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Otras publicaciones Primer Concurso Relato Autobio- gráfico Breve 2018 Varios autores Seis cuentos. Ganadores y finalis- tas del Segundo Concurso de Cuento para Jóvenes Andrés Caicedo 2018-2019 Varios autores Un viaje sin viajero: relato de extranjeras en Calcuta. Un aporte desde los estudios narrativos Lorena Botero Carvajal y Orlando Puente Moreno Autores Ingrid Vanessa Murillo Moncayo Primer lugar Natalia Perea Restrepo Segundo lugar Milton Patiño Duque Tercer lugar Gabriela David Rendón Primera mención de honor Luz Maribel Cañas Largo Segunda mención de honor Juan Carlos Vergara Tabares Tercera mención de honor Edición académica Claudia Alexandra Roldán Morales Universidad Autónoma de Occidente ¿Que hubiera sido de...? ¿Que hubiera sido de...? En este libro hacen presencia dos escenarios. En el primero, autores universitarios utilizan recursos literarios innovadores y auténticos. Hay ritmo y eufonía en los modos de narrar, lo que revela la asunción del juego con el lenguaje, pero también, paradójicamente, la crisis de identidad o el desacomodo con el mundo. Autores y autoras podrían continuar por la senda de ayudar a vivir leyendo. Y en el segundo, desarrollado por jóvenes que cursan los últimos grados de la educación fundamental (10 y 11), los personajes perciben que están en el limbo. Predicen lo que es el mundo con sus automatismos y tienen la duda de continuar. Algo de Sartre y de Camus se solapa en las historias narradas. Como compensación, está el ensimismamiento apuntalado en los imaginarios de esos otros que vuelven y te hablan, fantasmas que vigilan y te empujan a seguir viajando entre los ensueños y las fantasías. Aunque sean fantasmas, no estamos solos en este planeta del deterioro, es la premisa que como eco fluye en las narraciones de los jóvenes escritores que aquí presentamos. Fabio Jurado Valencia Universidad Nacional de Colombia Edición académica Claudia Alexandra Roldán Morales Universidad Autónoma de Occidente Laura Alejandra Tamayo Loaiza Primer lugar Juan José Mondragón Gahona Segundo lugar Andrea Carolina Chamorro Hernández Tercer puesto Cristhian Camilo Insuasty Melo Primera mención Maríalejandra Orozco Sánchez Segunda mención Miguel Ángel Aragón Barreto Tercera mención Laura Sofía Mora Micolta Primer lugar María Camila Rayo Mosquera Segundo lugar Luisa Fernanda Palacios Lagarcha Tercer lugar Stephanía Camacho Guzmán Primera mención Brenda Benavides Segunda mención María Alejandra Gómez Garnica Tercera mención Autores 19J Universidad AUT6NOMA de Occidente Que hubiera sido de ...? ? Que hubiera sido de ...? ? ¿Qué hubiera sido de ...? © Universidad Autónoma de Occidente © Autores: Laura Alejandra Tamayo Loaiza Juan José Mondragón Gahona Andrea Carolina Chamorro Hernández Cristhian Camilo Insuasty Melo Marialejandra Orozco Sánchez Miguel Ángel Aragón Barreto Laura Sofía Mora Micolta María Camila Rayo Mosquera Luisa Fernanda Palacios Lagarcha Stephanía Camacho Guzmán Brenda Benavides María Alejandra Gómez Garnica ISBN impreso: 978-958-619-120-3 ISBN PDF: 978-958-619-121-0 © Universidad Autónoma de Occidente Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali, Valle del Cauca, Colombia. El contenido de esta publicación no compromete el pensamiento de la Ins- titución, es responsabilidad absoluta de sus autores. Tampoco puede ser reproducido por ningún medio impreso o digital sin permiso expreso de los dueños del Co- pyright. Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gobernación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institucional de Alta Calidad, Res. 23002 del 30 de noviembre de 2021, con vigencia hasta el 2025. Acreditación Internacional de Alta Calidad, acuerdo No. 85 del 26 de enero de 2022 del Cinda. Vigilada MinEducación. Gestión Editorial Vicerrector de Investigaciones, Innovación y Emprendimiento Jesús David Cardona Quiroz Jefe Unidad de Visibilización y Divulgación de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. José Julián Serrano Quimbaya jjserrano@uao.edu.co Coordinación editorial Mayra Alejandra Angulo Correa maangulo@uao.edu.co Editora y coordinadora académica Claudia Alexandra Roldán Morales Universidad Autónoma de Occidente Diagramación y diseño Sandra Tatiana Burgos Díaz Impresión Impreso en Colombia Printed in Colombia CONTENIDO Prólogo .................................................................................... 7 Fabio Jurado Valencia Categoría estudiantes universitarios ¿Qué hubiera sido de...? .......................................................... 15 Laura Alejandra Tamayo Loaiza Universidad de San Buenaventura Primer lugar La despedida .......................................................................... 25 Juan José Mondragón Gahona Universidad del Valle Segundo lugar ¡Yo no soy yo! ....................................................................... 33 Andrea Carolina Chamorro Hernández Universidad Autónoma de Occidente Tercer puesto Periplo ................................................................................... 41 Cristhian Camilo Insuasty Melo Universidad de Nariño Primera mención “20 segundos” ....................................................................... 49 Marialejandra Orozco Sánchez Universidad Autónoma de Occidente Segunda mención Mariposas desteñidas ............................................................. 57 Miguel Ángel Aragón Barreto Universidad Distrital Tercera mención Categoría Estudiantes del Programa de Articulación con Educación Media (PAEM) El limbo ................................................................................. 69 Laura Sofía Mora Micolta Colegio Americano Primer lugar Mi verdad oculta .................................................................... 77 María Camila Rayo Mosquera Colegio Nuestra Señora de la Consolación Segundo lugar La vida que llamo infierno ..................................................... 87 Luisa Fernanda Palacios Lagarcha Colegio Comfandi Miraflores Tercer lugar Proceder en la vida mía ......................................................... 95 Stephanía Camacho Guzmán Colegio Gimnasio Los Farallones Primera mención Un pasado triste, una actualidad alegre, pero un futuro sin resolver .................................................... 101 Brenda Benavides Colegio Comfandi El Prado Segunda mención Viaje sin regreso… .............................................................. 107 María Alejandra Gómez Garnica Colegio San Juan Bosco Tercera mención Prólogo El relato autobiográfico es un género literario análo- go a la “conversación” catártica en las terapias sicoana- líticas. La escritura autobiográfica, por sus singularida- des (el trabajo dispendioso de escribir para des-escribir y volver a escribir hasta alcanzar la imagen con la que se purga la pena y el desasosiego al narrar nuestra propia historia), es también catarsis y terapia. El relato autobio- gráfico escrito tiene como filtro el diálogo interior, ese otro género moldeado por la memoria y el pensamiento, que busca con afán una salida hacia el mundo profano. Y al salir, la fuerza de la subjetividad se encarna en el discurso literario: lo que se pretendía biográfico se hace literatura, es decir, arte. Antes de la escritura está la conversación que cada su- jeto construye en el pensamiento, y con ella la selección de la historia por narrar en el abanico de las experiencias personales; y a más experiencias, una alta posibilidad de relatos íntimos. Pero cuando se trata de escribir, no se elige cualquier relato, sino aquéllos que no se dejan nombrar en el lenguaje automático de la vida cotidia- na. El juego paradigmático de la escritura autobiográfica converge, precisamente, en la construcción simbólica, porque es la vía más expedita para la desalienación. Los escritoresjóvenes que hablan aquí se desalienan y se li- beran, a la vez que aportan a la posibilidad de la desa- lienación de los lectores potenciales: un circuito vivido por quienes se asumen como autores, pero asimismo en quienes leemos estos relatos, pues es inevitable la voz interior al pensar que eso también nos sucedió. Una de las constantes del relato autobiográfico es el desdoblamiento del sujeto que escribe mientras que se mira en el espejo cóncavo del encadenamiento discursi- vo de imágenes que devienen de experiencias vividas (el aprendizaje inicial de la escritura, los remansos líricos de la infancia con los columpios en los árboles; las fantasías y la figura de los abuelos; el último abrazo en la separa- ción de la madre que migra a otro país; la depresión y el miedo; las sensaciones e imaginaciones en un funeral; el acoso interior y la sensación de la culpa después del accidente de tránsito; la diversidad en la sexualidad…). Es cóncavo el fluir lingüístico, porque la escritura misma empuja hacia dimensiones estéticas y simbólicas, dando así lugar a la figuración literaria. El desdobla- miento propicia la construcción de narradores cuyas mi- radas lindan entre lo que rescata la memoria y lo que las palabras alcanzan a nombrar. Son aspectos constitutivos de los universos semánticos de los relatos autobiográ- ficos galardonados y que hablan en este libro. La rabia es necesaria para escribir, parecen decir los narradores entre los intersticios de un discurso desafiante; es la irre- verencia que la lectura y la escritura literaria propician, porque es el único tiempo de la libertad. En los seis textos de los autores universitarios los recursos literarios son innovadores y auténticos; se observa el esfuerzo por lograr la aproximación entre la escritura y el evento que el recuerdo activa en el aquí-ahora de las representaciones con las palabras; no es una escritura llana; fluye la poesía, de tal modo que podrían tomarse fragmentos para estructurarlos en ver- sos; es decir, hay ritmo y eufonía en los modos de na- rrar, lo que revela la asunción del juego con el lenguaje, pero también, paradójicamente, la crisis de identidad o el desacomodo con el mundo. Son, en general, textos que representan la valentía de los autores o las autoras al exteriorizar aquello que presiona la conciencia; al hacerlo, descubren el incons- ciente, como ocurre con la escritura literaria. Es notorio el bagaje de las lecturas, en unos textos más que en otros; la escritura denuncia la experiencia lectora del escritor, quien recrea sin darse cuenta la textualidad aprendida desde la escuela. Autores y autoras podrían continuar por la senda de ayudar a vivir leyendo. Como se muestra en los otros seis relatos, la literatura es, en efecto, el refugio de la desesperanza de los jóvenes en las dos primeras décadas del siglo XXI y, más aun, en la coyuntura pandémica. Se destaca en la segunda parte de este libro la publi- cación de relatos autobiográficos escritos por jóvenes que cursan los últimos grados de la educación fundamental (10 y 11) en los colegios que tienen convenios con la uni- versidad, en el marco de la articulación con la educación superior. Entre el castillo subjetivo de la adolescencia y el purgatorio del ir y volver al colegio transcurren estas his- torias de jóvenes ansiosos por salir, pero paradójicamente también por permanecer en el mismo sitio; por eso los personajes perciben que están en el limbo. El infierno es el que espera más allá de la casa/cas- tillo, en donde la adultez te somete a los habitus y a las fatigas de la vida, denuncian los narradores de estos re- latos. Predicen lo que es el mundo con sus automatismos y tienen la duda de continuar. Algo de Sartre y de Camus se solapa en las historias narradas. Y se cumple el efecto de la lectura y la escritura: finalmente emerge la convic- ción en una visión de mundo, si bien pequeño burguesa, con la seguridad para afrontar el destino en estos tiem- pos del aislamiento y de la pérdida de horizontes. Pero antes del equilibrio hay que dormir mucho, porque las pesadillas, a la vez que anuncian los fraca- sos, avizoran el porvenir. Y en estas pesadillas aparece, entonces, también el caos, que es la vida misma, la de padecer la separación con el otro, sean amigas, amigos, padres o madres o la edad misma que funge como com- pañera. Como compensación, está el ensimismamiento apuntalado en los imaginarios de esos otros que vuelven y te hablan, fantasmas que vigilan y te empujan a seguir viajando entre los ensueños y las fantasías. Aunque sean fantasmas, no estamos solos en este planeta del deterio- ro, es la premisa que como eco fluye en las narraciones de los jóvenes escritores que aquí presentamos. Fabio Jurado Valencia Universidad Nacional de Colombia Categoría Estudiantes Universitarios PR IM E R L U G A R Laura Alejandra Tamayo Loaiza Universidad de San Buenaventura Nació el 30 de noviembre de 2002 en Santiago de Cali. Busca plasmar sus ideas y pensamientos más abstractos en palabras. Escribir es su forma de co- municarse con el mundo y con la historia, y así quie- re dejar constancia de lo que ha aprendido de la vida, aquella que logra amar cada día más. Desde la saba- na de los Llanos Orientales esta estudiante de doble programa en Derecho y Gobierno y Relaciones In- ternacionales de la Universidad San Buenaventura de Cali llega al valle de cemento llena experiencias que le ayudarán a convertirse en el Ser Humano –en la auténtica acepción del término– que anhela. Pu- blicaciones anteriores: Pacto de Soledad, antología de relatos, Editorial Gold, Bogotá D.C. (2021) ¿QUÉ HUBIERA SIDO…? Ahora, mientras las tibias gotas de lluvia caen sobre la tierra seca y los tenues rayos del sol de las cinco dan- zan entre las hojas de los naranjos, evoco mis memorias. No es un secreto que las anécdotas de una joven ordi- naria no gozan de mayor distinción entre las artes de la sabiduría y el conocimiento de la vida; además, pueden carecer de precisión si se repara en el tiempo y en los detalles. Personalmente, me reconforta pensar que mis recuerdos más bien son danzas de sombras ardientes que dibujan en el viento, en la estrellada noche y en el alba, las figuras de un recuerdo incierto. No sé si mis recuerdos ocurrieron alguna vez en esta realidad que ustedes y yo compartimos; puede que mi in- fantil costumbre de ver el mundo lleno de posibilidades haya desdibujado por aquí y por allá los acontecimientos como sucedían en verdad. Tampoco puedo afirmar que lo que están a punto de leer salga del pensamiento de una adulta cuerda y razonable, con una definida concep- 16 Laura Alejandra Tamayo Loaiza ción del mundo y un carácter estable; sería necio decir que poseo alguna de esas virtudes. Todo lo que tengo son trazos sobre el agua que no duran mucho en mi mente; sin embargo, mientras me sean visibles, quiero mostrarlos a ustedes a través del menos prosaico de los placeres que permite ver más allá de la superficie humana: la literatura. Desde la seguridad que me significa, lean lo presente sin tener que verme a los ojos con extrañeza. Guardo la espe- ranza de que algún lector, ilustre e imaginativo, interprete estas memorias con la sensatez y cordura que me faltan continuamente en mis arrebatos de madurez propios del mal recibido estado de transición a la edad adulta. Sin más, comienzo por lo menos querido: el arrepen- timiento. Es un sentir incómodo que no comparto muy a menudo; su uso es nocivo y debe emplearse con sabidu- ría en ocasiones muy específicas que no podría delimitar en este breve escrito. Entiendo bien las consecuencias de su mal uso. Durante mi infancia, me enseñaron a tomar decisiones sensatas para no tener que arrepentirme más adelante, pero justo ahora no puedo contar más de dos de las que nunca tuve dudas. El problema no es el perjuicio que el resultado de esas decisiones trajo sobre mí; feliz- mente les comparto estaverdad que mis cortos dieciocho años me han enseñado: “Nada es tan grave como para causarle a un corazón sincero una tristeza permanente”. Más bien, la culpable de mis atisbos de arrepentimiento venenoso parece ser mi incansable imaginación para las 17 ¿Qué hubiera sido de...? posibilidades; esto, aunado a la dificultad para recono- cer el valor propio que se busca durante la adolescencia, provocó mi pensar. Es sencillo e incluso enviciador ima- ginar los resultados alternativos de acontecimientos del pasado: si se hubieran tomado otras decisiones en mo- mentos críticos de la vida, ¿yo sería alguien mejor? Este, mi muy estimado extraño, es un pequeño bosquejo de mi ¿Qué hubiera sido…? planteado, en su mayoría, durante los volátiles e imaginativos años de mi adolescencia. 1. Maravillas Bajo la sombra de un frondoso árbol de mandarinas, una niña montaba en el columpio que su abuelo había he- cho para ella. Los rebeldes rizos de su cabello jugaban con la brisa que traía sus sonoras carcajadas. La pulpa de man- darina aún en los bordes de su boca y las gotas del zumo que comenzaban a secarse en su vestido de flores, los pies descalzos en los que la niña parecía sentir cosquillas cuan- do se frotaban con la hierba suave y húmeda…, todo me era familiar y muy querido. La pequeña se giró y me ob- servó con sus enormes y expresivos ojos de almendra. Me llamó por mi nombre y me indicó que me acercara: —¿Qué buscas? —le preguntó mientras se columpiaba. —No estoy segura; solo sé que lo he perdido de vista y tengo la necesidad de hallarlo pronto. — 18 Laura Alejandra Tamayo Loaiza Hice una pausa; al cabo de unos segundos, agre- gué—: ¿Cómo te llamas? —Una vez tú y yo fuimos lo mismo. Ahora me lla- man Maravillas, porque me asombro fácilmente por descubrimientos que a los adultos ya no les causan emoción, pues mi mundo es mucho más grande que el de ellos y siempre tengo motivos para reír, como cuando salto con la canción de Pinocho, cuando me elogian por un trabajo bien hecho en el colegio o cuando me ponen disfraces y trajes de sanjuanero con bellas flores brillantes y bailo con los demás niños, mientras las personas alrededor parecen feli- ces. Mis maravillas favoritas son las que aparecen cuando escucho cuentos, fábulas y poemas; m i padre los lee muy bien, pero los mejores cuentos son los de mamá. ¿Recuerdas nuestra primera lec- tura? Rafael Pombo, él me inspiró para aprender a escribir en cursiva. ¡Nuestra primera vez escribien- do fue en ese tipo de letra! Desde entonces devo- ramos un libro tras otro; parecía que las maravillas nunca dejarían de surgir. —¿Cómo olvidarlo? —respondí—. La escritura en cursiva nos causó problemas cuando nos mudamos y nos cambiaron de colegio. Maravillas, tus profe- soras te forzaron a escribir en imprenta y te negaste con vehemencia. Eras muy testaruda, ¿no habría sido mejor si fueras más obediente y sosegada? 19 ¿Qué hubiera sido de...? —Yo defiendo lo que creo, sin importar la fuerza de la voz que pretenda obligarme a ser o pensar diferente; respeto las opiniones, pero nunca he permitido que mancillen mi identidad. Aun así, re- cuerda que llegamos a un acuerdo y no tardé en aprender un nuevo tipo de letra. Por otro lado, nun- ca dejé de preguntar y de retar a las maestras; de ese modo fue más difícil ganar su cariño. Pero mi obstinación y hambruna por el saber provocó mi promoción prematura al grado siguiente; muchos estuvieron en desacuerdo con la decisión y duda- ron de que tuviera éxito. —¿Qué hubiera sido de mis maravillas, si les hu- biera permitido a extraños, ajenos a mi corazón y fortaleza, trazar los límites de mi potencial? Desde entonces, juego con los niños mayores; eso me en- señó a pensar con astucia. Siempre creyeron que mi corta edad era una desventaja; quizá lo era, pero lo convertí en mi fortaleza, al igual que cada obstáculo que me impuso su desconfianza. El arma más pode- rosa con la que defiendo mis maravillas es el valor; no temo enfrentar retos desconocidos. La responsa- bilidad que más amedrenta el espíritu, aquella que luce imposible de concretar, es la que oculta las más grandes maravillas. Yo nunca dudé en aceptarlas, tú tampoco debes dudar, y si lo haces, que sea por las razones correctas. 20 Laura Alejandra Tamayo Loaiza En medio de sonoras carcajadas, la pequeña Maravi- llas me narraba con orgullo sus recuerdos más valiosos, aquellos en los que había encontrado grandes maravillas a pesar de las dificultades. Entonces, la niña se exaltó y gritando señaló: —¡Mira!, ¡mira!, ahí está. —¿Qué cosa? —¡Lo que estás buscando! ¡Ve, no lo pierdas de vis- ta o desaprovecharás las maravillas que te ofrece! La niña, despidiéndose, corrió a los brazos de sus abuelos. Se notaba que no se arrepentía de ninguna de las batallas que había librado para obtener sus maravi- llas, y la admiraba por eso. 2. Liderazgo En un balcón rodeado de altas montañas, la fresca bri- sa de la noche hacía danzar los castaños cabellos de una joven rolliza de sonrojado rostro. Un par de lágrimas sur- caban sus mejillas; tenía los ojos fijos en el cielo estrella- do y la luz pálida de la Luna descubría su tenue sonrisa. —¿Estás llorando? La joven me observó con los mismos grandes ojos de Maravillas, que irradiaban enorme voluntad y fortaleza, 21 ¿Qué hubiera sido de...? pero estos, a diferencia de los suyos, reflejaban atisbos de preocupación, decepción e impotencia. —Así es, pero solo porque estoy conmovida. Me mostró sus manos, tenían moretones y algunos rasguños. Luego me mostró su pecho y sus hombros; estos últimos estaban lastimados, y junto a su corazón tenía fuertes golpes que apenas comenzaban a sanar. —Me he caído muchas veces y he sido engañada para llevar cargas muy pesadas sobre mis hombros sin ninguna necesidad, todo para subir hasta aquí. Señaló tras de mí unas escaleras de cristal que, des- de arriba, parecían muy cortas. A través de ellas, divisé personas que subían peldaño a peldaño; apenas estaban comenzando el camino. Unas no se esforzaban por avan- zar, se sentaban a descansar tras cada paso que daban, y las escaleras parecían interminables; otras, era tanto el esfuerzo que reunían en subir, que rápidamente solo les restaba un peldaño o dos para alcanzar la cima. —¿Esas personas que se esfuerzan en subir cada peldaño hasta aquí arriba tendrán que sufrir los gol- pes que tú has recibido? —No lo sé. Espero que no. Yo me he caído y pron- to me levanté para prevenir que volviera a suce- der; obstáculos me han abatido y los soporté; estoy agradecida porque los golpes han sido pocos y la 22 Laura Alejandra Tamayo Loaiza recompensa ha sido más grande de lo que merezco. Alguna vez olvidé que, además de sueños, tengo responsabilidades; ambas cosas provocan gran sa- tisfacción, mas no puedo alcanzar ninguna de ellas si fallo en la otra. Ignoraba que aquello que apren- día podía enseñarlo a otros y que muchas cosas de- penden de mi esfuerzo; comprendí que del equili- brio que encuentre en mis batallas dependerán mis victorias, y estas últimas tendrán sentido mientras haya humildad y verdad en mi corazón. Mientras haya vida y esperanza, creo que los valientes que suben la escalera de cristal verán el cielo abierto y las altas montañas. Soy feliz porque mis caídas ya no son tan frecuentes como antes y los golpes due- len mucho menos. Lo que has perdido de vista ya se acerca, mira, ¡ahí llega! —¿Qué es lo que llega? —La vida… Ahora que la ves con claridad, síguela y no la pierdas de vista, porque está llena de mara- villas y de retos que enfrentar. Ve y disfruta cada parte de ella con valor y consideración por los pasos que dan los demás. No sé si todo el tiempo hago un buen trabajo cum- pliendo con mis responsabilidades y persiguiendo mis sueños, pero si hay alguien que aprenda algo, por peque- ño que sea, de mi tenacidad y maravillas, habrá valido la 23 ¿Qué hubiera sido de...? pena la dureza del aprendizaje vivido. Mis erroresy acier- tos hacen parte de los peldaños que he subido; ahora, mi prioridad será aplicar mis descubrimientos y alcanzar el alba con las montañas y el cielo abierto como testigos del más dulce de los triunfos… vivir como valiente. SE G U N D O L U G A R Estudiante de últimos semestres en la Licencia- tura en Literatura de la Universidad del Valle. Ga- nador del tercer lugar del III Concurso Nacional de Cuento - Andrés Caicedo, cuyo libro compilatorio está próximo a aparecer. Colaborador de Magalico, un proyecto editorial, donde escribe todo tipo de co- sas cuando su angustia crónica se lo permite. Gestor cultural, pianista frustrado, que en algún momento creyó firmemente que el arte podía cambiar el mun- do. A veces no se quiere ir de Colombia. La mayoría de su obra permanece inédita. Espérenla. Juan José Mondragón Gahona Universidad del Valle LA DESPEDIDA 1 Mamá está pesando su maleta. Hace una fila para los viajeros internacionales y yo la veo desde lejos. Una hora después, ella abordará un avión a España. No la volveré a ver en dos años, pero en ese momento no sé si serán dos, diez o nunca. Mi primo se acerca por mi espalda y llama a mi hermano. Quiere que nos tomemos una foto; los tres, porque mi tía también viaja. Me pregunto por qué es necesario tomar esa foto, si es un día más bien triste, opaco. De todas formas, no protesto y mi primo dis- para una selfi. Hoy no sé dónde está esa imagen, pero me gustaría tenerla; sobre todo, porque mi recuerdo de la jornada se ha puesto espeso, como una bruma de la que a veces surgen imágenes a la superficie. 26 Juan José Mondragón Gahona Después de tomar el retrato, mi primo señala a mamá y a mi tía. Me dice: “¿Sabes por qué yo esperaba que ellas viajaran? Porque ellas aquí ya no estaban viviendo”. II Colombia es un país que expulsa gente. A veces, a la fuerza, porque no hay otra forma de salvar la vida. Me parece que gran parte de la gente que se va de este país lo hace más o menos a la fuerza. Claro, hay fuer- zas más asfixiantes, más profundas, más fuertes que otras: una amenaza, un río que destruye una vivien- da, un pariente perdido que hay que encontrar. Emi- grar…, ¿emigrar es un deber porque aquí ya no hay un trabajo estable? ¿Qué significa irse del país cuando no existe una vida digna? Son fuerzas, sogas que parecen apretar más lento, pero, al fin y al cabo, razones por las que mucha gente se va y no regresa. Por lo anterior, uno de nuestros principales pro- ductos de exportación es el exiliado, calificado o no. Los datos son dicientes: según bases internacionales, el número de colombianos en el exterior está entre los tres o cuatro millones. No obstante, estos datos presentan un alto subregistro: por todo el mundo hay colombianos que temen acercarse a las oficinas del gobierno por miedo a ser deportados. 27 La despedida III En los días posteriores al viaje tuvimos que vaciar la casa de las pertenencias de mamá. Ella dejó muchas cosas sin empacar, quizás porque 23 kilos no pesan toda una vida que hay que llevar en la maleta. En su cuarto ha- bía un reguero de cosas que eran muy cotidianas para ser importantes, o eso pensé cuando las vi: tarros de maqui- llaje, ropa, sus sábanas... Con los días botamos casi todo y mamá protestó bastante. “Todo eso puedes volverlo a comprar”, le dije. Pero ella insistía en que no, en que guar- dáramos los objetos. Puedo pensar que en ese momento ella tenía la ilusión de que iba a regresar pronto, y que el recuerdo de la vida que se llevó no iba a estar tan alejado de la realidad que se iba a encontrar cuando volviera. Na- turalmente, no ha regresado: su vida se ha terminado de armar allá, al otro lado del océano, y yo me pregunto si aún extraña los trozos de su pasado colombiano. IV Buena parte de la familia de mamá empezó a emi- grar a España a finales de los noventa. Se asentaron en el norte unos y en el centro otros. Los planes para llevar a mi madre empezaron alrededor de 2017, cuando ya definitivamente un trabajo estable y bien remunerado era imposible. En los años anteriores nos la habíamos 28 Juan José Mondragón Gahona V Mamá termina de registrar el equipaje; ya solo queda un pequeño bolso de mano, que ella carga a todos lados. Estamos sentados en la sala de espera del Aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón, esa estruc- tura de concreto que se esconde en medio de los ca- ñaduzales que están entre Palmira y Cali. Mi tía bebe un café bastante caro, para extinguir los nervios. Te- nemos cierta paranoia de que van a descubrir el plan, a pesar de que mamá repasó conmigo el itinerario de trenes y hoteles durante días anteriores. Durante tres meses podrán vivir de manera regular en España; des- pués de eso, les espera un largo camino para obtener el arraigo social. ingeniado para sortear las duras circunstancias econó- micas que vivíamos. Cuando ella pudo ganar un suel- do decente en España, entendí que esas remesas no sólo eran una ayuda económica, sino un vínculo. Una muestra de su sacrificio, que definitivamente no fue el primero. Por eso, pude entender que el precio de la indocumentación era un salario digno y una calidad de vida más alta; por eso, elegir cierta clandestinidad y anonimato en un país extraño es siempre mejor que la escasez en una tierra conocida. 29 La despedida Todo el tiempo hay ruido por los altavoces. Al- gunas personas duermen y otras están despiertas, an- siosas por el viaje. En la pantalla aparecen los nom- bres de varios destinos: Buenos Aires, Lima, Madrid. Leyendo las letras amarillas sobre la pantalla negra, me pregunto cuántos de esos pasajeros no volverán a su tierra, cuántos se van a despedir hoy por última vez de los hijos o de los hermanos, qué sentirán ellos cuando el avión despegue y la tierra se haga chiquita, y allá, a diez mil metros de altura, piensen en el futu- ro con angustia o esperanza. Al vuelo, que sale a las cuatro, le quedan pocos minutos para el embarque. VI Los hijos parecemos olvidar que nuestro cuerpo en algún momento no fue diferente al de la madre —o de- bemos hacerlo. Pero al tener lejos a mamá, recuerdo que mi piel es la extensión de la suya: ambas tienen el mismo tono, la misma aridez. Viéndome en el espejo recuerdo que en algún punto nosotros dos solo fuimos uno. Hay días en los que no hablo con ella. Las siete horas de diferencia a veces no nos dan margen. Hay momentos en los que prefiero otras cosas y dejo su llamada para después. Pero siempre regreso, porque 30 Juan José Mondragón Gahona a la madre uno siempre vuelve. Con el tiempo, los diciembres y los cumpleaños se han vuelto difíciles. Es como si en esos días el abismo de la ausencia en- tre los dos se abriera más. Las fechas especiales nos recuerdan que hay ocho mil kilómetros de distancia entre ambos. La pantalla, desde donde ella me ve y yo la veo, también nos lo recuerda de manera sutil: basta una batería agotada o una caída en la energía y la comunicación se corta. Y aunque en el futuro la humanidad se pueda comunicar mejor, nada va a ser igual a las huellas de su cuerpo. Nada será igual al rastro que dejaron sus abrazos. VII Mamá avanza de manera decidida hacia la puer- ta. Hay un guarda de seguridad que nos mira desde lejos y sabe que ella no va a volver. Yo empiezo a decirle adiós a mi tía. Todos tratamos de contener las lágrimas: nos despedimos con frases cortas, simulan- do que ellas solo se van a pasear y que volverán unos meses después. Por último, abrazo a la mujer que me trajo al mun- do, esa mujer que quiero de una manera inexplicable y misteriosa, con ese amor que ha pasado por las vías de la entrega y del enojo. Le susurro apretando los dientes: “Perdón por todo, mamá”. Ella se separa de mis brazos y 31 La despedida me mira para consolarme; luego me dice, con el trazo de media sonrisa: “Aquí no podemos llorar”. Entonces, se da la vuelta y aborda el avión. T E R C E R L U G A R ANDREA Carolina ChamorroHernández Universidad Autónoma de Occidente Estudiante de Publicidad de la Universidad Au- tónoma de Occidente. Nacida en la ciudad de Pal- mira en el año 2000. Le teme al aburrimiento y le gusta viajar de cualquier forma que se le presente: a través de libros, películas, aviones, personas y, por supuesto, escribiendo. Se siente profundamente fe- liz de ser publicada por primera vez. ¡YO NO SOY YO! Aún no sé cuál fue el detonante. “El detonante”, me preguntó mi primer psiquiatra, la gota que colmó el vaso, la razón por la cual todo se desbordó. Detonó. Nunca tienes todas las respuestas y aprendes a vivir con eso. En el fondo, siento que en mi cuadro de depresión nunca hubo una primera explosión; a veces, el humo se propaga y no recuerdas cuál fue el momento en que dejaste de respirar. Solo puedes cuestionarte e intentar analizar todos los momentos que te llevaron a ello, las señales, los miles de indicios que sabías que estaban ahí, pero no quisiste ver. “Siempre estabas enojada”, dice mamá cuando le pregunto sobre mí cuando era niña; todos lo saben y me lo dicen como recordando una anécdota divertida: rabietas infantiles totalmente normales. Lamentablemente, muchos no saben que de- trás del enfado había una niña solitaria, inquieta, que nunca lograba hacer amigos y que con solo cuatro años se preguntaba por qué tenía que morirse, aunque toda- 34 Andrea Carolina Chamoro Hernández vía faltaba mucho para ello. Una niña que, entre todos los poemas del mundo, decidió que Resurrecciones, de Julio Flores, era el poema perfecto para recitar en clase. Al final, la terapia me hizo entender que nunca estuve realmente enojada, simplemente no sabía reaccionar a la tristeza, a la ansiedad y al miedo. Y como te darás cuen- ta, fue inevitable que me pasara factura. Finalizaba el año 2018, había terminado mi primer semestre de universidad; una experiencia nueva que no había logrado alarmarme, buenas notas, nada demasia- do importante. De hecho, había sobrevivido exitosa- mente a un conjunto de dudas y temores que podrían haberme desmoronado. Seguía viva. Entonces, no sé por qué sentía en lo más profundo de mí que algo no estaba bien. Empezó con ansiedad, un absurdo miedo a la nada, a existir, a despertar en las mañanas. No te miento, habían sido meses esenciales y llenos de cam- bios; había llorado la muerte y besado la vida; sin em- bargo, justo en ese momento todo transcurría normal, ordenado, no había de qué preocuparse. Pero estando ahí, sentada en el comedor de mi casa, sabía que algo no estaba bien, solo que no sabía qué. Intentando recordar los indicadores, puedo rescatar que siempre tuve un problema con el tiempo, no sabía cómo manejarlo ni cómo vivirlo, me quejaba del hastío, de la existencia desprovista de sentido, de lo peligroso que era pensar de más, del terror de quedarme demasia- 35 ¡Yo no soy yo! do tiempo dentro de mi cabeza y luego no poder salir. Necesitaba estar constantemente distraída; me gustaba estar sola, aunque sabía que no era conveniente y, por tanto, me obligaba a salir, pese a que volviera destruida. Esa vez, al igual que en años anteriores, las vacaciones de noviembre llegaron como una amenaza; mi mente ha- bía decidido enfrentarse a lo que llevaba tanto tiempo evitando: a mí misma. En mi ser, la tristeza y el aburri- miento se hacían sinónimos. Nunca estaba triste, estaba aburrida. ¡Como si decir que estar aburrida significara estar menos triste! De hecho, Kierkegaard aproxima el aburrimiento a la melancolía y, al parecer, yo soy melan- cólica, o eso dijo José, el psicólogo de mi padre. Todos los trastornos mentales son diferentes y des- cribir el mío resulta curiosamente fácil, solo fue necesa- rio navegar entre los detalles. Los signos ahora son tan evidentes, que resulta impensable que nadie los hubiese visto antes. Los síntomas se hicieron presentes de forma lenta, pausada, dándome tiempo para sentirlos, para ase- gurarme, para buscarlos en Google, para intentar deses- peradamente hallarles solución, mientras tenían tiempo suficiente para dejarme completamente paralizada. Me convertí en un esbozo de lo que era; se había quedado la tristeza, pero el resto de Andrea y lo que la había mante- nido a flote hasta ese momento había desaparecido. Lle- gó la desesperanza, la apatía y el llanto fácil. El recuerdo de los primeros meses es opaco, doloroso; es posible que 36 Andrea Carolina Chamoro Hernández estuviese dormida la mayor parte del tiempo. Los días inmensamente largos me obligaron a pedir la primera cita médica, la primera de muchas, que por mucho tiem- po pensé que no terminarían. Dicen que el primer paso es aceptarlo. “¿Un paso hacia dónde?”, me pregunté, mientras estaba en consulta, mientras el doctor hablaba, mientras mi mente se perdía en el sonido que hacía el teclado cuando él escribía; un paso hacia lo inevitable, la prueba irrefutable de que yo misma no era suficiente, que la vida me pesaba, que necesitaba de órdenes médi- cas para continuar. Decidí aplazar el siguiente semestre, no sin haberlo intentado: pensé que si volvía a la rutina todo lo demás desaparecería, pero resistí apenas una semana de cla- ses antes de tener un ataque de ansiedad. Nuevos sín- tomas aparecían y poco a poco me agobiaba el miedo de nunca volver a ser normal, de nunca haberlo sido, de tener que explicar para siempre que estaba rota y que amarme sería complicado. Ya no me reconocía en las fotos; tenía que mirarme compulsivamente al espe- jo para recordar que seguía existiendo; de hecho, fui a donar sangre con el único objetivo de saber si aún tenía sangre en el cuerpo. Dormía todo el día y despertaba en las madrugadas; no quería comer y me corté el cabello porque ya no podía lavarlo. Mi vida se convirtió en una espera interminable de lo desconocido y la persistente búsqueda de un desenlace. “¿Ha pensado en la muer- 37 ¡Yo no soy yo! te?”, me preguntaron muchos psiquiatras. “Sí”, respon- día yo. “¿Ha pensado en suicidarse?”, era su siguiente cuestionamiento. “No”, contestaba. Desistir nunca fue una opción, y aunque cada día despertaba con la certeza de que estaba completamente perdida, también estaba segura y convencida de que no estaba sola. No me negué a ningún tratamiento y lo in- tenté todo: escuché a mi mamá rezar el rosario todas las mañanas conmigo en mi cama para calmarme; acepté la idea de mi papá y le di la oportunidad a las flores de Bach como medicina alternativa; acudí a numerosos psicólogos públicos y privados; me remitieron a Psi- quiatría; tomé tres diferentes tipos de antidepresivos; leí libros de superación; me forcé a hacer ejercicio y hasta me bañé en ruda. De pronto, a finales de mayo del 2019 todo empezó a mejorar. Al igual que el detonante, es difícil elegir cuál fue la solución definitiva. Considero que fue la prescripción, una unión de dos diferentes medicamen- tos; otros dirán que fue la ruda, pero quién sabe, pudo ser todo lo anterior o quizás simplemente nada. De la misma manera en que llegó, empezó a irse, involunta- riamente, poco a poco y sin darme cuenta. Recuerdo que un día me quedé dormida temprano y al despertar sentí que mi mente podía respirar. Nunca había apre- ciado tanto el silencio interno; no quería vomitar, no estaba temblando, no tenía ningún pensamiento intru- 38 Andrea Carolina Chamoro Hernández sivo. Solo éramos las cobijas y yo, el sueño y el alivio. Podría describirlo como el instante en que se te destapa la nariz después de estar mucho tiempo congestionado y vuelves a respirar bien. Placeres de la vida que no aprecias hasta que se van. Cuando desperté, ese día vol- vió la esperanza. Se me destapó la vida. Empezó un resurgimiento extraño, impasible pero atento; los síntomas fueron desapareciendo uno detrás de otro; inadvertidamente se desvanecieron los delirios, y después de un tiempo intentaba no pensar en ellos porque temía que eso los hiciera regresar. Cada día se sentía un poco más natural; casi comoantes, pensé en su momento. Pero nunca volvería a ser como antes; honestamente, no quería que así fuera, y no lo es. Por momentos reflexiono sobre el para qué de todo esto, si fue solo consecuencia de un problema no tratado, si fue una de esas situaciones necesarias para generar un cambio o, sencillamente, si fue parte de mi historia. Yo diría que un poco de todas. Volví a la universidad y recuperé mi ritmo de vida, reconecté con el mundo, empecé a reírme incluso más que antes y, lo más im- portante, aprendí. Ahora sé lidiar un poco mejor con mis emociones: puedo decir que estoy triste cuando lo siento en el pecho, empecé a reconocer mis patrones y no me da miedo pedir ayuda. Ahora me permito amar lo esencial, valorar lo inmaterial, esperar sin impacien- tarme y tenerme en cuenta. 39 ¡Yo no soy yo! Aunque existe recelo a recaer, sé que tengo la fuer- za para afrontarlo. Entendí por fin que no hay nadie aparte de mí misma que me pueda hacer feliz y con quien quisiera pasar la vida entera. Cuando me animé a participar en el concurso y me decidí a escribir mi his- toria, mi mamá sugirió que un buen título para un relato autobiográfico era “Esta soy yo”; me pareció divertido, pero negué con la cabeza al pensar en la experiencia que quería contar; afirmé: “No, ma, esa ya no soy yo”. PR IM ER A M EN C IÓ N Cristhian casi siempre lleva en su bolso Los cantos de Maldoror, de cuando en cuando abre al azar unas de sus páginas para saber que habita, que es de este mundo, que está aquí poblando imagina- rios inalcanzables. Nace en Sandoná, Nariño, el 2 de abril de 1994. Hoy estudia Licenciatura en Filo- sofía y Letras en la Universidad de Nariño (aunque detesta filosofar después de las seis pe-eme). Ha escrito cuentos para la Revista Urcunina de Nariño y poesía para la revista La literatura del arte. Actual- mente trabaja en escritura de corte narrativo. Cristhian Camilo Insuasty Melo Universidad de Nariño PERIPLO Desperté sudando. El ruido tímido e inquieto me estremeció por un instante. Miré a las mujeres llorando frente a las velas, en una algarabía de lejanos susurros, mientras las cigarras, a lo lejos, zurrían en los tórridos veranos agosteños. Cuando mis oídos fueron cobrando agudeza, escuché decir: “Recemos otra corona hasta que se hagan las doce”. Mamá estaba hincada en un imagi- nario reclinatorio. Abuela me miraba y sus ojos me de- cían: “Descansa, hijo”. Mamá seguía concentrada en sus oraciones que hablaban de cielos y pecados, y todos re- petían en coro padres nuestros y avemarías en un canto gregoriano casi fantasmal. Las hijas del muerto, fuera de la sala, se cubrían con sus mantos negros y reclinaban con insistencia la cabe- za. “No tengas miedo —me explicaba abuela—, cuando se quiere tanto a alguien, se llora de esa manera y no de otra”. Sentí nostalgia. Cuando terminaron la corona sir- vieron café con bizcocho. Abuela me preguntaba: “¿Hue- 42 Cristhian Camilo Insuasty Melo les, hueles, cariño? Huele a bizcocho de funeral”; yo lo olía, y un extraño aroma entre dulce y salado explotaba en mi nariz hasta bajar a mi boca y perderse en los cos- tados de mi lengua; y salivaba tanto, que daba un mor- disco y el bizcocho se deshacía como algodón de azúcar. Mamá soplaba mi café. Todos bebían café. Ella seguía soplando. Abuela me limpiaba las migajas que habían caído a mi pantalón. “Te has ensuciado todo”, reclama- ba, mientras que mamá daba el último soplo al café y me lo pasaba con parsimonia. Luego, todo se mudó a una silenciosa atmósfera: pacífica y serena, rica en aromas de jazmines. Cerré los ojos e imaginé al muerto entre gardenias, alisos de mar, orquídeas, dalias, y yo sentía como si fuera la misa del Domingo de Resurrección en Semana Santa. Eran las 11 cuando empezaron a rezar por segunda vez. Todos inclinaban la cabeza en un aura maculada de pesares y de adioses. El muerto sigue acostado, pensé, y de allí no se va a levantar. Los niños corrían fuera de la funeraria; yo los miraba desde las ventanas que se alzaban desde el piso y que develaban en absoluto la calle, y esta, a su vez, la noche, la noche neblinosa de agosto, que unas veces, con la ce- guera de la niebla tendida en el pueblo, oscurecía el halo relampagueante de la Luna. Y yo pensaba que alguien de algún mundo se la había cargado en sus espaldas y habitaba en otra galaxia semejante a esta. 43 Periplo Abuela me contaba que en la Luna había un gran- jero. “¿Sí miras? ¿Sí miras el hacha en la espalda del granjero?”. Yo miraba la Luna con un nimbo borroso a su alrededor, pero nunca veía al granjero con el ha- cha en su espalda. Yo le mentía y le decía con sorpre- sa insospechable: “Sí, es un granjero con la espalda alargada”. Y cuando caminábamos por las noches, ex- clamaba: “¡Abuela, la Luna me persigue!”. Ella son- reía por mi ingenuidad y me respondía: “¡Escóndete, escóndete, que el granjero te va a atrapar!”. Entre el miedo y la risa me escondía tras sus faldas; sus faldas largas de una tela roñosa, que al rosar en mis mejillas se estremecía mi columna como en la danza de una serpiente africana. Abuela hizo un gesto de aprobación para que corriera con los niños en la calle. Los quedé mirando desde el umbral de la funeraria, mientras con pequeñas sonrisas ellos me incitaban al juego, pero yo me quedé sostenien- do los marcos de la puerta como si se fueran a caer, como si la casa, en un ventarrón de aquellas vespertinas noches de verano, se fuese a desplomar sin reparo. Luego de un buen rato me senté en las gradas para ver a los niños en una algarabía, que iba y venía. Cuando cayó la madrugada, el rocío me empapó las pestañas. Cada partícula de agua casi inobservada acae- cía en mí, interponiendo en mi vista un confuso panora- ma que me placía contemplar, y cuando los cúmulos de 44 Cristhian Camilo Insuasty Melo rocío me helaban los ojos, los escamoteaba con las falan- ges repitiendo de cuando en cuando la misma operación ociosa y mal elaborada. Mamá me tomó de la mano, nos sentamos, me abrazó en sus pechos cálidos, mientras yo navegué en un profundo sueño. En mis sueños habitaban las siluetas oscuras de los compadecidos, y el muerto se levantaba cuando abuela le tocaba la sien. En ese mo- mento, el muerto abría los ojos con sosegada lentitud; entonces, se decía sorprendido: “¡Pero si acabé de morir hace un instante!”. Y abuela respondía: “Hijo, tú tienes que vivir”. Y él se levantaba glorioso de su féretro y abrazaba a las siluetas obscuras que lloraban y reían como niños juguetones, al mismo tiempo que la neblina, una neblina espesa, los consumía en sus propios abrazos, hasta desaparecer como fantasmas en la lánguida noche. “¿Sí aprendiste? Sí, se puede le- vantar a los muertos”, decía abuela. Al final, admiraba sus poderes de hechicera ancestral. Cuando desperté, una larga luz se proyectaba des- de la ventana hasta el armario de una vieja madera de olmo. Miré los rayos y el polvo minúsculo que circun- daban con la luz proyectada, y cuando trataba de aga- rrar aquellas partículas, en mis manos solo quedaba el vacío de la nada, la oquedad del polvo que desaparecía 45 Periplo cuando vadeaba con agilidad los focos de luz. Mamá me preparó el desayuno y mucho después me alistó para el entierro. Nos quedamos fuera de la casa con las puertas abiertas de par en par; el muerto debía pasar por la carrera Quinta y bajar por la calle Cuarta hasta el cementerio. Cuando el chillido de las sirenas se pro- nunció con agudeza, tomé a mamá de sus piernas, ella me sostenía de la cabeza; me tranquilicé cuando me acarició el mentón y me dijo: “No te sueltes de mí”. Cuando el tumulto llegó casi a su fin, nos metimos en la cola de la procesión. En el cementerio casi todo el mundo lloró, a mamá se le vino una lágrima que se deslizó en cámara lenta por sus pómulos. Las otras mujeres con velos negros y faldas negras la miraban como si ella fuese algo para el difunto, y ella les devolvióla vista durante unos se- gundos hasta que apartaron sus ojos y se echaron para atrás, avergonzadas, entre la pequeña multitud. Miré cómo subían el féretro hasta una estrecha bóve- da. Antes de empujar el ataúd por el túnel, los familiares del muerto le daban palmadas a la tapa como si este, dentro, se fuera a levantar. El ataúd estaba en el umbral de la bóveda, pero una fuerza venida de otra parte lo ha- laba hacia fuera; solo bastaba con empujar de las asas y sepultarlo todo: muchos años de vida en un cajón de dos 46 Cristhian Camilo Insuasty Melo metros se iban por la borda, como un barco que se hunde con sus tripulantes. Poco después, un trío interpretó con nostalgia al- gunas canciones de aires dolorosos, y digo dolorosos por su herrumbrosa melodía, que con cada nota mu- sical hacía que las personas cayeran en una recóndita tribulación. Sus llantos, los llantos de los condolidos, perforaban el alma en un alarido, y el trío, a su vez, soltaba un bolero que los terminaba de matar, y basta- ba con seguir escuchando aquella tonada fúnebre para que después, cuando hubiera terminado la canción, nos exiliáramos de este mundo para encontrarnos con el muerto. Solo los familiares yacían alrededor de la bóveda, mientras que los acompañantes se retiraban cuando la última nota de la guitarra se prolongaba con fuerza hasta extinguirse en un silencio sepulcral. Mamá sacó un pañuelo y se limpió con delicadeza las lágrimas; “se acabó todo”, dijo. Me tomó de la mano y me guio hasta la entrada. Era el momento de retirarse. Pensé en la parca, en los sonidos del ataúd deslizándose contra el cemento rugoso, en los huesos polvorientos, en abuela y mamá; aunque mamá estaba joven, abuela resistía con la punta de los ojos abiertos, aferrados fijamente a la vida, la inconmensurable vida bamboleándose en los extremos de sus pasos, pasos lentos y cansados. 47 Periplo Esa tarde el sol me golpeaba punzante, el corbatín me apretaba el gaznate, una manada de galembos jugue- teaban en el cielo escarchado, y los gusanos (jauría de lobos hambrientos, comarca de exterminio) asecharían aquella podredumbre, se prepararían para el festín. SE G U N D A M EN CI Ó N MariAlejandra Orozco Sánchez Universidad Autónoma de Occidente Cineasta y dibujante, ambos autoproclamados; también amante de la salchipapa. Creadora de perso- najes e historias que espera que algún día salgan en las pantallas. Cuenta con una trayectoria en chirri-pe- lículas como directora de arte, guionista y lumino. Le apasiona el cine comunitario y los relatos de aquellos que hacen de la ciudad algo fascinante. Se enreda al hablar, por lo que probablemente si este perfil tuviera que recitarlo, no le entenderían. “20 SEGUNDOS” No saben lo terrible que se siente haber matado a una persona. Y no, no me refiero emocionalmente, todo lo con- trario. En ese momento, solo pasan dos cosas: primero, te preguntas “¿qué pasará después?”, justo en ese preciso ins- tante cuando ves un cuerpo tirado en el sucio pavimento, con la frente destrozada y un río de sangre saliendo de él. Lo segundo es que buscas cualquier excusa para librarte de la pesada culpa; observas tu alrededor y te das cuenta de que todo en la escena apunta hacia ti. Levantas la mirada, la gente te está viendo desde los balcones de las casas vecinas; muchos más empiezan a llegar, y te rodean como si fueran hormigas tras un grano de azúcar; no te dejan ningún res- quicio por donde escapar. Como tú, ellos buscan entender lo que sucedió. De nue- vo, eres el único culpable; no habías sentido esto nunca. ¿Qué se supone que soy? ¿Un asesino? Pero matarlo jamás fue tu intención. Quieres llorar, quieres explicarles a todos que no eres tú. En ese momen- 50 Marialejandra Orozco Sánchez to también quieres desaparecer o estar en otro lugar, ¡tele- transportarte!, deseas ser el curioso que pasa al fondo de la calle. Pero no, eres tú el detestable y esto te tuvo que pasar solo a ti y al pobrecito del suelo, ¡en este preciso día! La concurrencia te acusa: todos suponen y lo único que hace tu cuerpo es gritar cosas sin sentido. Aquella vieja te dice: “Oiga, por como viste y esos Converse, lo más probable es que salga limpiecita de esto. Como a ustedes solo les toca pedir con el dedo, todo saldrá como quiere. ¡Ja!, y por ese carro, ¡mejor dicho!, usted vive en chimba de casa”. El de al lado tuyo grita: “¡Ojalá te pudras en la cárcel!”. Aquel niño que se desliza en medio del arrebato de personas solo se ríe y fotografía tu sudoroso rostro, y con frivolidad graba al desgraciado del suelo. A la gente no le importa el del suelo, ni su estado, ni quién eres tú, menos el contexto. Solo quieren que su- fras, pues por ti alguien no llegará a casa, y sí… quizás sea de ese modo; lo es. Las personas son unas bestias, unos gangrenosos y malditos animales; detestas ser tú el que se lleve los sen- timientos y las reacciones de ese finado. “Afortunado él que es la víctima y no el culpable”, piensas. Hubiera sido mejor ser el muerto esta vez. Las cosas se ponen peores; esa multitud sin pudor le roba el celular al difunto. De la nada, suenan las sirenas; tú no sabes quién les llamó. Por supuesto, no fuiste tú. Al “20 segundos” 51 verlos llegar, solo piensas en que se lleven a ese dichoso a cualquier hueco. Pero, de repente, te dicen: “¡Está vivo!”. No sabes qué es lo que sientes, ¿felicidad? Ahora tienes que responder por las secuelas y mantenerlo, si sobrevive. Quizá sea mejor que se muera. Acaso en la lógica social y humana, ¿la empatía no debería generarte felicidad? Carajo. ¡Va a volver a casa! Te das cuenta de que al final tú también eres otro ser ruin. ¿Quieres que se muera o quieres librarte de la duda? Estar en esa balanza de si morirá o vivirá a medias es un calvario. Odias pensar de nuevo en cuál será el proceder; al final, el cómo quede ese hombre será tu destino. Tu madre, quien con tristeza tuvo que presenciar el suceso, solo aprieta con gran fervor ese librito azul de «Mis oraciones de bolsillo». Cavilas: de qué servirá apretarlo con los dedos cada vez más fuerte. No es como si Dios te fuese a sacar…, al contrario, es quien te puso ahí. Sino, ¿de qué otra forma una simple ida a la cafete- ría acabó con tu vida profesional? Más de 10 años de es- tudios consumidos en 20 segundos. Esa señal de Pare la viste dos cuadras antes; la ves siempre, porque esa calle es por donde pasas a diario para ir a estudiar. Entonces, ¿por qué te la pasaste? Tú no te la pasaste; él iba muy rápido y su casco iba suelto; su moto está casi intacta, pero el casco tuvo que salir volando y su cráneo tuvo que estrellarse contra la 52 esquina de la única casa que no tenía rejas. ¡Ah, de ver- dad que Dios quiso joderte! La primera vez que saboreas la negligencia, y machacó todo lo que pudo haber sido tu vida, y que ahora te tiene a la merced de los dedos acusadores. Una persona te toma del hombro, es un paramédico que en medio de tu angustia te lleva a la ambulancia para que no te linchen. Aparentemente acostumbrado, te explica el proceder. Deben hacerte la prueba de alcoholemia, también tienes que conseguir un buen abogado por si ese sobrevive, y como el carro no es tuyo, sino de tu papá, él también está jodido. Todo lo que con su esfuerzo y sudor logró juntar en 51 años, la casa de tu niñez, el auto que compró para traba- jar y que ahora tiene el bómper con abolladuras y todos sus ahorros, seguro estará al servicio del desconocido, para que pueda gozar de una buena vida. Mientras piensas en cómo todo lo que alguna vez fue se va a venir abajo, la ambulancia te lleva al hospital para hacerte el examen. Es la primera vez que te subes a un carro de esos; te percatas de lo mugrientos que son. Jamás espera- bas estar en uno o, al menos, no en esa posición. Das negativo, ya lo sabías, nunca bebes si vas a con- ducir. Y menos mal, pues apenas sales de esa prueba, llegan los agentes de tránsito porlos resultados. Tú los ves como si fueran tus salvadores; te acercas a ellos es- perando que te entiendan y estás convencida de que se pondrán en tu lugar. Ay, ¡qué ilusa! Lloras y te derrum- Marialejandra Orozco Sánchez “20 segundos” 53 bas explicando que nunca fue tu intención. Tiemblas mucho y las yemas de tus dedos están frías; por su parte, ellos, como si estuvieran habituados a ese drama, sin ex- presión alguna, te dicen: “Firma el croquis del accidente. Luego el fiscal se encargará de tu caso”. Tomas el documento; rápidamente buscas el final de la hoja para ver si hay una especie de conclusión del ac- cidente; y sí, te ponen como único culpable. No vas a firmar; el poco de esperanza de que todo saldrá bien y la mínima cordura que te queda saben que ese trazo de tinta en esa hoja sellará toda oportunidad de salvarte. Mueves la cabeza y te niegas. El guarda solo suspira. Mientras recoge y acomoda las hojas, te advierte que la familia del harapiento llegó a la sala de espera del hospital, y sin añadir ninguna palabra más, se van. ¿Ahora qué vas hacer? Es su familia, ¡su familia!, ¿qué les puedes decir? Ellos están seguros de que eres su asesino, saben quién eres. No tienen ninguna razón para querer entenderte o escucharte. Igualmente, tu sentido de responsabilidad te obliga a ir. Al final, te concierne saber si por fin se murió o no. Tu padre llega al nosocomio; se ve cansado. Quizá te buscó por todas partes, y agradeces que al final haya dado con tu ubicación, porque ya no estás sola. Ambos van caminando por el infinito pasillo hacia la sala de es- pera; estás frente a esa gran puerta gris y te petrificas, no 54 sabes si te vas a encontrar con una esposa y tres hijos, o si hay toda una familia de tíos, primos, hermanos o her- manas. Tu papá solo te mira, crees que tiene vergüenza o lástima; probablemente, él quisiera estar en tu lugar. Vas a entrar, te dispones a girar el picaporte, pero al- guien te coge de los hombros y te hace retroceder. Por su expresión supones que es un familiar. Te analiza de pies a cabeza y con ira agrega: “Está vivo y pronto tomarás absoluta responsabilidad”. Suelta tus hombros, pasa por delante de ti y entra a la sala. Por un hilo de espacio que dejó la puerta mientras iba cerrando, los ves. Toda una familia en silencio y, en me- dio, una señora ya de edad sentada en la única silla Ri- max de la sala. Levanta la mirada y atraviesa tu cuerpo, sientes como si un frío cuchillo se clavara en tu pecho y te maldijera por la eternidad. ¡Dios!, quieres huir; no quieres estar más ahí. El olor de los pasillos de emergencia se te pega a la nariz: es una mezcla de hierro, con bastante alcohol y productos este- rilizantes. Las luces te encandilan. Las paredes se hacen más altas y pálidas. Entras a un estado de conmoción. Tu padre solo te da un abrazo mientras te dice: “Tranquila. Papá estará aquí siempre”. Te devuelve el alma al cuerpo. Ambos buscan la salida de ese lugar. A cada lado del corredor hay habitaciones; el sonido de las máquinas conectadas a los moribundos Marialejandra Orozco Sánchez “20 segundos” 55 se intensifica, retumba en tus oídos. El ruido ha quedado grabado en tu memoria; esa pantalla ICU de monitoreo que marca la frecuencia es el hilo que los unió y ahora los tiene suspendidos en la incertidumbre del futuro. Un presunto hilo que sostiene a Don William y a ti. Sí…, el tintineo de ese filamento retumba en tu cabeza, ambos estarán atados al desenlace, hasta que alguno de los dos se muera, a la merced de si sigue sonando o no. TE RC ER A M EN CI Ó N Emergido en una cápsula de tiempo llamada San Luis, ad portas del nuevo milenio. Hijo de la tierra y la educación, forjado en la ilusión de la me- ritocracia. Ilustrado en la academia insigne de una ciudad de retazos a la que todos llegan con inten- ción o sin ella, bajo preceptos sociales e investiga- tivos. De ego con altibajos cada vez más bajos; con deseos de poder, grandeza y control, pero espíritu pacificador. Rebelde para los alienados, sumiso para los revolucionarios. Ideólogo de imaginación limi- tada, escritor mediocre y burócrata por convicción. Amante de las historias, la cultura y el territorio; so- ñador constante del incierto futuro, aprendiz eterno y educador algún día. Miguel Ángel Aragón Barreto Universidad Distrital MARIPOSAS DESTEÑIDAS Caminábamos tomados de la mano, cual amantes enamorados después de una tarde especial, pero nuestra paz fue perturbada por aquel que pasó de cerca, montando en una bicicleta, y nos gritó: “¡Ho- mosexuales!”, adjetivo acompañado de una conocida enfermedad de transmisión sexual que en nuestro país se convirtió en sobrenombre. Mientras se alejaba, le recordé a su madre y lo mal que ella había dado a luz a tan desagradable sujeto. Curiosamente, se despidió deseándome una relación sexual de forma bastante ex- plícita. Me dejó con varios improperios en la lengua, pues ya estaba lejos y mi compañero solicitó detener- me. Después de este suceso, tomamos un colectivo con destino a la ciudad en la que vivíamos, y en el camino no hice más que cavilar lo ocurrido. Al principio sentía mucha ira, que se agolpaba con fuerza en mis manos. Pensé en derrumbarlo de su medio de transporte y golpearlo por sus insultos. Sin embargo, Miguel Ángel Aragón Barreto 58 rondaba la idea en mi cabeza de lo que siempre había profesado: la violencia nunca es una verdadera opción para resolver los conflictos. Por eso, solo me quedé ana- lizando cada una de sus ofensas. “Pudo ser peor”, me dije a mí mismo. El hecho de recordarme mi orientación sexo-afectiva no debería ser considerado un insulto; tampoco el desearme una rela- ción sexual con un rol determinado. En cuanto a la enfer- medad venérea que nombró, en últimas, era una palabra que había perdido mucho poder, por el contexto cultural que la hizo coloquial; diferente sería que me hubiera di- cho VIH o Herpes genital, aunque probablemente eso habría sido más creativo. ¡Aunque tampoco lo iba a jus- tificar! Su intención era agredirme y su acto me llevó a recordar varias cosas. Cuando tenía unos 14 años, una compañera del co- legio habló con gran pompa de la llegada de una nue- va niña. Según su relato, era una chica blanca, esbelta, rubia y de ojos claros. La mujer ideal para alguien que creció con la idea de mujer Barbie. La incertidumbre duró varios días, mi ilusión se acrecentaba y hasta sentía emociones extrañas por alguien que, hasta ese momento, existía únicamente en mi imaginación. De pronto, el gran día llegó, no como lo esperaba, pues la afamada joven venía corriendo, sudada y despei- nada, hacia la ruta escolar que tomábamos. La visualicé Mariposas desteñidas 59 por todos lados; no me pareció tan bella como la habían descrito, pero probablemente eran las consecuencias de tan altas expectativas. Además, era vanidosa y engreída. Pero mis recuerdos en aquel bus con destino a casa no están específicamente basados en ella, que fue un gran amor no correspondido. Quien sí me correspondió fue un cercano suyo; con él, más que las mieles, conocí las hieles del amor, sentí la incertidumbre de pensar so- bre las emociones y pasiones que tenía ese otro, el mie- do a ser descubiertos y juzgados y ese maldito deseo de querer poseer lo que no es palpable y que va más allá de un cuerpo, abarca la atención, el tiempo, los sentimien- tos, los pensamientos. Aunque correspondido, fue un amor fugaz. Él era dos años mayor que yo y migró a la ciudad en busca de mejores oportunidades, mientras que yo me quedé solo. En la distancia, hablábamos muy poco; nos encontrába- mos ocasionalmente en vacaciones. Por supuesto que me dolió su partida, pero cuando fue desapareciendo el encanto, comencé a reconocer que había sido algo nece- sario: su ingratitud, su indiferencia, su cinismo, no me hacían bien. Cuando llegó mi momento, aterricé en la misma ciu- dad de aquel viejo amor, que era la ciudad de todos aque-llos que no veíamos en el campo una opción viable de salir adelante. ¿Que si nos encontramos? Por supuesto Miguel Ángel Aragón Barreto 60 que lo hicimos. Luego de varios años y más dudas que certezas sobre su vida, me invitó a almorzar a su resi- dencia. Fue agradable reencontrarnos; me alegró verlo joven y vigoroso; pude compartir con él media tarde. Empero, la dicha no fue mucha; tuve que devolverme con el corazón ajado al saber que mi gran pasión ya tenía su propio amor, transformado en hogar. Rumiaba en mí la idea de insistir y reconquistarlo, pero se disipó ante el convencimiento de la realidad de que el prefijo “re” no tenía lugar, pues su amor fue verdaderamente real solo en mi mente. Fue difícil volver a intentar tener un nuevo ro- mance; creí que se debía a lo poco agraciado que era físicamente. Pero eso no fue impedimento para que lle- gara uno, otro, y otro, hasta un cuarto que conocí, y así como me había fascinado, en un santiamén me desani- mó completamente. Una ventaja de ser nativo digital es la facilidad de conocer personas; y, utilizando máscaras compartidas, entablaron diálogo conmigo esposos, pa- dres, hijos; varios de ellos aparecieron y se esfumaron con la misma velocidad. De pronto, una de esas relaciones virtuales trascen- dió a la esfera de la realidad: tres semanas duró el ena- moramiento con un homónimo, manipulador y egoísta. Es complejo no recordar de mala manera a una pareja que nos hizo sufrir; puede ser una consecuencia de no saber amar, tampoco saber soltar ni mucho menos per- Mariposas desteñidas 61 donar. Esa experiencia me enseñó distintas cosas, como a poner límites, a entender qué quería de una relación y qué no podía volver a permitir: por ejemplo, no deseaba a alguien en mi vida que se burlara de mi cuerpo y me hi- ciera sentir acomplejado, mucho menos quería a alguien que se aprovechara de mi generosidad y vulnerabilidad. Con algún esposo nos hicimos compinches. Sin mentir, fui yo quien lo busqué primero; afortunada- mente, era un ejemplar escaso y prefirió continuar con su relación sin dejar de ser mi amigo. Tarde me vino a decir que su relación había trascendido las fronteras exclusivas de la monogamia. A mi lado, en el transporte —que era más privado que público—, iba uno que, como los otros, conocí por redes sociales virtuales, y aunque siempre vi lejana una relación bonita, amigable, tierna y recíproca, en ese mo- mento la tenía y era mi mayor orgullo. Había renunciado a muchas cosas por continuar amando, por eso la ira con aquel hombre que intentó insultarme quizá impulsado por su ideología, creencias o estereotipos, sin saber lo doloroso que para mí era el hecho de que me hicieran sentir mal por mi opción de vida, que me había llevado, incluso, a perder a mi familia… Y es que, cuando lo crian a uno bajo los preceptos de la camándula y las buenas costumbres, bajo los ideales del buen deber ser, es desafiante asumirse a sí mismo. Miguel Ángel Aragón Barreto 62 Por decisión propia, preferí jugar al escondite hasta un finito incierto. El problema de esa elección fue creer que la vida sería tan sencilla; uno es consciente de que tarde o temprano la verdad emerge, pero yo dilaté ese momen- to hasta que llegó y me golpeó de frente como una pared de hielo, dura, fría y desalmada. Lo más doloroso es que el golpe vino con sangre, con sangre cercana, de familia. Todavía me pregunto si por morbo, chisme, maldad o inocencia; tal vez es- taba convencida de que estaba haciendo lo correcto. Me dolió su inconsecuencia, su ingratitud, su frial- dad para conmigo. El escándalo fue grande; lágrimas fueron y vinieron, además de reclamos y preguntas a las que ni siquiera yo tenía respuestas porque nunca antes me las había hecho. También hubo comentarios gratos; y, aunque secos, me confirmaron la sabiduría de mi padre. No fue igual con mi madre, mucho más rígida. Ella me habló del infierno, de la maldición hasta la séptima generación, de la necesidad de mantener el linaje y la importancia de los hijos como significan- tes de vida. Me parecieron injustos sus comentarios; fueron como punzadas en el alma que se aferraba con fuerza a la idea de familia como un lugar seguro y permanente, una imagen forjada sin considerar la fragilidad de esa misma estructura a la que desarro- llamos filia sin advertencias. Mariposas desteñidas 63 Asumir esa realidad fue difícil: abandoné el hogar en el que vivía, aunque sinceramente el mismo golpe que me delató me obligó a hacerlo por considerar un tártaro nues- tra existencia en un mismo espacio —aunque creo firme- mente que su rechazo fue impulsado más que todo por el desafío del poder que yo le representé y la puja por la verdad. Y es que aquella cuchilla que continuaba atrave- sándome era dura, filosa, con una lengua peligrosa, de ca- rácter y decisión fuerte, intimidante, pero elementalmente insegura y endeble. Alejarme en solitario y frágil fue el costo que tuve que pagar por desafiarla, por cuestionarla. Sentía la misma ira por aquel sujeto de la bicicle- ta que por mi familia, por quien me sentí traicionado y abandonado, sin una red de apoyo amplia, más allá de un puñado de amigos y conocidos que fueron mi sostén moral y emocional, a pesar de que mi madre siempre los culpó de todo. Hablando de ella, me contaron que esa misma mujer que me dio la vida oró por días y noches, como si me encontrara postrado en una cama por alguna enfermedad y mi vida dependiera de esas súplicas, que me “ayudarían” a abandonar prácticas concupiscentes. El rechazo, las humillaciones, la sensación de juz- gamiento latente en las calles y en cada lugar hicieron que se tambaleara la vida y empezara a cuestionar su sentido; más que de la vida, de mi vida, exactamente de la preeminencia de la misma. Estaba enfrentando recia- mente esa incapacidad moral, socialmente implantada, Miguel Ángel Aragón Barreto 64 de cuestionar su importancia, por concebirla como un don, como un regalo que es imposible devolver. Esas reflexiones adquirieron cierto agrado e interés, cosas que antes sólo me producían miedo, como los au- tos a gran velocidad, los puentes y el filo del acero. La contraparte siempre la representaron mis padres. Un niño al que quise considerablemente y vi crecer, lo alejaron de mí para evitar que lo infectara con mis males profanos. Ahora, también estaba aquel, ese que me miraba con sus dulces ojos color canela, atravesa- dos por lo que, en sus palabras, era un amor sincero, ese mismo que me acompañaba junto a la ventana del móvil a gran velocidad en el que me encontraba rumbo al lugar en el que vivía. Cómo minimizar las palabras de aquel hombre si ciertamente escarbaba en mis recuerdos y me revolvía la existencia; cómo seguir pretendiendo que la vida puede ser bella si un solo sujeto me recuerda su miseria. De un momento a otro cobré importancia social; nunca la quise, me sentía cómodo siendo uno más de esta gran mancha humana. Pero, de pronto, mis decisiones, mis prácticas, mis emociones, preocupaban y afectaban a muchos. Me sentía como una celebridad, perseguido y observado constantemente. Al parecer, tenía mucha más influencia sobre los niños de la que yo mismo creía; de repente, comencé a tener más importancia incluso para Mariposas desteñidas 65 el mismo Dios del que me hablaba mi madre y que an- tes había pasado por alto bastas circunstancias mías y de otros que incluso morían de hambre. Tantos pensamientos e imágenes mentales que me embargaban de dolor y me embriagaban de sufrimiento por tener que lidiar con quien soy o acepté ser; un sen- timiento que me recorría el cuerpo de pies a cabeza y se cristalizaba en mis aguados ojos, que intentaban evadir los hechos mirando por una ventana sucia y descuadra- da, observando cómo desfilaban carros, motos, personas, luces y sombras, igual que con mis recuerdos, mientras posicionaba suavemente mi cabeza sobre su hombro, como un niño asustado, esperando algún consuelo.Categoría Estudiantes del Programa de Articulación con Educación Media (PAEM) PR IM ER L U G A R Suele evitar su segundo nombre. Es una ado- lescente de diecisiete años, la primera de dos hijas. Vive con su padre, su madre y su hermana 9 años menor que ella. Se considera una joven apasiona- da por la lectura y la escritura; los libros la han animado a ser un poco más ella misma ayudán- dola a poner en orden los dispersos pensamientos que rondan su cabeza. La música ocupa un espacio muy importante en su vida, pues la ayuda a con- centrarse y a hacer su cotidianidad un poco más llevadera. Entre otros intereses están el cine y la televisión; de hecho, se convirtió en una tradición familiar sentarse los fines de semana a ver pelí- culas. Actualmente, Laura ha culminado una etapa y se ha graduado del Colegio Americano de Cali, se encuentra escogiendo con calma el lugar donde desea estudiar su pasión: la literatura. Laura Sofía Mora Micolta Colegio Americano EL LIMBO Se supone que la vida se acaba cuando mueres; pero, ¿y si no es así?, ¿y si tu vida acabó mucho antes de comenzar? Aquellas preguntas no la dejaban dormir; junto con la incógnita “¿para qué estoy aquí y cuál es el propósito de mi existencia?”, la acompañaban en sus noches llenas de insomnio. Preguntas, preguntas y más preguntas era todo lo que la chica obtenía, nunca respuestas, no sabía qué era eso en verdad. La chica se despertó de otra horrible pesadilla; per- dió ya la cuenta de cuántas noches ha pasado sin dormir desde que tiene diez años. Haciendo cuentas al aire, son aproximadamente dos mil ciento noventa y una noches teniendo pesadillas espantosas; dos mil ciento noventa y una noches de sufrimiento puro. Al principio, solía exal- tarse bastante y lloraba sin descanso hasta dormirse de nuevo; y ahora, aunque continúa con esa rutina, las razo- nes por las que llora no son precisamente las pesadillas que la atormentan desde tan temprana edad; ya hasta les 70 Laura Sofía Mora Micolta cogió cariño y se le hace extraño cuando sueña con “ar- coíris y unicornios”. Muchas veces en su vida la chica escuchó que la ado- lescencia era una de las mejores etapas de la vida; en parte tienen razón: ¿quién no quisiera tener un hogar, tres comidas diarias o más y algunos lujos extra como internet, teléfono celular y Netflix sin tener que trabajar por ello? Obviando las tareas del hogar que se realizan a cambio es un trato bastante seductor. Entonces, ¿por qué no lo estaba disfrutando? La chica se quedó ensimismada en la mitad del pasi- llo pensando en todo lo anterior, hasta que se dio cuenta de que todos la miraban, y si había algo que odiaba era ser el centro de atención, por lo que despejó su mente y dejó las crisis existenciales para después de haber salido del purgatorio al que llaman colegio. Los antecedentes de la muchacha en cuestión eran bastante prometedores: infancia sana y sin más percan- ces que un hermano que nunca llegó a conocer debido a complicaciones en el embarazo de su madre. De resto, sus primeros años de vida estuvieron llenos del amor de sus padres (y sí, sus padres siguen casados; no sé por qué a tanta gente le parece inusual). ¡Oh, cuánto quisiera ella volver a esos días en los que sus únicas preocupaciones eran definir si prefería ser una Barbie o una princesa de Disney! 71 El limbo Cuando la chica cumplió nueve años, nació su her- manita pequeña; muchos dicen que es una copia de su niñez. Aquella niña siempre tan llena de vida y alegría trajo consigo una felicidad inexplicable a sus padres, que piensan que es un regalo de Dios a cambio del hijo que nunca pudieron tener. A pesar de no tener una conexión tan fuerte, que ella atribuye a la diferencia de edad, apre- cia mucho a su hermana y desea con cada fibra de su ser lo mejor para ella. Los años pasaron y la chica se hizo adolescente; cambió sus sonrisas por lágrimas y sus risas por gritos desesperados de dolor, no precisamente de dolor físico, pero dolor a fin de cuentas. A ella le encanta definir esta etapa de su vida como el limbo, y si lo piensas con de- talle, tiene un sentido bastante profundo: la niñez es el cielo, tienes pocas obligaciones y, en su caso (el de la chica), horas interminables de felicidad; la adultez es el infierno, o al menos así lo pinta la gente: trabajos donde te pagan una miseria; haces horas de más; en la mayoría de los casos, el trabajo ni siquiera es de tu agrado; debes pagar deudas; las interminables cuotas del Icetex; ya no aguantas un trasnocho, y la lista sigue y sigue. Entonces, queda la adolescencia: aproximadamente nueve años que se resumen en ser muy grande para unas cosas, pero muy pequeño para otras. Se podría decir que se trata de un punto medio, pero la chica no cree que sea así, lo ve más como un tiempo muerto que pasa muy lento, pero a 72 Laura Sofía Mora Micolta la vez muy rápido, que la hace muy feliz pero que tam- bién es muy doloroso; es literalmente el limbo de la vida: no estás ni muy acá, ni muy allá, solo estás. En ese punto se encuentra ella, en el estúpido limbo. Al llegar a su casa, después de un ajetreado día en el cual tuvo que ignorar todas las críticas dirigidas hacia su persona y pretender que no escuchaba cómo la gen- te murmuraba a sus espaldas, la chica tiró su maletín al suelo, se encerró en el baño y comenzó a llorar. Lloraba desconsoladamente desde lo más profundo de su alma, aunque procuraba no hacer mucho ruido para que sus padres no la descubrieran. Salió del baño luego de la- varse la cara y fingir una sonrisa. Para su mala fortuna se encontró con su madre, que le preguntó: “¿Hija, te encuentras bien? No sé qué te sucede últimamente, pero tú no eras así, solías ser muy feliz, ¿qué te pasó?”. La chica tomó una respiración profunda y decidió contestar con monosílabos: que sí, que estaba bien, que no pasaba nada, mientras ampliaba su falsa sonrisa. Pero en el fondo de sus pensamientos, un discurso se extendía: “No, mamá, no estoy bien, me siento inútil y cada vez que miro mi reflejo en el espejo siento asco y repugnancia, odio cada fibra de mi ser y desprecio con ganas cada segundo en el cual sigo respirando, me odio a una escala enorme. ¿Y quieres saber lo peor? No sé por qué tengo todos los motivos del mundo para ser fe- liz; sin embargo, no lo soy y me odio aún más por eso, 73 El limbo porque sé que hay gente que tiene una vida peor que la mía y que pasa situaciones extremadamente complica- das. No quiero decir que voy a dejar de sentirme mal, en realidad, me siento una persona terrible sabiendo que no soy feliz cuando tengo todos y cada uno de los medios para serlo”. Aquel pensamiento lo enterró en su conciencia, ja- más murió. A veces, en tantas de sus noches de soledad lo recuerda y llora de nuevo. Los pensamientos que ja- más se vuelven palabras lastiman; por eso, ella encon- tró refugio en la lectura y la escritura. Leer se volvió un escape a su nefasta realidad; y escribir, en su manera de expresar los sentimientos que nunca fue capaz de poner en palabras por temor o simple cobardía. En la actualidad continúa en el limbo. Ya no es tan trágico como antes, o quizás solo aprendió a lidiar con sus emociones de manera sana en vez de golpear paredes y cortarse los muslos; no, no es cierto, aún lo hace. Sigue refugiándose en las letras para escapar de la realidad, ya sean en prosa o aquellas que vienen con una melodía de por medio, pero al menos ahora ya tiene ese deseo de hacerle frente a la vida y a sus adversidades. Encontró también algo llamado “amigos”, una palabra bastante común pero poco conocida por ella; las personas a las que ella llama sus amigos son seres maravillosos, todos están un poco rotos como ella y por eso encajan tan bien, se pelean, se hacen bullying y se quieren con pureza. 74 Laura Sofía Mora Micolta El amor, ese es otro tema, ¿qué es el amor en reali- dad? No lo sabe y no le interesa saberlo por el momento, considerando
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