Pero es imposible, 
nuestra existencia no prevé correcciones a posteriori. Lo único 
que puede ayudarnos de verdad es el conocimiento de que todo 
está bien como está, de que tenemos todo lo que necesitamos. 
Otros buscan lo que les falta en otras personas, sobre todo en sus 
parejas. Pero sus parejas no están dispuestas a cubrir el déficit de 
papá y mamá. Incluso si lo intentan, antes o después abandonan 
extenuados. No solo no podemos volver atrás, sino que el presen-
te se nos escapa por entre los dedos cuando queremos sujetarlo. 
La vida avanza imparablemente, desde la cuna hasta la tumba. 
Solo nuestra conciencia pierde el paso del movimiento de la vida, 
queremos detenerlo, invertir su dirección, quizás a veces también 
dar saltos hacia delante. Todo esto es inútil y desemboca en una 
enfermedad moderna: el estrés. Durante mi infancia no existía 
esta palabra, al menos en el país del que procedo. El estrés no es 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
24
otra cosa que el sufrimiento producido por una discrepancia entre 
lo que yo quiero, siento o creo tener que hacer (o ser) y lo que de 
hecho es. Con otras palabras: discrepancia entre el ser y la con-
ciencia. La única terapia eficaz contra el estrés consiste por ello en 
conciliar la conciencia con el ser.
Esto, sin embargo, no es sencillo, pues la conciencia moderna 
se caracteriza precisamente por enfrentarse al ser. Es toda ella 
una única rebelión contra el ser, contra la índole de las cosas. 
Después de que la humanidad se dedicara durante una pequeña 
eternidad, a grandes rasgos, a intentar someterse al ser, o a influir 
al menos sobre la totalidad mediante sacrificios, oraciones y 
magia, el hombre moderno emplea todas sus energías en dominar 
el ser, intenta someterlo. La aceptación del las cosas y relaciones, 
incluso la entrega a lo que es, pasa por ser mero fatalismo. A la 
par, uno se resigna fatalistamente a la llamada lucha por la vida, 
para la que –dicen– no hay alternativa. La mayoría de nosotros 
ve en la época actual el término de un largo proceso de desarrollo 
tras el que no puede aparecer algo nuevo, algo cualitativamente 
diferente, y no como una etapa en el seno de un proceso. El pen-
samiento histórico mira hacia el pasado; hacia delante, hacia el 
futuro, parece no haber posibilidad de desarrollo. Esta es la más 
profunda a la par que más oculta forma de la teoría del final de 
los tiempos, y se halla en el núcleo de la sociedad moderna. La fe 
de nuestra época ilustrada es que nosotros, los hombres de hoy, 
somos el término de la evolución de la humanidad, que la con-
ciencia humana, el espíritu humano, ha alcanzado su forma más 
elevada, la cual, si bien puede ser infinitamenteagudizada y mejo-
rada, no puede trasformarse en una forma superior y, correlativa-
mente, que no es posible que su dinámica inherente, la que nos ha 
conducido hasta aquí, avance hacia estadios superiores. Que la 
ciencia es una cima tras la cual no hay camino hacia abajo, sino 
la caída en un negro abismo, que el pensamiento ilustrado, la así 
25
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
llamada razón, es el grado más alto que puede alcanzar la evolu-
ción del hombre, que de un salto hemos alcanzado “el fin de la 
historia” –según reza el título de uno de los más célebres libros de 
un reputado científico1. Aunque en la modernidad se hable ince-
santemente de progreso y uno invierta en él la vida entera, no se 
trata de un progreso hacia algo superior, sino de un perfecciona-
miento infinito (y carente de alternativa) de lo que ya se da. El 
progreso se entiende en un sentido eminentemente técnico, como 
un incremento continuo del dominio sobre la naturaleza. Se pien-
sa que la conciencia misma hace ya mucho que ha alcanzado su 
cima, aunque el hombre siga comportándose como un bárbaro. Y 
esta cima no es en realidad sino una llanura infinita sobre la que 
seguir avanzando, sin que quepa imaginarse algo verdaderamente 
superior, es decir, una conciencia más elevada (o más profunda) 
en un plano cualitativamente diferente. La idea del fin de los 
tiempos en su máxima expresión.
Contra esto, yo sostengo la tesis de que nos hallamos en la 
mitad del desarrollo de la conciencia. Quizás sea este punto medio 
un lugar especialmente crítico (como lo es la “crisis de la mediana 
edad” en la mitad de la vida individual), porque con la realización 
de la razón y la individualidad ha culminado de hecho la totalidad 
del proceso anterior, y el desarrollo, hasta cierto punto, ha dado la 
vuelta: en dirección hacia una nueva forma de totalidad. La idea 
de que la conciencia humana ha alcanzado en nosotros, salvo en 
lo tocante al perfeccionamiento de medios técnicos, su punto más 
elevando, me parece no solo bastante osada, sino expresión de un 
pensamiento que ignora la historia, egocéntrico, y no precisamen-
te lógico. Desde luego que la Ilustración no puede, recurriendo a 
sus propios medios, esto es, con ayuda de la razón, trascenderse a 
sí misma –al igual que la religión no pudo ilustrarse con ayuda de 
la fe, sino que fueron necesarios el escepticismo y la razón para 
 1. Francis Fukuyama, 1992.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
26
desenmascarar las limitaciones de la fe. Pero, ¿por qué negar que 
haya un más allá de la razón, una conciencia transracional que se 
separa cualitativamente de la conciencia racional y la supera?2
Para responder a esta pregunta debemos dirigirnos a la con-
ciencia misma. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que lo que 
nos empuja hacia delante no es solamente la naturaleza, tampoco 
nuestra vida exterior, sino también la conciencia, esto es, la vida 
interior. Y no solo la conciencia de cada individuo, sino la de la 
humanidad en su conjunto. Puede comprobarse la verdad de esto 
en el primer tercio de nuestra vida personal: un niño tiene una 
conciencia diferente a la de un lactante, la del adolescente es dis-
tinta de la del niño, y la del adulto de la del adolescente. En la 
mayoría de los casos, el proceso se detiene aquí, la conciencia no 
sigue creciendo. Al menos no en sentido cualitativo. Y la diferen-
cia entre una conciencia infantil y una adulta es precisamente cua-
litativa. El adulto no solamente sabe más, sino que ve el mundo de 
un modo fundamentalmente distinto, vive casi en otro mundo que 
el niño (si es que la conciencia no se ha detenido en el estadio 
infantil, lo que ocurre no pocas veces). Lo mismo ocurre con la 
conciencia en su totalidad, esto es, la conciencia de la humanidad. 
También esta se desarrolla y crece, con lo que en cada una de las 
etapas de la conciencia el mundo se experimenta y vive de modo 
completamente diferente. Cada nivel tiene su propia visión del 
mundo, sus propias verdades, sus prioridades, sus pasos de apren-
dizaje y problemas. Que la mayoría de los hombres de hoy en día 
pensemos que no tenemos tiempo, por ejemplo, es para el hombre 
 2. Encuentro ahora mismo un pequeño indicio de lo extraña que le resulta esta 
idea al pensamiento moderno (a pesar de que un gran pensador como Ken 
Wilber lleva más de un cuarto de siglo publicando un libro al año sobre ella) 
en el programa (excelente, por lo demás) de corrección ortográfica de mi 
ordenador, el cual subraya en rojo la palabra “transnacional”, indicando que 
está mal escrita o que le es desconocida.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
de la conciencia premoderna completamente incomprensible. Si 
algo había entonces (y sigue habiendo ahora) en abundancia es 
tiempo. Pero a diferencia de hoy en día, la naturaleza y el hambre 
constituían una amenaza constante. Y los dioses y los espíritus 
eran reales. Asistí una vez al seminario de un chamán del Amazo-
nas, era una ceremonia de ayahuasca. La ayahuasca es una droga 
fuertemente alucinógena –según nuestros criterios–, los indios la 
tienen por una planta sagrada y la utilizan, bajo la tutela de un 
iniciado, en ceremonias de curación y para comunicarse con los 
dioses. El chamán jamás habló de una planta, menos aún de una 
droga y sus efectos, sino del espíritu Ayahuasca, con el que se 
entraba en contacto tras tomar la pócima. Y el espíritu era a la vez 
un dios. Un participante le preguntó si hablaba metafórica o lite-
ralmente de un espíritu. El chamán, un hombre joven, que habla-
ba inglés bastante bien y tenía un modo de conducirse bastante 
moderno, lo miró sin comprender. No entiendo la pregunta, dijo. 
Que si creía que el espíritu Ayahuasca existía de verdad, le explicó 
el participante. Sí, desde luego que existe, respondió el indio, no 
tiene nada que ver con creer, es así, sencillamente. En la selva lo 
sabe todo el mundo.
Hoy tenemos otros espíritus, espíritus que son reales para 
nosotros. Se llaman DAX, Dow-Jones y Nikkei, y ahora, en los 
tiempos modernos, Walhalla se llama Wall Street. Como los anti-
guos dioses, gobiernan nuestra vida a su antojo. Incluso cuando 
no creamos en ellos y no les sacrifiquemos nada, se inmiscuyen 
en nuestras vidas enviándonos terremotos bursátiles y semejantes 
catástrofes naturales, las cuales, indirectamente, también afectan 
a los que no viven allí. Puede que no afecte a los bosquimanos de 
la selva africana o a los orang asli de Borneo, pues para estos son 
más importantes sus antiguos dioses. Cada época, cada concien-
cia, produce sus propios objetos y crea sus propios problemas. 
En algún momento se hacen tan profundos o llegan tan lejos que 
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ya no son solucionables en el seno de la conciencia existente. No 
solo se hacen necesarios nuevos instrumentos (que puede que 
basten para la regulación de los mercados financieros), sino una 
nueva conciencia, una percepción cualitativamente diferente, 
más amplia, elevada, profunda del mundo y de nuestra propia 
existencia. Pues los problemas más profundos de la sociedad 
moderna no se llaman DAX y Dow, tampoco cáncer y sida, ni 
siquiera guerra y hambre. Incluso aunque todo esto se desvane-
ciera como por arte de magia, seguiríamos al borde del abismo, 
quizás incluso más que ahora. Quizás tengamos que resolver 
gran parte de estos problemas antes de estar en situación de ver 
el carácter abismático de la conciencia moderna3. Tanto tiempo 
como los problemas mencionados sigan ahí, seguiremos al menos 
ocupados, y percibiremos el vacío interior solo ocasionalmente. 
Si de repente desaparecieran, es muy posible que se diera una ola 
de suicidios que haría olvidar a todas las otras víctimas, las del 
hambre y las enfermedades –a no ser que alcanzáramos otro esta-
dio de conciencia, en el que pudiéramos sentirnos de nuevo inte-
riormente satisfechos.
Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual?El crecimiento reside en lo más íntimo de nuestra naturaleza. 
No hay nada en este mundo que no crezca. Todo crece, y crece por 
sí mismo. O para decirlo con las palabras de Osho: sitting silently, 
doing nothing – the grass grows on it´s own (sentado en silencio, 
sin hacer nada – la hierba crece por sí misma).
 3. No distingo aquí entre conciencia moderna y postmoderna. La así llamada 
postmodernidad no representa a mis ojos una nueva conciencia, sino solo 
una modernidad extraviada, una expresión de que ha perdido el alma, una 
negación, a la par que una desesperada búsqueda de alma y sentido.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Todo crece –recuerda a una célebre sentencia del por lo demás 
no tan célebre sabio de la Antigüedad: el griego Heráclito. Su 
phanta rhei– todo fluye, expresa en dos sencillas palabras el acon-
tecimiento total del mundo. Cuando uno se sumerge en esta pro-
posición queda sumido en una profunda meditación. Las cosas de 
nuestro alrededor, aparentemente estáticas, se tornan movedizas, 
al igual que todo lo que nuestro espíritu toma por hechos. Nada 
permanece, nada dura, todo está en movimiento, todo cambia 
incesantemente. El antiguo vidente ya lo sabía, dos mil quinientos 
años antes de que existieran la teoría cuántica y los aceleradores 
de partículas: las montañas crecen o se encogen, e incluso en un 
pedazo de hierro las partículas se precipitan de un lado a otro y lo 
modifican, pese a ser invisible a nuestra percepción, en todo 
momento. También nuestro yo fluye, eso que creemos ser; todo, 
todo fluye. En otro pasaje, Heráclito lo ilustra de otra manera: 
“Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y ello no solo porque 
la segunda vez “el mismo” río sea distinto, sino porque el que se 
mete en el río también es para entonces otro. Puede que no se per-
cate de ello, pero el que él mismo fue la primera vez también ha 
sido hace tiempo arrastrado por la corriente. Cuando uno se 
embarca de verdad en esta meditación, en estas palabras y en la 
imagen que dibujan, la propia vida y el estable mundo de cada 
uno se nos escapan rápidamente por entre los dedos. Y frases 
como esta: “Ya no controlo mi propia vida” o “Deseo volver a 
tener el control sobre ella” –que a menudo oigo en mis cursos– 
pronto deberían parecerle a uno absurdas.
Desde hace más de veinte años me ocupo como terapeuta de 
los problemas humanos. Los que asisten a mis cursos proceden de 
todos los estratos sociales, son de muy diversas edades, y a día de 
hoy proceden de casi todos los continentes; sus problemas e histo-
rias personales abarcan casi cualquier aspecto de la vida humana, 
desde disputas con el cónyuge, pasando por la pérdida del puesto 
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de trabajo, hasta abusos sexuales, desde la repentina muerte de un 
hijo, enfermedades mortales, asesinatos en la familia hasta el exter-
minio de casi la totalidad de la familia en el Holocausto o en la 
Revolución Cultural China. Algunos –y no los menos– vienen tam-
bién sencillamente porque quieren hacer algo por su “crecimiento 
interior” o, en términos más profanos, conocerse mejor a sí mis-
mos. Pero se trate del motivo de que se trate, es siempre un proble-
ma de la conciencia, nunca del ser en sí. El ser en sí es sencillo, y 
quien se sitúa frente a él, también lo es. Es siempre la conciencia 
que se coloca entre el ser y la persona la que engendra el problema; 
por ejemplo: causando en nosotros el sentimiento de que el ser es 
malo y de que, por lo tanto, no debería ser y ha de ser rechazado, 
cambiado, superado. Es ahí donde surge el problema. Que el pro-
blema se origina en la conciencia y solamente existe en ella vale 
tanto para la pobreza y la riqueza como para la salud y la enferme-
dad, incluso para la vida y la muerte. Con dinero la vida es mucho 
más agradable que sin él, y estar sano es mucho mejor que estar 
enfermo, pero hay una gran diferencia entre lidiar relajadamente 
con ello y estar obsesionado con el dinero, la salud y cosas simila-
res. Los hechos, las circunstancias de la vida, son una cosa, cómo 
yo me relaciono con ellos es otra distinta; mejorar nuestra vida en 
orden a satisfacer nuestras necesidades y deseos naturales es una 
cosa, hacer de ello la medida de nuestra felicidad o de nuestra acti-
tud ante la vida es algo bien distinto. Hay personas que perciben 
hasta el más pequeño malestar como una catástrofe o un gran peli-
gro, mientras que otras que padecen enfermedades graves llevan 
una vida feliz. La idea, hoy en día ampliamente extendida, de que 
la salud es lo más importante, seguramente asombraría a personas 
de otras culturas o épocas. Es bueno estar sano, qué duda cabe, 
pero, ¿lo más importante? Quizás para un pueblo nómada lo más 
importante sea que el ganado esté sano y tenga suficiente de comer 
y de beber, o que críe bien. Que uno ponga la salud propia por 
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
encima de la del ganado es algo que probablemente no puedan ni 
imaginarse los miembros de semejante tribu. Porque el bienestar y 
la supervivencia del clan o de toda la tribu depende del ganado. 
En comparación con eso, ¿qué importa la salud de la persona? Ni 
siquiera la propia vida es tan importante. Si yo muero, mis hijos 
sobreviven. Si el ganado muere, se acabó todo. Para otros todo 
depende de tener el favor de los dioses o de vivir, sano o enfermo, 
con arreglo a la voluntad de Dios.
Se podría decir, pues, que el problema es nuestra conciencia 
misma, más exactamente: los contenidos de nuestra conciencia, 
nuestro modo de contemplar la realidad. Y en esto insisten macha-
conamente desde hace algunos miles de años los grandes sabios, 
los iluminados y sus discípulos: deshazte de todas las formas y 
contenidos de tu conciencia por el expediente de ser, sencillamen-
te, consciente. La conciencia en la que estos instruyen es una con-
ciencia sin contenidos, perfectamente vacía. Ser puro, despierto, 
un encuentro con la realidad que no quede filtrado ni enturbiado 
por pensamiento ni por sombra alguna de recuerdo de experien-
cias pasadas. El ser consciente –entendido desde el punto de vista 
de los contenidos– queda aquí sustituido por la conciencia pura. 
Al final de su primera gran obra, Crítica de la razón cínica, Peter 
Sloterdijk expresó esto por medio de una poderosa imagen: “Se 
trata de experiencias para las que no encuentro otra palabra que 
vida lograda. En los mejores momentos, cuando de puro éxito 
nuestro más enérgico actuar queda absorbido en el dejar hacer y 
el ritmo de lo vivo nos sostiene y nos lleva, nuestro estado de áni-
mo puede presentársenos de repente como una eufórica claridad o 
una seriedad que reposa maravillosamente en sí misma. Despierta 
en nosotros el presente. El momento ocupa fresco y claro cada 
espacio; estás unido a su claridad, a su frescura, a su alegría. Las 
malas experiencias del pasado se retiran ante el dato de lo nuevo. 
Ninguna historia te hace viejo. Los dolores amorosos del pasado 
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no nos obligan a nada. A la luz de esta presencia de espíritu queda 
rota la fascinación de la repetición. Cada segundo consciente anu-
la la desesperación y se convierte en el principio de otra historia”.4
Debemos pues dirigirnos a la conciencia si de verdad quere-
mos solucionar nuestros problemas. Y esto exactamente es lo que 
hacen la mayor parte de las “terapias espirituales” o “comunida-
des espirituales”: trabajan en el crecimiento espiritual con miras a 
alcanzar estadios de conciencia más elevados, en los que se desen-
mascaran los propios contenidos de conciencia y uno se separa o, 
sencillamente, se deshace de ellos. Ahora bien: la idea de que la 
conciencia debería ser mejor –o más clara, más despierta, elevada 
o amplia– es una representación que introduce una tensión entre 
lo que es y lo que debería ser.
Si hacemos del crecimiento de la conciencia o de la nada per-
fecta una meta a alcanzar,nos creamos de nuevo un problema. 
Bien mirado, dos: el primero es la distancia que se abre en relación 
con el propio ser, que se experimentará como insuficiente y exigirá 
que trabajemos ininterrumpidamente sobre nosotros mismos. De 
ahí que para perseverar en este camino se necesite la ayuda de un 
grupo de correligionarios y, a ser posible, de un gurú, que nos con-
firme que avanzamos por el buen camino, que hacemos progresos 
–siempre insuficientes, por supuesto– y que si seguimos trabajan-
do sobre nosotros mismos, al final seremos recompensados. Aquí 
se impone el paralelismo con la doctrina cristiana de la redención. 
La diferencia consiste en que la salvación cristiana nos espera tras 
la muerte –caso de haber llevado una vida virtuosa– mientras que 
la redención de los nuevos tiempos, la iluminación o la liberación, 
puede ser alcanzada en esta vida –siempre y cuando trabajemos 
duramente sobre nosotros mismos. Es común a ambos el aspirar a 
la redención de esta vida (de este valle de lágrimas), en lugar de 
 4. Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Fráncfort, 1983, p. 953.
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precipitarse hacia la vida. Por otra parte, avanzar hacia niveles de 
conciencia superiores mediante los correspondientes ejercicios sin 
que haya a la base un efectivo crecimiento personal puede desem-
bocar en graves problemas psíquicos. Porque el verdadero creci-
miento no puede ser producido. Sucede por sí mismo.
Existe en efecto un desarrollo superior de la conciencia, pero 
se trata de un proceso natural. Y será tanto más duradero cuanto 
mejor armonicemos con nuestras respectivas conciencias. De este 
modo crecemos con nuestra conciencia, sin malgastar ni un solo 
pensamiento con la idea de que tenemos que crecer más deprisa. 
Trabajar sobre el propio crecimiento para acelerarlo es algo simi-
lar a querer hacer del niño lo más rápidamente posible un adulto. 
Le enseñamos día tras día a pensar, hablar y conducirse como un 
adulto, y no le dejamos jugar con otros niños o solo con los inte-
grantes de un grupo de niños que también deben crecer más depri-
sa, quizás también alimentemos su cuerpo con hormonas. ¿Qué 
puede resultar de todo esto? En el mejor de los casos un pobre dia-
blo que jamás disfrutó de una verdadera infancia y que por ello 
siempre andará buscándola, en el peor de los casos, un monstruo. 
No es casual que muchos buscadores espirituales tengan serios 
problemas para arreglárselas en la vida fuera de su grupo. Esto no 
tiene nada que ver con la maldad del mundo, sino con el hecho de 
haberse apartado de ella. La realidad, esto es, lo que somos y lo 
que nos sucede, el ser-así de la vida, es la genuina fuente de nues-
tro crecimiento. Es también la fuente o el humus de nuestra con-
ciencia. Es la fuente de la que se alimenta.
Todo crece, también la conciencia. Con lo que venimos a parar 
de nuevo en Heráclito. Quizás también la conciencia sea como 
una gran corriente. Como todo río, la conciencia procede de un 
todo, sale en algún punto a la superficie y se convierte en un río 
particular que poco a poco se reúne con muchos otros ríos y final-
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mente termina en otro gran todo, el mar, para disolverse completa 
y definitivamente en él. Y como en el río de Heráclito, tampoco 
puede uno bañarse dos veces en la misma corriente: la conciencia 
fluye ininterrumpidamente, no se detiene, ni corre hacia atrás, y es 
nueva en cada momento. Como procede de un todo, cada río lleva 
en sí el recuerdo de ese todo y puede atisbar que su camino desem-
boca al final en él, en el gran océano. Pero por mucho que pueda 
atraerlo el océano, por mucho que le señale el camino, carece de 
sentido esforzarse por llegar a él ahora mismo o lo más rápida-
mente posible. Equivaldría a negar su condición de río y pasar por 
alto los grandiosos paisajes que ha de atravesar –y conformar– de 
camino al mar. El mar, la disolución en la totalidad, llegará, y lle-
gará por sí misma, es el destino natural del río.
Y así como todo fluye por sí mismo, todo crece por sí mismo. 
El crecimiento es la naturaleza de la vida. Quizás podemos tam-
bién abonar y regar –y aquí también es posible exagerar, de modo 
que al final tengamos verduras hermosas pero sin jugo ni fuerza. 
Es posible que todo lo que crece, que el mundo tal como es y el 
hombre tal como es, sean un aspecto de la conciencia y su desplie-
gue. El crecimiento no es el resultado de un obrar, ni a nivel cós-
mico ni a nivel individual. Es un acontecimiento que sigue su pro-
pio ritmo, su propia velocidad. El desarrollo o crecimiento espiri-
tual no es otra cosa que el des-arrollo del ser consciente mismo, el 
volver hacia sí de la conciencia, no pues un movimiento que parta 
de nosotros y se rija por nuestros deseos o voluntad, sino el movi-
miento de la conciencia misma. La conciencia es el sujeto, se des-
arrolla a sí misma, y nosotros somos una parte de ese desarrollo. 
Lo que nos hace falta (si es que nos hace falta algo) no es crecer 
más rápidamente o hacia algo más elevado, no es una conciencia 
mejor, sino vivir en armonía con lo que es, con la realidad que nos 
rodea y actúa sobre nosotros. De ahí que este libro se oriente a 
que la conciencia (de cada cual) se haga consciente.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Primer acercamiento: las etapas de desarrollo de la 
conciencia
A modo de entrada, mi poema favorito de Hermann Hesse, 
que nos acompañará a lo largo de todo el libro:
Escalones
Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo surge toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, en cada llamada,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animado y sin pudores,
a nuevos y distintos desafíos.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.
Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!
Se pueden pensar los estadios de la conciencia como si forma-
ran una escalera, pero también como si se tratara de círculos que 
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se ensanchan progresivamente. Lo importante es que uno tiene que 
pisar cada peldaño o recorrer vivencialmente cada círculo para 
pasar al que en cada caso sea el siguiente. Quedémonos de momen-
to con la imagen de la escalera. Suelo utilizar dos analogías para 
ilustrar y hacer comprensibles los diversos peldaños del crecimien-
to, y para mostrar que no me los he sacado de la manga, sino que 
hallan correspondencia en muchos planos de la vida. El resumen 
que ofrezco a continuación recurre a la analogía con el sistema 
oriental de los centros energéticos de materia sutil (también llama-
dos chacras) ligados a determinados órganos y zonas del cuerpo 
humano, los cuales, de acuerdo con la medicina ayurvédica o chi-
na, controlan las funciones orgánicas. Más adelante, cuando trate-
mos detenidamente cada una de las etapas, recurriré a la segunda 
analogía, y antepondré a cada fase de la conciencia una breve pre-
sentación de los correspondientes estadios (biológicos) de la vida. 
Aquí, de momento, una comprimida sinopsis:
1. El primer estadio de la conciencia se ordena enteramente a 
la supervivencia: comer, beber, multiplicarse. Está controlado por 
instintos, bio-lógico,esto es, sigue la ley (logos) de la vida (bios). 
Es la forma más elemental, originaria de la vida y está dominado 
por nuestras necesidades básicas. Sin comer ni beber muere el hom-
bre particular; sin sexo, la especie. Por eso no solo necesitamos esta 
conciencia en el primer estadio, sino siempre, por mucho que 
ascendamos. La naturaleza ha sido tan inteligente que la ha implan-
tado en nosotros en forma de instintos cuya satisfacción experi-
mentamos como placentera. Al nivel del cuerpo humano se corres-
ponde con el primer (inferior) chacra o centro de energía en el pun-
to más bajo del tronco, el perineo, también llamado chacra raíz. Si 
estando de pie nos acompasamos con esta zona, podemos sentir 
nuestro vínculo con la tierra. Se percibe claramente lo estable y 
seguro o, al contrario, lo inseguro y frágil que es este vínculo, si 
uno está conectado o no con la tierra. La conciencia, el horizonte 
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espiritual y las necesidades a las que corresponde el nivel 1 giran 
en torno a la supervivencia, esto es: comer, beber y aparearse.
2. El estadio 2 corresponde al chacra del ombligo, al que los 
japoneses llaman hara. Se sitúa dos dedos por debajo del ombli-
go. Entre los samuráis se tenía por una valiosa destreza clavarse 
un puñal (kiri) en el hara con tal precisión que uno quedara 
muerto en el acto (hara-kiri). Curiosamente, en este punto no 
hay ningún órgano corporal cuya lesión pudiera provocar la 
muerte inmediata. Es más bien el centro de la vida espiritual a 
través del cual –con arreglo a la doctrina asiática de la energía– 
nos conectamos directamente con el cosmos y con la energía que 
de él procede. Desde el punto de vista corporal es el punto medio 
entre arriba y abajo. Ahí es donde encontramos nuestro medio, 
nuestro equilibrio –y no solo metafóricamente sino también en 
un sentido completamente profano, por ejemplo al practicar casi 
toda clase de deportes. Así como el descanso corporal en el hara 
proporciona al cuerpo un seguro equilibrio, el estadio 2, como 
estadio de conciencia, es responsable de la estabilidad, seguridad 
y equilibrio en la vida. Aquí lo importante es hallar un sitio segu-
ro, tanto material como anímica y espiritualmente. Un hogar, un 
lugar, una fe, un orden.
3. En el tercer estadio este orden se tambalea. A nivel corporal 
nos encontramos en el plexo solar. También este –como, por lo 
demás, todos los chacras– es un punto muy sensible: un golpe en 
el plexo solar, no necesariamente muy fuerte, y nos quedamos sin 
respiración o incluso nos desmayamos (ohnmächtig werden). 
Ohn-macht (desmayo) es la ausencia de Macht (poder), y de eso 
precisamente se trata en el estadio 3. Pero no de poder en sentido 
político, poder sobre los demás, sino poder sobre uno mismo. Es 
aquí donde reside la voluntad personal, el sentimiento del yo, el 
afán de autonomía. En la escena espiritual, el tercer chacra tiene 
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la negra, es el chico malo que ambiciona poder y al que se llama 
por ello despectivamente “power chakra”. Mientras que hay una 
multitud de cursos ordenados a abrir y fortalecer el chacra raíz, el 
hara, el chacra del corazón y los que se encuentran por encima de 
este, sobre el “power chakra” solo se trabaja para dejarlo atrás 
tan rápidamente como sea posible. Al fin y al cabo esta es la sede 
del ego, y el ego es lo que presuntamente obstaculiza la ilumina-
ción o, sencillamente, seguir creciendo. Esto no solo es injusto, 
sino ridículo, toda vez que casi todos los así llamados buscadores 
espirituales, en su efectivo estado de conciencia, se mueven preci-
samente sobre este tercer chacra. El afán de autoconocerse y auto-
realizarse –y en la mayoría de los casos también el de alcanzar la 
iluminación– es un movimiento del tercer estadio. De lo que aquí 
se trata es de desmarcarse del grupo, de decir “yo” y buscar un 
camino propio. Es a la par el centro emocional en el que experi-
mentamos los sentimientos como algo personal. Dado que los sen-
timientos son potencialmente arrolladores, la conciencia del tercer 
nivel está incesantemente ocupada en sentir (pues solo en el senti-
miento me experimento realmente como “yo”) y en controlar los 
sentimientos. Y como todo ello es bastante desorientador y estre-
sante, muchos desean salir de ese caos de sentimientos, lo que no 
resulta nada fácil. Pero de ello hablaremos más adelante.
4. El cuarto estadio, el corazón. A pesar de ser la meta natural 
de los afanes de los otros tres, este estadio inspira mucho miedo, 
lo cual se comprende si tenemos presente lo que el corazón exige 
de nosotros: confianza y entrega, renuncia a uno mismo. Todo lo 
contrario, pues, de lo que hemos aprendido esforzadamente en la 
etapa 3, esto es, potenciación del yo, poder y control. El camino 
del amor, sin embargo, pasa por la entrega y la renuncia al con-
trol. El amor del corazón no es un amor posesivo, sino incondicio-
nal. No se satisface en el tener, sino en el ser. De ahí que tampoco 
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sea ardiente, sino hasta frío y calmo como un lago (See) de aguas 
profundas. Está más ligado al alma (la palabra alemana See-le, 
alma, viene de See) que al deseo. El chacra del corazón se sitúa en 
medio de los otros seis, es la conexión entre arriba y abajo. Así 
como en el hara hallamos nuestro centro corporal, encontramos 
en el corazón nuestro centro espiritual. Pero ello nos exige dar un 
paso desde el control a la confianza. Quien halla aquí su hogar, 
vive en la confianza sentida de que su vida es atendida, aunque no 
haya nadie en especial que cuide de él y no pertenezca a nadie. Las 
palabras de Jesús acerca de los pájaros que ni siembran ni cose-
chan y que sin embargo se alegran por la vida remiten a este nivel. 
Aparentemente, sus afirmaciones favorecen el punto de vista desde 
el que el nivel 3 contempla a las personas que viven o quieren vivir 
así, las cuales aparecen como locos o soñadores. Puede que haya 
alguna que otra persona que lo resista, pero no puede ser la mayo-
ría. La mayoría puede, a lo sumo, encender un mechero y cantar 
con John Lennon “You may say I’m a dreamer / but I am not the 
only one / I hope someday you’ll join us / and the world will live 
as one” –al día siguiente, empero, hay que ir a trabajar a la oficina. 
Pero cuando uno entra en el nivel 4 o está secretamente en él, se 
hace evidente que la presunta contradicción en las palabras de 
Jesús es solo aparente. Uno vive como un pájaro y cultiva el cam-
po, solo que a diferencia de lo que ocurre en el nivel 3, sin estrés.
5. Si ascendemos desde el chacra del corazón llegamos a la 
parte más estrecha de nuestro cuerpo, el cuello. Y con ello al pun-
to en el que todo lo que procede de nuestro cuerpo, corazón y alma 
se transforma en sonidos, recibe expresión, voz: la garganta. Apa-
rece aquí una nueva forma, que es el fundamento de lo específica-
mente humano, la palabra y el lenguaje. El quinto chacra, el de la 
garganta, es como el ojo de una aguja en el que lo que carece de 
forma produce una densa vibración y se somete a ella. De ahí que 
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esté ligado a la creatividad, a crear y moldear, pero también a la 
belleza, que solo se hace visible en la forma. La creación, empero, 
entraña siempre también solidificación, fijación. El movimiento 
que viene de abajo se comprime en la garganta para hacerse audi-
ble. Y el sonido informe adopta con la palabra tal espesor y filo 
que en casos extremos puede provocar tanto la mayor de las ale-
grías y deleites como la muerte. Para avanzar desde el chacra del 
corazón hasta aquí se requiere sin embargo una llamada, pues de 
lo contrario nadie abandonaría el cuarto estadio, que se basta a sí 
mismo. Por eso el quinto chacra es también el chacra de la voca-
ción y la visión. Y esto lo hace tan atractivo como peligroso. Quien 
no avanza hasta él a partir de lasolidaridad con el corazón y per-
maneciendo unido a él, se eleva fácilmente, precisamente porque 
está llamado a ello, y pasa por encima de todo lo humano, y quien 
no ha interiorizado el tercer estadio, gusta de alzar la mirada hacia 
semejantes hombres.
6. La vocación y la visión señalan hacia algo más elevado, 
incluso hacia lo más elevado, el nivel 6. Aquí hemos llegado casi a 
la cima, porque comenzamos a ver. No a creer (como en el nivel 
2), o a opinar (como en el nivel 3), o a percibir y mirar (como en 
el 4) o a conformar sin saber verdaderamente (como en el 5), sino 
a ver de verdad, clara e inequívocamente. Por eso llamamos al 
nivel 6 chacra del “tercer ojo”. Se sitúa entre los ojos del cuerpo y 
representa la visión espiritual, la visión inmediata de la realidad. 
No la realidad de los ojos del cuerpo, sino la realidad indivisa que 
hay tras ella, o por ella, dentro de ella, más allá del espacio y del 
tiempo. Existe además –se dice– una división en esta fase, por lo 
que esta no sería última cima: la separación entre el que ve y lo 
que se ve, lo visto. Solo cuando esta separación ha sido superada, 
es decir, cuando el vidente (el sentimiento de que “yo” veo algo) 
ha desaparecido, se alcanza la unidad.
41
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
7. Y así el séptimo estadio es tanto la cima como la disolución. 
Corporalmente hablando, el chacra corona está en medio de la 
cabeza, justo ahí donde está nuestro punto más blando y vulnerable 
cuando somos lactantes, y que sube y baja con cada pulsación, la 
fontanela. Esta sería pues la iluminación perfecta, la experiencia del 
ser uno, que ya no es una experiencia, pues ya no hay nadie que 
pueda experimentar algo. Por eso la transición hacia la totalidad es 
también descrita por los que la han conseguido como una muerte, 
como una completa disolución del yo. Estamos colectivamente muy 
alejados de esta etapa. Como aquí solo quiero concentrarme en lo 
que hoy por hoy es común, y como además quiero hablar de ello 
basándome en mis propias experiencias, en lo que puedo ver y per-
cibir, solo menciono este plano por mor de la completitud.
El modelo: las siete etapas de conciencia en panorámica
El gráfico que aparece en la página siguiente muestra las siete 
etapas de la conciencia. Al dibujar los círculos me he limitado a tra-
zar las cinco primeras por razones de espacio. He dibujado las eta-
pas con la intención consciente de que los estadios superiores con-
tengan y conserven a los anteriores. El punto en el que un estadio 
pasa al siguiente es a la vez el punto medio del siguiente estadio. Se 
añaden al lado las analogías con las etapas biológicas más impor-
tantes de la vida humana. La franja negra del centro marca la zona 
en la que hoy en día se encuentra la conciencia en las sociedades 
avanzadas. La describo detalladamente en el capítulo dedicado a 
los estadios de la vida y la conciencia, a partir de la página 61.
En las páginas siguientes hallarán un cuadro panorámico de 
las etapas de la conciencia y de los elementos que caracterizan 
cada uno de los niveles, no solo en el plano individual, sino tam-
bién colectivo e institucional.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
42
Las siete etapas de la conciencia
7 conciencia total muerte
6 conciencia de la totalidad vejez
5 conciencia de tener una misión madurez
4 conciencia de unidad adulto joven 
3 conciencia del yo juventud
2 conciencia de grupo infancia
1 conciencia de unidad niño en el seno materno
43
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
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47
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
El plano colectivo
(Los niveles 5, 6 y 7 han sido conscientemente omitidos por no 
existir experiencia alguna al respecto.)
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L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
48
Presento pues aquí un modelo que describe la totalidad de la 
vida como evolución ascendente de la conciencia, y que lejos está 
de considerarnos en la cima. Nosotros, y con ello me refiero a las 
sociedades más avanzadas, nos hallamos justo en el punto medio 
de este proceso. Lo que desde el punto de vista de cada uno de los 
estadios en los que uno se encuentra se percibe como proximidad 
del fin, no es en realidad sino una crisis que anuncia la llegada de 
una nueva etapa de la conciencia o de un nuevo estadio dentro de 
un mismo nivel. Con ello se gana una perspectiva sobre las crisis, 
que a menudo se perciben subjetivamente como callejones sin sali-
da. Son el dolor necesario que acompaña al desapego en el camino 
que conduce a algo completamente nuevo. En esa medida apare-
cen en cada transición. Esto se aplica en igual medida al creci-
miento personal como al desarrollo social.
Para la psicología y la terapia es determinante si se dispone o 
no de semejante perspectiva. Desde el punto de vista de su origen 
(y también en su forma actual) la psicología está marcada por la 
perspectiva de la potenciación del desarrollo del yo y la autono-
mía personal. En mi modelo esto se corresponde con el proceso 
individual de conclusión del segundo estadio y con la plena reali-
zación del tercero. A comienzos del siglo XX este era, en efecto, el 
problema psicológico por excelencia, y en parte sigue siéndolo 
ahora. Pero solo en parte. Con el correr del tiempo nos enfrenta-
mos cada vez más al problema de que el así llamado individuo 
autónomo ha perdido el sentido de o la perspectiva sobre la pro-
pia vida, y ello también se manifiesta en innumerables síntomas. 
Son síntomas del estadio tercero, es decir, una patología que surge 
en el estadio 3, y a partir de él. Es la conciencia del yo lo que gene-
ra este complejo de problemas. De ahí que las preguntas, síntomas 
y patologías que surgen con él no puedan solucionarse sin una 
perspectiva que trascienda el estadio 3.
49
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Como ocurre con todo modelo, el presente no puede confun-
dirse con el proceso, con la realidad misma. Está al servicio de la 
descripción y la aclaración, y simplifica por ello procesos infinita-
mente complejos. Cabría así la posibilidad de tomar, en lugar de 
siete, nueve, doce o X estadios, y cada uno de los siete estadios 
podría subdividirse a su vez en siete o X estadios. El número 7, con 
todo, no es arbitrario. Al margen de la iluminadora analogía con 
el sistema de chacras y las correspondientes funciones corporales, 
representa los estadios reales y las transiciones críticas que tam-
bién se muestran en el transcurso de la vida humana y en muchos 
otros campos. Para que el modelo conserve su carácter panorámi-
co, prescindo de mayores subdivisiones. Esto comporta que en 
algunos puntos las opiniones puedan dividirse respecto de si algo 
pertenece a esta o aquella etapa o de si las diferencias son tan gran-
des que se hace necesario añadir un nivel. Lo cual vale sobre todo 
para la segunda etapa, que llega al presente desde las culturas 
mitológicas de la Antigüedad y las culturas tribales. Soy consciente 
de que hay buenos argumentos para tratar a las culturas mitológi-
cas y a las monoteístas como dos etapas diferentes, al igual que en 
la infancia del hombre particular cabe distinguir diversas fases 
(lactante, niños de corta edad. etc.). Yo hablo aquí de diversos 
estadios de la segunda etapa. Son sin duda importantes y entrañan 
cambios enormes que también tocaré. Sin embargo, no es a mis 
ojos lo más importante, pues, pese a estas enormes diferencias, 
existen ciertos rasgos que afectan a la conciencia de toda la época y 
en virtud de los cuales la trato como un nivel. Con todo, está claro 
que, con arreglo a otros criterios, existen otras divisiones certeras. 
Esto es verdadero respecto de cualquier modelo. Los modelos 
reflejan siempre el punto de vista subyacente desde el que se con-
templa la realidad. Y como cualquier otro modelo, este debe faci-
litar la comprensión de las cosas y conformarse con servirnos de 
orientación en la realidad sin retratarla enteramente.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
50
Jerarquía: escalera o círculo – o: ¿por qué es una etapa 
más alta que la otra?
Hay otro aspecto que suscita de inmediato oposición, y es el 
de la jerarquización. A nosotros, personas modernas, ilustradas y 
orientadas hacia la igualdad de derechos, no nos gustan las jerar-
quías. El pensamiento jerárquico es un típico producto de la con-
ciencia determinada por el grupo: el dios todopoderoso, sus servi-
dores (los sacerdotes) y los creyentes; el rey o el príncipe con poder 
absoluto, su corte, sus servidores y los súbditos; el padre, su servi-
dora, la mujer (o madre), y sus hijos como subordinados; el gene-
ral, sus oficiales y los soldados. Estas y otras innumerables figuras 
del pensamiento, así como las relaciones reales que siguen este 
esquema jerárquico, determinan el nivel 2. Por contra, la concien-
cia moderna, esto es, el nivel 3, insiste en la igualdad de partida de 
todos y desconfía por ello de cualquier clase de jerarquía –quizás 
sabiendo (y pese a ello reprimiendo) que sin ellas nada es posible. 
La primera vez que presenté mi modelo en un curso de formación, 
la principal crítica que recibí procedía de la incomodidad que cau-
saba esta estructura jerárquica, y se me exhortó a probar si era 
posible presentarlo utilizando círculos o una espiral. Este senti-
miento es típicamente moderno, y procede del miedo a recaer en 
el modo de pensamiento del nivel 2. Con frecuencia,este miedo 
bloquea el avance del pensamiento y la apertura para caminar 
hacia un lugar allende de la conciencia moderna. Está relacionado 
con el hecho de que la conciencia tradicional no ha sido comple-
tamente superada, sino solo rechazada. Pero para superar la fase 
2 tenemos que asumirla. Si nos representamos mediante imágenes 
el proceso de la superación, vemos que consiste en tomar algo con 
las manos, esto es, en recibir algo, y conservarlo. Que es exacta-
mente lo contrario de rechazarlo. Y sin embargo solo la supera-
ción hace posible avanzar al siguiente periodo, mientras que 
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defenderse de lo que rechazamos nos encadena, y quedamos así 
aprisionados y trabados para progresar (o para el progreso).
En relación al tema de la jerarquía, esto significa que tenemos 
que tomar amorosamente entre las manos el pensamiento jerár-
quico del nivel 2 y recordarlo, esto es, conservarlo en nuestro inte-
rior, con gratitud, pese a que ahora estemos en situación de pene-
trar sus limitaciones y su lado destructivo. Podemos conseguir 
algo semejante comprendiendo que sin el pensamiento jerárquico 
y su traducción en la práctica nunca habríamos alcanzado el nivel 
3. En estadios tempranos de evolución, los grupos con una orga-
nización y jerarquía claras son siempre superiores a los que care-
cen de ella. Ilustremos esto mediante el ejemplo de un equipo de 
fútbol. Cuando los niños comienzan a jugar al fútbol todos corren 
detrás del balón. El equipo que tiene un entrenador (o líder) que 
pone orden y asigna a cada jugador una posición y una función 
gana a los restantes, amén de que el juego en conjunto mejora. 
Solo así se convierte un jugador particular en un verdadero futbo-
lista. Solo así se descubren paulatinamente y potencian las capaci-
dades de cada cual, así como las capacidades y posibilidades del 
grupo. (Mucho) más tarde puede que sea bueno que los jugadores 
particulares se desembaracen de una formación férrea e introduz-
can por su cuenta un orden provisional adaptándose a las particu-
lares circunstancias del juego. Pero para ello deben haber interio-
rizado antes el principio del orden en tanto que tal. En cambio, 
cuando actúan así para rebelarse contra el entrenador o la estruc-
tura jerárquica, debilitan tanto la efectividad del equipo como la 
suya propia –y con ello, la posibilidad de divertirse. Pueden darse, 
claro está, situaciones en las que la rebelión se haga necesaria, 
cuando por ejemplo la jerarquía imperante ya no se ajusta a la 
situación y pese a ello los líderes se aferran a ella y la defienden 
recurriendo quizás a la violencia. Pero una rebelión solo puede 
tener éxito si no combate la jerarquía en tanto que tal, sino una 
configuración anticuada de la misma.
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Igualmente, el pensamiento jerárquico ha contribuido al desa-
rrollo de la humanidad –aún cuando las jerarquías existentes tam-
bién se hayan convertido a menudo en un obstáculo y hayan debi-
do ser modificadas. Cuando no reconocemos esto, nuestra pasión 
antijerárquica hace que quedemos enredados precisamente en el 
pensamiento que combatimos. La consecuencia es que los patro-
nes de pensamiento jerárquico se imponen secretamente y se vuel-
ven así realmente destructivos. Esto es algo que cabe observar en 
la actitud de la conciencia moderna en contraste con la tradicional.
La actitud antijerárquica de la conciencia moderna es solo par-
cial, nunca se dirige contra sí misma. Pues, pese a las proclamas de 
igualdad, se siente completamente superior a la conciencia grupal. 
El debate moderno en torno a los derechos humanos, por ejemplo, 
se alimenta enteramente del sentimiento de superioridad de sus 
protagonistas, del hecho de que consideran su conciencia más 
desarrollada, éticamente superior o más elevada. El punto de vista 
según el cual todos los seres humanos son fundamentalmente 
iguales y deberían tener los mismos derechos, en comparación con 
el pensamiento y las prácticas que atribuyen a las mujeres, por 
ejemplo, un valor inferior, o les niegan los mismos derechos, es 
visto como superior o más elevado. Es decir: frente a etapas de 
desarrollo precedentes, la conciencia moderna no se siente en el 
mismo nivel, sino en uno indiscutiblemente superior. El postulado 
de la igualdad o equivalencia no vale pues para los niveles de con-
ciencia mismos, al menos no para la relación del propio estadio 
con el anterior. Desde la perspectiva de la tercera conciencia, estos 
fueron –o siguen siendo, pues imperan en regiones de la tierra 
menos desarrolladas– claramente inferiores. La conflictividad 
potencial que de esto se deriva para las diferencias culturales radi-
ca precisamente en que la tercera conciencia, la moderna, pese a 
proclamar la igualdad (de valor) y la no jerarquía, se conduce con 
respecto a las demás de un modo doblemente jerárquico: se consi-
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dera a sí misma no solo más amplia –que es lo que corresponde a 
la realidad– sino mejor, moralmente superior. Y esto precisamente 
es contra lo que luchan y de lo que se defienden las otras culturas, 
porque lo perciben como una humillación.
El modelo que presento aquí es jerárquico solo en el sentido de 
que el nivel superior abarca o comprende los anteriores y los 
amplía, situándolos en una nueva dimensión. Abarca más, pero no 
es mejor. El cuarto peldaño de una escalera no es mejor que el ter-
cero o el segundo, pero uno es sobre él más alto, el horizonte de su 
mirada es más amplio y accede a cosas que antes no alcanzaba. Los 
otros peldaños son necesarios para llegar hasta éste, pero también 
debemos dejarlo atrás, pues de lo contrario no podemos seguir 
subiendo. O tomemos otra imagen: un adolescente ha llegado más 
lejos en su evolución que un niño. Entiende y es capaz de hacer 
cosas que el niño ni entiende ni puede. Y por eso ve el mundo de un 
modo diferente. No por ello la visión del niño es menos correcta o 
buena, ni su conducta es menos inteligente o peor. La perspectiva y 
la conducta del niño son sencillamente infantiles, y esto es lo indi-
cado para un niño. Sería incluso inadecuado que un niño se com-
portara como un adolescente o un adulto. En los casos en los que 
ocurre esto, al niño le falta un fragmento de su infancia, lo que más 
adelante se hará notar en forma de patologías. Desde luego que 
también es impropio que un adulto comportarse como un niño. 
Esto es: cada fase tiene su propia lógica, una lógica adecuada a ella, 
y que no puede ser juzgada como mejor o peor desde otros niveles.
Esto no significa que todos los niveles sean iguales y que no 
exista progreso ni jerarquía. Los niveles superiores son, en efecto, 
superiores, porque comprenden más. Cuando tiene lugar un creci-
miento efectivo, todas las fases anteriores quedan superadas, com-
prendidas y trascendidas en él. Exactamente igual que en el trans-
curso de nuestra vida personal, desde la lactancia hasta la vida 
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adulta a través de la niñez y juventud, se cubren y superan etapas 
de maduración, y cada nivel es más amplio y abarcante –y, en este 
sentido, más elevado– que el anterior. Este ejemplo pone de mani-
fiesto algo más: uno puede comprender desde un estadio superior 
los inferiores, pero desde el inferior no pueden comprenderse los 
superiores. Un adulto sabe o puede saber lo que el niño siente y 
piensa. Quizás a algunos les resulte difícil, pero es posible, de lo 
contrario los adultos no podrían, por ejemplo, escribir buenos 
libros para niños. Si pueden hacerlo es porque han experimentado 
el mundo del niño y lo llevan consigo. Y tener esto por imposible 
es una señal de que uno no ha superado ni lleva consigo su infan-
cia, de que solo se ha cerrado a ella, y por eso ya no resulta acce-
sible su modo de pensar y sentir. Un niño, sin embargo, no puede 
sentir como un adulto, puede a lo sumo imitarlo

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