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INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGÍA: 
LOS GRANDES CUADROS 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 
Este trabajo, que es la segunda edición, corregida y ampliada, de otro de título similar 
publicado en la Colección de Breviarios de la Universidad Católica de Cuyo en 1997, se 
propone ofrecer una visión panorámica de las principales clases de los así llamados 
“trastornos”, “cuadros” o “enfermedades” mentales, con una finalidad estrictamente 
didáctica: la de preparar al estudiante recién iniciado en el estudio de la Psicopatología 
para la comprensión de esta disciplina al presentarle, de una manera sintética y global, 
los elementos básicos de la nosografía psicopatológica. 
 
Por esa razón, pensamos que podrá ser también de utilidad para el lector no 
especializado en estas problemáticas pero que desee informarse someramente sobre las 
mismas. 
 
El atender a tal carácter propedéutico nos llevará necesariamente a una exposición muy 
simplificada y esquemática de los grandes cuadros, sin hacer justicia a la complejidad 
propia de los asuntos tratados ni a la que presenta la clínica en cada caso particular. 
 
Por otro lado, por su claridad adheriremos para la exposición a una perspectiva basada 
en gran parte en un modelo “médico” (hablaremos, por ejemplo, de “enfermedades”, 
“nosografía”, “síntomas”, etc.), haciendo la salvedad de que sus virtudes no la eximen 
de las críticas que justificadamente ha merecido este enfoque. 
 
Nuestra época es testigo, en el campo de la nosotaxia y la nosografía psicopatológicas, 
de importantes transformaciones –algunas fundamentales- debidas a factores tales como 
el impacto que sobre los esquemas más tradicionales han tenido sistemas tales como los 
DSM (sobre todo desde el III en adelante) o la CIE-10. En este trabajo, si bien 
incorporaremos algunos aspectos de estos nuevos aportes, sin adoptarlos por completo, 
utilizaremos, por su claridad y teniendo en cuenta la coexistencia en nuestro medio de 
distintos enfoques y criterios sobre estas materias, una perspectiva más tradicional. 
 
Todo intento de clasificación de un fenómeno, y más aún tratándose de uno humano, 
conlleva de por sí un elemento de arbitrariedad que depende de la construcción 
particular que el autor haya realizado sobre el objeto de conocimiento a clasificar. Nos 
ha guiado en este intento, más que la sola consideración de la estricta precisión 
científica, el deseo de presentar un instrumento útil que sirva de introducción a un 
estudio más profundo y detallado que, en la medida en que se realice, resaltará y 
corregirá al mismo tiempo las inevitables limitaciones del esquema aquí propuesto. 
 
Reduciremos la exposición a la descripción de entidades en su período de estado, sin 
hacer mención, en general, de las consideraciones etiológicas o de las teorías que 
pretenden explicarlas, como así tampoco de los aspectos terapéuticos pertinentes. 
 
En un tamaño de letra menor hemos agregado ejemplos clínicos o anotaciones que 
permiten profundizar en algunos elementos de las temáticas tratadas. Las palabras 
señaladas con un asterisco (*) aparecen definidas en el glosario de términos ubicado al 
final del trabajo, por no encontrarse explicadas en el cuerpo principal del mismo. 
 
También nos ha parecido útil agregar una lista de prefijos, sufijos y voces griegas y 
latinas que pueden ayudar al estudiante a entender etimológicamente muchos de los 
términos utilizados en esta disciplina en que se está introduciendo, incluso de algunos 
que no aparecen mencionados en el texto pero que pueden serle de utilidad en el futuro. 
 
 
CAPÍTULO I 
 
 INTRODUCCIÓN A LA NOSOGRAFÍA PSICOPATOLÓGICA 
 
 
1-Nosografía y nosotaxia en psicopatología 
 
La patología (del griego πάθος, patos, “afección, dolencia, enfermedad” 1 y λόγος, 
logos, estudio, tratado) es la parte de la medicina que estudia las enfermedades. 
 
Desde un punto de vista médico, enfermedad (del latín infirmitas, que proviene de 
infirmus, débil, no firme, firmus) es la alteración más o menos grave de la salud, un 
estado de perturbación, trastorno o desviación de una o varias partes del organismo o de 
su funcionamiento. 
 
Dentro de la patología, llamamos nosografía (del griego nosos, enfermedad, y graphé, 
escritura, descripción) a la descripción de las enfermedades, y “nosotaxia” (gr. taxis, 
ordenamiento) a la clasificación de las mismas. 
 
En el campo de la psicología y la psiquiatría, entendemos por psicopatología a la 
ciencia que estudia los fenómenos psicológicos que presentan características 
patológicas. Tomará como objeto tanto las funciones psíquicas que están alteradas 
(p.ej., trastornos de la conciencia, de la memoria, etc.) como las así llamadas 
“enfermedades mentales” (esquizofrenia, demencias, etc.). 
 
Aquí nos interesa la nosografía psicopatológica. Esto nos remite a la problemática de 
definir qué entendemos por “enfermedad mental”, la que sería el objeto adecuado de 
esta disciplina. 
 
 
2- Enfermedad mental 
 
Podríamos definirla como aquella enfermedad que afecta la mente o la psique de una 
persona. La distinguiríamos de “enfermedad orgánica” en cuanto que ésta, tanto en su 
etiología como en su sintomatología, afectaría fundamentalmente lo físico. 
 
Esta distinción, aparentemente tan clara, revela no serlo tanto cuando la examinamos 
más atentamente. En efecto, se suscitan muchos interrogantes. ¿Cómo definir la 
“mente” o la “psique” de una persona? Si el hombre es una unidad, ¿es posible hacer 
una distinción tajante entre “mental” y “orgánico”? La enfermedad de Alzheimer, por 
ejemplo, que afecta al cerebro de la persona, ¿es mental u orgánica? Cuando uno habla 
de “enfermedad”, ¿se refiere siempre a una etiología orgánica, en sentido estrictamente 
médico, o se utiliza el término en sentido figurado, como cuando uno dice “la violencia 
es una enfermedad social”? 
 
 
1 El Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Corominas hace referencia al latín pati, 
“sufrir, soportar, padecer”, de donde derivarían palabras como paciente (el que padece una enfermedad), 
compasión (padecer con), etc. 
Por otro lado, usar este término nos compromete inmediatamente en una referencia al 
llamado “modelo médico”. No es éste el lugar para analizarlo, pero sí recordaremos que 
parte de determinados presupuestos (se trata de enfermedades sensu stricto, la etiología 
es orgánica, el tratamiento también lo es, etc.) y que se ha hecho acreedor a numerosas 
críticas, sobre todo en lo que hace a sus limitaciones, patentes al pretender aplicarlo al 
campo de la psicopatología. 
 
Estos inconvenientes han llevado a tratar de remplazar esta expresión por otras 
(“trastornos de conducta”, “perturbaciones emocionales”, “desórdenes mentales”, etc.), 
más o menos equivalentes, más o menos felices. 
 
La 4ª edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la 
American Psychiatric Association, de 1994 (en adelante, DSM-IV), decide adoptar un 
término que parece presentar menores dificultades: “trastornos mentales” (“mental 
disorders”, en el original inglés). 
 
 
3- “Trastorno mental” y “enfermedad médica” 
 
El DSM-IV define al “trastorno mental” como “…un síndrome* o un patrón 
comportamental o psicológico de significación clínica, que aparece asociado a un 
malestar (p.ej., dolor), a una discapacidad (p.ej., deterioro en una o más áreas de 
funcionamiento) o a un riesgo significativamente aumentado de morir o sufrir dolor, 
discapacidad o pérdida de la libertad”2. El manual aclara que este desorden no debe ser 
meramente una respuesta aceptada culturalmente a una situación (por ejemplo, el duelo 
como reacción frente a la muerte de un ser querido) y que, no importa cuál sea la causa, 
debe ser siempre la manifestación de una disfunción (psicológica o biológica). 
 
Si analizamos someramente esta definición, podemos ver que ella entiende el “trastorno 
mental” 
- como un síndrome: es decir, un conjunto de signos* y síntomas* que configuranuna unidad; o un patrón3 (una pauta) 
- comportamental o psicológico, es decir, que se manifiesta en las áreas de 
funcionamiento de la persona que denominamos “mente”, “conducta”, 
“psiquismo”, 
- de significación clínica, es decir, que tiene importancia o relevancia desde el 
punto de vista de un posible tratamiento del padecer del paciente, 
- que se asocia a un malestar: es decir, produce dolor, sufrimiento (por ejemplo, 
lo que siente un paciente deprimido, o en un ataque de pánico), 
- o que se asocia a una discapacidad (v.gr., el deterioro de la memoria y otras 
funciones en la demencia, el no poder estudiar o trabajar después de un brote 
esquizofrénico) en una o más áreas de funcionamiento (familiar, social, laboral, 
académico), 
- o que se vincula a un riesgo significativamente aumentado de sufrir la muerte 
(p.ej., la posibilidad de suicidio en una depresión melancólica), dolor (v.gr., en 
un dolor somatomorfo*) o pérdida de libertad (como en los actos delictivos de 
un psicópata), 
 
2 American Psychiatric Association (2002), pág. XXIX. 
3 Esta palabra proviene del inglés pattern, que significa “diseño”, “configuración”, “pauta”, “modelo”, 
“norma”. “molde”, como en patterns of behaviour, “pautas de comportamiento”. 
- que es la manifestación, en el individuo, de una disfunción (es decir, algo no 
funciona como debería hacerlo habitual o idealmente) ya sea comportamental 
(p.ej., una perturbación del comportamiento social en la psicopatía), psicológico 
(un trastorno del juicio en la psicosis) o biológica (un proceso degenerativo 
neuronal que provoque una demencia), y no únicamente una mera reacción del 
individuo al contorno social inmediato (si me asaltan y siento angustia, no es lo 
mismo que si mi angustia surge de una pulsión reprimida o una disfunción de mi 
tiroides). 
 
El DSM-IV, con un criterio pragmático, distingue los trastornos mentales de las 
“enfermedades médicas”, que son las que aparecen en la Clasificación Internacional de 
las Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10) fuera del capítulo 
dedicado a los “trastornos mentales y del comportamiento”, tales como enfermedades 
infecciosas, neoplásicas, inmunitarias, etc. 
 
Tengamos en cuenta que el adjetivo “mental” que califica a “trastorno” no implica que 
la etiología (causa) sea necesariamente de orden psicológico, sino que se refiere al área 
en donde el mal funcionamiento se manifiesta. 
 
En lo que a nosotros concierne, en adelante tomaremos las expresiones “enfermedad 
mental” y “trastorno mental” como sinónimas, dándoles el sentido que el DSM-IV le 
otorga a esta última. 
 
Dos conceptos muy útiles para determinar la ubicación de una patología, aunque algo 
difíciles de definir con exactitud, son los de “juicio de realidad” y de “conciencia de 
enfermedad”. 
 
 
Juicio de realidad 
 
Decimos que alguien “ha perdido” el juicio de realidad cuando se ha alejado de la 
realidad “objetiva” y la ha sustituido por una realidad propia, interna, no compartida por 
el resto de las personas, lo que tiene como consecuencia la producción de síntomas tales 
como alucinaciones*, delirios* o conductas fuertemente desadaptativas. Cuando esto no 
ocurre decimos que tiene su juicio “conservado”. Por ejemplo, si una persona afirma y 
cree firmemente ser en realidad Adolf Hitler, es evidente que esta creencia delirante 
implica un apartamiento de lo que se considera la “realidad”, que, aunque obvia, es muy 
difícil de determinar conceptualmente. En efecto, resulta un problema muy espinoso el 
de establecer de modo cierto la respuesta a una pregunta tan simple como la de qué es la 
realidad. 
 
Podríamos definir al juicio, de manera aproximada, y con las salvedades que acabamos 
de hacer, como la capacidad que presenta una persona para adecuar su pensamiento y 
sus procesos mentales a la realidad objetiva, y también para valorar, según ella, su 
realidad interna, su “mundo interno”. 
 
Juan Carlos Betta4 distingue dos tipos de enfermos: alienados* y no alienados, según 
esté o no perturbado el juicio. 
 
4 Betta, J.C. (1974), pp. 22-24. 
 
Un enfermo mental es entonces un alienado cuando presenta una perturbación del 
juicio, lo cual “compromete seriamente la autocrítica y la autonomía de la personalidad, 
al extremo de que son irresponsables de sus actos… Decimos que un enfermo mental no 
es alienado cuando en ningún momento de la evolución de la personalidad se altera la 
autocrítica, su autodeterminación o su autoconducción, y que conserva, por 
consiguiente, la autonomía de su personalidad porque el juicio no está perturbado” (loc. 
cit.)5 
 
Este autor recuerda la definición brindada por el Profesor Nerio Rojas, eminente 
psiquiatra argentino, quien afirma que “Alienación mental es el trastorno general y 
persistente de las funciones psíquicas, cuyo carácter patológico es ignorado o mal 
comprendido por el enfermo, y que impide la adaptación lógica y activa a las normas 
del ambiente, sin provecho para sí mismo ni para la sociedad” (loc. cit.). 
 
Para Betta hay cuatro perturbaciones del juicio: el juicio insuficiente, propio de los 
retrasos mentales, sobre todo en los más graves; el debilitado, propio de los dementes; 
el suspendido, que aparece en los confusos mentales, y el desviado, que se da en los 
psicóticos (esquizofrénicos, melancólicos, etc.). 
 
En psicopatología, los enfermos de los que se dice que han perdido el juicio son 
fundamentalmente los psicóticos (orgánicos, esquizofrénicos, paranoicos, parafrénicos, 
maníacos, etc.). 
 
 
Conciencia de enfermedad 
 
Si la persona advierte la existencia, dentro de sí misma, de problemas de orden 
psicológico, se dice habitualmente que hay “conciencia de enfermedad” o “conciencia 
de la naturaleza patológica de los problemas”. Ésta incluye: 
a) el sujeto percibe un malestar, hay una queja, un problema; 
b) este problema se ubica dentro de la misma persona, no en los demás; y 
c) es de orden psicológico, emocional, personal. 
 
Es necesario que se cumplan las tres condiciones. Por ejemplo, un delirante puede sentir 
malestar, pero atribuirlo influencias externas (“me han hecho un mal”, “con un aparato 
de rayos me quitan los pensamientos y me vacían la mente”); o el sujeto se siente mal 
pero lo atribuye a su cónyuge, al destino, al sistema capitalista, etc: “mi mujer debería 
estar aquí, en el psicólogo, no yo”. Quien tiene conciencia de enfermedad piensa que 
algo anda mal en él, y por ello habitualmente consulta a un profesional o a una persona 
a quien él considere idónea para ayudarlo. 
 
Estos dos parámetros -juicio de realidad y conciencia de enfermedad- nos serán de 
mucha utilidad para clasificar los trastornos mentales. 
 
 
5- Una propuesta de clasificación práctica 
 
 
5 Alguno términos relacionados con el concepto de alienación mental, pero que han caído ya en desuso o 
se usan en otros contextos (p.ej., en psiquiatría legal) son los de insania* y vesania*. 
Con una intencionalidad didáctica y sin pretensión de ofrecer algo más que una 
clasificación útil en la práctica, dividiremos los cuadros principales en los siguientes 
grupos: 
 
� Neurosis: trastornos en los que el sujeto conserva el juicio de realidad y tiene 
conciencia de enfermedad. El motivo de consulta es un síntoma egodistónico* 
que no provoca, en la mayoría de los casos, graves desadaptaciones (p.ej., no 
necesita por lo general ser hospitalizado). 
� Trastornos de la personalidad: se dan en sujetos con juicio de realidad 
conservado y con poca o ninguna conciencia de enfermedad. Si bien pueden 
presentar síntomas, lo fundamentalmente patológico en ellos es la hipertrofia y 
la rigidez de sus rasgos de carácter o personalidad. Estos rasgos son 
egosintónicos* y suelen crear problemas en el entorno o la adaptación familiar, 
social o laboral del paciente. 
� Psicopatías: trastornos con conservacióndel juicio de realidad pero sin 
conciencia de enfermedad, que se manifiestan en conductas crónicamente 
antisociales en sujetos que carecen de sentimientos de culpa. 
� Trastornos límite (“borderlines”): pacientes que parecieran estar entre la 
neurosis y la psicosis; las características neuróticas parecieran enmascarar una 
desorganización más profunda de la personalidad que puede llevarlos, en 
determinadas situaciones, a la emergencia de crisis psicóticas que se pueden 
revertir. Cuando funcionan utilizando defensas neuróticas, presentan 
conservación del juicio y conciencia de enfermedad, pero pueden perder estas 
características durante una crisis de tipo psicótica. 
� Psicosis: cuadros que vulgarmente se conocen como “locura”, y que representan 
un trastorno grave en que se pierde el juicio de realidad y no se tiene conciencia 
de enfermedad, con severos síntomas y desajustes importantes con la realidad. 
� Trastornos del estado de ánimo: diversos cuadros en que lo que está más 
afectado es el humor o estado afectivo en general (estados depresivos o 
maníacos), que pueden o no conllevar pérdida del juicio o conciencia de 
enfermedad, dependiendo de la cualidad y la severidad del trastorno. 
� Enfermedades psicosomáticas: trastornos somáticos que implican una 
enfermedad médica real, en cuyo desencadenamiento o agravación parecen jugar 
un papel importante los factores psicológicos. El juicio de realidad está 
conservado pero habitualmente no tienen conciencia de enfermedad 
(psicológica). 
� Enfermedades somatopsíquicas: enfermedades orgánicas que afectan la mente, 
la conducta y la personalidad. 
� Trastornos reactivos: que no siendo ninguno de los anteriores, aparecen como 
reacción a acontecimientos que ocurren en la vida (traumas, circunstancias 
diversas que producen tensión, etc.). 
 
En los próximos capítulos estudiaremos brevemente cada una de estas clases de 
trastornos por separado. 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO II 
 
 NEUROSIS 
 
 
 
� Esteban, un ingeniero de 29 años, iba entrando en un hipermercado hace unos tres meses, cuando 
de repente sintió que el corazón le latía más fuerte, se mareaba y un sudor frío empezaba a 
recorrer su cuerpo. Pensó que iba a morirse. Si bien a los veinte minutos lo peor ya había pasado, 
quedó con mucho miedo. Como la crisis volvió a repetirse, siempre de forma brusca e 
inesperada, su clínico le ha dicho que padece de “ataques de pánico” y que debe consultar a un 
psicólogo. Concurre a la consulta muy angustiado: se pregunta qué le pasa, qué hay de malo en 
él, y quiere librarse lo antes posible de ese síntoma que lo angustia. 
� María, una estudiante de arquitectura de 20 años, empezó hace un año con un dolor en la pierna 
derecha, que se empeoraba al llegar los fines de semana. Ha concurrido a numerosas consultas 
médicas, pero los múltiples exámenes a los que se ha sometido han arrojado resultados negativos 
es decir, no han encontrado ningún factor orgánico que explique esos dolores, que por otra parte 
de hacen cada vez más fuertes. Por eso consulta al psicólogo, ya que le han explicado que ellos 
pueden ser de origen “emocional”. 
 
 Esteban y María son típicos pacientes “neuróticos”. 
 
 
1- Concepto de neurosis 
 
La “neurosis” es un trastorno caracterizado por síntomas egodistónicos* que provocan 
malestar y una desadaptación menor en un sujeto que conserva el juicio de realidad y 
que tiene conciencia de enfermedad. 
 
El cuadro neurótico se caracteriza por la presencia de uno o más síntomas, o sea 
problemas que constituyen la queja del paciente y que -al no ser acordes con el yo- 
provocan desasosiego y preocupación y motivan la consulta. El neurótico es un enfermo 
no alienado, ya que conserva el juicio y no presenta signos o síntomas psicóticos 
(delirios, alucinaciones, etc.). 
 
Los síntomas pueden ser muy variados: ansiedad, depresión, fobias, crisis de angustia 
(“ataques de pánico”), ideas obsesivas, tics, disfunciones sexuales (impotencia, 
eyaculación precoz, anorgasmia, etc.), trastornos del sueño, inhibiciones (“bloqueos”), 
tartamudez, etc. 
 
De acuerdo con la mayoría de los autores, las neurosis no son enfermedades médicas y 
su etiología sería fundamentalmente psicógena, aunque no hay opinión unánime al 
respecto. 
 
No hay tampoco una neta y definida diferenciación entre las personas “neuróticas” y las 
llamadas “normales”: un neurótico es un “normal” que presenta síntomas, y un 
“normal” siempre evidencia (al menos en algún momento de su vida) síntomas 
neuróticos que, aunque por ser tan débiles no se tornan problemáticos, no por ello dejan 
de serlo. ¿Quién no ha tenido pequeñas fobias, alguna idea que no se ha podido sacar de 
la cabeza por la sola fuerza de la voluntad, algún malestar orgánico que no tenía 
explicación médica, momentos de ansiedad o de depresión y así sucesivamente? 
Algunos autores piensan que el “neuroticismo” es una dimensión de la personalidad, y 
que la persona “sana” es aquella que tiene un bajo nivel de neuroticismo, y que la que 
llamamos “neurótica” lo tiene alto, de modo que no hay una diferencia categórica entre 
ambos grupos. 
 
Por lo común, y aunque a veces con muchas dificultades, el neurótico puede realizar sus 
tareas diarias, trabajar, cuidar de sí mismo, etc., en forma adecuada; no es, por lo 
general, peligroso para sí mismo o para la sociedad, ni su tratamiento requiere 
hospitalización. 
 
Por motivos que no mencionaremos aquí, el término “neurosis” ha sido eliminado de las 
últimas ediciones de los sistemas internacionales de clasificación (DSM-IV, CIE-10); 
por ejemplo, lo que antes se llamaba “neurosis obsesivo-compulsiva” en el DSM-IV se 
denomina “trastorno obsesivo-compulsivo”. 
 
Veamos ahora las principales formas clínicas de las neurosis, haciendo la salvedad de 
que en la práctica es raro encontrar una de ellas en forma “pura”, puesto que lo más 
frecuente son estados “mixtos” con síntomas de diferentes tipos (p.ej., una mujer 
deprimida con ansiedad generalizada, algunas conversiones e ideas obsesivas variadas). 
 
Hay muchas clasificaciones de las neurosis; tomaremos como guía la más conocida 
(neurosis de angustia, fóbica, histérica y obsesiva) pero mencionaremos también 
algunas formas que suelen citarse en la literatura, aunque hayan perdido vigencia o su 
uso no sea totalmente adecuado (neurastenia, neurosis depresiva, etc.). 
 
 
2- Neurosis de angustia 
 
� El caso de Esteban, citado más arriba, es un ejemplo típico de neurosis de angustia. 
� Florencia, de 32 años, se nota muy alterada, inquieta y “nerviosa”. Le cuesta mucho controlar el 
estado de preocupación permanente que sufre desde hace unos meses. Está continuamente 
tensionada (“mi masajista me dice que tengo toda la espalda anudada”), está irritada e impaciente, y 
le cuesta conciliar el sueño, despertándose varias veces por noche. Está como esperando siempre que 
pase algo malo, aunque los contenidos de sus desvelos varían mucho: teme, p.ej., que la asalten, que 
algún ser querido muera, que la DGI inspeccione su negocio, que la clientela baje y se quede sin 
sustento, etc. Da la impresión de que tiene una masa de angustia que anda “flotando” y que se 
adhiere al pensamiento preocupante más cercano en ese momento. 
 
Tanto Esteban como Florencia sufren de neurosis de angustia, pero sus síntomas son diferentes. 
 
En este cuadro el síntoma fundamental es la ansiedad o angustia (tomaremos aquí estos 
dos términos como sinónimos). La angustia es un afecto o estado emocional en el cual 
el sujeto se encuentra alarmado, tenso e inquieto, y que se acompaña por lo general de 
múltiples síntomas somáticos (palpitaciones, disnea*, sudoración, parestesias*, etc.). Si 
bien es un estado afectivo normal y común a todos los seres humanos, como reacción 
frente a una situación peligrosa y amenazante, en esta neurosis es difícil de justificar, 
irracional, y se manifiesta sobre todo como “angustia flotante”, es decir, no como un 
temor fijado a un objeto o situaciónespecíficos (como sería el caso de la fobia), sino la 
espera de algo malo, indefinido, que puede llegar a pasar. 
 
La neurosis de angustia puede manifestarse de dos formas clínicas: como expresión 
súbita de ansiedad (crisis de angustia) o como un estado permanente (ansiedad 
generalizada). 
 
La crisis de angustia (ataque de pánico) consiste en una eclosión brusca de miedo y de 
malestar intenso, acompañados de una sensación de peligro (de muerte inminente, 
desmayo, pérdida del control, locura, etc.) y necesidad de escapar. La crisis, que dura 
entre 10 y 30 minutos en la mayoría de los casos, se acompaña habitualmente de varios 
síntomas tales como palpitaciones, calambres, temblores, transpiración, necesidad de 
aire, opresión en el pecho, mareos, sensaciones de hormigueo, escalofríos, miedo a 
morir, perder el control, enloquecer, etc. Estas crisis son totalmente inesperadas, no 
están ligadas a un desencadenante situacional concreto, y pueden complicarse con una 
agorafobia* secundaria (miedo de estar solo fuera de su casa, viajar, hacer cola, pasar 
por un puente o en cualquier situación de la que sea difícil escapar o en la que no se 
pueda obtener ayuda en el caso de sufrir una crisis). 
 
La otra forma es la ansiedad generalizada (o estado permanente de ansiedad): estado 
persistente de ansiedad flotante, caracterizado por preocupación constante y excesiva 
sobre variados acontecimientos o situaciones de la vida (que no justifican tal estado por 
su real gravedad). Esta hiperpreocupación va acompañada de síntomas tales como 
inquietud, dificultades para dormir, fatigabilidad, temblor, sobresaltos, expectativa 
ansiosa (sensación de que algo ominoso va a ocurrir, sin que se sepa qué es), 
nerviosismo, pesadillas, etc. El curso de este trastorno suele ser crónico, aunque 
fluctuante. 
 
 
3- Neurosis fóbica 
 
� Isabel ha comenzado, desde hace unos cuatro meses, a tener miedo a viajar en colectivos. Este 
síntoma le ocasiona múltiples problemas, puesto que viaja a la universidad todos los días por este 
medio de transporte. Ella entiende perfectamente que no hay un motivo racional para este temor, 
pero eso no impide que le aterrorice la sola idea de poner un pie en un colectivo, cosa que antes 
hacía sin ningún problema. Isabel presenta una neurosis fóbica; en el lenguaje del DSM-IV, una 
fobia específica, tipo situacional. 
 
La neurosis fóbica se caracteriza por miedo irracional hacia un objeto o situación 
específicos, que lleva a una evitación (alejamiento, puesta a distancia) del mismo. El 
objeto temido, que se llama fobígeno, no suele causar temor en la mayoría de las 
personas; o no causa pánico. De allí las características de irracional y desproporcionado 
del mismo. 
 
La sola presencia, o aún la anticipación del estímulo fobígeno, desencadena miedo: si 
por algún motivo el sujeto es expuesto al mismo aparece una intensa ansiedad que 
puede llegar a convertirse en un ataque de pánico (similar al descripto en el apartado 
anterior, que se diferencia de éste por no ser inesperado y tener un desencadenante). 
 
Podemos agrupar las fobias en tres clases generales: 
a) Las fobias específicas o simples: miedo a un objeto o situación específicos: a 
los aviones, al agua, a las alturas, a la sangre, ascensores, túneles, tormentas, 
animales, etc. 
b) Fobia social: temor persistente a estar expuesto a situaciones sociales o 
actuaciones en público, por miedo a mostrarse o comportarse de un modo 
vergonzoso o embarazoso: hablar en público, sonrojarse, ir a bailes o reuniones 
sociales, etc. 
c) Agorafobia: El DSM-IV la define como “Aparición de ansiedad al encontrarse 
en lugares o situaciones donde escapar puede resultar difícil (o embarazoso) o 
donde, en el caso de aparecer una crisis de angustia inesperada más o menos 
relacionada con una situación, o bien síntomas similares a la angustia, puede no 
disponerse de ayuda. Los temores agorafóbicos suelen estar relacionados con un 
conjunto de situaciones características, entre las que se incluyen estar solo fuera 
de casa, mezclarse con la gente o hacer cola; pasar por un puente, o viajar en 
autobús, tren o automóvil.” 6 
 
Suele denominarse “acompañante contrafóbico” a la persona u objeto que puede servirle 
al fóbico de una compañía tranquilizante con la cual puede enfrentar lo temido. 
 
La “contrafobia” es una actitud del tipo de las formaciones reactivas, por las cuales el 
sujeto no sólo enfrenta sino que busca encarar -como desafío- las situaciones 
primitivamente temidas como una manera de controlar su temor (v. gr. el acrófobo* que 
se hace andinista). 
 
 
4- Neurosis histérica 
 
� María, la estudiante de arquitectura citada al comienzo de este capítulo, sufre de un síntoma 
“histérico”: el síntoma pareciera ser una enfermedad, probablemente neurológica, pero no lo es. 
� Susana cae cada tanto en crisis en las cuales pierde la conciencia, echa los ojos para atrás y empieza 
a hablar en un lenguaje extraño que nadie comprende; ella no recuerda nada después del incidente. 
Sus padres la han llevado a médicos, que no encuentran ningún factor orgánico que explique estos 
extraños episodios, y a una “parapsicóloga”, pensando en alguna influencia sobrenatural. 
 
Este tipo de neurosis, denominada en psicoanálisis “histeria de conversión”, se 
caracteriza por la presencia de síntomas físicos o psíquicos, en los que una función 
corporal o mental se muestra trastornada haciendo pensar en una enfermedad médica, 
pero sin que ésta realmente exista. El paciente puede presentar síntomas tales como 
ceguera, parálisis, astasia*, abasia*, anestesias, ataques similares a los epilépticos, 
desvanecimientos, amnesias, etc. En realidad, la histeria puede remedar cualquier 
enfermedad. Sin embargo, ante el examen médico no puede detectarse ninguna 
patología demostrable de orden orgánico. 
 
Hay dos tipos principales de síntomas histéricos: 
 
a) Síntomas conversivos: afectan al cuerpo, en el sentido de alteraciones somáticas 
(motrices o sensoriales) que dan la impresión de que el sujeto sufre de alguna 
enfermedad médica (sobre todo de tipo neurológica). Pueden ser perturbaciones 
motrices (parálisis, alteraciones del equilibrio, astasia-abasia, afonía, no poder 
 
6 American Psychiatric Association (2002), pág. 481. 
tragar, crisis pseudoconvulsivas, etc., sensoriales (ceguera, diplopía*, sordera, 
pérdida de la sensibilidad, etc.) o mixtas, pseudociesis*, etc.. 
b) Síntomas disociativos: afectan el estado mental del sujeto, sobre todo en lo que 
hace a funciones como la conciencia, la memoria, la orientación y el sentimiento 
de identidad. Algunos de ellos son amnesia disociativa (incapacidad para 
recordar información importante para el sujeto, p.ej., episodios traumáticos), 
fuga psicógena (viajes inesperados lejos del hogar, con confusión sobre la 
identidad y amnesia), personalidad múltiple o trastorno de identidad disociativo 
(presencia alternante de dos o más personalidades distintas), estados de 
despersonalización (el sujeto tiene la vivencia de ser un observador de sí mismo, 
o se siente como si estuviera viviendo un sueño), estados de “trance” o 
pseudoposesión demoníaca, etc. 
 
“Se supone que estos trastornos tienen un origen psicógeno y presentan una 
asociación temporal estrecha con acontecimientos traumáticos, problemas 
insolubles e intolerables o relaciones interpersonales alteradas. Los síntomas 
representan a menudo el concepto que el paciente tiene de cómo se manifiesta una 
enfermedad médica. Las exploraciones e investigaciones médicas no revelan 
ninguna alteración física o neurológica conocida. Además, hay pruebas de que la 
pérdida de la función es una expresión de conflictos o necesidades emocionales. 
Los síntomas pueden desarrollarse en estrecha relación con estrés psicológico, y 
aparecen a menudo de forma repentina.”7 
 
Un punto importante a tener en cuenta es que ninguno de estos trastornos es 
simulado, es decir, no es producidointencional ni conscientemente para lograr 
algún beneficio. 
 
 
5- Neurosis obsesiva 
 
� Antes de acostarse, José debe abrir y cerrar siete veces la llave del gas, porque si no lo hace 
no puede conciliar el sueño, ya que le asalta la idea de que podría quedar la llave abierta y 
él y todos sus seres queridos podrían morir intoxicados o en una explosión. 
� Cada vez que conduce por la Avenida de Circunvalación o por la ruta de noche, Isabel 
piensa que puede haber atropellado a un ciclista o a un peatón, sin advertirlo. Aunque se da 
cuenta de lo improbable y absurdo de esa idea, no puede sacársela de la cabeza. Y muchas 
veces “debe” salir a verificar si no hay manchas de sangre en el paragolpes. 
 
La neurosis obsesiva (o “neurosis obsesivo-compulsiva”) se caracteriza por dos tipos de 
síntomas: 
a- Obsesiones (“ideas”, “representaciones” o “pensamientos” obsesivos): 
fenómenos mentales (pensamientos, imágenes, impulsos, a veces sentimientos) 
molestos que vuelven una y otra vez asediando la mente consciente del sujeto 
que lucha, sin éxito, por suprimirlos, sintiéndose muy mal por no poder 
evitarlos. Algunos ejemplos de obsesiones -que pueden llegar a convertirse en 
una verdadera tortura mental- son ideas como las de que si uno ama a alguien 
éste va a morir, escrúpulos de conciencia (“¿habré confesado bien mis pecados?” 
en un católico), dudas, imágenes horrorosas (visualizo el cuerpo ensangrentado 
de un ser querido muerto en un posible accidente imaginario), impulsos 
(llamados “impulsos obsesivos” u “obsesiones impulsivas”) que nunca se llevan 
 
7 OMS (2000), pág. 124. 
a cabo pero que ponen al sujeto en una situación muy angustiosa, como el de 
gritar obscenidades en un templo en la mitad de la misa, o el de asesinar a sus 
familiares con cuchillos o tijeras, etc. 
b- Compulsiones: también llamadas “actos obsesivos”, son conductas, acciones de 
tipo ritualístico que el neurótico no puede dejar de realizar, aún en contra de su 
voluntad, y que son actos inocuos, inútiles y molestos pero que “obligan” al 
sujeto (por eso son “compulsivos”) a ser ejecutados so pena de caer en un estado 
de angustia. Algunos ejemplos son: lavado obsesivo de manos, tocar 
determinados objetos, contar los números de las chapas de los autos, repetir 
palabras en silencio, etc. 
 
El neurótico obsesivo reconoce que sus obsesiones y compulsiones son producto de su 
propia mente y que son excesivas e irracionales, al mismo tiempo que le provocan 
malestar subjetivo. 
 
 
6- Otros cuadros neuróticos 
 
Las cuatro que hemos reseñado son las formas típicas y clásicas de neurosis. A 
continuación describiremos brevemente otros cuadros neuróticos que no corresponden 
estrictamente hablando a una clasificación actualmente en uso pero que pueden ser 
mencionados en la bibliografía o en el uso corriente del lenguaje. 
 
Depresión neurótica (mal llamada a veces “neurosis depresiva”). Es un estado 
depresivo que se da en un neurótico, y consiste en una respuesta 
desproporcionadamente intensa a una situación vital problemática (pérdidas, 
separaciones, fracasos, desmoralizaciones, sentimientos de culpa, etc.) que incide sobre 
una predisposición previa al desencadenamiento. El cuadro incluye tristeza, baja 
autoestima, pesimismo, desaliento, inhibición, desesperanza, falta de energía, etc., pero 
jamás implica pérdida del juicio. Se la debe distinguir tanto de la “depresión reactiva 
normal” o “tristeza normal”, que es la reacción justa y proporcionada a una pérdida 
(como en el caso del duelo normal) como de la “depresión psicótica” o “endógena” 
(“melancolía”, “trastorno depresivo mayor”) que estudiaremos más adelante. No 
constituye un cuadro especial, sino que describe el estado de un neurótico que se ha 
deprimido. (Podríamos asimilarlo, al menos parcialmente, a lo que el DSM-IV llama 
“trastorno distímico”.) 
 
Neurosis traumática: Es una reacción neurótica ante un trauma, es decir, frente a un 
acontecimiento externo súbito, violento, intenso e imprevisto que el psiquismo no puede 
elaborar adecuadamente, como un accidente, una violación, etc. Los síntomas 
fundamentales son bloqueo o inhibición de las funciones psíquicas (percepción, 
memoria, atención), desmayo; fenómenos de regresión (pasividad, dependencia, 
disminución de la libido), accesos de emoción (rabia, ansiedad, llanto) e inquietud; 
repetición de la situación traumática en la vigilia y/o el sueño: pensar una y otra vez en 
lo ocurrido, o soñarlo repetidamente. (Equivaldría aproximadamente al “trastorno por 
estrés postraumático” o al “trastorno por estrés agudo” del DSM-IV, que 
mencionaremos en el último capítulo.) 
 
Neurastenia: Trastorno neurótico descripto por el psiquiatra G.Beard a finales del siglo 
XIX, caracterizado por la sensación de fatiga y agotamiento, astenia*, debilidad ante el 
menor esfuerzo, irritabilidad, dolor de cabeza y dificultad en la concentración mental. 
 
Psicastenia: Descripta por P. Janet, quien la contrapuso a la histeria, engloba 
aproximadamente la angustia, la fobia y la obsesión. Para Janet se trata de un sujeto 
ansioso e hipermotivo en el que la tensión psicológica, el tono mental, ha disminuido, 
permitiendo la emergencia de los síntomas neuróticos. (Las denominaciones 
“neurastenia” y “psicastenia” han sido prácticamente abandonadas en la actualidad.) 
 
Hipocondría: El CIE-10 define el “trastorno hipocondríaco” como “…una 
preocupación persistente por la posibilidad de tener uno o más trastornos físicos graves 
y progresivos. Los pacientes manifiestan continuamente quejas somáticas…Las 
sensaciones y aspectos normales y habituales son interpretados a menudo por el 
paciente como anormales y perturbadores, y la atención suele estar centrada sólo en 
torno a uno o dos órganos o sistemas corporales”8. Usualmente se asocia con ansiedad y 
depresión. Puede presentarse como síntoma de un trastorno mental grave, en cuyo caso 
no debe considerarse una neurosis. Generalmente hablamos de “síntomas” 
hipocondríacos, más que deslindar una “neurosis” específica, ya que pueden integrar 
cuadros caracteropáticos, psicóticos o de otro tipo, aparte de neuróticos. 
 
 
 
 
8 OMS (2000), pág. 133. 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO III 
 
 TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 
 
 
 
� Los familiares de María ya no saben qué hacer con ella; dicen que está “obsesionada por la 
limpieza”. Siempre se ha preocupado excesivamente por el orden y la higiene de la casa, que 
parecen ser el tema central de su vida. Dedica la mayor parte del día a lavar, fregar, asear, poner 
cada cosa en su lugar, desinfectar. Persigue a sus familiares para que usen plantillas de gamuza 
especialmente diseñadas que deben colocarse debajo de los zapatos para no ensuciar el piso, que 
enjuaguen el jabón después de usarlo, que cuando se saquen la ropa al volver al trabajo la aireen 
afuera antes de colgarla en el placard, etc. No se hace problema por su forma de ser, y piensa que 
todos deberían ser como ella, ya que, como dice María, “la higiene y la limpieza son 
imprescindibles para mantener la salud y para que la casa presente un aspecto decente”. 
� Arturo es tremendamente desconfiado. Siempre piensa que los demás no son sinceros, que 
quieren perjudicarlo. Ni siquiera confía en su esposa –es muy celoso-y le ha impedido salir a 
trabajar. Ni ella ni nadie conoce el estado de su cuenta bancaria. Se niega a usar tarjeta de crédito 
o celular porque piensa que han sido diseñados por los bancos, las multinacionales y los 
gobiernos para invadir la privacidad de los ciudadanos y así controlarlos mejor. Si alguien es 
muy amable con él, inmediatamente piensa que “está escondiendo el cuchillo debajo del 
poncho”. 
� Daniel es conocido por todo el barrio donde atiende su kiosco por su alegría y buen humor. Vive 
haciendo chistes, “habla hasta por los codos” y es sumamente ocurrente. Se ríe a carcajadas y 
tiene una visión sumamente optimista de lavida. Si para los vecinos es motivo de diversión y 
entretenimiento, no lo es tanto para sus parientes. Varias veces se ha gastado los ahorros de la 
familia en proyectos bastante poco realistas, que se le ocurren de golpe y que busca instrumentar 
sin la debida ponderación previa. Cuando se enoja se pone muy mal y es capaz de insultar y 
gritar sin poder moderarse; y ha tenido problemas con varias vecinas porque se les ha insinuado 
sexualmente a través de sus “chistes”. Parece incapaz de enfrentar situaciones dolorosas y sólo 
ve el aspecto “picante” y placentero de la vida: cuando su madre se enfermó gravemente sus 
hermanos no pudieron contar con él para cuidarla. 
 
 María, Arturo y Daniel han sido siempre así. Su “problema” (más bien, en realidad, el problema de los 
que le rodean) es su forma de ser, su “carácter”, su “personalidad”. Sus rasgos predominantes crean 
situaciones difíciles para sí mismos y para su medio ambiente. Pero ellos no se dan cuenta de todo esto: 
consideran que su modo es normal y adecuado. Van a consultar sólo porque sus familiares los han puesto 
“contra la pared” y les exigen un cambio, o porque sufren tal vez de ansiedad o depresión, pero no 
advierten que éstas surgen de los problemas que sus rasgos de carácter han creado. 
 
 
1- Los trastornos que afectan a los rasgos de la personalidad 
 
En este capítulo examinaremos brevemente trastornos en lo que lo específicamente 
patológico no son tanto los síntomas –que puede haberlos o no- sino los rasgos de 
personalidad, es decir, las formas de ser, las modalidades psicológicas y relacionales del 
sujeto. 
 
¿Qué son los “rasgos”? Son características, que sirven para describir “cómo” es: sumisa, 
retraída, honesta, optimista, suspicaz, autoritaria, amable, pasiva, cruel, responsable, 
impulsiva, cautelosa…El DSM-IV define los rasgos de personalidad como “patrones 
persistentes de formas de percibir, relacionarse y pensar sobre el entorno y sobre uno 
mismo que se ponen de manifiesto en una amplia gama de contextos sociales y 
personales”9 . 
 
En sí, los rasgos no son patológicos –todos, obviamente, los tenemos- pero hablamos de 
“trastornos de la personalidad” cuando ellos 
a) se exageran, se hipertrofian desmedidamente (v.gr., un sujeto excesivamente 
desconfiado y receloso); 
b) son inflexibles, rígidos y no admiten una adaptación plástica a las circunstancias 
de la vida (p.ej., una persona que es fría y distante aún en situaciones de 
intimidad y afecto frente a las cuales lo apropiado sería dejar de lado actitudes 
que serían más adecuadas para ocasiones en que exista una amenaza o peligro); 
c) causan una seria desadaptación o un malestar intenso (como en el caso de una 
persona tan temerosa que evita todo tipo de compromiso afectivo, o tan infantil 
que no puede asumir roles adultos). 
 
Susana es una persona normal preocupada por la limpieza y el orden. Para ella es muy importante 
mantener la casa en condiciones de higiene y arreglo. Aparentemente es muy parecida a María, a quien 
mencionamos más arriba. Pero Susana es “moderadamente” limpia: no repasa, por ejemplo, las pantallas 
de las lámparas todos los días, ni exige que la ropa se airee en el fondo antes de colgarse. Después de una 
fiesta en casa que terminó a las cinco de la mañana, Susana puede acostarse, ya que está muy cansada, y 
dejar los platos sucios para lavarlos al otro día. María, en cambio, no podrá conciliar el sueño si no se 
pone a lavar y a ordenar para que al día siguiente todo esté igual que antes de la fiesta, por más fatigada 
que esté. Es decir, la conducta de Susana es flexible y se adecua a las circunstancias: “estoy molida, me 
voy a dormir y mañana limpio la casa”. No ocurre así con María, que no puede dejar de fregar aún cuando 
con el ruido no deje descansar a los otros miembros de la familia, con el consiguiente enojo de éstos y la 
aparición de conflictos interpersonales. 
 
 
2- Cuestiones terminológicas 
 
En esta exposición introductoria tomaremos como sinónimos, aunque no lo sean 
exactamente, los términos “carácter” y “personalidad”: los autores franceses y alemanes 
prefieren el primero y los anglosajones el segundo; los escritos de inspiración 
psicoanalítica utilizan la expresión “carácter” para designar el conjunto de modalidades 
que asume el yo como resultado de sus defensas (formaciones reactivas, inhibiciones) e 
identificaciones. 
 
Laplanche y Pontalis10 definen a la neurosis de carácter como “Tipo de neurosis en la 
cual el conflicto defensivo no se traduce por la formación de síntomas claramente 
aislables, sino por rasgos de carácter, formas de comportamiento o incluso una 
organización patológica del conjunto de la personalidad.” Añaden que aunque este 
término se usa corrientemente en psicoanálisis no posee un sentido muy preciso ni se 
halla claramente delimitado. 
 
Podríamos oponer estas “neurosis de carácter” a las “neurosis sintomáticas” descriptas 
en el capítulo anterior. En nuestro medio se suele utilizar a veces la denominación de 
 
9 American Psychatric Association (2002), pág. 766. 
10 Laplanche y Pontalis (1971), pág.254. 
caracteropatía para designar a las primeras, sobre todo cuando la hipertrofia de los 
rasgos, la rigidez de la persona y la egosintonía de estos modos desadaptativos de ser 
patentizan un cuadro cuya gravedad sería mayor que las de las neurosis. 
 
Podríamos distinguir entonces: 
a) el carácter neurótico, o la personalidad neurótica, que sería el carácter de una 
persona que presenta una neurosis común o sintomática (p.ej., alguien que sufre 
una neurosis fóbica tiene un carácter que puede ser evitativo), y 
b) la neurosis de carácter o caracteropatía, donde la misma personalidad es lo 
anómalo. 
 
En síntesis, las caracteropatías son estados más hondamente arraigados en la estructura 
de la personalidad que las neurosis, y consisten en una deformación del carácter 
“normal” por la desmesura de algunos de sus rasgos. Estos se mantienen a lo largo del 
tiempo, y por lo tanto se trata de perturbaciones crónicas*: el individuo siempre ha sido 
así. Los síntomas de las neurosis, por el contrario, suelen “aparecer” en un momento 
determinado de la vida. 
 
 
3- Características 
 
En estos casos, el sujeto no suele experimentar como algo extraño la anomalía que 
padece; por el contrario, considera sus rasgos como normales, aunque para el 
observador externo no lo sean. Por ello es difícil que un caracterópata concurra motu 
proprio a la consulta; sólo lo hace si está descompensado, es decir, si la situación es tal 
que ha producido una ruptura del rígido equilibrio y sus estereotipadas defensas no le 
alcanzan para sofocar la angustia. En tal caso, sin embargo, lo que él presenta como 
problemático no son sus rasgos excesivos sino las consecuencias de los mismos. 
 
Estas consecuencias suelen evidenciarse en el medio social (sobre todo familiar y 
laboral) del paciente. Éste utiliza una “coraza caracterológica” (para usar la expresión 
de Wilhelm Reich) que torna a la persona sumamente rígida en su conducta habitual e 
incapaz de plegarse a las circunstancias o percibir adecuadamente los efectos de sus 
actitudes sobre los demás. Es lo que sucede con las personas excesivamente avaras, 
desconfiadas, inseguras, indecisas, huidizas, controladoras, o las que sufren de la 
llamada “neurosis del ama de casa” (como María). Las fricciones personales, el 
aislamiento que afectan al caracterópata son percibidos por él como si nada tuvieran que 
ver con sus propios modos de ser o actuar. 
 
Las principales diferencias y similitudes con las neurosis son: 
- En ambas el juicio de realidad está conservado. 
- En la neurosis hay conciencia de enfermedad; en la caracteropatía, por lo 
general, no, aunque puede haber excepciones. 
- Las neurosis presentan síntomas, es decir, hay un signo de patología que 
provoca malestar y quejas: el sujeto no duda de que algo anda mal en él. Las 
caracteropatías evidencianrasgos petrificados que no constituyen motivo de 
quejas para el paciente. Así, un neurótico fóbico se angustiará y se 
problematizará porque teme subir a un avión, mientras que un caracterópata 
fóbico tendrá una actitud de temor y precaución hábilmente racionalizada sobre 
los peligros “objetivos” que encierra el volar, etc., que no considerará un 
problema. 
- Los síntomas neuróticos son egodistónicos; el sujeto, si bien sabe que surgen de 
él mismo, los considera como algo ajeno a su yo y no está de acuerdo con ellos. 
Los rasgos en la caracteropatía son egosintónicos, acordes con el yo. En el 
ejemplo anterior, el neurótico fóbico se inquietará por su imposibilidad de 
abordar el avión, y muy probablemente busque ayuda para resolver el problema, 
en tanto que el caracterópata fóbico tomará ese miedo como una muestra de su 
prudencia y cautela, y hasta puede llegar a sentirse orgulloso de ellas. 
- El síntoma neurótico se desencadena habitualmente en un momento dado de la 
vida del sujeto; el rasgo caracteropático es crónico, persistente: el sujeto “fue así 
desde siempre”. 
 
Las diferencias señaladas no deben hacernos olvidar que una delimitación neta entre 
neurosis y caracteropatías es muy difícil de marcar con exactitud. ¿Cuál es el límite 
entre el carácter neurótico que siempre subyace a una neurosis y la caracteropatía del 
mismo estilo? ¿Acaso el síntoma neurótico no arraiga siempre en la organización total 
de la personalidad? ¿No hay caracteropatías que hacen síntoma? La conciencia de 
enfermedad, aunque relativa, suele aparecer en algunos casos. 
 
 No obstante, el separar estas categorías –cosa que no todos los autores hacen- puede ser 
de utilidad no sólo teórica sino también práctica (elección de la estrategia terapéutica, 
pronóstico), aún a pesar de las dificultades apuntadas. 
 
Para resumir, y teniendo en cuenta lo relativo de estos esquemas, podríamos 
ejemplificar estas diferencias refiriéndonos a los rasgos histéricos de personalidad, en 
relación a los grados de patología del carácter, que podrían distribuirse en un continuum 
de la siguiente forma: 
 
- rasgos de tipo histeroide11 en una personalidad normal: es una persona 
demostrativa, atractiva, seductora, sociable, extravertida, que expresa sus 
emociones adecuadamente y que las comunica en forma óptima; 
- “carácter neurótico” en una persona que puede presentar una neurosis histérica 
(síntomas conversivos y/o disociativos): los rasgos son algo más acentuados que 
en el caso anterior, y pueden ocasionar problemas interpersonales que se 
expresan simbólicamente a través de los síntomas. Por ejemplo, una actitud 
demasiado seductora pero inconsciente puede llevar a fantasías sexuales que se 
manifiestan a través de un embarazo psicológico (pseudociesis*); 
- caracteropatía histérica: la teatralidad y la subjetivización emocional excesivas y 
una actitud seductora e histriónica casi grotesca, teñida profusamente de celos, 
exclusión, venganza y dramatismo, han generado problemas de diverso tipo, 
desde siempre, en las relaciones inter e intrasubjetivos de la persona. 
 
 
4- Una clasificación clínica corriente 
 
 
11 Recordemos que el sufijo “-oide” significa “parecido a”, “semejante”, como en “humanoide”: parecido 
a un humano, aunque no lo sea. Por ejemplo, “paranoide” quiere decir: “parece un paranoico, tiene 
características similares, aunque no lo es estrictamente hablado”. 
No hay una clasificación única y universalmente aceptada para estos cuadros: aquí 
reseñaremos los tipos que más se mencionan en nuestro medio, señalando sus rasgos 
más particulares, con un criterio más bien clínico y ecléctico, y recordando que la 
mayoría de las personas presentan características de distintos tipos; por ejemplo, un 
paciente puede manifestar rasgos histéricos, fóbicos e hipocondríacos. Recién hablamos 
de una “caracteropatía” cuando ellos se presentan con las características patológicas 
(hipertrofia, rigidez, etc.) mencionadas en los puntos anteriores. Podríamos enumerar 
los siguientes trastornos de la personalidad: 
 
Trastorno histérico o histriónico: persona demostrativa, teatral, exhibicionista, 
seductora, excitable, sumamente emocional, que busca ser el centro de atención de los 
demás, ingenua, sensual, sugestionable. 
 
Trastorno evitativo o fóbico: elusivo, atemorizado, huidizo, cauteloso, prudente; evade 
los compromisos porque se siente encerrado y ahogado si los establece; tiende a evitar 
el contacto profundo con los demás, temiendo ser criticado o avergonzado. 
 
Trastorno ansioso: presenta lo que se denomina “ansiedad-rasgo”, es decir, la ansiedad 
como una característica permanente de la personalidad: siempre nervioso, inquieto, 
angustiado, excitable, preocupado, tenso. 
 
Trastorno obsesivo: perfeccionista, detallista, preocupado por el control (de sí mismo y 
de los demás), ritualista, minucioso, escrupuloso, responsable, ordenado, ahorrativo, 
acumula cosas y pertenencias. 
 
Trastorno dependiente: sumiso, complaciente, busca agradar y someterse al otro; no 
toma decisiones por sí mismo, no puede decir que no ni expresar desacuerdo, no tolera 
estar solo. 
 
Trastorno narcisista: tiene una imagen de sí grandiosa; egocéntrico, egoísta, soberbio, 
pretencioso, explotador (usa a los demás para sus propios intereses), fantasea con 
situaciones de éxito y admiración; se siente especial y único y carece totalmente de 
empatía. Es envidioso y arrogante. 
 
Trastorno paranoide: desconfiado, receloso, suspicaz, orgulloso, rígido, fanático, con 
un yo hipertrofiado y una sobreestimación patológica de sí mismo, creyéndose 
perseguido y perjudicado por los demás. Celoso, duda de la fidelidad de parejas y 
amigos; es sumamente rencoroso y vengativo; adjudica a hechos inocentes 
significaciones ocultas que son ominosas o amenazantes. 
 
Trastorno depresivo: triste, abatido, pesimista, infeliz, autocrítico, taciturno, sombrío, 
inhibido; es como el “melancólico” de Hipócrates. 
 
Trastorno hipomaníaco: alegre, jovial, eufórico, optimista, activo, entusiasta, 
comunicativo, excitado, derrochador, impulsivo, expansivo, con una imagen elevada de 
sí mismo. 
 
Trastorno ciclotímico: alternan en él períodos hipomaníacos con períodos de depresión 
leve, con independencia de las circunstancias en que vive. Es decir, es una “alternancia” 
de los dos anteriores. 
 
Trastorno hipocondríaco: centrado en las preocupaciones sobre la salud corporal y el 
funcionamiento de los órganos; cree en la posibilidad de estar gravemente enfermo. 
Estructura toda su vida alrededor de la enfermedad, el cuidado de la salud, las visitas a 
médicos, etc. 
 
Trastorno epileptoide (o “glischroide*”): oscila entre la viscosidad prolija (se 
“pegotea”, se adhiere a temas o a personas sin poder separarse o dejarlos) y la 
irritabilidad explosiva por otro; puede ser muy agresivo y violento cuando explota. 
 
Trastorno esquizoide: retraído, observador no participante, aislado, solitario, poco 
emocional, ausente, replegado en su mundo interior, introvertido (es todo lo contrario 
del histriónico). A diferencia del fóbico, que se aleja de los demás por temor, pero que 
desearía relacionarse con ellos, el esquizoide no manifiesta deseos de vincularse con 
otras personas. 
 
Trastorno esquizotípico: a las características de retracción del esquizoide se le agregan 
“rarezas”: impresiona como una persona extraña, peculiar, extravagante, que suele tener 
creencias mágicas (telepatía, “sexto sentido”), experiencias perceptivas poco habituales 
(“siento como la presencia de otra persona aquí”). Sin embargo, no llega a presentar 
signos francamente psicóticos (alucinaciones, delirios). 
 
Trastorno pasivo-agresivo o negativista: frente a demandas razonables del medio que 
solicitan un rendimiento adecuado, responde con actitudes y conductas de resistencia y 
oposición pasiva, sin oponerse abiertamente. Quejoso, discutidor, maldispuesto ante la 
autoridad, envidioso, resentido,malhumorado. 
 
Trastorno sádico o agresivo: busca humillar y rebajar al otro; es cruel, 
malintencionado, manipulador, violento, duro, intimidador, amenazante, fuerte (no 
confundir con el sadismo como perversión sexual, que se refiere a la gratificación 
sexual a través de la provocación de dolor en el otro; ambos trastornos, sin embargo, 
podrían darse juntos en una persona). 
 
Trastorno masoquista o autodestructivo: busca colocarse en situaciones en que va a 
ser humillado, denigrado, despreciado; se autosacrifica; rechaza los intentos de ayuda de 
parte del otro y se hace rechazar (para después sentirse herido y rebajado); se autoanula, 
es servil y exagera sus fracasos, autosaboteando sus posibilidades de éxito (no confundir 
con el masoquismo sexual, en el que el sujeto encuentra la satisfacción sexual al ser 
realmente golpeado, humillado, atado o por algún otro medio maltratado; aunque 
podrían darse en forma conjunta). 
 
Trastorno antisocial o psicopático: será estudiado en el próximo capítulo. 
 
Trastorno límite: será analizado en el capítulo V. 
 
Por su relevancia clínica, estos últimos trastornos van a ser examinados en forma 
separada aunque, sensu stricto, son trastornos de la personalidad, en cuanto formas de 
ser crónicas, anómalas y problemáticas para sí mismos y para los demás. 
 
 
5- La clasificación del DSM-IV 
 
Sólo mencionaremos brevemente la clasificación del DSM-IV, que utiliza la expresión 
“trastorno de la personalidad” para definirlo como “…un patrón permanente e inflexible 
de experiencia interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las 
expectativas de la cultura del sujeto, tiene su inicio en la adolescencia o principio de la 
edad adulta, es estable a lo largo del tiempo y comporta malestar o perjuicios para el 
sujeto” (op.cit., pág. 765). Los divide en cuatro grupos: 
 
- Grupo A: son sujetos “raros”, excéntricos; comprende los trastornos paranoide, 
esquizoide y esquizotípico. 
- Grupo B: son sujeto que parecen inmaduros, “dramáticos”, inestables, 
impulsivos; comprende los trastornos narcisista, histriónico, límite y antisocial. 
- Grupo C: parecen ansiosos, temerosos; comprende los trastornos dependiente, 
evitativo y obsesivo-compulsivo. 
- Grupo de trastornos de personalidad no especificados: aquí entrarían otros 
tipos de trastornos que no han sido adecuadamente validados (p.ej., depresivo, 
pasivo-agresivo, sádico, masoquista) o que si bien evidentemente presentan un 
trastorno de personalidad no reúnen los criterios para ser incluidos en las 
clasificaciones anteriores. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO IV 
 
 PSICOPATÍAS Y OTROS TRASTORNOS RELACIONADOS CON EL 
CONTROL DE LOS IMPULSOS 
 
 
� Desde chiquito, Raúl fue un niño problema. Ya en el jardín de infantes era un chico fanfarrón que 
metía miedo y que robaba a sus compañeritos. Mentiroso y violento, incendió una vez la motocicleta 
de su maestra de 4º grado porque había mandado a llamar a sus padres. En la actualidad tiene treinta 
y dos años y ha sido detenido en numerosas oportunidades por robo y estafas reiteradas. En varias 
ocasiones ha golpeado a sus parejas, chicas a las que dejó embarazadas sin hacerse cargo después de 
su paternidad. Nunca ha experimentado culpa ni arrepentimiento, y siempre encuentra excusas que 
justifican sus comportamientos (“El tonto dejó la billetera en el auto. Se merecía que se la robara, 
para que aprenda a no ser imprudente.” “Tuve que golpearlo porque él empezó a agredirme, yo sólo 
me defendí”). Jamás ha durado en un trabajo más de seis meses, y en todos ellos ha creado 
problemas. A pesar de haber sido privado de su libertad en repetidas ocasiones, pareciera no 
aprender de la experiencia, porque vuelve a “caer” por los mismos motivos. No planifica para el 
futuro, y da la impresión de actuar siempre por impulso, buscando sólo gratificar sus deseos más 
inmediatos. No tiene la más mínima intención de cambiar, aunque actualmente, en la cárcel, 
concurre todos los domingos a Misa y “va al psicólogo” porque piensa que de esa manera le van a 
rebajar la pena. 
� Arturo, contador de 32 años, se siente fuertemente atraído por niños. Se excita sexualmente cuando 
ve fotografías o filmes donde aparecen varoncitos entre cinco y doce años. Ha abusado de 
numerosos prepúberes y algunos púberes, a los que seducía haciéndose amigos de ellos y 
compartiendo “jueguitos” del tipo Play-Station. Cuando no puede abusar de alguno, se masturba con 
pornografía en que aparecen menores en posiciones eróticas. 
 
 
Los trastornos que vamos a reseñar en este capítulo se caracterizan por tener las 
siguientes características: 
- son permanentes, crónicos, “de toda la vida”; 
- no son psicóticos (es decir, el juicio está conservado, no hay delirios ni 
alucinaciones); 
- por lo general no implican conciencia de enfermedad; 
- el área más afectada es la del control de los impulsos; 
- la mayoría de las veces el actuar estos impulsos choca con los valores sociales y 
culturales vigentes (es decir, implican una transgresión); 
- estos impulsos son egosintónicos, el sujeto no lucha contra ellos, los identifica 
totalmente a sí mismo (no lucho contra el deseo de violar a una mujer, sino que 
mi yo está totalmente de acuerdo con ello y se dispone a llevarlo a cabo; después 
no siento ni culpa ni remordimiento). 
 
Vamos a ver en primer lugar el desorden que cumple con todas estas características: la 
psicopatía; y después vamos a mencionar algunos otros cuadros que también implican 
dificultades en la esfera de los impulsos, aunque no son trastornos antisociales de la 
personalidad como la primera. 
 
 
1- Cuestiones terminológicas. Impulsos y control de impulsos. Acting out y pasaje 
al acto. 
 
Impulsos e impulsiones 
Todos sentimos “impulsos”, que son fuerzas que nos hacen tender a una acción y que 
los “sentimos” como tales: “Sentí el impulso de darle un trompada / de darle un beso / 
de decirle más de cuatro verdades/ de fumarme un cigarrillo/ de comprarme ese plasma 
que está en oferta...”. El impulso nace del núcleo de nuestro ser, de lo afectivo, de lo 
instintivo, de lo pulsional. Se siente como algo que “surge” en nosotros, de golpe, con 
las “ganas” de hacer algo a lo que el impulso nos “empuja”. No es algo elaborado, 
meditado, lento, como p.ej. una reflexión, un sentimiento amistoso, etc. Cuando uno 
siente un impulso, aumenta la tensión, la cual se resuelve al darle rienda suelta al 
impulso. 
Frente a ese impulso, nuestro “yo” delibera internamente y decide si le va a dar curso o 
no: “Experimento el impulso de insultar al profesor porque me ha bajado en el examen, 
pero no lo voy a hacer porque las consecuencias no serían buenas para mí; me podrían 
sancionar, el profesor se podría vengar en el próximo examen, voy a quedar con mala 
imagen, en mi familia me retarían, no estaría de acuerdo con mis valores, etc. Por lo 
tanto, no lo voy a insultar y en su lugar le voy a decir: Sí, profesor, está bien...” Mi yo 
ha controlado e inhibido el impulso. Esta función es el control de los impulsos. 
Hay personas a las que no les cuesta inhibir los impulsos, sus “frenos” andan bien; y 
otros a los que sí. A los que habitualmente les cuesta les llamamos “impulsivos”. Por 
ejemplo, los niños impulsivos, según el DSM-IV (trastorno por déficit de atención) 
responden a las preguntas antes de ser contestadas, les cuesta esperar su turno, 
interrumpen o se inmiscuyen en las conversaciones y juegos de otros. (Es obvio que los 
niños son más impulsivos que los adultos, y que el control de los impulsos se va 
desarrollando a lo largo del tiempo; por ello las personas impulsivas impresionan como 
inmaduras.) 
En general los impulsos corresponden a ganas, deseos, de hacer algo que va a producir 
placer, agrado: a tomar una cerveza helada en verano, a darle un beso a alguien, a 
gastarme los dos pesos que tengo para las fotocopias en un chocolate, etc. Pero hay 
impulsos que no nos agradan (o que agradan a nuestro ello, pero noa nuestro yo o 
superyó, como diría Freud), que nos pueden aterrar, porque son inconciliables con 
nuestras aspiraciones éticas y estéticas (con nuestro yo y nuestro superyó). Descubrir 
que tengo impulsos que de darles rienda suelta me llevarían a robar, a tener relaciones 
con alguien de mi mismo sexo, a lanzar un infundio que desprestigiaría a mi rival, a 
clavarle un cuchillo a alguien que odio, a pegarme un tiro, etc., puede causar una 
fortísima angustia a mi yo. 
Por otro lado hay también impulsos “normales”, como los comunes motivados por el 
hambre, la sed, el sexo, etc., que no son inconciliables en términos morales, culturales y 
superyoicos, e impulsos claramente “mórbidos”, patológicos: violar a una mujer, comer 
excrementos, destripar a alguien, seducir niños, masturbarse en público, etc. 
El DSM-IV habla de “trastornos del control de los impulsos” y los describe como “...la 
dificultad para resistir un impulso, una motivación o una tentación de llevar a cabo un 
acto perjudicial para la persona o para los demás.” En muchos de ellos “...el individuo 
percibe una sensación de tensión o activación interior antes de cometer el acto y luego 
experimenta placer, gratificación o liberación en el momento de llevarla a cabo. Tras el 
acto puede o no haber arrepentimiento, autorreproches o culpa” (DSM-IV-TR, pág. 
741). 
Existen muchas variedades de actos impulsivos. Suele reservarse el término 
“impulsión” para actos inconscientes y con amnesia posterior, como ocurre por ejemplo 
en la epilepsia. Las impulsiones pueden aparecer también en otros casos neurológicos, 
como después de un traumatismo craneal, casos de demencia, delirium, etc. En la 
esquizofrenia y otras psicosis el sujeto puede llevar a cabo una conducta suicida o 
aloagresiva siguiendo una impulsión. Son impulsivos los psicópatas, los maníacos e 
hipomaníacos, y muchos adictos (no sólo a las drogas). El consumo de sustancias es una 
de las fuentes más importantes de impulsividad en nuestra sociedad contemporánea. 
No debemos confundir “impulsión” con “compulsión”: 
En la compulsión sujeto lleva a cabo un comportamiento (en el área del mundo externo, 
como abrir y cerrar el picaporte siete veces; en el área del cuerpo, como lavarse las 
manos cada vez que toca un objeto que cree que está contaminado; o en el área de la 
mente, como sumar los dígitos de la chapa de cada auto que ve) que el individuo se 
siente internamente obligado a realizar, debido a una regla que se le impone con arreglo 
a la cual debe actuar, p.ej., “debo lavar y enjuagar los platos perfectamente antes de 
introducirlos en el lavavajillas”, o a que está contrarrestando una idea obsesiva (me 
peino durante media hora porque “debo asegurarme de que ninguno de mis pelos quede 
fuera de línea”). Es un comportamiento típicamente obsesivo, exagerado y forzado, que 
responde a dos motivaciones fundamentales: reducir el malestar y la ansiedad (si no 
camino poniendo el pie baldosa por medio, me voy a sentir muy angustiado) o evitar un 
acontecimiento negativo en el futuro (si no llego a la esquina antes de que pase aquella 
bicicleta, me irá mal en el examen de Patología). Las compulsiones generan rituales (en 
lenguaje común denominados a veces “manías”). La mayoría de las veces el sujeto se 
resiste a ellas y son egodistónicas, aunque en general fracasa en la lucha y termina 
cediendo (al final, “baja los brazos” y acaba realizándolas habitualmente). 
Si tuviéramos que señalar acusadamente las diferencias entre impulsión y compulsión, 
diríamos: 
1º- En la impulsión el sujeto no lucha contra el impulso, lo lleva a cabo; es 
egosintónico. En la compulsión, al menos al principio, la critica y lucha contra ella, 
reconociendo que es absurda (egodistonía), aunque no la pueda evitar. 
2º- En el impulso, por lo general, el sujeto lleva a cabo algo que es placentero en el 
momento, como p.ej., consumir cocaína. En la compulsión realiza algo que a su yo 
puede resultarle displacentero, pero lo “debe” hacer igual. 
3º- En la impulsión el individuo busca el placer, o al menos aliviar la tensión que 
produce el impulso; en la compulsión, busca reducir la ansiedad o la angustia y prevenir 
consecuencias negativas. 
4º- Las compulsiones se dan fundamentalmente en la neurosis obsesiva; las impulsiones 
en una amplia variedad de trastornos con déficit en el control: enfermedades cerebrales, 
psicosis, manía, hipomanía, psicopatías, adicciones, etc. 12 
 
Actuación, acting out, pasaje al acto 
Algunos términos que se utilizan habitualmente en relación a este tema, sobre todo 
cuando utilizamos un marco de referencia psicoanalítico, son: 
Actuación: es una palabra que suele emplearse en castellano como traducción del 
alemán Agieren, utilizado por Freud, o del inglés acting out. No significa “actuar” en el 
sentido teatral, como cuando decimos que un actor dramatiza un papel. En general, 
puede tomárselo como sinónimo de “acción impulsiva”: el sujeto lleva a la acción un 
impulso. En un sentido más estricto, se utiliza en psicoanálisis para describir el 
comportamiento de un sujeto que hace algo, que está en contraste con lo habitual, y que 
usualmente implica algo hetero o autoagresivo. Si está en análisis, debe entendérselo en 
relación a la transferencia: el paciente está “mostrando”, a través de su acción, algo que 
no ha sido “recordado” o simbolizado adecuadamente, y puede estar señalando un error 
de su analista, quien no ha interpretado adecuadamente un aspecto de la transferencia. 
“Lo que no se recuerda, se repite.” 
Alberto, un paciente en análisis, sofoca la cólera que ha despertado en él una interpretación del analista 
sobre su padre. Horas después, discute acaloradamente con su jefe sin un motivo adecuado que justifique 
tal discusión. Ha “actuado” (llevado a la acción) el enojo fuera (acting out) de la sesión, descargándola 
con un tercero, el jefe, que en su inconsciente representa a su analista-padre. Tal vez este desagradable 
episodio con el jefe podría haberse evitado si el analista hubiera advertido la ira de Alberto y la hubiera 
interpretado. 
En la psiquiatría francesa se utiliza la expresión pasaje al acto (passage à l’acte) para 
designar “actos impulsivos violentos, agresivos, delictivos (crimen, suicidio, atentado 
sexual, etc.); el sujeto pasa de una representación, de una tendencia, al acto propiamente 
dicho...este término no hace referencia a una situación transferencial.”13 Muchas veces 
puede relacionárselo con la emergencia de un episodio psicótico agudo. 
Diego, un esquizofrénico de diecinueve años, se arroja súbitamente de un noveno piso. Esta impulsión 
sería tomada, desde el psicoanálisis y la psiquiatría franceses, como un pasaje al acto. Desde una 
perspectiva lacaniana, no es el acting out de un paciente en análisis, que le “muestra” al Otro una falta en 
su escucha, sino una salida del registro simbólico, una huída hacia lo real que implica una disolución del 
sujeto. Mientras que el acting out es un mensaje, el pasaje al acto no lo es. El primero apunta al registro 
simbólico, el segundo a lo real. El paciente es en el primero el sujeto del inconsciente, en el segundo 
queda reducido a objeto, resto (a). 
Desde ya debemos aclarar que estos conceptos –impulsión, actuación, pasaje al acto- no 
se dan únicamente en los trastornos tratados en estos capítulos, sino en una amplia gama 
de cuadros psicopatológicos, de etiología orgánica o psicológica, que van desde la 
neurosis hasta la psicosis. El ejemplo princeps de impulsividad y de falta de control 
adecuado de los impulsos es, sin embargo, la psicopatía, que estudiaremos a 
continuación. 
 
12 SAMAT, J. (2005), pregunta 41. 
13 LAPLANCHE, J.., y PONTALIS, J.-B. (1971), pág. 7. 
 
2- Psicopatías 
El neurótico se angustia y se problematiza por sus síntomas (ansiedad, fobias, 
obsesiones, etc.), que si bien pueden afectar a los demás básicamente lo afectan a él 
mismo (predominio de la autoplastia*).En cambio, existen otros trastornos que 
estudiaremos ahora y que se denominan “psicopatías” o “sociopatías”, que se expresan 
predominantemente a través de conductas aloplásticas*, es decir, cuyos efectos recaen 
sobre los demás, o, en términos de Pichon Riviere, se manifiestan en el área tres. 
Como los neuróticos y caracterópatas, el psicópata conserva el juicio de realidad (no es 
un enfermo mental alienado); como los caracterópatas y psicóticos, carece de conciencia 
de enfermedad. El ejemplo de Raúl, al principio de este capítulo, corresponde a la 
psicopatía. 
Tanto el CIE-10 como el DSM-IV incluyen esas perturbaciones entre los trastornos de 
la personalidad; aquí los diferenciamos por su importancia social y porque clásicamente 
han integrado la tríada “neurosis-psicopatía-psicosis”. El primero los llama “trastorno 
disocial de la personalidad” y reconoce como equivalentes los términos “trastorno de la 
personalidad amoral/antisocial/asocial/psicopático/sociopático”. El segundo los 
denomina “trastorno antisocial de la personalidad”, y los define como “un patrón 
general de desprecio y violación de los derechos de los demás”. 
El psicópata presenta un tipo de comportamiento crónicamente antisocial, con ausencia 
de sentimientos de culpa, responsabilidad, lealtad y amor genuino hacia los demás. 
En los psicópatas faltan los síntomas clásicamente considerados como patológicos: 
delirios, alucinaciones, fobias, obsesiones, etc. A primera vista, jamás dan la impresión 
de estar mentalmente enfermos. Por el contrario, su capacidad de juicio y de 
razonamiento puede parecer óptima. Solamente a través de su historial –que ellos jamás 
refieren con veracidad- se puede estimar la gravedad de su patología. 
Careciendo de moralidad y de culpa, pueden cometer todo tipo de delitos y 
contravenciones: robos, falsificaciones, imposturas, crímenes, drogadicción, 
prostitución, sablismo*, estafas, etc. Pero debemos cuidarnos de pensar que todos los 
delincuentes son psicópatas, o de creer que todo psicópata comete delitos tan gruesos y 
evidentes como los que hemos señalado. Muchos de ellos pasan su vida transgresora 
bajo la apariencia de normalidad, ya que es muy difícil advertir su condición patológica 
antes de conocer en profundidad su historia, y actúan sus impulsos de manera más 
discreta y desapercibida. 
Desde un punto de vista terminológico, es importante señalar que muchos autores, 
siguiendo la etimología del término (psyché, patos, enfermedad de la mente), lo utilizan 
para denominar a todo trastorno mental, y otros (sobre todo alemanes) llaman 
“personalidades psicopáticas” a lo que nosotros denominaríamos “caracteropatías” o 
“trastornos de la personalidad”. Es por lo tanto aconsejable, al leer el término, 
asegurarse de que entendemos en qué sentido lo está empleando el autor. 
También es importante distinguir este trastorno de lo que se denomina en el DSM-IV 
“comportamiento antisocial en el adulto, en la niñez o en la adolescencia”, en el que 
estas conductas no se deben a un trastorno mental, como en el caso de actos antisociales 
aislados o bien crónicos como en el caso de traficantes de drogas, ladrones 
profesionales, chantajistas, estafadores, jugadores deshonestos, etc. Es muy importante 
no creer que toda persona que exhiba una conducta crónicamente antisocial es un 
psicópata; muchas de ellas pertenecen a la subcultura delictiva de una sociedad, 
habiendo efectuado sus aprendizajes vitales en la misma. Son capaces de fuertes 
lealtades y respetan un código ético propio, aún cuando éste sea distinto del resto de la 
sociedad. Su psiquismo, desde el punto de vista psicológico, están indemne; 
simplemente han aprendido “bien” los patrones antisociales vigentes en su medio social. 
¿Cuáles son las características fundamentales del psicópata? 
- Exhibe conductas que implican un desprecio hacia los derechos de los demás y 
las normas sociales vigentes en una sociedad determinada; tiende a burlar las 
reglas y a las autoridades, yendo desde pequeños desacatos y transgresiones 
hasta expresiones de violencia cruel y brutal. Es profundamente irresponsable y 
deshonesto, miente, engaña (a veces para obtener un beneficio personal, otras 
veces sólo por el placer de hacerlo). Puede manifestar indisciplina, rebeldía, 
indolencia, agresividad, crueldad, mendacidad, aberraciones sexuales, robos, 
violaciones, asesinatos, prostitución, abuso de sustancias, etc. Habitualmente 
tiene un estilo de vida parásito. (Conviene recordar otra vez que no todo el que 
comete este tipo de comportamientos es un psicópata, y que ninguno exhibe 
todas estas conductas; p.ej., no todo falsificador es un psicópata, ni todo 
psicópata es falsificador.) 
- Actúa; se denuncia por los hechos, no por lo que dice. Descarga sus impulsos sin 
pensar si ello es o no correcto. Utiliza las palabras, pero no para comunicar 
información, sino para movilizar al otro en un sentido determinado (predominio 
del aspecto pragmático* de la comunicación); por ejemplo, alaba a alguien para 
dejar mal a otro. Por eso, como dijimos antes, jamás detectaremos la psicopatía a 
través de lo que dice el sujeto en la entrevista, sino del registro de sus conductas 
a lo largo de su vida. 
- Falta absoluta de conciencia de enfermedad, aunque puede fingirla si le 
conviene. 
- Sus conductas son egosintónicas*. 
- Fachada social engañosa, puesto que muchos de ellos pueden presentar una 
máscara de consideración, educación, respeto e incluso de madurez emocional. 
frecuentemente son seductoramente encantadores y obsequiosos. 
- Manipulador*, induce a los demás a actuar conforme a sus fines. (De nuevo, no 
todo manipulador es un psicópata; muchos histéricos, narcisistas y otros tipos de 
personalidad también lo son.) 
- Egocentrismo mórbido, egoísmo, incapacidad de altruismo o de amor a otros. 
Insensibilidad a los sentimientos de los demás (falta de empatía*), a quienes usa 
para sus propios fines, tratándolos como cosas y no como personas. 
- Infantilismo, marcada inmadurez emocional, expresados en el guiarse 
exclusivamente buscando el placer inmediato, siendo incapaz de postergar y de 
renunciar al mismo. No tolera la frustración y tiene un umbral muy bajo para la 
descarga de la agresividad. No aprende de la experiencia (p.ej., viola, va a la 
cárcel, sale y vuelve a violar, y vuelve a repetir el ciclo una y otra vez); no se 
enmienda ante el castigo. Es muy impulsivo y le cuesta planificar el futuro; vive 
el presente. 
- Exhibe una llamativa falta de preocupación e imprudencia en relación a su 
seguridad o a la de los demás. 
- Inadaptación social. Aunque al principio pueda resultar simpático, pronto 
defrauda sistemáticamente a los que tuvieron la ingenuidad de confiar en él, se 
ve rechazado y debe recomenzar el ciclo de nuevo. No puede acomodarse por 
largo tiempo a las normas sociales. Por ello suele ser inestable, no mantiene 
relaciones (laborales, ambientales, familiares, de amistad) duraderas. Pero puede 
ser muy hábil para establecerlas. Tiende a ser promiscuo sexualmente y a tener 
numerosas parejas a lo largo del tiempo. 
- Es muy hábil para racionalizar su impulsividad, es decir, para justificar y brindar 
una explicación plausible de sus conductas antisociales, habitualmente echando 
la culpa a otros (“robo porque estoy en contra del sistema capitalista, que es 
injusto y explotador”, “no pude evitar violarla porque yo fui violado de 
chiquito”). 
- No presenta ansiedad, angustia o miedo, al menos en el nivel manifiesto, pero sí 
experimenta estados de malestar (tedio, aburrimiento, tensión, disforias 
depresivas) que tolera muy mal y que resuelve habitualmente a través de una 
actuación. Por su tendencia a aburrirse, necesitan estimularse con “acción”. 
- Como los otros trastornos de la personalidad, sus tendencias psicopáticas se 
manifiestan desde muy pequeño, a través de problemas de conducta. 
Dentro de las psicopatías encontramos muchos tipos diferentes, desde el psicópata 
encantador,

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