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1 Economics Working Group Policy Paper #5 La Macroeconomía Argentina durante la Post-convertibilidad: Evolución, Debates y Perspectivas Martín Rapetti Octubre de 2005 _______________________________ El Observatorio Argentina es una iniciativa del Programa de Graduados en Asuntos Internacionales (GPIA) de la New School University, dedicada al entendimiento de la Argentina en su contexto hemisférico más amplio, aportando un espacio para la conversación pública, debate e investigación tanto en los EE.UU. como en la Argentina. http://www.argentinaobservatory.org/ 2 La Macroeconomía Argentina durante la Post-convertibilidad: Evolución, Debates y Perspectivas Martín Rapetti ∗ 1. INTRODUCCIÓN Los últimos días de 2001 fueron testigos del desenlace de una de las peores -sino la peor- crisis de la historia económica argentina. El presidente Fernando De la Rúa, líder de la coalición gobernante formada por el tradicional Partido Radical y la novel fuerza progresista Frepaso, renunció días antes de Navidad en medio de un caos político y social. En cuestión de semanas, el país experimentó la asunción y renuncia de una serie de efímeros presidentes que no pudieron domar la crítica situación. Uno de ellos anunció ante el Congreso la decisión de cesar el servicio de una parte de la deuda pública. En los primeros días de 2002, con un nuevo presidente al mando, Argentina abandonó formalmente el régimen de convertibilidad y la paridad de un peso por dólar. En los meses que siguieron la intensidad de la crisis económica no cesó. La actividad continuó cayendo en picada, al tiempo que proseguía la fuga de capitales, se disparaba el tipo de cambio y crecían las expectativas de hiperinflación. Rápidamente comenzó, sin embargo, un proceso de recuperación económica y, unos meses después, de normalización de las variables financieras. Desde entonces, la economía argentina no ha dejado de expandirse y, al momento en que escribimos este trabajo, ha traspasado el máximo nivel histórico del PIB logrado a mediados de 1998, antes que se iniciara la recesión que llevaría a la debacle. A lo largo de este período de recuperación y crecimiento, se han ido procesando además casi todas las rupturas contractuales heredadas del colapso de la convertibilidad, incluyendo como caso más sobresaliente la reestructuración de la deuda pública en default. En este renovado contexto, parece oportuno hacer un balance del período de post- Convertibilidad. A tal fin, este trabajo analiza la evolución macroeconómica durante esos años, presenta los ejes centrales del debate que ésta generó y discute algunas cuestiones relevantes para examinar las perspectivas macroeconómicas de mediano plazo. El apartado que sigue a esta introducción presenta una breve descripción de las características, evolución y colapso del régimen de convertibilidad. Continúa un análisis de los principales rasgos del comportamiento macroeconómico del período de post- convertibilidad. Allí se constata la casi inmediata y vigorosa recuperación que mostró la actividad, así como la rápida normalización de las variables monetarias y financieras. Una ∗ Investigador asistente del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) e integrante del Economics Working Group (EWG) del Observatorio Argentino del Programa de Graduados en Asuntos Internacionales en la New School University. El autor agradece los comentarios de Diego Bastourre, Nicolás Cherny, Diego Elías, Marcela Fraguas, Roberto Frenkel, Julia Frenkel, Daniel Heymann, Leandro Serino y Fernando Toledo, así como los de sus colegas del EWG. Naturalmente, se los exime a todos ellos de cualquier error u omisión que este trabajo contenga. 3 conclusión que se desprende del análisis de esta experiencia es que el cambio de precios relativos –la depreciación real– resultó crucial para la recuperación y el sostenimiento del crecimiento. Aún cuando su accionar no haya estado exento de desaciertos y contradicciones, también sobresale la contribución de la política oficial consistente en procurar y luego mantener los equilibrios macroeconómicos alcanzados. La cuarta sección se dedica a presentar los debates que despertó la evolución macroeconómica durante este período, prestando especial atención a dos de ellos. El primero se refiere a los enfoques que predominaron en el análisis y las proyecciones del comportamiento macroeconómico de corto plazo. Uno enfatiza el apego a las normas y la transparencia contractual como elementos fundamentales para el buen funcionamiento económico, mientras que el otro considera más relevante la incidencia de la consistencia de la política macroeconómica. La evidencia recogida en el apartado 3 es mayormente favorable al segundo enfoque. El otro debate se refiere a la consistencia de las políticas monetaria y cambiaria oficiales destinadas a procurar simultáneamente un objetivo de estabilidad de precios y otro de tipo de cambio. También aquí predominan dos enfoques. El primero encuentra a ambos objetivos incompatibles en el contexto de integración financiera, mientras que el segundo considera que las autoridades gozan de un apreciable margen para sostener en el tiempo ambas políticas. La experiencia recogida en los últimos tres años brinda apoyo a los defensores de la segunda perspectiva, aunque las dificultades que vienen enfrentando las autoridades en los últimos meses estarían indicando, a lo menos, que la implementación de las políticas monetaria y cambiaria empieza a requerir de una sintonía cada vez más fina. Finalmente, el último apartado discute las perspectivas de mediano plazo. El mensaje central de esta sección es que la actual configuración macroeconómica -caracterizada por superávits gemelos (externo y fiscal) y un tipo de cambio real competitivo- brinda una plataforma para el optimismo. En efecto, tal configuración resulta novedosa para la historia económica argentina de los últimos 60 años, durante los cuales la posibilidad de mantener un proceso de crecimiento sostenido se vio condicionado especialmente por una fuente de desequilibrio macroeconómico, íntimamente vinculada a la inestabilidad de la política cambiaria: el estrangulamiento externo. El optimismo respecto al futuro, sin embargo, debe considerarse no sin una buena dosis de prudencia. El mantenimiento de esta “robusta” configuración macroeconómica no está exento de interrogantes y aún cuando lograra preservarse, ello no garantiza el crecimiento económico. Este proceso seguramente requerirá además de acertados comportamientos microeconómicos, un buen contexto institucional y adecuados estímulos provistos por la política pública. Por otra parte, cuesta hablar de optimismo en un país con tan precaria situación social e inequitativa distribución del ingreso, condiciones que difícilmente puedan removerse en el corto plazo, aún cuando se alcancen elevadas tasas de crecimiento (Esquivel y Maurizio, 2005). 2. EL RÉGIMEN DE CONVERTIBILIDAD: BREVE RESEÑA DE SU IMPLEMENTACIÓN Y COLAPSO La Convertibilidad constituía un esquema monetario-cambiario del tipo caja de conversión (currency board) a una tasa fija de 1 peso por dólar, en el cual el Banco Central debía mantener reservas en moneda extranjera como contraparte de casi la totalidad de la base 4 monetaria emitida1. Dicho esquema se había implementado en abril de 1991 como eje de un programa de estabilización -que incluía también la completa liberalización de las transacciones financieras y comerciales- para poner fin a casi dos décadas de vigencia de altas tasas de inflación. El programa tuvo un rápido y perdurable éxito en materia anti-inflacionaria. La economía también mostró un fuerte dinamismo en la primera mitad de los años noventa, expandiéndose a un ritmo superior al 7% anual. El proceso de crecimiento se interrumpióen 1995, como consecuencia de la salida de capitales provocada por el contagio de la crisis mexicana. La expansión se reanudó rápidamente y se prolongó hasta mediados de 1998, cuando la crisis rusa, primero, y la brasileña, después, desaceleraron el flujo de financiamiento a economías en desarrollo que mostraban signos de fragilidad externa. Argentina fue especialmente afectada. Su solvencia externa lucía precaria a los ojos de los mercados no sólo por el rápido crecimiento que había experimentado la deuda externa (pública y privada), sino también porque la rigidez cambiaria impuesta por la convertibilidad impedía corregir el abultado déficit estructural de cuenta corriente sin entrar en una profunda depresión. El consecuente debilitamiento de la demanda de activos locales se reflejó en una continúa suba del riesgo soberano. La consiguiente alza de la tasa de interés repercutió en forma negativa sobre la demanda doméstica, llevando a la economía a transitar un persistente sendero contractivo. Contrariamente a lo que había ocurrido durante el “efecto tequila”, en que la brusca salida de fondos desató una crisis bancaria que luego impactó sobre la actividad productiva, la dinámica de esta recesión siguió el camino opuesto. Las tendencias divergentes en el mercado financiero doméstico se hicieron más evidentes recién en octubre de 2000, luego de la crisis política desatada en el seno de la alianza gobernante tras la renuncia del vicepresidente de la Nación. El proceso no fue gradual, sino que se desarrolló en cuatro episodios puntuales, el último de los cuales (noviembre-diciembre de 2001) derivó en la crisis final del régimen monetario. La dinámica seguida en cada uno de ellos fue similar aunque de intensidad creciente: las expectativas de devaluación y la percepción de un mayor riesgo de default inducían al público a retirar sus depósitos y correr contra las reservas internacionales. Las tres primeras corridas lograron ser detenidas gracias a algún anuncio de entidad que sirvió para atemperar las expectativas disruptivas del público. El acuerdo con organismos multilaterales, bilaterales y bancos para financiar los vencimientos de la deuda pública previstos para 2001 -conocido como “blindaje” financiero- detuvo la primera corrida a fines de 2000, aunque sólo momentáneamente. Similar suerte tuvieron la aprobación del FMI, en abril de 2001, de la revisión del acuerdo stand-by vigente y la reestructuración voluntaria de la deuda pública (el “megacanje”) a mediados del mismo año. En noviembre comenzó un cuarto episodio de corrida contra los depósitos y las reservas internacionales, pero esta vez el gobierno no tuvo éxito con el anuncio de un nuevo canje de deuda. Al carecer de margen para revertir las expectativas, las autoridades decidieron, a principios de diciembre, detener de facto la corrida en curso, estableciendo restricciones cuantitativas sobre la salida de depósitos (conocidas como “corralito”) y controles de cambio. Las medidas evitaron la quiebra masiva del sistema financiero y aminoraron el drenaje de reservas internacionales del Banco Central. Significaron también el fin del régimen cambiario. 1 En aras de trasmitir credibilidad a la regla cambiaria, el gobierno hizo explícito su compromiso con la paridad fija y el sistema convertible a través de una ley, cuya modificación requería de la intervención del Congreso. Asimismo, en la nueva carta orgánica del Banco Central, se dotó al organismo de pequeños márgenes para llevar a cabo operaciones de financiamiento al Tesoro y a los bancos comerciales. 5 Esta dinámica de las variables financieras intensificó el ritmo de caída del nivel de actividad. El escenario de iliquidez derivado de la fuga de recursos condujo, durante la segunda mitad de 2001, a una fuerte contracción de la demanda agregada. El producto que venía cayendo a un ritmo anual de 2,7% desde mediados de 1998, se contrajo cerca de 10% en sólo dos trimestres. Hasta el abandono de la convertibilidad en diciembre de 2001, la economía acumuló 3 años y medio de recesión y una contracción del PIB de 15,4%. El colapso del régimen no sólo implicó la caída del esquema cambiario-monetario, sino que condujo también a un masivo incumplimiento y alteración de contratos. Con la sanción de la ley de convertibilidad, se había validado la posibilidad de realizar contratos domésticos en moneda extranjera. La dolarización contractual fue, no sólo legalmente autorizada, sino además fomentada por las autoridades. En 2001, el 97% de la deuda pública nacional y el 64% de los depósitos y los créditos bancarios al sector privado estaban en moneda extranjera. Una estructura contractual tan dolarizada hacía evidente que no podría alterarse el valor del tipo de cambio real sin que ello provocara un colapso de la cadena de pagos, una quiebra masiva de firmas y bancos y el default de la deuda del sector público (nacional y provincial). Esta es la razón, reconocida por la mayoría de los analistas, por la cual las autoridades prefirieron el penoso y lento camino de la depresión -apostando a que los anuncios del compromiso oficial con el régimen cambiario o eventuales shocks externos favorables revirtieran la tendencia depresiva- a tomar la decisión de activar semejante catástrofe económica, financiera y social, que finalmente se produjo como resultado de mercado (Galiani, Heymann y Tommasi, 2003). Así, junto con el abandono de la Convertibilidad se produjo el default de una parte de la deuda pública. Pero no fue esa la única alteración contractual. Se mantuvo el “corralito” y se convirtieron a pesos -aunque a diferentes tipos de cambio- los créditos y depósitos en moneda extranjera. También se pesificaron a 1 peso por dólar las tarifas de los servicios públicos privatizados durante los años noventa, las cuales habían sido fijadas en dólares con un esquema de indexación que seguía la inflación norteamericana (véase Forcinito y Nahón, 2005). 3. LA EVOLUCIÓN MACROECONÓMICA EN EL PERÍODO DE LA POST-CONVERTIBILIDAD2 La fuga de recursos hacia activos externos que precipitó el derrumbe del régimen de convertibilidad se aceleró tras la devaluación del peso y la declaración del default. En los primeros días de enero de 2002, el gobierno decidió sustituir el esquema de caja de conversión con un sistema de tipo de cambio dual y mantener entretanto las restricciones sobre el sistema financiero (“corralito”) y los controles de cambios. Se dispuso la creación de un mercado oficial para ciertas operaciones de comercio internacional y financieras3 a una paridad fija de 1,40 pesos por dólar, y un mercado de libre flotación para el resto de las operaciones. Poco después, la conducción del FMI hizo saber al gobierno que no iniciaría ninguna negociación hasta tanto no se unificara y liberalizara el mercado de cambios. El gobierno 2 Esta sección se basa en buena medida en Frenkel y Rapetti (2005). 3 En lo sustancial, abarcaba a las exportaciones de bienes y servicios (de liquidación obligatoria), importaciones de bienes de capital, insumos intermedios y materias primas consideradas prioritarias por el gobierno y el pago de un pequeño conjunto de servicios reales, financieros y transferencias. 6 rápidamente cedió ante la presión multilateral. Una vez que se decidió dejar flotar al dólar, el valor de la divisa subió abruptamente, alcanzando niveles cercanos a los 4 pesos, en un ambiente de difundidas expectativas de depreciación de la moneda local. La pronunciada depreciación del peso llevó a la suba de los precios internos. Aunque con un pass-through bajo comparado con otras experiencias de devaluación, cuatro meses después de la salida de la convertibilidad el IPC ya había acumulado un 21% de aumento. Esto causó una caída en los salarios reales medios de casi 18% y un impulso recesivo adicional sobre la demanda agregada,que venía contrayéndose aceleradamente desde la segunda mitad de 2001. Contrariamente a lo que tanto se temía, los efectos contractivos de la devaluación derivados de la alteración en la hoja de balance de los agentes no parecieron ser significativos. En buena medida ello se explica por la intervención del gobierno que buscó administrar el reparto de pérdidas provocado por la devaluación. En efecto, una vez que el mercado cambiario fue unificado y el tipo de cambio empezó a flotar, el gobierno decidió convertir a pesos la mayoría de los contratos domésticos pactados en moneda extranjera (créditos bancarios, tarifas de servicios públicos, alquileres, etc.) a 1 peso por dólar, neutralizando los efectos cambiarios sobre la hoja de balance de la mayoría de los deudores en moneda extranjera. A su vez, los depósitos bancarios denominados originalmente en dólares fueron convertidos a moneda doméstica a la tasa 1,40 pesos por dólar (más indexación de acuerdo a la evolución de inflación)4. Junto con la pesificación, el gobierno decidió además extender unilateralmente la madurez de todos los depósitos (incluyendo aquellos originalmente pactados en pesos) y reprogramar la estructura de vencimientos. Se extendieron certificados por los depósitos reprogramados (CEDROS), que en su conjunto pasaron a denominarse coloquialmente como “corralón”. Los indicadores sociales como la tasa de desempleo y los índices de pobreza e indigencia, que habían empeorado considerablemente a lo largo de los años noventa, sufrieron un marcado deterioro adicional en este período, principalmente como resultado de la caída en los ingresos reales provocada por la suba de precios tras la devaluación (Damill, Frenkel y Maurizio, 2003). El desplome de la actividad y el empleo continuó, entonces, en el primer trimestre de 2002 tras el abandono de la convertibilidad, redundando en una contracción adicional del producto de 5,5%. Es importante enfatizar, sin embargo, que pese a su espectacularidad, la misma representó sólo el 30% de la reducción que sufrió el nivel de actividad desde que comenzó la depresión a mediados de 1998. Este simple dato contradice una visión muy difundida en medios locales y extranjeros que adjudica el costo de la crisis a la devaluación, el default y el incumplimiento masivo de contratos. La dinámica contractiva no se prolongó mucho más. Sólo un trimestre después de la devaluación y la declaración del default, cuando muchos analistas esperaban que se desarrollara un episodio hiperinflacionario y se agudizara la tendencia depresiva, comenzó una etapa de recuperación económica. En efecto, desde el segundo trimestre de 2002 en adelante, el PIB ha crecido a una tasa media del orden del 8% anual y ha superado recientemente (segundo trimestre de 2005) 4 El estado nacional asumió el quebranto provocado por la “pesificación asimétrica” de la hoja de balance de los bancos emitiendo títulos públicos por casi U$S 6.000 millones para compensar a los bancos. 7 el máximo nivel histórico conseguido a mediados de 1998 (véase gráfico 3.1). Este proceso de recuperación se sustentó en el cambio en los precios relativos (depreciación real), pero también en el adecuado manejo de la política económica que, aún con desaciertos y ambigüedades, apuntó a estabilizar el mercado cambiario y el nivel de precios domésticos y a recuperar los equilibrios macroeconómicos básicos (particularmente, las cuentas públicas y externas). No deben soslayarse tampoco las favorables condiciones externas en que se desarrolló la recuperación. En los dos apartados que siguen, se analizan los rasgos principales de este proceso. Gráfico 3.1 PIB en millones de pesos de 1993 (Serie desestacionalizada) 220000 230000 240000 250000 260000 270000 280000 290000 300000 1994 1996 1998 2000 2002 2004 Fuente: Elaboración propia en base a Ministerio de Economía. 3.1. PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS Y ETAPAS DE LA RECUPERACIÓN ECONÓMICA La trayectoria de la recuperación económica puede ser dividida en tres períodos. En una primera etapa, que comprende el segundo y tercer trimestre de 2002, la expansión del PIB fue débil y descansó fundamentalmente en las variables del comercio exterior, estimuladas por la depreciación real. Los componentes de la absorción doméstica (consumo privado, gasto público e inversión), en cambio, siguieron contrayéndose como ocurría a lo largo de la recesión previa al colapso de la convertibilidad, aunque a un ritmo más lento. En efecto, la caída en curso del empleo y los salarios reales, las restricciones de liquidez bajo las que operaba el sistema económico y el acentuado marco de incertidumbre imponían serias limitaciones a la recuperación del consumo interno y la inversión. El cuadro 3.1 del apéndice muestra que no fueron los componentes de la demanda agregada doméstica los que revirtieron la declinación del nivel de actividad, sino 8 que, por el contrario, éstos operaron en forma contractiva5. Fueron, en cambio, las exportaciones netas las principales responsables del inicio de la recuperación. Como consecuencia del encarecimiento de las importaciones tras la devaluación, la producción local, especialmente la del sector industrial, empezó a satisfacer una proporción creciente de demanda agregada doméstica. Este proceso de sustitución de importaciones se refleja en el cuadro 3.1, en el que se advierte que para un nivel de absorción doméstica virtualmente constante -hubo una variación de apenas 0,2% en los dos trimestres- la demanda de bienes importados cayó significativamente, dejando margen para un incremento en la demanda doméstica de producción interna. Dicho incremento explica cerca del 57% de la expansión del PIB en el período. El 43% restante se debe al incremento de las exportaciones, que parecieran haberse visto favorecidas, al menos inicialmente, por el cambio de precios relativos y la existencia de saldos exportables. Es notable que esta fase de recuperación tuviera lugar mientras el país todavía se encontraba sumergido en un contexto de acentuada inestabilidad financiera e incertidumbre política y a pesar también de los efectos contractivos de la depreciación todavía en curso. Es especialmente llamativo que la recuperación haya comenzado mientras las variables financieras acentuaban su comportamiento divergente. Como se mostrará en el próximo apartado, la depreciación nominal y real del peso, el retiro de depósitos bancarios, la fuga de capitales, la erosión de reservas internacionales y la suba de las tasas de interés domésticas no cesaron hasta entrada la segunda mitad de 2002. Después de esta breve fase inicial, se inició en el último trimestre de 2002 un segundo período de fuerte recuperación de la actividad, liderada por la demanda doméstica. La normalización de las variables financieras a partir del tercer trimestre de 2002 ciertamente dio espacio a la configuración de un entorno más estable para que el sector privado se embarcara en decisiones de gasto que aprovecharan las ventajas y rentabilidades florecidas tras el abrupto cambio de precios relativos. La absorción doméstica se expandió a un ritmo anual cercano al 13% y explica más de la totalidad del incremento del PIB en el período. Las exportaciones netas, contrariamente a lo que venía ocurriendo en los dos trimestres previos, empezaron a operar de modo contractivo. Esto se debió especialmente a la excepcional recuperación de las importaciones, pero también a la débil performance de las ventas al exterior. El consumo privado mostró un importante dinamismo en este período, expandiéndose a una tasa anual promedio del 9,6%. La recuperación del consumo de las familias contribuyó en cerca del 70% a la mejora del PIB entre el tercer trimestre de 2002 y el segundo de 2004 (véase Cuadro 3.1). Varios factores alentaron este comportamiento. Entre ellos figura el lanzamiento en el segundosemestre de 2002 de un programa social de subsidios por desempleo (el llamado “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados”) que posibilitó que unos 1,8 millones de personas tuvieran una fuente de ingreso que, aún siendo magra, favoreció el consumo de los sectores más postergados. En segundo lugar, luego de una importante caída de alrededor de 25%, los salarios reales empezaron a recuperarse a partir del cuarto trimestre de 2002 como consecuencia de la mejora en los salarios nominales, así como también de la desaceleración de la inflación. Después de 5 La absorción doméstica computada en el cuadro 3.1 incluye la variación de existencias y la discrepancia estadística, que la Dirección de Cuentas Nacionales estima conjuntamente en forma residual. Es por ello que la variación de los componentes de la absorción no corresponde exactamente con la variación total. Esta discrepancia es particularmente marcada para el período comprendido por el segundo y tercer trimestre de 2002, en el que la discrepancia estadística y la variación de existencias explican el 240% de la mejora del PIB. Se optó por esta exposición a raíz de que, dada la metodología de estimación utilizada en la contabilidad nacional, la mayor porción de estos ítems es presumiblemente atribuible a los componentes de la absorción doméstica, particularmente el consumo privado y la inversión. 9 alcanzar un pico en abril de 2002 (10,4% en el mes), el ritmo inflacionario comenzó a desacelerarse y desde el fin de ese año la tasa mensual de inflación tendió a mostrar valores inferiores al 1% (véase Gráfico 3.2). Gráfico 3.2 Tasas mensual y anualizada (eje derecho) de inflación (IPC) (En porcentaje) -2 0 2 4 6 8 10 12 -10 0 10 20 30 40 50 2001 2002 2003 2004 Inflación mensual Inflación anualizada Fuente: Elaboración propia en base a INDEC. La mejora en el nivel de los salarios nominales, por su parte, se vio sin duda facilitada por la importante caída de la tasa de desempleo, pero pareciera haberlo sido también por la política oficial consistente en determinar vía decreto varios aumentos de suma fija en los salarios del sector privado durante 2002-20046. La caída en la tasa de desempleo se explica mayormente por la vigorosa recuperación del empleo. El crecimiento de la demanda de trabajo se vio motorizado por la expansión de la actividad económica, así como por la depreciación del tipo de cambio real. En efecto, en economías importadoras de bienes de capital, como Argentina, una devaluación real tiende a generar mayor demanda de mano de obra -para un nivel de actividad dado- debido al abaratamiento en moneda extranjera del factor trabajo en relación al capital7. La mejora del empleo habría estimulado, entonces, el consumo de las familias no sólo por la incidencia en la recuperación de los salarios reales comentada arriba, sino también al hacer perceptoras de ingresos a personas antes desempleadas. El gráfico 3.3 busca dar 6 Existe abundante evidencia internacional de que el nivel de los salarios se correlaciona en forma negativa con la tasa de desempleo; relación que ha pasado a conocerse como “curva de salarios” (véase Blanchflower y Oswald, 2005). Frenkel (2004a) encuentra evidencia de una correlación negativa entre la tasa de desempleo y el nivel de los salarios en el período de post-convertibilidad. Encuentra, también, que en dicho período los salarios más bajos crecieron proporcionalmente más que los más altos, tanto para los trabajadores registrados como para los no registrados. Esto sería indicativo, según el autor, de la incidencia en la mejora salarial de las subas de suma fija establecidas por la política pública. 7 Esta vía de incidencia del tipo de cambio real sobre el nivel empleo es denominada por Frenkel (2004b) “canal de intensidad del trabajo”. Frenkel y Ros (2005) muestran evidencia de la importancia de este “canal” para los países de América Latina en el período de la segunda globalización financiera. 10 cuenta de la influencia de la recuperación de los salarios reales y el empleo sobre el consumo privado. Allí, se muestra la sincronizada caída y recuperación del consumo de las familias y una proxy de la masa salarial real8. Es importante, sin embargo, destacar un aspecto relevante. En el gráfico se advierte que la caída en la masa salarial real fue más pronunciada que la del consumo privado y que éste logró recuperar y luego superar los niveles previos a la devaluación, mientras que aquella no. Más aún, el gráfico muestra que en la segunda mitad de 2002 las series describen comportamientos divergentes: mientras el consumo se estabiliza, la masa salarial real continúa contrayéndose. Estas “diferencias” en los comportamientos podrían deberse a que influyeron sobre el consumo privado elementos adicionales a los comentados. En particular, parece razonable pensar, como argumentan varios analistas, que el consumo privado logró cierta “amortiguación” de su caída y una más rápida recuperación gracias al efecto-riqueza positivo generado sobre las tenencias de activos externos del sector privado luego de la devaluación del peso9. Estos recursos -que hoy superan los 120 mil millones dólares - incrementaron su capacidad de compra doméstica con la depreciación del peso. Obviamente, parte de la discrepancia en los comportamientos de las series del Gráfico 3.3 puede deberse también a la influencia de la “mejor” performance del consumo de aquellas personas que mejoraron su ingreso corriente con el cambio de precios relativos (típicamente los productores de bienes y servicios exportables). Gráfico 3.3 Consumo y Masa salarial real* (Índices base 100 = 2º semestre 2001) 70 80 90 100 110 02:01 02:02 03:01 03:02 04:01 04:02 Consumo Masa salarial real *Véase nota al pie 8. Fuente: elaboración propia en base a Ministerio de Economía e INDEC. 8 La misma se construyó como producto del índice de salarios elaborado por el INDEC, deflactado por el IPC y otro de empleo a tiempo completo basado en la información de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). 9 La función de amortiguación de los activos (externos) de las familias sobre el consumo suele mencionarse debido al contexto de alto racionamiento crediticio que caracterizó a los primeros años de la post-convertibilidad. Las líneas de crédito al consumo (tarjetas de crédito y préstamos personales) recién empezaron a recuperarse tímidamente en el segundo semestre de 2003. 11 La inversión mostró un dinamismo sorprendente a lo largo de esta segunda fase, creciendo a un ritmo anual de casi 43% y aportando el 57% de la expansión del producto (véase cuadro 3.1). Como se discutirá en la sección 4, muchos analistas tardaron en darle entidad a esta veloz recuperación, que ciertamente respondió a la paulatina normalización del entorno financiero. Posteriormente se aludió a que el fenómeno no era más que un “rebote” luego de que se hubieran alcanzado niveles de inversión muy bajos en términos históricos. En efecto, el gasto en inversión había caído casi 60% respecto a los niveles máximos de 1998, y su nivel en relación al PIB había alcanzado en lo peor de la crisis un 10,5% medida a valores constantes. Esta tasa de inversión resulta a todas luces muy baja; en la crisis del tequila, por ejemplo, se había alcanzado una de 17,5%. Pero aún cuando ciertamente la tasa de inversión haya llegado a niveles muy bajos, ello no es en sí mismo razón para explicar la rápida recuperación que mostró posteriormente. Merece destacarse, además, que semejante recuperación se dio en un contexto de acentuado racionamiento del crédito tanto externo como interno. La inversión se financió al parecer por ganancias retenidas por las firmas, especialmente por aquellas que incrementaron sus márgenes tras la devaluación. Como se mencionaba para el casodel consumo privado, el efecto-riqueza positivo de la devaluación sobre las tenencias de activos externos en poder de los residentes privados, parece haber contribuido también al financiamiento de la inversión. Esta ha sido una argumentación usual para explicar el rápido despegue de la inversión en construcciones desde mediados de 2002. El incremento en los volúmenes de construcción, tanto residencial como corporativa, tuvo que haberse auto-financiado a la luz del escaso crédito bancario disponible, especialmente para las familias, para las cuales todavía hoy no se observa un acceso relevante al crédito hipotecario. La mejora en la actividad de la construcción explica el 56% del crecimiento de la inversión durante este segundo período. El 44% restante corresponde al crecimiento de la demanda de maquinaria y equipo; especialmente la importada, la cual se expandió entre el tercer trimestre de 2002 y el segundo de 2004 en alrededor de 310%. El consumo público tuvo una incidencia poco significativa en el proceso de recuperación; tanto en esta segunda etapa como en la tercera. Eso no significa, sin embargo, que el comportamiento de las cuentas públicas no haya tenido relevancia en la evolución macroeconómica en el período de post-convertibilidad. En particular, el sector público logró realizar durante la recuperación un ajuste fiscal de 9,2% del PIB, que permitió a las autoridades disponer de mayores grados de libertad para conducir la política económica, lo cual resultó de vital importancia para lograr y conservar los equilibrios macroeconómicos básicos. Finalmente, el efecto de las exportaciones netas en la recuperación económica en esta segunda fase resultó fuertemente contractivo (véase nuevamente el Cuadro 3.1). Esto se debió básicamente a la recuperación de las importaciones, que se duplicaron en sólo 5 trimestres. Tal como se mencionaba arriba, la demanda de inversión en equipos importados fue uno de los motivos fundamentales de esta recuperación, junto con la de insumos intermedios. Las exportaciones, en cambio, redujeron su ritmo de crecimiento. Esto no impidió, sin embargo, que se siguiera acumulando un importante superávit comercial en el período, aunque debe enfatizarse que el mismo se vio estimulado en buena medida por términos de intercambio especialmente favorables. 12 Este magro comportamiento de las exportaciones fue muchas veces enfatizado por los críticos de la estrategia económica oficial. Tal como se muestra en el apartado siguiente, una vez estabilizado el mercado cambiario en la segunda mitad de 2002, el gobierno procuró conservar el tipo de cambio real en niveles competitivos como elemento central de su política económica que ha mantenido hasta la actualidad. Con ello se busca estimular la producción de los sectores transables (especialmente, las exportaciones), a fin de minimizar la dependencia del ahorro externo para financiar el crecimiento en forma sostenida. Los pobres resultados en materia exportadora durante los primeros 2 años de esta política cambiaria desataron alguna polémica en torno a la efectividad de dicha estrategia. Mucha evidencia muestra que la respuesta de las exportaciones al cambio de precios relativos no resulta inmediata. La “lentitud” de reacción subyace, por un lado, en la evidencia recogida por las experiencias de devaluación de países desarrollados que fundamentan a la popular “curva J”. Por el otro, en el cercano caso de Brasil se observa que las ventas externas sólo empezaron a mostrar dinamismo alrededor de 3 años después de la devaluación de 1999. A partir del tercer trimestre de 2004, las exportaciones iniciaron una veloz expansión que se mantiene hasta la actualidad, a una tasa anual de crecimiento de 22%. Independientemente de si estamos o no en presencia de un sostenido despegue exportador estimulado por el nuevo conjunto de precios relativos, lo cierto es que la expansión de las exportaciones influyó decididamente en el comportamiento de la actividad desde ese entonces. El cuadro 3.1 muestra una tercera fase en el proceso de recuperación de la actividad, en que la influencia de las ventas al exterior se torna muy relevante. Es interesante notar que, al igual que la segunda etapa, ésta también se caracteriza por una fuerte expansión del PIB (a un ritmo anual de 9%), pero los estímulos de la demanda local fueron menores. Dos tercios del crecimiento del producto se explican por la demanda doméstica de bienes producidos localmente y otro tercio por las exportaciones. La última información oficial, referida al segundo trimestre de 2005, muestra que el PIB ha superado el nivel máximo alcanzado a mediados de 1998 y continúa mostrando un elevado ritmo de expansión. Habiéndose dejado atrás lo peor de la crisis, resulta apropiado reflexionar acerca de las posibilidades de la economía argentina en el futuro mediato. Posponemos por el momento esta tarea que retomaremos en la última sección del trabajo, para pasar a analizar la evolución de las políticas monetaria y cambiaria en el período. 3.2. EVOLUCIÓN DE LAS POLÍTICAS MONETARIA Y CAMBIARIA Como comentamos arriba, tras el colapso del régimen de convertibilidad, el gobierno apuntó a contener la salida de capitales y estabilizar el mercado financiero, introduciendo un régimen de tipo de cambio dual y manteniendo los controles de cambio y el “corralito”. La idea original era emplear este esquema sólo temporalmente; una vez que el tipo de cambio nominal se hubiera estabilizado y los precios domésticos absorbido el impacto de la devaluación, se pasaría a un régimen de flotación. La decisión forzada por la exigencia del FMI de unificar el mercado cambiario y dejar flotar libremente al peso demostró ser inconveniente. Dado el contexto financiero doméstico y la marcada incertidumbre, era de esperar que se desarrollara una burbuja cambiaria, como 13 de hecho ocurrió. En efecto, la escalada del precio del dólar se alimentó y reforzó gracias a las expectativas auto-cumplidas de los agentes. Merece enfatizarse que este proceso se desarrolló en un ambiente de alta iliquidez, causada por el “corralito” y la voluntad oficial de evitar una expansión monetaria que pudiera provocar potenciales desbordes (hiper)inflacionarios. Aún así, el gobierno procuró abrir algunas fuentes de inyección monetaria, con el fin de que la iliquidez no acentuara la fuerte tendencia contractiva que mostraba por entonces la demanda agregada. Así, entre enero y febrero de 2002, fueron introducidas algunas flexibilizaciones a las restricciones que operaban sobre los retiros de efectivo de los bancos. Una fuente adicional de generación de liquidez fue provocada por decisiones judiciales. En efecto, una porción relevante de ahorristas privados afectados por la pesificación y retención de sus depósitos inició demandas judiciales (amparos), exigiendo la devolución completa de sus ahorros originalmente en dólares. Varios jueces declararon inconstitucional a la pesificación y ordenaron liberar los fondos de los bancos. Las devoluciones fueron hechas en pesos pero por el valor original en dólares utilizando para la conversión el tipo de cambio vigente. Con los pesos en mano, el público se dirigía al mercado de cambios para convertir sus ahorros nuevamente a dólares. Debe mencionarse, también, que la ausencia de un activo emitido localmente que pudiera funcionar como sustituto potencial del dólar estimuló las tendencias divergentes en curso. Dada la extendida desconfianza en los bancos y en el gobierno, la depresión económica y la creciente inflación, el dólar aparecía como el único activo financiero disponible para resguardar valor. Recién dos meses y medio después de la devaluación, el Banco Central empezó a emitir letras (las “Lebac”) y a ofrecer así un instrumento que podía competir con la moneda extranjera. Todos estos elementos contribuyeron a profundizar la perversa dinámica en las variables financierasa lo largo del primer semestre de 2002. La importante fuga de capitales hacia activos externos entre principios de 2001 y mediados de 2002 puede verse en Gráfico 3.4. Allí se observan la importante caída en los depósitos privados10 y las reservas internacionales junto con el estancamiento de la demanda de efectivo; todo ello evidencia indicativa de la sustitución de activos financieros locales (efectivo y depósitos) por externos (reservas). 10 En el gráfico se observa un “salto” en la serie de depósitos privados en enero de 2002. El mimo refleja el efecto contable de la pesificación a $ 1,40 de los depósitos en moneda extranjera, previamente valuados a 1 peso por dólar. Dejando de lado este efecto contable, es clara la tendencia decreciente de la serie. 14 Gráfico 3.4 Demanda privada de efectivo, reservas del BCRA*, Lebac, Depósitos privados (eje derecho) (En millones de pesos y dólares) 0 10000 20000 30000 40000 50000 60000 70000 80000 90000 100000 2001 2002 2003 2004 Demanda de Efectivo Depósitos privados Reservas del BCRA LEBAC Pesificación Estabilización del Tipo de cambio * En millones de dólares. Fuente: Elaboración propia en base a BCRA. El resultado de esta sustitución se reflejó en la cotización del dólar: el tipo de cambio nominal (TCN) se elevó brusca y sostenidamente a lo largo del primer semestre de 2002 (+ 260%). De modo similar, se comportó el tipo de cambio real (TCR), que pese a la suba de los precios internos se incrementó en igual período alrededor de 180%11. La sobre-reacción (overshooting) del tipo de cambio real fue tan pronunciada que el nivel de junio de 2002 implicaba una depreciación real del peso de casi 50% respecto al nivel promedio de período 1980-2001 y del 68% respecto al valor promedio de la década de convertibilidad. Las trayectorias de ambas variables se muestran en el Gráfico 3.5 a continuación. 11 Ambos tipos de cambio están medidos de modo que una suba de su valor representa una depreciación nominal (real) de la moneda local. 15 Gráfico 3.5 Tipo de cambio nominal (TCN) y real (TCR)* bilateral con Estados Unidos (En pesos e índice base 1 = Diciembre de 2001) 0.5 1.0 1.5 2.0 2.5 3.0 3.5 4.0 2001 2002 2003 2004 TCN TCR * Calculado utilizando los índices de precios al consumidor de Argentina y Estados Unidos. Fuente: Elaboración propia en base a BCRA y Bureau of Labor Statistics, Estados Unidos. Las tendencias divergentes empezaron a revertirse en julio de 2002. El punto de inflexión resultó la estabilización del mercado cambiario (véase Gráfico 3.5), que resultó de varios factores. En noviembre de 2001, antes del derrumbe de la convertibilidad, se introdujeron controles de cambios sobre las transacciones externas, que luego se intensificaron en marzo de 2002. Pero fue recién en junio, luego de que Roberto Lavagna asumiera como Ministro de Economía, que se fortaleció la aplicación de los controles y se siguió una política más sistemática de intervención en el mercado de cambios para estabilizar el valor del dólar. La decisión de obligar a los exportadores a liquidar en el Banco Central aquellas exportaciones superiores a U$S 1 millón fue especialmente importante en este sentido12. Ésta se convirtió en la principal fuente de acumulación de reservas, permitiendo a la autoridad monetaria incrementar su capacidad de intervención en el mercado. A la detención de la burbuja cambiaria también contribuyó la acción oficial destinada a restringir la salida de fondos de los bancos que se dirigía a la demanda de divisas. El Congreso había aprobado en abril de 2002 una ley (popularizada como ley “Tapón”) para aminorar la fuga de depósitos resultante de los amparos. La medida modificaba los procedimientos judiciales y establecía que los depositantes sólo podían acceder a los fondos una vez que el proceso judicial hubiese concluido; mientras tanto el dinero debía permanecer en una cuenta custodia. La ley no tuvo éxito en detener la fuga que continuó por unos meses hasta que en julio el Poder Ejecutivo emitió un decreto que prohibía la devolución de depósitos por amparos por 120 días. 12 El límite inferior para la liquidación de exportaciones fue reducido sucesivamente hasta alcanzar los U$S 200 mil en septiembre de 2002. Con la estabilización del mercado cambiario, el umbral volvió gradualmente a elevarse. 16 Finalmente, la propia conducta del mercado financiero local contribuyó a detener la escalada del tipo de cambio. Por un lado, las tasas de interés que pagaban los activos locales se elevaron vertiginosamente (véase Gráfico 3.6). En julio de 2002, la tasa de los depósitos a plazo fijo alcanzó 76%, y la de las Lebac a 14 días rozó 115%. Los activos financieros emitidos localmente empezaron así a resultar cada vez más atractivos como sustitutos al dólar. Por otro lado, tal como se mencionó antes, el tipo de cambio real alcanzó un nivel muy alto y “anormal” en términos históricos (vale decir, el valor en dólares de los activos domésticos, los bienes no transables y salarios eran percibidos como atípicamente bajos). En este contexto, bastó que las autoridades lograran detener la suba del dólar, para que el público cambiara rápidamente las expectativas de depreciación. De allí en más, el mercado empezó a mostrar una tendencia a la apreciación que se fue reforzando con el tiempo, hasta convertirse en un “dilema” de política económica, como veremos más adelante. Así, en la segunda mitad de 2002, comenzó una fase de normalización de las variables monetarias y financieras. Luego de haber alcanzado un pico de casi $ 4 en los últimos días de junio, el tipo de cambio empezó a experimentar una clara tendencia a la apreciación nominal. Aún cuando la tasa de inflación ya era baja e iba en descenso, la suba de precios internos contribuyó a la apreciación real (Gráfico 3.5). En ese contexto de expectativas de apreciación y altas tasas de interés, fue recuperándose paulatinamente el apetito por los activos locales. Empezaron a retornar los depósitos a los bancos y a crecer la demanda de Lebac y acciones, así como las tenencias de efectivo (Gráfico 3.4). Este cambio a favor de activos domésticos se reflejó en una sistemática caída de las tasas de interés (Gráfico 3.6). Gráfico 3.6 Tasa de interés en pesos de Lebac (14 y 91 días), de depósitos a plazo fijo (30 a 59 días) y Prime (30 días) (Promedio mensual, en porcentaje) 0 20 40 60 80 100 120 2001 2002 2003 2004 Lebac 14d Lebac 91d Plazo Fijo Prime Estabilización del tipo de cambio Fuente: Elaboración propia en base a BCRA. 17 La normalización en la actividad financiera disipó las expectativas disruptivas, permitiendo así que se pusiera en marcha la segunda fase de recuperación comentada en el anterior apartado, basada en la expansión del gasto doméstico. Es interesante resaltar que el despegue de la demanda interna se logró al margen del crédito bancario. En efecto, la recomposición de los depósitos privados fue utilizada por los bancos para recomponer su situación de liquidez dañada por la crisis, proceso que se vio facilitado también por la caída del crédito bancario al sector privado. En esos tiempos, mucho se discutió si la contracción del crédito respondía a una decisión de los bancos de restringir la oferta o la falta de demanda por parte del público. Cualquiera fuera la causa –probablemente estuvieron involucradas ambas– lo cierto es que el crédito continuó retrayéndose hasta fines de 2003 (véase Gráfico 3.7). Gráfico 3.7 Crédito bancario al sector privado (En millones de pesos) 40000 44000 48000 52000 56000 60000 64000 2001 2002 2003 2004 Créditos al sector privado Fuente: elaboración propia en base a BCRA. En ausencia de financiamientobancario, el gasto doméstico se afrontó principalmente con recursos propios del sector privado, el cual tendió a mantener importantes volúmenes de saldos líquidos en su cartera. El gráfico 3.8 muestra el fuerte aumento en las tenencias de dinero en efectivo por parte del público tras la crisis. Allí se observa que la base monetaria creció significativamente en relación al PIB y al stock total de depósitos, alcanzado niveles atípicos comparados con los años de convertibilidad. Aún cuando el contexto de bajas tasas de interés de los depósitos bancarios haya estimulado ese comportamiento, éste pareciera ser principalmente una secuela más permanente de la crisis financiera. 18 Gráfico 3.8 Base monetaria en relación al PIB y a los depósitos totales (eje derecho) (Series desestacionalizadas, en porcentaje) 4 5 6 7 8 9 10 11 12 15 20 25 30 35 40 45 50 95 96 97 98 99 00 01 02 03 04 05 BM/PIB BM/Depósitos (eje der) Fuente: Elaboración propia en base a BCRA y Ministerio de Economía. El proceso de apreciación nominal y real se detuvo hacia mediados de 2003. Fue el resultado de una decisión de política tendiente a preservar el tipo de cambio real en niveles competitivos. Tal orientación de la política cambiaria tuvo inicialmente cierta cuota de espontaneidad, que con el tiempo fue tomando mayor consistencia y entidad. Poco después de que Néstor Kirchner asumiera como Presidente (mayo de 2003) y decidiera mantener a Lavagna como Ministro de Economía, el gobierno empezó a hacer referencia cada vez más explícita a la importancia de conservar una paridad competitiva dentro de su política económica. Los anuncios, sin embargo, conservaron ciertas dosis de ambigüedad; nunca se explicitó sobre qué paridad real se busca preservar la competitividad (sea tipo de cambio multilateral o bilateral con algún país particular), ni cuál es el nivel o rango dentro del cual se pretende mantenerla. Lo cierto es que desde principios de 2003 a la fecha, el tipo de cambio nominal ha oscilado alrededor de un estrecho rango de entre $2,85 y $3,0 por dólar. El mantenimiento de la paridad nominal dentro de dicho rango se logró en el marco de una política monetaria de orientación monetarista tradicional, basada en metas cuantitativas de creación monetaria. La misma empezó a aplicarse a partir de 2003, junto con el primer acuerdo alcanzado con el FMI en el período de post-convertibilidad. Desde entonces, las metas han sido anunciadas a principio de cada año en los sucesivos programas monetarios del Banco Central. En ellos, éste se compromete a mantener a los agregados monetarios dentro de una banda que establece el propio organismo. Detrás de esta política subyace la idea de que existe un vínculo entre el nivel de los agregados y la tasa de inflación. De acuerdo a la carta orgánica del Banco Central, éste debe velar por la 19 estabilidad de precios13. La política monetaria, entonces, persigue el objetivo de estabilidad de precios indirectamente, mediante una meta de expansión de la base monetaria, a cuyo cumplimiento se compromete públicamente a través del programa monetario. Resulta evidente, sin embargo, que el accionar del organismo ha contemplado además otro objetivo: el cambiario. Si bien oficialmente siempre se enfatizó que éste es un interés del Ejecutivo y no del Banco Central, pocas dudas existen respecto a que la política monetaria también vela por él. La preservación del objetivo cambiario bajo la política monetaria de metas cuantitativas ha sido una empresa no exenta de dificultades. La principal dificultad derivó del contexto de exceso de oferta de divisas que se observa desde julio de 2002. En efecto, mientras que durante los primeros 7 meses de ese año el Banco Central intervino en el mercado de cambios para evitar que se acentuara la escalada del dólar, una vez que el entorno financiero logró estabilizarse, las intervenciones del organismo procuraron evitar la tendencia contraria: la apreciación. Dado el contexto de iliquidez previo y la rápida recuperación económica en marcha, la expansión de la base monetaria provocada por las intervenciones del Banco Central fueron fácilmente absorbidas por el sector privado que, como señalamos antes, mostró una “atípica” preferencia por la liquidez tras la crisis. Con el tiempo, la autoridad monetaria manifestó sus preocupaciones respecto a los efectos inflacionarios que podía tener el veloz ritmo de expansión monetaria, el cual decidió finalmente disminuir. Así fue que desde 2003, la política monetaria comenzó gradualmente a lidiar con dos objetivos “potencialmente” contradictorios. Por el lado del objetivo inflacionario, el Banco Central tuvo que controlar la base monetaria de acuerdo a las metas auto-impuestas en los programas monetarios y, por el otro, preservar el nivel del tipo de cambio. El cuadro 3.2, que muestra las fuentes de variación de la base monetaria, da cuenta de esta “tensión”. Se observa allí que luego de la fuerte suba de la liquidez durante el segundo semestre de 2002, siguió una desaceleración gradual en los dos años siguientes, hasta transformase en una leve tendencia a la contracción en el primer semestre de 2005. Se observa también en el cuadro, la creciente necesidad de intervención del Banco Central en el mercado de cambios derivada del objetivo cambiario en un contexto de creciente oferta de divisas. La resolución de estas tendencias opuestas (emisión por las intervenciones vs. política de desaceleración del crecimiento de la base monetaria) fue resuelta a través de varios mecanismos. En 2003, resultaron especialmente importantes las operaciones de esterilización vía emisión de títulos del Banco Central14, las cuales permitieron neutralizar casi el 75% del “exceso”15 de expansión monetaria causado por las intervenciones oficiales en el mercado de cambios. 13 En rigor, el mandato es más difuso; establece que “es misión primaria y fundamental del Banco Central de la República Argentina preservar el valor de la moneda”. 14 En el cuadro se refleja en la columna “Absorción vía títulos del BCRA” puesto que a partir de noviembre de 2003, el Banco Central empezó a emitir, además de Lebac, notas con cupón de vencimiento semestral denominadas Nobac. 15 Se define como “exceso” a la diferencia entre la emisión monetaria causada por las intervenciones del BCRA en el mercado cambiario y la variación efectiva de la base monetaria. Como el organismo tiene una meta cuantitativa de crecimiento de la base que cumple para estar encuadrado en su programa monetario, la variable definida brinda una noción aproximada de las necesidades de esterilización. Muestra también la “tensión” de la política monetaria entre el objetivo cambiario y el inflacionario. 20 Cuadro 3.2 Fuentes de variación de la Base Monetaria (Promedio mensual, en millones de pesos y dólares) Asistencia al Tesoro Asistencia a los bancos Emisión por Intervención del BCRA Absorción vía títulos del BCRA Otros Variación de la Base Monetaria "Exceso" de expansión monetaria* Intervención del Tesoro (1) 2002:01(2) 124 1,426 -1,450 -216 522 406 -1,856 n/a 2002:02(3) 250 86 1,281 -270 327 1,674 -393 n/a 2003 -52 -125 1,374 -420 32 809 565 28 2004 -543 -601 1,931 -323 28 493 1,438 112 2005:01 -70 -807 2,166 -1,319 -146 -176 2,342 535 (1) En dólares. (2) Calculado para el periodo febrero-junio de 2002. (3) Se omite una cancelación de un redescuento del Banco Nación por parte de la Tesorería con la asistencia del Banco Central por unos $3.500 millones en septiembre de 2002. * Ver nota al pie 15. Fuente: Elaboración propia en base a BCRA. Las necesidades de esterilización aumentaron en 2004. Esto no implicó, sin embargo, un mayor ritmo de emisión de títulos, sino que gracias a otros mecanismos compensatorios que comenzaron a operar, el Banco Central logró incluso reducirlo.Por un lado, una vez que la liquidez bancaria se recompuso, las entidades empezaron a repagar la deuda en forma de redescuentos contraída con la autoridad monetaria durante la crisis financiera de 2001-02. De este modo, los pagos de capital y, sobre todo, de intereses de esta deuda operaron como una fuente de reducción de la base monetaria en 2004. A principio de 2005, el Banco Central lanzó un programa que permite a los bancos acelerar el pago de las amortizaciones de su deuda, lo cual ha tendido a reforzar este mecanismo de contracción. El Tesoro también contribuyó a absorber el “exceso” de expansión monetaria causado por las intervenciones oficiales en el mercado de cambios. Mientras que en 2002 se había observado un flujo neto positivo de financiamiento al Tesoro, desde principios de 2003 y, especialmente en 2004, la mejora de las cuentas públicas permitió que las transacciones entre el gobierno y el Banco Central operaran como factor contractivo de la base monetaria. Las compras de reservas internacionales con recursos fiscales dieron lugar a un promedio mensual de reducción monetaria de $543 millones en 2004. El propósito principal de estas operaciones fue cumplir con el servicio de la deuda con las instituciones multilaterales. La contribución del superávit fiscal en el manejo de las políticas monetaria y cambiaria no se agota allí. El gobierno, mayormente a través del Banco Nación, intervino activamente en el mercado de cambios para alivianar la carga del BCRA. Estas operaciones comenzaron en 2002 y se fueron extendiendo gradualmente hasta convertirse en la actualidad en instrumento de relativa importancia. A pesar de haber contado con esta variedad de mecanismos de esterilización y asistencia del Tesoro en la intervención, en los primeros meses de 2005 ha ido creciendo la 21 sensación entre los analistas de que la autoridad monetaria encuentra cada vez más difícil controlar sus dos objetivos. El principal signo de preocupación fue la moderada aceleración de la inflación, la cual se encuentra en un nivel anualizado menor al 10% (véase gráfico 3.2). En un contexto en que los mecanismos de propagación de la subas de precios que tradicionalmente operaron en Argentina –el tipo de cambio nominal y la indexación salarial (véase Frenkel, 1990)- se encuentran controlados, todo pareciera indicar que la recientes subas de precios devienen mayormente del alto ritmo de crecimiento actual. Excesos de demanda en sectores que operan cerca de la plena capacidad, recomposición de márgenes en aquellos que más sufrieron la crisis o con mayor poder de mercado y las presiones salariales que empezaron a emerger con la recuperación parecieran ser, más allá de algunos casos particulares, los principales causantes de la aceleración inflacionaria. Esta situación ha forzado a la autoridad monetaria a dar señales de voluntad de controlar la inflación. En esa dirección, el Banco Central ha anunciado su intención de contraer adicionalmente la base monetaria y ha tendido, además, a convalidar mayores tasas de interés en las licitaciones de títulos. No pocos piensan que es escasa la capacidad del organismo de sedar a la demanda; en particular con la hasta ahora suave suba de tasas (véase gráfico 3.6). En primer lugar, todavía rigen tasas de interés reales negativas y, en segundo, aún cuando se convirtieran en positivas, pareciera poca su influencia sobre la demanda agregada, que como vimos antes, se expande sin demasiado crédito bancario. El gobierno también quiso mostrar iniciativa e implementó en los primeros días de junio controles sobre las entradas de capital de corto plazo. En lo sustancial, la normativa establece que, con excepción de las operaciones de financiamiento del comercio exterior, emisiones primarias de deuda e inversión extranjera directa, toda entrada de capital deberá permanecer al menos 1 año en el país y un 30% de la misma quedará “encajada” en una cuenta bancaria local sin remuneración. Las propias autoridades reconocieron que el valor de la norma reside fundamentalmente en señalizar el compromiso oficial de preservar una paridad real competitiva, más que el control efectivo sobre los ingresos de capitales. Por ello, pareciera primar la percepción de que no es mucho lo que la medida pueda hacer para atemperar la posición vendedora en el mercado cambiario y alivianar las consecuentes necesidades de intervención del Banco Central. Este complejo contexto intensificó el debate respecto a la viabilidad y consistencia de las políticas monetaria y cambiaria, el cual abordamos en la próxima sección. 4. LA EXPERIENCIA ARGENTINA RECIENTE Y ALGUNOS DEBATES MACROECONÓMICOS Como es sabido, la crisis de la convertibilidad dio lugar a un amplio debate en el ámbito académico y de las discusiones de política económica. Argentina, que a lo largo de los años noventa había sido ensalzada como modelo exitoso de aplicación de las reformas estructurales impulsadas por los organismos multilaterales, rápidamente se convirtió en paria internacional16. La explicación más difundida del “fracaso argentino” identificó al 16 La muestra más contundente de la simbiosis con Washington y los mercados financieros internacionales durante los años noventa se vivió en octubre de 1998, cuando el en aquel entonces presidente Carlos Menem fue invitado, junto al presidente norteamericano Bill Clinton, a inaugurar la asamblea conjunta del FMI y el Banco Mundial, para mostrar a Argentina como caso modelo de reformas exitosas. No deja de sorprender la rapidez con que se deterioró esa percepción. Una muestra muy elocuente de dicho quiebre se registró en agosto de 2002, a menos de 4 años de aquel episodio, cuando Hans Tietmeyer, ex-presidente del Bundesbank contratado por el FMI para evaluar las condiciones económicas y financieras del país, aseguró que “Argentina está condenada a la insignificancia, probablemente para siempre”. 22 descontrol del gasto público como factor determinante de la crisis, junto con la laxa auditoria fiscal del FMI (Mussa, 2002). No causa sorpresa que los funcionarios del organismo –al igual que sus auditores internos- hayan adoptado como suyo este diagnóstico (IMF, 2004 y IEO, 2004), pues sería difícil esperar de ellos una evaluación que adjudicara responsabilidad a sus recomendaciones, involucrando ya sea errores de diagnóstico, ideología y/o, como sugieren algunos de sus críticos (Stiglitz, 2002a), intereses creados. Cuesta explicar, sin embargo, el profundo arraigo que esta visión tiene dentro de la profesión, especialmente fuera de Argentina, habida cuenta de la escasa evidencia a su favor. Basta una simple inspección de las estadísticas fiscales para corroborar que el gasto público primario permaneció estable durante la década de los noventa, ya sea medido a valores constantes o en relación al PIB. Las principales fuentes del desbalance del sector público provinieron, en realidad, de la caída en los ingresos provocada por la privatización del sistema de seguridad social (Gaggero, 2004) y la fuerte suba en el pago de intereses de la deuda pública. A la luz de una interpretación menos difundida pero con mayor adecuación a los hechos, el incremento del peso de los servicios de la deuda pública fue un emergente del progresivo empeoramiento de la solvencia externa de la economía, que derivó en una creciente suba del riesgo soberano y de la tasa de interés (Damill y Frenkel, 2003). Bajo esta perspectiva, el origen de la crisis se halla en un error de política económica en el que confluyó un conjunto de factores comunes a otras crisis externas (Taylor, 1998 y Frenkel, 2003) -tipo de cambio real apreciado, régimen cambiario fijo, desregulación de la cuenta capital, sistema financiero doméstico pequeño en relación al tamaño de los flujos de capitales y mala regulación financiera- que dio lugar al desarrollo de una dinámica explosiva del endeudamiento externo(público y privado). El colapso del régimen de convertibilidad ha servido no sólo para estimular el debate académico, sino también para reforzar ciertas posiciones de política. Desde 2002, por ejemplo, se ha debilitado la hasta no hace mucho dominante visión bi-polar de los regímenes cambiarios, que enfatizaba que los esquemas más adecuados para economías emergentes son los ultra-rígidos (hard pegs) o la libre flotación (Fischer, 2001), y han ido ganando terreno posiciones más intermedias que abogan por modelos de flotación administrada (Williamson, 2000 y Edwards, 2002). De modo similar, aún a pesar de la influencia de la comentada visión “fiscalista”, la crisis argentina ha reforzado la posición de quienes vienen advirtiendo, desde diferentes perspectivas analíticas, los potenciales peligros de la inserción financiera internacional de los países, especialmente para los menos desarrollados (véase, por ejemplo, Stiglitz, 2002b y Rodrik, 2002). El aporte del caso argentino al debate macroeconómico no se circunscribe, sin embargo, exclusivamente al colapso de la convertibilidad; la experiencia reciente ha brindado lo suyo también. El default parcial de la deuda pública es un ejemplo de ello. Este episodio ha sido interpretado por economistas de reconocimiento mundial (Reinhart, Rogoff y Savastano, 2003) como un caso de “incumplidor reiterativo” (serial defaulter), que adolece de “intolerancia al endeudamiento” (debt intolerance). Bajo esta perspectiva, el reciente default argentino sería el resultado de la combinación de, por un lado, la innata propensión del país (adquirida a lo largo de su historia) a comportarse de forma oportunista y, por el otro, la conducta irresponsable de sus gobiernos que insisten -con la complicidad de mercados financieros pro-cíclicos- en contraer deuda externa por encima del bajo límite de tolerancia propio del país. Damill, Frenkel y Rapetti (2005) cuestionan el argumento general basado en la incidencia del pasado remoto en el desencadenamiento de episodios de default y advierten, en particular, la poca adecuación de la historia 23 argentina a la de un serial defaulter17. Parece más razonable, en cambio, explicar la probabilidad de default en base a la evolución macroeconómica y los indicadores de solvencia externa y, en consecuencia, adjudicar responsabilidad a la política económica seguida por los países, más que a su historial como deudor. Si se quiere, la hipótesis de la debt intolerance es un caso particular de una noción muy difundida en Economía. Según ésta una “buena” reputación, basada en el respeto de las normas, incide positivamente sobre el crecimiento de una economía. Es importante enfatizar que dicha noción apunta a una relación de largo plazo, a través del comportamiento de la inversión. En efecto, como las decisiones de inversión implican transformar activos líquidos en recursos inmovilizados en actividades específicas, la transparencia y respeto de los contratos constituyen elementos cruciales para estimar la probabilidad de recuperar lo invertido. En marcos legales más inciertos y/o en países con un pasado “trasgresor”, es de esperar menos inversión, acumulación de capital y crecimiento. Aún cuando se centre en relaciones de largo plazo, este enfoque sirvió de sustento de muchos de los análisis desarrollados a lo largo de la reciente recuperación argentina. Con distintos matices y rigor analítico, pareció primar en ellos la visión de que la evolución de corto plazo de la economía estaba condicionada por el reciente repudio masivo de contratos. Se especulaba con que los distintos episodios de violación contractual -el incumplimiento de la regla cambiaria y de los contratos de los servicios públicos privatizados, la reprogramación y pesificación de los depósitos bancarios y el default de la deuda pública- no podrían sino tener un impacto muy nocivo sobre el funcionamiento de la economía. Como se mostró en la sección previa, el comportamiento de la economía mostró ser distinto a lo previsto por este enfoque. Repasar qué se dijo y compararlo con lo que efectivamente ocurrió merece en sí mismo un trabajo, que no se pretende hacer aquí. Vale la pena, sin embargo, destinar un espacio al revisionismo de la evolución de los pronósticos basados en este enfoque. En los primeros momentos posteriores a la devaluación y el default, cuando el panorama era incierto y el contexto macroeconómico frágil, se sostuvo que la economía transitaría inevitablemente un sendero hiperinflacionario. Bajo este pronóstico subyacía la idea de que, tras la ruptura del contrato implícito en el régimen cambiario y dada la “histórica” preferencia por dólares, el público repudiaría al peso como moneda. Esto llevaría al tipo de cambio nominal a sobre-reaccionar y arrastraría con él a los precios domésticos. Hacia fines de 2002, una vez que el mercado cambiario se estabilizó y empezaron a aparecer estadísticas que mostraban que la actividad había comenzado a recuperarse, se argumentó que la economía estaba viviendo un “veranito”. Con esa frase se buscaba transmitir la idea que la incipiente normalización de la economía correspondía simplemente a un fenómeno débil y pasajero, pues difícilmente podría explicarse una reactivación en un contexto contractual todavía tan incierto. Algunos fueron todavía más escépticos respecto al embrionario repunte económico y sugirieron que la recuperación era similar al “rebote de un gato muerto”18. 17 Se señala, por ejemplo, que Argentina fue un caso excepcional en los años 30 como único deudor en América Latina que pagó en tiempo y forma sus obligaciones externas. 18 Es frecuente en la jerga financiera referirse al rebote de un gato muerto (the bounce of dead cat) para describir la suba momentánea del precio de una acción que muestra una clara trayectoria descendente. 24 La consolidación del proceso de recuperación, que ya se observaba con claridad en la primera mitad de 2003, forzó a un nuevo cambio de libreto. Se reconocía cierto optimismo respecto a la evolución económica de corto plazo, pero prevalecía escepticismo respecto al mediano y largo plazo. Se argumentaba que sin que se encaren las reformas estructurales y se den señales claras de reconstrucción contractual (incluyendo prioritariamente la reestructuración de la deuda pública en default y la renegociación de las tarifas de los servicios públicos privatizados), la recuperación terminaría por abortarse una vez que se agotara la capacidad instalada ociosa, lo cual se preveía para mediados- fines de 2004. Pasar de “recuperación” a un proceso de “crecimiento sostenido” requería la reconstrucción de un marco contractual estable, que incentive la inversión privada. Este tipo de argumentación lucía controversial dado el gran dinamismo que, como vimos, mostraba la inversión. Los indicadores de mediados de 2004, sin embargo, parecían indicar que el proceso de recuperación estaba agotándose. Muchos interpretaron que la postergación de decisiones relevantes como la renegociación de la deuda (que por ese entonces transitaba instancias de máxima tensión con los acreedores externos) y de los contratos con los servicios públicos privatizados había finalmente impactado en el humor empresario. El tiempo mostró que el “parate” no fue tal, sino que respondió a razones de cómputo “estadístico”19 y que la actividad seguía mostrando signos de vigor, los cuales perduran en la actualidad. ¿Qué pudo haber fallado en estos análisis? Difícilmente alguien pueda cuestionar que los marcos contractuales claros y estables favorecen las decisiones de gasto, particularmente las de inversión. La estabilidad del marco institucional y sus reglas explícitas o implícitas son, sin duda, cuestiones de suma relevancia para el buen funcionamiento de una economía en que las decisiones se toman de manera descentralizada. Sin embargo, no parecieran ser éstos los únicoselementos en que los agentes basan sus decisiones. La estabilidad, previsibilidad y sostenibilidad del contexto macroeconómico, entendido por éste la configuración de los macro-precios (tipo de cambio, tasa interés, salarios, etc.), juegan también un rol muy importante. Aquellos análisis que privilegiaron estos elementos tuvieron mayor éxito en explicar y predecir la evolución de corto plazo. Estos enfatizaron que las fuentes de inestabilidad macroeconómica que históricamente condicionaron el crecimiento en Argentina no se observaban en la configuración post-convertibilidad; en particular, que la economía contaba ahora con un tipo de cambio real competitivo y superávits “gemelos” (de cuenta corriente y fiscal). La importancia de esta configuración macroeconómica será discutida en última sección del trabajo, cuando analicemos las perspectivas de mediano plazo de la economía. Anticipamos, simplemente, que su importancia reside en que, por un lado, el tipo de cambio real competitivo favorece la producción local -vía estímulos a la producción exportable y sustitutiva de importaciones- tendiendo a evitar, a la vez, cuellos de botella externos. Los superávits gemelos, por su parte, transmiten señales de sostenibilidad externa y fiscal que, en contextos de integración financiera, tienden a reducir la probabilidad de crisis de balanza de pagos. La reciente experiencia argentina pareciera entonces señalar que -al menos en horizontes de corto plazo, en los que la actividad se puede expandir aprovechando capacidad 19 A causa de problemas con la provisión de energía eléctrica muchas firmas decidieron no realizar las paradas técnicas que típicamente hace el sector manufacturero en el primer trimestre de cada año, a fin de acumular stocks y así “protegerse” de una eventual restricción energética en invierno (mediados de año). Este cambio circunstancial en la “estacionalidad” de la actividad industrial introdujo cambios en las series estadísticas, que tendieron a sobreestimar el nivel de actividad del primer trimestre de 2004 y subestimaran el del segundo. 25 instalada inutilizada- el contexto macroeconómico puede llegar a ser un factor incluso más relevante que el respeto per se de los contratos para la toma de decisiones de los agentes. Tal comportamiento no carece de racionalidad. La literatura económica distingue entre capacidad y voluntad de cumplir con lo pactado. La distinción es relevante en término de sus implicancias: no es lo mismo un incumplimiento forzado por un contexto económico adverso no debidamente previsto, que uno derivado de una conducta oportunista. Si los episodios de violación contractual de la crisis de la convertibilidad fueron resultado de la imposibilidad de cumplir con las obligaciones en un contexto de diferente tipo de cambio real (Galiani, Heymann y Tommasi, 2003), entonces no sería descabellado esperar que en el futuro éstas se respeten, siempre que tienda a prevalecer un marco macroeconómico robusto y una estructura contractual compatible con ésta y mayormente inmune a sus cambios. En ese marco, parece razonable esperar que una “sana” configuración macroeconómica impulse y sostenga una recuperación de la actividad. Presentamos, por último, otro debate que suscitó la política económica de la post- convertibilidad. Como anticipamos en la tercera sección, la política monetaria tendiente a preservar un tipo de cambio real en niveles competitivos generó no pocas controversias. Las polémicas se enfocaron básicamente en la capacidad que dispone el Banco Central de ejercer simultáneamente una política con objetivos internos (de estabilidad de precios, en este caso) y control sobre el tipo de cambio. En esencia, la discusión se refiere a la conocida trinidad imposible o trilemma de economías abiertas, que sostiene que en un país integrado a los mercados financieros internacionales, la autoridad monetaria no puede manejar al mismo tiempo la cantidad de dinero y el tipo de cambio nominal; debe ceder el control sobre una de ellas. En el apartado previo, se mostró que desde 2003 las autoridades han logrado seguir una política de metas de crecimiento de la base monetaria con fines de estabilidad de precios y controlar también el nivel del tipo de cambio nominal. Ha sido frecuentemente argumentado que tal resultado se logró gracias a que la economía se mantuvo virtualmente desintegrada de los mercados de capital, por el racionamiento crediticio sufrido tras el default. Pero, a medida que la situación fue normalizándose, la posibilidad de eludir el trilemma ha tendido a agotarse. Una prueba de ello sería la reciente implementación de restricciones a la entrada de capitales. Ciertamente, la consecución simultánea de los dos objetivos ha ido dificultándose a lo largo del período post-convertible. Aún así pueden plantearse interrogantes respecto a la inexorabilidad del trilemma. Varios autores han mostrado que el trilemma no es generalizable a cualquier contexto20. Desde esta perspectiva se enfatiza que su validez depende, entre otras cosas, del tipo de operaciones que puede realizar el Banco Central y el sentido en que fluyan los capitales. Sintéticamente: si bien no es posible mantener indefinidamente una configuración de tipo de cambio y tasa de interés que provoque salida de capitales –dado que el stock de reservas es finito y, por lo tanto, agotable- la situación opuesta es factible. En casos de entrada irrestricta de capitales, puede ejercerse control simultáneo sobre la cantidad de dinero y el tipo de cambio nominal apelando a operaciones de esterilización. Estas pueden incluso realizarse con independencia de la voluntad oficial, gracias a mecanismos de compensación derivados de la cancelación de deuda con la autoridad monetaria por parte de los bancos comerciales (Lavoie, 2001), 20 Véanse, por ejemplo, los trabajos de Frenkel, 2005; Taylor, 2004 (Cáp. 10); Blecker, 2004; Godley y Lavoie, 2003; Bofinger y Wollmershäuser, 2003 y Eatwell y Taylor, 2000. 26 como viene ocurriendo en Argentina desde 2003, según se mostró en el apartado 3.2. Por otra parte, las operaciones de esterilización no necesariamente implican un costo cuasi- fiscal insostenible, como argumentan los críticos. Si la moneda local se devalúa, la sustitución de activos (reservas por letras; Lebac y Nobac, en el caso argentino) le genera ganancias de capital al Banco Central que pueden compensar el costo de esterilización (Bofinger y Wollmershäuser, 2003). ¿Cómo explicar entonces la reciente implementación de controles al ingreso de capitales a la luz de este enfoque? ¿Podrá endurecer el Banco Central la política monetaria para contener la aceleración inflacionaria y seguir interviniendo en el mercado cambiario? La política monetaria ciertamente experimenta en la actualidad una tensión de difícil manejo. A nuestro juicio, ésta no resulta de una inconsistencia de la política, sino que probablemente se deba a un problema en su implementación. Analicemos el caso. El exceso de oferta de divisas conduce a la autoridad monetaria a licitar Lebac y Nobac para cumplir con la meta de expansión monetaria anunciada en su programa. Cuanto mayor es el excedente de divisas en el mercado cambiario -ceteris paribus los efectos compensatorios derivados de las operaciones de los bancos y el Tesoro- mayor es el volumen de intervención requerido para evitar una apreciación del peso y, por lo tanto, mayor la cantidad de moneda a esterilizar. En este contexto, la tasa de interés que debe pagar el organismo ha tendido a subir. La suba de la tasa domestica hace más rentable los activos en moneda doméstica, promueve la oferta de dólares e intensifica las tendencias en curso. A simple vista, esta dinámica parece explosiva, tal como indicaría cualquier análisis basado en el trilemma. Cabe, sin embargo, reflexionar respecto a una cuestión. El exceso
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