Logo Studenta

POR_UNA_GEOGRAFIA_DEL_PODER_Traduccion_y (1)

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

1 
 
POR UNA GEOGRAFIA DEL 
PODER 
 
 
 
 
 
 
 
 
Claude RAFFESTIN 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Traducción y notas Yanga Villagómez Velázquez 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL COLEGIO DE MICHOACAN 
Noviembre 2011 
 
 
2 
 
 
INDICE 
 
PREFACIO 
Advertencias Preliminares 
 
4 
9 
PRIMERA PARTE 
DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA 
 
CAPITULO I. CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA 
I.SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA. 
II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO? 
III.-EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO. 
 
CAPITULO II. ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL 
I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA? 
II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION. 
III.- LOS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA RELACION. 
 
CAPITULO III. EL PODER 
I.- ¿QUÉ ES EL PODER? 
II.- LOS RIESGOS DEL PODER. 
III.- EL CAMPO DEL PODER. 
12 
 
 
13 
14 
18 
22 
 
27 
27 
28 
33 
 
 
41 
41 
45 
47 
 
SEGUNDA PARTE 
LA POBLACION Y EL PODER 
 
CAPITULO I. ENUMERACION Y PODER 
I.- LA REPRESENTACIÓN DE LA POBLACIÓN: PRIMER DOMINIO DEL 
PODER 
II.- LOS ACTORES Y SUS FINES 
III.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS NATURALES 
IV.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS 
 
CAPITULO II. LENGUA Y PODER 
I.- LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE 
II.- LA LENGUA COMO RECURSO. 
III.- LA LENGUA Y LAS RELACIONES DE PODER 
 
CAPITULO III. RELIGION Y PODER 
I.- LO SAGRADO Y LO PROFANO 
II.- LAS RELACIONES ESTADO-IGLESIA 
III.- EL DESPERTAR DEL ISLAM. 
 
CAPITULO IV. RAZAS ETNIAS Y PODER 
I.- EL PAPEL Y EL SIGNIFICADO DE LAS DIFERENCIAS. 
II.- FORMAS DE DISCRIMINACIÓN. 
 
52 
 
53 
53 
 
60 
63 
68 
 
74 
74 
75 
80 
 
89 
89 
93 
95 
 
96 
96 
97 
 
 
 
 
 
 
 
 
3 
 
 
TERCERA PARTE 
EL TERRITORIO Y EL PODER 
 
CAPITULO I. ¿QUE ES EL TERRITORIO? 
I.- DEL ESPACIO AL TERRITORIO. 
II.- EL SISTEMA TERRITORIAL. 
III.- LA TERRITORIALIDAD. 
 
CAPITULO II. LAS RETÍCULAS DEL PODER 
I.- LÍMITES Y FRONTERAS 
II.- CAMBIO DE PODER-CAMBIO DE DIVISIÓN 
III.- CAMBIO DE MODO DE PRODUCCIÓN-CAMBIO DE DIVISIÓN 
IV.- A LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA DIVISIÓN: LA REGIÓN 
 
CAPITULO III. NUDOSIDAD, CENTRALIDAD Y MARGINALIDAD 
I.- LOS LUGARES DEL PODER 
II.- LAS CAPITALES Y EL PODER 
III.- REGIONES, NACIONES, GRANDES ESPACIOS Y PODER 
 
CAPÍTULO IV. LAS REDES Y EL PODER 
I.- LA CIRCULACIÓN Y LA COMUNICACIÓN 
II.- LOS ACTORES Y LA CIRCULACIÓN 
III.- LOS ACTORES Y LA COMUNICACIÓN 
 
 
101 
 
102 
104 
106 
112 
 
116 
116 
120 
124 
127 
 
130 
130 
132 
136 
 
141 
141 
150 
153 
 
CUARTA PARTE 
LOS RECURSOS Y EL PODER 
 
CAPÍTULO I. ¿QUÉ SON LOS RECURSOS? 
I.- MATERIA, RECURSO, TECNICIDAD 
II.- RECURSOS RENOVABLES Y RECURSOS NO RENOVABLES 
III.- LA MOVILIZACIÓN DE LOS RECURSOS 
 
CAPITULO II. LOS ACTORES Y SUS ESTRATEGIAS 
I.- LOS COMPONENTES DE LA ESTRATEGIA 
II.- JAPON Y LA TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA 
III.- LAS MULTINACIONALES Y LA TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA 
IV.- LAS ESTRATEGIAS DE LAS TECNOLOGIAS INTERMEDIARIAS 
 
CAPITULO III. LOS RECURSOS COMO “ARMAS POLITICAS” 
I.- ¿QUE RECURSOS? 
II.- LOS CEREALES Y PARTICULARMENTE EL TRIGO 
III.- LOS RECURSOS ENERGÉTICOS 
IV.- EL COBRE Y EL ALUMINIO 
 
 
157 
157 
158 
158 
161 
165 
 
168 
168 
172 
174 
176 
 
 
178 
178 
179 
183 
186 
 
OBSERVACIONES FINALES 189 
 
4 
 
 
PREFACIO 
 
Se nota al menor indicio: en la era de “la economía mundial”, de la “revolución 
islámica”, de la OPEP, de la ofensiva económica japonesa, de la invasión de 
Afganistán y del chantaje para el abastecimiento de cereales, la vieja y vergonzosa 
Geopolítik entra en escena. La palabra misma ya no es tabú: aparece aquí y allá. Otra 
vez revocada, disfrazada, adornada, la abuela con un diente mellado es echada hacia 
delante, cojeando cae en los brazos de una jovencita maltratada y usada antes de su 
madurez que dice llamarse Sociobiología o algo parecido. Miasmas del obscurantismo, 
convergencias casi inocentes, esperadas y casi “necesarias”. 
Es así como este libro llega a tiempo quizá incluso de manera prematura: con la 
pretensión no de renovar una geografía política rutinaria, sino de refundarla y, lejos de 
hacer como que ignora la geopolítica, redescubrir sus límites y los de sus atractivos, 
que serían los menos alterados: en resumen, sus contradicciones. 
Hubo una “geopolítica”, que en sus inicios no dejó de tener sus méritos, pero que 
enseguida sirvió para justificar las ambiciones de conquista, en el nombre de un 
determinismo sin matiz, y sirvió así al nazismo. Y también hubo una “geografía 
política” que, a fuerza de considerarse neutra y para hacer olvidar los excesos de la 
vergüenza de la familia, devino en una virtud sin virtudes, logrando esa proeza de ser 
una geografía política… apolítica. Inclusive influenció toda la geografía a tal punto de 
quitarle sabor: quiero decir, interés y poder para explicar. La simple palabra “política” 
chocaba como una incongruencia: por eso durante décadas se estudiaron las ciudades 
sin actores, el campo sin propietarios, la industria sin empresarios, las organizaciones 
sin inversionistas, los estados sin gobernantes. Es decir, una geografía sin poderes, 
puesto que la prima alemana había concedido demasiado al Poder. 
Desde hace uno o dos lustros –claro, 1968 ayudó bastante y también el duro contacto 
de geógrafos “aplicados” con las realidades del ordenamiento territorial-, el panorama 
ha cambiado: la geografía habla cada vez más de poderes, de dominio, de actores, de 
tomadores de decisiones e incluso de teorías de la decisión, de estrategias y hasta de 
guerra. El error sería la fundación de un nuevo reduccionismo y la visualización de un 
misterioso Poder, deus inoex machina explicando todo y nada al mismo tiempo; de no 
verlo más que a nivel del estado y como una nueva Eternidad, legitimada por su 
misma eternidad, por su esencia de Naturaleza, permitiendo entonces legitimar todas 
las dominaciones, las opresiones, las explotaciones. 
Porque conoce bien tanto la geografía política como la geopolítica, es que Claude 
Raffestin evita ese error y nos invita y prepara a no caer en él. Primero, solicitando que 
la geografía política no se limite más al análisis del comportamiento de los estados, 
aunque sabe delimitar lo político, o mejor, el poder, dondequiera que esté -y está por 
todas partes-: a otras escalas (la regional, la local) y en el conjunto de las relaciones 
sociales. Si eso no significara el riesgo de estrellar el libro contra un referente histórico 
muy pesado, quisiera llamarlo “Fundamentos para una Crítica de la Geografía 
política”. Oportunos Grundrisse, ahora que se sobrevalora el Estado para hacer olvidar 
las relaciones de dominación decisivas en ocasiones, por parte de las empresas y 
también por parte de las clases sociales. O para justificar el dominio “natural” de las 
grandes potencias sobre lo que no se atreven a nombrar los Unterstäte (los llamados 
Untermenschen1), esos tipos de Estados advenedizos que ni siquiera saben utilizar una 
 
1 Untermensch «subhombre» o «subhumano» en alemán. Término empleado por la ideología nazi para 
referirse a lo que esta ideología consideraba «personas inferiores», particularmente a las masas del Este 
5 
 
independencia apresuradamente concedida y que pretenden fijar el precio de sus 
favores –perdón, de sus recursos- incluso si, aunque se podría ignorar, esto no ocurre 
siempre, ni de forma exclusiva, en contra de las compañías… 
La observación fundamental es que toda relación es asimétrica: si Claude Raffestin no 
lo dice de manera tan cruda, no está lejos de pensarlo. Toda relación implica un juego 
de poder. En ese sentido rebasa la noción de política: en efecto, es bueno que el título de 
este libro dé prioridad a los poderes más que a lo político. Esta Crítica, que es también 
constructiva, es concebida como una atenta práctica de las ciencias sociales: va en la 
misma línea de los trabajos de Michel Foucault y se apoya constantemente en las teorías 
de la informaciónen sus diversas facetas: energía y entropía, comunicación y códigos. 
La lingüística y la lógica, lo sabemos, son especialidades de Ginebra: seremos sensibles 
a la solidez con la que ellas sostienen la ambición teórica que presenta Claude Raffestin 
y sus esfuerzos de formalización. No siempre me convencen los diagramas de dos ejes 
en los que la dialéctica resulta casi elemental, y ciertas analogías entre lengua, religión y 
capital pueden sorprendernos, pero en todo ello hay motivos para el ejercicio de la 
reflexión; se trata de temas que hay que re-examinar desde la raíz. 
La re-evaluación sigue las mismas categorías de la geografía política clásica: población, 
territorio, recursos. Pero aquí se transforman completamente. La población no es un 
conjunto de habitantes, ni tampoco de productores-consumidores, sino una sociedad con 
sus poderes, sus lenguas y sus creencias; el territorio se convierte en una red de 
relaciones; los recursos ya no son “naturales” sino “producidos”. Por doquier hay 
actores, estrategias, dominación. No para justificarlas, sino para ponerlas al desnudo. 
Con distanciamiento: Claude Raffestin no pretende proponer un Sistema del Mundo; se 
le podría acusar de eclecticismo, yo le encuentro más bien, considerando el estado de la 
naturaleza de la cuestión, una prudencia de buena ley y de calidad científica. Aunque 
eso no impide de ninguna manera la firmeza de sus posiciones: hay que leer más bien lo 
que dice sobre los censos o las nuevas visiones globales de las redes territoriales, sobre 
la centralización, o en otro registro, sobre la ley 101 de Quebec.2 
Me agrada que este libro pueda resaltar temas tan enormes como los recursos 
mundiales, las transferencias de tecnología, el papel de las religiones y el de las 
libertades y los controles totalitarios. Cuatro cuestiones en particular deberían llamar la 
atención en las discusiones de fondo: las nociones –o tal vez habría que hablar ya de 
conceptos- de recurso, cultura, territorio y diferencia. 
 
Los recursos no preexisten en las sociedades, no son “naturales”; sus propiedades son 
“inventadas” por las sociedades y son variables en el tiempo, según los valores de uso y 
de cambio que cada sociedad les atribuye; cosas ocultas o casi, desde que se fundó la 
geografía, que parecen evidentes cuando se escribe claramente, pero que se olvidan en 
la práctica. Claude Raffestin presenta un intento de formalización entre los actores y sus 
estrategias, donde se ve que los poseedores de la tecnología están por lo común mejor 
posicionados que quienes poseen la materia inerte. Me parece que eso se podría 
complementar con el juego entre aquellos que poseen los medios para transferir 
recursos; no se trata de una simple cuestión técnica y me da la impresión de que tienen 
 
(judíos, gitanos, eslavos, bolcheviques soviéticos) o cualquier otra persona que no perteneciese a la 
«raza aria» (NdT). 
2 La ley del idioma francés (conocida como la ley101) fue una ley propuesta por Camille Laurin y 
adoptada por la AsambleaNacional de Québec el 26 de agosto de 1977durante el gobierno de René 
Lévesquele y en ella se definen los derechos lingüísticos de los ciudadanos de Québec. Con ella, el 
francés, el idioma de la mayoría, se convirtió en el idioma oficial del Estado de Quebec (NdT). 
 
http://fr.wikipedia.org/wiki/Camille_Laurin
http://fr.wikipedia.org/wiki/Assembl%C3%A9e_nationale_du_Qu%C3%A9bec
http://fr.wikipedia.org/wiki/26_ao%C3%BBt
http://fr.wikipedia.org/wiki/1977_au_Qu%C3%A9bec
http://fr.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_L%C3%A9vesque
http://fr.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_L%C3%A9vesque
http://fr.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_L%C3%A9vesque
http://fr.wikipedia.org/wiki/Qu%C3%A9bec
http://fr.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7ais
6 
 
todavía más poder que todos los demás. ¿Las “grandes petroleras” no fundaron su 
tremendo poder en el control de la circulación, más que en el de la producción y esa 
misma operación no se está repitiendo en materia de transferencia de información en la 
época de la telemática? 
Eso abre otra discusión: ¿el conjunto información-tecnología debe ser considerado o 
no como recurso? Claude Raffestin evoca con razón las transferencias de tecnología y 
la querella de las tecnologías intermediarias, pobres recursos y recursos de pobres, 
sobre los cuales un Schumacher, pregona lo “small”, pero para otros, sugiere a los sub 
Estados que se conformen. Se trata, en este sentido, de los grandes riesgos de poder 
que la geografía no debe ignorar. 
Como tampoco debe descuidar, después de este libro, el inmenso mundo de la lengua, 
de la religión o de la raza, que generalmente ha abordado desde el aspecto menos 
importante, es decir, mediante la simple descripción de su distribución espacial. Claude 
Raffestin hace una propuesta diferente en dos capítulos que para mí son los más 
novedosos de la obra: analiza los efectos de poder que tienen la lengua, la religión y la 
etnicidad y de los cuales éstos son el vehículo. La lengua es un instrumento de 
dominación: de la ciudad sobre el campo (¿pero se trata de “la ciudad” o más 
precisamente de “la burguesía”?), de una nación sobre otras, de una etnia sobre otras, e 
incluso de especialistas se trate del científico o del comerciante haoussa- y, habría que 
agregar, de una clase sobre otras. Esta fecunda pista va más allá de la lengua, a pesar de 
que Claude Raffestin otorga a esa palabra un significado muy amplio, equivalente casi 
al de “cultura”: el fondo con la forma, el contenido con el continente. Se trata 
precisamente, del saber, de su elaboración, de su apropiación, de su acumulación y de 
su transmisión y, al mismo tiempo, de otra forma de dominación mediante la 
información, recurso y medio de producción, instrumento de poder. La religión es un 
conjunto de valores y se aprovecha de la asimetría,3 al igual quela lengua; es también 
Iglesia y, en ese sentido, poder puro, inseparable del Estado en el ejercicio de la 
reproducción social; una legitima al otro, aportando ese consenso que facilita 
extraordinariamente la reproducción y la conducción del poder. En realidad, lo que hay 
que subrayar es todo el conjunto de la “cultura”: los valores formados por la praxis y 
que la guían; las representaciones y los mitos. En este sentido, un capítulo sobre la 
educación y la formación escolar como instrumentos de transmisión de la reserva social 
de información y como instrumento de reproducción social y en consecuencia, como 
instrumento de poder y de asimetría, complementaría de manera útil los capítulos sobre 
la lengua y la religión. 
 
Una de las dimensiones de la cultura está en las representaciones y el sentido del 
territorio. Tema esencial para la geografía, pero tan ambiguo como la palabra espacio. 
No estoy seguro de que el punto de vista de Claude Raffestin, cuando define el espacio 
como un dato y el territorio como ese dato socializado, sea el más pertinente y 
rigurosamente sustentado. Pero también es cierto que hay que distinguir entre un 
concepto abstracto y geométrico -que a veces se denomina ampliamente-, la noción a 
veces un poco artificial de una naturaleza inmaculada, preexistente en la acción de la 
sociedad, sobre la cual ésta proyectaría sus estructuras acabadas, o que le serviría de 
encuadre externo –concepción en la que veo muchos peligros y ningún interés y que 
Claude Raffestin evita utilizar-, algo que, por el contrario, juzga fundamental, y que es a 
la vez entorno y dimensión intrínseca de la sociedad, producto de su actividad y agente 
de su reproducción, y que bien podría llamarse espacio, aunque Claude Raffestin 
 
3 dissymétrie en el original (NdT) 
7 
 
prefiere llamar territorio. Pero éste último término se aplica mejor a una cuarta 
categoría, que incluye la idea de apropiación del espacio: un espacio mío y para 
miactividad, dondepor supuesto admito a otras personas pero no a cualquiera. Y 
todavía sería necesario inclusive distinguir entre lo que llamaría una territorialidad 
general, que Claude Raffestin extiende a los valores, a las creencias y a las culturas4 y 
una territorialidad restringida, que se puede aplicar al espacio. Es esta noción acabada 
del territorio la que da origen a las asimetrías más dramáticas, a los poderes más 
encarnizados y más retrógrados. Lo cual implica diferenciación: afirmación, 
reconocimiento y negación del Otro, de los otros. Única noción, tal vez, gracias a la cual 
los humanos conservan algún parentesco animal. No subestimemos el territorio y 
desconfiemos de sus ideologías. Detrás de la etología5 y la idea de raíces ¡se perfilan 
únicamente regresiones! ¿Y no es acaso significativo que se apele a lo histórico, a lo 
cambiante, a lo contingente cuando se trata del progreso, al mismo tiempo que se aferra 
uno a lo natural, a lo eterno en épocas de remordimientoo si se trata de conservar el 
dominio conquistado –ya sea que se trate de las fronteras o las ideologías? La 
humanidad entera debería ser nuestro “territorio”. 
 
Finalmente, la cuestión esencial podría ser la de la diferencia. Y ésta es una de las más 
complejas que existen, ya que en ella se mezclan diferencia y discriminación, respeto de 
la diferencia y justificación de la desigualdad, izquierdismo sentimental y extrema 
derecha poco novedosa. Claude Raffestin tiene sobre este tema páginas impactantes: la 
geografía no está mal situada para hablar de la diferencia, pero he aquí al menos un 
tema a debate: parece que admite que todo poder niega la diferencia y busca la 
uniformidad, la homogeneización, la isotropía. Es lo que se dice con frecuencia y es lo 
que han sostenido a su manera Stéphane Lupasco, Henri Lefebvre o Albert Jacquard. De 
manera parecida a la célebre historia del optimista y del pesimista soviéticos, que cuenta 
Alexandre Zinoviev (-“No puede ser peor”- “¡Claro que sí!”), me parece que este temor 
es… optimista, ya que la tendencia a la uniformización lleva a la máxima entropía y 
prometer la entropía del Poder es prometer su muerte. 
Pero esta tendencia es más bien propia de poderes brutos y brutales, poco lúcidos, si no 
es que ciegos, de burócratas limitados, de jefecitos imbéciles y de tecnócratas 
necesitados, que se ejercen en ciertos momentos y por poco tiempo. Sin embargo, el 
mismo Dupont-Lajoie no sabe que él existe sólo porque otros son diferentes y los puede 
despreciar y le son útiles como chivos expiatorios: no los soporta y, no obstante, no es 
nadie sin ellos. Pero el verdadero poder, consciente y duradero, que encuentra las vías 
de su propia reproducción, es aquél que juega con las diferencias y que llega a crearlas, 
si es necesario, para explotarlas. Que se trate de una fábrica (la increíble complejidad de 
los salarios), de clases, de lugares, de naciones, que sea organizando las migraciones o 
desplazando las inversiones, el Capital, que ha hecho de la división social del trabajo y 
de la división espacial del trabajo sus principios, sabe crear la diferencia y vive de ella –
incluso si su acción puede reducirlo localmente o si ciertas discriminaciones le 
incomodan (p.126), lo cual constituye la menor de sus contradicciones. De esta manera, 
crea la neguentropía6 como su fuente de la juventud, sin la cual hace ya tiempo que 
 
4 Incluso integrar a la mujer en el “territorio” del homo siciliens. Apoyemos aquí el homenaje que Claude 
Raffestin hace de paso a RenéeRochefort, cuya tesis pionera sobre el Trabajo en Sicilia (¡hace ya veinte 
años!) ha sido poco conocida. 
5 Rama de la Psicología que se dedica al estudio científico del carácter y de los modos de comportamiento 
del hombre (NdT). 
6 Neguentropía define la energía como una serie de causas y efectos armónicamente acomodadas en las 
que la suma total de los efectos armónicos dan como resultado un acople de mayor magnitud que el 
8 
 
habrían tenido razón los profetas que anuncian regularmente su desaparición inevitable 
y próxima. Después de todo, la aparente uniformidad de los mundos imaginados por 
Orwel o Zamiatine supone también diferencias sociales extremas ¿y funcionarían en los 
niveles tecnológicos y energéticos que describen, si no existiera, en algún lugar lejano, 
un pueblo de esclavos aún más esclavizado? La diferencia tiene frente a sí un gran 
camino por recorrer y tal vez no deberíamos perder de vista que ella es a veces, y en 
cierto sentido, excesiva: temo que ciertas ideologías “diferencialistas” no tienen otra 
función que hacérnoslo olvidar, precisamente porque el Poder -el verdadero- necesita 
crear o intensificar las diferencias, al mismo tiempo que esconde la agudización de 
otras, más esenciales. 
Lo cual por supuesto no impide de ninguna manera estar atento a toda la riqueza del 
“patrimonio” cultural y natural y a que no desaparezca una parcela; aunque aquí se trata 
de otra cosa, que es necesario ver en detalle. Claude Raffestin tiene razón junto con 
aquellos que ven aquí una utilidad futura, como la conservación del potencial genético. 
A pesar de que esta posición previsora, un poco funcionalista, sea superflua: el simple 
respeto del otro debería ser suficiente, pero con la condición de respetar también su 
voluntad eventual de ser menos diferente en lo referente al ingreso, al acceso a la 
información y a establecer relaciones más simétricas…Diferente pero de alguna manera 
igual. Es eso, según entiendo, lo que inspira Claude Raffestin a lo largo de esta 
geografía de las asimetrías, lo cual es, no tengamos miedo de las palabras, lo esencial 
del humanismo. 
 
Julio 1980 
Roger Brunet 
Director de investigación del CNRS
 
original, siendo una forma de resonancia que da como resultado paquetes de energía perfectamente 
utilizables por cualquier sistema perceptor de sus efectos. (NdT) 
 
9 
 
AdvertenciasPreliminares 
 
Este texto es un intento por cristalizar algunos fragmentos de una reflexión iniciada 
hace años y aún sin terminar. ¿Jamás terminará? No es seguro, en la medida en que las 
reflexiones se alimentan de un tema inagotable, el poder. Juguete de la perversidad 
clasificatoria, ha sido necesario ratificar, después de muchas otras, las diversas 
categorías de la geografía con que durante un tiempo creímos ilustrar lo que se ha 
convenido en llamar, desde hace más de un siglo, la geografía política. Ilusión perfecta, 
ya que la geografía, como ciencia del hombre, no se entrega “por partes” sino de un solo 
golpe, completa y totalmente. Es el laberinto en el que uno se pierde y se desespera… a 
menos que una Ariana compasiva proponga un hilo frágil pero suficientemente “real” 
para darle sentido a la aventura. 
Es en el tema del poder donde creímos encontrar ese “hilo guía”. Sería pretencioso decir 
que gracias a él evitamos errar, pero sería ingrato no reconocer que el hilo nos permitió 
errar de manera coherente. Organizar la reflexión alrededor del poder no tiene nada de 
profundamente original desde que los politólogos sustituyeron ese concepto piloto por 
el del Estado, mismo que ha sido desde hace tiempo “el tema privilegiado de toda 
reflexión política”1 Carente de originalidad, la geografía posee al menos cierta 
“novedad” en el contexto de su disciplina, aunque con frecuencia se rebela contra la 
introducción de nociones que no son objeto de una traducción espacial inmediata. Me 
siento satisfecho de que uno de nosotros, y de los que tiene más prestigio, como Paul 
Claval, haya tenido el ánimo de consagrar una de sus últimas obras al tema del poder.2 
Nosotros mismos en un breve ensayo, en el que el carácter transdisciplinario no fue 
concebido para ser ameno o despertar simpatía, colaboramos planteando algunos puntos 
de discusión.3 
¿Pero tal vez ya todo esté dicho al confesar demanera imprudente que el poder no es 
“objeto de una traducción espacial inmediata”? ¿Esta afirmación tiene fundamento? Eso 
depende totalmente de la concepción epistemológica que se tenga de las ciencias del 
hombre y en consecuencia, de la geografía humana. Esta última no es la ciencia de los 
lugares o del espacio como quería Vidal de la Blanche. La geografía humana consiste en 
hacer explícito el conocimiento del conocimiento y de la práctica que los hombres 
tienen de esta realidad que se denomina “espacio”. En eso seguimos la concepción de 
nuestro amigo Luis Prieto, profesor de lingüística en la Universidad de Ginebra.4¿Y 
entonces? Entonces el “paisaje” de nuestra reflexión se modifica medianamente. 
Conocer y practicar una realidad material supone y postula un sistema de relaciones al 
interior del cual circula el poder, ya que éste es consustancial a toda relación. El 
conocimiento y la práctica puestos en marcha por el trabajo implican una forma de 
poder a la cual no es posible escapar. 
Explicitar el conocimiento y la práctica que los hombres tienen de las cosas es, sin 
saberlo y sin quererlo, desnudar el poder que esos mismos hombres se atribuyen, o 
tratan de atribuirse, sobre los seres y las cosas. El poder no es ni una categoría espacial 
ni una categoría temporal, sino que está presente en cualquier “producción” que se 
apoya en el espacio y en el tiempo. El poder no se representa fácilmente; sin embargo, 
se le puede descifrar. Lo que nos falta es saber hacerlo, y en esa medida, podríamos al 
menos leerlo. 
 
 
1 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Paris 1967, p.145. 
2 Paul CLAVAL. Espace et pouvoir. P.U.F. Paris 1978 
3 Claude RAFFESTIN, Mercedes BRESSO. Travail espace, pouvoir. L’Age d’Homme. Lausanne. 1979 
4 Luis PRIETO. Pertinence et pratique. Editions de Minuit. Paris 1975. 
10 
 
Al escribir esto, me viene a la memoria un cuadro de Goya, que más allá de lo que 
representa, expresa con terrible precisión el complejo entramado que las relaciones de 
poder tejen en los espectáculos más triviales. Pienso en el cuadro “Don Manuel Osorio 
de Zúñiga” en el que aparece un niño y sus juguetes “vivientes”. El espacio del cuadro 
está marcado por el niño vestido de rojo, sujeto por excelencia, y por los animales 
puestos a sus pies, a la derecha, a la izquierda y frente a él. Pero el espacio también está 
marcado por las relaciones que mantienen los elementos de esta composición. La obra 
de Goya es fascinante como metáfora pictórica de un sistema de poder. El niño 
ciertamente, domina con su presencia, resaltada por el rojo, pero lo hace sobre todo 
debido a que las relaciones pasadas, presentes y futuras le conciernen. Sostiene un 
cordón que traba al pájaro que está frente a él impidiéndole cualquier movimiento 
potencial, según la libertad que el niño quiera concederle. A su derecha, tres gatos, 
cuyas cabezas se sitúan en lo alto de un triángulo imaginario, fijan su mirada en el 
pájaro, en el que descubren un desafío ofrecido a su violencia, violencia escondida, lista 
para saltar pero que la presencia del niño impide. La prueba de ello es la ausencia de 
temor manifiesta en el pájaro, quien procura sujetar una carta con su pico. Del lado 
izquierdo del niño hay una jaula con pájaros más pequeños, misma que expresa su 
carácter de prisión, en un plano secundario del espacio construido. Todos los animales 
son desafíos para el niño que los controla y con los que mantiene relaciones de poder. 
Sin embargo, basta con que el convenio que mantiene a los gatos quietos cese para que 
la escena se anime y se vuelva un drama. El niño también es el desafío de esos 
animales, ya que es alternativamente restricción y garantía y hace que pese sobre ellos 
la ambigüedad de su voluntad. Es la medida de la incertidumbre y la parte que 
corresponde al azar para ellos… y para él. Es por lo tanto la representación de un 
equilibrio entre una infinidad de desequilibrios posibles que podemos imaginar pero no 
verificar. Las relaciones de poder se inscriben en una cinemática compleja. 
Este libro se ha atado a esta cinemática del poder y su estructura exige algunos 
comentarios para facilitar su comprensión. Apoyándonos en la geografía política clásica 
tal y como ha sido trabajada desde Ratzel, hemos podido criticarla: criticar no es 
destruir, sino descubrir una identidad. La geografía política clásica es de hecho una 
geografía del Estado que había que rebasar proponiendo una problemática relacional en 
la cual la clave es el poder. En cualquier relación circula el poder, que no es poseído ni 
adquirido, sino pura y simplemente ejercido. 
¿Ejercido por quién? Por actores surgidos de esta población analizada antes que el 
territorio. Prioridad que no se nos dejará de reprochar, pues rompe una tradición bien 
establecida en la geografía política. ¿Pero por qué la población en primer lugar? Porque 
es la fuente del poder, el fundamento mismo del poder, por su capacidad de innovación 
vinculada a su potencial de trabajo. Es por ella por la que pasan todas las relaciones. 
Como el niño de Goya, la población está marcada por el signo de la ambigüedad como 
actor y desafío al mismo tiempo. Es a través de ella que todo lo demás toma sentido y 
adquiere múltiples significaciones y es por ella que las cosas son coherentes, 
contradictorias y paradójicas. 
El territorio, tema de la tercera parte, no podría ser más que producto de los actores. 
Estos generan el territorio partiendo de esta primera realidad dada, que es el espacio. 
Hay, pues, un “juicio” del territorio en virtud del cual se manifiestan todo tipo de 
relaciones de poder que se traducen en tejidos, redes y centralizaciones cuya 
permanencia es variable, pero cuya esencia no cambia en cuanto a categorías 
imprescindibles. El territorio es también un producto “consumido”, o si se prefiere 
vivido por aquellos que, sin haber participado en su elaboración, lo utilizan como un 
medio. Es aquí donde todo el problema de la territorialidad irrumpe, permitiendo 
11 
 
verificar el carácter simétrico o asimétrico de las relaciones de poder. La territorialidad 
refleja seguramente el poder que se aboca a consumir mediante sus “productos”. 
En la cuarta y última parte, analizamos los recursos, no como materias a adquirir o a 
poseer, ya que no lo son, sino como pretextos que originan prácticas y estrategias. Un 
recurso no es una cosa, es una relación cuyo éxito provoca la aparición de las 
propiedades necesarias para la satisfacción de necesidades. Pero tampoco es una 
relación estable, ya que aparece y desaparece también. Todo recurso es un devenir, todo 
recurso es un desafío dinámico. Nuestro sesgo contrastará con algunas costumbres. No 
es sino la consecuencia de una conceptualización que busca ser coherente en la 
perspectiva de la problemática relacional. 
No hemos querido compilar informaciones o hechos, sino proponer un camino para 
escapar, precisamente, de la confusión de datos y anotaciones dispersas sin encuadre en 
un sistema de fundamentos. En ese sentido, nuestro ensayo es totalmente teórico. 
Algunas de nuestras hipótesis están por verificarse e invitan a la discusión. Nuestra 
reflexión, ya lo hemos dicho, no está terminada. En ese sentido, no hemos hecho un 
manual; se trataría eventualmente de un anti-manual, ya que plantea muchas preguntas y 
propone ejes de reflexión. Es, más allá del tiempo, un viejo sueño de estudiante que he 
tratado de realizar. Hubiera querido más libros que cuestionaran, en lugar de libros que 
respondieran, pues es mediante las preguntas, y no por las respuestas, que se mide el 
conocimiento. 
Escribir un libro es una operación solitaria, pero eso supone, no obstante, una red de 
amistades múltiples. Por eso quiero agradecer muy sinceramente a DanielleJolimay 
quien se encargó con su talento y su amabilidad habituales de transcribir el texto. 
Agradezco a Jacques Cocquio, quien supo dar a los croquis un estilo gráfico armónico 
al tipode ensayo de esta obra. Agradezco a Antoine Baillo, Henri Bertrand y Jean-
Bernard Racine, quienes leyeron el manuscrito y lo enriquecieron con sus señalamientos 
y sugerencias siempre pertinentes y documentadas. Finalmente, agradezco a Mercedes 
Bresso, quien no solamente leyó de manera crítica el manuscrito sino que no dejó de 
procurarnos su ayuda vigilante cuando enfrentábamos dificultades. 
12 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PRIMERA PARTE 
 
 
 
 
 
DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA 
 
 
 
 
 
 
 
 
13 
 
CAPITULO I 
 
CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA 
 
I. SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA. 
 
Paradójicamente, las ciencias del hombre mientras más jóvenes son, más tentadas están a 
establecer su genealogía. Nadie espera una conferencia histórica al principio de una obra 
de física. Por el contrario, si es de sociología, de ciencia política o de geografía, no nos 
sorprenderán las referencias a una filiación. Los historiadores de las ciencias del hombre 
invierten con frecuencia considerables esfuerzos para retroceder en el pasado hacia los 
orígenes de sus disciplinas. Todos esos discursos históricos tuvieron durante mucho tiempo 
el objetivo de mostrar, antes que nada, la existencia de una continuidad, para 
fundamentarla identificación de “momentos” epistemológicos. La geografía política no 
escapó a esta tradición y se pueden apreciar, desde Herodoto hasta Ratzel, una multitud de 
ancestros como Platón, Aristóteles, Botero, Bodin, Vauban, Montesquieu, Turgot, etc., por 
mencionar sólo a algunos de los que, por una u otra razón, fueron llamados a dar 
testimonio de la antigüedad del proyecto político en la geografía. 
No se trata en absoluto de desacreditar este tipo de investigación erudita, indispensable 
para la comprensión de una génesis, pero nos parece más significativo, cuando menos en lo 
que toca a nuestro propósito, aclarar los “momentos fuertes” de la epistemología 
geográfica. No abriremos un debate para saber si una epistemología de la geografía es 
posible. Debate que, no obstante sería necesario, en la medida en que muchos 
epistemólogos, siguiendo a Piaget, no otorgan a la geografía un estatuto epistemológico. Es 
particularmente revelador que Piaget no tome en cuenta la geografía humana entre las 
ciencias “nomotéticas.”1 Es todavía más sorprendente que la geografía, al igual que la 
economía o la demografía, por ejemplo, -con menos éxito tal vez-, busque establecer 
“leyes”. Como quiera que sea, postulamos que hay una posible epistemología de la 
geografía, dada su búsqueda de “leyes”, sean o no cuantitativas. 
Nos encontramos motivados por esta vía de la geografía política, fundada en toda su 
amplitud, por Ratzel en 1897.2 En todo el proyecto ratzeliano subyace una concepción 
nomotética y es poco relevante, en el estado actual del análisis, saber si tuvo éxito o no. La 
obra de Ratzel es un “momento epistemológico”, ya sea que se trate de su “Anthropo 
geographie” o de su “Politische Geographie”. 
Ratzel se encuentra en un punto de convergencia entre una corriente de pensamiento 
naturalista y una de pensamiento sociológico, que el análisis minucioso de sus fuentes 
permite revelar, aunque sea difícil, ya que Ratzel, excepto por algunas notas y 
señalamientos, no proporciona sino pocas o nulas referencias. Sin embargo, siguiendo su 
obra, es relativamente fácil descubrir lo que retoma de las ciencias naturales, de la 
etnografía, de la sociología, pero sobre todo de la historia. Ratzel seguramente estuvo 
influenciado por historiadores como Curtius y Mommsen, por geógrafos como Ritter y 
Reclus, pero también por un hombre como Spencer, quien le hizo descubrir la ley del 
desarrollo, retomada más tarde por Darwin. Estuvo influenciado también por el rigor casi 
matemático de Clausewitz. El cuadro conceptual de Ratzel es vasto y tan naturalista como 
sociológico, pero sería erróneo reprocharle el haber “naturalizado” la geografía política, 
como se ha hecho en ocasiones. El mismo Ratzel tomó sus distancias y reconoció que la 
comparación del Estado con organismos altamente desarrollados no fructificó (“Der 
 
1 Cf. Jean PIAGET. Epistémologie des sciences de l’homme. Gallimard, Paris, p.17. 
2 Friederich RATZEL. Politische Geographie. München und Leipzig, 1897. 
14 
 
Vergleich des Staates mith ochentwickelten Organismen ist unfruchtbar”).3 Al insistir 
sobre el Estado, la circulación y la guerra, Ratzel revela sus preocupaciones y sobre todo 
manifiesta una perspectiva socio-política que no quedará satisfecha con un simple 
distanciamiento de los métodos puramente biológicos. 
La segunda edición puede considerarse como la obra maestra que ha orientado e 
influenciado no solamente a la escuela alemana, sino que incluso, de manera diferenciada, 
ha tenido influencia en todas las demás escuelas de la geografía. No queremos decir que 
los autores que siguieron a Ratzel sean sus epígonos, sino que la obra ratzeliana, al poner 
las bases de la geografía política, trazó un cuadro en el que se puede trabajar incluso 
oponiéndosele, tal y como sucedió con la escuela francesa. Ratzel planteó una serie de 
conceptos, algunos de los cuales se difundieron mucho y otros no. Es indispensable dar un 
rápido vistazo al aporte ratzeliano para comprender cómo emergió la geografía política y 
de qué manera se desarrolló posteriormente. 
Ratzel partía de la idea de que existía una relación estrecha entre el suelo y el Estado. En el 
fondo, se trataba de una estrategia política de lo que se llamó determinismo y que tuvo sus 
encarnizados defensores y detractores. No es este el lugar para retomar esta vieja discusión 
cuyo interés no es sino histórico. Sin embargo, es interesante mostrar que esta relación 
entre suelo y Estado inauguraba una tendencia nomotética en la geografía, que el famoso 
probabilismo francés no supo reemplazar. No supo hacerlo en la medida en que los 
instrumentos que habría podido movilizar, en particular, la estadística probabilística, no 
fueron parte del arsenal metodológico de la geografía durante cuando menos medio siglo. 
El elemento fundador, formador del Estado fue, para Ratzel, el enraizamiento en el suelo 
de las comunidades que explotan los potenciales territoriales. El análisis ratzeliano se 
desarrolló sincrónica y diacrónicamente, de ahí la necesidad de valerse de los historiadores. 
En la evolución del estado, Ratzel percibió muy bien el rol y la influencia que podrían 
tener las representaciones geográficas, así como las ideas religiosas y nacionales. Pero es 
seguro que fue en los conceptos espaciales donde Ratzel concentró sus esfuerzos y en 
particular sobre la posición, que es uno de los conceptos más importantes de la geografía 
política. También las fronteras llamaron su atención, en tanto órganos periféricos del 
Estado. Por eso buscó distinguir la importancia de las zonas de contacto, tierra-mar por 
ejemplo, mares, montañas, planicies, sin olvidar la relevancia de los ríos y lagos. Sin 
embargo, no descuidó el estudio de la población y la circulación, entendidos como 
movimiento de los seres y de las cosas. 
Si consideramos de manera más precisa algunos de los conceptos utilizados por Ratzel, 
sorprende su modernidad. Es suficiente mencionar, para convencerse de ello, el 
crecimiento diferencial, el centro y la periferia, el interior y el exterior, la proximidad, 
entre otros. Los estudios contemporáneos sobre la alometría4 han dado al concepto de 
crecimiento diferencial una base matemática, mientras que los economistas, aunque no 
sólo ellos, han adoptado los conceptos de centro y periferia.5 Sin duda, esos conceptos 
fueron desviados de su sentido original que, para Ratzel, era espacial, pese a lo cual fueron 
útiles para expresar estrategias realizadas en el espacio. 
Muchas cosas, si no es que todas, están en la obra de Ratzel, pero fueron olvidadas… y 
redescubiertas, a veces sesenta años después. La perspectiva iniciada por Ratzel fue muy 
amplia y durante varias décadas el programade la geografía política no se modificó en su 
esencia. Se puede afirmar inclusive que sólo nos conformamos con explotar la “mina 
 
3 F. RATZEL. Politische Géographie oder die Geographie der Staaten, des Verkehres und des Krieges. 
München und Berlin, 2e edition, 1903, p.13. 
4 Área de conocimiento de la zoología que estudia el cambio en las proporciones del cuerpo de un animal 
durante su crecimiento, según el desarrollo de uno de sus miembros y que puede ser lento o rápido (NdT). 
5 Cf. Sobre este tema, Samir AMIN. L’accumulation à l’échelle mondiale. Editions Anthropos, Paris, 1970. 
15 
 
ratzeliana”. Lo que parece novedoso es aquello que Ratzel voluntaria o involuntariamente 
dejó en la sombra. En efecto, si se consideran sólo los marcos conceptuales, dejando de 
lado las transformaciones que sucedieron en el mundo desde el principio del siglo XX, así 
como los avances metodológicos de la geografía política debidos al uso del lenguaje 
lógico-matemático, se puede concluir que el pensamiento actual de la geografía política se 
produce, grosso modo, en los mismos moldes que los utilizados por Ratzel. Eso significa 
que se ha realizado, evidentemente, un enorme trabajo de reproducción, de actualización en 
los contenidos, y apenas modestos trabajos de creación, es decir, una mediocre 
actualización de las formas. Si Ratzel, vuelto a la vida, abriera los manuales de geografía 
política general, no se sentiría extrañado más que por el uso de ciertas fórmulas e índices, 
ya que encontraría las categorías analíticas utilizadas o forjadas por él mismo. Dichas 
categorías analíticas procedían directa o indirectamente de un solo y único concepto, el del 
Estado: “nadie ha visto al Estado. ¿Quién puede negar, no obstante, que sea una realidad?6 
¡Ratzel nunca negó que fuera una realidad! Inclusive contribuyó ampliamente a afirmarla 
en el terreno de la geografía. Es incluso la misma realidad, ya que es representativa de lo 
político, lo que busca Ratzel. Pero ¿cuál es este Estado que privilegia Ratzel? Es el Estado 
moderno o el Estado nación. Dicho de otra manera, Ratzel convierte a la Geografía en una 
de sus “conformaciones históricas posibles a través de las cuales una colectividad afirma 
su unidad política y construye su destino.”7 No tiene dudas sobre ello: “quien dice poder o 
autoridad no está diciendo sino Estado.”8 Para Ratzel todo acontece como si el Estado 
fuera el único lugar de poder, como si todo el poder estuviera concentrado en él: “Hay que 
disipar la frecuente confusión entre Estado y poder. El poder nace muy temprano, a partir 
de la historia que contribuye a hacer.”9 De esta manera Ratzel involucró a todos sus 
“herederos” en la vía de una geografía política que no considera más que al Estado o a los 
grupos de Estados. 
Veremos enseguida el significado propiamente geográfico de esta decisión, pero antes, es 
necesario preguntarse por qué Ratzel tomó esta decisión. El mismo Ratzel no aporta una 
explicación, pero podemos interrogar al contexto en que se desarrolló. La Alemania del 
siglo XIX estaba inmersa en el pensamiento hegeliano. No sabemos si Ratzel simpatizaba 
con la concepción hegeliana, pero lo que es seguro es que toda su geografía política 
muestra que “El Estado es la realidad en acto de la Idea moral objetiva”… en la costumbre, 
tiene su existencia inmediata; en la consciencia de sí, el saber y la actividad del individuo, 
su existencia mediata; mientras que éste tiene, por el contrario, la libertad sustancial de 
atarse al Estado como a su esencia, como objetivo y como producto de su actividad.”10 No 
debe subestimarse el peso del “Zeitgeist” y Ratzel, cuando menos en su geografía política, 
hace eco del pensamiento del siglo XIX que racionaliza al Estado. Concede al estado su 
significado espacial y lo “teoriza” geográficamente. En este aspecto, no deja de ser 
influenciado por una larga tradición filosófica que encontró en Hegel a su representante 
más brillante: “en los primeros teóricos políticos de Europa –Hobbes, Spinoza, Rousseau- 
el Estado-Nación no se distingue bien de la Ciudad-Estado, porque el pueblo, la nación, el 
Estado se confunden. Mientras que Hegel establece entre dichos términos un vínculo 
racional”.11 
 
6 Georges BURDEAU, L’Etat. Seuil, Paris 1970, p.13. Traducción nuestra (NdT). 
7 Definición de J. Freund, citada por George BALANDIER en su Anthropologie politique, P.U.F. Paris 
1967, p.145. 
8 Henri LEFEBVRE. De l’Etat, 1, l’Etat dans le monde moderne. Union Generale d’Editions, Paris, 1976, 
p.4. 
9 Ibid. p.4. 
10 HEGEL, Principes de la philosophie du droit. Gallimard. Paris, 1963, p.270. 
11 LEFEBVRE, op.cit.p.7. 
16 
 
Desde el momento en que el Estado=lo político, siendo la categoría del poder estatal 
superior a todas las demás, el estado puede ser la única categoría de análisis. Hemos 
demostrado que decir que el Estado es la única fuente del poder es una confusión, pero es 
también un discurso metonímico. O bien el Estado detenta el poder y es único que puede 
detentarlo, o bien es el poder superior y hay que suponer poderes inferiores que pueden 
interferir con aquél. 
(La geografía política de Ratzel es una geografía del Estado y conlleva implícitamente una 
concepción totalitaria, la del Estado todopoderoso). Sin saberlo ni quererlo, Ratzel creó la 
geografía del “Estado totalitario”, donde el adjetivo significa aquello que abarca una 
totalidad, a diferencia del sentido político actual del término. Pero no hay que equivocarse, 
si Ratzel aún no conocía el Estado totalitario en el sentido contemporáneo, ya lo había 
imaginado y de hecho, en su geografía, lo hizo visible en su decoración espacial. Es verdad 
que el Estado no se ve, pero también es cierto que el Estado se muestra en una variedad 
importante de manifestaciones espaciales, de la capital a la frontera, pasando por las redes 
interiores jerarquizadas y las redes de circulación. El Estado puede leerse geográficamente 
y Ratzel aportó las categorías para descifrarlo: centro versus periferia, interior versus 
exterior, superior versus inferior, etc. La geopolítica, que es realmente una geografía del 
Estado totalitario (Italia, Alemania, URSS) no hizo sino abrevar del corpus de conceptos 
ratzelianos para encontrar los instrumentos de su elaboración. 
Sólo existe el poder del Estado. Es tan evidente que Ratzel no alude, en materia de 
conflicto, al choque entre dos o más poderes, más que a la guerra entre Estados. Las otras 
formas de conflicto, como las revoluciones, por ejemplo, que cuestionan al Estado en su 
interioridad, no tienen lugar en su sistema. La ideología subyacente es la del Estado 
triunfador, la del poder estatal. 
Todas las escuelas de geografía que hicieron geografía política después de la escuela 
alemana, como la francesa, la inglesa, la italiana y la americana, ratificaron estos principios 
filosóficos e ideológicos y, en ese sentido, nunca cuestionaron la ecuación Estado=poder. 
¿Cuál es el significado geográfico del punto de vista del “conocimiento científico” de esta 
situación? En primer lugar, al no considerar más que al Estado, como es el caso de la 
geografía política general, no se dispone más que de un nivel analítico espacial, limitado 
por las fronteras. Ciertamente, existe también una jerarquía de niveles creados por el 
Estado para organizar, controlar y gestionar su territorio y la población, pero con el 
carácter cada vez más integrador y circundante del Estado dichos niveles aparecen más 
como relevos espaciales para difundir el poder estatal que como niveles articuladores del 
ejercicio de poderes inferiores. Dicho de otra manera, la escala es establecida por el 
Estado. Se trata de una geografía unidimensional que no es aceptable en la medida en que 
existen poderes múltiples que se manifiestan en las estrategias regionales o locales. En 
segundo lugar, el poder estatal es considerado un hecho evidente que no tiene necesidadde 
ser explicitado, ya que se expresa en las cristalizaciones espaciales que ponen de 
manifiesto su acción. Evidentemente se trata de inferir algo no identificado a partir de los 
signos que esta clase de geografía deja por aquí y por allá. Finalmente, hay una ruptura 
entre la dinámica que se puede constatar en ese poder estatal y las formas que se pueden 
observar en el terreno operativo de un territorio. Queremos decir que los diversos sistemas 
de flujo que contribuyen, en la génesis del poder estatal, a la elaboración de dichas formas, 
no están verdaderamente descritos o explicados. ¿Las cosas han cambiado desde Ratzel? 
¿Estamos frente a una geografía política o estamos todavía frente a una geografía del 
Estado? Eso trataremos de ver. 
 
 
17 
 
II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO? 
 
 
Una verdadera geografía no puede ser sino una geografía del o de los poderes. Según 
nosotros, la expresión de geografía del poder es mejor y a partir de ahora, no utilizaremos 
más que esa. Si se dice, siguiendo a Lefebvre, que no hay más poder que el político, eso 
significa, considerando lo anterior, que la política no se refugia completamente en el 
Estado. En efecto, si lo político logra su forma más completa en el Estado, eso no implica 
que no pueda caracterizar también a otras comunidades: “Estudiando de manera 
comparativa el poder en todas las colectividades, se pueden descubrir las diferencias entre 
el poder dentro del Estado y el poder en otras comunidades”.1 
Para una discusión acerca de lo político, remitimos a Balandier.2 Aceptamos que hay poder 
político desde el momento en que una organización lucha contra la entropía que la 
amenaza con el desorden. Esta definición, inspirada en Balandier, nos permite descubrir 
que el poder político es congruente con toda forma de organización. Ahora bien, la 
geografía política, en el sentido estricto del término, debería tener en cuenta a las 
organizaciones que se desarrollan en un contexto espacio -temporal que éstas contribuyen a 
organizar… o a desorganizar. 
De forma general, la escuela alemana puso el acento en las tendencias expresadas por 
Ratzel y reveló ciertas dimensiones latentes en el autor. Independientemente de que se 
tome a Maull o Supan, no hay duda de que nos encontramos frente a una geografía del 
Estado y no frente a una geografía política que daría lugar a formas de poder político 
diferentes de las que se derivan directamente del Estado. Maull, muy sistemático, fue capaz 
de elaborar inclusive una morfología de los Estados, con lo cual puso en evidencia el 
proceso vital de creación estatal. Eso constituye una cadena “lógica” de inspiración 
biológica que recuerda, en ciertos aspectos, lo que Jones trató de hacer algunas décadas 
después con su Unified Field Theory.3 Fiel al determinismo, Maull buscó la manera de 
formular leyes: la de la dependencia causal entre hombre y naturaleza; la ley de la 
variabilidad de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano; la ley del desarrollo, y la 
ley de la unidad de los efectos geográficos. Se notará, de paso, que el determinismo de 
Maull no es absoluto, sino que lo relativiza mediante la ley de variabilidad de las 
relaciones entre el hombre y la naturaleza. Maull clausuró una época en la geografía 
alemana marcada sin duda por esfuerzos teóricos serios. Supan y Dix se encuentran en esta 
misma línea. El primero es cercano inclusive a la cuantificación, cuyos resultados 
merecerán la ironía de Ancel,4 mientras que el segundo se sitúa en una perspectiva 
geopolítica.5 Con la geopolítica, término atribuido a Rudolf Kjellen, se prepara la 
mundialización del Estado. La primera guerra mundial no es ajena a este control total por 
parte del Estado. Un hombre como JulienBenda, había presentido y analizado 
perfectamente lo que se tramaba: “La guerra política, al implicar la guerra de las culturas, 
es propiamente una invención de nuestro tiempo y le asegura un lugar insigne en la historia 
moral de la humanidad”.6 Este señalamiento, escrito en 1927, prueba sobradamente que el 
Estado está tratando de ocupar todo lugar disponible. 
 
1 Maurice DUVERGER. Introduction à la politique. Gallimard, Paris. 1964, p.16. 
2 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Coll. S.U.P. Paris, 1967, p.28-59 
3 Cf. Otto MAUL Politische Geographie, Berlin 1925 y S.B. JONES An Unified field theory of political 
geography: Annals of the Association of American geographers, vol.44, 1954. 
4 Cf. Alexander SUPAN, Letlinien der allgemeinen politischen Geographie, Berlin und Leipzig 1922 et 
Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936, p.88. 
5 Arthur DIX, Politische Geographie, Weltpolitisches Handbuch, München und Berlin 1922. 
6 Julien BENDA, La trahison des clercs, J.J. Pauvert, Paris 1965, p.24. 
18 
 
Es evidente que con el advenimiento de la geopolítica se está frente a una ciencia del 
Estado concebido como un organismo geográfico en constante movimiento. Es el inicio del 
juego de suma cero de los Estados del siglo XX. En los años treinta, un grupo de autores, 
bajo la dirección de Kart Haushofer, elaboró el pensamiento geográfico del Estado nazi, 
útil para todo Estado totalitario. Desde entonces la geopolítica aparece como una especie 
de geografía aplicada al Estado. ¿Cómo sorprenderse entonces del desinterés de ciertas 
escuelas por la geografía política, si sabemos que inició con tan mala fama mala fama? 
Golpeada por esta indignidad, la geografía política permaneció estancada durante mucho 
tiempo. A pesar de ello, la que estaba en tela de juicio no era, desde nuestro punto de vista, 
una verdadera geografía política, sino una geografía del Estado. Después de haberse roto, 
la tradición alemana se reanudó y una de las últimas obras de Schwind tiene el mérito de 
presentarse como una “geografía del Estado”.7 La escuela francesa se fundó, en gran 
medida, como reacción a la alemana. Además, es más discreta en sus manifestaciones. Sin 
duda también fue debido a que Vidal de la Blanche no elaboró sino artículos y notas 
dispersas en esta materia. Al relativizar la relación hombre-suelo, la corriente vidaliana 
generó una crisis en el pensamiento geográfico. La primera víctima de esta crisis fue tal 
vez Camille Vallaux, a quien se percibe molesto después de haber rechazado el 
determinismo: “Para que (la geografía política) sea legítima, basta con encontrar las huellas 
de los agentes naturales, siempre o al menos de vez en cuando, y de manera profunda, o al 
menos discernible, en el transcurso del desarrollo histórico y de la evolución de los 
Estados”.8 ¿Es posible estar más incómodo científicamente hablando? Vallaux, de quien se 
han olvidado demasiado pronto sus aportes originales, concluirá su obra con la 
constatación de que es difícil descubrir relaciones de causalidad y de interpenetración entre 
el suelo y el Estado provistos de ese carácter de necesidad que no puede pasar 
desapercibido para ninguna ciencia.9 Si la crisis iniciada por Vidal, que desembocó en lo 
que se ha llamado después el posibilismo, hubiera podido apoyarse en el concepto de 
probabilidad que postulaba implícitamente, la geografía habría conocido otro destino… No 
fue así. De hecho la escuela francesa, aun habiendo rechazado debidamente el 
determinismo, ha conservado de éste la idea de necesidad, que no es probabilística.10 
Hicieron falta los instrumentos de reconstrucción para actuar después de la crisis. Habría 
que hacer un libro sobre el determinismo residual de la escuela francesa, que se puede 
apreciar aún en la actualidad. 
Jean Brunhes, en su geografía de la historia, escapó en parte al restringido cuadro del 
Estado. Lo mismo Albert Demangeon y Emile Félix Gautier, entre otros, en sus obras 
sobre el fenómeno colonial. André Siegfried, en un contexto diferente y como 
consecuencia de una tradición inaugurada por Alexis de Tocqueville, ilustrará sobre todo el 
poder político, tal y como lo definimos, antes que el poder del Estado. 
Unode los raros autores que intentaron teorizar la geografía política fue Jacques Ancel, a 
quien Gottman condena severa e injustamente: “no se puede calificar de doctrina un intento 
desafortunado por encontrar un término medio entre los métodos francés y alemán”.11 
Juicio aún más injusto, puesto que Ancel mismo estigmatizó los errores de la geografía 
alemana. Ancel elaboró un trabajo nada despreciable en materia de fronteras, que se 
inscribe totalmente en la tradición posibilista.12No cabe duda de que dichos trabajos han 
 
7 Martin SCHWIND. Allgemeine Staatengeographie, Berlin, New York 1972. 
8 Camille VALLAUX, Le sol et l’Etat. Paris, 1911 p.20. 
9 Ibid., p.395. 
10 Relativo al uso de la teoría de probabilidades, cálculo matemático, estadística (NdT). 
11 Jean GOTTMANN, La politique des Etats et leur géographie. Paris 1952, p.56. 
12 Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936 y Géographie des frontières, Paris 1938. 
19 
 
envejecido, pero eso no impidió que marcaran un momento en la geografía política 
francesa. 
Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Gottman realizó trabajos de geografía 
política que posiblemente marcaron más a los historiadores y a los politólogos que a los 
propios geógrafos. Gottman estuvo en la intersección de las influencias francesa y 
anglosajona, lo que permite encontrar en sus trabajos esta combinación de historia, ciencia 
política y geografía. Se hizo famoso por haber llamado la atención respecto a la iconografía 
y la circulación en la geografía política. De hecho, eso proviene en línea directa de Ratzel, 
a quien tuvo el mérito de redescubrir. Gottman se acercó a la geografía política: “No existe 
la política más que donde se ejerce la acción de los hombres que viven en sociedad”13, pero 
la idea del poder no se explicita sino a través del Estado. 
Los ingleses y los americanos manifestaron un especial interés por la geografía política. 
Los estadounidenses siguieron haciéndolo de manera activa. ¿Hay que señalar el efecto de 
la influencia y de la dominación que Inglaterra tuvo en el mundo alrededor del siglo XX y 
que los Estados Unidos ejercieron después? M.J. Mackinder trató desde 1904, de 
sistematizar en mapas a pequeña escala una visión neo histórica del poder o, más 
precisamente, de la potencia en el mundo. Hubo y hay todavía una innegable tentación 
planetaria en la explicación en geografía política. Se conoce la fórmula sintética de 
Mackinder: “quien posee el World Island (Europa, Asia, África), dirige el mundo”. Estas 
visiones que prefiguran la geopolítica, a pesar de su carácter pre-científico, -es decir, 
basadas en conceptos explícitos-, no fueron menos seductoras. En relación a eso, hay que 
mencionar también la predilección por el uso de explicaciones monistas como las de 
Huntington, quien buscó describir los movimientos políticos a partir de grandes 
pulsaciones climáticas. Indiscutiblemente, acentuó la importancia de la herencia… Por el 
contrario, hombres como Bowman tendrán una concepción más flexible, y hasta más justa. 
Bowman se guió por la siguiente opinión: “las cualidades y las reacciones mentales del 
hombre cambian poco”.14 
Comprende bien que, en esas condiciones, la filosofía de la historia subyacente implica la 
repetición de ciertos fenómenos importantes. Además, Bowman abrió la veta inagotable de 
los world political pattern… Whittlesey no dudará en comprometerse en esta vía, 
sacrificando incluso a la geopolítica y proclamando, por ejemplo, que es “natural para el 
estado italiano aspirar a la hegemonía mediterránea.”15 Los Estados Unidos tuvieron 
algunos representantes en materia de geopolítica, como Spykman y Strausz-Hupé, quienes 
contribuyeron a desarrollar ciertos esquemas de política exterior para su país. Bogs y 
Hartshorne mostraron tendencias más humanistas, pero de todos modos inclinadas hacia el 
Estado. Ambos enriquecieron la geografía de las fronteras a través del ensayo e 
instrumentación de tipologías. Hartshorne es el autor de una teoría funcional en la que 
identifica, en relación al Estado, la “razón de ser” de éste y las fuerzas centrífugas y 
centrípetas que pueden respectivamente cuestionar su existencia o reforzar su cohesión. 
La geografía italiana, para cerrar este repaso general, no dejó de ilustrar al Estado como 
única fuente de poder político. Toschi se sacrificó en ello después de muchos otros.16 
Salvo raras excepciones, la geografía política del siglo XX fue en general una geografía del 
Estado; una geografía unidimensional que no quiso ver en lo político más que una 
expresión del Estado. En realidad, la política penetró en toda la sociedad y si el 
Estadoresultó triunfante, ello no significa que no sea el lugar de conflictos y de 
 
13 Cf. páginas dedicadas a la geografía política por Gottman en la Enciclopedia de la Pléyade, Géographie 
générale, Paris 1966, p.1749-1765. 
14 Isaiah BOWMAN. Le monde nouveau. Paris 1928, p.1. 
15 Cf. Derwen WHITTLESEY. The Hearth and the State, New York 1939. 
16 Humberto TOSCHI, Appunti di geografia politica, Roma 1958. 
20 
 
oposiciones, en una palabra, de relaciones de poder que, no por ser asimétricas, dejan de 
tener presencia y de ser reales. La geografía del Estado borró sus conflictos, mientras que 
éstos subsisten en todo nivel relacional donde se postula una geografía política 
multidimensional. Esta geografía del Estado fue un factor de orden, al privilegiar lo 
concebido por encima de lo vivido. Sólo el análisis relacional está en condiciones de 
rebasar esta dicotomía concebido-vivido.17 
La geografía del Estado fue construida a partir del lenguaje, de un sistema de signos, de un 
código que procede del Estado. ¿Cuáles son esos signos? ¿Cuál fue el lenguaje utilizado 
para describir geográficamente el hecho estatal? 
 
 
 
17 Cf. LEFEBVRE, op.cit. 
21 
 
III. EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO. 
 
El estado del que tratamos es el Estado-nación, el mismo que la ruptura política de la 
Revolución Francesa hizo emerger.1 Se trata pues, de un fenómeno reciente que no tiene 
más de dos siglos. Pero no todos los Estados son Estados nación, e inclusive si el Estado se 
considera la expresión política de la nación, el Estado se define en primer lugar como ser 
político.2 Si hay un hecho sobre el cual los geógrafos tienen consenso, es sobre la 
definición del Estado: “El Estado existe cuando una población instalada en un territorio 
ejerce su propia soberanía.”3 Se consideran tres aspectos para caracterizar al Estado: la 
población, el territorio y la autoridad. Toda la geografía del Estado deriva de esta triada. 
Consideremos primero el territorio. En relación a éste, existen dos tipos de códigos: los 
códigos sintácticos y los códigos semánticos.4 El código sintáctico está formado por una 
serie de articulaciones como la dimensión, la forma y la posición, para considerar, por el 
momento, sólo algunas. Estas obedecen a la lógica estructural de una combinación que 
permite denotar la morfología general del territorio. Pero la observación empírica, que 
prevaleció mucho tiempo en la construcción teórica en geografía, muestra que el alcance 
de los códigos sintácticos nunca fue percibido ni mucho menos explotado en la geografía 
política clásica. Y sin embargo, si queremos determinar la acción política de los diferentes 
Estados en el transcurso de la historia, se tiene que admitir que las estrategias son 
señaladas por uno u otro de esos elementos sintácticos. Se trata de puntualizar una política 
que puede hacernos creer en la continuación de un sistema coherente. No fue sino hasta la 
Segunda Guerra Mundial, que Inglaterra puso en el centro de su estrategia general esta 
posición. Rusia, a partir de Pedro el Grande tuvo también esta preocupación. Mientras que 
otros Estados, como Brasil en el siglo XIX, siglo de disputas fronterizas, estuvieron 
fuertemente marcados por la preocupaciónde la dimensión. 
Pero paradójicamente, la geografía política clásica estuvo más inclinada a decir que el 
Estado, hablando territorialmente, era pequeño, compacto y marítimo o grande, extenso y 
peninsular, mientras que hubiera sido más significativo mostrar o intentar mostrar qué 
articulación se utilizaba en la estrategia territorial durante cierto periodo. El uso de códigos 
semánticos de tipo: territorio grande, marítimo y fragmentado es frecuente. Esos códigos 
semánticos tienen un carácter estático que no carece, ciertamente, de interés, pero que 
disimula la o las estrategias que provocaron ese resultado. La combinación de una 
estrategia no se da de golpe, sino que obedece a una secuencia. Finalmente, esos códigos 
semánticos son tipos de mensajes que “no establecen posibilidades generadoras, sino 
esquemas ya hechos; no formas abiertas que suscitan la palabra, sino formas 
esclerotizadas…”5. De esta manera, se puede describir, a partir del código sintáctico, un 
número importante de territorios, incluso los que no son observables. ¿Cuál es el interés? 
Ciertamente ninguno a nivel de la descripción, ya que sería difícil describir lo que no 
existe. El problema es otro. Las posibilidades generadoras del código sintáctico son 
perfectamente adecuadas para explicar la génesis de una estrategia territorial, sin necesidad 
de integrar simultáneamente varios objetivos. Una estrategia puede, por ejemplo, realizar 
 
1 Ver, sobre ese problema, H.LEFEBVRE, De l’Etat, 3 Le monde de production étatique, Union Générale 
d’Editions, Paris 1977, p.50. 
2 V. Norman J.G. POUNDS. Political Geography, MacGraw-Hill Book Company, New York 1972, p.12 
3 Richard MUIR, Modern Political Geography MacMillan Press Ltd., London 1975, p.79 
4 Sobre este problema de códigos, ver Humberto ECO La structure absente, Mercure de France, Paris 
1972, p.292 y nuestro artículo, Peut-on parler de codes dans les sciences humaines et particulièrement en 
géographie?, L’Espace géographique, Nº 3 1973, p.183-188. Los códigos sintácticos constituyen las 
condiciones estructurales de la denotación mientras que los códigos semánticos combinan éstos para 
denotar las funciones. 
5 ECO, op.cit.p.293. 
22 
 
primero una secuencia cuyo objetivo sea alcanzar una posición determinada y enseguida, 
en la segunda o la tercera secuencia, buscar la dimensión. En resumen, se hizo un mal uso 
de los códigos sintácticos, mientras que eran perfectamente explícitos y utilizables. En 
lugar de un uso y de una explotación, que los habría llevado a sus límites extremos a través 
del concepto de estrategia, se procedió a una transposición matemático-estática. Se 
esforzaron en cuantificar las formas, las dimensiones e igualmente las posiciones relativas. 
Se llegó a ello sin mucho esfuerzo aunque el problema de esta cuantificación se tomó, en la 
mayoría de los casos, bajo una perspectiva geométrica simple y no como un punto de vista 
sintético que integrase los desafíos habituales del poder, es decir, no solamente el territorio 
sino la población y sus recursos.6 El solo hecho de que la cuantificación fuera posible 
debió centrar la atención en esos códigos sintácticos, ya que era la prueba de que se estaban 
abordando los elementos de la primera articulación. En realidad la cuantificación introdujo, 
en ese caso, precisiones… inútiles y superfluas desde el punto de vista de la problemática 
morfológica que imperó durante mucho tiempo. Es una ilusión pensar que el paso de lo 
cualitativo a lo cuantitativo provoca un salto positivo hacia el entendimiento, cuando la 
problemática es idéntica. El único beneficio es el de la coherencia. No es despreciable, al 
contrario, pero es insuficiente. 
Esos códigos sintácticos como co-extensiones de un saber-ver “geométrico”, poco 
significativos en sí mismos -aunque ahí reside su interés inicial, que pasó desapercibido-, 
habrían permitido señalar la teoría y la práctica de diferentes políticas territoriales, si 
hubieran sido utilizados de manera juiciosa en relación con la concepción estratégica 
propia de cada Estado. La percepción territorial del príncipe no es geográfica en el sentido 
concreto de “terreno”, sino que es geométrico, ¿cómo podría ser de otra manera? Ya que de 
lo que se trata es de poseer una imagen o un modelo a partir de la cual o del cual se elabora 
una acción: “Armado de su teoría, parecería que el estratega no tendría más que volverse al 
“terreno”, a los datos concretos de su cálculo producto de la observación pura. De ninguna 
manera; la forma teórica determina igualmente -a priori- las marcas esenciales que 
permiten organizar los movimientos en el terreno”.7 El “estratega” no ve el terreno, 
inclusive no debe verlo de otra manera que conceptualizado; de lo contrario, no podría 
actuar. Es la distancia que toma lo que hace posible su acción y, a partir de ahí, esta 
distancia solo crea “el espacio”: “El espacio estratégico no es una realidad empírica…”.8 
Este es, de hecho, creado por el concepto de acción, que puede ser la guerra pero que 
también puede ser cualquier forma de organización, de distribución, de red o de 
fragmentación. El estratega no ve el terreno sino su representación. Por ello, los elementos 
del código sintáctico como la dimensión, la forma y la posición siguen siendo esenciales en 
el lenguaje del territorio, pero deben retomarse como elementos de expresión de una 
semiología connotativa. 
También pertenecen al lenguaje de la geografía política las “core áreas”9 reveladoras de la 
problemática morfo-funcional. Una “core area” es la célula a partir de la cual el Estado se 
habría desarrollado, aunque no siempre existe. Muchos Estados no se construyeron a partir 
de esta célula primitiva. Como quiera, el concepto es útil y ha sido desarrollado en las 
tipologías que emergen de códigos semánticos que ponen el acento ya sea en el espacio, 
 
6 Sobre este problema de la forma, ver Claude RAFFESTIN et Claude TRICOT, Réflexions sur les 
formes: Cahiers de géographie de Besançon, Nº12, 1975, p.33-45. 
7 André GLUCKSMANN, Le discours de la guerre, Union Générale d’Editions, Paris, 1974, p.73. 
8 GLUCKSMANN, op.cit. p.76. 
9 Se trata de las zonas centrales y por ello más importantes de un territorio; “el corazón de la nación”, que 
resume en un espacio geográfico el patrimonio intangible como un lugar de ubicación desde el cual 
generar la identidad regional o nacional. 
 
23 
 
(“core area” central, periférica o excéntrica, externa) o en el tiempo, o en la dimensión de 
ambos.10 
Las capitales y las fronteras que son también producto de códigos semánticos, tal y como 
fueron concebidas, constituyen los articuladores del lenguaje de la geografía del Estado. 
Podría decirse que las capitales son puntos-claves, al igual que las “core areas” son 
regiones-clave. Pero al igual que las fronteras que dieron lugar a múltiples clasificaciones, 
ellas expresan conformaciones, productos de relaciones que no aparecen en la problemática 
morfo-funcional, sino como resultados que ocultan con frecuencia las relaciones de fuerza, 
es decir, las relaciones de poder, que las crearon. Por otro lado, ellas sólo le interesan al 
Estado cuando son susceptibles de un uso más amplio, es decir, cada vez que hay una 
relación de poder. Lo admitan o no, los negros norteamericanos poseen “core areas” en el 
Estado americano, son el corazón de muchas ciudades en las que surgen las acciones 
políticas, reivindicaciones, revueltas, etc.. Dicho de otra manera, todos esos signos, que 
han servido para expresar las formas y las funciones del Estado, podrían ser retomados por 
una problemática relacional y extendidos a todas las relaciones de poder político en las que 
el Estado no está ausente, -nunca lo está, pero puede tener únicamente el rol de un 
referente. 
Los códigos revisados hasta ahora se inscriben en la perspectiva de señalar el poderío 
potencial del estado. Como hemos visto, los signosgeométricos revelan las preocupaciones 
estratégicas cuyo objetivo es potencial. Sin embargo, esos signos, que constituyen un 
“discurso,” no son sino la imagen de dicho poder potencial. Imagen que se construye a 
partir de elementos cuya combinación forma grupos de indicios que estarán o no en 
correlación con las acciones efectivamente realizadas. En el fondo, la geografía no 
produce, en ese caso, más que índices, que tienen una probabilidad más o menos fuerte de 
corresponder a estrategias reales. 
En el análisis de la población, el lenguaje utilizado está compuesto también por signos 
específicos: cantidad, distribución, estructura, composición, por citar los más 
representativos. Se notará que son categorías coherentes en relación a las del territorio, en 
el sentido de que la población es concebida como un recurso. Esos signos sirven para 
identificar y para caracterizar a la población como factor potencial del poder. En la 
geografía del Estado, la población pierde significado propio: es concebida y no vivida. No 
tiene significado más que a través del proceso del Estado. Su significado se deriva de la 
finalidad del Estado. De hecho, se notará que los signos utilizados permiten sobre todo 
definir y expresar un potencial, más que una identificación diferenciada. 
La cantidad expresa una idea cercana a la dimensión y por ello, correlacionada con el 
poder potencial. Además, de su combinación resulta una “cantidad pura” integrable en toda 
estrategia: la densidad. Podría creerse que la densidad expresa la distribución, pero no es 
ese el caso, incluso si cierta geografía nos ha acostumbrado a eso. Es cierto que la densidad 
expresa una distribución…¡pero siempre es la misma! Eso no tiene nada de original y esta 
constatación fue hecha por muchos autores: “Pero de nuevo, hay lo que podemos llamar el 
peligro de la media”.11 Más extraña es la manera que propone Blij para salir de esta 
dificultad: “Podemos sugerir un modelo, el Estado que tiene solamente un ‘corazón’ goza 
de mayor grado de unidad que el Estado que posee varios, pese a que el resto de sus 
características sean similares.”12 Sería más simple agregar un índice de concentración a 
 
10 Sobre este tema, ver MUIR, op.cit., p.36-39. 
11 Harm J. de BLIJ, Systematic Political Geography, sd Edition, John Wiley & Sons Inc. New-York 1973, 
p.43 “But again, there is what we might call the danger of the average” en el original (NdT). 
12 Harm J. de BLIJ, op.cit. “We might suggest a model; the state that has only one ‘heart’, other things 
being equal, enjoys a greater degree of internal unity than a state that possesses several such foci”, en el 
original (NdT). 
24 
 
cada densidad, lo que daría una imagen más fiel de su distribución.13 En ese caso, la 
cuantificación aumenta no solamente la coherencia sino que es útil y significativa. 
En cuanto a la estructura demográfica, ésta expresa una idea cercana a la de la posición. Es 
la medida exacta en la que la distribución por edad y sexo expresan una “posición” 
demográfica que denota la situación de este “recurso” que es la población. Al igual que el 
territorio, la estrategia del Estado connota la estructura demográfica a partir de sus 
finalidades. De manera caricaturesca, puede decirse que las pirámides con una base amplia 
“estrangulada” connotan estrategias con “futuro cerrado”. La generalización es menos 
excesiva de lo que podría pensarse. Francia por ejemplo, estos últimos años se inquieta, al 
menos en el caso de algunos medios gubernamentales, por la caída en la tasa de natalidad, 
que pone en tela de juicio la tasa de reproducción.14 Esos temores se incrementan cuando 
se constata la disminución relativa de la proporción del grupo blanco en comparación con 
el grupo amarillo o negro. ¡Viejo temor, vieja historia, cierto, pero que parece tener 
siempre actualidad! 
La composición de la población, vista desde el punto de vista étnico, lingüístico o 
religioso, es abordada con frecuencia con categorías de homogeneidad versus 
heterogeneidad. La primera es percibida como una condición favorable para la 
supervivencia del Estado, mientras que la segunda es una condición más desfavorable para 
este propósito. Dicho de otra manera, la estrategia del Estado pretende la homogeneidad y 
por eso los índices de diferenciación son tan agudos.15 Se trata de una “lectura estatal” en 
la que el Estado busca unificar, volver idénticos a todos por todos los medios. El Estado 
teme a las diferencias y, en consecuencia, no quiere ver más que un lado de las cosas. 
El lenguaje de la autoridad, de la soberanía no es menos revelador. Está primero el origen 
de esta autoridad: ¿procede de un consenso democrático o no? ¿Dicha autoridad está 
centralizada o no? ¿Es el origen de un Estado unitario o federal? Incluso si ciertas 
condiciones geográficas postulan una u otra cosa, es casi siempre en la evolución histórica 
donde se buscan las explicaciones. Y la razón de ello es simple: el carácter unitario de 
Francia y el carácter federal de Suiza se adquirieron y formaron en el transcurso de una 
evolución que duró siglos. Además, en este punto preciso, el sesgo histórico y el sesgo 
funcional de un Hartshorne convergen en el sentido de que el segundo necesita del primero 
para apreciar el grado de cohesión de cualquier Estado. 
Al terminar este rápido análisis del lenguaje usado, es conveniente precisar que no tenemos 
de ninguna manera la intención de aclarar todos los códigos de uso, sino solamente ciertos 
mecanismos de codificación de la geo estructura considerada desde la perspectiva política 
y, de manera más precisa, desde la perspectiva política del Estado. Nos pareció que el 
procedimiento descriptivo de la geografía política se ha orientado sobre todo hacia el 
Estado. Después de Ratzel, prácticamente todo el lenguaje fue forjado y organizado en 
función del Estado. Dicho de otra manera, hubo una inversión en la gestión. El Estado, 
incluso si es la más acabada y molesta de la formas políticas, no es la única. Si el lenguaje 
hubiera sido concebido para dar cuenta del poder político y de las relaciones que éste 
construye en el espacio y en el tiempo, el Estado habría tenido ciertamente un lugar 
privilegiado, pero no ocuparía todo el lugar. Esa es una de las razones por las cuales la 
“geografía política”, convertida en geografía del Estado, permaneció marginal y poco 
integrada en el corpus geográfico. En lugar de interesarse por cualquier organización 
dotada de poder político susceptible de inscribirse en el espacio, la geografía política no 
vio -y en consecuencia no hizo el análisis- más que una forma de organización, la del 
 
13 Por ejemplo, supongamos tres países con la misma densidad D que podrían tener los índices 0,3 0,5 ó 
0,8 respectivamente. 
14 Cf. Sobre este tema, ver las declaraciones de Alfred SAUVY y Michel DEBRE. 
15 Ver MUIR, op.cit. p.95. 
25 
 
Estado. Sin embargo, los signos usados pueden recuperarse para realizar un análisis 
multidimensional del poder. Trataremos de demostrarlo. Vimos que esta concepción 
unidimensional paradójica en el plano geográfico no lo era en el plano filosófico. En 
efecto, desde Hegel el Estado llenó el horizonte de la existencia política. Para escapar de 
esa paradoja, se necesita una problemática que trate de volver inteligibles no sólo las 
formas investidas de poder, sino las relaciones que determinan estas formas. A la 
problemática morfo-funcional es preciso, si no sustituir, cuando menos agregar una 
problemática relacional cuyos resultados, si los hay, serán connotativos de aquellos que 
emanan de la primera. Cuando decimos “agregar” podría creerse que se trata de una 
evolución lineal. No es así, ya que la problemática relacional habría precedido a la 
problemática morfo-funcional, lo que la situaría más arriba de ésta última. 
La geografía humana se constituyó, entre otros, sobre el principio de diferenciación 
espacial a partir

Otros materiales