Logo Studenta

Por qué la gente a la que quiero me hace daño_ Neurobiología, apego y emociones - Manuel Hernández Pacheco

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

2
© Manuel Hernández Pacheco, 2020
Ilustradora: Almudena Jaime Muñoz
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2020
Henao, 6 - 48009 BILBAO
www.edesclee.com
info@edesclee.com
Facebook: EditorialDesclee
Twitter: Twitter: @EdDesclee
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra solo puede
ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-330-3875-3
3
http://www.edesclee.com
mailto:info%40edesclee.com?subject=
https://www.facebook.com/EditorialDesclee
https://twitter.com/EdDesclee
https://www.cedro.org
http://www.ebooks.edesclee.com/
Para Lala y Madrina, que desde el cielo sé que se sienten muy
orgullosas de mí.
En una entrevista a Jorge Luis Borges, le preguntaron si cambiaría
algo de “El Quijote”.
Y él respondió: “por supuesto, cambiaría muchas cosas, pero eso
no tendría ningún mérito, el mérito está en escribirlo”.
4
Prólogo
Este prólogo que tienes en tus manos, querido lector, nos reúne a ti y a mí
para dar la bienvenida al nuevo libro del psicólogo Manuel Hernández Pacheco –
el segundo, después del exitoso Apego y psicopatología. La ansiedad y su
origen, publicado también por la Editorial Desclée De Brouwer– y ello es gracias
a él y a su incansable afán por divulgar sus conocimientos, no solo para
profesionales, sino también para cualquier persona que se interese por la
síntesis entre psicología y neurobiología. Si te descubres a ti mismo abriendo
esta página del libro atraído por el sugestivo título de su portada, y te
encuentras con mis letras, se debe a que el autor así lo ha querido. Mejor dicho,
sentido, pues ha sido algo que ha nacido de su corazón y que yo he aceptado
gustosamente. Agradezco a Manuel Hernández Pacheco que me haya elegido
para esta siempre delicada pero estimulante tarea. Es un placer y un honor
participar escribiendo este prólogo. Espero que, tras leerlo, os animéis a
quedaros con ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Neurobiología,
apego y emociones.
Comenzaré por glosar sobre la persona de Manuel Hernández Pacheco y
nuestra relación, pues creo que es un ejercicio de coherencia hablar de
relaciones en un libro sobre neurobiología, emociones y apego. Después
ofreceré tres argumentos por los cuales os recomiendo llevaros este libro a casa
y tenerlo muy cerca de vosotros.
Aunque conocía a Manuel Hernández desde el año 2016 gracias a este
maravilloso fenómeno que son las redes sociales, él llevaba ya muchos años
trabajando como psicólogo con amplia formación y experiencia en trauma y
apego. Estas redes, como todo en la vida, son buenas o malas dependiendo del
uso que hagamos de ellas. Todos estamos de acuerdo en que han sido una
revolución y han cambiado nuestra manera de relacionarnos. Favorecen la toma
de contacto inicial para que pueda luego producirse la magia del encuentro real.
Entre otras finalidades, estas redes han ayudado a los profesionales a que nos
sigamos los unos a los otros y podamos conocernos y después, físicamente,
reconocernos. Esto es lo que ha ocurrido entre Manuel y quien escribe este
prólogo, servidor de ustedes.
5
Manuel Hernández no pasó –ni pasa– desapercibido para mí ni para las
numerosas personas que siguen sus contenidos y publicaciones en redes
sociales. Tanto su primer libro como sus escritos en su página profesional de
Facebook, atraen nuestra atención porque su propuesta a la hora de invitarnos a
comprender al ser humano y sus problemas o trastornos emocionales son una
síntesis equilibrada de los ejes que el psiquiatra Dan Siegel plantea: mente –
cerebro – cuerpo y relaciones. Además de formación, conocimientos y carrera
profesional con vasta experiencia clínica, tiene a mi modo de ver tres cualidades
que hacen que te fijes en él: sabe escribir (redacta de tal manera que atrae al
público y a las personas), sabe transmitir (generar emociones en quien lee
sus textos) y sabe divulgar (hacer comprensible al gran público lo que es
complejo de entender, como la neurobiología). Se nota que Manuel Hernández
es un devorador de libros (no solo de psicología y biología, sino de otras muchas
disciplinas) y que trabajó de librero. Lleva el deseo de saber y aprender en su
ADN. Tal y como él mismo nos cuenta, el Manuel adolescente se sentía un chico
raro y turbado al estar rodeado de libros. ¡Qué lejos estaba entonces aquel
muchacho de sospechar que lo que le hacía sentirse diferente del resto de
chavales se convertiría en la vida adulta en un poderoso recurso! Como dice
Boris Cyrulnik, del dolor puede emerger algo bello.
Por todo ello, la oportunidad le llegó, como no podía ser de otro modo para
los talentosos, de la mano de Desclée De Brouwer, que apostó decididamente
por publicar su primer y exitoso libro: Apego y psicopatología. La ansiedad y su
origen.
En ese contexto de aparición de su primera obra nos conocimos, al fin, en el
mundo físico, en persona, en el marco de un congreso sobre el trauma, en
Barcelona, en el año 2017. Fue un placer descubrir nuestras afinidades. Tanto
que… ¡ambos nos quedamos durante largo rato en el vestíbulo de una de las
salas de sesiones porque no queríamos dejar de hablar y compartir sobre los
temas que nos apasionan! En ese tiempo de diálogo me sentí fascinado por la
erudición de Manuel e interesado por cómo ejerce su práctica clínica e integra su
modelo PARCUVE en la misma, el cual puede conocerse y estudiarse en el libro
Apego y psicopatología. La ansiedad y su origen y en sus cursos de formación. A
partir de este encuentro hemos mantenido el contacto e intercambiado visiones,
vivencias y picadas (en Chile significa libros, materiales…). Otro día que ha
quedado gratamente guardado en mi memoria es cuando me invitó a la
presentación de su primer libro en Bilbao –el mencionado Apego y
psicopatología…– y ambos compartimos una tarde inolvidable de intercambio
con los lectores y una velada entrañable en “el bocho”, como se le llama
6
cariñosamente a la capital vizcaína, precisamente sede principal de la editorial
que le apadrina: Desclée De Brouwer.
Es ahora cuando, nuevamente, la vida y la energía creativa y divulgativa de su
autor, y su deseo, vuelven a juntarnos para que haga de telonero de este nuevo
libro que publica.
Imaginad que ahora estoy a vuestro lado y me podéis preguntar por qué creo
que debéis llevaros este libro a casa. Pues bien, os doy estos tres argumentos:
Primero, porque te sorprenderá su propuesta y, digamos, puesta en
escena: arranca con una declaración de intenciones al permitir que una de sus
pacientes tome los mandos de la obra y nos ofrezca su testimonio acerca de qué
le ocurría psicológicamente y cómo y de qué manera Manuel la ayudó
profesionalmente. Se trata de algo muy sensible y doloroso: una mujer abusada
sexualmente.
El autor ya nos deja claro que no trata solo el trauma, sino a las personas y
que para poder contribuir a la sanación de heridas tan dolorosas –como las que
dejan las experiencias de abandono, maltrato y abuso– es necesario encontrarse
con un psicólogo-psicoterapeuta que, como Manuel, ofrezca una experiencia de
seguridad y empatía gracias a una relación terapéutica sólida y confiable, capaz
de reparar dichas heridas. El autor se alinea con las propuestas más actuales de
los expertos en trauma: además del dominio de las técnicas –que sin duda
Manuel posee– es imprescindible que las actitudes relacionales del profesional
sean la columna vertebral sobre la cual descanse toda la intervención. La
paciente anónima lo dice todo cuando escribe sobre esto y muestra
públicamente su agradecimiento a Manuel por este marco relacional que, sin
duda, la sanó tanto o incluso más que las técnicas que usó con ella.
Segundo, porque no se trata de un libro de estos tan de moda actualmente
donde se dan recetas mágicas que no existen. La psicología y las ciencias afines
que se dedican a investigar y estudiar la conductahumana, las emociones, el
desarrollo, la resiliencia, los trastornos… son complejas y no pueden reducirse a
unos consejos, ni es su función hacerlo. ¿Por qué la gente a la que quiero me
hace daño? Neurobiología, apego y emociones es un libro psicoeducativo –
explicado con sencillez y claridad pero sin perder la perspectiva científica– para
que todo el mundo pueda aprender de manera entretenida acerca de los
fundamentos sobre los cuales se asienta la mente humana: las emociones y las
dos etapas más cruciales del desarrollo: la infancia –como el autor dice, el jardín
al cual siempre nos remitimos– y la adolescencia, etapas críticas ambas al
producirse un espectacular neuro-desarrollo y depender de relaciones de calidad
para poder crecer sobre buenos cimientos, pero también de grandes
7
oportunidades si se fomenta el maravilloso fenómeno de la resiliencia gracias a
un entorno afectivo y solidario. Conocerlas y ser conscientes de las implicaciones
que tienen nos conducirán a criar y educar cada vez con más consciencia a los
niños.
En capítulos posteriores, Manuel explica problemas psicológicos que nos
preocupan a todos y que están dentro del ámbito de la salud mental: la
descripción de las causas y el tratamiento de cada uno de los trastornos más
comunes que nos aquejan y que nos provocan enorme sufrimiento, pasando
revista a los principales: la ansiedad y los ataques de pánico, la depresión, el
trastorno obsesivo-compulsivo, el apego y sus trastornos, las alteraciones en la
alimentación, la disociación, la pérdida de control y el abuso sexual. Para
abordar las causas de estas alteraciones, Manuel nos propone una visión
integradora explicativa de aspectos neurobiológicos y relacionales (entre los
factores etiológicos asociados a los trastornos, sitúa en lugar prominente al
vínculo de apego con nuestros padres o primeros cuidadores, ya que si este fue
inseguro y no reparado posteriormente puede constituirse en un importante
factor de vulnerabilidad para la vida adulta) y fundamenta los tratamientos en
técnicas en las que él es experto y que están avaladas científicamente. Sin
olvidarnos, como ya hemos dicho anteriormente, de la piedra angular sobre la
que descansa toda su propuesta clínica: una relación terapéutica segura,
confiable y empática con el paciente. Ello se plasma en las viñetas clínicas –gran
acierto por parte del autor al incluirlas– contenidas en el libro: fragmentos de
sesiones en las que aparece la persona de Manuel interactuando con sus
pacientes y que ilustran la práctica. A mi modo de ver le da todo el sentido a
cada capítulo, ofreciéndonos la parte vivencial que todo libro de este estilo debe
tener.
Tercero, porque aúna una visión del ser humano que no cae ni el
psicologicismo ni en el biologicismo, sino que apuesta por la integración,
concibiéndolo como producto de unas potencialidades genéticas –que se
expresarán en las emociones y en la conducta según cómo influya el ambiente
sobre aquellas–, dando al apego un rol central como programador inicial en esa
danza entre genes y ambiente, pues el apego es a la personalidad como al
edificio los cimientos: la base sobre la que se sustentará el desarrollo ulterior. Es
un libro didáctico, con cuadros que abundan en amenas y sencillas
explicaciones neurobiológicas sobre los temas que aborda. Muchas de ellas
provocarán curiosidad en nosotros y nos ayudarán a saber más sobre este
fascinante mundo.
¡Ah, se me olvidaba! He de mencionar los dibujos hechos por una de las
8
pacientes de Manuel, que aparecen a lo largo de todo el libro, los cuales
aportan, como antes expresé, la dimensión emocional y de la imagen, más
propia del hemisferio derecho del cerebro. Los dibujos nos confrontan, nos
ponen cara a cara, con el dolor que las víctimas padecen, visibilizando y
mostrando que este puede transformarse simbólicamente en auténticas obras
de arte que amplifican y dan veracidad a lo que Manuel nos cuenta, y
contribuyen a generar resiliencia. Si la paciente no dibujara, todo ese dolor
quedaría dentro de ella. Sacarlo fuera es un modo de aliviarlo y ofrece un
recurso de arte-terapia que contribuye a elaborarlo psicológicamente.
La sociedad necesita hacerse consciente de la extrema importancia que tienen
las relaciones de buenos tratos y su crucial papel para orquestar el desarrollo de
las personas y contribuir al logro de una personalidad equilibrada y un óptimo
estado de salud psico-bio-social. Aún estamos muy lejos de que esta visión esté
extendida y haya llegado a todos los ámbitos familiares, sociales, educativos,
sanitarios, judiciales y políticos. Por eso una obra de este calado, dirigida y
accesible a todos los públicos, es bienvenida y celebrada.
Solo me queda felicitar a Manuel Hernández por este útil y gran libro,
deseando que su lectura os aporte una luz tan bella como la que baña la Málaga
que le vio nacer, y que os acompañe y guíe en vuestro caminar.
San Sebastián-Donostia, a 29 de abril de 2019
José Luis Gonzalo Marrodán
Psicólogo Clínico
9
Introducción
Mi primer libro, Apego y psicopatología, fue un acercamiento necesario para
poder relacionar dos cuestiones que a nivel teórico me interesaban mucho, la
biología y la psicología. O, como a mí me gusta decir, la relación entre mente y
cerebro. Ese libro surgió de la necesidad de integrar muchas de mis lecturas.
Escribí el libro que me hubiera gustado leer cuando empecé a ejercer como
psicólogo.
Intenté destacar cómo los primeros años de vida y, sobre todo, la relación con
nuestros cuidadores moldeaba, en muchos casos de forma indeleble, nuestras
emociones y consecuentemente nuestros pensamientos y conductas.
Apego y psicopatología, la ansiedad y su origen iba dedicado principalmente a
compañeros psicólogos que quisieran profundizar en el origen de muchas
patologías y en cómo trabajar con ellas. Mi grata sorpresa fue que interesó
también a un público no especializado que quería saber más sobre psicología y,
sobre todo, cómo le había afectado la relación con sus cuidadores en la infancia
y, por extensión, en su vida actual en la relación con otras personas e inclusive
consigo mismos.
Pasado un tiempo, empecé a notar la necesidad de expresar cosas nuevas que
iba aprendiendo y, sobre todo, de explicarlas de un modo más sencillo, pero
igualmente riguroso. Para ello me he basado en los posts que publico en mi
página profesional de Facebook (www.facebook.com/apegoypsicopatologia). Las
redes sociales permiten un contacto más inmediato, con textos más breves. He
tratado de escribir y dirigirme, con este libro, al mismo tipo de público al que lo
hago en las redes sociales, que demanda contenidos de tipo psicológico pero
amenos y rigurosos.
Vittorio Guidano (2001) dice que la infancia marca la tonalidad en la que va a
sonar toda nuestra vida. Igual que la sexta sinfonía de Beethoven suena en fa
mayor haciendo que haya una armonía a lo largo de toda la obra (si no los
instrumentos tocarían desafinados unos de otros), las emociones nos ayudan a
dar un sentido de continuidad a nuestras vivencias.
Algunas personas estarán teñidas por la tristeza, otras por el optimismo, la
10
https://www.facebook.com/apegoypsicopatologia
rabia o el miedo. Esta tonalidad nos la da nuestra relación afectiva con los
cuidadores durante nuestros primeros años de vida y determina todo nuestro
desarrollo vital. En este libro he tratado de que la tonalidad que vertebre el libro
sea el apego y la neurobiología, y cómo nos influye en nuestra vida y en la de
las personas a las que queremos.
Los dibujos de Almudena siempre han estado en mi cabeza a la hora de
escribir este libro. Dicen más en una imagen que yo en miles de palabras. No
puedo concebir este libro sin esos dibujos que ella, poco a poco, me iba
trayendo a la consulta y que yo iba guardando como mi mayor tesoro. Estos
dibujos representan lo que sienten muchos de mis pacientes. Sé que son
impactantes, y a menudo duros, pero reflejan el sufrimiento interior de muchas
personas.
He dividido el libro en dos partes. En la primera escribo sobre nuestrocerebro
y la importancia de las relaciones en los primeros años de vida, en la infancia y
en la adolescencia. Estos son los pilares sobre los que se constituye la
personalidad de la persona, y si no entendemos qué ocurre en estas etapas no
podremos entender la causa de muchas enfermedades mentales.
En la segunda parte he desarrollado los principales tipos de patologías
psicológicas que encuentro más a menudo en mi consulta, como los ataques de
pánico, los TOC, los trastornos alimenticios, los abusos sexuales, la depresión y
un tema que me apasiona: la disociación psíquica.
Soy consciente de que muchas cosas escritas en el libro pueden sorprender.
He tratado de escribir de la misma forma en que explico las cosas a mis
pacientes o a mis alumnos en los cursos. Pero este paso de lo oral a lo escrito
puede dar lugar a frases o conceptos con varias lecturas. He intentado dar
frescura al texto, a riesgo a veces de no explicar las cosas todo lo bien que
debería.
Espero que este libro pueda ayudarnos a entender a las personas a las que
queremos (y a las que odiamos) y sobre todo a entendernos a nosotros mismos.
A reflexionar y a cambiar para ser mejores y hacer mejores a las personas que
nos rodean.
Finalmente quiero agradecer a todas las personas que han participado en la
génesis de este libro y me han ayudado a hacerlo mejor. A mi mujer Esther, que
lo ha leído varias veces corrigiendo faltas y estilo y siendo un gran apoyo. A Ade
Navarides, que me hizo importantes aportes a la hora de enfocar el libro al
público al que yo quería llegar. A José Luis Gonzalo, por hacer el prólogo y por
sus aportaciones de tipo terapéutico que han ayudado mucho a mejorar
11
malentendidos. Y a Olga Castanyer, por repasar pacientemente varias veces el
libro para hacerlo más coherente. También agradecer a Gema García que me
ayudara a mejorar el capítulo de los trastornos alimenticios.
Agradezco también a Almudena y a M. Por haber sido coautoras de este libro.
Han ayudado a entender con sus emociones lo que yo describo de forma
intelectual y analítica.
Y como no puede ser de otra manera, agradecer a la editorial Desclée De
Brouwer y a su director editorial, Manuel Guerrero, el haber confiado
nuevamente en mí y su paciencia a la hora de editar el libro.
12
I
LA INVENCIÓN DE LO HUMANO
13
1
Carta de M.
Estoy nerviosa y muy emocionada. Manuel me ha pedido que escriba el primer
capítulo de este, su segundo libro, en un momento muy emotivo de una de
nuestras últimas sesiones de terapia. Quiero contaros cómo ha sido el proceso,
la relación terapéutica, los encuentros y desencuentros, cómo me he sentido y,
sobre todo, qué ha supuesto para mí este camino.
Mi terapia ha sido como un viaje a través de un espejo, a través de la imagen
que me devolvía de mí misma. Una imagen primero inexistente y después
monstruosa. Dicen que los niños se ven en un principio a través de los ojos de
su madre, y después a través de los del resto de las personas que los rodean.
Yo he mirado también a mi madre en estos meses. He explorado mi relación con
ella, y con mi padre, comprendiendo que ellos, a su vez, fueron en parte el
resultado de la mirada de mis abuelos. Si el vínculo no es sano y el apego es
inseguro, en muchas ocasiones se perpetúan los conflictos, el malestar, la
imposibilidad de relacionarnos de manera sana con los demás. Por eso pienso
que, como dice el título, las personas a las que queremos nos hacen daño. Mi
relación terapéutica ha sido la clave para superar mis dificultades, y para que el
espejo me fuera devolviendo la mejor imagen de mí.
Llegué a Manuel hace 7 meses, angustiada, con obsesiones que no me
permitían vivir en paz, ni atender a mis hijos, ni concentrarme en mi trabajo. En
la primera sesión me puso mentalmente delante de un espejo y me pidió que le
dijera qué veía. Ante mi asombro, en él no se reflejaba nada. Era incapaz de
verme. Poco a poco fui entendiendo el porqué.
Mi infancia no la recuerdo feliz. Solo los veranos y el mar lograban borrar mis
miedos. Los inviernos eran una pesadilla. Fui criada con muchísima exigencia a
todos los niveles, prácticamente sin momentos de juego, solo el deber y tener
una buena imagen era importante en mi casa. Me marcaron en especial dos
traumas. Con 4 y 5 años sufría maltrato físico por parte de dos niñas de mi
clase. Eso hizo que me volviera una chica tímida y apocada. A los 8 años, el
14
psicólogo de mi colegio abusó sexualmente de mí. Jamás conté nada a nadie, ni
a mis padres, ya que el miedo a expresarlo era superior a la necesidad de
consuelo.
Poco a poco fui tapando mi falta de autoestima y mi sensación de escasa valía
mirando hacia fuera, buscando el reconocimiento externo, consiguiendo logros
académicos, profesionales y sociales que me hicieran brillar. Sin embargo, esa
niña interior fea, asustada, rabiosa, seguía ahí, y sin darme cuenta se
proyectaba en mi hija y me hacía rechazarla. Ha sido esencial ver hasta qué
punto mi pasado condicionaba mi presente, y cómo una imagen tan negativa de
mí misma me apartaba de los que más quería. Gracias a la terapia y a mi
esfuerzo he logrado superar mucho, aunque aún sigo en el proceso de
aceptarme y quererme.
Manuel trabaja desde la relación. La nuestra se ha basado en mucha
confianza, seguridad y disponibilidad por parte de Manuel, y en mucho esfuerzo,
honestidad y entrega por mi parte. Creo que sería un buen resumen de lo que
ambos hemos puesto. El primer día me animó a que le escribiera y acudiera a él
cuando lo necesitara. Yo temía, una y otra vez, que él se fuera a cansar de mí y
me abandonara. Pero ahí seguía, incluso en los momentos en los que sin
quererlo lo puse a prueba. Desde el principio conectamos bien, nos peleábamos
por hablar, nos reíamos. Me sorprendió su cercanía y naturalidad. Me sentía
segura, aceptada y no juzgada. La sensación de no ser para él la niña invisible
que fui en mi infancia me hizo cogerle cariño enseguida, y querer ganármelo
como fuera, ser su mejor paciente. Le regalé un montón de palabras bonitas en
los correos y por primera vez pude mostrarme sin miedo a ser yo. Aunque esta
ha sido la tónica general, como en cualquier viaje surgieron complicaciones, y la
relación terapéutica pasó por un momento crítico. Tras unos meses, tuvimos un
conflicto y perdí la confianza en Manuel. También los nervios. Me sentí entonces
rabiosa, asustada, insegura, decepcionada, abandonada, ridícula,
desesperanzada… Consulté a otro terapeuta en un intento de aclararme, de
reponerme. En esos momentos, a pesar de estar triste y decepcionada,
necesitaba desesperadamente seguir vinculada a él. Todo ello me hizo ver lo
complicada que es una relación terapéutica y la necesidad tan grande de afecto
que tenía. Lo que yo he experimentado es que cuando trabajas la infancia te
marchas a ese tiempo. Conectas entonces con las emociones que vivías y es
desde ahí desde donde te relacionas con el terapeuta. Es muy fácil que la adulta
se anule y que sea la niña la que hable y actúe por ella. No te reconoces, ya que
no eres exactamente la niña que fuiste, pero sí sus demandas.
Ha habido etapas de la terapia en las que he sentido muchísimo dolor, en
15
especial al trabajar el abuso sexual. El sentimiento de culpabilidad, de que yo lo
provoqué, es algo que siempre me ha acompañado. Aunque suene duro e
inexplicable he llegado a desear que Manuel abusara de mí, que me tratara mal,
como un castigo merecido para poder pagar por ello. En esos momentos he
reaccionado contra él y le he atacado en los correos. Sin embargo, Manuel ha
sabido contener mi ira y devolverme afecto. Entonces me he sentido
descolocada, conmovida y furiosa a la vez. Al final vencía el afecto y me rendía a
él. Es precisamente a través de ese amor, y de saber que tienes a alguien ahí
constantemente, como he experimentado que merezco ser querida. Así le
escribía a Manuel el 14 de diciembre de 2018, hablándole de mi niña interior:
Manuel, la niña esta gordísima. Está deforme, enorme de gorda y me
da un asco tremendo y siento que la desprecio mucho. Me danáuseas
y es como un cuerpo grande y repulsiva. Me da asco. Además, tiene la
piel sucia y muy fea, no podría tocarla, aunque quisiera. ¡¡¡¡¡¡Se tiene
que duchar!!!!!! ¡¡¡¡¡Estoy cansada de decirlo!!!!! Que se lave, ¡Que se
limpie! Aún no le veo la cara, pero sé que esta triste e inexpresiva. Me
siento mal por no poder acercarme a ella, pero me da un asco que no
controlo... Qué asco me da él, qué asco más intenso. Era muy, muy
alto y delgado y no quiero que se me pegue, no quiero, no quiero que
se me pegue de esa manera, qué asco de él, qué asco me dan los
dedos, qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué
asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué asco… qué
asco… qué asco… qué asco… qué asco… ¿Lo estoy haciendo bien,
Manuel? ¿Así es como lo quieres? ¿Está bien? ¿Es suficiente? ¿Soy la
mejor? ¿Soy la mejor en esto? ¿Me falta hacer algo? ¡¡¡¡¡¡¡¡Destrózame
ya, que no entiendo que no me destroces, qué pena que no estés aquí
para agarrarme fuerte y hacerme daño de una vez!!!!!!!! Eso es lo que
me calmaría, eso, que no te enteras… que no eres ni buen psicólogo ni
nada, si me hicieras daño descansaría ahora. ¿¿¿Qué tengo que hacer
eh??? ¡¡¡Dime!!! ¿¿¿¿¿Qué????? Si vinieras y abusaras de mí, me
curaría. Eso es así. Aunque suene raro, yo sé que me calmaría por
dentro. Calmaría la ansiedad que siento, calmaría el malestar, me
quedaría tranquila por fin. No quiero que me hagas favores portándote
bien, ni cuidándome, ni quiero tu consideración. No es lo que quiero, no
lo quiero, no lo quiero, noooooooooo. ¡Ayyyyyy! Nadie entiende esto
que me pasa, que está en mi cabeza y que está fuera también, porque
lo siento muy real.
16
Con muchísimo esfuerzo, en estos 7 meses he logrado acercarme a la imagen
tan negativa y odiada que tenía de mí misma, accediendo a esas vivencias
traumáticas, y acercándome emocionalmente a mi yo niña. Fui al patio de mi
colegio acompañada de Manuel y eso lo cambió todo. Ahora puedo mirarme con
más compasión y ternura y, por ello, mi niña interior pasó de darme la espalda a
cogerme de la mano. Así escribí sobre ella en otro correo después de una
sesión, el 20 de febrero de 2019:
Apoya la cabecita en mi hombro y descansa. Sé que estás triste. ¿Estás
cómoda así? ¿Tienes frío? No, no me importa que te pegues más a mí,
si tú estás a gusto así, estupendo. Quédate un rato. No necesitas
hablar, yo no hablaba, por eso sé que tú no hablas. No tienes que
levantar la cara hacia mí aún, no pasa nada. Yo sé que tienes los ojos
bonitos porque son color marrón miel en invierno, pero se vuelven
verdosos en verano cuando has llevado el mar en ellos durante algunos
días. Eres muy bonita, solo que ese uniforme es horrible, y el colegio lo
tiñe todo de gris y marrón porque allí no hay luz. En el momento que
den las vacaciones de verano y puedas ir descalza en bañador, y
enterrarte los pies en la arena caliente, verás qué bien. Vas a ser libre,
vas a levantar la cara, a soltarte el pelo al viento, te va a encantar
moverte, rodar como una croqueta por las dunas, y trepar por los
toldos, y llamar a gritos a tu amiga Eva, y buscar pistas y tesoros en la
arena jugando a “Los Cinco”, y a “beso, verdad o consecuencia”, que sé
que te gusta Dani, y hacer el pino, y ensayar bailes, y que tu padre te
pregunte cuántas veces te has bañado hoy, y decirle que no has salido
del agua, solo para hacer churritos con la arena mojada y albóndigas.
Quédate conmigo un tiempo. No te cojo aún porque estoy muy cansada
y no puedo con tu peso. Han sido muchos años cargando con mucho y
ahora estoy débil, pero cuando me recupere vamos a volver a la playa
tú y yo, un día que no haya nadie, y vamos a hacer todas esas cosas
las dos solas, te lo prometo. Creo que ahí me voy a poner a llorar, pero
no te asustes. Y lo más importante: no vamos a volver al colegio nunca
más. Eso se terminó. Hoy se terminó. Y si queda algo, Manuel me va a
ayudar, porque mi padre no está pero él sí, por eso es importante que
él lo sepa, para que nos ayude. Porque yo sola no sé hacer muchas
cosas aún.
La terapia ha sacado mi parte más creativa, ha destapado mi sensibilidad, me
ha hecho perder el miedo a mostrarme, a ser más espontánea. Soy consciente
17
de mi lado más rígido, pero también del más divertido. En ese sentido he vuelto
a quererme, como te quieres cuando te quieren los demás, y te miran bonito, y
te emociona la vida de nuevo. Ahora el espejo empieza a reflejarme a mí con
esa luz, aunque aún me quede camino por delante.
A la terapia le debo en especial una mayor conexión con mi familia. He vuelto
a disfrutar de mi hija, a acariciar su pelo, a respirarla muy hondo antes de
mandarla a la cama. También sé contener mejor su malestar cuando me cuenta
cualquier problema, sin quedarme paralizada de miedo. Y valorar a mi marido,
aceptar que me quiere sin más, sin que tenga que hacer nada para ello. No me
quiere por mis logros, ni porque me ponga guapa, sino por ser yo.
Gracias, Manuel, por acogerme tan bien, por cuidarme en las sesiones, por
compartir tus vivencias conmigo, por mostrarte ante mí, por entenderme, por
ser sobre todo persona además de terapeuta, por tu paciencia, por tu
dedicación, por tu sentido del humor… porque sigues siendo un cielo muy azul
para mí.
M.
18
Neurobiología, apego y emociones. La unión con
la naturaleza
Todo lo que ocurre a los seres humanos en su sistema interno tiene conexión
con la biología. Esto hace que la inmensa mayoría de los procesos que tienen
lugar dentro de nosotros ocurran de forma involuntaria. Y nuestro cerebro no es
ninguna excepción.
A nivel mental, somos el 80% animales y el 20% humanos. Con esto quiero
decir que una parte inmensa de nuestro comportamiento viene determinado por
nuestras emociones y un poco por nuestra cultura. Esto no significa que muchas
de nuestras emociones no sean aprendidas o que no puedan modificarse, pero
sí que van a ser involuntarias, inconscientes y súbitas, llegarán sin avisar
(acompañadas siempre de sus hermanas siamesas, las sensaciones) (Siegel,
2010).
La palabra emoción viene del latín “emotio” que significa movimiento, es decir,
las emociones nos ayudan a dar color a las cosas, sirven para sentir, para
decidir y ponernos en movimiento. Las emociones tienen dos características
básicas:
• La calidad de la emoción nos permite valorar que algo sea bueno o malo.
Nos da una valoración moral o simplemente sentir que algo es bueno o es
malo. Una máquina (como un ordenador, por ejemplo), al no tener
emociones no puede evaluar si una foto es fea u horrible. No puede valorar
la diferencia entre un paisaje de nieve y un niño abusado.
• La intensidad de la emoción nos ayuda a saber si eso que nos agrada (o
desagrada), lo hace mucho o poco. Nos permite sentir (y conocer) “cuánto”
de peligroso o de agradable es algo. Así nos apetecerá mucho (o poco)
alejarnos o acercarnos. Por ejemplo, si hace mucho tiempo que echamos de
menos a un amigo y lo vemos por la calle, saldremos corriendo a buscarlo,
pero si es alguien a quien debemos dinero haremos lo que sea para evitar
que nos vea.
Podemos sentir las emociones como positivas o negativas, aunque esto es una
19
valoración subjetiva. Ambas cumplen su función y son necesarias, ambas
fluctúan juntas. Y lo hacen de forma opuesta en lo que se conoce como un
proceso “de suma cero”. Si una emoción es muy intensa, cuando aparezca la
contraria lo hará con una intensidad igual a la primera.
Esto es así porque la naturaleza quiere que nos protejamos y recordemos lo
que nos hizo daño o nos agradó mucho. Y lo hace de este modo. Si un zorro
tiene mucha hambre y encuentra un trozo de comida podrida, cuanta más
hambre tenga, más asco le dará esa carne. De esta manera evita comer algo
que puede hacerle daño.
Por eso, cuanto más quiera a alguien, más lo odiaré o más triste estaré,
cuando me falte, o cuanto más me humilló alguien (más vergüenza tuve), más
lo odiaré o más sumiso me volveré con él. Como he explicado, las emociones
sirven para saber cuándo algo es bueno o malo y sobre todo cuánto lo es (qué
intensidad tiene),de manera que en el futuro lo buscaré o lo rechazaré con más
fuerza.
Todos tendemos a clasificar las emociones en buenas o malas, pero no es más
que una manera de engañarnos. Obviamente todos preferimos estar contentos y
no tristes, pero todas las emociones son necesarias y cumplen una función. Hay
emociones que buscan la proximidad (y las sentimos como positivas) y otras que
buscan evitar el peligro o la defensa (y las vivimos como negativas).
Cuando percibimos las emociones como problemáticas pueden serlo de
diferentes modos:
• Son dominantes y constantes, no podemos librarnos de ellas, aunque
seamos conscientes de que nos perjudican. Por ejemplo, tengo miedo
constantemente, pero sé que no hay ningún peligro real a mi alrededor.
• Hay dos (o más) emociones en nuestro interior que luchan entre sí. Por
ejemplo, queremos y odiamos a alguien al mismo tiempo.
• No podemos sentir nada o lo sentimos todo en exceso. Esto les ocurre a
personas que han tenido una infancia difícil y han aprendido a no sentir o se
han vuelto demasiado sensibles.
A pesar de la complejidad del ser humano, el número de emociones es
escaso. Su origen fue permitir a los mamíferos cooperar y vivir en grupos y
cuidar de la descendencia hasta que esta pudiera valerse por sí misma. En
definitiva, poder relacionarnos con los demás, pues somos animales sociales.
Las emociones básicas que voy a desarrollar son: amor, soledad (o tristeza),
miedo, rabia, asco, culpa y vergüenza. Como veremos, dentro de estas hay
20
muchos subtipos, pero forman parte de su marco de influencia. Pasemos a
hablar de ellas.
21
Para algunas personas sentir es algo intolerable. Son personas muy
sensibles que no saben ni pueden regularse emocionalmente. Se
sienten prisioneras o atacadas por sus emociones.
22
Amor
Se han escrito miles y miles (y podéis sumar muchos millones) de páginas
sobre el amor, pero aquí nos interesa el amor biológico.
El amor cumple una función clara, nos ayuda a vincularnos a otras personas
(en la infancia nuestros padres y más adelante otras personas, incluso
mascotas) y sentir que forman parte de nosotros. Todos los mamíferos sienten
algún tipo de amor, porque nuestro éxito evolutivo vino por la cooperación y la
vinculación con otros animales de nuestra especie. Muchos insectos cooperan
(las hormigas o las abejas, por ejemplo), pero no sienten emociones hacia los
otros. No hay afecto ni tristeza en el encuentro ni en la pérdida.
• El amor es la emoción positiva por excelencia junto con la alegría. Es innato
en todos los mamíferos y se relaciona con la oxitocina (la misma hormona
que segrega nuestro organismo cuando tenemos sexo de calidad). Es
fundamental para perpetuar la especie (Porges, 2011).
El amor podemos dividirlo, a su vez en cuatro grandes grupos:
• Amor romántico: Es el amor que nos ayuda a emparejarnos, a vincularnos
emocionalmente a alguien para poder reproducirnos. Soy consciente de que
esto suena muy mal, pero soy biólogo y me consta que el objetivo de la
naturaleza es que sobrevivamos a la infancia y que nos reproduzcamos en
la edad adulta (siento haberme cargado todo el romanticismo de un
plumazo).
• El ser humano es una especie monógama, principalmente porque los niños
tardan mucho en desarrollarse hasta valerse por sí mismos, así que los dos
padres deben cooperar para criarlos1.
• Amor filial o crianza: Es el amor de los padres por los hijos. Permite que los
cuidadores se sacrifiquen por su descendencia.
• Amistad: Es el amor que nos lleva a cooperar, a trabajar en grupo, a querer
a los demás. Fue el gran éxito evolutivo de los mamíferos.
• Vínculo hacia los cuidadores: Es el amor biológico de un niño hacia sus
cuidadores. Es innato, forma parte de nuestro ADN y es lo que permite que
el niño se vincule a sus cuidadores en los primeros años de vida para
sobrevivir. El apego está por encima de cualquier otra cosa o emoción, lo
cual, como explicaré a lo largo del libro, tiene unas consecuencias enormes
23
para lo bueno y para lo malo (Hernández, 2017).
Alegría
Es, junto al amor, la otra emoción positiva que predomina en nosotros2. Está
relacionada con un neurotransmisor llamado dopamina, que nos ayuda a
mostrar interés (aquí está la emoción que hace que nos motivemos por algo).
Cuando este neurotransmisor no está presente, aparecen la tristeza y el
desánimo, es decir la depresión (Panksepp, 2012).
La alegría sirve para que luchemos con la esperanza de volver a sentirla en el
futuro. Bien usada es muy positiva, pero mal usada puede llevarnos a las
adicciones, compras compulsivas, etc. Como explicaba anteriormente, a una
emoción intensa le puede seguir la contraria, por eso las personas que
consiguen alegrarse con elementos externos como las drogas, la ludopatía o las
compras, sufren después una gran tristeza (ansiedad) que les hace recaer una y
otra vez.
La alegría aparece desde que somos pequeños en el juego, primero con los
cuidadores (y la familia cercana) y después con los amigos. El juego sirve en los
mamíferos para aprender las reglas sociales que tan útiles y necesarias son en la
edad adulta. Por eso, si en la infancia no ha habido juegos sociales o físicos, el
niño será retraído, triste, vergonzoso (Meares, 1993).
La alegría es prima hermana del amor, pues la mayoría de los momentos
felices los vivimos con otros, pero también hay muchas satisfacciones sanas que
son intelectuales, deportivas o de manualidades, que se realizan en soledad.
Pero, sin duda, las mayores alegrías en la vida las tenemos cuando compartimos
experiencias con las personas a las que queremos.
Unos investigadores suecos hicieron un experimento con atletas
olímpicos que ganaban medallas de oro en alguna disciplina
deportiva. Los grabaron y observaron cuando recibían la
medalla y vieron que los atletas sonreían cuando miraban a
alguna persona querida. Un familiar, el entrenador o un
compañero.
La sonrisa solo aparecía cuando compartían ese premio con
alguien cercano.
24
Tristeza
La tristeza es una emoción incómoda (que puede llevar a la depresión) y que
tiñe todo nuestro entendimiento de cansancio y miedo. Esta emoción tiene
claramente un enfoque social. Al ponernos en una posición de debilidad, activa
los mecanismos de empatía de los demás y permite que nos ayuden. La tristeza
es la puerta a la temida depresión.
La tristeza puede tener dos razones principales:
• La soledad. Esta emoción tan desagradable (aunque la soledad buscada
pueda ser muy placentera, no lo es la forzosa) es el mayor miedo de
cualquier mamífero. Como dice el Génesis … no es bueno que el hombre
esté solo…
Cuando aparece, la persona se siente abandonada, sin ilusión ni fuerza.
Surgió para que, cuando vivíamos hace miles de años en comunidades
pequeñas, el resto del grupo nos apoyara. La paradoja actualmente es que
cada vez vivimos rodeados de más gente y cada vez nos sentimos más
solos.
Los niños necesitan a sus cuidadores para sobrevivir y si estos no están
disponibles (física o emocionalmente), activarán el llanto (protesta o rabia)
y finalmente la tristeza como mecanismo para recuperar el vínculo. Como
todas las emociones, si se siente con mucha frecuencia o intensidad en la
infancia, se puede volver crónica en la edad adulta.
• La frustración. Es una emoción relacionada con no haber podido conseguir
los objetivos propuestos. Sirve para aprender, pero si es excesiva se
convierte en un trauma.
Frustración es sinónimo de rabia. Así, cuando tenemos mucho enfado o
estrés, o simplemente hemos hecho un esfuerzo muy grande y acabamos
agotados (y paradójicamente felices), puede aparecer la tristeza como
forma de hacernos parar para recuperar fuerzas. Sería el modo de
descanso de nuestro cerebro para recuperarnos y seguir adelante con
nuestros objetivos.
Pero si la rabia es permanente o demasiado intensa, esta sensación de
tristeza se puede volver permanente y aplastarnos, no dejándonos hacer
nada.
La autoestima se cimienta en los primeros años de vida, por eso es tan
importante la regulación emocional de los padres a los hijos, porquesi
estos sienten que nunca hacen nada bien aparecerá una frustración tóxica
25
que les llevará a una falta de autoestima y una tristeza permanentes3. Es
importante no sobreproteger a los niños, pero tampoco hacerles sentir que
nunca hacen nada bien. Ambas cosas provocan desaliento y falta de
confianza en sí mismos.
La búsqueda de un objetivo puede tener éxito o ser un fracaso. En
este caso se puede vivir como un aprendizaje o como un trauma.
Depende de la intensidad del miedo y de cómo lo valoremos a
posteriori.
Rabia
La rabia es una emoción que sirve para poner límites, para defender lo que
necesitamos. En los niños cumple dos funciones:
• Me lo has hecho pasar mal y no vas a olvidarlo. El llanto de un niño es
paralizante, cualquier padre lo ha sentido alguna vez.
• Cuanto mayor sea el malestar, mayor va a ser la rabia y por tanto ayuda a
los demás (y a mí mismo) a recordarlo más y mejor.
Cuanto mayor haya sido la rabia durante la infancia, mayor va a ser cuando
vayamos creciendo. A veces esta rabia, como explicaré a lo largo del libro,
puede estar inhibida (o escondida) y se dirige hacia uno mismo. Otras veces,
puede funcionar de un modo distinto, simplemente como mecanismo de
descarga, como una forma de sentirnos mejor haciendo daño a otras personas.
26
La rabia es una emoción que moviliza mucha energía y tiene relación a nivel
del cerebro con la “amígdala” (ver capítulo 6) y a nivel del SNA (sistema
nervioso autónomo) con la rama simpática, que activa el modo de lucha y
defensa.
Hay dos tipos de rabia fundamentalmente:
• Impotencia o frustración. Esta es una emoción o sensación que sentimos
cuando valoramos que no se tiene en cuenta lo que necesitamos o que no
podemos conseguirlo.
Es una emoción muy limitante y se suele sentir en el pecho, en el plexo
solar. Está más relacionada con la defensa, con protegernos de algún mal o
peligro4.
• Rabia, ira: Es una emoción o sensación enfocada hacia la lucha o el ataque.
Sirve para poner límites a los demás o simplemente para sentir que
descargamos nuestra tensión y malestar. Suele sentirse en las manos, en la
cara y en la mandíbula. De hecho, el bruxismo es rabia que no puede
descargarse de forma adecuada (Van der Kolk, 2014).
Muchas personas tratan de evitar esta rabia que les produce
impotencia realizando actividades que calman a corto plazo pero
que tienen conse-cuencias nefastas a medio plazo. Es muy
característico en las adicciones, sea marihuana, alcohol, cocaína,
juego… La mayoría de las veces el deto-nante del consumo es
una sensación de rabia o impotencia.
Vergüenza
La vergüenza es una emoción social, tiene relación con los demás de forma
real o imaginaria (cómo creo que me perciben). Esta emoción la compartimos
con otros mamíferos, y sirve para saber qué rango ocupa cada animal en el
grupo. En los seres humanos es mucho más compleja y sirve para saber qué
comportamientos son adecuados y cuáles no, y evitar así hacer cosas que
puedan provocar rechazo.
La vergüenza, en un nivel sano, es una emoción importante que ayuda a la
convivencia y a relacionarse con los demás, pero cuando es excesiva se
convierte en “vergüenza tóxica” y es extraordinariamente limitante. A muchas
27
personas les impide literalmente vivir.
Aprendemos la vergüenza en los primeros años de vida, en la relación con
nuestros cuidadores. Estos actúan como un espejo en el que nos miramos
cuando somos bebés y niños, y si la imagen que vemos es defectuosa (sentimos
que no somos merecedores de afecto o cariño), la vergüenza se puede alojar
crónicamente en nuestro interior.
Así que hay dos tipos de vergüenza, una sana y constructiva que nos ayuda a
conocer las reglas sociales y a relacionarnos con los demás y otra tóxica que
hace que tengamos miedo a la desaprobación o al rechazo.
Esta vergüenza puede manifestarse de muchas formas:
• Miedo a hacer algo inapropiado o que provoque la burla o la falta de estima
de los demás. Por ejemplo: hablar en público, hacer el ridículo, etc.
• Miedo a que mi cuerpo haga algo involuntario y me exponga a la risa o
rechazo de los demás. Por ejemplo: desmayarme, irme de vientre, sudar de
forma copiosa, tener una risa escandalosa, etc.
• Miedo a que haya algún defecto en mi cuerpo que me haga diferente a los
demás y por el que me perciban defectuoso, Por ejemplo: Tener la nariz
fea, estar gordo, tener manchas en la piel, tener unas piernas muy grandes,
etc.
28
La vergüenza es la emoción más limitante que existe. Literalmente
bloquea a las personas impidiéndoles sentir otra cosa que no sea
miedo. Miedo a lo que puedan ver los demás en nosotros.
29
Quiero compartir aquí dos casos distintos, pero que creo que
ayudan a entender la subjetividad de los problemas de cada
persona. Los dos pacientes tenían vitíligos. Estas son unas
manchas blancas en la piel que destacan sobre el resto del color
de la carne.
1. Luis viene a la consulta porque tiene un miedo atroz, ya que
empiezan a salirle unas manchas blancas en las manos (para mí
inapreciables) y dice que le salen ya en la cara (yo no fui capaz
de verlas). Se mira todos los días la cara y las manos en el
espejo para ver si las manchas están más grandes y se deja
barba, se tapa las manos cuando habla… porque tiene miedo de
que los demás se den cuenta de su defecto. Sobre todo sus
hijos, ya que estas manchas son genéticas y le aterra pensar
que sus hijos las hereden.
Haciendo la historia clínica descubrimos que en la adolescencia
había tenido muchas espinillas que le habían deformado la cara
y le aterraba volver a llamar la atención por su aspecto físico.
2. Eva vino a la consulta por un problema de ansiedad. Lo que
me sorprendió nada más verla fue que su cuerpo estaba lleno
de manchas de vitíligo, eran enormes y estaban en la cara, los
brazos, las piernas.
Después de un rato de charla le pregunté si le molestaban las
manchas, si le provocaban alguna ansiedad, y su respuesta fue:
“eso me da igual, ya se quitarán o no, lo que me preocupa es
mi embarazo y cómo arreglar mis problemas de pareja”.
La subjetividad de lo que es bueno o malo en el ser humano
nunca dejará de sorprenderme.
Culpa
Esta es una emoción exclusivamente humana, no la compartimos con ningún
otro animal5 y aparece ya en los niños. Toma forma cuando aparece el lenguaje
y sirve para saber cuándo hemos hecho algo mal y poder corregirlo. Es una
emoción que, como la vergüenza, sirve para saber cómo comportarnos con los
30
demás, qué es lo correcto y qué puede hacer daño.
Al igual que todas las emociones en un nivel sano, es necesaria para vivir,
pero si excede cierto nivel puede ser muy dolorosa y convertirse en algo
obsesivo, en pensamientos continuos que inundan a la persona y la incapacitan.
La culpa hace que a veces nosotros mismos nos convirtamos en nuestros
peores enemigos.
En todos los casos, para poder manejar los estados emocionales que nos
producen daño tenemos que aprender a regularnos emocionalmente, si no se
dará lo que conocemos como “secuestro emocional”. Sentimos que nuestras
emociones toman el control por nosotros, que nos convertimos en algo que no
queremos ser.
Esta regulación emocional se aprende en la infancia mediante los cuidadores,
pero si esto no ha podido darse tendremos que aprenderla por nosotros mismos
en la edad adulta (Bowlby, 1983, 1985). Técnicas como el yoga o el mind-
fulness, buscar un buen terapeuta, dedicar un rato al día a hacer lo que nos
gusta… pueden ayudarnos a estar tranquilos y a manejar mejor las emociones y
estar “regulados”.
Para mí, lo que más ayuda a mis pacientes en terapia es ayudarles a
conocerse. Entender en qué momentos resultaron útiles esas emociones y
dónde las sienten en el cuerpo. Esto les ayuda mucho en la vida diaria para
reconocer sus emociones y sensaciones y así poder regularlas. Aprenden a
conocerlas y manejarlas. La sensación que consiguen es de orgullo y
empoderamiento.
31
Los pensamientos se convierten a menudo en voces que escuchan
mis pacientes en sus cabezas. Resultan muy incapacitantes y
dolorosas. Están casi siempre relacionadascon la culpa.
32
Conclusiones
Las emociones son los mecanismos que han desarrollado los mamíferos para
poder relacionarse y cooperar con otros individuos de su especie (en los seres
humanos también nos ayudan a relacionarnos con otras especies). Son por
definición incontrolables e inconscientes, así que el trabajo en terapia y en
nuestra vida en general no será tratar de controlarlas, sino aprender a vivir con
ellas.
Hay muchas emociones que son tóxicas o dañinas y debemos aprender a
modularlas y a entender qué lección quieren darnos, ya que de algún modo o en
algún momento fueron útiles. Hay que recordar que las emociones resultaron
eficaces en algún momento y por eso nuestro cerebro emocional (o sistema
límbico) las repite, como un mecanismo instintivo de supervivencia.
Saber reconocer las emociones y ser conscientes de ellas, ayuda a regularlas y
de ese modo a reflexionar e integrarlas. Al hacerlo así recuperaremos el control
y nos sentiremos más integrados y en calma.
Si usamos nuestra energía para evitar nuestras emociones o controlarlas de
una forma errónea acabaremos agotados, consumiendo sustancias o tomando
decisiones para no sentirlas o bloquearlas completamente, consiguiendo así que
nuestro cuerpo somatice nuestro malestar.
1. Esto ha cambiado en la actualidad porque las mujeres son independientes y pueden valerse
por sí mismas, pero no ha sido así en los últimos 100.000 años.
2. Hay muy pocas emociones positivas y muchas negativas, porque si bien las primeras sirven
para vincularnos, las segundas nos permiten defendernos. A la naturaleza le preocupa mucho
más nuestra supervivencia que nuestro disfrute.
3. Tan malo para los niños es frustrarlos constantemente como sobreprotegerlos (o aleccionarlos
continuamente). En el segundo caso, al no equivocarse, el niño no puede aprender.
4. Los peligros en el ser humano pueden ser reales o imaginarios. Puedo tener miedo a un perro
que va a morderme, pero también a que mi opinión no le importe a nadie.
5. Todos los que tenemos mascotas hemos visto a nuestros animales comportarse como si se
sintieran culpables. Pero esta es una interpretación nuestra, el animal no puede sentir culpa en
el sentido de remordimiento o darle vueltas a lo ocurrido. Puede sentir tristeza, pero no culpa.
33
La infancia es el jardín donde jugamos toda
nuestra vida
¿Quién soy yo? Esta pregunta no es fácil de responder y probablemente el
resultado será muy diferente según qué persona responda.
Hay algunos datos objetivos. Mido 183 cm, soy psicólogo y biólogo, estoy
casado, tengo dos hijas y vivo en Fuengirola en una casa que me encanta. Estos
hechos pertenecen a la manera en que conocemos el mundo, de forma objetiva.
Pero si me pidieran que me mirara en un espejo y dijera lo que veo a nivel
emocional, vería una persona que empieza a entrar en la década de los
cincuenta, que siempre necesita estímulos y eso a veces le agota y a alguien a
quien le gustaría ayudar más a los demás y no siempre lo consigue. Estos
hechos son subjetivos y no tienen por qué coincidir con la forma en que me ven
los demás, pertenece a mis sensaciones subjetivas sobre mí, a mis memorias
implícitas o emocionales sobre mi persona.
Te voy a pedir que hagas un ejercicio:
Mírate en un espejo y siente qué ves.
¿Qué siente esa imagen hacia ti? ¿Qué sientes tú hacia ella?
¿Sientes rechazo u orgullo hacia ella?
¿Tiene tu edad actual?
Este ejercicio de pedir a los pacientes que se miren en un espejo y me digan
lo que ven, lo hago a menudo para que puedan ver su “yo percibido”. En
realidad, lo que ven es lo que creen que están viendo los demás y a menudo
esto conecta con dos sensaciones muy tóxicas, la culpa y la vergüenza. Estas
emociones (que suelen ir acompañadas de sensaciones muy desagradables) se
aprenden en la infancia, en los primeros espejos que tenemos, nuestros
cuidadores.
Esto ocurre porque los seres humanos necesitamos a otros, para saber qué y
34
quiénes somos, para tener un punto de referencia. Los seres humanos somos
intersubjetivos, nos vemos en función de cómo nos ven los otros (Guidano,
1992). Por eso, nuestros cuidadores son el espejo donde nos miramos en los
primeros años. Según lo que sintamos en los demás hacia nosotros, así nos
valoraremos: ¿sentíamos amor? ¿Decepción? ¿Rabia? ¿Aceptación y ternura?
¿Impaciencia? ¿Qué mensajes nos llegaban? Porque esos mensajes van a
quedar grabados en nuestra memoria semántica, en las reglas de quiénes
somos y qué lugar ocupamos en el mundo.
Hace unos años descubrí en un curso algo llamado apego y desde ese
momento me fascinó. Unía dos temas que me apasionaban, la biología y la
psicología. Con el tiempo desarrollé un modelo para explicar cómo a través de
las relaciones con los cuidadores en los primeros años de vida se pueden dar
emociones positivas, pero también negativas y a menudo incapacitantes.
El niño nace con unos circuitos emocionales innatos, que a su
vez constan de emociones básicas o primarias. Estas tienen un
origen genético. Posteriormente, a medida que el niño descubre
el mundo acompañado de sus cuidadores y figuras cercanas, va
perfilando estas emociones, dando lugar a lo que conocemos
como carácter o personalidad.
Haciendo una metáfora, podemos comparar al niño cuando nace
con un ordenador que trae incorporado en el disco duro un
sistema operativo (por ejemplo, Windows), que nos ayuda a
encender y nos permite empezar a trabajar con él, pero
seremos nosotros con el paso del tiempo los que iremos
añadiendo (o eliminando) los programas que consideremos
útiles para nuestras tareas u ocio.
Desgraciadamente, a lo largo del tiempo también pueden
instalarse en este ordenador virus o troyanos que interferirán
con su funcionamiento normal. En los humanos, a estas
anomalías en el funcionamiento natural las llamaríamos
psicopatología.
El disco duro del niño (abuso de la metáfora, pero creo que
ayudará a hacer más ameno el texto) viene programado con
siete circuitos emocionales básicos que según Panksepp (2004)
(un neurobiólogo recientemente fallecido) son: pánico
(separación afectiva), miedo, rabia, cuidado, lujuria, juego y
35
búsqueda. Si se fijan, las tres primeras son desagradables y no
nos gustan, pero forman parte del pack, pues son las que nos
permiten defendernos de lo negativo, mientras que las otras
cuatro son positivas y nos ayudan a buscar lo que nos atrae.
Vamos a quedarnos con las tres primeras porque,
desgraciadamente, a los psicólogos nadie viene a decirnos lo
bien que se siente.
Las tres emociones primarias o innatas que me interesa resaltar
son:
Pánico: Panksepp llamó así a este circuito innato porque está
muy relacionado en adultos con los ataques de pánico. Se activa
cuando nos sentimos solos o asustados y no hay ninguna figura
de seguridad cerca. Por ejemplo, imagina que una perra ha
tenido una camada de perritos y te encaprichas de uno y
decides llevártelo. Al principio el perrito empezará a gemir de
forma lastimosa (es lo que llamamos el grito de apego), pero tú
lo acariciarás, lo mimarás, le darás el biberón y el perrito se irá
tranquilizando y te elegirá como su nueva figura de apego (y tú
a él). No importa el tiempo que pase, cuando no estés con él se
sentirá triste, y contento cuando vuelva a verte.
Hay diferencias entre los animales (los mamíferos, porque los
reptiles no lo tienen) y los seres humanos, y es que en nosotros
este circuito se activa cuando nuestras figuras de apego no
están físicamente presentes (porque me han ingresado en un
hospital o me dejaron internado en un colegio) y cuando no
están emocionalmente disponibles, porque mi madre está muy
ocupada o deprimida.
El abandono emocional puede darse porque mis figuras de
apego están deprimidas, o discutiendo todo el día entre ellos o
porque mi abuelo murió y mi mamá se puso enferma de la
pena, o porque enfermaron de algo grave… El circuito del
pánico se activará de forma muy intensa si el abandono es
prolongado en el tiempo o si es muy intenso.
Cualquier situación de amenaza o miedo relacionada con las
figuras de apego activa estecircuito, ya sea por abandono o
negligencia, abusos físicos, psicológicos o sexuales. Multitud de
36
situaciones pueden hacer que se dispare, porque “mi madre me
cuenta y me obliga a hacer cosas que no corresponden a mi
edad”, o porque “veo violencia en mi casa”, o porque “tengo
que cuidar y proteger a mis hermanos de una forma excesiva
para mi edad”, etc.
Miedo: El circuito del miedo es filogenéticamente más primitivo
que el anterior (y sí que lo compartimos con los reptiles).
Aunque se puede confundir con el del pánico, son diferentes y
utilizan sustancias, órganos y circuitos cerebrales diferentes.
El miedo se relaciona directamente con el circuito del dolor y la
ansiedad. Cuando el circuito del miedo se activa, nuestro
cerebro desarrolla automáticamente actividades relacionadas
con la rabia.
Rabia: Ya la expliqué en el primer capítulo, pero quiero resaltar
que este circuito se vincula a todo lo que significa lucha y huida.
Es una emoción claramente defensiva que sirve para conseguir
dominio y estatus, y para poner límites. Como dije
anteriormente, siempre que hay rabia hay miedo y siempre que
hay miedo hay rabia.
Antonia viene a la consulta recomendada por otro paciente. Tiene 30 años,
pero parece que tuviera 50. Sufre dolores musculares por todo el cuerpo,
insomnio, sobrepeso y una fuerte depresión que no le deja tener ilusión por
nada.
—Antonia, me da la impresión por lo que me cuentas de que estás cerca de
tener una fibromialgia.
—Me la han diagnosticado, pero solo me han dado antidepresivos y no me
hacen nada.
—La fibromialgia está relacionada con la fatiga emocional, cuando hay un
estrés constante el cuerpo se rompe. Como si lleváramos un coche a demasiada
velocidad mucho tiempo y se rompiera. ¿Cómo fue tu infancia?
—¡UFFFF! ¿Por dónde empiezo? Mi madre murió cuando yo era pequeña.
Tenía yo 4 años y murió de cáncer. Solo recuerdo una imagen de ella cuando la
visité en el hospital. La recuerdo en una cama y que me tocaba el pelo. No
tengo más recuerdos de ella. Mi abuela se encargó de mí y a los 10 años mi
padre se casó con otra mujer, que era mala. Me pegaba y me maltrataba, me
37
hacía limpiar todo el rato y si no lo hacía como a ella le gustaba me pegaba.
—¿Y tu padre?
—Él trabajaba todo el día, yo no quería ser una carga para él y cuando llegaba
por la noche ella se portaba mejor. Delante de él disimulaba. Como soy tonta yo
no le decía nada, para no preocuparlo.
—Parece que estás enfadada contigo misma.
—Soy mi peor enemigo. Me hablo fatal, me da mucha vergüenza contarte
esto, pero a veces me insulto. No me gusto ni me quiero. Me da vergüenza salir
a la calle o ir de compras.
—¿Y estás casada?
—Me casé con un hombre que al principio parecía bueno, pero al poco tiempo
empezó a insultarme y maltratarme, era alcohólico y yo no lo supe hasta que
me casé. He tenido muy mala suerte en la vida.
Voy a hablar otra vez de la rabia desde la visión del apego. Es
una emoción que tiene una particularidad y es que puede ir
hacia dentro, es decir inhibirse, por ejemplo porque no
queremos ser una carga o preocupar a los seres queridos, o
porque si la expresamos pueden pegarnos o insultarnos y
hablamos de “rabia inhibida”, “fría” o “parasimpática”.
Esta rabia que aprendemos a ocultar en la infancia hará que
tengamos rasgos de personalidad cercanos al apego evitativo,
es decir, evitaremos mostrar nuestras necesidades y
aprenderemos a huir de situaciones que puedan resultar
conflictivas o dolorosas.
Las personas con este tipo de apego van a cuidar de los demás
o a evitar relacionarse y se van a culpar a sí mismas de todo lo
malo que les ha ocurrido. Van a tratar de evitar las sensaciones
y suelen ser muy perfeccionistas.
Cuando la rabia va hacia fuera hablamos de “rabia expresada”,
“caliente” o “simpática” y es característica del apego ansioso.
Estas personas muestran enfado, rabia y queja constante, como
forma de sentirse vistos y entendidos.
En una persona equilibrada estos dos tipos de rabia se
alternarán de forma adaptativa y hablaremos de apego
seguro, pero si se expresan de forma exagerada o inadecuada
38
entonces hablaremos de apego desorganizado.
39
La autora de los dibujos me contaba que cuando era pequeña hacía
una casa con una sábana y ponía a sus peluches como guardianes.
Sentía que ellos la protegían.
40
La rabia se relaciona directamente con el apego. Según cómo sea
esta y cómo se exprese, encontraremos diferentes tipos de apego.
Cuando hay mucha rabia, el cuerpo genera una hormona llamada cortisol, que
es la que producíamos hace miles de años cuando nos enfrentábamos a un león
o al peligro de que nuestros hijos murieran de hambre. En la actualidad, la
inmensa mayoría de nuestros miedos son a circunstancias que nunca van a
ocurrir y nuestro cerebro emocional, que no puede diferenciar realidad de
ficción, actúa como si los problemas fueran reales. Nuestro cerebro genera
cantidades ingentes de cortisol ante problemas que obviamente no tienen
solución al no ser reales y que afectan al sistema inmunológico, al sexo, al
sistema digestivo (colon irritable y úlceras), al sueño, produce contracturas y
con el tiempo pueden producir citoquinas que causan inflamación y dolores que
no tienen una explicación médica (Salposky, 2008). El cerebro no puede
diferenciar los peligros reales de los imaginarios y por lo tanto actúa ante los
dos de la misma manera.
Cuando decimos que alguien está ansioso (esto no tiene nada que ver con el
tipo de apego), queremos decir que esa persona tiene miedo y rabia. A veces
puede no sentirla, pero está ahí y va a provocar que el cerebro se ponga en
modo de lucha o defensa.
—Antonia, tu infancia ha sido muy traumática. Estos traumas han quedado
almacenados en tu cerebro en forma de memorias de peligro y sigue
reaccionando como si el peligro estuviera ocurriendo ahora. La pérdida de tu
madre, el maltrato de tu madrastra y la indiferencia de tu padre te han afectado
negativamente. Han hecho que tú creas que de algún modo te mereces que solo
te pasen cosas malas.
41
—¿Por eso elijo personas que me tratan mal? ¿Por eso sigo cuidando a día de
hoy de mi madrastra, que está en cama en mi casa?
—Sí. Tu cerebro ha aprendido de pequeña que tú no eres merecedora de
cariño y lo sigues haciendo de forma automática, inconsciente. A esto lo
llamamos “memoria procedimental”, es la tendencia a hacer algo siempre de la
misma manera.
—¿Y se puede cambiar? Yo no quiero seguir viviendo así.
—Sí se puede, pero con mucho esfuerzo por tu parte. La culpa y la vergüenza
han sido tus compañeros de viaje durante toda tu vida y ahora es el momento
de que recuperes el control de la misma.
Las emociones que he mencionado en este capítulo son
compartidos por todos los mamíferos, pero existen lo que
conocemos como “emociones secundarias”, que solo los seres
humanos poseemos. Estas pueden ser el orgullo, la avaricia, la
lujuria, la ambición. Me interesa resaltar la culpa y la vergüenza,
y ver cómo se relacionan con la infancia y el apego.
Estas dos emociones secundarias aparecen en el niño como
forma de sentir algo de control en la relación con sus
cuidadores. Todos los seres humanos tenemos estas emociones.
Cuando están en un nivel óptimo son adaptativas, pero si son
muy intensas se vuelven patológicas.
Los niños que han tenido un apego inseguro en la infancia
desarrollan emociones y sensaciones muy intensas como forma
de adaptarse a las circunstancias de sus cuidadores.
Al sentir a las personas que tienen que cuidarlos y protegerlos
como una fuente de amenaza y miedo, entran en una paradoja
irresoluble. A veces es debido a que esas figuras nunca han
estado disponibles o no existen, como en niños abandonados.
Estas sensaciones de miedo y rabia pertenecerán a su ADN
emocional.
Sentir que soy malo o que no valgo, hace sentir que todavía hay
algo que puedo hacer por cambiar las cosas y, sobre todo,
eximo de responsabilidad a mis padres, puesto que el vínculo de
apego en un niño es prioritario sobre cualquier otra cosa. (Esto
es así porque ningún mamífero puede vivirsin sus cuidadores
en la infancia. Al percibir que se activa el circuito del pánico
42
siente que está en juego la supervivencia).
Todas estas emociones juntas dan lugar a un modelo que he
creado que relaciona la neurobiología y la psicopatología y que
he llamado PARCUVE, ya que relaciona el pánico, la ansiedad, la
rabia, la culpa y la vergüenza.
El modelo PARCUVE es un acróstico de pánico, ansiedad, rabia, culpa
y vergüenza. Representa como cuando en la infancia sufrimos
abandono real o emocional, el cerebro del niño adopta estrategias
que si bien en su momento resultaron adaptativas, con el tiempo
pueden convertirse en patológicas.
Todos los mamíferos dependen cuando nacen de sus cuidadores para
sobrevivir. Necesitan ser alimentados, protegidos, hasta que poco a poco van
creciendo y cuando llega la pubertad (el momento del despertar sexual) pueden
valerse por sí mismos y buscar pareja para que el ciclo de la vida continúe.
Esto es mucho más cierto, si cabe, en los seres humanos. Nuestro cuerpo y
nuestro cerebro necesitan mucho más tiempo que el de otros mamíferos para
desarrollarse, por lo que la infancia es extremadamente larga y por lo tanto
dependiente de los cuidadores. Para los niños es necesario estar vinculados
43
física y emocionalmente a otras personas adultas que los protejan, cuiden y
regulen emocionalmente hasta que puedan valerse por sí mismos.
El vínculo de apego está presente en los seres humanos por encima de
cualquier otra necesidad. El cerebro de un niño es incapaz de elaborar
pensamientos abstractos hasta la adolescencia. Es por esto que los niños creen
en los Reyes Magos, el ratoncito Pérez o Papá Noel, y en todo lo que los adultos
les dicen.
Me gusta explicar que… si a un niño le insultamos repetidamente cuando es
pequeño, creerá que el insulto es merecido, si le pegamos sentirá que merece
desprecio y si es abusado sexualmente sentirá que merece que abusen de él.
44
El juego y el miedo son incompatibles. El cerebro de un niño no
puede relajarse y disfrutar si hay tensión. Y si no hay juego, no va a
aprender a relacionarse con los demás.
45
El vínculo del apego estará por encima de cualquier otra cuestión, y si a un
niño le ocurre algo malo en relación a los cuidadores pensará que él es malo, y
si lo que le ocurre es muy malo, pensará que es muy malo. Es la única manera
que tiene de dar sentido a lo que ha ocurrido.
Ya expliqué en el capítulo 1 las emociones principales, pero voy a incidir un
poco más en la culpa y la vergüenza, por su implicación en la psicopatología del
ser humano (Schore, 2009).
• La culpa:
– Es una emoción cognitiva, esto quiere decir que está relacionada con el
pensamiento, con la forma en que nos hablamos.
– La culpa está relacionada con actos concretos que hemos cometido y de
alguna manera se puede expiar o compensar, aunque cuanto mayor sea
la culpa más difícil será borrarla.
– Tiene que ver con cosas puntuales y que de alguna manera sentimos que
podemos reparar. La culpa tiene relación con pensar “soy malo”.
• La vergüenza:
– Es una emoción somática (se siente en el cuerpo) e inunda a toda la
persona, es muy invasiva y se siente como algo que no se puede quitar o
controlar.
– Muchas veces la ubicamos en diferentes partes de nuestro cuerpo. La
vergüenza tiene relación con pensar que “no valgo”, hay algo en mí que
es defectuoso y que va hacer que me rechacen.
– A menudo podemos ubicar la sensación de vergüenza en alguna parte de
nuestro cuerpo. Los hombres suelen hacerlo en sus genitales, en relación
con su hombría. Las mujeres, en cambio, pueden hacerlo en cualquier
parte de su cuerpo.
46
La vergüenza y la culpa, aunque son dos emociones sociales, tienen
bastantes diferencias entre ellas. Mientras que la primera ocupa a
toda la persona (es lo que soy) la culpa se refiere a las acciones (lo
que he hecho).
Para reparar esas heridas que hemos sufrido en la infancia es necesario
cambiar el significado de lo que vivimos. En edades tempranas las emociones se
viven a través de los comentarios, actitudes o emociones de nuestros cuidadores
y quedan almacenadas en nuestro sistema límbico (cerebro emocional) de ese
modo. En la terapia se reviven esos momentos, pero con el conocimiento de la
persona en la actualidad y con la ayuda de un terapeuta que actúa dando
seguridad y ayudando a revivir lo ocurrido para poder cambiar las emociones
vinculadas a esos momentos.
Conclusiones
Todos tenemos traumas de la infancia. De hecho esto es positivo, porque nos
hace más fuertes para enfrentarnos al mundo. Pero si han sido excesivos para la
capacidad de aguante del niño, se vuelven intrusivos, desadaptativos y marcan
nuestra personalidad, nuestras relaciones, y para sentirnos mejor hacemos
cosas que nos perjudican aún más. En la infancia construimos los cimientos de
lo que va a ser nuestra vida adulta, por eso los primeros años son tan
importantes para nuestra mente.
47
Trabajar los traumas de la infancia es quizás la tarea más difícil a la que se
puede enfrentar un psicólogo, porque esas creencias irracionales asociadas a la
culpa y las sensaciones relacionadas con la vergüenza, forman parte del ADN
emocional de la persona. A base de repetirse durante mucho tiempo, no
sabemos vivir de otra manera y cuando resultan muy tóxicas nos incapacitan en
nuestras relaciones personales y afectan a nuestra salud.
El trabajo consiste en regresar a aquellos momentos en que nos hicieron creer
o sentir que no éramos valiosos o incluso que éramos defectuosos, y volver a
vivirlos (mediante técnicas de hipnosis especiales), pero con los conocimientos
que tenemos en la actualidad. Una vez más es fundamental la confianza en el
terapeuta y que este ayude a dar un significado diferente a lo que ocurrió, para
poder cambiar las creencias irracionales que aprendimos desde pequeños.
48
No me entiendo ni yo. Bienvenido a la
adolescencia
Entre los 9 y los 12 años comienza una revolución en el cuerpo humano. El
cerebro se transforma, llenándose de nuevas conexiones que convierten a los
niños en seres capaces de elaborar pensamiento abstracto y con una capacidad
de razonamiento y argumentación entre fascinante y temible. Con estas nuevas
habilidades comienzan a explorar su individualidad, a reconocer sus sentimientos
y a regular sus emociones (Siegel, 2018).
A estas edades se desarrollan los órganos sexuales y el cuerpo se llena de
hormonas que provocan cambios a nivel corporal, pero también mental.
Empiezan a interesar mucho más las relaciones sociales, se vuelven más
sensibles si cabe a las opiniones de los demás y empiezan a mostrar interés
sexual por otras personas.
En conclusión, el centro de gravedad se desvía de los cuidadores hacia otras
personas, las lealtades se dividen y comienza a crearse una sensación de
identidad, no en función de los cuidadores sino de los compañeros.
Mi hija de 14 años me dijo un día:…
Mira papá, en mi clase están los pringados, los normales y los
guais. Yo era de las pringadas y ahora soy de las normales.
A lo que le respondí: muy bien cariño, sigue así.
No creo que exista una organización con más jerarquías que
una reunión de adolescentes (Hilburn-Cobb, 2004). Esto es
fundamental en los mamífe-ros para saber qué lugar ocupan en
el grupo, es decir, si van a ser machos o hembras, alfas o betas.
Yo, en mi adolescencia, me percibía claramente como un
adolescente beta, muy acomplejado, con gafas, malo en los
deportes y siempre con libros alrededor… es decir, el
antiadolescente.
49
Invertí en metas a largo plazo y muchas de las cosas que en esa
etapa eran limitantes o me acomplejaban, con el tiempo se
convirtieron en herramien-tas para tener éxito en la vida.
Me gusta imaginar que hablo con mi “yo adolescente” y le doy
las gracias, porque sin él no sería lo que soy ahora. Pero es
verdad que me quedo con las ganas de que alguien le hubiera
explicado cómo tener más éxito con las rela-ciones sociales y le
hubiera dado en su momento más apoyo y seguridad.
Cuando llega la pubertad y nuestro cuerpo empieza a segregar hormonassexuales, surgen cambios físicos espectaculares, los niños crecen en
musculatura y altura, les sale vello, les cambia la voz. Las chicas empiezan a
tener el cuerpo más definido y todos empiezan a fijarse en los demás y, sobre
todo, en qué se fijan los demás.
Pero en la adolescencia no solo se producen cambios en nuestro cuerpo, sino
que nuestro cerebro también va a sufrir cambios, y uno de los más importantes
será la “poda neuronal”. El cerebro eliminará todas las neuronas que no hayan
sido utilizadas y hará que lo que se haya aprendido durante la infancia quede
fijado con más fuerza.
50
El momento en que nuestro cerebro está más abierto a nuevos
aprendizajes es a los 6 años. Por eso es tan fácil aprender idiomas a
esa edad. En la adolescencia morirán muchas neuronas que no han
sido usadas y se fijará la personalidad.
Las prioridades del niño, ahora adolescente, comienzan a cambiar. Ya no
consisten en ser aprobados por sus padres sino por los demás adolescentes y en
resultar atractivo a las personas del otro sexo (del mismo sexo a veces). Todo lo
que se ha aprendido durante la infancia va a ser aplicado ahora para
relacionarse con los otros. Y, efectivamente, si durante mi niñez he sentido
seguridad en mis relaciones, esto se reflejará en cómo me comporto con los
demás, pero si mi apego ha sido inseguro, la forma de relacionarme con el resto
de las personas será defectuosa, exagerada o retraída.
A estas edades comienzan a diferenciarse mucho las personalidades de ambos
sexos. La adolescencia es la etapa de la vida en la que se afianza la identidad
que tendremos de adultos y presenta muchos riesgos, especialmente para los
varones. Si durante la infancia las causas de muerte más frecuentes son
comunes para niños y niñas, la situación cambia a partir de los 10 años.
Los chicos, debido a la testosterona, son más proclives a ponerse en
situaciones de riesgo. Más adelante, a partir de los 15, las complicaciones del
embarazo y el suicidio se convierten en la principal causa de muerte femenina, y
los accidentes con motos y coches y la violencia interpersonal para los hombres.
51
En todos los casos, la mortalidad masculina es mucho mayor.
¿Significa esto que si mi apego ha sido inseguro en la infancia estoy
condenado a relacionarme de forma defectuosa con los demás? La respuesta es
no. En la adolescencia se abre una ventana de oportunidades para aprender a
relacionarme con los demás de una forma sana, por eso son tan importantes las
pandillas y amigos con los que me relaciono en la adolescencia. Estos pueden
ser una fuente nueva de apoyo y confianza que me permita aprender a
relacionarme con los demás y conmigo mismo de una forma diferente. A esto lo
llamamos “factores de resiliencia” y hablaremos más de ellos al final del
capítulo.
Esta inclinación por la vida peligrosa tiene consecuencias, a veces para toda la
vida. Los hombres son responsables de la mayoría de los delitos que se
cometen. Delinquir es raro durante la edad adulta, pero normal durante la ado-
lescencia. Según la investigadora de la Universidad de Duke, Terrie Moffitt
(2019), más del 90% de los adolescentes varones comete actos ilegales. Ese
comportamiento antisocial, sin embargo, se corrige casi siempre con el paso del
tiempo. Para los varones de todas las especies es importante mostrar poder
como forma de ocupar un grado elevado en la jerarquía del grupo y esto se
consigue muy rápido con conductas antisociales.
La dopamina es ese neurotransmisor del que hablé en el segundo capítulo y
que está relacionado con la recompensa y la autoestima. Se han hecho
experimentos con ratas y monos, y se ha comprobado que si son separados de
sus mamás cuando son pequeños (o se han criado solos) y llegan a la pubertad,
no son capaces de producir dopamina y si se les da la oportunidad de drogarse
tienen el doble peligro de hacerlo que otros animales de su especie que se han
criado de forma normal. Pero no solo eso, sino que además les va a costar el
doble que a los demás dejar las drogas (superar el síndrome de abstinencia).
Si no he tenido una infancia feliz tengo más probabilidades de drogarme, pero
no solo eso, también de tener problemas con la comida o el juego, de elegir
parejas tóxicas, de presentar conductas de riesgo etc.
52
Las emociones tóxicas en la infancia van a hacer que establezcamos
mecanismos de regulación para evitarlas. Estos pueden ser positivos
o negativos. Se darán estrategias de personalidad y síntomas para
ayudarnos a manejar los estados de ansiedad.
La infancia, como hemos visto, es una etapa vital para el niño en la que
dependerá física y psicológicamente de sus cuidadores para sobrevivir. Cuando
llegue la adolescencia habrá un segundo nacimiento psicológico junto con
cambios muy importantes en el cuerpo y en el cerebro. El adolescente va a
cambiar su prioridad, que ya no será vincularse principalmente a sus cuidadores
para sobrevivir, sino encontrar pareja, amigos, pandillas, es decir, vincularse a
otras personas.
La mayoría de las patologías aparecen de forma grave y súbita en la
adolescencia, que es cuando nuestro cerebro va a necesitar esa dopamina que
53
le falta y que no puede sintetizar adecuadamente, porque no aprendió a hacerlo
de una forma natural con los cuidadores.
Cuando existe malestar psicológico en la infancia suele producirse TDAH,
dolores de barriga, ansiedad… pero casi nunca trastornos tan graves como en la
adolescencia, excepto si hay traumas muy severos (Baitia, 2015). El adolescente
necesita una alta autoestima para sobrevivir de forma exitosa a este comienzo
de la edad adulta y buscará confort en actividades o personas que puedan
propiciarle una sensación de alivio, aunque sea momentánea.
Las conductas patológicas pueden ser:
• Rendimiento compulsivo. Obsesionarse con una actividad, por ejemplo los
estudios o el deporte, que le haga sentirse útil, llegando en ocasiones a
dejar de relacionarme con los demás. Puede ser también cualquier cosa que
le produzca una sensación de éxito.
• Comida: Comer mucho, por encima del nivel de saciedad o picoteando
constantemente, es un gran ansiolítico y produce calma durante un rato.
Pero posteriormente puede generar sensación de culpa y vergüenza que
provocará malestar y que se calmará, cómo no, volviendo a comer. En
ocasiones vomitar producirá una enorme sensación de alivio (y de culpa) y
entonces hablaremos de personas con bulimia.
No comer nada es otra forma de no sentir. Las personas que no comen
entran en un frenesí de actividad y energía (el cerebro da órdenes de
activarse y buscar comida que la persona no atiende) y dejan de sentir
malestar al mismo tiempo que experimentan una gran sensación de control
y éxito. Superar la anorexia se vuelve extremadamente difícil.
• Adicciones: Las drogas, como he explicado, ayudan a generar en nuestro
cerebro sustancias que producen calma y bienestar, pero al suministrar la
dopamina de forma artificial deja de producirla de forma natural y las
sensaciones desagradables hacen que vuelva a consumir como medio para
calmarse. Además la droga se suele consumir en grupo, con amigos que nos
dan sensación de pertenencia a una pandilla, a una camaradería. Pero no
olvidemos nunca que los drogadictos no tienen amigos, tienen compinches.
Las adicciones pueden ser no solamente a sustancias, también al juego o al
sexo, o a cualquier cosa que me produzca alivio y me permita olvidar mi
sensación de poca valía.
• Conductas antisociales: El mayor miedo de un adolescente es ser rechazado
por el grupo y en muchos casos van a estar dispuestos a hacer lo que sea
por ser aceptados. En muchos casos puede ser un modo de expresar la
54
rabia por el abandono físico o emocional.
• Trastornos obsesivos (y compulsivos). Las personas de apego evitativo
aprenden a no sentir, y una forma muy hábil de no sentir nada es pensar. Al
hipertrofiar el pensamiento, tratan de evitar sensaciones de culpa y
vergüenza que son muy dolorosas. Pueden obsesionarse con infectarse, con
tener una enfermedad incurable, con la limpieza, con algo que

Otros materiales