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Primera Parte - Memoria de Hacienda año 1911

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Honorablos sunadorus y Rourosontantus : 
De conformidad con el articulo 134 de la Constitución Nacional, tengo 
el honor de presentaros la Memoria correspondiente al Ministerio de 
Hacienda. 
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CONSIDERACIONES GEN.El{ALES 
§ l. El 12 de Enero último rendí al Consejo de Ministros un Informe 
sobre lo que hasta entonces babia hecho el Gobierno por ver de reorganl~ 
zar las rentas, disminuir los gastos, aumentar los productos y procurar de 
ese modo un superavit. Para no repetir hoy lo que se dijo en aquella 
fecha, os presentaré ese Informe juntamente con esta Memoria. Volveré á 
tocar aqui algunos puntos que allá apenas se insinuaron y trataré de otros 
que no habla entonces para qué tratar. 
§ 2. Muy grandes fueron las dificultades de todo orden que encontró 
planteadas y tuvo que afrontar la Administracion del General Oo·nzález 
Valencia. No refiriéndome sino á las fiscales, por ser ellas las que Vienen -á 
mi propósito, las resumiré de la siguiente manera: las principales rentas 
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estaban desorganizadas, el Tesoro se hallaba en quiebra, habla vencimien-
tos que entranaban serios peligros para la República y el Gobierno carecfa 
de facultades legales y de tiempo bastante para remediar la situación. 
Al tomar el Banco Central el manejo de varias rentas nacionales, quedó 
casi del todo perdida la organización, mala ó buena, que en labor lenta les 
habla venido dando el Gobierno desde los comienzos de la República; y al 
reasumir el Gobierno la administración de esas rentas, casi en los momen-
tos en que era elegido Presidente el General González Valencia, quedó per-
dida la organización que les había dado el Banco Central en la época de su 
contrato. Perdido lo antiguo y perdido lo reciente, fue casi de creación la 
obra del Gobierno en los primeros meses, tal como si el pafs acabara de 
formarse ó como si acabara el Legislador de decretar las contribuciones que 
se iban á percibir. Todo eso cuando había compromisos pendientes en Eu-
ropa, cuando estaba en retardo el pago de casi todos los servicios en el in-
terior, cuando se verificaba una transformación poHtica y cuando era me-
nester un gasto ingente para licenciar crecido número de tropas, poco menos 
que amotinadas porque no se les pagaban sus raciones. 
El ano de 1910 se abrió con la perspectiva de un gasto que, según sé 
veían las cosas entonces, pasaría de trece millones y medio y que podfa 
subir á catorce, si ocurría algún imprevisto. Tomando como base Jos pro-
ductos de 1900 y primeros meses de 1910, at instalarse la Asamblea se cal-
culaba que las entradas al Fisco no pasarian en el ano de$ 10.000,000. Los 
acreedores apremiaban, el Gobierno carecía de facultades para recortar los 
gastos y en los pocos meses que había de durar aquella Adminlstratión ftb 
era posible desarrollar plan alguno para aumentar el producto de las rénto. 
Si Jos gastos del ano no alcanzaron á lo calculado y las rentás su~ 
ron al rededor de $ 12.000,000, fue debido á medidas posteriores; que el 
General Oonzález Valencia no podía intentar por si mismo y que 110 le era 
dable ni aun conjeturar entonces, pues ignoraba quién habla de ser au aa-
tesor y en qué ideas habla de inspirarse la Administración pr6xfmá. 
El Oenerai·Oonzález Valencia y.sus colaboradores ~studiatota Mifidte-
~atneftte la situación fiscal, vieron. cort claridad lo~ peligros que rlt)l.· tM!-
taazaban, se los hicieron conocer lealmente al Cuerpo Legiílaflve y ~tb~ 
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sieron los remedios necesarios para acudir á tántas calamidades. La voz del 
Ejecutivo fue sistemáticamente desoída: estaban vivas las pasiones políti-
cas y ellas eran entonces, como han sido siempre, enemigas abiertas del 
bién público. Lo que no pudo impedir nadie, porque eso dependía de la hon-
rada voluntad del Presidente y sus compañeros, fue que en ese a11o de go-
bierno se restableciera el imperio de la legalidad en materias de Hacienda, 
se les opusiera valla infranqueable á los especuladores con el Tesoro y se 
manejaran los caudales pt'1blicos con severidad y con pureza indiscutibles. 
Traer la moralidad en tan corto tiempo al manejo de una Hacienda que 
hab(a llegado á ser un establo de Augias, seda timbre de glori a para cual-
quier Gobierno en cualquiera otro país del mundo. 
Al ascender pues al solio presidencial el doctor Restrepo, halló estable-
cida la pureza en el manejo del Tesoro; pero halló también la perspectiva de 
un déficit cuantioso que se pondría de manifiesto antes de que terminara 
el primer semestre de su gobierno. En tal situación no le quedaba al Eje-
cutivo otro camino que hacer esfuerzos enérgicos por reducir los gastos á 
su mfnimum posible, dentro de las Leyes vigentes, y proceder vigorosamen-
te en el recaudo de las contribuciones. Como las circunstancias eran urgen-
tlsimas, tuvo el Ejecutivo que poner actividad febril, sin pararse ante las 
tempestades que levantara esa manera de obrar. El espiritu de economía sc-
verfsima que prevaleció en el último semestre, dio por resultado que en el 
Presupuesto de Gastos no se agotaran todas las partidas votadas; esto es, 
que no se gastara tod~ lo que se habla calculado por anticipación. La seve-
ridad en la recaudación de las rentas produjo un aumento de dos millones 
sobre lo previsto. Aumentando los productos y disminuyendo los gastos, se 
llegó á un resultado no del todo malo en un año cuyos comienzos fueron 
tan so m brfos. 
Eso en cuanto á HHO. Respecto de 1911, dije ya en el Informe á que 
me referf antes Jos medios de que se valió el Gobierno para equilibrar los 
Pr,supuestos y alcanzar un sobrante. No es del caso recordar las resisten-
cias que fue preciso vencer: baste decir que el pais ha aprohado la obra 
realizada, que vosotros encontráis holgura en el Tesoro y que ha renacido 
la confianza en los espfritus que realmente se preocupan por la cosa pú-
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bÍica. El Gobierno cree haber cumplido con su deber y haber hecho lo po-
sible dentro de las limitaciones á que está sujeto cuanto es humano. 
§ 3. Hecho ya lo preciso para equilibrar los Presupuestos, y alcanzar 
un sobrante sin apelar á recursos extraordinarios, es del caso estudiar cu41 
debe ser nuestra línea de conducta para lo por venir. Seria muy bueno que 
en todo lo relacionado con erogaciones del Tesoro se tuvieran presentes 
estas sencillas proposiciones: a) dos son nuestras necesidades primordia-
les-conservar la solvencia del Fisco y proveer á los industriales de dinero 
suficiente, con largos plazos y á moderado interés; b) estamos en capacidad 
de llenar esas dos necesidades; e) por el momento no puede el Estado, sin 
correr grave riesgo de fracasar, acometer ninguna otra empresa en materias 
fiscales y económicas. 
Hasta fecha muy reciente se creía imposible remediar la quiebra inve-
terada de nuestro Fisco. Aquello llegó á ser casi indiscutible: la experiencia 
de un siglo parecía acreditar que las rentas públicas no alcanzaban en ma-
nera alguna á cubrir los gastos de la administración. Si no me equivoco, 
en esa materia han cambiado hoy sustancialmente las ideas de la casi tota-
lidad de los colombianos. La actual Administración Ejecutiva ha demostra-
do con hechos incontrovertibles que recaudando honradamente las rentas y 
suprimiendo el despilfarro de los gastos, quedamos en capacidad de aten-
der con puntualidad á nuestros compromisos dentro y fuéra de la Repúbli-
ca. Inútil sería por tanto que me detuviera á demostrar que sfpodemoscon-
servar la solvencia del Fisco. • 
En lo que conviene hacer hincapié, es en otro punto, conexo con el an-
terior. Pocos serán hoy en Colombia los que no acepten, verbalmente y en 
términos generales, la conveniencia de mantener los Presupuestosequilibra-
dos; pocos, muy pocos, son sin embargo los que, llegando á los hechos con-
cretos, no olviden el principio general que ya hablan admitido y pidan 6 
aconsejen un sinnúmero de cosas cuyo resultado necesario seria desequili-
brar los Presupuestos. Son muchos, por otra parte, los que rechazan con 
más ó menos vehemencia las medidas necesarias para mantenerlos equili-
brados. No basta pues que casi todo el mundo aplauda la holgura del T~ 
soro y se muestre satisfecho con lo que ha realizado el Gobierno; y se ea-
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ganarla quien considerando ese aplauso y esa satisfacción, fuera á pensar 
que ha cesado ó que va á cesar toda resistencia al regimen de economías, 
ó que en lo venidero no será preciso luchar vigorosamente para cerrarles el 
paso á las mismas influencias y á las propias obras que en épocas anterio-
res han producido la bancarrota fiscal. 
Y de esas obras é influencias las más peligrosas no son las abiertamen-
te inmorales, pues ellas se dejan conocer con facilidad y contra ellas lucha 
el sentimiento público. Las más peligrosas son las que, persiguiendo buenos 
propósitos, se inspiran en ideas equivocadas. 
El que propone un nuevo gasto, ó va á darle su voto, debiera considerar 
que para cubrirlo es preciso tomarles dinero á los contribuyentes, entre los 
cuales apenas hay alguno verdaderamente rico, abundan los que ya no 
pueden pagar más impuestos y forman legión los que están tocando las 
lindes de la miseria. El jefe de una familia considera cuáles son sus entra-
das y cuáles son sus erogaciones indispensables, antes de resolver un nuevo 
gasto. A nadie se le ocurre, salvo caso de locura, cercenarles la partida de 
alimentación á los hijos, imponiéndoles un ayuno más ó menos rigoroso, 
con el solo objeto de comprar cosas inútiles, ó tal vez útiles pero no indis-
pensables. Lo que es razonable tratándose de asuntos particu lares, no pue-
de menos de serlo tratándo~e de los asuntos públicos. No es cuerdo, no es 
licito, ordenar gasto alguno que imponga la neeesidad, ó de aumentar las 
contribuciones, 6 de "faltar á los compromisos contraídos, ó de atender mal 
á los servicios que miran á la seguridad de los ciudadanos. 
Tal vez se diga que habiendo probabilidades de un superavit, de allí 
se puede gastar sin incurrir en ninguno de los tres inconvenientes apunta-
dos. Ese es un error: el sobrante que resulte está destinado por la Ley á 
amortizar el papel moneda, es decir, á llenar el compromiso más premio-
so, 4 pagar la deuda cuya vigencia nos perjudica en más alto grado. Cada 
peso que se distraiga de ahf, es un peso en papel moneda que voluntaria-
mente dejamos circulando. ¿Habrá muchos gastos cuya importancia sea bas-
tante á excusar el régimen del papel moneda? Pues gasto que no tenga esa 
importancia no debe hacerse con parte ninguna del excedente probable de 
las rentas. 
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A nadie se le oculta que tenemos problemas internacionales sumamen-
te delicados. El superavit es la garantia de nuesrro crédito dentro y fuéra. 
del país, y es ó puede ser nuestra caja de guerra. Tomar dinero de alll, es 
tanto como tomar rifles ó cartuchos de nuestros parques. ¿Hay gastos que 
merezcan ese sacrificio? 
La perspectiva que se les ofrecía hasta hace poco á nuestros más emi-
nentes compatriotas, era la de un desastre al parecer irremediable. Recuér-
dese que hasta el año pasado nos amenazaba un déficit que podla subir á 
tres ó cuatro millones de pesos; teníamos comprometidas en el Exterior 
todas las cauciones que podíamos dar; los acreedores se hallaban en capa-
cidad de concursamos; en el interior no se pagaban los servicios más ur-
geutes; el pueblo había llegado al mayor grado de miseria que registran 
nuestros anales; y no había frontera alguna por donde no se alcanzaran á 
ver las banderas de los enemigos. Un esfuerzo violento, un esfuerzo agota-
dor para los que lo intentaron, tuvo la virtud de hacer renacer las esperan-
zas: hemos vuelto á la luz después de haber visto tinieblas profundas. Ese 
resurgimiento y esas esperanzas tienen como única base este com.ienzo de 
reorganización fiscal. Ponerlo en peligro, sujetarlo á contingencias, con 
cualquier motivo y para cualquier fin, es exponernos á una recaida de la 
cual probablemente no volveríamos á levantarnos en muchos años. Hay 
muchas cosas importantes qué hacer; pero ¿hay alguna. por cuya realiza-
ción sea cuerdo exponernos á tamañas consecuerrcias? 
Nuestra necesidad primordial es por tanto conservar la solvencia del 
Fisco. A ella debe subordinarse todo lo que se haga, por las múltiples razo-
nes que dejo expuestas y por muchas otras que se le ocurrirán sin esfuerzo 
á quien se tome el trabajo de meditar un instante sobre esta materia. 
§ 4. Son numerósas y complicadas las relaciones existentes entre la po-
breza ú holgura del Fisco y la holgura ó pobreza de los ciudadanos. Transi-
toriamente puede haber un Fisco holgado en un país empobrecido; pero á 
la larga viene el equilibrio y corre parejas la pobreza del pals con la pobre-· 
za del Fisco. Es falsa la holgura fiscal si no está acompaftada de la holgura 
económica de los contribuyentes. No podremos dar pues por definitivamen-
te equilibrados nuestros Presupuestos, sino cuando hayan renacido las in-
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dustrias y tengamos abundancia de trabajo y activo movimiento de produc-
ción. Quiere eso decir que el Estado debe hacer, dentro de sus atribuciones 
naturales, esto es, sin violar los principios científicos, lo que esté á su al-
cance pata facilitar el desarrollo económico. 
Sin embargo, esto no implica que todo medio sea bueno sólo por ser bien 
intencionado, ni que por bueno haya detenerse cualquier proyecto solamente 
porque él haya de traerle prosperidad á una región limitada ó á un reducido 
grupo de industriales, por un tiempo más ó menos largo. Ante todo es pre-
ciso estimar correctamente la cuantía del beneficio que una providencia ha 
de ocasionar, y ver si no es mayor el gasto que demanda esa providencia. 
En estas materias son pocos los que se toman el trabajo de calcular: por 
pequeno que sea el provecho eventual de una medida de fomento, se razona 
como si ese provecho hubiera de ser prácticamente infinito. No se compara 
lo que cuesta con lo que produce. Por otra parte, no todas las medidas de 
esa especie, que son inacabables en número, son igualmente provechosas, im 
plican un gasto igual y son igualmente realizables en un momento dado. Es 
preciso por tanto establecer entre ellas un orden de preferencia: primero las 
más eficaces y hacederas; después vendrán las otras. Quien quiera hacerlo 
todo á un tiempo, no logrará sino fracasar en todo, porque son limitados el 
dinero, el tiempo y la atención que se pueden dedicar á cada una de esas 
medidas. 
Por desgracia no es esa prudente actitud la que prevalece entre nos-
otros. El que aconseja un gasto no se pára nunca á considerar si ese gasto se 
puede hacer; no se pregunta si para hacerlo habría que suspender otro ú 
otros más importantes ó más urgentes. Se olvida que el Gobierno se provee 
del bolsillo de los contribuyentes y no tiene fondos gratuitos é inagotables. 
Los que aconsejan erogaciones del Tesoro público, debieran formularlas de 
la siguiente manera: "Pídanos el Gobierno más contribuciones, para que e n 
ellas haga esto ó lo de más allá." Desgraciadamente la fórmula implícita de 
que se valen es esta otra: "Para que nos haga tal favor gratuito, acuda el 
Estado á la lámpara dt: Aladino, que ningún trabajo le cuesta." 
El espiritu nacional parece haber perdido, tal vez por el influjo perturbador 
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de la miseria, el sentido de la realidad, la percepción de lo posible y lo impo~i­
ble. A medida que es mayor la penuria, más cuantiosas van siendo las ero-
gaciones que se le piden al Gobierno. Hay datos que inspiran tristeza, por-
que indican un estado delirante. Hace algunos meses empecé á anotar las 
cosas que como urgentes y necesarias le iba indicando la Prensa de la ca-
pital al Gobierno, por supuesto para que éste las realizara á la mayor bre-
vedad posible, pues se calificaba de indiferencia culpable el no haberlas rea-
lizado ya. Con cada una de esas cosas, anotaba la suma que prudencialmente 
parecra necesaria para llevarla á cabo. Al terminar la primera semana, tuve 
que suspender el trabajo porque aquello empezó á tomar cierto aspecto có-
mico, incompatible con la seriedad que han de tener las labores de la Ha-
cienda: en una sola semana, la sola Prensa de la capital habla dado conse-
jos cuya realización demandaba un gasto de más de ocho millones de dollars. 
Se comprende cuáles serían las consecuencias, si el Estado se dejara llevar 
por impulsos que son muy generosos sin duda, pero que andan divorciados 
de la realidad. 
P_oca imaginación se necesita para hacer una lista muy larga de cosas 
deseables: en países incipientes son muchas las comodidades que hacen 
falta y muchas las incomodidades que están de sobra. Señalar las unas y las 
otras y pedirle al Gobierno que provea lo conveniente, cuando él mismo está 
en apuros, es tarea meramente literaria. Esas especulaciones no son fecun-
das sino cuando al lado del mal se presenta el remedio eficaz y realizable. 
Una vez catalogadas las innumerables cosas que se le piden al Gobierno, 
como si él fuera infinitamente rico, convendría escoger las que caben en la& 
Raturales atribuciones de los Poderes Públicos. Como este segundo catálo-
go, fruto de la selección indicada, quedaría bastante extenso aún, pues no 
son pocas en verdad nuestras necesidades, sería forzoso establecer luégo el 
orden de preferencia á que me referí atrás. Sin orden y sin método no b·ay 
obra eficaz y duradera. Nuestra historia es un largo relato de intentos fra-
casados, porque nunca hemos sabido concretar nuestros esfuerzos á una 
sola cosa y porque jamás hemos hecho el propósito firme de no pasar á lo 
segundo sino después de haberle dado cumplido término á lo primero. Abar-
car mucho y no apretar nada, ha sido nuestra regla de conducta. 
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§ 5. Donde la organización bancaria es poderosa y la mayor parte de 
las transacciones se verifican á crédito, la moneda interviene en muy reduci-
da escala, pues la mayor parte de las operaciones se realizan por medio de 
anotaciones en los libros de cuentas; se necesita, al contrario, mucha mone-
da donde hay poco desarrollo bancario y escaso empleo del crédito. Si las 
comunicaciones son rápidas, unas mismas monedas pueden prestar senicio 
dentro de un corto período de tiempo en regiones muy distantes unas de 
otras; donde aquellas son malas y tardías, cada localidad debe tener una 
provisión abunda.nte de moneda, pues en caso de apuro no puede recibir 
auxilio de otras partes. Países donde el trueque es el medio más común de 
llevar á cabo las transacciones, ó donde los jornales se pagan en especie, 
requieren menos numerario, es claro, que aquellos donde los jornales se pa-
gan en dinero y donde el trueque es fenómeno excepcional. 
De lo dicho resulta que los países más prósperos no son los que más 
numerario necesitan. A tiempo que un país americano pobre requiere cua-
renta pesos por cada habitante, Inglaterra queda bien provista con veinte 
pesos por .cabeza. 
El régimen del papel moneda produjo entre nosotros la contracción y 
por tanto la escasez del medio circulante. El papel se depreció rápidamente 
y la masa total de él, con todo y ser muy voluminosa, llegó á no valer sino. 
unos once millones doscientos mil pesos, que debían atender á las necesi-
dades de unos cuatro millones de habitantes (descartando las regiones de 
Cúcuta, el Chocó y Narifío, cuyos moradores se han servido siempre de la 
moneda metálica). Fue visible por tanto que nuestro numerario no pasaba 
de tres pesos por cabeza. A última hora ha vei1ido bastante oro; mas pode-
mos estar ciertos de que el numerario no llega todavia~á cinco pesos por 
habitante. 
Esa escasez produce como consecuencia inmediata y necesaria el alza 
de los intereses, pues el arrendamiento del dinero, como el de cualquiera otra 
mercan era, es tanto más alto cuanto menor es la oferta del artículo. Y los altos 
tipos del interés han ocasionado la ruina de las industrias. No hay industrial 
que pueda tomar dinero al uno y medio ó al dos por ciento mensual, con 
plazo de pocos meses, sin llegar á una catástrofe irremediable, porque no 
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hay negocio bastante productivo .para cargar con un gravamen semejante. 
· Quedan excluidos pues los préstamos para objetos industriales,yno se rea-
lizan sino los destinados á llenar compromisos anteriores, 6 premiosas é In-
mediatas necesidades. Los que no tienen dinero se apartan de la industria, 
por los motivos apuntados; y de ella se apartan los que tienen dinero, por-
que hallan más provechoso darlo en préstamo á interés. Resultan de ah[ el 
abandono casi total de las industrias, la merma de la producción nacional y 
el empobrecimiento de todos. 
Se comprende que para remediar esa situación basta procurarles á los 
industriales suficiente dinero, con largos plazos y á módico interés. Las .. 
empresas que hoy están agonizando, cobrarían fuerzas de improviso; resur-
girían las que han desaparecido en este período de depresión, y aparecerlan 
otras completamente nuevas. 
Hay razones para creer que se encontraría capital, en parte colombiano 
y en parte extranjero, dispuesto á fundar un Banco para hacer préstamos 
con largos plazos y á interés no mayor del seis por ciento anual, siempre 
que el Estado le concediera la facultad de emitir billetes pagaderos á la vis-
ta y al portador. Por cada cien pesos en caja pudiera permitirse la emisión 
hasta de doscientos pesos en billetes. Para inspirarles confianza á Jos por-
tadores, debiera quedar sujeto el Banco á una inspección frecuente y riguro-
sa. Sería un error exigirle á esa entidad parte alguna de sus utilidades para 
el Fisco : el provecho de éste debiera buscarse en el incremento de las Ren-
tas públicas á que daría lugar el desenvolvimiento de la industria. El Esta-
do debiera limitarse por tanto á conceder la facultad de emitir, 6 fiscalizar 
rigurosamente al Banco y á exigirle que la totalidad de la emisión la coloca-
ra á préstamo entre los industriales del país á la rata y con los plazos que 
se prefijaran en el contrato de concesión. El capital del Banco no debiera 
ser menor de veinticinco millones de pesos. El término del contrato pudie-
ra ser de veinte ó veinticinco años. 
En esa forma no tendría el Estado que comprometer su propia respon-
sabilidad. El no haría otra cosa que devolverles la facultad de emiñr á sus 
verdaderos dueños, esto es, á quienes tienen crédito suficiente para que sus 
obligaciones sean aceptadas como dinero en el mercado. Los caJ!italistaa 
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manejarlan sus propios intereses bajo la vigilancia del Uobierno, y el pú-
blico les otorgarla la confianza que ellos merecieran. En nada de eso hay 
socialismo de Estado: el Poder Público en realidad no va á •hacer•; va, al 
contrario, á •deshacer• lo que hizo al reservarse la facultad de emitir, co-
rrigiendo siquiera en parte el error cometido, cuando, en mala hora, reem-
plazó por papel la moneda metálica del país. 
Como en el interior de la República hay prevención contra los billetes 
emitidos por losBancos particulares, conviene hacer algunas observaciones 
sobre el asunto. Temen las gentes que si á esas entidades se les da permiso 
de emitir, ocurrirán quiebras que han de perjudicar á los tenedores de los bille-
tes; de ahf concluyen que es peligrosa la facultad de emitir y que no se les 
debe conceder á los Bancos. Razonando con esta lógica, debiera el Gobier-
no prohibir las sociedades de seguros, y las casas de comercio, y las fábri-
cas y las especulaciones de todo género, pues no hay negocio alguno en 
que la quiebra sea imposible y en que, por consiguiente, no se corra peli-
gro de comprometer intereses ajenos. Creer que ese peligro es máximo 
cuando se trata de los Bancos de emisión, es desconocer la naturaleza de 
esos establecimientos y la manera como funcionan . La experiencia universal 
comprueba que en todas partes y en todos los tiempos han podido funcio-
nar los Bancos de emisión con entera regularidad; tanto que ellos se cuen-
tan entre los establecimientos más sólidos. Y no se alcanza á ver razón ningu-
na para que en Colombia hayan de invertirse las leyes económicas que los 
rigen. Lo que todo el mundo sabe, al contrario, es que en diversas regiones 
colombianas, han funcionado los Bancos de emisión en distintas épocas de 
manera satisfactoria. 
Los que hoy les auguran, pues, quebrantos y fracasos, olvidan la expe-
riencia universal, olvidan nuestra propia y especial experiencia, y razonan 
como si se tratara de cosas recónditas y nunca vistas. Lo cierto y verdade-
ro es que la Ley sobre Bancos, como cualquiera otra Ley (la de Seguros por 
ejemplo), puede ser buena 6 mala: si es lo primero, ella garantiza bien los 
derechos ~e los tenedores de billetes; si es lo segundo, ella los dejará sin 
resguardo. El quid no está pues en Ja institución de los Bancos emisores, 
sino en la Ley que los reglamente, Es lo mismo que sucede con las Compa-
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nías de Seguros, con las de Navegación, etc. 
Se dice que la gente ignorante es incapaz de distinguir cuáles Bancos 
son respetables y cuáles nó; que se correrla por tanto el riesgo de que cir-
cularan billetes mal respaldados y que eso constituirla una amenaza espe-
cialmente para las gentes pobres. Para que semejante argumento venga á 
tierra, basta considerar que la Ley mide á todos los Bancos por un rasero, 
y que. en consecuencia, todos ellos tienen que prestar garantías proporcio-
nalmente iguales para los billetes que emitan. Por otra parte, si la objeción fuerJ 
válida, habría que prohibir también la circulación metálica, puesto que con 
una moneda falsa también se puede engañar á las gentes ignorantes; y ha-
bría que nombrarle curadar á cada ciudadano. puesto que nadie está libre 
de que lo engañen en las mil y una transacciones que verifica en el curso de 
la vida. En argumentos de esta clase anda solapada la curiosísima teoría de 
que los ciudadanos son incapaces de manejar sus propios intereses y no 
pueden moverse sin las andaderas que les obsequia el Estado, al cual se le 
atribuye una sabiduría que él no tiene ni puede tener. 
En el caso de que vengo tratando desaparecerían mnchas de las obje-
ciones que se formulan contra la facultad de emitir concedida á todos los 
Bancos de un país. En el proyecto que á grandes rasgos formulé atrás, esa 
facultad vendría á concedérsele á una sola entidad, formada quizá por la 
asociación de muchos Bancos; de donde resultaría que la inspección oficial 
podría ser mucho más completa y eficaz. 
§ 6. El Gobierno ha realizado economías, ha aumentado el producto de 
las Rentas, mejorado la recaudación de ellas, ha equilibrado los Presupues-
tos y espera obtener algún sobrante en el presente año. Todo eso es 
exacto; pero se engai'iaría quien dedujera de ahl que está terminada la reor-
ganización de la Hacienda pública. Muy al contrario, esa reorganización 
apenas está en sus comienzos, y el llevarla á cumplido término no es tarea 
para un solo hombre ni tal vez para una sola generación. Ningún otro Ramo 
de la Administración Pública se halla en estado tan incipiente y embriona-
rio como el de Hacienda, y en ninguno otro es la evolución tan lenta, tan 
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laboriosa y tan propensa á regresiones. Para llegar á la cumbre en asuntos 
fiscales, otros países han necesitado de una serie de estadistas eminentes y 
de un trabajo metódico y no interrumpido durante varios siglos. Sonarla 
despierto quien pretendiera entre nosotros alcanzar esa cumbre en el curso 
de pocos meses. El Gobierno cree haber hecho mucho, pero no pretende 
haberlo hecho todo. Nuestra Hacienda era una especie de tonel roto, por 
cuyas mil hendiduras se escapaba á borbotones el vino que en él iban po-
niendo los contribuyentes. El Gobierno hasta ahora no ha hecho otra cosa 
que tapar las hendiduras más anchas, para que el nivel se mantenga á cier-
ta altura; cegar todos los escapes es ideal que no puede alcanzarse sino me-
diando una labor muy paciente y dilatada. Quien juzgue al Gobierno por lo 
qu~ ha hecho ( y éste es el criterio legítimo), de seguro le impartirá su apro-
bación; quien apele al sistema abogadil de juzgarlo por lo que todavía no 
ha realizado, hallará vastísimo campo para la censura. 
Autorizado por la Ley 59 del afio último, el Gobierno ha suprimido al-
gunos empleos completamente inútiles; pero no ha podido suprimir todos 
los que están de sobra, entre otras razones porque para ello habría que mo-
dificar muchas de las leyes vigentes y eso no entra sino en las facultades 
del Poder Legislativo. Ojalá que vosotros hagáis estudio muy cuidadoso de 
la cuestión, pues no exageraría quien asegurara que con la mitad de los em-
pleados que hay al presente se podría atender con holgura y regularidad á 
todos los servicios públicos. Es cierto que en algunas oficinas apenas exis-
ten los empleados necesarios y muy cierto que en algunas pocas hay caren-
cia de personal; pero eso no obsta en manera alguna para que en la mayor 
parte haya verdadera plétora de empleados innecesarios. La propia observa-
ción puede hacerse respecto de dotaciones: hay algunos puestos que ape-
nas tienen una remuneración justa, y no falta uno que otro empleo mala-
mente remunerado; pero eso no infirma la verdad de que, por punto gene-
ral, hay una disparidad desconsoladora entre las retribuciones oficiales y las 
particulares. Merced á eso principalmente, es frecuente ver en los puestos 
públicos, ganando grandes sueldos, á gentes de muy escasas ó nulas capa-
cidades, á tiempo que en la industria privada están magníficos trabajadores 
agotándose en lucha insostenible, por salarios escasísimos. Gravar con im-
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puestos á los segundos, que ya están abrumados, para mantener en holgura 1 
los primeros, es injusticia á que, aun por propia conveniencia, no debe des-
lizarse jamás un Estado, pues en la natural rotación de las cosas las in1us-
ticias de ese género refluyen siempre contra el que las ejecuta. 
Y eso es Jo que viene sucediendo entre nosotros, pues de afil procede 
la penuria crónica del Tesoro; de ahl arranca el «patriotismo• de los polf-
tiqueros; de ahi el odio reconcentrado, como de fieras que se disputan una 
presa, con que se dan batalla los que aspiran á aduenarse del Poder Pú61i-
"' co; de ahi casi todas las dificultades de la política en nuestra tierra, que 
tanto va pareciéndose á las enfurecidas Repúblicas italianas de la Edad 
Media. Pueblos trabajados por las discordias civiles, pueblos donde se · 
odian los hombres tanto como aquí, están mal preparados para transitar por 
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los caminos de la civilización y son vlctimas fáciles del primer enemigo que 
se les ponga en frente. 
Todo extremo tiene inconvenientes; pero si está escrito que nosotrosno podamos ponernos en el justo medio, sería preferible, en nuestras cir-
cunstancias actuales, que pecáramos por defecto más bien que por exceso, 
en mélteria de empleados y de asignaciones .. Tal vez así se volviera la aten-
ción del público hacia las industrias particulares, qne engendran la prospe-
ridad y traen la calma á los espi··itus. Mientras haya abundada de empleos 
y tentadoras remuneraciones, habrá ejércitos de pretendientes, dispuestos á 
todo género de aventuras, y será poco menos que imposible la tarea de go-
bernar por métodos civilizados. Esta no es cuestión de meras finanzas; es 
asunto de orden y civilización. 
. 
Entre las obras que están por hacer no es la menos importante la _de 
redistribuir en otras proporciones la inversión del Presupuesto de Gastos. 
Un examen siquiera sea rápido de este Presupuesto, deja ver que hay cosas 
6 inútiles, ó innecesarias, ó cuando menos aplazables, en las cuales se in-
vierten cantidades enormes de dinero, al paso que hay otras necesarias y 
urgentes, en las cuales se gastan cantidades minúsculas 6 no se gasta nada 
en absoluto. Nadie se ha preocupado por establecer una proporción racional 
entre la importancia de cada servicio '1 el monto del gasto que se le destina. 
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En esa materia nuestro Presupuesto es sencillamente monstruoso: parece 
que en su formación no hubiera influido otro criterio que el de la deformi-
dad. Es dificil creer, por ejemplo, que nosotros gastemos en música casi tan-
. to como en relaciones internacionales, no obstante que por este lado anda 
todo lo que puede comprometer la integridad nacional y aun nuestra exis-
tencia como pals independiente. Tal vez una tercera parte de los Presupues-
tos debiera gastarse en cosas distintas de las que hoy se gasta. Como ese 
• 
cambio implica la modificación de muchas leyes vigentes, corresponde al 
Poder Legislativo, no al Gobierno, llevarlo á buen término. Huelga decirqtie 
él supone un estudio muy atento y detallado de las verdaderas necesictades 
.del servicio público. 
En otros capítulos de esta Memoria, anotaré otros problemas que deb'en 
resolverse para mejorar la Administración. Ya indiqué la necesidad de qUé 
todas ellas se sujeten á un orden riguroso de preferencia, para que se aco .. 
metan primero las más urgentes é importantes, para que no se pase á lo 
posterior sin haber terminado lo precedente y para que en ningún caso se m_. 
curra en el error de emprender á un tiempo más de lo que buenamente pue" 
de realizarse. Lo primordial era equilibrar las rentas con los gastos, y á eso 
ha dedicado el Gobierno sus esfuerzos hasta hoy. Que venga ahora lo de-
más, por supuesto sin perturbar ese equilibrio, pues nos veríamos empeña- · 
dos en ls tarea de Sísifo, que es estéril y fatigante. 
·§ 7. Aun que no está adscrito al Ministerio de Hacienda el ramo de fe-
rrocarriles, debo hacer algunas consideraciones respecto de ellos, ya p or-· 
que la mayor parte de nuestras dificultades fiscales han procedido de iin-: 
prudentes contratos ferroviarios, ya porque ese género de empresas seduce 
con facilidad el espíritu público y lo inclina á solicitar y aplaudir erogacio-
nes desatinadas. ·. 
Se dice con frecuencia que debemos construir ferrocarriles, porque sin 
transportes baratos es impo3ible el desenvolvimiento de la industria. Mas es 
el caso que entre nosotros los ferrocarriles, por punto general, encarecen 
• 
·desmesuradamente los transportes, en lugar de abaratarlos. 
Eso depende de que nuestro pueblo no produce todavía la enorme cao.-
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. tldad de carga que se requiere para alimentar, en condiciones Industriales, 
1u vfas férreas. Un wagón común transporta veinte toneladas, equivalentes 
' dento sesenta cargas de mula. Son muy pocos los parajes capaces de su-
ministrar ese número de cargas por dla, lo cual quiere decir que son muy 
pocos los parajes que pueden cargar un wagón diario. Y un ferrocarril no 
merece el nombre de tál, ni produce el beneficio de abaratar los transportes 
stao cuando se halla en capacidad de despachar diariamente varios trenes, 
• plena carga todos ellos. La construcción, equipo y conservación de una 
111\ea f~rrea, requiere grandes sumas de dinero, cuya amortización é intere-
111 piden considerables entradas por fletes. Si la carga es mucha, esas con-
llderables entradas se consiguen mediante un ligero gravamen sobre cada to-
nelada, y es posible entonces abaratar los transportes; si la carga es poca, 
la empresa se ve obligada á establecer fletes absurdos, pues de otro modo 
no podrla sacar ni aun los gastos indispensables. En tal virtud, no parece 
prudente gastar millones de dollars, exponer el país á reclamaciones diplo-
máticas, desequilibrar los Presupuestos y desatender premiosas necesida-
des del ser.11icio público, para construir líneas que no han de traernos las 
ventajas prometidas y que, al contrario, reagravan el inconveniente que de-
bieran remediar, dado que encarecen los transportes. 
Si fuéramos á calcular el verdadero costo por kilómetro en algunos de 
nue1tros ferrocarriles, obtendríamos cifras aterradoras, pues á lo erogado di-
rectamente para construirlos, sería menester agregar el monto de la contri-
bución que en forma de fletes exagerados han pagado y seguirán pagando 
la industria y el comercio. No resultarían m:is caros ciertos rieles si estu-
vieran hechos de oro. 
Pero esas pérdidas, se dice, quedan compensadas con el progreso i~ 
duatrial que los ferrocarriles suscitan. A eso es preciso contestar que el pr~ 
greao industrial no es indefectible ni aun en el caso en que el ferrocarril ha-
JI realmente de abaratar los transportes; que el progreso ~s irrealizable, 
cuando los encarece, como sucede entre nosotros; y finalmeute, que para 
abaratar los fletes y desarrollar las industrias no es forzoso incurrir en los 
riesgos y pérdidas á que me he referido. 
La baratura de los transportes no. es el único factor del fenómeno eco-
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nómico llamado producción; además de este factor se requieren muchos 
otros: la prueba es que nuestras costas han gozado siempre de fletes muy 
baratos para enviar sus productos al Exterior, y ellas no han dado señales 
de vida sino allí donde se han conseguido ademis otros factores económi-
cos. Para que en una localidad surja 6 aumente la producción, deben con-
currir múltiples antecedentes: capital disponible, brazos desocupados, suelo 
fértil, clima habitable, que no haya co:n;:>etencias insostenibles en otras 
partes, etc. Donde están reunidas todas esas condiciones y sólo faltan los 
medios de transporte, la llegada de un ferrocaaril, si abarata los acarreos, 
produce naturalmente una transformación industrial. Pero suponer que en 
nuestra tierra, donde faltan algunos de esos factores en casi todas partes, 
han de surgir paraísos á los silbos de las locomotoras, es echar en olvido 
los antecedente3 ne:~sarios del complejo fenómeno de la producción. 
Los que atn.p:1 por los ferrocarriles incurren casi siempre en un error 
fácil de rastrear: tal vez sin advertirlo arguyen como si los ferrocarriles fue-
ran los único3 m :!jio3 de transp::>rte dignos de tenerse en cuenta. O ferroca-
rriles, ó atraso inevitable, es el dilema sin salida que formulan. Y lo cierto y 
verdadero es que hay otros medios de comunicación, más adecuados á 
nuestras necesidades, más en consonancia c)n nuestro escaso desarrollo in-
dustrial, más barato3, d~ más fácil y pronta onstrucción y positivamente · 
capaces de facilitar y abaratar el acarreo de nuestros productos. Los tran-
v[as eléctricos, lo3 Koppel 6 Decauville, los cables aéreos (ropeways), etc., 
no adolecen de los inco:nenientes que para nosotros tienen los ferrocarri-les y pueden facilitar y abaratar enormemente nuestros transportes. Luégo 
que ellos traigan el denrrollo iudustrial y la superabundancia de carga, ya 
será tiempo d! qn V.!:1;1 1 lo3 ferrocarriles, ó los m'!d!os de transporte que 
para entonces los hlya:l r~empl:1zado, no px aclimatación artificial, sino por 
exigencias d:! IJ nlt~tra! :!~1 misma; y vendr,in sin qu~ el Gobierno tenga que 
hacer esfuerzos ni sacrific:os para que se construyan.l·hya c:uga suficiente, 
y las empresas ferroviarias serán buen negocio para los capitalistas; en tal 
caso, no pedirán cllo3 ni sJbvenciones ni garantías para instalarlos. La s~la 
circunstancia d! q..t! In¡ .3:!111 neces1rias tales garantías y subvencionesde-
muestra que son prematuros muchos ferrocarriles entre nosotros y que esta-
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. mos empeftados en madurar anticipadamente una fruta por medio de apre-
tones. No es dable anticipar la natural evolución de un pafs, pues el creci-
miento de los pueblos, como el de los individuos, está sujeto á leyes fijas y 
á gradaciones sucesivas de que no es posible prescindir. La intervención 
oficial puede retardar el crecimiento natural de un pueblo, e omo la interven-
ción de un médico empirico puede retardar el natural desenvo lvimiento de 
un niflo; pero ni el médico ni el Gobierno que intervienen, logran nunca 
abreviar los trámites ni apresurar la hora que la naturaleza ha instituido pa-
ra que los organismos, sean individuos ó sociedades, lleguen á la madurez. 
Apelando á cables y tranvías, no tendría el Fisco que hacer erogación 
ninguna de importancia. Donde haya carga para el caso, el tranvla ó el ca-
ble se construirá sin auxilio y sin garantía de intereses. Si en virtud de la 
costumbre establecida se exigiere esta última, ella será siempre por corto 
tiempo y por una suma moderada, y luégo los naturales rendimientos de la 
empresa absolverán al Gobierno de toda erogación. 
Quien examine un mapa de Colombia verá que están indicadas un sin-
número de vías baratas y productivas: de Cundinamarca, Boyacá y Santan-
der, hacia la margen oriental del río Magdalena; de Caldas y del Norte de 
Antioquia, hacia la margen occidental del mismo río y hacia la margen de-
recha del A trato; de Pasto y Popayán hacia las costas del Pacifico. A eso 
habría que agregar muchas líneas transversales, para proveer de carga á los 
ferrocarriles existentes. 
Es preciso no olvidar que la capacidad de un tranvía puede ser consi-
derable: todo depende del número de trenes que se despache por dfa. No 
habría, por tanto, Fazón para temer que esos medios de transporte llegaran 
á ser insuficientes dentro de corto tiempo. 
Para convencerse uno de que debemos empezar por medios de comuni-
cación baratos y en consonancia con nuestra escasa potencia productiva, 
basta considerar que ese mismo ha sido el proceso en aquellos paises que 
hoy tienen una importante red ferroviaria. En Inglaterra ó Francia, por ejem-
plo, fue posible la construcción de muchas Jineas férreas, porque la industria 
y el comercio hablan tomado ya grande incremento al favor de las carreteras, 
los ríos, los canales y los mares costaneros. Cuando esos paises empezaron 4 
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construir ferrocarriles, ya tenían seis 6 siete veces más población que nos-
otros, la tenían agrupada en una extensión territorial relativamente pequeña, 
no tenran que vencer obstáculos materiales tan graves como los que ofrecen 
nuestras altas cordilleras y ya el volumen y valor de sus productos eran cen-
tenares de veces más considerables que el valor y el volumen de los nuéstros. 
De tal modo hemos antici pado el comienzo de nuestra red ferroviaria, 
que aun tratándose del ferrocarril de la Sabana, que es uno de los menos pre-
maturos, pues sirve á una región un tanto poblada, relativamente rica y asien-
to de la capital de la Repí1blica, es evidente que él no podría resistir la com-
petencia de un tranvía que se construyera hoy de aquí á facativá. Eso quiere 
decir que el tráfico pudiera estar mejor servido con un capital muchísimas ve-
ces menor. No hay para qué mencionar casos como el del ferrocarril de Gi-
rardot. Si allí se hubiera puesto un tranvía eléctrico ó de vapor, aquella em-
presa no seria hoy un desastre para el país. 
Lo dicho no significa que debamos abandonar los ferrocarriles ya cons-
truídos 6 en vía de construcción. Ellos tal vez no debieron empezarse; pero 
una vez comenzados, lo único razonable es terminarlos á la mayor brevedad 
posible, pues de otro modo solamente lograríamos aumentar las pérdidas. 
Más aún, para que ellos lleguen pronto á ser remuneradores y bajen sus tarifas, 
es urgente pensar en pequeñas líneas transversales, de cables ó tranvías, que 
como los arroyos á los ríos, traigan á los ferrocarriles alimento en abundancia. 
Es conveniente derogar la Ley número 104 de 1892 sobre ferrocarri-
les. Bastantes frutos amargos ha producido ya esa Ley. Los Gobiernos respe-
tuosos no necesitan de ella. Cuando sea oportuno volver á pensar en fer roca-
rriles, esos Gobiernos no esquivarán el concurso del Congreso para estudiar 
las conveniencias del pais, en cada caso particular .. En cambio, un mal Go-
bierno puede causarnos daños irreparables haciendo uso de semejante Ley, 
con la cual es posible imponerle al país cuantiosisimas erogaciones. No se 
comprende por qué los Congresos, que con frecuencia disputan con el Ejecu-
tivo porque se gastan 6 se dejan de gastar unos pocos pesos, le dejan lapo-
testad de comprometer al país en deudas que pueden subir á veinte 6 treinta 
millones de dollars, como alguna vez ha sucedido ya entre nosotros, sin que 
pueda decirse que esa ley fue expedida en época de dictadura. 
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En ~emplazo de tal Ley pudiera expedirse otra que autorizara al Go-
bierno para conceder permisos que no implicaran erogación para el TesortJ' 
público, ó que sólo implicaran una erogación moderada, por ejemplo, de eieJ11 
mil pesos como total máximo, por instalar cables y tranvlas. Esta autoriza• 
ción pudiera hacerse conocer profusamente en el Extranjero, con el objeto11e 
atraer compailfas empresarias en lineas de transporte baratas. 
--a--
ECONOMIAS 
El artículo l. 0 de la Ley 59 de 1910, dice lo siguiente: "Autorizase al 
Poder Ejecutivo para reducir el Presupuesto de Gastos en una suma que no 
pase de tres millones de pesos. Dentro de este radio el Gobierno podrá reor-
ganizar las oficinas públicas del orden administrativo; suprimir á su juicio 
los empleos que considere inútiles y crear los que sean nt:cesarios para llevar 
á efecto las economias que se buscan por la presente Ley." El articulo 3. 0 de 
la misma Ley, dice esto: "Las autorizaciones que por esta Ley se confieren 
al Gobierno regirán hasta el día 20 de julio de 1911, y el Gobierno pasará una 
exposición al próximo Congreso sobre la manera como haya hecho uso de ta-
les facultades." El artículo 5. 0 de la Ley 85 del mismo año está concebido en 
estos términos: "Mientras el Congreso no haya dictado la Ley de asignacio-
nes civiles, el Gobierno reducirá los sueldos de los empleados nacionales en 
una proporción que no exceda de la siguiente escala: 
" Los sueldos de trescientos pesos ($ 300), ó mayores, en un treinta 
por ciento (30 por 100). 
"Los sueldos de doscientos cicuenta ($ 250) á trescientos pesos($ 300), 
en un veinticinco por ciento {25 por 100). 
" Los sueldos de doscientos cincuenta pesos (f> 250) ó menores, en un 
veinte por ciento (20 por lOO) 
"§ Exceptúase de lo dispuesto en este artículo los sueldos del Poder ju-
dicial." 
Finalmente, el articulo 6. 0 de la misma Ley, se vierte asl : "En ej~ 
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-XXIII-clcio de las facultades concedidas por la Ley 59 del presente afio, podrá el 
Gobierno economizar hasta seis millones de pesos, y para este fin podrá hacer 
en el Presupuesto de Gastos las traslaciones que creyere necesarias." 
Os informo pues sobre las economías que ha decretado el Gobierno en 
el Departamento de Hacienda, de acuerdo con las disposiciones vigentes. 
El Decreto número 940 de 1910, suprimió las Administraciones de Ha-
cienda Nacional y algunos empleos en las Administraciones restantes; al 
propio tiempo creó la Procuraduría de Hacienda, compuesta de un j efe y un 
Ayudante. La economia que ese Decreto realiza por personal, arrendamiento 
de locales y gastos de escritorio, asciende á $ 1,477 mensuales, 6 sea á 
$ 17,724 en los doce meses de un año. 
Las Administraciones suprimidas no eran necesarias, ya porque habían 
dejado de ser cctf>itales de Departamento las ciudades donde funcionaban 
(Ley 65 de 1909), ya porque en ellas era muy escaso el expendio de estam-
pillas y papel sellado, á tal punto que en algunas no alcanzaba el producto 
de las ventas para cubrir el sueldo de los empleados, ya porque el expendio 
de especies y los pagos que ordena la Tesorería General podían verificarse 
en esas localidades por medio de otras de las oficinas existentes. En cambio 
la Procuraduría de Hacienda, que podía crearse no sólo de acuerdo con la 
Ley 59, sino también de acuerdo con el Códlgo Fiscal, era de urgentísima 
necesidad para inspeccionar un sinnúmero de oficinas de Hacienda, para es-
tudiar in situ las econom[as que podían llevarse á cabo en las Aduanas, en 
los Resguardos, en las Salinas, etc.; para intervenir en la averiguación de 
una multitud de propiedades nacionales cuya existencia se ignoraba, y apa-
rejar sus tftulos; para promover la venta de los alambiques y accesorios que 
ha comprado el Gobierno por mandato del Decreto Legislativo número 41 de 
1905; y en general para desempeñar las funciones que se indican en el cita-
do Decreto número 940. 
Suprimida la elaboración oficial en algunas de las salinas terrestes (Ley 
44 de 1910), se simplificó bastante la administración de ellas, y fue posible 
suprimir un crecido número de empleos. De alli el Decreto número 1,035 de 
1910, que realizó una economfa mensual de$ 1,192, ósea de$ 14,304 por 
ano. 
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-XXIV-
Cumpliendo el mandato del articulo 5. 0 de la Ley 85 de 191 O, ya copiado, 
se dictó el Decreto número 1,144 del mismo ano, por el cual se redujeron 
los sueldos de los empleados que dependen del Ministerio de Hacienda. Com-
putando la rebaja de los sueldos fijos y la correspondiente rebaja de los 
sueldos eventuales, la economía de ese Decreto asciende á $ 16,335-75 por 
mes, ó sean $ 196,029 por año. 
La Asamblea Legislativa suprimió en los Presupuestos las partidas co-
rrespondientes á las Direcciones Subalternas de Estadística. No funcionan-
do ellas, quedaron reducidos naturalmente los trabajos de la Dirección Ge-
neral del Ramo. Por tal motivo se dictó el Decreto número 1,163 de 1910, 
por el cual quedaron suprimidos algnnos empleos en la Dirección General. 
La economia es de $ 554 al mes, ó sea de $ 6,888 al año. 
El artículo 8. 0 de la Ley 44 de 1910 puso término al monopolio de la 
sal marina y autorizó al Ejecutivo para establecer y reglamentar un impue~ 
to sobre la producción ó el consumo de ese artículo. En tal virtud se expi-
dió el Decreto número 1,174 de 1910, que produce una economía mensual 
de $ 856, ó sea de $ 10,272 al año. No computo la economía en empaques; 
transporte de sal, arrendamiento de depósitos y locales, etc., ya porque es 
difícil reducirla á una cantidad precisa, ya porque ella no es consecuencia 
directa de las autorizaciones conferidas al Ejecutivo por las Leyes 59 y 85 
de 1910. 
Visitados por el Procurador de Hacienda las Aduanas y los Resguardos 
del Atlántico, se vió que sin perjudicar al servicio público, podían suprimir-
se algunos empleos en aquellas óficinas. Ese fue el origen del Decreto nú-
mero 440 de 1911, con el cual se obtuvo una economía de~ 1,267-50 al mes, 
que en un año alcanza á$ 15,220. 
Transcurridos algunos meses de libre elaboración en las Salinas de Ne-
mocón y Zipaquirá, se vió que podían suprimirse algunos empleos de los. 
que al principio se dejaron para no arriesgar una carencia de personal en 
un sistema que apenas iba á ensayarse. Al propio tiempo dejó de ser nec~ 
sario el Almacén de Sales de Riohacha. Esas dos circunstancias originaron 
el De~reto. número 467 de este año, que realiza una economfa mensual de 
$ 474-25, ósea de$ 5,691 por año. 
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-XXV-
Las economfas que se obtuvieron con los Decretos citados, suman la 
cantidad de$ 22,176-50 por mes, lo cual da$ 266,118 en los doce meses de 
un ano. Es claro que algunas de las economías indicadas pudieron hacerse 
en virtud de disposiciones legales distintas de las Leyes 59 y 85 del afio 
pasado; no se hace esa discriminación, porque además de ser laboriosa, ten-
drla muy poca utilidad. Es del caso observar también que el monto de las 
economlas es mayor en realidad, pues la supresión de uno ó más empleos 
en una oficina pública trae economías carrelativas en material, locales, gas-
tos de escritorio, medios sueldos de empleados enfermos, etc., que casi nun-
ca pueden calcularse por anticipado. Más aún, en casos como el de las sa-
linas terrestres, la disminución de los empleados superiores acarrea una dis-
minución considerable en los llamados empleados de lista, esto es, en Jos 
obreros y trabajadores, cuyas asignaciones figuran en las partidas destina-
das á la explotación. Hay pues economías grandes que no pueden calcular-
se anticipadamente. Ellas se harán sentir al fin del afio en el resultado final. 
Una economía de$ 266,118 sobre un Presupuesto de$ 853,919-50, que 
es el monto de lo votado para el Departamento de Hacienda, es á mi juicio 
satisfacctoria, ya porque represnta un porcientaje bastanta alto {algo más 
del 31 por 100), ya porque ella se ha realizado sin perjudicar, antes bien 
mejorando, el servicio público. 
Los otros Ministros del Despacho os informarán sobre las economías 
realizadas en sus respectivos Departamentos. 
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RENTAS EN GENERAL 
Según los datos y comprobantes enviados al Ministerio de Hacienda por 
las diversas Oficinas de Rcaudación y por los Ministerios, en 1910 produje-
ron las Rentas Públicas lo siguiente : 
Derechos de importación y exportación (Aduanas, Oficinas postales y 
derechos diferenciales en Pasto) - - - - - - - - $ 8.653,478 63 
Dos por ciento sobre los derechos de importación des-
Pasan - - - - - - - '$ 8.653,478 63 
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Vienen - - - .. '8MI3,478 63 
tinado á la conversión del papel moneda 
Derechos de puerto (Faros Tonelaje y Práctico) - - -
Derechos de Sanidad - - - - - - - - - - -
Ingresos varios en las Aduanas (Lastre, Muelle, Apro-
vechamientos, etc.) - - - - - - - - - - - - -
Derechos consulares {inclusive lo recaudado en las 
Agencias Postales) - - - - - - - - - - - - -
Portes de correos - - - - - - - - - - - -
Portes de telegramas - - - - - - - - - - -
Denchos sobre mortuorias y donaciones {Lazaretos) 
Productos del Ferrocarril de la Sabana - - -
Bienes nacionales - - - - - - - - - - - -
Derechos por patentes de privilegio - - - - - - -
Salinas marítimas - - - - - - - - - - - -
Salinas terrestres y carboneras dependientes de ellas -
Minas de Santa Ana y La Manta - - - - - - -
Minas de Supia y Marmato - - - - - - - - -
Minas de Muzo y Coscuez - - - - - - - -
Impuestos sobre minas - - - - - - - -
Papel sellado y estampillas (Timbre Nacional) - - -
Impuesto sobre elaboración de cigarrillos - - - -
Impuesto sobre fabricación de fósforos - - - - -
Rentas dela Intendencia Nacional del Meta - - - -
Rentas de la Intendencia Nacional del Chocó - - - -
Impuesto sobre la navegación fluvial (para la canali-
zación del río Magdalena) - - - - - - - - - - -
Ingresos varios, sin contar los de las Aduanas - - -
165,156 ""84 
181,243 98 
8,410 
25,410 28 
474,953 88 
110,068 94 
308,799 45 
88,489 19 
243,052 66 
38,223 93 
328 66 
534,779 (11 
736,266 16 
10,000 
16,000 
24,800 48 
364,180 Z1 
28,086 99 
20,977 44 
24,517 80 
32!475 77 
75,418 .77 
55,641 31 
Suma - - - - - - - - - '$ 12.220,'160 44 
Comparando el cuadro anterior con los de la Memoria del Tesoro, se 
~vierten algunas diferencias explicables por razones de contabilidad. Pon-
dré algunos ejemplos ilustrativos : respecto del Ferrocarril de la Sabana, la 
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- X:MV/1-
Dirección de la Contabilidad ha tenido que anotar el producto líquido úni-
camente, porque en los Presupuestos no figuraba ni tenía por qué figurar 
partida ninguna para los gastos de la Empresa, supuesto que estaba rigien-
do el contrato con el Banco Central. Yo debía por mi parte, anotar el monto 
total de los productos y de los gastos. En la Contabilidad no se anotó parti-
d! ifgitrlM~óittó ¡Yrbtftrefo de S'ánta Ana y La Manta, porque la Comparua no 
¡3figó fot' átféntÍa1rirentos del año; yo debía hacer figurar el valor de éstos, 
Ji pbtijUe f1t deuda está vigente y hay valores de donde hacerla efectiva, 
yi p"ófqae eñ un contrato que someteré á vuestra aprobación, se arregla: fa 
fflirfé'fá éorñ<5 ta Companfa ha de verificar el pago. Por más esfuerzos que 
• 
lía ii~fttt ftt Dirección, no siempre ha logrado que las oficinas subalternas 
an1l'fefi· op6ttdttamerite J6s reconocimientos en favor del Tesoro; cuando es-
to stté"ede, íos tecomrcimientos se hacen con posterioridad, pues ellos no 
· pueden dejar de hacerse; pero en tal caso resulta que una partida corres-
pondie'ffte a un~ vtgencia viéne á aparecer como producto de otra. En el año 
de J9io· figura por tal mo1ivo en la Contabilidad General la suma de 
f, 318,392-10', que realmente corresponde al año de 1909 y que yo no podía 
tomar en cuenta, tratand-o como trataba de averiguar el producto real y po-
Sitivo de ias rentas desde el J. 0 de Enero hasta el 31 de Diciembre de l9J O. 
Ett la Memória que tuve el honor de dirigir á la Asamblea Nacional en 
el áfío dltimo, manifesté que apenas se podía calcular en $ 10.000,000 el 
producto' de las Rentas en esa vigencia, y aduje las razones del caso. El 
cáleuld tlel senor Ministro del Tesoro fue un poco más bajo. Dados esos an-
. . 
fét!edenfes, se puede ásegurar que estuvieron bien encaminados los esfuer-
zos del Oobierilo por mejoraf la recaudación y que á ellos se debe el nota-
'51~ iittmettto ~e los proditctos e·n un semestre que fue de depresión econó-
mica exceptfurlal. 
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- XXVI/1-
ADUANAS 
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TARIFA 
§ t.·Nuestra Tarifa de Aduanas tiene defectos suyos propios,· queprovie-
nende inhabilidad ó descuido en su formación, y defectos procedentes del siste-
ma á que ella pertenece. Los primeros son corregibles; los últimos no. Y tan 
graves son éstos, que no hay pericia en el mundo capaz de hacer un arancel 
medianamente racional ni medianamente justo, mientras.se conserven los 
lineamientos generales de la Tarifa que hoy rige. Dados esos lineamientos, 
la designación de los artículos no pu.ede menos de ser imperfecta y ocasio-
nada á dudas y perplejidades; la clasificación tiene que ser absurda y el · 
gravamen no puede menos de ser inequitativo. 
Para designar nominalmente todos y cada uno de los articulos de posi-
ble importación, no bastaría ~ enciclopedia moderna más extensa y deta-
llada. Sería menester un trabajo lexigráfico que nadie.ha hecho y que nadie 
es capaz de hacer, si se fueran á incluir en el arancel, designadas con los 
nombres que específicamente les corresponden, todas las cosas que se pue-
den introducir á un pafs. Más aún, concluido ese trabajo por obra de miJa .. 
gro, habría que rehacerlo cada afio, para darles entrada á los innumerables 
objetos que va creando la vertiginosa actividad de las industrias modernas. 
Dada esa dificultad y siendo necesario, dentro del sistema adoptado 
por la Tarifa, denominar de cualquier modo las mercancfas sujetas á gravá-
menes distintos, ha tenido el Legislador que apelar á las designaciones ge--
néricas; ha hecho pues grupos de cosas ó por la materia de que se compo-
nen (objetos de oro, de seda, etc.), 6 por el fin á que se destinan (maquina .. 
ria para café ó para azúcar, útiles de minería, artículos de tocador, drogas, 
etc.), 6 por la manera como se fabrican (productos químicos, artefactos etc.), 
6 por el origen que se les atribuye (sustancias minerales, animales, etc.), 6 
por otras varias características. Esa manera de proceder ofrece dos dificuJ .. 
tades: primera, que muchísimos objetos caben en dos, tres, cuatro 6 mis 
grupos; y segunda, que otros no caben en ninguno. La designación de los 
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artfculos es y tiene que ser mala, por lo dicho. Surgen de allí un sinnúmero 
de dudas, viene la diversidad de interpretaciones y comienza á formarse un 
cuerpo de jurisprudencia mas voluminoso siempre y en ocasiones más os-
curo que la Tarifa misma. La nuéstra es defectuosísima en punto de designa-
ciones; por mucho que se la corrija, no llegará á ser aceptable, pues el origen 
del mal radica en el sistema adoptado. 
Una vez que se averigua (ó que se supone) con qué denominación, espe-
cifica 6 genérica, designa la Tarifa un artículo, es preciso saber cómo lo cla-
sifica. Nuestro arancel contiene díez y seis clases, una que no paga nada y 
quince que pagan por cada kilogramo lo que en seguida se expresa: 
Clase l . $lJ libre 
" 
2.S).) 0,017 
, 3.SlJ 0,034 
" 
4.SlJ 0,051 
" 
5.SlJ 0,085 
" 
6.~ 0,170 
" 
7.SlJ 0,255 
" 
8.SlJ 0,340 
" 
9.SlJ 0,510 
" 
1Q. SlJ 0,680 
, ll. $lJ 0,850 
" 
12. $lJ 1,020 
" 
13.SlJ 1,190 
" 
14. 1» 1,360 
" 
15.SlJ 1,530 
" 
16.SlJ 2,550 
Como se ve, es preciso saber la designación (genérica ó especifica) de 
los artlculos, para saber su clasificación, y es necesario conocer ésta para co-
nocer el gravamen. Convertida en base la denominación, se establece una sino-
nimia que literariamente puede ser muy legitima, pero que es falsa desde el pun-
to de vista fiscal. Dos cosas de igual nombre pueden estar, respecto de valores, 
en una relación de 1 á 10, ó de 1 á 100, ó de 1 á 1 ,000. Nada impide que sea 
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de seda la borra que se emplea en un laboratorio ó en un taller para usoe 
de muy escasa importancia, y de seda son esas telas finfsimas, que parecen 
obra de arafias, tejidas en Oriente para regalo de potentados. Hay sombre-
ros de paja que apenas valen unos pocos reales, y hay sombreros, hecho& 
de la misma paja, que valen doscientos ó más dollars. Apenas se hallari arti-
culo alguno que no admita enormes diferencias en calidades y en precios, y 
no es justo que haya identidad de gravamen, sencillamente porque hay iden-
tidad de nombre. Es cierto que la Tarifa en ocasiones distingue entre clases 
finas y clases ordinarias de una misma mercancía ; pero es cierto tambi~n 
que esa distinción no sirve -sino para confundir más, pues nadie acierta á 
decir dónde empieza lo fino y acaba lo ordinario. 
La división en diez y seis clases, una que no paga y quince que sí pagan, 
seria muy puesta en razón si pudieran reducirse á quince todas las diferencias 
de valor que existen entre todos los artículos de importación; mas como esas 
diferencias no caben en quince categorías, pues el valor de los artículos clasi-
ficados oscila, en dilatada gradación,desde un centavo ó menos hasta más 
de cincuenta mil centavos por kilogramo, salta á los ojos la injusticia funda-
mental de la división en diez y seis clases. Con ella no se logra sino hacer ine-
vitables las discrepancias y las faltas de equidad en el gravamen que se les 
impone á las distintas clases de mercancías. Por lo demás, no se ve qué ven-
taja de otro orden pueda traer esta división en clases. Ella puede y debe su-
primirse,aun debiendo mantenernos dentro del sistema adoptado por la Tarifa. 
Es de notarse que la contribución se liquida por el peso y no por el valor. 
Ese criterio sería muy bueno para cobrar fletes ó pontazgos, pero es absolu-
tamente inadecuado para cobrar una contribución sobre tantas mercancfas de 
diferente género mientras no se establezca una correlación entre el valory el pe-
so, según acaba de.indicar La Conferencia Internacional de Estadistica Mercantil. 
Por supuesto que si subsiste el escaso número de clases, subsistiran toda-
vla los incovenientes que apunté en el párrafo anteriC>r. Antes que La COtift.l. 
tellcia de Bruselas, la Comisión de Manizales habla indicadó la necesidad (fe 
establecer esa correlación y había propuesto que se aumentara el nt'írii'et\5 cl6 
clases, que es una mejora importante. Lb mejor sería, sin embargo, sélft li' 
dfqu~ antes, prescindir de las clases en absoluto. Huelga advei1fr tfuE, all 
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haciendo tQdO esto, si se continúa tomando la denominación como base d~l 
gravamen, subsistirán el inconveniente de las sinonimias, ya apuntado, y el 
de la inmovilidad de la Tarifa, que apuntaré después. 
En cada clase de la Tarifa se hallan amontonados un sinnúmero de ob-
jetos entre los cuales no hay relación alguna, ni de valor, ni de aplicación, ni 
de procedencia, etc. No se sabe qué criterio presidió á la formación de cada 
clase. Aquello parece obra del azar 6 del capricho. Véase, por ejemplo, la cla-
s.e 16.1)) ,que noeslamás heterogénea: allí hayobje!<>s de oro y de plata, no ob~ 
tante que los primeros, á iguales pesos, valen como cuarenta veces más que 
los segundos; bbjetusq u e contengan seda, entre los cuales puede haber enormes 
diferencias de valor, según queda dicho; cepillos, asentadores de navajasybro-
cbas para la barba{¡l),q u e sin duda no valen tan h.> como el platino, el cual no pa-
sa de laclase14.1)); perfumes y artículos de tocador, armas de fuego y pelo ma-
nufacturado y sus imitaciones; artefactos de pluma, comó colchones; barajas, 
dados y manoplas. 
Estos tres últimos artículos dan pie á una observación curiosa. CuandO se 
quierefomentarlaproducciónde un artículo en el país, se le suben los derechos á 
ese artículo en la Aduana, con lo cual se da á entender que sedesealaabun-
danciade él; y cuando por razones demoralidadsequierealejardel país otro ar-
tículQ, se procede:deidéntica manera, esto es, se le suben los derechos arancela-
ri.os. Por donde se ve que no son muy seguras las ideas corrientes sobre los 
verdaderos efectos de una alza en la Tarifa. Muy embarazados se verían tos 
a.1:1tures de nuestro Arancel si se les preguntara qué efectos esperaban del 
altfsimo gravamen ~impuesto á esos tres artículos: si esperaban reducir en 
Colombia el uso de los dados, barajas y manoplas, 6 si esperaban, al contrario, 
fomentar la producción nacional de esas cosas. 
Menos se explica aun la inquina contra los cepillos, asentadores y bro-
chas, pues ni son esos artículos de lujo, ni de alli pódrá originarse una indus-
tria naciOnal, de las que merezcan política aduanera. 
Uno de los inconvenientes más gravea de nuestra Tarifa, incórregible 
pór desgracia, consiste en su rigidez 6 inmovilidad. El gravamen de cada artf-
c-.lo no varía, por grandes que sean las variaciones en el rnercadó. Hasta hace 
p.O.cosaftossecompraba en el Chocó un castellano de platino por unos cuantos 
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reales demaHsima plata; luégó ha subidó desmesuradamente el precio de ese 
metal, y en la Tarifa no se ha sentidó modificacióñ ninguna. El aluminio fue 
delósmetales más valiosos en un principió; no hace muchosaftoscostabaaún 
veinte pesós el kilogramó; hóy es uno de Jos metales más baratos, y la T&ifa 
no se ha ·dadó por notificada. Alzas y bajas de esa naturaleza trae por milla-
res la vertiginosa transformación de las industrias modernas. Es excusado 
pensar que por Ley expresa del legislador se puedan estar cambiando los 
gravámenes de miles de cosas, para adecuarlos á las variaciones de precios. 
Un arancel que no se amolde automáticamente á tales variaciones, es tan ina-
parente para acudir á las necesidades actuales, como lo serian hoy la piedra 
y el bronce 'para fabricar instrumentos cortantes. 
§ 2. Para cortar de raiz los males apuntados hay un medio, y es cobrar 
ad valorem los derechos de importación. Si sobre cada factura se cobra un 
tanto por ciento de lo que valgan los artículos incorporados en ella, desapare-
cen los inconvenientes de la denominación de los artículos, desaparecen 
los inconvenientes de la clasificación, desaparecen las desigualdades é in-
justicias del gravamen, desaparecen las sinonimias falsas, desaparece el ab-
surdo de cobrar por el peso, como si se tratara de acarreos ó de pontazgos, 
y el arancel que da con toda la flexibilidad necesaria para amoldarse automá-
ticamente á las variaciones de precio que sufran los artículos en el mercado. 
Se ha dicho que el cobro ad valorem no es aceptable, porque se presta 
á fraudes y porque no hay en el país personas bastante hábiles para apli-
car ese sistema en las Aduanas. He estudiado detenidamente la fuerza y al-
cance de esas objeciones, he discutido con personas peritas en esa clase de 
asuntos, y he llegado á estas conclusiones: son imaginarios muchos de los 
inconvenientes que se temen; otros son reales pero pueden evitarse¡ y los 
que en definitiva quedan, por no ser allanables, son infinitamente menores 
que los del sistema actual. 
Si á un comerciante se le pregunta el valor de una tela en que él no ha 
negociado, contestará que no puede decir con seguridad cuánto vale; pero 
podrá dar un máximo y un m mimo, entre los cuales se halla el precio verda-
dero. Para eso le bastan los conocimientos generales del oficio. Y entre ese 
máximo y ese mfnimo habrá siempre una diferencia muchfsimo menor que 
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la existente entre dos calidades distintas de un mismo artículo, gravadas 
hoy por nuestro arancel con idénticos derechos. De donde resulta que aun 
cuando los avalúos no hubieran de hacerse sino por aproximación, con 
ellos se obtendrfa ya un resultado muchísimo más justo que con el sistema 
actual. 
No hay. para qué suponer, empero, que los avalúos hayan de ser mera-
mente aproximativos; pueden ser exactos, y muy exactos. Supongamos que 
se trata de avaluar un kilogramo de una droga cualquiera, no siendo médi-
co 6 farmaceuta el avaluador. El problema sería irresoluble, si él fuera á 
atenerse á sus propias conjeturas 6 á las escasas indicaciones conseguibles 
en una Aduana; pero si él se ha provisto previamente de un catálogo de los 
que publican las grandes farmacias europeas, allí encontrará los precios 
justos de cuantas drogas puedan imaginarse; y el precio que allí encuentre, 
para. una droga de determinada calidad, no difiere sino en fracciones insig-
nificantes de franco del precio que por la misma droga de la misma calidad 
piden las otras farmacias del mundo; y es claro que esa diferencia re-
sulta absolutamente despreciable, si se compara con las diferencias mons-
truosas á que da lugar el bastardo sistema de clasificaciones. Un catálogo 
de Kissing & Mollmann, por ejemplo, suministraría datos exactos sobre los 
precios de cuantos artículos de ferreteríapudieran apetecerse. Hay asocia-
ciones de libreros cuyos catálogos comprenden cuanto pueda pedirse en 
materia de libros, con indicación de precios; no es dificil hallar catálogos, 
anuarios y revistas de precios corrientes, donde se indican Jos valores de 
todos los artlculos venales. Con mediana diligencia, pues, se conseguirfan 
los datos necesarios para que los expertos de la Aduana llenaran satisfacto-
riamente su tarea. 
En una correría de un año por el Extranjero lograría un experto pro-
·veerse de datos para venir luégo á organizar las Secciones de reconocimien-
to en cada Aduana. Podrfa visitar algunas casas de renseignement, donde 
suministran datos á quien los desee, por unos pocos francos, sobre proce-
dencia, calidad y precios de lo·s artiéulos que solicite. La manera como ten-
.gan tabulados sus datos esas casas, serviría de norma para tabular los de 
·las Aduanas. 
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-XXXIV-
Los avaluadores adquirirían tal pericia en poco tiempo que se acere• 
.fan al valor real de un objeto, aun tratándose de un caso en que por ex-
cepción no tuvieran dato preciso. 
Conviene considerar, además, que son bien conocidos los precios de 
casi todos los articulas que ordinariamente se introducen al pars. Los raros 
y-dudosos son muy pocos, y eso simplifica bastante el problema. 
Téngase presente, por otra parte, que el avalúo se limitarla á las fac-
turas sospechosas 6 á los renglones sospechosos de una factura en gene-
ral aceptable. Las mercancías despachadas por una casa de conocida probi-
dad, no darían que hacer casi nunca. Eso inducirla á los introductores á 
hacer sus pedidos por conducto de casas honorables, para evitarse contra-
tiempos en las Aduanas. Los que por malos motivos procedieran de otro 
modo, no tendrían porqué extrañar la ocurrencia de tales contratiempos. 
Interesados Jos introductores en que los avalúos fueran correctos, ellos 
mismos se encargarían de mantener informados á los expertos de las fluc-
t-uaciones de precios. 
A los interesados se les dejaría el mismo recurso que hoy tienen de no 
conformarse con el parecer de las Secciones de reconocimiento. Admitido el 
recurso, los reclamantes presentarían bs pruebas que estimaran convenien-
tes para corregir los enores en que se hubiera incurrido. 
En la mayor parte de los casos, á un individuo experto le basta reco-
rrer rápidamente una factura para saber si los precios son aceptables. Es 
un error suponer que esa haya de ser una tarea imposible en las Aduanas. 
De todos modos, y esto es de importancia capital, las equivocaciones que 
pudieran resultar al estimar el valor de las mercancías serian del todo in-
significantes comparadas con las monstruosidades que resultan en el siste-
ma de clasificación. 
En las Secciones de reconocimiento hay ya individuos de vastisima ex-
periencia. En largos años de práctica han aprendido á distinguir, con entera 
seguridad, las mercancías que se importan al pafs. Los casos de artlculos . 
enteramente nuevos, no serían un problema inextricable para los reconoce-
dores. No hay necesidad pues de crear nuevas oficinas, con personal bisO,. 
fto. Bastaría agregar en cada Aduana un especialista avaluador, para que 
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ayudara en los casos dudosos. 
Lo dicho puede resumirse de la manera siguiente: el sistema actual 
tiene enormes defectos que son absolutamente incorregibles. Con él no será 
posible llegar, como no han llegado en paises más antiguos y civilizados 
que el nuéstro, á una tolerable denominación de los artículos, y serán ine-
vitables las dudas, perplejidades é injusticias de la clasificación. La divi-
sión en clases es lisa y llanamente absurda: coa ella no se conseguirá nun-
ca sino la inequidad necesaria y permanente en el gravamen. No hay habi-
lidad humana capaz de evitar, dentro de ese sistema, las sinonimias falsas 
y la rigidez de la Tarifa. Cobrando los derechos ad valorem se evitan todos 
esos inconvenientes. Queda la posibilidad de las declaraciones falsas, pero 
ni es peligro que se vaya á crear ahora, pues ya existe, ni es más grave en 
el sistema ad valorem que en el sistema actual. 
En fuerza de esas consideraciones yo aconsejaría sin vacilar que se 
acogiera el sistema de cobrar ad valorem los derechos de importación. 
§ 3. Bien se trate de corregir nuestra Tarifa, conservando los lineamien-
tos actuales, bien se trate de adoptar el cobro ad valorem, la transición va á 
ser sumamente dificil y á ocasionar perjuicios cuya gravedad no es dable 
disimular. Para explicarme con claridad, analizaré el primer caso; lo que 
diga de él es aplicable al segundo mutatis mutandis. 
El articulo l. 0 de la Ley 24 de 1898, reformatorio de la Constitución, 
dice lo siguiente: "Toda variación en la Tarifa de Aduanas que tenga por 
objeto disminuir los derechos de importación, comenzará á ser ejecutada 
noventa dfas después de sancionada la Ley que la establezca, y la rebaja se 
hará por décimas partes en los diez meses subsiguientes. Si la variación 
tiene por objeto el alza de los derechos, ésta se verificar á por terceras par-
tes, en Jos tres meses siguientes á la sanción de la Ley." Decretada pues una 
nueva Tarifa, en la cual subirán unos artículos y bajarán otros, vendrían á 
regir en realidad trece Tarifas diferentes en los trece meses posteriores á la 
vigencia de la Ley.Cuandoson dosótresartfculoslosquevan á bajaróásubir,lo:; 
empleados de Aduana y los comerciantes pueden tenerlos en cuenta con re-
lativa facilidad; pero cuando son cuatro 6 cinco mil artículos los que van á 
moverse, la operación ofrece dificultades imponderables. Probablemente ha-
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brfa que imprimir una Tarifa de catorce columnas diferentes: en la primera, 
debiera figurar el gravamen actual de cada articulo; en la segunda, el gra-
vamen tal como quedaría después de la primera alza; en la tercera, el gra-
vamen después de la segunda alza ; en la cuarta, el gravamen después de 
la tercera alza; en la q u iota, el gravamen después de la primera baja; en la 
sexta, el gravamen después de la segunda baja; y así sucesivamente hasta 
la décima cuarta, donde figuraría el gravamen después de la décima baja. 
No sería ese sin embargo el inconveniente más grave; peor seria el 
quebranto enorme que sutriría la renta en un período que no seria ya de 
trece meses sino tal vez de dos años, pues los introductores aplazarlan los 
pedidos de los artículos que iban á bajar y los compradores entrarfan en 
sutilísimos estudios sobre los sucedáneos, para reemplazar en cuanto fuera 
posible los artículos sujetos á alza con los artículos sujetos á baja. El des-
concierto sería casi universal. Las bajas perjudicarían á los que tuvieran 
depósitos en existencia, y las alzas no podrían menos de lesionar á los 
consumidores. Habría pues un período largo de malestar y de perturbación 
para los consumidores, para los comerciantes y para el Fisco, es decir, para 
todo el mundo. De allí se originaría probablemente una alza desmesurada 
de todos los precios, pues los introductores no encontrarían otra manera de 
defenderse en aquella confusión. 
Analizando con cuidado el artículo transcrito, y consultando el pensa-
miento en que se inspiró, parece que él prohibe decretar alzas ó bajas por 
períodos menores y en proporciones mayores que los indicados por la Ley, 
pero no se opone á que los ptrfodos sean mayores,ymenores las proporcio-
nes. Siendo eso así, pudiera el legislador ordenar que tanto las alzas como 
las bajas se verificaran por décimas partes, que entre variación y variación 
transcurriera un semestre en lugar de un mes y que las variaciones no co-
menzaran á verificarse sino un año después de publicada la Tarifa nueva. 
De ese modo duraría

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