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LA VIDA NO TIENE MARCHA ATRÁS Wilfried Nelles Desclée De Brouwer Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar La vida no tiene marcha atrás Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar Wilfr ied Nelles La vida no tiene marcha atrás Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar Desclée De Brouwer Título de la edición original en alemán: Das leben hat keinen rückwärtsgang. Die Evolution des Bewusstseins, spirituelles Wachstum und das Familienstellen © 2009 Innenwelt Verlag GmbH, Köln, Alemania. La presente obra ha sido editada por acuerdo con Wilfried Nelles. Traducción de Alicia Valero © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011 C/ Henao, 6 – 48009 BILBAO www.edesclee.com info@edesclee.com Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transfor- mación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re pro gráficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Impreso en España – Printed in Spain ISBN: 978-84-330-2521-0 Depósito Legal: BI-2714-2011 Impresión: RGM, S.A. – Urduliz www.edesclee.com mailto:info@edesclee.com www.cedro.org Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 PARTE I LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA HUMANA Cómo se des-arrolla la conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Viejos y nuevos dioses . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual? . . . . . . . . . . 28 Primer acercamiento: Las etapas de desarrollo de la conciencia 35 El modelo: las siete etapas de la conciencia en panorámica . . 41 Jerarquía: ¿escalera o círculo? –o: ¿por qué es una etapa más alta que la otra? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 Las etapas de la vida y la conciencia y su correspondencia con las etapas de la vida humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Etapa 1: La conciencia de unidad. La maduración en el seno materno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Etapa 2: La conciencia de grupo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Índice Etapa 3: La conciencia del yo. La juventud . . . . . . . . . . . . . . . 94 Etapa 4: La conciencia de estar unido. El adulto joven . . . . . . 115 Etapa 5: La conciencia de tener una misión. El adulto maduro 146 Etapa 6: La conciencia de totalidad. La vejez . . . . . . . . . . . . . 163 Etapa 7: La conciencia total. La muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . 171 PARTE II LA CONSTELACIÓN FAMILIAR COMO TERAPIA ESPIRITUAL Conciencia y terapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175 Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178 Terapia sistémica. La anulación de la vida . . . . . . . . . . . . . . . 184 El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186 El método de las constelaciones: salto a lo desconocido . . 189 Las constelaciones como espejo del alma. . . . . . . . . . . . . . . . 189 El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el presente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195 Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia. . . . . . . . . . . . . . 197 Constelación y meditación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200 Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido en el no saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202 Un nuevo paradigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204 El trabajo de constelaciones espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210 Contenidos y conocimientos de las constelaciones familiares 219 Tres historias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220 La matriz familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223 “El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras . . . . . . 227 L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 8 9 Í N D I C E La vía de solución de las constelaciones familiares . . . . . . . . 231 La “Trinidad” de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231 “Sí” al no: el punto ciego de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236 Ejemplo 1: Maltrato sexual (incesto padre-hija) . . . . . . . . 243 Ejemplo 2: El padre pega a la madre, el hijo pega al padre 247 El no de la juventud. Tres episodios personales . . . . . . . . 249 Una nueva “Trinidad”: Sí – No – Gracias . . . . . . . . . . . . . . . . 253 Leyes fundamentales de las relaciones humanas y su transformación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257 Del vínculo a la solidaridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260 Del derecho a la pertenencia a la totalidad . . . . . . . . . . . . . . 263 Compensación e intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267 La jerarquía y los movimientos de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . 270 Ver lo que es o aprender de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273 Wilfried Nelles sobre sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279 Tengo 60 años, y en mi existencia adulta he vivido, me parece, al menos tres vidas distintas. La del intelectual, estudiante, asisten- te, joven investigador y docente en la universidad fue la primera. Duró hasta que cumplí 33 años. Comenzó entonces la segunda: la vida del buscador espiritual como discípulo del maestro indio Osho. Tenía 38 años cuando tocó a su fin. De repente me di cuen- ta de que había dejado de ser un discípulo y un buscador, y de que quería volver a ser una persona normal y corriente. Ocurrió des- pués de que comenzara a trabajar con constelaciones familiares y de que esta labor se convirtiera en mi profesión. El buscador miró con desprecio durante largo tiempo al inte- lectual; se consideraba mejor que él. El intelectual –o lo que él representaba, lo que había aportado a mi vida– se lo tomó a mal y le negó su ayuda, lo cual se reflejaba, concretamente, en que todo lo que tenía que decir o escribir, o comunicar por cualquier otro medio, apenas le interesaba a nadie. Al menos, no valía a ojos de nadie el dinero suficiente para que pudiera vivir de ello. Durante algunos años no pude escribir nada. Y mi título de doctor parecía carecer por completo de valor. Esto, naturalmente, habría podido serle indiferente al busca- dor; a fin de cuentas, a él le importaban cosas “más elevadas”. Prólogo 11 L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 12 Pero no daba igual, pues de algo tenía que vivir. Y aunque de alguna manera lo lograba, no se desembarazaba de la sensación de que algo no era como debía ser –no porque quisiera que las cosas fueran distintas a cualquier precio, sino porque, de hecho, no parecía correcto. Pese a ello, el buscador se esforzaba por lle- gar a lo más alto: la iluminación. Experimentó ocasionalmente momentos de infinito amor por todo y todos, sintió cómo la vida latía en una brizna de hierba y en una flor, vio, literalmente, correr la savia en su interior, admiró el brillo y la luz interior de una gota de lluvia y reposó en un silencio perfecto, fuera del tiem- po y sin propósito alguno. No eran experiencias inducidas por drogas ni algo que provocara él mismo, le sobrevenían sin más, a menudodurante o tras la meditación. Era consciente de que se ocultaba tras ellas mucho más de lo que habría podido imaginar- se en su primera vida, en su vida de intelectual. Pero aquellas vivencias se le escapaban siempre por entre los dedos; los momen- tos de iluminación no eran más que momentos, y en lugar de incrementarse se tornaban cada vez más infrecuentes, o al menos eso parecía. Al descubrir la constelación familiar supe de inmediato que encontraría en ella algo que me faltaba, y también supe de inme- diato que trabajaría en ello. El buscador no tardó mucho en echar- se a dormir. Había encontrado lo que necesitaba: mis raíces. Y comencé a ocuparme no solo provisionalmente de la vida corrien- te, sino también a apreciarla. Me confesé mis deseos, cosas tan indignas como, por ejemplo, un coche realmente estupendo, y me permití a mí mismo reconocer las competencias que había detrás de mi título de doctor; dejé de esconderlo, y lo enseñé con respeto por el intelectual. Este me recompensó de inmediato: no solo cose- ché el reconocimiento largo tiempo anhelado por mi trabajo y compensación económica, también sentí que me hacía avanzar. 13 P R Ó L O G O ¿Y la iluminación? La he olvidado. Si lo desea, me encontrará, y si ha de ser, estaré preparado para ella. Mientras tanto me ocupo de lo que tengo delante. Hace diez años que ya no medito, y me siento más unido al ahora de lo que lo estaba entonces. Con esto no hablo en contra de la meditación, pues me ha ayudado, con toda seguridad, a alcanzar una cierta serenidad. Pero ya no busco llegar a ninguna parte, sino que dejo que las cosas sean lo que son, y me dejo a mí mismo ser lo que soy. Se dice que la iluminación está en la inmediación de uno mismo, que no se halla lejos de uno, sino muy cerca. Si es así, quizás la encuentre sin ir a buscarla. Aca- bo de leer unas líneas de Eckhard Tolle, palabras hermosas, verda- deras. Tolle está enteramente “in”, pero ya no me interesa real- mente. Surge en mí una voz que dice: todo esto es verdad, y todo esto ya lo sé. Pero lo importante no es llegar a ninguna parte ni alcanzar una conciencia mejor, sino vivir con y en lo que ahora mismo estoy. Si eso en lo que estoy es mi ego, que lo sea, y quizás deba ser así. Y si es otra cosa, también está bien. Y con esto llego al presente libro. Lo he escrito porque él acudió a mí y me sentí instado a escribirlo. Las etapas de la con- ciencia que aquí se describen constituyen una evolución o pro- greso hasta la iluminación. Me parece que esta es la meta final de la evolución, la cual es para mí una evolución de la conciencia en la que esta, paso a paso, se experimenta y conoce a sí misma. Pero lo importante no es cuál sea el modo más rápido y efectivo de alcanzar esta meta. Tampoco se trata de una meta que uno pueda trazarse; es un fin inmanente, una meta inmanente, un telos. En mi caso, me percibo relajado cuando estoy en armonía con el movimiento tal y como ahora mismo es. En este sentido, describo los pasos de la conciencia como algo que siempre llega a su tiempo, al igual que hoy mi corazón abraza al intelectual que en su momento fui y lo doy por bueno para aquella etapa de mi vida. Sin él jamás habría podido escribir este libro; tampoco L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 14 habría podido escribirlo de no haberlo superado. Y esto vale igualmente para el buscador, pese a que ahora ya no busco –o quizás de un modo diferente. Sin él no habría dejado de cruzar- me con la verdad sin reconocerla. No es que ya la haya encontra- do, que la posea, pero gracias a él he agudizado mis sentidos para percibirla. Si no hubiera dejado de buscarla (la verdad, la iluminación o como se lo quiera llamar) seguiría demasiado ocu- pado para descubrirla en las cosas del día a día. Pero este libro no trata solamente de la búsqueda espiritual en el plano personal. Ella solo es el reflejo de un movimiento que impulsa a la conciencia en su conjunto. Propiamente, solo hay conciencia como un todo, su parcelación en conciencia personal, social y colectiva (y en otros planos), aunque pueda resultar de ayuda, es al final meramente artificial. No solo nos movemos siempre con nuestra conciencia personal en un campo de concien- cia suprapersonal, sino que nuestra conciencia no es en el fondo nada más que una expresión –muy parcial, desde luego– de la con- ciencia a secas. Y los movimientos de nuestra conciencia solo se comprenden en el contexto de ese movimiento global. Pero lo que aquí presento no es un libro teórico; a mí solo me interesa la conciencia en un sentido práctico. Pues es nuestra con- ciencia la que decide cómo nos sentimos, cómo vemos nuestra vida y si somos felices o infelices. Y a este respecto me parece que sufrimos tanto más cuanto mayor es la brecha que se abre entre nuestro ser y nuestra conciencia. Es aquí donde entra en juego la terapia como un medio de unir ser y conciencia. Pues desde mi punto de vista, aprobar lo que fue, ponerse de acuerdo con lo que es y dejar que venga al ser lo que quiere venir constituyen los pro- cesos de los que tratan las terapias. Un buen terapeuta es alguien que está en situación de ayudar a su cliente a alcanzar esta armo- nía, y para ello, el mapa de la conciencia que aquí bosquejo puede resultar revelador, o así lo espero. La ayuda del terapeuta no con- 15 P R Ó L O G O siste en decir lo que es correcto, sino quizás en robustecer el senti- do interior para lo que ahora mismo es necesario y adecuado, y en promover la estimación por cada uno de los planos descritos. Para ello el trabajo de constelaciones me parece especialmente indicado, toda vez que va acompañado de una toma de conciencia de la evolución de la conciencia. En las constelaciones se muestra la realidad de un modo hasta ahora desconocido, ellas nos ponen directamente en contacto con nosotros mismos y con las personas y acontecimientos que mayor influencia han ejercido en nuestra vida, y nos muestran la verdad de nuestra alma. Sobre todo nos ayudan a dignificar aquello de lo que procedemos y a ganar una perspectiva sobre la dirección en la que caminamos. Y como las constelaciones pueden ser inmediatamente vividas con el cuerpo, el alma y el espíritu, favorecen los procesos de los que antes he hablado de un modo experiencial y holístico. Con todo, el trabajo de constelaciones no ha tenido hasta ahora una clara idea de qué lugar le corresponde (a él o a cualquiera de sus variantes) en el proceso de desarrollo espiritual. Mi libro también desea contri- buir al esclarecimiento de este punto. Wilfried Nelles Marmagen, mayo de 2009 Agradecimientos 17 Quisiera dar aquí las gracias, en primer lugar, a todos mis pro- fesores, buenos como pocos, amables como pocos. Me he apoyado en todos ellos, y cada uno a su manera me ha ayudado. Gracias. Dos personas han sido especialmente importantes para mí, personas que no se consideran a sí mismas maestros, pero de los que quizás por ello es de quienes más he aprendido. Osho, del que me he considerado discípulo espiritual durante quince años, y Bert Hellinger, que durante diez años ha sido una fuente viva de inspi- ración y un amigo y compañero de camino. Me he separado de ambos, pues debía seguir mi propio camino, pero me une a ellos la gratitud y el amor. Deseo mencionar también a un antiguo amigo, Deva Basir (Roland Werner), con el que veinte años atrás discutí largo y ten- dido sobre lo que ahora es mi modelo de crecimiento, y del que he aprendido mucho. Heinrich Bauer y Joachim Vogel leyeron la primera versión del manuscrito, me advirtieron de algunos errores e hicieron valiosas observaciones, y la calurosa colaboración con Heinrich Breuer en diversos congresos y en nuestro instituto Eurasys me ha alentado y fortalecido de múltiples maneras. L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 18 Mi editora, Jivana Werner, compañera y amiga desde hace más de veinte años (¡Dios mío, me acabo de dar cuenta de lo mayorque soy!) ha creído firmemente en este libro y me ha dado el tiem- po que necesitaba, prestándome con ello un gran apoyo. Gracias, Jivana. Y last but not least deseo mencionar a mi mujer, pues una vez más ha estado a mi lado durante los altibajos del embarazo litera- rio, ha hecho de “interlocutor sparring”, me ha escuchado pacien- temente y me ha hecho ver cosas importantes con sus comenta- rios. También a ti, Birgid, te doy las gracias de todo corazón. I Las evolución de la conciencia humana Viejos y nuevos dioses El mundo gira cada vez más rápido y algunos sienten vértigo. Dinero, dinero, dinero; parece ser lo único que todavía cuenta. Ya se trate de las retribuciones de los ejecutivos, de los traspasos y suel- dos de los futbolistas o del rédito de las acciones u otras inversio- nes, todo parece ir de lo mismo: de que cada vez sea más y más. No hay día que no salga a la luz alguno de los negocios sucios o estafas que llevan a cabo los ricos. Hace unos años, en la feria del libro de Francfort, vi a Marcel Reich-Ranicki en carteles publicitarios de la gran enciclopedia Brockhaus junto a la frase: “Quien sabe mucho, quiere saber más”. Es un lema muy apropiado –trascendiendo el asunto concreto del saber– para caracterizar nuestra época: quien tiene mucho, quiere tener más. Es posible que el libro Tener o ser de Erich Fromm adorne nuestras estanterías, y que haya quien recurra a él para el sermón de los domingos, pero en la práctica hace ya tiempo que el asunto ha quedado resuelto: lo que está a la orden del día es el tener. Ya nadie presta oídos a las advertencias y condenas de la decencia. Quien hoy señala a los demás y denuncia la “codi- cia” de los especuladores financieros, bien puede verse mañana a sí mismo en la picota. Cuando el bote de la loto alcanza cifras millo- narias se duplica el número de apostantes. Cualquiera de nosotros es tan codicioso como lo son en Wall Street. Cómo se des-arrolla la conciencia 21 L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 22 Tenemos que transmitir valores –reza la popular divisa. Hay que recuperar las viejas virtudes, los niños deben ser educados en valores. La historia de la candidata americana a la vicepresidencia, Sarah Palin, muestra ejemplarmente en qué desemboca semejante divisa. Mientras ella orquestaba una campaña en favor de la recu- peración de los valores conservadores en general, y de abstenerse de mantener relaciones prematrimoniales en particular, una hija suya menor de edad mantenía relaciones sexuales con un joven cuya madre había sido detenida por delitos relacionados con las drogas. No fue culpa de Palin, pero un caso así debe dar que pen- sar a todo el que crea en la posibilidad de que el tiempo camine hacia atrás. Si suponemos que Sarah Palin procuró educar a su hija con arreglo a su programa político, su ejemplo muestra que su implantación era inviable incluso en el seno de su familia. La mis- ma señora Palin dio claras muestras de su virtud y sentido de la moral utilizando dinero donado a su partido para comprarse ropa de los más caros diseñadores, y su cargo para poner en marcha una venganza personal. Ante esta clase de cosas, uno puede horrorizar- se o disfrutar del mal ajeno, eso depende de la visión del mundo de cada cual, pero ambas actitudes ocultan un único hecho funda- mental: las viejas normas ya no tienen valor, los así llamados valo- res han dejado de servirnos de guía, y sobre todo: no hay vuelta atrás. Porque esta no es solo la historia de un ama de casa ameri- cana que quiso llegar a la cima del poder mundial, sino que, a grandes rasgos, y al igual que la carrera por el bote de la Lotería Primitiva, se trata de nuestra historia, la de todos nosotros. Los “viejos valores” han caducado. Se enraízan en una con- ciencia de la que hoy en día solo quedan restos. Vivimos de esos restos, a la par que los destruimos. Pero quizás “destruir” no sea la palabra adecuada. Se erosionan, desaparecen por sí mismos, mueren, sencillamente. Es el curso normal de las cosas, la marcha del mundo. Una marcha que no tiene marcha atrás, que ni siquie- 23 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A ra puede detenerse. Hace algunos años, poco después de la entra- da en el nuevo siglo, observaba yo en Budapest, desde la colina del castillo, la otra orilla del Danubio con sus viejos edificios del siglo XIX y XX. Algunos estaban siendo rehabilitados, otros exhibían ya su antiguo esplendor. Era como una ciudad que volviera a la vida tras yacer en coma. Y de repente tuve una inspiración: los comunistas habían intentado detener el mundo. Se habían opues- to al curso de las cosas y pretendido someter el mundo a sus desig- nios. Quisieron imponer sus “valores”. Y en aquel espectáculo casi se hacía visible cómo ese mundo había estado a punto de morir asfixiado. También en nuestra vida personal morimos antes de morir si tratamos de imponerle a la vida nuestros planes. La vida tiene su propio movimiento, y quiere que caminemos hacia delante. Algu- nas personas añoran su infancia, pero jamás volverá. Muchos opi- nan que se les privó de algo y que aún tienen que recibirlo, de sus padres, por ejemplo. Se quejan de haber disfrutado de poca aten- ción, amor, cuidado, protección, seguridad. Pero es imposible, nuestra existencia no prevé correcciones a posteriori. Lo único que puede ayudarnos de verdad es el conocimiento de que todo está bien como está, de que tenemos todo lo que necesitamos. Otros buscan lo que les falta en otras personas, sobre todo en sus parejas. Pero sus parejas no están dispuestas a cubrir el déficit de papá y mamá. Incluso si lo intentan, antes o después abandonan extenuados. No solo no podemos volver atrás, sino que el presen- te se nos escapa por entre los dedos cuando queremos sujetarlo. La vida avanza imparablemente, desde la cuna hasta la tumba. Solo nuestra conciencia pierde el paso del movimiento de la vida, queremos detenerlo, invertir su dirección, quizás a veces también dar saltos hacia delante. Todo esto es inútil y desemboca en una enfermedad moderna: el estrés. Durante mi infancia no existía esta palabra, al menos en el país del que procedo. El estrés no es L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 24 otra cosa que el sufrimiento producido por una discrepancia entre lo que yo quiero, siento o creo tener que hacer (o ser) y lo que de hecho es. Con otras palabras: discrepancia entre el ser y la con- ciencia. La única terapia eficaz contra el estrés consiste por ello en conciliar la conciencia con el ser. Esto, sin embargo, no es sencillo, pues la conciencia moderna se caracteriza precisamente por enfrentarse al ser. Es toda ella una única rebelión contra el ser, contra la índole de las cosas. Después de que la humanidad se dedicara durante una pequeña eternidad, a grandes rasgos, a intentar someterse al ser, o a influir al menos sobre la totalidad mediante sacrificios, oraciones y magia, el hombre moderno emplea todas sus energías en dominar el ser, intenta someterlo. La aceptación del las cosas y relaciones, incluso la entrega a lo que es, pasa por ser mero fatalismo. A la par, uno se resigna fatalistamente a la llamada lucha por la vida, para la que –dicen– no hay alternativa. La mayoría de nosotros ve en la época actual el término de un largo proceso de desarrollo tras el que no puede aparecer algo nuevo, algo cualitativamente diferente, y no como una etapa en el seno de un proceso. El pen- samiento histórico mira hacia el pasado; hacia delante, hacia el futuro, parece no haber posibilidad de desarrollo. Esta es la más profunda a la par que más oculta forma de la teoría del final de los tiempos, y se halla en el núcleo de la sociedad moderna. La fe de nuestra época ilustrada es que nosotros, los hombres de hoy, somos el término de la evolución de la humanidad, que la con- ciencia humana, el espíritu humano, ha alcanzado su forma más elevada, la cual, si bien puede ser infinitamenteagudizada y mejo- rada, no puede trasformarse en una forma superior y, correlativa- mente, que no es posible que su dinámica inherente, la que nos ha conducido hasta aquí, avance hacia estadios superiores. Que la ciencia es una cima tras la cual no hay camino hacia abajo, sino la caída en un negro abismo, que el pensamiento ilustrado, la así 25 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A llamada razón, es el grado más alto que puede alcanzar la evolu- ción del hombre, que de un salto hemos alcanzado “el fin de la historia” –según reza el título de uno de los más célebres libros de un reputado científico1. Aunque en la modernidad se hable ince- santemente de progreso y uno invierta en él la vida entera, no se trata de un progreso hacia algo superior, sino de un perfecciona- miento infinito (y carente de alternativa) de lo que ya se da. El progreso se entiende en un sentido eminentemente técnico, como un incremento continuo del dominio sobre la naturaleza. Se pien- sa que la conciencia misma hace ya mucho que ha alcanzado su cima, aunque el hombre siga comportándose como un bárbaro. Y esta cima no es en realidad sino una llanura infinita sobre la que seguir avanzando, sin que quepa imaginarse algo verdaderamente superior, es decir, una conciencia más elevada (o más profunda) en un plano cualitativamente diferente. La idea del fin de los tiempos en su máxima expresión. Contra esto, yo sostengo la tesis de que nos hallamos en la mitad del desarrollo de la conciencia. Quizás sea este punto medio un lugar especialmente crítico (como lo es la “crisis de la mediana edad” en la mitad de la vida individual), porque con la realización de la razón y la individualidad ha culminado de hecho la totalidad del proceso anterior, y el desarrollo, hasta cierto punto, ha dado la vuelta: en dirección hacia una nueva forma de totalidad. La idea de que la conciencia humana ha alcanzado en nosotros, salvo en lo tocante al perfeccionamiento de medios técnicos, su punto más elevando, me parece no solo bastante osada, sino expresión de un pensamiento que ignora la historia, egocéntrico, y no precisamen- te lógico. Desde luego que la Ilustración no puede, recurriendo a sus propios medios, esto es, con ayuda de la razón, trascenderse a sí misma –al igual que la religión no pudo ilustrarse con ayuda de la fe, sino que fueron necesarios el escepticismo y la razón para 1. Francis Fukuyama, 1992. L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 26 desenmascarar las limitaciones de la fe. Pero, ¿por qué negar que haya un más allá de la razón, una conciencia transracional que se separa cualitativamente de la conciencia racional y la supera?2 Para responder a esta pregunta debemos dirigirnos a la con- ciencia misma. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que lo que nos empuja hacia delante no es solamente la naturaleza, tampoco nuestra vida exterior, sino también la conciencia, esto es, la vida interior. Y no solo la conciencia de cada individuo, sino la de la humanidad en su conjunto. Puede comprobarse la verdad de esto en el primer tercio de nuestra vida personal: un niño tiene una conciencia diferente a la de un lactante, la del adolescente es dis- tinta de la del niño, y la del adulto de la del adolescente. En la mayoría de los casos, el proceso se detiene aquí, la conciencia no sigue creciendo. Al menos no en sentido cualitativo. Y la diferen- cia entre una conciencia infantil y una adulta es precisamente cua- litativa. El adulto no solamente sabe más, sino que ve el mundo de un modo fundamentalmente distinto, vive casi en otro mundo que el niño (si es que la conciencia no se ha detenido en el estadio infantil, lo que ocurre no pocas veces). Lo mismo ocurre con la conciencia en su totalidad, esto es, la conciencia de la humanidad. También esta se desarrolla y crece, con lo que en cada una de las etapas de la conciencia el mundo se experimenta y vive de modo completamente diferente. Cada nivel tiene su propia visión del mundo, sus propias verdades, sus prioridades, sus pasos de apren- dizaje y problemas. Que la mayoría de los hombres de hoy en día pensemos que no tenemos tiempo, por ejemplo, es para el hombre 2. Encuentro ahora mismo un pequeño indicio de lo extraña que le resulta esta idea al pensamiento moderno (a pesar de que un gran pensador como Ken Wilber lleva más de un cuarto de siglo publicando un libro al año sobre ella) en el programa (excelente, por lo demás) de corrección ortográfica de mi ordenador, el cual subraya en rojo la palabra “transnacional”, indicando que está mal escrita o que le es desconocida. 27 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A de la conciencia premoderna completamente incomprensible. Si algo había entonces (y sigue habiendo ahora) en abundancia es tiempo. Pero a diferencia de hoy en día, la naturaleza y el hambre constituían una amenaza constante. Y los dioses y los espíritus eran reales. Asistí una vez al seminario de un chamán del Amazo- nas, era una ceremonia de ayahuasca. La ayahuasca es una droga fuertemente alucinógena –según nuestros criterios–, los indios la tienen por una planta sagrada y la utilizan, bajo la tutela de un iniciado, en ceremonias de curación y para comunicarse con los dioses. El chamán jamás habló de una planta, menos aún de una droga y sus efectos, sino del espíritu Ayahuasca, con el que se entraba en contacto tras tomar la pócima. Y el espíritu era a la vez un dios. Un participante le preguntó si hablaba metafórica o lite- ralmente de un espíritu. El chamán, un hombre joven, que habla- ba inglés bastante bien y tenía un modo de conducirse bastante moderno, lo miró sin comprender. No entiendo la pregunta, dijo. Que si creía que el espíritu Ayahuasca existía de verdad, le explicó el participante. Sí, desde luego que existe, respondió el indio, no tiene nada que ver con creer, es así, sencillamente. En la selva lo sabe todo el mundo. Hoy tenemos otros espíritus, espíritus que son reales para nosotros. Se llaman DAX, Dow-Jones y Nikkei, y ahora, en los tiempos modernos, Walhalla se llama Wall Street. Como los anti- guos dioses, gobiernan nuestra vida a su antojo. Incluso cuando no creamos en ellos y no les sacrifiquemos nada, se inmiscuyen en nuestras vidas enviándonos terremotos bursátiles y semejantes catástrofes naturales, las cuales, indirectamente, también afectan a los que no viven allí. Puede que no afecte a los bosquimanos de la selva africana o a los orang asli de Borneo, pues para estos son más importantes sus antiguos dioses. Cada época, cada concien- cia, produce sus propios objetos y crea sus propios problemas. En algún momento se hacen tan profundos o llegan tan lejos que L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 28 ya no son solucionables en el seno de la conciencia existente. No solo se hacen necesarios nuevos instrumentos (que puede que basten para la regulación de los mercados financieros), sino una nueva conciencia, una percepción cualitativamente diferente, más amplia, elevada, profunda del mundo y de nuestra propia existencia. Pues los problemas más profundos de la sociedad moderna no se llaman DAX y Dow, tampoco cáncer y sida, ni siquiera guerra y hambre. Incluso aunque todo esto se desvane- ciera como por arte de magia, seguiríamos al borde del abismo, quizás incluso más que ahora. Quizás tengamos que resolver gran parte de estos problemas antes de estar en situación de ver el carácter abismático de la conciencia moderna3. Tanto tiempo como los problemas mencionados sigan ahí, seguiremos al menos ocupados, y percibiremos el vacío interior solo ocasionalmente. Si de repente desaparecieran, es muy posible que se diera una ola de suicidios que haría olvidar a todas las otras víctimas, las del hambre y las enfermedades –a no ser que alcanzáramos otro esta- dio de conciencia, en el que pudiéramos sentirnos de nuevo inte- riormente satisfechos. Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual?El crecimiento reside en lo más íntimo de nuestra naturaleza. No hay nada en este mundo que no crezca. Todo crece, y crece por sí mismo. O para decirlo con las palabras de Osho: sitting silently, doing nothing – the grass grows on it´s own (sentado en silencio, sin hacer nada – la hierba crece por sí misma). 3. No distingo aquí entre conciencia moderna y postmoderna. La así llamada postmodernidad no representa a mis ojos una nueva conciencia, sino solo una modernidad extraviada, una expresión de que ha perdido el alma, una negación, a la par que una desesperada búsqueda de alma y sentido. 29 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A Todo crece –recuerda a una célebre sentencia del por lo demás no tan célebre sabio de la Antigüedad: el griego Heráclito. Su phanta rhei– todo fluye, expresa en dos sencillas palabras el acon- tecimiento total del mundo. Cuando uno se sumerge en esta pro- posición queda sumido en una profunda meditación. Las cosas de nuestro alrededor, aparentemente estáticas, se tornan movedizas, al igual que todo lo que nuestro espíritu toma por hechos. Nada permanece, nada dura, todo está en movimiento, todo cambia incesantemente. El antiguo vidente ya lo sabía, dos mil quinientos años antes de que existieran la teoría cuántica y los aceleradores de partículas: las montañas crecen o se encogen, e incluso en un pedazo de hierro las partículas se precipitan de un lado a otro y lo modifican, pese a ser invisible a nuestra percepción, en todo momento. También nuestro yo fluye, eso que creemos ser; todo, todo fluye. En otro pasaje, Heráclito lo ilustra de otra manera: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y ello no solo porque la segunda vez “el mismo” río sea distinto, sino porque el que se mete en el río también es para entonces otro. Puede que no se per- cate de ello, pero el que él mismo fue la primera vez también ha sido hace tiempo arrastrado por la corriente. Cuando uno se embarca de verdad en esta meditación, en estas palabras y en la imagen que dibujan, la propia vida y el estable mundo de cada uno se nos escapan rápidamente por entre los dedos. Y frases como esta: “Ya no controlo mi propia vida” o “Deseo volver a tener el control sobre ella” –que a menudo oigo en mis cursos– pronto deberían parecerle a uno absurdas. Desde hace más de veinte años me ocupo como terapeuta de los problemas humanos. Los que asisten a mis cursos proceden de todos los estratos sociales, son de muy diversas edades, y a día de hoy proceden de casi todos los continentes; sus problemas e histo- rias personales abarcan casi cualquier aspecto de la vida humana, desde disputas con el cónyuge, pasando por la pérdida del puesto L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 30 de trabajo, hasta abusos sexuales, desde la repentina muerte de un hijo, enfermedades mortales, asesinatos en la familia hasta el exter- minio de casi la totalidad de la familia en el Holocausto o en la Revolución Cultural China. Algunos –y no los menos– vienen tam- bién sencillamente porque quieren hacer algo por su “crecimiento interior” o, en términos más profanos, conocerse mejor a sí mis- mos. Pero se trate del motivo de que se trate, es siempre un proble- ma de la conciencia, nunca del ser en sí. El ser en sí es sencillo, y quien se sitúa frente a él, también lo es. Es siempre la conciencia que se coloca entre el ser y la persona la que engendra el problema; por ejemplo: causando en nosotros el sentimiento de que el ser es malo y de que, por lo tanto, no debería ser y ha de ser rechazado, cambiado, superado. Es ahí donde surge el problema. Que el pro- blema se origina en la conciencia y solamente existe en ella vale tanto para la pobreza y la riqueza como para la salud y la enferme- dad, incluso para la vida y la muerte. Con dinero la vida es mucho más agradable que sin él, y estar sano es mucho mejor que estar enfermo, pero hay una gran diferencia entre lidiar relajadamente con ello y estar obsesionado con el dinero, la salud y cosas simila- res. Los hechos, las circunstancias de la vida, son una cosa, cómo yo me relaciono con ellos es otra distinta; mejorar nuestra vida en orden a satisfacer nuestras necesidades y deseos naturales es una cosa, hacer de ello la medida de nuestra felicidad o de nuestra acti- tud ante la vida es algo bien distinto. Hay personas que perciben hasta el más pequeño malestar como una catástrofe o un gran peli- gro, mientras que otras que padecen enfermedades graves llevan una vida feliz. La idea, hoy en día ampliamente extendida, de que la salud es lo más importante, seguramente asombraría a personas de otras culturas o épocas. Es bueno estar sano, qué duda cabe, pero, ¿lo más importante? Quizás para un pueblo nómada lo más importante sea que el ganado esté sano y tenga suficiente de comer y de beber, o que críe bien. Que uno ponga la salud propia por 31 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A encima de la del ganado es algo que probablemente no puedan ni imaginarse los miembros de semejante tribu. Porque el bienestar y la supervivencia del clan o de toda la tribu depende del ganado. En comparación con eso, ¿qué importa la salud de la persona? Ni siquiera la propia vida es tan importante. Si yo muero, mis hijos sobreviven. Si el ganado muere, se acabó todo. Para otros todo depende de tener el favor de los dioses o de vivir, sano o enfermo, con arreglo a la voluntad de Dios. Se podría decir, pues, que el problema es nuestra conciencia misma, más exactamente: los contenidos de nuestra conciencia, nuestro modo de contemplar la realidad. Y en esto insisten macha- conamente desde hace algunos miles de años los grandes sabios, los iluminados y sus discípulos: deshazte de todas las formas y contenidos de tu conciencia por el expediente de ser, sencillamen- te, consciente. La conciencia en la que estos instruyen es una con- ciencia sin contenidos, perfectamente vacía. Ser puro, despierto, un encuentro con la realidad que no quede filtrado ni enturbiado por pensamiento ni por sombra alguna de recuerdo de experien- cias pasadas. El ser consciente –entendido desde el punto de vista de los contenidos– queda aquí sustituido por la conciencia pura. Al final de su primera gran obra, Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk expresó esto por medio de una poderosa imagen: “Se trata de experiencias para las que no encuentro otra palabra que vida lograda. En los mejores momentos, cuando de puro éxito nuestro más enérgico actuar queda absorbido en el dejar hacer y el ritmo de lo vivo nos sostiene y nos lleva, nuestro estado de áni- mo puede presentársenos de repente como una eufórica claridad o una seriedad que reposa maravillosamente en sí misma. Despierta en nosotros el presente. El momento ocupa fresco y claro cada espacio; estás unido a su claridad, a su frescura, a su alegría. Las malas experiencias del pasado se retiran ante el dato de lo nuevo. Ninguna historia te hace viejo. Los dolores amorosos del pasado L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 32 no nos obligan a nada. A la luz de esta presencia de espíritu queda rota la fascinación de la repetición. Cada segundo consciente anu- la la desesperación y se convierte en el principio de otra historia”.4 Debemos pues dirigirnos a la conciencia si de verdad quere- mos solucionar nuestros problemas. Y esto exactamente es lo que hacen la mayor parte de las “terapias espirituales” o “comunida- des espirituales”: trabajan en el crecimiento espiritual con miras a alcanzar estadios de conciencia más elevados, en los que se desen- mascaran los propios contenidos de conciencia y uno se separa o, sencillamente, se deshace de ellos. Ahora bien: la idea de que la conciencia debería ser mejor –o más clara, más despierta, elevada o amplia– es una representación que introduce una tensión entre lo que es y lo que debería ser. Si hacemos del crecimiento de la conciencia o de la nada per- fecta una meta a alcanzar,nos creamos de nuevo un problema. Bien mirado, dos: el primero es la distancia que se abre en relación con el propio ser, que se experimentará como insuficiente y exigirá que trabajemos ininterrumpidamente sobre nosotros mismos. De ahí que para perseverar en este camino se necesite la ayuda de un grupo de correligionarios y, a ser posible, de un gurú, que nos con- firme que avanzamos por el buen camino, que hacemos progresos –siempre insuficientes, por supuesto– y que si seguimos trabajan- do sobre nosotros mismos, al final seremos recompensados. Aquí se impone el paralelismo con la doctrina cristiana de la redención. La diferencia consiste en que la salvación cristiana nos espera tras la muerte –caso de haber llevado una vida virtuosa– mientras que la redención de los nuevos tiempos, la iluminación o la liberación, puede ser alcanzada en esta vida –siempre y cuando trabajemos duramente sobre nosotros mismos. Es común a ambos el aspirar a la redención de esta vida (de este valle de lágrimas), en lugar de 4. Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Fráncfort, 1983, p. 953. 33 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A precipitarse hacia la vida. Por otra parte, avanzar hacia niveles de conciencia superiores mediante los correspondientes ejercicios sin que haya a la base un efectivo crecimiento personal puede desem- bocar en graves problemas psíquicos. Porque el verdadero creci- miento no puede ser producido. Sucede por sí mismo. Existe en efecto un desarrollo superior de la conciencia, pero se trata de un proceso natural. Y será tanto más duradero cuanto mejor armonicemos con nuestras respectivas conciencias. De este modo crecemos con nuestra conciencia, sin malgastar ni un solo pensamiento con la idea de que tenemos que crecer más deprisa. Trabajar sobre el propio crecimiento para acelerarlo es algo simi- lar a querer hacer del niño lo más rápidamente posible un adulto. Le enseñamos día tras día a pensar, hablar y conducirse como un adulto, y no le dejamos jugar con otros niños o solo con los inte- grantes de un grupo de niños que también deben crecer más depri- sa, quizás también alimentemos su cuerpo con hormonas. ¿Qué puede resultar de todo esto? En el mejor de los casos un pobre dia- blo que jamás disfrutó de una verdadera infancia y que por ello siempre andará buscándola, en el peor de los casos, un monstruo. No es casual que muchos buscadores espirituales tengan serios problemas para arreglárselas en la vida fuera de su grupo. Esto no tiene nada que ver con la maldad del mundo, sino con el hecho de haberse apartado de ella. La realidad, esto es, lo que somos y lo que nos sucede, el ser-así de la vida, es la genuina fuente de nues- tro crecimiento. Es también la fuente o el humus de nuestra con- ciencia. Es la fuente de la que se alimenta. Todo crece, también la conciencia. Con lo que venimos a parar de nuevo en Heráclito. Quizás también la conciencia sea como una gran corriente. Como todo río, la conciencia procede de un todo, sale en algún punto a la superficie y se convierte en un río particular que poco a poco se reúne con muchos otros ríos y final- L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 34 mente termina en otro gran todo, el mar, para disolverse completa y definitivamente en él. Y como en el río de Heráclito, tampoco puede uno bañarse dos veces en la misma corriente: la conciencia fluye ininterrumpidamente, no se detiene, ni corre hacia atrás, y es nueva en cada momento. Como procede de un todo, cada río lleva en sí el recuerdo de ese todo y puede atisbar que su camino desem- boca al final en él, en el gran océano. Pero por mucho que pueda atraerlo el océano, por mucho que le señale el camino, carece de sentido esforzarse por llegar a él ahora mismo o lo más rápida- mente posible. Equivaldría a negar su condición de río y pasar por alto los grandiosos paisajes que ha de atravesar –y conformar– de camino al mar. El mar, la disolución en la totalidad, llegará, y lle- gará por sí misma, es el destino natural del río. Y así como todo fluye por sí mismo, todo crece por sí mismo. El crecimiento es la naturaleza de la vida. Quizás podemos tam- bién abonar y regar –y aquí también es posible exagerar, de modo que al final tengamos verduras hermosas pero sin jugo ni fuerza. Es posible que todo lo que crece, que el mundo tal como es y el hombre tal como es, sean un aspecto de la conciencia y su desplie- gue. El crecimiento no es el resultado de un obrar, ni a nivel cós- mico ni a nivel individual. Es un acontecimiento que sigue su pro- pio ritmo, su propia velocidad. El desarrollo o crecimiento espiri- tual no es otra cosa que el des-arrollo del ser consciente mismo, el volver hacia sí de la conciencia, no pues un movimiento que parta de nosotros y se rija por nuestros deseos o voluntad, sino el movi- miento de la conciencia misma. La conciencia es el sujeto, se des- arrolla a sí misma, y nosotros somos una parte de ese desarrollo. Lo que nos hace falta (si es que nos hace falta algo) no es crecer más rápidamente o hacia algo más elevado, no es una conciencia mejor, sino vivir en armonía con lo que es, con la realidad que nos rodea y actúa sobre nosotros. De ahí que este libro se oriente a que la conciencia (de cada cual) se haga consciente. 35 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A Primer acercamiento: las etapas de desarrollo de la conciencia A modo de entrada, mi poema favorito de Hermann Hesse, que nos acompañará a lo largo de todo el libro: Escalones Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad, así también florecen sucesivos los peldaños de la vida; a su tiempo surge toda sabiduría, toda virtud, mas no les es dado durar eternamente. Es menester que el corazón, en cada llamada, esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo, esté dispuesto a darse, animado y sin pudores, a nuevos y distintos desafíos. En el fondo de cada comienzo hay un hechizo que nos protege y nos ayuda a vivir. Debemos ir serenos y alegres por la Tierra, atravesar espacio tras espacio sin aferrarnos a ninguno cual si fuera una patria; el espíritu universal no quiere encadenarnos: quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer: sólo quien está pronto a partir y peregrinar podrá eludir la parálisis que causa la costumbre. Aun la hora de la muerte acaso nos coloque frente a nuevos espacios que debamos andar: las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros... ¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado! Se pueden pensar los estadios de la conciencia como si forma- ran una escalera, pero también como si se tratara de círculos que L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 36 se ensanchan progresivamente. Lo importante es que uno tiene que pisar cada peldaño o recorrer vivencialmente cada círculo para pasar al que en cada caso sea el siguiente. Quedémonos de momen- to con la imagen de la escalera. Suelo utilizar dos analogías para ilustrar y hacer comprensibles los diversos peldaños del crecimien- to, y para mostrar que no me los he sacado de la manga, sino que hallan correspondencia en muchos planos de la vida. El resumen que ofrezco a continuación recurre a la analogía con el sistema oriental de los centros energéticos de materia sutil (también llama- dos chacras) ligados a determinados órganos y zonas del cuerpo humano, los cuales, de acuerdo con la medicina ayurvédica o chi- na, controlan las funciones orgánicas. Más adelante, cuando trate- mos detenidamente cada una de las etapas, recurriré a la segunda analogía, y antepondré a cada fase de la conciencia una breve pre- sentación de los correspondientes estadios (biológicos) de la vida. Aquí, de momento, una comprimida sinopsis: 1. El primer estadio de la conciencia se ordena enteramente a la supervivencia: comer, beber, multiplicarse. Está controlado por instintos, bio-lógico,esto es, sigue la ley (logos) de la vida (bios). Es la forma más elemental, originaria de la vida y está dominado por nuestras necesidades básicas. Sin comer ni beber muere el hom- bre particular; sin sexo, la especie. Por eso no solo necesitamos esta conciencia en el primer estadio, sino siempre, por mucho que ascendamos. La naturaleza ha sido tan inteligente que la ha implan- tado en nosotros en forma de instintos cuya satisfacción experi- mentamos como placentera. Al nivel del cuerpo humano se corres- ponde con el primer (inferior) chacra o centro de energía en el pun- to más bajo del tronco, el perineo, también llamado chacra raíz. Si estando de pie nos acompasamos con esta zona, podemos sentir nuestro vínculo con la tierra. Se percibe claramente lo estable y seguro o, al contrario, lo inseguro y frágil que es este vínculo, si uno está conectado o no con la tierra. La conciencia, el horizonte 37 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A espiritual y las necesidades a las que corresponde el nivel 1 giran en torno a la supervivencia, esto es: comer, beber y aparearse. 2. El estadio 2 corresponde al chacra del ombligo, al que los japoneses llaman hara. Se sitúa dos dedos por debajo del ombli- go. Entre los samuráis se tenía por una valiosa destreza clavarse un puñal (kiri) en el hara con tal precisión que uno quedara muerto en el acto (hara-kiri). Curiosamente, en este punto no hay ningún órgano corporal cuya lesión pudiera provocar la muerte inmediata. Es más bien el centro de la vida espiritual a través del cual –con arreglo a la doctrina asiática de la energía– nos conectamos directamente con el cosmos y con la energía que de él procede. Desde el punto de vista corporal es el punto medio entre arriba y abajo. Ahí es donde encontramos nuestro medio, nuestro equilibrio –y no solo metafóricamente sino también en un sentido completamente profano, por ejemplo al practicar casi toda clase de deportes. Así como el descanso corporal en el hara proporciona al cuerpo un seguro equilibrio, el estadio 2, como estadio de conciencia, es responsable de la estabilidad, seguridad y equilibrio en la vida. Aquí lo importante es hallar un sitio segu- ro, tanto material como anímica y espiritualmente. Un hogar, un lugar, una fe, un orden. 3. En el tercer estadio este orden se tambalea. A nivel corporal nos encontramos en el plexo solar. También este –como, por lo demás, todos los chacras– es un punto muy sensible: un golpe en el plexo solar, no necesariamente muy fuerte, y nos quedamos sin respiración o incluso nos desmayamos (ohnmächtig werden). Ohn-macht (desmayo) es la ausencia de Macht (poder), y de eso precisamente se trata en el estadio 3. Pero no de poder en sentido político, poder sobre los demás, sino poder sobre uno mismo. Es aquí donde reside la voluntad personal, el sentimiento del yo, el afán de autonomía. En la escena espiritual, el tercer chacra tiene L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 38 la negra, es el chico malo que ambiciona poder y al que se llama por ello despectivamente “power chakra”. Mientras que hay una multitud de cursos ordenados a abrir y fortalecer el chacra raíz, el hara, el chacra del corazón y los que se encuentran por encima de este, sobre el “power chakra” solo se trabaja para dejarlo atrás tan rápidamente como sea posible. Al fin y al cabo esta es la sede del ego, y el ego es lo que presuntamente obstaculiza la ilumina- ción o, sencillamente, seguir creciendo. Esto no solo es injusto, sino ridículo, toda vez que casi todos los así llamados buscadores espirituales, en su efectivo estado de conciencia, se mueven preci- samente sobre este tercer chacra. El afán de autoconocerse y auto- realizarse –y en la mayoría de los casos también el de alcanzar la iluminación– es un movimiento del tercer estadio. De lo que aquí se trata es de desmarcarse del grupo, de decir “yo” y buscar un camino propio. Es a la par el centro emocional en el que experi- mentamos los sentimientos como algo personal. Dado que los sen- timientos son potencialmente arrolladores, la conciencia del tercer nivel está incesantemente ocupada en sentir (pues solo en el senti- miento me experimento realmente como “yo”) y en controlar los sentimientos. Y como todo ello es bastante desorientador y estre- sante, muchos desean salir de ese caos de sentimientos, lo que no resulta nada fácil. Pero de ello hablaremos más adelante. 4. El cuarto estadio, el corazón. A pesar de ser la meta natural de los afanes de los otros tres, este estadio inspira mucho miedo, lo cual se comprende si tenemos presente lo que el corazón exige de nosotros: confianza y entrega, renuncia a uno mismo. Todo lo contrario, pues, de lo que hemos aprendido esforzadamente en la etapa 3, esto es, potenciación del yo, poder y control. El camino del amor, sin embargo, pasa por la entrega y la renuncia al con- trol. El amor del corazón no es un amor posesivo, sino incondicio- nal. No se satisface en el tener, sino en el ser. De ahí que tampoco 39 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A sea ardiente, sino hasta frío y calmo como un lago (See) de aguas profundas. Está más ligado al alma (la palabra alemana See-le, alma, viene de See) que al deseo. El chacra del corazón se sitúa en medio de los otros seis, es la conexión entre arriba y abajo. Así como en el hara hallamos nuestro centro corporal, encontramos en el corazón nuestro centro espiritual. Pero ello nos exige dar un paso desde el control a la confianza. Quien halla aquí su hogar, vive en la confianza sentida de que su vida es atendida, aunque no haya nadie en especial que cuide de él y no pertenezca a nadie. Las palabras de Jesús acerca de los pájaros que ni siembran ni cose- chan y que sin embargo se alegran por la vida remiten a este nivel. Aparentemente, sus afirmaciones favorecen el punto de vista desde el que el nivel 3 contempla a las personas que viven o quieren vivir así, las cuales aparecen como locos o soñadores. Puede que haya alguna que otra persona que lo resista, pero no puede ser la mayo- ría. La mayoría puede, a lo sumo, encender un mechero y cantar con John Lennon “You may say I’m a dreamer / but I am not the only one / I hope someday you’ll join us / and the world will live as one” –al día siguiente, empero, hay que ir a trabajar a la oficina. Pero cuando uno entra en el nivel 4 o está secretamente en él, se hace evidente que la presunta contradicción en las palabras de Jesús es solo aparente. Uno vive como un pájaro y cultiva el cam- po, solo que a diferencia de lo que ocurre en el nivel 3, sin estrés. 5. Si ascendemos desde el chacra del corazón llegamos a la parte más estrecha de nuestro cuerpo, el cuello. Y con ello al pun- to en el que todo lo que procede de nuestro cuerpo, corazón y alma se transforma en sonidos, recibe expresión, voz: la garganta. Apa- rece aquí una nueva forma, que es el fundamento de lo específica- mente humano, la palabra y el lenguaje. El quinto chacra, el de la garganta, es como el ojo de una aguja en el que lo que carece de forma produce una densa vibración y se somete a ella. De ahí que L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 40 esté ligado a la creatividad, a crear y moldear, pero también a la belleza, que solo se hace visible en la forma. La creación, empero, entraña siempre también solidificación, fijación. El movimiento que viene de abajo se comprime en la garganta para hacerse audi- ble. Y el sonido informe adopta con la palabra tal espesor y filo que en casos extremos puede provocar tanto la mayor de las ale- grías y deleites como la muerte. Para avanzar desde el chacra del corazón hasta aquí se requiere sin embargo una llamada, pues de lo contrario nadie abandonaría el cuarto estadio, que se basta a sí mismo. Por eso el quinto chacra es también el chacra de la voca- ción y la visión. Y esto lo hace tan atractivo como peligroso. Quien no avanza hasta él a partir de lasolidaridad con el corazón y per- maneciendo unido a él, se eleva fácilmente, precisamente porque está llamado a ello, y pasa por encima de todo lo humano, y quien no ha interiorizado el tercer estadio, gusta de alzar la mirada hacia semejantes hombres. 6. La vocación y la visión señalan hacia algo más elevado, incluso hacia lo más elevado, el nivel 6. Aquí hemos llegado casi a la cima, porque comenzamos a ver. No a creer (como en el nivel 2), o a opinar (como en el nivel 3), o a percibir y mirar (como en el 4) o a conformar sin saber verdaderamente (como en el 5), sino a ver de verdad, clara e inequívocamente. Por eso llamamos al nivel 6 chacra del “tercer ojo”. Se sitúa entre los ojos del cuerpo y representa la visión espiritual, la visión inmediata de la realidad. No la realidad de los ojos del cuerpo, sino la realidad indivisa que hay tras ella, o por ella, dentro de ella, más allá del espacio y del tiempo. Existe además –se dice– una división en esta fase, por lo que esta no sería última cima: la separación entre el que ve y lo que se ve, lo visto. Solo cuando esta separación ha sido superada, es decir, cuando el vidente (el sentimiento de que “yo” veo algo) ha desaparecido, se alcanza la unidad. 41 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A 7. Y así el séptimo estadio es tanto la cima como la disolución. Corporalmente hablando, el chacra corona está en medio de la cabeza, justo ahí donde está nuestro punto más blando y vulnerable cuando somos lactantes, y que sube y baja con cada pulsación, la fontanela. Esta sería pues la iluminación perfecta, la experiencia del ser uno, que ya no es una experiencia, pues ya no hay nadie que pueda experimentar algo. Por eso la transición hacia la totalidad es también descrita por los que la han conseguido como una muerte, como una completa disolución del yo. Estamos colectivamente muy alejados de esta etapa. Como aquí solo quiero concentrarme en lo que hoy por hoy es común, y como además quiero hablar de ello basándome en mis propias experiencias, en lo que puedo ver y per- cibir, solo menciono este plano por mor de la completitud. El modelo: las siete etapas de conciencia en panorámica El gráfico que aparece en la página siguiente muestra las siete etapas de la conciencia. Al dibujar los círculos me he limitado a tra- zar las cinco primeras por razones de espacio. He dibujado las eta- pas con la intención consciente de que los estadios superiores con- tengan y conserven a los anteriores. El punto en el que un estadio pasa al siguiente es a la vez el punto medio del siguiente estadio. Se añaden al lado las analogías con las etapas biológicas más impor- tantes de la vida humana. La franja negra del centro marca la zona en la que hoy en día se encuentra la conciencia en las sociedades avanzadas. La describo detalladamente en el capítulo dedicado a los estadios de la vida y la conciencia, a partir de la página 61. En las páginas siguientes hallarán un cuadro panorámico de las etapas de la conciencia y de los elementos que caracterizan cada uno de los niveles, no solo en el plano individual, sino tam- bién colectivo e institucional. L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 42 Las siete etapas de la conciencia 7 conciencia total muerte 6 conciencia de la totalidad vejez 5 conciencia de tener una misión madurez 4 conciencia de unidad adulto joven 3 conciencia del yo juventud 2 conciencia de grupo infancia 1 conciencia de unidad niño en el seno materno 43 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A Et ap a de la co nc ien cia Ex pe rie nc ia de l m un do Se nt im ien to de l y o M od o de v id a M óv il de la co nd uc ta M eta Pa lab ra s c lav e Pa so s d e cr ec im ien to 7 co nc ien cia to ta l na da ni ng un o se r t od o na da es tra ns ici ón re nu nc ia a un o m ism o 6 co nc ien cia d e l a to ta lid ad se r t es tig o no -y o el se r sil en cio se nc ill ez Yo so y La s c os as so n co m o so n tra ns ici ón re nu nc ia al eg o 5 co nc ien cia d e t en er un a m isi ón ex ist en cia es o se rv ici o vo ca ció n cr ea ció n Es to y al se rv ici o Ap ru eb o La s c os as p ue de n se r c om o so n tra ns ici ón re nu nc ia a la re lac ió n 4 co nc ien cia d e vin cu lac ió n se nt irs e u ni do un o m ism o co m pa rti r am or so lid ar id ad Ac tú o Co nf ío Pu ed es se r c om o er es Pu ed o se r c om o so y tra ns ici ón re nu nc ia al co nt ro l 3 co nc ien cia d el yo ais lam ien to yo viv en cia vo lu nt ad ac ció n co nt ro l po de r Pr od uz co Q ui er o Pu ed o tra ns ici ón re nu nc ia a la pe rte ne nc ia 2 co nc ien cia d e g ru po pe rte ne nc ia no so tro s vid a ob lig ac ió n co stu m br e se gu rid ad es ta bi lid ad Te ng o qu e Pe rte ne zc o a tra ns ici ón re nu nc ia a la un id ad 1 co nc ien cia d e u ni da d un id ad ell o su pe rv ive nc ia in sti nt o re pr od uc ció n El plano individual L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 44 pl an o de co nc ien cia in ter pr eta ció n de l m un do m od o de co no cim ien to teo ría d el co no cim ien to fa se d e l a vid a ni ve l r ela cio na l ch ac ra 7 m ue rte se r t od o co ro ni lla , c or on a tra ns ici ón m ue rte 6 se r t es tig o tra sc en de nc ia se r t es tig o m ed ita tiv a ve jez es ta r s ol o fre nt e, ter ce r o jo tra ns ici ón 5 vis ió n es pi rit ua lid ad m íst ica o bj eti va ve r, sa be r co nt em pl at iva ad ul to 2 se m eja nt es am igo s ga rg an ta tra ns ici ón cli m at er io 4 la pr op ia m íst ica d e l a ex pe rie nc ia su bj eti va m ira r pe rc ib ir co nf iar fen om en ol óg ica ad ul to 1 m at rim on io / pa re ja hi jo s co ra zó n tra ns ici ón se pa ra ció n de la ca sa p ar en ta l 3 cie nc ia ra cio na lis m o id eo lo gía du da pe ns am ien to su bj eti vis ta (co ns tru cti vis ta ) ju ve nt ud igu ale s, am igo s pl ex o so lar tra ns ici ón pu be rta d 2 teo lo gía m ito fe ob jet ivi sta ch am án ica ni ño pa dr es he rm an os om bl igo , h ar a tra ns ici ón na cim ien to 1 pr er ac io na l ce rte za fet o an tep as ad os pe rin eo ór ga no s s ex ua les 45 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A pl an o de co nc ien cia ter ap ias ob jet ivo d e l a ter ap ia pr in cip io d e l a co ns tel ac ió n re lac ió n ho m br e- m uj er es ta do d e án im o, p os iti vo es ta do d e á ni m o, n eg at ivo 7 tra ns ici ón 6 m ed ita ció n im pa sib ili da d im pa sib ili da d tra ns ici ón 5 co nt em pl ac ió n cla rif ica ció n y lla m ad a es pi rit ua l se re ni da d se re ni da d tra ns ici ón 4 ter ap ia es pi rit ua l ter ap ia in teg ra da ter ap ia hu m an ist a ap er tu ra af ec tiv a re co nc ili ac ió n “m ov im ien to s de l a lm a” ac tit ud fen om en ol óg ica co rd ial id ad am or (n o em oc io na l) lib er ta d m ed ian te ap ro ba ció n ale gr ía tri ste za tra ns ici ón m ov im ien to hu m an ist a L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 46 3 ter ap ias hu ma nis tas ter ap ia sis tém ica ter ap ia co nd uc tis ta ps ico an áli sis int eg ra ció n de l yo au to ex pr esi ón co ns tel ac ión sis tém ico - co ns tru cti vis ta pa rej a d e u na eta pa d e l a v ida ”a ut or rea liz ac ión ” en /a tra vé s d e l a rel ac ión am or “ lib re” pla nif icació n fam ilia r am or em oc ion al vid a, fu erz a ab ati mi en to , d esf all ec im ien to , de ses pe ra ció n, ira tra ns ici ón co mi en zo d e l a ps ico ter ap ia 2 ad oc tri na mi en to ide oló gic o/ ree du ca ció n co nf esi ón pa sto ra l ex or cis mo ini cia ció n ch am an ism o rit ua les d e cu ra ció n int eg ra ció n en el gr up o un ión co n el or ige n co ns tel ac ión fam ilia r c lás ica mo vim ien to ini nt err um pid o de la to da la ca de na d e an tep as ad os co ns tel ac ión d el na cim ien to co ns tel ac ión ch am án ica ma tri mo nio , fam ilia , h ijo s, tra dic ión sa tis fac ció n pr esu nc ión , f an ati sm o, cu lpa , ve rg üe nz a tra ns ici ón 1 ini cia ció n ap ar ea mi en to ino ce nc ia mi ed o 47 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A El plano colectivo (Los niveles 5, 6 y 7 han sido conscientemente omitidos por no existir experiencia alguna al respecto.) pl an o de co nc ien cia co ns tit uc ió n po lít ica sis te m a so cia l m od o de p ro du cc ió n sis te m a ju ríd ico 7 tr an sic ió n 6 tr an sic ió n 5 tr an sic ió n 4 in st itu ci on es y re de s tr an sn ac io na le s re de s i nf or m al es so ci ed ad d e se rv ic io s sis te m a ec on óm ic o tr an sn ac io na l gl ob al iz ac ió n de re ch o in te rn ac io na l tr an sic ió n 3 Es ta do d e de re ch o Es ta do n ac ió n de m oc ra ci a in di vi du o fa m ili a bu rg ue sa as oc ia ci on es so ci ed ad in du st ria l ec on om ía p ol íti ca n ac io na l ca pi ta lis m o de re ch o se cu la r, na ci on al y un iv er sa l ( ig ua ld ad a nt e la le y) tr an sic ió n 2 Es ta do c or po ra tiv o m on ar qu ía es ta do te ol óg ic o pr ee st at al fa m ili a, e st irp e tr ib u, c la n ar te sa ní a sis te m a gr em ia l so ci ed ad a gr ar ia no m ad ism o de re ch o pa rt ic ul ar o re lig io so tr ad ic ió n ta ns ic ió n 1 pr ee st at al ho rd a ca za do re s,r ec ol ec to re s L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 48 Presento pues aquí un modelo que describe la totalidad de la vida como evolución ascendente de la conciencia, y que lejos está de considerarnos en la cima. Nosotros, y con ello me refiero a las sociedades más avanzadas, nos hallamos justo en el punto medio de este proceso. Lo que desde el punto de vista de cada uno de los estadios en los que uno se encuentra se percibe como proximidad del fin, no es en realidad sino una crisis que anuncia la llegada de una nueva etapa de la conciencia o de un nuevo estadio dentro de un mismo nivel. Con ello se gana una perspectiva sobre las crisis, que a menudo se perciben subjetivamente como callejones sin sali- da. Son el dolor necesario que acompaña al desapego en el camino que conduce a algo completamente nuevo. En esa medida apare- cen en cada transición. Esto se aplica en igual medida al creci- miento personal como al desarrollo social. Para la psicología y la terapia es determinante si se dispone o no de semejante perspectiva. Desde el punto de vista de su origen (y también en su forma actual) la psicología está marcada por la perspectiva de la potenciación del desarrollo del yo y la autono- mía personal. En mi modelo esto se corresponde con el proceso individual de conclusión del segundo estadio y con la plena reali- zación del tercero. A comienzos del siglo XX este era, en efecto, el problema psicológico por excelencia, y en parte sigue siéndolo ahora. Pero solo en parte. Con el correr del tiempo nos enfrenta- mos cada vez más al problema de que el así llamado individuo autónomo ha perdido el sentido de o la perspectiva sobre la pro- pia vida, y ello también se manifiesta en innumerables síntomas. Son síntomas del estadio tercero, es decir, una patología que surge en el estadio 3, y a partir de él. Es la conciencia del yo lo que gene- ra este complejo de problemas. De ahí que las preguntas, síntomas y patologías que surgen con él no puedan solucionarse sin una perspectiva que trascienda el estadio 3. 49 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A Como ocurre con todo modelo, el presente no puede confun- dirse con el proceso, con la realidad misma. Está al servicio de la descripción y la aclaración, y simplifica por ello procesos infinita- mente complejos. Cabría así la posibilidad de tomar, en lugar de siete, nueve, doce o X estadios, y cada uno de los siete estadios podría subdividirse a su vez en siete o X estadios. El número 7, con todo, no es arbitrario. Al margen de la iluminadora analogía con el sistema de chacras y las correspondientes funciones corporales, representa los estadios reales y las transiciones críticas que tam- bién se muestran en el transcurso de la vida humana y en muchos otros campos. Para que el modelo conserve su carácter panorámi- co, prescindo de mayores subdivisiones. Esto comporta que en algunos puntos las opiniones puedan dividirse respecto de si algo pertenece a esta o aquella etapa o de si las diferencias son tan gran- des que se hace necesario añadir un nivel. Lo cual vale sobre todo para la segunda etapa, que llega al presente desde las culturas mitológicas de la Antigüedad y las culturas tribales. Soy consciente de que hay buenos argumentos para tratar a las culturas mitológi- cas y a las monoteístas como dos etapas diferentes, al igual que en la infancia del hombre particular cabe distinguir diversas fases (lactante, niños de corta edad. etc.). Yo hablo aquí de diversos estadios de la segunda etapa. Son sin duda importantes y entrañan cambios enormes que también tocaré. Sin embargo, no es a mis ojos lo más importante, pues, pese a estas enormes diferencias, existen ciertos rasgos que afectan a la conciencia de toda la época y en virtud de los cuales la trato como un nivel. Con todo, está claro que, con arreglo a otros criterios, existen otras divisiones certeras. Esto es verdadero respecto de cualquier modelo. Los modelos reflejan siempre el punto de vista subyacente desde el que se con- templa la realidad. Y como cualquier otro modelo, este debe faci- litar la comprensión de las cosas y conformarse con servirnos de orientación en la realidad sin retratarla enteramente. L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 50 Jerarquía: escalera o círculo – o: ¿por qué es una etapa más alta que la otra? Hay otro aspecto que suscita de inmediato oposición, y es el de la jerarquización. A nosotros, personas modernas, ilustradas y orientadas hacia la igualdad de derechos, no nos gustan las jerar- quías. El pensamiento jerárquico es un típico producto de la con- ciencia determinada por el grupo: el dios todopoderoso, sus servi- dores (los sacerdotes) y los creyentes; el rey o el príncipe con poder absoluto, su corte, sus servidores y los súbditos; el padre, su servi- dora, la mujer (o madre), y sus hijos como subordinados; el gene- ral, sus oficiales y los soldados. Estas y otras innumerables figuras del pensamiento, así como las relaciones reales que siguen este esquema jerárquico, determinan el nivel 2. Por contra, la concien- cia moderna, esto es, el nivel 3, insiste en la igualdad de partida de todos y desconfía por ello de cualquier clase de jerarquía –quizás sabiendo (y pese a ello reprimiendo) que sin ellas nada es posible. La primera vez que presenté mi modelo en un curso de formación, la principal crítica que recibí procedía de la incomodidad que cau- saba esta estructura jerárquica, y se me exhortó a probar si era posible presentarlo utilizando círculos o una espiral. Este senti- miento es típicamente moderno, y procede del miedo a recaer en el modo de pensamiento del nivel 2. Con frecuencia,este miedo bloquea el avance del pensamiento y la apertura para caminar hacia un lugar allende de la conciencia moderna. Está relacionado con el hecho de que la conciencia tradicional no ha sido comple- tamente superada, sino solo rechazada. Pero para superar la fase 2 tenemos que asumirla. Si nos representamos mediante imágenes el proceso de la superación, vemos que consiste en tomar algo con las manos, esto es, en recibir algo, y conservarlo. Que es exacta- mente lo contrario de rechazarlo. Y sin embargo solo la supera- ción hace posible avanzar al siguiente periodo, mientras que 51 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A defenderse de lo que rechazamos nos encadena, y quedamos así aprisionados y trabados para progresar (o para el progreso). En relación al tema de la jerarquía, esto significa que tenemos que tomar amorosamente entre las manos el pensamiento jerár- quico del nivel 2 y recordarlo, esto es, conservarlo en nuestro inte- rior, con gratitud, pese a que ahora estemos en situación de pene- trar sus limitaciones y su lado destructivo. Podemos conseguir algo semejante comprendiendo que sin el pensamiento jerárquico y su traducción en la práctica nunca habríamos alcanzado el nivel 3. En estadios tempranos de evolución, los grupos con una orga- nización y jerarquía claras son siempre superiores a los que care- cen de ella. Ilustremos esto mediante el ejemplo de un equipo de fútbol. Cuando los niños comienzan a jugar al fútbol todos corren detrás del balón. El equipo que tiene un entrenador (o líder) que pone orden y asigna a cada jugador una posición y una función gana a los restantes, amén de que el juego en conjunto mejora. Solo así se convierte un jugador particular en un verdadero futbo- lista. Solo así se descubren paulatinamente y potencian las capaci- dades de cada cual, así como las capacidades y posibilidades del grupo. (Mucho) más tarde puede que sea bueno que los jugadores particulares se desembaracen de una formación férrea e introduz- can por su cuenta un orden provisional adaptándose a las particu- lares circunstancias del juego. Pero para ello deben haber interio- rizado antes el principio del orden en tanto que tal. En cambio, cuando actúan así para rebelarse contra el entrenador o la estruc- tura jerárquica, debilitan tanto la efectividad del equipo como la suya propia –y con ello, la posibilidad de divertirse. Pueden darse, claro está, situaciones en las que la rebelión se haga necesaria, cuando por ejemplo la jerarquía imperante ya no se ajusta a la situación y pese a ello los líderes se aferran a ella y la defienden recurriendo quizás a la violencia. Pero una rebelión solo puede tener éxito si no combate la jerarquía en tanto que tal, sino una configuración anticuada de la misma. L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 52 Igualmente, el pensamiento jerárquico ha contribuido al desa- rrollo de la humanidad –aún cuando las jerarquías existentes tam- bién se hayan convertido a menudo en un obstáculo y hayan debi- do ser modificadas. Cuando no reconocemos esto, nuestra pasión antijerárquica hace que quedemos enredados precisamente en el pensamiento que combatimos. La consecuencia es que los patro- nes de pensamiento jerárquico se imponen secretamente y se vuel- ven así realmente destructivos. Esto es algo que cabe observar en la actitud de la conciencia moderna en contraste con la tradicional. La actitud antijerárquica de la conciencia moderna es solo par- cial, nunca se dirige contra sí misma. Pues, pese a las proclamas de igualdad, se siente completamente superior a la conciencia grupal. El debate moderno en torno a los derechos humanos, por ejemplo, se alimenta enteramente del sentimiento de superioridad de sus protagonistas, del hecho de que consideran su conciencia más desarrollada, éticamente superior o más elevada. El punto de vista según el cual todos los seres humanos son fundamentalmente iguales y deberían tener los mismos derechos, en comparación con el pensamiento y las prácticas que atribuyen a las mujeres, por ejemplo, un valor inferior, o les niegan los mismos derechos, es visto como superior o más elevado. Es decir: frente a etapas de desarrollo precedentes, la conciencia moderna no se siente en el mismo nivel, sino en uno indiscutiblemente superior. El postulado de la igualdad o equivalencia no vale pues para los niveles de con- ciencia mismos, al menos no para la relación del propio estadio con el anterior. Desde la perspectiva de la tercera conciencia, estos fueron –o siguen siendo, pues imperan en regiones de la tierra menos desarrolladas– claramente inferiores. La conflictividad potencial que de esto se deriva para las diferencias culturales radi- ca precisamente en que la tercera conciencia, la moderna, pese a proclamar la igualdad (de valor) y la no jerarquía, se conduce con respecto a las demás de un modo doblemente jerárquico: se consi- 53 C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A dera a sí misma no solo más amplia –que es lo que corresponde a la realidad– sino mejor, moralmente superior. Y esto precisamente es contra lo que luchan y de lo que se defienden las otras culturas, porque lo perciben como una humillación. El modelo que presento aquí es jerárquico solo en el sentido de que el nivel superior abarca o comprende los anteriores y los amplía, situándolos en una nueva dimensión. Abarca más, pero no es mejor. El cuarto peldaño de una escalera no es mejor que el ter- cero o el segundo, pero uno es sobre él más alto, el horizonte de su mirada es más amplio y accede a cosas que antes no alcanzaba. Los otros peldaños son necesarios para llegar hasta éste, pero también debemos dejarlo atrás, pues de lo contrario no podemos seguir subiendo. O tomemos otra imagen: un adolescente ha llegado más lejos en su evolución que un niño. Entiende y es capaz de hacer cosas que el niño ni entiende ni puede. Y por eso ve el mundo de un modo diferente. No por ello la visión del niño es menos correcta o buena, ni su conducta es menos inteligente o peor. La perspectiva y la conducta del niño son sencillamente infantiles, y esto es lo indi- cado para un niño. Sería incluso inadecuado que un niño se com- portara como un adolescente o un adulto. En los casos en los que ocurre esto, al niño le falta un fragmento de su infancia, lo que más adelante se hará notar en forma de patologías. Desde luego que también es impropio que un adulto comportarse como un niño. Esto es: cada fase tiene su propia lógica, una lógica adecuada a ella, y que no puede ser juzgada como mejor o peor desde otros niveles. Esto no significa que todos los niveles sean iguales y que no exista progreso ni jerarquía. Los niveles superiores son, en efecto, superiores, porque comprenden más. Cuando tiene lugar un creci- miento efectivo, todas las fases anteriores quedan superadas, com- prendidas y trascendidas en él. Exactamente igual que en el trans- curso de nuestra vida personal, desde la lactancia hasta la vida L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S 54 adulta a través de la niñez y juventud, se cubren y superan etapas de maduración, y cada nivel es más amplio y abarcante –y, en este sentido, más elevado– que el anterior. Este ejemplo pone de mani- fiesto algo más: uno puede comprender desde un estadio superior los inferiores, pero desde el inferior no pueden comprenderse los superiores. Un adulto sabe o puede saber lo que el niño siente y piensa. Quizás a algunos les resulte difícil, pero es posible, de lo contrario los adultos no podrían, por ejemplo, escribir buenos libros para niños. Si pueden hacerlo es porque han experimentado el mundo del niño y lo llevan consigo. Y tener esto por imposible es una señal de que uno no ha superado ni lleva consigo su infan- cia, de que solo se ha cerrado a ella, y por eso ya no resulta acce- sible su modo de pensar y sentir. Un niño, sin embargo, no puede sentir como un adulto, puede a lo sumo imitarlo
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