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Rolando Sierra Fonseca
De la Independencia de 
1821
al bicentenario
2021
 
ideas, conceptos y relecturas
1
Rolando Sierra Fonseca
De la Independencia de 
1821
al bicentenario
2021 
ideas, conceptos y relecturas
2
De la Independencia de 1821 al bicentenario 2021: 
ideas, conceptos y relecturas
© Ediciones Subirana
Colección 
 José Trinidad Reyes
 18
Primera Edición, septiembre 2021
Tegucigalpa, Honduras, C. A.
ISBN: 978-99979-875-0-1
Corrección de estilo: Héctor Leyva
Diagramación: Hektor Varela
hektorvarela@yahoo.com
Diseño de Portada: Hektor Varela
Esta edición de 500 ejemplares
se terminó de imprimir en
3
Para el maestro y amigo
Adalberto Santana 
4
5
Índice
Agradecimientos ..............................................................7
Introducción ....................................................................9
1. Tres intérpretes sobre Honduras en la 
 Independencia centroamericana .............................13
2. Los objetivos estratégicos de la provincia 
 de Honduras en las Cortes de Cádiz ......................53
3. La idea de libertad en la independencia 
 de Centroamérica (1789-1842) ..............................83
4. Independencia y apelaciones a la modernidad 
 política en Honduras: Milla, Márquez, 
 Herrera y Morazán ...............................................119
5. El concepto Independencia en la historia 
 de las ideas en Honduras ......................................149
6. Gautama Fonseca, el bicentenario y la 
 incertidumbre de Honduras .................................175
7. Interpretación y balance del bicentenario 
 de la Independencia de Centroamérica: 
 una lectura desde la obra de Ramón Oquelí .........209
Bibliografía ..................................................................259
6
7
Agradecimientos
Este libro conmemorativo del bicentenario de la 
Independencia de Centroamérica, no hubiera sido posible sin 
la colaboración de muchas personas, como Yesenia Martínez 
y María Camil Sierra Martínez con su permanente apoyo 
en todos mis proyectos intelectuales. Mi agradecimiento 
es también para Marta Casaús, Teresa García Giráldez, 
Óscar Peláez Almengor, Sajid Herrera, Elizet Payne 
Iglesias, Adalberto Santana, Hernán Antonio Bermúdez 
y Sergio Membreño Cedillo por invitarme, en el marco 
de las actividades del bicentenario que han organizado, a 
impartir conferencias y ponencias que son algunos de los 
trabajos aquí publicados. Asimismo, mi agradecimiento 
a Lizeth Sierra Fonseca y Paola Pineda por el apoyo en 
el levantamiento y revisión de los textos. También quiero 
agradecer a Ediciones Subirana por la publicación de este 
libro.
8
9
Introducción
La Independencia de la corona española es quizá el he-
cho más significativo en la historia de América Latina, que 
marca la búsqueda de un proyecto propio de sociedad y de 
nación. Es el momento en que, por primera vez, los lati-
noamericanos tienen que verse con su pasado ya sea para 
asumirlo o para negarlo. (Sierra: 1998) Es aquí cuando se 
empieza a forjar una conciencia más clara de ser una región 
dependiente y es a partir de aquí cuando se irá formando 
una suerte de filosofía de la historia, tal como lo ha plan-
teado Zea (1978: 165-172), en relación con la dependencia 
que imponen a este continente los proyectos colonizadores 
de Europa y el mundo occidental. Sin embargo, será en el 
marco de esta colonización y de esta conciencia de depen-
dencia en que se darán diversas respuestas latinoamerica-
nas a la misma. Respuestas que formarán la concepción y 
el imaginario de la nación de estos pueblos.
Asimismo, el momento de la Independencia será un 
tiempo de autorreflexión sobre el continente y cada una 
de las emergentes naciones. Por ello, como ha planteado 
Paz la Independencia ofrece una figura ambigua, al igual, 
que la misma conquista. La Independencia se presenta 
como un fenómeno de doble significado: disgregación del 
10
cuerpo muerto del imperio y nacimiento de una pluralidad 
de nuevos estados. (Paz 1993: 129) Este hecho genera 
un pensamiento que tiene como punto de partida una 
justificación de la Independencia, pero que se transforma 
casi inmediatamente en un proyecto de nación: América 
no es tanto una tradición que continuar como un futuro 
que realizar. (Paz 1993: 130) 
Al analizar desde las perspectivas anteriores el proceso de 
la Independencia de Centroamérica doscientos años des-
pués, es posible hacer una especie de evaluación de los lo-
gros y alcances de dicho proyecto, tomando en cuenta, que 
son múltiples las lecturas que existen y pueden hacerse en 
el presente sobre el bicentenario de la Independencia cen-
troamericana. En primer lugar, está la lectura de quienes 
consideran la Independencia como un proyecto vigente e 
inacabado, como un referente fundacional y un proyecto 
todavía por desplegarse, al margen de la historia de cri-
sis, inestabilidad y atrasos que han podido ser tendencias 
de larga duración que experimenta la región y particular-
mente Honduras. En esta línea se ubican también quienes 
consideran que la Independencia es un dilatado proceso de 
liberación nacional. Para los representantes de esta lectura, 
el bicentenario es objeto de conmemoración y celebración.
En segundo lugar, se encuentra la lectura de quienes 
consideran que básicamente la Independencia ha sido un 
logro político al separarse la región de la corona española 
y conquistar una relativa soberanía de repúblicas. Esto 
especialmente para Centroamérica, dada la historia de 
11
dominación que la ha caracterizado, primero del imperio 
mexicano, después del imperio británico y luego del imperio 
norteamericano, sin nunca lograr una independencia 
política plena y menos la económica y cultural. En esta 
línea se ubican quienes plantean que debería de buscarse 
una segunda independencia. Para los representantes de esta 
lectura, el bicentenario es una oportunidad para evaluar y 
replantearse un nuevo proyecto independentista.
Una tercera lectura es la de quienes consideran de forma 
radical que la independencia no ha existido como tal. La 
región no ha sido, ni es independiente política, económica 
ni culturalmente y que por la tanto se tiene que buscar la 
auténtica independencia. Para los de esta lectura el bicen-
tenario no es momento ni de celebración ni de evaluación, 
sino del inicio de un proceso por alcanzar la auténtica in-
dependencia. 
A partir de las anteriores lecturas surge la pregunta sobre 
cuáles han sido las historiografías, las ideas, discursos, los 
conceptos y las visiones sobre la Independencia y el bi-
centenario que han sido construidas en estos doscientos 
años de historia. Una indagación de estas historiografías 
es lo que recoge este libro a partir de diversas conferencias 
impartidas y artículos publicados en estos últimos años con 
ocasión de actividades y publicaciones realizadas en el mar-
co del bicentenario de la Independencia centroamericana 
del imperio español. En su mayoría estos trabajos se cen-
tran en un análisis desde y sobre Honduras en relación con 
su participación y visión de la Independencia en la región. 
12
La participación de Honduras en el proceso de Indepen-
dencia ha sido escasamente estudiada desde una historio-
grafía académica. Son muy pocos los estudios generales y 
menos aún los estudios particulares sobre las diferentes fa-
cetas, agentes y vínculos de este proceso. En ese sentido, 
el libro inicia con un primer trabajo que ubica y analiza la 
obra de tres autores que han escrito sobre ello como son: 
Guillermo Mayes Huete, Filánder Díaz Chávez y José 
Reina Valenzuela. Un segundo trabajo, tiene por objeto 
analizar los objetivos estratégicos de la provincia de Hon-
duras en las Cortes de Cádiz, como antecedentes de cierta 
conciencia independentista de la región y de la provincia 
de Honduras. 
En tres artículos se trabajan las ideas y conceptos en torno 
a la Independencia. El primero se centra en la idea de li-
bertad en la Independencia de Centroaméricaentre 1789 
y 1842. El segundo analiza las apelaciones a la modernidad 
política en Honduras en figuras centrales de la Indepen-
dencia como Francisco Antonio Márquez, José Santiago 
Milla, Dionisio de Herrera y Francisco Morazán. Y en un 
tercer trabajo se analiza el uso del concepto independencia 
en la historia de las ideas en Honduras durante el siglo 
XIX y XX. Finalmente, en otros dos trabajos se presentan 
las lecturas, interpretaciones y balances del bicentenario de 
la Independencia de Honduras, en dos grandes intelectua-
les hondureños como fueran Gautama Fonseca y Ramón 
Oquelí.
13
 1.
Tres intérpretes sobre Honduras
en la Independencia centroamericana 
Introducción
La investigación histórica del período de la Indepen-dencia del imperio español en 1821 es una materia 
relativamente escasa en la historiografía hondureña, aun 
cuando remite al origen de la nación hondureña y se con-
vierte en un elemento significativo en la conciencia de la 
identidad nacional.
Tomando en cuenta que el desarrollo de la historiografía 
hondureña es reciente, las perspectivas de estudio e inves-
tigación abren múltiples ventanas de indagación para his-
toriadores e historiadoras. La Independencia de Honduras 
y Centroamérica, si bien ha sido analizada y trabajada en 
las historias generales, desde Antonio Ramón Vallejo en el 
Compendio de historia política y social de Honduras publicado 
14
en primera edición en 1882, y en las posteriores historias 
generales del país publicadas por Rómulo E. Durón, Félix 
Salgado, Manuel Barahona, Medardo Mejía, Longino Be-
cerra, Mario Argueta y Marcos Carias Zapata, son escasos 
los estudios monográficos y específicos sobre este proceso. 
Fue tratada por primera vez en la década de los cincuen-
ta por un destacado estudioso de la historia de Honduras, 
como fue Ernesto Alvarado García, quien escribió el libro 
La Independencia en América Latina, publicado en España 
por Guadarrama y quien hace aportes interpretativos de 
las independencias de Centroamérica y de toda América 
Latina. 
El primer estudio sobre la Independencia de Centroamé-
rica realizado dentro de la historiografía nacional fue del 
también primer historiador profesional hondureño, gra-
duado en la Universidad San Carlos de Guatemala, Gui-
llermo Mayes Huete: Honduras en la Independencia de Cen-
troamérica y la anexión a México (1955), quien trabajó el 
tema para su tesis de graduación investigando en los archi-
vos de Guatemala y en los archivos generales de Centroa-
mérica. La tesis fue publicada posteriormente en la Revista 
Ariel, que dirigió don Medardo Mejía.
El siguiente trabajo sobre Honduras y el proceso de inde-
pendencia fue publicado en 1973 por el ingeniero Filánder 
Díaz Chávez, con el libro La Independencia de Centroamé-
rica: dilatado proceso de liberación nacional, que es una nueva 
historia de la Independencia escrita desde una perspec-
tiva marxista, con un tipo de análisis geográfico-espacial. 
15
El tercer y último libro publicado hasta ahora sobre este 
proceso emancipador, es el de José Reina Valenzuela, bajo 
el título Hondureños en la Independencia de Centroamérica 
(1978), donde analiza las figuras de Dionisio de Herrera y 
del padre Francisco Antonio Márquez como los dos gran-
des protagonistas en Honduras del logro de la Indepen-
dencia de 1821.
Es así que el objetivo de este artículo es analizar las in-
terpretaciones de los autores citados que mayormente 
se ocuparon de la Independencia centroamericana de la 
corona española en relación con la participación de las 
y los hondureños en el proceso, desde la marginal pro-
vincia de Honduras en la antigua Capitanía General de 
Guatemala.
1. Guillermo Mayes Huete: una primera lectura de 
la participación de Honduras en la Independencia 
centroamericana
En el campo de la historia uno de los primeros profesio-
nales hondureños graduados de una carrera de Historia es 
Guillermo Mayes Huete. Nació el 25 de abril de 1925 en 
Choloma, Cortés, Honduras. Falleció el 18 de septiembre 
de 1991 en la ciudad de Choluteca.
Mediante una beca se trasladó a la ciudad de Guatemala 
para ingresar a la recién fundada Facultad de Humanida-
des en la Universidad de San Carlos en 1945, donde realizó 
16
estudios de nivel superior en historia que entonces comen-
zaban en ese país. Guatemala entonces vivía una primavera 
revolucionaria que favoreció a la Universidad: “Tras la caí-
da de los últimos gobiernos ‘liberales’ (y dictatoriales) de 
los generales Jorge Ubico (1931-1944) y Federico Ponce 
(3 de julio a 20 de octubre de 1944) se instaló en Guate-
mala la Junta Revolucionaria de gobierno (20 de octubre 
de 1944 - 15 de marzo de 1945), que entre sus primeras 
decisiones otorgó la autonomía a la Universidad Nacio-
nal, después llamada de San Carlos de Guatemala. Luego 
de una rápida campaña electoral (iniciada tras de la caída 
de Ubico), que fue interrumpida por la represión poncista 
y la rebelión del 20 de octubre, quedó electo presidente 
de la Republica el doctor Juan José Arévalo, en votacio-
nes verificadas el 17, 18 y 19 de diciembre de 1944, quien 
había llegado de la Argentina, el 3 de septiembre anterior, 
donde era catedrático universitario, llamado por un grupo 
de profesionales y maestros que le ofreció la candidatura 
presidencial”. (Luján Muñoz 2002: 29-30)
Cabe decir que el conferencista principal para la inaugu-
ración de la Facultad de Humanidades fue el hondureño 
Alfonso Guillen Zelaya (1888-1947), que para entonces 
vivía en el exilio en México, y que leyó por primera vez uno 
de sus más lúcidos ensayos titulado: “La inconformidad del 
hombre”, en el que realiza una lectura de la sociedad mo-
derna y sus consecuencias.
Fue así como en Guatemala empezaron a graduarse los 
primeros profesionales en historia, siendo Mayes Huete 
17
uno de ellos y uno de los primeros hondureños, en tener un 
título profesional de historiador: 
En 1953 se titularon de Profesores de Segunda En-
señanza en Historia, Héctor Samayoa Guevara, con 
su trabajo, ‘La enseñanza de la historia en Guatemala 
(desde 1832 hasta 1852) (1959)’, y Pedro Tobar Cruz, 
con ‘La enseñanza de la historia en los tres movi-
mientos educacionales de Guatemala en el siglo XIX: 
Gálvez, Pavón y Barrios’, quienes también impartie-
ron clases en la Facultad antes de su graduación de la 
licenciatura.
El siguiente egresado del Departamento fue Guiller-
mo Mayes Huete, quien en 1955 se tituló de Profesor 
de Segunda Enseñanza en Historia con su trabajo, ‘La 
enseñanza de la historia en Guatemala (1945-1954)’, 
y se graduó de Licenciado en Historia con la tesis, 
‘Honduras en la independencia de Centro América 
y anexión a México’. De inmediato regreso a su país. 
(Luján Muñoz 2002: 34)
Tras su regreso a Honduras se incorporó como profesor 
de la recién creada Escuela Superior del Profesorado, que 
funcionó como tal de 1956 a 1989. En 1990 se convirtió en 
la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. 
También fue profesor en la Escuela Normal de señoritas 
de Tegucigalpa. Igualmente realizó estudios en el Centro 
de Estudios Pedagógicos en Savres, Francia. Perteneció al 
Instituto de Cultura Hispánica, al Colegio de Humanida-
18
des de Guatemala y a la Sociedad de Geografía e Historia 
de Honduras. Residió vario años en Estados Unidos. En 
1968 participó junto con Ernesto Alvarado García y Je-
sús Núñez Chinchilla en la VI Reunión de Consulta sobre 
Historia, del Instituto Panamericano de Geografía e His-
toria que se realizó en la ciudad de antigua Guatemala. 
En el campo de la historia sus investigaciones se orienta-
ron al estudio de la Independencia nacional, a la campaña 
nacional contra el filibusterismo, la historia de la educa-
ción y de su ciudad natal Choloma. Entre sus principales 
publicaciones sobresalen las siguientes: Honduras en la In-
dependencia de Centroamérica y su anexión a México (1956); 
Campaña nacional centroamericana contra los filibusteros en 
Nicaragua (1956); “Tesis: Educación colonial en Hondu-
ras”, enla Revista de la Sociedad de Geografía e Historia, vo-
lumen XXXV, y Choloma, la ciudad mártir (1982).
Su trabajo Honduras en la Independencia de Centro Améri-
ca y su anexión a México, tiene el mérito de ser producto 
de una investigación realizada en el Archivo General de 
Centroamérica en Guatemala, por lo que presenta fuentes 
y documentos hasta ese momento desconocidos en Hon-
duras. Fue publicado como libro en 1956 en Honduras, y 
posteriormente por entregas en la Revista Ariel que dirigió 
Medardo Mejía en la década de los sesenta. Sin duda, es la 
primera aproximación directa que analiza la participación 
de Honduras en la independencia y anexión a México es-
crita por un historiador profesional hondureño.
19
El trabajo lo estructura en doce apartados. En el primero 
ubica la provincia de Honduras en el primer cuarto del siglo 
XIX en cuanto a su organización política y eclesiástica, así 
como con respecto a su situación demográfica, educativa, 
agrícola, vías de comunicación, estado del comercio, indus-
tria, ganadería y minería. En el segundo apartado analiza 
la importancia e influencia que tuvo la universidad de San 
Carlos en la Independencia de la región, sobre todo a partir 
de la reforma introducida por José Antonio Liendo y Goy- 
cochea en la enseñanza de la ciencia y con la introducción 
de las ideas ilustradas. Un tercer apartado está orientado a 
presentar los principales antecedentes de la Independen-
cia de Centroamérica, en los que analiza cómo llegan las 
noticias de los sucesos de Aranjuez y Bayona a Guatema-
la, también la importancia del doctor Antonio Larrazábal 
en las Cortes de Cádiz y la participación de Honduras en 
dichas cortes. Ubica como antecedentes las rebeliones de 
El Salvador, Nicaragua y Guatemala, así como la restaura-
ción de Fernando VII en el trono de España, e identifica 
en la supresión de la Constitución de Cádiz un elemento 
disparador de las ideas por la libertad y la independencia. 
A continuación, se ocupa del desarrollo del periodismo en 
la región y su importancia en la creación de una opinión 
pública para la Independencia. En el cuarto apartado, se 
centra particularmente en las rebeliones y procesos de in-
fidencia que se dieron en Honduras previo a 1821: “En la 
Villa de Tegucigalpa los vecinos españoles, para impedir el 
progreso de las ideas revolucionarias, quisieron perpetuar 
en las alcaldías a don José Serra, don Juan Judas Salavarría 
y don José Irribaren”. (Mayes Huete 1956: 33) Asimismo, 
20
hace ver que en Honduras centenares de intelectuales, ar-
tesanos, agricultores, indios, mulatos y negros, fueron acu-
sados y procesados por infidencia, especialmente entre los 
años 1811 a 1819.
En el quinto apartado analiza el papel jugado por la junta 
provincial de Comayagua en 1820 en la elección, y nom-
bramiento de los diputados a las nuevas cortes: “En 1820, 
al implantarse el nuevo régimen constitucional, Comaya-
gua, que debía enviar otra vez su diputado a Guatemala, 
no estuvo de acuerdo en esta disposición y se realizaron 
diversas gestiones que obtuvieron resultado satisfactorio 
el 8 de mayo de 1821, no sin antes suscitar un intrincado 
problema jurídico-político”. (Mayes Huete 1956: 41) El 
5 de noviembre de 1820, se reunieron en Comayagua los 
electores de Partido, con el objeto de practicar elecciones 
de Diputado a Cortes, según lo establecía la Constitución 
de la Monarquía española (Título ID y Capítulo V). Salie-
ron electos el Licenciado Juan Esteban Milla, residente en 
Madrid, y como suplente don Dionisio de Herrera. “Lue-
go, al siguiente día, se volvieron a reunir con el objeto de 
elegir Diputado de la Junta Provincial de Guatemala. El 
Ayuntamiento de la ciudad de Comayagua, aprovechando 
esta coyuntura política, presentó un memorial debidamen-
te documentado, amparándose en los artículos 10 y 11, Tí-
tulo TI, Capítulo 1; y en el 325 del Título VI y Capítulo II: 
‘En cada Provincia habrá una Diputación Provincial, para 
promover su prosperidad, presidida por el Jefe Superior’, 
tendiente a la formación de su propia Junta Provincial” 
(Mayes Huete 1956: 39). De este modo destaca como este 
21
planteamiento de la Junta de Comayagua triunfó ante las 
cortes: “Como indicamos al principio de este Capítulo, la 
tesis de Comayagua triunfó, pues las Cortes de España de-
cretaron que Comayagua estableciera su Diputación Pro-
vincial, resolución que en esa ciudad tuvo cumplimiento el 
19 de septiembre de 1821”. (Mayes Huete 1956: 41)
En el apartado sexto describe cómo se proclamó la Inde-
pendencia de Centroamérica en Guatemala y contextuali-
za el acontecimiento: “En la época en que Gaínza se hace 
cargo del Gobierno, a principios de 1821, el aspecto de 
América era el siguiente: En Nueva España (México), la 
revolución triunfaba desde que don Agustín de Iturbide 
se había puesto al frente de ella. En el Sur, Bolívar y San 
Martín y sus gloriosos ejércitos estaban para terminar su 
gran epopeya libertadora. Y en Centroamérica, la idea de 
Independencia había adquirido fuerza; el propio Ayunta-
miento de Guatemala había recibido un anónimo con sello 
de Cádiz, en que se invitaba a tratar sobre la Independen-
cia ‘por no deber esperar justicia del Gobierno España’”. 
(Mayes Huete 1956: 43) De este modo, cuando Gainza 
convocó a la reunión del 15 de septiembre, ya había clima 
favorable a la Independencia por esta coyuntura política 
y por la opinión pública a favor que había promovido el 
periodismo de Molina y Valle: 
Se ve, pues, cómo estaban los ánimos por la Indepen-
dencia. Los más exaltados Próceres trabajaban en fa-
vor de ella, y sólo buscaban un momento propicio para 
realizarla. El momento deseado llegó inesperadamen-
22
te el 14 de septiembre por la mañana, al recibirse en 
Guatemala dos oficios urgentes de los Ayuntamientos 
de Ciudad Real y Tuxtla, en que comunicaban al de 
esta ciudad que el día 5 del mismo. mes habían jurado 
la independencia de España, adhiriéndose al Plan de 
Iguala. (Mayes Huete 1956: 45) 
Todo esto llevó a proclamarse la Independencia. No obs-
tante, también hace ver Mayes Huete que “El Acta no de-
termina exactamente la Independencia de Guatemala, ni 
establece qué Gobierno ha de formarse, pues el Artículo 1 
así lo dice, y el 6 agrega que el Congreso que determinará 
tal cosa se reunirá en marzo de 1822. Lo importante en ella 
es que desde ese momento se fija la libertad del Reino de 
Guatemala y éste entra a ser nación libre”. (Mayes Huete 
1956: 46-47)
Los siguientes apartados se centran en la proclamación de 
la Independencia en Honduras: las discrepancias en los di-
ferentes centros de poder en los territorios de la provincia 
y la manera en que se dio la jura de la Independencia en 
1821. En otro apartado, analiza la posición de Honduras 
con respecto a la anexión de Centroamérica a México, y 
concluye con la participación del país en la asamblea nacio-
nal constituyente de independencia absoluta.
Lo importante en la narrativa de Mayes Huete sobre la 
Independencia es que es un primer intento de salirse de 
una narrativa épica. Reconoce que la emancipación de Es-
paña “es un hecho demasiado complejo y no puede redu-
23
cirse sólo a las grandes batallas de renombrados capitanes”. 
(Mayes Huete 1956: 69) Para este autor la Independencia 
es un proceso que se generó por múltiples causas, aunque 
muchas comunes para toda América.
Para el caso de `Honduras su aporte, “a la revolución ame-
ricana fue así: dentro de los límites de su geografía, acorde 
con el momento histórico. Honduras no se mantuvo tran-
quila y sumisa, como lo han apuntado algunos historiado-
res. Los numerosos procesos de infidencia y acontecimien-
tos, como los de Tegucigalpa en 1812, que tanta resonancia 
y significación tuvieron, son una buena prueba de Ia lucha 
hondureña por un régimen mejor”. (Mayes Huete 1956: 
69)
Para este autor Honduras, como provincia del Reino de 
Guatemala, propugnó por adquirir una personalidad polí-
tica propia. Por ello: “Las gestiones de Comayagua, buscan-do y logrando la instalación de su Diputación Provincial, 
no deben interpretarse solamente como manifestación de 
celos criollistas, sino, además, como el surgimiento de un 
sentimiento nacional. Desgraciadamente, este sentimiento 
habría de dar base a la ruptura de la unidad centroameri-
cana. Pero por el momento, esta conciencia nacional que 
comienza a aflorar con aspiraciones de autonomía política, 
vino a coadyuvar a la proclamación de la Independencia, 
pues el conocimiento de los propios problemas y la segu-
ridad de que éstos no se resuelven con la ayuda ajena, es 
poderoso estímulo para luchar por una emancipación defi-
nitiva”. (Mayes Huete 1956: 69)
24
Mayes Huete deja establecido que la participación de 
Honduras en la Independencia centroamericana se expre-
sa desde las rebeliones y motines de 1812, los procesos de 
infidencia de centenares de hondureños y la participación 
política de figuras como Valle, Herrera, Márquez y Milla 
que “no faltaron en la hora decisiva para hacer culminar la 
Independencia”. (Mayes Huete 1956: 70)
2. La independencia como un movimiento dilatado 
de liberación nacional: Filánder Díaz Chávez
Filánder Díaz Chávez nació en Comayagüela el 25 de mar-
zo de 1922. Falleció en el 18 de noviembre de 2010. Fue 
un intelectual hondureño comprometido con el cambio de 
la sociedad. Muchas veces incomprendido, no lo suficien-
temente estudiado o poco leído, su obra y su pensamiento 
han sido poco apreciados. No obstante, su obra representa 
quizá el mayor esfuerzo intelectual por explicar la socie-
dad hondureña en su espacio e historia, a la vez que Díaz 
Chavez puede ser el principal buscador de un patriotismo 
moderno y quien intentó rescatar el proyecto histórico para 
Honduras en clave morazanista.
En Díaz Chávez puede ubicarse uno de los principales 
teóricos de Honduras durante la segunda mitad del siglo 
XX, que analizó su problemática histórica y presente, de 
tal suerte, que orientó su esfuerzo hacia la construcción de 
una “Tesis sobre Honduras” y a la búsqueda de un proyecto 
histórico construido bajo una especie de ethos morazánico. 
25
Desarrolló un estilo propio en su expresión escrita, lleno de 
voluntad teórica y de compromiso con el cambio social en 
Honduras. Estilo, hasta cierto punto incomprendido, por 
su erudición y manejo del lenguaje, conocedor de los prin-
cipales teóricos de su momento de la historia y la geografía, 
como Thompson y Godelier, de ahí que espacio y tiempo 
sean dos categorías fundamentales para identificarse en su 
“Tesis sobre Honduras”.
La influencia del marxismo en la teoría de la historia en 
Honduras puede decirse que es relativamente reciente en 
su desarrollo. Si bien existe una historiografía marxista 
como tal, ésta carece de una reflexión teórica en profun-
didad, tal como puede verse en las perspectivas ilustrada y 
positivista, que tanto en Valle como en Rosa ocuparon par-
te de su pensamiento, interesados en la teoría de la historia 
en función de sus proyectos sociales y políticos. 
Si bien Filánder Díaz Chávez no ha tenido una formación 
académica como tal en el campo de las ciencias sociales y 
la filosofía, sí se convertirá en uno de los principales pen-
sadores y estudiosos de la realidad socio-histórica a partir 
de la década de los sesenta del siglo XX, cuando inicia una 
producción sostenida de estudios y ensayos científicos sobre 
los problemas de desarrollo de Honduras, como los siguien-
tes: Las raíces del hambre y de la rebeldía a la explotación. (Un 
ensayo sobre la pereza) 1962, publicado por vez primera en 
La Habana por recomendación del III Concurso Literario 
Hispanoamericano, de Casa de las Américas; Del fundo a 
los espacios libres, Editorial Universitaria, El Salvador, 1965; 
26
Acerca del proceso educativo en la enseñanza primaria, UNAH, 
1970; El subdesarrollo del Valle de Sula, CONSUPLANE, 
1971; Análisis crítico de las condiciones técnicas de los ferrocarri-
les de la Standard Fruit Company, FEUH, 1972; Sociología de 
la desintegración regional, UNAH, 1972; El soplo... en la frente, 
o los diez capítulos que se le “olvidaron” a Kinssinger, Editorial 
Guaymuras, Tegucigalpa, 1985 y De los bienes patrimoniales 
salvadoreños de Honduras con su nombre, Litografia López, 
Tegucigalpa, 2002.
El Díaz Chávez historiador se encuentra en una serie de 
obras que analizan el período de la Independencia, la Re-
pública Federal y su gran figura Francisco Morazán, y la 
primera mitad del siglo XX con el estudio de la dictadura 
cariísta. Entre estos trabajos sobresalen: La Independencia de 
Centro América, dilatado proceso histórico de liberación nacional, 
FEUH, 1974; y su trilogía morazánica: La revolución mora-
zanista, Editorial Paulino Valladares, Tegucigalpa, 1965; Po-
bre Morazán Pobre, Editorial Guaymuras, 1988 y En el frente 
de la tragedia. Tegucigalpa, 1995.
Lo propio de la historiografía de Díaz Chávez es haber ex-
planado claramente por primera vez el uso de la teoría mar-
xista de la historia para comprender e interpretar la historia 
nacional (véase: Sierra, R. 2003). En ese sentido, es importan-
te recordar que el materialismo histórico de Marx y Engels 
nace en un momento caracterizado por una encrucijada his-
tórica, de impulso para continuar la línea más progresista de 
la revolución francesa, traicionada en 1830; en un momento 
de radicalización del pensamiento ilustrado, preservado en 
27
la filosofía de Hegel, frente a la reacción historicista; y en un 
momento de crítica a las formas de explotación introduci-
das por el capitalismo y potenciadas por la industrialización. 
(Fontana 1982: 138)
Como muy bien ha explicado el mismo Fontana, el materia-
lismo histórico contiene una concepción de la historia que 
muestra la evolución humana por medio de unas etapas de 
progresos que no son definidas fundamentalmente por el 
grado de desarrollo de la producción sino por la naturale-
za de las relaciones que se establecen entre los hombres que 
participan en el proceso productivo: “Cuando se habla (...) 
de producción – dirá Marx- se habla siempre de la produc-
ción en un estadio determinado del desarrollo social – de la 
producción de individuos en sociedad”. (Fontana 1982: 149)
Desde esta perspectiva marxista, Díaz Chávez analiza el pro-
ceso histórico de la Independencia centroamericana como 
consecuencia de una dialéctica histórica. Se centra en sus 
causas, en sus implicaciones sociales y en su vinculación para 
comprender el presente de la región y particularmente de 
Honduras. El libro está estructurado en quince breves ca-
pítulos. Los cinco primeros son de carácter teórico en don-
de conceptualiza la historia, el análisis estructural del todo y 
cómo entiende la estructura regional geográfica dominante. 
Igualmente analiza lo que significa el juego de la dominación 
colonial desde una perspectiva de la neutralidad. En el capí-
tulo VII analiza desde una perspectiva estructural y geográ-
fica el espacio de tensiones del antiguo reino de Guatemala 
y cómo se produce la Independencia. En el capítulo VIII 
28
realiza un análisis del Acta de Independencia de 1821, para 
luego en el siguiente capítulo entender la crisis postindepen-
dentista de la región desde un enfoque geopolítico por su 
ubicación en el contexto americano y mundial. Desde ahí, 
en los siguientes dos capítulos analiza la dialéctica de separa-
ción-unidad de la región, primero con la unión y separación 
a México y luego con el intento de unión y fragmentación 
de la Federación Centroamericana. En los dos capítulos si-
guientes se centra en los factores desintegradores de la Fe-
deración como el golpe de estado de Arce y el inicio de la 
guerra civil, así como en el peso de la presencia inglesa en la 
desintegración regional por el endeudamiento. Los dos últi-
mos capítulos están orientados a analizar cómo ha influido 
esta historia de la región en los problemas de construcción 
del estado nacional y en la crisis del mercado común cen-
troamericano durante la década de los sesenta y setentadel 
siglo XX. 
El punto de partida de Díaz Chávez es el hecho de que a 
su juicio la historiografía y la teoría de la historia hondure-
ñas han estado acosadas “por los vicios que el pensamiento 
empírico entraña” y añade que “si es cierto que siempre ha 
existido una cronología histórica, donde ésta se toma por 
historia, en la cual se hallan desterrados los deseos subjeti-
vos del ‘historiador’...” el resultado ha sido un empirismo. 
Por lo tanto, el proyecto de este autor consiste precisamen-
te en “abandonar la concepción empírica de la historia y 
lanzarse a construir sobre nuevas bases su concepto”. (Díaz 
Chávez 1973: 7)
29
Para Díaz Chávez, la historia aparece, especialmente, como 
efecto de la estructura social, es decir como un todo com-
plejo, “en el cual, siempre, de modo ineludible, existe un 
elemento que desempeña el papel dominante y otros que le 
están subordinados”. (Díaz Chávez 1973: 9) De este modo, 
para generar conocimiento histórico hay que recurrir al pen-
samiento científico y superar el conocimiento empírico. Es 
decir el pensamiento “que rinde tributo a los datos, estadís-
ticas, crónicas y todo fenómeno que le es dado inmediata-
mente como experiencias de la vida cotidiana, cree poder 
encontrar la ley de un proceso mediante una lectura inme-
diata de esos datos y experiencias, que deben entregarle 
también inmediatamente el secreto de su esencialidad; que 
el dato habla por sí mismo y sin más necesidad que un 
oído atento para captar la verdad que nos es dicha; que 
el documento entrega el misterio de su ciencia solamente 
con la fuerza de una mirada atenta y culta”. (Díaz Chávez 
1973: 9) 
De lo que se trata es de generar un conocimiento que obli-
gue a los datos “a que nos confiesen el secreto que su in-
mediatez oculta, contraproponiéndolos como enemigos, 
girándolos sobre sí mismos, para descubrir la verdad en el 
fondo escondido de su torbellino visible; negar la aparien-
cia difundida, reducir el fenómeno a la esencia, el dato a su 
concepto, encontrar el lazo interior que unifica las esen-
cias reducidas de los datos brutos y empíricos, encontrar 
el estado necesario y contradictorio de las cosas que los 
datos señalan, en suma, formular la sistematicidad de las 
conexiones internas que abarcan la totalidad del objeto es-
30
tudiado, producir el concepto de su objeto en su estructura 
interna; he aquí lo que constituye el pensamiento científi-
co”. (Díaz Chávez 1973: 6)
De esta manera, sostiene Díaz Chávez, de acuerdo con 
Godelier, que la ciencia “necesita formular explicaciones 
sin deducir la realidad del concepto y sin reducir la realidad 
al concepto. De este modo, no reducir es tomar lo real tal 
como es, en todas sus determinaciones concretas y en su 
orden especifico”. (Godelier 1967: 116)
Es a partir de esta visión de la ciencia que este autor com-
prende el conocimiento histórico como un conocimiento 
científico que permite superar la visión anterior. La ten-
dencia a entender la historia “como nos es dada en la bella 
secuencia de fenómenos que se producen en la existencia 
histórica, ya sea de una sociedad o de un hombre impor-
tante, sólo es, sólo puede ser, la sucesión de hechos empíri-
cos inmediatos (datos y acontecimientos), que las ‘eviden-
cias’ de documentos nos prodigan. Prosternarse ante tales 
evidencias es caer en el empirismo de la historia”. (Díaz 
Chávez 1973: 7)
El concepto de historia que este autor trabaja es el de que 
ésta se construye no a partir de “la hermosa repetición de 
los hechos visibles que se suceden como los acontecimien-
tos registrados en los datos de una crónica”, sino por el 
contrario, “el concepto de historia se construye a partir de 
la estructura articulada de una sociedad determinada, pro-
duciendo el conocimiento verdadero, objetivo, por lo tanto, 
31
de sus diferentes instancias y conexiones orgánicas”. (Díaz 
Chávez 1973: 7) 
Los efectos de las articulaciones estructurales en su inte-
rrelación mutua, de los desplazamientos de esas articula-
ciones, del intercambio de sus papeles, son lo que producen 
lo histórico. Son hechos históricos, entonces, entre todos 
los acontecimientos que se producen en la vida cotidiana 
de una realidad histórica, los que producen un cambio en 
las coyunturas estructurales existentes. De aquí el conoci-
miento real de la historia se vincula necesariamente con el 
conocimiento objetivo de la sociedad como todo estructu-
ral articulado.
En su obra ganadora del premio centroamericano de his-
toria del CSUCA sobre la Independencia de Centro Amé-
rica, Filánder Díaz Chávez destaca el análisis de Martínez 
Peláez sobre el trabajo del indio y del mestizo en el antiguo 
reino de Guatemala. Siguiendo el análisis de la políticas y 
formas de tenencia de la tierra durante el periodo colonial 
desde la perspectiva del historiador guatemalteco, retoma 
sus planteamientos con respecto a que la política agraria se 
desarrolló bajo una serie de principios, como los siguientes 
(Martínez Peláez 1970: 129-165): 
• El principio fundamental de la política indígena en lo 
relativo a la tierra es el principio del señorío que ejercía 
el Rey de España, por derecho de conquista, sobre las 
tierras conquistadas en su nombre.
32
• El otro principio era el de la tierra como aliciente. La 
corona, limitada para sufragar las expediciones de con-
quista ofreció a los conquistadores una serie de alicien-
tes sobre las provincias que conquistasen.
• La preservación de las tierras de indios fue otro prin-
cipio básico de la política agraria colonial. Esto era de 
esperarse, porque la organización del pueblo de indios, 
como pieza clave de la estructura de la sociedad colo-
nial, exigía la existencia de tierras en que los indígenas 
pudieran trabajar para sustentarse, para tributar y para 
estar en condiciones de responder al trabajo forzado 
que de cualquier manera deberían realizar en las ha-
ciendas y tierras de los grupos dominantes.
• El último principio es el del bloqueo agrario de los 
mestizos. La política de negación de tierras a los mes-
tizos pobres en constante aumento demográfico fue un 
factor que estimuló el crecimiento de los latifundios.
A partir de este análisis, para Díaz Chávez la contradicción 
social señalada por Martínez Peláez en estos principios 
para el repartimiento de tierras y el latifundio, explica tam-
bién el surgimiento del régimen de trabajo impuesto por la 
colonia especialmente para los indígenas: “…basado en el 
repartimiento, fue preciso que el proceso histórico pasara 
previamente por el repartimiento de tierras, característico 
de la Conquista, base orgánica del latifundismo posterior, 
además del repartimiento esclavista de indios, ejercidos en 
un solo y mismo procesos. Variantes del repartimiento de 
33
mercancías y el repartimiento de hilazas de algodón, en 
que quedaban incorporados las madres indígenas y sus hi-
jos al brutal y agotador régimen de trabajo”. (Díaz Chávez 
1973: 4)
Así para Díaz Chávez es válida la importante tesis de Mar-
tínez Peláez: “El Reino de Guatemala era pobre en minas. 
Su única ‘mina’ efectiva -permítasenos el juego de pala-
bras- eran los indios. El ramo más productivo de la Real 
Hacienda fue en todo tiempo el de tributos, siguiéndole no 
de cerca, el impuesto sobre transacciones (alcabalas). Los 
dos renglones dependían, en definitiva, de que los indios 
estuviesen perfectamente controlados en sus pueblos; no 
solo para garantía de la tributación, sino para cedérselos 
sistematizadamente a las haciendas, lo cual era, a su vez, 
factor decisivo de la producción, del comercio interno y 
exterior, y por tanto también del aumento de las alcabalas”. 
(Martínez Peláez 1970: 394)
Esta tesis “es importante porque la pobreza relativa del 
reino en oro y plata, vendrá a determinar, en primer lu-
gar, la política colonial, aunque no se lo propusiese de la 
destrucción de la parte humana de las fuerzas producti-
vas, por consiguiente el bloqueo de la conciencia social de 
los indígenas para incorporarse, como masaspopulares a 
un proceso de liberación y lo más importante en la época 
de las revoluciones de independencia de América, la au-
sencia, sobre esa base de relaciones sociales deleznables y 
degradantes de las fuerzas productivas, de un sentimiento 
común capaz de generar los fundamentos del Estado sobe-
34
rano, condición indispensable para crear condiciones reales 
de independencia”. (Díaz Chávez 1973:44)
Bajo esta óptica tanto la política agraria española como la 
mano de obra indígena determinan en el istmo centroame-
ricano el desarraigamiento brutal de la tierra y del derecho 
propio a fundar villas de mestizos, de una gran masa de 
población que creció prácticamente sin base en que fundar 
una patria: “Como expresa Martínez Peláez en su obra de 
la cual nos estamos valiendo: ‘aquel no tiene propiedad en 
el país que habita es un extranjero en dicho país’”. (Díaz 
Chávez 1973: 45)
Por lo tanto para Díaz Chávez, la lógica del desarrollo so-
cial durante el periodo colonial dependió del control por 
parte de los españoles de la mano de obra: “Puesto que 
todo el desarrollo social de la colonia gira alrededor de la 
pugna por el control de la mano de obra abundante y su-
mamente barata de las masas indígenas, que se establece 
entre los funcionarios españoles de la corona y los criollos 
españoles, resulta evidente que un medio para disminuir 
esa tensión social entre las fuerzas en pugna, es visto por la 
corona y de acuerdo con las condiciones que ha creado en 
el reino como muy necesario para la ‘paz’ social y la garantía 
del sistema mismo. Tal función fue llenada, desde luego, 
por las masas desarraigadas de mestizos proletarios que se 
vieron en la insoslayable alternativa de invadir haciendas 
en busca de subsistencia, donde rápidamente fueron un-
cidos al sistema de explotación”. (Díaz Chávez; 1973: 45)
35
De este modo, para Díaz Chávez este es un elemento 
central para comprender la Independencia de Centroa-
mérica respecto del imperio español, por la contracción 
y la disputa del trabajo del indio en el repartimiento y la 
encomienda, lo que permite “la comprensión histórica del 
desarrollo de la lucha de clases que ha de culminar en la 
declaratoria de ‘independencia’ política de 1821”. (Díaz 
Chávez 1973: 40)
Para este autor la Independencia es producto de la lucha de 
clases. Con el Acta de Independencia del 15 de septiem-
bre de 1821 más que lograr una independencia absoluta, se 
consolida el regimen colonial. No fue una independencia 
con la participación del pueblo y se temía que antes fue-
ra este el que proclamese la independencia por parte de 
las autoridades coloniales. En ese sentido, el acta de inde-
pendencia “fue el reflejo antiliberal en favor del clero, del 
ejército y de los propietarios peninsulares y criollos llama 
la atención la referencia explícita ‘al pueblo muy excitado’ 
que Aycinena hace aquel 4 de septiembre”. (Díaz Chávez 
1973: 54) 
De este modo, el acta escrita por Valle se contrasta en las 
sombras de una duda fundamental, “las netas claridades 
que afirman las garantías a favor del clero y del ejército y, 
lo esencial, de los propietarios peninsulares y criollos, pero 
que, en todo caso, dudas sombrías y claridades netas, están 
transidas por el mismo hilo angustioso del temor del pue-
blo”. (Díaz Chávez 1973: 56)
36
La independencia fue así una hábil forma de encubrir las 
contradicciones sociales antagónicas propias del régimen 
colonial para lo cual, se requería esconder dichas contradic-
ciones para generar una relativa estabilidad social y política 
porque la propiedad privada sobre los medios de produc-
ción no debe dividir a los campesinos pobres de los ricos 
propietarios. Por ello en el examen critico que hace sobre 
el texto de la proclamación de la independencia señala dos 
puntos notables: “el punto 1 del Acta es la seguridad de 
que en el orden político no habrá cambio, ni mucho menos 
intervención popular. Pero los puntos 10 y 11 constituyen 
el comportamiento económico de la inmovilidad del régi-
men colonial, sin dejar esperanza del cambio social a la vez 
que se controla el status social mediante la influencia de la 
iglesia en el ánimo de los pueblos, ’ cooperando a la paz y 
sosiego’. Se principia con el reconocimiento del régimen y 
se termina con su consolidación, ¿Qué, fue entonces, lo que 
realizaron nuestros proceres?”. (Díaz Chávez 1973: 61) 
Es desde este análisis que este autor comprende la inde-
pendencia de 1821 como un dilatado proceso histórico por 
la liberación nacional, proceso que se extiende en la histo-
ria hasta el presente. 
3. José Reina Valenzuela. Una lectura del proceso in-
dependentista y sus protagonistas. 
José Reina Valenzuela, nació en la ciudad de Comayagua el 
28 de marzo de 1907 y murió en Tegucigalpa en diciembre 
37
de 1994. Dejó impresa su huella en toda la historiografía 
hondureña del siglo XX. Para Oquelí (1985: 34) “es des-
pués de Durón, el que mayores aportes ha hecho a la histo-
riografía nacional” y para Argueta (2004: 342) ha sido “uno 
de los que más ha contribuido a la historiografía nacional 
en el presente siglo”. Por su parte, Euraque (2008: 33) con-
sidera: “No hay duda que Reina Valenzuela fue uno de los 
más importantes historiadores de las últimas décadas en 
Honduras”.
Reina Valenzuela llena con toda su obra la producción 
historiográfica nacional de la segunda mitad del siglo XX, 
convirtiéndose en la figura que permitió la transición de 
la generación de los historiadores fundadores (Antonio R. 
Vallejo, Rómulo E. Durón y Esteban Guardiola) a la nue-
va generación de historiadores profesionales como Marcos 
Carías, Mario Argueta o Rodolfo Pastor en la dirección de 
una investigación histórica más académica y teórica. No 
sólo es el heredero y depositario del bagaje histórico de la 
generación fundante de la historiografía nacional, sino que 
tuvo la sabiduría para conservar lo que se tenía que man-
tener y transitar hacia una historiografía con mayor rigu-
rosidad en el uso de las fuentes y documentos, de aparatos 
críticos y en la perspectiva de rescatar la historia nacional 
en sus diferentes épocas y procesos. (Sierra: 2001a) 
Prácticamente, durante la década de los cincuenta y espe-
cialmente de los sesenta del siglo XX será la persona que 
se entrega con mayor dedicación al estudio de la historia 
sobre Honduras. Fue durante la década de los sesenta que 
38
publicó la mayoría de sus libros a la vez que revitaliza la 
Academia Hondureña de Geografía e Historia cuando 
funge como su secretario y presidente. A finales de los 
cincuenta puede observarse en Honduras que cerraban su 
ciclo historiadores de la talla de Rafael Heliodoro Valle y 
apenas era emergente la generación de Mario Felipe Mar-
tínez Castillo, Marcos Carías y Ramón Oquelí. Mientras 
que desde otra perspectiva historiográfica se ubica su con-
temporáneo Medardo Mejía y posteriormente Filánder 
Díaz Chávez que daban un giro a los estudios históricos en 
el país al iniciar a interpretar la historia en clave marxista. 
(Sierra: 2001a)
Pero Reina Valenzuela no sólo fue un auscultador de la his-
toria nacional, fue también testigo protagónico en el acon-
tecer del siglo XX: vivió la violencia de las guerras civiles 
de la década de los veinte, la dictadura de los treinta y los 
cuarenta, la organización del movimiento obrero en 1954, 
los períodos de democracia en los cincuenta y sesenta, los 
gobiernos militares desde los sesenta hasta los ochenta, y 
también fue testigo de la transición política que vivió el 
país desde inicios de los ochenta. Así como del proceso de 
autonomía universitaria en el paso de la Universidad Na-
cional a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, 
institución que conoció como estudiante, profesor, decano 
y rector, y la cual, también, asumió como objeto de estudio. 
Por ello Reina Valenzuela, al igual que algunos de su gene-
ración, recurrió a la historia para comprender la sociedad 
hondureña en sus limitaciones, en sus frustraciones y en 
39
lasdebilidades de la identidad nacional. En ese sentido no 
fue ningún idealista sobre la vida o sobre Honduras. Su 
visión y reflexión sobre la historia de Honduras fue crítica, 
clara e impávida, propia de un conocedor de las estructu-
ras de poder que han obstaculizado el desarrollo social y 
político del país. En esa línea escribió: “Es evidente que 
los hondureños no hemos aprendido con los golpes reci-
bidos; no hemos despertado del sonambulismo en que nos 
han sumido los cantos falaces y las promesas tentadoras de 
quienes pretenden aniquilarnos y reducirnos a la mínima 
expresión tanto en lo tocante al territorio nacional como en 
lo económico, político, etc.” (Reina 1965: 263)
Durante varios años y con sus propios medios, tanto inte-
lectuales como materiales, investigó en archivos extranjeros 
y nacionales, en México y Guatemala, entre otros países, 
convirtiéndose, en uno de los principales estudiosos y di-
vulgadores de la historia colonial de Honduras como se 
puede constatar en su obra.
Antes de revisar sus aportes a la historiografía nacional es 
importante preguntarse qué significaba para este autor es-
tudiar y escribir historia. Al respecto escribió: “No se trata 
de una interpretación para decir lo que el autor quisiera 
que fuesen los hechos narrados, acomodando el modo de 
pensar de aquellos tiempos en una mixtificación y retorci-
mientos atrevidos, con los pensamientos y las realizaciones 
del hoy o de las doctrinas políticas, sociales y económicas 
del siglo XX” (Reina 1978: 49). De igual forma entendía 
la historia más allá de la cronología de hechos: “Tampoco 
40
es una relación y mención de fechas; es, si se quiere, una 
puntualización de la realidad histórica que no puede ser 
acomodada a la interpretación modernista o a someterse a 
un análisis para concluir que lo que se hizo, pudo haberse 
hecho de otro modo, pues esto equivaldría a olvidar cuál 
era la realidad de entonces, o cual era esa realidad histórica 
que se pretende mantener inalterable”. (Reina 1978: 49)
Es desde este modo de concebir la historia que hay que leer 
la narrativa histórica de este autor. Los aportes o el legado 
de Reina Valenzuela en el campo de la historiografía son 
significativos tanto cuantitativa como cualitativamente en 
los ejes temáticos de la historia colonial, de la Iglesia, del 
período de la Independencia y de la historiografía hon-
dureña, sobre todo, en el estudio de la vida y obra de los 
historiadores fundadores.
 
Su estudio de la historia colonial hondureña se basa en 
el conocimiento de los principales centros de la vida co-
lonial y de su principal institución: la Iglesia Católica. 
En esta línea sobresalen sus libros: Comayagua Antañona: 
1537-1821 (1965) y Tegucigalpa: síntesis histórica (1981). 
El primero es un estudio que registra el establecimiento 
y consolidación de la dominación española en esta región 
en Honduras, la dinámica del poder y de las instituciones 
coloniales, así como la dinámica de la vida de la Iglesia, 
la religiosidad popular, la labor misionera, el trabajo, la 
mano de obra, etcétera. Cabe decir que ésta es una de las 
primeras obras monográficas sobre la colonia en Hondu-
ras y que, también por vez primera dentro de la historio-
41
grafía nacional, cuenta con un aparato crítico y heurístico. 
El segundo libro estudia de forma comparable al anterior, 
la conformación de la antigua Alcaldía Mayor de Teguci-
galpa, ubicándola en la posición que le corresponde den-
tro de la historia nacional.
Para entender la sociedad colonial hondureña, es importan-
te para este autor considerar el hecho de que: “… la afluen-
cia de españoles no alcanzó ni la cantidad ni la calidad ne-
cesaria para su desarrollo, la inmigración quedó reducida a 
las familias que, por razón de empleo en lo político, militar 
y administrativo, se establecieron en determinados sitios, y 
a la de algunos empresarios y trabajadores que estimulados 
por los provechos de la minería y de la ganadería fijaron 
su residencia en territorio hondureño. Sin embargo, es de 
advertir que esta última clase de inmigrantes fue un tanto 
cohibida, pues ni los peninsulares podían establecerse en 
los reales de minas sin previa autorización o patente del 
Rey”. (Reina Valenzuela 1954: 15)
Es así como, en su libro Comayagua Antañona, define la 
sociedad colonial como una estratificada y dividida en 
donde: “La gente rica vivía en el centro hasta unas cuan-
tas cuadras de la Plaza Mayor, en donde habían edifica-
do sus mansiones con todas las comodidades; el portón 
ancho, los balcones de rejas y el gran patio empedrado… 
En los barrios vivían los de mediana posición, obreros y 
labriegos generalmente o comerciantes en pequeño; sus 
casas eran de bahareque y algunas de adobes…. En ‘las 
afueras’ vivían los indios, naboríos o peones de tierras o 
42
mozos o guías para los viajeros, pobres en su habitación 
y en su comida, escasos de recursos como de instrucción”. 
(Valenzuela 1965: 121)
Si bien esta obra de Reina fue anterior a La patria del crio-
llo de Martínez Peláez, sí observó la contradicción social, 
señalada por aquél en sus principios planteados sobre la 
política agraria española para el repartimiento de tierras 
y el latifundio, y que explican el surgimiento del régimen 
de trabajo impuesto por la colonia, especialmente para los 
indígenas:
Fue el indio, dice Reina Valenzuela, el factor social 
más desamparado; sobre él pesaban los tributos, cuyo 
monto no siempre fue justo ni bien administrado; el 
cultivo de la tierra, la servidumbre y el laboreo de mi-
nas, fueron sus ocupaciones más importantes. Sien-
do dueño de la tierra, el indio jamás tuvo título de 
propiedad de las que trabajaba con tesón y sacrificio. 
Le seguían en ascenso los labradores que pagaban a 
la iglesia los diezmos y primicias con que se gravaban 
sus cosechas; más arriba de éstos estaban los artesanos: 
carpinteros, albañiles, herreros, zapateros, etc., luego 
los propietarios y funcionarios de la Corona y, sobre 
todos ellos, el clero (Reina Valenzuela 1965: 121).
Dentro de esta sociedad estratificada y excluyente “las gen-
tes”, de acuerdo con el autor, “dividían su tiempo entre la 
iglesia y el trabajo; ante el temor del clero y de la Inqui-
sición, no tuvieron libertad para disfrutar a sus anchas de 
43
cuanto poseían” (Valenzuela Comayagua 1965: 121). “En 
esta forma transcurría la vida apacible de la Comayagua 
Antañona; entre la misa y las procesiones, entre el hato y 
la cancha de gallos, entre el hogar y las escapadas noctur-
nas y entre plácidas tertulias y tumultuosas riñas callejeras”. 
(Reina Valenzuela 1965: 122)
También publicó Reina Valenzuela una obra pionera ti-
tulada Historia Eclesiástica de Honduras, pensada en cinco 
tomos (uno por siglo), aunque solamente logró publicar los 
dos primeros referidos a los siglos XVI y XVII. La perio-
dización la basó en la secuencia cronológica de cada uno 
de los obispos de la diócesis de Honduras y convierte de 
esa manera su gran trabajo en un episcopologio. Esta obra 
presenta una historia que, por su misma división en volú-
menes, tiene el mérito de ser lo suficientemente detallada 
en la presentación de los hechos y no por ello sólo descrip-
tiva (Sierra 1993).
Además del estudio del período colonial, el otro momento 
histórico en el cual Reina Valenzuela focalizó su interés 
fue el de la Independencia de España y la naciente repú-
blica hondureña, mediante al acercamiento a sus principa-
les protagonistas: José Cecilio del Valle y las ciencias naturales 
(1946); El prócer Dionisio de Herrera (1962); Hondureños 
en la Independencia de Centroamérica (1978) y José Trinidad 
Cabañas: estudio biográfico (1984). 
En la biografía sobre Dionisio de Herrera hace un llama-
do para ubicar a este personaje cabalmente en la historia 
44
de Honduras: “A Dionisio de Herrera no se le ha dado 
a conocer como merecen sus altos méritos de prócer de 
nuestra Independencia, como organizador del Estado, 
como jurista y como legislador. Se le ha visto concierta 
apatía: para él nuestros poetas han regateado las Odas 
que con entusiasmo escribieran en honor de algunas me-
diocridades políticas; nuestros historiadores se han limi-
tado a transcribir parrafadas tomadas de autores de otras 
latitudes y, cuando se han referido a Herrera, no vibra 
en sus renglones la devoción que un hombre de su talla 
merece; nuestros artistas han modelado en el barro y el 
bronce otras figuras que, si bien forman parte de nuestra 
esencia espiritual, no alcanzan la cumbre, exceptuando a 
Valle, Morazán y Cabañas, en que aquel Prócer está colo-
cado” (Reina 1962: 273).
Reina a lo largo de su obra reflexionó sobre Honduras, so-
bre sus personajes más importantes de la vida política e 
intelectual, y vio como muchos de ellos fueron víctimas de 
la ley y la administración de justicia. Ello le llevó a escribir 
lo siguiente: “Que desdichada ha sido Honduras en cuanto 
al respeto que la ley impone por sí misma, al respeto que 
merece la vida de los ciudadanos, la propiedad de los ciuda-
danos, la seguridad de los ciudadanos. ¡Cuántos atropellos 
se han cometido invocando la majestad de la Ley! ¡Cuántas 
vidas se han segado acribillando a balazos a ciudadanos in-
defensos en nombre de la Ley! ¡Cuántas fortunas amasadas 
en años y años de incansable fatiga se han dilapidado en 
beneficio de unos cuantos sinvergüenzas que las hurtaron 
en nombre de la Ley!”. (Reina 1962: 273)
45
Sobre Cabañas destacó: “La casa del duelo pronto se llenó 
de gente para ver por última vez al ‘General’, que estaba allí 
en su féretro, sereno con su patriarcal barba blanca, la barba 
cuyo color era igual al de su corazón, con su uniforme mi-
litar azul marino con ribetes rojos y dorados. Ya no recorría 
más los polvorientos caminos de la Patria Grande, y no ha-
bría ya quien los recorriera por lograr aquel ideal hermoso, 
porque con él, con Cabañas, había muerto el último oficial 
de Morazán. El partido liberal guardaba duelo y en el alto 
mástil de la plaza, frente al Cabildo, el pabellón nacional 
flotaba a media asta con un negro crespón en señal de due-
lo de la Patria”. (Reina 1984)
Es en su libro Hondureños en la independencia de Centroa-
mérica que Reina Valenzuela realiza un detallado análisis 
de cómo Honduras participa en la independencia de la co-
rona española en 1821. El libro de Reina, escrito después 
del de Mayes Huete y del de Díaz Chávez, representa hasta 
ahora el relato más completo al respecto y tiene la perspec-
tiva de cambiar una historia épica y de héroes para concep-
tualizar y problematizar los acontecimientos más allá de la 
narrativa del 15 de septiembre de 1821 y la firma del Acta.
Son dos supuestos de los que partió este autor para cons-
truir su narrativa sobre Honduras y la Independencia. 
El primero, es que Honduras participa en el proceso de 
Independencia por una serie de factores y circunstancias 
como su condición de abandono y aislamiento respecto de 
la capital de la Capitanía General de Guatemala y de la 
misma corona española. Lo cual significó el desarrollo de 
46
una conciencia, no solo de los criollos sino de los mulatos, 
respecto de sus oportunidades dentro de la estructura co-
lonial española. El segundo supuesto, está relacionado con 
el resultado de la Independencia para Honduras y el pro-
blema de origen de la nación hondureña: la división entre 
Comayagua y Tegucigalpa que marca la génesis del pro-
blema de la emergencia de un Estado nacional en el país. 
(Reina 1978: 17)
Para Reina Valenzuela, en la provincia de Honduras la idea 
independentista puede rastrearse desde mucho antes de 
1821. Identifica a muchos hombres y mujeres, portadores 
de ideas y de acciones que se identifican afines con la idea 
de la Independencia a lo largo del territorio de la provincia 
de Honduras. Para analizar este proceso Reina organiza 
el libro en cuatro grandes apartados. En el primero estu-
dia el medio político y social de la provincia de Honduras 
dentro de la Capitanía General, cómo el fenómeno de la 
Ilustración se desarrolla en Honduras y las resonancias de 
los sucesos de España en la regional provincia. Asimismo, 
estudia la influencia de la Ilustración y las ideas sobre la 
libertad en la provincia de Honduras.
En el segundo apartado titulado los hombres y los hechos, 
establece la etapa revolucionaria que se vive en el continen-
te y la región, y particularmente se centra en la importancia 
de analizar los levantamientos de la población de Teguci-
galpa en 1812 como origen del proceso independentista de 
la provincia. A partir de 1812 se dieron una serie de proce-
sos de “infidencia” hasta 1821, en los cuales varios hondu-
47
reños son investigados y perseguidos por propagar las ideas 
independentistas. Destaca en el caso de Honduras que fue 
una provincia marginal de Guatemala, por lo tanto, se die-
ron planteamientos en torno a la necesidad de separación 
de la provincia de la Capitanía General de Guatemala y del 
gobierno español. En esa línea analizó la participación de 
Honduras en las Cortes de Cádiz, orientada por los dipu-
tados a recuperar la territorialidad de la provincia respecto 
de Guatemala.
Por otra parte, reconoce los levantamientos de Tegucigal-
pa como antecedentes de las ideas independentistas. En 
concreto el 1 de enero de 1812 se dio un levantamiento en 
Tegucigalpa que fue organizado por dos figuras que tienen 
que ser rescatadas dentro de la historia de Honduras como 
pioneros del proceso de Independencia: los frailes francis-
canos José Heredia y Fray Antonio Rojas. Ellos vivían en el 
convento de San Francisco y junto a un grupo de cerca de 
cien ciudadanos, hicieron un levantamiento popular debido 
a que en ese momento las autoridades de Tegucigalpa que-
rían reelegirse. El levantamiento fue para reclamar que se 
nombrara figuras oriundas de la localidad. Únicamente se 
nombraban a los que venían directamente desde España. A 
su vez el padre Heredia y el padre Rojas prepararon a mu-
chos indígenas en la causa de libertad de la Independencia.
En su análisis de la influencia de las Cortes de Cádiz y su 
Constitución, y de las figuras hondureñas de la Indepen-
dencia de Centroamérica, busca reconocer dónde se encon-
traban las voluntades en el proceso independentista de la 
48
región. En ese contexto, es que ubica figuras como Francis-
co Antonio Márquez y Dionisio de Herrera que tuvieron 
una centralidad en la proclamación de la Independencia 
de Honduras, y su vinculación con José Cecilio del Valle 
y Francisco Morazán dentro de la red familiar y política a 
favor de la misma. Herrera fue un activista independentista 
y organizador de mítines donde se discutieron los aconte-
cimientos de España, de México, las luchas de Bolívar y 
San Martín. En julio de 1821 fue diputado en las Cortes 
por la aceptación de la Constitución de Cádiz; siendo al-
calde de Tegucigalpa, redactó el Acta de Independencia de 
las entonces todavía separadas provincias de Comayagua y 
Tegucigalpa, lo que fue anunciado el 28 de septiembre en 
ambas provincias. Y refiere la influencia del padre Márquez 
que fue el mentor político de Francisco Morazán, y amigo 
de Herrera, en el proceso.
El padre Márquez tuvo un destacado papel porque por un 
lado fue quién formó a varios jóvenes en ese momento, que 
después serán jefes de Estado, y luego es una figura fun-
damental porque después de la Independencia, cuando se 
dio el intento de división, en vista de que Comayagua que-
ría unirse a México y Tegucigalpa a Guatemala, el padre 
Márquez logra que se mantenga la unidad de la provincia 
de Honduras, y que el primer Congreso de la naciente re-
pública se celebre en Cedros, precisamente buscando un 
punto intermedio entre Tegucigalpa y Comayagua.
Para Reina el conocimiento de este período y sus actores 
era necesario, ante todo porque: “… los hondureños tene-
49
mos una deuda no pagada con aquellos hombres que lu-
charon de una u otra forma a favor de la emancipación 
política proclamada el 15 de septiembre de 1821, y les de-
bemosuna guirnalda de rosas por su martirio, rosas rojas 
de encendida devoción, y un laurel de reconocimiento por 
su patriotismo. Como próceres, sólo mencionamos a Valle, 
a Herrera y a Márquez; escasamente a Diego Vijil, de vez 
en cuando con cautela a Joaquín y Juan Lindo, y nunca 
a José Francisco Morejón, a José Santiago Milla, a Juan 
Esteban Milla, a Francisco Javier Aguirre o al doctrinero 
de las tribus indígenas de Yoro, Fray José Antonio Rojas”. 
(Reina 1978: 173). Significativa es la figura del abogado 
José Santiago Milla, de Gracias, quien de hecho fue uno 
de los firmantes del Acta de Independencia porque era el 
representante de los abogados, y que incluso fue preso por 
andar difundiendo las ideas de la libertad.
Un cuarto apartado del libro se centra en la proclamación 
de la Independencia, explica cómo se llegó a la firma del 
Acta de 1821 y su significado para Honduras, mediante el 
análisis de los juramentos y actas de proclamación de Inde-
pendencia de Tegucigalpa y Comayagua, en sus similitudes 
y diferencias. En el último apartado, titulado ‘Los resulta-
dos’, se analiza cómo se desarrolla la provincia post inde-
pendencia, en la conflictividad territorial entre Comayagua 
y Tegucigalpa. Es aquí donde Reina estudia cómo estuvo 
a punto de perderse la unidad territorial proveniente del 
período colonial, la anexión de Centroamérica al imperio 
mexicano, el emergente estado de Honduras y cómo ex-
perimentó una serie de conflictos. Comayagua quería ser 
50
un estado independiente de Tegucigalpa, y Tegucigalpa 
se quería unir territorialmente con la provincia de León 
en Nicaragua para desde ahí plantear los problemas de la 
emergente nación hondureña. 
Sin duda la obra historiográfica de Reina Valenzuela es 
de gran significado en el país por lo sostenida y novedo-
sa en el abordaje de los temas estudiados, en especial por 
su acercamiento al proceso independentista de 1821 y sus 
principales personajes, y por rescatar algunas de las figuras 
ignoradas por la historiografía liberal del siglo XIX.
Los dos supuestos en los que basa su narrativa sobre Hon-
duras y la Independencia, el carácter marginal de la pro-
vincia y las diferencias territoriales entre Comayagua y 
Tegucigalpa, constituyen un interesante referente a pro-
fundizar sobre los factores que influyeron en las ideas in-
dependentistas en el país. Así mismo, es importante seguir 
estudiando a los personajes acusados por las autoridades 
realistas de “infidencia” por proclamar la importancia de la 
Independencia para la provincia de Honduras.
Dentro de la historiografía hondureña sobre la Indepen-
dencia son todavía muchos los vacíos. No se conoce la 
participación de los diferentes grupos, como los indígenas, 
ni de las distintas clases sociales, ni tampoco de las redes 
políticas e intelectuales a las que pertenecían figuras como 
Herrera y Márquez, y que son constitutivas de la Inde-
pendencia. No se ha estudiado con profundidad cómo fue 
asumida por el pueblo en Comayagua y en Tegucigalpa la 
51
llegada de los Pliegos de la Independencia, mientras que 
en otros países hay estudios a nivel de los municipios sobre 
los actos de recepción y jura independentista.
En este contexto del bicentenario su libro Hondureños en la 
independencia de Centroamérica, como los de Mayes Huete 
y Filánder Diaz Chávez siguen siendo referentes y puntos 
de partida para profundizar sobre este proceso y su sig-
nificado en la emergencia de Honduras como nación. Es 
importante hacer relecturas, revisar lo que se ha escrito e 
investigado hasta ahora. 
Consideraciones finales
Como lo señala Alfredo Ávila (2008: 4) el daño a las inter-
pretaciones “épicas” estaba inexorablemente hecho, aunque 
en la hora de los bicentenarios se debe tratar de completar 
la renovación, evitando las ocasiones que esta coyuntura 
puede permitir para la revitalización de viejas épicas. 
Tomando en cuenta que el desarrollo de la historiogra-
fía hondureña es reciente, las perspectivas de estudio e 
investigación abren múltiples alternativas para historia-
dores e historiadoras. Si los procesos que llevaron a la 
Independencia de Centroamérica no han generado una 
historiografía que demuestre un estudio en profundidad, 
las preguntas son muchas. Hay muchos vacíos, como se 
decía antes, sobre la participación de los diferentes grupos 
y clases sociales, sobre las redes políticas e intelectuales, y 
52
sobre los actos de recepción y jura de la Independencia a 
nivel municipal. 
Otras perspectivas de estudio se abren en el abordaje de las 
redes económicas, políticas e intelectuales, explicar cómo 
estaban relacionadas las familias de Tegucigalpa, de Coma-
yagua, los personajes de Guatemala y otras redes de El Sal-
vador. El análisis de las redes es toda una nueva perspectiva 
de estudio, ya que el modo de actuar de las personas y de 
los individuos de varias organizaciones era en red.
 
¿Cuáles de ellas constituían un impulso para la Indepen-
dencia y cómo lo hacían? Además, cuando se formó el 
primer gobierno de Honduras y se iba a la primera cons-
tituyente, ni los de Tegucigalpa querían que se diera en Co-
mayagua, ni los de Comayagua querían que sucediera en 
Tegucigalpa. Por eso la primera constituyente se estableció 
en Cedros, como un lugar intermedio. ¿Cómo impacta la 
Independencia en términos de la unidad territorial?
53
2.
Los objetivos estratégicos de la provincia 
de Honduras en las Cortes de Cádiz1
Introducción
El presente ensayo busca aproximarse al estudio de la participación de la provincia de Honduras en el marco 
de las Cortes de Cádiz (1808-1812) y se enfoca en los ob-
jetivos estratégicos de dicha participación. Así, las pregun-
tas que guían el mismo son las siguientes: ¿Quiénes fueron 
los hondureños que participaron en las Cortes de Cádiz? 
¿Cuál fue su participación? ¿Cuáles fueron los resultados 
para la marginal provincia de Honduras? ¿Cuál fue la in-
fluencia de la Constitución de Cádiz en el desarrollo cons-
titucional de Honduras?
1. La primera versión de este artículo fue publicada en: Sierra, F. R. (2012). Los 
objetivos estratégicos de la provincia de Honduras en las Cortes de Cádiz. Boletín 
AFEHC N°52, 04 marzo 2012. http://afehc-historia-centroamericana.org/index.
php?action=fi_aff&id=3037
54
Al analizar la historiografía hondureña sobre este periodo 
y temática se puede concluir que no existe un estudio o 
una monografía histórica específica, ya sea sobre la repre-
sentación de Honduras o de la influencia de la legislación 
que se emite en el desarrollo constitucional hondureño. 
Ni las historias generales de Honduras hacen referencia a 
este hecho de forma amplia, ni las historias constitucio-
nales. Se debe, únicamente, a la infatigable labor que rea-
lizó José Reina Valenzuela en el estudio de Honduras en 
la Independencia de Centroamérica y de sus principales 
figuras, un tratamiento particular sobre la representación 
de Honduras en Cádiz (véase: Reina Valenzuela 1977). 
En los trabajos de perspectiva regional la referencia sobre 
la representación y participación de Honduras, es suma-
mente escueta, especialmente en los dos principales estu-
dios de Mario Rodríguez (1994) y de Jorge Mario García 
Laguardia (1977).
La pregunta es si este vacío historiográfico se debe a que 
efectivamente la representación de la provincia de Hondu-
ras fue insignificante o de baja participación, o a que real-
mente el motivo es la falta de estudio dentro de la historio-
grafía nacional. Lo cierto es que con este ensayo tampoco 
se pretende llenar tal vacío historiográfico, sino más bien 
sistematizar alguna de la información existente y a la que 
he tenido acceso en relación con lo que fue la participación 
de la representación de Honduras en este proceso. El pro-
pósito, no es otro que hacer una breve memoria, doscientos 
años después de la promulgación de este texto constitucio-
nal el 19 de marzo de 1812. El supuesto de este trabajo es 
55
que la participación de Honduras adquirió un perfil y ob-
jetivosestratégicos precisos. Se vio como una oportunidad 
para resolver los problemas de su territorialidad y el de la 
explotación minera. 
La Constitución de la Monarquía Española firmada el 
19 de marzo de 1812 fue adoptada por las autoridades 
de la Nueva España el 30 de septiembre de ese mismo 
año, y el 4 de octubre por la población en las parroquias 
correspondientes. No obstante, una vez puesto en libertad 
Fernando VII en 1813 y al regresar a España, ordenó su 
abrogación y el 17 de agosto de 1814 se emitió el decreto 
correspondiente en la Nueva España para la suspensión 
de su vigencia. Por lo tanto, en nuestro país esta Consti-
tución fue aplicable menos de 2 años, pese a su contenido 
de gran valía y a la innovación en la implementación de 
la institución de la representación del pueblo soberano en 
las Cortes.
En tal sentido, en este ensayo, se analiza cómo fueron se-
leccionados los representantes, quiénes eran los mismos, a 
qué sectores representaban y cuáles eran los objetivos es-
tratégicos que cómo provincia tenían en el marco de su 
representación dentro de la Capitanía General de Guate-
mala. Antes se contextualiza el estado de la provincia de 
Honduras en la entrada al siglo XIX y la importancia de la 
actividad minera como clave de lectura para entender di-
cha participación. El trabajo es más aproximativo que con-
clusivo y ha sido elaborado a partir de la documentación y 
bibliografía encontrada en Honduras. 
56
La participación de los representantes de Honduras en las 
Cortes de Cádiz tuvo unos objetivos estratégicos para la 
antigua provincia perteneciente a la Capitanía General de 
Guatemala orientados a la consolidación de su territoria-
lidad, la búsqueda de la actividad minera como un motor 
de desarrollo socioeconómico y la afirmación de la necesi-
dad de la libertad en diferentes ámbitos de la vida pública, 
especialmente en relación con la esclavitud de los negros. 
No es casual que, de los dos representantes de Honduras 
ante las Cortes, uno haya luchado por la recuperación de 
los puertos de Omoa y Trujillo y por la creación de un 
Tribunal Minero, y el otro, haya llegado a ser uno de los 
principales líderes y firmantes del Acta de Independencia 
de Centroamérica respecto del gobierno español el 15 de 
septiembre de 1821. 
1. La Provincia de Honduras a inicios del siglo XIX
a) La intendencia de Comayagua
El régimen de intendencias se aplicó a partir del siglo 
XVIII en las posesiones del imperio español en América 
y las Filipinas debido, principalmente, al buen desempeño 
que tuvo el sistema en España. Los reyes, imbuidos en el 
pensamiento del absolutismo ilustrado, deseaban reformar 
la administración de sus posesiones, uniformándola y 
promoviendo el bienestar, junto con mejorar los ingresos 
de la Real Hacienda y la defensa de tales territorios.
http://es.wikipedia.org/wiki/Intendencia
http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XVIII
http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XVIII
http://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_espa%C3%B1ol
http://es.wikipedia.org/wiki/Am%C3%A9rica
http://es.wikipedia.org/wiki/Filipinas
http://es.wikipedia.org/wiki/Espa%C3%B1a
http://es.wikipedia.org/wiki/Rey_de_Espa%C3%B1a
http://es.wikipedia.org/wiki/Absolutismo_ilustrado
http://es.wikipedia.org/wiki/Reformas_borb%C3%B3nicas
http://es.wikipedia.org/wiki/Reformas_borb%C3%B3nicas
http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Real_Hacienda&action=edit&redlink=1
http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Defensa_(militar)&action=edit&redlink=1
57
En 1785 comenzó a aplicarse el sistema de intendencias 
en la Capitanía General de Guatemala, con base en las or-
denanzas aplicadas desde 1782 en el Virreinato del Río 
de la Plata, a partir del 22 de abril de 1787. Las inten-
dencias se rigieron por las ordenanzas que se dictaron para 
Nueva España en 1786: la de San Salvador fue creada el 
17 de septiembre de 1785, la de Ciudad Real de Chiapas 
o Chiapas fue creada el 20 de septiembre de 1786, la de 
Honduras o Comayagua fue creada el 23 de diciembre de 
1786, la de León de Nicaragua o Nicaragua fue creada el 
23 de diciembre de 1786.[9] No existió una Intendencia de 
Guatemala, aunque el presidente y capitán general ejerció 
funciones de Superintendente General.
La Intendencia de Comayagua fue creada por Real Cédula 
del 23 de diciembre de 1786, y formó parte de la Capitanía 
General de Guatemala. Comprendía dos partidos: Coma-
yagua, cuya capital, sede de la Intendencia y del Arzobis-
pado era Santa María de la Nueva Valladolid de Comaya-
gua. De hecho, “Honduras, al iniciarse el Siglo XIX tenía la 
organización de Intendencia que, políticamente, se dividía 
en siete partidos así: Comayagua, Gracias, Tegucigalpa, 
Yoro (que comprendía a Olanchito y Trujillo), Choluteca, 
Olancho y Tencoa. Este último incluía a San Pedro Sula y 
Omoa” (Reina Valenzuela, 1978). 
La Intendencia estaba dirigida por un Gobernador-Inten-
dente nombrado por el Rey con residencia en Comayagua, 
capital de la Provincia, el que no ejercía jurisdicción mili-
tar en los establecimientos de Omoa, Trujillo, Roatán, Río 
http://es.wikipedia.org/wiki/1785
http://es.wikipedia.org/wiki/Capitan%C3%ADa_General_de_Guatemala
http://es.wikipedia.org/wiki/1787
http://es.wikipedia.org/wiki/1786
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_San_Salvador
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Ciudad_Real_de_Chiapas
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Comayagua
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Nicaragua_y_Costa_Rica
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Guatemala
http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Guatemala
58
Tinto y Cabo de Gracias a Dios, porque directamente de-
pendían del Gobierno de la Capitanía General. Tampoco 
ejercía en ellos acción administrativa, pero en lo espiritual 
sí dependían del Obispado de Comayagua como el resto 
del territorio, sobre el cual tenía la extensión jurisdiccional 
en todos los ramos de la administración pública, que tenía 
la Diócesis mencionada en cumplimiento de reales dispo-
siciones que así lo ordenaban. (Reina Valenzuela, 1978).
Para 1801 la Provincia o Intendencia contaba con cinco 
ciudades principales que eran: Comayagua, Trujillo, Gra-
cias, San Pedro Sula y Sonaguera; con cuatro villas: Te-
gucigalpa, Choluteca, Nacaome y Yoro; con 118 pueblos 
de indios y 122 “reducciones de españoles y ladinos”. La 
población comprendía 128.000 almas sin contar los indios 
zambos, mosquitos, xicaques y payas, ni la población de 
Omoa. Además, en 1808 habían registrados 7,493 tribu-
tarios. 
Para el año de 1812 se había restablecido la Alcaldía Ma-
yor de Tegucigalpa con su antigua jurisdicción, la cual era 
gobernada por un alcalde Mayor de nombramiento real. El 
Obispado de Honduras o de Comayagua que fuera creado 
o erigido en 1539 por Bula del papa Paulo III con sede en 
Trujillo, había sido trasladado su asiento a la ciudad de Co-
mayagua como capital de la Provincia por el Obispo Fray 
Jerónimo de Corella en 1561. 
59
b) La minería un elemento clave para entender la participación 
hondureña en las cortes 
La sociedad y la economía hondureña se orientaron a lo 
largo del período colonial hacia la minería. La plata hon-
dureña representó cerca del 5% de la producción de toda 
la América española. Es quizá, por esta razón que lo que 
se registra en las actas de sesiones de las Cortes de Cádiz 
respecto a la participación del representante hondureño sea 
una iniciativa en torno a estimular la actividad minera.
En la provincia de Honduras, prácticamente desde el inicio 
de la conquista predominó un modelo primario exporta-
dor. La estructura productiva de la colonia respondió a las 
necesidades de la metrópoli, sobre todo mediante la explo-
tación de minerales. Se produce en un punto determinado, 
pero no irradia alrededor de la región, todo se va a la me-
trópoli. La concentración de la actividad económica en un 
punto no trasciende, ni permite el desarrollo de esa región. 
Tampoco la hacienda permite el desarrollo regional.
En el crecimiento de la actividad minera hondureña

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