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Rolando Sierra Fonseca De la Independencia de 1821 al bicentenario 2021 ideas, conceptos y relecturas 1 Rolando Sierra Fonseca De la Independencia de 1821 al bicentenario 2021 ideas, conceptos y relecturas 2 De la Independencia de 1821 al bicentenario 2021: ideas, conceptos y relecturas © Ediciones Subirana Colección José Trinidad Reyes 18 Primera Edición, septiembre 2021 Tegucigalpa, Honduras, C. A. ISBN: 978-99979-875-0-1 Corrección de estilo: Héctor Leyva Diagramación: Hektor Varela hektorvarela@yahoo.com Diseño de Portada: Hektor Varela Esta edición de 500 ejemplares se terminó de imprimir en 3 Para el maestro y amigo Adalberto Santana 4 5 Índice Agradecimientos ..............................................................7 Introducción ....................................................................9 1. Tres intérpretes sobre Honduras en la Independencia centroamericana .............................13 2. Los objetivos estratégicos de la provincia de Honduras en las Cortes de Cádiz ......................53 3. La idea de libertad en la independencia de Centroamérica (1789-1842) ..............................83 4. Independencia y apelaciones a la modernidad política en Honduras: Milla, Márquez, Herrera y Morazán ...............................................119 5. El concepto Independencia en la historia de las ideas en Honduras ......................................149 6. Gautama Fonseca, el bicentenario y la incertidumbre de Honduras .................................175 7. Interpretación y balance del bicentenario de la Independencia de Centroamérica: una lectura desde la obra de Ramón Oquelí .........209 Bibliografía ..................................................................259 6 7 Agradecimientos Este libro conmemorativo del bicentenario de la Independencia de Centroamérica, no hubiera sido posible sin la colaboración de muchas personas, como Yesenia Martínez y María Camil Sierra Martínez con su permanente apoyo en todos mis proyectos intelectuales. Mi agradecimiento es también para Marta Casaús, Teresa García Giráldez, Óscar Peláez Almengor, Sajid Herrera, Elizet Payne Iglesias, Adalberto Santana, Hernán Antonio Bermúdez y Sergio Membreño Cedillo por invitarme, en el marco de las actividades del bicentenario que han organizado, a impartir conferencias y ponencias que son algunos de los trabajos aquí publicados. Asimismo, mi agradecimiento a Lizeth Sierra Fonseca y Paola Pineda por el apoyo en el levantamiento y revisión de los textos. También quiero agradecer a Ediciones Subirana por la publicación de este libro. 8 9 Introducción La Independencia de la corona española es quizá el he- cho más significativo en la historia de América Latina, que marca la búsqueda de un proyecto propio de sociedad y de nación. Es el momento en que, por primera vez, los lati- noamericanos tienen que verse con su pasado ya sea para asumirlo o para negarlo. (Sierra: 1998) Es aquí cuando se empieza a forjar una conciencia más clara de ser una región dependiente y es a partir de aquí cuando se irá formando una suerte de filosofía de la historia, tal como lo ha plan- teado Zea (1978: 165-172), en relación con la dependencia que imponen a este continente los proyectos colonizadores de Europa y el mundo occidental. Sin embargo, será en el marco de esta colonización y de esta conciencia de depen- dencia en que se darán diversas respuestas latinoamerica- nas a la misma. Respuestas que formarán la concepción y el imaginario de la nación de estos pueblos. Asimismo, el momento de la Independencia será un tiempo de autorreflexión sobre el continente y cada una de las emergentes naciones. Por ello, como ha planteado Paz la Independencia ofrece una figura ambigua, al igual, que la misma conquista. La Independencia se presenta como un fenómeno de doble significado: disgregación del 10 cuerpo muerto del imperio y nacimiento de una pluralidad de nuevos estados. (Paz 1993: 129) Este hecho genera un pensamiento que tiene como punto de partida una justificación de la Independencia, pero que se transforma casi inmediatamente en un proyecto de nación: América no es tanto una tradición que continuar como un futuro que realizar. (Paz 1993: 130) Al analizar desde las perspectivas anteriores el proceso de la Independencia de Centroamérica doscientos años des- pués, es posible hacer una especie de evaluación de los lo- gros y alcances de dicho proyecto, tomando en cuenta, que son múltiples las lecturas que existen y pueden hacerse en el presente sobre el bicentenario de la Independencia cen- troamericana. En primer lugar, está la lectura de quienes consideran la Independencia como un proyecto vigente e inacabado, como un referente fundacional y un proyecto todavía por desplegarse, al margen de la historia de cri- sis, inestabilidad y atrasos que han podido ser tendencias de larga duración que experimenta la región y particular- mente Honduras. En esta línea se ubican también quienes consideran que la Independencia es un dilatado proceso de liberación nacional. Para los representantes de esta lectura, el bicentenario es objeto de conmemoración y celebración. En segundo lugar, se encuentra la lectura de quienes consideran que básicamente la Independencia ha sido un logro político al separarse la región de la corona española y conquistar una relativa soberanía de repúblicas. Esto especialmente para Centroamérica, dada la historia de 11 dominación que la ha caracterizado, primero del imperio mexicano, después del imperio británico y luego del imperio norteamericano, sin nunca lograr una independencia política plena y menos la económica y cultural. En esta línea se ubican quienes plantean que debería de buscarse una segunda independencia. Para los representantes de esta lectura, el bicentenario es una oportunidad para evaluar y replantearse un nuevo proyecto independentista. Una tercera lectura es la de quienes consideran de forma radical que la independencia no ha existido como tal. La región no ha sido, ni es independiente política, económica ni culturalmente y que por la tanto se tiene que buscar la auténtica independencia. Para los de esta lectura el bicen- tenario no es momento ni de celebración ni de evaluación, sino del inicio de un proceso por alcanzar la auténtica in- dependencia. A partir de las anteriores lecturas surge la pregunta sobre cuáles han sido las historiografías, las ideas, discursos, los conceptos y las visiones sobre la Independencia y el bi- centenario que han sido construidas en estos doscientos años de historia. Una indagación de estas historiografías es lo que recoge este libro a partir de diversas conferencias impartidas y artículos publicados en estos últimos años con ocasión de actividades y publicaciones realizadas en el mar- co del bicentenario de la Independencia centroamericana del imperio español. En su mayoría estos trabajos se cen- tran en un análisis desde y sobre Honduras en relación con su participación y visión de la Independencia en la región. 12 La participación de Honduras en el proceso de Indepen- dencia ha sido escasamente estudiada desde una historio- grafía académica. Son muy pocos los estudios generales y menos aún los estudios particulares sobre las diferentes fa- cetas, agentes y vínculos de este proceso. En ese sentido, el libro inicia con un primer trabajo que ubica y analiza la obra de tres autores que han escrito sobre ello como son: Guillermo Mayes Huete, Filánder Díaz Chávez y José Reina Valenzuela. Un segundo trabajo, tiene por objeto analizar los objetivos estratégicos de la provincia de Hon- duras en las Cortes de Cádiz, como antecedentes de cierta conciencia independentista de la región y de la provincia de Honduras. En tres artículos se trabajan las ideas y conceptos en torno a la Independencia. El primero se centra en la idea de li- bertad en la Independencia de Centroaméricaentre 1789 y 1842. El segundo analiza las apelaciones a la modernidad política en Honduras en figuras centrales de la Indepen- dencia como Francisco Antonio Márquez, José Santiago Milla, Dionisio de Herrera y Francisco Morazán. Y en un tercer trabajo se analiza el uso del concepto independencia en la historia de las ideas en Honduras durante el siglo XIX y XX. Finalmente, en otros dos trabajos se presentan las lecturas, interpretaciones y balances del bicentenario de la Independencia de Honduras, en dos grandes intelectua- les hondureños como fueran Gautama Fonseca y Ramón Oquelí. 13 1. Tres intérpretes sobre Honduras en la Independencia centroamericana Introducción La investigación histórica del período de la Indepen-dencia del imperio español en 1821 es una materia relativamente escasa en la historiografía hondureña, aun cuando remite al origen de la nación hondureña y se con- vierte en un elemento significativo en la conciencia de la identidad nacional. Tomando en cuenta que el desarrollo de la historiografía hondureña es reciente, las perspectivas de estudio e inves- tigación abren múltiples ventanas de indagación para his- toriadores e historiadoras. La Independencia de Honduras y Centroamérica, si bien ha sido analizada y trabajada en las historias generales, desde Antonio Ramón Vallejo en el Compendio de historia política y social de Honduras publicado 14 en primera edición en 1882, y en las posteriores historias generales del país publicadas por Rómulo E. Durón, Félix Salgado, Manuel Barahona, Medardo Mejía, Longino Be- cerra, Mario Argueta y Marcos Carias Zapata, son escasos los estudios monográficos y específicos sobre este proceso. Fue tratada por primera vez en la década de los cincuen- ta por un destacado estudioso de la historia de Honduras, como fue Ernesto Alvarado García, quien escribió el libro La Independencia en América Latina, publicado en España por Guadarrama y quien hace aportes interpretativos de las independencias de Centroamérica y de toda América Latina. El primer estudio sobre la Independencia de Centroamé- rica realizado dentro de la historiografía nacional fue del también primer historiador profesional hondureño, gra- duado en la Universidad San Carlos de Guatemala, Gui- llermo Mayes Huete: Honduras en la Independencia de Cen- troamérica y la anexión a México (1955), quien trabajó el tema para su tesis de graduación investigando en los archi- vos de Guatemala y en los archivos generales de Centroa- mérica. La tesis fue publicada posteriormente en la Revista Ariel, que dirigió don Medardo Mejía. El siguiente trabajo sobre Honduras y el proceso de inde- pendencia fue publicado en 1973 por el ingeniero Filánder Díaz Chávez, con el libro La Independencia de Centroamé- rica: dilatado proceso de liberación nacional, que es una nueva historia de la Independencia escrita desde una perspec- tiva marxista, con un tipo de análisis geográfico-espacial. 15 El tercer y último libro publicado hasta ahora sobre este proceso emancipador, es el de José Reina Valenzuela, bajo el título Hondureños en la Independencia de Centroamérica (1978), donde analiza las figuras de Dionisio de Herrera y del padre Francisco Antonio Márquez como los dos gran- des protagonistas en Honduras del logro de la Indepen- dencia de 1821. Es así que el objetivo de este artículo es analizar las in- terpretaciones de los autores citados que mayormente se ocuparon de la Independencia centroamericana de la corona española en relación con la participación de las y los hondureños en el proceso, desde la marginal pro- vincia de Honduras en la antigua Capitanía General de Guatemala. 1. Guillermo Mayes Huete: una primera lectura de la participación de Honduras en la Independencia centroamericana En el campo de la historia uno de los primeros profesio- nales hondureños graduados de una carrera de Historia es Guillermo Mayes Huete. Nació el 25 de abril de 1925 en Choloma, Cortés, Honduras. Falleció el 18 de septiembre de 1991 en la ciudad de Choluteca. Mediante una beca se trasladó a la ciudad de Guatemala para ingresar a la recién fundada Facultad de Humanida- des en la Universidad de San Carlos en 1945, donde realizó 16 estudios de nivel superior en historia que entonces comen- zaban en ese país. Guatemala entonces vivía una primavera revolucionaria que favoreció a la Universidad: “Tras la caí- da de los últimos gobiernos ‘liberales’ (y dictatoriales) de los generales Jorge Ubico (1931-1944) y Federico Ponce (3 de julio a 20 de octubre de 1944) se instaló en Guate- mala la Junta Revolucionaria de gobierno (20 de octubre de 1944 - 15 de marzo de 1945), que entre sus primeras decisiones otorgó la autonomía a la Universidad Nacio- nal, después llamada de San Carlos de Guatemala. Luego de una rápida campaña electoral (iniciada tras de la caída de Ubico), que fue interrumpida por la represión poncista y la rebelión del 20 de octubre, quedó electo presidente de la Republica el doctor Juan José Arévalo, en votacio- nes verificadas el 17, 18 y 19 de diciembre de 1944, quien había llegado de la Argentina, el 3 de septiembre anterior, donde era catedrático universitario, llamado por un grupo de profesionales y maestros que le ofreció la candidatura presidencial”. (Luján Muñoz 2002: 29-30) Cabe decir que el conferencista principal para la inaugu- ración de la Facultad de Humanidades fue el hondureño Alfonso Guillen Zelaya (1888-1947), que para entonces vivía en el exilio en México, y que leyó por primera vez uno de sus más lúcidos ensayos titulado: “La inconformidad del hombre”, en el que realiza una lectura de la sociedad mo- derna y sus consecuencias. Fue así como en Guatemala empezaron a graduarse los primeros profesionales en historia, siendo Mayes Huete 17 uno de ellos y uno de los primeros hondureños, en tener un título profesional de historiador: En 1953 se titularon de Profesores de Segunda En- señanza en Historia, Héctor Samayoa Guevara, con su trabajo, ‘La enseñanza de la historia en Guatemala (desde 1832 hasta 1852) (1959)’, y Pedro Tobar Cruz, con ‘La enseñanza de la historia en los tres movi- mientos educacionales de Guatemala en el siglo XIX: Gálvez, Pavón y Barrios’, quienes también impartie- ron clases en la Facultad antes de su graduación de la licenciatura. El siguiente egresado del Departamento fue Guiller- mo Mayes Huete, quien en 1955 se tituló de Profesor de Segunda Enseñanza en Historia con su trabajo, ‘La enseñanza de la historia en Guatemala (1945-1954)’, y se graduó de Licenciado en Historia con la tesis, ‘Honduras en la independencia de Centro América y anexión a México’. De inmediato regreso a su país. (Luján Muñoz 2002: 34) Tras su regreso a Honduras se incorporó como profesor de la recién creada Escuela Superior del Profesorado, que funcionó como tal de 1956 a 1989. En 1990 se convirtió en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. También fue profesor en la Escuela Normal de señoritas de Tegucigalpa. Igualmente realizó estudios en el Centro de Estudios Pedagógicos en Savres, Francia. Perteneció al Instituto de Cultura Hispánica, al Colegio de Humanida- 18 des de Guatemala y a la Sociedad de Geografía e Historia de Honduras. Residió vario años en Estados Unidos. En 1968 participó junto con Ernesto Alvarado García y Je- sús Núñez Chinchilla en la VI Reunión de Consulta sobre Historia, del Instituto Panamericano de Geografía e His- toria que se realizó en la ciudad de antigua Guatemala. En el campo de la historia sus investigaciones se orienta- ron al estudio de la Independencia nacional, a la campaña nacional contra el filibusterismo, la historia de la educa- ción y de su ciudad natal Choloma. Entre sus principales publicaciones sobresalen las siguientes: Honduras en la In- dependencia de Centroamérica y su anexión a México (1956); Campaña nacional centroamericana contra los filibusteros en Nicaragua (1956); “Tesis: Educación colonial en Hondu- ras”, enla Revista de la Sociedad de Geografía e Historia, vo- lumen XXXV, y Choloma, la ciudad mártir (1982). Su trabajo Honduras en la Independencia de Centro Améri- ca y su anexión a México, tiene el mérito de ser producto de una investigación realizada en el Archivo General de Centroamérica en Guatemala, por lo que presenta fuentes y documentos hasta ese momento desconocidos en Hon- duras. Fue publicado como libro en 1956 en Honduras, y posteriormente por entregas en la Revista Ariel que dirigió Medardo Mejía en la década de los sesenta. Sin duda, es la primera aproximación directa que analiza la participación de Honduras en la independencia y anexión a México es- crita por un historiador profesional hondureño. 19 El trabajo lo estructura en doce apartados. En el primero ubica la provincia de Honduras en el primer cuarto del siglo XIX en cuanto a su organización política y eclesiástica, así como con respecto a su situación demográfica, educativa, agrícola, vías de comunicación, estado del comercio, indus- tria, ganadería y minería. En el segundo apartado analiza la importancia e influencia que tuvo la universidad de San Carlos en la Independencia de la región, sobre todo a partir de la reforma introducida por José Antonio Liendo y Goy- cochea en la enseñanza de la ciencia y con la introducción de las ideas ilustradas. Un tercer apartado está orientado a presentar los principales antecedentes de la Independen- cia de Centroamérica, en los que analiza cómo llegan las noticias de los sucesos de Aranjuez y Bayona a Guatema- la, también la importancia del doctor Antonio Larrazábal en las Cortes de Cádiz y la participación de Honduras en dichas cortes. Ubica como antecedentes las rebeliones de El Salvador, Nicaragua y Guatemala, así como la restaura- ción de Fernando VII en el trono de España, e identifica en la supresión de la Constitución de Cádiz un elemento disparador de las ideas por la libertad y la independencia. A continuación, se ocupa del desarrollo del periodismo en la región y su importancia en la creación de una opinión pública para la Independencia. En el cuarto apartado, se centra particularmente en las rebeliones y procesos de in- fidencia que se dieron en Honduras previo a 1821: “En la Villa de Tegucigalpa los vecinos españoles, para impedir el progreso de las ideas revolucionarias, quisieron perpetuar en las alcaldías a don José Serra, don Juan Judas Salavarría y don José Irribaren”. (Mayes Huete 1956: 33) Asimismo, 20 hace ver que en Honduras centenares de intelectuales, ar- tesanos, agricultores, indios, mulatos y negros, fueron acu- sados y procesados por infidencia, especialmente entre los años 1811 a 1819. En el quinto apartado analiza el papel jugado por la junta provincial de Comayagua en 1820 en la elección, y nom- bramiento de los diputados a las nuevas cortes: “En 1820, al implantarse el nuevo régimen constitucional, Comaya- gua, que debía enviar otra vez su diputado a Guatemala, no estuvo de acuerdo en esta disposición y se realizaron diversas gestiones que obtuvieron resultado satisfactorio el 8 de mayo de 1821, no sin antes suscitar un intrincado problema jurídico-político”. (Mayes Huete 1956: 41) El 5 de noviembre de 1820, se reunieron en Comayagua los electores de Partido, con el objeto de practicar elecciones de Diputado a Cortes, según lo establecía la Constitución de la Monarquía española (Título ID y Capítulo V). Salie- ron electos el Licenciado Juan Esteban Milla, residente en Madrid, y como suplente don Dionisio de Herrera. “Lue- go, al siguiente día, se volvieron a reunir con el objeto de elegir Diputado de la Junta Provincial de Guatemala. El Ayuntamiento de la ciudad de Comayagua, aprovechando esta coyuntura política, presentó un memorial debidamen- te documentado, amparándose en los artículos 10 y 11, Tí- tulo TI, Capítulo 1; y en el 325 del Título VI y Capítulo II: ‘En cada Provincia habrá una Diputación Provincial, para promover su prosperidad, presidida por el Jefe Superior’, tendiente a la formación de su propia Junta Provincial” (Mayes Huete 1956: 39). De este modo destaca como este 21 planteamiento de la Junta de Comayagua triunfó ante las cortes: “Como indicamos al principio de este Capítulo, la tesis de Comayagua triunfó, pues las Cortes de España de- cretaron que Comayagua estableciera su Diputación Pro- vincial, resolución que en esa ciudad tuvo cumplimiento el 19 de septiembre de 1821”. (Mayes Huete 1956: 41) En el apartado sexto describe cómo se proclamó la Inde- pendencia de Centroamérica en Guatemala y contextuali- za el acontecimiento: “En la época en que Gaínza se hace cargo del Gobierno, a principios de 1821, el aspecto de América era el siguiente: En Nueva España (México), la revolución triunfaba desde que don Agustín de Iturbide se había puesto al frente de ella. En el Sur, Bolívar y San Martín y sus gloriosos ejércitos estaban para terminar su gran epopeya libertadora. Y en Centroamérica, la idea de Independencia había adquirido fuerza; el propio Ayunta- miento de Guatemala había recibido un anónimo con sello de Cádiz, en que se invitaba a tratar sobre la Independen- cia ‘por no deber esperar justicia del Gobierno España’”. (Mayes Huete 1956: 43) De este modo, cuando Gainza convocó a la reunión del 15 de septiembre, ya había clima favorable a la Independencia por esta coyuntura política y por la opinión pública a favor que había promovido el periodismo de Molina y Valle: Se ve, pues, cómo estaban los ánimos por la Indepen- dencia. Los más exaltados Próceres trabajaban en fa- vor de ella, y sólo buscaban un momento propicio para realizarla. El momento deseado llegó inesperadamen- 22 te el 14 de septiembre por la mañana, al recibirse en Guatemala dos oficios urgentes de los Ayuntamientos de Ciudad Real y Tuxtla, en que comunicaban al de esta ciudad que el día 5 del mismo. mes habían jurado la independencia de España, adhiriéndose al Plan de Iguala. (Mayes Huete 1956: 45) Todo esto llevó a proclamarse la Independencia. No obs- tante, también hace ver Mayes Huete que “El Acta no de- termina exactamente la Independencia de Guatemala, ni establece qué Gobierno ha de formarse, pues el Artículo 1 así lo dice, y el 6 agrega que el Congreso que determinará tal cosa se reunirá en marzo de 1822. Lo importante en ella es que desde ese momento se fija la libertad del Reino de Guatemala y éste entra a ser nación libre”. (Mayes Huete 1956: 46-47) Los siguientes apartados se centran en la proclamación de la Independencia en Honduras: las discrepancias en los di- ferentes centros de poder en los territorios de la provincia y la manera en que se dio la jura de la Independencia en 1821. En otro apartado, analiza la posición de Honduras con respecto a la anexión de Centroamérica a México, y concluye con la participación del país en la asamblea nacio- nal constituyente de independencia absoluta. Lo importante en la narrativa de Mayes Huete sobre la Independencia es que es un primer intento de salirse de una narrativa épica. Reconoce que la emancipación de Es- paña “es un hecho demasiado complejo y no puede redu- 23 cirse sólo a las grandes batallas de renombrados capitanes”. (Mayes Huete 1956: 69) Para este autor la Independencia es un proceso que se generó por múltiples causas, aunque muchas comunes para toda América. Para el caso de `Honduras su aporte, “a la revolución ame- ricana fue así: dentro de los límites de su geografía, acorde con el momento histórico. Honduras no se mantuvo tran- quila y sumisa, como lo han apuntado algunos historiado- res. Los numerosos procesos de infidencia y acontecimien- tos, como los de Tegucigalpa en 1812, que tanta resonancia y significación tuvieron, son una buena prueba de Ia lucha hondureña por un régimen mejor”. (Mayes Huete 1956: 69) Para este autor Honduras, como provincia del Reino de Guatemala, propugnó por adquirir una personalidad polí- tica propia. Por ello: “Las gestiones de Comayagua, buscan-do y logrando la instalación de su Diputación Provincial, no deben interpretarse solamente como manifestación de celos criollistas, sino, además, como el surgimiento de un sentimiento nacional. Desgraciadamente, este sentimiento habría de dar base a la ruptura de la unidad centroameri- cana. Pero por el momento, esta conciencia nacional que comienza a aflorar con aspiraciones de autonomía política, vino a coadyuvar a la proclamación de la Independencia, pues el conocimiento de los propios problemas y la segu- ridad de que éstos no se resuelven con la ayuda ajena, es poderoso estímulo para luchar por una emancipación defi- nitiva”. (Mayes Huete 1956: 69) 24 Mayes Huete deja establecido que la participación de Honduras en la Independencia centroamericana se expre- sa desde las rebeliones y motines de 1812, los procesos de infidencia de centenares de hondureños y la participación política de figuras como Valle, Herrera, Márquez y Milla que “no faltaron en la hora decisiva para hacer culminar la Independencia”. (Mayes Huete 1956: 70) 2. La independencia como un movimiento dilatado de liberación nacional: Filánder Díaz Chávez Filánder Díaz Chávez nació en Comayagüela el 25 de mar- zo de 1922. Falleció en el 18 de noviembre de 2010. Fue un intelectual hondureño comprometido con el cambio de la sociedad. Muchas veces incomprendido, no lo suficien- temente estudiado o poco leído, su obra y su pensamiento han sido poco apreciados. No obstante, su obra representa quizá el mayor esfuerzo intelectual por explicar la socie- dad hondureña en su espacio e historia, a la vez que Díaz Chavez puede ser el principal buscador de un patriotismo moderno y quien intentó rescatar el proyecto histórico para Honduras en clave morazanista. En Díaz Chávez puede ubicarse uno de los principales teóricos de Honduras durante la segunda mitad del siglo XX, que analizó su problemática histórica y presente, de tal suerte, que orientó su esfuerzo hacia la construcción de una “Tesis sobre Honduras” y a la búsqueda de un proyecto histórico construido bajo una especie de ethos morazánico. 25 Desarrolló un estilo propio en su expresión escrita, lleno de voluntad teórica y de compromiso con el cambio social en Honduras. Estilo, hasta cierto punto incomprendido, por su erudición y manejo del lenguaje, conocedor de los prin- cipales teóricos de su momento de la historia y la geografía, como Thompson y Godelier, de ahí que espacio y tiempo sean dos categorías fundamentales para identificarse en su “Tesis sobre Honduras”. La influencia del marxismo en la teoría de la historia en Honduras puede decirse que es relativamente reciente en su desarrollo. Si bien existe una historiografía marxista como tal, ésta carece de una reflexión teórica en profun- didad, tal como puede verse en las perspectivas ilustrada y positivista, que tanto en Valle como en Rosa ocuparon par- te de su pensamiento, interesados en la teoría de la historia en función de sus proyectos sociales y políticos. Si bien Filánder Díaz Chávez no ha tenido una formación académica como tal en el campo de las ciencias sociales y la filosofía, sí se convertirá en uno de los principales pen- sadores y estudiosos de la realidad socio-histórica a partir de la década de los sesenta del siglo XX, cuando inicia una producción sostenida de estudios y ensayos científicos sobre los problemas de desarrollo de Honduras, como los siguien- tes: Las raíces del hambre y de la rebeldía a la explotación. (Un ensayo sobre la pereza) 1962, publicado por vez primera en La Habana por recomendación del III Concurso Literario Hispanoamericano, de Casa de las Américas; Del fundo a los espacios libres, Editorial Universitaria, El Salvador, 1965; 26 Acerca del proceso educativo en la enseñanza primaria, UNAH, 1970; El subdesarrollo del Valle de Sula, CONSUPLANE, 1971; Análisis crítico de las condiciones técnicas de los ferrocarri- les de la Standard Fruit Company, FEUH, 1972; Sociología de la desintegración regional, UNAH, 1972; El soplo... en la frente, o los diez capítulos que se le “olvidaron” a Kinssinger, Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1985 y De los bienes patrimoniales salvadoreños de Honduras con su nombre, Litografia López, Tegucigalpa, 2002. El Díaz Chávez historiador se encuentra en una serie de obras que analizan el período de la Independencia, la Re- pública Federal y su gran figura Francisco Morazán, y la primera mitad del siglo XX con el estudio de la dictadura cariísta. Entre estos trabajos sobresalen: La Independencia de Centro América, dilatado proceso histórico de liberación nacional, FEUH, 1974; y su trilogía morazánica: La revolución mora- zanista, Editorial Paulino Valladares, Tegucigalpa, 1965; Po- bre Morazán Pobre, Editorial Guaymuras, 1988 y En el frente de la tragedia. Tegucigalpa, 1995. Lo propio de la historiografía de Díaz Chávez es haber ex- planado claramente por primera vez el uso de la teoría mar- xista de la historia para comprender e interpretar la historia nacional (véase: Sierra, R. 2003). En ese sentido, es importan- te recordar que el materialismo histórico de Marx y Engels nace en un momento caracterizado por una encrucijada his- tórica, de impulso para continuar la línea más progresista de la revolución francesa, traicionada en 1830; en un momento de radicalización del pensamiento ilustrado, preservado en 27 la filosofía de Hegel, frente a la reacción historicista; y en un momento de crítica a las formas de explotación introduci- das por el capitalismo y potenciadas por la industrialización. (Fontana 1982: 138) Como muy bien ha explicado el mismo Fontana, el materia- lismo histórico contiene una concepción de la historia que muestra la evolución humana por medio de unas etapas de progresos que no son definidas fundamentalmente por el grado de desarrollo de la producción sino por la naturale- za de las relaciones que se establecen entre los hombres que participan en el proceso productivo: “Cuando se habla (...) de producción – dirá Marx- se habla siempre de la produc- ción en un estadio determinado del desarrollo social – de la producción de individuos en sociedad”. (Fontana 1982: 149) Desde esta perspectiva marxista, Díaz Chávez analiza el pro- ceso histórico de la Independencia centroamericana como consecuencia de una dialéctica histórica. Se centra en sus causas, en sus implicaciones sociales y en su vinculación para comprender el presente de la región y particularmente de Honduras. El libro está estructurado en quince breves ca- pítulos. Los cinco primeros son de carácter teórico en don- de conceptualiza la historia, el análisis estructural del todo y cómo entiende la estructura regional geográfica dominante. Igualmente analiza lo que significa el juego de la dominación colonial desde una perspectiva de la neutralidad. En el capí- tulo VII analiza desde una perspectiva estructural y geográ- fica el espacio de tensiones del antiguo reino de Guatemala y cómo se produce la Independencia. En el capítulo VIII 28 realiza un análisis del Acta de Independencia de 1821, para luego en el siguiente capítulo entender la crisis postindepen- dentista de la región desde un enfoque geopolítico por su ubicación en el contexto americano y mundial. Desde ahí, en los siguientes dos capítulos analiza la dialéctica de separa- ción-unidad de la región, primero con la unión y separación a México y luego con el intento de unión y fragmentación de la Federación Centroamericana. En los dos capítulos si- guientes se centra en los factores desintegradores de la Fe- deración como el golpe de estado de Arce y el inicio de la guerra civil, así como en el peso de la presencia inglesa en la desintegración regional por el endeudamiento. Los dos últi- mos capítulos están orientados a analizar cómo ha influido esta historia de la región en los problemas de construcción del estado nacional y en la crisis del mercado común cen- troamericano durante la década de los sesenta y setentadel siglo XX. El punto de partida de Díaz Chávez es el hecho de que a su juicio la historiografía y la teoría de la historia hondure- ñas han estado acosadas “por los vicios que el pensamiento empírico entraña” y añade que “si es cierto que siempre ha existido una cronología histórica, donde ésta se toma por historia, en la cual se hallan desterrados los deseos subjeti- vos del ‘historiador’...” el resultado ha sido un empirismo. Por lo tanto, el proyecto de este autor consiste precisamen- te en “abandonar la concepción empírica de la historia y lanzarse a construir sobre nuevas bases su concepto”. (Díaz Chávez 1973: 7) 29 Para Díaz Chávez, la historia aparece, especialmente, como efecto de la estructura social, es decir como un todo com- plejo, “en el cual, siempre, de modo ineludible, existe un elemento que desempeña el papel dominante y otros que le están subordinados”. (Díaz Chávez 1973: 9) De este modo, para generar conocimiento histórico hay que recurrir al pen- samiento científico y superar el conocimiento empírico. Es decir el pensamiento “que rinde tributo a los datos, estadís- ticas, crónicas y todo fenómeno que le es dado inmediata- mente como experiencias de la vida cotidiana, cree poder encontrar la ley de un proceso mediante una lectura inme- diata de esos datos y experiencias, que deben entregarle también inmediatamente el secreto de su esencialidad; que el dato habla por sí mismo y sin más necesidad que un oído atento para captar la verdad que nos es dicha; que el documento entrega el misterio de su ciencia solamente con la fuerza de una mirada atenta y culta”. (Díaz Chávez 1973: 9) De lo que se trata es de generar un conocimiento que obli- gue a los datos “a que nos confiesen el secreto que su in- mediatez oculta, contraproponiéndolos como enemigos, girándolos sobre sí mismos, para descubrir la verdad en el fondo escondido de su torbellino visible; negar la aparien- cia difundida, reducir el fenómeno a la esencia, el dato a su concepto, encontrar el lazo interior que unifica las esen- cias reducidas de los datos brutos y empíricos, encontrar el estado necesario y contradictorio de las cosas que los datos señalan, en suma, formular la sistematicidad de las conexiones internas que abarcan la totalidad del objeto es- 30 tudiado, producir el concepto de su objeto en su estructura interna; he aquí lo que constituye el pensamiento científi- co”. (Díaz Chávez 1973: 6) De esta manera, sostiene Díaz Chávez, de acuerdo con Godelier, que la ciencia “necesita formular explicaciones sin deducir la realidad del concepto y sin reducir la realidad al concepto. De este modo, no reducir es tomar lo real tal como es, en todas sus determinaciones concretas y en su orden especifico”. (Godelier 1967: 116) Es a partir de esta visión de la ciencia que este autor com- prende el conocimiento histórico como un conocimiento científico que permite superar la visión anterior. La ten- dencia a entender la historia “como nos es dada en la bella secuencia de fenómenos que se producen en la existencia histórica, ya sea de una sociedad o de un hombre impor- tante, sólo es, sólo puede ser, la sucesión de hechos empíri- cos inmediatos (datos y acontecimientos), que las ‘eviden- cias’ de documentos nos prodigan. Prosternarse ante tales evidencias es caer en el empirismo de la historia”. (Díaz Chávez 1973: 7) El concepto de historia que este autor trabaja es el de que ésta se construye no a partir de “la hermosa repetición de los hechos visibles que se suceden como los acontecimien- tos registrados en los datos de una crónica”, sino por el contrario, “el concepto de historia se construye a partir de la estructura articulada de una sociedad determinada, pro- duciendo el conocimiento verdadero, objetivo, por lo tanto, 31 de sus diferentes instancias y conexiones orgánicas”. (Díaz Chávez 1973: 7) Los efectos de las articulaciones estructurales en su inte- rrelación mutua, de los desplazamientos de esas articula- ciones, del intercambio de sus papeles, son lo que producen lo histórico. Son hechos históricos, entonces, entre todos los acontecimientos que se producen en la vida cotidiana de una realidad histórica, los que producen un cambio en las coyunturas estructurales existentes. De aquí el conoci- miento real de la historia se vincula necesariamente con el conocimiento objetivo de la sociedad como todo estructu- ral articulado. En su obra ganadora del premio centroamericano de his- toria del CSUCA sobre la Independencia de Centro Amé- rica, Filánder Díaz Chávez destaca el análisis de Martínez Peláez sobre el trabajo del indio y del mestizo en el antiguo reino de Guatemala. Siguiendo el análisis de la políticas y formas de tenencia de la tierra durante el periodo colonial desde la perspectiva del historiador guatemalteco, retoma sus planteamientos con respecto a que la política agraria se desarrolló bajo una serie de principios, como los siguientes (Martínez Peláez 1970: 129-165): • El principio fundamental de la política indígena en lo relativo a la tierra es el principio del señorío que ejercía el Rey de España, por derecho de conquista, sobre las tierras conquistadas en su nombre. 32 • El otro principio era el de la tierra como aliciente. La corona, limitada para sufragar las expediciones de con- quista ofreció a los conquistadores una serie de alicien- tes sobre las provincias que conquistasen. • La preservación de las tierras de indios fue otro prin- cipio básico de la política agraria colonial. Esto era de esperarse, porque la organización del pueblo de indios, como pieza clave de la estructura de la sociedad colo- nial, exigía la existencia de tierras en que los indígenas pudieran trabajar para sustentarse, para tributar y para estar en condiciones de responder al trabajo forzado que de cualquier manera deberían realizar en las ha- ciendas y tierras de los grupos dominantes. • El último principio es el del bloqueo agrario de los mestizos. La política de negación de tierras a los mes- tizos pobres en constante aumento demográfico fue un factor que estimuló el crecimiento de los latifundios. A partir de este análisis, para Díaz Chávez la contradicción social señalada por Martínez Peláez en estos principios para el repartimiento de tierras y el latifundio, explica tam- bién el surgimiento del régimen de trabajo impuesto por la colonia especialmente para los indígenas: “…basado en el repartimiento, fue preciso que el proceso histórico pasara previamente por el repartimiento de tierras, característico de la Conquista, base orgánica del latifundismo posterior, además del repartimiento esclavista de indios, ejercidos en un solo y mismo procesos. Variantes del repartimiento de 33 mercancías y el repartimiento de hilazas de algodón, en que quedaban incorporados las madres indígenas y sus hi- jos al brutal y agotador régimen de trabajo”. (Díaz Chávez 1973: 4) Así para Díaz Chávez es válida la importante tesis de Mar- tínez Peláez: “El Reino de Guatemala era pobre en minas. Su única ‘mina’ efectiva -permítasenos el juego de pala- bras- eran los indios. El ramo más productivo de la Real Hacienda fue en todo tiempo el de tributos, siguiéndole no de cerca, el impuesto sobre transacciones (alcabalas). Los dos renglones dependían, en definitiva, de que los indios estuviesen perfectamente controlados en sus pueblos; no solo para garantía de la tributación, sino para cedérselos sistematizadamente a las haciendas, lo cual era, a su vez, factor decisivo de la producción, del comercio interno y exterior, y por tanto también del aumento de las alcabalas”. (Martínez Peláez 1970: 394) Esta tesis “es importante porque la pobreza relativa del reino en oro y plata, vendrá a determinar, en primer lu- gar, la política colonial, aunque no se lo propusiese de la destrucción de la parte humana de las fuerzas producti- vas, por consiguiente el bloqueo de la conciencia social de los indígenas para incorporarse, como masaspopulares a un proceso de liberación y lo más importante en la época de las revoluciones de independencia de América, la au- sencia, sobre esa base de relaciones sociales deleznables y degradantes de las fuerzas productivas, de un sentimiento común capaz de generar los fundamentos del Estado sobe- 34 rano, condición indispensable para crear condiciones reales de independencia”. (Díaz Chávez 1973:44) Bajo esta óptica tanto la política agraria española como la mano de obra indígena determinan en el istmo centroame- ricano el desarraigamiento brutal de la tierra y del derecho propio a fundar villas de mestizos, de una gran masa de población que creció prácticamente sin base en que fundar una patria: “Como expresa Martínez Peláez en su obra de la cual nos estamos valiendo: ‘aquel no tiene propiedad en el país que habita es un extranjero en dicho país’”. (Díaz Chávez 1973: 45) Por lo tanto para Díaz Chávez, la lógica del desarrollo so- cial durante el periodo colonial dependió del control por parte de los españoles de la mano de obra: “Puesto que todo el desarrollo social de la colonia gira alrededor de la pugna por el control de la mano de obra abundante y su- mamente barata de las masas indígenas, que se establece entre los funcionarios españoles de la corona y los criollos españoles, resulta evidente que un medio para disminuir esa tensión social entre las fuerzas en pugna, es visto por la corona y de acuerdo con las condiciones que ha creado en el reino como muy necesario para la ‘paz’ social y la garantía del sistema mismo. Tal función fue llenada, desde luego, por las masas desarraigadas de mestizos proletarios que se vieron en la insoslayable alternativa de invadir haciendas en busca de subsistencia, donde rápidamente fueron un- cidos al sistema de explotación”. (Díaz Chávez; 1973: 45) 35 De este modo, para Díaz Chávez este es un elemento central para comprender la Independencia de Centroa- mérica respecto del imperio español, por la contracción y la disputa del trabajo del indio en el repartimiento y la encomienda, lo que permite “la comprensión histórica del desarrollo de la lucha de clases que ha de culminar en la declaratoria de ‘independencia’ política de 1821”. (Díaz Chávez 1973: 40) Para este autor la Independencia es producto de la lucha de clases. Con el Acta de Independencia del 15 de septiem- bre de 1821 más que lograr una independencia absoluta, se consolida el regimen colonial. No fue una independencia con la participación del pueblo y se temía que antes fue- ra este el que proclamese la independencia por parte de las autoridades coloniales. En ese sentido, el acta de inde- pendencia “fue el reflejo antiliberal en favor del clero, del ejército y de los propietarios peninsulares y criollos llama la atención la referencia explícita ‘al pueblo muy excitado’ que Aycinena hace aquel 4 de septiembre”. (Díaz Chávez 1973: 54) De este modo, el acta escrita por Valle se contrasta en las sombras de una duda fundamental, “las netas claridades que afirman las garantías a favor del clero y del ejército y, lo esencial, de los propietarios peninsulares y criollos, pero que, en todo caso, dudas sombrías y claridades netas, están transidas por el mismo hilo angustioso del temor del pue- blo”. (Díaz Chávez 1973: 56) 36 La independencia fue así una hábil forma de encubrir las contradicciones sociales antagónicas propias del régimen colonial para lo cual, se requería esconder dichas contradic- ciones para generar una relativa estabilidad social y política porque la propiedad privada sobre los medios de produc- ción no debe dividir a los campesinos pobres de los ricos propietarios. Por ello en el examen critico que hace sobre el texto de la proclamación de la independencia señala dos puntos notables: “el punto 1 del Acta es la seguridad de que en el orden político no habrá cambio, ni mucho menos intervención popular. Pero los puntos 10 y 11 constituyen el comportamiento económico de la inmovilidad del régi- men colonial, sin dejar esperanza del cambio social a la vez que se controla el status social mediante la influencia de la iglesia en el ánimo de los pueblos, ’ cooperando a la paz y sosiego’. Se principia con el reconocimiento del régimen y se termina con su consolidación, ¿Qué, fue entonces, lo que realizaron nuestros proceres?”. (Díaz Chávez 1973: 61) Es desde este análisis que este autor comprende la inde- pendencia de 1821 como un dilatado proceso histórico por la liberación nacional, proceso que se extiende en la histo- ria hasta el presente. 3. José Reina Valenzuela. Una lectura del proceso in- dependentista y sus protagonistas. José Reina Valenzuela, nació en la ciudad de Comayagua el 28 de marzo de 1907 y murió en Tegucigalpa en diciembre 37 de 1994. Dejó impresa su huella en toda la historiografía hondureña del siglo XX. Para Oquelí (1985: 34) “es des- pués de Durón, el que mayores aportes ha hecho a la histo- riografía nacional” y para Argueta (2004: 342) ha sido “uno de los que más ha contribuido a la historiografía nacional en el presente siglo”. Por su parte, Euraque (2008: 33) con- sidera: “No hay duda que Reina Valenzuela fue uno de los más importantes historiadores de las últimas décadas en Honduras”. Reina Valenzuela llena con toda su obra la producción historiográfica nacional de la segunda mitad del siglo XX, convirtiéndose en la figura que permitió la transición de la generación de los historiadores fundadores (Antonio R. Vallejo, Rómulo E. Durón y Esteban Guardiola) a la nue- va generación de historiadores profesionales como Marcos Carías, Mario Argueta o Rodolfo Pastor en la dirección de una investigación histórica más académica y teórica. No sólo es el heredero y depositario del bagaje histórico de la generación fundante de la historiografía nacional, sino que tuvo la sabiduría para conservar lo que se tenía que man- tener y transitar hacia una historiografía con mayor rigu- rosidad en el uso de las fuentes y documentos, de aparatos críticos y en la perspectiva de rescatar la historia nacional en sus diferentes épocas y procesos. (Sierra: 2001a) Prácticamente, durante la década de los cincuenta y espe- cialmente de los sesenta del siglo XX será la persona que se entrega con mayor dedicación al estudio de la historia sobre Honduras. Fue durante la década de los sesenta que 38 publicó la mayoría de sus libros a la vez que revitaliza la Academia Hondureña de Geografía e Historia cuando funge como su secretario y presidente. A finales de los cincuenta puede observarse en Honduras que cerraban su ciclo historiadores de la talla de Rafael Heliodoro Valle y apenas era emergente la generación de Mario Felipe Mar- tínez Castillo, Marcos Carías y Ramón Oquelí. Mientras que desde otra perspectiva historiográfica se ubica su con- temporáneo Medardo Mejía y posteriormente Filánder Díaz Chávez que daban un giro a los estudios históricos en el país al iniciar a interpretar la historia en clave marxista. (Sierra: 2001a) Pero Reina Valenzuela no sólo fue un auscultador de la his- toria nacional, fue también testigo protagónico en el acon- tecer del siglo XX: vivió la violencia de las guerras civiles de la década de los veinte, la dictadura de los treinta y los cuarenta, la organización del movimiento obrero en 1954, los períodos de democracia en los cincuenta y sesenta, los gobiernos militares desde los sesenta hasta los ochenta, y también fue testigo de la transición política que vivió el país desde inicios de los ochenta. Así como del proceso de autonomía universitaria en el paso de la Universidad Na- cional a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, institución que conoció como estudiante, profesor, decano y rector, y la cual, también, asumió como objeto de estudio. Por ello Reina Valenzuela, al igual que algunos de su gene- ración, recurrió a la historia para comprender la sociedad hondureña en sus limitaciones, en sus frustraciones y en 39 lasdebilidades de la identidad nacional. En ese sentido no fue ningún idealista sobre la vida o sobre Honduras. Su visión y reflexión sobre la historia de Honduras fue crítica, clara e impávida, propia de un conocedor de las estructu- ras de poder que han obstaculizado el desarrollo social y político del país. En esa línea escribió: “Es evidente que los hondureños no hemos aprendido con los golpes reci- bidos; no hemos despertado del sonambulismo en que nos han sumido los cantos falaces y las promesas tentadoras de quienes pretenden aniquilarnos y reducirnos a la mínima expresión tanto en lo tocante al territorio nacional como en lo económico, político, etc.” (Reina 1965: 263) Durante varios años y con sus propios medios, tanto inte- lectuales como materiales, investigó en archivos extranjeros y nacionales, en México y Guatemala, entre otros países, convirtiéndose, en uno de los principales estudiosos y di- vulgadores de la historia colonial de Honduras como se puede constatar en su obra. Antes de revisar sus aportes a la historiografía nacional es importante preguntarse qué significaba para este autor es- tudiar y escribir historia. Al respecto escribió: “No se trata de una interpretación para decir lo que el autor quisiera que fuesen los hechos narrados, acomodando el modo de pensar de aquellos tiempos en una mixtificación y retorci- mientos atrevidos, con los pensamientos y las realizaciones del hoy o de las doctrinas políticas, sociales y económicas del siglo XX” (Reina 1978: 49). De igual forma entendía la historia más allá de la cronología de hechos: “Tampoco 40 es una relación y mención de fechas; es, si se quiere, una puntualización de la realidad histórica que no puede ser acomodada a la interpretación modernista o a someterse a un análisis para concluir que lo que se hizo, pudo haberse hecho de otro modo, pues esto equivaldría a olvidar cuál era la realidad de entonces, o cual era esa realidad histórica que se pretende mantener inalterable”. (Reina 1978: 49) Es desde este modo de concebir la historia que hay que leer la narrativa histórica de este autor. Los aportes o el legado de Reina Valenzuela en el campo de la historiografía son significativos tanto cuantitativa como cualitativamente en los ejes temáticos de la historia colonial, de la Iglesia, del período de la Independencia y de la historiografía hon- dureña, sobre todo, en el estudio de la vida y obra de los historiadores fundadores. Su estudio de la historia colonial hondureña se basa en el conocimiento de los principales centros de la vida co- lonial y de su principal institución: la Iglesia Católica. En esta línea sobresalen sus libros: Comayagua Antañona: 1537-1821 (1965) y Tegucigalpa: síntesis histórica (1981). El primero es un estudio que registra el establecimiento y consolidación de la dominación española en esta región en Honduras, la dinámica del poder y de las instituciones coloniales, así como la dinámica de la vida de la Iglesia, la religiosidad popular, la labor misionera, el trabajo, la mano de obra, etcétera. Cabe decir que ésta es una de las primeras obras monográficas sobre la colonia en Hondu- ras y que, también por vez primera dentro de la historio- 41 grafía nacional, cuenta con un aparato crítico y heurístico. El segundo libro estudia de forma comparable al anterior, la conformación de la antigua Alcaldía Mayor de Teguci- galpa, ubicándola en la posición que le corresponde den- tro de la historia nacional. Para entender la sociedad colonial hondureña, es importan- te para este autor considerar el hecho de que: “… la afluen- cia de españoles no alcanzó ni la cantidad ni la calidad ne- cesaria para su desarrollo, la inmigración quedó reducida a las familias que, por razón de empleo en lo político, militar y administrativo, se establecieron en determinados sitios, y a la de algunos empresarios y trabajadores que estimulados por los provechos de la minería y de la ganadería fijaron su residencia en territorio hondureño. Sin embargo, es de advertir que esta última clase de inmigrantes fue un tanto cohibida, pues ni los peninsulares podían establecerse en los reales de minas sin previa autorización o patente del Rey”. (Reina Valenzuela 1954: 15) Es así como, en su libro Comayagua Antañona, define la sociedad colonial como una estratificada y dividida en donde: “La gente rica vivía en el centro hasta unas cuan- tas cuadras de la Plaza Mayor, en donde habían edifica- do sus mansiones con todas las comodidades; el portón ancho, los balcones de rejas y el gran patio empedrado… En los barrios vivían los de mediana posición, obreros y labriegos generalmente o comerciantes en pequeño; sus casas eran de bahareque y algunas de adobes…. En ‘las afueras’ vivían los indios, naboríos o peones de tierras o 42 mozos o guías para los viajeros, pobres en su habitación y en su comida, escasos de recursos como de instrucción”. (Valenzuela 1965: 121) Si bien esta obra de Reina fue anterior a La patria del crio- llo de Martínez Peláez, sí observó la contradicción social, señalada por aquél en sus principios planteados sobre la política agraria española para el repartimiento de tierras y el latifundio, y que explican el surgimiento del régimen de trabajo impuesto por la colonia, especialmente para los indígenas: Fue el indio, dice Reina Valenzuela, el factor social más desamparado; sobre él pesaban los tributos, cuyo monto no siempre fue justo ni bien administrado; el cultivo de la tierra, la servidumbre y el laboreo de mi- nas, fueron sus ocupaciones más importantes. Sien- do dueño de la tierra, el indio jamás tuvo título de propiedad de las que trabajaba con tesón y sacrificio. Le seguían en ascenso los labradores que pagaban a la iglesia los diezmos y primicias con que se gravaban sus cosechas; más arriba de éstos estaban los artesanos: carpinteros, albañiles, herreros, zapateros, etc., luego los propietarios y funcionarios de la Corona y, sobre todos ellos, el clero (Reina Valenzuela 1965: 121). Dentro de esta sociedad estratificada y excluyente “las gen- tes”, de acuerdo con el autor, “dividían su tiempo entre la iglesia y el trabajo; ante el temor del clero y de la Inqui- sición, no tuvieron libertad para disfrutar a sus anchas de 43 cuanto poseían” (Valenzuela Comayagua 1965: 121). “En esta forma transcurría la vida apacible de la Comayagua Antañona; entre la misa y las procesiones, entre el hato y la cancha de gallos, entre el hogar y las escapadas noctur- nas y entre plácidas tertulias y tumultuosas riñas callejeras”. (Reina Valenzuela 1965: 122) También publicó Reina Valenzuela una obra pionera ti- tulada Historia Eclesiástica de Honduras, pensada en cinco tomos (uno por siglo), aunque solamente logró publicar los dos primeros referidos a los siglos XVI y XVII. La perio- dización la basó en la secuencia cronológica de cada uno de los obispos de la diócesis de Honduras y convierte de esa manera su gran trabajo en un episcopologio. Esta obra presenta una historia que, por su misma división en volú- menes, tiene el mérito de ser lo suficientemente detallada en la presentación de los hechos y no por ello sólo descrip- tiva (Sierra 1993). Además del estudio del período colonial, el otro momento histórico en el cual Reina Valenzuela focalizó su interés fue el de la Independencia de España y la naciente repú- blica hondureña, mediante al acercamiento a sus principa- les protagonistas: José Cecilio del Valle y las ciencias naturales (1946); El prócer Dionisio de Herrera (1962); Hondureños en la Independencia de Centroamérica (1978) y José Trinidad Cabañas: estudio biográfico (1984). En la biografía sobre Dionisio de Herrera hace un llama- do para ubicar a este personaje cabalmente en la historia 44 de Honduras: “A Dionisio de Herrera no se le ha dado a conocer como merecen sus altos méritos de prócer de nuestra Independencia, como organizador del Estado, como jurista y como legislador. Se le ha visto concierta apatía: para él nuestros poetas han regateado las Odas que con entusiasmo escribieran en honor de algunas me- diocridades políticas; nuestros historiadores se han limi- tado a transcribir parrafadas tomadas de autores de otras latitudes y, cuando se han referido a Herrera, no vibra en sus renglones la devoción que un hombre de su talla merece; nuestros artistas han modelado en el barro y el bronce otras figuras que, si bien forman parte de nuestra esencia espiritual, no alcanzan la cumbre, exceptuando a Valle, Morazán y Cabañas, en que aquel Prócer está colo- cado” (Reina 1962: 273). Reina a lo largo de su obra reflexionó sobre Honduras, so- bre sus personajes más importantes de la vida política e intelectual, y vio como muchos de ellos fueron víctimas de la ley y la administración de justicia. Ello le llevó a escribir lo siguiente: “Que desdichada ha sido Honduras en cuanto al respeto que la ley impone por sí misma, al respeto que merece la vida de los ciudadanos, la propiedad de los ciuda- danos, la seguridad de los ciudadanos. ¡Cuántos atropellos se han cometido invocando la majestad de la Ley! ¡Cuántas vidas se han segado acribillando a balazos a ciudadanos in- defensos en nombre de la Ley! ¡Cuántas fortunas amasadas en años y años de incansable fatiga se han dilapidado en beneficio de unos cuantos sinvergüenzas que las hurtaron en nombre de la Ley!”. (Reina 1962: 273) 45 Sobre Cabañas destacó: “La casa del duelo pronto se llenó de gente para ver por última vez al ‘General’, que estaba allí en su féretro, sereno con su patriarcal barba blanca, la barba cuyo color era igual al de su corazón, con su uniforme mi- litar azul marino con ribetes rojos y dorados. Ya no recorría más los polvorientos caminos de la Patria Grande, y no ha- bría ya quien los recorriera por lograr aquel ideal hermoso, porque con él, con Cabañas, había muerto el último oficial de Morazán. El partido liberal guardaba duelo y en el alto mástil de la plaza, frente al Cabildo, el pabellón nacional flotaba a media asta con un negro crespón en señal de due- lo de la Patria”. (Reina 1984) Es en su libro Hondureños en la independencia de Centroa- mérica que Reina Valenzuela realiza un detallado análisis de cómo Honduras participa en la independencia de la co- rona española en 1821. El libro de Reina, escrito después del de Mayes Huete y del de Díaz Chávez, representa hasta ahora el relato más completo al respecto y tiene la perspec- tiva de cambiar una historia épica y de héroes para concep- tualizar y problematizar los acontecimientos más allá de la narrativa del 15 de septiembre de 1821 y la firma del Acta. Son dos supuestos de los que partió este autor para cons- truir su narrativa sobre Honduras y la Independencia. El primero, es que Honduras participa en el proceso de Independencia por una serie de factores y circunstancias como su condición de abandono y aislamiento respecto de la capital de la Capitanía General de Guatemala y de la misma corona española. Lo cual significó el desarrollo de 46 una conciencia, no solo de los criollos sino de los mulatos, respecto de sus oportunidades dentro de la estructura co- lonial española. El segundo supuesto, está relacionado con el resultado de la Independencia para Honduras y el pro- blema de origen de la nación hondureña: la división entre Comayagua y Tegucigalpa que marca la génesis del pro- blema de la emergencia de un Estado nacional en el país. (Reina 1978: 17) Para Reina Valenzuela, en la provincia de Honduras la idea independentista puede rastrearse desde mucho antes de 1821. Identifica a muchos hombres y mujeres, portadores de ideas y de acciones que se identifican afines con la idea de la Independencia a lo largo del territorio de la provincia de Honduras. Para analizar este proceso Reina organiza el libro en cuatro grandes apartados. En el primero estu- dia el medio político y social de la provincia de Honduras dentro de la Capitanía General, cómo el fenómeno de la Ilustración se desarrolla en Honduras y las resonancias de los sucesos de España en la regional provincia. Asimismo, estudia la influencia de la Ilustración y las ideas sobre la libertad en la provincia de Honduras. En el segundo apartado titulado los hombres y los hechos, establece la etapa revolucionaria que se vive en el continen- te y la región, y particularmente se centra en la importancia de analizar los levantamientos de la población de Teguci- galpa en 1812 como origen del proceso independentista de la provincia. A partir de 1812 se dieron una serie de proce- sos de “infidencia” hasta 1821, en los cuales varios hondu- 47 reños son investigados y perseguidos por propagar las ideas independentistas. Destaca en el caso de Honduras que fue una provincia marginal de Guatemala, por lo tanto, se die- ron planteamientos en torno a la necesidad de separación de la provincia de la Capitanía General de Guatemala y del gobierno español. En esa línea analizó la participación de Honduras en las Cortes de Cádiz, orientada por los dipu- tados a recuperar la territorialidad de la provincia respecto de Guatemala. Por otra parte, reconoce los levantamientos de Tegucigal- pa como antecedentes de las ideas independentistas. En concreto el 1 de enero de 1812 se dio un levantamiento en Tegucigalpa que fue organizado por dos figuras que tienen que ser rescatadas dentro de la historia de Honduras como pioneros del proceso de Independencia: los frailes francis- canos José Heredia y Fray Antonio Rojas. Ellos vivían en el convento de San Francisco y junto a un grupo de cerca de cien ciudadanos, hicieron un levantamiento popular debido a que en ese momento las autoridades de Tegucigalpa que- rían reelegirse. El levantamiento fue para reclamar que se nombrara figuras oriundas de la localidad. Únicamente se nombraban a los que venían directamente desde España. A su vez el padre Heredia y el padre Rojas prepararon a mu- chos indígenas en la causa de libertad de la Independencia. En su análisis de la influencia de las Cortes de Cádiz y su Constitución, y de las figuras hondureñas de la Indepen- dencia de Centroamérica, busca reconocer dónde se encon- traban las voluntades en el proceso independentista de la 48 región. En ese contexto, es que ubica figuras como Francis- co Antonio Márquez y Dionisio de Herrera que tuvieron una centralidad en la proclamación de la Independencia de Honduras, y su vinculación con José Cecilio del Valle y Francisco Morazán dentro de la red familiar y política a favor de la misma. Herrera fue un activista independentista y organizador de mítines donde se discutieron los aconte- cimientos de España, de México, las luchas de Bolívar y San Martín. En julio de 1821 fue diputado en las Cortes por la aceptación de la Constitución de Cádiz; siendo al- calde de Tegucigalpa, redactó el Acta de Independencia de las entonces todavía separadas provincias de Comayagua y Tegucigalpa, lo que fue anunciado el 28 de septiembre en ambas provincias. Y refiere la influencia del padre Márquez que fue el mentor político de Francisco Morazán, y amigo de Herrera, en el proceso. El padre Márquez tuvo un destacado papel porque por un lado fue quién formó a varios jóvenes en ese momento, que después serán jefes de Estado, y luego es una figura fun- damental porque después de la Independencia, cuando se dio el intento de división, en vista de que Comayagua que- ría unirse a México y Tegucigalpa a Guatemala, el padre Márquez logra que se mantenga la unidad de la provincia de Honduras, y que el primer Congreso de la naciente re- pública se celebre en Cedros, precisamente buscando un punto intermedio entre Tegucigalpa y Comayagua. Para Reina el conocimiento de este período y sus actores era necesario, ante todo porque: “… los hondureños tene- 49 mos una deuda no pagada con aquellos hombres que lu- charon de una u otra forma a favor de la emancipación política proclamada el 15 de septiembre de 1821, y les de- bemosuna guirnalda de rosas por su martirio, rosas rojas de encendida devoción, y un laurel de reconocimiento por su patriotismo. Como próceres, sólo mencionamos a Valle, a Herrera y a Márquez; escasamente a Diego Vijil, de vez en cuando con cautela a Joaquín y Juan Lindo, y nunca a José Francisco Morejón, a José Santiago Milla, a Juan Esteban Milla, a Francisco Javier Aguirre o al doctrinero de las tribus indígenas de Yoro, Fray José Antonio Rojas”. (Reina 1978: 173). Significativa es la figura del abogado José Santiago Milla, de Gracias, quien de hecho fue uno de los firmantes del Acta de Independencia porque era el representante de los abogados, y que incluso fue preso por andar difundiendo las ideas de la libertad. Un cuarto apartado del libro se centra en la proclamación de la Independencia, explica cómo se llegó a la firma del Acta de 1821 y su significado para Honduras, mediante el análisis de los juramentos y actas de proclamación de Inde- pendencia de Tegucigalpa y Comayagua, en sus similitudes y diferencias. En el último apartado, titulado ‘Los resulta- dos’, se analiza cómo se desarrolla la provincia post inde- pendencia, en la conflictividad territorial entre Comayagua y Tegucigalpa. Es aquí donde Reina estudia cómo estuvo a punto de perderse la unidad territorial proveniente del período colonial, la anexión de Centroamérica al imperio mexicano, el emergente estado de Honduras y cómo ex- perimentó una serie de conflictos. Comayagua quería ser 50 un estado independiente de Tegucigalpa, y Tegucigalpa se quería unir territorialmente con la provincia de León en Nicaragua para desde ahí plantear los problemas de la emergente nación hondureña. Sin duda la obra historiográfica de Reina Valenzuela es de gran significado en el país por lo sostenida y novedo- sa en el abordaje de los temas estudiados, en especial por su acercamiento al proceso independentista de 1821 y sus principales personajes, y por rescatar algunas de las figuras ignoradas por la historiografía liberal del siglo XIX. Los dos supuestos en los que basa su narrativa sobre Hon- duras y la Independencia, el carácter marginal de la pro- vincia y las diferencias territoriales entre Comayagua y Tegucigalpa, constituyen un interesante referente a pro- fundizar sobre los factores que influyeron en las ideas in- dependentistas en el país. Así mismo, es importante seguir estudiando a los personajes acusados por las autoridades realistas de “infidencia” por proclamar la importancia de la Independencia para la provincia de Honduras. Dentro de la historiografía hondureña sobre la Indepen- dencia son todavía muchos los vacíos. No se conoce la participación de los diferentes grupos, como los indígenas, ni de las distintas clases sociales, ni tampoco de las redes políticas e intelectuales a las que pertenecían figuras como Herrera y Márquez, y que son constitutivas de la Inde- pendencia. No se ha estudiado con profundidad cómo fue asumida por el pueblo en Comayagua y en Tegucigalpa la 51 llegada de los Pliegos de la Independencia, mientras que en otros países hay estudios a nivel de los municipios sobre los actos de recepción y jura independentista. En este contexto del bicentenario su libro Hondureños en la independencia de Centroamérica, como los de Mayes Huete y Filánder Diaz Chávez siguen siendo referentes y puntos de partida para profundizar sobre este proceso y su sig- nificado en la emergencia de Honduras como nación. Es importante hacer relecturas, revisar lo que se ha escrito e investigado hasta ahora. Consideraciones finales Como lo señala Alfredo Ávila (2008: 4) el daño a las inter- pretaciones “épicas” estaba inexorablemente hecho, aunque en la hora de los bicentenarios se debe tratar de completar la renovación, evitando las ocasiones que esta coyuntura puede permitir para la revitalización de viejas épicas. Tomando en cuenta que el desarrollo de la historiogra- fía hondureña es reciente, las perspectivas de estudio e investigación abren múltiples alternativas para historia- dores e historiadoras. Si los procesos que llevaron a la Independencia de Centroamérica no han generado una historiografía que demuestre un estudio en profundidad, las preguntas son muchas. Hay muchos vacíos, como se decía antes, sobre la participación de los diferentes grupos y clases sociales, sobre las redes políticas e intelectuales, y 52 sobre los actos de recepción y jura de la Independencia a nivel municipal. Otras perspectivas de estudio se abren en el abordaje de las redes económicas, políticas e intelectuales, explicar cómo estaban relacionadas las familias de Tegucigalpa, de Coma- yagua, los personajes de Guatemala y otras redes de El Sal- vador. El análisis de las redes es toda una nueva perspectiva de estudio, ya que el modo de actuar de las personas y de los individuos de varias organizaciones era en red. ¿Cuáles de ellas constituían un impulso para la Indepen- dencia y cómo lo hacían? Además, cuando se formó el primer gobierno de Honduras y se iba a la primera cons- tituyente, ni los de Tegucigalpa querían que se diera en Co- mayagua, ni los de Comayagua querían que sucediera en Tegucigalpa. Por eso la primera constituyente se estableció en Cedros, como un lugar intermedio. ¿Cómo impacta la Independencia en términos de la unidad territorial? 53 2. Los objetivos estratégicos de la provincia de Honduras en las Cortes de Cádiz1 Introducción El presente ensayo busca aproximarse al estudio de la participación de la provincia de Honduras en el marco de las Cortes de Cádiz (1808-1812) y se enfoca en los ob- jetivos estratégicos de dicha participación. Así, las pregun- tas que guían el mismo son las siguientes: ¿Quiénes fueron los hondureños que participaron en las Cortes de Cádiz? ¿Cuál fue su participación? ¿Cuáles fueron los resultados para la marginal provincia de Honduras? ¿Cuál fue la in- fluencia de la Constitución de Cádiz en el desarrollo cons- titucional de Honduras? 1. La primera versión de este artículo fue publicada en: Sierra, F. R. (2012). Los objetivos estratégicos de la provincia de Honduras en las Cortes de Cádiz. Boletín AFEHC N°52, 04 marzo 2012. http://afehc-historia-centroamericana.org/index. php?action=fi_aff&id=3037 54 Al analizar la historiografía hondureña sobre este periodo y temática se puede concluir que no existe un estudio o una monografía histórica específica, ya sea sobre la repre- sentación de Honduras o de la influencia de la legislación que se emite en el desarrollo constitucional hondureño. Ni las historias generales de Honduras hacen referencia a este hecho de forma amplia, ni las historias constitucio- nales. Se debe, únicamente, a la infatigable labor que rea- lizó José Reina Valenzuela en el estudio de Honduras en la Independencia de Centroamérica y de sus principales figuras, un tratamiento particular sobre la representación de Honduras en Cádiz (véase: Reina Valenzuela 1977). En los trabajos de perspectiva regional la referencia sobre la representación y participación de Honduras, es suma- mente escueta, especialmente en los dos principales estu- dios de Mario Rodríguez (1994) y de Jorge Mario García Laguardia (1977). La pregunta es si este vacío historiográfico se debe a que efectivamente la representación de la provincia de Hondu- ras fue insignificante o de baja participación, o a que real- mente el motivo es la falta de estudio dentro de la historio- grafía nacional. Lo cierto es que con este ensayo tampoco se pretende llenar tal vacío historiográfico, sino más bien sistematizar alguna de la información existente y a la que he tenido acceso en relación con lo que fue la participación de la representación de Honduras en este proceso. El pro- pósito, no es otro que hacer una breve memoria, doscientos años después de la promulgación de este texto constitucio- nal el 19 de marzo de 1812. El supuesto de este trabajo es 55 que la participación de Honduras adquirió un perfil y ob- jetivosestratégicos precisos. Se vio como una oportunidad para resolver los problemas de su territorialidad y el de la explotación minera. La Constitución de la Monarquía Española firmada el 19 de marzo de 1812 fue adoptada por las autoridades de la Nueva España el 30 de septiembre de ese mismo año, y el 4 de octubre por la población en las parroquias correspondientes. No obstante, una vez puesto en libertad Fernando VII en 1813 y al regresar a España, ordenó su abrogación y el 17 de agosto de 1814 se emitió el decreto correspondiente en la Nueva España para la suspensión de su vigencia. Por lo tanto, en nuestro país esta Consti- tución fue aplicable menos de 2 años, pese a su contenido de gran valía y a la innovación en la implementación de la institución de la representación del pueblo soberano en las Cortes. En tal sentido, en este ensayo, se analiza cómo fueron se- leccionados los representantes, quiénes eran los mismos, a qué sectores representaban y cuáles eran los objetivos es- tratégicos que cómo provincia tenían en el marco de su representación dentro de la Capitanía General de Guate- mala. Antes se contextualiza el estado de la provincia de Honduras en la entrada al siglo XIX y la importancia de la actividad minera como clave de lectura para entender di- cha participación. El trabajo es más aproximativo que con- clusivo y ha sido elaborado a partir de la documentación y bibliografía encontrada en Honduras. 56 La participación de los representantes de Honduras en las Cortes de Cádiz tuvo unos objetivos estratégicos para la antigua provincia perteneciente a la Capitanía General de Guatemala orientados a la consolidación de su territoria- lidad, la búsqueda de la actividad minera como un motor de desarrollo socioeconómico y la afirmación de la necesi- dad de la libertad en diferentes ámbitos de la vida pública, especialmente en relación con la esclavitud de los negros. No es casual que, de los dos representantes de Honduras ante las Cortes, uno haya luchado por la recuperación de los puertos de Omoa y Trujillo y por la creación de un Tribunal Minero, y el otro, haya llegado a ser uno de los principales líderes y firmantes del Acta de Independencia de Centroamérica respecto del gobierno español el 15 de septiembre de 1821. 1. La Provincia de Honduras a inicios del siglo XIX a) La intendencia de Comayagua El régimen de intendencias se aplicó a partir del siglo XVIII en las posesiones del imperio español en América y las Filipinas debido, principalmente, al buen desempeño que tuvo el sistema en España. Los reyes, imbuidos en el pensamiento del absolutismo ilustrado, deseaban reformar la administración de sus posesiones, uniformándola y promoviendo el bienestar, junto con mejorar los ingresos de la Real Hacienda y la defensa de tales territorios. http://es.wikipedia.org/wiki/Intendencia http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XVIII http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XVIII http://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_espa%C3%B1ol http://es.wikipedia.org/wiki/Am%C3%A9rica http://es.wikipedia.org/wiki/Filipinas http://es.wikipedia.org/wiki/Espa%C3%B1a http://es.wikipedia.org/wiki/Rey_de_Espa%C3%B1a http://es.wikipedia.org/wiki/Absolutismo_ilustrado http://es.wikipedia.org/wiki/Reformas_borb%C3%B3nicas http://es.wikipedia.org/wiki/Reformas_borb%C3%B3nicas http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Real_Hacienda&action=edit&redlink=1 http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Defensa_(militar)&action=edit&redlink=1 57 En 1785 comenzó a aplicarse el sistema de intendencias en la Capitanía General de Guatemala, con base en las or- denanzas aplicadas desde 1782 en el Virreinato del Río de la Plata, a partir del 22 de abril de 1787. Las inten- dencias se rigieron por las ordenanzas que se dictaron para Nueva España en 1786: la de San Salvador fue creada el 17 de septiembre de 1785, la de Ciudad Real de Chiapas o Chiapas fue creada el 20 de septiembre de 1786, la de Honduras o Comayagua fue creada el 23 de diciembre de 1786, la de León de Nicaragua o Nicaragua fue creada el 23 de diciembre de 1786.[9] No existió una Intendencia de Guatemala, aunque el presidente y capitán general ejerció funciones de Superintendente General. La Intendencia de Comayagua fue creada por Real Cédula del 23 de diciembre de 1786, y formó parte de la Capitanía General de Guatemala. Comprendía dos partidos: Coma- yagua, cuya capital, sede de la Intendencia y del Arzobis- pado era Santa María de la Nueva Valladolid de Comaya- gua. De hecho, “Honduras, al iniciarse el Siglo XIX tenía la organización de Intendencia que, políticamente, se dividía en siete partidos así: Comayagua, Gracias, Tegucigalpa, Yoro (que comprendía a Olanchito y Trujillo), Choluteca, Olancho y Tencoa. Este último incluía a San Pedro Sula y Omoa” (Reina Valenzuela, 1978). La Intendencia estaba dirigida por un Gobernador-Inten- dente nombrado por el Rey con residencia en Comayagua, capital de la Provincia, el que no ejercía jurisdicción mili- tar en los establecimientos de Omoa, Trujillo, Roatán, Río http://es.wikipedia.org/wiki/1785 http://es.wikipedia.org/wiki/Capitan%C3%ADa_General_de_Guatemala http://es.wikipedia.org/wiki/1787 http://es.wikipedia.org/wiki/1786 http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_San_Salvador http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Ciudad_Real_de_Chiapas http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Comayagua http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Nicaragua_y_Costa_Rica http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Guatemala http://es.wikipedia.org/wiki/Provincia_de_Guatemala 58 Tinto y Cabo de Gracias a Dios, porque directamente de- pendían del Gobierno de la Capitanía General. Tampoco ejercía en ellos acción administrativa, pero en lo espiritual sí dependían del Obispado de Comayagua como el resto del territorio, sobre el cual tenía la extensión jurisdiccional en todos los ramos de la administración pública, que tenía la Diócesis mencionada en cumplimiento de reales dispo- siciones que así lo ordenaban. (Reina Valenzuela, 1978). Para 1801 la Provincia o Intendencia contaba con cinco ciudades principales que eran: Comayagua, Trujillo, Gra- cias, San Pedro Sula y Sonaguera; con cuatro villas: Te- gucigalpa, Choluteca, Nacaome y Yoro; con 118 pueblos de indios y 122 “reducciones de españoles y ladinos”. La población comprendía 128.000 almas sin contar los indios zambos, mosquitos, xicaques y payas, ni la población de Omoa. Además, en 1808 habían registrados 7,493 tribu- tarios. Para el año de 1812 se había restablecido la Alcaldía Ma- yor de Tegucigalpa con su antigua jurisdicción, la cual era gobernada por un alcalde Mayor de nombramiento real. El Obispado de Honduras o de Comayagua que fuera creado o erigido en 1539 por Bula del papa Paulo III con sede en Trujillo, había sido trasladado su asiento a la ciudad de Co- mayagua como capital de la Provincia por el Obispo Fray Jerónimo de Corella en 1561. 59 b) La minería un elemento clave para entender la participación hondureña en las cortes La sociedad y la economía hondureña se orientaron a lo largo del período colonial hacia la minería. La plata hon- dureña representó cerca del 5% de la producción de toda la América española. Es quizá, por esta razón que lo que se registra en las actas de sesiones de las Cortes de Cádiz respecto a la participación del representante hondureño sea una iniciativa en torno a estimular la actividad minera. En la provincia de Honduras, prácticamente desde el inicio de la conquista predominó un modelo primario exporta- dor. La estructura productiva de la colonia respondió a las necesidades de la metrópoli, sobre todo mediante la explo- tación de minerales. Se produce en un punto determinado, pero no irradia alrededor de la región, todo se va a la me- trópoli. La concentración de la actividad económica en un punto no trasciende, ni permite el desarrollo de esa región. Tampoco la hacienda permite el desarrollo regional. En el crecimiento de la actividad minera hondureña
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