Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Vittor I. Comparato Léxico de política M Claves Problemas Vittor Ivo Comparato U topía L éxico de p o l ít ic a Ediciones Nueva Visión Buenos Aires Comparato, Vittor Ivo Utopía. Léxico de política -1 * ed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2006 160 p.; 20x13 cm. (Claves) Traducido por Heber Cardoso ISBN 950-602-542-8 1. Ciencias políticas. I. Cardoso, Heber, trad. II. Título CDD 320 Titu lo del original en italiano: Utopia © 2005 by Societá editrice il Mulino, Bologna Traducción de Heber Cardoso 1.5. B.N. 10: 950-602-542-8 1.5. B.N. 13: 978-950-602-542-7 © 2006 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina INTRO D UCCIO N Utopía es el término compuesto adoptado por Tomás Moro para el título de su obra política de 1516 De optimo reipubli- cae statu sive de nova Ínsula Utopia. En la ambivalencia de la primera de sus dos raíces -ou-topos (lugar que no existe, según las intenciones de Moro) o eu-topos (lugar feliz, como quisieron interpretarlo algunos de sus primeros lectores)-, puede ya advertirse la estructura básica de esta clase de escritura política: se trata del modelo de una comunidad política perfecta que, sin embargo, no existe. El hecho de que no exista, al contrario del sentido precozmente atribuido en el lenguaje común al término “utópico”, no implica para el escritor la noción de imposibilidad. Abre, en cambio, el es pacio que se sitúa entre el pasado (fue) y el futuro (podría ser) o el espacio geográfico o metafórico (existe en otra parte) que está entre lo existente y lo diferente. Describir una forma ideal de organización política, después de criticar severa mente a la sociedad inglesa de su tiempo es, en las intencio nes de Moro y en las de su época, una manera de proponer un programa de reformas. Como buen humanista, Moro revisaba dos modalidades fundamentales del pensamiento político antiguo, operando una síntesis entre la que deduce valores de un paradigma filosófico y la que juzga como el feliz logro de una determina da comunidad según su observación. La utopía -para em plear una definición puramente técnica- forma parte, pues, de los procedimientos que rigen la formulación de los modelos políticos valorativos, aunque emplea el instrumento de los mo delos descriptivos. La descripción es, de hecho, la forma menos problemática para atribuir la cualidad de posible a una existencia prevista o deseada. La afirmación de la que es vehículo la utopía -es decir, que la sociedad descripta sea preferible en forma absoluta o lo sea, de todos modos, con respecto a la que es propia de la experiencia del lector- se basa en el procedimiento demostrativo más eficaz, o sea, la exhibición. En el contexto discursivo que la caracteriza en la Edad Moderna, la utopía es, pues, un relato, directo o indirecto, de una realidad vista. Pero, puesto que el instrumento comunicativo tiene un pa pel decisivo en la persecución del objetivo de la persuasión, no debe asombrarnos el hecho de que, al cabo del tiempo, tienda a asumir incluso una vida independiente, capaz de volverse contra el propio procedimiento paradigmático, negándole utilidad o legitimidad, o invirtiendo su intención de fondo, que es la confianza en un mejoramiento posible de la socie dad, absoluto o parcial. En realidad, en la historia, la forma de la utopía y \a sustancia del mensaje se han combinado de variadas maneras, según las intenciones de los autores, el contexto social, la evolución cultural y los lenguajes políticos. Esta circunstancia siempre ha hecho que sea problemático para los intérpretes la tarea de delimitarla y definirla. En lo que se refiere a delimitarla, existen tres tendencias alterna tivas que se basan en la forma de la utopía: la primera, más limitada, procura circunscribir el Corpus de las escrituras a las que responden al arquetipo de Moro, para no diluir la especificidad de la utopía hasta anularla;' otra, más amplia, al considerar a la esencia de la utopía como una visión global de la vida social radicalmente crítica de la existente,1 2 tiende a ampliarla a las formas comunicativas (y también experi mentales) que en su momento la han encarnado (lo que se puede definir, en tanto alternativa a la utopía, como utopis- mo; finalmente, está la definición amplísima de Mannheim que considera como utopía todo lo que tiende a cambiar o trastornar un determinado orden social.3 Esta última defini ción resulta demasiado genérica para ser eficaz. La primera, indiscutible desde el punto de vista literario, presenta resul 1 R. Trousson, “Utopie et utopisme”, en Per una defínizione dell’utopia Metodologie e discipline a confronto, V. Fortunato y N. Minerva (eds.), Rávena, Longo, 1992, pág. 33. * B. Baczko, L ’utopia. Immaginazione sociale e rappresentazioni utopi- che nell'etá del illuminismo, Turin, Einaudi, 1979, pág. 21. ’ K. Mannheim. Ideología e utopia, Bolonia, II Mulino, 1957, págs. 46- 47 [Ideología y utopía, México, Fondo de Cultura Económica, 19411. i n tados variables según el carácter asumido como predominan te dentro de los que pueden encontrase en el “género” utópico (el extrañamiento, el viaje, el urbanismo racional, la unifor midad, el comunismo, etc.), pero se expone a dejar aparte a muchas formas que el discurso utópico ha asumido en la Edad Contemporánea. Las delimitaciones empírico-inductivas, como la de Servier, que se basan en la identificación de los te mas recurrentes, independientemente de la época y de los autores, registran la fenomenología mixta -de formas expre sivas y valores políticos-asumida por las utopías a lo largo de la historia. En este caso, la aproximación es mayor, pero resulta arbitraria en cuanto a la elección de los valores políticos predominantes. Otro intento recurrente en la historiografía es el de definir la esencia política de la utopía. En este segundo, y más ambicioso, propósito nos encontramos frente a interpretacio nes aún más divergentes. La idea que nos hacemos de la utopía -ha señalado Cioranescu- es tan distinta según las épocas que su historia se puede duplicar fácilmente en una historia de su historia.4 Como ayuda para reconocer las principales tendencias filosófico-políticas, nos limitaremos aquí a recordar que en esta historia se ha presentado perió dicamente una actitud de desconfianza, o incluso decidida mente contraria a la utopía, así como de la tesitura del converso, con una confianza entusiasta. Todos concuerdan en el hecho de que el punto de partida de toda utopía es la crítica de la sociedad. Los juicios negativos insisten en tres principa les defectos que se le atribuyen: el más obvio es el del irrealismo. El más profundo es el de la regresión, es decir, la antítesis entre la superficie del discurso utópico, que prefigu ra un futuro mejor, y el auténtico impulso moral del utopista, que está animado por la nostalgia de un pasado mítico. El tercero, más radical, se basa en la convicción de que toda proyección racionalista prefigura ineludiblemente una for ma de sociedad autoritaria. Para comprender cuán intrinca do y variable es el panorama de los juicios que apuntan a la esencia, recordemos que la crítica de la utopía, desde el punto de vista del irrealismo, ha sido formulada a menudo por autores que a su vez han sido acusados de utopismo, como Marx. A su vez, la crítica de la utopía racionalista como cuna de un sistema totalitario ha sido manejada empleando la * A. Cioranescu, L'avenir du passé, Utopie et littérature, Paris, Galli- mard. 1972, pág. 252. forma clásica de la utopía (utopía negativa o distopía). Vice versa, en el espíritu con que se adhiere a la utopía como auténtica anticipación y esperanza en un futuro mejor, las reservas no tienen cursoy en ello reconocemos un rasgo vital, no eliminable, del pensamiento político. En todo caso, la utopía no es algo quemueva a la indiferencia. Al querer tomar nota tanto de la diversidad de los contex tos históricos como de la plasticidad del medio comunicativo o de la variabilidad de las opiniones acerca de la utopía, la sintética reconstrucción del pensamiento utópico que carac teriza a este libro se ha movido, por eso mismo, dentro de un registro “amplio”, ya que no podía pretender la exhaustivi- dad. Acuden a la memoria las eñcaces metáforas de los Manuel acerca de los “nebulosos confines” de la utopía y la inevitable opción por la “constelación utópica”.* La utopía moderna puede extenderse del estatuto “débil” de simple vehículo de un discurso político-moral hasta la anticipación revolucionaria, a veces experimentada de inmediato. Ade más, la misma -como ha recordado Baczko- no se instala en un terreno virgen,6sino en un imaginario colectivo ya poblado de Atlántidas, islas felices, Países de la Jauja, paraísos en la Tierra, nuevas Jerusalén. Sus lenguajes conciernen a todo cuanto la cultura antigua y medieval ya había puesto a disposición para expresar la búsqueda de la perfección, la expectativa, el deseo de felicidad, la armonía de la comunidad política. La atención se ha concentrado, pues, en los principa les textos, y en su análisis se ha procurado distinguir entre lo que pertenece al modelo narrativo, y a sus recurrentes topoi, y lo que corresponde a los respectivos contextos históricos y objetivos políticos. Confiamos que del cotejo sea posible deducir, si no una definición única, al menos un perfil eficaz. * F. E. y F. P. Manuel, Utopian thought in the Western World, Cambrid ge, Mass., Harvard University Prese, 1979, págs. 4, 12 |El pensamiento utópico en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 19841. e B. Baczko, “Utopia", en Enciclopedia Einaudi, Turin, Einaudi, 1984, pág. 867. Capítulo primero ARQUETIPOS DEL GÉNERO UTÓPICO 1. El m u n d o a n t ig u o 1. 1. Fundación de colonias y legislación No existe nada tan antiguo ni constante en el pensamiento político como “la representación imaginaría del Estado (....] en explícita oposición a otras formas de la teorización política, vinculadas con el discurso demostrativo, como el tratado político o la exhortación a los gobernantes” 1 Sin embargo, en el mundo griego, al que debemos mirar como primer lugar de origen de la representación imaginaría que consideramos como arquetipo de la utopía, el contexto no se presenta precisamente como irrealista. El sistema de conceptos jurídicos, políticos, urbanís ticos que configuran la “ciudad ideal” se presenta ya operativo en la primera mitad del siglo v, cuando ya estaba madura la experiencia de fundación de colonias.2 La nueva polis queda instituida sin ningún condicionamiento preexistente. Es pro yectada sobre la base de una elección previa de las mejores ubicaciones climáticas y productivas. Prevé un proyecto urba nístico y de distribución de las tierras según un criterio iguali tario. Al comienzo, los colonos constituyen un número fijo y ya están distribuidos en tribus y fratrías. Un legislador otorga los nomoi, inspirándose en el modelo de la ciudad fundadora, pero 1L. Bertelli, “L’utopia greca", en Storia delle idee politiche, economiche e sociali, L. Firpo (ed.j, L ’antichitá classica, Turín, Utet, 1982, vol. I, pág. 463 {Historia de las ideas políticas, económicas y sociales, México, Folios, 1984-99]. *Cfr. ibid., pág. 496. evidentemente reservándose la potestad de perfeccionarlo se gún las condiciones reales. Dicho modelo -incluyendo sus limitaciones- resulta central por ejemplo en los libros IV-XII de las Leyes de Platón, donde el objetivo de delinear una “ciudad ideal” “con el discurso” (en logois) resulta explícitamente coloca do en la situación más favorable para la libre proyección: una comunidad política a crear de raíz. El ñlósofo tiene muy presente el riesgo de caer en el puro sueño, sin tener en cuenta las condiciones reales: ¿en la realidad, el legis lador podrá regular minuciosamente, todas las cosas, in ducir a los ciudadanos a la igualdad, ordenar todas sus viviendas en círculo? “Me parece -escribe Platón- que dan cuenta casi de un sueño. O bien modelos de un Estado y de ciudadanos como de cera” (Leyes, V, 746 a). Pero el legisla dor responderá que es consciente de la distancia que existe entre el modelo y la realidad. La política, como las demás technai, es para el filósofo la ejecución de un modelo, del que ni siquiera el más modesto de los artesanos puede prescindir.3 De todos modos, el legislador procurará acer carse lo más posible a dicha situación, dejando para el final de la empresa el juicio acerca de corregir “lo que ha sido formulado demasiado arduamente en la legislación” (746c). En el último de los diálogos platónicos, el paradeigma se articula en tres grados. Sólo al primero se le puede atribuir el grado de perfección; los otros dos son aproximaciones.4 Con una urbanística racional, ordenada desde el centro hacia la periferia en espacio sagrado, espacio público y espacio privado, existen precisas confirmaciones arqueo lógicas en la fundación de colonias, tanto en occidente co mo en oriente, así como aparecen rastros igualmente precisos (a veces mitificados) de algunos fundadores arcaicos - como Zaleuco de Locri, Caranda de Catania, Androdaman- te de Reggio- en la tradición historiográfica y política (Platón y Aristóteles).5 En los códigos de Zaleuco y de Ca randa se habrían inspirado luego los legisladores de mu- ’ Cfr. P. De Fidio, “II Demiurgo e il ruolo delie technai in Platone”, en La Parola del Paséalo, 139, 1971, págs. 233-263. 4 L. Bertelli, “Paradigmi platonici”, en Modelli nella storia del pensiero político, V. I. Comparato (ed.), Florencia, Olschki, 1987, vot. 1, págs. 49-87. ‘ Platón, Repubblica, X, 599 [La república, Madrid, Alianza, 1988] y Aristóteles, Política, II, 12, 1273 [Política, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989]; cfr. Bertelli, L ’utopia greca, eit., págs 503 y ss. chas otras colonias. Se trata de nomoi y no de constitucio nes políticas (las formas generales del Estado). En estos casos, los legisladores se orientan a regular directamente la sociedad y a hacer posible la armonización de la vida en común. Este aspecto también anticipa la bien conocida indiferencia de la utopía moderna hacia las formas del Estado, y también ha encontrado desde la Edad Clásica su confirmación en aquella página de las Leyes platónicas en la que se dice que, si se trata de fundar o de transformar radicalmente un Estado, los regímenes que, en orden, resultan más eficaces son la tiranía, la monarquía, la democracia y la oligarquía (IV, 710 d-e). 1. 2 Hipodamo de Mileto Herodoto refiere los proyectos de Tales para Jonia, de la reforma de Demonates para Tera y de Meandrio para Samos. Estos proyectos, como las reformas de Clístenes en Atenas (508-507 a.C.), muestran ya una fuerte impronta racionalista. Sin embargo, para observar plenamente en funciones el paradigma de la “ciudad ideal” cabe referirse siempre a la Grecia del siglo v, cuando de la historia mítica de las potéis antiguas, o de nueva fundación, se pasa a la idea de una posible construcción racional y artificial de la co munidad política, entendida como proyecto integrado de urbanística, división funcional de las clases y ejercicio de los oficios. Aristóteles atribuía su primera formulación a un urbanista y escritor político de Mileto, Hipodamo, activo en Atenas en la primera mitad del siglo v, recordado por la construcción del Pireo, de planta rigurosamente ortogo nal. Su “ciudad ideal” habría estado constituida por 10.000 ciudadanos, divididos en tres clases: artesanos, soldados y campesinos. Hipodamo establecía por ley -testim onia A ristó te les- que recibieran una compensación aquellos que habían realizado algo útil para la ciudad y que fueran alimentados a expensas de fondos públicos los hijos de los muertos en guerra [...] Todos los magistrados debían serelegidos por el pueblo; y el pueblo componía las tres partes de la ciudad; los elegidos debían ocuparse de las cuestiones comunes, de las relaciones con los extranjeros y de los huérfanos.6 8 8Aristóteles, Política, II, 8,1268 a (C. A. Viano [ed.|, Turin, Utet, 1966, pág. 107). Hipodamo preveía también la institución de un tribunal supremo de segunda instancia. En su crítica a la distribución en clases de Hipodamo, Aristóteles no se detiene a describir más que una “constitución” propiamente dicha. Debido a la importancia que tiene en la historia de la “ciudad ideal”, debemos tomar nota de la aparición del “nú mero ideal” de ciudadanos: 10.000 para Hipodamo, 5.040 pa ra Platón en las Leyes (V, 737 e).7Establecida numéricamente una población ideal, cabe escoger soluciones para mantener la constante. Este mecanismo lógico, que será típico de las construcciones utópicas modernas, como la campanelliana, es ya visible precisamente en las Leyes, donde están pre vistas estrictas normas para enfrentar tanto la escasez como el exceso de habitantes (V, 740 b). 1.3. Paradigmas platónicos En la última de las obras de Platón, el procedimiento aconse jado y adoptado para la búsqueda y la descripción del mejor Estado es, pues, la aproximación a un modelo o paradigma capaz de generar un conjunto coherente, pero no genérico, de normas particulares. Diríase que es un modelo de segundo grado, voluntariamente contaminado por la consideración de las constituciones reales y por sus defectos, orientado ha cia la praxis, un verdadero “modelo político”.* Por supuesto que los componentes “ideales”, es decir los que surgen de principios axiológicos acrónicos, están siempre presentes, pero desempeñan un papel sobre todo de límites. Otras versiones “débiles” -por así llamarlas- del modelo, entendido como procedimiento analógico deducido de las technai y aplicado a la política (con primacía de la medicina), aparecen en muchos diálogos. El paradigma de primer grado, es decir, un sistema político ideal, puesto que resulta perfectamente simétrico con las particiones del alma, se encuentra más bien en la República. No casualmente las construcciones utópicas de la Edad Moderna, así como las más decididas condenas a la utopía de la Edad Contemporánea, se refieren a La Repú blica platónica como arquetipo. Sin embargo, en el diálogo no hay una descripción analítica de ciudades ideales, sino • Bertelli, “L’utopia greca*, cit., págs. 512-513. * Bertelli, Paradigmi platonici, cit., pág. 81. el uso biunívoco del modelo de la psyche y del modelo de la polis. El diálogo es, en realidad, un discurso sobre la na turaleza del hombre y la educación de los gobernantes. Para Platón, el alma individual y la ciudad se correspon den, como un micro y macrocosmos, en el sentido de que la ciudad será semejante a los hombres que la gobiernan y será feliz cuando haya alcanzado la misma armonía entre las almas racional, irascible y concupiscente, que es tam bién el ideal educativo del individuo. De la ciudad propia mente dicha sólo se diseñan algunos rasgos, coherentes con la jerarquía de las partes del alma. Así babrá, pues, tres clases: la de los filósofos, la de los guardianes y la de los ciudadanos. Todo el diálogo se halla especialmente orientado a la educación de los niños y a la selección de los mejores; se trata de un largo aprendizaje que los podrá llevar, al llegar a los cincuenta años, al gobierno de la polis: a los que hayan sobrevivido y sobresalido siempre y por todos los conceptos en la práctica y en e l estudio hay que lleva r los hasta la meta últim a y obligarlos a que, elevando la mirada, vean de frente qué es lo que proporciona luz a todas las cosas; y, cuando hayan visto el bien en sí, lo emplearán como modelo durante el resto de su vida, en que gobernarán, cada cual a su vez, tanto a la ciudad y a los particulares como a sí mismos; pues, dedicarán la mayor parte del tiempo a la fílosofía, pero cuando les llegue el turno tendrán que enfren tar el fastidio de la vida política y gobernar para el bien del Estado, no porque esta tarea sea hermosa, sino porque es ineludible (V i l , 541 a-b) Platón no excluye de estas tareas a las mujeres, a “todas aquellas que nacen naturalmente dotadas para ello”. A las dos primeras clases les conviene una vida esencial mente pública, con la comunidad de las mujeres y los hijos, fuera del aguijón de la propiedad privada y de los bienes materiales. Un sistema de vida semejante se podrá extender a todos los ciudadanos si los que gobiernan son verdaderos filósofos; en efecto, podrán mandar al campo a todos los ciudadanos mayores de diez años y criar a sus hijos “según sus costumbres y leyes”. Así será posible instaurar la consti tución óptima y lograr un Estado feliz. En el diálogo, Sócrates insiste en el matiz “posible”; no se trata de un sueño, sino de una difícil eventualidad, en el caso de que lleguen al gobierno los filósofos (541 a). Los rasgos más relevantes del paradigma platónico en La República, en vista de su futura reaparición en la literatura utópica, parecen ser, junto con la corroborada función operativa del modelo: 1) la elección de la vía educativa como único modo posible de acceso a la noción del sumo bien y, en consecuencia, la subordinación de la felicidad material a la realización de la “justicia” ético- filosófica; 2) la identificación del sumo bien en la esfera política, con la unidad y la armonía del organismo político, fortalecido por el intenso empleo de elementos analógicos tomados de la matemática y de la armonía musical. La armonía se logra cuando cada cual desempeña la tarea para la que es convocado. Por el contrario, se considera como un sumo mal a evitar el conflicto, la discordia y la falta de armonía, que luego resultan los datos predomi nantes que se manifiestan en la vida concreta de los Estados. Para evitar considerar al modelo contenido en La República como una anticipación de modernas teorías orgánicas del Estado, siempre cabe tener presente que Platón no presupone ninguna estructura estatal en sentido moderno, y que en é l (sobre todo en La República, que muy a menudo se cita para esta interpretación) no existe teoría general del Estado alguna, sino que por un lado hay una teoría de la clase d irigente de la ciudad, y de su educa ción, y , por e l otro, una teoría de la génesis y de la fenomeno logía política de la ciudad.9 Platón ha proporcionado a la historia del pensamiento utópico otro muy perdurable arquetipo con el mito de la Atlántida, la isla (¿o continente?) recordada en el Timeo como fuerte adversaria de la Atenas de los orígenes, y descripta en el Critias como un reino ideal.10 Para la Atlántida, Platón utiliza ampliamente los recursos estilís ticos del relato mítico, de los relatos de viajes aventurados, de los proyectos urbanísticos. La historia de la Atlántida es atribuida a Solón, quien a su vez la habría aprendido de los sacerdotes egipcios. La Atlántida había sido fundada por voluntad de Poseidón y su primer rey, Atlante, no era otro que el primogénito de los diez hijos que el dios había tenido * *M. Isnardi Párente, Cittá e regimi politici nel pensiero greco, Turin, Loescher, 1979, pág. 86. mCrizia, 113-121, en Platón, Opere, II, Barí, Laterza, 1966, págs. 569- 578 fCrtíias o la Atlántida, Buenos Aires, Aguilar, 19751. 18 con la doncella Clito. Su territorio estaba dividido en diez partes y Atlante y los demás nueve reyes, con sus descen dientes, habían vivido en una perfecta armonía. Desde el comienzo, Poseidón había dotado a la colina donde vivía Clito de dos franjas de tierra y tres de mar, creando, por lo tanto, una isla inaccesible dentro de la isla. La tierra de la Atlántida era rica en productos del suelo y del subsuelo, útiles para la vida de los hombres: fuentes de agua caliente y fría, minerales, plantas, animales. En el relato platónico, la acrópolis se fue poblando al cabodel tiempo con templos, estatuas, altares y, luego, con termas, comercios, cuarte les, arsenales, puertos y canales, todo lo que la imagina ción podía concebir como esplendoroso, rico, agradable y próspero. Con el tiempo, el territorio de la Atlántida pare ce dilatarse hasta asumir la magnitud de un verdadero continente. Así, se perfilan montañas, lagos y ríos, selvas y canales navegables, aldeas y una población infinita e industriosa. ¿Las leyes? Seguían siendo siempre las de los primeros reyes y estaban esculpidas en una columna de oricalco. ¿Jueces y asambleas de reyes? Cada cinco o seis años. Por otra parte, la Atlántida no era una democracia y Platón insistía, sobre todo, en describir un estamento de gobernantes que despreciaban todo excepto la virtud, que practicaban la sinceridad, la moderación y la sensatez, y soportaban el oro y las riquezas como una carga; tampoco se dejaban embriagar por el lujo. El final de la Atlántida fue deseado por los dioses, cuando el principio de la virtud fue abandonado (119 c-121 b). El ideal armónico, la virtud como condición de la felicidad, son temas predominantes también en este mito. La Atlántida los expresa y los fortalece con la riqueza de la imaginación, que mediante la descripción física introduce y entreteje con el tema de la ciudad ideal algunos elementos provenientes de otros géneros literarios: el tema del aislamiento, la simbolo- gía sagrada del poder, la excelencia de los materiales y de las fíguras. 1. 4. Aristóteles y la búsqueda de la constitución óptima La primera objeción de Aristóteles a la ciudad ideal pl atónica se dirige no casualmente contra el nexo fuertemente paradig mático individuo-po/ts que inspira a La República (Política, II, 1261-62). No se puede reducir la ciudad al individuo, porque ésta por definición está compuesta por individuos distintos entre sí. Por lo tanto, resulta evidente [...| que por naturaleza no existe una ciudad que tenga una unidad tan estricta como la que algunos quieren encontrar en ella, y que lo que es presentado como el máximo bien de la ciudad destruye a la propia ciudad en cuanto tal, mientras el bien debería salva guardar aquello de lo que es bien (1262 b). Aristóteles descubre inicialmente, pues, el soñsma in nato en el procedimiento paradigmático que se desplaza de la analogía a la identidad. En segundo lugar, plantea una objeción al valor absoluto del bien (la armonía) que se querría lograr; para él, “resulta evidente que intentar reducir demasiado la ciudad a la unidad no es el mejor partido”. Las “ciudades ideales” que prevén la comunidad de las mujeres y los hijos se fundan en la tergiversación de la naturaleza humana, que no consigue considerar como “suyo” lo que es de todos. La concordia en las ciudades es un valor positivo, pero debe ser mucho menos intenso que la que une a los familiares entre sí. En cuanto al régimen de la propiedad, el modelo comunista de legislación se presenta ante una primera mirada como armonioso y filantrópico; en efecto, quien escucha se pone en la mejor disposición de espíritu, creyendo que en aquella ciudad ideal una admirable amistad unirá a todos los ciudadanos entre sí, sentim iento reavivado por las acusaciones contra los males de las actuales constitu ciones, debidos a la falta de un sistema comunista de propie dad; y por males entiendo las causas civiles para contratos, las condenas por falso testimonio y la adulación a los ricos (1263 b). En realidad, para Aristóteles las discordias civiles depen den de la naturaleza humana y las ciudades pueden mejorar sólo a través de la educación y el perfeccionamiento de las costumbres, como había ocurrido en Esparta y en Creta, donde el legislador había introducido la costumbre de que todos comían juntos. La crítica de Aristóteles al sistema expuesto en La República, en Las Leyes tiende a demostrar el resultado contradictorio de las soluciones concebidas en el plano puramente racional. De esta manera, toma otro aspecto relevante de la “ciudad ideal” platónica: el interés del filósofo se había concentrado casi exclusivamente en el estamento de gobierno y, por lo tanto, su tendencia más profunda era hacia la oligarquía. La crítica se amplía luego también a las constituciones de Palea de Calcedonia e Hipodamo de Mileto; todos estos modelos se orientaban a resolver, mediante reglas más o menos igualitarias, el problema de la propiedad y con ello aseguraban la armonía civil. El escepticismo del filósofo se extiende, finalmente, también a otro topos de la constitución ideal, su invarian- cia en el tiempo: una constitución, al modo de la de los atlántidas, inscripta para siempre en una columna. No obstante las críticas a Platón y a Hipodamo, también para Aristóteles se puede y se debe discutir acerca de la mejor constitución, sobre la ariste politeia. Sin embargo, resulta claro que el procedimiento a emplear para configu rarla es completamente opuesto con respecto al de los proyectistas de la ciudad ideal. Es un procedimiento induc tivo e instrumental, es decir, se basa en la observación de las constituciones reales y en el análisis de sus defectos; sirve, además, para definir las categorías (el hombre como animal político, la ciudad como comunidad que desea persistir como tal, el ciudadano) a través de las cuales se deben juzgar las circunstancias y establecer el criterio de acción con respecto al fin. Para Aristóteles, el fin consiste en conservar la ciudad y evitar su degeneración. De estas premisas se desprende un modelo de ariste politeia de tipo regulador y, por lo tanto, compuesto, un modelo que com bina los caracteres de las mejores formas de gobierno, que por definición no puede ser imitado, sino tan solo servir como guía. 1.5 La utopía helenística: los elementos del “discurso utópico* La distancia de Aristóteles del método deductivo-sintético de la “ciudad ideal” no quita que también él sea deudor del mito de las fundaciones arcaicas ni que, en definitiva, no esté convencido de la naturaleza racional y proyectable de una legislación “óptima”. La recuperación en la era helenística de las imágenes mito-poéticas en los lincamientos de la Atlán- tida platónica deriva, en cambio, justamente de la crisis de esta confianza. Del análisis crítico de la realidad y del modelo según la razón se pasa a la “imaginación” de una condición feliz del hombre, despojado de su peculiar carácter depolites, condición que puede identificarse tanto con la recuperación de antiguas representaciones mitológicas, más o menos reelaboradas de manera racional, como con el “descubrimiento” de la dimensión geográfica ficticia de un mundo social justo y ordenado, que convive junto a la experiencia cotidiana en una zona periférica del conocimiento, accesible a pocos, hasta casi representar una perenne lección de felicidad y de “buen gobierno” alternativa a la experiencia política vivida." La crisis de la polis en la era helenística coincide, pues, con el afloramiento de lo que, salvo el nombre, es ya la utopia tal como la conocemos en la Edad Moderna (siglos iv-iii). De Teopompo de Quíos (Tierra de Mérope), Hecateo de Adbera (Hiperbóreos), Evemero (Panchaia), Giambulo (.Ciu dad del Sol) sólo han sobrevivido fragmentos, o resúme nes, pero los historiadores de la literatura de fines de la antigüedad dan testimonio de una gran difusión de sus obras, sobre todo como género literario emparentado con las descripciones de viajes maravillosos. La tendencia a colocar las ciudades o los pueblos felices en el pasado mítico, en la edad de oro o en las más lejanas islas del océano índico es el indicador de un pasaje -definitivo, para los tiempos clásicos- del modelo de la ciudad ideal desde la esfera política a la literaria. De esta manera aparece también la variedad del discurso utópico, libre de extraer sus propios elementos de un universo imaginativo estrati ficado y complejo. Pueblos desconocidos, animalesnunca vistos, naturalezas maravillosas. El tiempo: en el pasado mítico. El lugar: en el país de los cimerios y de los hiperbó reos, en las Islas de los Beatos y en la Isla de Cronos. La felicidad: las más de las veces consistente en la abundan cia, en la serenidad y en la prolongada duración de la vida.12 En el siglo n d. C., Luciano de Samosata podrá ironizar, a " Bertelli, “L'utopia greca”, cit., pág. 478. "Sobre la literatura helenista, cfr. también Bertelli, ibíd., págs. 549-566. su vez, en la Verdadera historia al mismo tiempo sobre las fantasías de los descubridores de tierras maravillosas y ampliar la versatilidad del discurso utópico, su capacidad de extrañamiento e inversión, con un viaje a la Luna, que es tará destinado a cosechar un renovado éxito, más de un milenio después, con Kepler y Cyrano de Bergerac. 1. 6. Cicerón y el “De re publica “ No hay duda de que los principales elementos del modelo utópico extraídos tanto de la esfera política como de la humanística, imaginativa y de evasión, eran de uso co rriente en la era helenística. En el mundo romano y en el romanizado, este género literario no suscitó un gran eco debido a la orientación por lo general realista de la filosofía política romana, deudora de las filosofías morales como el epicureismo y el estoicismo. Sin embargo, allí donde vuel ve a asomar la seducción de la platónica búsqueda de la “constitución ideal”, como en el Cicerón del De re publica y del De legibus, de nuevo se retoma el procedimiento paradigmático. Resulta evidente el paralelismo entre los textos ciceronianos y los casi homónimos diálogos platóni cos, incluido el Somnium Scipionis, que concluye el De re publica, así como el mito de Er concluye La República. El filósofo latino se orienta a conciliar el paradigma platónico con el empirismo peripatético, que no había producido ninguna configuración formal de la república ideal. Por otra parte, Cicerón, al operar una consciente racionaliza ción de la historia romana, opta por dar justamente “a la experiencia romana un valor normativo de ejemplo que realiza el modelo ideal, el que de tal modo ya no se encuentra sólo en el cielo, para retomar las palabras de Platón”.13 La idealización de un régimen político y la des cripción de las “leyes” que deberían restituir al mismo el perfecto equilibrio alcanzado en su ápice representan una nueva forma de elaboración paradigmática, semejante al idealismo platónico en lo que concierne al máximo de inversión en la educación de los gobernantes, aunque, por el método inductivo adoptado, mucho más cercano al Aris tóteles de las constituciones “mixtas” .M En el orden de 13 J. L. Ferrary, “Le idee politiche a Roma nell’era republicana”, en Storia delle idee politiche, cit., vol. I, pág. 779. “ Sobre la CostituzionedegliAteniesi, cfr. G. F. Maddoli (ed.), L’Ahenaion ideas, Cicerón se coloca en la posición no de describir un mundo alternativo, sino más bien en la de mejorar el que existe. El sentido de “posible” atenúa, como mínimo, en los es critores políticos latinos la idea utópica de la “perfección”. 2. El m u n d o m e d ie v a l : FORMAS SIMBÓLICAS DE LA PERFECCIÓN 2.1. E l fin de la historia: milenarismo El tiempo cíclico y mítico del mundo clásico permitía colocar una “ciudad ideal” en la era de oro o en el espacio uránico de las ideas, sin la percepción dramática de una imposible, o infaltable, realización. El sentido de un tiempo lineal con su comienzo, la creación, la cesura de la llegada del Mesías, o la espera de su regreso, con el correspondiente fin de la historia, es fruto del pensamiento judío y cristiano, en particular de la literatura apocalíptica, que hace posible introducir en la idea de comunidad “ideal” la alteridad absoluta y el sentido del cumplimento de un designio divino. En el Apocalipsis judío, y en los siguientes, numerosos, textos apocalípticos cristianos, ya no existe una época de oro, como no sea la visión de un Estado edénico, ni una lejana ubicación geográfica, como no sea la Jerusalén real o ideal, que es deseada y anunciada, por partes iguales. Existe más bien el cumplimiento de los tiempos, con la realización de un mundo de justicia, armoníay felicidad. Es un mundo en el que la forma de organización política no tiene relieve alguno, porque en el reino del Mesías, que rescatará al Pueblo elegido de sus miserias, o en el de Cristo, de regreso a la tierra para abrir el último milenio de la historia humana, no existen ni la violencia, ni el egoísmo, ni la propiedad, ni los vicios que dan origen a los poderes sobre la Tierra. Se está bajo la inmediata potestad de Dios. En las profecías apocalípticas, la actualización del sueño ocurre después de una catástrofe, un período de terribles penurias y desastres, representados, en el lenguaje evocador y simbólico propio de esta literatura, por la aparición de monstruos descomunales y terroríficos. El arquetipo de las representaciones de la catástrofe apocalíptica, así como del Politeia di Aristotele, 1881-1891: per un bilancio di cento anni di studi. Ñapóles, Esi, 1994. OA Reino que la seguiría, se encuentra en la profecía de Daniel, 7. El Reino de Dios, que sucederá a las cuatro bestias que representan a las monarquías opresivas de los babilonios, los medos, los persas y los griegos, no tendrá fin: “Y la soberanía, el poder y la grandeza de todos los reinos del mundo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino es un reino eterno y todos los poderes le servirán y obedecerán” (7, 27). Comparece en Daniel -según observa Cohn- “el paradig ma de la que habría de convertirse y perdurar como la fantasía central de la escatología revolucionaria” : un mundo dominado por un poder malvado, que tras un apogeo de terribles padecimientos dará lugar al Reino de los santos. Este reino será común a todas las naciones, y no tendrá sucesores.14 15 * La visión de Daniel se remonta al 165 a. C., los tiempos de la rebelión macabea contra la monarquía de los Selcúcidas. No es sorprendente que textos del mismo signo (comprendido el Apocalipsis atribuido a Juan, único reconocido como canó nico, entre una amplia serie de textos similares),6aparezcan en un período de graves persecuciones a los cristianos. El “montañismo”, nacido en Frigia y diseminado en todas las provincias del imperio hacia fines del siglo n, asignaba a la llegada de Cristo y a la caída de la Nueva Jerusalén un tiempo tan cercano como para inducir a los fieles a una especie de estática espera. El temor a la catástrofe inminente, y al juicio terrible que caería sobre los malvados, pero también la esperanza de un mundo nuevo y del triunfo del Bien, constituyen una hendía- dis indisoluble del modelo de pensamiento apocalíptico.17 En la tradición apocalíptica no siempre resulta necesa rio que el advenimiento de la Nueva Jerusalén vaya acom pañado por el fin del mundo, ni tampoco que dicho adveni miento deba considerarse como inminente. La urgencia del anuncio profético está evidentemente vinculada con los contextos específicos, con los casos de persecuciones, gue rras, escasez, epidemias o con la necesidad de movilizar a las masas. En la doctrina, los tiempos de la catástrofe 14 N. Cohn, 1 fanatici deU’Apocalisse, Milán, Comunitá, 1976, pág. 24. 1GCfr. L. Moraldi (ed.), Le apocalisse gnostielw. Apocalisse di Adamo, Pietro, Giacomo, Paola, Milán, Adclphi, 1987. Cohn, I fanatici dell’Apocalisse, cit., pág. 29. Cfr. también A. Placami- ca, Segni dei tempi. II madella apocalittico nella tradizione accidéntale, Venecia, Marsilio, 1990, pág. 50. resolutoria fueron diluyéndose.18 El elemento constante que de todos modos caracteriza al pensamiento escatológi- co-milenarista es la certeza del acontecimiento y su natu raleza de fractura radical entre el antes y el después, entre la realidad vivida y experimentada y el Reino de la justicia y la perfección. No se trata, como en el mito clásico, de la ciudadideal, de una forma de convivencia mejor u óptima, situada en el vértice de una escala de valores propiamente políticos. La visión profética es el anuncio de algo total mente diferente, un mundo celeste que cae desde lo alto a la Tierra y barre el mal. Sin embargo, justamente porque el lenguaje apocalíptico tiene naturaleza eminentemente evocadora, bajo forma de visión, sueño, revelación, relato de lo que deberá ser, y será, también en ello encontramos una representación del mundo nuevo, a lo sumo sintética y alusiva, que va desde las prome sas de una bastante concreta vida feliz hasta la más diáfana y cristalina imagen de la ciudad celeste. Irineo (siglo u), que presenta una especie de antología de las imágenes milenaris- tas de abundancia y bienestar material, consideraba todo esto como una compensación por los sufrimientos de los justos en la primera parte de la Creación. Y Lactancio (siglo iv), después de evocar la tempestad que se habría abatido sobre los impíos y la fundación del reino de los justos, juzgaba que Cristo reinaría con ellos sobre la Tierra y fundaría la Ciudad Santa, que duraría mil años: Durante todo ese tiempo las estrellas serán más brillantes, y el resplandor del sol aumentará, y la luna no se pondrá. Entonces la lluvia de las bendiciones de Dios caerá noche y día, y la tierra producirá todos los frutos sin el esfuerzo del hombre. Brotará miel en abundancia de las rocas, manarán manantiales de leche y vino. Las bestias de los bosques depondrán su ferocidad y se amansarán [...I ya ningún animal vivirá derramando sangre. Dios proporcionará a todos alimento abundante e inocente." Viceversa, en el Apocalipsis de Juan, la imagen de la Nueva Jerusalén está diseñada sobre el registro de la lumi nosidad y del color; será resplandeciente como el cristal y " Por ejemplo, para Orígenes y San Agustín, véase Cohn. / fanatici dell’Apocalisse, cit., págs. 34-35. M Ibid., págs. 31-33. n n brillante como el oro, sus muros serán de piedras preciosas y en ella los hombres caminarán por la luz (Ap . 21,18-21,24). Dios enjugará las lágrimas de los ojos de los hombres: “Y no existirá la muerte, el dolor, el luto* (Ap. 21,4). En estas evocaciones se alternan (o se mezclan) dos grandes y muy perdurables imágenes del reino del Bien, una dirigida hacia el mítico comienzo de la historia del hombre, la era de la naturaleza no corrompida, antes de la caída y la consiguiente infelicidad humana, es decir, la ima gen del Edén; la otra se dirige hacia el fin, que sin embargo es renacimiento y eterna beatitud, es decir, la Nueva Jerusalén. 2. 2 Hacia el comienzo: el Paraíso terrestre Hace más de un siglo, Arturo Graf escribía que el mito del Paraíso terrestre se halla tan umversalmente difundido en las culturas humanas que la descripción contenida en el libro del Génesis no se puede considerar como un arqueti po, sino como una recuperación de los mitos más antiguos, identifícables también en otras tradiciones religiosas y culturales: mitos de la época de oro, jardín de las Hespéri- des, Islas Afortunadas, Hiperbóreos, etc. Por otra parte, en el segundo capítulo del Génesis, los rasgos del Paraíso terrestre, del que pronto fueron expulsados Adán y Eva, resultan tan sumarios como para alimentar durante mu chos siglos una literatura específica, orientada sobre todo a ubicar geográficamente su emplazamiento. El texto bí blico cita el árbol del conocimiento y el árbol de la vida que surgen en el centro del jardín destinado a Adán y a Eva, y a los cuatro ríos que lo atraviesan, dos de los cuales se llaman Tigris y Eufrates. Que se trate de un lugar donde abundan todos los frutos de la tierra se advierte, de modo indirecto, por la prohibición de comer los frutos de aquellos dos árboles específicos. Que también sea un lugar en los que están ausentes la muerte, el mal, el dolor y las fatigas se torna evidente a partir del hecho de que en esto consiste el castigo de Dios. No obstante, el tema dominante no es tanto el de la felicidad perdida, sino el de la inocencia; todo viaje de búsqueda del Edén primigenio llevará consigo el dolor por la pérdida del estado de inocencia y el sueño de ser una sola cosa con la Creación. Sin embargo, junto al 27 tema religioso y moral, la imaginación del Paraíso terres tre muestra una extraordinaria capacidad para producir imágenes, que aquí nos interesan desde dos puntos de vista anexos a la producción utópica: la geografía del paraíso terrestre y la fuerza atractiva de una imagen de la vida feliz de los hombres colocada en una condición ante rior y alternativa a la “ciudad”, con sus proporciones racio nales y sus reglas, una condición que alude a una época anterior al sedentarismo de los grupos humanos y a la experiencia de las comunidades en aldeas. En la historia de estas imágenes prevalece, no obstante, el silencio del Libro Sagrado al respecto, la idea de que el Paraíso era una montaña alta, que se vuelve inaccesible tras la expulsión de los progenitores, y presidida por un querubín con una espada de fuego, imagen, esta última, dilatada durante la Edad Media hasta convertirse en una valla de muros flamígeros. La representación del carácter inaccesible forma parte, obviamente, del mito y asume formas descriptivas muy variadas, a menudo tomadas de literaturas paralelas, tanto de origen religioso como profa no. El Paraíso no es un lugar cercano, sino lejanísimo, tanto en el sentido de la latitud como de la altura; está colocado en los confínes del mundo, más acá, aunque más a menudo más allá, del mar Océano que circunda la Tierra, o bien en los confines de la esfera celeste o, finalmente, en la Luna. A menudo se lo representa como una isla. En la mayor parte de los casos, el emplazamiento del Edén se sitúa en el Oriente, más allá del mundo explorado por Alejandro, pero tampoco falta una geografía occidental y nórdica; por ejemplo, el mítico viaje de san Brandán (siglo vi) nos lleva hacia una isla ubicada al norte de Irlanda, mientras que según las afirmaciones de Jehan de Mande- ville (siglo xiv), el viaje en búsqueda de la inocencia y la felicidad perdida debería llevar más bien a Oriente, más allá del reino fabuloso del Preste Juan, que otros, sin embargo, ubicaban en Africa.20 Reminiscencias de viajes maravillosos, ecos geográficos de tierras bendecidas por el clima y la feracidad del suelo permiten que la imaginación se pose en zonas desconocidas para los escritores (padres de la iglesia, cronistas, poetas), J. Delumeau, Síoria del Paradiso. ¡I giardina delle delizie, Bolonia, II Mulino, 1994, pág. 113. pero de todos modos contiguas a la común tierra habitada por los hombres. Esto es asi porque el mito del Edén no excluye la posibilidad de acercarse a él, de deducir merced a tantos signos climáticos positivos que se está cerca de él después de atravesar oscuros bosques y naturalezas selváticas, de entre verlo a lo lejos, reconociéndolo acaso por el fulgor de sus preciosos muros. En la baja Edad Media, la imagen del jardín -hortus conclusus por deñnición- a menudo se combina con la imagen típicamente urbana de un lugar fortificado, situa do en la cumbre de una montaña. Dante recoge e incluye en la Comedia la tradición que habla de un alto monte y lo coloca en la cima del Purgatorio. Una vez llegado allí, Un aura suave e invariable M e oreaba la frente N o más fuerte que un viento suave.21 * Transpuesto el umbral de los Paraísos terrestres (no fue ron pocas las leyendas que terminaban por contradecir su originaria inaccesibilidad), se encontraría, en efecto, la de seada, eterna primavera, sin frío ni calor, sin nubes ni intemperie: Los que antiguamente Fingieron la edad de oro y su estado fe liz Quizá soñaron en el Parnaso este sitio. Aquí fue inocente el origen de la raza humana Aquí la primavera y los frutos son eternos Éste es el verdadero néctar del que todos hablan.23 Se podrían ver los dos árboles bíblicos, el árbol dela vida y el del conocimiento, y la fuente en la que tienen origen los cuatro ríos. La fantasía de los santos hombres y de los poetas que de ello hablan enriquece a su vez al Paraíso con plantas me dicinales, especias, bálsamos y piedras preciosas. La fuente de los cuatro ríos se convierte en fuente de la eterna juventud; del árbol de la ciencia del bien y del mal se imagina que proviene el madero de la cruz de Cristo, como en la Legenda aurea de Iacopo da Varagine (siglo xm), traducida en imáge nes por Piero della Francesca. 21 Purgatorio, XXVIII, 7-9. ” Ibid., 139-144. 9Q Como arquetipo de la condición en la que la humanidad, todavía inocente, no conoce las fatigas, el dolor ni la muerte, el mito del Paraíso terrestre es una poderosa imagen, capaz de hacer pensable al propio Paraíso celeste, como ocurre en la tradición religiosa islámica. Como escenario en el que se inserta todo elemento que significa la perfección, la ausencia de dolor y la felicidad material, ha sido en la historia de la poesía y del arte figurativo un tema constante y fuertemente sugerente. Aparece en los primeros poetas cristianos, así como en los comentaristas bíblicos, en tratados teológicos, crónicas, visiones y leyendas.23 Y, sobre todo, en el Renaci miento, en las tantas representaciones del Edén y de la expulsión de Adán y Eva, no siempre dramática, como en Masaccio, sino dulce y nostálgica, como en Cranach, o fantás tica, como en Hycronimus Bosch. Apartada del sentido teo lógico del libro sagrado y tomada simplemente como una humana búsqueda de lo hermoso y de una feliz relación con la naturaleza, la imagen del Edén se asimila a la imagen del jardín encantado.24 Sidonio Apollinare describe los huertos del sol, un lugar emparentado por su propia ubicación al oriente del Paraíso terrestre, como un jardín de flores y perfumes: Halant rura rosis, indescriptosque per agros /flagrat odor.“ En las tantas descripciones poéticas, literarias, figurati vas, resulta como si los propios autores siempre dejaran entrever, tras el sentido del pecado que causó la pérdida de la inocencia y de la edad feliz, una especie de felicidad en la propia imaginación, un legítimo deseo propiamente humano, que puede buscarse (y quizás encontrarse) en esta misma vida terrenal. De otro modo no se explicaría la gran cantidad de viajes en búsqueda del Paraíso terrestre, de los que dan testimonio leyendas y crónicas, desde el viaje de Seth al de los tres monjes Teófilo, Sergio e Higinio o al de san Brandano. Algunos tienen un carácter marcadamente ascético y parecen dictados por un indomable fervor de fe y deseo; otros tienen u A. Graf, II mito del paradiso terrestre, Turín, Loescher, 1892, cap. II, pág. 4; un listado parcial se encuentra en la nota 136, págs. 152-154. 14 J. Delumeau, Storia del Paradiso, cit., págs. 156 y ss. Véase además F. Cardini, Nostalgia del paradiso: il giardino medie vale, Roma-Bari, Laterza, 2002. '•‘ Graf, ¡l mito del paradiso terrestre, cit.. pág. 206. 30 carácter pronunciadamente novelesco y parecen dictados, antes que por cualquier otro sentimiento o pensamiento, por aquella im aginativa e inquieta curiosidad, por aquel vivo amor de lo maravilloso que en las afortunadas epopeyas, en los largos relatos de aventuras se avivan pero no se satis facen.26 La Navigatio sancti Brandani parece inspirada en ambos sentimientos: el gusto por poblar con maravillosos encuen tros tierras y animales, lugares desconocidos, y la voluntad de asegurar a los creyentes que la tierra prometida, la isla paradisíaca, existe en alguna parte del mundoy que la misma será la morada de los beatos.27 2. 3. Hacia el futuro: Jerusalén y la idea de perfección El ejercicio imaginativo que combina -sobre todo después del renacimiento de las ciudades durante la Edad M edia- la ciudad divina con el mito del Paraíso perdido se encuen tra naturalmente vinculado con la esperanza de la Nueva Jerusalén, la ciudad que será enteramente reconstruida según la literatura profética judía, la ciudad que descende rá del cielo con sus murallas fulgurantes, después de la derrota del Anticristo, según la apocalíptica cristiana. Las imágenes, tanto descriptivas como iconográficas, vincula das con la apocalíptica parecen reflejar la gran sed de luz y esplendor que contradice o compensa la oscuridad de la condición humana. Jerusalén es, en primer lugar, una metáfora que alude al rescate de toda la tierra de los hombres, pero también el instrumento para dar concreción a esta esperanza es un modelo de ciudad. “Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap., 21, 2). La ciudad de Juan es un cuadrado perfecto de doce mil estadios, tenía murallas de 144 codos y doce puertas. Los pilares de la muralla estaban adornados con toda clase de piedras preciosas, las puertas estaban hechas con per las, la plaza era de oro y relucía como un cristal transpa rente (Ap., 21, 12-23). La Jerusalén representada en un "Ibfd., págs 75-76. 27 Una traducción de la Navigatio ha sido realizada por A. Magnani, La navigazione di S. Brandano, Palermo, Sellerio, 1992; cfr. págs. 110-113. célebre dibujo del siglo xn28 tiene, en cambio, una planta circular: el círculo parece aludir más directamente a la proyección cosmológica de la ciudad celeste, allí donde la ciudad cuadrada -además de recurrir a la perfección geomé trica del modelo de ciudad grecorromana- insiste en los elementos sagrados que la componen. Bajo ambas formas, Jerusalén muestra los lugares tópicos de la vida y pasión de Cristo, que la convierten en ciudad sagrada. En la época de las cruzadas, se llega a la Jerusalén real, que es física mente conocida, pero la relación que pronto se plantea, no sólo a través del texto apocalíptico, entre la Jerusalén terrestre y la celestial, y la mentalidad devoto-milenarista que la subyace y la circunda, sino también a través de la Biblia cristiana, única y verdade ra guía para la lectura en los territorios de Palestina, aplasta a la ciudad histórica bajo la percepción de Occidente y anula sus apariencias contingentes con la creación de una verdade ra y propia “topografía legendaria", basada en los lugares de la religión.2* La Jerusalén “de oro, de cobre, de luz"30 predomina y hace las veces de espejo “para quienes disfrutan con ella, con sus proyectos y deseos”.31 * Como símbolo de una ciudad celestial, contrapuesta a la ciudad terrenal, es tomada por san Agustín en La ciudad de Dios. Como proyecto para la construcción de una ciudad ideal “es una constante del pensamiento europeo” durante toda la cristiandad medieval.33Funciones de ciudad- modelo tuvieron también, para el mundo islámico, la Bagdad construida por el califa El-Mansur y, para el mundo occiden tal, Constantinopla. La integración entre el modelo sagrado y la vida urbana a fines de la Edad Media producirá concre tamente el intento de ciudades que reflejarán a Jerusalén, por ser de algún modo, por sus edificios y reliquias, un sagrado depósito. En la teología, en la literatura y en el imaginario, así 28 V. Vercelloni, Atlante storico dell’idea europea della cittá ideóle, Milán, Jaca Book, 1994 lám. 25. “ A. I. Galletti, “Modelli urbani nell'etá comunale: Gerusalemme”, en Comparato, Modelli nella storia del pensiero poli tico, cit., póg. 95. 30 F. Cardini, Gerusalemme d’oro, di rame, di luce. Pellegrini, crociati, sognatori d’Oriente tra xi e xv sécalo, Milán, II Saggiatore, 1991. 21 Galletti, Modelli urbani nell’etá comunale, cit., pág. 95. M Vercelloni, Atlante storico, cit. también como en la experiencia directa, aunque guiada por el mito, un modelo milenario de origen sagrado, como Jerusalén, se vincula con formas culturales igualmente, o más, antiguas, y se proyecta en el tiempo y en las distintas comunidades humanas de manera tan variable que encie rra múltiples direcciones en el campo del pensamiento. La Jerusalénreal visitada devotamente, la Jerusalén ideal de la literatura apocalíptica, la Nueva Jerusalén como tierra prometida son, de todos modos, otras tantas maneras de consolidar la fe en la futura vida de perfección, colocada en el más allá, o en un futuro remoto, aunque a veces se la ubica en el tiempo presente, como anticipo y experimento de quienes en la Nueva Jerusalén se sienten destinados y llamados. La síntesis entre historia sagrada y aspiraciones para el rescate terrenal, recurrente en la historia de los fermentos sociales de Occidente, se fortalece con esta imagen, que simboliza el bien y la certeza de ser los elegidos. 2. 4. La comunidad monástica La idea de organizar una comunidad de iluminados, y de separarla de la vida de los demás hombres, se remonta a las comunidades esenias; resulta tan antigua en Occidente como el monaquisino, pero es ajena a la búsqueda de la idea de perfección en otro lugar maravilloso. El nexo con los modelos icónicos hasta ahora recordados se puede encon trar en la modalidad escatológica y, más profundamente, en la regularidad. La regularidad del modelo es por com pleto interna a los modos de vida, está desplazada del espacio y el tiempo, de lo externo y lo interno: “Habiendo tomado los votos o hecho promesas, monjes y utopistas se encuentran idealmente libres a causa de su interior acep tación de las reglas” .33 La “regla” en sentido normativo comienza con la historia de las comunidades benedictinas, pero lo que más nos puede inducir a acercar la utopía al ideal monástico es la búsqueda de separación del mundo desordenado, la autosuficiencia, la simplicidad y la trans parencia de una comunidad virtuosa: el intento de resolver “el problema esencial de la utopía cristiana, la creación de una sociedad que fuese al mismo tiempo una reproducción 31 31 Manuel y Manuel, Utopian thought, cit., pág. 49. en la tierra del ordenamiento divino y la preparación para la beatitud de un tiempo futuro”.34 Los monasterios bene dictinos y sus variantes (cistercienses, cluniacenses, etc.) se diseminan por toda Europa occidental y funcionan como permanentes modelos de fraternidad e igualdad, de vida ordenada y austera, controlada por una autoridad electi va. Incluso la red de los asentamientos monásticos, con su estructura federativa, parece anticipar las soluciones indi cadas por ciertas utopías modernas elaboradas por ecle siásticos como Campanella.3* Al ideal monástico se le asocia, a pesar de la evidente preponderancia de los valores ascé ticos dirigidos a la salvación eterna, un valor adjunto de bienestar individual, que desciende de la condición prote gida y de la satisfacción producida por las actividades cotidianas. 2. 5. La tierra de la felicidad material: el País de Jauja En la cultura de la Edad Media circulaban muy otras y encarnadas imágenes de la satisfacción, de la felicidad mate rial y de los correspondientes lugares -éstos muy lejanos de poder ser experimentados fuera del sueño- donde encontrar, sin trabajo, la abundancia de todas las cosas. El imaginario medieval, tal como lo reconstruye en el conjunto de su obra Jacques Le Goff,36se nos presenta como un vastísimo arsenal de visiones, en particular de viajes a un mundo distinto, paradisíaco y siempre feliz. A l cotejar un li mitado corpus de viajes medievales al autre monde con el índice de motivos folklóricos de Aame-Thompson, Le Golf señala la inextricable superposición de mitos clásicos, de antiguas epopeyas y de “visiones” medievales que lo constitu yen.37 De las dos alternativas que dichos viajes presentan - una angustiante y otra feliz (el País de Jauja)-, la segunda es la que nos interesa porque muestra cómo un motivo folklórico muy antiguo y típico de la cultura popular se perpetúa y se fortalece al cabo del tiempo por obra de la cultura docta y de la propia cultura monástica, terminando por llegar a los umbrales renacentistas de la utopía moderna. 14 Ibíd., pág. 51. w Ibíd., pág. 49. wCfr. L'imaginaire médiévai. Essais, París, Gallimard, 1985. 91 Ibíd, págs. 107-112. 04 No obstante la naturaleza de fantasía popular que lleva consigo la imagen de un país donde el alimento cuelga de los árboles, donde en las fuentes y en los ríos fluye el vino, la leche y la miel, y a pesar de la intuitiva conexión de esta imagen con las condiciones de penuria y hambre de (as poblaciones,38 se encuentra siempre una tradición literaria que la hace propia y la emplea de manera irónica, jocosa y a veces hasta edificante. Según los Manuel, el origen literario puede verse en la crítica irónica del mito de la edad de oro contenida en la comedia ática. A través de la afluencia de textos helénicos a Occidente después de la caída de Cons- tantinopla, y en particular con la edición de la Verdadera historia de Luciano de Samosata (1496), y de los Dipnosofisti, de Ateneo (1514), el espíritu popular del mundo griego habría llegado directamente a la cultura del Renacimiento.39 Por otra parte, a través de la transmisión, tanto oral como escrita, las fantasías sobre la abundancia no experimentan reales interrupciones desde el mundo antiguo hasta los fahliaux del País de Jauja, tan difundidos en toda Europa desde comien zos de siglo xiii. Como se ha visto, el país donde todo es agradable para el hombre, ya sea porque se ve liberado de sus necesidades como porque queda satisfecho con la disponibilidad de bienes materiales, se presenta a menudo en la Edad Media asociado con las imágenes del Paraíso terrenal o con otras leyendas de viajes maravillosos. Por lo demás, ambas imaginaciones -según observaba Arturo G ra f- "tienen origen en un mismo principio, en un mismo deseo y en un mismo sueño de felicidad, los que, si bien varían en cuanto a ciertas apariencias y a ciertas características, en lo sustancial permanecen siempre invariables”.40 Más noble y rara es la satisfacción de los sentidos (la vista, el oído, el olfato) en las tantas descripciones del jardín del Edén o del mundo nuevo que será la tierra sin pecado,41 seguramente más material que la de los Países de Jauja. En efecto, como " P . Camporesi, II pane selvaggia, Bolonia, II Mulino, 1981, tiende, en cambio, a acentuarla distancia entre imaginación popular y cultura docta. Sobre el tema, cfr. también P. Camporesi, Rustid e buffoni. Cultura popolare e cultura d’élite fra Medioevo ed elá moderna, Turín, Einaudi. 1991. M Manuel y Manuel, Utopian thought, cit., págs. 78-81. “ Graf, // mito del paradiso terrestre, cit., póg. 229. *' Por ejemplo, en el Elueidarium del siglo XII: V. Vercelloni, Atlante storico, cit., lám. 32. 35 arquetipo cultural no es ubicable sólo en el Occidente antiguo y medieval. Vuelve a encontrárselo en muchas culturas, como la egipcia y la hindú, a menudo situado, como los helénicos Campos Elíseos, en el más allá. Por ejemplo, la literatura védica imagina para los meritorios un paraíso donde no existen ni hambre, ni sed, ni cansan cio, ni vejez, ni dolor. Las vacas aseguran una leche riquí sima, los árboles producen fruta y hay hermosas jóvenes con las que hacer el amor.42 Las raíces folklóricas del País de Jauja se cruzan estrechamente con los mitos de muchas religiones, las que a partir de una edad feliz, ya perdida por causa de alguna rebelión ante la voluntad de los dioses, lo convierten luego en la meta de la vida futura, cuya imagen de todos modos sigue siendo la misma en todas partes: “ésta es nuestra propia tierra, purificada de los males y las imperfecciones, enriquecida sin límite de tiempo ni de espacio, por los bienes que la adornan fugazmente”.43En la cultura popular de los siglos xvi y xvii, estos bienes materiales son descriptos (por ejemplo en II trionfo dei poltroni) o repre sentados (en las estampas populares) con algo más de sofisticación: no sólo ríos de leche y fruta, sino también vinos preciosos, quesos, salchichas, macarrones, ravioles, confites, golosinas. Los Países de Jauja -señalaCocchia- ra - se difuminan así en una vida beata, plena de delicias.44 Se pueden considerar utopías sólo como testimonio de la aspiración humana a liberarse de las penurias y del dolor. Desde el punto de vista político, son indiferentes a la forma institucional y a las leyes que deberían hacerlos preferi bles ante la dura realidad. 3. L a época humanista 3. 1. Forma y proyección urbana: la nueva “ciudad idjeala El renacimiento de las ciudades en la baja Edad Media imprime huellas profundas a la imaginación eudemonista, al superponer la propia figura de lugar cerrado y regulado 42 G. Cocchiara. II Paese di Cueagna, Turin, Einaudi, 1956, págs. 178- 179. 42 P. Raina, cit., ibid., pág. 176. 44 Ibid., pág. 185. 36 a los jardines paradisíacos, donde se goza con los colores y los perfumes, y se come prácticamente sólo fruta, o a los Países de Jauja, donde las hileras de vides están conecta das con salchichas ya cocidas y se bebe preferentemente vino. Pero el renacimiento del modelo de pensamiento y representación de la “ciudad ideal” está conectado sobre todo con la recuperación general del pensamiento antiguo en el humanismo italiano y, en particular, con la arquitec tura del siglo xv.4S * El alejamiento de la realidad existente, con la que se está vinculado mediante la costumbre y que es portadora de significados simbólicos tradicionales, hace posible utilizar el espacio urbano para expresar un abanico indeterminado de significados simbólicos. Por ejemplo, Ambrogio Lorenzetti pudo pintar, con sus murallas y puertas, la ciudad del Buen gobierno ( 1338-40), pero no la “ciudad ideal” . Mientras que Piero della Francesca pudo representar de manera realista la flagelación, en un espa cio urbano geometrizado e idealizado, como era concebido en los tratados sobre la perspectiva, es decir, en un espacio “ideal” .''6 En lo que tiene que ver con las obras de urbanis mo, la ciudad de León Battista Alberti (De re aedificatoria, circa 1450) es todavía una ciudad medieval empíricamente perfeccionada, mientras que el casi contemporáneo Trattato di architettura de Filarete (1460-64) contiene el proyecto de Sforzinda: una ciudad ideal, tanto por su planta en forma de estrella, delimitada por un círculo, como por los edificios destinados a albergar las macrofunciones urba nas -e l palacio del príncipe en el centro (Filarete estaba al servicio de Francesco Sforza), la iglesia, el hospital, la casa del saber, las prisiones, el comercio- como las hileras de casas para viviendas comunes. Al ser proyectos, tal vez realizables en parte (como el hospital de Milán), los de Filarete, de Francesco di Giorgio Martini (Trattato di architettura, ingegneria e arte milita re) así como de otros arquitectos del Renacimiento, son considerados como modelos en sentido estricto, del mismo modo en que, para Platón, el modelo era una instancia necesaria para cualquier arte. Esta fase de la arquitectura 45Sobre la cultura urbanística en el Renacimiento, cfr. E. Garin, Scienza e vita civile nel Rinascimento italiano. Barí, Laterza, 1965, págs. 35-56. <SE1 tratado de Piero, De prospectiva pingendi fue publicado en edición crítica a cargo de G. Nicco-Fasola, Florencia, Le Lettere, 1984. Sobre la pintura, cfr. C. Ginzburg, Indagini su Piero, Turín, Einaudi, 1982. teórica renacentista, con las plantas y los correspondien tes diseños de perspectivas (como la célebre estampa anó nima de Urbino, definida convencionalmente como la “ciu dad ideal”), corresponde al programa arquitectónico y urbanista de profesionales decididos a reformular el mode lo vitruviano: “No se trataba de una ciudad soñada, sino de la ciudad prefigurada por los humanistas, que querían hacer revivir la civilización clásica, presentada como único futuro posible en las telas y los frescos de Andrea Manteg- na” y de otros artistas de su tiempo.47 No se delinean “comunidades ideales” correspondientes a la regulariza- ción del espacio. Estamos, en cambio, frente a una actitud inspirada en el realismo y en la búsqueda de la más racional, y por eso más eficaz, sistematización de las funciones urbanas. “En la proyección prevalecen tenden cias orientadas hacia lo concreto; la obra, en sus compo nentes, técnicas y funcionalidades, es pensada antes, y sólo después, con función ordenadora, aparece aplicado el esquema formal”.48 La búsqueda de la perfección (y, por lo tanto, el pasaje a la ciudad ideal) sobreviene a continuación de una opera ción de abstracción: el modelo debe ser aplicable en general y no sólo a una única ciudad. Y con este fin no puede basarse sino en la universalidad de las proporciones numé ricas, las cuales son, para las filosofías neoplatónicas del siglo xv, un reflejo de la regularidad del cosmos y el len guaje de la propia Naturaleza.49 En el siglo xv, la arquitec tura no podía sino sobreponerse a la tesitura medieval de las ciudades, edificios y perspectivas derivadas del clasi cismo, aprendidas tanto en el tratado vitruviano como en los ejemplos aún ampliamente visibles en el paisaje urba no. Desde comienzos del siglo xvi, y durante casi todo ese siglo, los proyectos implican a la totalidad de la estructura urbana. La “ciudad ideal” es, así como para los autores del siglo V y para Platón, una ciudad de nueva fundación, imaginada ahora como puro espacio. Gran parte de los proyectos de los arquitectos del siglo xvi presenta franjas amuralladas geométricas de forma poligonal o en estrella, diseñadas así por razones estrictamente militares (en 47 Vercelloni, Atlante storico, cit., lám. 42. **G. Simoncini, Cittá e societá nel Rinascimento, Turin, Einaudi, 1974, vol. I, póg. 62. 49 Ihíd., pág. 200. oo función de defensa de las cada vez más poderosas artille rías), pero es la regularidad del tejido interno quien mues tra el intenso proceso de abstracción. En el interior de la planta circular predomina la distribución ortogonal de los espacios, a partir no de la periferia, sino del centro. La plaza, por la amplitud de su forma y su proyección cua d ran g la r, es la que organiza y gobierna el resto del espacio urbano. Se proyecta así un sistema de plazas, conectadas por calles perfectamente lineales, que obligan a su vez al proyectista a pensar la ciudad por manzanas o por cuadras.*°El efecto de multiplicación del orden de cada unidad individual sobre el conjunto produce una imagen de tendencia uniforme e igualitaria, que no casualmente regresará en muchas de las representaciones utópicas del siglo xvi. La ciudad ortogonal por supuesto que remite a la tradi ción urbanista clásica, griega y romana. Le permite, ade más, al proyectista orientar la totalidad del complejo se gún exigencias técnicas y climáticas. Según Simoncini, la tipología ortogonal responde, pues, a una tendencia “prác tica”, orientada hacia una especialización zonal, con una débil fuerza atractiva del centro. El otro modelo urbano, el radial, revela en cambio la fuerza organizadora y subordi- nadora del poder principesco (o eclesiástico): por razones geométricas, el espacio es jerarquizado. En el centro está previsto el edificio que servirá como palacio del príncipe, el sitio donde en la tradición gótica medieval estaba la cate dral. La tipología radial está mucho más sometida a las op ciones representativas y de perspectiva, se presta a las exigencias escenográficas de un poder centralizador y tiene una elevada potencialidad de comunicación simbóli ca. Basta con recordar la vista de la ciudad ideal de fray Giocondo da Verona (1513),50 51 ciudad radial que tiene en el centro un templo circular, y confrontar la idea del Paladio según la cual los edificios religiosos y de los nobles debían ser el eje de varias vías convergentes (1570)“ con la prác tica realización del plano vial policéntrico operado por 50 Modelos de ciudad ideales, en Vercelloni, Atlante storico, cit.; Simon- cini, Cittá e societá, cit.; P. Lavedan, Histoire de l ’urbanisme, II, Rcnaissan-ce et temps modernes, París, Laurens, 1959. 51 Simoncini, Cittá e societá, cit., vol. II, pág. 99. “ Ibíd., vol. I, pág. 205. “ Vercelloni, Atlante storico, cit., lám. 74. Sixto V en Roma entre 1585 y 1590.53En la vertiente de la proyección militar y civil, durante el siglo xvi terminó preva leciendo el implante poligonal/radial, opción que privilegiaba el control desde el centro de todas las partes de la ciudad, rápidos desplazamientos y una serie de posibilidades desde el punto de vista de la perspectiva. Por supuesto, la realización sólo fue posible en casos limitados de ciudades-fortaleza de nueva fundación, como Casale y Palmanova. La ciudad radial presenta un mayor grado de estabilidad y uniformidad. Esta observación de los historiadores de la arquitectura54 se basa en la proximidad entre modelo urbano y consolidación del poder absoluto: se puede transformar sólo el edificio o los edificios centrales, pero la organización del espacio no está sometida a cambios. En cuanto imagen reificada de las jerarquías de poder, esta variante de la “ciudad ideal” del siglo xvi representa simbólicamente su inmutabilidad. 3. 2. Divinas proporciones: hermetismo y metamorfosis del círculo Puesto que ambas morfologías urbanistas de la ciudad renacentista tendrán una historia propia en la literatura utópica, cabe tomar nota de que si bien la regularidad del módulo en forma de tablero era portador, junto a la simpli cidad de la construcción geométrica, de un significado adjunto de tipo realista, la elección del círculo y de su centro generador llevaba consigo un significado más inten so y abstracto. Las huellas de la fuerza simbólica del círculo, derivada de las filosofías de ascendencia neoplató- nica, afectan a la ciudad también y, sobre todo, en el Renacimiento. La idea platónica de La República por la cual la “ciudad ideal” no es más que una exteriorización de las partes del alma resulta retomada figurativamente por ejemplo en el Trattato di architettura de Francesco di Giorgio Martini. En el caso del arquitecto de Siena, la analogía queda instituida entre la ciudad y el cuerpo humano. La ciudad ideal es aquella que corresponde a la figura y a las funciones del hombre. En el dibujo, el centro M Simoncini, Cittá e societá, cit., vol. I, pág. 204: L. Mumford, La cittó nella storia, Milán, Bompiani, 1989, págs. 406 y ss. [La ciudad en la historia; sus orígenes, transformaciones y perspectivas. Buenos Aires, Infinito, 1979]. está constituido por el corazón humano y la ciudad se irradia en círculo a partir de este centro vital.*5 La versión urbanista de las correspondencias entre micro y macrocosmos nos dice cuánto esta relación estaba entonces inclinada en favor del hombre en el neoplatonismo de fines del siglo xv. Pero cabe recordar que en la simbólica del círculo, la tradición filosófica trataba metafóricamente un principio teológico: “Dios es una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna parte”, escribía el anónimo autor seudohermético del Líber XXIV philosophorum (siglo xul.^El centro es el generador del círculo (Plotino) y Dios es el gran punto inicial universal (Escoto Erígena).57 También Dante, en el Paraíso, no puede imaginar mejor metáfora para definir lo Indefinible, que es “el punto/en el que todos los tiempos están presentes” (XVII, 18). El centro, pues, contiene también la idea de eternidad, pero con la sugerencia del emanatismo neoplatónico, no una eternidad inmóvil de tipo aristotélico, sino más bien una fuerza dinámica, creadora y productora de forma y sentido. En la declinación hermético- mística, por ejemplo en Meistcr Eckhart, la concepción de Dios como mónada y esfera significa “que en todo momento y en todo lugar Dios se constituye en centro de todos los momentos y de todos los lugares”.65 La eternidad se ha en camado en el tiempo y la esfera infinita se ha reproducido en los confínes del alma humana. De tal modo, entonces, otra metáfora de la perfección surge de la filosofía neopitagórica y platónica, en la cual lo Uno creador y productor de formas se expresa matemáticamente como unidad, a partir de la cual cobra sentido toda otra cifra, co mo centro, del que nacen todas las líneas, como circunferen cia, en la que cada punto es equidistante del centro. El círculo es para Platón “entre todas las figuras, la más perfecta y la más semejante a sí misma” y “lo semejante [es] infinitamente más hermoso que lo desemejante” (Timeo, 33 b). Para Pico delta Mirándola {De dignitate), el alma del hombre se encuen tra a su vez en el centro de un espacio en el que puede expandirse merced al conocimiento.59 La ciudad de piedra es u Simoncini, Cittá e societá, cit., vol. II, pág. 40-41. 54 G. Poulet, Les métamorphoses du cende, París, Flammarion, 1979, pág. 25. K Ibíd., pág. 40. 58 Ibíd., pág. 32. “ Cfr. la intoducción de C. Vasoli a la reimpresión de la Opera omnia de Giovanni y Gianfrancesco Pico, Hildesheim, Olrris Verlag, 1969. obra del hombre, y en ella repite y consagra las divinas correspondencias. Su modelo es estrictamente numérico y en este lenguaje se expresa la humana vocación a reproducir las proporciones del universo. La “ciudad ideal” del Renacimien to no es, por lo tanto, sólo una planta circular con sus calles radiales, sino una organización de espacios (ediñcios y sus proyecciones) a partir de un punto. Un modelo espacial racional, matemático, uniforme no sólo está disponible, pues, teóricamente; está bajo la mirada de intelectuales y ciudadanos, es un experimento concreto, tal como para inducir a preguntarse si algunas descripciones utópicas del siglo xvi no eran, también, proyectos arquitectó nicos, frustrados sólo por falta de conocimientos técnicos. 3. 3. Modelos de la vida civil: la variante armónica La “ciudad ideal” es un fuerte instrumento descriptivo y simbólico para la utopía. Pero es urbs y no civitas. A los efectos de obtener los elementos útiles para diseñar una comunidad ideal -con los hombres y sus intereses- se podrá recurrir una vez más al pensamiento antiguo. En las utopías del siglo xvi resulta frecuente recurrir directamente a la fuente platónica y, a través de Aristóteles, a la hipodamea, que preveían la distribución de la población de una ciudad, a la que se suponía cuantitativamente estable, en clases o tribus según un número sagrado, 10 ó 12. Una solución cla- sificatoria no es, sin embargo, más que una aproximación al principal valor buscado, tanto en la utopía griega como en la moderna: la armonía. Si la armonía es una de las constantes de la utopía moderna, como considera la mayor parte de los intérpretes, su realización es satisfecha por dos condiciones alternativas: o es fruto del origen divino del que la comunidad ideal es el reflejo o la encarnación (la Jerusalén celestial bajada a la Tierra, el Paraíso de los beatos), o es el resultado de un modelo relativo no a la forma material, sino a la regulación de las relaciones humanas. Bajo este aspecto, de la filosofía aristotélica no podía provenir ningún aliento concreto, vista la compacta crítica dirigida hacia el procedimiento deductivo en la búsqueda de la mejor forma posible de gobierno. De todos modos, el modelo “armónico” llega a la Edad Moderna por vía filosó fica, a través del pitagorismo y el platonismo. La armonía no debe ser confundida con el pacifismo; es una condición absolutamente interna de la comunidad, la que, hacia el exterior, puede ser belicosa e incluso (como la Atlántida) conquistadora. La armonía pitagórica tiene una base nu mérica y musical; es la perfección de las combinaciones numéricas que traducen los movimientos de los cuerpos celestes y, por lo tanto, es intrínseca al macrocosmos. Vuelta a pensar por Platón como armonía entre las partes del alma y colocada como fundamento de la perfecta repú blica, la armonía es siempre una sucesión de proporciones aritmético-geométricas (La República, V III 346 b-c). En
Compartir