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Psicoterapia Infantil Orientaciones para el Trabajo Clínico con Niños Gabriela Capurro Ríos

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Índice
 
Portada
Portadilla
Créditos
Agradecimientos
Prólogo
De la magia…
Introducción
Capítulo 1 Cómo se forma un terapeuta infantil
1.1.- El proceso de formación
1.2.- El desarrollo de las habilidades terapéuticas
1.3.- Los primeros pacientes
1.4.- Temores, ansiedades y puntos ciegos
1.5.- Historia de vida y la sincronía con ser terapeuta infantil
1.6.- Cómo convertirse en terapeuta y no morir en el intento
Capítulo 2 El proceso diagnóstico: aprender a mirar
2.1.- Cómo mirar a mi paciente: Entenderlo de manera integral
2.2.- Cómo diseñar y realizar una entrevista clínica
2.3.- Cómo trabajar con el colegio: Entrevistas, reuniones y coordinaciones
2.4.- Cómo hacer una entrevista de devolución de información: qué decir y
para qué decirlo
2.5.- Objetivos terapéuticos y plan de tratamiento
2.6.- Cómo construir un informe psicológico considerando distintos
destinatarios
Capítulo 3 La psicoterapia: intervenir para curar
La psicoterapia infantil
3.1.- ¿Qué es la terapia de juego centrada en el niño y cómo se trabaja con
ella?.
3.2.- La sala de terapia
3.3.- Sobre las técnicas: Consigna, aplicación y análisis
Capítulo 4 El proceso de cierre: culminación de un trabajo conjunto
4.1.- Cierre de procesos
4.2.- Técnicas para trabajar el alta
4.3.- Abordaje con padres en el manejo del alta
4.4.- Manejo de recaída
Capítulo 5 Experiencias en psicoterapia infantil: aciertos y desaciertos
Ya casi hemos llegado al final
Gastón: la necesidad de una relación
Manuel: la traición de mi co-transferencia
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Andrea: el resultado de mis puntos ciegos
Rodrigo: cuando los astros se juntan
Referencias Bibliográficas
Anexo 1 Algunas recomendaciones frente a ciertos tipos de situaciones
Anexo 2 Realización de informes psicológicos
Anexo 3
3
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GABRIELA CAPURRO RÍOS 
JADE ORTIZ BARRERA
PSICOTERAPIA INFANTIL 
Orientaciones para el trabajo 
clínico con niños
 
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PSICOTERAPIA INFANTIL
ORIENTACIONES PARA EL TRABAJO CLÍNICO CON NIÑOS
Primera edición: abril de 2017
© Gabriela Capurro Ríos y Jade Ortiz Barrera, 2017
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 275.880
© Ediciones Universidad Santo Tomás, 2017
Avenida Ejército 146, Santiago
Dirección de Investigación y Postgrado
Contacto: iespinoza@santotomas.cl
© RIL editores, 2017
SEDE SANTIAGO:
Los Leones 2258
CP 7511055 Providencia
Santiago de Chile
 (56) 22 22 38 100
ril@rileditores.com • www.rileditores.com
SEDE VALPARAÍSO:
Cochrane 639, of. 92
CP 2361801 Valparaíso
 (56) 32 274 6203
valparaiso@rileditores.com
Composición, diseño de tapa e impresión: RIL editores
Ilustraciones: Jazmín Espinoza, Jazcinta Ilustradora
Impreso en Chile • Printed in Chile
ISBN 978-956-01-0415-1
Derechos reservados.
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AGRADECIMIENTOS
A mi hermosa familia que me ha enseñado el valor de la infancia, la maternidad y el amar
incondicionalmente.
A mis pacientes, quienes con su simpleza logran hacer de esta profesión un arte.
Y a mis estudiantes, que me permiten día a día aprender, reflexionar y encantarme con enseñar.
Gabriela
A todos los niños, niñas, padres, educadores y profesionales que hacen posible este libro.
A mis hijos e hijas, que me dan lecciones constantes de parentalidad.
A la psicoterapia.
Jade
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PRÓLOGO
TENGO EL HONOR DE REFERIRME al libro Psicoterapia infantil: orientaciones para el trabajo clínico
con niños de Gabriela Capurro y Jade Ortiz. En este, los lectores se encontrarán con una
narrativa genuína, cercana y muy humana sobre lo que implican las primeras
aproximaciones al campo de la psicoterapia infantil.
El libro se enmarca en una mirada sistémica, no en el sentido de una corriente teórica
particular que define un acercamiento preconcebido al abordaje terapéutico con niños y
niñas, sino a una aproximación que se sitúa en la convicción epistemológica de que el
trabajo terapéutico con niños y niñas por «muy clínico que sea», se comprende solo
desde los contextos relacionales en que estos/as se desarrollan e interactúan.
Como indican las autoras, la posibilidad de trabajar terapéuticamente con un niño o
niña es un «regalo», y este libro busca transmitir esta connotación de retribución que
tiene el trabajo terapéutico infantil, el cual nos conecta con mayor énfasis con los
aspectos más vulnerables pero a la vez creativos y transparentes del ser humano. Bajo
esta connotación, Gabriela Capurro y Jade Ortiz transmiten los aspectos más prácticos de
su experiencia como terapeutas y como profesoras supervisoras.
Un aspecto sobresaliente de este libro, es su carácter experiencial, donde las autoras
relatan con simplicidad y humildad sus experiencias terapéuticas con niños y niñas,
refiriéndose a situaciones cotidianas, procesos de cambio, entrampes o puntos ciegos, y
también anécdotas. Este carácter experiencial queda plasmado en el uso de viñetas de
diálogos terapéuticos, pero también en el diálogo entre el o la aprendiz de psicoterapia, y
sus profesores o ayudantes guía.
Este es un libro dirigido a terapeutas noveles y también a supervisores que los
acompañan en sus primeros acercamientos psicoterapéuticos. Cuando los psicoterapeutas
en formación se enfrentan por primera vez a sus clientes, se encuentran llenos de dudas y
con la necesidad de recibir testimonios sobre este complejo desempeño, y como no,
sobre si el encuentro relacional con otro u otra que sufre o presenta un malestar, requiere
cuidado, atención y una constante postura ética en su accionar y en su proceso de
formación.
Este texto, no busca ser una revisión bibliográfica sobre psicoterapia infantil, ni se
cierra ante un modelo, forma o mirada de «hacer terapia con niños y niñas», si no que
busca mostrar algunas aproximaciones basadas en las experiencias de las autoras y
promover en sus lectores un diálogo sobre el ejercicio de la psicoterapia infantil.
En un diálogo −tal como plantea Bajtín (1976), lingüista, y crítico ruso−, la invitación
es precisamente lo contrario a mantener visiones unilaterales. En el libro, los lectores se
encontrarán con una serie de sugerencias y propuestas de abordaje en diferentes ámbitos,
siempre bajo la perspectiva del diálogo y no cerrándose a otras propuestas. La invitación
de las autoras −desde una posición de acompañamiento al terapeuta en formación−, es de
humildad y apertura al constante aprendizaje. Esta posición me recuerda a una destacada
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terapeuta llamada Harlene Andreson (2012), quien comprende que las técnicas pueden
estar al servicio de la terapia pero lo que prevalece es una posición filosófica de diálogo
y colaboración hacia la otredad, donde el terapeuta siempre se expresa con humildad
respecto de lo que piensa y de lo que podría saber: no cree tener acceso a información
privilegiada y siempre necesita saber más sobre lo que se hace.
La invitación es entonces a leerlo y así, recorrer el viaje por parajes que se van
abriendo y haciendo sentido desde lo experiencial y práctico, incluyendo aspectos de la
formación del terapeuta, el proceso de diagnóstico, abordajes terapéuticos lúdicos y el
proceso de cierre. Conjuntamente en la parte final, se realiza la revisión de casos clínicos
de las autoras, los cuales pueden ayudar a modelar el acercamiento de los terapeutas en
formación a sus primeros clientes, como también los invitan a reflexionar y descubrir sus
propias formas de aventurarse en el complejo y a la vez hermoso mundo de la
psicoterapia infantil.
Marcela García Huidobro Díaz
Magíster en Psicología Clínica
Terapeuta Familia
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DE LA MAGIA…
ESTA ES UNA VIEJA HISTORIA, y habla de un poblado donde la gente cree en la magia…
Confieso que cuando llegue a ese poblado no lo podía creer, cada cosa que pasaba se
la explicaban mágicamente.
Obviamente quería entender de donde surgía esa magia que según yo no existía. «Ah,
pobre extranjera» me decían los paisanos. Un día vi a una familia subir a una montaña,
llevaban a su hijo de la mano. Todos tenían una cara triste y desesperanzada. A
momentos peleaban entre sí. Yo había visto a otras familias con niños y niñas, bajar de
esa montaña felices, o callados, mas nunca tristes.
Comencéa observar cómo era que las familias iban y venían de la montaña, y quise
después de un tiempo subir para saber qué pasaba. Entonces, cuando me encontraba en la
ladera de la montaña para iniciar mi viaje, aparecieron de los árboles que tapaban el
camino algunos hombres y mujeres que me impidieron el paso.
−No puedes subir, no crees en la magia.
Eso fue todo, lo intente muchas veces y siempre con el mismo resultado. En el
poblado la gente me miraba y movía su cabeza casi como si yo fuera una paria. Un día
una niña pequeña me dijo que hay personas que vienen de otra dimensión para hacer reír
a la gente de esta tierra, y que ella era una de ellas, y que cuando fuera grande viviría en
la montaña.
−¿Quiénes viven en la montaña? –le pregunte inquieta.
−Los magos –me dijo.
Tome la costumbre de verla jugar con otros niños, y me dediqué a lo que sabía: a
enseñar, había que sobrevivir. Eso me permitió que la gente del poblado me aceptara de
a poco. Y así pasaron los años, tanto así que hasta olvidé lo de la magia y la montaña.
Me dediqué a estudiar más para ser una buena profesora, participé en todas las
actividades que me permitieron; hice pan, aprendí a manejar regadíos, a sembrar y a
podar. Incluso tejí y un día subí a un árbol.
Una tarde enseñando, sin darme cuenta comenzó a salir una especie de luz blanca de
mis manos, y ni que decir de mi boca. Si bien era muy pequeña y tenue, creí que me
estaba volviendo loca. La niña inexplicablemente estaba ahí y me miraba y sonreía.
−Mira –me dijo, y de sus dedos pequeños también salían luces blancas y de colores.
Ambas nos reímos mucho, yo reía como si otra vez fuera niña. Fue una tarde
extraordinaria y muchos niños se acercaron a nosotras para jugar.
Esa tarde al despedirnos, pensé en la montaña. Me acerqué a la ladera, no había nadie
tapándome el paso. De hecho, pensé que había soñado todo lo anterior. Subir no fue un
camino fácil, pero a cada momento sentía que todo lo que había aprendido en aquel
poblado me permitía avanzar. Tal vez estuve horas ahí, o meses o años, no lo sé, solo sé
que pensaba: «qué montaña más larga y alta». En estos pensamientos estaba cuando vi
pasar a una familia, y la seguí. Vi a unos padres sentándose alrededor de un árbol
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mientras el niño lo subía y era recibido en su copa por una mujer. El árbol cerró sus
ramas y solo se vieron luces. Una vez terminado ese concierto de color el niño bajó junto
a la mujer, esta le entrego algo a los padres, y ellos se despidieron para volver al
poblado. Antes de aquello, me miraron, sonrieron, desaparecieron, y, entonces, la mujer
del árbol me llamó. De su boca salía tanta luz que parecía una especie de farol.
Cuando caminé hacia ella, cerré los ojos por la intensa luz, y cuando los abrí estaba
esa niña otra vez allí de la mano de la maga.
−Ella también es de nuestra dimensión– le susurro la niña a la mujer.
Y entonces, tal cual un encantamiento que me había alcanzado, como si un conjuro me
hubiera transformado, sentí la calma del caminante que encuentra su casa después de que
se ha perdido. Mis dedos llenos de luz me mostraban un portal y me dirigían al árbol.
Magia, ¿cómo no creer en la magia?
Decían mis abuelos: «para que exista la magia se requiere de un pueblo que crea en
ella, de un consultante que crea en un mago y que su magia le va a sanar, y, finalmente,
de un mago que crea que tiene magia y la sabe usar».
Jade Ortiz
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INTRODUCCIÓN
EL PRESENTE LIBRO NACE de la inquietud por transmitir los aspectos más prácticos que hemos
aprendido sobre la psicoterapia infantil. Y que después de dedicarnos a enseñar y
supervisar a estudiantes de psicología en su camino clínico, nos ha parecido que
podíamos aportar con algunas orientaciones para este abordaje.
Nos parece que la psicoterapia es un regalo, y una de las experiencias más
enriquecedoras en las que se puede trabajar. Y ni que decir de ponerse al servicio del
mundo infantil en todas sus dimensiones, de aportar a la vida de otros en su desarrollo, y
de compartir con tantas familias.
Este proceso, este gusto, este amor, este espíritu lúdico nos mueve a compartir algo de
lo que hemos aprendido con los futuros terapeutas, con la inteción de facilitarles el
camino y el encuentro con su terapeuta interior y con sus futuros pacientes.
Eso sí, al leer este libro los lectores deberán tener presente algunas consideraciones;
primero, este no es un libro exhaustivo sobre la psicoterapia, pero sí es un libro didáctico
que además invita a realizar algunos ejercicios para el desarrollo personal del terapeuta.
En este sentido, nos pareció que hacerlo más cercano podría facilitar la experiencia de
lectura interactiva y vivencial. De ahí que a momentos les solicitamos que reflexionen
sobre sus propias experiencias. Por otra parte, no es un libro teórico, sino que más bien
es un libro práctico que entrega los rudimentos y cierta lógica clínica con la cual partir.
Deja, por lo tanto, la inquietud de la formación más especializada en manos de cada
lector. Por ello, se transforma en un libro para terapeutas que inician su camino, y los
toma de la mano para pasear por las distintas fases de la psicoterapia, mostrándoles las
trampas y luces del sendero.
También es importante aclarar que técnicamente hablamos de paciente, sistema
consultante, y consultante de forma indistinta, entendiendo siempre que las personas que
acuden a nuestra consulta son seres activos y dueños de sus procesos, y que nosotros
solo somos facilitadores y acompañantes en un camino que fundamentalmente realiza el
otro.
Concretamente en el capítulo uno revisamos los primeros pasos, ansiedades y
habilidades que se requieren para formarse como terapeuta infantil. Habla del proceso de
formación y de la importancia del trabajo consigo mismo para llevar a cabo un proceso
respetuoso y ético con el sistema consultante.
En el capítulo dos, abordamos un marco técnico asociado a las fases de la psicoterapia
y en especial a la fase diagnóstica y el plan de tratamiento. Enfatizamos la primera
entrevista y la de devolución, así como el acercamiento y entrevista con el sistema
educacional. Además, damos algunos indicadores asociados a los informes psicológicos,
en tanto suelen ser desde nuestra experiencia, el gran quebradero de cabeza cuando se
comienza en esta profesión. Así que damos ejemplos y ejercicios en relación a los
distintos tipos de informe que pueden facilitar la formación y crecimiento en esta área,
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entendiendo que siempre deben ser supervisados en su aprendizaje.
En el capítulo tres, nos referimos a la tercera fase de la psicoterapia donde se trabajan
los objetivos terapéuticos. Al respecto presentamos algunos modelos terapéuticos que
nos parecen relevantes, la puesta en escena de la terapia infantil y algunas técnicas que
pueden ayudar en los primeros pasos.
El capítulo cuatro, aborda el cierre del proceso, en tanto que el capítulo cinco nos lo
planteamos con mucha reflexión personal, ya que nos pareció importante entregar parte
de nuestra experiencia. Así que abordamos un par de casos donde nos fue bien, y otros
donde de alguna forma nos equivocamos por nuestro sesgos. Creemos que la terapia es
una tarea humana con humanos y para humanos, y que mostrar y aprender de nuestra
humanidad es lo más legítimo que podemos transmitir. Agradecemos a los niños y niñas
que nos permitieron escribir sobre sus historias, y a los padres que confiaron en nosotros.
Esperamos que estas breves orientaciones apoyen no solo al estudiante, sino también
el trabajo del supervisor, facilitando transmitir los primeros pasos. Les pedimos
disculpas por no abordar todas las formas teóricas y técnicas, pero no quisimos hacer un
libro de recopilación, como ya hemos dicho antes, y, por ende, nuestros lentes como
diría Kant, filtran esta escritura.
Finalmente, este libro ha sido escrito a dos voces, donde a veces somos «nosotras», y,
dentro del mismo capítulo, nos tomamos la voz y hablamos en primera persona para
contar alguna experiencia que puede enriquecer la comprensión del punto. Eneste
sentido, a momentos generamos un diálogo con el lector, entre nosotras y para ustedes.
Que lo disfruten tanto como fue para nosotras hacerlo y leerlo.
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CAPÍTULO 1 
CÓMO SE FORMA UN TERAPEUTA INFANTIL
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1.1.- EL PROCESO DE FORMACIÓN
Cuando decidimos escribir este libro, realizar un repaso por nuestra historia de
formación fue inevitable. Ambas llevábamos más de quince años de trabajo clínico con
niñas y niños por lo que recordar nuestros comienzos fue algo inminente. Estudiar
psicología nos garantizó un título profesional, y, por cierto, una manera de ver,
comprender y entender al ser humano, pero el nivel de especialización lo fuimos
alcanzando con el tiempo. Ser terapeuta infantil implica un largo camino de
aprendizajes, reflexiones y experiencias que te llevan a entender y visualizar la infancia
desde otra perspectiva. Un niño/a1 no es solo un niño, es una persona con un mundo de
complejidades, necesidades y derechos. Es un otro significativo y válido que merece
nuestro más profundo respeto y admiración. Es una riqueza, y tras ellos hay un mundo
de personas que lo acompañan, guían, contienen y a veces lamentablemente olvidan. Por
esta razón, ser terapeuta infantil implica conocer y entender no solo el funcionamiento
del niño consultante, sino también de los distintos subsistemas que lo rodean. La familia,
el colegio y los amigos, son sistemas vitales en el desarrollo de este, los cuales no
podemos obviar en nuestra comprensión, trabajo y reflexión. Son sus redes, su mundo, y
desde ahí se hacen parte fundamental de nuestro trabajo. Atender a un niño y no tomar
contacto con el colegio, por ejemplo, es desvincularnos de manera importante de una
parte de su vida donde pasa gran parte de las horas de una semana, donde no solo va a
adquirir conocimientos, sino que también va a forjar su personalidad y manera de
relacionarse con el mundo. Los hermanos son otro ejemplo de subsistema que no
podemos obviar, y así, cada persona que rodea a un niño y niña, es un otro que participa
en su vida y no somos nosotros quienes deciden quienes serán relevantes o no en su
formación, sino que es el niño quien nos informa de ello. Es él/ella quien jerarquizará la
importancia de los otros en su vida. Entender que un niño tiene derechos es respetar su
decisión y opinión, y lo anterior es una prueba de ello.
Llegar a visualizar a un niño de esta manera, son años de trabajo y reflexión sobre
infancia, es un cambio de paradigma que no solo se logra desde la compresión cognitiva,
sino que se convierte en un dogma que rige un actuar. Es un mirar en consecuencia de
esta creencia, es un renacer que solo se adquiere con un proceso de formación constante
en la base del desarrollo profesional. Ser terapeuta infantil no es solo una profesión, es
un actuar coherente con nuestra vida.
Poco a poco hemos dejado relucir la importancia de la formación en nuestro quehacer
profesional, es así como cada enfoque psicológico ha sido un aporte para entender a los
niños. La mirada sistémica ha permitido entender el diálogo entre los distintos
subsistemas; las teorías del apego nos ha permitido comprender la importancia de las
relaciones tempranas; el enfoque humanista, creer que cada sujeto tiende al
autodesarrollo; el enfoque cognitivo, comprender la importancia del refuerzo y las ideas
irracionales, y así, cada uno se ha ido entrelazando para formar una visión de sujeto que
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nos haga sentido y nos sea significativa. La teoría ayuda a comprender, entender y
conocer el porqué de determinado funcionamiento a la luz de años de investigación que
la sustentan, y da un marco referencial necesario para mirar, pero cuando nos referimos
al proceso formativo −y por ende, a la importancia de este en nuestro quehacer clínico−,
hacemos alusión a un proceso donde la teoría se incorpora a nuestro saber pero desde un
cuestionamiento y desde una mirada critica; no es solo tomar la teoría y comulgar con
ella, es reflexionar al respecto, es tomar algunos aspectos que nos enriquezcan y
concuerden con nuestra visión de infancia, y, por lo mismo, dejar de lado así aspectos
que no guardan relación con nuestro sentir. En otras palabras, nos referimos a tomar una
postura teórica que se irá nutriendo día a día a partir de la experiencia clínica, instancias
formadoras, discusiones con colegas sobre el quehacer, y cualquier espacio formativo.
Formarse no es solo estudiar una u otra teoría, es incorporar a la vida profesional y
personal aspectos teóricos y experienciales que nos permitirán no solo «saber» o «saber
hacer», sino que desarrollar nuestro ser, elemento fundamental para ser coherentes,
genuinos y comprometidos con nuestro trabajo profesional. Así como un niño se va
formando a través de aprendizajes, experiencias, relaciones e interacciones, un terapeuta
infantil debe seguir este mismo proceso; reconvertirse en un profesional que mira la
infancia desde otro lugar, desde un lugar de derecho; desde un lugar donde entiende que
el juego, es el lenguaje comunicacional de ellos; que una emoción para ser regulada
necesita de un proceso de heteroregulación y donde el vinculo afectivo estable,
consistente y permanente, se convierte en un pilar fundamental para su desarrollo
psíquico. Ser terapeuta infantil no es solo aprender técnicas para trabajar con niños, es
aprender a trabajar con el niño, y para ellos, es seguirlo y confiar que este seguimiento es
en sí mismo terapéutico, es reconocer que por pequeño que sea, posee una tendencia
innata al autodesarrollo, pero por sobre todo, un terapeuta infantil debe poder
sorprenderse cada día con un niño, admirar su creatividad y potenciar su autoestima.
Como plateaba Boris Cyrulnik, toda persona tiene la posibilidad de encontrar en su
camino tutores de resiliencia, lo central es que estos permanezcan y permitan incorporar
en ese niño una nueva experiencia de relación donde el respeto, la significación y la
aceptación sean el eje central (Cyrulnick, 2003).
Como ven, formarse es un camino que nunca termina, por lo tanto, los invitamos a
seguir en la lectura de este libro, el cual es un testimonio de un largo camino formativo
que seguirá por mucho tiempo más.
1 En adelante hablaremos de «niño» indistintamente si nos estamos refiriendo a varón o a mujer, por ser mas afín al
lenguaje cotidiano.
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1.2.- EL DESARROLLO 
DE LAS HABILIDADES TERAPÉUTICAS
El logro del cambio en psicoterapia está en función de diversas variables que han sido
estudiadas en el transcurso de los últimos años. Destacan las variables inespecíficas o
factores comunes, y dentro de estas se encuentran la alianza, las variables del terapeuta,
del consultante y de la relación. Por lo tanto, el desarrollo de las habilidades terapéuticas
está al servicio de facilitar el cambio por el cual el sistema consultante nos visita. En este
sentido las características personales del terapeuta, así como su capacidad para
desarrollar la alianza con el sistema consultante, son aspectos centrales en la
psicoterapia. Por ende, nos parece que la formación del psicólogo clínico debe trabajar
ampliando su conocimiento teórico y técnico, potenciar la persona del terapeuta y
desarrollar estrategias para desarrollar la alianza.
La alianza principalmente obedece a tres componentes que corresponden al vínculo, al
acuerdo en los objetivos con el consultante, y al acuerdo con este en los métodos para
lograr los objetivos. Por ende, permite el rapport, recoger las quejas del sistema
consultante y sobre todo la generación de acuerdos para trabajar sobre las problemáticas
establecidas. Las habilidades clínicas sostienen el desarrollo de la alianza, y con ello
facilitan el cambio. A su vez, el desarrollo de la alianza es un predictor del cambio y
permite identificar el estadio motivacional y a la conversión que sostiene el consultante
frente a una determinada problemática. Las habilidades desplegadas en este sentido por
el terapeuta permiten trabajar con esa motivación y movilizarla hacia estadios donde sea
posible generar acciones de cambio.
Por otra parte,CORMIER Y CORMIER (1994) señalan que las habilidades básicas o transversales del
psicólogo son la Atención, Escucha Activa, Empatía, Genuidad, Concreción, Asertividad
y Confrontación. Si bien estas habilidades se desarrollan y entrenan en la práctica
clínica, su etiología responde a variables personales que posee el terapeuta. En tanto que
Bados y García (2011), hacen alusión a las variables inespecíficas, y especialmente
dentro de ellas a las del terapeuta como cruciales para movilizar la terapia en el sentido
del cambio.
Podríamos continuar planteando una gran cantidad de autores e investigaciones que
apuntan a la importancia del desarrollo de las habilidades clínicas del terapeuta; pero
específicamente a nosotras nos interesa destacar que además de las habilidades
terapéuticas transversales a los psicólogos, se encuentran otras específicas orientadas
para trabajar con el mundo infanto juvenil. Algunas de ellas que nos parecen relevantes
destacar son:
1.2.1.- Amor por los niños/as:
Pareciera que amar no es una habilidad sino una condición del ser, sin embargo,
también es un sentimiento que se desarrolla. Muchas personas que se inician en la
psicología indican que no les gusta trabajar con niños y/o adolescentes por diversos
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motivos y entre ellos, por considerar que no tienen las habilidades. Sin embargo, al
correr del tiempo, muchos de ellos se descubren a sí mismos y al otro en el mundo
infantil. Una declaración de ello se encuentra en el «me enamoré» y «me encanta» que
aparece luego de la experiencia y del quehacer terapéutico en este ámbito.
También ocurre al revés. Hay personas que van encantados y con mucho amor hacia
este ámbito de la psicoterapia y se encuentran que en la praxis no les gusta, que las
habilidades que se requieren no están presentes o que ese amor declarado inicial no era
tal.
Ahora, amar lo que uno hace es una condición que se transforma en habilidad cuando
hay un quehacer práctico en lo que se hace. Y que en este caso se transforma en un
legítimo interés por el niño, en un motor para investigar, para trabajar con la familia
completa, el colegio, los sistemas judiciales de protección (OPD, Juzgados de Familia,
entre otros); que funciona como un colchón y un escudo a las frustraciones del sistema, a
las resistencias de los padres, y sobre todo a enfrentar las situaciones de abuso y
violencia con las que nos topamos en esta esfera de la profesión. Por ende, trabajar sin
amor, sin cariño, sin que te gusten los niños puede jugar en contra del sistema
consultante, de sus derechos y de uno mismo. Como observación general, también es
significativo considerar que me puede gustar más el trabajo con niñas y niños pequeños,
y no especialmente con adolescentes, y viceversa. Y esto es completamente válido, lo
central es reconocer hacia donde me orienta mi interés, mi cariño y mis demás
habilidades.
1.2.2.- Capacidad para mirar e intervenir de forma integral:
Esta capacidad implica cierto nivel de complejidad ya que requiere de otras
competencias de base, y actúa en interacción con otras. Refiere a desarrollar la capacidad
de mirar como lo haría una cámara con zoom, y ajustar el ojo continuamente viendo las
relaciones e interacciones del sistema en el cual está inserto el niño, al niño en sí mismo,
al contexto, y hacer juegos de cámara con 360° de movimiento. Ahora, es una habilidad
que se desarrolla con el tiempo, con la madurez de la clínica y la experiencia. Nunca se
deja de desarrollar y los ajustes del zoom varían en función de la historia y ciclo vital del
propio terapeuta. Lo central es saber −al menos al inicio del recorrido con niños− que no
podemos hacer una comprensión unicausal de un problema.
El mismo principio aplica en la intervención, y requiere de la flexibilidad terapéutica
para trabajar en distintos dominios: con el niño, con los padres y/o figuras cuidadoras,
con la familia como tal, con la institución educativa y sus actores, con abogados,
psiquiatras, neurólogos, y todo el equipo que está detrás de la atención de este segmento
de edad. La forma de intervenir en estos diferentes dominios implica adecuar(se) al
contexto, a edades diferentes, diálogos distintos, pasar de lo directivo a lo menos
directivo, entre otros.
Al respecto, trabajar con niños implica trabajar con adultos, familias, relaciones, con
la comunidad escolar, etc. La cuestión es que el desafío de trabajar con este segmento de
edad es que nos enfrenta a todo el ciclo vital y nos moviliza desde lo intrapersonal del
niño, a una visión sistémica centrada en la familia, y a lo comunitario clínico en nuestras
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visitas en terreno.
1.2.3.- Empatía:
Aquí la empatía está al servicio de muchos aspectos, y no solo va en la dirección de
comprender al otro en su propia dimensión (dentro de lo que podemos). Sino que va a
acompañar a la flexibilidad y a la tolerancia para cumplir con los fines de la
intervención.
Al respecto −y como lo señalábamos anteriormente−, los psicólogos que trabajarán en
esta área deben plantearse que lo harán con todos los sistemas en los que está inserto el
niño. Por ende, debe ponerse en el lugar de este, en el de las figuras significativas
(madre, padre, cuidador, abuela, hermano/a, profesor, etc.) y moderar el conflicto de
escuchar a todas estas voces. Muchas veces y especialmente cuando se es principiante,
es fácil caer en la trampa de la «empatía-sintonía», que implica entrar en la historia de
cada parte y sintonizar finalmente con aquella que me hace más sentido (por mis
creencias y/o historia vital), o quedar atrapado en determinar quién miente o qué historia
es la más verdadera o válida. En síntesis, la alianza vincular se vuelve un problema
porque no sé a quién dirigirla, o la dirijo inconscientemente a lo que me produce más
sentido emocional.
En este sentido, la empatía debe ser utilizada flexiblemente para comprender y
ampliar la visión del otro en cada relato, y en cómo significa cada relato. Podríamos
decir que la terapia infantil es muchas veces una especie de rompecabezas que debemos
armar desde múltiples voces. Pero no podemos quedarnos en cada voz como si fuera la
única, sino que debemos flexibilizarnos y mirar cómo las propias subjetividades y
vivencias afectan las interacciones. Por lo tanto, la información que nos entrega el
proceso empático es un insumo para cooperar a la mediación, negociación y mejora de
los canales de comunicación y comprensión del fenómeno entre los integrantes de la
familia y el problema X que aqueje al niño. También nos debe ayudar a distinguir si el
problema del niño es la manifestación de un problema que se encuentra en otro dominio
(escolar, los padres, etc.).
La empatía también hace resonancia en la comprensión del sufrimiento e incomodidad
del sistema consultante y nos obliga a movilizarnos responsablemente sobre el proceso.
De ahí que conmovernos frente al mal trato y gestionar los buenos tratos es un reto que
luego del proceso empático que nos permite poner voz a lo que se ha silenciado, nos
debe movilizar hacia la tolerancia para poder trabajar con el sistema que no ha sabido
aplicar el buen trato a su forma de educar y armar familia. Este punto a nuestro parecer
es bastante relevante ya que muchas veces al empatizar con el sufrimiento de uno de los
integrantes de la familia, no logramos entrar en la tolerancia para trabajar con aquel o
aquellos que han generado prácticas maltratadoras o negligentes. En este sentido, volver
a empatizar con el que ha generado situaciones de vulneración también es un proceso
fundamental, implica mirar su historia de vida y preguntarse sobre qué camino ha
recorrido para que haya llegado hasta ese momento y a esas conductas.
1.2.4.- Capacidad para adaptarse a las distintas épocas 
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del desarrollo del niño:
Esta habilidad hace referencia a aprender a detectar sutilezas del tiempo que parecen
tan obvias pero que no necesariamente lo son. Al respecto nos gustaría ejemplificar esta
capacidad con la historia personal de una de nosotras:
Cuando era adolescente, en una de las conversacionescon mi madre, ella me señaló algo que me ha
quedado hasta el día de hoy. Tengo dos hermanos, uno que es mayor que yo diez años y el otro que es
menor que yo ocho años; ustedes podrán sacar las cuentas de las grandes diferencias de edad entre ambos.
Pues bien, mi madre en aquel momento aludió a su ser madre y lo difícil que es ello, y sus esfuerzos para
ponerse en el lugar de cada uno de nosotros, si bien no recuerdo sus palabras exactas ella debió haber dicho
algo como esto: «para criarlos me he debido adaptar a cada uno de ustedes, y comprender que la época de la
niñez y la adolescencia es muy distinta para ustedes, por eso no puedo pensar en hacer lo mismo para
criarlos. Cuando tu hermano mayor fue adolescente estaba lleno de sus primos de la misma edad, los juegos,
los intereses eran muy distintos, era más fácil poner normas y horarios porque todos los padres estaban en
eso. En tu época la juventud es distinta, sale más, y las mujeres tienen otro pensamiento que antes ni se
pensaba. Ni hablar de cuando yo era adolescente, todavía andaba con falda y calcetas y no pensábamos en
pololear. Y tendré que acomodarme a tu hermano chico cuando sea adolescente, son niños distintos, mucho
computador… Esto ha sido un esfuerzo para mi…».
La capacidad de adaptarnos a los distintos momentos culturales, al contexto en que se
está gestando la adolescencia y la niñez, juega un papel significativo en la forma en que
cada ser humano se relata su historia. Y efectivamente, muchos conflictos familiares y
por los cuales se consulta colocando al infante como centro del conflicto, se debe a que
los padres y/o cuidadores no logran comprender que estos seres humanos en formación
no están pasando por la misma época en que ellos fueron niños. Por ende, si bien hay
temas y tareas transversales en cada ciclo vital, estas se ven alteradas y modificadas
según la época en que nos toca vivir. No es el mismo niño el que se crío en los años
setenta, en los ochenta o en el dos mil. La propia comprensión de este fenómeno es
fundamental para el psicólogo clínico que se dedica a este segmento, ya que él debe
transmutar sus comprensiones, reglas, creencias y adaptarlas a los nuevos tiempos, como
la mamá de esta historia.
1.2.5.- Capacidad para contactarse con el niño interior:
Aquí hablamos de la habilidad de contacto con nuestros aspectos lúdicos y reflexivos
sin la lógica adultista o la rigidez de los años. Implica la capacidad de jugar con un niño
en el suelo, de disfrutar de ese juego y transmitirlo. De no avergonzarnos o
incomodarnos mientras jugamos, rodamos, soñamos o nos conmovemos con un niño.
De contactarnos con la energía de nuestro niño interior, con sus dificultades y
frustraciones, así como con sus alegrías e intereses. Esta conexión nos lleva a realizar un
acercamiento empático más genuino y cercano con el consultante, y nos ayuda a salir de
las lógicas adultas que juzgan al otro.
Ahora, eso no significa atender como niños, sino generar una conexión con lo propio
que se pone al servicio del otro. Puedo perfectamente seguir hablando con un lenguaje
adulto, pero mi interés está puesto en lo infantil. Al respecto me gustaría aclarar que a
veces nuestros intentos por llegar a niños parecen forzados y ellos lo detectan, como un
preadolescente que conocimos y que criticaba a su terapeuta «adulto» que hablaba como
«joven».
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1.2.6.- Capacidad para relacionarse con el nivel de edad 
que consulta:
Este punto va de la mano con los anteriores y refiere a manejar el lenguaje del niño,
comprendiendo los factores afectivos y del pensamiento, propios de cada edad.
Por ejemplo, implica la capacidad de realizar un ejercicio reflexivo para trabajar con
un preadolescente, donde este está en una época de «reseteo» que implica construir un
nuevo sistema de creencias. Por ende, aquí la tarea es la capacidad de contactarse con su
adolescencia, sus intereses, sus temores e incluso con su oposicionismo, su necesidad de
individuación y dependencia. En estos casos, la forma de conversar y relacionarse difiere
de la que ocupamos con un niño; ya no es válido el jugar, y la mayor parte de los
adolescentes requieren dejar estas prácticas para hacer la diferenciación de una etapa a
otra. Apoyarlo a «pensar» y «pensarse» implica una comprensión de la relación distinta.
Con un niño debo ser capaz de externalizar todo, de forma que el proceso no sea
amenazante, y por otro lado, implica posicionarme en el lugar donde el infante instala su
lenguaje (primero afuera para resolver fuera y luego internalizar), en tanto que el
adolescente está en un proceso madurativo del pensamiento distinto y comienza a
trabajar en su interior; ya no externaliza lo que piensa, requiere de tiempo para formarse
ideas, revisar sus creencias y generar nuevos pensamientos acorde a las tareas propias
del ciclo que atraviesa para el camino a la adultez.
Este punto implica además, la capacidad para ponerme al día en materia de intereses
de los jóvenes y niños: programas de televisión, series, personajes, películas, juegos,
plataformas tecnológicas de comunicación y de juegos, palabras y formas de expresarse,
tribus urbanas, qué se está haciendo en los colegios hoy, cuáles son las redes sociales
más utilizadas, las de riesgo, la forma del tráfico de droga en este segmento, cómo
celebran, qué hacen cuando se reúnen, ritos, sexualidad, hábitos, entre muchos otros. En
síntesis, interesarse legítimamente por su mundo, ponerse continuamente al día, revisar
sus modas, estar atentos a su cultura y tener la capacidad de preguntarles en qué están.
Mientras escribíamos este capítulo, recordábamos algunas anécdotas con nuestros
pacientes. He aquí una de ellas que nos parece esclarecedor para este punto:
Hace un tiempo atrás la palabra «pelar», socialmente implicaba que al menos dos personas hablaban mal de
otra a sus espaldas. Un día una joven en sesión me hablo de cómo se «pelaban» a un compañero, y
obviamente yo asumí el significado tradicional e hice una intervención en esa línea, ella me miro raro, y
todo quedo allí. Me quedé extrañada, a su vez, por su reacción, y pensé que definitivamente lo había hecho
mal como terapeuta. Durante la semana tuve la oportunidad de escuchar a mis hijas hablar de «pelarse» y
obviamente abrí mis orejas a lo que conversaban, y les pregunté qué era lo qué pasaba que estaban
legitimando esto del «pelar». Ambas, incluyendo a mi hijo, se rieron de buena gana de mí. «Pelar» significa
coquetear y mostrarse al otro, está incluido dentro del lenguaje de conquista. No me quedo otra que reírme
de mi misma. A la sesión siguiente le conté esta anécdota a mi paciente, quien también se río de buena gana
de mí y me explicó claramente a que se referían hoy los jóvenes con «pelar», entonces y solo entonces pude
intervenir en lo que ella me estaba pidiendo.
1.2.7.- Capacidad para establecer alianza 
y el uso de microhabilidades:
Tal y como señalamos al comienzo, la alianza es uno de los factores comunes que
mayor peso sostiene para explicar la varianza del cambio en psicoterapia. Por ende, los
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terapeutas «deberían» verse interpelados a desarrollar estrategias para generar la alianza.
Al respecto, las microhabilidades como el reflejo, el parafraseo, síntesis, entre otras, son
habilidades técnicas que permiten poner en acción la atención y escucha activa; la
empatía a través de un lenguaje clínico simple, y que utiliza lo que dice el consultante, su
marco de referencia, sin interpretarlo. En este sentido, se corre menos riesgo de parecer
poco comprensivo y atento, y con ello me aseguro de realizar acciones efectivas para el
desarrollo de la alianza. Por ejemplo:
Situación 1:
P: No he logrado entender bien esa materia. Estoy cansado de pedirle a mi mamá que me ayude con
las tareas.
T: Parece que dependes mucho de tu madre.
En este ejemplo el terapeuta está realizando una interpretación, considerando una
hipótesis teórica de lo que le pasa al consultante. Es posible que el consultante no acepte
esta hipótesis–interpretación y le rebata al terapeuta, se calley/o sienta que no fue
escuchado positivamente.
Situación 2:
P: No he logrado entender bien esa materia. Estoy cansado de pedirle a mi mamá que me ayude con
las tareas.
T: Pareciera que para ti es importante que te vaya bien con las tareas.
P: Sí… por eso le pido ayuda a mi mamá.
En esta segunda situación el terapeuta realiza un parafraseo, que es un tipo de reflejo
que destaca o rescata lo positivo de lo que indico el consultante, sin una hipótesis de
base y solo usando lo que este trae. Esa técnica permite que el consultante se sienta
efectivamente escuchado y, por ende, aumenta y fortalece la alianza.
Ahora bien, si recordamos, la alianza implica tres aspectos: vinculación, acuerdo con
el sistema consultante en los objetivos-metas de la terapia, y acuerdo con el sistema
consultante en cuanto a los métodos para llegar a los objetivos-metas. Por lo tanto, si
tomamos esta conceptualización de alianza, el terapeuta debería desarrollar la capacidad
de vincularse con el otro, establecer una relación cordial, sana, aceptadora, genuina,
acogedora, y que legítimamente permita al otro sentirse escuchado y ser parte activa de
su proceso terapéutico. A su vez, esto permite que el consultante pueda resistir
confrontaciones o ambigüedades de su conducta-creencias-afectos, así como realizar
tareas fuera de la terapia, o enfrentar situaciones que no había considerado.
La formación del vínculo también puede leerse bajo la idea rogeriana asociada al
desarrollo del terapeuta, el cual debe crecer en su proceso personal, y especialmente en
su capacidad de aceptar incondicionalmente al cliente, lo que implica empatía con el
otro.
Por otra parte, se requiere la capacidad de escuchar, clarificar, ser asertivo y negociar
para establecer las metas y objetivos con el sistema consultante. Esto implica ponerse al
servicio del otro, ayudarlo a establecer metas claras y realistas, ajustar expectativas,
aceptar los valores del otro y sobre todo «no imponer» nuestros supuestos.
En el caso del trabajo en el área infantil, la alianza hay que trabajarla en distintos
niveles hasta lograr cierta armonía, ya que hay que considerar los distintos motivos de
22
consulta emitidos por el niño, sus padres, el colegio, etc., así como las distintas miradas
sobre el problema que traen a terapia, o la diversidad de este. Por ejemplo, una niña que
es enviada a terapia por el colegio ya que la encuentran atrevida y con problemas
conductuales, en tanto que los padres más bien consideran que el tema es que es floja, y
la niña no ve ningún problema y no desea asistir al psicólogo puede generar
significativas dificultades para definir la alianza.
Al respecto surgen varias preguntas, ¿qué trabajar?, ¿para quién trabajar?, ¿dónde está
el problema?, ¿para quién es el problema?, y es aquí donde el terapeuta deberá generar
alianza con todo el sistema consultante, de forma que todos cooperen para definir el
problema, construir los objetivos y metas, y así conseguir una solución efectiva al
problema. Si pensamos en ello, otra habilidad a desarrollar en nuestro campo es la
capacidad de negociar.
1.2.8.- Negociar:
Es la capacidad de establecer acuerdo y mediar entre distintas partes hacia un interés
común. En este sentido se espera que podamos asumir una posición muchas veces de
mediadores entre las distintas díadas del sistema. Por ejemplo, cuando un adolescente
requiere salir y los padres no quieren. Cuando un niño no quiere hacer sus tareas en el
colegio.
En variadas ocasiones, nos encontramos con problemas que tienen que ver con puntos
de vistas distintos, y que requieren de una co-construcción del sistema consultante. En
este sentido, nuestro papel es facilitar el diálogo para que se lleguen a acuerdos. Los
acuerdos pueden estar en función de significados, o nuevos significados de las acciones,
de acciones específicas por cada parte del sistema consultante que facilitan la transición
de un problema a una solución.
Muchas veces ese paso ha llevado consigo la tarea de flexibilizar creencias, o de
preparar un encuentro, o de asistir al colegio para redefinir el problema a su ámbito. Un
caso que recordamos es sobre una joven que quería establecer una relación con su madre
y su padre se oponía, ya que ella había dejado el hogar. La joven se encontraba atrapada
entre lo que su papá le decía que era bueno para ella, y sus propios deseos de conocer la
historia de la madre y relacionarse con ella. Al respecto, lo primero fue definir
claramente que necesitaba la joven y luego generar un acercamiento al padre para
preparar la conversación que tendría la joven con él cuando ella le contará que iba a ver a
su mamá. En paralelo, también citamos a la madre, sin la joven para conocer su opinión
y a qué estaba dispuesta. Cuando todo este terreno estuvo preparado recién se inició el
encuentro formal entre la madre y la hija. El padre pidió a cambió que ciertas conductas
de la niña mejoraran, ella estuvo de acuerdo y le pidió al padre que no la tratara mal
después de que viera a su madre.
Por ende, en cada parte debimos ponernos en su lugar, y mediar. La idea es que todo
el sistema pueda salir beneficiado, aunque hay veces donde la rigidez puede afectar la
negociación, y se deben tomar otras medidas.
En otros casos, nos toca mediar entre discusiones de los padres, y que refieren
específicamente a problemas de pareja que se descargan en el campo de batalla de los
23
hijos. En síntesis, lo esencial es la capacidad de poner temas en la mesa, y promover un
entendimiento que lleva a acciones que de alguna forma satisfaga a todos, y que se
concreten de la mejor forma posible.
24
1.3.- LOS PRIMEROS PACIENTES
Si hacemos la pregunta: ¿qué se imaginan que hace un psicólogo?, la mayoría de la
gente responderá que es alguien que «atiende» a personas, relacionándolo con la
atención de pacientes en una consulta. Si bien la psicología posee una serie de áreas que
no necesariamente responden a la atención en consulta, el imaginario colectivo posiciona
a nuestra profesión en esa simbolización. Chistes, afiches y cualquier representación de
un psicólogo utiliza como elementos gráficos una consulta, un sillón con alguien que
anota, y un sujeto recostado que dialóga. Por lo que elegir el área clínica como desarrollo
profesional e imaginar que algún día se atenderá a un paciente, es absolutamente
esperado. Si bien es algo que se desea fuertemente durante la formación, cuando estamos
ad portas del momento de realizarlo, una serie de emociones se conjugan en nuestro
interior: miedo, inseguridad, inquietud, incertidumbre, ansiedad, nerviosismo,
curiosidad, entre otras. Queremos hacerlo, pero nos da «nervio» realizarlo, nos
imaginamos el momento, pero solo pensarlo nos angustia, así entonces nos movemos en
una danza ambivalente donde si bien hay un deseo, también hay una represión.
Loreta Cornejo −psicoterapeuta gestáltica− en su libro Cartas a Pedro, señala que a
pesar de los años de ejercicio profesional, la alegría del encuentro, el temor a fallar, el
miedo a no saber o no poder, la inseguridad en las habilidades y capacidades, y el temor
a no ser comprometido, a ser criticado o rechazado, están siempre presente al enfrentarse
por primera vez a un nuevo paciente. (CORNEJO, 2010). Cornejo señala que las emociones
citadas implican estar conectado afectivamente con un ser humano que asiste a consultar
por un problema que lo aqueja, el cual desea solucionar confiando en nuestra capacidad
y experticia; «relatará lo que puede, responderá a lo que se le pregunta y simplemente se
referirá a lo que desee», por tanto, es en ese preciso momento donde dos seres humanos
intentarán ir descubriendo y descifrando los mensajes inconscientes almacenados en el
aparato psíquico, dialogarán, se mirarán, reirán y enojarán, pero juntos recorrerán el
camino a la clarificación. Por tanto, si un terapeuta no ama lo que hace y más aún, no
ama al ser humano, su trabajo puede convertirse en algo francamente tedioso, agotador y
frustrante. Ser terapeuta infantil, implica navegar por aguas desconocidasy confusas,
implica entender que jugar es dialogante en si mismo, que hay un ritmo que debe ser
respetado y acompañado para que una problemática se haga consciente, que la urgencia
de los padres o el colegio no pueden alterar el curso de la terapia, que todo niño posee
una tendencia natural al autodesarrollo, y que la manifestación conductual es el mejor
predictor de cambio aunque muchas veces sea el «empeoramiento» de la conducta. Por
tanto, si no amas a este ser humano, si no gozas con lo que haces y si no te asombras con
su proceso, la labor psicoterapéutica terminará por desgastarte.
Antes de continuar te queremos invitar a realizar un ejercicio:
Por unos minutos queremos que cierres tus ojos y recuerdes cómo fue el encuentro
con tú primer paciente. Qué sentiste, qué pensaste antes de su llegada, qué creías que
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podía pasar… Deja que tu recuerdo aparezca, que inunde tu sentir, y una vez que estés
preparado/a, simboliza en el siguiente recuadro tu recuerdo. Si no lo has tenido aún,
imagina como crees que será ese momento.
Mi primer encuentro con un Paciente
1.3.1.- La llegada de nuestro paciente:
Cuando un paciente llega a nuestra consulta, puede saber o no a que viene, tener
claridad que algo ocurre o responder a la necesidad de otro que le indicó que sería
«bueno asistir», independiente de la motivación de la asistencia. Lo que sí está claro, es
que cada sujeto asiste «con un motivo de consulta» que pese a ser confuso o poco
propio, indica que algo pasa.
Si nos focalizamos en la infancia, este «motivo de consulta» en cuanto a claridad y
genuidad, se complejiza aún más ya que son los adultos quienes deciden traer al niño. Es
el adulto quien considera que algo está pasando y es necesario que un «especialista» lo
vea. Frases como: «no sé qué le pasa, me lo cambiaron…», «se está portando
pésimo…», «el colegio necesita un informe para ver cómo tratarlo», «no hace nada, nada
lo motiva», «no tolera la frustración…», llenan nuestras consultas en las primeras
reuniones. La imagen de un pequeño sentado frente a nosotros sin saber a qué viene o
dónde está, no es una anécdota, lamentablemente es una realidad de una cultura adultista
que invisibiliza la infancia.
Asistir al psicólogo no es algo que este incorporado en el ADN de los niños. Un
psicólogo es en sí mismo una figura compleja de representar. No usa delantal, pero está
en una consulta, algunas personas le dicen doctor pero no examina, por lo que es difícil
para un niño poseer una imagen de este profesional antes de conocerlo. Muchas veces
los padres antes de llevarlo les explican que es, y generalmente la explicación es esta:
«Una persona con la que vas a conversar y le podrás contar todas tus cosas». Si uno
vuelve a leer esa definición, más que clarificar complejiza y va en contra de otros
aprendizajes enseñados en el transcurso de su vida. Analizaremos la explicación: «Es
una persona con la que vas a conversar y le podrás contar todas tus cosa». ¿No les hemos
dicho en reiteradas oportunidades: «no hables con extraños»?. ¿Cómo comprender que
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con este extraño sí puede hablar y no con el extraño de la plaza, por ejemplo? Luego se
le dice, «le podrás contar todas tus cosas». ¿No les hemos enseñado a no publicar
aspectos de su vida privada a otros desconocidos?, nuevamente nos preguntamos, ¿no
somos nosotros también otro desconocido? De esta forma la explicación entregada
confunde más que clarifica y peor aún, contradice otros aprendizajes. Por lo tanto, ¿qué
es un psicólogo?; no es algo fácil de relatar, sino es más bien una representación que se
tiene que construir a partir de una relación. NEMIROFF, M Y ANNUNZIATA, J (1990) crearon un libro muy
útil para trabajar con niños el cual se denomina A Child`s First Book about Play
Therapy. Mediante imágenes y pequeños textos van dando cuenta de quién es esta
persona, demostrando que la relación que se establece es la que va generando la
representación psíquica de esta figura.
Y ahora que hemos hablado sobre nuestro rol, quienes somos y quien es ese niño/a
para nosotros, te invitamos a reflexionar sobre ello y plasmar en estos recuadros los
significados, ideas, sentimientos, imágenes que tienes de ello.
¿Que es un terapeuta para ti?
Un niño para mí es…
Trabajar con niños es una elección que responde a una serie de motivaciones,
resonancias y explicaciones sobre qué es la infancia. Cada terapeuta antes de conocer al
niño que asistirá a su consulta posee una representación de este. Si bien solo sabe la edad
y el sexo, parte de un supuesto de infancia que será el marco desde el cual mirará,
acompañará y comprenderá. Este marco puede ser una tremenda herramienta de trabajo o
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convertirse en un punto ciego que sesgue nuestra intervención. Trabajarse como
terapeuta, implica revisar nuestra historia, entender esta y tomar conciencia de cómo
influye en nuestro ser terapeuta. La persona del terapeuta −que es el nombre técnico que
recibe esta revisión−, es un proceso fundamental para el ejercicio de esta profesión.
Entender qué nos pasa con un caso, desde dónde respondemos, qué nos moviliza y por
qué nos moviliza aquello, es algo que se trabaja de manera constante.
La falta de trabajo personal lleva consigo «cegarse» frente a un caso, ser inducido por
el sistema sin darse cuenta, o bien, «apasionarse» por una temática sin comprender desde
donde viene esa pasión y qué buscamos reparar internamente con su presencia. En otras
palabras, la falta de revisión personal puede resultar en indicaciones iatrogénicas para
nuestro paciente.
Otro tema central a considerar cuando se trabaja con infancia, es el rol denunciante
que tenemos frente a cualquier vulneración de derechos de un niño, niña y adolescente.
Si bien muchas veces somos testigos de niños cuidados por sus familias, también
podemos ser observadores de vulneración. Cuando hablamos de vulneración estamos
respondiendo a cualquier incumplimiento de sus derechos, aprobados por las Naciones
Unidas en 1989 en la Convención de los Derechos del Niño y ratificado por nuestro país
en 1990.
El respeto de la infancia parte por reconocer los derechos humanos de los niños, niñas
y adolescentes a partir de cuatro principios fundamentales: la «no discriminación», el
«interés superior del niño», su «superviviencia, desarrollo y protección», así como su
«participación» en desiciones que les afecten.
Chile en el año 2015 a través del Consejo Nacional de la Infancia, ha creado la
política nacional de Niñez y Adolescencia, cuyo objetivo es garantizar desde el Estado
los derechos universales de todos los niños del país, otorgando protección especial
cuando existe vulneración (maltrato, abandono, negligencia, entre otros:
www.consejoinfancia.gob.cl). Esta política significó un cambio de paradigma que
implicó pasar de un sistema tutelar a uno donde los niños son sujetos de derechos,
colocándolos en el centro de las políticas públicas y a sus familias en un rol central en el
desarrollo de estos. Este cambio político/cultural, implicó una visión de infancia
diametralmente opuesta a la sostenida hasta entonces. El niño como bien de cuidado,
paso a ser un sujeto de derecho el cual tiene injerencia en las decisiones que se toman;
puede opinar y ser consultado ante alguna situación, y, por sobre todo, tiene derechos
que deben ser respetados. Si bien lo descrito es algo obvio a estas alturas para un
terapeuta infantil, lamentablemente frases como «no le preguntes que es muy chico para
decidir…», «yo sé lo que es bueno para él/ella, por algo soy su madre», «no le cuentes,
no se va a dar cuenta, es un niño…», siguen estando presente en el discurso cotidiano.
Entender a la infancia como sujetos de derecho implica seguir luchando contra una
cultura adultista que muchas veces se queda en un discurso de derecho, pero en un
accionar de cuidado, por ejemplo «todo lo conversamos» (discurso), «no le dije que
veníamos para acá» (acción).
1.3.3.- La primera sesión con nuestro paciente:
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http://www.consejoinfancia.gob.cl
Conocernos en profundidad. Cuando un niño llegaa consultar como ya lo habíamos
dicho, no siempre sabe a qué viene o donde esta. Johnson (1992) señala que la diferencia
fundamental entre un paciente adulto y un paciente infantil es que el primero consulta
por una inquietud que lo perturba, mientras que en los niños la consulta responde a un
adulto perturbado por su conducta. Sobrediagnósticos, aumento de psicofármacos y
largas listas de espera en consultas de neurólogos, son el resultado de una cultura que al
parecer no tolera la infancia pese a discursear sobre los derechos de estos.
Entender quien consulta o por qué consulta, no es un proceso fácil. Es comenzar a
descubrir, comprender, inferir, organizar y articular, una serie de elementos que van
siendo expuestos en la primera entrevista, pero no siempre responden a una lógica
discursiva coherente.
Acompañar y escuchar activamente son dos habilidades esenciales que se deben poner
al servicio de este encuentro, ya que el objetivo no es solo recolectar información sobre
el caso, sino ir generando un dialogo articulador de proceso.
«No es solo recolectar antecedentes del problema, sino comprender el problema a
partir de los antecedentes.»
Para clarificar lo expuesto trabajaremos con un ejemplo:
Ejemplo 1: Recolección de Información del problema
T: Cuénteme, ¿que la trae por acá?
P: Me mandaron del colegio porque está inquieto, desatento y no respeta a los profesores.
T: ¿Con quién vive?
P: Mamá, papá, hermanos. Es el concho, se lleva por diez años con su hermano.
T: Cómo fue el desarrollo del niño.
P: Nació de treinta y cinco semanas; embarazo no planificado.
T: Peso, talla, apgar al nacer.
P: 2.500 kg, 47 cm, 9.8.
T: Marcha, lenguaje, control de esfínter.
P: dos años, cuatro años, tres años, pero aún se hace pipí en la noche.
T: Lactancia…
Como se puede apreciar en este ejemplo, el terapeuta está abocado en registrar
claramente antecedentes del desarrollo de este niño sin percatarse que en el relato
aparecen contenidos relevantes de la historia clínica que permitirían ir comprendiendo el
caso. Si bien esta siguiendo ordenadamente la estructura de una anamnesis, no esta
logrando «ver y comprender» al paciente que tiene enfrente.
Ejemplo 2: Comprensión del Problema (articular la información en pro del proceso)
T: Cuénteme, ¿que la trae por acá?
P: Me mandaron del colegio porque esta inquieto, desatento y no respeta a los profesores.
T: Lo mandaron del colegio… ¿qué piensa usted sobre esta derivación?
P: No me parece, si bien es un poco inquieto, no es para tanto. El colegio lo único que quiere es tener
momias, no ayuda en nada, se porta mal y rápidamente llaman al apoderado… A mí me han llamado
cuatro veces y ahora, o llevo el informe, o mi hijo no ingresa más a clases. (Esta pregunta permitió
observar dos fenómenos. Por una parte, la razón de la consulta «búsqueda de informe», y por otra, la
diferencia entre la percepción de la familia y el colegio frente a la consulta del niño).
T: ¿Con quién vive?
P: Mamá, papá, hermanos. Es el concho, se lleva por diez años con su hermano.
T:Cuénteme, ¿cómo se vive ser concho en esta familia?
P: Jajaja, es el regalón de todos, es un payaso, siempre ha sido el alma de la fiesta… (el significado
de concho para este sistema implica roles establecidos que validan y mantienen su conducta)
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T: ¿Cómo fue el desarrollo del niño?
P: Nació de treinta y cinco semanas; embarazo no planificado.
T: Detengámonos un poquito aquí y hablemos desde la gestación en adelante, ¿cómo fue cuando se
enteró que estaba embarazada?, ¿dónde estaba?, ¿qué sintió?, ¿que pensó?
P: Es un regalón, llego de sorpresa pero ha sido una bendición. Yo estaba bien mal en esa época,
estaba deprimida y de repente me entero que estaba embarazada… Y fue una luz en mi vida… Es
todo para mi, sin él no se que haría… lo es todo… Creo que me salvó… (la respuesta evidencia el
lugar psíquico que ocupa este hijo en la familia, pudiendo apreciarse dinámicas relacionales
mantenedoras de un síntoma funcional para el sistema y por ello la minimización de conductas
disruptivas que para otros son preocupantes, en este caso el colegio).
T: Peso, talla, apgar al nacer.
P: 2.500 kg, 47 cm, 9.8.
T: Marcha, lenguaje, control de esfínter.
P: dos años, cuatro años, tres años, pero aún se hace pipí en la noche.
T: Al parecer han habido hitos del desarrollo que se han ido manifestando mas tardíamente, ¿qué
piensa respecto a esto?, ¿qué siente con ello?, ¿qué relación puede hacer con esto y el motivo que la
trae a consulta?.
Como se puede apreciar en el ejemplo anterior, la recolección de información sin un
sentido articulador va dejando una serie de inconexiones en la narración de la historia, lo
que no nos permite ir comprendiendo integralmente al sujeto que esta frente a nosotros.
Los síntomas que originaron su visita son la visibilización de que algo está ocurriendo
que perturba el desarrollo, pero no son en sí mismo la explicación de la perturbación.
Que esté inquieto, desatento y con baja tolerancia a la frustración no es necesariamente
un TDA, aunque los síntomas se ajusten al cuadro.
Preguntar para explorar, requiere de una curiosidad genuina del terapeuta donde exista
un interés real de conocer qué sucede. La entrevista cursa como una conversación, donde
ambos, -paciente y terapeuta-, están involucrados en su gestación, ambos piensan,
asocian y relatan los hechos. Si bien el terapeuta va guiando esta conversación, las
intervenciones que realiza tienen estrecha sintonía con lo que está ocurriendo en ese
momento de la sesión; la capacidad de leer el clima afectivo que se experimenta, respetar
el timing del relato y leer las resistencias necesarias de ese momento, hacen una gran
diferencia entre dialogar y exponer. Un paciente necesita sentirse escuchado y para ello
necesita sentirse cómodo, acompañado y por sobre todo entendido, lo cual se conseguirá
en la medida de que estemos conectados con ese otro, empatizando con su historia,
escuchando nuestra contratransferencia y trabajando con ella.
1.3.4.- La conexión como puente de intervención:
Los pacientes nos demandan atención constante y exclusividad. Somos el espacio
donde pueden ocupar un lugar protagónico acompañado de un otro capaz de entender y
reflejar lo que les está ocurriendo, por lo tanto, el estar juntos no solo implica
conocernos o acompañarnos, sino que conlleva la capacidad de ir construyendo un
sistema relacional distinto al vivido hasta ahora. La labor encomendada no es fácil, ya
que como hemos dicho hasta ahora, los pacientes remueven aspectos personales de
nuestra vida, por lo tanto, los espacios de supervisión se convierten en plataformas
idóneas para revisar, conversar y re-mirar lo que nos ocurre, y construir desde ahí el
camino a seguir. Por ende, no solo nosotros construimos puentes de relación con
nuestros pacientes, sino que también nuestro supervisor o equipo de trabajo, construirán
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puentes con nosotros que nos irán enseñando nuevas formas de interactuar.
Relacionarnos sin interés se nota, actuar simpatía es nefasto, y hacer como que
estamos cuando en realidad «estamos en otra», es absolutamente perjudicial, por lo
tanto, nuestros pacientes nos invitan día a día a ser genuinos en la relación y honestos
con nosotros mismos. Todos podemos tener un mal día, todos podemos experimentar
cansancio o preocupación por otras cosas, pero debemos hacer consciente este
impedimento; así que movilízate en función de enmendarlo, y no obligues a un paciente
a experimentar una sesión con un terapeuta pseudocomprometido, es mejor demorarse
un poco antes de partir que comenzar a la hora pero solo en cuerpo, ya que tu mente está
en otro sitio.
Recuerda siempre que «estar con otro», es estar atento a todo su funcionamiento, es
saber leer lo que ocurre, es responder pronta y acertadamente, pero, por sobre todo, es
querer estar y saber estar.
También es recomendable observarse a sí mismo, muchas veces cuando se parte, si
bien parece que estamos escuchando a nuestro consultante, en realidad estamos
escuchando nuestros pensamientos («¿qué ledigo?, ¿será que le está pasando esto?,
¿cuándo le pregunto por su colegio?, ¿qué, cómo dijo?, ¿será un súper yo exigente?, ¿ese
fue un pensamiento automático?»), y mientras eso ocurre nos hemos perdido de una
cantidad de información tremendamente importante. Este es también un
pseudocompromiso, ya que en realidad estamos sentados escuchando para nosotros y no
escuchando para el otro.
Una niña de siete años (N) asiste a consultar con su madre (M), las cuales ingresan
silenciosamente a la sala de terapia, se sientan y solo miran esperando que se les
pregunte algo. La sesión comienza de esta manera.
T: Qué las trae por aquí… (mirando a ambas).
N: (Se sonríe y se encoge de hombros).
M: Pero si tu sabes porqué vienes… Te lo dije antes de llegar (con tono molesto).
T: (Mira a ambas, sonríe) A veces los niños no saben realmente porqué vienen (mirando a la niña), no
así los adultos quienes tenemos relativamente claro porqué los traemos (mirando a la mamá). Pero,
haré algunas preguntas que estoy segura de que podrás responder (mirando a la niña). ¿Cuántos años
tienes?, ¿en qué colegio estás?, ¿en qué curso estás?, ¿con quién vives? (El terapeuta espera que
responda cada pregunta antes de pasar a la siguiente, generando una comunicación con la niña desde
el éxito, pero a la vez observando el nivel de orientación conceptual presente en ella).
En esta parte del ejemplo, podemos ver que el «estar presente como terapeutas» desde
que comienza la sesión, nos permite leer mensajes de proceso rápidamente y responder
terapéuticamente a ellos generando puentes de comunicación, los cuales establecerán
patrones relacionales con cada miembro del sistema. En el ejemplo descrito, el terapeuta
antes de continuar con la recolección de datos, recoge la «molestia» de la madre al no
encontrar en su hija respuesta a la pregunta hecha, realizando una intervención con foco
en la normalización de la conducta «no saber» y poniendo este conocimiento en los
adultos. Respecto a la niña, el terapeuta rescata y valida su «no saber» inicial, haciendo
preguntas que sí pueda responder, experimentado así un logro frente a un otro.
T: (Una vez que la niña contesta, el terapeuta le pregunta nuevamente) ¿Tienes alguna idea de por
qué la mamá te trae hoy para acá?, ¿habrá algo que le «preocupa» a la mamá que esté pasando? (En
este punto se aprecia como el terapeuta establece la asistencia a terapia desde una atribución positiva
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«preocupación», y no desde un atribución negativa).
N: No sé… Quizás me porto un poco mal…
Por lo tanto:
 
1. La necesidad de «estar con» es imperante desde nuestro trabajo psicoterapéutico.
2. Revisarnos de manera continua y «ser honestos» con nuestras limitaciones,
preocupaciones y temores, nos ayuda a ser genuinos y poder estar cuando
realmente se es posible.
3. Temor o ansiedad frente al primer paciente es algo normal, por lo que tenemos que
utilizar esta ansiedad como fuente de perfeccionamiento.
4. Cada encuentro con nuestros pacientes nos invita a mirarlo de manera integral,
poniendo atención al lenguaje verbal y análogo. «Qué» dice y «cómo» lo dice, será
central para entender la lógica del problema.
5. Poner atención a la atribución que se hace desde la dificultad, marcará el escenario
donde comenzar a trabajar. Si es una atribución positiva del problema, las frases
que lo definan cursarán en torno a «me preocupa, ella no es así», «se que algo le
pasa y por eso se comporta de esta forma», «necesito ayuda para entender…»,
dando cuenta de preocupación con intención de comprensión. Si es una atribución
negativa las frases fluctuarán en: «le encanta hacerme rabiar… es como que le
gustara verme enojada», «es maña, siempre ha sido mañosa» , «ella sabe que me
carga cuando se pone así…», centrando el conflicto en la incomodidad que
provoca.
6. El lugar que se tome para entender el problema será central para evaluar los
recursos con los que cuenta el sistema familiar en cuanto a empatía, habilidades
parentales y mentalización. Una buena lectura inicial permitirá ir diseñando las
próximas sesiones en pro de la comprensión del problema y construcción de la
alianza terapéutica, eje central para el proceso de cambio.
El primer encuentro es entonces conocernos compleja y profundamente, es mirarnos
atentamente, escucharnos activamente y comprendernos desde nuestra historia; «estas
aquí porque algo pasa y se que venir no fue algo fácil, pero es el primer paso». Si
seguimos ese dogma, miraremos a ese sistema como personas igual de expectantes que
nosotros con ese primer encuentro, por lo tanto, concéntrate, fluye y por, sobre todo,
quiere mucho a ese otro ser que esta frente ti.
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1.4.- TEMORES, ANSIEDADES Y PUNTOS CIEGOS
Cuando comenzamos nuestra tarea como psicoterapeuta, nos vemos envueltos en una
serie de inseguridades, y es muy clásico llenarnos de ansiedad producto de lo nuevo de la
experiencia («nunca he visto un paciente»), de ser evaluados (por el sistema consultante
o el supervisor), y, sobre todo, por nuestros miedos personales.
Partir implica hacerse preguntas, lanzarse a la incertidumbre del encuentro del otro en
un rol distinto. Y la ansiedad no bajara hasta que nos probemos en el ámbito terapéutico
y vayamos generando un trabajo de desarrollo personal al servicio de la psicoterapia y de
la persona del terapeuta. Ahora bien, existen ansiedades transversales y generales, y
ansiedades específicas.
1.4.1.-Temores generales de la formación:
Refieren al proceso de enfrentar al primer paciente, de hacerlo bien, de sentir que «no
sé nada», para luego pasar a la etapa de «comprendo». Esta fase es esperada, ya que se
encuentra llena de desafíos personales y arman al profesional de sus primeras
experiencias; así mismo obligan a comenzar a integrar las distintas materias teóricas y
prácticas de la formación de pregrado para llevarlas y orientarlas al ámbito de la vida
real. Y como dice el viejo proverbio, «otra cosa es con guitarra». Las cosas que no nos
molestaban de nosotros mismos comienzan a molestar como una piedra en el zapato, ya
que como decimos en jerga psicológica: «El primer paciente no es casual… por algo te
toco».
En nuestra experiencia como supervisoras en clínica infantil, nos es común
encontrarnos con temores que se repiten año a año en cada grupo, para ello queremos
ejemplificar lo dicho utilizando a dos personajes que permiten graficar claramente lo
expuesto. El primer personaje es Ana, una alumna típica de último año que por primera
vez se enfrenta a un paciente, y el segundo es Miguel, ayudante de supervisión en
psicoterapia.
Ana: No sé cómo hacerlo, es la primera vez que veo un paciente, nadie me ha enseñado a cómo
hacerlo.
Miguel: Yo pensaba igual que tú cuando partí, pero después me di cuenta que sí sabía.
Ana: Claro, es fácil decirlo, pero tú ya pasaste por esto.
Miguel: Yo leí Cartas a Pedro2, y me ayudo mucho.
Ana: ¿Tenías miedo de hacer todo mal? ¿De qué se te olviden las preguntas que debes hacer? ¿Que
digas algo y dejes la grande con el paciente?
Miguel: Sí, y por eso estudié mucho, y leí y vi todos los videos que podía, y sobre todo le preguntaba
todo a mi supervisor.
Ana: ¿Es que yo pregunto todo y el supervisor me mira con cara de «que terrible esta niñita».
Miguel: Yo creo que estás tan nerviosa y ansiosa que ves cosas que no existen, o tus propios temores
los estas poniendo en tu supervisor.
Ana: Yo sé que soy ansiosa, pero es que no me enseñaron antes.
Miguel: ¿Estás segura? ¿Recuerdas Diagnóstico clínico, y psicopatología, y fundamentos en
psicoterapia?
Ana: Pero yo no vi ningún paciente.
Miguel: Obvio, porque recién ahora tienes las herramientas para verlo.
Los temores de iniciar un proceso son normales. Lo importante es estar atento a
aquello que nos causa miedo; ponerle nombre a los fantasmas ayuda a espantarlos.
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Algunos clásicos:
a. Temor a la primera entrevista: En esta situación es muy típico ver estudiantes
escribiendo todo casi sin mirar a su consultante, y llevando una pauta de preguntas
cerradas sin considerar abrir el diálogo, ni dándole ocasiónal sistema para expresarse.
En este sentido se peca muchas veces de plantearse de una forma rígida y esconderse tras
el rol de experto. Justamente la fantasía de experto atrapa a los principiantes de la
psicoterapia con un modelo caricaturesco de cómo deben ser las cosas, antes que
descubrirse a sí mismo y aprovechar el espacio para sacar al terapeuta que todos
llevamos dentro y ponerlo al servicio del cliente.
El temor a la primera entrevista también puede llevar al terapeuta a comportarse de
forma acelerada, no considerar los tiempos del consultante y apurar los procesos.
A veces ocurre que el terapeuta siente que cincuenta minutos es mucho tiempo y
reportan no saber qué hacer luego que se les acaban las preguntas que llevan pauteadas.
O se ven atrapados en preguntas cerradas y causales que los encierran en una
conversación circular, como si no hubiese nada más que decir sobre el problema o el
sistema consultante. En este sentido el temor y la ansiedad tiende a generar una especie
de visión distorsionada sobre el otro, y se puede minimizar o maximizar algo que
expresa el sistema consultante. O en su defecto, que es lo peor, no preguntar más,
asumiendo que en veinte minutos ya se dijo todo lo que se podía decir.
Por ello es bueno ver cómo se hace una primera entrevista, realizar rol playing,
expresar los temores, entrenarse en preguntas abiertas, en microhabilidades, y
comprender efectivamente los fines de la primera entrevista y de las que vienen. Entre
más herramientas se manejen, mayor es la seguridad que se gana y menos errores se
cometen.
Y, sobre todo, supervisarse en espejo en la medida de lo posible, permite que un
equipo sostenga su intervención.
b. Temor al espejo: Este es un temor básico de los que empiezan, pues deben
enfrentarse al paciente y además al escrutinio de su supervisor y compañeros. Temor al
ridículo, a equivocarse, pero sobre todo a la crítica, es una de las características que
generan alta ansiedad en aquellos que parten. Este temor es mayor si el terapeuta en
formación asume una posición de desconfianza o de defensa. Lamentablemente algunas
personas interpretan esta instancia de recibir retroalimentación como un acto de amenaza
y destrucción que permea la capacidad de recibir ayuda y crecer como terapeuta. Por
ende, si tu vivencia es de este tipo, se recomienda revisar procesos personales que
generan este tipo de interpretación. Conversar con los profesionales que lo apoyan y
forman en este proceso es una buena instancia para revisar las defensas que pudiesen
aparecer en este proceso.
Lo que se debe tener presente siempre, es que el espejo es un medio para aprender,
para acompañar el proceso terapéutico; es una herramienta de trabajo para el consultante
donde un equipo está al servicio de su problemática y cambio. Por ende, el terapeuta
puede encontrar en la situación de espejo apoyo y una instancia de aprendizaje en la
medida que sea capaz de vencer su ansiedad a la evaluación. En este sentido la actitud es
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fundamental.
c. De caerle mal al sistema consultante y/o que abandone el proceso: En estos casos es
muy típico comportarse de manera complaciente y asumir alianzas cruzadas si es que
hay más de un consultante en el momento de la entrevista. Muchas veces estos
terapeutas buscan al «mentiroso y al que dice la verdad», pues temen equivocarse de
«bando». También ocurre que frente a su temor de ser rechazado aceptan todas las
exigencias del sistema consultante, les cuesta poner objetivos y/o metas claras, ya que no
se atreven a confrontar o aclarar con el cliente lo que este desea y mucho menos lo
ayudan a observar metas realistas.
Asímismo, este temor puede hacer que se termine asumiendo la parte de exigencia del
lado más autoritario en el caso de padres exigentes, o se dejen pasar a llevar y
mantengan el problema con niños o adolescentes, en vez de generar nuevas alternativas
de solución a un problema.
También es posible que frente a este temor el terapeuta se vea asintiendo
constantemente, y diciendo que entiende cosas que expresa el sistema consultante sin
que efectivamente lo entienda. O por su ansiedad pase por alto temas, inflexiones, y
afectos en terapia que son fundamentales de tomar y profundizar, y lo dan por sentado
por temor a que el sistema consultante abandone porque «no entendí». Muchas veces la
necesidad de aceptación se funde con el temor a parecer «tonto», como si tuviéramos
que saberlo todo.
Al respecto, una de las cosas fundamentales que se va aprendiendo en esta profesión
es que el más experto es el consultante y que nosotros somos facilitadores de un proceso,
pero no los expertos del quehacer del otro. Si bien sabemos del cambio, no significa que
seamos magos y saquemos el conejo del sombrero como mucha gente cree. Una de las
principales tareas es trabajar con el sistema consultante de tal forma que este tome
conciencia de su participación activa dentro del proceso terapéutico y que nada va a
pasar si él no está convencido de que algo pasará efectivamente.
A propósito de este temor una de nosotras recuerda que:
Una pareja de padres muy exigentes traían a su hijo de ocho años a sesión, por problemas conductuales en
el colegio. Cuando comenzábamos la segunda sesión, la madre me indicó muy enojada que los problemas
aún no se solucioban, y solo habíamos tenido cuarenta minutos de entrevista, donde el sistema consultante
se encontraba en etapa precontemplativa respecto del problema que expresaba el colegio. Confieso que si
eso me hubiese ocurrido en mi primera entrevista o primer año de entrenamiento terapéutico hubiese sido
muy incómodo, tanto así que no sé qué hubiera pasado en aquella ocasión. Hoy, lo tomo como parte de lo
que se debe trabajar en terapia y que no puedo responder mágicamente. Le perdí el miedo al abandono del
paciente, y esa pérdida de temor me da mayor maniobrabilidad para acercarme a la comprensión del otro sin
quedarme paralizada o angustiada sin saber qué responder o hacer.
d. Temor a que se enoje, o a romper la confidencialidad: Si bien va en la misma línea
de lo anterior, lo queremos destacar aparte ya que en el caso de la psicoterapia infanto-
juvenil muchas veces requerimos armar alianza con los padres y/o notificar de un suceso
grave que le está ocurriendo a su hijo/a. Por ejemplo, detener una situación de violencia,
mostrarle al adolescente que deberemos conversar con sus padres porque los cortes que
se está haciendo son peligrosos, realizar una intervención en crisis y tomar un rol más
directivo, enviar de urgencia a un paciente al psiquiatra, etc.
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En este sentido debemos realizar un aprendizaje personal en el desarrollo de nuestras
competencias de comunicación, y, por otra parte, debemos conocer las leyes que rigen
nuestro sistema. En relación a nuestro compromiso ético el primero que está a la base, es
resguardar la vida de nuestros pacientes y su integridad, por ello, aún cuando algunos se
enojen debemos tomar las medidas que corresponden, pues hay leyes que son superiores
y principios éticos que se sobreponen a otros.
e. «Y si no sirvo para esto»: Si tu temor pasa por dudar de tus capacidades date tiempo
para que el proceso avance, pide que te den más pacientes, estudia y practica más,
supervísate mucho. Puedes llegar a sorprenderte de todo lo que puedes lograr en el
camino del acompañamiento y la ayuda genuina al otro. En este sentido, es muy común
temer no tener las habilidades o no saber lo suficiente. Por ello es bueno esforzarse
tomando lo que se estudio en los años anteriores y practicar.
Si el temor surge más bien de una crisis vocacional, el camino es más bien la
honestidad consigo mismo, detenerse y escuchar qué es lo que realmente deseas para tu
vida. No te resignes a que si estudiaste psicología deberías ejercer como psicólogo o
como psicólogo clínico. Es más honesto y ético para tí y especialmente para tus
pacientes (o futuros pacientes), que tomes otro camino, o que hagas un alto hasta que
puedas resolver tu dilema. Lamentablemente muchas personas que estudian psicología
no lo

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