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2 © Manuel Hernández Pacheco, 2020 Ilustradora: Almudena Jaime Muñoz © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2020 Henao, 6 - 48009 BILBAO www.edesclee.com info@edesclee.com Facebook: EditorialDesclee Twitter: Twitter: @EdDesclee Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-330-3875-3 3 http://www.edesclee.com mailto:info%40edesclee.com?subject= https://www.facebook.com/EditorialDesclee https://twitter.com/EdDesclee https://www.cedro.org http://www.ebooks.edesclee.com/ Para Lala y Madrina, que desde el cielo sé que se sienten muy orgullosas de mí. En una entrevista a Jorge Luis Borges, le preguntaron si cambiaría algo de “El Quijote”. Y él respondió: “por supuesto, cambiaría muchas cosas, pero eso no tendría ningún mérito, el mérito está en escribirlo”. 4 Prólogo Este prólogo que tienes en tus manos, querido lector, nos reúne a ti y a mí para dar la bienvenida al nuevo libro del psicólogo Manuel Hernández Pacheco – el segundo, después del exitoso Apego y psicopatología. La ansiedad y su origen, publicado también por la Editorial Desclée De Brouwer– y ello es gracias a él y a su incansable afán por divulgar sus conocimientos, no solo para profesionales, sino también para cualquier persona que se interese por la síntesis entre psicología y neurobiología. Si te descubres a ti mismo abriendo esta página del libro atraído por el sugestivo título de su portada, y te encuentras con mis letras, se debe a que el autor así lo ha querido. Mejor dicho, sentido, pues ha sido algo que ha nacido de su corazón y que yo he aceptado gustosamente. Agradezco a Manuel Hernández Pacheco que me haya elegido para esta siempre delicada pero estimulante tarea. Es un placer y un honor participar escribiendo este prólogo. Espero que, tras leerlo, os animéis a quedaros con ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Neurobiología, apego y emociones. Comenzaré por glosar sobre la persona de Manuel Hernández Pacheco y nuestra relación, pues creo que es un ejercicio de coherencia hablar de relaciones en un libro sobre neurobiología, emociones y apego. Después ofreceré tres argumentos por los cuales os recomiendo llevaros este libro a casa y tenerlo muy cerca de vosotros. Aunque conocía a Manuel Hernández desde el año 2016 gracias a este maravilloso fenómeno que son las redes sociales, él llevaba ya muchos años trabajando como psicólogo con amplia formación y experiencia en trauma y apego. Estas redes, como todo en la vida, son buenas o malas dependiendo del uso que hagamos de ellas. Todos estamos de acuerdo en que han sido una revolución y han cambiado nuestra manera de relacionarnos. Favorecen la toma de contacto inicial para que pueda luego producirse la magia del encuentro real. Entre otras finalidades, estas redes han ayudado a los profesionales a que nos sigamos los unos a los otros y podamos conocernos y después, físicamente, reconocernos. Esto es lo que ha ocurrido entre Manuel y quien escribe este prólogo, servidor de ustedes. 5 Manuel Hernández no pasó –ni pasa– desapercibido para mí ni para las numerosas personas que siguen sus contenidos y publicaciones en redes sociales. Tanto su primer libro como sus escritos en su página profesional de Facebook, atraen nuestra atención porque su propuesta a la hora de invitarnos a comprender al ser humano y sus problemas o trastornos emocionales son una síntesis equilibrada de los ejes que el psiquiatra Dan Siegel plantea: mente – cerebro – cuerpo y relaciones. Además de formación, conocimientos y carrera profesional con vasta experiencia clínica, tiene a mi modo de ver tres cualidades que hacen que te fijes en él: sabe escribir (redacta de tal manera que atrae al público y a las personas), sabe transmitir (generar emociones en quien lee sus textos) y sabe divulgar (hacer comprensible al gran público lo que es complejo de entender, como la neurobiología). Se nota que Manuel Hernández es un devorador de libros (no solo de psicología y biología, sino de otras muchas disciplinas) y que trabajó de librero. Lleva el deseo de saber y aprender en su ADN. Tal y como él mismo nos cuenta, el Manuel adolescente se sentía un chico raro y turbado al estar rodeado de libros. ¡Qué lejos estaba entonces aquel muchacho de sospechar que lo que le hacía sentirse diferente del resto de chavales se convertiría en la vida adulta en un poderoso recurso! Como dice Boris Cyrulnik, del dolor puede emerger algo bello. Por todo ello, la oportunidad le llegó, como no podía ser de otro modo para los talentosos, de la mano de Desclée De Brouwer, que apostó decididamente por publicar su primer y exitoso libro: Apego y psicopatología. La ansiedad y su origen. En ese contexto de aparición de su primera obra nos conocimos, al fin, en el mundo físico, en persona, en el marco de un congreso sobre el trauma, en Barcelona, en el año 2017. Fue un placer descubrir nuestras afinidades. Tanto que… ¡ambos nos quedamos durante largo rato en el vestíbulo de una de las salas de sesiones porque no queríamos dejar de hablar y compartir sobre los temas que nos apasionan! En ese tiempo de diálogo me sentí fascinado por la erudición de Manuel e interesado por cómo ejerce su práctica clínica e integra su modelo PARCUVE en la misma, el cual puede conocerse y estudiarse en el libro Apego y psicopatología. La ansiedad y su origen y en sus cursos de formación. A partir de este encuentro hemos mantenido el contacto e intercambiado visiones, vivencias y picadas (en Chile significa libros, materiales…). Otro día que ha quedado gratamente guardado en mi memoria es cuando me invitó a la presentación de su primer libro en Bilbao –el mencionado Apego y psicopatología…– y ambos compartimos una tarde inolvidable de intercambio con los lectores y una velada entrañable en “el bocho”, como se le llama 6 cariñosamente a la capital vizcaína, precisamente sede principal de la editorial que le apadrina: Desclée De Brouwer. Es ahora cuando, nuevamente, la vida y la energía creativa y divulgativa de su autor, y su deseo, vuelven a juntarnos para que haga de telonero de este nuevo libro que publica. Imaginad que ahora estoy a vuestro lado y me podéis preguntar por qué creo que debéis llevaros este libro a casa. Pues bien, os doy estos tres argumentos: Primero, porque te sorprenderá su propuesta y, digamos, puesta en escena: arranca con una declaración de intenciones al permitir que una de sus pacientes tome los mandos de la obra y nos ofrezca su testimonio acerca de qué le ocurría psicológicamente y cómo y de qué manera Manuel la ayudó profesionalmente. Se trata de algo muy sensible y doloroso: una mujer abusada sexualmente. El autor ya nos deja claro que no trata solo el trauma, sino a las personas y que para poder contribuir a la sanación de heridas tan dolorosas –como las que dejan las experiencias de abandono, maltrato y abuso– es necesario encontrarse con un psicólogo-psicoterapeuta que, como Manuel, ofrezca una experiencia de seguridad y empatía gracias a una relación terapéutica sólida y confiable, capaz de reparar dichas heridas. El autor se alinea con las propuestas más actuales de los expertos en trauma: además del dominio de las técnicas –que sin duda Manuel posee– es imprescindible que las actitudes relacionales del profesional sean la columna vertebral sobre la cual descanse toda la intervención. La paciente anónima lo dice todo cuando escribe sobre esto y muestra públicamente su agradecimiento a Manuel por este marco relacional que, sin duda, la sanó tanto o incluso más que las técnicas que usó con ella. Segundo, porque no se trata de un libro de estos tan de moda actualmente donde se dan recetas mágicas que no existen. La psicología y las ciencias afines que se dedican a investigar y estudiar la conductahumana, las emociones, el desarrollo, la resiliencia, los trastornos… son complejas y no pueden reducirse a unos consejos, ni es su función hacerlo. ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Neurobiología, apego y emociones es un libro psicoeducativo – explicado con sencillez y claridad pero sin perder la perspectiva científica– para que todo el mundo pueda aprender de manera entretenida acerca de los fundamentos sobre los cuales se asienta la mente humana: las emociones y las dos etapas más cruciales del desarrollo: la infancia –como el autor dice, el jardín al cual siempre nos remitimos– y la adolescencia, etapas críticas ambas al producirse un espectacular neuro-desarrollo y depender de relaciones de calidad para poder crecer sobre buenos cimientos, pero también de grandes 7 oportunidades si se fomenta el maravilloso fenómeno de la resiliencia gracias a un entorno afectivo y solidario. Conocerlas y ser conscientes de las implicaciones que tienen nos conducirán a criar y educar cada vez con más consciencia a los niños. En capítulos posteriores, Manuel explica problemas psicológicos que nos preocupan a todos y que están dentro del ámbito de la salud mental: la descripción de las causas y el tratamiento de cada uno de los trastornos más comunes que nos aquejan y que nos provocan enorme sufrimiento, pasando revista a los principales: la ansiedad y los ataques de pánico, la depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo, el apego y sus trastornos, las alteraciones en la alimentación, la disociación, la pérdida de control y el abuso sexual. Para abordar las causas de estas alteraciones, Manuel nos propone una visión integradora explicativa de aspectos neurobiológicos y relacionales (entre los factores etiológicos asociados a los trastornos, sitúa en lugar prominente al vínculo de apego con nuestros padres o primeros cuidadores, ya que si este fue inseguro y no reparado posteriormente puede constituirse en un importante factor de vulnerabilidad para la vida adulta) y fundamenta los tratamientos en técnicas en las que él es experto y que están avaladas científicamente. Sin olvidarnos, como ya hemos dicho anteriormente, de la piedra angular sobre la que descansa toda su propuesta clínica: una relación terapéutica segura, confiable y empática con el paciente. Ello se plasma en las viñetas clínicas –gran acierto por parte del autor al incluirlas– contenidas en el libro: fragmentos de sesiones en las que aparece la persona de Manuel interactuando con sus pacientes y que ilustran la práctica. A mi modo de ver le da todo el sentido a cada capítulo, ofreciéndonos la parte vivencial que todo libro de este estilo debe tener. Tercero, porque aúna una visión del ser humano que no cae ni el psicologicismo ni en el biologicismo, sino que apuesta por la integración, concibiéndolo como producto de unas potencialidades genéticas –que se expresarán en las emociones y en la conducta según cómo influya el ambiente sobre aquellas–, dando al apego un rol central como programador inicial en esa danza entre genes y ambiente, pues el apego es a la personalidad como al edificio los cimientos: la base sobre la que se sustentará el desarrollo ulterior. Es un libro didáctico, con cuadros que abundan en amenas y sencillas explicaciones neurobiológicas sobre los temas que aborda. Muchas de ellas provocarán curiosidad en nosotros y nos ayudarán a saber más sobre este fascinante mundo. ¡Ah, se me olvidaba! He de mencionar los dibujos hechos por una de las 8 pacientes de Manuel, que aparecen a lo largo de todo el libro, los cuales aportan, como antes expresé, la dimensión emocional y de la imagen, más propia del hemisferio derecho del cerebro. Los dibujos nos confrontan, nos ponen cara a cara, con el dolor que las víctimas padecen, visibilizando y mostrando que este puede transformarse simbólicamente en auténticas obras de arte que amplifican y dan veracidad a lo que Manuel nos cuenta, y contribuyen a generar resiliencia. Si la paciente no dibujara, todo ese dolor quedaría dentro de ella. Sacarlo fuera es un modo de aliviarlo y ofrece un recurso de arte-terapia que contribuye a elaborarlo psicológicamente. La sociedad necesita hacerse consciente de la extrema importancia que tienen las relaciones de buenos tratos y su crucial papel para orquestar el desarrollo de las personas y contribuir al logro de una personalidad equilibrada y un óptimo estado de salud psico-bio-social. Aún estamos muy lejos de que esta visión esté extendida y haya llegado a todos los ámbitos familiares, sociales, educativos, sanitarios, judiciales y políticos. Por eso una obra de este calado, dirigida y accesible a todos los públicos, es bienvenida y celebrada. Solo me queda felicitar a Manuel Hernández por este útil y gran libro, deseando que su lectura os aporte una luz tan bella como la que baña la Málaga que le vio nacer, y que os acompañe y guíe en vuestro caminar. San Sebastián-Donostia, a 29 de abril de 2019 José Luis Gonzalo Marrodán Psicólogo Clínico 9 Introducción Mi primer libro, Apego y psicopatología, fue un acercamiento necesario para poder relacionar dos cuestiones que a nivel teórico me interesaban mucho, la biología y la psicología. O, como a mí me gusta decir, la relación entre mente y cerebro. Ese libro surgió de la necesidad de integrar muchas de mis lecturas. Escribí el libro que me hubiera gustado leer cuando empecé a ejercer como psicólogo. Intenté destacar cómo los primeros años de vida y, sobre todo, la relación con nuestros cuidadores moldeaba, en muchos casos de forma indeleble, nuestras emociones y consecuentemente nuestros pensamientos y conductas. Apego y psicopatología, la ansiedad y su origen iba dedicado principalmente a compañeros psicólogos que quisieran profundizar en el origen de muchas patologías y en cómo trabajar con ellas. Mi grata sorpresa fue que interesó también a un público no especializado que quería saber más sobre psicología y, sobre todo, cómo le había afectado la relación con sus cuidadores en la infancia y, por extensión, en su vida actual en la relación con otras personas e inclusive consigo mismos. Pasado un tiempo, empecé a notar la necesidad de expresar cosas nuevas que iba aprendiendo y, sobre todo, de explicarlas de un modo más sencillo, pero igualmente riguroso. Para ello me he basado en los posts que publico en mi página profesional de Facebook (www.facebook.com/apegoypsicopatologia). Las redes sociales permiten un contacto más inmediato, con textos más breves. He tratado de escribir y dirigirme, con este libro, al mismo tipo de público al que lo hago en las redes sociales, que demanda contenidos de tipo psicológico pero amenos y rigurosos. Vittorio Guidano (2001) dice que la infancia marca la tonalidad en la que va a sonar toda nuestra vida. Igual que la sexta sinfonía de Beethoven suena en fa mayor haciendo que haya una armonía a lo largo de toda la obra (si no los instrumentos tocarían desafinados unos de otros), las emociones nos ayudan a dar un sentido de continuidad a nuestras vivencias. Algunas personas estarán teñidas por la tristeza, otras por el optimismo, la 10 https://www.facebook.com/apegoypsicopatologia rabia o el miedo. Esta tonalidad nos la da nuestra relación afectiva con los cuidadores durante nuestros primeros años de vida y determina todo nuestro desarrollo vital. En este libro he tratado de que la tonalidad que vertebre el libro sea el apego y la neurobiología, y cómo nos influye en nuestra vida y en la de las personas a las que queremos. Los dibujos de Almudena siempre han estado en mi cabeza a la hora de escribir este libro. Dicen más en una imagen que yo en miles de palabras. No puedo concebir este libro sin esos dibujos que ella, poco a poco, me iba trayendo a la consulta y que yo iba guardando como mi mayor tesoro. Estos dibujos representan lo que sienten muchos de mis pacientes. Sé que son impactantes, y a menudo duros, pero reflejan el sufrimiento interior de muchas personas. He dividido el libro en dos partes. En la primera escribo sobre nuestrocerebro y la importancia de las relaciones en los primeros años de vida, en la infancia y en la adolescencia. Estos son los pilares sobre los que se constituye la personalidad de la persona, y si no entendemos qué ocurre en estas etapas no podremos entender la causa de muchas enfermedades mentales. En la segunda parte he desarrollado los principales tipos de patologías psicológicas que encuentro más a menudo en mi consulta, como los ataques de pánico, los TOC, los trastornos alimenticios, los abusos sexuales, la depresión y un tema que me apasiona: la disociación psíquica. Soy consciente de que muchas cosas escritas en el libro pueden sorprender. He tratado de escribir de la misma forma en que explico las cosas a mis pacientes o a mis alumnos en los cursos. Pero este paso de lo oral a lo escrito puede dar lugar a frases o conceptos con varias lecturas. He intentado dar frescura al texto, a riesgo a veces de no explicar las cosas todo lo bien que debería. Espero que este libro pueda ayudarnos a entender a las personas a las que queremos (y a las que odiamos) y sobre todo a entendernos a nosotros mismos. A reflexionar y a cambiar para ser mejores y hacer mejores a las personas que nos rodean. Finalmente quiero agradecer a todas las personas que han participado en la génesis de este libro y me han ayudado a hacerlo mejor. A mi mujer Esther, que lo ha leído varias veces corrigiendo faltas y estilo y siendo un gran apoyo. A Ade Navarides, que me hizo importantes aportes a la hora de enfocar el libro al público al que yo quería llegar. A José Luis Gonzalo, por hacer el prólogo y por sus aportaciones de tipo terapéutico que han ayudado mucho a mejorar 11 malentendidos. Y a Olga Castanyer, por repasar pacientemente varias veces el libro para hacerlo más coherente. También agradecer a Gema García que me ayudara a mejorar el capítulo de los trastornos alimenticios. Agradezco también a Almudena y a M. Por haber sido coautoras de este libro. Han ayudado a entender con sus emociones lo que yo describo de forma intelectual y analítica. Y como no puede ser de otra manera, agradecer a la editorial Desclée De Brouwer y a su director editorial, Manuel Guerrero, el haber confiado nuevamente en mí y su paciencia a la hora de editar el libro. 12 I LA INVENCIÓN DE LO HUMANO 13 1 Carta de M. Estoy nerviosa y muy emocionada. Manuel me ha pedido que escriba el primer capítulo de este, su segundo libro, en un momento muy emotivo de una de nuestras últimas sesiones de terapia. Quiero contaros cómo ha sido el proceso, la relación terapéutica, los encuentros y desencuentros, cómo me he sentido y, sobre todo, qué ha supuesto para mí este camino. Mi terapia ha sido como un viaje a través de un espejo, a través de la imagen que me devolvía de mí misma. Una imagen primero inexistente y después monstruosa. Dicen que los niños se ven en un principio a través de los ojos de su madre, y después a través de los del resto de las personas que los rodean. Yo he mirado también a mi madre en estos meses. He explorado mi relación con ella, y con mi padre, comprendiendo que ellos, a su vez, fueron en parte el resultado de la mirada de mis abuelos. Si el vínculo no es sano y el apego es inseguro, en muchas ocasiones se perpetúan los conflictos, el malestar, la imposibilidad de relacionarnos de manera sana con los demás. Por eso pienso que, como dice el título, las personas a las que queremos nos hacen daño. Mi relación terapéutica ha sido la clave para superar mis dificultades, y para que el espejo me fuera devolviendo la mejor imagen de mí. Llegué a Manuel hace 7 meses, angustiada, con obsesiones que no me permitían vivir en paz, ni atender a mis hijos, ni concentrarme en mi trabajo. En la primera sesión me puso mentalmente delante de un espejo y me pidió que le dijera qué veía. Ante mi asombro, en él no se reflejaba nada. Era incapaz de verme. Poco a poco fui entendiendo el porqué. Mi infancia no la recuerdo feliz. Solo los veranos y el mar lograban borrar mis miedos. Los inviernos eran una pesadilla. Fui criada con muchísima exigencia a todos los niveles, prácticamente sin momentos de juego, solo el deber y tener una buena imagen era importante en mi casa. Me marcaron en especial dos traumas. Con 4 y 5 años sufría maltrato físico por parte de dos niñas de mi clase. Eso hizo que me volviera una chica tímida y apocada. A los 8 años, el 14 psicólogo de mi colegio abusó sexualmente de mí. Jamás conté nada a nadie, ni a mis padres, ya que el miedo a expresarlo era superior a la necesidad de consuelo. Poco a poco fui tapando mi falta de autoestima y mi sensación de escasa valía mirando hacia fuera, buscando el reconocimiento externo, consiguiendo logros académicos, profesionales y sociales que me hicieran brillar. Sin embargo, esa niña interior fea, asustada, rabiosa, seguía ahí, y sin darme cuenta se proyectaba en mi hija y me hacía rechazarla. Ha sido esencial ver hasta qué punto mi pasado condicionaba mi presente, y cómo una imagen tan negativa de mí misma me apartaba de los que más quería. Gracias a la terapia y a mi esfuerzo he logrado superar mucho, aunque aún sigo en el proceso de aceptarme y quererme. Manuel trabaja desde la relación. La nuestra se ha basado en mucha confianza, seguridad y disponibilidad por parte de Manuel, y en mucho esfuerzo, honestidad y entrega por mi parte. Creo que sería un buen resumen de lo que ambos hemos puesto. El primer día me animó a que le escribiera y acudiera a él cuando lo necesitara. Yo temía, una y otra vez, que él se fuera a cansar de mí y me abandonara. Pero ahí seguía, incluso en los momentos en los que sin quererlo lo puse a prueba. Desde el principio conectamos bien, nos peleábamos por hablar, nos reíamos. Me sorprendió su cercanía y naturalidad. Me sentía segura, aceptada y no juzgada. La sensación de no ser para él la niña invisible que fui en mi infancia me hizo cogerle cariño enseguida, y querer ganármelo como fuera, ser su mejor paciente. Le regalé un montón de palabras bonitas en los correos y por primera vez pude mostrarme sin miedo a ser yo. Aunque esta ha sido la tónica general, como en cualquier viaje surgieron complicaciones, y la relación terapéutica pasó por un momento crítico. Tras unos meses, tuvimos un conflicto y perdí la confianza en Manuel. También los nervios. Me sentí entonces rabiosa, asustada, insegura, decepcionada, abandonada, ridícula, desesperanzada… Consulté a otro terapeuta en un intento de aclararme, de reponerme. En esos momentos, a pesar de estar triste y decepcionada, necesitaba desesperadamente seguir vinculada a él. Todo ello me hizo ver lo complicada que es una relación terapéutica y la necesidad tan grande de afecto que tenía. Lo que yo he experimentado es que cuando trabajas la infancia te marchas a ese tiempo. Conectas entonces con las emociones que vivías y es desde ahí desde donde te relacionas con el terapeuta. Es muy fácil que la adulta se anule y que sea la niña la que hable y actúe por ella. No te reconoces, ya que no eres exactamente la niña que fuiste, pero sí sus demandas. Ha habido etapas de la terapia en las que he sentido muchísimo dolor, en 15 especial al trabajar el abuso sexual. El sentimiento de culpabilidad, de que yo lo provoqué, es algo que siempre me ha acompañado. Aunque suene duro e inexplicable he llegado a desear que Manuel abusara de mí, que me tratara mal, como un castigo merecido para poder pagar por ello. En esos momentos he reaccionado contra él y le he atacado en los correos. Sin embargo, Manuel ha sabido contener mi ira y devolverme afecto. Entonces me he sentido descolocada, conmovida y furiosa a la vez. Al final vencía el afecto y me rendía a él. Es precisamente a través de ese amor, y de saber que tienes a alguien ahí constantemente, como he experimentado que merezco ser querida. Así le escribía a Manuel el 14 de diciembre de 2018, hablándole de mi niña interior: Manuel, la niña esta gordísima. Está deforme, enorme de gorda y me da un asco tremendo y siento que la desprecio mucho. Me danáuseas y es como un cuerpo grande y repulsiva. Me da asco. Además, tiene la piel sucia y muy fea, no podría tocarla, aunque quisiera. ¡¡¡¡¡¡Se tiene que duchar!!!!!! ¡¡¡¡¡Estoy cansada de decirlo!!!!! Que se lave, ¡Que se limpie! Aún no le veo la cara, pero sé que esta triste e inexpresiva. Me siento mal por no poder acercarme a ella, pero me da un asco que no controlo... Qué asco me da él, qué asco más intenso. Era muy, muy alto y delgado y no quiero que se me pegue, no quiero, no quiero que se me pegue de esa manera, qué asco de él, qué asco me dan los dedos, qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… ¿Lo estoy haciendo bien, Manuel? ¿Así es como lo quieres? ¿Está bien? ¿Es suficiente? ¿Soy la mejor? ¿Soy la mejor en esto? ¿Me falta hacer algo? ¡¡¡¡¡¡¡¡Destrózame ya, que no entiendo que no me destroces, qué pena que no estés aquí para agarrarme fuerte y hacerme daño de una vez!!!!!!!! Eso es lo que me calmaría, eso, que no te enteras… que no eres ni buen psicólogo ni nada, si me hicieras daño descansaría ahora. ¿¿¿Qué tengo que hacer eh??? ¡¡¡Dime!!! ¿¿¿¿¿Qué????? Si vinieras y abusaras de mí, me curaría. Eso es así. Aunque suene raro, yo sé que me calmaría por dentro. Calmaría la ansiedad que siento, calmaría el malestar, me quedaría tranquila por fin. No quiero que me hagas favores portándote bien, ni cuidándome, ni quiero tu consideración. No es lo que quiero, no lo quiero, no lo quiero, noooooooooo. ¡Ayyyyyy! Nadie entiende esto que me pasa, que está en mi cabeza y que está fuera también, porque lo siento muy real. 16 Con muchísimo esfuerzo, en estos 7 meses he logrado acercarme a la imagen tan negativa y odiada que tenía de mí misma, accediendo a esas vivencias traumáticas, y acercándome emocionalmente a mi yo niña. Fui al patio de mi colegio acompañada de Manuel y eso lo cambió todo. Ahora puedo mirarme con más compasión y ternura y, por ello, mi niña interior pasó de darme la espalda a cogerme de la mano. Así escribí sobre ella en otro correo después de una sesión, el 20 de febrero de 2019: Apoya la cabecita en mi hombro y descansa. Sé que estás triste. ¿Estás cómoda así? ¿Tienes frío? No, no me importa que te pegues más a mí, si tú estás a gusto así, estupendo. Quédate un rato. No necesitas hablar, yo no hablaba, por eso sé que tú no hablas. No tienes que levantar la cara hacia mí aún, no pasa nada. Yo sé que tienes los ojos bonitos porque son color marrón miel en invierno, pero se vuelven verdosos en verano cuando has llevado el mar en ellos durante algunos días. Eres muy bonita, solo que ese uniforme es horrible, y el colegio lo tiñe todo de gris y marrón porque allí no hay luz. En el momento que den las vacaciones de verano y puedas ir descalza en bañador, y enterrarte los pies en la arena caliente, verás qué bien. Vas a ser libre, vas a levantar la cara, a soltarte el pelo al viento, te va a encantar moverte, rodar como una croqueta por las dunas, y trepar por los toldos, y llamar a gritos a tu amiga Eva, y buscar pistas y tesoros en la arena jugando a “Los Cinco”, y a “beso, verdad o consecuencia”, que sé que te gusta Dani, y hacer el pino, y ensayar bailes, y que tu padre te pregunte cuántas veces te has bañado hoy, y decirle que no has salido del agua, solo para hacer churritos con la arena mojada y albóndigas. Quédate conmigo un tiempo. No te cojo aún porque estoy muy cansada y no puedo con tu peso. Han sido muchos años cargando con mucho y ahora estoy débil, pero cuando me recupere vamos a volver a la playa tú y yo, un día que no haya nadie, y vamos a hacer todas esas cosas las dos solas, te lo prometo. Creo que ahí me voy a poner a llorar, pero no te asustes. Y lo más importante: no vamos a volver al colegio nunca más. Eso se terminó. Hoy se terminó. Y si queda algo, Manuel me va a ayudar, porque mi padre no está pero él sí, por eso es importante que él lo sepa, para que nos ayude. Porque yo sola no sé hacer muchas cosas aún. La terapia ha sacado mi parte más creativa, ha destapado mi sensibilidad, me ha hecho perder el miedo a mostrarme, a ser más espontánea. Soy consciente 17 de mi lado más rígido, pero también del más divertido. En ese sentido he vuelto a quererme, como te quieres cuando te quieren los demás, y te miran bonito, y te emociona la vida de nuevo. Ahora el espejo empieza a reflejarme a mí con esa luz, aunque aún me quede camino por delante. A la terapia le debo en especial una mayor conexión con mi familia. He vuelto a disfrutar de mi hija, a acariciar su pelo, a respirarla muy hondo antes de mandarla a la cama. También sé contener mejor su malestar cuando me cuenta cualquier problema, sin quedarme paralizada de miedo. Y valorar a mi marido, aceptar que me quiere sin más, sin que tenga que hacer nada para ello. No me quiere por mis logros, ni porque me ponga guapa, sino por ser yo. Gracias, Manuel, por acogerme tan bien, por cuidarme en las sesiones, por compartir tus vivencias conmigo, por mostrarte ante mí, por entenderme, por ser sobre todo persona además de terapeuta, por tu paciencia, por tu dedicación, por tu sentido del humor… porque sigues siendo un cielo muy azul para mí. M. 18 Neurobiología, apego y emociones. La unión con la naturaleza Todo lo que ocurre a los seres humanos en su sistema interno tiene conexión con la biología. Esto hace que la inmensa mayoría de los procesos que tienen lugar dentro de nosotros ocurran de forma involuntaria. Y nuestro cerebro no es ninguna excepción. A nivel mental, somos el 80% animales y el 20% humanos. Con esto quiero decir que una parte inmensa de nuestro comportamiento viene determinado por nuestras emociones y un poco por nuestra cultura. Esto no significa que muchas de nuestras emociones no sean aprendidas o que no puedan modificarse, pero sí que van a ser involuntarias, inconscientes y súbitas, llegarán sin avisar (acompañadas siempre de sus hermanas siamesas, las sensaciones) (Siegel, 2010). La palabra emoción viene del latín “emotio” que significa movimiento, es decir, las emociones nos ayudan a dar color a las cosas, sirven para sentir, para decidir y ponernos en movimiento. Las emociones tienen dos características básicas: • La calidad de la emoción nos permite valorar que algo sea bueno o malo. Nos da una valoración moral o simplemente sentir que algo es bueno o es malo. Una máquina (como un ordenador, por ejemplo), al no tener emociones no puede evaluar si una foto es fea u horrible. No puede valorar la diferencia entre un paisaje de nieve y un niño abusado. • La intensidad de la emoción nos ayuda a saber si eso que nos agrada (o desagrada), lo hace mucho o poco. Nos permite sentir (y conocer) “cuánto” de peligroso o de agradable es algo. Así nos apetecerá mucho (o poco) alejarnos o acercarnos. Por ejemplo, si hace mucho tiempo que echamos de menos a un amigo y lo vemos por la calle, saldremos corriendo a buscarlo, pero si es alguien a quien debemos dinero haremos lo que sea para evitar que nos vea. Podemos sentir las emociones como positivas o negativas, aunque esto es una 19 valoración subjetiva. Ambas cumplen su función y son necesarias, ambas fluctúan juntas. Y lo hacen de forma opuesta en lo que se conoce como un proceso “de suma cero”. Si una emoción es muy intensa, cuando aparezca la contraria lo hará con una intensidad igual a la primera. Esto es así porque la naturaleza quiere que nos protejamos y recordemos lo que nos hizo daño o nos agradó mucho. Y lo hace de este modo. Si un zorro tiene mucha hambre y encuentra un trozo de comida podrida, cuanta más hambre tenga, más asco le dará esa carne. De esta manera evita comer algo que puede hacerle daño. Por eso, cuanto más quiera a alguien, más lo odiaré o más triste estaré, cuando me falte, o cuanto más me humilló alguien (más vergüenza tuve), más lo odiaré o más sumiso me volveré con él. Como he explicado, las emociones sirven para saber cuándo algo es bueno o malo y sobre todo cuánto lo es (qué intensidad tiene),de manera que en el futuro lo buscaré o lo rechazaré con más fuerza. Todos tendemos a clasificar las emociones en buenas o malas, pero no es más que una manera de engañarnos. Obviamente todos preferimos estar contentos y no tristes, pero todas las emociones son necesarias y cumplen una función. Hay emociones que buscan la proximidad (y las sentimos como positivas) y otras que buscan evitar el peligro o la defensa (y las vivimos como negativas). Cuando percibimos las emociones como problemáticas pueden serlo de diferentes modos: • Son dominantes y constantes, no podemos librarnos de ellas, aunque seamos conscientes de que nos perjudican. Por ejemplo, tengo miedo constantemente, pero sé que no hay ningún peligro real a mi alrededor. • Hay dos (o más) emociones en nuestro interior que luchan entre sí. Por ejemplo, queremos y odiamos a alguien al mismo tiempo. • No podemos sentir nada o lo sentimos todo en exceso. Esto les ocurre a personas que han tenido una infancia difícil y han aprendido a no sentir o se han vuelto demasiado sensibles. A pesar de la complejidad del ser humano, el número de emociones es escaso. Su origen fue permitir a los mamíferos cooperar y vivir en grupos y cuidar de la descendencia hasta que esta pudiera valerse por sí misma. En definitiva, poder relacionarnos con los demás, pues somos animales sociales. Las emociones básicas que voy a desarrollar son: amor, soledad (o tristeza), miedo, rabia, asco, culpa y vergüenza. Como veremos, dentro de estas hay 20 muchos subtipos, pero forman parte de su marco de influencia. Pasemos a hablar de ellas. 21 Para algunas personas sentir es algo intolerable. Son personas muy sensibles que no saben ni pueden regularse emocionalmente. Se sienten prisioneras o atacadas por sus emociones. 22 Amor Se han escrito miles y miles (y podéis sumar muchos millones) de páginas sobre el amor, pero aquí nos interesa el amor biológico. El amor cumple una función clara, nos ayuda a vincularnos a otras personas (en la infancia nuestros padres y más adelante otras personas, incluso mascotas) y sentir que forman parte de nosotros. Todos los mamíferos sienten algún tipo de amor, porque nuestro éxito evolutivo vino por la cooperación y la vinculación con otros animales de nuestra especie. Muchos insectos cooperan (las hormigas o las abejas, por ejemplo), pero no sienten emociones hacia los otros. No hay afecto ni tristeza en el encuentro ni en la pérdida. • El amor es la emoción positiva por excelencia junto con la alegría. Es innato en todos los mamíferos y se relaciona con la oxitocina (la misma hormona que segrega nuestro organismo cuando tenemos sexo de calidad). Es fundamental para perpetuar la especie (Porges, 2011). El amor podemos dividirlo, a su vez en cuatro grandes grupos: • Amor romántico: Es el amor que nos ayuda a emparejarnos, a vincularnos emocionalmente a alguien para poder reproducirnos. Soy consciente de que esto suena muy mal, pero soy biólogo y me consta que el objetivo de la naturaleza es que sobrevivamos a la infancia y que nos reproduzcamos en la edad adulta (siento haberme cargado todo el romanticismo de un plumazo). • El ser humano es una especie monógama, principalmente porque los niños tardan mucho en desarrollarse hasta valerse por sí mismos, así que los dos padres deben cooperar para criarlos1. • Amor filial o crianza: Es el amor de los padres por los hijos. Permite que los cuidadores se sacrifiquen por su descendencia. • Amistad: Es el amor que nos lleva a cooperar, a trabajar en grupo, a querer a los demás. Fue el gran éxito evolutivo de los mamíferos. • Vínculo hacia los cuidadores: Es el amor biológico de un niño hacia sus cuidadores. Es innato, forma parte de nuestro ADN y es lo que permite que el niño se vincule a sus cuidadores en los primeros años de vida para sobrevivir. El apego está por encima de cualquier otra cosa o emoción, lo cual, como explicaré a lo largo del libro, tiene unas consecuencias enormes 23 para lo bueno y para lo malo (Hernández, 2017). Alegría Es, junto al amor, la otra emoción positiva que predomina en nosotros2. Está relacionada con un neurotransmisor llamado dopamina, que nos ayuda a mostrar interés (aquí está la emoción que hace que nos motivemos por algo). Cuando este neurotransmisor no está presente, aparecen la tristeza y el desánimo, es decir la depresión (Panksepp, 2012). La alegría sirve para que luchemos con la esperanza de volver a sentirla en el futuro. Bien usada es muy positiva, pero mal usada puede llevarnos a las adicciones, compras compulsivas, etc. Como explicaba anteriormente, a una emoción intensa le puede seguir la contraria, por eso las personas que consiguen alegrarse con elementos externos como las drogas, la ludopatía o las compras, sufren después una gran tristeza (ansiedad) que les hace recaer una y otra vez. La alegría aparece desde que somos pequeños en el juego, primero con los cuidadores (y la familia cercana) y después con los amigos. El juego sirve en los mamíferos para aprender las reglas sociales que tan útiles y necesarias son en la edad adulta. Por eso, si en la infancia no ha habido juegos sociales o físicos, el niño será retraído, triste, vergonzoso (Meares, 1993). La alegría es prima hermana del amor, pues la mayoría de los momentos felices los vivimos con otros, pero también hay muchas satisfacciones sanas que son intelectuales, deportivas o de manualidades, que se realizan en soledad. Pero, sin duda, las mayores alegrías en la vida las tenemos cuando compartimos experiencias con las personas a las que queremos. Unos investigadores suecos hicieron un experimento con atletas olímpicos que ganaban medallas de oro en alguna disciplina deportiva. Los grabaron y observaron cuando recibían la medalla y vieron que los atletas sonreían cuando miraban a alguna persona querida. Un familiar, el entrenador o un compañero. La sonrisa solo aparecía cuando compartían ese premio con alguien cercano. 24 Tristeza La tristeza es una emoción incómoda (que puede llevar a la depresión) y que tiñe todo nuestro entendimiento de cansancio y miedo. Esta emoción tiene claramente un enfoque social. Al ponernos en una posición de debilidad, activa los mecanismos de empatía de los demás y permite que nos ayuden. La tristeza es la puerta a la temida depresión. La tristeza puede tener dos razones principales: • La soledad. Esta emoción tan desagradable (aunque la soledad buscada pueda ser muy placentera, no lo es la forzosa) es el mayor miedo de cualquier mamífero. Como dice el Génesis … no es bueno que el hombre esté solo… Cuando aparece, la persona se siente abandonada, sin ilusión ni fuerza. Surgió para que, cuando vivíamos hace miles de años en comunidades pequeñas, el resto del grupo nos apoyara. La paradoja actualmente es que cada vez vivimos rodeados de más gente y cada vez nos sentimos más solos. Los niños necesitan a sus cuidadores para sobrevivir y si estos no están disponibles (física o emocionalmente), activarán el llanto (protesta o rabia) y finalmente la tristeza como mecanismo para recuperar el vínculo. Como todas las emociones, si se siente con mucha frecuencia o intensidad en la infancia, se puede volver crónica en la edad adulta. • La frustración. Es una emoción relacionada con no haber podido conseguir los objetivos propuestos. Sirve para aprender, pero si es excesiva se convierte en un trauma. Frustración es sinónimo de rabia. Así, cuando tenemos mucho enfado o estrés, o simplemente hemos hecho un esfuerzo muy grande y acabamos agotados (y paradójicamente felices), puede aparecer la tristeza como forma de hacernos parar para recuperar fuerzas. Sería el modo de descanso de nuestro cerebro para recuperarnos y seguir adelante con nuestros objetivos. Pero si la rabia es permanente o demasiado intensa, esta sensación de tristeza se puede volver permanente y aplastarnos, no dejándonos hacer nada. La autoestima se cimienta en los primeros años de vida, por eso es tan importante la regulación emocional de los padres a los hijos, porquesi estos sienten que nunca hacen nada bien aparecerá una frustración tóxica 25 que les llevará a una falta de autoestima y una tristeza permanentes3. Es importante no sobreproteger a los niños, pero tampoco hacerles sentir que nunca hacen nada bien. Ambas cosas provocan desaliento y falta de confianza en sí mismos. La búsqueda de un objetivo puede tener éxito o ser un fracaso. En este caso se puede vivir como un aprendizaje o como un trauma. Depende de la intensidad del miedo y de cómo lo valoremos a posteriori. Rabia La rabia es una emoción que sirve para poner límites, para defender lo que necesitamos. En los niños cumple dos funciones: • Me lo has hecho pasar mal y no vas a olvidarlo. El llanto de un niño es paralizante, cualquier padre lo ha sentido alguna vez. • Cuanto mayor sea el malestar, mayor va a ser la rabia y por tanto ayuda a los demás (y a mí mismo) a recordarlo más y mejor. Cuanto mayor haya sido la rabia durante la infancia, mayor va a ser cuando vayamos creciendo. A veces esta rabia, como explicaré a lo largo del libro, puede estar inhibida (o escondida) y se dirige hacia uno mismo. Otras veces, puede funcionar de un modo distinto, simplemente como mecanismo de descarga, como una forma de sentirnos mejor haciendo daño a otras personas. 26 La rabia es una emoción que moviliza mucha energía y tiene relación a nivel del cerebro con la “amígdala” (ver capítulo 6) y a nivel del SNA (sistema nervioso autónomo) con la rama simpática, que activa el modo de lucha y defensa. Hay dos tipos de rabia fundamentalmente: • Impotencia o frustración. Esta es una emoción o sensación que sentimos cuando valoramos que no se tiene en cuenta lo que necesitamos o que no podemos conseguirlo. Es una emoción muy limitante y se suele sentir en el pecho, en el plexo solar. Está más relacionada con la defensa, con protegernos de algún mal o peligro4. • Rabia, ira: Es una emoción o sensación enfocada hacia la lucha o el ataque. Sirve para poner límites a los demás o simplemente para sentir que descargamos nuestra tensión y malestar. Suele sentirse en las manos, en la cara y en la mandíbula. De hecho, el bruxismo es rabia que no puede descargarse de forma adecuada (Van der Kolk, 2014). Muchas personas tratan de evitar esta rabia que les produce impotencia realizando actividades que calman a corto plazo pero que tienen conse-cuencias nefastas a medio plazo. Es muy característico en las adicciones, sea marihuana, alcohol, cocaína, juego… La mayoría de las veces el deto-nante del consumo es una sensación de rabia o impotencia. Vergüenza La vergüenza es una emoción social, tiene relación con los demás de forma real o imaginaria (cómo creo que me perciben). Esta emoción la compartimos con otros mamíferos, y sirve para saber qué rango ocupa cada animal en el grupo. En los seres humanos es mucho más compleja y sirve para saber qué comportamientos son adecuados y cuáles no, y evitar así hacer cosas que puedan provocar rechazo. La vergüenza, en un nivel sano, es una emoción importante que ayuda a la convivencia y a relacionarse con los demás, pero cuando es excesiva se convierte en “vergüenza tóxica” y es extraordinariamente limitante. A muchas 27 personas les impide literalmente vivir. Aprendemos la vergüenza en los primeros años de vida, en la relación con nuestros cuidadores. Estos actúan como un espejo en el que nos miramos cuando somos bebés y niños, y si la imagen que vemos es defectuosa (sentimos que no somos merecedores de afecto o cariño), la vergüenza se puede alojar crónicamente en nuestro interior. Así que hay dos tipos de vergüenza, una sana y constructiva que nos ayuda a conocer las reglas sociales y a relacionarnos con los demás y otra tóxica que hace que tengamos miedo a la desaprobación o al rechazo. Esta vergüenza puede manifestarse de muchas formas: • Miedo a hacer algo inapropiado o que provoque la burla o la falta de estima de los demás. Por ejemplo: hablar en público, hacer el ridículo, etc. • Miedo a que mi cuerpo haga algo involuntario y me exponga a la risa o rechazo de los demás. Por ejemplo: desmayarme, irme de vientre, sudar de forma copiosa, tener una risa escandalosa, etc. • Miedo a que haya algún defecto en mi cuerpo que me haga diferente a los demás y por el que me perciban defectuoso, Por ejemplo: Tener la nariz fea, estar gordo, tener manchas en la piel, tener unas piernas muy grandes, etc. 28 La vergüenza es la emoción más limitante que existe. Literalmente bloquea a las personas impidiéndoles sentir otra cosa que no sea miedo. Miedo a lo que puedan ver los demás en nosotros. 29 Quiero compartir aquí dos casos distintos, pero que creo que ayudan a entender la subjetividad de los problemas de cada persona. Los dos pacientes tenían vitíligos. Estas son unas manchas blancas en la piel que destacan sobre el resto del color de la carne. 1. Luis viene a la consulta porque tiene un miedo atroz, ya que empiezan a salirle unas manchas blancas en las manos (para mí inapreciables) y dice que le salen ya en la cara (yo no fui capaz de verlas). Se mira todos los días la cara y las manos en el espejo para ver si las manchas están más grandes y se deja barba, se tapa las manos cuando habla… porque tiene miedo de que los demás se den cuenta de su defecto. Sobre todo sus hijos, ya que estas manchas son genéticas y le aterra pensar que sus hijos las hereden. Haciendo la historia clínica descubrimos que en la adolescencia había tenido muchas espinillas que le habían deformado la cara y le aterraba volver a llamar la atención por su aspecto físico. 2. Eva vino a la consulta por un problema de ansiedad. Lo que me sorprendió nada más verla fue que su cuerpo estaba lleno de manchas de vitíligo, eran enormes y estaban en la cara, los brazos, las piernas. Después de un rato de charla le pregunté si le molestaban las manchas, si le provocaban alguna ansiedad, y su respuesta fue: “eso me da igual, ya se quitarán o no, lo que me preocupa es mi embarazo y cómo arreglar mis problemas de pareja”. La subjetividad de lo que es bueno o malo en el ser humano nunca dejará de sorprenderme. Culpa Esta es una emoción exclusivamente humana, no la compartimos con ningún otro animal5 y aparece ya en los niños. Toma forma cuando aparece el lenguaje y sirve para saber cuándo hemos hecho algo mal y poder corregirlo. Es una emoción que, como la vergüenza, sirve para saber cómo comportarnos con los 30 demás, qué es lo correcto y qué puede hacer daño. Al igual que todas las emociones en un nivel sano, es necesaria para vivir, pero si excede cierto nivel puede ser muy dolorosa y convertirse en algo obsesivo, en pensamientos continuos que inundan a la persona y la incapacitan. La culpa hace que a veces nosotros mismos nos convirtamos en nuestros peores enemigos. En todos los casos, para poder manejar los estados emocionales que nos producen daño tenemos que aprender a regularnos emocionalmente, si no se dará lo que conocemos como “secuestro emocional”. Sentimos que nuestras emociones toman el control por nosotros, que nos convertimos en algo que no queremos ser. Esta regulación emocional se aprende en la infancia mediante los cuidadores, pero si esto no ha podido darse tendremos que aprenderla por nosotros mismos en la edad adulta (Bowlby, 1983, 1985). Técnicas como el yoga o el mind- fulness, buscar un buen terapeuta, dedicar un rato al día a hacer lo que nos gusta… pueden ayudarnos a estar tranquilos y a manejar mejor las emociones y estar “regulados”. Para mí, lo que más ayuda a mis pacientes en terapia es ayudarles a conocerse. Entender en qué momentos resultaron útiles esas emociones y dónde las sienten en el cuerpo. Esto les ayuda mucho en la vida diaria para reconocer sus emociones y sensaciones y así poder regularlas. Aprenden a conocerlas y manejarlas. La sensación que consiguen es de orgullo y empoderamiento. 31 Los pensamientos se convierten a menudo en voces que escuchan mis pacientes en sus cabezas. Resultan muy incapacitantes y dolorosas. Están casi siempre relacionadascon la culpa. 32 Conclusiones Las emociones son los mecanismos que han desarrollado los mamíferos para poder relacionarse y cooperar con otros individuos de su especie (en los seres humanos también nos ayudan a relacionarnos con otras especies). Son por definición incontrolables e inconscientes, así que el trabajo en terapia y en nuestra vida en general no será tratar de controlarlas, sino aprender a vivir con ellas. Hay muchas emociones que son tóxicas o dañinas y debemos aprender a modularlas y a entender qué lección quieren darnos, ya que de algún modo o en algún momento fueron útiles. Hay que recordar que las emociones resultaron eficaces en algún momento y por eso nuestro cerebro emocional (o sistema límbico) las repite, como un mecanismo instintivo de supervivencia. Saber reconocer las emociones y ser conscientes de ellas, ayuda a regularlas y de ese modo a reflexionar e integrarlas. Al hacerlo así recuperaremos el control y nos sentiremos más integrados y en calma. Si usamos nuestra energía para evitar nuestras emociones o controlarlas de una forma errónea acabaremos agotados, consumiendo sustancias o tomando decisiones para no sentirlas o bloquearlas completamente, consiguiendo así que nuestro cuerpo somatice nuestro malestar. 1. Esto ha cambiado en la actualidad porque las mujeres son independientes y pueden valerse por sí mismas, pero no ha sido así en los últimos 100.000 años. 2. Hay muy pocas emociones positivas y muchas negativas, porque si bien las primeras sirven para vincularnos, las segundas nos permiten defendernos. A la naturaleza le preocupa mucho más nuestra supervivencia que nuestro disfrute. 3. Tan malo para los niños es frustrarlos constantemente como sobreprotegerlos (o aleccionarlos continuamente). En el segundo caso, al no equivocarse, el niño no puede aprender. 4. Los peligros en el ser humano pueden ser reales o imaginarios. Puedo tener miedo a un perro que va a morderme, pero también a que mi opinión no le importe a nadie. 5. Todos los que tenemos mascotas hemos visto a nuestros animales comportarse como si se sintieran culpables. Pero esta es una interpretación nuestra, el animal no puede sentir culpa en el sentido de remordimiento o darle vueltas a lo ocurrido. Puede sentir tristeza, pero no culpa. 33 La infancia es el jardín donde jugamos toda nuestra vida ¿Quién soy yo? Esta pregunta no es fácil de responder y probablemente el resultado será muy diferente según qué persona responda. Hay algunos datos objetivos. Mido 183 cm, soy psicólogo y biólogo, estoy casado, tengo dos hijas y vivo en Fuengirola en una casa que me encanta. Estos hechos pertenecen a la manera en que conocemos el mundo, de forma objetiva. Pero si me pidieran que me mirara en un espejo y dijera lo que veo a nivel emocional, vería una persona que empieza a entrar en la década de los cincuenta, que siempre necesita estímulos y eso a veces le agota y a alguien a quien le gustaría ayudar más a los demás y no siempre lo consigue. Estos hechos son subjetivos y no tienen por qué coincidir con la forma en que me ven los demás, pertenece a mis sensaciones subjetivas sobre mí, a mis memorias implícitas o emocionales sobre mi persona. Te voy a pedir que hagas un ejercicio: Mírate en un espejo y siente qué ves. ¿Qué siente esa imagen hacia ti? ¿Qué sientes tú hacia ella? ¿Sientes rechazo u orgullo hacia ella? ¿Tiene tu edad actual? Este ejercicio de pedir a los pacientes que se miren en un espejo y me digan lo que ven, lo hago a menudo para que puedan ver su “yo percibido”. En realidad, lo que ven es lo que creen que están viendo los demás y a menudo esto conecta con dos sensaciones muy tóxicas, la culpa y la vergüenza. Estas emociones (que suelen ir acompañadas de sensaciones muy desagradables) se aprenden en la infancia, en los primeros espejos que tenemos, nuestros cuidadores. Esto ocurre porque los seres humanos necesitamos a otros, para saber qué y 34 quiénes somos, para tener un punto de referencia. Los seres humanos somos intersubjetivos, nos vemos en función de cómo nos ven los otros (Guidano, 1992). Por eso, nuestros cuidadores son el espejo donde nos miramos en los primeros años. Según lo que sintamos en los demás hacia nosotros, así nos valoraremos: ¿sentíamos amor? ¿Decepción? ¿Rabia? ¿Aceptación y ternura? ¿Impaciencia? ¿Qué mensajes nos llegaban? Porque esos mensajes van a quedar grabados en nuestra memoria semántica, en las reglas de quiénes somos y qué lugar ocupamos en el mundo. Hace unos años descubrí en un curso algo llamado apego y desde ese momento me fascinó. Unía dos temas que me apasionaban, la biología y la psicología. Con el tiempo desarrollé un modelo para explicar cómo a través de las relaciones con los cuidadores en los primeros años de vida se pueden dar emociones positivas, pero también negativas y a menudo incapacitantes. El niño nace con unos circuitos emocionales innatos, que a su vez constan de emociones básicas o primarias. Estas tienen un origen genético. Posteriormente, a medida que el niño descubre el mundo acompañado de sus cuidadores y figuras cercanas, va perfilando estas emociones, dando lugar a lo que conocemos como carácter o personalidad. Haciendo una metáfora, podemos comparar al niño cuando nace con un ordenador que trae incorporado en el disco duro un sistema operativo (por ejemplo, Windows), que nos ayuda a encender y nos permite empezar a trabajar con él, pero seremos nosotros con el paso del tiempo los que iremos añadiendo (o eliminando) los programas que consideremos útiles para nuestras tareas u ocio. Desgraciadamente, a lo largo del tiempo también pueden instalarse en este ordenador virus o troyanos que interferirán con su funcionamiento normal. En los humanos, a estas anomalías en el funcionamiento natural las llamaríamos psicopatología. El disco duro del niño (abuso de la metáfora, pero creo que ayudará a hacer más ameno el texto) viene programado con siete circuitos emocionales básicos que según Panksepp (2004) (un neurobiólogo recientemente fallecido) son: pánico (separación afectiva), miedo, rabia, cuidado, lujuria, juego y 35 búsqueda. Si se fijan, las tres primeras son desagradables y no nos gustan, pero forman parte del pack, pues son las que nos permiten defendernos de lo negativo, mientras que las otras cuatro son positivas y nos ayudan a buscar lo que nos atrae. Vamos a quedarnos con las tres primeras porque, desgraciadamente, a los psicólogos nadie viene a decirnos lo bien que se siente. Las tres emociones primarias o innatas que me interesa resaltar son: Pánico: Panksepp llamó así a este circuito innato porque está muy relacionado en adultos con los ataques de pánico. Se activa cuando nos sentimos solos o asustados y no hay ninguna figura de seguridad cerca. Por ejemplo, imagina que una perra ha tenido una camada de perritos y te encaprichas de uno y decides llevártelo. Al principio el perrito empezará a gemir de forma lastimosa (es lo que llamamos el grito de apego), pero tú lo acariciarás, lo mimarás, le darás el biberón y el perrito se irá tranquilizando y te elegirá como su nueva figura de apego (y tú a él). No importa el tiempo que pase, cuando no estés con él se sentirá triste, y contento cuando vuelva a verte. Hay diferencias entre los animales (los mamíferos, porque los reptiles no lo tienen) y los seres humanos, y es que en nosotros este circuito se activa cuando nuestras figuras de apego no están físicamente presentes (porque me han ingresado en un hospital o me dejaron internado en un colegio) y cuando no están emocionalmente disponibles, porque mi madre está muy ocupada o deprimida. El abandono emocional puede darse porque mis figuras de apego están deprimidas, o discutiendo todo el día entre ellos o porque mi abuelo murió y mi mamá se puso enferma de la pena, o porque enfermaron de algo grave… El circuito del pánico se activará de forma muy intensa si el abandono es prolongado en el tiempo o si es muy intenso. Cualquier situación de amenaza o miedo relacionada con las figuras de apego activa estecircuito, ya sea por abandono o negligencia, abusos físicos, psicológicos o sexuales. Multitud de 36 situaciones pueden hacer que se dispare, porque “mi madre me cuenta y me obliga a hacer cosas que no corresponden a mi edad”, o porque “veo violencia en mi casa”, o porque “tengo que cuidar y proteger a mis hermanos de una forma excesiva para mi edad”, etc. Miedo: El circuito del miedo es filogenéticamente más primitivo que el anterior (y sí que lo compartimos con los reptiles). Aunque se puede confundir con el del pánico, son diferentes y utilizan sustancias, órganos y circuitos cerebrales diferentes. El miedo se relaciona directamente con el circuito del dolor y la ansiedad. Cuando el circuito del miedo se activa, nuestro cerebro desarrolla automáticamente actividades relacionadas con la rabia. Rabia: Ya la expliqué en el primer capítulo, pero quiero resaltar que este circuito se vincula a todo lo que significa lucha y huida. Es una emoción claramente defensiva que sirve para conseguir dominio y estatus, y para poner límites. Como dije anteriormente, siempre que hay rabia hay miedo y siempre que hay miedo hay rabia. Antonia viene a la consulta recomendada por otro paciente. Tiene 30 años, pero parece que tuviera 50. Sufre dolores musculares por todo el cuerpo, insomnio, sobrepeso y una fuerte depresión que no le deja tener ilusión por nada. —Antonia, me da la impresión por lo que me cuentas de que estás cerca de tener una fibromialgia. —Me la han diagnosticado, pero solo me han dado antidepresivos y no me hacen nada. —La fibromialgia está relacionada con la fatiga emocional, cuando hay un estrés constante el cuerpo se rompe. Como si lleváramos un coche a demasiada velocidad mucho tiempo y se rompiera. ¿Cómo fue tu infancia? —¡UFFFF! ¿Por dónde empiezo? Mi madre murió cuando yo era pequeña. Tenía yo 4 años y murió de cáncer. Solo recuerdo una imagen de ella cuando la visité en el hospital. La recuerdo en una cama y que me tocaba el pelo. No tengo más recuerdos de ella. Mi abuela se encargó de mí y a los 10 años mi padre se casó con otra mujer, que era mala. Me pegaba y me maltrataba, me 37 hacía limpiar todo el rato y si no lo hacía como a ella le gustaba me pegaba. —¿Y tu padre? —Él trabajaba todo el día, yo no quería ser una carga para él y cuando llegaba por la noche ella se portaba mejor. Delante de él disimulaba. Como soy tonta yo no le decía nada, para no preocuparlo. —Parece que estás enfadada contigo misma. —Soy mi peor enemigo. Me hablo fatal, me da mucha vergüenza contarte esto, pero a veces me insulto. No me gusto ni me quiero. Me da vergüenza salir a la calle o ir de compras. —¿Y estás casada? —Me casé con un hombre que al principio parecía bueno, pero al poco tiempo empezó a insultarme y maltratarme, era alcohólico y yo no lo supe hasta que me casé. He tenido muy mala suerte en la vida. Voy a hablar otra vez de la rabia desde la visión del apego. Es una emoción que tiene una particularidad y es que puede ir hacia dentro, es decir inhibirse, por ejemplo porque no queremos ser una carga o preocupar a los seres queridos, o porque si la expresamos pueden pegarnos o insultarnos y hablamos de “rabia inhibida”, “fría” o “parasimpática”. Esta rabia que aprendemos a ocultar en la infancia hará que tengamos rasgos de personalidad cercanos al apego evitativo, es decir, evitaremos mostrar nuestras necesidades y aprenderemos a huir de situaciones que puedan resultar conflictivas o dolorosas. Las personas con este tipo de apego van a cuidar de los demás o a evitar relacionarse y se van a culpar a sí mismas de todo lo malo que les ha ocurrido. Van a tratar de evitar las sensaciones y suelen ser muy perfeccionistas. Cuando la rabia va hacia fuera hablamos de “rabia expresada”, “caliente” o “simpática” y es característica del apego ansioso. Estas personas muestran enfado, rabia y queja constante, como forma de sentirse vistos y entendidos. En una persona equilibrada estos dos tipos de rabia se alternarán de forma adaptativa y hablaremos de apego seguro, pero si se expresan de forma exagerada o inadecuada 38 entonces hablaremos de apego desorganizado. 39 La autora de los dibujos me contaba que cuando era pequeña hacía una casa con una sábana y ponía a sus peluches como guardianes. Sentía que ellos la protegían. 40 La rabia se relaciona directamente con el apego. Según cómo sea esta y cómo se exprese, encontraremos diferentes tipos de apego. Cuando hay mucha rabia, el cuerpo genera una hormona llamada cortisol, que es la que producíamos hace miles de años cuando nos enfrentábamos a un león o al peligro de que nuestros hijos murieran de hambre. En la actualidad, la inmensa mayoría de nuestros miedos son a circunstancias que nunca van a ocurrir y nuestro cerebro emocional, que no puede diferenciar realidad de ficción, actúa como si los problemas fueran reales. Nuestro cerebro genera cantidades ingentes de cortisol ante problemas que obviamente no tienen solución al no ser reales y que afectan al sistema inmunológico, al sexo, al sistema digestivo (colon irritable y úlceras), al sueño, produce contracturas y con el tiempo pueden producir citoquinas que causan inflamación y dolores que no tienen una explicación médica (Salposky, 2008). El cerebro no puede diferenciar los peligros reales de los imaginarios y por lo tanto actúa ante los dos de la misma manera. Cuando decimos que alguien está ansioso (esto no tiene nada que ver con el tipo de apego), queremos decir que esa persona tiene miedo y rabia. A veces puede no sentirla, pero está ahí y va a provocar que el cerebro se ponga en modo de lucha o defensa. —Antonia, tu infancia ha sido muy traumática. Estos traumas han quedado almacenados en tu cerebro en forma de memorias de peligro y sigue reaccionando como si el peligro estuviera ocurriendo ahora. La pérdida de tu madre, el maltrato de tu madrastra y la indiferencia de tu padre te han afectado negativamente. Han hecho que tú creas que de algún modo te mereces que solo te pasen cosas malas. 41 —¿Por eso elijo personas que me tratan mal? ¿Por eso sigo cuidando a día de hoy de mi madrastra, que está en cama en mi casa? —Sí. Tu cerebro ha aprendido de pequeña que tú no eres merecedora de cariño y lo sigues haciendo de forma automática, inconsciente. A esto lo llamamos “memoria procedimental”, es la tendencia a hacer algo siempre de la misma manera. —¿Y se puede cambiar? Yo no quiero seguir viviendo así. —Sí se puede, pero con mucho esfuerzo por tu parte. La culpa y la vergüenza han sido tus compañeros de viaje durante toda tu vida y ahora es el momento de que recuperes el control de la misma. Las emociones que he mencionado en este capítulo son compartidos por todos los mamíferos, pero existen lo que conocemos como “emociones secundarias”, que solo los seres humanos poseemos. Estas pueden ser el orgullo, la avaricia, la lujuria, la ambición. Me interesa resaltar la culpa y la vergüenza, y ver cómo se relacionan con la infancia y el apego. Estas dos emociones secundarias aparecen en el niño como forma de sentir algo de control en la relación con sus cuidadores. Todos los seres humanos tenemos estas emociones. Cuando están en un nivel óptimo son adaptativas, pero si son muy intensas se vuelven patológicas. Los niños que han tenido un apego inseguro en la infancia desarrollan emociones y sensaciones muy intensas como forma de adaptarse a las circunstancias de sus cuidadores. Al sentir a las personas que tienen que cuidarlos y protegerlos como una fuente de amenaza y miedo, entran en una paradoja irresoluble. A veces es debido a que esas figuras nunca han estado disponibles o no existen, como en niños abandonados. Estas sensaciones de miedo y rabia pertenecerán a su ADN emocional. Sentir que soy malo o que no valgo, hace sentir que todavía hay algo que puedo hacer por cambiar las cosas y, sobre todo, eximo de responsabilidad a mis padres, puesto que el vínculo de apego en un niño es prioritario sobre cualquier otra cosa. (Esto es así porque ningún mamífero puede vivirsin sus cuidadores en la infancia. Al percibir que se activa el circuito del pánico 42 siente que está en juego la supervivencia). Todas estas emociones juntas dan lugar a un modelo que he creado que relaciona la neurobiología y la psicopatología y que he llamado PARCUVE, ya que relaciona el pánico, la ansiedad, la rabia, la culpa y la vergüenza. El modelo PARCUVE es un acróstico de pánico, ansiedad, rabia, culpa y vergüenza. Representa como cuando en la infancia sufrimos abandono real o emocional, el cerebro del niño adopta estrategias que si bien en su momento resultaron adaptativas, con el tiempo pueden convertirse en patológicas. Todos los mamíferos dependen cuando nacen de sus cuidadores para sobrevivir. Necesitan ser alimentados, protegidos, hasta que poco a poco van creciendo y cuando llega la pubertad (el momento del despertar sexual) pueden valerse por sí mismos y buscar pareja para que el ciclo de la vida continúe. Esto es mucho más cierto, si cabe, en los seres humanos. Nuestro cuerpo y nuestro cerebro necesitan mucho más tiempo que el de otros mamíferos para desarrollarse, por lo que la infancia es extremadamente larga y por lo tanto dependiente de los cuidadores. Para los niños es necesario estar vinculados 43 física y emocionalmente a otras personas adultas que los protejan, cuiden y regulen emocionalmente hasta que puedan valerse por sí mismos. El vínculo de apego está presente en los seres humanos por encima de cualquier otra necesidad. El cerebro de un niño es incapaz de elaborar pensamientos abstractos hasta la adolescencia. Es por esto que los niños creen en los Reyes Magos, el ratoncito Pérez o Papá Noel, y en todo lo que los adultos les dicen. Me gusta explicar que… si a un niño le insultamos repetidamente cuando es pequeño, creerá que el insulto es merecido, si le pegamos sentirá que merece desprecio y si es abusado sexualmente sentirá que merece que abusen de él. 44 El juego y el miedo son incompatibles. El cerebro de un niño no puede relajarse y disfrutar si hay tensión. Y si no hay juego, no va a aprender a relacionarse con los demás. 45 El vínculo del apego estará por encima de cualquier otra cuestión, y si a un niño le ocurre algo malo en relación a los cuidadores pensará que él es malo, y si lo que le ocurre es muy malo, pensará que es muy malo. Es la única manera que tiene de dar sentido a lo que ha ocurrido. Ya expliqué en el capítulo 1 las emociones principales, pero voy a incidir un poco más en la culpa y la vergüenza, por su implicación en la psicopatología del ser humano (Schore, 2009). • La culpa: – Es una emoción cognitiva, esto quiere decir que está relacionada con el pensamiento, con la forma en que nos hablamos. – La culpa está relacionada con actos concretos que hemos cometido y de alguna manera se puede expiar o compensar, aunque cuanto mayor sea la culpa más difícil será borrarla. – Tiene que ver con cosas puntuales y que de alguna manera sentimos que podemos reparar. La culpa tiene relación con pensar “soy malo”. • La vergüenza: – Es una emoción somática (se siente en el cuerpo) e inunda a toda la persona, es muy invasiva y se siente como algo que no se puede quitar o controlar. – Muchas veces la ubicamos en diferentes partes de nuestro cuerpo. La vergüenza tiene relación con pensar que “no valgo”, hay algo en mí que es defectuoso y que va hacer que me rechacen. – A menudo podemos ubicar la sensación de vergüenza en alguna parte de nuestro cuerpo. Los hombres suelen hacerlo en sus genitales, en relación con su hombría. Las mujeres, en cambio, pueden hacerlo en cualquier parte de su cuerpo. 46 La vergüenza y la culpa, aunque son dos emociones sociales, tienen bastantes diferencias entre ellas. Mientras que la primera ocupa a toda la persona (es lo que soy) la culpa se refiere a las acciones (lo que he hecho). Para reparar esas heridas que hemos sufrido en la infancia es necesario cambiar el significado de lo que vivimos. En edades tempranas las emociones se viven a través de los comentarios, actitudes o emociones de nuestros cuidadores y quedan almacenadas en nuestro sistema límbico (cerebro emocional) de ese modo. En la terapia se reviven esos momentos, pero con el conocimiento de la persona en la actualidad y con la ayuda de un terapeuta que actúa dando seguridad y ayudando a revivir lo ocurrido para poder cambiar las emociones vinculadas a esos momentos. Conclusiones Todos tenemos traumas de la infancia. De hecho esto es positivo, porque nos hace más fuertes para enfrentarnos al mundo. Pero si han sido excesivos para la capacidad de aguante del niño, se vuelven intrusivos, desadaptativos y marcan nuestra personalidad, nuestras relaciones, y para sentirnos mejor hacemos cosas que nos perjudican aún más. En la infancia construimos los cimientos de lo que va a ser nuestra vida adulta, por eso los primeros años son tan importantes para nuestra mente. 47 Trabajar los traumas de la infancia es quizás la tarea más difícil a la que se puede enfrentar un psicólogo, porque esas creencias irracionales asociadas a la culpa y las sensaciones relacionadas con la vergüenza, forman parte del ADN emocional de la persona. A base de repetirse durante mucho tiempo, no sabemos vivir de otra manera y cuando resultan muy tóxicas nos incapacitan en nuestras relaciones personales y afectan a nuestra salud. El trabajo consiste en regresar a aquellos momentos en que nos hicieron creer o sentir que no éramos valiosos o incluso que éramos defectuosos, y volver a vivirlos (mediante técnicas de hipnosis especiales), pero con los conocimientos que tenemos en la actualidad. Una vez más es fundamental la confianza en el terapeuta y que este ayude a dar un significado diferente a lo que ocurrió, para poder cambiar las creencias irracionales que aprendimos desde pequeños. 48 No me entiendo ni yo. Bienvenido a la adolescencia Entre los 9 y los 12 años comienza una revolución en el cuerpo humano. El cerebro se transforma, llenándose de nuevas conexiones que convierten a los niños en seres capaces de elaborar pensamiento abstracto y con una capacidad de razonamiento y argumentación entre fascinante y temible. Con estas nuevas habilidades comienzan a explorar su individualidad, a reconocer sus sentimientos y a regular sus emociones (Siegel, 2018). A estas edades se desarrollan los órganos sexuales y el cuerpo se llena de hormonas que provocan cambios a nivel corporal, pero también mental. Empiezan a interesar mucho más las relaciones sociales, se vuelven más sensibles si cabe a las opiniones de los demás y empiezan a mostrar interés sexual por otras personas. En conclusión, el centro de gravedad se desvía de los cuidadores hacia otras personas, las lealtades se dividen y comienza a crearse una sensación de identidad, no en función de los cuidadores sino de los compañeros. Mi hija de 14 años me dijo un día:… Mira papá, en mi clase están los pringados, los normales y los guais. Yo era de las pringadas y ahora soy de las normales. A lo que le respondí: muy bien cariño, sigue así. No creo que exista una organización con más jerarquías que una reunión de adolescentes (Hilburn-Cobb, 2004). Esto es fundamental en los mamífe-ros para saber qué lugar ocupan en el grupo, es decir, si van a ser machos o hembras, alfas o betas. Yo, en mi adolescencia, me percibía claramente como un adolescente beta, muy acomplejado, con gafas, malo en los deportes y siempre con libros alrededor… es decir, el antiadolescente. 49 Invertí en metas a largo plazo y muchas de las cosas que en esa etapa eran limitantes o me acomplejaban, con el tiempo se convirtieron en herramien-tas para tener éxito en la vida. Me gusta imaginar que hablo con mi “yo adolescente” y le doy las gracias, porque sin él no sería lo que soy ahora. Pero es verdad que me quedo con las ganas de que alguien le hubiera explicado cómo tener más éxito con las rela-ciones sociales y le hubiera dado en su momento más apoyo y seguridad. Cuando llega la pubertad y nuestro cuerpo empieza a segregar hormonassexuales, surgen cambios físicos espectaculares, los niños crecen en musculatura y altura, les sale vello, les cambia la voz. Las chicas empiezan a tener el cuerpo más definido y todos empiezan a fijarse en los demás y, sobre todo, en qué se fijan los demás. Pero en la adolescencia no solo se producen cambios en nuestro cuerpo, sino que nuestro cerebro también va a sufrir cambios, y uno de los más importantes será la “poda neuronal”. El cerebro eliminará todas las neuronas que no hayan sido utilizadas y hará que lo que se haya aprendido durante la infancia quede fijado con más fuerza. 50 El momento en que nuestro cerebro está más abierto a nuevos aprendizajes es a los 6 años. Por eso es tan fácil aprender idiomas a esa edad. En la adolescencia morirán muchas neuronas que no han sido usadas y se fijará la personalidad. Las prioridades del niño, ahora adolescente, comienzan a cambiar. Ya no consisten en ser aprobados por sus padres sino por los demás adolescentes y en resultar atractivo a las personas del otro sexo (del mismo sexo a veces). Todo lo que se ha aprendido durante la infancia va a ser aplicado ahora para relacionarse con los otros. Y, efectivamente, si durante mi niñez he sentido seguridad en mis relaciones, esto se reflejará en cómo me comporto con los demás, pero si mi apego ha sido inseguro, la forma de relacionarme con el resto de las personas será defectuosa, exagerada o retraída. A estas edades comienzan a diferenciarse mucho las personalidades de ambos sexos. La adolescencia es la etapa de la vida en la que se afianza la identidad que tendremos de adultos y presenta muchos riesgos, especialmente para los varones. Si durante la infancia las causas de muerte más frecuentes son comunes para niños y niñas, la situación cambia a partir de los 10 años. Los chicos, debido a la testosterona, son más proclives a ponerse en situaciones de riesgo. Más adelante, a partir de los 15, las complicaciones del embarazo y el suicidio se convierten en la principal causa de muerte femenina, y los accidentes con motos y coches y la violencia interpersonal para los hombres. 51 En todos los casos, la mortalidad masculina es mucho mayor. ¿Significa esto que si mi apego ha sido inseguro en la infancia estoy condenado a relacionarme de forma defectuosa con los demás? La respuesta es no. En la adolescencia se abre una ventana de oportunidades para aprender a relacionarme con los demás de una forma sana, por eso son tan importantes las pandillas y amigos con los que me relaciono en la adolescencia. Estos pueden ser una fuente nueva de apoyo y confianza que me permita aprender a relacionarme con los demás y conmigo mismo de una forma diferente. A esto lo llamamos “factores de resiliencia” y hablaremos más de ellos al final del capítulo. Esta inclinación por la vida peligrosa tiene consecuencias, a veces para toda la vida. Los hombres son responsables de la mayoría de los delitos que se cometen. Delinquir es raro durante la edad adulta, pero normal durante la ado- lescencia. Según la investigadora de la Universidad de Duke, Terrie Moffitt (2019), más del 90% de los adolescentes varones comete actos ilegales. Ese comportamiento antisocial, sin embargo, se corrige casi siempre con el paso del tiempo. Para los varones de todas las especies es importante mostrar poder como forma de ocupar un grado elevado en la jerarquía del grupo y esto se consigue muy rápido con conductas antisociales. La dopamina es ese neurotransmisor del que hablé en el segundo capítulo y que está relacionado con la recompensa y la autoestima. Se han hecho experimentos con ratas y monos, y se ha comprobado que si son separados de sus mamás cuando son pequeños (o se han criado solos) y llegan a la pubertad, no son capaces de producir dopamina y si se les da la oportunidad de drogarse tienen el doble peligro de hacerlo que otros animales de su especie que se han criado de forma normal. Pero no solo eso, sino que además les va a costar el doble que a los demás dejar las drogas (superar el síndrome de abstinencia). Si no he tenido una infancia feliz tengo más probabilidades de drogarme, pero no solo eso, también de tener problemas con la comida o el juego, de elegir parejas tóxicas, de presentar conductas de riesgo etc. 52 Las emociones tóxicas en la infancia van a hacer que establezcamos mecanismos de regulación para evitarlas. Estos pueden ser positivos o negativos. Se darán estrategias de personalidad y síntomas para ayudarnos a manejar los estados de ansiedad. La infancia, como hemos visto, es una etapa vital para el niño en la que dependerá física y psicológicamente de sus cuidadores para sobrevivir. Cuando llegue la adolescencia habrá un segundo nacimiento psicológico junto con cambios muy importantes en el cuerpo y en el cerebro. El adolescente va a cambiar su prioridad, que ya no será vincularse principalmente a sus cuidadores para sobrevivir, sino encontrar pareja, amigos, pandillas, es decir, vincularse a otras personas. La mayoría de las patologías aparecen de forma grave y súbita en la adolescencia, que es cuando nuestro cerebro va a necesitar esa dopamina que 53 le falta y que no puede sintetizar adecuadamente, porque no aprendió a hacerlo de una forma natural con los cuidadores. Cuando existe malestar psicológico en la infancia suele producirse TDAH, dolores de barriga, ansiedad… pero casi nunca trastornos tan graves como en la adolescencia, excepto si hay traumas muy severos (Baitia, 2015). El adolescente necesita una alta autoestima para sobrevivir de forma exitosa a este comienzo de la edad adulta y buscará confort en actividades o personas que puedan propiciarle una sensación de alivio, aunque sea momentánea. Las conductas patológicas pueden ser: • Rendimiento compulsivo. Obsesionarse con una actividad, por ejemplo los estudios o el deporte, que le haga sentirse útil, llegando en ocasiones a dejar de relacionarme con los demás. Puede ser también cualquier cosa que le produzca una sensación de éxito. • Comida: Comer mucho, por encima del nivel de saciedad o picoteando constantemente, es un gran ansiolítico y produce calma durante un rato. Pero posteriormente puede generar sensación de culpa y vergüenza que provocará malestar y que se calmará, cómo no, volviendo a comer. En ocasiones vomitar producirá una enorme sensación de alivio (y de culpa) y entonces hablaremos de personas con bulimia. No comer nada es otra forma de no sentir. Las personas que no comen entran en un frenesí de actividad y energía (el cerebro da órdenes de activarse y buscar comida que la persona no atiende) y dejan de sentir malestar al mismo tiempo que experimentan una gran sensación de control y éxito. Superar la anorexia se vuelve extremadamente difícil. • Adicciones: Las drogas, como he explicado, ayudan a generar en nuestro cerebro sustancias que producen calma y bienestar, pero al suministrar la dopamina de forma artificial deja de producirla de forma natural y las sensaciones desagradables hacen que vuelva a consumir como medio para calmarse. Además la droga se suele consumir en grupo, con amigos que nos dan sensación de pertenencia a una pandilla, a una camaradería. Pero no olvidemos nunca que los drogadictos no tienen amigos, tienen compinches. Las adicciones pueden ser no solamente a sustancias, también al juego o al sexo, o a cualquier cosa que me produzca alivio y me permita olvidar mi sensación de poca valía. • Conductas antisociales: El mayor miedo de un adolescente es ser rechazado por el grupo y en muchos casos van a estar dispuestos a hacer lo que sea por ser aceptados. En muchos casos puede ser un modo de expresar la 54 rabia por el abandono físico o emocional. • Trastornos obsesivos (y compulsivos). Las personas de apego evitativo aprenden a no sentir, y una forma muy hábil de no sentir nada es pensar. Al hipertrofiar el pensamiento, tratan de evitar sensaciones de culpa y vergüenza que son muy dolorosas. Pueden obsesionarse con infectarse, con tener una enfermedad incurable, con la limpieza, con algo que
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