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Horizonte_ doctrinal_de_la sociologia

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I
. ...
CARLOS 
LOPEZ 
N Ú N E Z
HORIZONTE
DOCTRINAL 
DE LA SO­
CIOLOGIA 
US PAÑO
AMERICANA
esISela de estudios
HISPA NO - AMERICANOS
raBStC.S.I.C,
La COLECCION MAR 
ADENTRO se propone 
presentar —como último 
resultado de una elabora­
ción investigadora com­
pleta— una serie de mo­
nografías de síntesis sobre 
el pensamiento hispano­
americano.
La Historia de Ame'rica 
está exigiendo una im­
prescindible labor de in­
terpretación capaz de po­
ner en claro, con nervio 
y rigor, el aute'ntico exis­
tir histórico de los pue­
blos hispánicos.
Con la colaboración de 
autores españoles y ame­
ricanos, y en volúmenes 
de formato pequeño, la 
Colección intenta preci­
samente llenar esa exi­
gencia en el orden de la 
historia del pensamiento, 
acometiendo la empresa 
de sacar a luz, sobre los 
hechos filosóficos, jurídi­
cos, literarios, artísticos, 
sociales, el sentido de nues­
tro mundo histórico.
Con ello la COLEC­
CION MAR ADENTRO 
pretende cumplir una ta­
rea necesaria en la obra 
cultural hispanoameri­
cana.
i
HORIZONTE DOCTRINAL DE LA
SOCIOLOGIA HISPANOAMERICANA
ESCUELA DE ESTUDIOS
HISPAN ¡CANOS
C.S.I.C.
B ! B L 6 O T E C A
A/
LXXX
(N.° genera!)
Jesús Arellano y Francisco Elías de Tejada
3
PUBLICACIONES DE LA
ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANOAMERICANOS
DE SEVILLA
SEMINARIO DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO 
Colección «Mar Adentro»
DIRIGIDA POR
CARLOS LOPEZ NUÑEZ
í¡>
HORIZONTE
DOCTRINAL
DE LA SOCIOLOGIA
HISPANOAMERICANA
1
A-A
1044
i ESTUDIOS 
L . ¡CANOS
f'_ A
SEVILLA 
9 5 3
ESCUELA DE
HISPANO -
c.s
S3 B S
G. E. H. A. - Alfonso XI!, 12. SEVILLA
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RESERVADOS
LOS DERECHOS
JÍ mis padres
1
I
SUMARIO PLANTEAMIENTO
DEL PROBLEMA
9
MUCHO se ha polemizado sobre la existen- 
cía o no de una propia filosofía hispano­
americana. Mucho se ha hablado también sobre 
el signo original o europeo de su cultura. Parece 
lícito que ahora, pues que vivimos en un momen­
to de total revisionismo, preguntemos por el pa­
sado y el presente —también por el futuro— de 
unos estudios que, nacidos en la Europa del siglo 
pasado, se injertaron en Hispanoamérica con una 
asombrosa y estupenda vitalidad.
Me refiero a los estudios sociológicos; a unos
10
científi- 
- -a es- 
Espíriti
“ no hubieron de surgir -rompiendo fa
,lla del monismo esencialista del Espmtu 
Absoluto y entrando de este modo en la realidad 
inteisubjetiva de lo social— sino en el mundo 
posterior a Hegel, y por la doble vía del positi­
vismo comteano y del materialismo histórico.
En pocas esferas de las ciencias sociales se 
adivinan hoy coyunturas tan favorables para la 
investigación del americanista como en esta de la 
Sociología. Partiendo de una base experimental, 
requisito de innegable importancia en la investi­
gación, el Nuevo Continente aporta a nuestros 
estudios un gran potencial de datos que, de he­
cho, marcarán una pauta en la historia de la j'o- 
ven disciplina científica. 1 Piénsese, por ejemplo, 
en el candente tema del indianismo, en los pro­
blemas demográficos, en la política general inmi­
gratoria y de clases, en la acción particularizada 
de los obstáculos del medio, etc.
Quiero decir que, sin negar lo que de teórico 
haya en Sociología, pues de lo contrario quedaría 
ipso facto limitada a una mera enciclopedia de 
datos ni explicados ni explicables, lo cierto es que 
su verdad —su verdad de disciplina fundamen­
talmente práctica— arranca del copioso arsena 
de la experiencia vivida. Y aquí es donde, Par^ 
cularmente, tendrá que hacerse oir la voz
(1) Vid Canieiro Lcao: El smlIJo dr la Swloloi/la ra las Jmfrlras. Revista 
Mexicana de Sociología. Vol. V (19-13), págs. 29 y 35.
11
(2) Richard F. Bchrcnd: Problemas de investigación en el terreno de la Socio- 
logia y la Ciencia política de la América latina. Rcv. Mexicana de Sociología. 
Vol. IX (1947), pág. 220.
(3) Medina Echevarría,}.: Sociología Contemporánea, México, 1940, pági­
nas 11 y 12.
América por las particulares circunstancias de que 
hablo.
Hubo un tiempo, en efecto, en que la Socio­
logía y la Ciencia política carecieron en Hispano­
américa «del desarrollo adecuado como discipli­
nas dedicadas al estudio de los problemas del 
medio. La Sociología quedó, durante demasiado 
tiempo, en el estado de un pálido complejo de 
teorías de segunda mano, y en ensayos sobre la 
evolución social, la psicología de las masas y la 
criminología. La Ciencia política, si es que hubo 
algo que pudiera llamarse así, estaba aprisionada 
entre una preocupación bastante estéril relativa 
a la historia de las ideas políticas, y el estudio y 
manufactura de las leyes constitucionales, de 
acuerdo con prescripciones tomadas sin sentido 
crítico de otros países y civilizaciones». 2
Un tiempo hubo en que el diagnóstico de 
Behrend, efectivamente, fue acertado. Sólo que 
en nuestros días asistirnos a una fase en cierto 
punto nueva, provocada por la actual coyuntura 
de nuestro mundo; a una fase crítica —recorde­
mos que para Medina Echevarría 3 en su más 
íntimo y radical sentido la Sociología no es sino 
la expresión de una época en crisis—, fase de 
franco matiz revisionista, como acabo de indi-
12
car, y de tanteo de nuevas y diferenciadas posi­
ciones.
Por lo pronto, es significativo que los traba­
jos de investigación, trabajos de estudio sobre 
realidades concretas, acaben predominando sobre 
los teóricos, sobre los trabajos especulativos de 
Sociología. Ello es sintomático: el empirismo, más 
o menos mitigado, se abre paso por doquier en 
los países de Hispanoamérica. Multitud de traba­
jos etnográficos, económicos, históricos, etnoló­
gicos, confirman el aserto. «En muchos casos, 
como dice Mendieta y Núñez, 4 tal vez en la 
mayoría de ellos, sus autores no se propusieron 
hacer obra sociológica; pero o bien la hicieron 
sin quererlo deliberadamente al ocuparse de as­
pectos puramente sociales de su materia, o los 
datos aportados, los puntos de vista expuestos, 
constituyen precioso material para posteriores 
trabajos de sociología».
¿Pero es que en realidad —y la pregunta sur­
ge inevitable— puede pensarse en alguna escuela 
propia de Sociología americana? ¿Existen en His­
panoamérica direcciones originales que permitan 
hablar de madurez, de sistema, de pensamiento 
riguroso, cuando de Sociología se trate?
No puedo entrar al fondo de la cuestión. No 
es éste tampoco el momento de atacarla. Muchas
(•I) Mendieta y Núñez, L.: Parama ¡tara la Inlqraclin dt las Inotsl^a- 
cionts sociales en las Entéricas. Rcv. Mexicana de Sociología, Vol. IV (1942),
13
(5) Tal es, y me agrada coincidir con él, la opinión de Guillermo 
Valencia: «¿Existe una Sociología americana?». En la Rev. de la Univ. de 
Antioquía. Colombia, marzo, 1949, pág. 105 y ss.
veces esa falta de «criterio de las proporciones», 
que diría Poblete Troncoso, induce al europeo a 
crasos errores cuando tratamos de valorar a las 
jóvenes Repúblicas de América. Es natural que 
hayan vivido, que vivan todavía, a la sombra de 
la cultura de Europa. Mas no por ello reniegan 
de su pasado étnico, de sus tradiciones cultura­
les autóctonas, hoy tan revalorizadas por la mo­
derna investigación.
Yo creo, frente al escepticismo o a la ligereza 
de algunos, que es aquí, en este campo todavía 
imprecisamente limitado de la Sociología, donde 
el pensamiento americano —-como ya he dicho— 
va a encontrar su gran tarea y su pleno quehacer 
intelectual.
Lo cual no quiere suponer, ni yo me atrevería 
a tanto, que porque hablo de «Sociología Hispa­
noamericana», pretenda utilizar ambos términos 
en un justo sentido de atribución original, como 
si, por ejemplo, de Sociología francesa o alemana 
se tratase.
De sobra sé que no es posible todavía, 5 y 
no porque piense o crea en la incapacidad del 
hombre americano para este tipo particular de 
estudios, sino porque frente a la Sociología de 
Europa (nutrida y respaldada por tantos siglos 
de una eficaz cultura) América no ha podido
14
presentar sino ensayos y tanteos provisionales, 
más o menos valiosos, aunque pocasveces de 
originalidad y plena independencia científica.
Aportaciones brillantes no faltan. Un Antonio 
Caso en Méjico, un Mariano H. Cornejo en Perú, 
un Alfredo Poviña en Argentina, un Agustín Ven- 
turino en Chile, un Gilberto Freyre en el Brasil, 
son nombres que pesan en nuestro mundo inte­
lectual. No hay que olvidarlo.
En realidad se hace imprescindible actualmen­
te la distinción de un doble grupo:
1. °) El naturalista, íntimamente enraizado con 
las direcciones de la sociología norteamericana. 
Gilberto Freyre, por ejemplo.
2. °) El idealista, cuya ascendencia doctrinal es 
propiamente europea: Caso.
Todavía pudiera hablarse, como una matiza- 
ción particular muy hispanoamericana, de un ter­
cer grupo, de carácter ecléctico: en él figuraría 
Cornejo como autor representativo.
Dos palabras tan sólo para justificar el traba­
jo. Con todos sus defectos, que son muchos, con 
todas sus imperfecciones y torpezas, he creído 
necesaiia su publicación, siquiera a causa de ser 
uno de los primeros, o el primero, que en España 
se hace con carácter general e informativo sobre 
el tema.
. * * *
15
Dificultades de toda índole se amontonaron: 
muchas, lo sé, no fueron superadas; no pudieron 
superarse a cuenta, sobre todo, de la bibliografía. 
He notado, mejor que nada he sentido, la caren­
cia de obras fundamentales: así, por ejemplo, no 
pude consultar la «Historia de la Sociología en la 
América latina» de Alfredo Poviña, el gran soció­
logo argentino.
Omisiones muy sensibles debe haber, por otro 
lado. He hecho todo lo posible para que a mí no 
pudieran imputarse. Yo espero de los amigos de 
América (más que amigos, hermanos por vocación 
universitaria y por destino, por unos mismos afa­
nes de cultura sobre incluso los vínculos de raza) 
yo espero de ellos que sabrán, por tales causas, 
disculparme. En todo caso honor grande para mí 
sería el intercambio directo de ideas y de opinio­
nes.
Si lo de ahora tiene algún mérito —«quod 
sentio quam sit exiguum», pudiera decir con Ci­
cerón— será exclusivamente por haber contribui­
do a rellenar en una- parte mínima, es cierto, esa 
gran laguna de la ignorancia que desgraciadamen­
te mantenemos españoles y americanos sobre 
puntos comunes de cultura.
II
LA SOCIOLOGIA DEL PLATA
17
(1) Vid. Pcñalver, P.t Pendencias actuales de la filosofía hispanoamericana 
Estudios Americanos, núm. 6 (1950), pág. 285.
A COMIENZOS del siglo XIX, e incluso bas- 
tante avanzado el siglo, la tónica general del 
pensamiento hispanoamericano es netamente an­
timetafísica. ’
Comte, Spencer, Taine, ejercen una influencia 
poderosa —un auténtico monopolio— en Amé­
rica, justificada en cierto modo por razones par­
ticulares históricas, que no vamos a detallar, aun­
que es lo cierto que, en términos generales, la 
cordial recepción que dispensaron al positivismo
4
' particularmtntc no Brasil. Rcv. de His-
18
muchos latinoamericanos cultos, deriva de la im­
provisación de su propia cultura, de la respuesta 
relativamente directa que consideraron necesario 
hacer a su medio físico 2 y del estado general 
deficietario de las disciplinas filosóficas, cuando 
el esplritualismo —sin defensores vigorosos— ya­
cía en un ambiente de lamentable y general pos­
tración, del que tanto tiempo tardaría en levan­
tarse. 3
Nadie, como el sociólogo brasileño Fernando 
de Azevedo ha sabido destacar ese contacto ás­
pero con la tierra y el hombre, la experiencia con­
creta y la simpatía por el paisaje y por lo «vivo», 
junto a la reacción humana bajo el choque de ra­
zas y culturas. Nadie como él ha desentrañado, 
ahondando en los meandros ocultos de una rea­
lidad en cierto punto nueva, los poderosos moti­
vos que llevaran a una visión alucinada de la di­
námica social a estos ingenuos peregrinos de la 
idea positiva, todavía contagiados del franco en­
tusiasmo de Comte ante la nueva religión de los 
hechos.
«El paisaje geográfico —escribe Azevedo— 
con su variedad extrema y sus violentos con- 
pígs^SlZ^S Bar°cs'Bcckcr: Mm,i‘ J'1 íoclul, II, Méjico, 1945,
, ® Wct"S dr da 9.a ed. Río,
' P-8S; ’ cfr “demas Royer Bastido: Sodolojla en América
™ XX ¡iK"‘ dc C- CurW!ch y Wilbert E. Moore,
vol, II (París, 1947), pags. 621-623.
(4) J Sociología na America latina e ^mííChIui - -
toria. Sao Paulo, núm. 3. (1950). págs. 340-341. 
19
(5) Vid. Domínguez, Manuel: Jlberdi, precursor de las ideas modernas. 
Rcv. Americana de Buenos Aires, 1934, LI1, pág. 125 y ss.
trastes; los contactos, conflictos y mezclas de ra­
zas, las diferencias culturales, acentuadas por las 
distancias y aislamientos; la esclavitud y las lu­
chas resultantes de la explotación del trabajo hu­
mano, y, después, la abolición del régimen servil 
y la transformación lenta de la economía colonial 
en una economía capitalista, levantaban, de esos 
medios inquietos y torturados, problemas des­
concertantes, despertándoles la observación y la 
conciencia de procurar, en las teorías antropogeo- 
gráficas, raciales y sociológicas, un instrumento 
para comprenderlos y un medio para restablecer 
el orden en la confusión».
Dentro de aquella orientación genérica que 
Poviña denominaba realismo social, y en íntima 
concomitancia con el espíritu positivista, cuya 
gestación acabamos de ver, debe destacarse, en 
primer término, la figura del argentino Juan Bau­
tista Alberdi (1810-1884), el primer pensador que 
trata sociológicamente, y de un modo reflexivo, 
la vida social de su país. 5
Su obra es varia y de desigual valor: «Bases y 
puntos de partida para la organización política de 
la República argentina» (Valparaíso, 1852); «En­
sayos sobre la sociedad» (Buenos Aires, 1898); 
«El crimen de la guerra» (Buenos Aires, 1915). 
Toda ella descubre como tónica general un fran­
co propósito nacionalista, una pretensión justifi-
cit. pág. 212.
20
cada hacia un politicismo consecuente a las posi­
bilidades existenciales de la nación. Carece, es 
cierto de un propósito científico metódicamente 
desenvuelto, pero ello es lógico si se considera 
la coyuntura temporal en que se produce, y las 
circunstancias ambientales que acaban motiván­
dolas.
Alberdi, espíritu liberal, ha creído que la his­
toria de las Repúblicas hispanoamericanas no es 
sino la historia de sus caudillos. Pocos hombres 
como él —habrá que remontarse a Ayarragaray, 
a Alvarez o a Bunge 6 —pusieron de manifies­
to la tragedia de este militarismo demagógico. 
Pocos como él vibraron de entusiasmo a los cán­
ticos esperanzados de libertad. «Con tres millo­
nes de indios, aunque sean cristianos— dice Al­
berdi— 7 no realizaríais jamás una república. 
Tampoco la realizaríais con cuatro millones de 
españoles peninsulares. Necesitamos más anglo-
(6) Ayarragaray, en su importante trabajo £a anarquía argentina y el 
caudillismo (1904), destaca con factores calificados que explican la génesis 
de las dictaduras las siguientes razones: la influencia racial, la ausencia 
de educación política en el pueblo y la desaparición lógica del control 
colonial con la independencia. Los factores económicos, por otro lado, 
tampoco permanecen al margen del problema. Agustín Alvarez, en su 
obra Mmdi nlm (1904), explica el fenómeno en función de la herencia 
-que él injustamente califica de teocrática y medieval- aportada por 
e catolicismo español a América. Carlos Octavio Bunge. de quien más 
nmo)ab,‘1rCm0S'ÍnCenta comPrcnilcr el caudillismo en Muestra -America 
(1918) según la psicología racial del pueblo. La pasividad del argentino 
explica el abandono de la política del país a los caudillos, efectivos su- 
cesores de los caciques de la colonia.
(7) Alberdi: Bases y puntos de partida
21
sajones, si no queremos vivir toda la vida bajo 
los caudillos».
Serán injustas —podemos pensar— sus apre­
ciaciones en este sentido? Yo, por lo menos, creo 
que sí, aunque bien conozco lá existencia de he­
chos que pudieran confirmar su tesis. Nuestros 
pueblos, que han vivido tradicionalmente una vi­
da intensa de políticas libertades, que dieron 
ejemplos elevados de ciudadanía,no han dobla­
do la cerviz a la coyunda del despotismo nunca. 
Hace muchos siglos aprendimos —no se ha olvi­
dado jamás— que la ley de la libertad escrita está 
en nuestros corazones y que ella alumbró nues­
tros triunfos y nuestros sacrificios en la historia. 
Porque también puede ser un triunfo de la liber­
tad su sacrificio inevitable, si en pie sigue el espí­
ritu tenso, electivo, que la anima.
Comte y Spencer, sobre todo este último, 
fueron conocidos por Alberdi. Ellos influyen de 
un modo manifiesto en nuestro autor que, por 
otro lado, no puede desconocer la adormecida 
tradición espiritualista —él, tan sensible a to­
das las voces de la cultura— que forma, sin dis­
cusión alguna, el substratum ideológico del alma 
nacional argentina. Por eso las oscilaciones pen­
dulares de su mente (no plenamente henchida de 
ideales positivos), que le llevan, como un funám­
bulo, por el doble hilo positivista-espiritualista 
con que intenta salvar el hondo abismo del mun­
do y de la vida.
22
Buenos * 'M li,a¡ ¡M¡ C°>- Austral.
gS.*íKS;X‘“ta:
«Nuestro siglo -escribe Alberdi- acepta la 
materialidad del hombre, pero también profesa 
su espiritualidad, dualismo misterioso que ofrece 
sin cesar nuestra naturaleza». 8 Tres son las ideas 
capitales de este desconcertante y desconcerta­
do pensador argentino: «la afirmación de la vida 
social; la solidaridad de las fases de la sociedad 
y la aseveración de la existencia de la ciencia so­
cial», práctica en cierto modo, ya que se pro­
pone conciliar el antagonismo entre el individuo 
y el grupo. De todas las ciencias morales y polí­
ticas ninguna puede exceder, ni en importancia, 
ni en necesidad lógica, ni en carácter positivo, a 
la Sociología, cuyo objeto no es sino la explica­
ción metódica —y por ello científica— de cómo 
se ha formado la sociedad.
«Ciencia que busca la ley general del desarro­
llo orgánico de los seres humanos», —dice de un 
modo claro a lo Spencer— la Sociología tiene en 
el impreciso sistema de Alberdi una misión con­
creta hasta cierto punto: la de ser una a modo de 
«agricultura del mundo moral». Su base, la base 
de la Sociología, está en lo biológico, y ello de 
un modo para él totalmente preciso.
La sociedad, alma al fin y al cabo de la natu- 
leza, vive sometida al imperio de unas leyes natu-
23
(9) Ingenieros, José: Sociología argentina. Buenos Aires,. 1918, pág. 393.
(10) Levene, Ricardo: Sarmiento, sociólogo de la realidad americana y argen­
tina. Rev. Mexicana de Sociología. Vol. I. núms. 4 y 5 (1939), pág 123 ss.
rales que rigen su nacimiento, su existencia y su 
desaparición por último, como si se tratara de 
cualquier organismo vivo. La conclusión, partien­
do de estos supuestos organicistas, no debe ex­
trañar por ello: es sobre la base de esta ciencia 
de la vida general donde debe construirse la cien­
cia de la sociedad, la ciencia de la vida particula­
rizada de lo social —por decirlo de otro modo—. 
Las raíces, por ello, de toda vida comunitaria se 
clavan como cuñas en el magma primitivo de lo 
biológico.
Bien puede decirse que Alberdi, por tales 
ideas, abre una enorme brecha en el frente ideo­
lógico de Argentina. Tras él otros pensadores en­
sancharán conscientemente el camino. Como una 
gran figura, la egregia personalidad de Domingo 
Faustino Sarmiento (1811-1888), maestro de es­
cuela, periodista, diplomático, político y agudo 
sociólogo también en más de un aspecto.
No creo pueda discutirse su valor como so­
ciólogo, según lo hacía Ingenieros, 9 y ello aun­
que no presente un todo doctrinal perfectamente 
cerrado. Sociólogo es, desde mi punto particular 
de vista, y sociólogo de categoría: el teorizante 
—como viera Levene 10— de la realidad ameri­
cana y argentina que, aun acusando el doble in­
flujo del positivismo y de las tesis naturalistas,
24
cita dPsarnitentc>art' donde tomamos la anterior
dota7A\d9u7m8j-“ta”Sa™
¿ ’’ i”' 392 “ F;,Orc">i"'’ Villafane: £,. ol,™ sodM^cc 
, Z ' , £ .,915' y Mi>™° P^os, S«, M Ma. ,a aír/to
tatas, ti gtnto. Buenos Aires, 1938.
no hace nunca traición a unos ideales de espíritu 
tan netamente grabados en su obra como impre­
sos quedaron en su propia vida.
Socialista, pero de un socialismo harto alejado 
de las proposiciones del materialismo social, por­
que, según escribiera, es «la necesidad de hacer 
concurrir la ciencia, el arte y la política al único 
fin de mejorar la suerte de los pueblos, de favo­
recer las tendencias liberales, de combatir las 
preocupaciones retrógadas, de rehabilitar al pue­
blo», el socialismo de Sarmiento no es sino una 
especie de ese antiindividualismo —todavía ideo­
lógicamente impreciso— que nace cuando tesis 
desorbitadas egoístas tratan de romper el necesa­
rio y armónico equilibrio humano-social. 11
Varias son las obras de Sarmiento que tienen 
para el sociólogo valor de documento vivo. He­
mos de empezar por una, la más brillante tal vez 
de todas, libro en que se refleja de un modo fiel, 
exacto, la realidad social y política de la Argenti­
na de su tiempo. Si «Facundo: civilización y bar­
barie» (Santiago de Chile, 1845) perdurará estilís­
ticamente tanto cuanto dure la bella prosa caste­
llana, su valor, empero, como vivo documento
25
3
(12) £a evolución de los estudios sociológicos en Argentina, R 1. S. 20 (1947) 
pág. 350 ss.
un ápice a sus altos valores lite-social no cede 
ranos.
Ese «Plutarco de los bandidos», como Alberdi 
injustamente le motejó, ha sabido dejarnos —es­
cribiendo la vida de aquel terrible caudillo de la 
Rioja— una interpretación profunda de la histo­
ria argentina, comprendida como el resultado del 
conflicto entre dos etapas distintas de su evolu­
ción: la «civilización», representada por las ciu­
dades, y la «barbarie», propias del medio rural.
«Toda la evolución argentina, con su cotejo 
de males —escribe Alfredo Poviña —■, 12 tiene 
su fiel reflejo en la vida del caudillo Facundo 
Quiroga, que no es un accidente casual sino un 
producto determinado por su medio ambiente 
geográfico. Facundo —continúa— es el grande 
hombre, el genio a su pesar y, sin saberlo, el Cé­
sar, el Tamerlán, el Mahoma. Ha nacido así y no 
es culpa suya. Es una manifestación de la vida 
argentina, tal como la ha hecho la colonización y 
las peculiaridades del terreno. Es la expresión tí­
pica de la resultante del ambiente de la época. El 
medio geográfico ha producido el debilitamiento 
étnico de los pueblos sudamericanos... ha produ­
cido su inferioridad moral y una incapacidad 
para la democracia que es preciso combatir. El 
remedio está en la educación popular y en la in­
migración, que permitirán la europeización de los
26
pueblos. Es el germen de la futura regeneración 
de la América latina».
Por otro lado, realzando el valor sociológico 
de la obra e iluminándola proféticamente —como 
luego se vió más tarde—, el estudio que hace de 
la situación política del país, finalizando el libro, 
es francamente acertado. En él demuestra la ine­
vitable caída de Rosas, y de todo un sistema de­
moledor de caudillaje, que habrá de ser sustituido 
enseguida por otras formas políticas más sabias 
que abran la puerta a una eficaz y activa labor 
en la reconstrucción orgánica nacional.
Anticipos hay de problemas en esta interpre­
tación de la historia argentina, piensa Levene, 13 
que sólo un Durkhein en Francia o un Simmel en 
Alemania habrían de abordar más tarde. De aquí 
el mérito indudable que, dada su ilustre antigüe­
dad, presenta el «Facundo» de Sarmiento, la más 
importante sin discusión de todas las obras socio­
lógicas americanas del pasado siglo. No pierde, 
todavía, actualidad sensible. Es el destino magní­
fico de toda obra clásica.
La huella spenceriana, que apuntábamos en 
Alberdi, es patente también en aquella su defini­
ción de Sociología como ciencia que «trata de las 
propensiones, los elementos y las necesidades hu­
manas que traen por resultado la sociedad como 
tribu, como nación, y, por tanto, la forma de 
gobierno que las satisface».
(13) Historia de las Ideas sociales, cít., pág.116 ss.
27
Junto al organicismo de Spencer, incitaciones 
positivas de las tesis racistas a lo Gobineau. El 
«leit-motiv» de la otra obra fundamental suya 
—«Conflictos y armonías de las razas en Améri­
ca» (2 vols. Buenos Aires, 1883)— es, sencilla­
mente, la cuestión racial. En los prolegómenos 
del libro preguntaba:
«¿Somos europeos? Tantas caras cobrizas nos 
desmienten.
¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén de nues­
tras blondas damas nos dan acaso la única res­
puesta.
¿Mixtos? Nadie quiere serlo...
¿Somos nación? ¿Nación sin amalgama de ma­
teriales acumulados, sin ajuste ni cimientos?
¿Argentino? Hasta dónde y desde cuando bue­
no es darse cuenta de ello».
Es que Sarmiento, conforme había ya antici­
pado en el Facundo, creía bien seriamente que el 
mestizaje poderoso de la América española, al re­
vés de lo que ocurría en la América del Norte (en 
que se conserva la pureza de la raza blanca) ex­
plicaba por sí sólo —y sin necesidad de mayores 
comentarios—la decadencia sensible de Hispano­
américa.
También la misma idea hemos de hallarla en 
otros autores del Nuevo Continente, obsesiona­
dos por este inquietante problema racial que ellos 
sienten en su propia carne como propio. Pero la 
verdad es que los nuevos estudios sobre cuestión
28
(14) Siquiera enmarcados en el breve espacio de una nota, debemos 
decir dos palabras sobre otros libros de Sarmiento, de valor sociológico 
indudable Así de sus Recuerdos de Provincia y de la Condición de los extranjeros 
en América. El primero es un hábil estudio sobre la sociología de la fami­
lia argentina antigua, coetáneo a las monografías que por entonces se re­
dactaban en Francia según el método de observación monográfica de la 
Escuela de la Ciencia Social. Apuntamos esta curiosa isocronía, que en cierto 
modo es también coincidencia temática e incluso metódica. En Condición 
de los extranjeros en América se plantea Sarmiento, por otro lado, el problema 
de la nacionalización de los extranjeros, oponiéndose a la naturaliza­
ción de hecho y a la inmediata concesión de derechos políticos, que 
podían ser tan perturbadores para la propia vida del país.
t"’1?) 1934 RaÚI A °rgaZ: £cbeví,rrfa y el Saínt-slmonismo. Córdoba, (Ar-
tan batallona arrancan de unos distintos presu­
puestos. Hoy sabemos que el mestizaje no es cau­
sa de decadencia. Si no hubiera habido razones 
científicas de peso conque sostenerlo, aquí en este 
gran crisol de pueblos de las Américas se hubiera 
comprobado —sin necesidad de averiguaciones 
prolijas— del modo más fácil y notorio. 14
Esteban Echevarría (1805- 1851), autor del 
«Dogma socialista» —socialismo significaba el de­
seo de bienestar social, no un programa posterior 
de reforma económica—, tiene innegable impor­
tancia en la historia de las ideas argentinas por ser 
el vocero continental de las tesis saint-simonianas 
en América.15
Mucho más repercute la obra positiva de los 
hermanos Francisco y José María Ramos Mejía. 
El primero (1847-1893), autor de «El federalismo 
argentino» (Buenos Aires, 1899) y de la «Historia 
de la evolución argentina» (Buenos Aires, 1921),
29
sostiene como tesis fundamental —afirmada a 
través de las doctrinas de Comte y Spencer — que 
el federalismo no es un mero producto de la ca­
sualidad política, sino la obra causal de un am­
biente colectivo resultante de la combinación de 
dos fuerzas, diversamente caracterizadas: el par­
ticularismo peninsular hispánico y el proceso co­
lonial argentino.
José María Ramos Mejía (1849-1914), médico 
especialista en cuestiones psiquiátricas, acusa so­
bremanera las enseñanzas de Gustavo Le Bon y de 
Hipólito Taine sobre psicología colectiva.
Iniciador del cientifismo en Argentina, publica 
un estudio notable sobre «las mutitudes argenti­
nas» (1899), de curiosos atisbos y anticipaciones, 
aunque partiendo de unos presupuestos teóricos 
en realidad poco seguros. La multitud está for­
mada por la reunión de individuos que —análo­
gos al «hombre carbono»— tienen la propiedad 
particular de atraerse y de asociarse como ese 
cuerpo simple.
En la historia argentina cumple un papel cua­
lificado: la misma revolución de la independencia 
«nadie la encarna o representa personalmente» a 
no ser la multitud, esa multitud que tan predomi­
nante papel juega en todas las tiranías, como el 
caso particular de Rosas lo señala.16 Su poder co­
mo caudillo lo consigue, sin discusión alguna, por-
(16) Ramos Mejía, J. M.: Rosas y su tiempo, Madrid, 1907.
30
(17) Poviña: £a evolución de ¡os estudios sociológicos... cit. pág. 355.
(18) Comentario al libro Sociología argentiua, por «La Prensa», de Bue­
nos Aires de 16 marzo de 1947.
que «daba a la multitud y recibía de ella». Como 
fué dicho por voz autorizada, él constituye el 
hombre por excelencia de las multitudes de la 
época, la expresión de las dos existentes: de 
la multitud decrépita de la ciudad fatigada y de 
la barbarie rural o multitud de los campos.17
Una interpretación monista del positivismo so­
ciológico americano es la que realiza José Inge­
nieros (1877-1925), médico y profesor de la Fa- 
cultal de Filosofía y Letras de la Universidad de 
Buenos Aires, autor de una «Sociología argenti­
na» (Buenos Aires, 1910) en la que intenta fundir 
el materialismo histórico de corte marxista con la 
sociología biológica. En el sistema de Ingenieros, 
en efecto, tanto la economía como la psicología 
social aparecen condicionadas por auténticas le­
yes biológicas: la de la lucha por la existencia y la 
de la adaptación al medio. Tras un análisis dete­
nido de la evolución social argentina —formación 
colonial, nacional, feudal, agropecuaria, capitalis­
ta— también Ingenieros considera el tremendo 
problema de las multitudes en la realidad política 
de su nación, así como los orígenes, el ambiente, 
los caracteres y la evolución del caudillismo.
Es cierto que Ingenieros descubre «notables 
perspectivas para la comprensión de nuestra his­
torial social»,18 pero no es menos evidente, por
*
31
(’9) Orgaz, Raúl A.: Jnjmltru, ¡Kla^ Buenos Aires, 1927, páe. 112.
* *
otro lado, que induce a graves errores de concep- 
tuación, a causa sobre todo, de los presupuestos 
unilaterales de carácter ideológico de que arranca.
Porque el sistema de Ingenieros no es otra co­
sa, en efecto, que un «monismo económico de 
raíz biológica»,19 en cuanto concibe ala sociedad 
como parte específica de la naturaleza y a los 
procesos económicos como manifestaciones evo­
lucionadas de simples fenómenos orgánicos. La 
Sociología no es, por tanto, otra cosa que una 
efectiva ciencia natural. La ciencia natural que es­
tudia la evolución concreta de los grupos huma­
nos, precisamente.
Todos estos sociólogos de la época primera 
acusan, de un modo más o menos sensible, la ca­
rencia de una rigurosa y ordenada orientación me- 
tódico-filosófica. Son autodidactos por regla ge­
neral y por ello sus obras reflejan el diletantismo 
que las engendraran. No es mi propósito regatear 
méritos indudables. Mas es lo cierto que una más 
reciente generación de sociólogos —hecha a los 
rigores de la investigación moderna— convierte 
lo que eran anticipos en obras ya logradas de ma­
durez.
El punto de partida de esta nueva fase socio- 
ogica arranca de la creación de las primeras cá-
32
tedras universitarias. Bien pronto hubieron de pe­
sar en el ambiente científico del país.
La Facultad de Filosofía y Letras de la Uni­
versidad de Buenos Aires funda la primera cáte­
dra de Sociología el año 1898. Antonio Dellapiane 
(1864-1939) se encarga de la misma. Este desta­
cado Profesor de Historia, nacido en Francia, es­
cribe unos «Elementos de sociología» (1902) «Es­
tudios de filosofía jurídica y social» (Buenos Aires, 
1907), «Le progrés et sa formule» (1912) y «Les 
Sciences et la méthode reconstructive» (1915), 
obras todas en que emprende un denodado ata­
que contra el positivismo otrora tan predominan­
te, —(la sociedad, sostiene, no es un reino de la 
naturaleza)— y establece los primeros cimientos 
de una auténtica Sociologíaidealista, volviéndose 
hacia la psicología para estudiar las leyes asocia­
tivas entre los individuos.
Después de una vacancia de cinco años, la cá­
tedra de Buenos Aires se confiere a Ernesto Que- 
sada (1858-1934), conocedor profundo de los sis­
temas de Comte y Spencer, despierto como 
pocos a las voces más modernas de la Sociología 
y cuya obra científica es de un positivo e innega­
ble valor. A él se debe «La Sociología» (1904); 
«Las doctrinas presociológicas» (1905); «Herbert 
Spencer y sus doctrinas sociológicas» (1907); «Au­
gusto Comte y sus doctrinas sociológicas» (1910), 
y esa aguda interpretación sobre «La sociología 
relativista spengleriana» (1921), que despertó la
33
país.
: le sucede en la
^an curiosidad de Sudamérica por la desesperada 
filosofía de la Decadencia de Occidente A través 
de un magisterio profundo (1904-1924), Ernesto 
Quesada ha abierto unos caminos nuevos en la 
investigación sociológica de su j
Ricardo Levene (1885), que 
cátedra (1924), gran temple de historiador y de 
maestro, aparece influenciado fundamentalmente 
por el pensamiento de Durkheim. Sus «Leyes so­
ciológicas» (1906) y sus «Notas sobre la escuela 
sociológica de Durkheim» (1929) lo confirman de 
un modo preciso, sin que ello quiera decir una 
adhesión unánime a los postulados genéricos de 
la escuela.
Otra destacada figura de sociólogo, que no 
debe olvidarse, es las de Carlos Octavio Bunge, 
autor de unos «Principios de psicología individual 
y social» (1903), de «El derecho» (1915) y «Nues­
tra América» (1918), que explican su pensamiento 
en función sincrética de principios naturalistas (se­
lección natural, lucha por la existencia) y de leyes 
espirituales, como aquella de la aspiración hacia 
algo. En notoria afinidad con Giddings, ve en la 
sociedad un organismo psíquico cuya razón se 
debe a la conciencia de identidad de especie.
Desde 1907 hay una nueva cátedra de Socio­
logía en la República Argentina, creada en la Fa­
cultad de Derecho de la Universidad de Córdoba, 
donde enseñaron Isidoro Ruiz Moreno, Enrique 
Martínez Paz (años 1908 a 1918) -autor de unos
XX
34
>■ , (2.°) R°6Cr Bastide: Soclologíe en Xmírigut hitlne. En £a Soclologíe au 
¡ledt de G. Gurvitch y Wilber E. Moore; Vol. II, París 1917, pág. 626.
«Elementos de sociología» (1911) y de los «Apun­
tes de sociología» (1914)— para quien lo social se 
explica por meros fenómenos de interrelaciones, 
y luego más tarde Raúl A. Orgaz (1909-1943) y 
Alfredo Poviña, los dos más destacados represen­
tantes de ese sincretismo metodológico que apun­
tara Roger Bastide. M
La obra de Raúl A. Orgaz es abundante y va­
ria. Especializado en cuestiones teóricas, hace 
también historia de las doctrinas sociales y algún 
que otro estudio político de positivo valor, como 
su «Ensayo sobre las revoluciones» (Córdoba, 
1945). A él se deben, entre otros, unos «Estudios 
de sociología» (Córdoba, 1915); «La sinergia so­
cial argentina» (1924); «Historia de las ideas so­
ciales en la República Argentina» (1927); «La so­
ciología actual» (1927); «La ciencia social contem­
poránea» (1932) y la notable —en más de un sen­
tido— «Introducción a la Sociología» (2.a edición 
1937), en que, bajo un decidido propósito sincré­
tico, define a esta disciplina como «la ciencia que 
estudia los procesos de interacción y sus resulta­
dos».
Desde el punto de vista ideológico, por otro 
lado, no hace sino proyectar en la Argentina las 
tesis francesas de René Worms y de Gastón Ri­
chard, con implicaciones también muy acusadas
35
de las más recientes directrices sociológicas de 
Norteamérica.
Alfredo Poviña es ahora, sin discusión, la má­
xima figura de nuestros estudios en la Región del 
Plata. Pretendiendo la conciliación entre la socio­
logía inductiva de Durkheim y el historicismo de 
Max Weber, entre las obras más valiosas de este 
autor merecen destacarse la «Sociología de la re­
volución» (Buenos Aires, 1933); «La Sociología 
como ciencia de la realidad» (Córdoba, 1939) e 
«Historia y lógica de la sociología» (1941.) Autor 
de una notable «Historia de la sociología latino­
americana» (México, 1941). Alfredo Poviña ha en­
riquecido el acerbo cultural de su país con la pu­
blicación de sus «Cursos de Sociología» (Córdo­
ba, ,1945), obra esta de gran valor pedagógico por 
sus dotes excelentes de claridad y sistemática.
Lo social no es para Poviña un ente físico, 
dado en una realidad constitutiva inalterable. Es, 
por el contrario, algo fundamentalmente dinámi­
co: «un conjunto de procesos entre los espíritus 
de los individuos». La vida social no es otra cosa 
que el conjunto de hechos resultantes de la serie 
de procesos, de acciones y de reacciones interes­
pirituales que los individuos ejercen los unos so­
bre los otros, por donde la Sociología aparece 
como una «ciencia que estudia desde un punto 
de vista general el proceso de la interacción hu­
mana y sus productos, tales como se dan en la 
realidad».
36
En otro de sus más recientes libros —«Cues­
tiones de Ontología sociológica» (Córdoba, 1949) 
—vuelve de nuevo, con gran alcance metafísico, a 
abordar el problema del ser social y de la Socio­
logía como ciencia. Arranca para ello, como ha 
visto uno de sus comentaristas,21 de la realidad 
vital individual, que no justifica ni la abstracción 
del individuo teórico —átomo cualitativamente 
uniforme— ni ¡a hipótesis de una Sociedad como 
ente substancial y autónomo.
Ni una Ciencia de la naturaleza ni una Ciencia 
pura del espíritu, por tanto. Es que para Poviña, 
formado en el puro rigor de las corrientes alema­
nas, encauzado según los módulos teóricos de 
Hans Freyer, la sociedad no implica estrictamente 
una simple estructura de sentido, sino una for­
mación social-real, una forma de vida humano- 
social que tiene un sentido determinado. «Por 
eso la Sociedad —agrega— no resulta una Cien­
cia pura del espíritu o de sentido... sino una Cien­
cia de la realidad que, por ser humana o cultural, 
tiene un sentido que es preciso comprender... La 
Sociología capta una realidad social cuyo sentido
(21) Cambra, R.: rec. en R. I. S. núm. 23 (1949) págs. 266-267, que me 
sirve en la cita de la obra, no llegada a mis manos. Por lo que atañe a Ja 
orientación pedagógica de Poviña, cfr. su ponencia al XIV Congreso In­
ternacional. La enseñanza de la Sociología en l<i$ etapas de la educación, (Roma 
1950). En ella defiende la conveniencia de hacer de la Sociología una 
doctrina de cultura general en todos los grados de la enseñanza, pri­
maria, media y superior, esta última orientada bajo un curso general de 
Introducción a la sociología y otro especial de Teoría de la Sociología.
27
está en su conexión con la acción real (natural) y 
que es algo más que un modo del espíritu obje­
tivo, pues son formas de vida, la vida es forma, 
lo colectivo».
Creada en 1908 una cátedra de Sociología en 
la Facultad de Derecho de Buenos Aires, se en­
carga de la misma a Juan Agustín García (1862- 
1922), autor de una sumaria «Introducción al es­
tudio de las ciencias sociales argentinas» (Buenos 
Aires, 1899), y de los «Apuntes de Sociología» 
(Buenos Aires, 1912), sin mayores pretensiones 
que las meramente didácticas. Mucho más valor 
presenta «La ciudad indiana» (Buenos Aires, 1900), 
obra de un cierto empaque a lo Fustel de Coulan- 
ges, en que aplicando un método cercano al de 
Le Play estudia la vida económica, la estructura 
familiar y la misma psicología social de la Argen­
tina, reflejada en las ciudades de la colonia.
Como suplente de la Cátedra referida dicta 
cursos, además, Leopoldo Maupas («Caracteres y 
crítica de la Sociología», París, 1910; «Conceptos 
de sociedad», 1913), muy de cerca influido por la 
Sociología durkheimiana.
En la Universidad del Litoral, Facultad de 
Ciencias Jurídicas, profesan primeramente José 
Oliva («La enseñanza de la Sociología», 1923; «So­
ciología general», Santa Fe, 1924; «La guerra como 
factor social», 1936), orientándose hacia el positi­
vismo, y el español Francisco Ayala, que aquí 
realiza una laboruniversitaria verdaderamente
38
digna de encomio.32 Junto a ésta, la Facultad de 
Ciencias Económicas de la Universidad de Rosa­
rio crea también una nueva cátedra de Sociología, 
entre cuyos profesores destaca la personalidad de 
Alberto Baldrich, abierto a la temática de la socio­
logía cultural y conocedor profundo del pensa­
miento sociológico de Alemania, como, entre 
otros motivos, se desprende de su fino análisis 
sobre «Libertad y determinismo en la Sociología 
de Max Scheler» (Buenos Aires, 1942. Boletín del 
Instituto de Sociología, I). Hispanista destacado 
también en su «Sociología argentina» (Ponencia al 
II Congreso argentino de Sociología) recuerda la 
conexión de las instituciones patrias con las for­
mas culturales que abonaron el Imperio hispánico.
Sobre problemas especializados tenemos la re­
ciente obra de C. Nardi-Greco: «Sociología jurí­
dica» (Buenos Aires, 1949), a la vez que una in­
formación completa respecto al planteamiento 
del problema indígena en las naciones americanas 
—esto es, referente a la situación social del indio 
en los distintos países—, nos la suministra Aida 
Cometta Manzoni en «El problema del indio en 
América» (Buenos Aires, 1949), obra interesante 
en más de un sentido aunque sectaria en su tónica 
general, visto el desenfadado ataque contra los
(22) Obras de Ayala, F.t £t problema del liberalismo (México, 1941). Op- 
penbelmer (México, 1942); Hlstrlonlsmo y rrpresenlaclón (Buenos Aires, 19-14); 
Xarón del mundo (Buenos Aires, 1944); Enraye sobre la libertad (México, 1945), 
y, sobre todo, su importante y documentado Tratado de Sociología, 3 vol., 
Buenos Aires, 1947, fuentes muy completas de información para el man- 
do hispanoamericano.
39
(23) Particularmente, en cuanto ambiente sobre las perspectivas 
de nuestra disciplina en toda América, el Boletín de Sociología ha publi­
cado —entre otros— los siguientes artículos que citamos: Gilberto Frei- 
res: Tactores sedales en la formación de la sociología brasileña; A. Poviña. La Socio' 
logia en las 'Universidades americanas; H. Pulza: La Sociología en la 'Universidad 
bolívaríana, A. Poviña: Breve historia de la Sociología argentina, J. Famurio Silva: 
Tíístoria social e historia de las ideas en el Pío de la Plata; Roger Bastido y F. de 
Azevedo: La enseñanza de la Sociología en S. Pablo; J. Murillo: Organización del 
instituto Indígena Boliviano.
(2-1) Poviña: Discurso inaugural del Congreso. Entre los principales 
trabajos presentados; César E. Picó: £1 objeto formal de la Sociología; F. Wel- 
ter Torres: La Sociología de la transcendencia y de la inmanencia; P. A Horas: 5Iíe- 
todologia y técnicas de investigación en Sociología. Vid. resúmenes amplios en 
R I. s. núm. 32 (1950), págs. 488-195.
métodos de la colonización española, que em­
prende con los mismos tópicos manidos popula­
rizados por la Leyenda Negra.
Es grande el interés, por tanto, que en la Ar­
gentina actual se presta a los estudios sociológi­
cos. Tienen la alta protección del Estado y una 
respetable tradición de la escuela, pues no en 
vano fue Argentina uno de los primeros países de 
Hispanoamérica que en sus cuadros de docencia 
universitaria introduce la Sociología como disci­
plina general de formación.
El Boletín de Sociología, que viene publicán­
dose desde 1942 por el Instituto de Sociología 
argentino, va hoy en día a la cabeza de las publi­
caciones más serias del Continente americano. 33 
Y no es esto sólo: el reciente II Congreso nacio­
nal de Sociología (1950) —aunque Poviña pueda 
estar en lo cierto cuando hablaba, en el discurso 
general, de la falta de coordinación de los estu­
dios sociológicos en el país 34— indica la existen-
40
cía de una firme vocación por estos temas y anti­
cipa, desde luego, un lisonjero porvenir científico, 
bien pronto realizable.
No vaya a creerse, por otro lado, en el divor­
cio entre la teoría y la práctica. Los estudios so­
ciales —no hay que olvidarlo— reclaman también 
una orientación en el segundo sentido. Ello obliga 
a salir de los límites fríos de la Sociología doctri­
naria para entrar en el campo de la Sociología 
aplicada.
La Universidad argentina de Tucumán, en 
1949, crea de este modo el «Instituto de Socio- 
grafía y Planeación» —cuya dirección encomien­
da al Profesor Miguel Figueroa Román— con una 
loable y específica finalidad. Se hace necesario, 
desde luego, actualizar el estudio de las ciencias 
sociales, ya que los reajustes socio-económicos 
que salven al mundo de la triste situación en que 
hoy se encuentra vienen, precisamente, de ahí. 
De unos estudios que, sin perder su fundamenta- 
ción básica conceptual, se orienten «en un senti­
do práctico y pragmático... La Sociografía debe 
proporcionar un conocimiento ordenado y metó­
dico de la realidad social... La Planología, o teoría 
de la planeación, nos proporcionará la herramien­
ta indispensable para actuar sobre la sociedad 
procurando su mejoramiento». 25
(25) Folleto explicativo de la organización del Instituto de Socio- 
grafía, que cuenta ya con algunas publicaciones de interés. Así Ca Plano- 
tyla en Amerita de M. Figueroa Román, y Moel mental y tslaio soclo-tconimlco 
de Figueroa y Bernardo Screbrinsky.
41
.5
(26) P. Pcñalver: £a filosofía en Hispanoamérica. Antecedentes y situa­
ción actual. «Arbor», núm. 57-58 (1950), pág. SO.
*❖ ¥
2) Bien poca importancia, comparativamen­
te, tienen los estudios sociológicos que se des­
arrollan en Uruguay y en Paraguay. Países ambos 
de escasa solera filosófica, no encuentran un cli­
ma particularmente abonado para las nuevas po­
sibilidades de la investigación social. El positivis­
mo, más o menos radicalmente entendido, ha 
ahogado «in nuce» las mayores esperanzas. A lo 
sumo, la personalidad de Vaz Ferreira, converso 
al bergsonismo, y la figura prometedora de Artu­
ro Ardao, -6 que dicta un curso sobre «Historia 
de las ideas en Uruguay» (1949).
Carlos Vaz Ferreira es un filósofo del dere­
cho y un sociólogo por vocación que ha hecho de 
los temas de la enseñanza en sus diversos grados,
La misión del Instituto es amplia. Realiza los 
estudios necesarios para aplicar y desarrollar la 
planología en el país. Procura por medio de con­
ferencias, publicaciones, congresos, etc., la for­
mación de una conciencia colectiva acerca de la 
planeación, de sus alcances y de su necesidad. Da 
a esta labor un sentido americanista sensible, vin­
culándose a los organismos similares de los países 
hermanos. Toma a su cargo la labor docente en 
las carreras organizadas y orienta la especialidad 
de los graduados.
42
no salían aquellos gobiernos idea- 
que el fervor devoto del pueblo
(27) Vaz Ferreira, Carlos: Extracto de Ideario. Cuarta conferencia dic­
tada en la Cátedra de Conferencias de la Universidad de la República. 
Ateneo de Montevideo, 1951, págs 9-10
de la cuestión docente, punto capital de sus es­
tudios y proyectos. En este sentido, por sus fir­
mes ideales pedagógicos, Carlos Vaz Ferreira, es 
una figura impar en la República uruguaya, bien 
que —por una u otra razón que no es del caso 
exponer— sus ideas y proyectos están esperando 
todavía el decidido impulso que las logre.
En otro campo, ya conectado éste con el ám­
bito espacial de la Sociología política, pocos pen­
sadores hay que hayan visto con la claridad de 
nuestro autor la fulminante tragedia en curso de 
de la democracia, tragedia que surge de una de­
fectuosa fundamentación racional de la misma, y 
ello tanto desde el punto de vista teórico como 
del práctico. «En lo teórico, desde luego, porque 
«mayoría» no sólo no es garantía de superioridad 
ni en lo intelectual ni en lo moral (lo superior es 
élite, que es precisamente minoría), sino que ma­
yoría tampoco puede dar, teóricamente, dere­
chos ni soberanía. Y prácticamente... la experien­
cia mostraba una mayor o menor proporción de 
incompetencia, de apetitos de mediocridad... De 
la democracia 
les perfectos27 
demandaba».
Al fin de salvar, desde luego, tan dolorosa an­
tinomia Vaz Ferreira ha propuesto desde suCáte-
43
dra universitaria, con una insistencia efectiva­
mente ejemplar, lo que él denomina la «recimen­
tación» de las nociones fundamentales de demo­
cracia y de los derechos individuales.
Para ello parte, en primer término, de un pre­
concepto que yo estimaría portillo del pesimismo 
político si no estuviera convencido de que su 
postura intelectual en el problema de la democra­
cia es, sin discusión alguna, de un carácter ejem­
plar realista —no obstante su idealismo inicial—, 
nutrido más quenada de la. experiencia de los 
hechos. «Sin duda, «gobierno» tiene que conte­
ner mal —dice Vaz Ferreira—-, mal forzoso en 
hecho. Prácticamente no puede haber gobiernos 
ideales, sin mal, sea cual sea su origen».
Si ello es así por la fuerza de las cosas, tales 
afirmaciones no pueden invalidar, ni teórica ni 
prácticamente, la fundamentación ni la misma ne­
cesidad del poder. No hay obra humana, bien lo 
sabemos, totalmente perfecta. Aun en el rostro 
de la mujer más bella, decía Tertuliano, existen 
lunares. La necesidad del gobierno viene, de este 
modo, determinada para el filósofo uruguayo a 
causa de este doble y fundamental razonamiento:
Primero, porque no siendo todos los hombres 
moralmente ideales, ni aún los más, se necesita 
autoridad para que la seguridad, los derechos le­
gítimos de los hombres sean respetados.
Y segundo, porque aunque fueran ideales to­
dos los hombres, hay intereses generales y ser-
atendidos ni
(28) Vaz Ferrcira, Carlos: Op. cit., pág. 12.
44
vicios públicos que no pueden ser 
dirigidos por acción individual.
La razón del menor mal es el primer elemento 
—negativo— de justificación de la democracia. 
Los defectos y males de un gobierno formado y 
renovado periódicamente por elección de mayo­
ría, con ser grandes, son todavía mucho menores 
que los de los gobiernos absolutos provenientes 
de la herencia o de la fuerza. Pero al mismo tiem­
po hay razonables fundamentos positivos de jus­
tificación. Vaz Ferreira, partiendo de postulados 
individualistas, dice:
«La democracia no es sólo menor mal. Es, po­
sitivamente, bien, y bienes hondos. Plasta el más 
hondo de todos: mantener o estimular al indivi­
duo, y perfeccionarlo, excitando y exaltando con­
tinuamente a los individuos por los problemas 
que ellos son llamados a considerar, y, por su 
actuación cívica, a resolver. Y los individuos, que 
son la célula viva, base de la vida en lo social, 
son, por eso, lo esencial de las sociedades, lo que 
más garantiza su vida y su mejoramiento. Base y 
reserva de la vida social y nacional». 28
Ninguna fórmula política se muestra tan plás­
tica y certera como la democracia en la difícil 
obra de gobierno. Desde una posición persona­
lista, sin tergiversaciones demagógicas, es el me­
dio mejor, más humano y más factible de actuali-
45
(29) Prieto, Justo: Junado J. Pane. Bol. del Inst. de Sociología. Bue­
nos Aires, 19-12, núm. 1, págs. 167-170'
zar, canalizando, las aspiraciones justas de los 
hombres. En otros términos, que la «recimenta­
ción» de la democracia —por utilizar la expresión 
de Vaz Ferreira— es la empresa más urgente de la 
actualidad política y ello implica superar sus me­
ras deficiencias y roces por recursos técnico-polí­
ticos que salven, de todos modos, los derechos 
de la persona humana.
La primera Cátedra uruguaya de Sociología 
se funda en 1915 en la Facultad de Derecho y 
Ciencias Sociales de la Universidad de Montevi­
deo. En ella explica primeramente Carlos María 
Prando (1915-1943), al cual sucede Isaac Ganon 
en 1944. Obras suyas son la «Sociología: objeto, 
métodos, orientaciones, didáctica», Montevideo, 
1944 y «Sociología nacional», Montevideo, 1945, 
precisas dentro de su molde elemental. Alberto 
Zum Felde, en «Evolución histórica del Uruguay. 
Esquema de su Sociología» (Montevideo, 1945), 
nos deja una obra de indiscutible valor sociológi­
co, dentro de su molde general sencillo.
Uno de los primeros catedráticos paraguayos 
de Sociología, dentro de la órbita del «psiquismo 
social», es Ignacio A. Pane, 29 autor de unas 
«Cuestiones paraguayas» y de unos «Apuntes de 
Sociología» de gran utilidad en la didáctica de la 
materia. Profesor y Rector de la Universidad de 
Asunción, Cecilio Báez (1862-1941) en su «Intro-
46
ducción al estudio de la Sociología» (1903), «Prin­
cipios de Sociología (1921) y «Disertaciones de 
Sociología y de Filosofía» (1924), se orienta deci­
didamente hacia una línea ideológica spenceriana 
y J. Natalicio González («Proceso y formación de 
la cultura paraguaya», 1938) se preocupa por la 
temática de la Sociología cultural. Justo Prieto, 
por otro lado, es buen expositor y revela una 
preparación sociológica nada corriente. Entre sus 
obras destacamos: «La Sociología, su historia y 
su estado actual», 1927; «La Sociología, discipli­
na científica», 1930; «Conceptos preliminares de 
Sociología», 1931; «Síntesis sociológica», 1937; 
«Los problemas generales de la Sociología», 1943. 
En él halla Paraguay una de sus más prestigiosas 
figuras en esta modalidad teórica de los estudios 
sociales. Siempre, y dando la pauta de su pensa­
miento, es factible distinguir en cada colectividad 
una base física y un sistemático conjunto de nor­
mas: esa amalgama de antropografía y de tesis a 
lo Ellwood y a lo Stammler, que viera con su ri­
gor acostumbrado Roger Bastide.
111
LA SOCIOLOGIA EN PERU
español (2 volú-
47
I TNA de las figuras de mayor relieve dentro de 
'5e-'4 la Sociología hispanoamericana es, sin duda 
alguna, Mariano H. Cornejo, nacido en Arequipa 
(Perú) en 1866 y muerto en Francia en 1942. Pro­
fesor de Sociología en la Universidad de Lima, 
político de prestigio y diplomático, Mariano 
H. Cornejo es autor de un importante estudio 
sobre «La guerra desde el punto de vista socioló­
gico» (1930) y de una densa y voluminosa «So­
ciología general», obra perfectamente madura y 
que descubre la sólida preparación teórica de su 
autor.
Publicada primeramente en
43
(1) Ayala, H: Tralca ii SuMegta-, Vol. I: Historia Ir la SoddMla. Buenos 
Aires, 1947, pág, 258.
menes; Madrid, 1908), el entonces Director del 
Instituí International de Sociologie, René Worms, 
escribió un entusiasta prefacio a su versión fran­
cesa (París, 1911), destacando la personalidad 
científica del autor y su valor considerable en la 
bibliografía sociológica.
De formación dispar, pesan sobre todo en el 
sistema positivamente ecléctico de Cornejo las 
enseñanzas de Augusto Comte —la base ideológi­
ca y dialéctica de su sistema está prestada por la 
tan famosa ley comtiana de los tres estados— las 
tesis evolucionistas de Herbert Spencer, las mis­
mas ideas sobre Psicología de los pueblos (Vól- 
kerpsychologie) de Wilhclm Wundt, determina­
das incitaciones de la Filosofía hegeliana de la 
Historia y la huella viva, siempre explícita, de 
sociólogos franceses, ingleses, alemanes y nor­
teamericanos contemporáneos. 1 Particularmente 
sensible, aunque Ayala no la cite expresamente, 
es la de Tylor.
Con tan heterogéneos materiales, de aluvión 
muchos de ellos, Cornejo ha construido —sin du­
da alguna— un inteligente y bien ordenado siste­
ma sociológico, en que no dejan de faltar orien­
taciones hasta cierto punto nuevas.
De ahí el derecho que tiene para figurar como 
el más genuino representante de la Sociología sis­
temática en Hispanoamérica; de ahí ese derecho
49
que L. L. Bernard 2 centraba «en su notable asimi­
lación de las teorías sociológicas desarrolladas con 
anterioridad a su época, y en construir con ellas un 
inteligente y bien integrado sistema de su inven­
ción».
Su sistema de «Sociología general» se inicia 
con un examen previo, obra maestra de la más 
sana erudición sociológica, acerca del desarrollo 
histórico de nuestra disciplina. Inmediatamente 
sigue —aquí y allá apoyándose en los «Primeros 
principios» de Spencer, en el norteamericano Les- 
ter F. Ward, en Poincaré, en Weissmann— una 
brillante teoría de la evolución cósmica (superada, 
desde luego, en nuestros días por los más recien­
tessociólogos) en que sostiene categóricamente la 
necesidad de supuestos mecanicistas y determi­
nistas «si ha de desarrollarse una Sociología digna 
de este nombre».
«La teoría de la evolución —escribe Corne­
jo— es muy importante para el estudio de la so­
ciedad dado que nos ofrece la única interpreta­
ción científica posible del fenómeno social». Pre­
cisamente, —como se encarga enseguida de ad­
vertir— «la ciencia social tiene por objeto el 
estudio de la naturaleza, de las causas y de los 
efectos del proceso característico de la sociedad; 
que, como todos los grupos, representa un com­
plejo de relaciones continuas, aunque estas rela-
(2) Bernard, L. L-: La SKlote/h slslmálka Jt Mirlano K Corntio Rev 
Mexicana de Sociología. Vol. IV, (1942), núm. 2, págs. 10-11.
50
(3) Cornejo, Mariano H,: Sociología general. I, págs. 116-117.
(-4) Historia del pensamiento social. II (Méjico, 1945), pág. 323.
cienes cambien con los individuos que las sostie­
nen. Una fase general del estudio de este comple­
jo, se hace cargo de determinar la naturaleza de 
las principales fuerzas o factores de la evolución 
social y de las formas de coordinación estableci­
das en la sociedad entre los diversos productos y 
áreas sociales. Esta fase general constituye la ma­
teria de la Sociología».3
El viejo prejuicio en que incide todo positivis­
mo al exigir necesariamente unos supuestos me­
cánicos y deterministas con que explicar los temas 
sociológicos, no fue, desde luego, superado por el 
gran sociólogo de Arequipa, convencido por otro 
lado del modo más simple que el principio de la 
sociabilidad —según habían destacado Espinas y 
Waxweiler entre otros— no es propia e indivi­
duante característica del ser humano, sino que 
tiene su raíz en la propia naturaleza de los orga­
nismos superiores. La evolución social no es, de 
esta manera, sino la continuación de los procesos 
que operan en la evolución biológica.
«Sin embargo —afirman Barnes-Becker 4 — 
Cornejo tiene buen cuidado de sostener que la 
sociedad humana es más compleja que todos los 
demás tipos, en razón de los papeles desempeña­
dos por la adaptación y por el desarrollo de la 
solidaridad mediante la cooperación, la lucha, la
51
wicz, Durkheim, y dice que todos los factores 
que contribuyen a la solidaridad pueden resumir­
se en la «conciencia de afinidad» de Giddings 
como la manifestación subjetiva, y la adaptación 
como la causa objetiva que opera mediante el 
desarrollo de una comunidad de sentimientos e 
ideas. Estas influencias psíquicas, junto con los 
deseos y sus acompañamientos de placer y dolor, 
explican la mayor complejidad de la evolución 
social en comparación con la biológica, pero no 
la hacen totalmente diferente».
Al modo spenceriano Cornejo va dividiendo 
los factores y los productos sociales en dos gran­
des categorías. Los factores —viene a decir— son 
las características activas de los fenómenos socia­
les y los productos son las pasivas, bien que los 
términos se empleen casi siempre de un modo in­
tercambiable. Factores antropográficos y factores 
ambientales se sitúan frente a frente. Entre los 
primeros, la cultura, la organización del grupo, 
la evolución del hombre, los inventos. Entre los 
ambientales: la geografía, el clima, la herencia, la 
raza, la educación y la guerra, la dinámica de la 
población y la división del trabajo.
La explicación de la dinámica de la sociedad 
es sumamente curiosa en Mariano H. Cornejo. No 
es que el sociólogo peruano nos asombre con al­
guna intuición genial, sino que parte de ideas que
a)
52
ya estaban establecidas, aunque de las más dispa­
res direcciones.
El punto de arranque de la evolución social no 
es sino el estado del hombre primitivo, descen­
diente de un solo tronco, feliz y sencillo como el 
«bon sauvage» de Rousseau en medio de una' ar- 
cádica naturaleza. Sus primeros organizaciones 
sociales aparecen como el resultado de una tem­
prana adaptación colectiva al medio ambiente 
’ —(es inevitable el doble recuerdo a Darwin y a 
en virtud de tres impulsosLamark)— originada
definidos:
El de cooperación voluntaria, reacción 
natural del «zoón politikón» humano. Re­
acción natural, es claro, para hacer facti­
ble aquel instinto de convivencia humano 
que le configura estrechamente como ser 
social.
b) El de cooperación obligada: cooperación 
de carácter político para el autor, im­
puesta por consentimiento voluntario o 
por una clase o casta dominante.
c) El de cooperación pacífica, fundamental­
mente basada sobre las ventajas económi­
cas de la división y especialización del 
trabajo; parte ésta en que —de acuerdo 
con Durkheim— distingue entre los tipos 
«mecánico» y «orgánico», sin que por 
otro lado deje de acusarse, como ha sido
53
La solidaridad social se va manifestando según 
Cornejo, en formas concretas de organización so­
cial la más sencilla délas cuales-producto di­
recto al fin y al cabo, de la evolución orgánica 
es la familia. Dos son los grandes grupos en que 
pueden dividirse las organizaciones sociales: pri­
mero, asociaciones domésticas; segundo, asocia­
ciones políticas; las primeras fundamentadas en 
un proceso biológico (como la familia, que con­
sidera sin apartarse gran cosa de los etnólogos 
clásicos); las segundas basadas en un proceso 
social.
Los grupos biológicos se van convirtiendo en 
sociales y las asociaciones políticas, en virtud de 
ese proceso que Lester F. Ward denominara si­
nergia, se sobreponen a las asociaciones domésti­
cas, a fin de evitar en lo posible las grandes lu­
chas que en el seno de las mismas se entablan, a 
causa de la posesión de los medios de subsisten­
cia. La domesticación de animales, la misma es­
clavitud, van proporcionando al grupo un domi­
nio cada vez mayor sobre las fuerzas de la natu­
raleza. Y del mismo modo los diversos conflictos 
en curso más tarde, originan la disciplina moral y 
política, que a su vez produce la cooperación vo­
luntaria como un medio para alcanzar la solidari- 
<d social. El conflicto, por otro lado, agudiza el
observado, el influjo particular de los 
economistas Roscher y Schmoller.
54
proceso intelectual el cual, a su vez, se resuelve 
en invenciones, en recursos técnicos, que impul­
san de un modo indudable la cultura.
El más grande de los servicios, piensa Corne­
jo, que las leyes biológicas prestan a la Sociología 
es el de esclarecer la dinámica social, esto es, el 
problema del progreso. Porque, para Cornejo, la 
idea del progreso es esencialmente biológica. El 
progreso no es sino el desarrollo de la organiza­
ción resultante del antagonismo entre las fuerzas; 
una modificación de la estructura ocasionada por 
la adaptación de las funciones; un movimiento 
interno de las partes y un movimiento externo de 
las masas que consolida el orden al aumentar 
sus elementos y su flexibilidad y, finalmente, uno 
de los fenómenos generales de la vida, causado 
por el conflicto de energía, acumulada en la sín­
tesis que representa la materia viva y la resisten­
cia del medio físico.
Si el progreso social fué iniciado y sostenido 
por los factores biológicos y materiales del me­
dio, la regularización y la guía del mismo —al 
menos en sus últimas etapas— es obra de los fac­
tores psico-colectivos o psico-sociales: mitos, tra­
diciones, costumbres y gustos.
Igual que Westermarck, Cornejo —para quien 
la moralidad no es sino un mero concepto so­
cial — basa su teoría del desenvolvimiento ético 
en el desarrollo de los sentimientos egoístas y al­
truistas. Ideas e ideales éticos que se dividen en:
a)
b) Religiosas,
55
c) Stidontonísticas, en cuanto que el criterio 
del bienestar social determina los valores 
éticos. Es la tercera etapa del desarrollo 
de las ideas morales.
Dos palabras tan sólo para resumir en lo posi­
ble el sistema de Mariano H. Cornejo: eclecticis­
mo; Sociología sintética. Unidad no conseguida. 
Sólida trabazón sobre dispersos materiales. Datos 
biológicos y psicológicos anticuados. Sistema y 
orden en la heterogeneidad múltiple de sus ele­
mentosconstructivos. Pretensiones enciclopédi­
cas, macroscópicas, y olvido lamentable de esa 
micrología social, de que tanto se habla en nues­
tros días. Manifiesto carácter académico y poca 
base, por decirlo así, experimental. Parcas consi­
deraciones de la experiencia hispanoamericana, ya 
que descuida de modo lamentable las caracterís­
ticas del proceso social de Hispanoamérica. Poca 
originalidad, por último.
Premorales, en que son predominantes los 
conceptos e imperativos mágicos y se 
practica la hechicería para determinar las 
formas de conducta.
en los cuales los dioses mani­
fiestan sus prescripciones fundamental­
mente por vías de revelación, creándose 
de este modo una conciencia social de­
finida.
56
De todos modos, su grande y ambicioso sis­
tema de Sociología general está muy por encima 
de lo realizado en América española. Hay que re­
montarse al continente europeo para hallar con 
lo mejor de la Sociología francesa y alemana- 
obra alguna que pueda competir con esta de 
Cornejo en rigor metódico y en interés para el 
estudio inicial de la magna enciclopedia que inte­
gran las llamadas ciencias sociales.
Respondiendo a aquella marcada orientación 
renovadora que imprime al pensar filosófico en 
Perú la eminente personalidad de Deústua, una 
vez que supera —como es sabido— el doble es­
collo del positivismo y del pragmatismo, en nues- 
• tro campo sociológico descuella Francisco García 
Calderón, fino escritor y diplomático limeño que 
enriquece la bibliografía americana con estudios 
tan penetrantes como «Les conditions sociologi- 
ques de l’Amérique latine» (París, 1908) y «Les 
democraties latines de l’Amérique» (París, 1912).
Ecléctico también como Cornejo, en el Perú 
actual hay que señalar otra figura de prestigio en 
nuestro campo: el Profesor de la Universidad Ma­
yor de San Marcos, Roberto Mac Lean y Estenos, 
quien entre otras obras («La ciudad y el campo. 
Sociología urbana y rural», La Habana, 1938; «So­
ciología, Lima, 1938; «Sociología peruana», Lima, 
1942, «Sociología Educacional del Perú», Lima, 
1944, «Sociología integral», Lima, 1945) nos deja 
un detenido estudio sobre la evolución social y
57
7
(5) Mac Lean, en la obra que apunto, va desarrollando temas suges­
tivos como los que siguen, los cuales no hago sino exponer ya que el 
carácter sintético del presente estudio me impide destacar sus conclu­
siones más seguras. Así el significado de Patria en el proceso prehistó-
política del Perú y una visión histórica sobre los 
centros y planes educativos de su Patria.
«La Sociología peruana», denso volumen del 
mejor estilo, es obra que acredita largamente el 
alto nivel científico que logran en Perú los estu­
dios sociológicos. Después de la obra de Cornejo, 
en la «Sociología peruana» de Mac Lean hallamos 
el típico espécimen de una orientación hispano­
americana repleta del problematismo ,que las cir­
cunstancias ambientales imponen como tónica 
fija a los estudios.
La disciplina que analiza «el proceso complejo 
del desenvolvimiento social en nuestro país, tanto 
en su génesis y télesis como en la acción de las 
fuerzas sociales», es, precisamente la Sociología 
peruana: En ella aborda Roberto Mac Lean junto 
al autoctonismo de las culturas andinas, el estudio 
y la valoración sociológica del medio geográfico, 
en cuanto influye de un modo manifiesto en el 
desenvolvimiento social del Perú, en particular 
—reconoce el sociólogo peruano— sobre las so­
ciedades primitivas. Nada de un determinismo 
pleno: Mac Lean, sabiamente, establece las salve­
dades de rigor, puesto que el materialismo geo­
gráfico decrece, nos afirma con los progresos de 
la cultura. 5
58
com
1. °)
2. °)
3. °)
4. °)
De tinte marcadamente enciclopédico, presen­
tando un detenido análisis de las escuelas a partir 
de Comte (francesa, inglesa, norteamericana, lati­
noamericana, asiática), en la «Sociología integral» 
en el
rico e histórico del Perú; hs clases sociales peruanas y la sociología de 
la ciudad. Así la temática interesante de la sexologla precolombina y re­
publicana y, por último, el estudio del «Espíritu colectivo», donde abar­
ca comprensivamente el mito y la Sociología del lenguaje, del derecho 
y la moral en el Perú.
establece cuatro dicotomías fundamentales
piejo de nuestra disciplina:
Abstracción y concreción.
Naturalismo y culturalismo.
Enciclopedismo y particularismo.
Valoración y neutralidad valorativa.
Todas estas antinomias van siendo resueltas 
con arreglo a un criterio francamente ecléctico, 
aunque el autor la denomine realista. Así respecto 
a la primera sostiene dos afirmaciones fundamen­
tales: el deber de la Sociología de explicarnos en 
su totalidad determinadas situaciones concretas, 
y la necesidad, no obstante su interés por lo con­
creto, de no prescindir de las leyes y conceptos 
generales.
Respecto a la segunda dicotomía —¿es la So­
ciología una ciencia de la naturaleza o del espíri­
tu?— el autor afirma que «no creemos que sean 
irreductibles los términos; que es un error tratar 
de resolver el problema planteado eliminando a 
uno de ellos, ya que ambos pueden armonizarse
59
(6) Gambra, R., En R. I. S. 20 (1947), págs. 553-554, cuya recensión 
utilizo principalmente para esta breve nota, ya que me fné imposible 
hallar la obra.
en una solución ecléctica que admita y reconozca 
el aporte del espíritu y la naturaleza en la génesis 
y télesis social».
En la tercera antinomia se queda sin explicar 
su pensamiento, limitándose a exponer tan sólo 
las teorías enfrentadas. Por lo que atañe a la cuar­
ta —¿valoración o neutralidad valorativa?— se 
adhiere, como dice Gambra, a una solución al 
margen de la antítesis, con su distinción entre las 
funciones sociales (que estudian las ciencias socia­
les) y los órganos sociales que las realizan, objeto 
propio de la Sociología, entendida de modo dis­
tinto a la mera enciclopedia de las ciencias par­
ticulares de la sociedad. En la determinación final 
de la estructura sociológica acaba adhiriéndose, 
por último, a una concepción cientificista y de­
terminista, 6 de todo punto desacreditada hoy 
día después de los serios impactos recibidos en el 
sistema por las más recientes direcciones del pen­
samiento sociológico contemporáneo.
IV
LA SOCIOLOGIA EN CHILE
61
EPIGONO cualificado del positivismo Socioló- 
gico en Chile es José Victorino Lastarria 
(1817-1888), autor de unas «Lecciones de Política 
positiva» y de las «Investigaciones sobre la in­
fluencia social de la conquista», en que sigue muy 
de cerca el ideario de Augusto Comte.
Tal vez en ningún otro país americano hayan 
arraigado, en efecto, tanto como en la República 
de Chile —quizás con la única excepción del 
Brasil— las tesis positivistas. Junto a Lastarria, 
pionero en el tiempo, las figuras de Valentín La- 
telier y de Juan Enrique Lagarrigue.
62
Valentín Latelier (1852-1919), político, diplo­
mático y profesor de prestigio en el país, se espe­
cializa sobre todo en temas de sociología jurídica 
y política. Obras suyas son, entre otras, las que 
siguen: «La ciencia política en Chile» (1886), «Fi­
losofía de la Educación» (1891), «La evolución 
de la historia» (1900), «Génesis del Estado y sus 
instituciones fundamentales» (Buenos Aires, 1917). 
«Génesis del Derecho y de las instituciones civi­
les fundamentales» (Buenos Aires, 1919) etc.
Pronto inicia su tarea docente el sociólogo 
chileno. Es primeramente en el Instituto Ameri­
cano de Santiago (1873-1874), donde desempeña 
una Cátedra de historia. Profesor de esta disci­
plina y de literatura en el Liceo de Copiapó 
(1875-1878), la dirección positivista littreana le 
presta ya desde estos años las andaderas —que 
nunca rompe— de su filosofar, como se prueba 
con una simple ojeada a sus estudios «El hombre 
antes de la Historia» (1877) y «Opúsculos de fi­
losofía positiva» (1878), que no aportan, en efec­
to, nada de interés a la temática sociológica.
Fructífera fue, por otro lado, su labor en la 
Universidad de Santiago (1888-1911). Fructífera 
y significativa.Siguiendo aquellas orientaciones 
que medio siglo antes iniciara José Victorino 
Lastarria, Latelier «dió a la enseñanza del derecho 
un giro enteramente moderno, operando la trans­
formación que en escala análoga había impreso a 
los estudios secundarios la mano vigorosa de Ba-
63
(1) Vid. Fuenzalida Grandon, A.: Don "Valentín £ateliery su labor intelec­
tual. Anales de la Universidad de Chile, núms. 45-16 (1942), pág. 79.
rros Arana». ' El triunfo del positivismo es cosa 
hecha en Chile.
Visiblemente inspirada en el ideario de Her- 
bert Spencer, en «La evolución de la Historia» 
va estudiando las mutaciones capitales de la mis­
ma y la clasificación y examen de las fuentes in­
formativas, al fin de precisar cuales sean las con­
diciones necesarias de la renovación integral de 
la historia. Tras destacarlos principios que deben 
servir de fundamento a la sociología y a las cien­
cias históricas en general, analiza, particularmente, 
el valor de la mitología, de las tradiciones, de la 
leyenda —(origen, desarrollo, perpetuación, alte­
ración o supervivencia)— y de las causas por las 
cuales se modifican.
Tal vez lo más granado del pensamiento de 
Latelier —al menos son los instantes de su madu­
rez plena intelectual— lo hallamos en la «Génesis 
del Estado y de sus instituciones fundamentales» 
(Introducción al estudio del Derecho Público) y 
en la «Génesis del Derecho y de las instituciones 
civiles fundamentales», estudio de Sociología ju­
rídica premiado en el último certamen bienal de 
la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas.
Sin estar de acuerdo con la opinión de Fuen- 
zalida, para quien «la novedad déla obra consiste 
esencialmente en haber completado la teoría so­
ciológica del Estado, reanudando y desarrollando
64-
las inmortales enseñanzas de Aristóteles», lo cier­
to es que, en esta a modo de Introducción al es­
tudio del Derecho Público, Latelier nos deja una 
obra clara, sistemática, compendio claro de lo 
que entonces el positivismo enseñaba —rompien­
do una continuada tradición de escuela— sobre 
el oscuro tema de los orígenes. No se encuentra, 
es cierto, originalidad alguna en la obra. Ahora, 
desde luego, no resiste a los ataques de la crítica 
más elemental.
También ocurre algo análogo con el otro libro: 
la «Génesis del Derecho», en que, con gran aco­
pio de datos etnográficos hispano-americanos, 
barajados con esa pretensión inocua de querer 
sobre los mismos fundamentar todo el edificio 
de la ciencia, va tratando de los orígenes de la 
familia —tesis evolucionista— de la propiedad y, 
en general, de las instituciones jurídicas funda­
mentales e incluso de la misma idea del derecho. 
Algo de lo que, en una superior escala, hubo de 
realizar Rodolfo Ihering, el genial romanista, que 
el autor conoce y valora con justicia objetiva de 
científico.
Todavía Juan Enrique Lagarrigue, nacido en 
Valparaíso, en 1852, le supera en radicalismo 
efectivo, buen comtiano, en libros como «La reli­
gión de la humanidad» (1882), «Nociones de so­
ciología» (1926) —resumen de los últimos volú­
menes del «Cours de philosophie positive» de 
Comte — y «Las leyes de la Historia», entre
65
8
otros, que tanto influyeran en la juventud chilena. 
Pero ni Lastarria, ni Latelier, ni Lagarrique pueden 
imprimir —en el ambiente sociológico hispano­
americano— una huella profunda y significativa. 
Les falta originalidad, amplitud de miras, com­
prensión de los problemas que trascienden, de 
esos problemas irreductibles a la constatación 
fáctica, de la que fueron tan enamorados. En 
cambio, no es lícito hablar de esta manera cuan­
do pensamos en Agustín Venturino, la personali­
dad más destacada en nuestro campo, uno de los 
más ilustres sociólogos de toda América.
Nacido en Iquique en 1893, Agustín Venturino 
es con Mariano H. Cornejo figura indiscutible. Si, 
como acaba de verse, Cornejo hace una Sociolo­
gía académica, desligada de la experiencia hispa­
noamericana, y por tanto de un valor más que 
nada teórico, Venturino, por el contrario, se en­
frenta de un modo pleno con la realidad social, 
con los problemas graves del futuro, con los pro­
blemas todavía presentes del pasado, y, personal­
mente, los interpreta, busca soluciones, los hace 
vivir, en una palabra.
Gran talento de historiador, dotes admirables 
de sagacidad e ingenio en la interpretación del 
pasado, Venturino —con gran acopio de datos— 
nos descubre en su «Sociología primitiva chilein- 
diana» (Barcelona, 1927-1928' Tomo I, (Prehisto­
ria.) Tomo II; (Protohistoria). Comparaciones ma­
yas, aztecas e incásicas) la vida y la cultura de los
66
JE LA DE ESTUDIOS
ANOS
indios del antiguo Chile, utilizando un método ri­
gurosamente ecológico, explicable en función de 
un doble deterninismo: el geográfico y el mate­
rialismo histórico. Es el medio físico, pampas, 
montañas escarpadas, selvas tropicales que aíslan, 
quien puede tan solo explicar la vida y la cultura 
de la población indígena. Son las influencias geo­
gráficas, las que, en último extremo, han determi­
nado ese particular modo de ser del indigenismo 
—¿no escuchamos el eco de las doctrinas de Tai- 
ne y de otros caracterizados deterministas?— así 
por lo que atañe a la organización tribal, al arte, 
las industrias, el comercio, los mitos, el lenguaje, 
las instituciones...
Con la llegada de los conquistadores hispáni­
cos —Venturino hace justicia, no obstante, a la 
causa y a los ideales de la conquista— se produ­
ce el inevitable choque de las dos culturas, y la 
guerra primero y la conquista después, acaban 
anulando las instituciones indianas, o al menos re­
duciéndolos al mínimo, gracias al papel desempe­
ñado por las mujeres indígenas en el restableci­
miento de un equilibrio cultural después de la 
conquista española.
Propósito capital de la obra ha sido —como 
viera Adolfo Posada— - señalar el eslabón inicial 
del desenvolvimiento sociológico del Continente; 
propósito plausible y labor fundamental y nece-
(2) Posada, A., en el Mercurio de Barcelona, (14 de marzo de 1929).
67
saria para comprender a América, en cuya pródi­
ga matriz se engendran —como es sabido— tan­
tos pueblos y civilizaciones, casi siempre troque­
ladas por la fuerza primordial del medio físico. 
Y es que tales fuerzas naturales —aunque el hom­
bre a la larga las domine— tienen suficiente efi­
cacia para acabar imprimiendo un particular ca­
rácter en pueblos y en culturas primitivas. Mérito 
grande de Venturino ha sido, por tanto, el des­
cartarlas y no sólo en esta, sino en su obra inme­
diata posterior.
Con su «Sociología chilena», en efecto, (Bar­
celona, 1929, Antehistoria colonial, desenvolvi­
miento nacional y perspectivas contemporáneas) 
Venturino aborda el estudio de las épocas colo­
nial y nacional, utilizando para ello las mismas 
ideas rectoras. La primitiva cultura colonial esta­
ba dominada por la ciudad militar y así hasta 
que, en el siglo XIX, se abre paso un nuevo tipo 
de cultura: el que la ciudad comercial supone e 
instaura. Ella domina el campo, el medio rural, de 
un modo definitivamente certero. Mientras que 
en América del Sur son generalmente indios los 
habitantes rurales, en Norteamérica —dice Ven­
turino— suelen ser los blancos. Y ello explica, 
mejor que otra cosa, las diferencias sensibles que 
encontramos entre una y otra cultura.
Unas breves referencias al ideario de esta «So­
ciología chilena con comparaciones argentinas y 
mexicanas» del sociólogo chileno nos va a aclarar
68
toda cosa
lá pauta general de la obra, describid ta a través 
de los temas particulares que la integran. España, 
al operar la protohistoria guerrera y la antehisto­
ria colonial —cree Venturino— no pudo subs­
traerse a la interdependencia regresiva y a la evo­
lución política europea. Y luego las otras tesis 
principales: la ciudad colonial es la fiel caracterís­
tica de las exigencias físicas y de las reacciones 
aborígenes. La ciudad estratégico-guerrera res­
tringió de un modo necesario la función rural en 
la labranza. La reacción contra las restricciones

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