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/ ! I . ... CARLOS LOPEZ N Ú N E Z HORIZONTE DOCTRINAL DE LA SO CIOLOGIA US PAÑO AMERICANA esISela de estudios HISPA NO - AMERICANOS raBStC.S.I.C, La COLECCION MAR ADENTRO se propone presentar —como último resultado de una elabora ción investigadora com pleta— una serie de mo nografías de síntesis sobre el pensamiento hispano americano. La Historia de Ame'rica está exigiendo una im prescindible labor de in terpretación capaz de po ner en claro, con nervio y rigor, el aute'ntico exis tir histórico de los pue blos hispánicos. Con la colaboración de autores españoles y ame ricanos, y en volúmenes de formato pequeño, la Colección intenta preci samente llenar esa exi gencia en el orden de la historia del pensamiento, acometiendo la empresa de sacar a luz, sobre los hechos filosóficos, jurídi cos, literarios, artísticos, sociales, el sentido de nues tro mundo histórico. Con ello la COLEC CION MAR ADENTRO pretende cumplir una ta rea necesaria en la obra cultural hispanoameri cana. i HORIZONTE DOCTRINAL DE LA SOCIOLOGIA HISPANOAMERICANA ESCUELA DE ESTUDIOS HISPAN ¡CANOS C.S.I.C. B ! B L 6 O T E C A A/ LXXX (N.° genera!) Jesús Arellano y Francisco Elías de Tejada 3 PUBLICACIONES DE LA ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANOAMERICANOS DE SEVILLA SEMINARIO DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO Colección «Mar Adentro» DIRIGIDA POR CARLOS LOPEZ NUÑEZ í¡> HORIZONTE DOCTRINAL DE LA SOCIOLOGIA HISPANOAMERICANA 1 A-A 1044 i ESTUDIOS L . ¡CANOS f'_ A SEVILLA 9 5 3 ESCUELA DE HISPANO - c.s S3 B S G. E. H. A. - Alfonso XI!, 12. SEVILLA k í m RESERVADOS LOS DERECHOS JÍ mis padres 1 I SUMARIO PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA 9 MUCHO se ha polemizado sobre la existen- cía o no de una propia filosofía hispano americana. Mucho se ha hablado también sobre el signo original o europeo de su cultura. Parece lícito que ahora, pues que vivimos en un momen to de total revisionismo, preguntemos por el pa sado y el presente —también por el futuro— de unos estudios que, nacidos en la Europa del siglo pasado, se injertaron en Hispanoamérica con una asombrosa y estupenda vitalidad. Me refiero a los estudios sociológicos; a unos 10 científi- - -a es- Espíriti “ no hubieron de surgir -rompiendo fa ,lla del monismo esencialista del Espmtu Absoluto y entrando de este modo en la realidad inteisubjetiva de lo social— sino en el mundo posterior a Hegel, y por la doble vía del positi vismo comteano y del materialismo histórico. En pocas esferas de las ciencias sociales se adivinan hoy coyunturas tan favorables para la investigación del americanista como en esta de la Sociología. Partiendo de una base experimental, requisito de innegable importancia en la investi gación, el Nuevo Continente aporta a nuestros estudios un gran potencial de datos que, de he cho, marcarán una pauta en la historia de la j'o- ven disciplina científica. 1 Piénsese, por ejemplo, en el candente tema del indianismo, en los pro blemas demográficos, en la política general inmi gratoria y de clases, en la acción particularizada de los obstáculos del medio, etc. Quiero decir que, sin negar lo que de teórico haya en Sociología, pues de lo contrario quedaría ipso facto limitada a una mera enciclopedia de datos ni explicados ni explicables, lo cierto es que su verdad —su verdad de disciplina fundamen talmente práctica— arranca del copioso arsena de la experiencia vivida. Y aquí es donde, Par^ cularmente, tendrá que hacerse oir la voz (1) Vid Canieiro Lcao: El smlIJo dr la Swloloi/la ra las Jmfrlras. Revista Mexicana de Sociología. Vol. V (19-13), págs. 29 y 35. 11 (2) Richard F. Bchrcnd: Problemas de investigación en el terreno de la Socio- logia y la Ciencia política de la América latina. Rcv. Mexicana de Sociología. Vol. IX (1947), pág. 220. (3) Medina Echevarría,}.: Sociología Contemporánea, México, 1940, pági nas 11 y 12. América por las particulares circunstancias de que hablo. Hubo un tiempo, en efecto, en que la Socio logía y la Ciencia política carecieron en Hispano américa «del desarrollo adecuado como discipli nas dedicadas al estudio de los problemas del medio. La Sociología quedó, durante demasiado tiempo, en el estado de un pálido complejo de teorías de segunda mano, y en ensayos sobre la evolución social, la psicología de las masas y la criminología. La Ciencia política, si es que hubo algo que pudiera llamarse así, estaba aprisionada entre una preocupación bastante estéril relativa a la historia de las ideas políticas, y el estudio y manufactura de las leyes constitucionales, de acuerdo con prescripciones tomadas sin sentido crítico de otros países y civilizaciones». 2 Un tiempo hubo en que el diagnóstico de Behrend, efectivamente, fue acertado. Sólo que en nuestros días asistirnos a una fase en cierto punto nueva, provocada por la actual coyuntura de nuestro mundo; a una fase crítica —recorde mos que para Medina Echevarría 3 en su más íntimo y radical sentido la Sociología no es sino la expresión de una época en crisis—, fase de franco matiz revisionista, como acabo de indi- 12 car, y de tanteo de nuevas y diferenciadas posi ciones. Por lo pronto, es significativo que los traba jos de investigación, trabajos de estudio sobre realidades concretas, acaben predominando sobre los teóricos, sobre los trabajos especulativos de Sociología. Ello es sintomático: el empirismo, más o menos mitigado, se abre paso por doquier en los países de Hispanoamérica. Multitud de traba jos etnográficos, económicos, históricos, etnoló gicos, confirman el aserto. «En muchos casos, como dice Mendieta y Núñez, 4 tal vez en la mayoría de ellos, sus autores no se propusieron hacer obra sociológica; pero o bien la hicieron sin quererlo deliberadamente al ocuparse de as pectos puramente sociales de su materia, o los datos aportados, los puntos de vista expuestos, constituyen precioso material para posteriores trabajos de sociología». ¿Pero es que en realidad —y la pregunta sur ge inevitable— puede pensarse en alguna escuela propia de Sociología americana? ¿Existen en His panoamérica direcciones originales que permitan hablar de madurez, de sistema, de pensamiento riguroso, cuando de Sociología se trate? No puedo entrar al fondo de la cuestión. No es éste tampoco el momento de atacarla. Muchas (•I) Mendieta y Núñez, L.: Parama ¡tara la Inlqraclin dt las Inotsl^a- cionts sociales en las Entéricas. Rcv. Mexicana de Sociología, Vol. IV (1942), 13 (5) Tal es, y me agrada coincidir con él, la opinión de Guillermo Valencia: «¿Existe una Sociología americana?». En la Rev. de la Univ. de Antioquía. Colombia, marzo, 1949, pág. 105 y ss. veces esa falta de «criterio de las proporciones», que diría Poblete Troncoso, induce al europeo a crasos errores cuando tratamos de valorar a las jóvenes Repúblicas de América. Es natural que hayan vivido, que vivan todavía, a la sombra de la cultura de Europa. Mas no por ello reniegan de su pasado étnico, de sus tradiciones cultura les autóctonas, hoy tan revalorizadas por la mo derna investigación. Yo creo, frente al escepticismo o a la ligereza de algunos, que es aquí, en este campo todavía imprecisamente limitado de la Sociología, donde el pensamiento americano —-como ya he dicho— va a encontrar su gran tarea y su pleno quehacer intelectual. Lo cual no quiere suponer, ni yo me atrevería a tanto, que porque hablo de «Sociología Hispa noamericana», pretenda utilizar ambos términos en un justo sentido de atribución original, como si, por ejemplo, de Sociología francesa o alemana se tratase. De sobra sé que no es posible todavía, 5 y no porque piense o crea en la incapacidad del hombre americano para este tipo particular de estudios, sino porque frente a la Sociología de Europa (nutrida y respaldada por tantos siglos de una eficaz cultura) América no ha podido 14 presentar sino ensayos y tanteos provisionales, más o menos valiosos, aunque pocasveces de originalidad y plena independencia científica. Aportaciones brillantes no faltan. Un Antonio Caso en Méjico, un Mariano H. Cornejo en Perú, un Alfredo Poviña en Argentina, un Agustín Ven- turino en Chile, un Gilberto Freyre en el Brasil, son nombres que pesan en nuestro mundo inte lectual. No hay que olvidarlo. En realidad se hace imprescindible actualmen te la distinción de un doble grupo: 1. °) El naturalista, íntimamente enraizado con las direcciones de la sociología norteamericana. Gilberto Freyre, por ejemplo. 2. °) El idealista, cuya ascendencia doctrinal es propiamente europea: Caso. Todavía pudiera hablarse, como una matiza- ción particular muy hispanoamericana, de un ter cer grupo, de carácter ecléctico: en él figuraría Cornejo como autor representativo. Dos palabras tan sólo para justificar el traba jo. Con todos sus defectos, que son muchos, con todas sus imperfecciones y torpezas, he creído necesaiia su publicación, siquiera a causa de ser uno de los primeros, o el primero, que en España se hace con carácter general e informativo sobre el tema. . * * * 15 Dificultades de toda índole se amontonaron: muchas, lo sé, no fueron superadas; no pudieron superarse a cuenta, sobre todo, de la bibliografía. He notado, mejor que nada he sentido, la caren cia de obras fundamentales: así, por ejemplo, no pude consultar la «Historia de la Sociología en la América latina» de Alfredo Poviña, el gran soció logo argentino. Omisiones muy sensibles debe haber, por otro lado. He hecho todo lo posible para que a mí no pudieran imputarse. Yo espero de los amigos de América (más que amigos, hermanos por vocación universitaria y por destino, por unos mismos afa nes de cultura sobre incluso los vínculos de raza) yo espero de ellos que sabrán, por tales causas, disculparme. En todo caso honor grande para mí sería el intercambio directo de ideas y de opinio nes. Si lo de ahora tiene algún mérito —«quod sentio quam sit exiguum», pudiera decir con Ci cerón— será exclusivamente por haber contribui do a rellenar en una- parte mínima, es cierto, esa gran laguna de la ignorancia que desgraciadamen te mantenemos españoles y americanos sobre puntos comunes de cultura. II LA SOCIOLOGIA DEL PLATA 17 (1) Vid. Pcñalver, P.t Pendencias actuales de la filosofía hispanoamericana Estudios Americanos, núm. 6 (1950), pág. 285. A COMIENZOS del siglo XIX, e incluso bas- tante avanzado el siglo, la tónica general del pensamiento hispanoamericano es netamente an timetafísica. ’ Comte, Spencer, Taine, ejercen una influencia poderosa —un auténtico monopolio— en Amé rica, justificada en cierto modo por razones par ticulares históricas, que no vamos a detallar, aun que es lo cierto que, en términos generales, la cordial recepción que dispensaron al positivismo 4 ' particularmtntc no Brasil. Rcv. de His- 18 muchos latinoamericanos cultos, deriva de la im provisación de su propia cultura, de la respuesta relativamente directa que consideraron necesario hacer a su medio físico 2 y del estado general deficietario de las disciplinas filosóficas, cuando el esplritualismo —sin defensores vigorosos— ya cía en un ambiente de lamentable y general pos tración, del que tanto tiempo tardaría en levan tarse. 3 Nadie, como el sociólogo brasileño Fernando de Azevedo ha sabido destacar ese contacto ás pero con la tierra y el hombre, la experiencia con creta y la simpatía por el paisaje y por lo «vivo», junto a la reacción humana bajo el choque de ra zas y culturas. Nadie como él ha desentrañado, ahondando en los meandros ocultos de una rea lidad en cierto punto nueva, los poderosos moti vos que llevaran a una visión alucinada de la di námica social a estos ingenuos peregrinos de la idea positiva, todavía contagiados del franco en tusiasmo de Comte ante la nueva religión de los hechos. «El paisaje geográfico —escribe Azevedo— con su variedad extrema y sus violentos con- pígs^SlZ^S Bar°cs'Bcckcr: Mm,i‘ J'1 íoclul, II, Méjico, 1945, , ® Wct"S dr da 9.a ed. Río, ' P-8S; ’ cfr “demas Royer Bastido: Sodolojla en América ™ XX ¡iK"‘ dc C- CurW!ch y Wilbert E. Moore, vol, II (París, 1947), pags. 621-623. (4) J Sociología na America latina e ^mííChIui - - toria. Sao Paulo, núm. 3. (1950). págs. 340-341. 19 (5) Vid. Domínguez, Manuel: Jlberdi, precursor de las ideas modernas. Rcv. Americana de Buenos Aires, 1934, LI1, pág. 125 y ss. trastes; los contactos, conflictos y mezclas de ra zas, las diferencias culturales, acentuadas por las distancias y aislamientos; la esclavitud y las lu chas resultantes de la explotación del trabajo hu mano, y, después, la abolición del régimen servil y la transformación lenta de la economía colonial en una economía capitalista, levantaban, de esos medios inquietos y torturados, problemas des concertantes, despertándoles la observación y la conciencia de procurar, en las teorías antropogeo- gráficas, raciales y sociológicas, un instrumento para comprenderlos y un medio para restablecer el orden en la confusión». Dentro de aquella orientación genérica que Poviña denominaba realismo social, y en íntima concomitancia con el espíritu positivista, cuya gestación acabamos de ver, debe destacarse, en primer término, la figura del argentino Juan Bau tista Alberdi (1810-1884), el primer pensador que trata sociológicamente, y de un modo reflexivo, la vida social de su país. 5 Su obra es varia y de desigual valor: «Bases y puntos de partida para la organización política de la República argentina» (Valparaíso, 1852); «En sayos sobre la sociedad» (Buenos Aires, 1898); «El crimen de la guerra» (Buenos Aires, 1915). Toda ella descubre como tónica general un fran co propósito nacionalista, una pretensión justifi- cit. pág. 212. 20 cada hacia un politicismo consecuente a las posi bilidades existenciales de la nación. Carece, es cierto de un propósito científico metódicamente desenvuelto, pero ello es lógico si se considera la coyuntura temporal en que se produce, y las circunstancias ambientales que acaban motiván dolas. Alberdi, espíritu liberal, ha creído que la his toria de las Repúblicas hispanoamericanas no es sino la historia de sus caudillos. Pocos hombres como él —habrá que remontarse a Ayarragaray, a Alvarez o a Bunge 6 —pusieron de manifies to la tragedia de este militarismo demagógico. Pocos como él vibraron de entusiasmo a los cán ticos esperanzados de libertad. «Con tres millo nes de indios, aunque sean cristianos— dice Al berdi— 7 no realizaríais jamás una república. Tampoco la realizaríais con cuatro millones de españoles peninsulares. Necesitamos más anglo- (6) Ayarragaray, en su importante trabajo £a anarquía argentina y el caudillismo (1904), destaca con factores calificados que explican la génesis de las dictaduras las siguientes razones: la influencia racial, la ausencia de educación política en el pueblo y la desaparición lógica del control colonial con la independencia. Los factores económicos, por otro lado, tampoco permanecen al margen del problema. Agustín Alvarez, en su obra Mmdi nlm (1904), explica el fenómeno en función de la herencia -que él injustamente califica de teocrática y medieval- aportada por e catolicismo español a América. Carlos Octavio Bunge. de quien más nmo)ab,‘1rCm0S'ÍnCenta comPrcnilcr el caudillismo en Muestra -America (1918) según la psicología racial del pueblo. La pasividad del argentino explica el abandono de la política del país a los caudillos, efectivos su- cesores de los caciques de la colonia. (7) Alberdi: Bases y puntos de partida 21 sajones, si no queremos vivir toda la vida bajo los caudillos». Serán injustas —podemos pensar— sus apre ciaciones en este sentido? Yo, por lo menos, creo que sí, aunque bien conozco lá existencia de he chos que pudieran confirmar su tesis. Nuestros pueblos, que han vivido tradicionalmente una vi da intensa de políticas libertades, que dieron ejemplos elevados de ciudadanía,no han dobla do la cerviz a la coyunda del despotismo nunca. Hace muchos siglos aprendimos —no se ha olvi dado jamás— que la ley de la libertad escrita está en nuestros corazones y que ella alumbró nues tros triunfos y nuestros sacrificios en la historia. Porque también puede ser un triunfo de la liber tad su sacrificio inevitable, si en pie sigue el espí ritu tenso, electivo, que la anima. Comte y Spencer, sobre todo este último, fueron conocidos por Alberdi. Ellos influyen de un modo manifiesto en nuestro autor que, por otro lado, no puede desconocer la adormecida tradición espiritualista —él, tan sensible a to das las voces de la cultura— que forma, sin dis cusión alguna, el substratum ideológico del alma nacional argentina. Por eso las oscilaciones pen dulares de su mente (no plenamente henchida de ideales positivos), que le llevan, como un funám bulo, por el doble hilo positivista-espiritualista con que intenta salvar el hondo abismo del mun do y de la vida. 22 Buenos * 'M li,a¡ ¡M¡ C°>- Austral. gS.*íKS;X‘“ta: «Nuestro siglo -escribe Alberdi- acepta la materialidad del hombre, pero también profesa su espiritualidad, dualismo misterioso que ofrece sin cesar nuestra naturaleza». 8 Tres son las ideas capitales de este desconcertante y desconcerta do pensador argentino: «la afirmación de la vida social; la solidaridad de las fases de la sociedad y la aseveración de la existencia de la ciencia so cial», práctica en cierto modo, ya que se pro pone conciliar el antagonismo entre el individuo y el grupo. De todas las ciencias morales y polí ticas ninguna puede exceder, ni en importancia, ni en necesidad lógica, ni en carácter positivo, a la Sociología, cuyo objeto no es sino la explica ción metódica —y por ello científica— de cómo se ha formado la sociedad. «Ciencia que busca la ley general del desarro llo orgánico de los seres humanos», —dice de un modo claro a lo Spencer— la Sociología tiene en el impreciso sistema de Alberdi una misión con creta hasta cierto punto: la de ser una a modo de «agricultura del mundo moral». Su base, la base de la Sociología, está en lo biológico, y ello de un modo para él totalmente preciso. La sociedad, alma al fin y al cabo de la natu- leza, vive sometida al imperio de unas leyes natu- 23 (9) Ingenieros, José: Sociología argentina. Buenos Aires,. 1918, pág. 393. (10) Levene, Ricardo: Sarmiento, sociólogo de la realidad americana y argen tina. Rev. Mexicana de Sociología. Vol. I. núms. 4 y 5 (1939), pág 123 ss. rales que rigen su nacimiento, su existencia y su desaparición por último, como si se tratara de cualquier organismo vivo. La conclusión, partien do de estos supuestos organicistas, no debe ex trañar por ello: es sobre la base de esta ciencia de la vida general donde debe construirse la cien cia de la sociedad, la ciencia de la vida particula rizada de lo social —por decirlo de otro modo—. Las raíces, por ello, de toda vida comunitaria se clavan como cuñas en el magma primitivo de lo biológico. Bien puede decirse que Alberdi, por tales ideas, abre una enorme brecha en el frente ideo lógico de Argentina. Tras él otros pensadores en sancharán conscientemente el camino. Como una gran figura, la egregia personalidad de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), maestro de es cuela, periodista, diplomático, político y agudo sociólogo también en más de un aspecto. No creo pueda discutirse su valor como so ciólogo, según lo hacía Ingenieros, 9 y ello aun que no presente un todo doctrinal perfectamente cerrado. Sociólogo es, desde mi punto particular de vista, y sociólogo de categoría: el teorizante —como viera Levene 10— de la realidad ameri cana y argentina que, aun acusando el doble in flujo del positivismo y de las tesis naturalistas, 24 cita dPsarnitentc>art' donde tomamos la anterior dota7A\d9u7m8j-“ta”Sa™ ¿ ’’ i”' 392 “ F;,Orc">i"'’ Villafane: £,. ol,™ sodM^cc , Z ' , £ .,915' y Mi>™° P^os, S«, M Ma. ,a aír/to tatas, ti gtnto. Buenos Aires, 1938. no hace nunca traición a unos ideales de espíritu tan netamente grabados en su obra como impre sos quedaron en su propia vida. Socialista, pero de un socialismo harto alejado de las proposiciones del materialismo social, por que, según escribiera, es «la necesidad de hacer concurrir la ciencia, el arte y la política al único fin de mejorar la suerte de los pueblos, de favo recer las tendencias liberales, de combatir las preocupaciones retrógadas, de rehabilitar al pue blo», el socialismo de Sarmiento no es sino una especie de ese antiindividualismo —todavía ideo lógicamente impreciso— que nace cuando tesis desorbitadas egoístas tratan de romper el necesa rio y armónico equilibrio humano-social. 11 Varias son las obras de Sarmiento que tienen para el sociólogo valor de documento vivo. He mos de empezar por una, la más brillante tal vez de todas, libro en que se refleja de un modo fiel, exacto, la realidad social y política de la Argenti na de su tiempo. Si «Facundo: civilización y bar barie» (Santiago de Chile, 1845) perdurará estilís ticamente tanto cuanto dure la bella prosa caste llana, su valor, empero, como vivo documento 25 3 (12) £a evolución de los estudios sociológicos en Argentina, R 1. S. 20 (1947) pág. 350 ss. un ápice a sus altos valores lite-social no cede ranos. Ese «Plutarco de los bandidos», como Alberdi injustamente le motejó, ha sabido dejarnos —es cribiendo la vida de aquel terrible caudillo de la Rioja— una interpretación profunda de la histo ria argentina, comprendida como el resultado del conflicto entre dos etapas distintas de su evolu ción: la «civilización», representada por las ciu dades, y la «barbarie», propias del medio rural. «Toda la evolución argentina, con su cotejo de males —escribe Alfredo Poviña —■, 12 tiene su fiel reflejo en la vida del caudillo Facundo Quiroga, que no es un accidente casual sino un producto determinado por su medio ambiente geográfico. Facundo —continúa— es el grande hombre, el genio a su pesar y, sin saberlo, el Cé sar, el Tamerlán, el Mahoma. Ha nacido así y no es culpa suya. Es una manifestación de la vida argentina, tal como la ha hecho la colonización y las peculiaridades del terreno. Es la expresión tí pica de la resultante del ambiente de la época. El medio geográfico ha producido el debilitamiento étnico de los pueblos sudamericanos... ha produ cido su inferioridad moral y una incapacidad para la democracia que es preciso combatir. El remedio está en la educación popular y en la in migración, que permitirán la europeización de los 26 pueblos. Es el germen de la futura regeneración de la América latina». Por otro lado, realzando el valor sociológico de la obra e iluminándola proféticamente —como luego se vió más tarde—, el estudio que hace de la situación política del país, finalizando el libro, es francamente acertado. En él demuestra la ine vitable caída de Rosas, y de todo un sistema de moledor de caudillaje, que habrá de ser sustituido enseguida por otras formas políticas más sabias que abran la puerta a una eficaz y activa labor en la reconstrucción orgánica nacional. Anticipos hay de problemas en esta interpre tación de la historia argentina, piensa Levene, 13 que sólo un Durkhein en Francia o un Simmel en Alemania habrían de abordar más tarde. De aquí el mérito indudable que, dada su ilustre antigüe dad, presenta el «Facundo» de Sarmiento, la más importante sin discusión de todas las obras socio lógicas americanas del pasado siglo. No pierde, todavía, actualidad sensible. Es el destino magní fico de toda obra clásica. La huella spenceriana, que apuntábamos en Alberdi, es patente también en aquella su defini ción de Sociología como ciencia que «trata de las propensiones, los elementos y las necesidades hu manas que traen por resultado la sociedad como tribu, como nación, y, por tanto, la forma de gobierno que las satisface». (13) Historia de las Ideas sociales, cít., pág.116 ss. 27 Junto al organicismo de Spencer, incitaciones positivas de las tesis racistas a lo Gobineau. El «leit-motiv» de la otra obra fundamental suya —«Conflictos y armonías de las razas en Améri ca» (2 vols. Buenos Aires, 1883)— es, sencilla mente, la cuestión racial. En los prolegómenos del libro preguntaba: «¿Somos europeos? Tantas caras cobrizas nos desmienten. ¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nues tras blondas damas nos dan acaso la única res puesta. ¿Mixtos? Nadie quiere serlo... ¿Somos nación? ¿Nación sin amalgama de ma teriales acumulados, sin ajuste ni cimientos? ¿Argentino? Hasta dónde y desde cuando bue no es darse cuenta de ello». Es que Sarmiento, conforme había ya antici pado en el Facundo, creía bien seriamente que el mestizaje poderoso de la América española, al re vés de lo que ocurría en la América del Norte (en que se conserva la pureza de la raza blanca) ex plicaba por sí sólo —y sin necesidad de mayores comentarios—la decadencia sensible de Hispano américa. También la misma idea hemos de hallarla en otros autores del Nuevo Continente, obsesiona dos por este inquietante problema racial que ellos sienten en su propia carne como propio. Pero la verdad es que los nuevos estudios sobre cuestión 28 (14) Siquiera enmarcados en el breve espacio de una nota, debemos decir dos palabras sobre otros libros de Sarmiento, de valor sociológico indudable Así de sus Recuerdos de Provincia y de la Condición de los extranjeros en América. El primero es un hábil estudio sobre la sociología de la fami lia argentina antigua, coetáneo a las monografías que por entonces se re dactaban en Francia según el método de observación monográfica de la Escuela de la Ciencia Social. Apuntamos esta curiosa isocronía, que en cierto modo es también coincidencia temática e incluso metódica. En Condición de los extranjeros en América se plantea Sarmiento, por otro lado, el problema de la nacionalización de los extranjeros, oponiéndose a la naturaliza ción de hecho y a la inmediata concesión de derechos políticos, que podían ser tan perturbadores para la propia vida del país. t"’1?) 1934 RaÚI A °rgaZ: £cbeví,rrfa y el Saínt-slmonismo. Córdoba, (Ar- tan batallona arrancan de unos distintos presu puestos. Hoy sabemos que el mestizaje no es cau sa de decadencia. Si no hubiera habido razones científicas de peso conque sostenerlo, aquí en este gran crisol de pueblos de las Américas se hubiera comprobado —sin necesidad de averiguaciones prolijas— del modo más fácil y notorio. 14 Esteban Echevarría (1805- 1851), autor del «Dogma socialista» —socialismo significaba el de seo de bienestar social, no un programa posterior de reforma económica—, tiene innegable impor tancia en la historia de las ideas argentinas por ser el vocero continental de las tesis saint-simonianas en América.15 Mucho más repercute la obra positiva de los hermanos Francisco y José María Ramos Mejía. El primero (1847-1893), autor de «El federalismo argentino» (Buenos Aires, 1899) y de la «Historia de la evolución argentina» (Buenos Aires, 1921), 29 sostiene como tesis fundamental —afirmada a través de las doctrinas de Comte y Spencer — que el federalismo no es un mero producto de la ca sualidad política, sino la obra causal de un am biente colectivo resultante de la combinación de dos fuerzas, diversamente caracterizadas: el par ticularismo peninsular hispánico y el proceso co lonial argentino. José María Ramos Mejía (1849-1914), médico especialista en cuestiones psiquiátricas, acusa so bremanera las enseñanzas de Gustavo Le Bon y de Hipólito Taine sobre psicología colectiva. Iniciador del cientifismo en Argentina, publica un estudio notable sobre «las mutitudes argenti nas» (1899), de curiosos atisbos y anticipaciones, aunque partiendo de unos presupuestos teóricos en realidad poco seguros. La multitud está for mada por la reunión de individuos que —análo gos al «hombre carbono»— tienen la propiedad particular de atraerse y de asociarse como ese cuerpo simple. En la historia argentina cumple un papel cua lificado: la misma revolución de la independencia «nadie la encarna o representa personalmente» a no ser la multitud, esa multitud que tan predomi nante papel juega en todas las tiranías, como el caso particular de Rosas lo señala.16 Su poder co mo caudillo lo consigue, sin discusión alguna, por- (16) Ramos Mejía, J. M.: Rosas y su tiempo, Madrid, 1907. 30 (17) Poviña: £a evolución de ¡os estudios sociológicos... cit. pág. 355. (18) Comentario al libro Sociología argentiua, por «La Prensa», de Bue nos Aires de 16 marzo de 1947. que «daba a la multitud y recibía de ella». Como fué dicho por voz autorizada, él constituye el hombre por excelencia de las multitudes de la época, la expresión de las dos existentes: de la multitud decrépita de la ciudad fatigada y de la barbarie rural o multitud de los campos.17 Una interpretación monista del positivismo so ciológico americano es la que realiza José Inge nieros (1877-1925), médico y profesor de la Fa- cultal de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, autor de una «Sociología argenti na» (Buenos Aires, 1910) en la que intenta fundir el materialismo histórico de corte marxista con la sociología biológica. En el sistema de Ingenieros, en efecto, tanto la economía como la psicología social aparecen condicionadas por auténticas le yes biológicas: la de la lucha por la existencia y la de la adaptación al medio. Tras un análisis dete nido de la evolución social argentina —formación colonial, nacional, feudal, agropecuaria, capitalis ta— también Ingenieros considera el tremendo problema de las multitudes en la realidad política de su nación, así como los orígenes, el ambiente, los caracteres y la evolución del caudillismo. Es cierto que Ingenieros descubre «notables perspectivas para la comprensión de nuestra his torial social»,18 pero no es menos evidente, por * 31 (’9) Orgaz, Raúl A.: Jnjmltru, ¡Kla^ Buenos Aires, 1927, páe. 112. * * otro lado, que induce a graves errores de concep- tuación, a causa sobre todo, de los presupuestos unilaterales de carácter ideológico de que arranca. Porque el sistema de Ingenieros no es otra co sa, en efecto, que un «monismo económico de raíz biológica»,19 en cuanto concibe ala sociedad como parte específica de la naturaleza y a los procesos económicos como manifestaciones evo lucionadas de simples fenómenos orgánicos. La Sociología no es, por tanto, otra cosa que una efectiva ciencia natural. La ciencia natural que es tudia la evolución concreta de los grupos huma nos, precisamente. Todos estos sociólogos de la época primera acusan, de un modo más o menos sensible, la ca rencia de una rigurosa y ordenada orientación me- tódico-filosófica. Son autodidactos por regla ge neral y por ello sus obras reflejan el diletantismo que las engendraran. No es mi propósito regatear méritos indudables. Mas es lo cierto que una más reciente generación de sociólogos —hecha a los rigores de la investigación moderna— convierte lo que eran anticipos en obras ya logradas de ma durez. El punto de partida de esta nueva fase socio- ogica arranca de la creación de las primeras cá- 32 tedras universitarias. Bien pronto hubieron de pe sar en el ambiente científico del país. La Facultad de Filosofía y Letras de la Uni versidad de Buenos Aires funda la primera cáte dra de Sociología el año 1898. Antonio Dellapiane (1864-1939) se encarga de la misma. Este desta cado Profesor de Historia, nacido en Francia, es cribe unos «Elementos de sociología» (1902) «Es tudios de filosofía jurídica y social» (Buenos Aires, 1907), «Le progrés et sa formule» (1912) y «Les Sciences et la méthode reconstructive» (1915), obras todas en que emprende un denodado ata que contra el positivismo otrora tan predominan te, —(la sociedad, sostiene, no es un reino de la naturaleza)— y establece los primeros cimientos de una auténtica Sociologíaidealista, volviéndose hacia la psicología para estudiar las leyes asocia tivas entre los individuos. Después de una vacancia de cinco años, la cá tedra de Buenos Aires se confiere a Ernesto Que- sada (1858-1934), conocedor profundo de los sis temas de Comte y Spencer, despierto como pocos a las voces más modernas de la Sociología y cuya obra científica es de un positivo e innega ble valor. A él se debe «La Sociología» (1904); «Las doctrinas presociológicas» (1905); «Herbert Spencer y sus doctrinas sociológicas» (1907); «Au gusto Comte y sus doctrinas sociológicas» (1910), y esa aguda interpretación sobre «La sociología relativista spengleriana» (1921), que despertó la 33 país. : le sucede en la ^an curiosidad de Sudamérica por la desesperada filosofía de la Decadencia de Occidente A través de un magisterio profundo (1904-1924), Ernesto Quesada ha abierto unos caminos nuevos en la investigación sociológica de su j Ricardo Levene (1885), que cátedra (1924), gran temple de historiador y de maestro, aparece influenciado fundamentalmente por el pensamiento de Durkheim. Sus «Leyes so ciológicas» (1906) y sus «Notas sobre la escuela sociológica de Durkheim» (1929) lo confirman de un modo preciso, sin que ello quiera decir una adhesión unánime a los postulados genéricos de la escuela. Otra destacada figura de sociólogo, que no debe olvidarse, es las de Carlos Octavio Bunge, autor de unos «Principios de psicología individual y social» (1903), de «El derecho» (1915) y «Nues tra América» (1918), que explican su pensamiento en función sincrética de principios naturalistas (se lección natural, lucha por la existencia) y de leyes espirituales, como aquella de la aspiración hacia algo. En notoria afinidad con Giddings, ve en la sociedad un organismo psíquico cuya razón se debe a la conciencia de identidad de especie. Desde 1907 hay una nueva cátedra de Socio logía en la República Argentina, creada en la Fa cultad de Derecho de la Universidad de Córdoba, donde enseñaron Isidoro Ruiz Moreno, Enrique Martínez Paz (años 1908 a 1918) -autor de unos XX 34 >■ , (2.°) R°6Cr Bastide: Soclologíe en Xmírigut hitlne. En £a Soclologíe au ¡ledt de G. Gurvitch y Wilber E. Moore; Vol. II, París 1917, pág. 626. «Elementos de sociología» (1911) y de los «Apun tes de sociología» (1914)— para quien lo social se explica por meros fenómenos de interrelaciones, y luego más tarde Raúl A. Orgaz (1909-1943) y Alfredo Poviña, los dos más destacados represen tantes de ese sincretismo metodológico que apun tara Roger Bastide. M La obra de Raúl A. Orgaz es abundante y va ria. Especializado en cuestiones teóricas, hace también historia de las doctrinas sociales y algún que otro estudio político de positivo valor, como su «Ensayo sobre las revoluciones» (Córdoba, 1945). A él se deben, entre otros, unos «Estudios de sociología» (Córdoba, 1915); «La sinergia so cial argentina» (1924); «Historia de las ideas so ciales en la República Argentina» (1927); «La so ciología actual» (1927); «La ciencia social contem poránea» (1932) y la notable —en más de un sen tido— «Introducción a la Sociología» (2.a edición 1937), en que, bajo un decidido propósito sincré tico, define a esta disciplina como «la ciencia que estudia los procesos de interacción y sus resulta dos». Desde el punto de vista ideológico, por otro lado, no hace sino proyectar en la Argentina las tesis francesas de René Worms y de Gastón Ri chard, con implicaciones también muy acusadas 35 de las más recientes directrices sociológicas de Norteamérica. Alfredo Poviña es ahora, sin discusión, la má xima figura de nuestros estudios en la Región del Plata. Pretendiendo la conciliación entre la socio logía inductiva de Durkheim y el historicismo de Max Weber, entre las obras más valiosas de este autor merecen destacarse la «Sociología de la re volución» (Buenos Aires, 1933); «La Sociología como ciencia de la realidad» (Córdoba, 1939) e «Historia y lógica de la sociología» (1941.) Autor de una notable «Historia de la sociología latino americana» (México, 1941). Alfredo Poviña ha en riquecido el acerbo cultural de su país con la pu blicación de sus «Cursos de Sociología» (Córdo ba, ,1945), obra esta de gran valor pedagógico por sus dotes excelentes de claridad y sistemática. Lo social no es para Poviña un ente físico, dado en una realidad constitutiva inalterable. Es, por el contrario, algo fundamentalmente dinámi co: «un conjunto de procesos entre los espíritus de los individuos». La vida social no es otra cosa que el conjunto de hechos resultantes de la serie de procesos, de acciones y de reacciones interes pirituales que los individuos ejercen los unos so bre los otros, por donde la Sociología aparece como una «ciencia que estudia desde un punto de vista general el proceso de la interacción hu mana y sus productos, tales como se dan en la realidad». 36 En otro de sus más recientes libros —«Cues tiones de Ontología sociológica» (Córdoba, 1949) —vuelve de nuevo, con gran alcance metafísico, a abordar el problema del ser social y de la Socio logía como ciencia. Arranca para ello, como ha visto uno de sus comentaristas,21 de la realidad vital individual, que no justifica ni la abstracción del individuo teórico —átomo cualitativamente uniforme— ni ¡a hipótesis de una Sociedad como ente substancial y autónomo. Ni una Ciencia de la naturaleza ni una Ciencia pura del espíritu, por tanto. Es que para Poviña, formado en el puro rigor de las corrientes alema nas, encauzado según los módulos teóricos de Hans Freyer, la sociedad no implica estrictamente una simple estructura de sentido, sino una for mación social-real, una forma de vida humano- social que tiene un sentido determinado. «Por eso la Sociedad —agrega— no resulta una Cien cia pura del espíritu o de sentido... sino una Cien cia de la realidad que, por ser humana o cultural, tiene un sentido que es preciso comprender... La Sociología capta una realidad social cuyo sentido (21) Cambra, R.: rec. en R. I. S. núm. 23 (1949) págs. 266-267, que me sirve en la cita de la obra, no llegada a mis manos. Por lo que atañe a Ja orientación pedagógica de Poviña, cfr. su ponencia al XIV Congreso In ternacional. La enseñanza de la Sociología en l<i$ etapas de la educación, (Roma 1950). En ella defiende la conveniencia de hacer de la Sociología una doctrina de cultura general en todos los grados de la enseñanza, pri maria, media y superior, esta última orientada bajo un curso general de Introducción a la sociología y otro especial de Teoría de la Sociología. 27 está en su conexión con la acción real (natural) y que es algo más que un modo del espíritu obje tivo, pues son formas de vida, la vida es forma, lo colectivo». Creada en 1908 una cátedra de Sociología en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, se en carga de la misma a Juan Agustín García (1862- 1922), autor de una sumaria «Introducción al es tudio de las ciencias sociales argentinas» (Buenos Aires, 1899), y de los «Apuntes de Sociología» (Buenos Aires, 1912), sin mayores pretensiones que las meramente didácticas. Mucho más valor presenta «La ciudad indiana» (Buenos Aires, 1900), obra de un cierto empaque a lo Fustel de Coulan- ges, en que aplicando un método cercano al de Le Play estudia la vida económica, la estructura familiar y la misma psicología social de la Argen tina, reflejada en las ciudades de la colonia. Como suplente de la Cátedra referida dicta cursos, además, Leopoldo Maupas («Caracteres y crítica de la Sociología», París, 1910; «Conceptos de sociedad», 1913), muy de cerca influido por la Sociología durkheimiana. En la Universidad del Litoral, Facultad de Ciencias Jurídicas, profesan primeramente José Oliva («La enseñanza de la Sociología», 1923; «So ciología general», Santa Fe, 1924; «La guerra como factor social», 1936), orientándose hacia el positi vismo, y el español Francisco Ayala, que aquí realiza una laboruniversitaria verdaderamente 38 digna de encomio.32 Junto a ésta, la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Rosa rio crea también una nueva cátedra de Sociología, entre cuyos profesores destaca la personalidad de Alberto Baldrich, abierto a la temática de la socio logía cultural y conocedor profundo del pensa miento sociológico de Alemania, como, entre otros motivos, se desprende de su fino análisis sobre «Libertad y determinismo en la Sociología de Max Scheler» (Buenos Aires, 1942. Boletín del Instituto de Sociología, I). Hispanista destacado también en su «Sociología argentina» (Ponencia al II Congreso argentino de Sociología) recuerda la conexión de las instituciones patrias con las for mas culturales que abonaron el Imperio hispánico. Sobre problemas especializados tenemos la re ciente obra de C. Nardi-Greco: «Sociología jurí dica» (Buenos Aires, 1949), a la vez que una in formación completa respecto al planteamiento del problema indígena en las naciones americanas —esto es, referente a la situación social del indio en los distintos países—, nos la suministra Aida Cometta Manzoni en «El problema del indio en América» (Buenos Aires, 1949), obra interesante en más de un sentido aunque sectaria en su tónica general, visto el desenfadado ataque contra los (22) Obras de Ayala, F.t £t problema del liberalismo (México, 1941). Op- penbelmer (México, 1942); Hlstrlonlsmo y rrpresenlaclón (Buenos Aires, 19-14); Xarón del mundo (Buenos Aires, 1944); Enraye sobre la libertad (México, 1945), y, sobre todo, su importante y documentado Tratado de Sociología, 3 vol., Buenos Aires, 1947, fuentes muy completas de información para el man- do hispanoamericano. 39 (23) Particularmente, en cuanto ambiente sobre las perspectivas de nuestra disciplina en toda América, el Boletín de Sociología ha publi cado —entre otros— los siguientes artículos que citamos: Gilberto Frei- res: Tactores sedales en la formación de la sociología brasileña; A. Poviña. La Socio' logia en las 'Universidades americanas; H. Pulza: La Sociología en la 'Universidad bolívaríana, A. Poviña: Breve historia de la Sociología argentina, J. Famurio Silva: Tíístoria social e historia de las ideas en el Pío de la Plata; Roger Bastido y F. de Azevedo: La enseñanza de la Sociología en S. Pablo; J. Murillo: Organización del instituto Indígena Boliviano. (2-1) Poviña: Discurso inaugural del Congreso. Entre los principales trabajos presentados; César E. Picó: £1 objeto formal de la Sociología; F. Wel- ter Torres: La Sociología de la transcendencia y de la inmanencia; P. A Horas: 5Iíe- todologia y técnicas de investigación en Sociología. Vid. resúmenes amplios en R I. s. núm. 32 (1950), págs. 488-195. métodos de la colonización española, que em prende con los mismos tópicos manidos popula rizados por la Leyenda Negra. Es grande el interés, por tanto, que en la Ar gentina actual se presta a los estudios sociológi cos. Tienen la alta protección del Estado y una respetable tradición de la escuela, pues no en vano fue Argentina uno de los primeros países de Hispanoamérica que en sus cuadros de docencia universitaria introduce la Sociología como disci plina general de formación. El Boletín de Sociología, que viene publicán dose desde 1942 por el Instituto de Sociología argentino, va hoy en día a la cabeza de las publi caciones más serias del Continente americano. 33 Y no es esto sólo: el reciente II Congreso nacio nal de Sociología (1950) —aunque Poviña pueda estar en lo cierto cuando hablaba, en el discurso general, de la falta de coordinación de los estu dios sociológicos en el país 34— indica la existen- 40 cía de una firme vocación por estos temas y anti cipa, desde luego, un lisonjero porvenir científico, bien pronto realizable. No vaya a creerse, por otro lado, en el divor cio entre la teoría y la práctica. Los estudios so ciales —no hay que olvidarlo— reclaman también una orientación en el segundo sentido. Ello obliga a salir de los límites fríos de la Sociología doctri naria para entrar en el campo de la Sociología aplicada. La Universidad argentina de Tucumán, en 1949, crea de este modo el «Instituto de Socio- grafía y Planeación» —cuya dirección encomien da al Profesor Miguel Figueroa Román— con una loable y específica finalidad. Se hace necesario, desde luego, actualizar el estudio de las ciencias sociales, ya que los reajustes socio-económicos que salven al mundo de la triste situación en que hoy se encuentra vienen, precisamente, de ahí. De unos estudios que, sin perder su fundamenta- ción básica conceptual, se orienten «en un senti do práctico y pragmático... La Sociografía debe proporcionar un conocimiento ordenado y metó dico de la realidad social... La Planología, o teoría de la planeación, nos proporcionará la herramien ta indispensable para actuar sobre la sociedad procurando su mejoramiento». 25 (25) Folleto explicativo de la organización del Instituto de Socio- grafía, que cuenta ya con algunas publicaciones de interés. Así Ca Plano- tyla en Amerita de M. Figueroa Román, y Moel mental y tslaio soclo-tconimlco de Figueroa y Bernardo Screbrinsky. 41 .5 (26) P. Pcñalver: £a filosofía en Hispanoamérica. Antecedentes y situa ción actual. «Arbor», núm. 57-58 (1950), pág. SO. *❖ ¥ 2) Bien poca importancia, comparativamen te, tienen los estudios sociológicos que se des arrollan en Uruguay y en Paraguay. Países ambos de escasa solera filosófica, no encuentran un cli ma particularmente abonado para las nuevas po sibilidades de la investigación social. El positivis mo, más o menos radicalmente entendido, ha ahogado «in nuce» las mayores esperanzas. A lo sumo, la personalidad de Vaz Ferreira, converso al bergsonismo, y la figura prometedora de Artu ro Ardao, -6 que dicta un curso sobre «Historia de las ideas en Uruguay» (1949). Carlos Vaz Ferreira es un filósofo del dere cho y un sociólogo por vocación que ha hecho de los temas de la enseñanza en sus diversos grados, La misión del Instituto es amplia. Realiza los estudios necesarios para aplicar y desarrollar la planología en el país. Procura por medio de con ferencias, publicaciones, congresos, etc., la for mación de una conciencia colectiva acerca de la planeación, de sus alcances y de su necesidad. Da a esta labor un sentido americanista sensible, vin culándose a los organismos similares de los países hermanos. Toma a su cargo la labor docente en las carreras organizadas y orienta la especialidad de los graduados. 42 no salían aquellos gobiernos idea- que el fervor devoto del pueblo (27) Vaz Ferreira, Carlos: Extracto de Ideario. Cuarta conferencia dic tada en la Cátedra de Conferencias de la Universidad de la República. Ateneo de Montevideo, 1951, págs 9-10 de la cuestión docente, punto capital de sus es tudios y proyectos. En este sentido, por sus fir mes ideales pedagógicos, Carlos Vaz Ferreira, es una figura impar en la República uruguaya, bien que —por una u otra razón que no es del caso exponer— sus ideas y proyectos están esperando todavía el decidido impulso que las logre. En otro campo, ya conectado éste con el ám bito espacial de la Sociología política, pocos pen sadores hay que hayan visto con la claridad de nuestro autor la fulminante tragedia en curso de de la democracia, tragedia que surge de una de fectuosa fundamentación racional de la misma, y ello tanto desde el punto de vista teórico como del práctico. «En lo teórico, desde luego, porque «mayoría» no sólo no es garantía de superioridad ni en lo intelectual ni en lo moral (lo superior es élite, que es precisamente minoría), sino que ma yoría tampoco puede dar, teóricamente, dere chos ni soberanía. Y prácticamente... la experien cia mostraba una mayor o menor proporción de incompetencia, de apetitos de mediocridad... De la democracia les perfectos27 demandaba». Al fin de salvar, desde luego, tan dolorosa an tinomia Vaz Ferreira ha propuesto desde suCáte- 43 dra universitaria, con una insistencia efectiva mente ejemplar, lo que él denomina la «recimen tación» de las nociones fundamentales de demo cracia y de los derechos individuales. Para ello parte, en primer término, de un pre concepto que yo estimaría portillo del pesimismo político si no estuviera convencido de que su postura intelectual en el problema de la democra cia es, sin discusión alguna, de un carácter ejem plar realista —no obstante su idealismo inicial—, nutrido más quenada de la. experiencia de los hechos. «Sin duda, «gobierno» tiene que conte ner mal —dice Vaz Ferreira—-, mal forzoso en hecho. Prácticamente no puede haber gobiernos ideales, sin mal, sea cual sea su origen». Si ello es así por la fuerza de las cosas, tales afirmaciones no pueden invalidar, ni teórica ni prácticamente, la fundamentación ni la misma ne cesidad del poder. No hay obra humana, bien lo sabemos, totalmente perfecta. Aun en el rostro de la mujer más bella, decía Tertuliano, existen lunares. La necesidad del gobierno viene, de este modo, determinada para el filósofo uruguayo a causa de este doble y fundamental razonamiento: Primero, porque no siendo todos los hombres moralmente ideales, ni aún los más, se necesita autoridad para que la seguridad, los derechos le gítimos de los hombres sean respetados. Y segundo, porque aunque fueran ideales to dos los hombres, hay intereses generales y ser- atendidos ni (28) Vaz Ferrcira, Carlos: Op. cit., pág. 12. 44 vicios públicos que no pueden ser dirigidos por acción individual. La razón del menor mal es el primer elemento —negativo— de justificación de la democracia. Los defectos y males de un gobierno formado y renovado periódicamente por elección de mayo ría, con ser grandes, son todavía mucho menores que los de los gobiernos absolutos provenientes de la herencia o de la fuerza. Pero al mismo tiem po hay razonables fundamentos positivos de jus tificación. Vaz Ferreira, partiendo de postulados individualistas, dice: «La democracia no es sólo menor mal. Es, po sitivamente, bien, y bienes hondos. Plasta el más hondo de todos: mantener o estimular al indivi duo, y perfeccionarlo, excitando y exaltando con tinuamente a los individuos por los problemas que ellos son llamados a considerar, y, por su actuación cívica, a resolver. Y los individuos, que son la célula viva, base de la vida en lo social, son, por eso, lo esencial de las sociedades, lo que más garantiza su vida y su mejoramiento. Base y reserva de la vida social y nacional». 28 Ninguna fórmula política se muestra tan plás tica y certera como la democracia en la difícil obra de gobierno. Desde una posición persona lista, sin tergiversaciones demagógicas, es el me dio mejor, más humano y más factible de actuali- 45 (29) Prieto, Justo: Junado J. Pane. Bol. del Inst. de Sociología. Bue nos Aires, 19-12, núm. 1, págs. 167-170' zar, canalizando, las aspiraciones justas de los hombres. En otros términos, que la «recimenta ción» de la democracia —por utilizar la expresión de Vaz Ferreira— es la empresa más urgente de la actualidad política y ello implica superar sus me ras deficiencias y roces por recursos técnico-polí ticos que salven, de todos modos, los derechos de la persona humana. La primera Cátedra uruguaya de Sociología se funda en 1915 en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Montevi deo. En ella explica primeramente Carlos María Prando (1915-1943), al cual sucede Isaac Ganon en 1944. Obras suyas son la «Sociología: objeto, métodos, orientaciones, didáctica», Montevideo, 1944 y «Sociología nacional», Montevideo, 1945, precisas dentro de su molde elemental. Alberto Zum Felde, en «Evolución histórica del Uruguay. Esquema de su Sociología» (Montevideo, 1945), nos deja una obra de indiscutible valor sociológi co, dentro de su molde general sencillo. Uno de los primeros catedráticos paraguayos de Sociología, dentro de la órbita del «psiquismo social», es Ignacio A. Pane, 29 autor de unas «Cuestiones paraguayas» y de unos «Apuntes de Sociología» de gran utilidad en la didáctica de la materia. Profesor y Rector de la Universidad de Asunción, Cecilio Báez (1862-1941) en su «Intro- 46 ducción al estudio de la Sociología» (1903), «Prin cipios de Sociología (1921) y «Disertaciones de Sociología y de Filosofía» (1924), se orienta deci didamente hacia una línea ideológica spenceriana y J. Natalicio González («Proceso y formación de la cultura paraguaya», 1938) se preocupa por la temática de la Sociología cultural. Justo Prieto, por otro lado, es buen expositor y revela una preparación sociológica nada corriente. Entre sus obras destacamos: «La Sociología, su historia y su estado actual», 1927; «La Sociología, discipli na científica», 1930; «Conceptos preliminares de Sociología», 1931; «Síntesis sociológica», 1937; «Los problemas generales de la Sociología», 1943. En él halla Paraguay una de sus más prestigiosas figuras en esta modalidad teórica de los estudios sociales. Siempre, y dando la pauta de su pensa miento, es factible distinguir en cada colectividad una base física y un sistemático conjunto de nor mas: esa amalgama de antropografía y de tesis a lo Ellwood y a lo Stammler, que viera con su ri gor acostumbrado Roger Bastide. 111 LA SOCIOLOGIA EN PERU español (2 volú- 47 I TNA de las figuras de mayor relieve dentro de '5e-'4 la Sociología hispanoamericana es, sin duda alguna, Mariano H. Cornejo, nacido en Arequipa (Perú) en 1866 y muerto en Francia en 1942. Pro fesor de Sociología en la Universidad de Lima, político de prestigio y diplomático, Mariano H. Cornejo es autor de un importante estudio sobre «La guerra desde el punto de vista socioló gico» (1930) y de una densa y voluminosa «So ciología general», obra perfectamente madura y que descubre la sólida preparación teórica de su autor. Publicada primeramente en 43 (1) Ayala, H: Tralca ii SuMegta-, Vol. I: Historia Ir la SoddMla. Buenos Aires, 1947, pág, 258. menes; Madrid, 1908), el entonces Director del Instituí International de Sociologie, René Worms, escribió un entusiasta prefacio a su versión fran cesa (París, 1911), destacando la personalidad científica del autor y su valor considerable en la bibliografía sociológica. De formación dispar, pesan sobre todo en el sistema positivamente ecléctico de Cornejo las enseñanzas de Augusto Comte —la base ideológi ca y dialéctica de su sistema está prestada por la tan famosa ley comtiana de los tres estados— las tesis evolucionistas de Herbert Spencer, las mis mas ideas sobre Psicología de los pueblos (Vól- kerpsychologie) de Wilhclm Wundt, determina das incitaciones de la Filosofía hegeliana de la Historia y la huella viva, siempre explícita, de sociólogos franceses, ingleses, alemanes y nor teamericanos contemporáneos. 1 Particularmente sensible, aunque Ayala no la cite expresamente, es la de Tylor. Con tan heterogéneos materiales, de aluvión muchos de ellos, Cornejo ha construido —sin du da alguna— un inteligente y bien ordenado siste ma sociológico, en que no dejan de faltar orien taciones hasta cierto punto nuevas. De ahí el derecho que tiene para figurar como el más genuino representante de la Sociología sis temática en Hispanoamérica; de ahí ese derecho 49 que L. L. Bernard 2 centraba «en su notable asimi lación de las teorías sociológicas desarrolladas con anterioridad a su época, y en construir con ellas un inteligente y bien integrado sistema de su inven ción». Su sistema de «Sociología general» se inicia con un examen previo, obra maestra de la más sana erudición sociológica, acerca del desarrollo histórico de nuestra disciplina. Inmediatamente sigue —aquí y allá apoyándose en los «Primeros principios» de Spencer, en el norteamericano Les- ter F. Ward, en Poincaré, en Weissmann— una brillante teoría de la evolución cósmica (superada, desde luego, en nuestros días por los más recien tessociólogos) en que sostiene categóricamente la necesidad de supuestos mecanicistas y determi nistas «si ha de desarrollarse una Sociología digna de este nombre». «La teoría de la evolución —escribe Corne jo— es muy importante para el estudio de la so ciedad dado que nos ofrece la única interpreta ción científica posible del fenómeno social». Pre cisamente, —como se encarga enseguida de ad vertir— «la ciencia social tiene por objeto el estudio de la naturaleza, de las causas y de los efectos del proceso característico de la sociedad; que, como todos los grupos, representa un com plejo de relaciones continuas, aunque estas rela- (2) Bernard, L. L-: La SKlote/h slslmálka Jt Mirlano K Corntio Rev Mexicana de Sociología. Vol. IV, (1942), núm. 2, págs. 10-11. 50 (3) Cornejo, Mariano H,: Sociología general. I, págs. 116-117. (-4) Historia del pensamiento social. II (Méjico, 1945), pág. 323. cienes cambien con los individuos que las sostie nen. Una fase general del estudio de este comple jo, se hace cargo de determinar la naturaleza de las principales fuerzas o factores de la evolución social y de las formas de coordinación estableci das en la sociedad entre los diversos productos y áreas sociales. Esta fase general constituye la ma teria de la Sociología».3 El viejo prejuicio en que incide todo positivis mo al exigir necesariamente unos supuestos me cánicos y deterministas con que explicar los temas sociológicos, no fue, desde luego, superado por el gran sociólogo de Arequipa, convencido por otro lado del modo más simple que el principio de la sociabilidad —según habían destacado Espinas y Waxweiler entre otros— no es propia e indivi duante característica del ser humano, sino que tiene su raíz en la propia naturaleza de los orga nismos superiores. La evolución social no es, de esta manera, sino la continuación de los procesos que operan en la evolución biológica. «Sin embargo —afirman Barnes-Becker 4 — Cornejo tiene buen cuidado de sostener que la sociedad humana es más compleja que todos los demás tipos, en razón de los papeles desempeña dos por la adaptación y por el desarrollo de la solidaridad mediante la cooperación, la lucha, la 51 wicz, Durkheim, y dice que todos los factores que contribuyen a la solidaridad pueden resumir se en la «conciencia de afinidad» de Giddings como la manifestación subjetiva, y la adaptación como la causa objetiva que opera mediante el desarrollo de una comunidad de sentimientos e ideas. Estas influencias psíquicas, junto con los deseos y sus acompañamientos de placer y dolor, explican la mayor complejidad de la evolución social en comparación con la biológica, pero no la hacen totalmente diferente». Al modo spenceriano Cornejo va dividiendo los factores y los productos sociales en dos gran des categorías. Los factores —viene a decir— son las características activas de los fenómenos socia les y los productos son las pasivas, bien que los términos se empleen casi siempre de un modo in tercambiable. Factores antropográficos y factores ambientales se sitúan frente a frente. Entre los primeros, la cultura, la organización del grupo, la evolución del hombre, los inventos. Entre los ambientales: la geografía, el clima, la herencia, la raza, la educación y la guerra, la dinámica de la población y la división del trabajo. La explicación de la dinámica de la sociedad es sumamente curiosa en Mariano H. Cornejo. No es que el sociólogo peruano nos asombre con al guna intuición genial, sino que parte de ideas que a) 52 ya estaban establecidas, aunque de las más dispa res direcciones. El punto de arranque de la evolución social no es sino el estado del hombre primitivo, descen diente de un solo tronco, feliz y sencillo como el «bon sauvage» de Rousseau en medio de una' ar- cádica naturaleza. Sus primeros organizaciones sociales aparecen como el resultado de una tem prana adaptación colectiva al medio ambiente ’ —(es inevitable el doble recuerdo a Darwin y a en virtud de tres impulsosLamark)— originada definidos: El de cooperación voluntaria, reacción natural del «zoón politikón» humano. Re acción natural, es claro, para hacer facti ble aquel instinto de convivencia humano que le configura estrechamente como ser social. b) El de cooperación obligada: cooperación de carácter político para el autor, im puesta por consentimiento voluntario o por una clase o casta dominante. c) El de cooperación pacífica, fundamental mente basada sobre las ventajas económi cas de la división y especialización del trabajo; parte ésta en que —de acuerdo con Durkheim— distingue entre los tipos «mecánico» y «orgánico», sin que por otro lado deje de acusarse, como ha sido 53 La solidaridad social se va manifestando según Cornejo, en formas concretas de organización so cial la más sencilla délas cuales-producto di recto al fin y al cabo, de la evolución orgánica es la familia. Dos son los grandes grupos en que pueden dividirse las organizaciones sociales: pri mero, asociaciones domésticas; segundo, asocia ciones políticas; las primeras fundamentadas en un proceso biológico (como la familia, que con sidera sin apartarse gran cosa de los etnólogos clásicos); las segundas basadas en un proceso social. Los grupos biológicos se van convirtiendo en sociales y las asociaciones políticas, en virtud de ese proceso que Lester F. Ward denominara si nergia, se sobreponen a las asociaciones domésti cas, a fin de evitar en lo posible las grandes lu chas que en el seno de las mismas se entablan, a causa de la posesión de los medios de subsisten cia. La domesticación de animales, la misma es clavitud, van proporcionando al grupo un domi nio cada vez mayor sobre las fuerzas de la natu raleza. Y del mismo modo los diversos conflictos en curso más tarde, originan la disciplina moral y política, que a su vez produce la cooperación vo luntaria como un medio para alcanzar la solidari- <d social. El conflicto, por otro lado, agudiza el observado, el influjo particular de los economistas Roscher y Schmoller. 54 proceso intelectual el cual, a su vez, se resuelve en invenciones, en recursos técnicos, que impul san de un modo indudable la cultura. El más grande de los servicios, piensa Corne jo, que las leyes biológicas prestan a la Sociología es el de esclarecer la dinámica social, esto es, el problema del progreso. Porque, para Cornejo, la idea del progreso es esencialmente biológica. El progreso no es sino el desarrollo de la organiza ción resultante del antagonismo entre las fuerzas; una modificación de la estructura ocasionada por la adaptación de las funciones; un movimiento interno de las partes y un movimiento externo de las masas que consolida el orden al aumentar sus elementos y su flexibilidad y, finalmente, uno de los fenómenos generales de la vida, causado por el conflicto de energía, acumulada en la sín tesis que representa la materia viva y la resisten cia del medio físico. Si el progreso social fué iniciado y sostenido por los factores biológicos y materiales del me dio, la regularización y la guía del mismo —al menos en sus últimas etapas— es obra de los fac tores psico-colectivos o psico-sociales: mitos, tra diciones, costumbres y gustos. Igual que Westermarck, Cornejo —para quien la moralidad no es sino un mero concepto so cial — basa su teoría del desenvolvimiento ético en el desarrollo de los sentimientos egoístas y al truistas. Ideas e ideales éticos que se dividen en: a) b) Religiosas, 55 c) Stidontonísticas, en cuanto que el criterio del bienestar social determina los valores éticos. Es la tercera etapa del desarrollo de las ideas morales. Dos palabras tan sólo para resumir en lo posi ble el sistema de Mariano H. Cornejo: eclecticis mo; Sociología sintética. Unidad no conseguida. Sólida trabazón sobre dispersos materiales. Datos biológicos y psicológicos anticuados. Sistema y orden en la heterogeneidad múltiple de sus ele mentosconstructivos. Pretensiones enciclopédi cas, macroscópicas, y olvido lamentable de esa micrología social, de que tanto se habla en nues tros días. Manifiesto carácter académico y poca base, por decirlo así, experimental. Parcas consi deraciones de la experiencia hispanoamericana, ya que descuida de modo lamentable las caracterís ticas del proceso social de Hispanoamérica. Poca originalidad, por último. Premorales, en que son predominantes los conceptos e imperativos mágicos y se practica la hechicería para determinar las formas de conducta. en los cuales los dioses mani fiestan sus prescripciones fundamental mente por vías de revelación, creándose de este modo una conciencia social de finida. 56 De todos modos, su grande y ambicioso sis tema de Sociología general está muy por encima de lo realizado en América española. Hay que re montarse al continente europeo para hallar con lo mejor de la Sociología francesa y alemana- obra alguna que pueda competir con esta de Cornejo en rigor metódico y en interés para el estudio inicial de la magna enciclopedia que inte gran las llamadas ciencias sociales. Respondiendo a aquella marcada orientación renovadora que imprime al pensar filosófico en Perú la eminente personalidad de Deústua, una vez que supera —como es sabido— el doble es collo del positivismo y del pragmatismo, en nues- • tro campo sociológico descuella Francisco García Calderón, fino escritor y diplomático limeño que enriquece la bibliografía americana con estudios tan penetrantes como «Les conditions sociologi- ques de l’Amérique latine» (París, 1908) y «Les democraties latines de l’Amérique» (París, 1912). Ecléctico también como Cornejo, en el Perú actual hay que señalar otra figura de prestigio en nuestro campo: el Profesor de la Universidad Ma yor de San Marcos, Roberto Mac Lean y Estenos, quien entre otras obras («La ciudad y el campo. Sociología urbana y rural», La Habana, 1938; «So ciología, Lima, 1938; «Sociología peruana», Lima, 1942, «Sociología Educacional del Perú», Lima, 1944, «Sociología integral», Lima, 1945) nos deja un detenido estudio sobre la evolución social y 57 7 (5) Mac Lean, en la obra que apunto, va desarrollando temas suges tivos como los que siguen, los cuales no hago sino exponer ya que el carácter sintético del presente estudio me impide destacar sus conclu siones más seguras. Así el significado de Patria en el proceso prehistó- política del Perú y una visión histórica sobre los centros y planes educativos de su Patria. «La Sociología peruana», denso volumen del mejor estilo, es obra que acredita largamente el alto nivel científico que logran en Perú los estu dios sociológicos. Después de la obra de Cornejo, en la «Sociología peruana» de Mac Lean hallamos el típico espécimen de una orientación hispano americana repleta del problematismo ,que las cir cunstancias ambientales imponen como tónica fija a los estudios. La disciplina que analiza «el proceso complejo del desenvolvimiento social en nuestro país, tanto en su génesis y télesis como en la acción de las fuerzas sociales», es, precisamente la Sociología peruana: En ella aborda Roberto Mac Lean junto al autoctonismo de las culturas andinas, el estudio y la valoración sociológica del medio geográfico, en cuanto influye de un modo manifiesto en el desenvolvimiento social del Perú, en particular —reconoce el sociólogo peruano— sobre las so ciedades primitivas. Nada de un determinismo pleno: Mac Lean, sabiamente, establece las salve dades de rigor, puesto que el materialismo geo gráfico decrece, nos afirma con los progresos de la cultura. 5 58 com 1. °) 2. °) 3. °) 4. °) De tinte marcadamente enciclopédico, presen tando un detenido análisis de las escuelas a partir de Comte (francesa, inglesa, norteamericana, lati noamericana, asiática), en la «Sociología integral» en el rico e histórico del Perú; hs clases sociales peruanas y la sociología de la ciudad. Así la temática interesante de la sexologla precolombina y re publicana y, por último, el estudio del «Espíritu colectivo», donde abar ca comprensivamente el mito y la Sociología del lenguaje, del derecho y la moral en el Perú. establece cuatro dicotomías fundamentales piejo de nuestra disciplina: Abstracción y concreción. Naturalismo y culturalismo. Enciclopedismo y particularismo. Valoración y neutralidad valorativa. Todas estas antinomias van siendo resueltas con arreglo a un criterio francamente ecléctico, aunque el autor la denomine realista. Así respecto a la primera sostiene dos afirmaciones fundamen tales: el deber de la Sociología de explicarnos en su totalidad determinadas situaciones concretas, y la necesidad, no obstante su interés por lo con creto, de no prescindir de las leyes y conceptos generales. Respecto a la segunda dicotomía —¿es la So ciología una ciencia de la naturaleza o del espíri tu?— el autor afirma que «no creemos que sean irreductibles los términos; que es un error tratar de resolver el problema planteado eliminando a uno de ellos, ya que ambos pueden armonizarse 59 (6) Gambra, R., En R. I. S. 20 (1947), págs. 553-554, cuya recensión utilizo principalmente para esta breve nota, ya que me fné imposible hallar la obra. en una solución ecléctica que admita y reconozca el aporte del espíritu y la naturaleza en la génesis y télesis social». En la tercera antinomia se queda sin explicar su pensamiento, limitándose a exponer tan sólo las teorías enfrentadas. Por lo que atañe a la cuar ta —¿valoración o neutralidad valorativa?— se adhiere, como dice Gambra, a una solución al margen de la antítesis, con su distinción entre las funciones sociales (que estudian las ciencias socia les) y los órganos sociales que las realizan, objeto propio de la Sociología, entendida de modo dis tinto a la mera enciclopedia de las ciencias par ticulares de la sociedad. En la determinación final de la estructura sociológica acaba adhiriéndose, por último, a una concepción cientificista y de terminista, 6 de todo punto desacreditada hoy día después de los serios impactos recibidos en el sistema por las más recientes direcciones del pen samiento sociológico contemporáneo. IV LA SOCIOLOGIA EN CHILE 61 EPIGONO cualificado del positivismo Socioló- gico en Chile es José Victorino Lastarria (1817-1888), autor de unas «Lecciones de Política positiva» y de las «Investigaciones sobre la in fluencia social de la conquista», en que sigue muy de cerca el ideario de Augusto Comte. Tal vez en ningún otro país americano hayan arraigado, en efecto, tanto como en la República de Chile —quizás con la única excepción del Brasil— las tesis positivistas. Junto a Lastarria, pionero en el tiempo, las figuras de Valentín La- telier y de Juan Enrique Lagarrigue. 62 Valentín Latelier (1852-1919), político, diplo mático y profesor de prestigio en el país, se espe cializa sobre todo en temas de sociología jurídica y política. Obras suyas son, entre otras, las que siguen: «La ciencia política en Chile» (1886), «Fi losofía de la Educación» (1891), «La evolución de la historia» (1900), «Génesis del Estado y sus instituciones fundamentales» (Buenos Aires, 1917). «Génesis del Derecho y de las instituciones civi les fundamentales» (Buenos Aires, 1919) etc. Pronto inicia su tarea docente el sociólogo chileno. Es primeramente en el Instituto Ameri cano de Santiago (1873-1874), donde desempeña una Cátedra de historia. Profesor de esta disci plina y de literatura en el Liceo de Copiapó (1875-1878), la dirección positivista littreana le presta ya desde estos años las andaderas —que nunca rompe— de su filosofar, como se prueba con una simple ojeada a sus estudios «El hombre antes de la Historia» (1877) y «Opúsculos de fi losofía positiva» (1878), que no aportan, en efec to, nada de interés a la temática sociológica. Fructífera fue, por otro lado, su labor en la Universidad de Santiago (1888-1911). Fructífera y significativa.Siguiendo aquellas orientaciones que medio siglo antes iniciara José Victorino Lastarria, Latelier «dió a la enseñanza del derecho un giro enteramente moderno, operando la trans formación que en escala análoga había impreso a los estudios secundarios la mano vigorosa de Ba- 63 (1) Vid. Fuenzalida Grandon, A.: Don "Valentín £ateliery su labor intelec tual. Anales de la Universidad de Chile, núms. 45-16 (1942), pág. 79. rros Arana». ' El triunfo del positivismo es cosa hecha en Chile. Visiblemente inspirada en el ideario de Her- bert Spencer, en «La evolución de la Historia» va estudiando las mutaciones capitales de la mis ma y la clasificación y examen de las fuentes in formativas, al fin de precisar cuales sean las con diciones necesarias de la renovación integral de la historia. Tras destacarlos principios que deben servir de fundamento a la sociología y a las cien cias históricas en general, analiza, particularmente, el valor de la mitología, de las tradiciones, de la leyenda —(origen, desarrollo, perpetuación, alte ración o supervivencia)— y de las causas por las cuales se modifican. Tal vez lo más granado del pensamiento de Latelier —al menos son los instantes de su madu rez plena intelectual— lo hallamos en la «Génesis del Estado y de sus instituciones fundamentales» (Introducción al estudio del Derecho Público) y en la «Génesis del Derecho y de las instituciones civiles fundamentales», estudio de Sociología ju rídica premiado en el último certamen bienal de la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas. Sin estar de acuerdo con la opinión de Fuen- zalida, para quien «la novedad déla obra consiste esencialmente en haber completado la teoría so ciológica del Estado, reanudando y desarrollando 64- las inmortales enseñanzas de Aristóteles», lo cier to es que, en esta a modo de Introducción al es tudio del Derecho Público, Latelier nos deja una obra clara, sistemática, compendio claro de lo que entonces el positivismo enseñaba —rompien do una continuada tradición de escuela— sobre el oscuro tema de los orígenes. No se encuentra, es cierto, originalidad alguna en la obra. Ahora, desde luego, no resiste a los ataques de la crítica más elemental. También ocurre algo análogo con el otro libro: la «Génesis del Derecho», en que, con gran aco pio de datos etnográficos hispano-americanos, barajados con esa pretensión inocua de querer sobre los mismos fundamentar todo el edificio de la ciencia, va tratando de los orígenes de la familia —tesis evolucionista— de la propiedad y, en general, de las instituciones jurídicas funda mentales e incluso de la misma idea del derecho. Algo de lo que, en una superior escala, hubo de realizar Rodolfo Ihering, el genial romanista, que el autor conoce y valora con justicia objetiva de científico. Todavía Juan Enrique Lagarrigue, nacido en Valparaíso, en 1852, le supera en radicalismo efectivo, buen comtiano, en libros como «La reli gión de la humanidad» (1882), «Nociones de so ciología» (1926) —resumen de los últimos volú menes del «Cours de philosophie positive» de Comte — y «Las leyes de la Historia», entre 65 8 otros, que tanto influyeran en la juventud chilena. Pero ni Lastarria, ni Latelier, ni Lagarrique pueden imprimir —en el ambiente sociológico hispano americano— una huella profunda y significativa. Les falta originalidad, amplitud de miras, com prensión de los problemas que trascienden, de esos problemas irreductibles a la constatación fáctica, de la que fueron tan enamorados. En cambio, no es lícito hablar de esta manera cuan do pensamos en Agustín Venturino, la personali dad más destacada en nuestro campo, uno de los más ilustres sociólogos de toda América. Nacido en Iquique en 1893, Agustín Venturino es con Mariano H. Cornejo figura indiscutible. Si, como acaba de verse, Cornejo hace una Sociolo gía académica, desligada de la experiencia hispa noamericana, y por tanto de un valor más que nada teórico, Venturino, por el contrario, se en frenta de un modo pleno con la realidad social, con los problemas graves del futuro, con los pro blemas todavía presentes del pasado, y, personal mente, los interpreta, busca soluciones, los hace vivir, en una palabra. Gran talento de historiador, dotes admirables de sagacidad e ingenio en la interpretación del pasado, Venturino —con gran acopio de datos— nos descubre en su «Sociología primitiva chilein- diana» (Barcelona, 1927-1928' Tomo I, (Prehisto ria.) Tomo II; (Protohistoria). Comparaciones ma yas, aztecas e incásicas) la vida y la cultura de los 66 JE LA DE ESTUDIOS ANOS indios del antiguo Chile, utilizando un método ri gurosamente ecológico, explicable en función de un doble deterninismo: el geográfico y el mate rialismo histórico. Es el medio físico, pampas, montañas escarpadas, selvas tropicales que aíslan, quien puede tan solo explicar la vida y la cultura de la población indígena. Son las influencias geo gráficas, las que, en último extremo, han determi nado ese particular modo de ser del indigenismo —¿no escuchamos el eco de las doctrinas de Tai- ne y de otros caracterizados deterministas?— así por lo que atañe a la organización tribal, al arte, las industrias, el comercio, los mitos, el lenguaje, las instituciones... Con la llegada de los conquistadores hispáni cos —Venturino hace justicia, no obstante, a la causa y a los ideales de la conquista— se produ ce el inevitable choque de las dos culturas, y la guerra primero y la conquista después, acaban anulando las instituciones indianas, o al menos re duciéndolos al mínimo, gracias al papel desempe ñado por las mujeres indígenas en el restableci miento de un equilibrio cultural después de la conquista española. Propósito capital de la obra ha sido —como viera Adolfo Posada— - señalar el eslabón inicial del desenvolvimiento sociológico del Continente; propósito plausible y labor fundamental y nece- (2) Posada, A., en el Mercurio de Barcelona, (14 de marzo de 1929). 67 saria para comprender a América, en cuya pródi ga matriz se engendran —como es sabido— tan tos pueblos y civilizaciones, casi siempre troque ladas por la fuerza primordial del medio físico. Y es que tales fuerzas naturales —aunque el hom bre a la larga las domine— tienen suficiente efi cacia para acabar imprimiendo un particular ca rácter en pueblos y en culturas primitivas. Mérito grande de Venturino ha sido, por tanto, el des cartarlas y no sólo en esta, sino en su obra inme diata posterior. Con su «Sociología chilena», en efecto, (Bar celona, 1929, Antehistoria colonial, desenvolvi miento nacional y perspectivas contemporáneas) Venturino aborda el estudio de las épocas colo nial y nacional, utilizando para ello las mismas ideas rectoras. La primitiva cultura colonial esta ba dominada por la ciudad militar y así hasta que, en el siglo XIX, se abre paso un nuevo tipo de cultura: el que la ciudad comercial supone e instaura. Ella domina el campo, el medio rural, de un modo definitivamente certero. Mientras que en América del Sur son generalmente indios los habitantes rurales, en Norteamérica —dice Ven turino— suelen ser los blancos. Y ello explica, mejor que otra cosa, las diferencias sensibles que encontramos entre una y otra cultura. Unas breves referencias al ideario de esta «So ciología chilena con comparaciones argentinas y mexicanas» del sociólogo chileno nos va a aclarar 68 toda cosa lá pauta general de la obra, describid ta a través de los temas particulares que la integran. España, al operar la protohistoria guerrera y la antehisto ria colonial —cree Venturino— no pudo subs traerse a la interdependencia regresiva y a la evo lución política europea. Y luego las otras tesis principales: la ciudad colonial es la fiel caracterís tica de las exigencias físicas y de las reacciones aborígenes. La ciudad estratégico-guerrera res tringió de un modo necesario la función rural en la labranza. La reacción contra las restricciones
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