Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Prólogo de Eparquio Delgado “Para empezar tú y yo de cero como hace tanto, tanto. Hasta que nos den a los dos de nuevo el cinturón blanco.” Jorge Drexler Comprender el comportamiento de las personas implica conocer su historia vital. Estoy seguro de que muchas de las que hoy en día nos dedicamos a la psicología compartimos una serie de experiencias de nuestro paso por la universidad. Durante aquellos años nos esforzamos en demostrar que asimilábamos lo que nos explicaban en cada asignatura con el �n de alcanzar el ansiado título, pero a medida que pasaba el tiempo la sensación de confusión aumentaba. Al �nal, sentíamos que la carrera era un mercadillo donde cada asignatura funcionaba como una isla que se desarrollaba de manera completamente independiente a las demás, con sus propios principios, teorías y congresos. Después de buscar sin éxito alguna coherencia, comprendíamos que lo único que tenían en común aquellos tratantes es que pertenecían a un archipiélago llamado psicología, una confederación constituida por unos mínimos de consenso donde la guerra comercial entre sus miembros era la norma. Una vez fuera de la universidad, con el título en la mano y la encomienda de ejercer como profesionales, los desacuerdos entre las diversas psicologías perdían sentido. Las discusiones académicas habían sido estimulantes, pero lo que necesitábamos en ese momento eran herramientas útiles para poder trabajar con las personas que requerían nuestra ayuda. En mi caso, lo poco que había visto sobre el Análisis de la Conducta (AC) durante la carrera me había generado mucho interés, pero los contextos académicos y profesionales de entonces me llevaron por los derroteros de un eclecticismo incoherente y con�ictivo. Durante aquel tiempo aprendí un buen conjunto de procedimientos que provenían de las terapias sistémicas, la terapia estratégica breve, la terapia cognitivo-conductual y la hipnosis clínica, pero echaba de menos una visión de conjunto que le diera sentido a todo aquello. Al �n y al cabo, cualquier comportamiento tenía que poder ser explicado por los mismos procesos y principios independientemente de si uno se enfrentaba a un problema etiquetado como dislexia, depresión o autismo. Afortunadamente, algunos años después tuve la oportunidad de llegar al conductismo a través de las llamadas terapias contextuales. Aquellas terapias tan diferentes a lo que yo conocía no sólo me ofrecieron una nueva forma de comprender el sufrimiento humano y unas herramientas novedosas inspiradas en estudios experimentales sobre el lenguaje. También me hicieron ver la necesidad de familiarizarme con unos principios y unos conocimientos básicos que yo no manejaba. Así llegué enseguida a las obras de Skinner y a algunos manuales de modi�cación de conducta que han acompañado mi trabajo desde entonces, como la famosa obra de Miltenberger y la de Martin y Pear. Quienes nos adentramos en el conductismo por la vía de la terapia comprendimos enseguida que teníamos delante una propuesta que iba mucho más allá de un conjunto de procedimientos efectivos para ayudar a las personas. El AC constituye toda una visión de lo psicológico, concretamente una que nos ofrece unos principios que nos permiten comprender cualquier comportamiento, tanto humano como de otras especies animales. Gracias al AC podemos analizar cualquier fenómeno psicológico sin tener que recurrir a conceptos vagos y mal de�nidos (como autoestima o pulsión) o directamente misteriosos e inaccesibles (como la mente). Este libro reúne algunas de las múltiples aportaciones a las que ha dado lugar esta herramienta, que incluyen terapias para combatir la depresión y el suicido y para ayudar a resolver problemas familiares, intervenciones para enseñar a niños diagnosticados con TEA a realizar todo tipo de tareas, análisis conceptuales de fenómenos como la empatía, sistemas para analizar la in�uencia de una persona sobre la conducta de otra, ideas para repensar y mejorar la acción de los psicólogos educativos y re�exiones críticas sobre la llamada “patología mental”. Este compendio de artículos nos ayuda a estar al día de los diversos caminos por los que colegas de todo el mundo han hecho transitar al Análisis de la Conducta, pero al igual que la canción de Drexler, también nos recuerda una importante lección: ser analista de conducta supone desaprender constantemente lo que sabemos para volver una y otra vez al comienzo, a los procesos y principios más básicos, esos que sirven como guía y referencia para no perdernos en nuestras incursiones en el mundo de la terapia, la �losofía y la investigación. Tanto si eres principiante como si estás familiarizado con el AC, espero que esta obra te sirva, como me ha servido a mí, para volver a ponerte el cinturón blanco. Eparquio Delgado. Psicólogo. Director Centro de Psicología Rayuela Santa Cruz de Tenerife Introducción La presente obra sale de las clásicas lecturas sobre análisis de la conducta, en el sentido de no ser un libro de estrategias y procedimientos conductuales. Hemos pensado que no buscábamos describir cuales son aquellas tácticas de cambio conductual más utilizadas, algo de lo que hay vasta bibliografía en la que nos referenciamos a lo largo de este libro para citar. Tampoco el explicar cuáles son aquellos principios de conducta sobre los cuales se apoya empíricamente el análisis conductual. Remitiremos a los lectores a muy buenos trabajos a lo largo del libro. Lo que nos ha impulsado a la elaboración de este título han sido un objetivo distinto, a saber: • Presentar a aquellos interesados esta ciencia de la conducta, la cual presenta diferencias principalmente �losó�cas con otras. • Mostrar cómo estos principios �losó�cos y empíricos pueden aplicarse en clínica y educación, incluso de diversas maneras y sin perder la �delidad con los mismos. • Que el análisis de la conducta puede y se ocupa de temas como la empatía, la relación terapéutica, las di�cultades en el aprendizaje y la cognición y el lenguaje, entre otros. • Que el lector pueda observar que el análisis de la conducta no es un tratamiento, y menos un tratamiento para autismo; sino una ciencia que de los conocimientos experimentales posee múltiples aplicaciones en diversas áreas, si bien aquí nos limitamos a dos. • Mostrar que incluso con los desarrollos naturales de toda ciencia, muchos conocimientos previos pueden complementarse a los nuevos y/o convivir (por supuesto, siempre que la evidencia los respalde), sin que necesariamente unos desplacen a otros. Esta obra no abarca la totalidad de los temas de los que se encarga el análisis de la conducta, no es tampoco la �nalidad de la misma. En primer lugar, porque mientras nos comportamos en todos nuestros ámbitos de desarrollo y los principios por los cuales aprendemos a hablar, correr, manejar un camión o jugar al tenis son los mismos, podemos aplicar y extender estos conocimientos en muchas áreas. En segundo lugar, porque aún dentro de la clínica y la educación hay muchos tópicos que podrían haberse desarrollado y no lo hicimos. No obstante, intentamos dejar de mani�esto cómo por medio de conocimientos analíticos- conductuales podemos ofrecer distintas alternativas a muchas de las problemáticas humanas. Así, por ejemplo, tenemos tres capítulos que analizan desde distintas ópticas como los principios del aprendizaje son utilizados para el cambio conductual en la interacción terapéutica. O, dentro del autismo, como existen modelos muy diversos entre ellos, que incluso pueden situarse en distintas “olas de psicoterapia”, pero que nadie negaría que son conceptualmente sistemáticos, es decir, que cumplen con una de las dimensiones del análisis de la conducta. Esperamos que este libro cumpla con los objetivos propuestos y sirva de disparador para la investigación de profesionales y estudiantes, así como publicaciones futuras de obras analítico- conductuales. Capítulo 1 Filosofía e introducción del análisis de la conducta Raymundo González-Terrazas y Mauro Colombo A lo largo del tiempo,la humanidad se ha preguntado por qué las personas se comportan como se comportan. Durante todo el “breve” periodo de nuestra existencia, desde que las personas somos considerados seres pensantes hemos tratado de contestar con cierta claridad a la cuestión anterior. Desde los grupos más primitivos y simples hasta los tiempos de los grandes �lósofos griegos y romanos, se han construido cuerpos enteros de conocimiento que, en cada momento histórico y en determinado contexto, han sido considerados como las respuestas a las causas del comportamiento de las personas en particular y de los organismos en general. En un salto más acelerado, después de la �losofía distintas disciplinas se han encargado de contestar estas cuestiones basadas en una metodología que trata de enmarcar lo propio a su criterio de cada una bajo un prisma cada vez considerado más riguroso, por hablar de solo algunas como la medicina, las neurociencias y la psicología. Sin embargo, las distintas visiones que han coexistido a lo largo del tiempo han resultado satisfactorias para determinada comunidad y para otras no, pues más allá de la utilidad que pueda ofrecer una visión especí�ca en la práctica, muchas veces es en el cuerpo teórico y conceptual lo que no termina de convencer. El caso de la psicología es peculiar, se considera una disciplina joven en comparación con otras disciplinas cientí�cas, y como ciencia dentro de lo que podemos considerar como historia de la psicología es aún menor. Como es conocido, Wundt en el año de 1879 es quien se inspiró en el trabajo de otros personajes para poder estudiar de forma experimental y sistematizada la “conciencia” y la “experiencia interna” replicando los métodos de la �siología, pero enriquecida con la experiencia inmediata, es decir, todo aquello que no estaba mediado por procesos externos y puramente �siológicos (Escobar, 2016). Antes de Wundt ya habían ocurrido algunos experimentos en el campo de la psicología, sin embargo, los historiados atribuyen a la fundación de su laboratorio de psicología experimental como el nacimiento de la psicología cientí�ca debido a que además de la creación de su laboratorio y sus experimentos, logró in�uir en un gran número de estudiantes de psicología que llevaron su academia por territorios de Europa y Norteamérica (Gutiérrez, 2003). Aunque al punto en que se escribe este libro la psicología como ciencia lleva menos de 150 años, anterior a este periodo han estado presentes distintas formas de ver lo que corresponde a la psicología, y que hoy en día pueden considerarse aproximaciones a lo sumo, precientí�cas. Estas tesis o teorías que tratan de explicar la naturaleza y la etiología de la conducta de los organismos en general y de las personas en especí�co son aquellas que se han utilizado a lo largo del tiempo como base de una explicación, mismas que van desde las posesiones demoníacas, la in�uencia divina, los �uidos corporales, la estructura del cuerpo, la forma de la cabeza, los motivos inconscientes, la personalidad, la genética, la biología, los neurotransmisores, las estructuras encefálicas, las necesidades, el ambiente, y un largo etcétera. Las diversas teorías en psicología no tan solo constituyen una cuestión académica o una lucha de razones, pues cada teoría desde la que se parta la explicación del comportamiento determina si una conducta puede modi�carse o no y de qué forma, algo que para algunos autores es de mayor interés que las meras especulaciones sobre la naturaleza de la conducta humana (Kazdin, 1983). Dentro de la psicología, sin temor a equivocarnos puesto que aún no es una ciencia uni�cada, existe el análisis de la conducta que considera que es la conducta la que por derecho propio debe ser estudiada y no como el producto de otro proceso o entidad y/o como una apéndice que permite hacer inferencias de procesos internos, y donde también se asume que la conducta es el resultado (a excepción de aquellas respuestas que nos sirven para la supervivencia) de una larga la interacción entre el organismo que se comporta y el ambiente a través de toda una historia de aprendizaje. El análisis de la conducta es el marco teórico desde donde se parte a lo largo de todo este libro y que se trata de aportar y clari�car desde los conceptos más básicos, el cuerpo �losó�co, hasta ciertas aplicaciones mayormente en la clínica. El análisis de la conducta lo podemos de�nir como una ciencia natural que está constituida principalmente por tres grandes ámbitos: la �losofía de la ciencia de la conducta, eso que llamamos Conductismo, el Análisis Experimental de la Conducta (AEC), y por último el Análisis Conductual Aplicado, ABA por su siglas en inglés (Applied Behavior Analysis) que consiste en el desarrollo de la tecnología donde se ponen en práctica los principios y leyes del comportamiento derivados del AEC para la mejora de la conducta socialmente signi�cativa. A su vez, podríamos añadir un cuarto campo interrelacionado, que son las prácticas profesionales guiadas por la ciencia de la conducta. Todos estos ámbitos componen la Ciencia Analítico-Conductual y si bien cada uno existe por derecho propio, la realidad es que todos deberían estar interrelacionados entre sí para nutrirse mutuamente (Cooper et al., 2020). Hallazgos dentro del análisis experimental pueden ser de utilidad para el análisis aplicado en el ámbito clínico al, por ejemplo, estudiar la interacción verbal entre consultantes y terapeutas; y a su vez, di�cultades en este ámbito que llevan a investigadores a estudiar cuáles pueden ser aquellos factores que más in�uencia tienen en el cambio conductual. Por supuesto, sin olvidar los principios �losó�cos que sustentan a esta ciencia. En los próximos apartados desarrollaremos estos ámbitos uno por uno. El análisis de la conducta se encarga del estudio de la conducta de los organismos en relación-función del ambiente, cuyos objetivos principales son poder describir, explicar, predecir y controlar el comportamiento de los organismos. Nótese que la palabra control es utilizada de la manera que se utiliza en cualquier otra ciencia natural, la cual se re�ere a la identi�cación de las variables repetidas y al uso de aquellas relacionadas funcionalmente con una respuesta para poder modi�carla. El control de la conducta no se utiliza en un sentido peyorativo ni es un invento del análisis de la conducta, el control se estudia de manera sistemática en los laboratorios para formar el conocimiento necesario y de esta forma modi�car no tan solo aquellas conductas que consideremos problemáticas, sino también para aquellas que sean deseadas y que queramos desarrollar o mejorar (García, 2018). Varias de las cuestiones críticas y asociadas en contra al escuchar acerca del control de la conducta parece que viene más de �cciones cinematográ�cas que de lo que realmente sucede respecto al control (Barraca, 2014). El análisis de la conducta, como hemos mencionado, está cimentado en un cuerpo �losó�co sólido, además de que comparte las premisas y presupuestos de cualquier otra ciencia natural, es decir, de todas aquellas que consideren su objeto de estudio como un hecho natural producto y en relación de otro hecho natural, lo cual veremos con detenimiento más adelante. Desde cierto punto de vista consideramos que, en la enseñanza del análisis de la conducta en las universidades y demás cursos, consistiría en facilitar y socializar aquellos presupuestos que sostienen toda una teoría cientí�ca y a su vez todas las aplicaciones que se derivan, puesto que no conocer lo que se considera parte del propio cuerpo �losó�co puede llevar a muchos problemas conceptuales. En el mejor de los casos, aunque empíricamente haya resultados deseados, podría haber errores lógicos, y en el peor de los casos no se presentarían esos resultados empíricos y no habría claridad en todo un cuerpo cientí�co. Esto es congruente cuando, por ejemplo, en muchas ocasiones al hacer ciencia empírica se es riguroso en la metodología y hasta la parte de los resultados, pero no en las conclusiones.Además, hay que considerar que, si los elementos de una ciencia básica y aplicada no están congruentemente relacionados con su base �losó�ca, resulta de varias maneras problemático. Muchas veces es debido al impacto de las aplicaciones prácticas y los resultados deseados del análisis de la conducta que su �losofía detrás es obviada (González-Terrazas y Froxán, 2021), por lo que aquí se presentan las características de la �losofía que le subyace comenzando por presentar la importancia de la �losofía en las ciencias naturales como lo es el Análisis de la Conducta. Importancia de la �losofía en el análisis de la conducta Muchas preguntas que nos hacemos en torno a la naturaleza del comportamiento de los organismos, y de las personas en especí�co, no tienen que ver con preguntas empíricas. Por ejemplo, la pregunta ampliamente formulada ¿qué es conducta? No tiene una contestación posible basada en la observación de un laboratorio ni lógica grosso modo, puesto que diversas personas podrían contestar de diferente manera a esta pregunta según la visión de la que se trate. Las preguntas �losó�cas no tienen un método claro para responderlas, indaga a una noción que se cree se entiende con claridad (Sáenz, 2006). De esta forma, la �losofía formula un conjunto de preguntas con la �nalidad de aclarar ciertos conceptos o explicaciones, construyendo ciertos argumentos que incluyen premisas o axiomas que facilitan la construcción de posteriores datos empíricos. En otras palabras, aunque aquellas premisas que se construyen en un cuerpo �losó�co no sean cientí�cas o no puedan ser contrastadas con los hechos, sí que permiten a partir de las mismas la puesta en marcha de teorías que permiten la construcción y obtención de datos empíricos. La �losofía actual (por decirlo de alguna forma) puede considerarse una rama de las humanidades cuyos practicantes limitan sus análisis a ciertos problemas conceptuales de un tipo. A diferencia de los �lósofos antiguos que trabajaban en múltiples problemas de múltiples disciplinas cientí�cas, hoy por hoy los �lósofos reconocen su limitación y dejan los hechos especiales para cientí�cos experimentales y aplicados. De manera que bien podríamos argumentar que la �losofía es una actividad racional que nos proporciona argumentos para aclarar conceptos, principios y criterios considerados básicos en una ciencia. Y aunque la �losofía no trabaje con la realidad de manera directa, no es sinónimo de que haga caso omiso de la misma (Sáenz, 2006). Aunado, la �losofía para la academia no es fútil, dado que en psicología existen presupuestos que, aunque en algunas ocasiones son tácitos, pueden considerarse unos obstáculos, mientras que otros pueden considerarse bastante útiles para el desarrollo de la investigación y la práctica o reorientar de manera satisfactoria en direcciones adecuadas; a la vez que ciertas �losofías podrían no estar en contacto con la investigación y práctica novedosa (Bunge y Ardila, 2002). Desde que se plantean desde distintas vertientes las múltiples cuestiones como la existencia de la mente, si es algo distinto a las funciones cerebrales, si los anteriores son necesarios para comprender y explicar la conducta de manera su�ciente, si la investigación realizada con sujetos experimentales no humanos puede ser equivalente al estudio humano, si los estudios con grupos experimentales (longitudinales o transversales) son su�cientes o se necesitan más estudios de casos únicos, si la psicología es una ciencia por derecho propio que necesita tener su propio nivel de análisis y objeto de estudio o es una ciencia conformada por otras más donde los psicólogos son una especie de cientí�cos prestados, etc.. La necesidad de un cuerpo �losó�co es imperante, debido a que las respuestas a los interrogantes anteriores necesitan un conjunto de presupuestos que puedan sostener una metodología que ayude a clari�car las cuestiones más allá de la mera observación del fenómeno. Por ello es que se presentan los presupuestos de las ciencias naturales y la �losofía que subyace al análisis de la conducta: el conductismo radical o a veces llamado conductismo Skinneriano. Presupuestos de la ciencia Toda aquella práctica que se considere cientí�ca necesita de una serie de axiomas que doten de sentido a lo que se pretende realizar. En el caso de las llamadas ciencias naturales obtienen ese nombre debido a los presupuestos que le subyace que tienen que ver con la visión de los fenómenos como algo natural, no como algo que suceda fuera del mundo que conocemos o bajo control de fenómenos extra-naturales o paranormales. El caso del Análisis de la Conducta, considerada así misma como una ciencia natural, asume estos presupuestos y se comporta afín de ellos. Cabe destacar que los presupuestos �losó�cos de la ciencia, paradójicamente, no son cientí�cos por sí mismos, no pueden comprobarse o contrastarse con los hechos. Son más bien suposiciones apriorísticas, que como vimos líneas atrás, sí que nos permite realizar todo un marco �losó�co y empírico para la realización de una ciencia (García, 2018). Principio ontológico El principio ontológico, como su nombre lo dice, habla acerca de lo existente y su proveniencia. En este caso, se asume que existe un mundo el cual podemos estudiar, donde habitamos, que es real y natural. Dentro de la ontología, esta postura es conocida como realismo y es de interés para la ciencia. Contrario al realismo es el solipsismo, que asume que no hay un mundo real y que todo es producto de lo mental (García, 2018), así como una película de acción al más puro estilo de Matrix, y aunque esta última postura es discutible �losó�camente, en el sentido de la ciencia no tiene valor alguno. El principio ontológico realista nos dice que existe un mundo donde la materia que conocemos está hecha de una sustancia natural (materialismo) y que no existen dos realidades distintas, sino que solo existe una realidad donde se habita y existe el mundo (monismo) y menos aún que una es causa de la otra. Como veremos también, lo contrario al monismo materialista son las posturas dualistas-mentalistas que terminan en el problema mente-cuerpo. Principio de determinismo La ciencia trata de buscar un orden en la realidad que se estudia, relacionando hechos con otros hechos, considerándolos todos de la misma naturaleza. De esta forma se buscan leyes naturales que puedan explicar dichas relaciones causales. Así como piezas de dominó que van causando el movimiento de otros y el cual podría ser in�nito, el análisis de la conducta se encarga de buscar las relaciones funcionales repetidas entre el ambiente y una respuesta. Con ello le permite comprender, y predecir el comportamiento de los organismos. Lo contrario al determinismo es el fatalismo, un acercamiento �losó�co que asume que vivimos en un mundo incierto, desorganizado, azaroso, que no está sujeto a leyes y que por ende no puede ser predecible. Si se piensa, el asumir esta última postura haría que prácticamente todo lo que hacemos carezca de sentido, pues no se dispondría ni siquiera de una agenda para planear un día, puesto que no estaría sujeto a un orden sino al azar. Algunas objeciones que se han realizado en contra del determinismo en cuanto al estudio de la conducta humana corresponden a los argumentos sobre la individualidad, complejidad y propósito (Chiesa, 1994) que son más un mal entendimiento del concepto de causa y determinismo. Sin embargo, estos argumentos pueden responderse con relativa facilidad. En primer lugar, el hecho de que cada persona “sea un mundo distinto” como en el caso de la individualidad no es sinónimo de que mantenga propiedades únicas; cada planta, o evento en el universo también es único y no por eso son de distinta naturaleza, lo cual no impide que puedan utilizarse los conocimientos antes producidos para poder estudiarlos tanto en su clasi�cación, predicción y control. No existen dos personas iguales, pero cuando se re�ere a que cada persona es un mundo distinto parece que más bien apunta a referirseque cada persona es una historia distinta, y eso no está exento de las leyes deterministas del comportamiento; entonces la unicidad no es indeterminismo. Cuando se habla de la complejidad en el estudio del comportamiento humano es realmente acertado, pero como toda ciencia, en algún punto del desarrollo de su propio objeto de estudio es considerado complejo para el conocimiento de entonces. Sin embargo, el desarrollo de una metodología y el apego a criterios cientí�cos ocasiona que se conozca cada vez más el fenómeno y cada vez deje de ser más complejo. Que se desconozcan algunas relaciones funcionales de la conducta humana no es sinónimo de su ausencia y su conocimiento posterior. Es cierto que aún falta mucho por descubrir y conocer, pero también actualmente sabemos más de la conducta que hace varios años. En cuanto al propósito como contraargumento del determinismo, se suele conferir un estatus causal de la conducta a eventos que aún no han ocurrido, como cuando se dice que una persona estudiará toda la noche para tener una buena nota en el examen. Este tipo de atribución causal no se encuentra en otras ciencias naturales (Chiesa, 1994), en el caso de la conducta tradicionalmente las causas son dirigidas a metas o propósitos en el futuro (Pérez et al., 2010). Esta apelación es incorrecta, puesto que un evento que no ha ocurrido no puede ser nunca la causa de un fenómeno. Como se verá más adelante, el modelo causal del análisis de la conducta es parecido (en ciertos aspectos) al de otras ciencias naturales, es decir, lo que se considera causas de la conducta son condiciones antecedentes, tanto inmediatos como distales (estímulos discriminativos, estímulos condicionados, etc.; y la historia de aprendizaje). Así, una posible explicación más lógica de que una persona pase la noche entera estudiando es porque en situaciones anteriores cuando ha estudiado, consecuentemente ha aprendido más contenidos y ha recibido buenas notas en un examen, lo cual hace más probable que se repita. Este tipo de explicación es plausible incluso para todas aquellas conductas que en un lenguaje coloquial tendemos a orientarlas al futuro. Principio epistemológico Se asume, como hemos visto, que existe un mundo real y natural sujeto a leyes y un orden, pero hasta este punto, no se abarca qué tanto de ese mundo puede conocerse (García, 2018). Por ello, el principio epistemológico asume que el mundo y sus leyes naturales pueden conocerse; y para saber en qué grado de �abilidad o qué manera puede ser la más adecuada nos ayuda la epistemología, cuestionando cómo se ha llegado a obtener el conocimiento cientí�co, su posibilidad, alcance y fundamentos a través de diversos métodos de investigación. El análisis de la conducta cada vez más se interesa por los diseños de la investigación más adecuados para ella, tratando de ser congruentes en el diseño, metodología y conclusiones de la misma. Una vez mencionado los presupuestos de una ciencia natural y la importancia de la �losofía, pasaremos a describir los distintos ámbitos del análisis de la conducta. Conductismo radical Comenzamos por una clari�cación del término. En muchas situaciones se ha escuchado entre pasillos de universidades, de cursos o de charlas entre psicólogos que el conductismo radical es una escuela de la psicología, una terapia o un enfoque; incluso se ha escuchado que el conductismo radical asume su nombre debido a una negación radical (como sinónimo de extremista) de algunos hechos y fenómenos subjetivos propios de seres verbales, como los pensamientos y las emociones, tanto así que han concluido que el conductismo radical solo está pensado (y funciona) para animales no humanos como ratas o palomas. Nada más fuera de la realidad, en un pormenor y para comenzar, el conductismo radical es una cosmovisión de la naturaleza humana y de los organismos en general y de la conducta en particular. El conductismo radical es una �losofía de la ciencia de la conducta, cuyo término fue acuñado por Skinner (1948, 1953, 1974), el cual proviene del latín -radix- que traducido al español signi�ca raíz. El término raíz puede adquirir cuanto menos dos signi�cados en este cuerpo �losó�co: 1) que la conducta es el objeto de estudio en sí misma y no como apéndice de otros procesos inferidos y así mismo es la raíz de lo psicológico (Froxán, 2020), y 2) que busca comprender toda conducta humana desde la raíz, tanto pública como privada con las mismas herramientas conceptuales y experimentales (Cooper et al., 2020). Estos puntos los veremos con mayor detalle más adelante. Skinner en 1974 mencionó que lo único de extremista que mantiene el conductismo radical es un cambio dramáticamente diferenciado sobre el comportamiento y la naturaleza de los organismos de otras escuelas psicológicas, donde literalmente el conductismo radical da una vuelta completamente distinta a la explicación tradicional del comportamiento. El conductismo radical lo podemos considerar un conjunto de supuestos, premisas básicas y/o re�exiones que subyace a la construcción de una teoría, lo cual nos dará material para pensar acerca de las propiedades, causas y efectos de la conducta. Además, el conductismo radical sirve como referencia para escudriñar el conocimiento y la práctica cientí�ca del análisis de la conducta. Esta �losofía de la ciencia es entonces un marco teórico que nos ofrece algunas soluciones a los problemas conceptuales que, como vimos al inicio del capítulo, se han propuesto y diseminado a lo largo del tiempo por otras escuelas psicológicas. El conductismo radical ofrece también una discusión �losó�ca sobre cuál es el objeto de estudio apropiado para la psicología, además de una solución a los problemas conceptuales que disparan la discusión �losó�ca más presente dentro de la psicología, aquel llamado el problema mente-cuerpo. El problema mente-cuerpo El problema mente-cuerpo es históricamente adjudicado a la postura �losó�ca conocida como mentalismo, que podemos de�nir como una forma de estudiar la conducta que asume la existencia de dos dimensiones diferentes en cuanto a su ontología, por un lado, una dimensión mental, espiritual o interna que di�ere en naturaleza a la dimensión conductual o natural (Zilio y Carrara, 2008). También, el mentalismo asume que la dimensión interna (la mente) causa o regula de manera directa la conducta. Esta postura mentalista tiene un inicio en la edad moderna con la llegada de una dicotomización o diferenciación de la naturaleza, una división que partía a la realidad material en la dualidad extenso-inextenso o interno-externo (García 2018). Mientras que los cientí�cos se ocupaban de lo natural, los �lósofos se adjudicaban el estudio de aquellos fenómenos “no naturales” como el psiquismo y lo espiritual. De una forma resumida, el mentalismo asume que existen estados mentales dentro de una persona y que son diferentes en cuanto a la naturaleza del comportamiento público u observable. El mentalismo y su problema mente-cuerpo pone sobre la mesa dos problemas fundamentales: la ontología de lo mental (¿a qué nos referimos con mental? ¿es diferente a algo físico?) y cómo lo mental puede explicar la conducta, es decir su estatus explicativo (González-Terrazas y Froxán, 2021; Skinner 1985). La dualidad mente-cuerpo está muy relacionada con el �lósofo René Descartes, tanto así que este tipo de dualismo también es conocido como “dualismo cartesiano”. El dualismo cartesiano puede discriminarse por algunos puntos importantes (García y Benjumea, 2002), el primero de ellos es que diferencia, como hemos mencionado, la realidad material (res extensa) de la realidad espiritual o mental (res cogitans). Mientras que la primera estaba sujeta a las leyes naturales, la segunda estaba sujeta a un orden divino o místico, por lo tanto, la manera de estudiar el cuerpo era por medio de los procedimientos propios de la ciencia como la biología, la �siología, y la física, mientras que lo mental se estudiaba por medio de la actividad racional y la introspección. El mentalismoentonces supone una trampa conceptual, pues lo mental se concibe en los mismos términos que lo físico, entendiéndolos como dos mundos que coexisten (Ryle, 2015). El dualismo cartesiano también diferencia entre la conducta involuntaria (re�ejos) como una conducta puramente animal, mientras que aquella voluntaria está sujeta a la actividad pensante de una persona y la voluntad, misma que está, según Descartes, fuera del alcance de la ciencia. Skinner al igual que otros personajes intentaron dar respuesta a la conducta voluntaria tratando de encontrar el mecanismo responsable de aquello escindido como voluntad. En algunos casos se han propuesto constructos hipotéticos como variables mediadoras dentro del organismo (esquemas, procesos cognitivos, motivación, etc.), mientras que Skinner puso su atención en la observación de variables del ambiente relacionadas funcionalmente con la conducta. Es decir, como aquellas conductas que están determinadas ante un evento estimular en función de su propia historia de aprendizaje. Resulta curioso que hoy por hoy, aunque en muchos casos el dualismo cartesiano este “casi erradicado” en cuanto a lo ontológico, es decir la diferenciación de una naturaleza natural y una mental o espiritual, sí que sobrevive de manera muy fuerte un dualismo epistemológico (Escobar, 2013; Gazit y Terkel, 2003), lo que es igual a aquel que considera que la conducta solo es un apéndice de otros procesos internos inobservables e inferidos que bien podrían considerarse un constructo hipotético y una �cción explicativa. Lo anterior, puede considerarse como los vestigios del dualismo cartesiano que incluso podemos encontrar en forma de algunos conductismos metodológicos como las terapias cognitivas, las neurociencias, el psicoanálisis, y demás escuelas psicológicas. Han existido distintos intentos (además del conductismo radical) por solucionar el problema mente-cuerpo. Entre ellos podemos encontrar los monismos �sicalistas, el reduccionismo y el eliminativismo. El monismo �sicalista se ha encargado de identi�car aquella dimensión mental y sus propiedades con propiedades físicas y estructurales que pueden ser empíricamente comprobables, como el encéfalo u otras estructuras del sistema nervioso, conexiones sinápticas y sustancias neurobiológicas, otorgándole propiedades causales a los mismos. Esta estrategia de solución puede suponer una trampa, pues al identi�car ciertos procesos -internos- con una estructura empírica se argumenta que pertenecen a la misma realidad, es decir, mientras que se elimina un dualismo ontológico se mantiene un dualismo epistemológico y localizacionista, algo que como se verá más adelante es totalmente contrario al conductismo radical. El monismo �sicalista también puede entenderse como una forma de reduccionismo, como es el caso de explicar la conducta por medio de neurotransmisores y sistemas neurobiológicos, en el cual lo podemos entender en psicología como un intento de explicar la conducta recurriendo a niveles más bajos de análisis, así, el nivel de análisis y objeto de estudio propuesto por la psicología va disminuyendo hasta que desaparece. Si bien es cierto que puede ser importante conocer los procesos biológicos involucrados en el análisis de la conducta, y tomando en cuenta que la conducta es una entidad biológica, también es cierto es que es imperante conocer además aquellas variables de la cual la conducta es función si los objetivos son no tan solo comprender, explicar y predecir, sino también poder controlarla. Un ejemplo de lo anterior es un neurocientí�co que trata de demostrar la existencia y relación causal con el comportamiento depresivo y la triada cognitiva propuesta por A. T. Beck y colaboradores (1996) con base en la identi�cación de cierta actividad en el sistema hipotalámico- hipo�sario-adrenal y la actividad de ciertos neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la noradrenalina y la acetilcolina (Guadarrama et al., 2006). El reduccionismo pues, considera la posibilidad de transformar los procesos y entidades mentales a cuestiones de hecho. Otro intento de resolver el problema mente-cuerpo tiene que ver con lo que se conoce como eliminativismo, en el cual se niegan que los estados mentales tengan alguna relación causal con el comportamiento, instigando a que el vocabulario utilizado por algunas escuelas psicológicas y el argot coloquial de la psicología sea desechado por carecer de sentido alguno. Su propuesta, en vez de la utilización de esos términos es que se deberían establecer por los medios adecuados y empíricos la relación entre la conducta y hechos naturales de interés y relevantes. En un pormenor, el eliminativismo a�rma que lo considerado por el reduccionismo es imposible y que no hay utilidad alguna en el vocabulario mental como una forma de entender y explicar el comportamiento, pues terminan siendo pseudoexplicaciones. Emergentismo Otra de las cuestiones sobre la mesa en torno a la discusión sobre el dualismo, el reduccionismo y el eliminativismo es acerca de los niveles de análisis con los que están relacionados y la irreductibilidad en los mismos. En oposición a las posiciones anteriores, y en especial al reduccionismo está el emergentismo, el cual considera que ningún nivel de análisis de una ciencia puede ser reducible a otros niveles más inferiores, y que, aunque sea una explicación reduccionista exhaustiva, no es su�ciente para comprender el fenómeno de un nivel de análisis superior, algo semejante a lo que se conoce como falacia mereológica. El emergentismo puede llevar a dos cuestiones muy repetidas en las ciencias psicológicas, el argumento epistémico y el argumento pragmático (Froxán, 2020). En el caso del estudio de la conducta, estos argumentos podrían utilizarse de la siguiente forma: en cuanto al argumento epistémico, ¿Es posible conocer todos los “procesos” involucrados a nivel inferior en la conducta? ¿Es posible conocer “el sustrato” de lo psicológico con detalle y seguridad? ¿Es posible conocer todas las partes involucradas con exhaustividad de un problema psicológico? y en cuanto al argumento pragmático ¿Qué utilidad tendría (además de lo que ya se conoce) saber con exhaustividad los procesos involucrados en la conducta? ¿Proporcionaría una mejor aplicación-control de la conducta? ¿Nos permitiría una mejor descripción y predicción? ¿Sería una explicación exhaustiva de los procesos o sustratos más sencilla o útil? ¿Sería mejor que la tecnología actual para lograr los objetivos propuestos por el análisis de la conducta? Un hecho real es que los distintos niveles de análisis de las ciencias mantienen intereses distintos y que la realidad puede ser estudiada desde distintas aristas, pero para ello cada nivel de�ne su objeto de estudio sin que eso conlleve la exclusión de los demás análisis. En estos casos la mejor manera de seleccionar el nivel de análisis adecuado para la conducta es en función de aquel que nos permita una mejor capacidad de explicación, de predicción y de control con el menor esfuerzo posible con independencia en su propio avance (García, 2018). Se puede identi�car que el dualismo, el reduccionismo y el eliminativismo comparten una cuestión, la capacidad de su vocabulario para referirse a hechos, es decir, que el signi�cado de sus palabras estaría directamente relacionado con qué tanto pueden describir hechos, una postura �losó�ca conocida como descriptivismo. Se podría llegar a pensar que el análisis de la conducta optaría por el eliminativismo (lo cual cobra sentido si revisamos el estilo de comunicación de algunos analistas de conducta); sin embargo, como veremos en capítulos posteriores se busca que el análisis de la conducta sea identi�cada con una postura conocida como antidescriptivismo, donde uno de sus autores más reconocidos es Wittgenstein (1973) y el cual tiene total sentido cuando el análisis de la conducta se identi�ca con la �losofía analítica del mismo autor. Aproximación al antidescriptivismo El antidescriptivismo es una �losofía del lenguaje quesugiere que el mismo no solo es una herramienta descriptiva, sino que también mantiene otras funciones y con ello su utilidad. El lenguaje realmente depende del uso que sostenga, mismo que está sometido a las reglas que lo rigen y que son desarrolladas dentro de las prácticas de una comunidad, es decir, en un conjunto de individuos que acuerdan darle un determinado uso al mismo (Martí, 2020). Con lo anterior es posible observar que el lenguaje mantiene un sentido radicalmente social y contextual; por ello es que no puede existir un lenguaje privado o individual (en términos que solo una persona pueda “utilizar” o “hablar” ese lenguaje). Desde este punto de vista, los términos mentalistas que suelen utilizarse en una conversación habitual e informal no es que necesariamente hagan referencia a entidades factuales con cierto rol causal sobre el comportamiento, sino que pueden ser utilizados bajo un uso evaluativo o normativo (Froxán, 2020). No es lo mismo explicar el comportamiento en términos de relaciones funcionales o leyes que explicarlo en términos de razones, o bien, si el comportamiento es racional o no, puesto que aunque un comportamiento aparentemente irracional se esté presentando, existe una explicación nomológica o cientí�ca que nos ayude a comprenderlo. Para el conductismo radical el lenguaje, aunque mantiene múltiples funciones, también puede ser privado en el aspecto de la accesibilidad del mismo con referencia a otras personas. Esto signi�ca que el lenguaje o habla interno que puede ser considerado “lo cognitivo” es en realidad una conducta con el mismo estatus ontológico que una conducta pública sujeta a las mismas leyes del comportamiento, que por medio de la práctica y la automatización (tomando en cuenta las causas distales en toda una historia de aprendizaje) es como puede llegar a “interiorizarse”. Sin embargo, para que un tercero entienda su signi�cado, se necesita de un referente público, por ejemplo, de algún comportamiento público, que permita la valoración de congruencia y de correspondencia entre el lenguaje y su acción, aunque no necesariamente de manera normativa. Por ello, es necesario que se lleve a cabo la operativización de los términos mentalistas que se utilizan (cuando menos en la práctica clínica). De esta forma será posible poder observarlos, registrarlos, medirlos, analizarlos funcionalmente, producir los cambios necesarios a través de la manipulación de las variables relacionadas de manera funcional, y contrastar los cambios tras su intervención. Entender el lenguaje desde una perspectiva antidescriptivista tiene una alta relevancia a la hora de suscribirse a una �losofía y marco teórico; también para conceptualizar, entender e intervenir en un problema de conducta. A diferencia de una conceptualización antidescriptivista, para una �losofía mentalista que utiliza como explicación causal estados internos o procesos de conciencia lo anterior no tendría sentido (realmente las posturas cognitivas tienden a ser descriptivistas), puesto que lo “mental” o el lenguaje interno tendría que ser necesariamente idéntico con su comportamiento para ser considerado verdadero. Si una persona que atraviesa por problemas de depresión y (se) dice que es un “inútil y bueno para nada”, pero se mantiene haciendo cosas para lo que es hábil, para las posturas cognitivas y descriptivistas sería un sinsentido en el mejor de los casos dado que no coincide lo dicho con lo hecho, y dentro de las explicaciones normativas se hablaría de una “irracionalidad”, o bien, se limitaría a las verbalizaciones al margen de la conducta emitida, en el peor de los casos. Se asume pues, que lo importante para la evaluación al momento de decidir si una persona es, por ejemplo, irracional o no, consiste solamente en lo que la persona dice. Sin embargo, para el antidescriptivismo y las explicaciones nomológicas de conducta el ejemplo anterior tiene sentido y podría explicarse con relativa facilidad. Esto es, de hecho, algo que en la clínica y el análisis de la conducta se observa frecuentemente, y estar atento a ello es de suma importancia cuando nos encontramos en casos donde lo importante es lo que la persona dice, pero también en otros donde lo importante (más allá de una verbalización) es la acción concreta que realiza. Los ejemplos de problemas de “autoestima” o verbalizaciones evaluativas auto-referenciadas pueden ser un ejemplo donde lo importante y la atención en la modi�cación puede estar en las verbalizaciones. Mientras que en los casos de depresión lo importante, al menos al inicio, está en los comportamientos que realiza una persona para retomar una buena calidad de vida, independientemente de las verbalizaciones iniciales (aunque se espera que las verbalizaciones vayan cambiando de manera progresiva al ir contactado con fuentes estables de reforzamiento positivo); esto es un ejemplo de intervención que hoy por hoy es totalmente plausible y altamente utilizada (González-Terrazas y Campos, 2021). La conducta es lo que constituye la evidencia para poder atribuir que una persona presenta un problema psicológico (pues es su raíz) y es el principal hecho posibilitador de los criterios de las evaluaciones y de la intervención psicológica, ya sea de manera pública o privada, respecto a lo esperado socialmente o dentro de determinados estándares normativos. En este sentido, diríamos que un proceso cerebral o un estado mental es problemático (o patológico) en función y comparación con las conductas que se emiten frente a un determinado contexto social evaluativo, y no simplemente por la existencia de dicho proceso (Froxán, 2020). Así, entre otras cuestiones, podemos observar que el conductismo radical no es la ciencia de la conducta sino la �losofía de esa ciencia. Mecanicismo Se ha visto anteriormente que al análisis de la conducta le subyace el principio de determinismo, y que al igual que otras ciencias consideradas naturales que también suscriben a dicho principio consideran que un fenómeno está relacionado con otro fenómeno. Sin embargo, esta premisa no especi�ca cómo o de qué manera se da esta relación. En otras ciencias naturales y en el análisis de la conducta existen formas distintas de entender el concepto de causa en torno a su propio objeto de estudio, incluso, dentro de la misma psicología y ciencias del comportamiento, el concepto de causa puede ser distinto. Por un lado, existen los modelos mecanicistas que se podrían resumir en que para entender el cómo se produce una conducta hay que indagar en todos los eslabones de una cadena causal para explicar la relación entre el objeto de estudio y la iniciación de un estímulo. Por lo general, las visiones mecanicistas del concepto de causa están relacionadas con el hecho de que la conducta es el último eslabón de toda una cadena causal, dotándola de un estatus de apéndice de otros procesos “internos” que pueden ir desde cognitivos (pensamientos, deseos, esquemas), emocionales, �siológicos o cerebrales. Así, en esta visión causal la conducta no es por sí misma el objeto de estudio que interesa a un cientí�co, sino que es la manera de estudiar otros procesos que se asumen la causan. Además de esto, suele considerarse que la conducta mantiene un sustrato donde solamente lo que sucede dentro de la persona (constructos hipotéticos) es relevante, y que lo que hace es de importancia secundaria a lo que hay por dentro. En este sentido, la conducta es una variable dependiente de los procesos internos como variable independiente. Es fácil identi�car esta forma de ver la conducta con �losofías mentalistas, monismos �sicalistas, y algunos conductismos como el metodológico, donde lo primordial es ese otro sistema o procesos. Ejemplos de constructos como variables pueden ser: el catastro�smo en vez de un comportamiento incongruente con los hechos, una personalidad dependiente en vez de un comportamiento reforzado por la atención o reforzadores sociales, la autoestima en vez de comportamientos de autocuidado, la memoria en vez de recordar,la atención en vez de atender a ciertos estímulos, los bajos niveles de neurotransmisores como la dopamina en vez del comportamiento depresivo, la autopercepción en vez del comportamiento evaluativo hacia sí mismo, etc. Algunos autores como Capra (1975) relacionan esta forma de conceptualizar los fenómenos naturales como lo es la conducta con el pensamiento de la cultura occidental, como una forma de “egos aislados existiendo dentro de sus cuerpos” (p.28). Este mismo autor, sostiene que la idea de un sí mismo delimitado y esencial es más propio de un estilo de pensamiento cultural occidental que una realidad ontológica, y es propia solo de una manera de hablar. El punto de vista mecanicista y vitalista se puede ejempli�car como una bola de billar, donde para entender cómo una bola llega al cesto, es necesario describir hacia atrás como una bola ha pegado a otra, como el taco de billar le ha pegado a la primera bola, como el taco ha sido accionado y así sucesivamente tal como una cadena con un principio y un �n; una máquina insensible al ambiente, un proceso lineal y unidireccional que ignora una propia teoría de una ciencia. El pensamiento mecanicista, lineal y unidireccional es aún muy cotidiano en las ciencias, y la psicología no es la excepción, como ejemplo podemos tomar varias perspectivas de conductismos mediacionales, cognitivismos y neurociencias. Además, los eventos pueden ser contiguos en espacio y tiempo, pero no mantener una relación funcional, que como se verá en otros capítulos más tarde, es fundamental tomar esto en cuenta al momento de realizar una de las mejores herramientas del análisis de la conducta, el análisis funcional. Como se ha revisado, la propuesta �losó�ca del conductismo radical no separa a la persona en dos entidades o en una realidad mental y por separado otra conductual. La persona no forma parte de una dualidad, sino que es una unidad. La conducta de las personas tampoco se encuentra en algún lugar especí�co, ni se considera que pertenece a algún sustrato, sino que es una propiedad relacional y no sustancial. La conducta “existe” hasta el momento en que se produce, lo cual es gracias a toda la historia de interacciones pasadas entre el individuo y su contexto (Freixa, 2003). Así como el fuego existe hasta que interactúa un combustible con un iniciador mas no está almacenada en algún lugar, la conducta existe hasta que el individuo y el ambiente interactúan, por medio de su propia historia de aprendizaje. La conducta en el conductismo radical es lo principal y es el objeto de estudio por derecho propio en vez de otros procesos inferidos. El concepto de causa que se asume en el conductismo radical está alejado del punto de vista vitalista y mecanicista y adopta el de relaciones funcionales, donde los eventos son función de otros y no precisamente un evento ejerciendo fuerza sobre otro. Este concepto de causa está altamente in�uenciado por Ernest Mach, mismo que cuestionó el concepto de causa Newtoniano. El conductismo radical acepta un concepto que no necesita de eslabones de cadena para dotar de explicación a la relación entre dos variables y opta por el concepto de relación funcional, donde una explicación causa-efecto se intercambia por un cambio en la variable dependiente (una respuesta) que es producto del cambio en una variable independiente (la manipulación del ambiente o contexto, antecedente o consecuente) y es poco probable que se deba a una variable extraña, el cual se puede comprobar por medio de intervenciones sistematizadas o experimentos debidamente controlados que puede aplicarse tanto a la conducta respondiente como operante. Skinner mencionaba que estos términos sugieren que eventos diferentes tienden a ocurrir de manera conjunta en cierto orden, y sugería que los términos de causa y efecto pueden seguir siendo utilizados en el discurso sin mayor problema siempre y cuando se entendiera con precisión su signi�cado antes explicado (Skinner, 1953). Modelo causal del análisis de la conducta: selección por consecuencias En el conductismo radical de Skinner se abandona el modelo mecanicista de eslabón de cadenas. El modelo alternativo que se asume en esta perspectiva está directamente relacionado con la teoría de la evolución de C. Darwin (1859), el cual proporciona una visión distinta en la psicología, principalmente con el principio de continuidad biológica y el principio de retroalimentación. Estos dos principios se pueden representar a lo largo de tres pilares básicos (Collado, 2009): a) la existencia de variaciones entre individuos de la misma especie, b) un mecanismo de transmisión genética de las características de los progenitores a los descendientes, y c) un mecanismo selectivo que produce la eliminación de individuos no dotados de determinadas características adaptativas (mayor riesgo de morir y menos probabilidad de reproducirse). Contrario a lo que suele pensarse, la teoría de la evolución no es una visión teleológica en el cual un cambio en una especie es “diseñada” o “producida” para una �nalidad, por lo que las características de una especie que se mantienen sucede por los mecanismos antes mencionados y porque esa variación les permite sobrevivir y reproducirse al miembro de una especie en cierto ambiente, siendo más parte de todo un proceso de adaptación que una �nalidad de dicha característica, por lo que no hay una característica predestinada o con cierta �nalidad a priori. Así como la teoría de la evolución ha sido naciente en un contexto de seleccionismo �logenético, este mismo modelo ha sido extendido al estudio de la conducta de los organismos (dentro del ámbito psicológico) dotando así de un seleccionismo ontogénico o por consecuencias, el cual podemos de�nir como el mismo aprendizaje de un individuo, donde en dicha selección conductual, las conductas se mantienen y maximizan debido a sus consecuencias. Así mismo, el modelo de seleccionismo es traspolable, incluso, a un seleccionismo cultural, donde las pautas de conducta culturales se seleccionan a través de la supervivencia de cierta cultura (Cooper et al., 2017). Este seleccionismo ontogénico podemos verlo desde los estudios de E. Thorndike (1911) y su famosa Ley del Efecto, la cual menciona que las conductas que van seguidas de sensaciones de placer son más probables de repetirse en situaciones semejantes, y de forma contraria, las conductas que van seguidas de sensaciones de displacer o dolor son menos probables de repetirse en las condiciones parecidas en las que sucedieron. Más tarde, Skinner (1937) (uno de sus estudiantes más prodigios) desarrolla a partir de la ley de efecto y sus observaciones de laboratorio los principios de condicionamiento operante. De esta forma, se puede de�nir un comportamiento operante como toda aquella respuesta cuya frecuencia futura ha sido seleccionada, mantenida y moldeada debido a sus consecuencias pasadas. Mientras que el mecanicismo intenta llenar aquellos espacios físico-contiguo-espacial entre un evento y otro para dotar de explicación a una conducta, en el seleccionismo por consecuencias del conductismo radical no son necesarios esos eslabones para comprenderla, ni se presume un enfoque lineal de la misma explicación, sino que se toma en cuenta el tiempo en forma de la historia de aprendizaje o experiencias pasadas de un individuo y las contingencias actuales, donde la manera de responder a estas últimas está en función de la experiencia. En otras palabras, el conductismo radical y el análisis de la conducta apuesta por las “causas” distales y proximales de la conducta, de manera interrelacionada en vez de solamente enfocarse en las proximales de forma lineal. El seleccionismo por consecuencias ha sido difícil de considerarse, en ocasiones, cuando también converge con otras visiones como las teológicas y teleológicas propias de una cultura de determinado espacio y tiempo y cuando se considera a la conducta solo como producto de otros procesos internos, llevando a la necesidad de una lectura mecanicista y físico-contiguos.En este caso el seleccionismo ontogénico no requiere de una explicación físico-contiguo ni una cadena que ocupe el lugar de una relación funcional entre las variables dependientes e independientes, por lo que la distancia física entre las variables carece de relevancia. Diversos ejemplos de la vida cotidiana y que se verán más adelante en este libro pueden ilustrar cómo es que una conducta puede ser seleccionada a través del tiempo sin la necesidad de una relación inmediata ni estructuras internas, sino observando el efecto sobre las conductas; es decir, la relación funcional producto de eventos pasados. Análisis Experimental de la Conducta (AEC) Como mencionamos anteriormente, este es el segundo ámbito del análisis de la conducta que analizaremos. Podemos establecer el origen del AEC de manera formal con la publicación de La conducta de los organismos (Skinner, 1938). Esta obra resume la investigación realizada por Skinner desde 1930 a 1937 en laboratorio, poniendo de mani�esto dos tipos de conducta: la respondiente y la operante. La conducta respondiente es la que comúnmente se conoce como estímulo-respuesta, y cuyo mayor representante podría ser el �siólogo ruso Ivan Pavlov (1927). En este paradigma, un estímulo antecedente (por ejemplo, un chorro de aire en los ojos) elicita una respuesta re�eja, involuntaria (la de cerrar los mismos). En estos casos hablamos de respuestas re�ejas, automáticas, cuya unidad funcional es el re�ejo, y lo compone el binomio E-R (de ahí el nombre de paradigma estímulo-respuesta). El interés de Skinner, sin embargo, estaba dado en la conducta que normalmente llamamos “voluntaria” y que compone la gran mayoría de cosas que realizamos. A su vez, mientras que a la conducta respondiente se le identi�ca de manera clara un antecedente, esto no es tan claro siempre en el caso de la conducta operante. Mientras que la psicología contemporánea, ligada a otros conductismos no radicales a Skinner proponían diversos constructos hipotéticos para la explicación de este tipo de comportamiento tal como lo hacían los conductistas metodológicos (López, 2002), él adoptó una posición distinta y se dispuso a buscar en el ambiente las causas de la conducta. Por medio de la investigación en diversos animales (inicialmente ratas y luego palomas) comenzó a acumular datos de la variación de la tasa de respuesta de presionar una palanca a la que seguía inmediatamente un pellet de comida. Lo que observó es que las primeras tres veces que la comida seguía a esta respuesta no había un cambio observable, pero que a la cuarta vez la tasa se incrementó signi�cativamente, así hasta llegar a un máximo (Skinner, 1938). Esto supuso una clara demostración experimental de la relación funcional entre la conducta y ciertas variables del ambiente, que abrió las puertas a miles de experimentos en los que, a partir de la manipulación y variación de determinados tipos de eventos ambientales, se comenzó a delinear los llamados principios de la conducta operante. Los miles de experimentos realizados entre 1930 y 1950 permitieron delinear los principios de la conducta operante, que constituyen la fundamentación empírica del análisis de la conducta en la actualidad. Estos principios son reforzamiento, extinción, castigo, control de estímulos y operaciones motivadoras. Describir los mismos excede el propósito de esta obra, además de existir bibliografía donde se conceptualizan y describen de manera muy precisa (Cooper et al., 2020; Froxán, 2020; Miltenberger, 2014; Pérez et al., 2010, Domjam, 2010). A pesar de la imposibilidad de explicar uno por uno, las siguientes asunciones son necesarias para una mayor comprensión de los capítulos que siguen a continuación: • Los principios de conducta describen relaciones entre eventos del ambiente y comportamientos. Que a un estímulo se lo denomine reforzador, no es propiedad esencial o sustancial del estímulo en sí mismo, sino del efecto que provoca a futuro en la conducta. Esto implica que un mismo estímulo (por ejemplo, agua) puede ser un reforzador si la persona posee sed (para más preciso, una historia de deprivación de agua), pero le será indiferente al mismo sujeto si acaba de beber ese mismo u otro líquido. • Si bien el comportamiento se mantiene por las consecuencias que produce, ciertos estímulos antecedentes (discriminativos, condicionales y motivadoras) in�uyen en la emisión del mismo. Un tradicional ejemplo es el del niño que frente al padre llora y éste para que se calme le compra golosinas; pero con su madre no lo realiza, ya que ella jamás le compró golosinas en una situación de llanto. Si bien lo que mantiene el comportamiento es la consecuencia reforzante (en este caso las golosinas), el niño adquirió la capacidad de discriminar ante qué antecedente (el padre) el comportamiento de llorar es reforzado y ante cual no. Los eventos antecedentes del ambiente y en ocasiones del mismo organismo alteran el valor de un estímulo como reforzador y la frecuencia momentánea de aquella respuesta que lleve a conseguirlo. Un ejemplo podría ser cuando una persona que ha pasado varios días sin estimulación sexual (deprivación) cualquier evento estimular que cumpla un efecto de estimulación sexual incrementará el su valor como reforzador y aumentarán todas aquellas respuestas que lleven a conseguir (y que haya sido reforzado en el pasado) dicha estimulación. Mientras que las personas que frecuentemente reciben estimulación sexual, los valores como reforzador no variará mucho. • Todo comportamiento (operante) es mantenido por sus consecuencias y cumple una función. Para determinar la misma, el análisis funcional de la conducta es la herramienta por excelencia. • La relación entre antecedente, respuesta y consecuencia se denomina contingencia de tres términos y es la unidad de análisis para determinar la función del comportamiento operante, por medio del análisis funcional señalado en el ítem anterior. Análisis conductual aplicado Si el conductismo radical es la �losofía que delimita como es el objeto de estudio del análisis de la conducta, su de�nición, dónde buscar las causas últimas de la misma, el análisis conductual aplicado es donde los principios y conocimientos derivados del análisis experimental de la conducta (AEC) se ponen en juego para la mejora de la vida cotidiana. Proporcionando una de�nición más concreta y que abarque sus características, podemos decir que: El análisis aplicado de la conducta es la ciencia en la que las estrategias derivadas de los principios de la conducta se aplican de manera sistemática para mejorar la conducta socialmente relevante, y en la que se utiliza la experimentación para identi�car las variables responsables del cambio de conducta (Cooper et al., 2020). De la de�nición anterior se pueden tomar varios elementos importantes para especi�car. El aplicar de manera sistemática los principios de conducta signi�ca por un lado que no cualquier intervención (por más que sea realizada en el marco de un tratamiento conductual) pueda ser llamada analítico-conductual, sino aquellas que estén debidamente operacionalizadas y sean coherentes con los principios �losó�cos y aquellos derivados de la experimentación. Es decir, que un analista haga referencia a la utilización de Flores de Bach o mencione razones “espirituales” en una consulta, no convierte a estas en intervenciones analítico- conductuales. Para cumplir estas características, deberán identi�carse apropiadamente las variables de cambio (aquellas variables independientes que su modi�cación resultan en el cambio conductual) y utilizar una terminología no dualista, por ejemplo. El hablar de conducta socialmente relevante muestra que, como analistas de conducta (y la profesión que ejerzamos, psicólogos, psicoterapeutas, terapeutas de lenguaje, consultores, etc.) no cualquier comportamiento es objeto de intervención solo porque nos moleste a nosotros o a alguien que no sea el usuario; sino aquellos que signi�quen bene�cios en la vida del consultante. Esto es, que losobjetivos del cambio conductual sean signi�cativos, importantes, sostenibles y generalizables, y así lo acerquen a potenciales reforzadores y evite situaciones aversivas. Este aspecto toma especial relevancia en situaciones determinadas, por ejemplo, el trabajo con niños y adolescentes (con o sin trastornos del desarrollo) a los cuales es preciso enseñar repertorios conductuales y/o disminuir conductas problemáticas (¿para quién?) y que ellos no han buscado la consulta, sino que han sido referidos por sus familias, escuelas, etc. Otros casos pueden ser en donde ciertas personas del contexto presentan comportamientos agresivos hacia el cliente y la forma que debería tomar la intervención (¿sólo enseñar habilidades de asertividad a nuestro cliente o evaluar si además de esto es necesario realizar cambios en el ambiente?). También, casos como la experimentación de ciertas respuestas emocionales (tristeza, angustia) después de eventos naturalmente dolorosos como una pérdida (¿es posible la modi�cación inmediata?), y la demanda del propio consultante o familiares de modi�car (¿es un cambio importante aún con que esto no interrumpa su vida cotidiana? ¿es sostenible?) lo que se experimenta o bien de que inmediatamente actúe como si el hecho no hubiera pasado jamás. Es preciso considerar entonces la relevancia social de nuestras intervenciones, y esto implica incluir al contexto relevante del consultante y no ser meros modi�cadores de conducta. Historia del análisis conductual aplicado La historia del análisis conductual aplicado es ligeramente posterior a la del análisis experimental. Fue necesario acumular un corpus de evidencia considerable y teorizar sobre estas relaciones funcionales entre conducta y ambiente para evaluar la posibilidad de que los conocimientos acerca del condicionamiento operante fuesen aplicables en seres humanos. Una de las primeras aplicaciones de las que se tiene registro es la de Fuller (1949). Se trabajó con una persona de 18 años, la cual en el lenguaje de la época había sido descrita como “idiota vegetativo” (considerar que esta expresión no es vigente actualmente). De acuerdo a la opinión de quienes lo conocían, este joven no había podido aprender prácticamente nada en su vida. Solía permanecer acostado de espaldas y era incapaz de darse vuelta. Se seleccionó como objetivo el movimiento de su brazo derecho, que apenas era capaz de moverlo. Utilizando una jeringa con una solución de leche caliente y azúcar y administrándole ese líquido cada vez que movía el brazo, se logró en solo 4 sesiones que pusiera el mismo en posición vertical, a una tasa de 3 veces por minuto. Teniendo en cuenta la línea base desde la cual se partía esta experiencia constituyó una poderosa demostración de lo que el condicionamiento operante podía signi�car para la vida humana. Durante la década de los 50 y 60 se llevaron a cabo numerosos experimentos, principalmente en contextos de laboratorio, es decir, no en los ambientes típicos donde se desenvuelven los participantes de los mismos. Si bien había un bene�cio en las personas que participaban de estos estudios, no era el propósito principal de los mismos, la �nalidad era el veri�car qué tan aplicables eran estos principios para nosotros. Fue así que las investigaciones se multiplicaron en personas con o sin trastornos, niños y adultos, analizando diversos principios y aplicaciones. Algunos pioneros en esta ciencia naciente los encontramos en Bijou (1955, 1958), Baer (1960, 1961), Ayllon y Michael (1959). Este último ya anticipando lo que se llamaría posteriormente Análisis Conductual Aplicado (ABA), con el nombre “El enfermero psiquiátrico como un enfermero conductual”, en el cual los autores describen cómo estos profesionales de la salud utilizan numerosas estrategias conductuales para el cuidado y la mejora de los residentes de las instituciones de salud. Hoy por hoy el análisis de la conducta ha ampliado sus ámbitos de intervención y extendido las formas en las que se ponen en marcha las tecnologías operantes y respondientes. En cuanto al ámbito clínico que es el que nos interesa en mayor medida, a lo largo de todo este libro, y como podremos observar, se ha incursionado en temas que quizás antes habían sido poco estudiados. Solo por mencionar algunas, la interacción verbal como variable interviniente en el cambio psicoterapéutico con consultantes con amplios repertorios verbales y los procesos que subyacen al mismo, el desarrollo de técnicas y procedimientos para los problemas más comunes en la clínica ambulatoria como los problemas de ansiedad y depresión, la empatía desde la perspectiva analítica conductual, incluir variables sociales y culturales importantes al momento de trabajar con grupos vulnerables, e incluso preocuparse por un posicionamiento �losó�co serio referente a la conceptualización de los problemas psicológicos y el lenguaje que tradicionalmente se utiliza en la clínica. Los puntos anteriores, a nuestro ver, insertan al análisis de la conducta como una ciencia amplia capaz de responder a múltiples problemas y situaciones que tienen que ver con lo que a diario se observa en la clínica. Hay dos acontecimientos que pueden servir de inicio formal del análisis aplicado del comportamiento, ambos ocurridos en 1968 (Cooper et al., 2020). El primero es el lanzamiento del Journal of Applied Behavior Analysis (JABA), una revista que en la actualidad continúa siendo referencia en lo que es el análisis aplicado de la conducta, y que fue la primera revista en Estados Unidos dedicada a problemas aplicados, es decir, cómo a partir de los conocimientos del análisis experimental se podían derivar estrategias de mejora de la vida humana. El segundo hito es la publicación del artículo “Algunas dimensiones actuales del análisis aplicado de la conducta” (Baer et al., 1968), que es el más citado en la historia del análisis conductual. Estos autores señalaron cuáles debían ser los criterios para que una práctica pueda ser considerada dentro del análisis de la conducta. Estas dimensiones continúan vigentes en la actualidad y son una guía para la investigación y práctica profesional. Dado que en de�nitiva este libro es mayormente sobre análisis conductual aplicado (de todos los posibles ámbitos nosotros nos abocaremos a prácticas clínicas y educativas), haremos a continuación un breve recorrido por ellas. Dimensiones del análisis de la conducta aplicada Dentro de las características desde el nacimiento de esta ciencia, los autores mencionados propusieron una serie de criterios para identi�car al análisis conductual, que fuese aplicado, conductual, analítico, tecnológico, conceptualmente sistemático, efectivo y generalizable. Por más que algunas de estas dimensiones puedan sonar redundantes u obvias por el mismo nombre del análisis de la conducta, el de�nirlas explícitamente permite diferenciar aquellos elementos que debe poseer una intervención, modelo y explicación para llamarle analítico-conductual y que se diferencie de otro tipo de explicaciones alternativas, como por ejemplo las cognitivo- conductuales (intervenciones que a pesar de su e�cacia e historia con puntos en común, sostienen una �losofía y conceptualización muy distinta sobre el comportamiento humano). Veamos una por una. Aplicado Como ya hemos visto, el análisis del comportamiento tiene un ámbito �losó�co, experimental y aplicado. Este último hace referencia a que las intervenciones que se propondrán irán destinadas a la mejora de la vida humana en contextos naturales, no en laboratorio. Si el objetivo del análisis experimental es investigar con la �nalidad de comprender mejor la naturaleza, aunque de esto no necesariamente se extraigan conocimientos utilizables en nuestra vida cotidiana, el del análisis aplicado está orientado a este último aspecto. Y esto no solo en el ámbito clínico, sino en cualquiera donde dichos conocimientos puedan utilizarse: educativo, laboral, deportivo, etc. Un detalle mayor de áreas de aplicación las veremos en el apartado práctica profesional.Conductual Tal vez parezca innecesario describir esta dimensión, sin embargo, veremos que no lo es. Hay tres elementos para tener en cuenta en esta de�nición: el primero es que una intervención deberá enfocarse en aquel o aquellos comportamientos que deban mejorarse, no en otros similares o en las descripciones que se puedan hacer de tales conductas. Si se plantea una intervención para disminuir las conductas de acoso escolar a un joven en una escuela, cumplir con esta dimensión implicaría observar directamente si las conductas tipi�cadas como acoso se siguen dando, y no basar el éxito de la intervención en una medida indirecta como por ejemplo la mejora en el estado de ánimo de quien fue víctima de acoso hasta el momento. El segundo elemento para tener en cuenta, algo muy distintivo del ABA, es que la conducta sobre la que se interviene debe ser medible, debe ser posible veri�car de manera objetiva que se ha dado el cambio conductual deseado. No es una cuestión de pareceres y sentimientos de la persona que presenta el problema o de otros, sino que la intervención debe dar cuenta del cambio buscado. En este sentido, el registro y medición de la conducta es un aspecto esencial. En tercer lugar y último, es esencial identi�car de quién es la conducta que cambia. Podría suceder que es la del investigador, terapeuta, o quien llevó a cabo el procedimiento y no la del sujeto a quien estaba dirigida inicialmente la intervención. Pongamos como ejemplo la enseñanza de discriminación de animales a un niño de 4 años por parte de un docente. Podría suceder que, ante las respuestas incorrectas del pequeño el maestro presente ayudas gestuales (inadvertidas por él) y que el niño comience a responder correctamente. Si estas ayudas no están correctamente identi�cadas por quien está en la posición de instructor, seguramente no implemente las estrategias de desvanecimiento para que las respuestas correctas queden controladas por los estímulos “animales” en lugar de por las ayudas gestuales; y que en ausencia de este docente el niño responda incorrectamente. En este caso hipotético (aunque bastante común en la enseñanza a niños con y sin trastornos del desarrollo u otros), la conducta del adulto habría cambiado (comenzó a presentar ayudas) pero el cambio �nal deseado (que el pequeño discrimine animales sin ayuda) no se habría logrado. Analítico Una intervención cumple con esta dimensión cuando quien la aplica puede mostrar una relación funcional entre aquellas variables manipuladas y el cambio en alguna (o varias) dimensiones de la conducta (por ejemplo, duración y frecuencia). A lo que se apuntaría aquí es al control experimental que tiene el analista de conducta sobre la variable dependiente (la respuesta) y las independientes (aquellas del contexto modi�cadas). Sin embargo, dado que no estamos hablando del contexto de investigación, muchas veces no se puede introducir y retirar una variable independiente para mostrar control experimental y muchas veces tampoco es deseable. Imaginemos que estamos trabajando mandos con un pequeño con un trastorno del lenguaje y se instruye a la familia para que cuando el niño diga “era” le entreguen la mamadera (biberón en muchos países). Aquí se podría mostrar control sobre este mando veri�cando cuando los padres refuerzan la emisión de la palabra “era” la misma se incrementa en el futuro, y luego poniendo bajo extinción este pedido por medio de la no respuesta de los padres. Pues bien, el mando “era” incrementaría su emisión y luego descendería (previo pico de extinción y probablemente con algunos problemas de conducta asociados). Sin embargo, en este propio ejemplo dado que estamos frente a un pequeño con una alteración en el lenguaje, esta demostración no sería deseable ni mucho menos ética, por lo cual probablemente ningún analista de comportamiento lo realice. A pesar de las consideraciones anteriores, una forma en la cual puede observarse esta dimensión sin caer en conductas impropias, es por medio de la presentación de datos a los usuarios de estos servicios, que permita evidenciar que los resultados deseados son producto de las intervenciones realizadas y no de otras variables. El seguir estas indicaciones permite entonces que el cliente/consultante juzgue la intervención y a nosotros poder dar cuenta de la misma. Tecnológico Una intervención es cali�cada de tecnológica dentro del análisis de la conducta cuando la misma está descrita de tal manera que otra persona tenga la posibilidad de replicar la misma. Este es otro elemento crucial, no es solo cuestión de de�nir operacionalmente el comportamiento y de demostrar la relación funcional a partir de nuestra entrada, sino que además debe ser posible llevarla a cabo por otras personas. En toda ciencia la replicabilidad es un elemento crucial, y no estamos aquí ante una excepción. Que el conocimiento de cualquier fenómeno (en este caso la conducta) avance consiste en que las estrategias implementadas puedan ser repetidas, obteniendo los mismos resultados. Si estamos utilizando en la práctica clínica metáforas para propiciar que los consultantes se aproximen a estímulos aversivos en consonancia con reforzadores condicionados para ellos, la forma en que utilicemos estas metáforas debe estar correctamente especi�cada, de manera que sea posible que otros terapeutas utilicen este recurso verbal con éxito, y a su vez que otros investigadores realicen réplicas extendidas añadiendo otros componentes y mejorando las intervenciones (Hulbert- Williams et al., 2020). Conceptualmente sistemático Tan importante como las dimensiones anteriores es el poder describir la intervención y/o modelo que se use en términos de aquellos principios básicos sobre los que se apoya. Si bien, como veremos en el próximo apartado, la gama de aplicaciones del análisis conductual es potencialmente ilimitada, de la misma forma que sus intervenciones, todas estas se apoyan en unos pocos principios básicos del comportamiento. Una intervención o un modelo terapéutico es conceptualmente sistemático cuando además de describir de manera precisa las estrategias implementadas, detalla cuales son estos principios sobre los que trabaja. Esto genera el doble bene�cio de, por un lado, poder relacionar los principios con otras estrategias para poder aplicar; y por el otro que el terapeuta, maestro, asistente, no sea un mero aplicador de técnicas cual recetario, sino que comprenda los verdaderos motivos del cambio. Una intervención entonces que no de�na el cambio en términos de principios básicos o que recurra a conceptos ajenos al análisis del comportamiento, como por ejemplo inconsciente, esquemas de procesamiento, el circuito hipotalámico, no cumple con esta dimensión. Puede ser considerada efectiva e incluso, dependiendo de la conceptualización, cientí�ca; pero no analítica-conductual. Podemos identi�car múltiples ejemplos de lo anterior, y cabe mencionar (y recordar) que una topografía o la forma en que se lleve a cabo una intervención o aplicación de una técnica no es apriorística de una función. Las terapias más novedosas dentro de la familia de terapias conductuales utilizan los principios de aprendizaje para poder explicar los mecanismos de sus intervenciones responsables de su e�cacia. Sin estos principios subyacentes, aunque demostraran alta e�cacia, no podrían ser consideradas una intervención analítica- conductual. De hecho, esto es y ha sido motivo de discusión y debate entre los cientí�cos de la conducta y psicoterapeutas. A su vez, múltiples intervenciones o técnicas provenientes de otras tradiciones psicológicas o culturales podrían resultar con e�cacia, y podrían ser aún más útiles si su conceptualización se entendiera de manera analítica-conductual, es decir, bajo los principios de aprendizaje. De esta forma se indagaría las variables relacionadas funcionalmente y controlarlas a manera de alcanzar el objetivo conductual. Actualmente técnicas y procedimientos como el mindfulness, la silla vacía, la reestructuración cognitiva, la defusión
Compartir