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Charles Wheelan Prólogo de Burton G. Malkiel, profesor de Economía de la Universidad de Princeton La economía al desnudo Por qué Bill Gates es más rico que yo y otras cuestiones 2) Gestión 2000 2 Los incentivos cuentan: cómo salvar el cuello cortándose la nariz ( si fuera usted un rinoceronte negro) El rinoceronte negro es una de las especies más amenazadas del planeta. Quedan menos de 2.500 en Sudáfrica, de los cerca de 65.000 que había en 1970. De hecho, es un desastre ecológico. Se trata también de una situación en la que la economía básica nos puede explicar por qué una especie está en semejante riesgo y qui zá qué podemos hacer por ella. ¿Por qué se mata a los rinocerontes negros? Por la misma razón por la que se venden drogas o se evaden impuestos. Porque se pue de ganar mucho dinero en relación con el riesgo de que le cojan a uno. En muchos países asiáticos se considera el cuerno de rino ceronte negro un poderoso afrodisíaco y un buen reductor de la fiebre. También se utiliza para hacer los mangos de las dagas ye meníes tradicionales. En consecuencia, un sólo cuerno de rinoce ronte puede valer hasta 30.000 dólares en el mercado negro, una suma principesca para unos países donde la renta per cápita anual puede ser de 1.000 dólares hacia abajo. En otras palabras, para las gentes de la empobrecida Sudáfrica el rinoceronte negro vale mu cho más dinero muerto que vivo. Tristemente es un mercado que no se corrige por sí mismo. A diferencia de los coches o los ordenadores personales, las em- 51 52 La economía al desnudo presas no pueden producir más rinocerontes negros cuando el suministro se va reduciendo. De hecho, actúa prácticamente la fuerza opuesta: a medida que aumenta el peligro que corre el ri noceronte negro, aumenta el precio de su cuerno en el mercado negro, lo que a su vez aumenta el incentivo de los furtivos para cazar los animales que quedan. Este círculo vicioso se complica con otro aspecto de la situa ción común a muchos retos medioambientales: la mayoría de los rinocerontes negros son de propiedad pública, no privada. Puede parecer maravilloso, pero de hecho crea más problemas de con servación de los que resuelve. Imagínese que todos los rinoceron tes negros estuvieran en manos de un único ranchero avaricioso que no tuviese ningún reparo en convertir los cuernos de rinoce ronte en dagas yemeníes. Este ranchero no tiene ni un gramo de responsabilidad ambien_tal en todo el cuerpo. De hecho es tan perverso y egoísta que a veces le pega una patada a su perra sim plemente porque le apetece. ¿Este ogro de ranchero de rino cerontes habría dejado que su rebaño se redujese de 65.000 a 2.500 ejemplares en treinta años? Jamás. Habría criado y protegi do a los animales para garantizarse un buen suministro de cuer nos que poder vender al mercado, igual que hacen los ganaderos de vacuno con sus reses. No tiene nada que ver con el altruismo, tiene que ver con maximizar el valor de un recurso escaso. Por otro lado, los recursos comunitarios presentan algunos problemas exclusivos. En primer lugar, los aldeanos que viven cer ca de estos majestuosos animales no suelen obtener ningún bene ficio por el hecho de tenerlos a su alrededor, sino todo lo contra rio. Los grandes animales como los rinocerontes y los elefantes pueden provocar graves destrozos en las cosechas. Póngase en la piel de los habitantes locales. Imagine que de repente la gente de África adquiriese un especial interés por el futuro de la rata gris de Norteamérica y que una parte fundamental de la estrategia de conservación fuese permitir que estas criaturas viviesen y crecie sen en casa de usted. Imagínese además que viniese un cazador furtivo y le ofreciese dinero por mostrarle dónde estaban criando Los incentivos cuentan 53 las ratas de su sótano. Pues eso. Es cierto, hay millones de perso nas en todo el mundo para las que es útil conservar especies como el rinoceronte negro o el gorila de montaña, pero eso en realidad puede ser una parte del problema. Es fácil ser un «llanero solita rio» y dejar que otras personas u otra organización hagan el traba jo. ¿Cuánto dinero invirtió usted el año pasado para ayudar a pre servar las especies en peligro? Los operadores de excursiones y safaris que ganan un montón de dinero llevando a los turistas a ver animales salvajes raros se enfrentan con un problema similar de «llanero solitario». Si una empresa turística invierte mucho en la conservación, las otras empresas que no han hecho inversiones de ese tipo también disfrutan de los beneficios de los rinocerontes que se han salvado. Por lo tanto, la empresa que invierte dinero en la conservación sufre en realidad una desventaja de costes en el mercado. Sus excursiones tendrán que ser más caras ( o tendrán que aceptar un margen de beneficio más estrecho) para poder recu perar su inversión de conservación. Evidentemente, aquí el go bierno tiene un papel que jugar. Sin embargo, los gobiernos del África subsahariana en el mejor de los casos tienen pocos recur sos, y son corruptos y disfuncionales en el peor de ellos. La parte que tiene un incentivo claro y poderoso es el cazador furtivo, que consigue una verdadera fortuna cazando y matando a los rinoce rontes que quedan y cortándoles los cuernos. La verdad es que es bastante deprimente. Sin embargo, la economía también ofrece por lo menos algunas ideas sobre cómo salvar al rinoceronte negro así como a otras especies ame nazadas. Una estrategia eficaz de conservación tiene que alinear adecuadamente los incentivos de las personas que viven en el hábitat natural del rinoceronte negro o cerca de él. Traducción: dé a la gente al _gún motivo para desear que los animales vivan en vez de morir. Esta es la premisa de la floreciente industria del turismo ecológico. Si los turistas están dispuestos a pagar gran des sumas de dinero para ver y fotografiar rinocerontes negros, y lo que es más importante, si los habitantes locales pueden com- 54 La economía al desnudo partir de alguna manera los beneficios de este turismo, la pobla ción local tendrá un gran incentivo para mantener vivos a estos animales. Esto ha funcionado en lugares como Costa Rica, un país que ha protegido sus selvas y otras características ecológicas declarando cerca del 25% de su territorio parque nacional. Actualmente, el turismo genera unos ingresos anuales de más de 1.000 millones de dólares que representan el 11 % del producto nacional1 . Desgraciadamente, este proceso está funcionando al revés con el gorila de montaña, otra especie seriamente amena zada ( que lanzó a la fama Dian Fossey, autora de Gorilas en la niebla). Se estima que en las densas selvas del este de África sólo quedan 620 gorilas de montaña. Por otra parte, los países que forman esta región, Uganda, Ruanda, Burundi y Congo, están enzarzados en una serie de guerras civiles que han devastado el turismo. En el pasado, los habitantes locales preservaron el hábi tat de los gorilas, no porque tuvieran un respeto especial por el gorila de montaña, sino porque podían ganar más dinero con los turistas que talando los bosques que constituían el hábitat de los gorilas. A medida que la violencia ha ido invadiendo la región, todo eso ha cambiado. Un habitante local comentó a The New York Times: « [Los gorilas] Son importantes si nos visitan los turistas. Si no, no lo son. Si no vienen los turistas iremos a probar fortuna a la selva. Antes de toda esta historia nos ganábamos bien la vida cortando madera»2. Mientras tanto, los funcionarios de la conservación están ex perimentando con otra idea tan básica como puede ser la econo mía. Quienes matan a los rinocerontes negros lo hacen porque sus cuernos valen fortunas astronómicas. Se �upone que si no hay cuernos no habrá motivo para cazar a estos animales. Por esta razón, algunos funcionarios de la conservación se dedican a capturar a los rinocerontes negros, cortarles loscuernos y volver a dejar a los animales en libertad. De esta forma, los rinoceron tes están en ligera desventaja ante alguno de sus depredadores, pero es mucho menos probable que los cace su enemigo más acérrimo, el hombre. ¿Ha funcionado? Los resultados son diver sos. En algunos casos, los cazadores furtivos han continuado ma- Los incentivos cuentan 55 tanda rinocerontes sin cuernos por distintas razones posibles. Al matar a los animales sin cuernos el cazador furtivo se ahorra el tiempo que puede perder si se dedica a seguir de nuevo al mis mo animal; por otra parte, cortar y vender el muñón del cuerno aún aporta algún beneficio y desgraciadamente, los rinoceron tes muertos, aunque no tengan cuernos, hacen que aumente el grado de amenaza de la especie, lo que aumenta el valor de los cuernos que quedan. Todo esto ignora el término de la demanda de la ecuación. ¿Deberíamos permitir el comercio de productos elaborados con especies amenazadas? La mayoría diría que no. Si las dagas con mango de cuerno de rinoceronte se declaran ilegales en países como Estados Unidos, disminuirá la demanda global, con lo que se reducirá el incentivo del cazador furtivo. Al mismo tiempo, existe otro punto de vista creíble y divergente. Algunos funcionarios conservadores argumentan que la venta de cantidades limitadas de cuerno de rinoceronte (o de marfil en el caso de los elefantes) obtenido de forma legal tendría dos efectos beneficiosos. En pri mer lugar, aportaría dinero para ayudar a los gobiernos a reparar los gastos contra los cazadores furtivos. En segundo lugar, reduci ría el precio del mercado de estos productos ilegales y por lo tanto reduciría el incentivo para matar a los animales. Al igual que con cualquier política compleja, no existe una res puesta exacta única, sino que hay varias formas de plantear el pro blema, algunas más fructíferas que otras. La cuestión es que proteger al rinoceronte negro es por lo menos una cuestión tan económica como científica. Ya sabemos cómo cría, qué come y dón-· de vive el rinoceronte negro. Lo que tenemos que descubrir es cómo detener a las personas que le disparan. Eso implica entender el comportamiento humano, no el de los rinocerontes negros. Los incentivos cuentan. Si nos pagan una comisión, trabajamos más; si sube el precio de la gasolina, vamos menos en coche; si mi, hija de tres años aprende que le doy una galleta cuando llora mientras esté hablando por teléfono, llorará cuando yo hable por 56 La economía al desnudo teléfono. Es una de las perspicacias de La riqueza de las naciones, de Adam Smith: «No esperamos conseguir la cena por la benevolen cia del carnicero, del cervecero o del pastelero, si no por su pro pio interés». Bill Cates no se fue de Harvard para unirse al ejército de salvación; se fue para fundar Microsoft, lo que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del planeta, y lanzó la revolución de los ordenadores personales en un proceso que también sirvió para mejorar el bienestar de todos nosotros. El egoísmo es lo que hace girar el mundo, un detalle que parece tan evidente que hasta pa rece tonto, pero que, sin embargo, se acostumbra a ignorar. El viejo eslogan de «a cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad» fue una canción popular muy bonita, pero como siste ma económico siempre ha llevado a la ineficacia y a la carencia masiva. En cualquier sistema que no se base en el mercado, los incentivos personales acostumbran a divorciarse de la productivi dad. No se remunera a las empresas ni a los trabajadores por la innovación ni por trabajar duro, aunque tampoco se les castiga por la pereza y la ineficacia. ¿Hasta dónde podemos empeorar? Los economistas recuerdan que cuando cayó el muro de Berlín, algunas empresas de la Alemania del Este estaban destruyendo valor porque su proceso de fabricación era tan ineficaz y el producto final era tan malo, que las fábricas estaban produciendo coches que valían menos que las materias primas utilizadas para fabricarlos. Básicamente, consu mían un acero fabricado perfectamente para hacer basura. Este tipo de ineficacias también existe en países denominados capita listas en los que grandes sectores de la economía son propiedad del Estado, el cual las gestiona. Es el caso de India. En 1991 la Hindustan Fertilizer Corporation llevaba 12 años funcionando3• Se suponía que cada día 1.200 empleados iban a trabajar con el objetivo confesado de producir fertilizante, pero había una pe queña complicación: en realidad la empresa jamás fue capaz de producir un fertilizante vendible. Ninguno. Los burócratas guber namentales mantenían la fábrica en marcha con fondos públicos, la maquinaria jamás funcionó correctamente y, sin embargo, cada día acudían al trabajo 1.200 empleados y el gobie�no seguía pa- Los incentivos cuentan 57 gándoles un salario. Toda la empresa era una mascarada indus trial. Seguía renqueando porque no había ningún mecanismo le gal que obligase a cerrarla. Cuando el gobierno gestiona un nego cio, no hay necesidad de producir algo para venderlo a un precio superior al que ha costado fabricarlo. Estos ejemplos parecen más o menos divertidos, pero no lo son. Ahora mismo la economía de Corea del Norte está tan desor ganizada que el país no puede alimentarse ni producir nada lo bastante valioso como para poder comprar alimentos suficientes a otros países. En consecuencia, la hambruna existente ha matado a unos 2 millones de personas y ha dejado al 60% de los niños norcoreanos desnutridos. Los periodistas describen a personas hambrientas que se comen la hierba y merodean por las vías del tren buscando trozos de carbón o de comida que puedan haber caído de algún convoy al pasar. Habitualmente quienes elaboran las políticas americanas igno ran la importáncia de los incentivos. El caso crónico del suminis tro de electricidad deficitario de California es bastante simple: la demanda de electricidad es mayor que la oferta. Al principio, los políticos se opusieron a hacer lo único que podía ser parte de cualquier solución: permitir elevar el precio de la electricidad. Se dijo a los consumidores que ahorrasen electricidad sin darles nin gún incentivo financiero para hacerlo. La triste realidad es que el bolsillo es más poderoso que la conciencia. Una cosa es sentir una vaga sensación de culpabilidad cuando se sube el termostato, y otra es saber que hacer eso te puede costar 200 dólares más al mes. (Recuerdo perfectamente a mi padre durante mi infancia: no tenía un gran afecto por el entorno pero ahorraba hasta el úl timo céntimo, cerrando siempre puertas y ventanas y diciéndonos que no iba a pagarnos la calefacción del baño). Cualquier solu ción a largo plazo en California tiene que permitir que el precio de la energía refleje esta carencia. Mientras tanto, la educación pública americana funciona de un modo bastante más parecido a Corea del Norte que a Silicon 58 La economía al desnudo Valley. No pienso meterme en la polémica del presupuesto de educación, sino que revisaré un fenómeno sorprendente relacio nado con los incentivos en la educación sobre el que he escrito para The Economist 4. El sueldo de los maestros americanos no está relacionado con ningún tipo de rendimiento, los sindicatos de maestros siempre se han opuesto a cualquier tipo de pago por méritos. En lugar de ello, los salarios de casi cualquier escuela pública del país vienen determinados por una fórmula rígida ba sada en la experiencia y los años de enseñanza, factores que los investigadores han comprobado que generalmente no tienen nin guna relación con el rendimiento en clase. Esta escala uniforme de salarios crea un conjunto de incentivos que los economistas denominan selección adversa. Puesto que los maestros con más talento probablemente también serán buenos en otras profesio nes, tienen un poderoso incentivo para abandonar la educación a cambio de empleos en los que el salario estémás directamente relacionado con la productividad. Para los que tienen menos talento, los incentivos son justo lo contrario. La teoría es interesante y los datos sorprendentes. Cuando se utilizan las puntuaciones de un examen como índice de una capacidad, los individuos más brillantes rechazan la profe sión de la enseñanza en cada bifurcación. Los estudiantes más brillantes son los que con menor probabilidad escogerán la edu cación como formación secundaria. Entre los estudiantes que lle gan a acabar una licenciatura en educación, los que alcanzan las puntuaciones más altas en los exámenes son los que tienen menos probabilidad de ser profesores. Además, entre las personas que entran en la enseñanza, las que alcanzan las puntuaciones más altas de las pruebas son los que tienen más probabilidades de abandonar antes la profesión. Nada de esto demuestra que a los maestros americanos se les pague lo suficiente. A muchos no se les paga, en especial a esos individuos más dotados que permanecen en la profesión porque la aman. Pero el problema general persis te: §alquier sistema que pague a todos los maestros lo mismo genera un poderoso incentivo para que los más dotados se bus quen otro empleo� Los incentivos cuentan 59 Los seres humanos son criaturas complejas que harán aquello que les haga vivir mejor. A veces es fácil predecir cómo evolucio nará la cosa, pero a veces es algo extraordinariamente complejo. A menudo los economistas hablan de «incentivos perversos», que son incentivos que se pueden crear inadvertidamente cuando establecemos normas para algo completamente diferente. En círcu los políticos es lo que a veces se denomina la «ley de las conse cuqncias imprevistas». Considere una propuesta bien intencionada que exigiera que todos los bebés y los niños pequeños tuviesen que utilizar asientos de seguridad para niños cuando volasen en avión. Durante la administración Clinton, la administradora de la FAA, Jane Garvey, dijo en una conferencia que su agencia se comprome tía a «garantizar que en los aviones se tratase a los niños con el mismo nivel de seguridad que a los adultos».James Hall, presidente del Comité Nacional de Seguridad en el Transporte lamentó que el equipaje tuviese que asegurarse bien durante el despegue, mientras que «la carga más preciosa del avión, los niños y los bebés, se deja ban sueltos»5• Garvey y Hall citaron varios casos en los que los niños pequeños podrían haber sobrevivido a un accidente si hubieran estado bien sujetos. Por lo tanto, exigir asientos de coche para ni ños en los aviones habría evitado lesiones y salvado vidas. ¿Lo habría hecho? Utilizar un asiento de niño exige que la fa milia compre otro asiento en el avión, lo que aumenta significati vamente el coste del vuelo. Las compañías aéreas ya no ofrecen descuentos significativos para niños, un asiento es un asiento y pro bablemente costará varios cientos de dólares. í"in consecuencia, algunas familias preferirían ir en coche que volar. Pero ir en coche, incluso con un asiento adecuado, es mu chísimo más peligroso que volar, de modo que exigir asientos de seguridad para los niños en los aviones podría dar lugar a más le siones y muertes de niños (y de adultos), no a menos. Veamos un ejemplo en el que las buenas intenciones provoca ron un mal resultado porque no se supieron anticipar bien los 60 La economía al desnudo incentivos. La ciudad de México es una de las urbes con más po lución de todo el mundo; el aire sucio retenido sobre ella por las montañas y volcanes que la rodean ha sido descrito por The New York Times como una «sopa gris amarillenta de contaminantes»6• Hacia 1990 el gobierno lanzó un programa para combatir esta polución, buena parte de la cual proviene de los gases de escape de los coches y los camiones . Una nueva ley exigía que todos los coches dejasen de circular un día a la semana, en base a una rota ción (por ejemplo, los coches con un determinado número de matrícula no podían circular los martes). La lógica del plan estaba clara: menos coches en las calles provocarían menos polución del aire. ¿Qué sucedió en realidad? Como cabía esperar, a mucha gen te no le gustó el inconveniente de que le limitasen los días que podía conducir. Reaccionaron de un modo que los analistas po dían haber predicho pero que no hicieron. Las familias que podían afrontar la compra de un segundo coche, lo compraron, o simplemente conservaron el viejo cuando compraron uno nuevo, de manera que siempre dispusiesen de un coche para conducir cualquier día. Eso acabó siendo peor para las emisiones que la ausencia de cualquier política, porque aumentó la proporción de coches viejos en las calles, que son más sucios que los nuevos. El resultado neto del cambio de política fue poner más coches contaminantes en las calles, no menos. En 1995 un estudio de mostró que el consumo total de gasolina había aumentado. Poste riormente se derogó la política en favor de la obligación de hacer pruebas de emisiones 7. Lo maravilloso del sector privado, por supuesto, es que los in centivos se alinean mágicamente de forma que a todo el mundo le vaya mejor. ¿De acuerdo? Bueno, no exactamente. La América corporativa, de la cabeza a los pies, es una fosa séptica de incenti vos competitivos y desalineados entre sí. ¿Ha visto alguna vez algu na variación del típico cartelito junto a la caja registradora de un restaurante de comida rápida que dice «Tiene la comida gratis si no le dan un recibo. Consulte con el gerente»? ¿Acaso Burger King tiene un interés apasionado por darle recibos para que su contabilidad familiar no sufra? Los incentivos cuentan 61 Por supuesto que no. Burger King no quiere que sus emplea dos le roben. Y la única manera que tienen los empleados para robar sin que los pillen es haciendo transaccione que no queden registradas en la caja registradora, que no conste en ningún reci bo que le han dado una hamburguesa con patatas y quedándose ellos con el dinero. Esto es lo que los economistas llaman un pro blema de patrón-agente. El patrón (Burger King) emplea a un agente (el cajero) que tiene un incentivo para hacer una serie de cosas qm� no son necesariamente del máximo interés para la em presa. Burger King puede invertir un montón de tiempo y dinero vigilando que sus empleados no le roben, o puede darle a usted un incentivo para que lo haga. Este cartelito junto a la caja regis tradora es una herramienta de gestión muy ingeniosa. Los problemas de patrón-agente son un problema mucho más frecuente en la cima de la América corporativa que en la b�se, en parte porque'los agentes que gestionan las grandes corporaciones norteamericanas (los presidentes y otros altos ejecutivos) no son ne cesariamente los patrones que poseen esas empresas (los accionis tas). Yo tengo acciones de Starbucks, pero no sé cómo se llama el presidente. ¿Cómo puedo estar seguro de que actúe en mi me jor interés? Desde luego, hay múltiples evidencias que sugieren que los directivos corporativos no son distintos de los cajeros del Burger King, tienen incentivos que no siempre van en favor del má ximo interés de la empresa. Puede que roben dinero de la caja de forma figurada permitiéndose volar en aviones privados y siendo socios de clubes exclusivos. O pueden adoptar decisiones estra tégicas que les beneficien a ellos pero no a los accionistas. Por ejemplo, sorprendentemente dos tercios de las fusiones corpora tivas no añaden valor a las empresas fusionadas y un tercio deja a los accionistas en peores condiciones. ¿Por qué los presidentes, tan listos ellos, se embarcan tan a menudo en comportamientos que parecen tener escaso interés financiero? Una respuesta par cial que han argumentado los economistas es que los presidentes se benefician de las fusiones aunque los accionistas sufran pérdi das. Cuando un presidente gestiona una transacción corporativa compleja, atrae mucha atención sobre sí mismo. Acaba gestionan- 62 La economíaal desnudo do una gran empresa, que casi siempre es mucho más prestigiosa, incluso aunque la nueva entidad sea menos rentable que cada una de las compañías antes de la fusión. Las grandes empresas tienen grandes despachos, grandes salarios y grandes aviones. Por otro lado, algunas fusiones y absorciones tienen un perfecto sentido estratégico. Como accionista desinformado sobre una gran inversión finan ciera de la empresa, ¿cómo noto la diferencia? Si ni siquiera sé el nombre del presidente de Starbucks, ¿cómo puedo estar seguro de que no se pase el día persiguiendo a las secretarias por la ofici na? Desde luego es bastante más difícil que ser el gerente de un Burger King. Una respuesta que ha surgido en los últimos años es el uso de las opciones de compra como herramienta de compensación de la gestión. Es el equivalente a nivel ejecutivo del cartelito de la caja registradora que le pregunta si le han dado un recibo. La mayoría de presidentes y altos ejecutivos americanos reciben una buena parte de su salario en forma de opciones de compra. Estas opcio nes de compra de acciones les permiten comprar acciones de la empresa en el futuro a un precio determinado previamente, diga mos a 10 dólares. Si la empresa es muy rentable, las acciones evo lucionan bien y suben, por ejemplo, a 56 dólares, por lo que estas opciones de compra son muy rentables. (Va muy bien poder com prar por 1 O dólares algo que después podrá vender en el mercado por 56). Por otro lado, si las acciones de la compañía caen hasta 7 dólares, sus opciones no valdrán nada. No tiene ningún sentido comprar algo por 1 O dólares cuando en el mercado puede com prarlo por 3 dólares menos. La cuestión de este esquema de compen sación es alinear los incentivos del presidente con los intereses de los accionistas. Si el precio de la acción sube, el presidente se hace rico pero a los accionistas también les va muy bien. No es una estrategia perfecta, algunos presidentes han encontrado la forma de abusar del juego de las opciones (igual que los cajeros encuentran nuevas formas para robar dinero de la caja). Sin em bargo, en conjunto, la estrategia tiene sentido. Dado que no sé el Los incentivos cuentan 63 nombre del presidente de Starbucks, espero que tenga un buen pellizco de opciones de compra de acciones. La misma estrategia sirve para motivar a los consejos de admi nistración, las personas escogidas por los accionistas para gober nar empresas de titularidad pública. n estudio realizado por la empresa consultora McKinsey & Company demostró que algo tan simple como conseguir que los directores de la empresa ten� gan inversiones importantes en las acciones de la misma coincide con un rendimiento significativamente mejor de la compañía8• McKinsey comprobó que las empresas cuyos directores poseían «cantidades significativas de acciones» en 1987 alcanzaron ren dimientos mucho mejores durante la década siguiente que aqué llas cuyos directores no las poseían. Cuando McKinsey estudió por separado las empresas que habían obtenido rendimientos significativamente mejores que otras empresas de su mismo sec tor de negocio, comprobó que la inversión media de los directo res externos· de las empresas estrella era cinco veces superior que las acciones que poseían los directores externos de las em presas más atrasadas. No es necesario ser un titán corporativo para afrontar los prin cipales problemas de patrón-agente. Existen múltiples situacio nes en las que tenemos que contratar a alguien cuyos incentivos son similares pero no idénticos a los nuestros y la distinción entre «similares» e «idénticos» puede hacer que sea completamente dis tinto. Tomemos a los agentes de la propiedad inmobiliaria, una raza particular de bribones que preté1nde actuar en función del máximo interés de uno, pero que a veces no lo hacen, tanto si uno vende como si compra una pro¡iiedad. Veamos, en .primer lugar, el lado del comprador. El agente le enseña amablemente toda una serie de casas y finalmente uno encuentra la que le conviene. Hasta aquí bien. Ahora es el momento de negociar el precio de venta con el vendedor, a menudo con el agente como asesor prin cipal. Pero su agente recibirá un porcentaje del precio de compra final. Cuanto más esté dispuesto usted a pagar, más cobrará el agente y menos tardará todo el proceso. 64 La economía al desnudo También hay problemas por el lado de la venta, aunque son más sutiles. Cuanto mejor precio obtenga usted por su casa, más dinero ganará el agente. Eso es bueno. Pero los incentivos todavía no están perfectamente alineados. Supongamos que está vendien do una casa del orden de 300.000 dólares. Su agente podría po nerla en la lista por 280.000 y venderla en 20 minutos, o bien podría ponerla por 320.000 dólares y esperar a un comprador que realmente se enamorase de ella. El beneficio para usted es enor me: 40.000 dólares. Su agente inmobiliario quizá vea las cosas de otra manera. Poner un precio alto probablemente significará va rias semanas enseñando la casa, manteniéndola abierta y hacien do galletas para que huela bien. En otras palabras, un montón de trabajo. Si cobra una comisión del 3%, su agente puede conseguir 8.400 dólares por no hacer prácticamente nada o 9.600 por traba jar durante muchas semanas. ¿Usted qué escogería? Tanto desde el punto de vista de la compra como de la venta, el mejor incenti vo para su agente es conseguir un trato, tanto si a usted le favorece el precio como si no. Los profesores de economía nos enseñan cómo conseguir el incentivo correcto. Tal como nos enseñó Gordon Gekko en Wall St-,eel:¡ la avaricia es buena, así que ocúpese de que trabaje para usted. Pe o el señor Gekko.no tenía toda la razón. La avaricia puede ser muy mala incluso para personas absoluta mente egoístas. De hecho, algunos de los problemas más intere santes de la economía resuelven situaciones en las que la actua ción racional de unos individuos que actúan por su propio interés les lleva a hacer cosas que empeoran su bienestar, a pesar de que su comportamiento sea totalmente lógico. El ejemplo clásico es el dilema del prisionero, un modelo un tanto artificioso pero muy potente de comportamiento humano. La idea fundamental es que se ha detenido a dos hombres por ser sospechosos de asesina to. Se les separa inmediatamente para poder interrogarlos sin que se comuniquen entre sí. La acusación contra ellos no es demasia- Los incentivos cuentan 65 do consistente, por lo que la policía pretende obtener una confe sión. De hecho, las autoridades están dispuestas a ofrecer un trato si uno de los dos acusa al otro de ser el inductor. Si ninguno de los dos confiesa, la policía los acusará a ambos de posesión ilegal de armas, lo que implica una sentencia de cinco años en prisión. Si ambos confiesan, cada uno de ellos será coh<;le nado a 25 años por asesinato. Si uno acusa al otro, el delator sola mente será sentenciado a tres años de prisión, pero su compañero se pasará el resto de la vida en la cárcel. '¿Qué sucede? En conjun to, a ambos les irá mejor si los dos mantienen la boca cerrada. Pero no es lo que hacen. Ambos empiezan a pensar. El prisionero A supone que si su compañero mantiene la boca cerrada, conseguirá una condena leve de tres años acusándolo a él. Pero luego se da cuenta que casi con toda seguridad su compañero está pensando lo mismo, en cuyo caso sería mejor confesar para evitar pagar él solo toda la culpa del crimen. De hecho, su mejor estra tegia es confesar, independientemente de lo que haga su compa ñero: o bien consigue la sentencia de tres años (si su compañero se calla) o se salva de estar toda la vida en prisión (si su compañe ro habla). Evidentemente, el prisionero B tiene los mismos incentivos. Los dos confiesan y a los dos les caen 25 años de cárcel cuando podrían haber salido en apenas cinco. A pesar de todo, ninguno de los dos ha hecho nada irracional. Lo sorprendente de estemoJelo es que ofrece una imagen clara de situaciones del mundo .real en las que un interés propio sin límites conduce a resultados muy escasos. Es algo particular mente aplicable a la forma en que se explotan los recursos natura les renovables, como los bancos de pesca, cuando muchos indivi duos se surten de un recurso común. Por ejemplo; si el pez espada del Atlántico se pesca con inteligencia, limitando las capturas de cada temporada, la población de pez espada permanecerá estable o incluso llegará a crecer, proporcionando un modo de vida indefinido a todos los pescadores. 66 La economía al desnudo Pero nadie «posee» la reserva mundial de pez espada, lo que dificulta establecer la política sobre quién pesca qué. En conse cuencia, los barcos de pesca independientes empiezan a actuar de forma muy parecida a nuestros prisioneros sometidos a interroga torio. Pueden limitar sus capturas en nombre de la conservación o dedicarse a capturar tanto pescado como puedan ¿qué sucede? Exactamente lo que predice el dilema del prisionero: los pescadores no se fían lo suficiente los unos de los otros como para coordinar un resultado que les hiciera estar mejor a todos. John Sorlien, un pescador de Rhode Island, hablando de la reducción de la pobla ción de peces, comentó a The New York Times: «Ahora mismo mi único incentivo es salir y pescar tanto pescado como pueda. No tengo ningún incentivo para conservar la población de peces, porque cualquier pez que yo deje me lo quitará el que venga detrás»9• Es decir, se están agotando las reservas mundiales de atún, bacalao, pez espada y langosta. Por otra parte, a menudo los políticos empeoran la situación dando subsidios a los pescadores en apuros. Esto simplemente mantiene los barcos en el agua, cuando de otra forma algunos pescadores se irían. A veces hay que proteger a las personas de sí mismas. Un ejem plo muy gráfico de este caso es la comunidad de pescadores de langosta de Port Lincoln, al sur de Australia. En la década de los años 1960 la comunidad estableció un límite al número de captu ras y vendió liéencias por ese número. Desde entonces, cualquier recién llegado-podría entrar en el negocio simplemente compran do una licencia a otro pescador de langostas. Este límite de captu ras totales ha permitido que la población de langostas prospere. Irónicamente, los pescadores de langostas de Port Lincoln pescan más que sus colegas americanos trabajando menos. Mientras tan to, una licencia comprada por 2.000 dólares en 1984 alcanza hoy en día unos 35.000 dólares. Daryl Spencer, un pescador de langos tas australiano dijo al Times: «¿Para qué voy a perjudicar a la pes ca? Es mi fondo de jubilación. Nadie me pagará 35.000 dólares al contado si no quedan langostas para pescar. Si me dedico a esquil mar la pesca ahora, dentro de 10 años mi licencia no valdrá nada». El señor Spencer no es más listo ni más altruista que sus colegas Los incentivos cuentan 67 pescadores del resto del mundo, lo único que ocurre es que tiene otros incentivos. Sorprendentemente, algur1os grupos ecologistas se oponen a este tipo de cuotas de licencias porque «privatizan» un recurso público. También temen que acaben comprando las licencias grandes corporaciones que expulsen a los pequeños pes cadores del negocio. También son dignas de mención otras dos cuestiones sobre los incentivos. En primer lugar, una economía de mercado inspira el trabajo intenso y el progreso, no solamente porque recompensa a los ganadores sino porque destroza a los perdedores. La década de los años 1990 era la gran ocasión de estar en Internet. Eran malos tiempos para estar en el negocio de las máquinas de escri bir eléctricas. Implícita en la mano invisible de Adam Smith está la idea de la «destrucción creativa», un término acuñado por el economista austriaco Joseph Schumpeter. Por suerte los merca dos no padecen locuras. Fijese en Wal-Mart, una cadena de tiendas sorprendentemente eficaz que a menudo deja un rastro de des trucción. Los americanos se lanzan a Wal-Mart porque ofrece una interesante gama de productos más baratos que en cualquier otro sitio. Es algo muy bueno. Esencialmente, poder comprar produc tos más baratos es lo mismo que tener más ingresos. Asimismo, Wal-Mart es la pesadilla definitiva de la ferretería de Al de Pekín (Illinois) y de la tienda de la tía María de cualquier otro pueblo. El patrón está bien establecido: Wal-Mart abre un almacén gigan te en las afueras de una ciudad y pocos años después todo el pe queño comercio de la calle mayor ha cerrado. El capitalismo puede ser un proceso brutal y cruel. Miramos hacia atrás y hablamos con admiración de las innovaciones tecno lógicas como el motor de vapor, la rueca o el teléfono. Pero esos avances hicieron que en aquel momento fuese malo ser herrero, costurera o telegrafista respectivamente. La destrucción creativa no es algo que simplemente puede suceder en una economía de mercado. Es algo que tiene que suceder. A principios del siglo XX la mitad de los norteamericanos trabajaban en la ganadería o la agricultura10. Actualmente, esta cifr� apenas es de uno de cada 68 La economía al desnudo cien y sigue disminuyendo. (Iowa sigue perdiendo unos 1.500 gran jeros al año). Observe que hay dos cosas importantes que no han sucedido: en primer lugar, no nos hemos muerto de hambre y en segundo lugar, no tenemos una tasa de desempleo del 49%. En lugar de eso, los agricultores americanos han llegado a ser tan productivos que necesitamos muchos menos agricultores para ali mentarnos. Los que hace noventa años eran granjeros, hoy nos arreglan los coches, programan juegos de ordenador, juegan al fútbol profesional, etcétera. Imagínese simplemente la pérdida de utilidad colectiva que representaría el que Bill Cates, Steven Spielberg u Oprah Winfrey se dedicaran a cultivar maíz. La destrucción creativa es una fuerza tremendamente positiva a largo plazo. Lo malo es que la gente no paga facturas a largo plazo. La gente de la financiera puede ponerse muy pesada con lo de cobrar el recibo de la hipoteca cada mes. Cuando se cierra una fábrica o desaparece una industria a causa de la competencia, pueden transcurrir años o incluso una generación entera hasta que los trabajadores afectados y las comunidades logren recupe rarse. Cualquiera que haya viajado por Nueva Inglaterra habrá visto la cantidad de industrias abandonadas o infrautilizadas, ver daderos monumentos de los días en que en Estados Unidos toda vía se fabricaban productos como la ropa y el calzado. También se puede viajar por Gary (Indiana) donde unas cuantas plantas side rúrgicas abandona,cfas oxidándose nos recuerdan que la ciudad no siempre fue famosa por tener el número de asesinos per cápita más elevado que cualquier otra ciudad de Estados U nidos. · Competencia significa perdedores, aunque se tarda mucho en explicar por qué en la teoría lo aceptamos encantados y lo comba timos fieramente en la práctica. Un compañero de colegio trabajó para un congresista de Michigan poco después de su graduación. No se le permitía conducir su coche japonés para ir a trabajar para que no lo vieran aparcado en una de las plazas reservadas del congresista de Michigan. Casi con toda seguridad ese congresista Los incentivos cuentan 69 nos diría que es un capitalista. Por supuesto que cree en el merca do, a menos que aparezca una empresa japonesa capaz de hacer un coche mejor y más barato, en cuyo caso se obliga al miembro del personal que lo compró a ir a trabajar en tren. No es nada nuevo, la c-e>mpetencia siempre es mejor cuando afecta a otra gen te. Durante la revolución industrial, los tejedores de la Inglaterra rural hicieron manifestaciones, peticiones al parlamento e inclu so quemaron algunas fábricas textiles para intentar frenar la me canización. ¿Si hubieran tenido éxito y todavía estuviéramos ha ciendo la ropa a mano, estaríamos mejor? Si haces una ratonera mejor, el mundo peregrinaráhasta la puerta de tu casa; si utilizas la vieja, es hora de empezar a despedir a la gente. Esto nos ayuda a explicar nuestra ambivalencia frente al comercio internacional y la globalización, frente a los vendedo res despiadados como Wal-Mart e incluso frente a ciertos tipos de tecnología y automatización. La competencia también crea algu nos equilibrios políticos interesantes. El gobierno se enfrenta ine vitablemente a determinadas presiones para ayudar a las empresas y a las industrias sitiadas por la competencia y para proteger a los trabajadores afectados. (A pesar de toda nuestra palabrería sobre la libertad de mercados y la supervivencia del más fuerte, cuando Chrysler Motors estaba al borde de la bancarrota en 1980, el gobierno de Estados Unidos salvó a la empresa avalando sus créditos). Sin embargo, muchas de las cosas que minimizan el do lor infligido por la competencia, ya sea avalando a las empresas o dificultando el despido de los empleados, frenan o incluso de tienen el procesó de destrucción creativa. Por citar a mi entrena dor de fútbol del colegio: «el que algo quiere, algo le cuesta». Otra cuestión relacionada con los incentivos entra de lleno en el complicado mundo de la política pública: no es fácil transferir dinero de los ricos a los pobres. El Congreso puede aprobar las leyes, pero los pagadores de impuestos más ricos no se quedan quietos mirando. Cambian de comportamiento para evitar al má ximo posible pagar impuestos, moviendo el dinero de un lado a otro, haciendo inversiones que compensen los ingresos o, en 70 La economía al desnudo casos extremos, cambiando de residencia. Cuando Bjorn Borg do minaba el mundo del tenis el gobierno sueco le impuso unos im puestos sobre sus ingresos extraordinariamente altos. Borg no presionó al gobierno sueco para que bajase los impuestos ni escri bió apasionados artículos sobre el papel de los impuestos en la economía. Simplemente trasladó su residencia a Mónaco donde la carga fiscal es mucho menor. Por lo menos siguió jugando al tenis. Los impuestos constitu yen un poderoso incentivo para reducir o detener la actividad gra vada. En Estados Unidos, donde una buena parte de la renta pú blica procede de los impuestos sobre beneficios, los impuestos elevados desincentivan ... ¿los ingresos? ¿Realmente la gente em pezará o dejará de trabajar en función de la tasa de impuestos? Sí, sobre todo cuando el trabajador afectado es el que cobra el segundo salario de la familia. Virginia Postre!, una columnista de econo mía de The New York Times, ha declarado que las tasas de impuestos son una cuestión feminista. A causa del «impuesto de matrimo nio», el segundo salario de una familia con ingresos elevados, que es más probable que sea una mujer, paga una media de 50 centa vos. de impuestos por cada dólar ganado, lo que afecta profunda mente a la decisión de trabajar o quedarse en casa. «Al penalizar desproporcionadamente a las mujeres casadas que trabajan, el sis tema de impuestos distorsiona las opciones personales de las mu jeres y al desincentivar un trabajo valioso, reduce el nivel de vida de todos nosotros». Ofrece algunas pruebas interesantes. Como resultado de la reforma de impuestos de 1986, las tasas marginales de impuestos para las mujeres con un nivel de ingresos más alto se redujo más que la tasa de impuestos para mujeres con ingresos más bajos, lo que significa que vieron una reducción mucho �ás importante de la cantidad que el gobierno se quedaba de cada nómina. ¿Respondieron de forma distinta de las mujeres que no percibieron una diferencia de impuestos tan grande? Sí, su parti cipación en el mercado laboral se incrementó tres veces más11• Por el lado corporativo unos impuestos elevados pueden teder un efecto similar. Los impuestos elevados reducen el retorno de la Los incentivos cuentan 71 inversión de la empresa y con él el incentivo para invertir en fábri cas, investigación y otras actividades que favorecen el crecimiento económico. Volvemos a enfrentarnos a un equilibrio desagrada ble: subir los impuestos para proporcionar generosos beneficios a los estado;nidenses desfavorecidos puede desincentivar, a la vez, el tipo de inversiones productivas que podría mejorar su situación. Si las tasas de impuestos suben lo suficiente, los individuos y las empresas pueden deslizarse hacia una «economía sumergida» que opta por saltarse la ley y evadir impuestos directamente. Los países escandinavos, que ofrecen generosos programas del go bierno financiados con tasas elevadas de impuestos marginales, han visto importantes crecimientos de sus economías de mercado negro. Los expertos estiman que la economí� sumergida de No ruega ha crecido desde el 1,5% del producto nacional bruto de 1960 al 18% a mitad de la década de 1990. La creación de impues tos puede ser un círculo vicioso. Cuantos más individuos y empre sas se deslizan hacia la economía sumergida, más deben elevarse las tasas fiscales para todos los demás para conseguir el mismo ni vel de ingresos en las arcas públicas. A su vez, las tasas elevadas provocan una mayor fuga hacia la economía sumergida, y así con tinuamente 12. El reto de traspasar dinero de los ricos a los pobres no afecta sólo a la cuestión de los impuestos. Los beneficios del gobierno también crean inceritivos perversos. Unos beneficios ge nerosos por desempleo disminuyen el incentivo de buscar traba jo. La política de bienestar, anterior a la reforma de 1996, sola mente ofrecía pagos de dinero a las mujeres solteras en paro y con hijos, lo que implícitamente castigaba a las mujeres pobres casa das o empleadas, dos cosas que generalmente el gobierno no pre tende desincentivar. Con esto no se pretende sugerir que todos los beneficios del gobierno vayan destinados a los pobres. No es así. Los programas federales de mayor financiación son la Seguridad Social y la Medi care, destinados a todos los ciudadanos incluidos los muy ricos. Al garantizar beneficios para la vejez, ambos programas pueden desincentivar el ahorro personal. De hecho, esta cuestión es obje- 72 La economía al desnudo o de un debate eterno. Algunos economistas argumentan que los neficios gubernamentales para la vejez hacen que ahorremos meno (reduciendo así la tasa de ahorro nacional) porque no ne cesitamos guardar tanto dinero para la jubilación. Otros argu mentan que la Seguridad Social y Medicare no reducen nuestro ahorro personal, simplemente nos permiten dar más dinero a nuestros hijos y nietos. Los estudios empíricos no han encontrado una respuesta clara en un sentido u otro. No se trata solamente de una discusión eso térica entre aca�émicos. Tal como averiguaremos más adelante en este libro, una tasa baja de ahorro puede limitar toda la bolsa de capital disponible para hacer el tipo de inversiones que nos permitiría mejorar nuestro nivel de vida. Nada de esto se debe interpretar como un argumento global en contra de los impues tos ni de los programas del gobierno. Se trata más bien de que los economistas dedican mucho más tiempo que los políticos a pen sar sobre qué tipo de impuestos deberíamos recaudar y cómo de beríamos estructurar los beneficios del gobierno. Por ejemplo, tanto un impuesto sobre la gasolina como un impuesto sobre los ingresos generan rentas públicas. El impuesto sobre beneficios desanimará a algunas personas a trabajar, lo que es bastante malo. El impuesto sobre la gasolina desanimará a otras personas a con ducir, lo que puede ser bastante bueno. De hecho, los «impuestos verdes» recaudan rentas públicas gravando actividades perjudicia les para el entorno y los «impuestos del pecado» hacen lo mismo con el cigarrillo, el alcohol y las apuestas. En general los economistas tie!'lden a favorecer los impuestos extendidos, sencillos y justos. Un impuesto simple es fácil de en tender y de recaudar; un impuesto justo implica simplemente que dos individuos similares, como serían dos personas con los mismosingresos, pagarán impuestos similares; un impuesto extendido sig nifica que se obtiene la renta pública imponiendo un impuesto pequeño a un grupo muy grande en lugar de imponer un impues to muy grande a un grupo reducido. Un impuesto extendido es más difícil de evadir porque pocas actividades están exentas, y Los incentivos cuentan 73 puesto que la tasa de impuestos es baja, hay menos incentivo para evadirlo. Por ejemplo, no debemos poner un impuesto elevado sobre la venta de coches deportivos rojos. Sería muy fácil evadir ese impuesto, y además legalmente, comprando coches de otro color, en cuyo caso todo el mundo saldría perdiendo. El go�iemo no recaudaría rentas y los entusiastas de los coches deportivos no con seguirían conducir su color favorito. Este fenómeno consistente en que los impuestos empeoran la calidad de vida de todos los indivi duos sin mejorar la de ninguno se .denomina «pérdidas de peso muerto». Sería preferible poner en un impuesto todos los coches deportivos, e incluso todos los coches, porque se obtendrían más rentas públicas con un impuesto mucho más pequeño. Volviendo al tema, un impuesto sobre la gasolina recauda rentas de los con ductores igual que un impuesto sobre los coches nuevos, pero tam bién genera un incentivo para reducir el consumo de combustible. Los que más conducen más pagan. De esta forma conseguimos un gran volumen de renta pública con un impuesto minúsculo, ade- más de hacer algo por el medio ambiente. Muchos economistas irían más allá: debemos poner impuestos sobre el uso de todo tipo de combustibles basados en el carbono, como el carbón, el petróleo o la gasolina. Ese impuesto incremen taría la renta pública sobre una b<!,Se muy amplia a la vez que crearía un incentivo para conservar los recursos no renovables y reduci ría las emisiones de C02 que provocan el recalentamiento global. Tristemente, este proceso de razonamiento no nos conduce al impuesto idóneo. Simplemente hemos desvestido un santo para ves tir a otro. Un impuesto sobre los coches deportivos rojos solamen te.lo pagarían los ricos. Un impuesto sobre el carbono lo pagarían por igual ricos y pobres, pero probablemente a estos últimos les costaría una fracción mayor de sus ingresos. Los impuestos que gravan con mayor intensidad a.los pobres que a los ricos, los deno minados impuestos regresivos, a menudo ofenden nuestro senti do de la justicia. (Los impuestos progresivos, como el impuesto sobre los ingresos, afecta más intensamente a los ricos que a los pobres). Aquí, igual que en cualquier otro sitio, la economía no nos da una «respuesta correcta», solamente nos proporciona una 74 La economía al desnudo estructura analítica para pensar sobre cuestiones importantes. De hecho, el impuesto más eficaz de todos, que es perfectamente extenso, simple y justo (en el sentido estricto de la palabra relacio nada con los impuestos) es un impuesto simplemente sumatorio, aplicado uniformemente a cualquier individuo de una jurisdicción por el simple hecho de existir. De hecho Margaret Thatcher lo intentó con el «impuesto de voto». ¿Qué sucedió? Los británicos se iban riendo por la calle ante la idea de que los ricos pagasen lo mismo que los pobres y la gente empleada lo mismo que los desempleados. Evidentemente, la buena economía no siempre es buena política. Por otro lado, tampoco todos los beneficios son iguales. Una de las herramientas más potentes para combatir la pobreza creada en estos años ha sido el crédito sobre impuestos de ingresos (EITC), una idea que los economistas han impulsado durante dé cadas porque genera un conjunto de incentivos mucho mejor que los programas tradicionales de bienestar social. La mayoría de los programas sociales ofrecen beneficios a los individuos que no tra bajan. El EITC hace todo lo contrario, utiliza el sistema de im puestos sobre beneficios para subsidiar a los trabajadores con escasos ingresos de manera que sus ingresos totales superen el um bral de la pobreza. Un trabajador que gane 11.000 dólares y man tenga a una familia de cuatro personas puede conseguir otros 8.000 dólares adicionales mediante el EITC y cumpliendo unos programas estatales. La idea era hacer que «el trabajo pagase». De hecho el sistema proporciona un poderoso incentivo a los indivi duos para entrar en el mercado laboral, donde se espera que aprendan lo suficiente para alcanzar puestos bien remunerados. Evidentemente, el programa tiene un problema obvio. A dife rencia de los programas de bienestar, el EITC no ayuda en absolu to a las personas que no encuentran trabajo, las cuales son en realidad las que probablemente estén'. más desesperadas. Cuando solicité mi puesto en la facultad hace muchos años, esc1ibí un ensayo expresando mi desconcierto sobre cómo un país Los incentivos cuentan 75 que podía enviar a un hombre a la Luna todavía podía tener tanta gente durmiendo por las calles. Parte del problema es de volun tad política; podríamos sacar a mucha gente'de la calle mañana mismo si lo convirtiésemos en una prioridad nacional. Pero tam bién implicaría reconocer que la NASA lo tenía fácil. Los cohetes siguen las leyes inalterables de la física. Sabemos dónde estará la Luna en un momento dado y sabemos exactamente la velocidad que necesita una nave espacial para entrar o salir de una órbita terrestre. Si hacemos bien las ecuaciones, el cohete siempre ate rrizará donde estaba previsto. Los seres humanos son mucho más complejos que eso. Un drogadicto en fase de recuperación no se comporta de forma tan predecible como un cohete en órbi ta. No tenemos la fórmula para persuadlf a un adolescente de que no abandone la escuela. Pero tenemos una herramienta poderosa: sabemos que la gente quiere alcanzar el máximo bienestar posi ble, independientemente de cóino lo defina. Nuestra mejor espe ranza para mejorar la condición humana es entender por qué actuamos como actuamos, y a continuación planificar en conse cuencia. Los programas, las organizaciones y los sistemas funcio nan mejor cuando tienen los incentivos adecuados. Es como re mar a favor de la corriente. Notas l . Embajada de Costa Rica, Washington, D.C. 2. Ian Fisher, «Victims ofWar: Thejungle Gorillas, and Tourism», TheNew York Tirnes, 31 de marzo de 1999. 3. Daniel Yergin y Joseph Stanislaw, The Cornrnanding Heights (Nueva York: Simon & Schuster, 1998), pp. 216-217. 4. «Paying Teachers More», The Econornist, 24 de agosto de 2000. 5. David Stout, «Child Safety Seats to Be Required for Commercial Planes», The New York Tirnes, 16 de diciembre de 1999, p. A20. 6.Julia Preston, «Mexico's Political Inversion: The City That Can't Fix the Air», The New York Tirnes, 4 de febrero de 1996, secc. 4, p. 4. 7. Ibídem. 8. Donald C. Hambiick y Eric M.Jackson, «Outside Directors with a Stake: The Linchpin in Improving Governance», California Management Review, verano de 2000. 76 La economía al desnudo 9.John Tierney, «A Tale of Two Fisheries», The New York Times Magazine, 27 de agosto de 2000, p. 38. 10. Dirkjohnson, «Leaving the Farm for the Other Real World», The New York Times, 7 de noviembre de 1999, p. 3. 11. Virginia Postre!, «The U.S. Tax System Is Discouraging Married Women for Working», The New York Times, 2 de noviembre de 2000, p. C2. 12. Friedrich Schneider y Dominik H. Enste, «Shadow Economies: Size, Cau ses, and Consequences»,Journal of Economic Literature, marzo de 2000.
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