Logo Studenta

Wheelan, Capítulo 2

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Charles Wheelan 
Prólogo de Burton G. Malkiel, profesor 
de Economía de la Universidad de Princeton 
La economía al desnudo 
Por qué Bill Gates es más rico 
que yo y otras cuestiones 
2) Gestión 2000
 2 
Los incentivos cuentan: 
cómo salvar el cuello 
cortándose la nariz ( si fuera 
usted un rinoceronte negro) 
El rinoceronte negro es una de las especies más amenazadas del 
planeta. Quedan menos de 2.500 en Sudáfrica, de los cerca de 
65.000 que había en 1970. De hecho, es un desastre ecológico. Se 
trata también de una situación en la que la economía básica nos 
puede explicar por qué una especie está en semejante riesgo y qui­
zá qué podemos hacer por ella. 
¿Por qué se mata a los rinocerontes negros? Por la misma razón 
por la que se venden drogas o se evaden impuestos. Porque se pue­
de ganar mucho dinero en relación con el riesgo de que le cojan 
a uno. En muchos países asiáticos se considera el cuerno de rino­
ceronte negro un poderoso afrodisíaco y un buen reductor de la 
fiebre. También se utiliza para hacer los mangos de las dagas ye­
meníes tradicionales. En consecuencia, un sólo cuerno de rinoce­
ronte puede valer hasta 30.000 dólares en el mercado negro, una 
suma principesca para unos países donde la renta per cápita anual 
puede ser de 1.000 dólares hacia abajo. En otras palabras, para las 
gentes de la empobrecida Sudáfrica el rinoceronte negro vale mu­
cho más dinero muerto que vivo. 
Tristemente es un mercado que no se corrige por sí mismo. 
A diferencia de los coches o los ordenadores personales, las em-
51 
52 La economía al desnudo 
presas no pueden producir más rinocerontes negros cuando el 
suministro se va reduciendo. De hecho, actúa prácticamente la 
fuerza opuesta: a medida que aumenta el peligro que corre el ri­
noceronte negro, aumenta el precio de su cuerno en el mercado 
negro, lo que a su vez aumenta el incentivo de los furtivos para 
cazar los animales que quedan. 
Este círculo vicioso se complica con otro aspecto de la situa­
ción común a muchos retos medioambientales: la mayoría de los 
rinocerontes negros son de propiedad pública, no privada. Puede 
parecer maravilloso, pero de hecho crea más problemas de con­
servación de los que resuelve. Imagínese que todos los rinoceron­
tes negros estuvieran en manos de un único ranchero avaricioso 
que no tuviese ningún reparo en convertir los cuernos de rinoce­
ronte en dagas yemeníes. Este ranchero no tiene ni un gramo de 
responsabilidad ambien_tal en todo el cuerpo. De hecho es tan 
perverso y egoísta que a veces le pega una patada a su perra sim­
plemente porque le apetece. ¿Este ogro de ranchero de rino­
cerontes habría dejado que su rebaño se redujese de 65.000 a 
2.500 ejemplares en treinta años? Jamás. Habría criado y protegi­
do a los animales para garantizarse un buen suministro de cuer­
nos que poder vender al mercado, igual que hacen los ganaderos 
de vacuno con sus reses. No tiene nada que ver con el altruismo, 
tiene que ver con maximizar el valor de un recurso escaso. 
Por otro lado, los recursos comunitarios presentan algunos 
problemas exclusivos. En primer lugar, los aldeanos que viven cer­
ca de estos majestuosos animales no suelen obtener ningún bene­
ficio por el hecho de tenerlos a su alrededor, sino todo lo contra­
rio. Los grandes animales como los rinocerontes y los elefantes 
pueden provocar graves destrozos en las cosechas. Póngase en la 
piel de los habitantes locales. Imagine que de repente la gente de 
África adquiriese un especial interés por el futuro de la rata gris 
de Norteamérica y que una parte fundamental de la estrategia de 
conservación fuese permitir que estas criaturas viviesen y crecie­
sen en casa de usted. Imagínese además que viniese un cazador 
furtivo y le ofreciese dinero por mostrarle dónde estaban criando 
Los incentivos cuentan 53 
las ratas de su sótano. Pues eso. Es cierto, hay millones de perso­
nas en todo el mundo para las que es útil conservar especies como 
el rinoceronte negro o el gorila de montaña, pero eso en realidad 
puede ser una parte del problema. Es fácil ser un «llanero solita­
rio» y dejar que otras personas u otra organización hagan el traba­
jo. ¿Cuánto dinero invirtió usted el año pasado para ayudar a pre­
servar las especies en peligro? Los operadores de excursiones y 
safaris que ganan un montón de dinero llevando a los turistas a 
ver animales salvajes raros se enfrentan con un problema similar
de «llanero solitario». Si una empresa turística invierte mucho en 
la conservación, las otras empresas que no han hecho inversiones 
de ese tipo también disfrutan de los beneficios de los rinocerontes 
que se han salvado. Por lo tanto, la empresa que invierte dinero 
en la conservación sufre en realidad una desventaja de costes en 
el mercado. 
Sus excursiones tendrán que ser más caras ( o tendrán que 
aceptar un margen de beneficio más estrecho) para poder recu­
perar su inversión de conservación. Evidentemente, aquí el go­
bierno tiene un papel que jugar. Sin embargo, los gobiernos del 
África subsahariana en el mejor de los casos tienen pocos recur­
sos, y son corruptos y disfuncionales en el peor de ellos. La parte 
que tiene un incentivo claro y poderoso es el cazador furtivo, que 
consigue una verdadera fortuna cazando y matando a los rinoce­
rontes que quedan y cortándoles los cuernos. 
La verdad es que es bastante deprimente. Sin embargo, la 
economía también ofrece por lo menos algunas ideas sobre 
cómo salvar al rinoceronte negro así como a otras especies ame­
nazadas. Una estrategia eficaz de conservación tiene que alinear 
adecuadamente los incentivos de las personas que viven en el 
hábitat natural del rinoceronte negro o cerca de él. Traducción: 
dé a la gente al
_gún motivo para desear que los animales vivan en 
vez de morir. Esta es la premisa de la floreciente industria del 
turismo ecológico. Si los turistas están dispuestos a pagar gran­
des sumas de dinero para ver y fotografiar rinocerontes negros, 
y lo que es más importante, si los habitantes locales pueden com-
54 La economía al desnudo 
partir de alguna manera los beneficios de este turismo, la pobla­
ción local tendrá un gran incentivo para mantener vivos a estos 
animales. Esto ha funcionado en lugares como Costa Rica, un 
país que ha protegido sus selvas y otras características ecológicas 
declarando cerca del 25% de su territorio parque nacional. 
Actualmente, el turismo genera unos ingresos anuales de más de 
1.000 millones de dólares que representan el 11 % del producto 
nacional1 . Desgraciadamente, este proceso está funcionando al 
revés con el gorila de montaña, otra especie seriamente amena­
zada ( que lanzó a la fama Dian Fossey, autora de Gorilas en la
niebla). Se estima que en las densas selvas del este de África sólo 
quedan 620 gorilas de montaña. Por otra parte, los países que 
forman esta región, Uganda, Ruanda, Burundi y Congo, están 
enzarzados en una serie de guerras civiles que han devastado el 
turismo. En el pasado, los habitantes locales preservaron el hábi­
tat de los gorilas, no porque tuvieran un respeto especial por el 
gorila de montaña, sino porque podían ganar más dinero con 
los turistas que talando los bosques que constituían el hábitat 
de los gorilas. A medida que la violencia ha ido invadiendo la 
región, todo eso ha cambiado. Un habitante local comentó a The
New York Times: « [Los gorilas] Son importantes si nos visitan los 
turistas. Si no, no lo son. Si no vienen los turistas iremos a probar 
fortuna a la selva. Antes de toda esta historia nos ganábamos 
bien la vida cortando madera»2. 
Mientras tanto, los funcionarios de la conservación están ex­
perimentando con otra idea tan básica como puede ser la econo­
mía. Quienes matan a los rinocerontes negros lo hacen porque 
sus cuernos valen fortunas astronómicas. Se �upone que si no 
hay cuernos no habrá motivo para cazar a estos animales. Por 
esta razón, algunos funcionarios de la conservación se dedican a 
capturar a los rinocerontes negros, cortarles loscuernos y volver 
a dejar a los animales en libertad. De esta forma, los rinoceron­
tes están en ligera desventaja ante alguno de sus depredadores, 
pero es mucho menos probable que los cace su enemigo más 
acérrimo, el hombre. ¿Ha funcionado? Los resultados son diver­
sos. En algunos casos, los cazadores furtivos han continuado ma-
Los incentivos cuentan 55 
tanda rinocerontes sin cuernos por distintas razones posibles. 
Al matar a los animales sin cuernos el cazador furtivo se ahorra el 
tiempo que puede perder si se dedica a seguir de nuevo al mis­
mo animal; por otra parte, cortar y vender el muñón del cuerno 
aún aporta algún beneficio y desgraciadamente, los rinoceron­
tes muertos, aunque no tengan cuernos, hacen que aumente el 
grado de amenaza de la especie, lo que aumenta el valor de los 
cuernos que quedan. 
Todo esto ignora el término de la demanda de la ecuación. 
¿Deberíamos permitir el comercio de productos elaborados 
con especies amenazadas? La mayoría diría que no. Si las dagas con 
mango de cuerno de rinoceronte se declaran ilegales en países 
como Estados Unidos, disminuirá la demanda global, con lo que 
se reducirá el incentivo del cazador furtivo. Al mismo tiempo, existe 
otro punto de vista creíble y divergente. Algunos funcionarios 
conservadores argumentan que la venta de cantidades limitadas 
de cuerno de rinoceronte (o de marfil en el caso de los elefantes) 
obtenido de forma legal tendría dos efectos beneficiosos. En pri­
mer lugar, aportaría dinero para ayudar a los gobiernos a reparar 
los gastos contra los cazadores furtivos. En segundo lugar, reduci­
ría el precio del mercado de estos productos ilegales y por lo tanto 
reduciría el incentivo para matar a los animales. 
Al igual que con cualquier política compleja, no existe una res­
puesta exacta única, sino que hay varias formas de plantear el pro­
blema, algunas más fructíferas que otras. La cuestión es que 
proteger al rinoceronte negro es por lo menos una cuestión tan 
económica como científica. Ya sabemos cómo cría, qué come y dón-· 
de vive el rinoceronte negro. Lo que tenemos que descubrir es 
cómo detener a las personas que le disparan. Eso implica entender 
el comportamiento humano, no el de los rinocerontes negros. 
Los incentivos cuentan. Si nos pagan una comisión, trabajamos 
más; si sube el precio de la gasolina, vamos menos en coche; si mi, 
hija de tres años aprende que le doy una galleta cuando llora 
mientras esté hablando por teléfono, llorará cuando yo hable por 
56 La economía al desnudo 
teléfono. Es una de las perspicacias de La riqueza de las naciones, de 
Adam Smith: «No esperamos conseguir la cena por la benevolen­
cia del carnicero, del cervecero o del pastelero, si no por su pro­
pio interés». Bill Cates no se fue de Harvard para unirse al ejército 
de salvación; se fue para fundar Microsoft, lo que lo convirtió en 
uno de los hombres más ricos del planeta, y lanzó la revolución de 
los ordenadores personales en un proceso que también sirvió para 
mejorar el bienestar de todos nosotros. El egoísmo es lo que hace 
girar el mundo, un detalle que parece tan evidente que hasta pa­
rece tonto, pero que, sin embargo, se acostumbra a ignorar. El viejo 
eslogan de «a cada cual según su capacidad, a cada cual según su 
necesidad» fue una canción popular muy bonita, pero como siste­
ma económico siempre ha llevado a la ineficacia y a la carencia 
masiva. En cualquier sistema que no se base en el mercado, los 
incentivos personales acostumbran a divorciarse de la productivi­
dad. No se remunera a las empresas ni a los trabajadores por la 
innovación ni por trabajar duro, aunque tampoco se les castiga 
por la pereza y la ineficacia. 
¿Hasta dónde podemos empeorar? Los economistas recuerdan 
que cuando cayó el muro de Berlín, algunas empresas de la 
Alemania del Este estaban destruyendo valor porque su proceso de 
fabricación era tan ineficaz y el producto final era tan malo, que 
las fábricas estaban produciendo coches que valían menos que las 
materias primas utilizadas para fabricarlos. Básicamente, consu­
mían un acero fabricado perfectamente para hacer basura. Este 
tipo de ineficacias también existe en países denominados capita­
listas en los que grandes sectores de la economía son propiedad 
del Estado, el cual las gestiona. Es el caso de India. En 1991 la 
Hindustan Fertilizer Corporation llevaba 12 años funcionando3• 
Se suponía que cada día 1.200 empleados iban a trabajar con el 
objetivo confesado de producir fertilizante, pero había una pe­
queña complicación: en realidad la empresa jamás fue capaz de 
producir un fertilizante vendible. Ninguno. Los burócratas guber­
namentales mantenían la fábrica en marcha con fondos públicos, 
la maquinaria jamás funcionó correctamente y, sin embargo, cada 
día acudían al trabajo 1.200 empleados y el gobie�no seguía pa-
Los incentivos cuentan 57 
gándoles un salario. Toda la empresa era una mascarada indus­
trial. Seguía renqueando porque no había ningún mecanismo le­
gal que obligase a cerrarla. Cuando el gobierno gestiona un nego­
cio, no hay necesidad de producir algo para venderlo a un precio 
superior al que ha costado fabricarlo. 
Estos ejemplos parecen más o menos divertidos, pero no lo 
son. Ahora mismo la economía de Corea del Norte está tan desor­
ganizada que el país no puede alimentarse ni producir nada lo 
bastante valioso como para poder comprar alimentos suficientes a 
otros países. En consecuencia, la hambruna existente ha matado 
a unos 2 millones de personas y ha dejado al 60% de los niños 
norcoreanos desnutridos. Los periodistas describen a personas 
hambrientas que se comen la hierba y merodean por las vías del 
tren buscando trozos de carbón o de comida que puedan haber 
caído de algún convoy al pasar. 
Habitualmente quienes elaboran las políticas americanas igno­
ran la importáncia de los incentivos. El caso crónico del suminis­
tro de electricidad deficitario de California es bastante simple: la 
demanda de electricidad es mayor que la oferta. Al principio, los 
políticos se opusieron a hacer lo único que podía ser parte de 
cualquier solución: permitir elevar el precio de la electricidad. Se 
dijo a los consumidores que ahorrasen electricidad sin darles nin­
gún incentivo financiero para hacerlo. La triste realidad es que el 
bolsillo es más poderoso que la conciencia. Una cosa es sentir una 
vaga sensación de culpabilidad cuando se sube el termostato, y 
otra es saber que hacer eso te puede costar 200 dólares más al 
mes. (Recuerdo perfectamente a mi padre durante mi infancia: 
no tenía un gran afecto por el entorno pero ahorraba hasta el úl­
timo céntimo, cerrando siempre puertas y ventanas y diciéndonos 
que no iba a pagarnos la calefacción del baño). Cualquier solu­
ción a largo plazo en California tiene que permitir que el precio 
de la energía refleje esta carencia. 
Mientras tanto, la educación pública americana funciona de 
un modo bastante más parecido a Corea del Norte que a Silicon 
58 La economía al desnudo 
Valley. No pienso meterme en la polémica del presupuesto de 
educación, sino que revisaré un fenómeno sorprendente relacio­
nado con los incentivos en la educación sobre el que he escrito 
para The Economist 4. El sueldo de los maestros americanos no está 
relacionado con ningún tipo de rendimiento, los sindicatos de 
maestros siempre se han opuesto a cualquier tipo de pago por 
méritos. En lugar de ello, los salarios de casi cualquier escuela 
pública del país vienen determinados por una fórmula rígida ba­
sada en la experiencia y los años de enseñanza, factores que los 
investigadores han comprobado que generalmente no tienen nin­
guna relación con el rendimiento en clase. Esta escala uniforme 
de salarios crea un conjunto de incentivos que los economistas 
denominan selección adversa. Puesto que los maestros con más 
talento probablemente también serán buenos en otras profesio­
nes, tienen un poderoso incentivo para abandonar la educación a 
cambio de empleos en los que el salario estémás directamente 
relacionado con la productividad. 
Para los que tienen menos talento, los incentivos son justo lo 
contrario. La teoría es interesante y los datos sorprendentes. 
Cuando se utilizan las puntuaciones de un examen como índice 
de una capacidad, los individuos más brillantes rechazan la profe­
sión de la enseñanza en cada bifurcación. Los estudiantes más 
brillantes son los que con menor probabilidad escogerán la edu­
cación como formación secundaria. Entre los estudiantes que lle­
gan a acabar una licenciatura en educación, los que alcanzan las 
puntuaciones más altas en los exámenes son los que tienen menos 
probabilidad de ser profesores. Además, entre las personas que 
entran en la enseñanza, las que alcanzan las puntuaciones más 
altas de las pruebas son los que tienen más probabilidades de 
abandonar antes la profesión. Nada de esto demuestra que a los 
maestros americanos se les pague lo suficiente. A muchos no se les 
paga, en especial a esos individuos más dotados que permanecen 
en la profesión porque la aman. Pero el problema general persis­
te: §alquier sistema que pague a todos los maestros lo mismo 
genera un poderoso incentivo para que los más dotados se bus­
quen otro empleo� 
Los incentivos cuentan 59 
Los seres humanos son criaturas complejas que harán aquello 
que les haga vivir mejor. A veces es fácil predecir cómo evolucio­
nará la cosa, pero a veces es algo extraordinariamente complejo. 
A menudo los economistas hablan de «incentivos perversos», 
que son incentivos que se pueden crear inadvertidamente cuando 
establecemos normas para algo completamente diferente. En círcu­
los políticos es lo que a veces se denomina la «ley de las conse­
cuqncias imprevistas». Considere una propuesta bien intencionada 
que exigiera que todos los bebés y los niños pequeños tuviesen que 
utilizar asientos de seguridad para niños cuando volasen en avión. 
Durante la administración Clinton, la administradora de la FAA, 
Jane Garvey, dijo en una conferencia que su agencia se comprome­
tía a «garantizar que en los aviones se tratase a los niños con el 
mismo nivel de seguridad que a los adultos».James Hall, presidente 
del Comité Nacional de Seguridad en el Transporte lamentó que el 
equipaje tuviese que asegurarse bien durante el despegue, mientras 
que «la carga más preciosa del avión, los niños y los bebés, se deja­
ban sueltos»5• Garvey y Hall citaron varios casos en los que los niños 
pequeños podrían haber sobrevivido a un accidente si hubieran 
estado bien sujetos. Por lo tanto, exigir asientos de coche para ni­
ños en los aviones habría evitado lesiones y salvado vidas. 
¿Lo habría hecho? Utilizar un asiento de niño exige que la fa­
milia compre otro asiento en el avión, lo que aumenta significati­
vamente el coste del vuelo. Las compañías aéreas ya no ofrecen 
descuentos significativos para niños, un asiento es un asiento y pro­
bablemente costará varios cientos de dólares. 
í"in consecuencia, algunas familias preferirían ir en coche que 
volar. Pero ir en coche, incluso con un asiento adecuado, es mu­
chísimo más peligroso que volar, de modo que exigir asientos de 
seguridad para los niños en los aviones podría dar lugar a más le­
siones y muertes de niños (y de adultos), no a menos. 
Veamos un ejemplo en el que las buenas intenciones provoca­
ron un mal resultado porque no se supieron anticipar bien los 
60 La economía al desnudo 
incentivos. La ciudad de México es una de las urbes con más po­
lución de todo el mundo; el aire sucio retenido sobre ella por las 
montañas y volcanes que la rodean ha sido descrito por The New
York Times como una «sopa gris amarillenta de contaminantes»6• 
Hacia 1990 el gobierno lanzó un programa para combatir esta 
polución, buena parte de la cual proviene de los gases de escape 
de los coches y los camiones . Una nueva ley exigía que todos los 
coches dejasen de circular un día a la semana, en base a una rota­
ción (por ejemplo, los coches con un determinado número de 
matrícula no podían circular los martes). La lógica del plan estaba 
clara: menos coches en las calles provocarían menos polución del 
aire. ¿Qué sucedió en realidad? Como cabía esperar, a mucha gen­
te no le gustó el inconveniente de que le limitasen los días que 
podía conducir. Reaccionaron de un modo que los analistas po­
dían haber predicho pero que no hicieron. Las familias que 
podían afrontar la compra de un segundo coche, lo compraron, 
o simplemente conservaron el viejo cuando compraron uno nuevo,
de manera que siempre dispusiesen de un coche para conducir
cualquier día. Eso acabó siendo peor para las emisiones que la
ausencia de cualquier política, porque aumentó la proporción de
coches viejos en las calles, que son más sucios que los nuevos.
El resultado neto del cambio de política fue poner más coches
contaminantes en las calles, no menos. En 1995 un estudio de­
mostró que el consumo total de gasolina había aumentado. Poste­
riormente se derogó la política en favor de la obligación de hacer
pruebas de emisiones 7.
Lo maravilloso del sector privado, por supuesto, es que los in­
centivos se alinean mágicamente de forma que a todo el mundo 
le vaya mejor. ¿De acuerdo? Bueno, no exactamente. La América 
corporativa, de la cabeza a los pies, es una fosa séptica de incenti­
vos competitivos y desalineados entre sí. ¿Ha visto alguna vez algu­
na variación del típico cartelito junto a la caja registradora de un 
restaurante de comida rápida que dice «Tiene la comida gratis si 
no le dan un recibo. Consulte con el gerente»? ¿Acaso Burger 
King tiene un interés apasionado por darle recibos para que su 
contabilidad familiar no sufra? 
Los incentivos cuentan 61 
Por supuesto que no. Burger King no quiere que sus emplea­
dos le roben. Y la única manera que tienen los empleados para 
robar sin que los pillen es haciendo transaccione que no queden 
registradas en la caja registradora, que no conste en ningún reci­
bo que le han dado una hamburguesa con patatas y quedándose 
ellos con el dinero. Esto es lo que los economistas llaman un pro­
blema de patrón-agente. El patrón (Burger King) emplea a un 
agente (el cajero) que tiene un incentivo para hacer una serie de 
cosas qm� no son necesariamente del máximo interés para la em­
presa. Burger King puede invertir un montón de tiempo y dinero 
vigilando que sus empleados no le roben, o puede darle a usted 
un incentivo para que lo haga. Este cartelito junto a la caja regis­
tradora es una herramienta de gestión muy ingeniosa. 
Los problemas de patrón-agente son un problema mucho más 
frecuente en la cima de la América corporativa que en la b�se, en 
parte porque'los agentes que gestionan las grandes corporaciones 
norteamericanas (los presidentes y otros altos ejecutivos) no son ne­
cesariamente los patrones que poseen esas empresas (los accionis­
tas). Yo tengo acciones de Starbucks, pero no sé cómo se llama 
el presidente. ¿Cómo puedo estar seguro de que actúe en mi me­
jor interés? Desde luego, hay múltiples evidencias que sugieren 
que los directivos corporativos no son distintos de los cajeros del 
Burger King, tienen incentivos que no siempre van en favor del má­
ximo interés de la empresa. Puede que roben dinero de la caja 
de forma figurada permitiéndose volar en aviones privados y siendo 
socios de clubes exclusivos. O pueden adoptar decisiones estra­
tégicas que les beneficien a ellos pero no a los accionistas. Por 
ejemplo, sorprendentemente dos tercios de las fusiones corpora­
tivas no añaden valor a las empresas fusionadas y un tercio deja a 
los accionistas en peores condiciones. ¿Por qué los presidentes, 
tan listos ellos, se embarcan tan a menudo en comportamientos 
que parecen tener escaso interés financiero? Una respuesta par­
cial que han argumentado los economistas es que los presidentes 
se benefician de las fusiones aunque los accionistas sufran pérdi­
das. Cuando un presidente gestiona una transacción corporativa 
compleja, atrae mucha atención sobre sí mismo. Acaba gestionan-
62 La economíaal desnudo 
do una gran empresa, que casi siempre es mucho más prestigiosa, 
incluso aunque la nueva entidad sea menos rentable que cada una 
de las compañías antes de la fusión. Las grandes empresas tienen 
grandes despachos, grandes salarios y grandes aviones. Por otro 
lado, algunas fusiones y absorciones tienen un perfecto sentido 
estratégico. 
Como accionista desinformado sobre una gran inversión finan­
ciera de la empresa, ¿cómo noto la diferencia? Si ni siquiera sé el 
nombre del presidente de Starbucks, ¿cómo puedo estar seguro 
de que no se pase el día persiguiendo a las secretarias por la ofici­
na? Desde luego es bastante más difícil que ser el gerente de un 
Burger King. 
Una respuesta que ha surgido en los últimos años es el uso 
de las opciones de compra como herramienta de compensación de 
la gestión. Es el equivalente a nivel ejecutivo del cartelito de la caja 
registradora que le pregunta si le han dado un recibo. La mayoría 
de presidentes y altos ejecutivos americanos reciben una buena 
parte de su salario en forma de opciones de compra. Estas opcio­
nes de compra de acciones les permiten comprar acciones de la 
empresa en el futuro a un precio determinado previamente, diga­
mos a 10 dólares. Si la empresa es muy rentable, las acciones evo­
lucionan bien y suben, por ejemplo, a 56 dólares, por lo que estas 
opciones de compra son muy rentables. (Va muy bien poder com­
prar por 1 O dólares algo que después podrá vender en el mercado 
por 56). Por otro lado, si las acciones de la compañía caen hasta 
7 dólares, sus opciones no valdrán nada. No tiene ningún sentido 
comprar algo por 1 O dólares cuando en el mercado puede com­
prarlo por 3 dólares menos. La cuestión de este esquema de compen­
sación es alinear los incentivos del presidente con los intereses 
de los accionistas. Si el precio de la acción sube, el presidente 
se hace rico pero a los accionistas también les va muy bien. No es 
una estrategia perfecta, algunos presidentes han encontrado la 
forma de abusar del juego de las opciones (igual que los cajeros 
encuentran nuevas formas para robar dinero de la caja). Sin em­
bargo, en conjunto, la estrategia tiene sentido. Dado que no sé el 
Los incentivos cuentan 63 
nombre del presidente de Starbucks, espero que tenga un buen 
pellizco de opciones de compra de acciones. 
La misma estrategia sirve para motivar a los consejos de admi­
nistración, las personas escogidas por los accionistas para gober­
nar empresas de titularidad pública. n estudio realizado por la 
empresa consultora McKinsey & Company demostró que algo 
tan simple como conseguir que los directores de la empresa ten� 
gan inversiones importantes en las acciones de la misma coincide 
con un rendimiento significativamente mejor de la compañía8• 
McKinsey comprobó que las empresas cuyos directores poseían 
«cantidades significativas de acciones» en 1987 alcanzaron ren­
dimientos mucho mejores durante la década siguiente que aqué­
llas cuyos directores no las poseían. Cuando McKinsey estudió 
por separado las empresas que habían obtenido rendimientos 
significativamente mejores que otras empresas de su mismo sec­
tor de negocio, comprobó que la inversión media de los directo­
res externos· de las empresas estrella era cinco veces superior 
que las acciones que poseían los directores externos de las em­
presas más atrasadas. 
No es necesario ser un titán corporativo para afrontar los prin­
cipales problemas de patrón-agente. Existen múltiples situacio­
nes en las que tenemos que contratar a alguien cuyos incentivos 
son similares pero no idénticos a los nuestros y la distinción entre 
«similares» e «idénticos» puede hacer que sea completamente dis­
tinto. Tomemos a los agentes de la propiedad inmobiliaria, una 
raza particular de bribones que preté1nde actuar en función del 
máximo interés de uno, pero que a veces no lo hacen, tanto si uno 
vende como si compra una pro¡iiedad. Veamos, en .primer lugar, 
el lado del comprador. El agente le enseña amablemente toda 
una serie de casas y finalmente uno encuentra la que le conviene. 
Hasta aquí bien. Ahora es el momento de negociar el precio de 
venta con el vendedor, a menudo con el agente como asesor prin­
cipal. Pero su agente recibirá un porcentaje del precio de compra 
final. Cuanto más esté dispuesto usted a pagar, más cobrará el 
agente y menos tardará todo el proceso. 
64 La economía al desnudo 
También hay problemas por el lado de la venta, aunque son 
más sutiles. Cuanto mejor precio obtenga usted por su casa, más 
dinero ganará el agente. Eso es bueno. Pero los incentivos todavía 
no están perfectamente alineados. Supongamos que está vendien­
do una casa del orden de 300.000 dólares. Su agente podría po­
nerla en la lista por 280.000 y venderla en 20 minutos, o bien 
podría ponerla por 320.000 dólares y esperar a un comprador que 
realmente se enamorase de ella. El beneficio para usted es enor­
me: 40.000 dólares. Su agente inmobiliario quizá vea las cosas de 
otra manera. Poner un precio alto probablemente significará va­
rias semanas enseñando la casa, manteniéndola abierta y hacien­
do galletas para que huela bien. En otras palabras, un montón de 
trabajo. 
Si cobra una comisión del 3%, su agente puede conseguir 
8.400 dólares por no hacer prácticamente nada o 9.600 por traba­
jar durante muchas semanas. ¿Usted qué escogería? Tanto desde 
el punto de vista de la compra como de la venta, el mejor incenti­
vo para su agente es conseguir un trato, tanto si a usted le favorece 
el precio como si no. 
Los profesores de economía nos enseñan cómo conseguir el 
incentivo correcto. Tal como nos enseñó Gordon Gekko en Wall
St-,eel:¡ la avaricia es buena, así que ocúpese de que trabaje para 
usted. Pe o el señor Gekko.no tenía toda la razón. 
La avaricia puede ser muy mala incluso para personas absoluta­
mente egoístas. De hecho, algunos de los problemas más intere­
santes de la economía resuelven situaciones en las que la actua­
ción racional de unos individuos que actúan por su propio interés 
les lleva a hacer cosas que empeoran su bienestar, a pesar de que 
su comportamiento sea totalmente lógico. El ejemplo clásico es el 
dilema del prisionero, un modelo un tanto artificioso pero muy 
potente de comportamiento humano. La idea fundamental es 
que se ha detenido a dos hombres por ser sospechosos de asesina­
to. Se les separa inmediatamente para poder interrogarlos sin que 
se comuniquen entre sí. La acusación contra ellos no es demasia-
Los incentivos cuentan 65 
do consistente, por lo que la policía pretende obtener una confe­
sión. De hecho, las autoridades están dispuestas a ofrecer un trato si 
uno de los dos acusa al otro de ser el inductor. 
Si ninguno de los dos confiesa, la policía los acusará a ambos 
de posesión ilegal de armas, lo que implica una sentencia de cinco 
años en prisión. Si ambos confiesan, cada uno de ellos será coh<;le­
nado a 25 años por asesinato. Si uno acusa al otro, el delator sola­
mente será sentenciado a tres años de prisión, pero su compañero 
se pasará el resto de la vida en la cárcel. '¿Qué sucede? En conjun­
to, a ambos les irá mejor si los dos mantienen la boca cerrada. 
Pero no es lo que hacen. Ambos empiezan a pensar. El prisionero 
A supone que si su compañero mantiene la boca cerrada, 
conseguirá una condena leve de tres años acusándolo a él. Pero 
luego se da cuenta que casi con toda seguridad su compañero está 
pensando lo mismo, en cuyo caso sería mejor confesar para evitar 
pagar él solo toda la culpa del crimen. De hecho, su mejor estra­
tegia es confesar, independientemente de lo que haga su compa­
ñero: o bien consigue la sentencia de tres años (si su compañero 
se calla) o se salva de estar toda la vida en prisión (si su compañe­
ro habla). 
Evidentemente, el prisionero B tiene los mismos incentivos. 
Los dos confiesan y a los dos les caen 25 años de cárcel cuando 
podrían haber salido en apenas cinco. A pesar de todo, ninguno 
de los dos ha hecho nada irracional. 
Lo sorprendente de estemoJelo es que ofrece una imagen 
clara de situaciones del mundo .real en las que un interés propio 
sin límites conduce a resultados muy escasos. Es algo particular­
mente aplicable a la forma en que se explotan los recursos natura­
les renovables, como los bancos de pesca, cuando muchos indivi­
duos se surten de un recurso común. Por ejemplo; si el pez espada 
del Atlántico se pesca con inteligencia, limitando las capturas de 
cada temporada, la población de pez espada permanecerá estable 
o incluso llegará a crecer, proporcionando un modo de vida
indefinido a todos los pescadores.
66 La economía al desnudo 
Pero nadie «posee» la reserva mundial de pez espada, lo que 
dificulta establecer la política sobre quién pesca qué. En conse­
cuencia, los barcos de pesca independientes empiezan a actuar de 
forma muy parecida a nuestros prisioneros sometidos a interroga­
torio. Pueden limitar sus capturas en nombre de la conservación 
o dedicarse a capturar tanto pescado como puedan ¿qué sucede?
Exactamente lo que predice el dilema del prisionero: los pescadores
no se fían lo suficiente los unos de los otros como para coordinar
un resultado que les hiciera estar mejor a todos. John Sorlien, un
pescador de Rhode Island, hablando de la reducción de la pobla­
ción de peces, comentó a The New York Times: «Ahora mismo
mi único incentivo es salir y pescar tanto pescado como pueda. No
tengo ningún incentivo para conservar la población de peces,
porque cualquier pez que yo deje me lo quitará el que venga
detrás»9• Es decir, se están agotando las reservas mundiales de
atún, bacalao, pez espada y langosta. Por otra parte, a menudo los
políticos empeoran la situación dando subsidios a los pescadores
en apuros. Esto simplemente mantiene los barcos en el agua,
cuando de otra forma algunos pescadores se irían.
A veces hay que proteger a las personas de sí mismas. Un ejem­
plo muy gráfico de este caso es la comunidad de pescadores de 
langosta de Port Lincoln, al sur de Australia. En la década de los 
años 1960 la comunidad estableció un límite al número de captu­
ras y vendió liéencias por ese número. Desde entonces, cualquier 
recién llegado-podría entrar en el negocio simplemente compran­
do una licencia a otro pescador de langostas. Este límite de captu­
ras totales ha permitido que la población de langostas prospere. 
Irónicamente, los pescadores de langostas de Port Lincoln pescan 
más que sus colegas americanos trabajando menos. Mientras tan­
to, una licencia comprada por 2.000 dólares en 1984 alcanza hoy 
en día unos 35.000 dólares. Daryl Spencer, un pescador de langos­
tas australiano dijo al Times: «¿Para qué voy a perjudicar a la pes­
ca? Es mi fondo de jubilación. Nadie me pagará 35.000 dólares al 
contado si no quedan langostas para pescar. Si me dedico a esquil­
mar la pesca ahora, dentro de 10 años mi licencia no valdrá nada». 
El señor Spencer no es más listo ni más altruista que sus colegas 
Los incentivos cuentan 67 
pescadores del resto del mundo, lo único que ocurre es que tiene 
otros incentivos. Sorprendentemente, algur1os grupos ecologistas 
se oponen a este tipo de cuotas de licencias porque «privatizan» 
un recurso público. También temen que acaben comprando las 
licencias grandes corporaciones que expulsen a los pequeños pes­
cadores del negocio. 
También son dignas de mención otras dos cuestiones sobre los 
incentivos. En primer lugar, una economía de mercado inspira el 
trabajo intenso y el progreso, no solamente porque recompensa a 
los ganadores sino porque destroza a los perdedores. La década 
de los años 1990 era la gran ocasión de estar en Internet. Eran 
malos tiempos para estar en el negocio de las máquinas de escri­
bir eléctricas. Implícita en la mano invisible de Adam Smith está 
la idea de la «destrucción creativa», un término acuñado por el 
economista austriaco Joseph Schumpeter. Por suerte los merca­
dos no padecen locuras. Fijese en Wal-Mart, una cadena de tiendas 
sorprendentemente eficaz que a menudo deja un rastro de des­
trucción. Los americanos se lanzan a Wal-Mart porque ofrece una 
interesante gama de productos más baratos que en cualquier otro 
sitio. Es algo muy bueno. Esencialmente, poder comprar produc­
tos más baratos es lo mismo que tener más ingresos. Asimismo, 
Wal-Mart es la pesadilla definitiva de la ferretería de Al de Pekín 
(Illinois) y de la tienda de la tía María de cualquier otro pueblo. 
El patrón está bien establecido: Wal-Mart abre un almacén gigan­
te en las afueras de una ciudad y pocos años después todo el pe­
queño comercio de la calle mayor ha cerrado. 
El capitalismo puede ser un proceso brutal y cruel. Miramos 
hacia atrás y hablamos con admiración de las innovaciones tecno­
lógicas como el motor de vapor, la rueca o el teléfono. Pero esos 
avances hicieron que en aquel momento fuese malo ser herrero, 
costurera o telegrafista respectivamente. La destrucción creativa 
no es algo que simplemente puede suceder en una economía de 
mercado. Es algo que tiene que suceder. A principios del siglo XX 
la mitad de los norteamericanos trabajaban en la ganadería o la 
agricultura10. Actualmente, esta cifr� apenas es de uno de cada 
68 La economía al desnudo 
cien y sigue disminuyendo. (Iowa sigue perdiendo unos 1.500 gran­
jeros al año). Observe que hay dos cosas importantes que no han 
sucedido: en primer lugar, no nos hemos muerto de hambre y en 
segundo lugar, no tenemos una tasa de desempleo del 49%. 
En lugar de eso, los agricultores americanos han llegado a ser tan 
productivos que necesitamos muchos menos agricultores para ali­
mentarnos. Los que hace noventa años eran granjeros, hoy nos 
arreglan los coches, programan juegos de ordenador, juegan al 
fútbol profesional, etcétera. Imagínese simplemente la pérdida 
de utilidad colectiva que representaría el que Bill Cates, Steven 
Spielberg u Oprah Winfrey se dedicaran a cultivar maíz. 
La destrucción creativa es una fuerza tremendamente positiva 
a largo plazo. Lo malo es que la gente no paga facturas a largo 
plazo. 
La gente de la financiera puede ponerse muy pesada con lo de 
cobrar el recibo de la hipoteca cada mes. Cuando se cierra una 
fábrica o desaparece una industria a causa de la competencia, 
pueden transcurrir años o incluso una generación entera hasta 
que los trabajadores afectados y las comunidades logren recupe­
rarse. Cualquiera que haya viajado por Nueva Inglaterra habrá 
visto la cantidad de industrias abandonadas o infrautilizadas, ver­
daderos monumentos de los días en que en Estados Unidos toda­
vía se fabricaban productos como la ropa y el calzado. También se 
puede viajar por Gary (Indiana) donde unas cuantas plantas side­
rúrgicas abandona,cfas oxidándose nos recuerdan que la ciudad 
no siempre fue famosa por tener el número de asesinos per cápita 
más elevado que cualquier otra ciudad de Estados U nidos. · 
Competencia significa perdedores, aunque se tarda mucho en 
explicar por qué en la teoría lo aceptamos encantados y lo comba­
timos fieramente en la práctica. Un compañero de colegio trabajó 
para un congresista de Michigan poco después de su graduación. 
No se le permitía conducir su coche japonés para ir a trabajar 
para que no lo vieran aparcado en una de las plazas reservadas del 
congresista de Michigan. Casi con toda seguridad ese congresista 
Los incentivos cuentan 69 
nos diría que es un capitalista. Por supuesto que cree en el merca­
do, a menos que aparezca una empresa japonesa capaz de hacer 
un coche mejor y más barato, en cuyo caso se obliga al miembro 
del personal que lo compró a ir a trabajar en tren. No es nada 
nuevo, la c-e>mpetencia siempre es mejor cuando afecta a otra gen­
te. Durante la revolución industrial, los tejedores de la Inglaterra 
rural hicieron manifestaciones, peticiones al parlamento e inclu­
so quemaron algunas fábricas textiles para intentar frenar la me­
canización. ¿Si hubieran tenido éxito y todavía estuviéramos ha­
ciendo la ropa a mano, estaríamos mejor? 
Si haces una ratonera mejor, el mundo peregrinaráhasta la 
puerta de tu casa; si utilizas la vieja, es hora de empezar a despedir 
a la gente. Esto nos ayuda a explicar nuestra ambivalencia frente 
al comercio internacional y la globalización, frente a los vendedo­
res despiadados como Wal-Mart e incluso frente a ciertos tipos de 
tecnología y automatización. La competencia también crea algu­
nos equilibrios políticos interesantes. El gobierno se enfrenta ine­
vitablemente a determinadas presiones para ayudar a las empresas 
y a las industrias sitiadas por la competencia y para proteger a 
los trabajadores afectados. (A pesar de toda nuestra palabrería 
sobre la libertad de mercados y la supervivencia del más fuerte, 
cuando Chrysler Motors estaba al borde de la bancarrota en 1980, 
el gobierno de Estados Unidos salvó a la empresa avalando sus 
créditos). Sin embargo, muchas de las cosas que minimizan el do­
lor infligido por la competencia, ya sea avalando a las empresas 
o dificultando el despido de los empleados, frenan o incluso de­
tienen el procesó de destrucción creativa. Por citar a mi entrena­
dor de fútbol del colegio: «el que algo quiere, algo le cuesta».
Otra cuestión relacionada con los incentivos entra de lleno en 
el complicado mundo de la política pública: no es fácil transferir 
dinero de los ricos a los pobres. El Congreso puede aprobar las 
leyes, pero los pagadores de impuestos más ricos no se quedan 
quietos mirando. Cambian de comportamiento para evitar al má­
ximo posible pagar impuestos, moviendo el dinero de un lado 
a otro, haciendo inversiones que compensen los ingresos o, en 
70 La economía al desnudo 
casos extremos, cambiando de residencia. Cuando Bjorn Borg do­
minaba el mundo del tenis el gobierno sueco le impuso unos im­
puestos sobre sus ingresos extraordinariamente altos. Borg no 
presionó al gobierno sueco para que bajase los impuestos ni escri­
bió apasionados artículos sobre el papel de los impuestos en la 
economía. Simplemente trasladó su residencia a Mónaco donde 
la carga fiscal es mucho menor. 
Por lo menos siguió jugando al tenis. Los impuestos constitu­
yen un poderoso incentivo para reducir o detener la actividad gra­
vada. En Estados Unidos, donde una buena parte de la renta pú­
blica procede de los impuestos sobre beneficios, los impuestos 
elevados desincentivan ... ¿los ingresos? ¿Realmente la gente em­
pezará o dejará de trabajar en función de la tasa de impuestos? Sí, 
sobre todo cuando el trabajador afectado es el que cobra el segundo 
salario de la familia. Virginia Postre!, una columnista de econo­
mía de The New York Times, ha declarado que las tasas de impuestos 
son una cuestión feminista. A causa del «impuesto de matrimo­
nio», el segundo salario de una familia con ingresos elevados, que 
es más probable que sea una mujer, paga una media de 50 centa­
vos. de impuestos por cada dólar ganado, lo que afecta profunda­
mente a la decisión de trabajar o quedarse en casa. «Al penalizar 
desproporcionadamente a las mujeres casadas que trabajan, el sis­
tema de impuestos distorsiona las opciones personales de las mu­
jeres y al desincentivar un trabajo valioso, reduce el nivel de vida 
de todos nosotros». Ofrece algunas pruebas interesantes. Como 
resultado de la reforma de impuestos de 1986, las tasas marginales 
de impuestos para las mujeres con un nivel de ingresos más alto se 
redujo más que la tasa de impuestos para mujeres con ingresos 
más bajos, lo que significa que vieron una reducción mucho �ás 
importante de la cantidad que el gobierno se quedaba de cada 
nómina. ¿Respondieron de forma distinta de las mujeres que no 
percibieron una diferencia de impuestos tan grande? Sí, su parti­
cipación en el mercado laboral se incrementó tres veces más11• 
Por el lado corporativo unos impuestos elevados pueden teder 
un efecto similar. Los impuestos elevados reducen el retorno de la 
Los incentivos cuentan 71 
inversión de la empresa y con él el incentivo para invertir en fábri­
cas, investigación y otras actividades que favorecen el crecimiento 
económico. Volvemos a enfrentarnos a un equilibrio desagrada­
ble: subir los impuestos para proporcionar generosos beneficios a 
los estado;nidenses desfavorecidos puede desincentivar, a la vez, el 
tipo de inversiones productivas que podría mejorar su situación. 
Si las tasas de impuestos suben lo suficiente, los individuos y las 
empresas pueden deslizarse hacia una «economía sumergida» 
que opta por saltarse la ley y evadir impuestos directamente. Los 
países escandinavos, que ofrecen generosos programas del go­
bierno financiados con tasas elevadas de impuestos marginales, 
han visto importantes crecimientos de sus economías de mercado 
negro. Los expertos estiman que la economí� sumergida de No­
ruega ha crecido desde el 1,5% del producto nacional bruto de 
1960 al 18% a mitad de la década de 1990. La creación de impues­
tos puede ser un círculo vicioso. Cuantos más individuos y empre­
sas se deslizan hacia la economía sumergida, más deben elevarse 
las tasas fiscales para todos los demás para conseguir el mismo ni­
vel de ingresos en las arcas públicas. A su vez, las tasas elevadas 
provocan una mayor fuga hacia la economía sumergida, y así con­
tinuamente 12. El reto de traspasar dinero de los ricos a los pobres 
no afecta sólo a la cuestión de los impuestos. Los beneficios del 
gobierno también crean inceritivos perversos. Unos beneficios ge­
nerosos por desempleo disminuyen el incentivo de buscar traba­
jo. La política de bienestar, anterior a la reforma de 1996, sola­
mente ofrecía pagos de dinero a las mujeres solteras en paro y con 
hijos, lo que implícitamente castigaba a las mujeres pobres casa­
das o empleadas, dos cosas que generalmente el gobierno no pre­
tende desincentivar. 
Con esto no se pretende sugerir que todos los beneficios del 
gobierno vayan destinados a los pobres. No es así. Los programas 
federales de mayor financiación son la Seguridad Social y la Medi­
care, destinados a todos los ciudadanos incluidos los muy ricos. 
Al garantizar beneficios para la vejez, ambos programas pueden 
desincentivar el ahorro personal. De hecho, esta cuestión es obje-
72 La economía al desnudo 
o de un debate eterno. Algunos economistas argumentan que los
neficios gubernamentales para la vejez hacen que ahorremos
meno (reduciendo así la tasa de ahorro nacional) porque no ne­
cesitamos guardar tanto dinero para la jubilación. Otros argu­
mentan que la Seguridad Social y Medicare no reducen nuestro 
ahorro personal, simplemente nos permiten dar más dinero a 
nuestros hijos y nietos. 
Los estudios empíricos no han encontrado una respuesta clara 
en un sentido u otro. No se trata solamente de una discusión eso­
térica entre aca�émicos. Tal como averiguaremos más adelante 
en este libro, una tasa baja de ahorro puede limitar toda la bolsa 
de capital disponible para hacer el tipo de inversiones que nos 
permitiría mejorar nuestro nivel de vida. Nada de esto se debe 
interpretar como un argumento global en contra de los impues­
tos ni de los programas del gobierno. Se trata más bien de que los 
economistas dedican mucho más tiempo que los políticos a pen­
sar sobre qué tipo de impuestos deberíamos recaudar y cómo de­
beríamos estructurar los beneficios del gobierno. Por ejemplo, 
tanto un impuesto sobre la gasolina como un impuesto sobre los 
ingresos generan rentas públicas. El impuesto sobre beneficios 
desanimará a algunas personas a trabajar, lo que es bastante malo. 
El impuesto sobre la gasolina desanimará a otras personas a con­
ducir, lo que puede ser bastante bueno. De hecho, los «impuestos 
verdes» recaudan rentas públicas gravando actividades perjudicia­
les para el entorno y los «impuestos del pecado» hacen lo mismo 
con el cigarrillo, el alcohol y las apuestas. 
En general los economistas tie!'lden a favorecer los impuestos 
extendidos, sencillos y justos. Un impuesto simple es fácil de en­
tender y de recaudar; un impuesto justo implica simplemente que 
dos individuos similares, como serían dos personas con los mismosingresos, pagarán impuestos similares; un impuesto extendido sig­
nifica que se obtiene la renta pública imponiendo un impuesto 
pequeño a un grupo muy grande en lugar de imponer un impues­
to muy grande a un grupo reducido. Un impuesto extendido es 
más difícil de evadir porque pocas actividades están exentas, y 
Los incentivos cuentan 73 
puesto que la tasa de impuestos es baja, hay menos incentivo para 
evadirlo. Por ejemplo, no debemos poner un impuesto elevado 
sobre la venta de coches deportivos rojos. Sería muy fácil evadir ese 
impuesto, y además legalmente, comprando coches de otro color, 
en cuyo caso todo el mundo saldría perdiendo. El go�iemo no 
recaudaría rentas y los entusiastas de los coches deportivos no con­
seguirían conducir su color favorito. Este fenómeno consistente en 
que los impuestos empeoran la calidad de vida de todos los indivi­
duos sin mejorar la de ninguno se .denomina «pérdidas de peso 
muerto». Sería preferible poner en un impuesto todos los coches 
deportivos, e incluso todos los coches, porque se obtendrían más 
rentas públicas con un impuesto mucho más pequeño. Volviendo 
al tema, un impuesto sobre la gasolina recauda rentas de los con­
ductores igual que un impuesto sobre los coches nuevos, pero tam­
bién genera un incentivo para reducir el consumo de combustible. 
Los que más conducen más pagan. De esta forma conseguimos un 
gran volumen de renta pública con un impuesto minúsculo, ade-
más de hacer algo por el medio ambiente. 
Muchos economistas irían más allá: debemos poner impuestos 
sobre el uso de todo tipo de combustibles basados en el carbono, 
como el carbón, el petróleo o la gasolina. Ese impuesto incremen­
taría la renta pública sobre una b<!,Se muy amplia a la vez que crearía 
un incentivo para conservar los recursos no renovables y reduci­
ría las emisiones de C02 que provocan el recalentamiento global.
Tristemente, este proceso de razonamiento no nos conduce al 
impuesto idóneo. Simplemente hemos desvestido un santo para ves­
tir a otro. Un impuesto sobre los coches deportivos rojos solamen­
te.lo pagarían los ricos. Un impuesto sobre el carbono lo pagarían 
por igual ricos y pobres, pero probablemente a estos últimos les 
costaría una fracción mayor de sus ingresos. Los impuestos que 
gravan con mayor intensidad a.los pobres que a los ricos, los deno­
minados impuestos regresivos, a menudo ofenden nuestro senti­
do de la justicia. (Los impuestos progresivos, como el impuesto 
sobre los ingresos, afecta más intensamente a los ricos que a los 
pobres). Aquí, igual que en cualquier otro sitio, la economía no 
nos da una «respuesta correcta», solamente nos proporciona una 
74 La economía al desnudo 
estructura analítica para pensar sobre cuestiones importantes. 
De hecho, el impuesto más eficaz de todos, que es perfectamente 
extenso, simple y justo (en el sentido estricto de la palabra relacio­
nada con los impuestos) es un impuesto simplemente sumatorio, 
aplicado uniformemente a cualquier individuo de una jurisdicción 
por el simple hecho de existir. 
De hecho Margaret Thatcher lo intentó con el «impuesto de 
voto». ¿Qué sucedió? Los británicos se iban riendo por la calle 
ante la idea de que los ricos pagasen lo mismo que los pobres y la 
gente empleada lo mismo que los desempleados. Evidentemente, 
la buena economía no siempre es buena política. 
Por otro lado, tampoco todos los beneficios son iguales. Una 
de las herramientas más potentes para combatir la pobreza creada 
en estos años ha sido el crédito sobre impuestos de ingresos 
(EITC), una idea que los economistas han impulsado durante dé­
cadas porque genera un conjunto de incentivos mucho mejor que 
los programas tradicionales de bienestar social. La mayoría de los 
programas sociales ofrecen beneficios a los individuos que no tra­
bajan. El EITC hace todo lo contrario, utiliza el sistema de im­
puestos sobre beneficios para subsidiar a los trabajadores con 
escasos ingresos de manera que sus ingresos totales superen el um­
bral de la pobreza. Un trabajador que gane 11.000 dólares y man­
tenga a una familia de cuatro personas puede conseguir otros 
8.000 dólares adicionales mediante el EITC y cumpliendo unos 
programas estatales. La idea era hacer que «el trabajo pagase». De 
hecho el sistema proporciona un poderoso incentivo a los indivi­
duos para entrar en el mercado laboral, donde se espera que 
aprendan lo suficiente para alcanzar puestos bien remunerados. 
Evidentemente, el programa tiene un problema obvio. A dife­
rencia de los programas de bienestar, el EITC no ayuda en absolu­
to a las personas que no encuentran trabajo, las cuales son en 
realidad las que probablemente estén'. más desesperadas. 
Cuando solicité mi puesto en la facultad hace muchos años, 
esc1ibí un ensayo expresando mi desconcierto sobre cómo un país 
Los incentivos cuentan 75 
que podía enviar a un hombre a la Luna todavía podía tener tanta 
gente durmiendo por las calles. Parte del problema es de volun­
tad política; podríamos sacar a mucha gente'de la calle mañana 
mismo si lo convirtiésemos en una prioridad nacional. Pero tam­
bién implicaría reconocer que la NASA lo tenía fácil. Los cohetes 
siguen las leyes inalterables de la física. Sabemos dónde estará la 
Luna en un momento dado y sabemos exactamente la velocidad 
que necesita una nave espacial para entrar o salir de una órbita 
terrestre. Si hacemos bien las ecuaciones, el cohete siempre ate­
rrizará donde estaba previsto. Los seres humanos son mucho 
más complejos que eso. Un drogadicto en fase de recuperación 
no se comporta de forma tan predecible como un cohete en órbi­
ta. No tenemos la fórmula para persuadlf a un adolescente de que 
no abandone la escuela. Pero tenemos una herramienta poderosa: 
sabemos que la gente quiere alcanzar el máximo bienestar posi­
ble, independientemente de cóino lo defina. Nuestra mejor espe­
ranza para mejorar la condición humana es entender por qué 
actuamos como actuamos, y a continuación planificar en conse­
cuencia. Los programas, las organizaciones y los sistemas funcio­
nan mejor cuando tienen los incentivos adecuados. Es como re­
mar a favor de la corriente. 
Notas 
l . Embajada de Costa Rica, Washington, D.C. 
2. Ian Fisher, «Victims ofWar: Thejungle Gorillas, and Tourism», TheNew
York Tirnes, 31 de marzo de 1999.
3. Daniel Yergin y Joseph Stanislaw, The Cornrnanding Heights (Nueva York:
Simon & Schuster, 1998), pp. 216-217.
4. «Paying Teachers More», The Econornist, 24 de agosto de 2000.
5. David Stout, «Child Safety Seats to Be Required for Commercial Planes»,
The New York Tirnes, 16 de diciembre de 1999, p. A20.
6.Julia Preston, «Mexico's Political Inversion: The City That Can't Fix the
Air», The New York Tirnes, 4 de febrero de 1996, secc. 4, p. 4.
7. Ibídem.
8. Donald C. Hambiick y Eric M.Jackson, «Outside Directors with a Stake:
The Linchpin in Improving Governance», California Management Review,
verano de 2000.
76 La economía al desnudo 
9.John Tierney, «A Tale of Two Fisheries», The New York Times Magazine,
27 de agosto de 2000, p. 38.
10. Dirkjohnson, «Leaving the Farm for the Other Real World», The New
York Times, 7 de noviembre de 1999, p. 3.
11. Virginia Postre!, «The U.S. Tax System Is Discouraging Married Women
for Working», The New York Times, 2 de noviembre de 2000, p. C2.
12. Friedrich Schneider y Dominik H. Enste, «Shadow Economies: Size, Cau­
ses, and Consequences»,Journal of Economic Literature, marzo de 2000.

Continuar navegando