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El mundo rural y urbano el espacio como determinante del desarrollo rural

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El mundo rural y urbano: el espacio como determinante del desarrollo rural
	
Políticas y estrategias urbanas: ciudad y sociedad
Juan Fernández Muñoz
Índice
I.	Introducción	4
II.	Desarraigo y violencia simbólica	5
III.	Medio rural: concepto y definiciones	8
IV.	Conclusiones	13
V.	Bibliografía	14
I. Introducción
La configuración y disposición de la población en el territorio de los países industrializados ha venido experimentando un cambio a lo largo del siglo XX, y que continua en la actualidad. La sociedad posindustrial, que ha venido a sustituir a la vida campesina, ha provocado una serie de cambios, no sólo en los estilos de vida y los valores e intereses de la misma, sino también en cómo se distribuye la población, habiendo una mayor preferencia por grandes núcleos urbanos. Este proceso ha venido acompañado por la urbanización de gran parte del territorio y el consiguiente abandono de las zonas rurales. 
El cambio es incuestionable, pero tampoco es un elemento que haya surgido en la actualidad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ya señaló hace ahora más de veinte años que, «las estructuras sociales y económicas de las regiones rurales de la OCDE han cambiado considerablemente, al mismo tiempo que se alteraba su composición demográfica» (OCDE, 1988).
Tampoco puede dejarse de lado la globalización, pues como señala Sassen (2007), la hipermovilización de capitales y de las comunicaciones, ha traído como consecuencia la debilitación del Estado-nación, por lo que hay una desarticulación de lo local hacia lo global, y son las ciudades los actuales contenedores de los procesos sociales, la ciudad emerge como la nueva geografía de la centralidad. Por tanto, el nuevo reto de todo espacio rural y urbano es «convertirse de alguna manera en nodo global, capaz de hacer frente a los desafíos que plantea ajustarse a cambios fundamentales en ordenación del territorio y desarrollo regional, comarcal y local» (Andrés, 2019).
Pues bien, esa transformación afecta a la economía, a los aspectos sociales, pero también a la configuración del espacio y el territorio. La ciudad preindustrial, generalmente un espacio amurallado, da paso a la difusión del fenómeno urbano y de las redes de urbanización a gran parte del territorio (Roca, 2003). El espacio configura la sociedad, desde las relaciones económicas y sociales, hasta el ejercicio del poder por parte del Estado, o incluso los determinantes sociales de la salud.
Ante el cambio de paradigma que supuso la revolución industrial, algunos autores como Remy y Voyé (1976) consideran que ha habido una modificación sustancial del concepto «rural», en gran parte por la extensión a todo el territorio de lo urbano: «la extensión a las áreas rurales del modo de vida urbano está borrando algunas de las características tradicionales que hacían del campo sobre todo un modo de vida, identificado con el de la civilización o mundo campesinos» (Molinero y Alario, 1994). 
Es cierto que, especialmente en lo que llevamos de siglo XXI, la distinción entre lo rural y agrario, frente a la ciudad y la urbanización, se ha desdibujado. Las diferencias ya no son claras e inequívocas, y un ejemplo de ello lo son las áreas metropolitanas difusas: «con toda evidencia, la más antigua división entre el campo y la ciudad se borra bajo nuestros ojos y este hecho se revela como una de las más drásticas mutaciones que afectan a nuestra civilización» (Kayser, 1990).
No existe una definición universalmente aceptada de espacio rural, puesto que el propio significado de ruralidad depende del contexto (Dinis 2006, Rye 2006), pero la dicotomía entre lo urbano y lo rural, es decir, la concepción de estos espacios como caras opuestas está en entredicho, y se buscan nuevas fórmulas que recojan la nueva estructura y funcionalidad de las comarcas rurales (Sancho, 2012). 
No obstante, dicha distinción es clave para la aplicación de los programas de desarrollo rural y, además, el mundo rural cumple funciones ambientales, culturales y de ocio, por lo que el flujo de relaciones entre el medio rural y los habitantes urbanos se ha convertido en decisivo para ambos. 
Por tanto, ante el nuevo paradigma que se está construyendo por la globalización, el objetivo del presente trabajo es recuperar la idea del espacio y el territorio, pues este condiciona las actuaciones y programas de desarrollo para poder competir en la jerarquía emergente, y viceversa, pues el espacio también repercute en la sociedad y en el desarrollo. 
El mundo rural tiene la oportunidad y la necesidad de realizar una gestión territorial adecuada con la nueva gobernanza, y aquí han sido muy importantes la iniciativa LEADER (Liaison Entre Actions de Développement de l’Économie Rurale) y el PRODER (Programa de Desarrollo y Diversificación Económica de Zonas Rurales).
II. Desarraigo y violencia simbólica 
Las sociedades rurales eran medios de vida dignos y, a pesar de las penurias, la relación entre el individuo, el territorio y la sociedad era muy fuerte (Romero, 2018). La vida campesina no es una primera naturaleza idílica, pero existía un cierto equilibrio entre todos los elementos, unos repercutían sobre los otros de forma estable y sostenida (Pascua, 2012).
El tradicionalismo ancestral que convenía a una sociedad fuertemente integrada, que reposaba en una economía relativamente equilibrada, ha sido sustituido por el tradicionalismo de la desesperación, unido inseparablemente a una economía de supervivencia y a una sociedad disgregada (Bourdieu, 1965). Ante tal situación, solo queda elegir entre cosechar lo indispensable para vivir, y la emigración a las ciudades.
Se quiebra esta economía de la buena fe, donde la circulación de bienes ocurre mediante el intercambio de dones, tanto materiales como simbólicos, entre familiares y vecinos, en contraste con lo que ocurre en el mercado con los extraños (Fernández, 2005). 
Bourdieu (1989) hizo un incisivo análisis del intercambio de dones como un mecanismo mediante el cual el poder se ejerce ocultándose y no en términos de una estructura formal de reciprocidad. En una sociedad en la que las instituciones de poder son pocas, los individuos pueden recurrir a medios más personalizados de ejercer el poder sobre otros, como el don o la deuda. 
No obstante, el punto de partida de Bourdieu (1979) es que quien ejerce el poder impone su visión del mundo, convenciendo a los otros por medio de una violencia simbólica. Se genera un habitus en los individuos, pues esa violencia se encarna en su interior. Así, los valores urbanos se imponen a los rurales. La certeza de uno mismo, que en el pasado los campesinos habían defendido, con la crisis del mundo rural en el siglo XX pasa a ser una derrota interior, es decir, lo colectivo se traslada a lo individual. Y es que la dominación simbólica del mundo urbano sobre el rural se sirvió de muchos instrumentos, siendo el principal de ellos el sistema de enseñanza. 
La universalización de la educación, la unificación económica, y la asociación de cultura y conocimiento con lo elitista (literatura, música, arte, frente al saber popular, el conocimiento del campo, etc.) contribuyeron a transformar el sistema de referencia social de los campesinos, a la par que se evocaban los criterios dominantes de la jerarquización social, especialmente la formación y el mérito como elemento para ascender en la escala social. 
Los mecanismos de esta violencia simbólica y el efecto de aculturación consiguiente actuaban de un modo sutil e imperceptible, desdibujando prácticamente los valores transmitidos por la familia y reorientando las inversiones afectivas y económicas, tradicionalmente centradas en la reproducción del linaje, hacia la reproducción individual de la posición que tradicionalmente venía ocupando el linaje en la estructura social. 
El éxodo rural, más que el resultado de una decisión libre basada en el deseo de instalarse en la ciudad, ha sido, en la mayoría de situaciones, el final ineluctablede una larga serie de renuncias y derrotas como una mala cosecha, préstamos con intereses desorbitados para comprar el grano y cultivar, falta de infraestructuras de transporte y comunicación, etc.
Ante esta huida, aquellos que disponían de algunos ahorros aspiraban a convertirse en comerciantes en la ciudad vecina, pues el comercio y la artesanía era el único tipo de actividad que permitía a dichos emigrantes mantenerse en la jerarquía social. En cambio, «los pequeños propietarios solo podían a llegar a ser proletarios, vendedores ambulantes o, incluso, parados que esperan su paraíso: el empleo» (Bourdieu, 1965).
No se puede olvidar que, en las poblaciones en un hábitat disperso o en regiones apartadas, la asistencia médica, las escuelas, la administración o las grandes vías de comunicación resultan más difíciles de proveer, o cuanto menos, resultan más costosas. 
En España, la aprobación del primer Plan de Desarrollo Económico y Social en 1959 supuso un cambio radical en la estructura de la producción y del empleo. Eran los años del desarrollismo, y dicho desarrollo se concentró en la industrialización, lo que significó un cambio de 180º en la política del régimen, pues durante la época de la autarquía se «priorizaba» a los agricultores, cuyo patriotismo se contrapone al de los obreros industriales (Andrés, 2019).
Hasta cierto punto, con la entrada de los tecnócratas al gobierno franquista, se dio una evolución acelerada, dotando a los municipios en las proximidades de las grandes urbes de los medios necesarios para la vida colectiva, quedando al margen los demás.
La industrialización se dio con los denominados polos de desarrollo: zonas de preferente instalación de empresas industriales. La idea era la de, junto a los centros hiperindustrializados que eran las grandes ciudades, favorecer a algunos medianos núcleos urbanos, fomentando los polígonos industriales. 
Se puso en marcha una estructura de «dudosa planificación que estructura el territorio nacional en cuatro tipologías: áreas metropolitanas, ciudades de tipo medio, grandes zonas turísticas y áreas rurales», (Andrés, 2019). Finalmente, las principales beneficiarias fueron Madrid, Barcelona, Valencia y Zaragoza.
Estos cuatro vértices actuaron, y siguen haciéndolo, como centros de hiperconcentración industrial y urbana. Las dinámicas demográficas que se pusieron en marcha se siguen manifestando y, además, habría que añadir la problemática de que han sido centros sin planificación. Así, de la depresión del mundo rural, se pasó al declive, resultado lógico del atraso estructural en el que permanece por ausencia de proyectos y planes de desarrollo integrado.
III. Medio rural: concepto y definiciones
El espacio no es un escenario vacío, ni un esquema de puntos. Tampoco es una realidad inmutable, ni el resultado de una sedimentación. El espacio es una producción, no un producto, no precede a ninguna estructura social, pero tampoco emana de la sociedad para quedar fijado (Delgado, 2007).
Tradicionalmente el concepto de lo rural se ha definido y entendido como oposición a lo urbano, y de dicha dicotomía, según Sancho (2012), se identificaban cuatro características como propias del mundo rural: 
1. Densidad de población baja: es una cuestión que históricamente ha sido dependiente de la capacidad de explotar los recursos cercanos. A mayor capacidad, mayor es la densidad de población, aunque habitualmente inferior a las ciudades.
2. Importancia de la actividad agraria: este elemento ha de ser matizado en los países industrializados, pues otras actividades, como el turismo, han ido ganando mayor peso, pero es cierto que el sector primario sigue siendo el centro sobre el que se articula la economía de las zonas rurales.
3. Fuerte relación entre los habitantes y el medio natural que los rodea: el hábitat condiciona y determina la propia identidad, la actividad económica mayoritaria, las fiestas, materiales y formas de construcción, etc.
4. Arraigo y relaciones sociales entre sus habitantes: la identidad y el arraigo son mucho más fuertes en los pueblos que en las ciudades, principalmente por el hecho de pertenecer a una comunidad de reducido tamaño y relativamente estable, por lo que los vínculos y redes sociales que se crean tienden a ser más intensas. Esto también tiene implicaciones hacia lo de fuera: el forastero frente al paisano.
Por tanto, este concepto de «rural» por oposición a «urbano» implica una concepción de la ruralidad como un sistema caracterizado por el peso de las tradiciones y costumbres o la falta de espíritu emprendedor frente a la sociedad urbana moderna. No obstante, y especialmente en los países desarrollados, esa visión ya no se ajusta a la realidad, por lo que se ha buscado un nuevo perfil de la sociedad rural. 
La Comisión Europea define el espacio rural como «aquellas zonas y regiones donde se llevan a cabo actividades diversas e incluiría los espacios naturales y cultivados, los pueblos, villas, ciudades pequeñas y centros regionales, así como las zonas rurales industrializadas de dichas regiones, pero la noción del mundo rural no implica únicamente la simple delimitación geográfica. Evoca todo un tejido económico y social, un conjunto de actividades de lo más diverso: agricultura, artesanía, pequeñas y medianas industrias, comercios y servicios. Sirve de amortiguador y espacio regenerador, por lo que resulta indispensable para el equilibrio ecológico al tiempo que se ha convertido en un lugar privilegiado de reposo y ocio» (Comisión Europea, 1988).
La Comisión Europea afirma que el mundo rural son las zonas y regiones donde se llevan a cabo actividades diversas, incluyendo los espacios naturales y cultivados, los pueblos, villas, ciudades pequeñas y centros regionales, así como las zonas rurales industrializadas de estas regiones. No se puede únicamente definir el mundo rural de una manera geográfica (Comisión Europea, 1988).
En esta línea, en la primera mitad del siglo XX surge la idea del «continuum rural-urbano» de parte de Sorokin y Zimmerman (1929). Para ellos, las diferencias entre sociedades rurales y urbanas son graduales, un continuo en el que no existe un inequívoco punto de ruptura entre ambas, por lo que habría que establecer, en todo caso, como variable generadora de dicho gradiente la proporción de agricultores.
Con una concepción más actual, Roca (2003), teniendo ya en cuenta el fenómeno de desconcentración urbana, determina que ya no puede hablarse de una frontera entre lo urbano y lo rural sino de un «gradiente de urbanización», gradiente en la intensidad de edificación, en la actividad y en la estructura económica, en la movilidad de personas y de mercancías. Estamos ante un paisaje intermedio como habla Neu (2016): «la resolución del paisaje intermedio busca la continuidad y transición jerárquica y armónica entre tejidos urbanos para resolver divergencias e iniquidades y anticipar oportunidades».
El ejercicio de distinguir y establecer la diferenciación entre lo rural y lo urbano es una tarea compleja a la par que necesaria. Esto es así, en el sentido de que, si no hay una división clara entre sociedad rural y urbana, tampoco hay un criterio de división territorial único aplicable a diferentes ámbitos geográficos.
Con el avance de los medios de transporte y comunicación, se podría entender que lo urbano se ha extendido, como si las zonas rurales se tratasen de un apéndice de las ciudades. Pero también puede entenderse como que ambas sociedades se han acercado, de ahí que la distinción sea difusa (León, 2005). 
Pero, ¿es posible establecer una definición válida para todos los ámbitos? Como ya señaló George (1969), es inútil buscar definiciones de alcance universal aplicables a ámbitos muy diferentes. Y es que las condiciones geográficas y sociales pueden variar mucho de un lugar a otro, por lo que parece más adecuado establecer la distinción acorde al caso concreto (por ejemplo, pensemos en las diferencias de tamaño de municipios en España, predominando los pequeños en el norte y los grandes en el sur).Para encontrar criterios de delimitación se han adoptado dos tipos de soluciones metodológicas; por un lado, las que se basan en criterios cualitativos, como son el estatuto jurídico, la función administrativa, la existencia de determinados servicios, etc.; y, por otro, las que se apoyan en criterios cuantitativos, entre los que cabe destacar el número de habitantes, la densidad de población, etc.
La discusión académica sobre la delimitación urbano-rural en España se ha centrado en el uso de la entidad de población o el municipio como unidad de medida y en el establecimiento de sus límites cuantitativos (García, 1994 y Vinuesa 1997), siendo el municipio una delimitación territorial administrativa. 
El Instituto Nacional de Estadística (INE) emplea las «entidades singulares de población»: cualquier parte habitable del término municipal. De esta forma, el INE distingue tres áreas: zona urbana, conjunto de entidades singulares de población con 10.001 o más habitantes; zona intermedia, conjunto de entidades singulares de población de 2.001 a 10.000 habitantes; zona rural, conjunto de entidades singulares de población con 2.000 o menos habitantes. Es cierto que el uso de un criterio u otro es fundamental, pues de 2.7 millones de personas en zonas rurales se pasa a 6.5 millones, tal y como se puede observar en la siguiente tabla:
Tabla 1. Tipología de municipios y entidades según el volumen de Población
	
	MUNICIPIOS
	ENTIDAD SINGULAR DE POBLACIÓN
	 
	Número
	Población
	% Muni.
	% Pob.
	Número
	Población
	% Entid.
	% Pob.
	Urbano
	756
	37.207.381
	9,3%
	79,6%
	682
	32.082.429 
	1,1%
	68,7%
	Intermedio
	1.496
	6.809.958
	18,4%
	14,6%
	1.818 
	8.099.334 
	2,9%
	17,3%
	Rural
	5.872
	2.705.641
	72,3%
	5,8%
	59.278 
	6.541.217 
	96%
	14%
	Total
	8.124
	46.722.980
	100%
	100%
	61.778
	46.722.980 
	100%
	100%
Fuente: elaboración propia a partir del padrón municipal de habitantes (INE, 2018).
Esta disparidad es el reflejo, por un lado, de la diversidad del origen histórico de poblamiento y de su división administrativa y, por otro, la dificultad de establecer criterios de general aplicación para la delimitación de lo rural y lo urbano. Pero para seguir delimitando las zonas, es importante estudiar las definiciones y métodos que proponen diferentes organismos internacionales.
El Programa de Desarrollo Rural de la OCDE establece un límite territorial de lo rural basado en la densidad de población y el número de habitantes del núcleo de mayor tamaño, estableciendo una diferenciación en tres grupos:
• Región predominantemente rural: regiones donde más del 50% de la población vive en comunidades consideradas rurales.
• Región intermedia: cuando entre el 15 y el 50% de la población es rural.
• Región predominantemente urbana: menos del 15% de la población vive en comunidades rurales.
Con el objetivo de intentar unificar criterios, o que al menos, estos sean más similares entre sí, la Agencia de Estadística de la Unión Europea (EUROSTAT), presentó en 2011 una nueva metodología de clasificación urbano-rural que sigue las grandes líneas de la clasificación de la OCDE. La idea era la de limitar la influencia de la extensión territorial del municipio, pues puede ocurrir que haya un término municipal muy grande con la población muy concentrada en un núcleo urbano, de manera que se estaría dando una imagen distorsionada de la realidad. Para ello, propone que la unidad territorial para la medida de la densidad sean cuadrículas de 1 km2, en vez de la utilización del término municipal.
Esta metodología emplea dos criterios. Por un lado, el relativo a la densidad y, por otro, estableciendo un tamaño demográfico mínimo. Por tanto, para que esas «celdas» del territorio de 1 km2 sean consideradas urbanas, han de tener una densidad de población superior a 300 hab/km2. En segundo lugar, el conjunto de celdas adyacentes que superen ese umbral de densidad han de tener una población mínima de 5.000 habitantes, y evitar así la formación de «islas» demográficas.
 La determinación de región predominantemente urbana, intermedia o predominantemente rural se determina conforme a las regiones NUT3 (Nomenclatura de las Unidades Territoriales Estadísticas), y que para el caso español se corresponde con las provincias.
Por tanto, una provincia será considerada «predominantemente rural» cuando más del 50% de la población resida en las celdas consideradas no urbanas; «intermedia», cuando entre el 20 y el 50% de la población se localiza en espacios rurales; y «predominantemente urbana» cuando tenga menos del 20% de la población en territorio rural. 
Asimismo, si una provincia cuenta con un núcleo urbano de más de 200.habitantes, pasará de ser «predominantemente rural» a «intermedia», y una provincia clasificada como «intermedia» pasa a «predominantemente urbana» si contiene un núcleo urbano de más de 500.000 habitantes.
Mapa 1. Tipología de las provincias españolas según el criterio de Eurostat
Fuente: Rural development statistics Eurostat (2016)
En este mapa se puede apreciar que casi todo el territorio español sería «intermedio», pero conociendo la realidad del territorio, esto se explica por los grandes equilibrios existentes, y un claro ejemplo de ello es la provincia de Zaragoza. Al contar esta con un núcleo de población superior a los 500.000 habitantes, la capital, se considera una provincia urbana. Conociendo la realidad de la zona, no hace falta recorrer muchos kilómetros para encontrar zonas rurales e incluso municipios en riesgo de desaparición. Es por ello por lo que los programas de desarrollo rural (PDR) que elabora cada Comunidad Autónoma deben adecuarse lo máximo posible al caso concreto. El PDR de Aragón 2014-2020 aplica estos criterios de Eurostat, pero conscientes de los desequilibrios existentes, el programa se aplica también en la provincia de Zaragoza, con la excepción lógicamente del área metropolitana de la capital.
IV. Conclusiones
Los cambios económicos y sociales de la globalización han afectado enormemente a la distribución de la población, así como en la visión del mundo urbano y rural. Es cierto que las características de cada territorio hacen que sea difícil establecer una delimitación 
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general sobre lo rural, aunque es cierto que sí pueden extraerse una serie de factores como determinantes como lo son el arraigo y la fuerte relación entre los habitantes y el medio.
No obstante, el triunfo del mundo urbano ha influido tanto sobre el mundo rural que, son estos mismos habitantes quienes no aprecian o valoran lo suficiente su territorio, en el sentido de que los recursos disponibles en las zonas rurales no tienen que estar únicamente destinados a la agricultura y la ganadería. Aquí juega un papel muy importante la autoestima y el capital social, pues son determinantes a la hora de poner en valor otros recursos como lo son el emprendimiento, el paisaje, las tradiciones, etc.
Por otra parte, los criterios de delimitación de las zonas son también muy importantes a la hora de destinar los fondos europeos del programa LEADER, y de esto son conscientes los distintos actores (administraciones públicas, grupos de acción local, empresarios), de manera que en cierto modo es necesario adecuar esa delimitación entre las zonas rurales y urbanas al caso concreto, y poder así, generar un auténtico desarrollo rural endógeno, integrado y sostenible.
V. Bibliografía
Andrés, G. (2019). Las ciudades medias industriales en España. Evolución histórica, proceso de urbanización y estructura urbana. Ería: revista de geografía, Vol. I (Nº 1), pp. 25-49. 
Bourdieu, P. y Sayad, A. (2017). El desarraigo: la violencia del capitalismo en una sociedad rural. Buenos Aires: Siglo Veintiuno editores
Del Romero, L. (2018). Despoblación y abandono de la España rural. El imposible vencido. Valencia: Tirant Humanidades.
Muñoz, F. (2008). Urbanalización: paisajes comunes, lugares globales. Barcelona: Gustavo Gili. 
Neu, Tomás. (2016). El paisaje intermedio entre lo urbano y lo rural. Una franja de transición. Revista Opera, nº 19, pp. 55-81.Sancho Comíns, J. y Reinoso Moreno, D. (2012). La delimitación del ámbito rural: una cuestión clave en los programas de desarrollo rural. Estudios Geográficos, nº 273, pp. 599-624.

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