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Ballesteros Martín, Iván - Quiero aprender cómo funciona mi cerebro emocional

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© Iván Ballesteros, 2018
Corrección técnica de Juan García Calvo
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER S.A., 2018
Henao, 6 - 48009 Bilbao
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A mi tío Isi, con el que comparto mi pasión por escribir.
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CONVERSACIÓN CON EL AUTOR
1. ¿Qué es lo novedoso de tu libro? Creo que lo más novedoso de este libro es tanto su
contenido como su forma. Los conceptos que tratamos ya han sido ampliamente
estudiados y no son nuevos, el lector podrá encontrar mucha de esta información en
otros libros, artículos, en la red… Aún así, creo que la selección de contenidos es
innovadora y ofrece una imagen muy global de la neurobiología de la emoción. En
cuanto a su forma, este libro combina relatos, historias, anécdotas y hechos científicos
que permiten que exista un equilibrio entre la divulgación científica, la reflexión personal
y el entretenimiento. Creo que todo este conjunto nos permite profundizar en conceptos
importantes de neurofisiología sin provocar un distanciamiento por parte del lector, el
cual espero que reflexione y saque sus propias conclusiones acerca de la biología de las
emociones.
2. ¿Qué te ha llevado a adentrarte en este proyecto? Escribir este libro era una
oportunidad para dar un paso atrás, hacer una pausa, leer y reflexionar sobre lo que han
hecho otros y construir un pequeño mundo de conocimientos que he estructurado en mi
cabeza durante los días que he estado escribiendo estas páginas. Además, estoy
comprometido con la Inteligencia Emocional porque creo que venimos al mundo sin que
nadie nos explique por qué a veces nos sentimos tan raros, por qué entramos en conflicto
con los demás o por qué, en ocasiones, no entendemos nuestras propias conductas.
Muchos desarrollan esta sabiduría desde la propia experiencia, pero hay herramientas
para mejorar nuestra relación con los demás y con nosotros mismos y yo quiero reflejar
las que he aprendido en este libro. Aquí hablo de biología y emoción, pero creo que todo
suma, todo aporta más consciencia a la hora de entendernos y entender el mundo.
Estoy comprometido porque realmente creo que cada vez es más importante sumar.
Vivimos en un mundo altamente interconectado en el que, paradójicamente, cada vez
somos más individualistas. Creo que en estos momentos se está produciendo un cambio
de tendencia respecto a esta individualidad. El avance en las nuevas tecnologías en
telecomunicación, el crecimiento exponencial de la economía colaborativa basada en la
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confianza entre desconocidos, las redes sociales o la democratización del transporte de
pasajeros están propiciando el desarrollo de una nueva sociedad global. Este cambio
retará nuestra capacidad para humanizar el progreso. Creo que tecnología y humano no
son conceptos antagónicos y estoy convencido de que el desarrollo de sociedades
emocionalmente inteligentes nos permitirá vivir en un mundo mejor. Por eso, yo
QUIERO sumar.
3. ¿Cuál es tu historia, Iván? Soy licenciado en biología y Doctor en Farmacología y
Terapéutica Humana por la Universidad Complutense de Madrid. Durante mi doctorado
he trabajado en entender cómo se comunican el Sistema Inmune y el Sistema Nervioso,
y durante mi etapa post-doctoral me marché a Londres y a Nueva York a estudiar el
origen de unas células inmunes llamadas macrófagos. Además de dedicarme activamente
a la investigación científica, me he involucrado en el estudio de las emociones, en cómo
nos afectan, en cómo se manifiestan y en los aspectos psicológicos de estas. Actualmente
continúo mi labor investigadora sobre la diversidad de nuestro sistema inmune en Madrid
y soy profesor del Curso Experto en Inteligencia Emocional de la UNIR. Además,
participo en proyectos novedosos relacionados con el Coaching, como el Coaching de
Imagen: el estudio de la relación entre nuestra apariencia y nuestro interior. La música, el
cine, la creatividad, viajar y entender y escuchar a los demás son otras pequeñas
pinceladas de mi vida. No sé si las reflejo aquí. Puede que sí que lo haga, seguramente.
4.¿Qué se va a llevar el lector con este libro? Creo que el lector se va a llevar una
visión integral de la biología de la emoción. Además, me atrevo a decir que cada lector se
va a llevar algo diferente de este libro. Cada cual va a recordar algo en particular porque
la estructura y la diversidad de temas que trato propicia que cada uno preste más
atención a una parte u otra. Pienso que el lector se lleva su propio diálogo que podrá
compartir con los demás y que además le puede servir de llave para profundizar en los
aspectos que más le interesen. Creo que el diálogo que propicia este libro no es
superficial, sino que está lleno de contenido. Y no me refiero con esto a lo que está aquí
escrito, sino a las posibilidades que su contenido tiene de desarrollarse en la experiencia
del que lo lee. Con este libro te llevas un comienzo y un complemento teórico para
explorar tu inteligencia emocional.
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PRÓLOGO
Era fundamental que diéramos rigor a la colección “Quiero Aprender…”. Este libro
ha conseguido no solo ese rigor, sino una forma sencilla e imprescindible de contar la
anatomía de la emoción para poder cumplir nuestro propósito, llegar al mayor número de
personas posible.
Aun tratándose de un tema técnico, científico y complejo y, en algunos casos
complicado de entender cuando no puedes recurrir a tu conocimiento para visualizar o
imaginar sobre lo que estás leyendo, el Dr. Ballesteros ha conseguido describir cada uno
de los órganos, las estructuras, los sistemas, los componentes y los procesos que
intervienen en las respuestas emocionales de una forma asequible y práctica.
Iván Ballesteros es mi amigo. Desde que le conozco no ha hecho otra cosa que
estudiar e investigar en España, en Inglaterra y en EEUU. Bueno, algunas veces le he
visto divertirse con buenos amigos, es entrañable. Desde hace algunos años le he pedido
que colabore en diferentes proyectos: un curso on-line sobre inteligencia emocional, un
libro sobre el curso y ahora este proyecto. Siempre esté dispuesto a participar para
completar, con su experiencia y su erudición, lo que contamos sobre las emociones.
El paseo que él nos propone, comienza en lo que llama estímulos emocionales
competentes (como los recuerdos, una amenaza o una invasión) que vienen a ser todas
aquellas circunstancias externas e internas que nos afectan de una forma positiva o
negativa y que provocan en nosotros una reacción en forma de manifestación fisiológica
y aparentemente intangible que llamamos emoción. Continúa describiendo cada una de
las estructuras, órganos, sustancias y sistemas que se ven afectados y cómo se produce el
proceso que genera la respuesta.
A mí me parece que no puede ser más útil comprender que, teniendo en cuenta
nuestra cosmovisión del mundo, multitud de situaciones internas y externas nos
intervienen y que esa intervención produce respuestas emocionales que nos mueven, nos
cambian y afectan a nuestro entorno. Estas respuestas no siempre están adaptadas al
aquí y al ahora, sino que a veces se generan influidas por recuerdos inconscientes.
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Cuando esto sucede, todo nuestro organismo se siente aquejado y en algunos casos los
resultados de nuestro estado emocional, condicionan nuestra forma de percibir el mundo
y por tanto de cómo estamos en él.
La perspectiva biológica de la emoción provoca ligereza cuando comprendes lo que
está pasando y por qué está pasando. Es comoabrir el motor de un coche y entender
porqué arranca y se pone en marcha.
Me gusta mucho el símil que usa el Dr. Ballesteros para explicarnos nuestras
capacidades para responder a los estímulos de nuestro entorno. Habla de una capacidad
automática e inconsciente soportada por nuestra propia naturaleza y que funciona fuera
de nuestro control y otra “más moderna”, fruto de la evolución que produce los
momentos de consciencia. Esta respuesta racional, lejos de ser la protagonista de nuestra
toma de decisiones, en general solo organiza una parte de ellas. Esto se debe
fundamentalmente a que para generar consciencia se necesita 20 veces más de tiempo
que la respuesta biológica que nuestro aprendizaje evolutivo nos permite dar y aquí es
donde entraría en juego nuestra inteligencia emocional. Si fuéramos capaces de originar,
cada vez más, momentos de consciencia, seríamos capaces de dar respuestas
emocionales adaptadas a nuestros objetivos y a nuestras relaciones. Este es el propósito
fundamental de esta colección. Ofrecer visión y conocimiento para un mejor
entrenamiento de nuestra inteligencia emocional.
El papel de todos los órganos implicados en nuestra dimensión emocional está
descrito como si de una planta industrial se tratara. Cada uno de ellos ofrece unas
características únicas al sistema, como si estuviéramos hablando de diferentes empleados
de una línea producción, en la que es necesario que cada uno esté especializado en una
parte del proceso y que, en una visión general, nos permite comprender la importancia de
los más mínimos detalles para que el resultado final, nuestra respuesta emocional, sea
productiva para nosotros.
Aunque esta metáfora nos ayude a visualizar de forma sencilla toda una red compleja
de especializaciones y funciones, no debemos perder la perspectiva de que la activación
del cerebro, “la línea de producción” no se produce por fases, ni en áreas determinadas,
sino que son diversas las áreas que se ponen en marcha a la vez interactuando e
influyendo unas en otras, como sucede en cualquier línea de producción de envasados
alimenticios, cosechas vinícolas o fabricación de automóviles.
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Especial atención nos brinda en Dr. Ballesteros al escenario de la motivación o esos
deseos o necesidades de actuar. De una forma sencilla nos ayuda a entender como las
emociones pueden considerarse un tipo de “motivo” especial para ponernos en marcha y
conseguir una meta, bien sea de supervivencia, de pertenencia o de reconocimiento,
dejando así a la emoción y la motivación en un “baile” conjunto que nos llevará a
conseguir nuestras metas pero también formará parte de nuestras conductas emocionales.
Desde esta comprensión, nos presenta el placer como el objetivo de muchas de
nuestras conductas, convirtiéndose en un importante protagonista de nuestras
motivaciones. Este objetivo sería altamente peligroso para nuestra supervivencia si no
contase con un regulador en el centro de recompensa, la interacción que producen la
amígdala y el córtex prefrontal que aportan la capacidad de evaluar los riesgos y
consecuencias de conductas solo orientadas al placer.
Esta área de nuestra “línea de producción” merece una mención especial porque
puede inducir a que forcemos nuestro sistema de recompensa de manera artificial y
pretendamos sustituir a nuestros “empleados” habituales, llamados neurotransmisores,
por “empleados” externos: fármacos, drogas que nos ayuden a activar nuestro centro de
recompensa y por tanto, nuestro grado de motivación para conseguir el objetivo del
placer.
El Dr. Ballesteros nos ayuda a comprender todo el universo emocional con historias
de personajes. Utiliza a Marilyn Monroe y su adición a los barbitúricos para hacernos
comprender el papel clave de los neurotransmisores como reguladores de la actividad de
nuestro cerebro emocional y de nuestras conductas.
Me ha parecido sencillamente crucial, ofrecer la posibilidad de comprender la razón
de las adiciones. Crear esta conciencia biológica y emocional podría ser una herramienta
fundamental para su prevención.
Dos “responsables” interesantes en nuestra línea de producción son las hormonas:
oxitocina y endorfinas que nos regalan pequeños instantes de felicidad cuando hacemos
deporte, tenemos sexo, nos besamos, nos acariciamos, reímos, escuchamos música o
disfrutamos de la textura y el sabor de una buena comida, el chocolate, los recuerdos
felices, nuestros hobbies, algunos olores…
Una vez comprendidos los especialistas, los procesos y los resultados de esta singular
“línea de producción” nos llega la reflexión: entendiendo que no queremos ni podemos
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cambiar a “nuestros singulares empleados” y a los procesos que interactúan, ¿podríamos
cambiar los resultados de nuestra producción emocional? Entonces llega la conciencia de
cuál es nuestra realidad, la que nos sirve y la que no y aparece la necesidad de cambiar
todo aquello que no está alineado con la idea que nosotros tenemos de ser felices y de
contribuir a que otros lo sean. La descripción de la plasticidad cerebral nos abre la puerta
a la esperanza. Nuestro cerebro ha configurado una red de neuronas que produce en
nosotros un patrón de comportamiento, una huella; una huella que nosotros podemos
volver a esculpir. Los estudios del Nobel de Medicina Erik Kandel lo confirman: “la
generación de nuevos pensamientos puede actuar como un estímulo capaz de producir
cambios físicos en nuestro cerebro”.
Todos nuestros órganos y nuestras estructuras cerebrales están vivas, son dinámicas
y ya hemos visto que se encargan de adaptarnos al entorno que estemos viviendo en
cada momento. Es sorprendente y entrañable leer el relato sobre la hermana Bernadette,
afectada de Alzheimer pero no atrapada por la enfermedad. Ella fue capaz de intervenir
en su estado, adaptarse a un “entorno” improductivo.
¿Será posible entonces que podamos intervenir en nuestras enfermedades? Parece
que claramente nuestro estado emocional es un factor determinante en nuestra salud.
Con toda esta información me pregunto cómo cambiarían nuestras conductas si al
menos, tuviéramos la posibilidad de conocer, de una forma práctica y cotidiana, algunos
de estos componentes y procesos que se producen continua e irremediablemente dentro
de nosotros. Cómo podríamos influir en una sociedad si le aportásemos conocimiento.
Comprendo que hay una evolución en la educación, igual que ha pasado con nuestro
cuerpo y nuestras costumbres, por eso quizás estoy ahora escribiendo este prólogo.
Quizás estamos formando parte de un salto cuántico en la conciencia humana. La
inteligencia emocional es solo una conciencia más. Despertarla está siendo una de las
claves de este momento de la Humanidad. Nuestra vocación está en describirla,
transmitirla, entrenarla. Nuestro anhelo en integrarla en nuestro ADN. Esperamos estar
contribuyendo a ello. El trabajo del Dr. Ballesteros en este libro es uno de nuestros
testimonios. Esperamos que te sea útil.
Olga Cañizares
Subdirectora del Experto en Inteligencia Emocional de la UNIR.
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Coach Ejecutivo y Personal
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ENTIENDO LA EMOCIÓN
En este capítulo hablaremos acerca del origen y el significado de las emociones en el
contexto biológico. También profundizaremos en las características del pensamiento
racional, de las acciones automáticas y su relación con la emoción. Viajaremos a través
de nuestro cuerpo para entender los procesos que se desencadenan ante las cosas que
nos emocionan, veremos cuánto tardamos en emocionarnos y los mecanismos por los
que una emoción puede ser mantenida en el tiempo. Finalmente describiremos algunos
procesos cognitivos que determinarán las cosas a las que prestamos atención y
recordamos. Este capítulo nos permitirá situarnos en el punto de partida para entender la
neurobiología de la emoción.
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¿De dónde venimos aquellos que nos emocionamos?
En el año 1857 Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. En este
trabajo se desarrolla la teoría de la evolución y se presenta por primera vez la idea de que
las especies evolucionan,“cambian” a lo largo de las generaciones siguiendo un proceso
conocido como “selección natural”. A través de la selección natural, las características
más favorables de un individuo se “seleccionan” por el ambiente en el que vivimos. Este
proceso no tiene ninguna intención, no busca dirigirse hacia ningún lugar, sino que
depende totalmente del ”valor adaptativo” que tiene un individuo respecto de su entorno.
Es una selección “salvaje” que favorece la existencia y proliferación de especies de
mayor valor adaptativo respecto a otras que poseen un valor adaptativo menor.
Pongamos un ejemplo para entender este concepto importante. Imaginemos que estamos
en una biblioteca encerrados leyendo un cómic de Mafalda. En la biblioteca hay una
fuente de agua y muchos libros. En un momento dado, la puerta de salida a la calle se
cierra y no hay forma de abrirla, todos los que nos quedamos encerrados en la biblioteca
tenemos que intentar sobrevivir allí dentro. Algunos no lo conseguiríamos, pues no
tendríamos alimentos suficientes para producir la energía necesaria que mantenga nuestro
organismo en funcionamiento. Aun así, imaginemos que, como ocurre con las termitas,
algunos de los individuos que están encerrados allí tienen, de manera azarosa, una
mutación en su ADN que les permite producir una enzima que se llama amilasa. Esta
enzima es capaz de convertir el papel de los libros en glucosa, lo que les permitirá
alimentarse del papel de esos libros para poder sobrevivir. Solo los individuos que
produzcan amilasa sobrevivirán, el resto no lo conseguirá. La selección natural
comenzará a actuar y favorecerá a los individuos que produzcan amilasa. Al cabo del
tiempo, solo existirán en esa biblioteca individuos que en su ADN tengan una mutación
que les permita digerir el papel. Estos individuos se reproducirán entre ellos y su
descendencia heredará esta mutación. Así, la característica de poder digerir papel se
extenderá a toda la población de esa biblioteca, pues los individuos que no la posean
morirán de hambre. Puede que en un momento dado las puertas de esa biblioteca se
abran y que las personas allí encerradas consigan salir a la calle. Una vez allí, la
necesidad de digerir papel no será tan importante, pero los individuos ya han sido
seleccionados. El valor adaptativo de generar amilasa ha sido muy grande en ese
momento y el ADN de estos individuos ha cambiado para adaptarse a ese entorno y, lo
más importante, ese cambio se ha extendido a lo largo y ancho de la población. Fuera de
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la biblioteca, comenzarán a producirse nuevas maneras de seleccionar a estos individuos
en función del nuevo entorno en el que vivan. El ADN comenzará a cambiar de nuevo.
Es posible que individuos que han vivido durante mucho tiempo en ambientes muy
diferentes sean también muy distintos entre ellos. Llegará un momento en que estos
individuos lleguen a ser tan distintos que cuando se junten no sean capaces de generar
descendencia. Cuando esto ocurre, estamos hablando del termino especie. Así, decimos
que dos individuos pertenecen a una especie distinta cuando entre ellos no son capaces
de generar descendencia fértil. Este es el caso de los caballos y los burros, que, a pesar
de que puedan generar descendencia la mula es estéril.
¿Y qué ocurre con la especie humana? ¿También sigue estas reglas de selección?
Cuando Darwin publicó su libro sobre el origen de las especies decidió no hablar de la
evolución humana. En esa época sería un concepto que podría hacer tambalear los
pilares de la sociedad y por su puesto, una gran polémica estaría servida1. Puede que este
concepto sea uno de los más revolucionarios que han existido. Pensar que el hombre ha
evolucionado de otros animales generación tras generación es una idea tan rompedora
como la presentada por Galileo siglos atrás, en la que se probaba que la Tierra giraba
alrededor del Sol. La evolución de las especies se ha convertido en un nuevo paradigma
científico en el que nos seguimos basando hoy en día. El mayor miedo de Darwin para
extrapolar su teoría al origen del hombre era, además, el hecho de que en 1857 no
existiera un registro fósil de la evolución humana que pudiese respaldar su teoría, pero en
ese mismo año algo lo cambió todo…
En el valle de Neander, unos mineros alemanes descubrieron una calavera que
parecía humana aunque algunos rasgos eran diferentes. El cráneo era muy grueso y
presentaba unos arcos supraorbitales que lo hacían distinto a lo hasta ahora conocido.
Este es el primer fósil de homínido descubierto, se trataba de un cráneo de hombre de
Neanderthal. A lo largo de los años aparecieron más y más fósiles. Hoy en día, se han
identificado más de veinte especies de homínidos, nuestros ancestros más cercanos. El
más antiguo de ellos data de 6 millones de años atrás y todos ellos apuntan a África
como el punto de origen del hombre. Así, las evidencias científicas apoyan las teorías de
Darwin y las extienden a los homínidos y al hombre. Pero ¿qué tiene que ver todo esto
con la emoción? ¿Podían estos homínidos emocionarse?
Los estudios de la anatomía y función cerebral de los animales indican que la
emoción apareció mucho antes de que los homínidos poblaran la Tierra. La capacidad de
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emocionarse está estrechamente ligada al desarrollo del sistema límbico, un área del
cerebro situada bajo la corteza cerebral que comenzó su evolución en los peces y reptiles
cientos de millones de años atrás y cuyas estructuras se han mantenido y ampliado en las
aves y los mamíferos. Pero ¿por qué el sistema límbico está tan extendido en la
evolución? ¿No es la emoción algo restringido solo a unos pocos animales? Si recuerdas
el ejemplo de la biblioteca, la amilasa era buena para digerir papel y toda la descendencia
de los individuos de la biblioteca que tenían la capacidad de alimentarse de libros por
culpa de esa mutación en su ADN terminaron adquiriendo esa capacidad tan necesaria
para su supervivencia. Así, si todos los vertebrados tenemos estructuras similares al
sistema límbico que van a posibilitar emocionarnos es porque la emoción tiene un gran
valor adaptativo y la selección natural ha ido premiando a aquellos individuos que
presentaban un sistema límbico desarrollado. Pero ¿qué nos ha dado de nuevo este
sistema límbico? Probablemente la capacidad de sobrevivir mejor. El sistema límbico
tiene una gran importancia a la hora de integrar la información que nos llega de nuestro
entorno. Su principal función es la de tomar todos los estímulos externos que percibimos
a partir de la vista, el gusto, el olfato… e integrarlos en una imagen de nuestra realidad
que nos permita interactuar con ella. Es como si gracias a la integración de nuestros
sentidos con los sistemas de procesamiento de la información localizados en nuestro
sistema nervioso pudiéramos componer una película de nuestra vida con imágenes,
olores, sonidos, sensaciones... Y, por su puesto, responder de manera adecuada a los
cambios que percibimos. Esto es de vital importancia para la supervivencia, ya que esta
depende de la capacidad de percibir las situaciones de riesgo, reconocerlas como tal y
responder a ellas. Así, al igual que en nuestra biblioteca, en un entorno cambiante, los
seres que desarrollaron la habilidad de integrar la información y actuar rápidamente ante
esta han logrado sobrevivir más exitosamente.
¿Pero detectar y poder relacionarse con un entorno cambiante tiene algo que ver con
la emoción? Sí, la emoción es una característica más que nos permite darnos cuenta de
que algo ha cambiado en nuestro entorno. La emoción viene a avisarnos, por ejemplo, de
que estamos expuestos a un peligro. A esa emoción concreta se le llama miedo y nuestro
organismo reacciona a ella de forma automática incrementando nuestro latido cardiaco
para suministrar más oxígeno a nuestros músculos que nos prepara para luchar o huir. El
miedo también incrementará nuestra capacidad para percibir el entorno, haciéndonos
sentir hipersensibles ante cualquier sonido o imagen, o ¿acaso nunca te has asustado de
más viendo una películade terror? De hecho, nuestras pupilas se dilatan para permitir
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que entre más luz que pueda ser detectada por los fotorreceptores de la retina y
percibimos los sonidos de una manera más viva. Además, nuestros esfínteres se relajan,
lo que nos permitirá “vaciar” los restos corporales que puedan dificultar nuestra lucha o
huida. Y todo esto se realiza de manera automática, muy rápida y sin necesidad de
pensarlo. ¿No crees que esto tiene un gran valor adaptativo? Seguramente, durante la
evolución de los mamíferos, los individuos que no fueron capaces de sentir el miedo
fueron devorados por depredadores. Hay mucho más. ¡Seguimos!
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¿Cómo evolucionó la emoción?
Antes de ver cómo evolucionó la emoción me gustaría profundizar en un par de
conceptos que van a ampliar y facilitar la comprensión de este proceso. Hemos hablado
de cómo evoluciona una especie, hemos visto que los cambios favorables se heredan y se
extienden a lo largo de la población, aunque me gustaría dejar claro que cuando me
refiero a un cambio favorable lo hago para facilitar el hilo conductor de nuestra historia.
Puede que muchos de los rasgos que hemos heredado los hayamos adquirido
simplemente por azar y que, al no ser perjudiciales para nuestra supervivencia, continúen
heredándose a lo largo de las generaciones.
Así, Darwin propuso su teoría de cómo evolucionaban las especies, aunque
desconocía cuáles eran los mecanismos que producían estos cambios. Tú ya los has
empezado a conocer en este libro. Recuerda el ejemplo de la biblioteca y de cómo
pueden seleccionarse y transmitirse mutaciones en el ADN. En el tiempo de Darwin, se
desconocía cómo se hereda la información de nuestros ancestros. Hoy sabemos que la
mitad de nuestra información genética procede de nuestra madre y la otra mitad de
nuestro padre. Esto es un poco más complicado, y seguramente hayas observado ciertos
patrones de herencia genética tales como el hecho de heredar el color de ojos de tu
abuela. Este procesos de herencia genética se basan en los trabajos desarrollados en el
1866 por el monje austriaco Gregor Mendel. En ellos, se demuestran dos conceptos
fundamentales para entender cómo heredamos y cómo se manifiestan nuestros rasgos
físicos:
• Cada gen está compuesto por dos alelos, uno materno y otro paterno. Por ejemplo,
en el gen del color de ojos, un alelo puede determinar que los ojos sean marrones y
el otro que sean verdes.
• El resultado de la combinación de alelos, el color de ojos del individuo en este
ejemplo, depende del tipo de herencia al que estén sujetos. Me explico, un alelo
puede dominar o ser igual de fuerte que el otro; así, si el alelo para ojos marrones
domina al de ojos verdes, el color de tus ojos será marrón. El alelo verde, o
recesivo, solo podrá manifestarse si ambos alelos codifican para el verde. En este
caso, piensa en esta posibilidad: tu padre y tu madre tienen ojos marrones, pero el
color de tus ojos es verde. Aquí sucede que tanto tu padre como tu madre contenían
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el gen para el color de ojos verde en su ADN, pero al ser recesivo, el color de sus
ojos es marrón. En cambio, tú has heredado los dos alelos recesivos para el color de
ojos verdes de ambos progenitores. Así, tus ojos son verdes y transmitirás un alelo
de ojos verdes a toda tu descendencia.
Figura 1. La herencia genética. De nuestros progenitores heredamos la información genética contenida en su
ADN, que se encuentra empaquetado en los cromosomas. La acumulación de mutaciones y la selección natural
han dado forma a la actual biodiversidad que observamos en nuestro planeta. Cada gen se encuentra representado
por dos alelos de origen materno y paterno que se manifestarán en nosotros dependiendo del patrón de herencia
genética que posean. La emoción, o la capacidad para emocionarnos, sería el resultado de la suma de mutaciones
acumuladas en muchos de nuestros genes que por su gran valor adaptativo han sido seleccionadas y conservadas
a lo largo de nuestra historia evolutiva. Ilustraciones adaptadas del banco de imágenes de Servier Medical Art.
Las ideas pioneras de Darwin y Mendel sobre la evolución de las especies y la
herencia genética han experimentado un avance espectacular en las últimas décadas.
Gracias a la biología molecular y a las nuevas tecnologías de computación y
secuenciación de genomas comprendemos cómo actúan los mecanismos moleculares que
posibilitan la evolución. Hoy sabemos que el ADN puede cambiar y que estos cambios se
pueden heredar por nuestra descendencia. De esta manera, las mutaciones o cambios
adquiridos por nuestros óvulos o espermatozoides serán transmitidas a nuestros hijos,
heredándolas y permitiendo que la evolución actúe y “elimine” a los individuos que
hayan adquirido cambios en el ADN que disminuyen su valor adaptativo. Piensa que
estoy hablando en estos términos porque quiero enseñarte cómo actúa la evolución. Ten
en cuenta que todo esto ocurre en una escala de tiempo que no se corresponde con
nuestro tiempo de vida y piensa que en nuestra sociedad actual existen otros mecanismos
no genéticos que son determinantes a la hora de incrementar nuestro valor adaptativo.
Por ejemplo, nuestro estatus socioeconómico, nuestra educación o nuestro estilo de vida
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van a impactar en cómo nos adaptamos al entorno. Genética, ambiente y sociedad
interactúan y, junto con los avances en biomedicina, permiten que individuos con
mutaciones en el ADN que serían eliminados por la selección natural no lo sean. Este es
nuestro presente, aun así, la evolución ya ha actuado, y al igual que los individuos de la
biblioteca heredaron una enzima que les permitía alimentarse de papel, nosotros hemos
heredado de nuestros antepasados la capacidad para emocionarnos.
Sí tenemos en cuenta el principal dogma de la biología –omnis cellula ex cellula–,
que viene a decir que toda célula proviene de otra célula anterior, podremos entender
que, tras cientos de millones de años replicándose continuadamente, miles de millones de
cambios se han ido acumulando en nuestro ADN, tantos que han podido dar lugar a la
gran biodiversidad que existe en nuestro planeta. Por este motivo, por ejemplo,
compartimos con los felinos millones de años de ancestros comunes y tenemos un
porcentaje de ADN común muy elevado, pero la acumulación de cambios diferenciales,
combinado con la presión adaptativa que los ha seleccionado, nos ha hecho diferentes.
Hay una preciosa observación que se puede hacer para entender cómo de similares
somos entre los seres vivos. Durante el desarrollo embrionario de los vertebrados
muchos de los rasgos anatómicos que suceden conforme avanza la gestación son
similares ¿Sabías por ejemplo que en estadios muy tempranos de nuestro desarrollo
embrionario en el útero tenemos branquias? Sí, las compartimos con las aves, los reptiles
y los peces. También tenemos cola o aletas, como un atún. Esto podrá parecerte una
locura, pero no es más que una recapitulación de nuestra historia filogenética. Si
provenimos de ancestros comunes, es normal que cuando nos formemos lo hagamos
también compartiendo patrones de desarrollo comunes. Recuerda que nada es nuevo,
que todo ser vivo proviene de otro ser vivo y que mutación y adaptación es lo que ha
propiciado la diversidad. A estas observaciones del desarrollo embrionario común se las
considera la pieza clave de la denomina teoría ontofilogenética (Haeckel, 1866). Se trata
de una de las principales premisas que llevaron a MacLean a proponer su teoría de los 3
cerebros en el año 1949. Creo que es una teoría interesante y te la voy a contar,
principalmente porque incide en el hecho consumado de que la emoción es un rasgo
evolutivo, que al igual que otros muchos, ha cambiado y evolucionado con el fin de
adaptarnos al entorno y asegurar nuestra supervivencia. Aun así, cuando MacLean
elaboró su teoría, se carecía de la base científica necesaria para probar de forma rigurosa
una asociación entre las estructuras anatómicas y la evolución de la emoción.
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Según el profesor MacLean, nuestro cerebro es producto de la largazaga filogenética
y está conformado por tres subsistemas. Estos son, por orden de aparición en la
evolución: el reptiliano (reptiles), el límbico (mamíferos primitivos) y el neocórtex
(mamíferos evolucionados o superiores).
Comenzando con el cerebro reptiliano, la estructura anatómica asociada a este
sistema sería el tallo cerebral y es semejante en todos los animales que la poseen. Su
principal misión es la de proporcionar los mecanismo que permitan integrar los mensajes
procedentes del medio y actuar sobre ellos. Como hemos comentado anteriormente, este
órgano permite una percepción multisensorial del entorno y se considera nuestro sistema
límbico primitivo.
Podríamos entender cómo el cerebro reptiliano percibe su mundo si pensamos en él
como en una pantalla de televisión, donde la información recibida por las neuronas
sensitivas se integra y se fusiona proporcionando una película de imágenes, sonidos y
olores que cambian. La aparición de este cerebro reptiliano supuso una revolución
evolutiva, de hecho, los reptiles se extendieron y dominaron la tierra durante millones de
años. Si estudiamos su comportamiento, veremos que se trata de animales muy
territoriales, con una existencia estereotipada, casi programada y muy alejada de la
improvisación o de la generación de nuevas conductas. Un reptil no explorará nuevos
caminos que le conduzcan del agua hasta la roca donde toma el sol, ya que, una vez ha
aprendido cómo se hace algo, morirá haciéndolo una y otra vez. Pero ¿tienen emociones
los reptiles? Muchos piensan que al tratarse de animales “poco evolucionados” no tienen
emoción. Así, expresiones del acervo popular tales como “tener la sangre fría” o
“lágrimas de cocodrilo” vienen a decirnos que nunca hemos considerado a los reptiles
como animales capaces de emocionarse. De hecho, es complicado saber con certeza si
un reptil se ha emocionado, pero también es extraño pensar que no lo hagan. Lo que si
podríamos decir es que las emociones que sienten los mamíferos parecen ser mucho más
complejas que las de los reptiles. Y esto se debe a que la emoción en los mamífero se
procesa en una región cerebral que ha evolucionado posteriormente. Así, el desarrollo del
cerebro mamífero implicó el crecimiento de estructuras anatómicas que se superponían al
ya preexistente complejo reptiliano. Este nuevo complejo de estructuras se sitúa por
encima y alrededor del tálamo y justo bajo la corteza cerebral. MacLean denominó a
estas estructuras sistema límbico2. Este “segundo cerebro” que se superpone a las
estructuras reptilianas ya preexistente está asociado a otra estructura situada sobre este, la
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corteza cerebral o córtex. Gracias al córtex cerebral, los mamíferos podemos integrar
mejor toda la información que proviene del sistema límbico, algo que nos ayudará a
controlar nuestras emociones y a tomar decisiones más complejas.
A raíz de la evolución del cerebro límbico y el córtex surgen nuevos rasgos en el
comportamiento de los mamíferos. Entre ellos, podríamos destacar el establecimiento de
lazos emocionales con otros miembros de la familia. Por ejemplo, estudios en elefantes
indican que parece existir una conciencia de pérdida ante sus muertos. Los elefantes
parecen sentir tristeza por la perdida de otros individuos de su manada y además parecen
recordarlos durante mucho tiempo. Siguiendo con estos animales como ejemplo,
seguramente habrás escuchado en alguna ocasión el dicho “tienes una memoria de
elefante”, pues sí, otra de las características de los mamíferos es la capacidad de generar
memorias, especialmente cuando estas tienen un componente emocional elevado. Esto es
muy importante, la memoria está impregnada de un componente emocional que nos
permite recordar. Si un reptil tropieza dos veces sobre la misma piedra y no tiene
capacidad de improvisación, el mamífero, gracias a que puede generar memorias,
recordará el “mal rato” que sintió cuando tropezó por primera vez con esa piedra e
improvisará caminos alternativos para esquivarla. Probablemente ese mal rato estará
impregnado de un componente emocional, tal como un poquito de frustración por no
poder avanzar, algo de miedo al verse falto de recursos, puede que tristeza y dolor por
creer que no podrá llegar a su destino. Todo esto, sumado al dolor físico sufrido al
chocar con la piedra. Y todo esto ocurre muy rápido, en cuestión de centésimas de
segundo. Pero del aquí y el ahora de la emoción hablaremos más adelante. Por lo tanto,
el mamífero tiene una capacidad de actuación sobre el entorno mucho más flexible:
aprende, y lo hace gracias a la emoción, lo que le confiere un mayor grado de
adaptación. Así, recordar y aprender son dos de las características más importantes que
podemos asociar a la aparición del sistema límbico.
Finalmente, la evolución de nuestro cerebro nos lleva a una tercera etapa. Aquí, el
estudio de la anatomía del cerebro humano delata que el tamaño de nuestro córtex
cerebral es mucho mayor que el de los mamíferos más antiguos. La superposición de las
capas neuronales que tapizan el lóbulo prefrontal y, en especial, frontal en los mamíferos
superiores como primates y humanos, dio lugar a una estructura que se denomina
neocórtex. Esta estructura compondría el “tercer” cerebro de la teoría de MacLean. El
neocórtex se superpuso así a la corteza primitiva, componiendo una nueva capa que está
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muy desarrollada en los primates y especialmente en el hombre. Este neocórtex controla
tanto las emociones como las capacidades cognitivas (memorización, concentración,
auto-reflexión, resolución de problemas) y juega un papel importante en funciones como
el razonamiento espacial o el pensamiento consciente. En los humanos, dos áreas de esta
región anatómica (áreas de Wernicke y Broca) han posibilitado el desarrollo del lenguaje.
Se cree que las funciones del neocórtex no se derivan de las características biológicas de
este, pues al igual que el córtex está formado de redes neuronales, sino de su capacidad
para generar, modificar y regular un gran número de conexiones interneuronales. Así, el
neocórtex tiene un papel fundamental en la regulación y dirección del flujo de
información que se establece entre las distintas áreas cerebrales.
Como hemos indicado anteriormente, el registro fósil de la evolución humana
evidencia que la capacidad craneal de los homínidos se ha ido incrementado
gradualmente a lo largo del tiempo, desde los australopitecos hasta los Homo sapiens.
Muchas teorías han incidido en que la presión adaptativa hacia la aparición de “súper
simios” con un cerebro de tamaño considerable ha sido lo que ha posibilitado el inmenso
desarrollo del neocórtex. Aunque pueda parecernos que somos una excepción en este
proceso evolutivo, pues somos los únicos animales con estas características, el registro
fósil nos sugiere que no lo somos. En este se observa que nuestros antepasados
australopitecos comenzaron a caminar de forma bípeda, liberando sus extremidades
anteriores. Liberar nuestros brazos nos permitió utilizar nuestras manos. Los pulgares
oponibles heredados de nuestros antepasados para agarrarse a las ramas de los árboles
los pusimos al servicio de la elaboración de objetos. Nuestra capacidad de inventiva, el
desarrollo del lenguaje y la cooperación entre individuos para elaborar y planificar la caza
o el cuidado de las crías nos llevó a desarrollar sociedades complejas que nos permitieron
sobrevivir y adaptarnos a nuestro entorno. Así, todas estas características que se
introdujeron paralelamente y, en algunos casos gracias al incremento de nuestra
capacidad cognitiva tuvieron un gran valor adaptativo. Los homínidos conseguimos
masterizar la gestión de la información que recibe nuestro cerebro reptiliano y que
nuestro sistema límbico primitivo gestionó permitiendo emocionarnos, recordar y
aprender. Y todo esto se realizó desde un nuevo ángulo: la conciencia y el pensamiento
racional. Se desconoce a ciencia cierta por qué actualmente no compartimos el planeta
con otros homínidos, pues nuestro antepasado más cercano es elchimpancé.
Seguramente nuestros antepasados homínidos ya extintos compartirían con nosotros
características que les permitirían adaptarse eficazmente al entorno en el que vivimos. Lo
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que sí sabemos es que en el pasado existieron individuos muy similares a nosotros, con
capacidad para expresar emociones complejas, elaborar objetos y desarrollar el lenguaje.
Por lo tanto, no somos una excepción sino el resultado del desarrollo evolutivo. Y en
este punto, cuando los homínidos comenzamos a formar sociedades más y más
complejas, con multitud de individuos y una necesidad de planificación mayor, es cuando
se cree que nuestro grado de inteligencia se incrementó enormemente. Dentro de estas
sociedades primitivas, el desarrollo de la inteligencia emocional nos dotaría con una
mayor capacidad de reconocer sentimientos propios y de otros miembros de la tribu. Y
esto sería posible, nada más y nada menos, gracias a la capacidad de nuestro cerebro de
identificar, integrar y dar respuesta a los estímulos emocionalmente competentes que
activarían las áreas límbicas y corticales asociadas a la respuesta emocional. No te
olvides, la emoción en estado puro apareció en la evolución unos cientos de millones de
años antes de que lo hiciese el hombre.
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Emoción y conciencia
La aparición del sistema límbico permitió la posibilidad de sentir y expresar
emociones. El sistema límbico interacciona de forma rápida con el sistema hormonal y
con el sistema nervioso autónomo, lo que permite a la emoción actuar súbita y
repentinamente sobre nosotros, haciéndonos sentir en nuestro cuerpo cambios físicos
(latido cardiaco, sudoración, tono muscular, flujo sanguíneo, sistema digestivo…) y
estados cognitivos (felicidad, tristeza…). Y todo esto ocurre automáticamente, sin la
necesidad de pensar.
El sistema límbico se comunica mediante emociones, vísceras y síntomas ligados a
ellas: náusea, sofocamientos, rabia, miedo, respiración y pulso agitado, pena, conducta
agresiva, contracturas musculares, entre otros. Cuando insertamos en esta ecuación a las
funciones del córtex prefrontal es cuando los primates evolucionados podemos ser
conscientes de la emoción y elaborar sentimientos. Pero ¿es un sentimiento adaptativo?
¿Qué nos hace sobrevivir? ¿El hecho de sentir miedo y de prepararnos automáticamente
para la lucha o la capacidad de ser conscientes de ese miedo? La respuesta no es simple,
aunque en primera instancia, podríamos decir que la activación rápida de nuestro cerebro
ante el miedo sería lo que nos otorga un mayor valor adaptativo. En segunda instancia, es
posible que el ser conscientes de ese miedo nos permita racionalizar nuevas estrategias
para vencerlo, lo que nos confiere un valor adaptativo extra. Pero sin la activación rápida
del cerebro ante una amenaza es muy posible que nunca lleguemos a razonar acerca de
ese miedo, pues si la amenaza es real moriremos antes de poder razonar cómo evitarla de
nuevo.
Y en este punto nos encontramos los humanos, con una capacidad intacta para
responder de forma automática e inconsciente a los estímulos de nuestro entorno y con
otra capacidad, más moderna, para racionalizar lo que sucede. Nuestro cerebro es como
una especie de doctor Jekill y míster Hyde, en el que actos automáticos, inconscientes y
racionales se combinan diariamente y moldean nuestras conductas. Puede que pienses
que nos pasamos la mayor parte del día tomando decisiones racionales, es normal pensar
esto, también es normal pensar que las cosas de las que no nos damos cuenta no existen.
Quiero que entiendas que los pensamientos y decisiones racionales ocupan un
pequeñísimo porcentaje de la actividad biológica que desarrollamos durante nuestro día a
día.
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Intenta pensar en cómo ha transcurrido tu día de ayer, piensa en las cosas que has
hecho, ¿Cuántas de esas acciones has realizado de manera automática? ¿Cuántas han
tenido como resultado un pensamiento consciente y lógico? Ten cuidado, nuestra mente
nos engaña. La mayor parte de las decisiones que toma tu organismo son inconscientes.
Nunca pensamos en respirar, modular nuestro ritmo cardiaco, sudar, parpadear o
estornudar. Tampoco prestamos mucha atención a la elaboración de acciones
automatizadas tales como conducir, subir escaleras, tocar un instrumento o vestirnos. Y
por supuesto, nunca pensamos en cómo o cuándo nos emocionamos. Nada de esto se
piensa, lo que no quiere decir que no podamos elaborar un pensamiento bien
estructurado sobre estas acciones. Este pensamiento, aunque creamos que pertenece al
aquí y al ahora es simplemente pasado, o puede enfocarse a una acción futura, pero
nunca será presente. Me refiero con esto a que en el caso de una acción automatizada
como abrocharse los botones de una camisa podemos pensar “voy a abrocharme los
botones” y eso es un pensamiento que se anticipa a esta acción. Ese pensamiento como
tal ha necesitado de una elaboración cortical y ha pasado a formar parte de la
consciencia. Esta decisión podría parecernos sencilla, aunque detrás de ella podemos
encontrar miles de factores que nos han impulsado a llevarla a cabo, desde la emoción, la
motivación o nuestros instintos, hasta el contexto sociocultural o la percepción de nuestra
imagen. Una vez finalizada la acción de abrocharnos los botones podemos pensar “me he
abrochado todos los botones y estoy tapado y listo para salir a la calle”. Este
pensamiento tampoco es presente, sino que se ha elaborado unos segundos después de
abrocharnos el último botón. De hecho, todo pensamiento consciente, incluidas la
anticipaciones o proyecciones futuras, pertenece al pasado. Esto es pura fisiología, ya
que la consciencia requiere de un tiempo de integración de aproximadamente medio
segundo. Y, una vez somos conscientes de algo, podremos elaborar un pensamiento
sobre ello. Ten en cuenta que la consciencia no es ni muchos menos imprescindible para
la vida, aunque si que lo es para darnos cuenta de que estamos viviendo.
La supervivencia se consigue solo si nos adaptamos al entorno en el que vivimos.
Los reptiles, por ejemplo, fueron los primeros en conseguir generar una imagen de su
entorno para poder interaccionar rápidamente con él. Todo esto se consiguió gracias a
una buena integración de los estímulos externos captados por los órganos sensoriales con
las neuronas del cerebro reptiliano. Este cerebro funciona 20 veces más rápido que
nuestra función consciente, permitiéndonos reaccionar ante una situación peligrosa,
potencialmente dañina, de manera rápida. Piensa por ejemplo en un acto reflejo, como
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apartar nuestra mano de una llama que nos quema. Seguramente que, solo cuando tu
mano está a salvo de quemarse, empezarás a elaborar un pensamiento tipo “¡Me
quemo!”. Como entenderás, no te quemas en este instante sino que te estabas quemando
hace medio segundo. Tu cuerpo ha ido más rápido que tu pensamiento y no ha
necesitado de este para moverse.
Intentemos pasar por un momento una acción automatizada e inconsciente a la
consciencia. Esta acción, tras un proceso de aprendizaje, se ha asociado a un tipo de
memoria denominada procedimental de la que no necesitamos un control consciente. He
seleccionado este tipo de acción mecánica porque me es más sencillo para ilustrarte el
ejemplo que te quiero poner, pero bien podría haber seleccionado una emoción.
Imagínate pensando en cómo te abrochas todos y cada uno de los botones de tu camisa,
imagínate calculando con precisión milimétrica los vectores espaciales que deben trazar
nuestras manos para que en un instante determinado el ojal y el botón se encuentren. A
su vez, la inclinación del botón en su proximidad al ojal debe ser la correcta para que
pueda atravesarlo. Y ¡por favor! No nos olvidemos de la aceleración precisa que nuestra
mano debe imprimir al botón para facilitarle su paso por el preciado ojal. Así botón tras
botón, decidiendo de manera consciente todos y cada uno de estos movimientos. O lo
que es lo mismo, ¡una locura! Un suicidio evolutivo en donde los costes-beneficios de
esta acción producirían una presión evolutivaenorme a favor de las personas que vistan
camiseta, mientras que los que llevan camisa se extinguirían, pues dejaron de estar en el
aquí y el ahora.
Si acciones “importantes” como abrocharse el botón de una camisa dejaran de ser
automáticas y se convieran en exclusivamente conscientes, actuaríamos de una manera
muy lenta y consumiríamos una gran cantidad de energía. Pero además, las acciones
conscientes son subjetivas, están asociadas a nuestras experiencias y percepciones que
determinarán nuestra propia manera de entender las cosas y de actuar ante ellas.
En términos biológicos no nos podemos permitir esta subjetividad, es muy cara. Si
algo me amenaza, lo que desearía es buscar la forma de ponerme a salvo y de cometer
los mínimos errores posibles en mis actos para no poner en peligro mi vida. La
consciencia no trabaja bien en este tipo de situaciones. Imagínate pensando: “¡Vaya, me
estoy quemando! Debería apartar mi mano de ese horno.” O imagínate ante una
explosión decidiendo “No sé si debería ponerme las manos en la cabeza o salir corriendo.
Creo que si corro debería girar a la derecha porque me suena más esa calle.” En este tipo
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de situaciones necesitamos algo más rápido, más universal y que haya sido testado por
nuestros antepasados y seleccionado evolutivamente. En el primer ejemplo, cuando
pongo la mano en el horno, hablamos de una motivación, del deseo de no sufrir. En el
segundo ejemplo incluimos, además de la motivación por la supervivencia, una emoción,
el miedo.
De emoción y motivación hablaremos más adelante. Lo importante es que entiendas
que ambas desencadenan una respuesta universal e incluso, en muchos casos,
compartida por diferentes especies. También podríamos decir que ambas carecen de
subjetividad. Cuando surge una emoción vamos a producir un patrón de respuesta
estereotipado y muy similar entre personas distintas. Recuerda que la emoción es una
manifestación biológica, aunque el hecho que la desencadene pueda ser aprendido en
base a nuestras experiencias.
En el caso de los humanos, el pensamiento racional y la emoción se relacionan
continuamente el uno con el otro. Así, el pensamiento racional es uno de nuestros rasgos
más característicos, pero es importante que entiendas que este no es necesario para sentir
las emociones. Una de las maravillas del pensamiento consciente que nos diferencian del
resto de habitantes de este planeta es la capacidad de abstracción. Usar la consciencia
nos saca del aquí y del ahora y nos abstrae permitiéndonos desarrollar el arte, la filosofía,
la ciencia…
Como ves, el reptil casi roza el aquí y el ahora aunque solo se guía instintivamente
por la supervivencia. La emoción que sienten los primeros mamíferos nos pone 300
milisegundos más cerca del aquí y del ahora que el proceso consciente. La consciencia
nos permite desarrollar el pensamiento abstracto ¿Y la interacción entre emoción y
consciencia? ¿Qué nos aporta? Al tipo de inteligencia que nos permite darnos cuenta y
actuar conscientemente ante la emoción se la denomina inteligencia emocional. Esta, si se
entrena, se automatiza y se aprende, nos permite darnos cuenta de manera rápida de lo
que sentimos, nos permite identificarlo e intentar hacerlo más objetivo para evitar los
peligrosos vericuetos de un pensamiento atento a su subjetividad y a otras cuestiones.
Una vez que pensamos no podemos dejar de hacerlo, pero sí podemos intentar pensar de
una forma más emocional. Dado que emoción y consciencia son de un gran valor
adaptativo, la suma de ambas nos permitirá conseguir un beneficio extra para movernos
por la vida.
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Pensamiento y emoción
Hasta ahora hemos visto cómo ha surgido la emoción y cómo esta nos da un gran
valor adaptativo. Además, hemos hecho una pequeña incursión en nuestras facultades
más racionales y hemos situado la inteligencia emocional en esa unión entre emoción y
razón. Todo esto lo hemos hecho mediante el desarrollo de un pensamiento lógico y
estructurado –o esa es mi intención–. En este momento estamos hablando de ideas
abstractas. Estamos razonando procesos, desgranando teorías, comprendiendo desde la
razón unos mecanismos biológicos que por sus características pueden escapársenos
sutilmente. En alguna ocasión he preguntado a los estudiantes de los cursos de
inteligencia emocional una cuestión inspirada en las teorías del filósofo estadounidense
Williams James: ¿Lloramos porque estamos tristes o estamos tristes porque lloramos?
Esto siempre ha levantado algo de controversia. Siempre han existido dos bandos que
apoyan una u otra opción. Dicen que todo el mundo entiende que es una emoción hasta
que se le pide que la defina. Esto se debe a que se nos hace muy complicado razonar
acerca de algo que nos es tan propio y que no atiende a razones. Actualmente se han
elaborado teorías emocionales alternativas a las expuestas por James, pero creo que en el
momento en el que nos encontramos podemos llegar a comprender que, según James,
estamos tristes porque lloramos, o lo que es lo mismo, el llanto ocurre antes de que
nuestra consciencia se de cuenta de que está triste ¿Ya lo sabías? ¿Quieres que veamos
por qué?
Para entender esto, primero debemos comprender cómo funciona nuestro sistema
nervioso. Por ejemplo, entendamos cómo se produce un cambio postural. Imaginemos
que estamos apoyados en una pared resbaladiza y que decidimos dejar de apoyarnos en
ella. Esto es una decisión consciente que se ha llevado a cabo gracias a que nuestras
neuronas sensitivas de la espalda (tacto, presión, dolor…) han captado la información de
las alteraciones que ocurren en el ambiente externo. Cuando la información de nuestros
sentidos viaja a los centros de procesamiento situados en el sistema nervioso central no
sabemos que estamos ante una pared resbaladiza. Cuando esta información se integra
apropiadamente, nuestro cerebro va a interpretar que estamos apoyados en esa pared que
nos resbala, aunque aún no somos conscientes de ello. Tras integrar todos los mensajes
que nos llegan desde el exterior, incluidos otros tales como que hay tres árboles a nuestra
derecha o que huele a jazmín (imagínate otros cientos de ejemplos más) nuestro cerebro
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“atrapa” esa información que nos llega desde las áreas de los sentidos asociadas a la
espalda y que ha interpretado como que se trata de una pared resbaladiza y la lleva a la
consciencia, al neocórtex, en donde elaboraremos un pensamiento. Aquí es cuando nos
damos cuenta de que estamos apoyados en dicha pared. Este punto es crítico para
nuestro razonamiento. Nuestro cuerpo sabe que hay tres árboles a nuestra derecha y que
huele a jazmín, pero hemos prestado atención al hecho de estar apoyados en una pared
resbaladiza, posiblemente, porque hemos considerado que, de entre los cientos de
estímulos externos que nos llegan, ese es el que nos provoca un especial disconfort y
queremos elaborar una respuesta que lo evite.
De este modo, se ha producido una integración sensorial, como la imagen de la
realidad que elaboran los reptiles, y una racionalización de esa información a través del
neocórtex que nos ha hecho elaborar el siguiente pensamiento “puesto que mi espalda
está húmeda y me estoy resbalando lentamente me voy a apartar de esta pared”.
Curiosamente, en ese mismo instante no somos conscientes de que nuestra retina esta
detectando que hay tres árboles a la derecha y que nuestro olfato manda procesar señales
que podrían interpretarse como jazmín. En este instante, solo somos conscientes de que
estamos apoyados en una pared resbaladiza y hemos decidido que es mejor moverse a
otro sitio donde estemos más cómodos. Entrar a valorar sí esos tres árboles existen o sí
huele a jazmín es una cuestión un tanto metafísica, tal y como esa típica pregunta de si
los árboles situados en un bosque deshabitado hacen ruido al caer. El caso es que en este
pequeño instante solo somos conscientes de una pared que no nos gusta y además hemos
tomado medidas para apartarnos de ella.
Si profundizamos un poco más en la fisiología de este proceso podremos identificarque ha existido un interacción entre las dos divisiones de nuestro Sistema Nervioso
Somático que nos han permitido realizar una acción voluntaria: apartarnos de la pared. Es
decir, hemos sentido algo, lo hemos pensado y hemos actuado. El puente entre sentir y
actuar es nuestra consciencia.
¿Qué es eso del Sistema Nervioso Somático? Eso es ni más ni menos que el
conjunto de neuronas que nos permite “sentir” el exterior y “actuar” voluntariamente
sobre él. Más concretamente, el Sistema Nervioso Somático es un conjunto de nervios
que incluye a las neuronas sensitivas asociadas a los receptores sensoriales (retina,
corpúsculos de Ruffini, tímpano, papilas gustativas…) encargadas de sentir los estímulos
externos como olores, sabores, imágenes, texturas… y a las neuronas motoras,
32
encargadas de transmitir las respuestas elaboradas en nuestro córtex al músculo
esquelético permitiendo la contracción muscular y los cambios posturales. Por eso digo
que el córtex es el puente entre nuestro “sentir” y el “actuar”.
A nivel celular, este sistema nervioso del que hablamos está formado por un tipo
especial de célula llamada neurona. Las neuronas son células alargadas que forman
estructuras especiales, a modo de cables, denominadas nervios. Los nervios pueden
enviar señales rápidamente y con mucha precisión a otras neuronas vecinas. A modo de
analogía, imagina que tienes una lámpara y que el cable que se conecta a la electricidad
es un nervio. Pues bien, al enchufarse, o al percibir que la pared resbala, la electricidad
viajará rápidamente hacia la bombilla, que pueden ser las áreas del sistema nervioso
central que perciben ese estímulo. Así, la elaboración de la respuesta que hemos descrito
se ha producido gracias a la interacción entre las diferentes neuronas del sistema nervioso
somático y central. Y la respuesta final se ha producido gracias a una interesante pareja,
la que forman las terminaciones de las neuronas motoras con el músculo esquelético.
Este tipo de uniones neuromusculares van a ser las responsables de que cuando la
neurona somática descargue la información sobre el músculo este se active y se
contraiga.
Espera un poco, que ya casi llegamos a explicar lo que quería decir James con eso de
que el llanto nos hace darnos cuenta de que estamos tristes. Para eso te tengo que
presentar a otro componente de nuestro sistema nervioso: el Sistema Nervioso
Autónomo. Así, nuestro sistema nervioso periférico está compuesto por:
• Un Sistema Nervioso Somático formado por los nervios sensitivos, que van desde los
órganos de los sentidos hasta el córtex3 y por los nervios motores, que viajan desde
el córtex hacia los músculos.
• Un Sistema Nervioso Autónomo formado por los nervios que regulan todas las
funciones vegetativas de nuestro cuerpo, tales como el latido cardiaco, la tasa
respiratoria, la secreción de nuestras glándulas, la regulación de la temperatura, el
sudor...
Pero ¿por qué el Sistema Nervioso Autónomo se llama así? ¿Es porque va a su
“bola” y hace lo que quiere? Los nervios que forman nuestro Sistema Autónomo no
hacen lo que ellos quieren sino que lo que hacen no lo podemos controlar
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conscientemente. Como ves, decimos que algo es autónomo cuando no lo podemos
controlar con nuestra consciencia. Si reflexionamos sobre la manera en la que
nombramos las cosas podremos observar la gran importancia que le otorgamos a nuestro
pensamiento racional. Esto es una pequeña injerencia antropocentrista de nuestra manera
racional de entender el mundo y comprende una importante limitación que tendremos
que superar si queremos entender la emoción. El Sistema Nervioso Autónomo, aunque lo
llamemos de esta forma, está perfectamente regulado por nuestro Sistema Nervioso
Central. Probablemente, el concepto de automático en lugar de autónomo encajaría
mucho mejor con la definición de este sistema.
¿Y por qué es importante el sistema nervioso autónomo para entender la emoción?
Ya hemos hablado acerca de que la emoción es automática, de que no es subjetiva, no
necesita de la consciencia para actuar, es rápida y la experimentamos en diferentes partes
de nuestro cuerpo. Ya te he contado cómo se produce una respuesta consciente ante una
pared resbaladiza. Para entender a James, pongamos un ejemplo de emoción. Pensemos
que uno de nuestros seres queridos ha sido secuestrado por una guerrilla en Mali y ha
permanecido encerrado allí durante varios meses. Imagínate que estás en casa y de
repente suena el teléfono y la persona que se comunica contigo te dice que es un
representante del Ministerio de Exteriores que te informa de que tu familiar ha sido
liberado y se encuentra sano y salvo en la embajada de tu país. La persona te pide que
esperes unos minutos, que van a pasarte con tu ser querido. Al cabo de unos minutos te
informan de que ya está lista la línea y después de unos segundos escuchas por el
auricular la voz de ese ser querido del que tanto te angustiaba su pérdida diciendo “Hola,
soy yo”. De repente tu cuerpo cambia, sientes como tu latido cardiaco y tu presión
arterial se incrementan. Además, la actividad cerebral que desencadena ese estímulo en
tu cerebro inhibe los sentimientos negativos y aumenta el caudal de tu energía disponible.
Si el estímulo es lo suficientemente intenso puede que unas lágrimas se derramen por tu
mejilla. Y todo esto se ha desencadenado en ti de manera automática, sin necesidad de
que llegues a ser consciente de que esa voz que oyes es la de la persona que llevabas
tanto tiempo esperando encontrarte. Los cambios que se han producido en ti se conocen
como alegría, una emoción básica. Estos cambios han sido orquestados en gran parte por
la actividad de tu sistema límbico que, en lugar de conectarse con las neuronas motoras a
través de un procesamiento consciente como en el ejemplo de la pared, lo ha hecho con
el sistema nervioso autónomo, quien no ha necesitado del neocórtex para darle la
bienvenida a la emoción.
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Unos pocos cientos de milisegundos después, justo cuando empieza a deslizarse una
lágrima por tu mejilla, te das cuenta de que la voz que escuchas es la de la persona
amada. Tu conciencia enlaza, “esta voz es la de mi ser querido”. Luego podrás seguir
elaborando otros pensamientos como “¡Qué alivio! ¡Qué relajación!, mi ser querido está
a salvo y le voy a ver pronto. Me siento feliz”. Como ves, tu cuerpo ya estaba
experimentando la alegría antes de que seas consciente de las causas que la
desencadenan. No es que tu cuerpo sea un mago y lo haya adivinado, es que “darse
cuenta” de algo no significa que tu cerebro no lo sepa ya. Sé que esto puede ser
complicado de entender, pero es importante. Lo vuelvo a decir con otras palabras: Tus
pensamientos no van a determinar que algo exista o no. Lo que pienses, que es subjetivo,
puede influir, pero no va a detener las emociones que vivirás en tu cuerpo. Pensar es más
lento que sentir.
Observa que en este ejemplo todo ha ocurrido de manera muy rápida, automática, tal
y como hemos definiendo el concepto de emoción. El estímulo que lo ha desencadenado
se denomina estímulo emocionalmente competente, porque al igual que el frío despierta
en ti una respuesta que hace que tirites, un estímulo emocionalmente competente
provocará que te emociones, y si no lo hace no podemos considerarlo como tal.
Aunque pienses que no te emocionarías ante este tipo de estí​mulos, es importante
que recuerdes que lo que piensas es subjetivo y no va a determinar que algo exista o
suceda. Con este ejemplo espero que comprendas el punto de vista de James en el que la
emoción, al provocar cambios en nuestro cuerpo, llama la atención de nuestra conciencia
hacia lo que nos está ocurriendo y nos permite generar un pensamiento sobre esto. Así,
cuando lloro “me doy cuenta” de que estoy triste. Encontrar las verdaderas causas de
esta tristeza sería un trabajo que pondría en práctica nuestra Inteligencia Emocional.
Es posible que al igual que en el ejemplo de la pared, en el que nuestro cerebro
percibía tres árboles y olor a jazmín y nosotros no éramos conscientesde ello, muchas
de las emociones que sentimos en nuestro día a día nos pasan desapercibidas. Aun así,
en mayor o menor grado, estas habrán tenido un impacto en nuestro cuerpo. Pero ¿cómo
pueden ocurrir tantas cosas sin que nos demos cuenta? Recuerda que la conciencia no es
imprescindible para la vida y que, al igual que en el ejemplo de los botones de la camisa,
nuestro pensamiento no puede estar pendiente de los millones de estímulos que
percibimos a lo largo de nuestra vida. Es simplemente imposible.
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Emoción y carga emocional
Las emociones que hemos descrito hasta aquí son rápidas, vienen y se van.
Podemos sentir miedo ante las fauces de un animal salvaje pero tan pronto como este
desaparece de nuestro camino volvemos a sentirnos “normales”. ¿Y qué es eso de
sentirnos normales? Para entender esto debemos definir dos conceptos: homeostasis y
estrés. Allá por principios del siglo XX, Claude Bernard se dio cuenta de que el
mantenimiento de la vida depende críticamente de preservar nuestro medio interno
constante mientras luchamos contra un entorno cambiante. En 1929, Canon denominó a
esta propiedad como homeostasis y en el 1956 Selye empleó el término estrés para
representar el efecto de cualquier agente que pone en peligro seriamente nuestra
homeostasis. Aunque la respuesta de nuestro organismo ante el estrés ha evolucionado
como un mecanismo adaptativo, Seley observó que un estrés severo o prolongado puede
provocar daño a nuestro cuerpo y enfermedad. Así, una emoción que viene a avisarnos
de que se ha producido un cambio en nuestro entorno podría considerarse como
adaptativa. En cambio, cuando el estado emocional se prolonga en el tiempo estamos
ante una carga emocional que, por ejemplo, en el caso del miedo puede generar cuadros
de estrés, ansiedad y depresión. A continuación, te presento los mecanismos biológicos
por los que una emoción como el miedo pasa a convertirse en una carga.
Inicialmente nuestro organismo juzga una situación y decide si es o no un estímulo
emocionalmente competente. Esta decisión se basa en nuestra manera de procesar los
estímulos sensoriales (Ej. Las cosas que vemos y oímos en una situación determinada) y
también en nuestra memoria almacenada (Ej. Algo que sucedió anteriormente y de lo
cual conocemos sus consecuencias). Esto lo veremos en profundidad más adelante. Si un
acontecimiento se define como emocionalmente competente, el sistema límbico se activa
y produce la activación del sistema nervioso autónomo y del hipotálamo. Esta región
cerebral es la encargada de desencadenar la respuesta al estrés. La activación del
hipotálamo enviará señales a otras dos áreas de nuestro cuerpo, la glándula pituitaria o
hipófisis, situada en el sistema nervioso central y la médula adrenal, localizada en las
cortezas sobre nuestros riñones e implicada en secretar nuestra “hormona del estrés”: el
cortisol. Si una emoción transcurre de manera rápida y tienen una duración corta, la
respuesta se lleva a cabo a través de la vía simpática-medular, lo que quiere decir que no
implica una secreción importante de cortisol por parte de las glándulas suprarrenales. En
36
cambio, cuando la situación se vuelve crónica, esta respuesta se lleva a cabo por el eje
hipotálamo-hipófisis-adrenal. Aquí la médula adrenal se activan por acción de la hipófisis
y secreta cortisol. Al contrario de lo que ocurre con la activación de las neuronas, que es
un mecanismo rápido y muy limitado en el tiempo, el cortisol se libera a la sangre y
permanecerá en ella, provocando una acción más crónica y continuada.
La secreción de cortisol produce en nuestro organismo lo que se conoce como
síndrome general de adaptación, que no es ni más ni menos que una respuesta
estereotipada al estrés (vasoconstricción, taquicardia, inhibición del sistema inmune…)
La presencia de niveles prolongados de cortisol en sangre se relaciona con problemas de
ansiedad y con el síndrome de estrés postraumático, entre otros. Si profundizamos un
poco más en los mecanismos por los cuales el cortisol produce estos efectos tendríamos
que hablar de un neurotransmisor importantísimo para la regulación de nuestro estado
emocional y de nuestra motivación, la dopamina. Los altos niveles de cortisol en sangre
disminuyen la producción de la dopamina cerebral, lo que conducirá a un estado de
ansiedad. Esta bajada de dopamina, si es mantenida en el tiempo, nos llevará a
experimentar estados depresivos. Además, la exposición prolongada a las hormonas del
estrés puede provocar una atrofia del hipocampo, que, paradójicamente, reducirá la
capacidad del organismo para adaptarse a este estrés. La suma de estas circunstancias
hacen que mantener una emoción durante mucho tiempo resulte desadaptativo. A
continuación, y en ausencia de cargas emocionales, te presento una clasificación de
cuánto duran las emociones en función de su tipología:
DURACIÓN (de menos a más)
MIEDO = DISGUSTO =VERGÜENZA < ENFADO < CULPA < ALEGRÍA <TRISTEZA
¿Esto quiere decir que no podemos ser felices todo el rato? Fisiológicamente no es
posible mantener un estado alejado de la homeostasis durante mucho tiempo, y si esto
ocurre se producen adaptaciones y compensaciones para intentar reequilibrar el sistema.
Piensa en una persona que fuma. Esta, por cada calada que le da a su cigarrillo se mete
un chute directo de nicotina al cerebro. La nicotina activará los receptores de la
acetilcolina situados en el sistema nervioso central que, curiosamente, provocan un
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incremento de la dopamina en un área del cerebro que se conoce como centro de
recompensa. Es un área interesante del que hablaremos más adelante, pues cuando se
activa por acción de la dopamina produce placer, así que es también algo adictiva,
especialmente cuando le hemos “enseñado” a activarse cada vez que fumamos un
cigarrillo.
Cada vez que fumamos producimos un cambio en nuestro medio interno y este nos
lo devuelve pidiéndonos más nicotina, pues el sistema ha decidido subir el umbral de
activación de nuestro centro de recompensa. Así, sin tabaco sentiremos, al igual que
ocurre con el caso de la carga emocional, ansiedad, pues nuestro cuerpo se ha adaptado
al tabaco y ya no responde tan bien a la dopamina como lo hacía antes de fumar. Pero
aunque nuestro cuerpo no puede mantener una emoción por mucho tiempo sin que se
produzca un estado desadaptativo o compensatorio, hay otro mecanismo que si nos va a
permitir alargar esa emoción… Volvemos a la consciencia ¿a qué prestas atención?
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Atención, emoción, motivación y recuerdos
Ningún sentimiento dura para siempre, sino que existe una oscilación continua de
sensaciones positivas y negativas, en parte porque los sentimientos cambian y en parte
por la continua corriente de ideas que fluye a través de nuestra mente. Es interesante que
contemples la siguiente idea: nosotros podemos captar un estímulo y usarlo para
perpetuar un pensamiento. Es decir, podemos hacer que una emoción dure más tiempo,
podemos llevarla al consciente. Podemos prestarle atención.
Muchos de los estímulos que percibimos y que pasan desapercibidos por nuestra
consciencia son seguramente prescindibles. Por ejemplo, no recuerdo la última vez que
estornudé pero no creo que eso vaya a tener ningún impacto en mi manera de
relacionarme con el mundo. Aún así, a nivel psíquico, podemos hablar de dos niveles
mentales que según el psicoanálisis sí que tienen un verdadero impacto en nuestra forma
de relacionarnos con el mundo. Hablamos de la mente consciente e inconsciente.
• La mente consciente está formada por todos aquellos pensamientos que elaboramos
mientras nos relacionamos con nuestro entorno. Es nuestra forma de interpretar la
realidad, nuestro “aquí y ahora” mental. La mente consciente está sujeta a las leyes
temporales y se adapta al contexto y a la lógica de la realidad.
• La mente inconsciente está formada por todos los contenidos, emociones, deseos,
ideas, vivencias y conflictos que no tienen lugar en la conciencia. Se le considera un
conjunto de informaciones ilógicas y atemporales. SegúnFreud, en ella es dónde
residen reprimidos muchos de nuestros traumas desterrados de nuestra consciencia.
Parece existir una diferencia entre cómo fluye una idea a nivel consciente o
inconsciente. Mientras que a nivel consciente esta idea puede cambiar fácilmente,
especialmente cuando mantenemos un diálogo con otras personas, el inconsciente parece
ser más resistente al cambio y parece priorizar mucho más la respuesta emocional.
¿Crees que eso es importante en nuestro día a día? Te sorprenderá saber que sí que lo
es, de hecho, se ha visto que es determinante para tomar decisiones tales como si te
separarás o no de tu actual pareja.
En un estudio dirigido por el psicólogo Matthew Shaffer de la Universidad de
Florida, se evaluaron las respuestas conscientes y automáticas (inconscientes) de 135
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parejas de recién casados a lo largo de cuatro años. Como medidas de la función
consciente se realizaron cuestionarios para evaluar el grado de satisfacción de las parejas.
En cambio, para medir las respuestas automáticas hacia los compañeros sentimentales se
llevó a cabo un test asociativo en el que se pedía a los participantes asignar un valor
numérico a diferentes cualidades tras haber sido expuestos durante 300 milisegundos a la
foto de su pareja o de otro individuo desconocido. Recuerda que la consciencia tiene un
tiempo de integración de 500 milisegundos y que las respuestas al test asociativo estarán
influidas por esa imagen (foto) a nivel inconsciente. Los resultados indicaron que las
respuestas conscientes no tenían ningún valor predictivo sobre el bienestar de la pareja a
largo plazo, en cambio, las respuestas automáticas sí que predecían si la pareja se
rompería o no.
Este experimento añade un argumento más para entender que aunque no seamos
capaces de verbalizar determinadas situaciones, de pensarlas racionalmente, sí que somos
capaces de predecir de manera inconsciente lo que nos deparará el futuro. ¿Te suena? Ya
te comenté que aunque no somos magos, nuestro cuerpo puede procesar determinada
información sin que nos demos cuenta de ello. Así, nuestro pensamiento consciente es
muy limitado si lo comparamos con el resto de acontecimientos que suceden en nuestro
cerebro. Por lo tanto, con este maremágnum de estímulos que nos rodea día a día,
nuestra mente tiene que llevar a cabo una apropiada selección de en qué pensamos y en
qué no, o qué verbalizamos y qué no. Existen tres mecanismos importantes que permiten
que establezcamos estos filtros:
• Atención o la relevancia inmediata del estímulo
• Emoción o la evaluación emocional del estímulo y
• Motivación o el valor predictivo del estímulo.
Ponte ante una situación, ante un pensamiento o idea que haya tenido ocupada tu
cabeza durante bastante tiempo, o contrariamente, piensa en lo primero que se te pase
por la cabeza. Por ejemplo “mi relación laboral con mi supervisor actual ” o “la nieve
cayendo en la ciudad lo cubre todo”. La primera parece provenir de la mente consciente,
mientras que la segunda, es más abstracta, más atemporal, parece más inconsciente. A
continuación hazte estas tres preguntas para cada uno de tus pensamientos: ¿me interesa
o no me interesa?, ¿me emociona o no me emociona?, ¿me aportará algo a mi futuro o
no me aportará nada? Si respondes afirmativo a las tres preguntas es que se trata de
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asuntos a los que tu mente presta mucha atención, pues cumplen con los tres filtros
necesarios que captan tu atención.
Seguramente conozcas perfectamente las razones por las que tu cabeza se mantiene
ocupada en esas cuestiones. Por ejemplo, mi relación laboral con mi supervisor actual es
un tema que me interesa porque es importante para mi bienestar económico, me motiva
porque será importante para mi futuro desarrollo profesional y me emociona
positivamente porque tengo una vocación importante por mi trabajo, o al contrario, me
produce una emoción negativa porque tengo un conflicto respecto a mi vocación
profesional. En el segundo ejemplo, al ser un pensamiento traído a tu cabeza por libre
asociación de ideas es posible que sea difícil responder a las tres preguntas que te
planteo. En este caso pregúntate ¿Por qué has escogido esa situación y no otra? ¿No
crees que es posible que no entiendas completamente lo que esa idea o imagen te viene a
decir? No profundizaré más sobre este tema, pero sí que es importante que entiendas que
en ambos ejemplos atención, emoción y motivación se influyen entre ellas para
configurar lo que piensas.
Todo esto que comentamos acerca de las cosas en las que pensamos y en las que no,
claro está, se ha construido en base a tus experiencias, a tus vivencias, a lo que has
aprendido a lo largo de tu vida, a tu “cosmovisión”. Muchas de esas experiencias a las
que has ido prestando atención han quedado registradas en tus recuerdos, pero si tuvieras
que traer a tu cabeza un recuerdo ¿cuál sería? ¿existe algún componente emocional en
él? Seguramente que sí, pues los recuerdos más vívidos, los que más perduran, son los
recuerdos emocionales.
Los mecanismos biológicos asociados a la perpetuación de estos recuerdos
emocionales se deben a la comunicación existente entre dos áreas del cerebro: la
amígdala y el hipocampo. La amígdala es una región anatómica del sistema límbico, de
ella hablaremos más adelante, pues es posiblemente el área de cerebro emocional mejor
estudiada de todas. El hipocampo es la parte del cerebro que registra las memorias.
Existen abundantes evidencias que indican que una memoria emocional perdura más que
otra que no lo es y esto es debido a la gran influencia que tiene la amígdala sobre la
capacidad del hipocampo para codificar y almacenar recuerdos. La activación de la
amígdala se produce ante un estímulo emocionalmente competente, en particular aquellos
estímulos asociados al miedo son principalmente amigdalianos. Además, se cree que la
amígdala tiene un papel importante en facilitar la atención ante estímulos emocionales.
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Este tipo de estímulos absorben nuestra atención y serán registrados de una manera más
eficiente por el hipocampo, que generará recuerdos más fuertes y duraderos.
1 . Darwin publicaría su trabajo El origen del hombre, y la selección en relación al sexo en el año 1871
extendiendo su teoría de la evolución a la especie humana.
2 . El término sistema límbico fue acuñado anteriormente por el médico francés Paul Broca en 1878 para
referirse al área del cerebro que se sitúa en el borde inferior de la glándula pineal.
3 . Cuando nuestros sentidos detectan un estímulo que nos pone en peligro, tales como quemarnos la mano
con el horno, este tipo de información no viaja al córtex cerebral, sino que coge un “atajo” para actuar de
la manera más rápida posible. La información se descarga así en el bulbo raquídeo, que es una estructura
que forma parte de ese “cerebro reptiliano” que comentábamos anteriormente. Desde el bulbo raquídeo
también se envía información a los músculos sin necesidad de viajar hasta la corteza. La información que
envía el bulbo es estereotipada, automática y rapidísima. A esto se lo denomina “acto reflejo”. Un acto
reflejo no es una emoción, es un movimiento muscular rápido e involuntario.
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EL CEREBRO EMOCIONAL
Hasta ahora hemos visto cuál es el origen de las emociones, cómo viajan los
estímulos externos desde las neuronas sensitivas hasta nuestro sistema nervioso y el
papel del sistema nervioso autónomo en hacernos sentir la emoción. Hemos visto que
algunos estímulos se denominan emocionalmente competentes porque pueden producir
en nosotros una respuesta emocional automática. Pero ¿qué partes del cerebro activa un
estímulo emocionalmente competente? ¿Puede un mismo estímulo activar diferentes
partes del cerebro en unas personas u otras? Como ya sabes, toda emoción es un
proceso que está determinado biológicamente, lo que quiere decir que todos los animales
que han desarrollado las estructuras anatómicas necesarias para el procesamiento
emocional, tales como el sistema límbico, sentirán emoción. Este hecho es independiente
del

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