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La superconfusión absoluta -Sobre la crisis y el derrumbe del sistema capitalista M.P.M. (Arenas) Suplemento de Resistencia, septiembre de 1996 Sumario: — Introducción — Superproducción y subconsumo — La teoría del derrumbe y el derrumbe de la teoría — El excedente de capital y Rosa Luxemburgo — Nicolás Bujarin: un bolchevique bajo sospecha — La superconfusión absoluta — Henryk Grossmann y su aproximación al marxismo — El análisis económico de Lenin — Notas Introducción Cuando ya creíamos zanjada la polémica que desde tiempo atrás hemos sostenido con Rapporti Sociali en relación con la crisis económica capitalista (1), el camarada Mario Quintana ha salido a la palestra con un extenso trabajo, Del romanticismo al revisionismo (Superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo), que, desde luego, no esperábamos. Así que su anuncio nos causó la misma impresión que un trueno en cielo despejado. M. Quintana llegaba, una vez más, tarde a la cita. Eso era todo. No sospechábamos siquiera la sorpresa que nos tenía preparada para esta ocasión, lo que ha producido entre nosotros el mismo efecto que si nos hubiera caído encima una de esas gotas frías que lo arrasan todo. De modo que ahora tenemos que recomponer nuestro frágil edificio teórico comenzando desde los cimientos. ¡Duros trabajos nos esperan! Creo -escribe M. Quintana en una nota aparte que nos ha enviado junto a su escrito- que la polémica con RS ha puesto de manifiesto lo que no queremos, pero en modo alguno hemos aclarado nuestras propias posiciones en la materia [...] En la crítica a RS -dice más adelante-, se pone de relieve una indefinición y cuando se trata de concretar algo más, se incurre en viejos criterios copiados a los soviéticos, es decir, se apoyan las tesis del subconsumo. Pero incluso en la defensa de esta posición la debilidad con que se manifiesta es cada vez mayor. Como vemos, M. Quintana comparte con RS, junto a otras muchas ideas y concepciones que después veremos, la misma insatisfacción por las indefiniciones y por la escasa atención que, según él, dedicamos a la economía. La economía es nuestra ‘cenicienta’ -leemos en la nota que estamos comentando-, y la hemos tenido tradicionalmente relegada entre nosotros [...] Hemos elaborado un libro sobre Biología, Física, Psicología, etc., y, sin embargo, nada sobre la cuestión económica. Esto que acabamos de recoger de su nota es en parte cierto. Pero de ahí no se deduce, tal como él lo hace, que cada vez que hemos abordado este tema lo hayamos hecho desde la indefinición. Precisamente, ha sido por este motivo, es decir, por considerar que estas cuestiones estaban ya, desde Marx y Lenin, muy bien definidas, por lo que no hemos visto necesario definirlas de nuevo. Esto explica nuestro desinterés por el tema. Por lo demás, el que a Quintana se le antoje que los criterios en que nos apoyamos son viejos, el que sostenga que esos criterios se apoyan en las tesis del subconsumo para explicar la crisis capitalista, sólo demuestra su tremenda confusión y que no está de acuerdo con las definiciones marxistas. Esto explicaría también su enorme interés por el tema y su intento de revisar la concepción marxista-leninista sobre la crisis que nosotros defendemos, presentándola como algo ya desfasado o copiado de los soviéticos. Como si los soviéticos no hubieran copiado a su vez las tesis de Marx y Engels o hubiéramos de identificarlos con la degeneración revisionista. ¿Fue Lenin soviético? ¿Lo fue Stalin? ¿Debemos seguir defendiendo sus tesis sobre el imperialismo, sobre la fase última del capitalismo? ¿Encierran esas tesis lo fundamental sobre la crisis económica del sistema, o hay que inventar otras nuevas? Estas son las cuestiones en las que está centrado el debate por nuestra parte. Que el camarada Quintana, en sintonía con los redactores de RS, pretende conducirlo por otro derrotero (por el del análisis puramente económico), de eso no nos cabe ninguna duda. Esto nos obliga a tener que entrar al trapo, es decir, nos obliga a preocuparnos, por fin, por la economía en la forma que ellos la entienden ya que, de lo contrario, no podríamos desenredar la madeja en la que nos han envuelto por uno y otro lado. Esta madeja tiene un nudo, que es el que impide salir del embrollo: la teoría sobre la superproducción absoluta de capital. Después de señalar las tres derivaciones que ha tenido la teoría marxista sobre la crisis (la que niega la superproducción, la teoría del subconsumo y la teoría de la superproducción absoluta del capital) y acusar al Partido por haber sostenido la teoría del subconsumo, M. Quintana concluye que la teoría de la superproducción absoluta, que es claramente minoritaria y prácticamente desconocida, sólo han tratado de defenderla los revisionistas franceses, pero en realidad lo que han defendido ha sido la superproducción relativa de capital. Esa misma es la posición de RS -prosigue Quintana- en realidad ellos están apoyando la superproducción relativa de capital, no la absoluta. Lo que hay que criticar en RS es justamente que no defienden la superproducción absoluta de capital. Como se ve, a RS le ha salido un mal aliado, ya que si bien Quintana reconoce que, al igual que los revisionistas franceses han tratado de defender la teoría de la superproducción absoluta de capital, en realidad, ellos también están apoyando la superproducción relativa, no la absoluta, que es, ni más ni menos, lo que tanto RS como Quintana, cada uno por su lado y a su manera, nos están criticando a nosotros. De todo lo cual resulta que sólo Quintana tiene una noción clara y justa sobre este intrincado problema. Todos los demás, incluidos los marxistas que nos han precedido, desfilan a lo largo de su trabajo, como unos subconsumistas empedernidos. M. Quintana hace referencia a un texto que redactamos en 1981 en la polémica que sostuvimos sobre este mismo problema con el famoso Peña (texto que considerábamos perdido pero que él había conservado), para hacernos saber lo que sigue: Nuestras posiciones han venido marcadas no sólo por una endeble defensa del subconsumo sino, además, por una incomprensión de lo que expresa el término 'capital' cuando se emplea en referencia a la superproducción de capital, marcado por la polémica de 1981 con Peña en este mismo punto. En ese contexto, capital significa tanto capital mercancías como capital dinero, por lo que la crítica a Peña (no publicada) tenía razón en este aspecto. Pero al igual que la crítica a RS, el texto no publicado en 1981 arrastraba numerosos errores, si bien hay que reconocer que bastante más graves que los actuales. En especial, en ambos textos no se comprende la idea de Marx de que las condiciones de explotación directa y las de su realización no son idénticas. Esta es la cuestión que han aireado siempre los subconsumistas para transformar una cuestión secundaria (producción- circulación) en principal. La confusión se dejaba sentir sobre todo en aquella supuesta contradicción descubierta entre superproducción y subconsumo. Se decía también en aquel texto de 1981 que 'la extracción de plusvalía no halla más límites que los que le opone la capacidad productiva de la sociedad'. Lo que no es cierto, porque no se toma en cuenta para nada la ley de la caída de la cuota de la ganancia, que es la ley 'más importante' de la economía, según Marx. Y éste es el núcleo fundamental de la cuestión, porque sin necesidad de tomar en cuenta los problemas de realización, Marx demuestra los límites internos de la propia producción capitalista. La extracción de plusvalía sí tiene límites dentro de la producción misma, límites que se refieren tanto a la masa (superproducción absoluta) como a la cuota (superproducción relativa). Tal como plantea M. Quintana el problema en ese largo pasaje que acabamos de citar, parece como si fuéramos nosotros, los subconsumistas, y no él y los que como él defienden la tesis de la superproducciónabsoluta de capital, los que carecemos de una noción clara de lo que expresa dicho término. Quintana asocia la idea del subconsumo a la superproducción relativa de capital para atribuirnos la confusión que identifica una supuesta contradicción (superproducción-subconsumo) con una contradicción secundaria (producción-circulación) para destacar finalmente que convertimos esta última en contradicción principal, cuando, en realidad, toda nuestra exposición de hace quince años y la que hemos hecho más recientemente, de lo que trata es de librar, precisamente, la noción de capital de todo ese fárrago economicista en que, inevitablemente, aparece envuelto para situarlo en su verdadera dimensión económica, social e histórica. Es esta dimensión lo que no acaba de entender Quintana y todos los que de una u otra manera vienen defendiendo la teoría sobre la crisis de superproducción absoluta de capital. Para lo cual tiene que separar, como si se tratara de dos actos o momentos independientes e innecesarios el uno para el otro, la producción de la circulación; es decir, el proceso directo de producción donde se extrae la plusvalía (la valorización) del proceso de circulación donde se realiza. Sólo de esta manera se puede estimar, como lo hace Quintana, que la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (él no habla de tendencia) es la más importante de la economía, y que atribuya este disparate a Marx. Y que en consecuencia con este disparate diga otro aún mayor como lo es, sin duda, afirmar que sin necesidad de tomar en cuenta los problemas de realización, Marx demuestra los límites internos de la propia acumulación de capital, de la propia producción capitalista. Enfocado así el problema, ¿qué queda de la misma noción de capital? Recordemos que fue esa misma concepción productivista, lo que criticamos a Peña, señalando, como ahora nos recuerda M. Quintana, que capital significa tanto capital mercancía como capital dinero. En la polémica con RS, por el contrario, en lo que más hemos insistido, en contra de su concepción dineraria del capital, ha sido en la forma mercancía y en la producción misma que ellos habían olvidado por completo, excluyéndolas de la explicación del fenómeno de la crisis. Pero sobre todo, en lo que más hemos hecho hincapié en los dos casos referidos ha sido en la verdadera noción de capital, concebido como relación social. Hemos insistido una y otra vez en la contradicción fundamental del sistema capitalista, la que se manifiesta de forma aguda y violenta durante la crisis económica, en la contradicción entre las fuerzas productivas sociales y la apropiación individual o privada, lo que constituye el verdadero límite a la producción capitalista, límite que se halla fuera de la producción y de la circulación, fuera de la economía. Pero según Quintana -y en esto también coincide con Peña y con RS- la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción lo explica todo en general y, por tanto, por lo mismo, no explica nada en particular. Por lo que se ve, él pretende que en la explicación de lo particular nos olvidemos del principio general, para ir a buscar la causa y explicación de la crisis, no en las relaciones de producción, en la economía política, sino en la propia producción. ¿Qué entiende Quintana por lo particular, a la hora de enfocar el fenómeno de la crisis? Lo particular para él es la propia producción, en tanto que para nosotros lo particular es la crisis misma, para cuya comprensión se hace necesario no sólo analizar la producción, sino también la circulación, es decir, el modo de producción e intercambio que sirve de base a las relaciones entre los hombres, concibiéndolo como un todo único, en sus contradicciones y desarrollo. La crisis viene a poner claramente de manifiesto esas contradicciones, es el estallido de esas contradicciones, lo que revela al mismo tiempo los límites y el carácter histórico del sistema capitalista. Este planteamiento, no lo explica todo, pero tampoco es cierto que no explique nada. Explica lo más esencial; es, si se quiere, una abstracción, que nos permite descender a lo particular o más concreto, a las distintas contradicciones que contiene dicho fenómeno y su proceso. Pero esto sólo puede hacerse desde esa concepción, desde la concepción materialista dialéctica de la historia. Lo que no se puede pretender es que lo explique todo, para luego ir a buscar otras explicaciones en otra parte que nada o muy poco tienen que ver con el tema que tratamos y que desvían la atención de los verdaderos problemas teóricos y prácticos que se nos plantean. Por ejemplo, para comprender la crisis del sistema capitalista en su actual desarrollo, en la etapa monopolista financiera, ocupa un lugar destacado el análisis del imperialismo. Pero el imperialismo no aparece jamás por ninguna parte en la teoría sobre la superproducción absoluta de capital, y es lógico que así ocurra, ya que es imposible descubrirlo en la producción misma; no aparece ni como base económica monopolista ni, por supuesto, como política agresiva, militarista y ultrareaccionaria de los monopolios y la oligarquía financiera, por la sencilla razón de que los analistas de la superproducción absoluta de capital han perdido de vista, no sólo la circulación, sino lo que es mucho más importante: la contradicción fundamental del sistema, la que existe entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la cual alcanza en esta etapa el grado máximo de antagonismo a que puede llegar. Llegados a esta etapa, en el análisis de los productivistas, el capitalismo como relación social históricamente determinada se ha escurrido por el sumidero en el mismo lugar donde se efectúa la superproducción absoluta de capital. No debe extrañarnos que, después de esto, los mismos teóricos que hacen tales planteamientos tengan que recurrir a una subjetividad revolucionaria que marche paralela con su análisis de la crisis y les ayude a llenar la tremenda oquedad que tanto esfuerzo vano ha dejado en su cabeza. Pero de todo esto nos ocuparemos más adelante. Lo que importa destacar aquí es que de esa forma se llega a los mismos resultados que denuncia Lenin respecto a la teoría del ultraimperialismo de Kautsky: a volver la espalda a las contradicciones existentes y a olvidar las más importantes, en vez de descubrirlas en toda su profundidad (2). Superproducción y subconsumo Todo el empeño de Mario Quintana está puesto en demostrar la identidad de las posiciones del romanticismo clásico, con las que ha mantenido y mantiene el revisionismo. El mismo título que encabeza su extenso trabajo (Del romanticismo al revisionismo...) así lo sugiere. Los románticos describen al capitalismo no como un sistema económico destinado a acumular y producir plusvalía, sino destinado a satisfacer las necesidades sociales por medio de la fabricación de mercancías, su distribución y venta. Sustituyen una contradicción económica principal, la que se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, por una contradicción secundaria, la que se verifica entre producción y consumo, o dicho de otro modo, contradicción producción-mercado, producción-realización, producción-circulación, producción-distribución. De ahí se derivan todas las teorías subconsumistas, de la contracción de los mercados y de las dificultades de realización. Desde luego, no es posible saber cómo ha podido Quintana ensamblar la concepción más en boga entre los economistas vulgares (y hoy lo son todos los economistas burgueses), según la cual el capitalismo es un sistema económico destinado, no a producir y a acumular plusvalía, sino a satisfacer las necesidades sociales, con la teoría subconsumista de la contracción de los mercados y las dificultades de realización. Pero lo que sí queda bastante claro es que, desde ese planteamiento, Quintana nos coloca en una posición de la que nos resulta imposible encontraruna salida. Tanta contradicción secundaria (contradicción producción-consumo, contradicción producción-mercado, producción-realización, producción-circulación, producción-distribución), ¿para qué? Precisamente para trazar un paralelismo entre todas esas absurdas contradicciones con otra que no lo es; es decir, para identificar el subconsumismo, en que se concretan todas esas contradicciones que refiere (y que se pueden resumir en una sola), con la contradicción que actúa en las crisis y que se manifiesta, precisamente, en la contracción de los mercados y las dificultades de realización. Esto nada tiene que ver con el subconsumo, sino, en todo caso, con la superproducción. A ningún marxista se le ha ocurrido jamás negar este hecho. Otra cosa es la interpretación que se quiera hacer de él. Superproducción no significa subconsumo, por lo mismo que las mercancías no están solamente constituidas por productos para el consumo directo de la población, sino también, por medios de producción y por capital dinero, junto a todo lo cual se da también un exceso de población obrera. Esta superproducción, que tiene su origen en la producción, se manifiesta en el área de la circulación, de modo que aquí producción y circulación forman un mismo y único proceso, que se contradice progresando y que halla finalmente la solución momentánea en la crisis (*) . Sin producción no puede haber circulación, y viceversa; si bien el aspecto principal de dicha contradicción lo forma la producción. M. Quintana no entiende que lo que él denomina contradicción económica principal, la que supuestamente se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, es una contradicción inexistente, ya que el proceso de trabajo es, al mismo tiempo, el proceso de valorización del capital, donde éste extrae la plusvalía. Otra cosa muy distinta es la contradicción que se da en el mismo proceso de trabajo y, por consiguiente, en el proceso de valorización, entre el trabajo necesario y el trabajo excedente. Es en la contradicción entre el trabajo necesario y el trabajo excedente donde se manifiesta la ley de la tendencia decreciente de la cuota de la ganancia. Pero esta ley (considerada por Quintana como la más importante de la economía capitalista) no tiene nada que ver con el proceso de trabajo, sino con la composición orgánica del capital. Este es el fenómeno que Quintana quiere describir sin acertar a establecerlo. Ha oído repicar campanas, y no sabe dónde. M. Quintana no entiende tampoco que sin realización (que se lleva a cabo en la circulación) el capital no puede consumar su ciclo, y que, por consiguiente, para el capitalista es lo mismo que si no hubiera extraído la plusvalía en el proceso de trabajo. De ahí que resulte tan importante la segunda fase del proceso de producción del capital, sin la cual, ni tan siquiera éste, puede ser considerado como tal. Este es el motivo por el cual, contrariamente a lo que sostiene Quintana, la contradicción económica fundamental del capitalismo no puede situarse en el interior del proceso de trabajo, donde el capital se valoriza y encuentra su complemento en la circulación, donde ha de realizarse necesariamente el valor creado. Es ahí donde se produce la contradicción que repercute en la producción, estancándola, unas veces, paralizándola otras y, por lo general, destruyendo una parte del capital productivo. Son dos partes de un mismo proceso, cuyas funciones son diferentes. Por eso dice Marx que las condiciones de valorización y las de realización no son idénticas: una se efectúa en el proceso de trabajo, la otra en la circulación, pero entre uno y otro acto existe una estrechísima relación, forman las dos partes constitutivas y contradictorias de un mismo proceso, el proceso de la explotación capitalista, que no pueden disociarse jamás, so pena de paralizar a todo el sistema que es, precisamente, lo que sucede durante las crisis. Esta es la cuestión que los productivistas tratan de velar con sus ataques a los subconsumistas, como si fuera posible concebir el capitalismo sólo a medias, en la producción, prescindiendo de la circulación (la producción sin el consumo); o dicho de otra manera: concebir la valorización sin la realización, la creación de valor sin que este nuevo valor encuentre las condiciones necesarias para valorizarse de nuevo. No contento con su abusiva interpretación de nuestro subconsumismo, Quintana recurre a Lenin para echárnoslo encima con todo el peso de su autoridad. Veamos a continuación como lo hace: Los románticos no comprendieron que la diferencia entre la producción y el consumo no conduce al subconsumo, sino a la acumulación, que es la base del funcionamiento del capitalismo. Negar la acumulación es negar el progreso del capitalismo: 'Sería difícil expresar con más relieve -escribía Lenin (quede claro que la cita es de Quintana)- la tesis fundamental del romanticismo y la concepción pequeño-burguesa acerca del capitalismo. Cuanto más rápidamente aumente la acumulación, es decir, el excedente de la producción sobre el consumo, tanto mejor, enseñaban los clásicos (los cuales) formularon la tesis absolutamente correcta de que la producción crea su propio mercado, determina el consumo. Y nosotros sabemos que Marx ha tomado de los clásicos esta concepción de la acumulación [...] Los románticos sostienen precisamente lo contrario, cifran todas sus esperanzas en el débil desarrollo del capitalismo y claman porque este desarrollo sea detenido (3). Verdaderamente, con esta cita, Quintana nos ha dejado aplastados y boquiabiertos. Curiosamente, es el mismo recurso al que han recurrido los camaradas de RS para tratar de demostrar la inconsistencia de nuestros argumentos. Salta a la vista, para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con el tema que estamos debatiendo, la enorme confusión que reina en la cabeza de nuestros detractores, cuando intentan servirse de la crítica de Lenin a los románticos rusos de finales del siglo XIX, para demostrar nuestro subconsumismo. Una cuestión que está planteada por nuestra parte en relación con la crisis del sistema capitalista tomado en su conjunto y en la etapa última de su desarrollo -cuando el problema de la contracción de los mercados se presenta como uno de los más serios-, ellos lo trasladan a un país concreto (Rusia) y a una etapa (finales del siglo XIX) en que se inicia en él el desarrollo del capitalismo, cuando, efectivamente, tal como demostraron los clásicos, la producción crea su propio mercado; nos trasladan a una época y a un país en que el problema de los mercados era prácticamente inexistente por la misma razón del desarrollo, de la acumulación capitalista, que es el plano en que está planteada la cuestión. Entonces Lenin puso de manifiesto en toda una serie de trabajos la inconsistencia de la teoría de los populistas, quienes, inspirándose en Sismondi, aseguraban que resultaría imposible realizar la plusvalía debido a la inexistencia de pequeños productores y de un mercado capitalista en Rusia. De manera que, mientras nosotros nos estamos refiriendo a la superproducción que genera el capitalismo en la fase última, monopolista, de su desarrollo, a la superacumulación que no encuentra salida en el mercado, ellos nos están hablando de la acumulación originaria, de una acumulación que resulta de la diferencia entre la producción y el consumo, y que sirve de base al progreso del capitalismo. En toda esta polémica se evidencia la relación entre la producción y la realización; es decir, en ningún momento, ni Lenin, ni Marx, ni los clásicos han puesto en tela de juicio la necesidad del mercado para el desarrollo capitalista. La cuestión estriba en que, mientras los románticos argumentan acerca de la imposibilidad de realizar la plusvalía por la falta de mercado, Lenin y los clásicos aseguran por su parte que este mercado es creado por el propio proceso de producción y acumulación capitalista; que cuanto más rápidamenteaumente la acumulación, es decir, el excedente de producción sobre el consumo, tanto mejor.... ¿Qué tiene que ver esta tesis con el proceso de trabajo, con la contradicción entre el proceso de trabajo y la valorización de que nos habla nuestro querido Quintana? Para que Lenin le hubiera dado la razón en su discurso sobre el romanticismo económico, tendría que haberse expresado en los siguientes términos: señores románticos, no se preocupen tanto por los mercados, ¿es que no saben que desde los clásicos está más que probado que la plusvalía no necesita ser realizada, que la plusvalía se valoriza en el proceso de trabajo, que ahí se acumula y que con esta acumulación es más que suficiente para que tenga lugar el desarrollo del capitalismo que ustedes tanto repudian? No cabe duda de que con este discurso de Lenin nos habríamos quedado chafados para siempre, pero aun así no se habría avanzado ni un milímetro en la aclaración de este problema. ¿Se pueden sostener hoy, sin exponerse a hacer el ridículo más espantoso, las mismas tesis que defendía Lenin para Rusia a finales del siglo XIX? ¿Se puede sostener que en la etapa de desarrollo monopolista del capitalismo, en la era imperialista, la acumulación, el excedente de la producción, no representa ningún problema para el capitalismo y que resulta tanto mejor para él, por cuanto le permite crear nuevos mercados y determinar el consumo en la misma forma que lo hacía al comienzo de su desarrollo? Es ésa, precisamente, la idea que están propagando, desde hace más de un siglo, los apologistas del imperialismo, y con ellos todos los revisionistas, para ocultar las profundas contradicciones que lo corroen por dentro y la crisis económica, ya endémica, que padece. Ningún marxista puede ignorar que ese excedente de capital a que se refiere Lenin, que constituía en otra época, en la etapa inicial del desarrollo capitalista, una palanca formidable para el progreso social, se ha llegado a convertir en el curso de los últimos decenios en su contrario, es decir, en una poderosa traba que impide todo movimiento. Esto es lo que ha dado lugar a la formación de los monopolios y del capitalismo financiero, a la crisis crónica de superproducción, a las guerras imperialistas y a que se abrieran paso, a través de ellas, las revoluciones socialistas y los movimientos de liberación nacional. En pocas palabras, el desarrollo capitalista, la acumulación y la concentración del capital, han conducido al imperialismo y a la crisis general del capitalismo, y esta crisis ha hecho estallar al sistema por todas sus costuras, planteando en el orden del día la cuestión de la revolución, es decir, del cambio de las viejas relaciones de producción por otras nuevas, más acordes con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. La teoría del derrumbe y el derrumbe de la teoría La teoría del derrumbe del sistema capitalista, que habrá de sobrevenir inevitablemente como consecuencia del desarrollo de sus contradicciones internas, y que está relacionada con la acumulación y concentración capitalista y la crisis, ha sido tradicionalmente una de las teorías peor comprendidas dentro del movimiento obrero revolucionario y la más atacada y tergiversada por sus enemigos. Sobre este particular, Mario Quintana razona justamente en el segundo apartado de su trabajo: Marx sólo utiliza de pasada la expresión 'derrumbe' [...] en el sentido de una inviabilidad del modo de producción capitalista para reproducirse indefinidamente [...] Pero la idea de la naturaleza esencialmente transitoria del capitalismo aparece repetidas veces en las obras de Marx y Engels. A continuación, Quintana recoge varias citas de El Capital con las que, una vez más, demuestra la confusión que reina en su cabeza también en este punto. En una de ellas puede leerse lo que sigue: El régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal... (4). En la cita que sigue, Marx expresa: El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que en ella son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción... (5). Nos encontramos pues, por un lado, con que el régimen de producción capitalista tropieza en su desarrollo con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter meramente histórico, transitorio del régimen capitalista de producción; y, por otra parte, también nos encontramos con que el verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que en la producción son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción. Aquí vemos expuestas con toda claridad dos contradicciones de naturaleza distinta: la primera, la que existe entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, contradicción que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal; la segunda, la que se origina en el proceso de producción y está constituida por el mismo capital, por el hecho de que en ella son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta. Es a esta segunda contradicción a la que se viene refiriendo Quintana continuamente como a la contradicción más importante del capitalismo; sin embargo, esta contradicción constituye, en realidad, sólo un aspecto (el que se refiere al desarrollo de las fuerzas productivas) de la contradicción fundamental del sistema capitalista, que para que pueda ser efectiva tiene que ser unida con el otro aspecto que forma dicha contradicción, el cual no guarda relación con la producción o está situado fuera de ella; es decir, con ese obstáculo peculiar que acredita precisamente la limitación y el carácter meramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción. De otra manera no es posible entender el capital como relación social, ni la producción por la producción misma, es decir, la valorización como el verdadero límite de la producción capitalista. Eso por no insistir aquí de nuevo en la refutación de las ideas de la valorización, de la extracción de la plusvalía y del proceso de acumulación y concentración capitalista concebidos como independientes de la realización. Una vez desligados e invertidos los dos aspectos de la contradicción fundamental del sistema capitalista, el campo queda libre de obstáculos para exponer en toda su extensión la teoría del derrumbe, que habrá de producirse por la propia inercia de la superproducción absoluta de capital. Para eso, nada mejor que servirse de la crítica revisionista de la teoría e introducir al mismo tiempo una unidad dialéctica de lo objetivo y lo subjetivo, totalmente superficial y postiza en el análisis. Es lo que vemos hacer a Quintana sin ningún tipo de reparos al comentar la polémica que sostuvo Kautsky en defensa del marxismo, cuando aún no se había convertido en un renegado, con los revisionistas encabezados por Bernstein. Kautsky fue uno de los primeros en salir al paso del revisionismo y defender una supuesta ‘ortodoxia marxista’, dice M. Quintana en esta parte de su escrito. La razón de esa supuesta defensa de la ortodoxia la aclara inmediatamente al afirmar que Kautsky acabó abrazando posteriormente todas y cada una de las posiciones del revisionismo. Esto no quita para que, al analizar sus posiciones ideológicas contra el revisionismo, Quintana observe que: Kautsky se atiene a los aspectos secundarios y los pone en primer plano para destacar sus diferencias con Bernstein, mientras soslaya los principales, en los que adopta una actitud muy ambigua. La postura de Kautsky -prosigue Quintana- resultó, por tanto, inicialmentecentrista: consideraba la ley del derrumbe como el ‘punto capital’ de la crítica de Bernstein, pero no la admitía. Sin embargo, tampoco admitía la viabilidad ilimitada del capitalismo y para ‘demostrarlo’ recurrió, como alternativa, a los propios revisionistas, tomando prestada de ellos una singular versión subconsumista. Decía Kautsky: ‘La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento en que el mercado no se extiende en la medida en que la producción, es decir, que el exceso de producción se hace crónico [...] He aquí una situación de la cual, si se presenta, resultará inevitablemente el triunfo del socialismo. Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa progresando como hasta aquí, porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites, en tanto que la extensión de la producción es ilimitada [...] La forma de producción capitalista llegará a ser insoportable no sólo para los proletarios, sino también para la masa de la población, en cuanto la posibilidad de la extensión del mercado no responda a las necesidades de la extensión de la producción, que nacen del aumento de la población industrial, del crecimiento del capital, de los progresos de las ciencias aplicadas’ (6). ¿Dónde está, en esa cita, el préstamo tomado por Kautsky a los revisionistas? (**) ¿De dónde ha sacado Kautsky tan singular versión subconsumista? ¿Dónde está aquí el centrismo y la ambigüedad de Kautsky? ¿Acaso en considerar como falsa la versión revisionista, según la cual Marx hace depender el derrumbe del sistema capitalista, sólo y exclusivamente de los factores económicos, prescindiendo de los aspectos políticos e ideológicos de la lucha de clases (el famoso determinismo económico de Marx), para después atacarlo cómodamente? ¿No se corresponde más bien esa idea revisionista con la teoría de la superproducción absoluta de capital que está defendiendo M. Quintana? La siguiente cita del mismo Kautsky, que reproduce Quintana, aclara este aspecto del problema mucho mejor que podríamos hacerlo nosotros: Demostrar que la superproducción llega a ser crónica e irremediable, no es profetizar que muy pronto ha de sobrevenir una enorme crisis universal de donde brote la sociedad socialista triunfante como nuevo Fénix que renace de sus cenizas. Esta superproducción crónica acaso tenga un proceso tardío. No sabemos cómo ni cuándo ocurrirá. Y hasta reconocería de buen grado que puede dudarse de su realización tanto más fácilmente cuanto más rápida sea la marcha del movimiento social. La superproducción crónica irremediable representa el límite extremo más allá del cual no puede subsistir ya el régimen capitalista; pero otras causas pueden hacerlo sucumbir antes. Hemos visto que la concepción materialista, al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la evolución social, factores que se explican por las condiciones económicas, pero que son de naturaleza moral y espiritual, y que agrupamos bajo la fórmula de ‘lucha de clases’. La lucha de clases del proletariado puede ocasionar la caída de la forma de producción capitalista antes de que llegue ésta al período de descomposición. Si el demostrar que la superproducción se hará crónica no es predecir la gran crisis universal, tampoco es profetizar que el régimen capitalista acabará de esta o de la otra manera. Pero es importante aquella indicación, porque al fijar un límite extremo a la duración de la sociedad capitalista actual, se hace salir al socialismo de las regiones nebulosas en que tantos socialistas le creen, nos aproximamos a él, y lo convertimos en un objeto político tangible, necesario. Ya no se trata de un sueño que se realizará dentro de quinientos años, o que acaso no se realizará nunca (7). La conclusión que extrae M. Quintana de esta extensa cita de la obra de Kautsky no puede resultar más grotesca: Por tanto -dice Quintana- Kautsky diferencia claramente dos tipos de crisis, las coyunturales y las estructurales: esta última es ‘la crisis’ por antonomasia, la última, la del colapso definitivo de todo el sistema capitalista a escala planetaria, porque ‘si la superproducción es general, la quiebra lo será también’. Esto es algo que diferencia a Kautsky de los seguidores posteriores de las teorías subconsumistas: según él, es una crisis que no tiene remedio. Kautsky trató así de mantener el tipo, de guardar las apariencias, pero no explicó en absoluto por qué y de qué modo esa crisis total de subconsumo llevaba al derrumbe del capitalismo. M. Quintana quiere que expliquemos la crisis total que habrá de llevar al derrumbe del capitalismo, no desde la concepción del materialismo histórico, que al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la evolución social [...] que agrupamos bajo la fórmula de ‘lucha de clases’, sino según el enfoque que él nos ofrece del análisis económico que ya conocemos. No obstante, al llegar a este punto, M. Quintana parece darse cuenta del vacío que nos deja en el alma y se dispone a llenarlo. Es entonces cuando descubre la ruptura que realiza Kautsky de la unidad dialéctica entre los objetivo y lo subjetivo en la revolución. En su exposición, dice Quintana, ambos contrarios no aparecen unidos sino separados: los factores económicos coexisten con los ‘demás factores’, de modo que éstos ‘pueden adelantarse en el tiempo a los económicos y, por tanto, surgir al margen de ellos’. Claro, Quintana no sabe explicarnos cuál es el nexo de unión del factor económico con los demás factores, en qué parte de su análisis aparecen unidos y en qué consiste, precisamente, la contradicción o la lucha entre ellos. ¿No es, acaso, en esa separación de lo objetivo respecto a lo subjetivo, del ser pensante que capta, a través del análisis, las relaciones o concatenaciones entre las cosas o los fenómenos? La contradicción existe sólo cuando no concuerda el análisis (lo subjetivo) con el mundo objetivo, y se resuelve cuando lo subjetivo refleja correctamente lo objetivo. Pero esa separación, ese estar uno al lado del otro, en el problema que aquí tratamos, existe y existirá siempre. Concebir este asunto de otra forma resulta de un subjetivismo delirante. En eso consiste, precisamente, la labor del Partido, del elemento consciente, el cual analiza los fenómenos económicos desde una concepción determinada (la materialista dialéctica), teniendo en cuenta, además, otros factores, no sólo políticos, sino también morales, que se derivan de la lucha de clases. Enfocada la cuestión desde este punto de vista, ¿pueden esos factores independizarse de los económicos y adelantarse a ellos en el tiempo y, por tanto, surgir al margen de ellos? Quintana lo niega. Pero nosotros sabemos que ésa ha sido la labor que realizaron Marx, Engels, Lenin, Mao y todos los marxistas. Otra cosa muy distinta es pretender hacer surgir, como por encanto, del análisis puramente económico o del movimiento espontáneo de las masas, una subjetividad revolucionaria que prescinde del materialismo dialéctico e histórico y de la lucha de clases. Kautsky, hacia el final de su vida, renegó del marxismo y se pasó a las filas de los enemigos de la clase obrera, pero en el momento en que escribió la obra que M. Quintana critica (1899) era el teórico más destacado del marxismo y supo defenderlo frente a las tergiversaciones y ataques del revisionismo. Claro que siempre se pueden encontrar algunas ambigüedades en las expresiones y el análisis del Kautsky marxista. Pero esto era algo común a toda la socialdemocracia de entonces, en particular de la alemana; producto de la época de desarrollo pacífico del capitalismo, una época en la que la perspectiva de la crisis revolucionaria aún no se divisaba en el horizonte. Fue en esas condiciones donde se gestó el revisionismo que tanto Kautsky como Plejanov fueron los primeros en combatir. Esta crítica no podía por menos que reflejar el filisteísmo pequeño-burgués y el espíritu conciliadorque comenzaba a abrirse paso en el movimiento socialista, anuncio del camino que más tarde iba a tomar, pero no hasta el grado que permita calificarla, tal como hace Quintana, como hecha en lo sustancial, desde dentro del revisionismo. Esta afirmación puede servir para la defensa de su posición, pero no corresponde a la verdad. ¿Qué es aquí lo sustancial? ¿En qué se distingue el revisionismo del marxismo en el asunto que tratamos? Esencialmente se diferencia en que, aun rechazando la teoría del derrumbe, tal como ellos mismos la han formulado, lo confían todo al desarrollo de las fuerzas productivas, lo que supuestamente traerá consigo el cambio o la evolución social por la vía de las reformas; es decir, sin necesidad de la revolución o del cambio violento, sin necesidad del derrocamiento del poder de la clase burguesa dominante, y sin que haga falta para ello, por consiguiente, ningún partido revolucionario, ni introducir desde fuera del movimiento de masas el factor subjetivo, la conciencia y la voluntad revolucionarias. Para el marxismo, por el contrario, como hemos visto más arriba, esos factores son absolutamente necesarios para el derrumbe del capitalismo. Por esa razón, por más que les pese a los revisionistas, el marxismo jamás ha planteado tal derrumbe al margen de los factores políticos e ideológicos que son determinados por la situación que ocupan las clases en la sociedad, por la oposición entre sus respectivos intereses, de la que se deriva la lucha entre ellas. Las crisis económicas de superproducción crean las condiciones objetivas necesarias para el derrumbe, pero el capitalismo no se derrumba por sí solo en base a sus contradicciones puramente económicas. Al capitalismo hay que derrumbarlo por la acción del movimiento de masas revolucionario que crea la propia crisis capitalista en combinación con la labor del Partido. Esto es lo sustancial en toda esta discusión, lo que, aun dentro de la ambigüedad del discurso de Kautsky, éste deja entrever y lo que Quintana no puede apreciar por estar demasiado ocupado en demostrar el subconsumo en la teoría marxista sobre la crisis que nosotros estamos defendiendo. Pero no sólo existe un pensamiento económico revisionista que toma como base la teoría subconsumista. También se da otro tipo de revisionismo, esta vez opuesto a la teoría subconsumista. Es la línea defendida, según explica Quintana en el cuarto punto de su trabajo, por Tugan-Baranovski y Hilferding. Los posicionamientos de éstos se caracterizan por la negación de la superproducción, asumen la defensa de la ‘ley de los mercados de Say’ o de la correspondencia entre la producción y el consumo: no cabe subconsumo porque toda producción engendra su propio consumo. Quintana acierta, al cien por cien, tanto en la exposición como en la crítica que hace a esta corriente de pensamiento económico burgués, con lo que viene a mostrar la incongruencia de su propio pensamiento. Veamos cómo plantea esta vez el problema: La ‘ley de Say’, escribió Lenin, se encuentra en flagrante contradicción con la doctrina de Marx sobre la evolución y la desaparición final del capitalismo (8). Sus partidarios niegan la posibilidad de contradicción entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda. Ante todo hay que decir que es una contradicción secundaria, pero es una contradicción al fin y al cabo: ‘Las condiciones de explotación directa y las de su realización no son idénticas’, decía Marx, ya que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción, de la sociedad capitalista está limitada ‘por el impulso de la acumulación’ que reduce a un mínimo ‘susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos’ (9). M. Quintana acaba de reconocer, aunque de muy mala gana (habla de la posibilidad de contradicción entre producción y consumo, de una contradicción secundaria, pero contradicción al fin y al cabo), lo que comenzó por negar al principio. Naturalmente, él pone todo el acento en el impulso de la acumulación y pasa de puntillas sobre los límites muy estrechos. Es decir, destaca un polo o aspecto de esa contradicción posible, y desde luego totalmente secundaria, para escamotear o minimizar el otro aspecto: el límite del mercado que imponen las relaciones capitalistas de producción a la tendencia ilimitada del capital a desarrollarse en las condiciones de la explotación directa. Este es, ciertamente, un obstáculo fastidioso que Quintana no sabe como salvar para el encuadre de su teoría sobre la superproducción absoluta de capital... Total, ¡si no existieran esos límites tan estrechos, ese otro polo, la posible o virtual contradicción secundaria no existiría y, entonces, la acumulación de capital podría proseguir hasta alcanzar su propio límite absoluto en el proceso de trabajo! M. Quintana no acaba de caer sobre sus pies, no ve que es la discordancia que se produce entre el proceso inmediato de producción y el proceso de circulación (que deben ir juntos y que en condiciones normales van juntos), lo que hace que se desarrolle de nuevo y se ahonde la posibilidad de la crisis, que se manifiesta ya en la simple metamorfosis de la mercancía (10). Quintana no acaba de entender que la crisis existe desde el momento que esos procesos no se funden, sino que se independizan el uno del otro (11). Esto sucede porque, efectivamente, la producción no depende de la demanda, ni coincide con ella, lo que es consustancial al modo de producción capitalista; porque la producción va por delante del mercado, la oferta no espera a la demanda, el consumo no determina la producción. Aquí se ve, una vez más, la importancia del mercado, pese a que M. Quintana no sabe qué hacer con él, como factor inseparable de la producción donde deberá realizarse la plusvalía. Pensar de otro modo equivale, aunque parezca lo contrario, a negar la acumulación y con ella la misma posibilidad de la crisis. El excedente de capital y Rosa Luxemburgo Pero no acaba aquí el calvario de nuestro querido camarada Mario Quintana. Resulta que a mitad de su largo peregrinar en busca de una explicación satisfactoria de la crisis, que le libre de la obsesiva presencia del subconsumismo, encuentra a una tal Rosa Luxemburgo que le sale respondona. Dice de Rosa, sin poder disimular su disgusto, que, no obstante su destacado papel en la lucha contra el revisionismo, también cometió importantes errores, el más importante de los cuales es el del subconsumismo: En su obra ‘Reformismo o revolución’, escrita en 1899, Luxemburgo -manifiesta Quintana- sale al paso de los revisionistas, a los que considera herederos de Kant, Proudhon y de Lassalle, al tiempo que defiende la ley del derrumbe. Para ella el colapso inevitable del capitalismo es ‘la piedra angular’ del socialismo científico [...] Considera, además, que... la socialdemocracia siempre había pensado que el socialismo llegaría con una ‘crisis general y aniquiladora’, que el capitalismo acabaría ‘por sí solo y víctima de sus propias contradicciones’. Ahora bien, ¿qué tipo de contradicciones son esas capaces de hundir al capitalismo según ella? Aquí comienzan los errores de Luxemburgo [...] Su posición es la misma que la de Kautsky: el capitalismo desaparecerá como consecuencia de la crisis de subconsumo. Lo mismo que Kautsky, traslada las contradicciones al ámbito de la circulación, de la realización de la plusvalía. Según ella, no habría crisis si la producción coincidiera con el mercado, si éste tuviera una capacidad de expansión ilimitada. Sustituye así la contradicción producción-mercado, por la contradicción producción-valorización. Desde luego, el motivo que llevó a una de las más destacadas representantes del marxismo revolucionario, como lo fue Luxemburgo en su época, a incurrir en toda esa serie de abultados errores teóricos, pasará a la historia como uno de los mayores enigmas. El mayor mérito de Rosa Luxemburgo no consiste, sin embargo, en haber defendido, comohizo Kautsky, la concepción marxista sobre la crisis de los ataques y tergiversaciones del revisionismo. Rosa llevó el análisis mucho más lejos, hasta poner al descubierto las causas por las cuales, a pesar de las previsiones de Marx, el capitalismo no había alcanzado la crisis general aniquiladora. Es lo que hizo en su obra La acumulación de capital, escrita en 1913, un año antes de que estallara la primera guerra imperialista mundial, y en su Anticrítica, obra escrita para defenderse de los furibundos ataques de que era objeto por parte de los revisionistas. Como muy bien resalta Quintana, estas dos obras de Luxemburgo no sólo no mejoran lo anterior sino que amplifican sus errores. M. Quintana resume esta amplificación de los viejos errores de la siguiente manera: El núcleo de la argumentación de Luxemburgo parte de los fundamentos que ya expusiera en Reformismo o Revolución: el consumo determina la producción; como los capitalistas no consumen toda la plusvalía, esta acumulación engendra un subconsumo que no encuentra salida porque carece de demanda solvente; este subconsumo sólo se puede compensar con las ventas en el mercado exterior, en áreas al margen del capitalismo; por tanto, el capitalismo es un sistema económico que sólo puede funcionar si coexiste con regiones no capitalistas, porque la producción no encuentra compradores ni entre los obreros (ya que éstos realizan el capital variable) ni entre los capitalistas (ya que éstos consumen sólo la parte de la plusvalía que no se acumula); hacen falta ‘otras clases sociales’ situadas al margen de esas dos que completen la demanda; una vez que el capitalismo se extienda tanto que no tenga regiones vírgenes precapitalistas ni tampoco ‘terceras personas’ que completen la demanda, se producirá el derrumbe. La causa del derrumbe, por tanto, es la falta de demanda, la reducción del consumo, la limitación de los mercados. No vamos a recoger aquí, por no abusar de la paciencia de nuestros lectores, la larga lista de cargos que ha acumulado Quintana contra Luxemburgo. Tan sólo vamos a citar la parte en que resume todas sus acusaciones: ...Pero sobre todo, Luxemburgo incurre en un error mucho más grave, verdadero núcleo de todas las teorías del subconsumo: partir de la demanda, del consumo y localizar los problemas económicos en la realización. M. Quintana no ha comprendido (y esta incomprensión es común a otros muchos que como él también la critican) que Rosa Luxemburgo plantea la cuestión de la crisis desde una perspectiva distinta a como lo hizo Marx, poniendo al descubierto una laguna en el análisis que tanto Marx y Engels como otros marxistas posteriores, a excepción de Lenin (quien habría de completar el análisis de Rosa y corregir sus errores), no pudieron prever. Esta cuestión se refiere, fundamentalmente, a la aparición del imperialismo como nueva etapa del desarrollo del capitalismo, y plantea el problema de la relación entre la reproducción ampliada en la época de los monopolios y el capitalismo financiero y la formación del excedente de capital. Debe quedar claro que nosotros no compartimos todas las ideas y planteamientos de Luxemburgo, especialmente el que apunta a una definición del imperialismo considerado como el avance del capitalismo sobre territorios no capitalistas. No obstante, debemos reconocerle el mérito de haber sacado a la luz por primera vez este importante problema teórico que se le venía presentando al marxismo y de haber aportado algunas ideas para resolverlo. M. Quintana demuestra una vez más su despiste de este asunto cuando dice: Luxemburgo parte de un error muy común en aquella época entre la socialdemocracia: partir de los esquemas de la reproducción capitalista del Libro II de El Capital y tomarlo por un modelo del funcionamiento real del capitalismo. Pero esos esquemas parten del supuesto simplificador de que no existe el mercado exterior y, por tanto, no se puede pretender ‘demostrar’ a partir de ellos que el mercado exterior es imprescindible. De esta manera tan elegante se desprende M. Quintana de ese pesado fardo que es el mercado exterior: consagrando el esquema simplificador que prescinde del funcionamiento real del capitalismo, del problema de la reproducción ampliada, de la realización y las crisis relacionadas con ellas (en una época en que todos estos problemas aparecen agudizados en extremo), para mantener, suponemos que en estado puro, el esquema de un capitalismo sin excedentes de capital, que se basta a sí mismo para subsistir sin crisis y sin convulsiones sociales. ¿No nos recuerda nada este esquema tan maravilloso? Pero lo más curioso es que Quintana acusa a Rosa de compartir ese mismo error, tan extendido en su tiempo entre la socialdemocracia, cuando en realidad su mérito consistió, como ya hemos señalado, en sacarlo a la luz mostrando su desacuerdo. De todas formas tomemos, una vez más, la palabra a Quintana, abandonemos por un momento el esquema simplificador y situémosnos en el mundo real. Es aquí donde nos encontramos dos tipos de problemas que no hay manera de soslayar, por más que lo intentemos, ni siquiera a través de las abstracciones más generales. Por una parte tenemos que, para extraer el plusvalor y acumularlo, el capitalismo no sólo tiene que explotar a la clase obrera y crear una sobrepoblación, sino que, además, tiene que resolver el otro gran problema que representa la realización de la plusvalía, del nuevo valor contenido en las mercancías producidas. Es decir, no es suficiente con haber extraído el plustrabajo en la explotación directa. El producto así obtenido debe venderse. Recordemos que el capitalismo no produce bienes para el consumo personal, produce mercancías. Cada año incrementa más la producción, puesto que, en el capitalismo, el empleo de una parte de la masa de plusvalor producido por el plustrabajo para la acumulación de capital se presenta como una necesidad. Por consiguiente, el capitalismo tiene que colocar esa masa incrementada de productos. Si no lo hace, se produce la crisis. De manera que el problema de la reproducción ampliada no se puede separar del fenómeno de la crisis. Las crisis hacen su aparición en la historia sólo con el capitalismo, es decir, con la reproducción ampliada, y el marxismo siempre ha analizado el fenómeno de la crisis en relación con la reproducción ampliada y la acumulación. Lo que ocurre es que Marx, efectivamente, para facilitar el análisis del sistema capitalista, en el Libro II de El Capital, parte de la hipótesis de que sólo existen países capitalistas y que la sociedad sólo está constituida por dos clases: capitalistas y obreros. Esto hizo concebir la idea de que era posible la reproducción ampliada sin necesidad del comercio exterior e incluso sin someter a la férula del capital a los otros sectores económicos no capitalistas que todavía existían dentro de cada país. ¡Como si el surgimiento del capitalismo y su posterior desarrollo no hubieran dependido de la esquilmación de esos otros sectores y de los pueblos de las colonias! Pero Marx hizo abstracción de esa cuestión a fin de exponer con más claridad su análisis. Fue después de Marx cuando aparece el famoso esquema que se le atribuye, en el que se muestra un capitalismo en continuo desarrollo, en el que todos los capitalistas consumen una parte de la ganancia y utilizan la otra parte para la acumulación; un capitalismo en el que se incrementa el capital constante, el variable y el plusvalor, en el que tanto las industrias de medios de producción como las de medios de consumo se amplían constantemente, en el que se establece por tanto la reproducción en escala ampliada, sin que la masa de plusvalor acumulada o de una parte importante de esa masa de plusvalor tenga necesidad de ser colocada fuera de esa economía capitalista que funciona según el esquema señalado. Pero resulta que en esos mismos momentos, en paralelo con ese proceso puro de producción y reproduccióncapitalista dibujado, están siendo destruidas por el mismo capitalismo otras formas económicas precapitalistas en todo el mundo, a la vez que, en conexión con ello, se están extendiendo y adquieren cada vez mayor importancia el comercio exterior de mercancías, la colocación de capitales y la importación de materias primas de las colonias y países dependientes. Es cuando Rosa Luxemburgo entra en escena para poner patas arriba aquel esquema que había prevalecido en la socialdemocracia: Lo que nos proponíamos ilustrar en nuestros anteriores intentos con el esquema de Marx es lo siguiente: según el propio Marx, el progreso de la técnica ha de expresarse en el crecimiento relativo del capital constante en comparación con el variable. Resulta de aquí la necesidad de una modificación constante en la distribución del plusvalor capitalizado entre c y v. Pero los capitalistas del esquema marxista no están en situación de alterar a su antojo esta distribución; pues, en la capitalización, se hallan ligados de antemano a la forma real de su plusvalor. Como según el supuesto de Marx, toda la ampliación de la producción se verifica, exclusivamente, con los propios medios de producción y consumo elaborados en forma capitalista -no existen otros centros ni formas de producción-; como no existen tampoco más consumidores que los capitalistas y obreros de ambos capítulos, y como, por otra parte, se supone que el producto total de ambos sectores entre, completo, en la circulación, el resultado es el siguiente: la conformación técnica de la reproducción ampliada le está rigurosamente prescrita, de antemano, a los capitalista, con la forma real del plusproducto (12). Rosa tiene toda la razón del mundo en este punto, que sus críticos se han preocupado en no señalar: puesto que las industrias de medios de producción adquieren una composición orgánica de capital más elevada que las industrias de medios de consumo y, dado que, como consecuencia de la acumulación c aumenta más deprisa que v, en el capitalismo puro, en el que es supuesta la misma acumulación para los dos sectores, es imposible un intercambio completo. Queda, pues, un remanente de capital que no encuentra colocación en el esquema que previamente ha sido establecido, y que tiene que buscar una salida fuera del propio sistema o ser destruido. Rosa muestra así el mecanismo económico que conduce a la expansión imperialista y, a través de esta misma expansión, a la crisis y el derrumbe total del capitalismo, hecho que sucederá, según ella, cuando a éste no le quede ningún territorio no capitalista que explotar. Marx, en el Tomo II de El Capital, no aborda esta cuestión, de manera que el análisis de la ley de la reproducción en escala ampliada no toma en consideración el problema del excedente de capital ni el comercio exterior. Es por este motivo que el estudio de la reproducción ampliada y del fenómeno de la crisis aparecen separados en la obra de Marx. Esto ha dado lugar a muchas confusiones y a otras tantas falsas interpretaciones. Es en la sección tercera del Tomo III de El Capital donde Marx aborda con más detenimiento el tema de la crisis, y lo hace en relación con la ley de la tendencia decreciente de la cuota de la ganancia. En esta misma sección, dedica un punto al comercio exterior, del que habla sólo de pasada -porque cae realmente, por su especificidad, fuera de los ámbitos de nuestra investigación, dice Marx- y lo hace en los siguientes términos: ¿Contribuye a la elevación de la cuota general de la ganancia la cuota de ganancia más elevada que obtiene el capital en el comercio exterior, y principalmente en el comercio colonial?. Para Marx no existe ni la más remota sombra de duda a este respecto, con lo que está apuntando a la solución del problema que se le crea al sistema capitalista al llegar a un determinado grado de desarrollo; es decir, está rompiendo su propio esquema, o dicho de otra manera, está rompiendo el esquema que los revisionistas han consagrado. Los capitales invertidos en el comercio exterior -escribe Marx- pueden arrojar una cuota más alta de ganancia, en primer lugar porque aquí se compite con mercancías que otros países producen con menos facilidades, lo que permite al país más adelantado vender sus mercancías por encima de su valor, aunque más baratas que los países competidores. Cuando el trabajo del país más adelantado se valoriza aquí con trabajo de peso específico superior, se eleva la cuota de ganancia, ya que el trabajo no pagado como trabajo cualitativamente superior se vende como tal. Y la misma proporción puede establecerse con respecto al país al que se exportan mercancías y del que se importan otras: puede ocurrir, en efecto, que el país entregue más trabajo materializado en especie del que recibe y que, sin embargo, obtenga las mercancías más baratas de lo que él puede producirlas [...] Por otra parte, los capitales invertidos en las colonias, etc., pueden arrojar cuotas más altas de ganancia en relación con el bajo nivel de desarrollo que en general presenta la cuota de ganancia en los países coloniales y en relación también con el grado de explotación del trabajo que se obtiene allí mediante el empleo de esclavos, coolies, etc. [...] Pero el mismo comercio exterior fomenta en el interior el desarrollo de la producción capitalista y, con ello, el descenso del capital variable con respecto al constante, a la par que, por otra parte, estimula la superproducción en relación con el extranjero, con lo cual produce, a la larga, el efecto contrario (13). Aquí podemos ver con toda claridad, aunque enfocado desde otro ángulo (desde el punto de vista de la cuota general de ganancia), la relación de dependencia que establece Marx entre el esquema de una economía capitalista en estado puro, y las economías más atrasadas y las de los países coloniales. Otro ejemplo que podemos tomar de la solución de este problema lo ofrece Marx en los Grundrisse, en su estudio de la moneda y la moneda mundial (el oro) y su papel en la articulación de la economía burguesa: En esta primera sección en la que consideramos los valores de cambio, el dinero y los precios, las mercancías se presentan siempre como ya existentes [...] La articulación interna de la producción constituye por consiguiente la segunda sección; su síntesis en el Estado, la tercera; la relación internacional, la cuarta; el mercado mundial, la sección final, en la cual la producción está puesta como totalidad al igual que cada uno de sus momentos, pero en la que al mismo tiempo todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. Las crisis representan entonces el síntoma general de la superación de (ese) supuesto, y el impulso a la asunción de una nueva forma histórica (14). Tal es el verdadero esquema de la economía de Marx que M. Quintana ha perdido completamente de vista, lo que le lleva a atribuir a Rosa Luxemburgo todas las limitaciones y estrechez de miras de su propio esquema productivista. Para Marx, como acabamos de ver, en el mercado mundial la producción está puesta como totalidad en la que todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. La crisis representa entonces el síntoma general de la superación de (ese) supuesto, y el impulso a la asunción de una nueva forma histórica. Esto es lo que, a su manera, apunta Rosa. Pero M. Quintana está tan obcecado con su propio esquema, que no lo ve y se dedica a descubrir errores donde no los hay, al tiempo que reprocha a Rosa por mantener, según él, una posición similar a la que mantuvieron los populistas rusos. Luxemburgo -argumenta M. Quintana, ya casi en el colmo de la confusión-, en realidad está describiendo el proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, de la ruinade la pequeña producción agrícola y artesanal. En ella la coexistencia de estos dos modos de producción no se verifica necesariamente fuera de las fronteras, porque es posible la expansión interior, cuando existen regiones a las que aún no ha llegado el capitalismo, porque éste se hunde irremisiblemente. En realidad, no sabemos muy bien si en ese pasaje Quintana le está dando la razón a Rosa. O sea, por un lado, reconoce el proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, que no se verifica necesariamente fuera de las fronteras, porque es posible la expansión interior, pero niega la expansión imperialista fuera de esas mismas fronteras como una necesidad del capitalismo desarrollado, es decir, del imperialismo. Quintana considera que tales salidas exteriores no son imprescindibles. Esto lo dice Quintana porque hacer otro planteamiento le llevaría a incurrir en los mismos errores que los populistas, para los que, como es bien sabido, el capitalismo en Rusia no podía desarrollarse, precisamente, porque carecía de un mercado interior y exterior, mientras que, por otro lado, lo que se está reconociendo es que Rosa afirma que, una vez el capitalismo haya agotado esos mercados..., ¡kaput! ¿Puede extrañar que después de esto Luxemburgo se muestre incapaz de explicar el funcionamiento del capitalismo? Nicolás Bujarin: un bolchevique bajo sospecha Tampoco Nicolás Bujarin escapa a la acusación de subconsumista que Mario Quintana ha lanzado contra casi todo el género humano: Bujarin, influido por el revisionismo, defiende las tesis subconsumistas y su crítica a Luxemburgo no tiene más que ese núcleo sustancial, en el que, por lo demás, coincide con ella [...] Siguiendo siempre literalmente a Hilferding, considera que es la diferencia en las cuotas de ganancia (y por tanto, en las composiciones orgánicas de capital) lo que provoca la exportaciones de capitales. Por tanto concibe la superproducción de capitales no de manera absoluta sino puramente relativa: en un país dado el capital resulta excedente y exportable sólo en relación al beneficio que puede obtener en comparación con otro país. Y este principio erróneo lo eleva nada menos que a la categoría de ‘ley general del modo de producción capitalista en su amplitud mundial’. Escribe Bujarin: ‘No es, pues, la imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del capitalismo. Ni siquiera la ‘plétora capitalista’ moderna representa un límite absoluto. Una tasa de beneficio más baja desplaza mercaderías y capitales cada vez más lejos de su ‘país de origen’. Este proceso se cumple simultáneamente en las diversas partes de la economía mundial. Los capitalistas de las diferentes economías nacionales chocan dentro de ellas como concurrentes, y cuanto menos débil es el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo mundial, la expansión del comercio exterior resulta menos contenida y más aguda la lucha en el terreno de la concurrencia’ (15). M. Quintana niega validez a esta teoría marxista que defiende Bujarin, afirmando por su parte que se la debe a Hilferding, con lo que quiere dar por liquidado el asunto. Para rematar la faena, Quintana recurre a Marx y Lenin en una forma que desvía o desenfoca totalmente la atención del tema planteado. Por el contrario (dice a continuación de la cita de Bujarin que acabamos de leer), Marx y Lenin no tenían esa concepción económica. Ya en su época, Marx defendió la naturaleza absoluta de la superproducción de capital [...] Lenin tampoco se refirió para nada a una supuesta superproducción 'relativa' de capital. Ya hemos visto el punto de vista de Marx sobre este importante problema, en el que se apoya Bujarin para corregir a Rosa. Veamos a continuación cómo consideraba Lenin la obra de Bujarin que critica Quintana: La importancia científica del trabajo de N.I. Bujarin consiste esencialmente en que analiza los hechos fundamentales de la economía mundial relacionados con el imperialismo como un todo, como un grado determinado de desenvolvimiento del capitalismo más desarrollado. Existió la época del capitalismo relativamente ‘pacífico’, en la que venció por completo al feudalismo en los países avanzados de Europa y pudo desarrollarse con la mayor -relativamente- tranquilidad y armonía, extendiéndose ‘pacíficamente’ a regiones todavía inmensas de tierras no ocupadas y de países no arrastrados de manera definitiva a la vorágine capitalista [...] Para las nueve décimas partes de la población de los países avanzados y para centenares de millones de habitantes de las colonias y de los países atrasados, aquella época no fue de ‘paz’, sino de opresión, de sufrimiento, de horror, más espantoso, sin duda, porque parecía un ‘horror sin fin’. Aquella época pasó para no volver y ha sido sustituida por una época relativamente mucho más impetuosa, que se distingue mucho más por el desarrollo a saltos, los cataclismos y los conflictos, en la que se hace típico para la masa de la población no tanto el ‘horror sin fin’ como el ‘fin con horror’ (16). Ese es el objeto del estudio que hace Bujarin en su obra, en la que, efectivamente, sale al paso de la concepción de Luxemburgo de la formación del excedente como única causa de la exportación de capital, para mostrar, tal como ya indicara Marx, que no es, pues, la imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del capitalismo; que ni siquiera la ‘plétora capitalista’ moderna representa el límite absoluto, con lo que, de paso, asesta un golpe mortal a la tesis sobre la superproducción absoluta de capital. Quintana, aunque aquí aparenta defender la teoría de Rosa sobre el excedente, jamás la ha asumido, por lo que malamente puede pretender ahora arroparse en ella para atacar la tesis justa de Bujarin. Esta tesis se basa en una realidad (el crecimiento de la gran producción mercantil en general) que, como dice Lenin, son las tendencias fundamentales observadas a lo largo de los siglos absolutamente en todo el mundo. El establecimiento de esta tendencia es lo que ha determinado los cambios fundamentales en el capitalismo moderno, lo que lo diferencia del capitalismo del período pacífico que analiza Marx. Pero aún así, tal como ya vimos anteriormente, ya él mismo adelantó en sus análisis este desarrollo, y lo hizo, precisamente, desde el mismo punto de vista que expone Bujarin, es decir, desde el punto de vista de la caída de la cuota de la ganancia que provoca la competencia y de la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada que la que pueden obtener los capitales en sus países de origen. Esta es la causa por la cual el capitalismo no ha alcanzado el límite de la superproducción absoluta, a pesar de la plétora de capitales; de que la superproducción haya sido siempre relativa, lo que ha impedido, por otra parte, que se produjera ese derrumbe que se espera tenga lugar a partir del desarrollo de las leyes económicas. Cuando se envía capital al extranjero -escribe Marx- no es porque este capital no encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país. Es porque en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia. Pero este capital es, en términos absolutos, capital sobrante con respecto a la población obrera en activo y al país de que se trata en general. Existe como tal junto a la población relativamente sobrante, y esto es un ejemplo de como ambos existen el uno al lado de la otra y se condicionan mutuamente. Por otra parte, la baja de la cuota de la ganancia que va unida a la acumulación provoca necesariamente una lucha de competencia. La compensación de la baja de la cuota de la ganancia mediante la creciente masa de ésta sólo rige para el capital total de la sociedad y para los grandes capitalistas,sólidamente instalados [...] si se dice que la superproducción es puramente relativa, se hace una afirmación absolutamente exacta; pero lo mismo puede decirse de todo el régimen capitalista de producción: tampoco éste, en su conjunto, es más que un régimen de producción relativo, cuyos límites no son absolutos, aunque sí lo son para él y a base de él (17). Marx no sólo no niega los límites con que tropieza la producción capitalista, esos límites que se impone a sí mismo el capitalismo, sino que, se podría decir, el objeto principal de su obra no es otro que demostrar empíricamente la existencia de esos límites, más allá de los cuales comienza su total desmoronamiento. Lo que no se entiende es que, cuando el capitalismo haya alcanzado esos límites (es decir, cuando la superproducción abarque al conjunto de la economía mundial, y no sólo a unos cuantos países desarrollados), cuando se llega a la superproducción absoluta de capital, la cual está situada en el punto cero al que lleva la curva que sigue la cuota de la ganancia en su caída, entonces el capitalismo habrá dejado de existir. Pues resulta inconcebible que el sistema capitalista pueda seguir funcionando más allá de ese límite; es decir, en las condiciones de una superproducción absoluta de capital que le impida obtener una ganancia. M. Quintana pretende refutar la tesis de Bujarin que hemos recogido más arriba, asegurando que ya en su época, Marx defendió la naturaleza absoluta de la superproducción de capital. Y recurre a Marx en su propia defensa, cuando éste dice: El sistema de crédito es, de por sí, un resultado de la dificultad con que tropieza para invertir el capital ‘productivamente’, es decir, de manera rentable. Esto es, en efecto, lo que obliga a los ingleses a prestar sus capitales al extranjero para abrirse mercados. La superproducción, el sistema de crédito, etc., son medios con que la producción capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción y en producir con exceso. Obra así empujada, de una parte, por su propia tendencia y, de otra parte, porque no admite más producción que aquélla en que el capital existente encuentre una inversión rentable. Y así es como estallan las crisis (18). Así es como quiere M. Quintana que Marx le dé la razón en contra de Bujarin; así es como, según Quintana, Marx está defendiendo su teoría sobre la naturaleza de la superproducción absoluta de capital: con el sistema de crédito. ¿Cómo, si no, habrían de superar los capitalistas las dificultades con que tropiezan para invertir el capital productivamente, de modo rentable? Con esa triquiñuela Quintana quiere distraer la atención del hecho fundamental de que es precisamente el sistema de crédito lo que permite a los capitalistas traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción para abrirse mercados que den salida a la superproducción, evitando así la superproducción absoluta. Pero aun así, no se evita la crisis, que viene a ser la forma más natural de evitar la superacumulación absoluta, destruyendo una parte del capital. Lenin tampoco se refirió para nada a una supuesta superproducción ‘relativa’ de capital -vuelve a insistir Quintana- y escribió al respecto: La necesidad de exportación de capital es debida al hecho de que en algunos países el capitalismo ha madurado excesivamente y (en las condiciones creadas por el desarrollo insuficiente de la agricultura y por la miseria de las masas) no dispone de un terreno para la colocación lucrativa del capital (19). ¿Cómo debemos entender esa excesiva maduración del capitalismo a la que se refiere Lenin, que obliga a la exportación de capital? Según M. Quintana, excesiva maduración no significa otra cosa sino superproducción absoluta de capital. No entendemos por qué Lenin no empleó la expresión absoluta, y se refiere tan sólo a la excesiva maduración. Cierto que tampoco se puede deducir de un exceso el carácter relativo de la superproducción. Pero el asunto se aclarará rápidamente si tomamos en consideración las zonas o países del mundo en relación con las cuales el capitalismo de Occidente se halla mucho más desarrollado, mucho más maduro y, si se quiere, hasta excesivamente maduro, pero no tanto como para considerarlo absolutamente maduro. Para calificarlo así, el capitalismo tendría que haber llegado a un tal grado de madurez en todo el mundo, que le impidiera exportar capital productivamente a ninguna parte. Por eso Lenin se refiere a algunos países en los que el capitalismo ha madurado excesivamente. Mas la existencia de un amplio campo de países donde el capitalismo está menos maduro y de otros en los que ni siquiera estaba verde es lo que le ha permitido realizar sus inversiones lucrativas, con lo que ha impedido la crisis de superproducción absoluta y, con ello, el derrumbe de todo el sistema. Nosotros no discutimos la tesis de Marx (La superproducción, el sistema de crédito, etc., son los medios en que la producción capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción y en producir con exceso). Lo que sostenemos es que las crisis no son de superproducción absoluta, sino de superproducción, ya que antes de que pueda llegar a adquirir aquel carácter, el capital ha encontrado siempre, hasta ahora, una salida: bien a través de la exportación de capital, bien a través de la exportación y la crisis, bien a través de la crisis y la guerra o de todas esas formas a la vez, lo que no hubiera sucedido de haberse encontrado realmente frente al problema (hasta ahora teórico) de la superproducción absoluta. Ese momento llegará, de eso no podemos tener ninguna duda (está llegando a una velocidad mayor de la que cabía suponer hace tan sólo unos años), pero hasta ahora nunca se ha presentado. En este punto Kautsky tenía razón cuando afirmaba: La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento en que el mercado no se extiende en la medida en que la producción, es decir, el exceso de producción se hace crónico [...] Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa progresando como hasta aquí, porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites, en tanto que la extensión de la producción es ilimitada (20). Con esto no se está negando el hecho de que la base, el motivo propulsor del capitalismo, no es el disfrute, el valor de uso, sino el enriquecimiento, el valor. La cuestión es que, llegado un momento de su desarrollo, el capitalismo no puede reanudar su ciclo para una nueva valorización, porque tropieza con los límites que le impone su propio crecimiento y las barreras sociales que él mismo ha ido levantando, lo que se traduce en la superproducción crónica para la que el capitalismo no encuentra ya ninguna salida. El capital acumulado no tiene ya ningún lugar, ni dentro ni fuera del país, donde invertirse lucrativamente. Gran parte del capital queda ocioso durante largo tiempo, se desatan las guerras por el reparto de las esferas de inversión, etc., y esto es tanto como decir que el capitalismo comienza a destruirse junto a las relaciones sociales que él mismo ha creado. La superproducción crónica irremediable representa, pues, el límite estrecho más allá del cual no puede subsistir ya el régimen capitalista. Aún así, y dentro de esa crisis de superproducción crónica, la parte del capital que logre mantenerse, seguirá condicionada por el monto de la ganancia; ya que de otra manera resulta inconcebible que pueda seguir en pie; es decir, que una baja cuota de ganancia tendrá que ser compensada con una masa enorme de ganancia, lo que sólo puede ser posible con una gran concentración y centralización del capital. Este problema pone sobre el tapete la ya vieja cuestión del ultraimperialismo (de la que no vamos a tratar aquí), del que dijo Lenin que, antes que se pueda llegar a él, el capitalismo habrá reventado en mil pedazos. La superconfusión absoluta
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