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Analisis_de_conducta_Teoria_y_aplicaciones_clinicas_2022

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Prólogo de Eparquio Delgado
“Para empezar tú y yo de cero
como hace tanto, tanto.
Hasta que nos den a los dos de nuevo
el cinturón blanco.”
Jorge Drexler
Comprender el comportamiento de las personas implica conocer su
historia vital. Estoy seguro de que muchas de las que hoy en día nos
dedicamos a la psicología compartimos una serie de experiencias
de nuestro paso por la universidad. Durante aquellos años nos
esforzamos en demostrar que asimilábamos lo que nos explicaban
en cada asignatura con el �n de alcanzar el ansiado título, pero a
medida que pasaba el tiempo la sensación de confusión aumentaba.
Al �nal, sentíamos que la carrera era un mercadillo donde cada
asignatura funcionaba como una isla que se desarrollaba de manera
completamente independiente a las demás, con sus propios
principios, teorías y congresos. Después de buscar sin éxito alguna
coherencia, comprendíamos que lo único que tenían en común
aquellos tratantes es que pertenecían a un archipiélago llamado
psicología, una confederación constituida por unos mínimos de
consenso donde la guerra comercial entre sus miembros era la
norma.
Una vez fuera de la universidad, con el título en la mano y la
encomienda de ejercer como profesionales, los desacuerdos entre
las diversas psicologías perdían sentido. Las discusiones
académicas habían sido estimulantes, pero lo que necesitábamos en
ese momento eran herramientas útiles para poder trabajar con las
personas que requerían nuestra ayuda. En mi caso, lo poco que
había visto sobre el Análisis de la Conducta (AC) durante la carrera
me había generado mucho interés, pero los contextos académicos y
profesionales de entonces me llevaron por los derroteros de un
eclecticismo incoherente y con�ictivo.
Durante aquel tiempo aprendí un buen conjunto de
procedimientos que provenían de las terapias sistémicas, la terapia
estratégica breve, la terapia cognitivo-conductual y la hipnosis
clínica, pero echaba de menos una visión de conjunto que le diera
sentido a todo aquello. Al �n y al cabo, cualquier comportamiento
tenía que poder ser explicado por los mismos procesos y principios
independientemente de si uno se enfrentaba a un problema
etiquetado como dislexia, depresión o autismo. Afortunadamente,
algunos años después tuve la oportunidad de llegar al conductismo
a través de las llamadas terapias contextuales. Aquellas terapias tan
diferentes a lo que yo conocía no sólo me ofrecieron una nueva
forma de comprender el sufrimiento humano y unas herramientas
novedosas inspiradas en estudios experimentales sobre el lenguaje.
También me hicieron ver la necesidad de familiarizarme con unos
principios y unos conocimientos básicos que yo no manejaba. Así
llegué enseguida a las obras de Skinner y a algunos manuales de
modi�cación de conducta que han acompañado mi trabajo desde
entonces, como la famosa obra de Miltenberger y la de Martin y
Pear.
Quienes nos adentramos en el conductismo por la vía de la terapia
comprendimos enseguida que teníamos delante una propuesta que
iba mucho más allá de un conjunto de procedimientos efectivos
para ayudar a las personas. El AC constituye toda una visión de lo
psicológico, concretamente una que nos ofrece unos principios que
nos permiten comprender cualquier comportamiento, tanto
humano como de otras especies animales. Gracias al AC podemos
analizar cualquier fenómeno psicológico sin tener que recurrir a
conceptos vagos y mal de�nidos (como autoestima o pulsión) o
directamente misteriosos e inaccesibles (como la mente). Este libro
reúne algunas de las múltiples aportaciones a las que ha dado lugar
esta herramienta, que incluyen terapias para combatir la depresión
y el suicido y para ayudar a resolver problemas familiares,
intervenciones para enseñar a niños diagnosticados con TEA a
realizar todo tipo de tareas, análisis conceptuales de fenómenos
como la empatía, sistemas para analizar la in�uencia de una
persona sobre la conducta de otra, ideas para repensar y mejorar la
acción de los psicólogos educativos y re�exiones críticas sobre la
llamada “patología mental”.
Este compendio de artículos nos ayuda a estar al día de los
diversos caminos por los que colegas de todo el mundo han hecho
transitar al Análisis de la Conducta, pero al igual que la canción de
Drexler, también nos recuerda una importante lección: ser analista
de conducta supone desaprender constantemente lo que sabemos
para volver una y otra vez al comienzo, a los procesos y principios
más básicos, esos que sirven como guía y referencia para no
perdernos en nuestras incursiones en el mundo de la terapia, la
�losofía y la investigación. Tanto si eres principiante como si estás
familiarizado con el AC, espero que esta obra te sirva, como me ha
servido a mí, para volver a ponerte el cinturón blanco.
Eparquio Delgado. Psicólogo. 
Director Centro de Psicología Rayuela 
Santa Cruz de Tenerife
Introducción
La presente obra sale de las clásicas lecturas sobre análisis de la
conducta, en el sentido de no ser un libro de estrategias y
procedimientos conductuales. Hemos pensado que no buscábamos
describir cuales son aquellas tácticas de cambio conductual más
utilizadas, algo de lo que hay vasta bibliografía en la que nos
referenciamos a lo largo de este libro para citar. Tampoco el
explicar cuáles son aquellos principios de conducta sobre los cuales
se apoya empíricamente el análisis conductual. Remitiremos a los
lectores a muy buenos trabajos a lo largo del libro.
Lo que nos ha impulsado a la elaboración de este título han sido
un objetivo distinto, a saber:
• Presentar a aquellos interesados esta ciencia de la conducta, la
cual presenta diferencias principalmente �losó�cas con otras.
• Mostrar cómo estos principios �losó�cos y empíricos pueden
aplicarse en clínica y educación, incluso de diversas maneras y
sin perder la �delidad con los mismos.
• Que el análisis de la conducta puede y se ocupa de temas como la
empatía, la relación terapéutica, las di�cultades en el aprendizaje
y la cognición y el lenguaje, entre otros.
• Que el lector pueda observar que el análisis de la conducta no es
un tratamiento, y menos un tratamiento para autismo; sino una
ciencia que de los conocimientos experimentales posee múltiples
aplicaciones en diversas áreas, si bien aquí nos limitamos a dos.
• Mostrar que incluso con los desarrollos naturales de toda
ciencia, muchos conocimientos previos pueden complementarse
a los nuevos y/o convivir (por supuesto, siempre que la evidencia
los respalde), sin que necesariamente unos desplacen a otros.
Esta obra no abarca la totalidad de los temas de los que se encarga
el análisis de la conducta, no es tampoco la �nalidad de la misma.
En primer lugar, porque mientras nos comportamos en todos
nuestros ámbitos de desarrollo y los principios por los cuales
aprendemos a hablar, correr, manejar un camión o jugar al tenis
son los mismos, podemos aplicar y extender estos conocimientos
en muchas áreas. En segundo lugar, porque aún dentro de la clínica
y la educación hay muchos tópicos que podrían haberse
desarrollado y no lo hicimos. No obstante, intentamos dejar de
mani�esto cómo por medio de conocimientos analíticos-
conductuales podemos ofrecer distintas alternativas a muchas de
las problemáticas humanas. Así, por ejemplo, tenemos tres
capítulos que analizan desde distintas ópticas como los principios
del aprendizaje son utilizados para el cambio conductual en la
interacción terapéutica. O, dentro del autismo, como existen
modelos muy diversos entre ellos, que incluso pueden situarse en
distintas “olas de psicoterapia”, pero que nadie negaría que son
conceptualmente sistemáticos, es decir, que cumplen con una de
las dimensiones del análisis de la conducta.
Esperamos que este libro cumpla con los objetivos propuestos y
sirva de disparador para la investigación de profesionales y
estudiantes, así como publicaciones futuras de obras analítico-
conductuales.
Capítulo 1 
Filosofía e introducción del
análisis de la conducta
Raymundo González-Terrazas 
y Mauro Colombo
A lo largo del tiempo,la humanidad se ha preguntado por qué las
personas se comportan como se comportan. Durante todo el
“breve” periodo de nuestra existencia, desde que las personas
somos considerados seres pensantes hemos tratado de contestar
con cierta claridad a la cuestión anterior. Desde los grupos más
primitivos y simples hasta los tiempos de los grandes �lósofos
griegos y romanos, se han construido cuerpos enteros de
conocimiento que, en cada momento histórico y en determinado
contexto, han sido considerados como las respuestas a las causas
del comportamiento de las personas en particular y de los
organismos en general. En un salto más acelerado, después de la
�losofía distintas disciplinas se han encargado de contestar estas
cuestiones basadas en una metodología que trata de enmarcar lo
propio a su criterio de cada una bajo un prisma cada vez
considerado más riguroso, por hablar de solo algunas como la
medicina, las neurociencias y la psicología. Sin embargo, las
distintas visiones que han coexistido a lo largo del tiempo han
resultado satisfactorias para determinada comunidad y para otras
no, pues más allá de la utilidad que pueda ofrecer una visión
especí�ca en la práctica, muchas veces es en el cuerpo teórico y
conceptual lo que no termina de convencer.
El caso de la psicología es peculiar, se considera una disciplina
joven en comparación con otras disciplinas cientí�cas, y como
ciencia dentro de lo que podemos considerar como historia de la
psicología es aún menor. Como es conocido, Wundt en el año de
1879 es quien se inspiró en el trabajo de otros personajes para poder
estudiar de forma experimental y sistematizada la “conciencia” y la
“experiencia interna” replicando los métodos de la �siología, pero
enriquecida con la experiencia inmediata, es decir, todo aquello que
no estaba mediado por procesos externos y puramente �siológicos
(Escobar, 2016). Antes de Wundt ya habían ocurrido algunos
experimentos en el campo de la psicología, sin embargo, los
historiados atribuyen a la fundación de su laboratorio de psicología
experimental como el nacimiento de la psicología cientí�ca debido
a que además de la creación de su laboratorio y sus experimentos,
logró in�uir en un gran número de estudiantes de psicología que
llevaron su academia por territorios de Europa y Norteamérica
(Gutiérrez, 2003).
Aunque al punto en que se escribe este libro la psicología como
ciencia lleva menos de 150 años, anterior a este periodo han estado
presentes distintas formas de ver lo que corresponde a la
psicología, y que hoy en día pueden considerarse aproximaciones a
lo sumo, precientí�cas. Estas tesis o teorías que tratan de explicar
la naturaleza y la etiología de la conducta de los organismos en
general y de las personas en especí�co son aquellas que se han
utilizado a lo largo del tiempo como base de una explicación,
mismas que van desde las posesiones demoníacas, la in�uencia
divina, los �uidos corporales, la estructura del cuerpo, la forma de
la cabeza, los motivos inconscientes, la personalidad, la genética, la
biología, los neurotransmisores, las estructuras encefálicas, las
necesidades, el ambiente, y un largo etcétera. Las diversas teorías
en psicología no tan solo constituyen una cuestión académica o una
lucha de razones, pues cada teoría desde la que se parta la
explicación del comportamiento determina si una conducta puede
modi�carse o no y de qué forma, algo que para algunos autores es
de mayor interés que las meras especulaciones sobre la naturaleza
de la conducta humana (Kazdin, 1983).
Dentro de la psicología, sin temor a equivocarnos puesto que aún
no es una ciencia uni�cada, existe el análisis de la conducta que
considera que es la conducta la que por derecho propio debe ser
estudiada y no como el producto de otro proceso o entidad y/o
como una apéndice que permite hacer inferencias de procesos
internos, y donde también se asume que la conducta es el resultado
(a excepción de aquellas respuestas que nos sirven para la
supervivencia) de una larga la interacción entre el organismo que se
comporta y el ambiente a través de toda una historia de
aprendizaje. El análisis de la conducta es el marco teórico desde
donde se parte a lo largo de todo este libro y que se trata de aportar
y clari�car desde los conceptos más básicos, el cuerpo �losó�co,
hasta ciertas aplicaciones mayormente en la clínica.
El análisis de la conducta lo podemos de�nir como una ciencia
natural que está constituida principalmente por tres grandes
ámbitos: la �losofía de la ciencia de la conducta, eso que llamamos
Conductismo, el Análisis Experimental de la Conducta (AEC), y
por último el Análisis Conductual Aplicado, ABA por su siglas en
inglés (Applied Behavior Analysis) que consiste en el desarrollo de
la tecnología donde se ponen en práctica los principios y leyes del
comportamiento derivados del AEC para la mejora de la conducta
socialmente signi�cativa. A su vez, podríamos añadir un cuarto
campo interrelacionado, que son las prácticas profesionales guiadas
por la ciencia de la conducta. Todos estos ámbitos componen la
Ciencia Analítico-Conductual y si bien cada uno existe por derecho
propio, la realidad es que todos deberían estar interrelacionados
entre sí para nutrirse mutuamente (Cooper et al., 2020). Hallazgos
dentro del análisis experimental pueden ser de utilidad para el
análisis aplicado en el ámbito clínico al, por ejemplo, estudiar la
interacción verbal entre consultantes y terapeutas; y a su vez,
di�cultades en este ámbito que llevan a investigadores a estudiar
cuáles pueden ser aquellos factores que más in�uencia tienen en el
cambio conductual. Por supuesto, sin olvidar los principios
�losó�cos que sustentan a esta ciencia. En los próximos apartados
desarrollaremos estos ámbitos uno por uno.
El análisis de la conducta se encarga del estudio de la conducta de
los organismos en relación-función del ambiente, cuyos objetivos
principales son poder describir, explicar, predecir y controlar el
comportamiento de los organismos. Nótese que la palabra control
es utilizada de la manera que se utiliza en cualquier otra ciencia
natural, la cual se re�ere a la identi�cación de las variables
repetidas y al uso de aquellas relacionadas funcionalmente con una
respuesta para poder modi�carla. El control de la conducta no se
utiliza en un sentido peyorativo ni es un invento del análisis de la
conducta, el control se estudia de manera sistemática en los
laboratorios para formar el conocimiento necesario y de esta forma
modi�car no tan solo aquellas conductas que consideremos
problemáticas, sino también para aquellas que sean deseadas y que
queramos desarrollar o mejorar (García, 2018). Varias de las
cuestiones críticas y asociadas en contra al escuchar acerca del
control de la conducta parece que viene más de �cciones
cinematográ�cas que de lo que realmente sucede respecto al
control (Barraca, 2014).
El análisis de la conducta, como hemos mencionado, está
cimentado en un cuerpo �losó�co sólido, además de que comparte
las premisas y presupuestos de cualquier otra ciencia natural, es
decir, de todas aquellas que consideren su objeto de estudio como
un hecho natural producto y en relación de otro hecho natural, lo
cual veremos con detenimiento más adelante.
Desde cierto punto de vista consideramos que, en la enseñanza
del análisis de la conducta en las universidades y demás cursos,
consistiría en facilitar y socializar aquellos presupuestos que
sostienen toda una teoría cientí�ca y a su vez todas las aplicaciones
que se derivan, puesto que no conocer lo que se considera parte del
propio cuerpo �losó�co puede llevar a muchos problemas
conceptuales. En el mejor de los casos, aunque empíricamente haya
resultados deseados, podría haber errores lógicos, y en el peor de
los casos no se presentarían esos resultados empíricos y no habría
claridad en todo un cuerpo cientí�co. Esto es congruente cuando,
por ejemplo, en muchas ocasiones al hacer ciencia empírica se es
riguroso en la metodología y hasta la parte de los resultados, pero
no en las conclusiones.Además, hay que considerar que, si los
elementos de una ciencia básica y aplicada no están
congruentemente relacionados con su base �losó�ca, resulta de
varias maneras problemático. Muchas veces es debido al impacto de
las aplicaciones prácticas y los resultados deseados del análisis de la
conducta que su �losofía detrás es obviada (González-Terrazas y
Froxán, 2021), por lo que aquí se presentan las características de la
�losofía que le subyace comenzando por presentar la importancia
de la �losofía en las ciencias naturales como lo es el Análisis de la
Conducta.
Importancia de la �losofía en el análisis
de la conducta
Muchas preguntas que nos hacemos en torno a la naturaleza del
comportamiento de los organismos, y de las personas en especí�co,
no tienen que ver con preguntas empíricas. Por ejemplo, la
pregunta ampliamente formulada ¿qué es conducta? No tiene una
contestación posible basada en la observación de un laboratorio ni
lógica grosso modo, puesto que diversas personas podrían contestar
de diferente manera a esta pregunta según la visión de la que se
trate. Las preguntas �losó�cas no tienen un método claro para
responderlas, indaga a una noción que se cree se entiende con
claridad (Sáenz, 2006). De esta forma, la �losofía formula un
conjunto de preguntas con la �nalidad de aclarar ciertos conceptos
o explicaciones, construyendo ciertos argumentos que incluyen
premisas o axiomas que facilitan la construcción de posteriores
datos empíricos. En otras palabras, aunque aquellas premisas que
se construyen en un cuerpo �losó�co no sean cientí�cas o no
puedan ser contrastadas con los hechos, sí que permiten a partir de
las mismas la puesta en marcha de teorías que permiten la
construcción y obtención de datos empíricos. La �losofía actual
(por decirlo de alguna forma) puede considerarse una rama de las
humanidades cuyos practicantes limitan sus análisis a ciertos
problemas conceptuales de un tipo. A diferencia de los �lósofos
antiguos que trabajaban en múltiples problemas de múltiples
disciplinas cientí�cas, hoy por hoy los �lósofos reconocen su
limitación y dejan los hechos especiales para cientí�cos
experimentales y aplicados.
De manera que bien podríamos argumentar que la �losofía es una
actividad racional que nos proporciona argumentos para aclarar
conceptos, principios y criterios considerados básicos en una
ciencia. Y aunque la �losofía no trabaje con la realidad de manera
directa, no es sinónimo de que haga caso omiso de la misma (Sáenz,
2006).
Aunado, la �losofía para la academia no es fútil, dado que en
psicología existen presupuestos que, aunque en algunas ocasiones
son tácitos, pueden considerarse unos obstáculos, mientras que
otros pueden considerarse bastante útiles para el desarrollo de la
investigación y la práctica o reorientar de manera satisfactoria en
direcciones adecuadas; a la vez que ciertas �losofías podrían no
estar en contacto con la investigación y práctica novedosa (Bunge y
Ardila, 2002). Desde que se plantean desde distintas vertientes las
múltiples cuestiones como la existencia de la mente, si es algo
distinto a las funciones cerebrales, si los anteriores son necesarios
para comprender y explicar la conducta de manera su�ciente, si la
investigación realizada con sujetos experimentales no humanos
puede ser equivalente al estudio humano, si los estudios con grupos
experimentales (longitudinales o transversales) son su�cientes o se
necesitan más estudios de casos únicos, si la psicología es una
ciencia por derecho propio que necesita tener su propio nivel de
análisis y objeto de estudio o es una ciencia conformada por otras
más donde los psicólogos son una especie de cientí�cos prestados,
etc..
La necesidad de un cuerpo �losó�co es imperante, debido a que
las respuestas a los interrogantes anteriores necesitan un conjunto
de presupuestos que puedan sostener una metodología que ayude a
clari�car las cuestiones más allá de la mera observación del
fenómeno. Por ello es que se presentan los presupuestos de las
ciencias naturales y la �losofía que subyace al análisis de la
conducta: el conductismo radical o a veces llamado conductismo
Skinneriano.
Presupuestos de la ciencia
Toda aquella práctica que se considere cientí�ca necesita de una
serie de axiomas que doten de sentido a lo que se pretende realizar.
En el caso de las llamadas ciencias naturales obtienen ese nombre
debido a los presupuestos que le subyace que tienen que ver con la
visión de los fenómenos como algo natural, no como algo que
suceda fuera del mundo que conocemos o bajo control de
fenómenos extra-naturales o paranormales. El caso del Análisis de
la Conducta, considerada así misma como una ciencia natural,
asume estos presupuestos y se comporta afín de ellos.
Cabe destacar que los presupuestos �losó�cos de la ciencia,
paradójicamente, no son cientí�cos por sí mismos, no pueden
comprobarse o contrastarse con los hechos. Son más bien
suposiciones apriorísticas, que como vimos líneas atrás, sí que nos
permite realizar todo un marco �losó�co y empírico para la
realización de una ciencia (García, 2018).
Principio ontológico
El principio ontológico, como su nombre lo dice, habla acerca de
lo existente y su proveniencia. En este caso, se asume que existe un
mundo el cual podemos estudiar, donde habitamos, que es real y
natural. Dentro de la ontología, esta postura es conocida como
realismo y es de interés para la ciencia. Contrario al realismo es el
solipsismo, que asume que no hay un mundo real y que todo es
producto de lo mental (García, 2018), así como una película de
acción al más puro estilo de Matrix, y aunque esta última postura es
discutible �losó�camente, en el sentido de la ciencia no tiene valor
alguno.
El principio ontológico realista nos dice que existe un mundo
donde la materia que conocemos está hecha de una sustancia
natural (materialismo) y que no existen dos realidades distintas,
sino que solo existe una realidad donde se habita y existe el mundo
(monismo) y menos aún que una es causa de la otra. Como veremos
también, lo contrario al monismo materialista son las posturas
dualistas-mentalistas que terminan en el problema mente-cuerpo.
Principio de determinismo
La ciencia trata de buscar un orden en la realidad que se estudia,
relacionando hechos con otros hechos, considerándolos todos de la
misma naturaleza. De esta forma se buscan leyes naturales que
puedan explicar dichas relaciones causales. Así como piezas de
dominó que van causando el movimiento de otros y el cual podría
ser in�nito, el análisis de la conducta se encarga de buscar las
relaciones funcionales repetidas entre el ambiente y una respuesta.
Con ello le permite comprender, y predecir el comportamiento de
los organismos. Lo contrario al determinismo es el fatalismo, un
acercamiento �losó�co que asume que vivimos en un mundo
incierto, desorganizado, azaroso, que no está sujeto a leyes y que
por ende no puede ser predecible. Si se piensa, el asumir esta
última postura haría que prácticamente todo lo que hacemos
carezca de sentido, pues no se dispondría ni siquiera de una agenda
para planear un día, puesto que no estaría sujeto a un orden sino al
azar.
Algunas objeciones que se han realizado en contra del
determinismo en cuanto al estudio de la conducta humana
corresponden a los argumentos sobre la individualidad,
complejidad y propósito (Chiesa, 1994) que son más un mal
entendimiento del concepto de causa y determinismo. Sin embargo,
estos argumentos pueden responderse con relativa facilidad. En
primer lugar, el hecho de que cada persona “sea un mundo
distinto” como en el caso de la individualidad no es sinónimo de
que mantenga propiedades únicas; cada planta, o evento en el
universo también es único y no por eso son de distinta naturaleza,
lo cual no impide que puedan utilizarse los conocimientos antes
producidos para poder estudiarlos tanto en su clasi�cación,
predicción y control. No existen dos personas iguales, pero cuando
se re�ere a que cada persona es un mundo distinto parece que más
bien apunta a referirseque cada persona es una historia distinta, y
eso no está exento de las leyes deterministas del comportamiento;
entonces la unicidad no es indeterminismo.
Cuando se habla de la complejidad en el estudio del
comportamiento humano es realmente acertado, pero como toda
ciencia, en algún punto del desarrollo de su propio objeto de
estudio es considerado complejo para el conocimiento de entonces.
Sin embargo, el desarrollo de una metodología y el apego a criterios
cientí�cos ocasiona que se conozca cada vez más el fenómeno y
cada vez deje de ser más complejo. Que se desconozcan algunas
relaciones funcionales de la conducta humana no es sinónimo de su
ausencia y su conocimiento posterior. Es cierto que aún falta
mucho por descubrir y conocer, pero también actualmente
sabemos más de la conducta que hace varios años.
En cuanto al propósito como contraargumento del determinismo,
se suele conferir un estatus causal de la conducta a eventos que aún
no han ocurrido, como cuando se dice que una persona estudiará
toda la noche para tener una buena nota en el examen. Este tipo de
atribución causal no se encuentra en otras ciencias naturales
(Chiesa, 1994), en el caso de la conducta tradicionalmente las causas
son dirigidas a metas o propósitos en el futuro (Pérez et al., 2010).
Esta apelación es incorrecta, puesto que un evento que no ha
ocurrido no puede ser nunca la causa de un fenómeno.
Como se verá más adelante, el modelo causal del análisis de la
conducta es parecido (en ciertos aspectos) al de otras ciencias
naturales, es decir, lo que se considera causas de la conducta son
condiciones antecedentes, tanto inmediatos como distales
(estímulos discriminativos, estímulos condicionados, etc.; y la
historia de aprendizaje). Así, una posible explicación más lógica de
que una persona pase la noche entera estudiando es porque en
situaciones anteriores cuando ha estudiado, consecuentemente ha
aprendido más contenidos y ha recibido buenas notas en un
examen, lo cual hace más probable que se repita. Este tipo de
explicación es plausible incluso para todas aquellas conductas que
en un lenguaje coloquial tendemos a orientarlas al futuro.
Principio epistemológico
Se asume, como hemos visto, que existe un mundo real y natural
sujeto a leyes y un orden, pero hasta este punto, no se abarca qué
tanto de ese mundo puede conocerse (García, 2018). Por ello, el
principio epistemológico asume que el mundo y sus leyes naturales
pueden conocerse; y para saber en qué grado de �abilidad o qué
manera puede ser la más adecuada nos ayuda la epistemología,
cuestionando cómo se ha llegado a obtener el conocimiento
cientí�co, su posibilidad, alcance y fundamentos a través de
diversos métodos de investigación. El análisis de la conducta cada
vez más se interesa por los diseños de la investigación más
adecuados para ella, tratando de ser congruentes en el diseño,
metodología y conclusiones de la misma.
Una vez mencionado los presupuestos de una ciencia natural y la
importancia de la �losofía, pasaremos a describir los distintos
ámbitos del análisis de la conducta.
Conductismo radical
Comenzamos por una clari�cación del término. En muchas
situaciones se ha escuchado entre pasillos de universidades, de
cursos o de charlas entre psicólogos que el conductismo radical es
una escuela de la psicología, una terapia o un enfoque; incluso se ha
escuchado que el conductismo radical asume su nombre debido a
una negación radical (como sinónimo de extremista) de algunos
hechos y fenómenos subjetivos propios de seres verbales, como los
pensamientos y las emociones, tanto así que han concluido que el
conductismo radical solo está pensado (y funciona) para animales
no humanos como ratas o palomas. Nada más fuera de la realidad,
en un pormenor y para comenzar, el conductismo radical es una
cosmovisión de la naturaleza humana y de los organismos en
general y de la conducta en particular.
El conductismo radical es una �losofía de la ciencia de la
conducta, cuyo término fue acuñado por Skinner (1948, 1953, 1974), el
cual proviene del latín -radix- que traducido al español signi�ca
raíz. El término raíz puede adquirir cuanto menos dos signi�cados
en este cuerpo �losó�co: 1) que la conducta es el objeto de estudio
en sí misma y no como apéndice de otros procesos inferidos y así
mismo es la raíz de lo psicológico (Froxán, 2020), y 2) que busca
comprender toda conducta humana desde la raíz, tanto pública
como privada con las mismas herramientas conceptuales y
experimentales (Cooper et al., 2020). Estos puntos los veremos con
mayor detalle más adelante. Skinner en 1974 mencionó que lo único
de extremista que mantiene el conductismo radical es un cambio
dramáticamente diferenciado sobre el comportamiento y la
naturaleza de los organismos de otras escuelas psicológicas, donde
literalmente el conductismo radical da una vuelta completamente
distinta a la explicación tradicional del comportamiento.
El conductismo radical lo podemos considerar un conjunto de
supuestos, premisas básicas y/o re�exiones que subyace a la
construcción de una teoría, lo cual nos dará material para pensar
acerca de las propiedades, causas y efectos de la conducta. Además,
el conductismo radical sirve como referencia para escudriñar el
conocimiento y la práctica cientí�ca del análisis de la conducta.
Esta �losofía de la ciencia es entonces un marco teórico que nos
ofrece algunas soluciones a los problemas conceptuales que, como
vimos al inicio del capítulo, se han propuesto y diseminado a lo
largo del tiempo por otras escuelas psicológicas. El conductismo
radical ofrece también una discusión �losó�ca sobre cuál es el
objeto de estudio apropiado para la psicología, además de una
solución a los problemas conceptuales que disparan la discusión
�losó�ca más presente dentro de la psicología, aquel llamado el
problema mente-cuerpo.
El problema mente-cuerpo
El problema mente-cuerpo es históricamente adjudicado a la
postura �losó�ca conocida como mentalismo, que podemos de�nir
como una forma de estudiar la conducta que asume la existencia de
dos dimensiones diferentes en cuanto a su ontología, por un lado,
una dimensión mental, espiritual o interna que di�ere en
naturaleza a la dimensión conductual o natural (Zilio y Carrara,
2008). También, el mentalismo asume que la dimensión interna (la
mente) causa o regula de manera directa la conducta.
Esta postura mentalista tiene un inicio en la edad moderna con la
llegada de una dicotomización o diferenciación de la naturaleza,
una división que partía a la realidad material en la dualidad
extenso-inextenso o interno-externo (García 2018). Mientras que
los cientí�cos se ocupaban de lo natural, los �lósofos se
adjudicaban el estudio de aquellos fenómenos “no naturales” como
el psiquismo y lo espiritual. De una forma resumida, el mentalismo
asume que existen estados mentales dentro de una persona y que
son diferentes en cuanto a la naturaleza del comportamiento
público u observable. El mentalismo y su problema mente-cuerpo
pone sobre la mesa dos problemas fundamentales: la ontología de lo
mental (¿a qué nos referimos con mental? ¿es diferente a algo
físico?) y cómo lo mental puede explicar la conducta, es decir su
estatus explicativo (González-Terrazas y Froxán, 2021; Skinner
1985).
La dualidad mente-cuerpo está muy relacionada con el �lósofo
René Descartes, tanto así que este tipo de dualismo también es
conocido como “dualismo cartesiano”. El dualismo cartesiano
puede discriminarse por algunos puntos importantes (García y
Benjumea, 2002), el primero de ellos es que diferencia, como hemos
mencionado, la realidad material (res extensa) de la realidad
espiritual o mental (res cogitans). Mientras que la primera estaba
sujeta a las leyes naturales, la segunda estaba sujeta a un orden
divino o místico, por lo tanto, la manera de estudiar el cuerpo era
por medio de los procedimientos propios de la ciencia como la
biología, la �siología, y la física, mientras que lo mental se estudiaba
por medio de la actividad racional y la introspección. El mentalismoentonces supone una trampa conceptual, pues lo mental se concibe
en los mismos términos que lo físico, entendiéndolos como dos
mundos que coexisten (Ryle, 2015).
El dualismo cartesiano también diferencia entre la conducta
involuntaria (re�ejos) como una conducta puramente animal,
mientras que aquella voluntaria está sujeta a la actividad pensante
de una persona y la voluntad, misma que está, según Descartes,
fuera del alcance de la ciencia. Skinner al igual que otros personajes
intentaron dar respuesta a la conducta voluntaria tratando de
encontrar el mecanismo responsable de aquello escindido como
voluntad. En algunos casos se han propuesto constructos
hipotéticos como variables mediadoras dentro del organismo
(esquemas, procesos cognitivos, motivación, etc.), mientras que
Skinner puso su atención en la observación de variables del
ambiente relacionadas funcionalmente con la conducta. Es decir,
como aquellas conductas que están determinadas ante un evento
estimular en función de su propia historia de aprendizaje.
Resulta curioso que hoy por hoy, aunque en muchos casos el
dualismo cartesiano este “casi erradicado” en cuanto a lo
ontológico, es decir la diferenciación de una naturaleza natural y
una mental o espiritual, sí que sobrevive de manera muy fuerte un
dualismo epistemológico (Escobar, 2013; Gazit y Terkel, 2003), lo
que es igual a aquel que considera que la conducta solo es un
apéndice de otros procesos internos inobservables e inferidos que
bien podrían considerarse un constructo hipotético y una �cción
explicativa. Lo anterior, puede considerarse como los vestigios del
dualismo cartesiano que incluso podemos encontrar en forma de
algunos conductismos metodológicos como las terapias cognitivas,
las neurociencias, el psicoanálisis, y demás escuelas psicológicas.
Han existido distintos intentos (además del conductismo radical)
por solucionar el problema mente-cuerpo. Entre ellos podemos
encontrar los monismos �sicalistas, el reduccionismo y el
eliminativismo. El monismo �sicalista se ha encargado de
identi�car aquella dimensión mental y sus propiedades con
propiedades físicas y estructurales que pueden ser empíricamente
comprobables, como el encéfalo u otras estructuras del sistema
nervioso, conexiones sinápticas y sustancias neurobiológicas,
otorgándole propiedades causales a los mismos. Esta estrategia de
solución puede suponer una trampa, pues al identi�car ciertos
procesos -internos- con una estructura empírica se argumenta que
pertenecen a la misma realidad, es decir, mientras que se elimina
un dualismo ontológico se mantiene un dualismo epistemológico y
localizacionista, algo que como se verá más adelante es totalmente
contrario al conductismo radical.
El monismo �sicalista también puede entenderse como una forma
de reduccionismo, como es el caso de explicar la conducta por
medio de neurotransmisores y sistemas neurobiológicos, en el cual
lo podemos entender en psicología como un intento de explicar la
conducta recurriendo a niveles más bajos de análisis, así, el nivel de
análisis y objeto de estudio propuesto por la psicología va
disminuyendo hasta que desaparece. Si bien es cierto que puede ser
importante conocer los procesos biológicos involucrados en el
análisis de la conducta, y tomando en cuenta que la conducta es una
entidad biológica, también es cierto es que es imperante conocer
además aquellas variables de la cual la conducta es función si los
objetivos son no tan solo comprender, explicar y predecir, sino
también poder controlarla. Un ejemplo de lo anterior es un
neurocientí�co que trata de demostrar la existencia y relación
causal con el comportamiento depresivo y la triada cognitiva
propuesta por A. T. Beck y colaboradores (1996) con base en la
identi�cación de cierta actividad en el sistema hipotalámico-
hipo�sario-adrenal y la actividad de ciertos neurotransmisores
como la dopamina, la serotonina, la noradrenalina y la acetilcolina
(Guadarrama et al., 2006). El reduccionismo pues, considera la
posibilidad de transformar los procesos y entidades mentales a
cuestiones de hecho.
Otro intento de resolver el problema mente-cuerpo tiene que ver
con lo que se conoce como eliminativismo, en el cual se niegan que
los estados mentales tengan alguna relación causal con el
comportamiento, instigando a que el vocabulario utilizado por
algunas escuelas psicológicas y el argot coloquial de la psicología
sea desechado por carecer de sentido alguno. Su propuesta, en vez
de la utilización de esos términos es que se deberían establecer por
los medios adecuados y empíricos la relación entre la conducta y
hechos naturales de interés y relevantes. En un pormenor, el
eliminativismo a�rma que lo considerado por el reduccionismo es
imposible y que no hay utilidad alguna en el vocabulario mental
como una forma de entender y explicar el comportamiento, pues
terminan siendo pseudoexplicaciones.
Emergentismo
Otra de las cuestiones sobre la mesa en torno a la discusión sobre
el dualismo, el reduccionismo y el eliminativismo es acerca de los
niveles de análisis con los que están relacionados y la
irreductibilidad en los mismos. En oposición a las posiciones
anteriores, y en especial al reduccionismo está el emergentismo, el
cual considera que ningún nivel de análisis de una ciencia puede ser
reducible a otros niveles más inferiores, y que, aunque sea una
explicación reduccionista exhaustiva, no es su�ciente para
comprender el fenómeno de un nivel de análisis superior, algo
semejante a lo que se conoce como falacia mereológica.
El emergentismo puede llevar a dos cuestiones muy repetidas en
las ciencias psicológicas, el argumento epistémico y el argumento
pragmático (Froxán, 2020). En el caso del estudio de la conducta,
estos argumentos podrían utilizarse de la siguiente forma: en
cuanto al argumento epistémico, ¿Es posible conocer todos los
“procesos” involucrados a nivel inferior en la conducta? ¿Es posible
conocer “el sustrato” de lo psicológico con detalle y seguridad? ¿Es
posible conocer todas las partes involucradas con exhaustividad de
un problema psicológico? y en cuanto al argumento pragmático
¿Qué utilidad tendría (además de lo que ya se conoce) saber con
exhaustividad los procesos involucrados en la conducta?
¿Proporcionaría una mejor aplicación-control de la conducta? ¿Nos
permitiría una mejor descripción y predicción? ¿Sería una
explicación exhaustiva de los procesos o sustratos más sencilla o
útil? ¿Sería mejor que la tecnología actual para lograr los objetivos
propuestos por el análisis de la conducta?
Un hecho real es que los distintos niveles de análisis de las
ciencias mantienen intereses distintos y que la realidad puede ser
estudiada desde distintas aristas, pero para ello cada nivel de�ne su
objeto de estudio sin que eso conlleve la exclusión de los demás
análisis. En estos casos la mejor manera de seleccionar el nivel de
análisis adecuado para la conducta es en función de aquel que nos
permita una mejor capacidad de explicación, de predicción y de
control con el menor esfuerzo posible con independencia en su
propio avance (García, 2018).
Se puede identi�car que el dualismo, el reduccionismo y el
eliminativismo comparten una cuestión, la capacidad de su
vocabulario para referirse a hechos, es decir, que el signi�cado de
sus palabras estaría directamente relacionado con qué tanto
pueden describir hechos, una postura �losó�ca conocida como
descriptivismo. Se podría llegar a pensar que el análisis de la
conducta optaría por el eliminativismo (lo cual cobra sentido si
revisamos el estilo de comunicación de algunos analistas de
conducta); sin embargo, como veremos en capítulos posteriores se
busca que el análisis de la conducta sea identi�cada con una
postura conocida como antidescriptivismo, donde uno de sus
autores más reconocidos es Wittgenstein (1973) y el cual tiene total
sentido cuando el análisis de la conducta se identi�ca con la
�losofía analítica del mismo autor.
Aproximación al antidescriptivismo
El antidescriptivismo es una �losofía del lenguaje quesugiere que
el mismo no solo es una herramienta descriptiva, sino que también
mantiene otras funciones y con ello su utilidad. El lenguaje
realmente depende del uso que sostenga, mismo que está sometido
a las reglas que lo rigen y que son desarrolladas dentro de las
prácticas de una comunidad, es decir, en un conjunto de individuos
que acuerdan darle un determinado uso al mismo (Martí, 2020).
Con lo anterior es posible observar que el lenguaje mantiene un
sentido radicalmente social y contextual; por ello es que no puede
existir un lenguaje privado o individual (en términos que solo una
persona pueda “utilizar” o “hablar” ese lenguaje).
Desde este punto de vista, los términos mentalistas que suelen
utilizarse en una conversación habitual e informal no es que
necesariamente hagan referencia a entidades factuales con cierto
rol causal sobre el comportamiento, sino que pueden ser utilizados
bajo un uso evaluativo o normativo (Froxán, 2020). No es lo mismo
explicar el comportamiento en términos de relaciones funcionales o
leyes que explicarlo en términos de razones, o bien, si el
comportamiento es racional o no, puesto que aunque un
comportamiento aparentemente irracional se esté presentando,
existe una explicación nomológica o cientí�ca que nos ayude a
comprenderlo.
Para el conductismo radical el lenguaje, aunque mantiene
múltiples funciones, también puede ser privado en el aspecto de la
accesibilidad del mismo con referencia a otras personas. Esto
signi�ca que el lenguaje o habla interno que puede ser considerado
“lo cognitivo” es en realidad una conducta con el mismo estatus
ontológico que una conducta pública sujeta a las mismas leyes del
comportamiento, que por medio de la práctica y la automatización
(tomando en cuenta las causas distales en toda una historia de
aprendizaje) es como puede llegar a “interiorizarse”. Sin embargo,
para que un tercero entienda su signi�cado, se necesita de un
referente público, por ejemplo, de algún comportamiento público,
que permita la valoración de congruencia y de correspondencia
entre el lenguaje y su acción, aunque no necesariamente de manera
normativa. Por ello, es necesario que se lleve a cabo la
operativización de los términos mentalistas que se utilizan (cuando
menos en la práctica clínica). De esta forma será posible poder
observarlos, registrarlos, medirlos, analizarlos funcionalmente,
producir los cambios necesarios a través de la manipulación de las
variables relacionadas de manera funcional, y contrastar los
cambios tras su intervención.
Entender el lenguaje desde una perspectiva antidescriptivista
tiene una alta relevancia a la hora de suscribirse a una �losofía y
marco teórico; también para conceptualizar, entender e intervenir
en un problema de conducta. A diferencia de una conceptualización
antidescriptivista, para una �losofía mentalista que utiliza como
explicación causal estados internos o procesos de conciencia lo
anterior no tendría sentido (realmente las posturas cognitivas
tienden a ser descriptivistas), puesto que lo “mental” o el lenguaje
interno tendría que ser necesariamente idéntico con su
comportamiento para ser considerado verdadero. Si una persona
que atraviesa por problemas de depresión y (se) dice que es un
“inútil y bueno para nada”, pero se mantiene haciendo cosas para lo
que es hábil, para las posturas cognitivas y descriptivistas sería un
sinsentido en el mejor de los casos dado que no coincide lo dicho
con lo hecho, y dentro de las explicaciones normativas se hablaría
de una “irracionalidad”, o bien, se limitaría a las verbalizaciones al
margen de la conducta emitida, en el peor de los casos.
Se asume pues, que lo importante para la evaluación al momento
de decidir si una persona es, por ejemplo, irracional o no, consiste
solamente en lo que la persona dice. Sin embargo, para el
antidescriptivismo y las explicaciones nomológicas de conducta el
ejemplo anterior tiene sentido y podría explicarse con relativa
facilidad. Esto es, de hecho, algo que en la clínica y el análisis de la
conducta se observa frecuentemente, y estar atento a ello es de
suma importancia cuando nos encontramos en casos donde lo
importante es lo que la persona dice, pero también en otros donde
lo importante (más allá de una verbalización) es la acción concreta
que realiza. Los ejemplos de problemas de “autoestima” o
verbalizaciones evaluativas auto-referenciadas pueden ser un
ejemplo donde lo importante y la atención en la modi�cación puede
estar en las verbalizaciones. Mientras que en los casos de depresión
lo importante, al menos al inicio, está en los comportamientos que
realiza una persona para retomar una buena calidad de vida,
independientemente de las verbalizaciones iniciales (aunque se
espera que las verbalizaciones vayan cambiando de manera
progresiva al ir contactado con fuentes estables de reforzamiento
positivo); esto es un ejemplo de intervención que hoy por hoy es
totalmente plausible y altamente utilizada (González-Terrazas y
Campos, 2021).
La conducta es lo que constituye la evidencia para poder atribuir
que una persona presenta un problema psicológico (pues es su raíz)
y es el principal hecho posibilitador de los criterios de las
evaluaciones y de la intervención psicológica, ya sea de manera
pública o privada, respecto a lo esperado socialmente o dentro de
determinados estándares normativos. En este sentido, diríamos que
un proceso cerebral o un estado mental es problemático (o
patológico) en función y comparación con las conductas que se
emiten frente a un determinado contexto social evaluativo, y no
simplemente por la existencia de dicho proceso (Froxán, 2020).
Así, entre otras cuestiones, podemos observar que el conductismo
radical no es la ciencia de la conducta sino la �losofía de esa
ciencia.
Mecanicismo
Se ha visto anteriormente que al análisis de la conducta le subyace
el principio de determinismo, y que al igual que otras ciencias
consideradas naturales que también suscriben a dicho principio
consideran que un fenómeno está relacionado con otro fenómeno.
Sin embargo, esta premisa no especi�ca cómo o de qué manera se
da esta relación. En otras ciencias naturales y en el análisis de la
conducta existen formas distintas de entender el concepto de causa
en torno a su propio objeto de estudio, incluso, dentro de la misma
psicología y ciencias del comportamiento, el concepto de causa
puede ser distinto.
Por un lado, existen los modelos mecanicistas que se podrían
resumir en que para entender el cómo se produce una conducta
hay que indagar en todos los eslabones de una cadena causal para
explicar la relación entre el objeto de estudio y la iniciación de un
estímulo. Por lo general, las visiones mecanicistas del concepto de
causa están relacionadas con el hecho de que la conducta es el
último eslabón de toda una cadena causal, dotándola de un estatus
de apéndice de otros procesos “internos” que pueden ir desde
cognitivos (pensamientos, deseos, esquemas), emocionales,
�siológicos o cerebrales. Así, en esta visión causal la conducta no es
por sí misma el objeto de estudio que interesa a un cientí�co, sino
que es la manera de estudiar otros procesos que se asumen la
causan. Además de esto, suele considerarse que la conducta
mantiene un sustrato donde solamente lo que sucede dentro de la
persona (constructos hipotéticos) es relevante, y que lo que hace es
de importancia secundaria a lo que hay por dentro.
En este sentido, la conducta es una variable dependiente de los
procesos internos como variable independiente. Es fácil identi�car
esta forma de ver la conducta con �losofías mentalistas, monismos
�sicalistas, y algunos conductismos como el metodológico, donde lo
primordial es ese otro sistema o procesos. Ejemplos de constructos
como variables pueden ser: el catastro�smo en vez de un
comportamiento incongruente con los hechos, una personalidad
dependiente en vez de un comportamiento reforzado por la
atención o reforzadores sociales, la autoestima en vez de
comportamientos de autocuidado, la memoria en vez de recordar,la atención en vez de atender a ciertos estímulos, los bajos niveles
de neurotransmisores como la dopamina en vez del
comportamiento depresivo, la autopercepción en vez del
comportamiento evaluativo hacia sí mismo, etc.
Algunos autores como Capra (1975) relacionan esta forma de
conceptualizar los fenómenos naturales como lo es la conducta con
el pensamiento de la cultura occidental, como una forma de “egos
aislados existiendo dentro de sus cuerpos” (p.28). Este mismo autor,
sostiene que la idea de un sí mismo delimitado y esencial es más
propio de un estilo de pensamiento cultural occidental que una
realidad ontológica, y es propia solo de una manera de hablar.
El punto de vista mecanicista y vitalista se puede ejempli�car
como una bola de billar, donde para entender cómo una bola llega
al cesto, es necesario describir hacia atrás como una bola ha pegado
a otra, como el taco de billar le ha pegado a la primera bola, como el
taco ha sido accionado y así sucesivamente tal como una cadena
con un principio y un �n; una máquina insensible al ambiente, un
proceso lineal y unidireccional que ignora una propia teoría de una
ciencia. El pensamiento mecanicista, lineal y unidireccional es aún
muy cotidiano en las ciencias, y la psicología no es la excepción,
como ejemplo podemos tomar varias perspectivas de conductismos
mediacionales, cognitivismos y neurociencias. Además, los eventos
pueden ser contiguos en espacio y tiempo, pero no mantener una
relación funcional, que como se verá en otros capítulos más tarde,
es fundamental tomar esto en cuenta al momento de realizar una de
las mejores herramientas del análisis de la conducta, el análisis
funcional.
Como se ha revisado, la propuesta �losó�ca del conductismo
radical no separa a la persona en dos entidades o en una realidad
mental y por separado otra conductual. La persona no forma parte
de una dualidad, sino que es una unidad. La conducta de las
personas tampoco se encuentra en algún lugar especí�co, ni se
considera que pertenece a algún sustrato, sino que es una
propiedad relacional y no sustancial. La conducta “existe” hasta el
momento en que se produce, lo cual es gracias a toda la historia de
interacciones pasadas entre el individuo y su contexto (Freixa,
2003). Así como el fuego existe hasta que interactúa un combustible
con un iniciador mas no está almacenada en algún lugar, la
conducta existe hasta que el individuo y el ambiente interactúan,
por medio de su propia historia de aprendizaje. La conducta en el
conductismo radical es lo principal y es el objeto de estudio por
derecho propio en vez de otros procesos inferidos.
El concepto de causa que se asume en el conductismo radical está
alejado del punto de vista vitalista y mecanicista y adopta el de
relaciones funcionales, donde los eventos son función de otros y no
precisamente un evento ejerciendo fuerza sobre otro. Este concepto
de causa está altamente in�uenciado por Ernest Mach, mismo que
cuestionó el concepto de causa Newtoniano. El conductismo radical
acepta un concepto que no necesita de eslabones de cadena para
dotar de explicación a la relación entre dos variables y opta por el
concepto de relación funcional, donde una explicación causa-efecto
se intercambia por un cambio en la variable dependiente (una
respuesta) que es producto del cambio en una variable
independiente (la manipulación del ambiente o contexto,
antecedente o consecuente) y es poco probable que se deba a una
variable extraña, el cual se puede comprobar por medio de
intervenciones sistematizadas o experimentos debidamente
controlados que puede aplicarse tanto a la conducta respondiente
como operante. Skinner mencionaba que estos términos sugieren
que eventos diferentes tienden a ocurrir de manera conjunta en
cierto orden, y sugería que los términos de causa y efecto pueden
seguir siendo utilizados en el discurso sin mayor problema siempre
y cuando se entendiera con precisión su signi�cado antes explicado
(Skinner, 1953).
Modelo causal del análisis de la
conducta: selección por consecuencias
En el conductismo radical de Skinner se abandona el modelo
mecanicista de eslabón de cadenas. El modelo alternativo que se
asume en esta perspectiva está directamente relacionado con la
teoría de la evolución de C. Darwin (1859), el cual proporciona una
visión distinta en la psicología, principalmente con el principio de
continuidad biológica y el principio de retroalimentación. Estos dos
principios se pueden representar a lo largo de tres pilares básicos
(Collado, 2009): a) la existencia de variaciones entre individuos de la
misma especie, b) un mecanismo de transmisión genética de las
características de los progenitores a los descendientes, y c) un
mecanismo selectivo que produce la eliminación de individuos no
dotados de determinadas características adaptativas (mayor riesgo
de morir y menos probabilidad de reproducirse). Contrario a lo que
suele pensarse, la teoría de la evolución no es una visión teleológica
en el cual un cambio en una especie es “diseñada” o “producida”
para una �nalidad, por lo que las características de una especie que
se mantienen sucede por los mecanismos antes mencionados y
porque esa variación les permite sobrevivir y reproducirse al
miembro de una especie en cierto ambiente, siendo más parte de
todo un proceso de adaptación que una �nalidad de dicha
característica, por lo que no hay una característica predestinada o
con cierta �nalidad a priori.
Así como la teoría de la evolución ha sido naciente en un contexto
de seleccionismo �logenético, este mismo modelo ha sido
extendido al estudio de la conducta de los organismos (dentro del
ámbito psicológico) dotando así de un seleccionismo ontogénico o
por consecuencias, el cual podemos de�nir como el mismo
aprendizaje de un individuo, donde en dicha selección conductual,
las conductas se mantienen y maximizan debido a sus
consecuencias. Así mismo, el modelo de seleccionismo es
traspolable, incluso, a un seleccionismo cultural, donde las pautas
de conducta culturales se seleccionan a través de la supervivencia
de cierta cultura (Cooper et al., 2017).
Este seleccionismo ontogénico podemos verlo desde los estudios
de E. Thorndike (1911) y su famosa Ley del Efecto, la cual menciona
que las conductas que van seguidas de sensaciones de placer son
más probables de repetirse en situaciones semejantes, y de forma
contraria, las conductas que van seguidas de sensaciones de
displacer o dolor son menos probables de repetirse en las
condiciones parecidas en las que sucedieron. Más tarde, Skinner
(1937) (uno de sus estudiantes más prodigios) desarrolla a partir de
la ley de efecto y sus observaciones de laboratorio los principios de
condicionamiento operante. De esta forma, se puede de�nir un
comportamiento operante como toda aquella respuesta cuya
frecuencia futura ha sido seleccionada, mantenida y moldeada
debido a sus consecuencias pasadas.
Mientras que el mecanicismo intenta llenar aquellos espacios
físico-contiguo-espacial entre un evento y otro para dotar de
explicación a una conducta, en el seleccionismo por consecuencias
del conductismo radical no son necesarios esos eslabones para
comprenderla, ni se presume un enfoque lineal de la misma
explicación, sino que se toma en cuenta el tiempo en forma de la
historia de aprendizaje o experiencias pasadas de un individuo y las
contingencias actuales, donde la manera de responder a estas
últimas está en función de la experiencia. En otras palabras, el
conductismo radical y el análisis de la conducta apuesta por las
“causas” distales y proximales de la conducta, de manera
interrelacionada en vez de solamente enfocarse en las proximales
de forma lineal.
El seleccionismo por consecuencias ha sido difícil de
considerarse, en ocasiones, cuando también converge con otras
visiones como las teológicas y teleológicas propias de una cultura
de determinado espacio y tiempo y cuando se considera a la
conducta solo como producto de otros procesos internos, llevando
a la necesidad de una lectura mecanicista y físico-contiguos.En
este caso el seleccionismo ontogénico no requiere de una
explicación físico-contiguo ni una cadena que ocupe el lugar de una
relación funcional entre las variables dependientes e
independientes, por lo que la distancia física entre las variables
carece de relevancia. Diversos ejemplos de la vida cotidiana y que se
verán más adelante en este libro pueden ilustrar cómo es que una
conducta puede ser seleccionada a través del tiempo sin la
necesidad de una relación inmediata ni estructuras internas, sino
observando el efecto sobre las conductas; es decir, la relación
funcional producto de eventos pasados.
Análisis Experimental de la Conducta
(AEC)
Como mencionamos anteriormente, este es el segundo ámbito del
análisis de la conducta que analizaremos. Podemos establecer el
origen del AEC de manera formal con la publicación de La conducta
de los organismos (Skinner, 1938). Esta obra resume la investigación
realizada por Skinner desde 1930 a 1937 en laboratorio, poniendo de
mani�esto dos tipos de conducta: la respondiente y la operante.
La conducta respondiente es la que comúnmente se conoce como
estímulo-respuesta, y cuyo mayor representante podría ser el
�siólogo ruso Ivan Pavlov (1927). En este paradigma, un estímulo
antecedente (por ejemplo, un chorro de aire en los ojos) elicita una
respuesta re�eja, involuntaria (la de cerrar los mismos). En estos
casos hablamos de respuestas re�ejas, automáticas, cuya unidad
funcional es el re�ejo, y lo compone el binomio E-R (de ahí el
nombre de paradigma estímulo-respuesta). El interés de Skinner,
sin embargo, estaba dado en la conducta que normalmente
llamamos “voluntaria” y que compone la gran mayoría de cosas que
realizamos. A su vez, mientras que a la conducta respondiente se le
identi�ca de manera clara un antecedente, esto no es tan claro
siempre en el caso de la conducta operante.
Mientras que la psicología contemporánea, ligada a otros
conductismos no radicales a Skinner proponían diversos
constructos hipotéticos para la explicación de este tipo de
comportamiento tal como lo hacían los conductistas metodológicos
(López, 2002), él adoptó una posición distinta y se dispuso a buscar
en el ambiente las causas de la conducta. Por medio de la
investigación en diversos animales (inicialmente ratas y luego
palomas) comenzó a acumular datos de la variación de la tasa de
respuesta de presionar una palanca a la que seguía inmediatamente
un pellet de comida. Lo que observó es que las primeras tres veces
que la comida seguía a esta respuesta no había un cambio
observable, pero que a la cuarta vez la tasa se incrementó
signi�cativamente, así hasta llegar a un máximo (Skinner, 1938).
Esto supuso una clara demostración experimental de la relación
funcional entre la conducta y ciertas variables del ambiente, que
abrió las puertas a miles de experimentos en los que, a partir de la
manipulación y variación de determinados tipos de eventos
ambientales, se comenzó a delinear los llamados principios de la
conducta operante.
Los miles de experimentos realizados entre 1930 y 1950
permitieron delinear los principios de la conducta operante, que
constituyen la fundamentación empírica del análisis de la conducta
en la actualidad. Estos principios son reforzamiento, extinción,
castigo, control de estímulos y operaciones motivadoras. Describir los
mismos excede el propósito de esta obra, además de existir
bibliografía donde se conceptualizan y describen de manera muy
precisa (Cooper et al., 2020; Froxán, 2020; Miltenberger, 2014; Pérez
et al., 2010, Domjam, 2010).
A pesar de la imposibilidad de explicar uno por uno, las siguientes
asunciones son necesarias para una mayor comprensión de los
capítulos que siguen a continuación:
• Los principios de conducta describen relaciones entre eventos
del ambiente y comportamientos. Que a un estímulo se lo
denomine reforzador, no es propiedad esencial o sustancial del
estímulo en sí mismo, sino del efecto que provoca a futuro en la
conducta. Esto implica que un mismo estímulo (por ejemplo,
agua) puede ser un reforzador si la persona posee sed (para más
preciso, una historia de deprivación de agua), pero le será
indiferente al mismo sujeto si acaba de beber ese mismo u otro
líquido.
• Si bien el comportamiento se mantiene por las consecuencias
que produce, ciertos estímulos antecedentes (discriminativos,
condicionales y motivadoras) in�uyen en la emisión del mismo.
Un tradicional ejemplo es el del niño que frente al padre llora y
éste para que se calme le compra golosinas; pero con su madre
no lo realiza, ya que ella jamás le compró golosinas en una
situación de llanto. Si bien lo que mantiene el comportamiento es
la consecuencia reforzante (en este caso las golosinas), el niño
adquirió la capacidad de discriminar ante qué antecedente (el
padre) el comportamiento de llorar es reforzado y ante cual no.
Los eventos antecedentes del ambiente y en ocasiones del mismo
organismo alteran el valor de un estímulo como reforzador y la
frecuencia momentánea de aquella respuesta que lleve a
conseguirlo. Un ejemplo podría ser cuando una persona que ha
pasado varios días sin estimulación sexual (deprivación)
cualquier evento estimular que cumpla un efecto de estimulación
sexual incrementará el su valor como reforzador y aumentarán
todas aquellas respuestas que lleven a conseguir (y que haya sido
reforzado en el pasado) dicha estimulación. Mientras que las
personas que frecuentemente reciben estimulación sexual, los
valores como reforzador no variará mucho.
• Todo comportamiento (operante) es mantenido por sus
consecuencias y cumple una función. Para determinar la misma,
el análisis funcional de la conducta es la herramienta por
excelencia.
• La relación entre antecedente, respuesta y consecuencia se
denomina contingencia de tres términos y es la unidad de
análisis para determinar la función del comportamiento
operante, por medio del análisis funcional señalado en el ítem
anterior.
Análisis conductual aplicado
Si el conductismo radical es la �losofía que delimita como es el
objeto de estudio del análisis de la conducta, su de�nición, dónde
buscar las causas últimas de la misma, el análisis conductual
aplicado es donde los principios y conocimientos derivados del
análisis experimental de la conducta (AEC) se ponen en juego para
la mejora de la vida cotidiana. Proporcionando una de�nición más
concreta y que abarque sus características, podemos decir que:
El análisis aplicado de la conducta es la ciencia en la que las
estrategias derivadas de los principios de la conducta se aplican de
manera sistemática para mejorar la conducta socialmente
relevante, y en la que se utiliza la experimentación para identi�car
las variables responsables del cambio de conducta (Cooper et al.,
2020).
De la de�nición anterior se pueden tomar varios elementos
importantes para especi�car. El aplicar de manera sistemática los
principios de conducta signi�ca por un lado que no cualquier
intervención (por más que sea realizada en el marco de un
tratamiento conductual) pueda ser llamada analítico-conductual,
sino aquellas que estén debidamente operacionalizadas y sean
coherentes con los principios �losó�cos y aquellos derivados de la
experimentación. Es decir, que un analista haga referencia a la
utilización de Flores de Bach o mencione razones “espirituales” en
una consulta, no convierte a estas en intervenciones analítico-
conductuales. Para cumplir estas características, deberán
identi�carse apropiadamente las variables de cambio (aquellas
variables independientes que su modi�cación resultan en el cambio
conductual) y utilizar una terminología no dualista, por ejemplo.
El hablar de conducta socialmente relevante muestra que, como
analistas de conducta (y la profesión que ejerzamos, psicólogos,
psicoterapeutas, terapeutas de lenguaje, consultores, etc.) no
cualquier comportamiento es objeto de intervención solo porque
nos moleste a nosotros o a alguien que no sea el usuario; sino
aquellos que signi�quen bene�cios en la vida del consultante. Esto
es, que losobjetivos del cambio conductual sean signi�cativos,
importantes, sostenibles y generalizables, y así lo acerquen a
potenciales reforzadores y evite situaciones aversivas. Este aspecto
toma especial relevancia en situaciones determinadas, por ejemplo,
el trabajo con niños y adolescentes (con o sin trastornos del
desarrollo) a los cuales es preciso enseñar repertorios conductuales
y/o disminuir conductas problemáticas (¿para quién?) y que ellos no
han buscado la consulta, sino que han sido referidos por sus
familias, escuelas, etc. Otros casos pueden ser en donde ciertas
personas del contexto presentan comportamientos agresivos hacia
el cliente y la forma que debería tomar la intervención (¿sólo
enseñar habilidades de asertividad a nuestro cliente o evaluar si
además de esto es necesario realizar cambios en el ambiente?).
También, casos como la experimentación de ciertas respuestas
emocionales (tristeza, angustia) después de eventos naturalmente
dolorosos como una pérdida (¿es posible la modi�cación
inmediata?), y la demanda del propio consultante o familiares de
modi�car (¿es un cambio importante aún con que esto no
interrumpa su vida cotidiana? ¿es sostenible?) lo que se
experimenta o bien de que inmediatamente actúe como si el hecho
no hubiera pasado jamás. Es preciso considerar entonces la
relevancia social de nuestras intervenciones, y esto implica incluir
al contexto relevante del consultante y no ser meros modi�cadores
de conducta.
Historia del análisis conductual aplicado
La historia del análisis conductual aplicado es ligeramente
posterior a la del análisis experimental. Fue necesario acumular un
corpus de evidencia considerable y teorizar sobre estas relaciones
funcionales entre conducta y ambiente para evaluar la posibilidad
de que los conocimientos acerca del condicionamiento operante
fuesen aplicables en seres humanos.
Una de las primeras aplicaciones de las que se tiene registro es la
de Fuller (1949). Se trabajó con una persona de 18 años, la cual en el
lenguaje de la época había sido descrita como “idiota vegetativo”
(considerar que esta expresión no es vigente actualmente). De
acuerdo a la opinión de quienes lo conocían, este joven no había
podido aprender prácticamente nada en su vida. Solía permanecer
acostado de espaldas y era incapaz de darse vuelta. Se seleccionó
como objetivo el movimiento de su brazo derecho, que apenas era
capaz de moverlo. Utilizando una jeringa con una solución de leche
caliente y azúcar y administrándole ese líquido cada vez que movía
el brazo, se logró en solo 4 sesiones que pusiera el mismo en
posición vertical, a una tasa de 3 veces por minuto. Teniendo en
cuenta la línea base desde la cual se partía esta experiencia
constituyó una poderosa demostración de lo que el
condicionamiento operante podía signi�car para la vida humana.
Durante la década de los 50 y 60 se llevaron a cabo numerosos
experimentos, principalmente en contextos de laboratorio, es decir,
no en los ambientes típicos donde se desenvuelven los participantes
de los mismos. Si bien había un bene�cio en las personas que
participaban de estos estudios, no era el propósito principal de los
mismos, la �nalidad era el veri�car qué tan aplicables eran estos
principios para nosotros. Fue así que las investigaciones se
multiplicaron en personas con o sin trastornos, niños y adultos,
analizando diversos principios y aplicaciones. Algunos pioneros en
esta ciencia naciente los encontramos en Bijou (1955, 1958), Baer
(1960, 1961), Ayllon y Michael (1959). Este último ya anticipando lo
que se llamaría posteriormente Análisis Conductual Aplicado (ABA),
con el nombre “El enfermero psiquiátrico como un enfermero
conductual”, en el cual los autores describen cómo estos
profesionales de la salud utilizan numerosas estrategias
conductuales para el cuidado y la mejora de los residentes de las
instituciones de salud.
Hoy por hoy el análisis de la conducta ha ampliado sus ámbitos de
intervención y extendido las formas en las que se ponen en marcha
las tecnologías operantes y respondientes. En cuanto al ámbito
clínico que es el que nos interesa en mayor medida, a lo largo de
todo este libro, y como podremos observar, se ha incursionado en
temas que quizás antes habían sido poco estudiados. Solo por
mencionar algunas, la interacción verbal como variable
interviniente en el cambio psicoterapéutico con consultantes con
amplios repertorios verbales y los procesos que subyacen al mismo,
el desarrollo de técnicas y procedimientos para los problemas más
comunes en la clínica ambulatoria como los problemas de ansiedad
y depresión, la empatía desde la perspectiva analítica conductual,
incluir variables sociales y culturales importantes al momento de
trabajar con grupos vulnerables, e incluso preocuparse por un
posicionamiento �losó�co serio referente a la conceptualización de
los problemas psicológicos y el lenguaje que tradicionalmente se
utiliza en la clínica. Los puntos anteriores, a nuestro ver, insertan al
análisis de la conducta como una ciencia amplia capaz de responder
a múltiples problemas y situaciones que tienen que ver con lo que a
diario se observa en la clínica.
Hay dos acontecimientos que pueden servir de inicio formal del
análisis aplicado del comportamiento, ambos ocurridos en 1968
(Cooper et al., 2020). El primero es el lanzamiento del Journal of
Applied Behavior Analysis (JABA), una revista que en la actualidad
continúa siendo referencia en lo que es el análisis aplicado de la
conducta, y que fue la primera revista en Estados Unidos dedicada a
problemas aplicados, es decir, cómo a partir de los conocimientos
del análisis experimental se podían derivar estrategias de mejora de
la vida humana. El segundo hito es la publicación del artículo
“Algunas dimensiones actuales del análisis aplicado de la conducta”
(Baer et al., 1968), que es el más citado en la historia del análisis
conductual. Estos autores señalaron cuáles debían ser los criterios
para que una práctica pueda ser considerada dentro del análisis de
la conducta. Estas dimensiones continúan vigentes en la actualidad
y son una guía para la investigación y práctica profesional. Dado
que en de�nitiva este libro es mayormente sobre análisis
conductual aplicado (de todos los posibles ámbitos nosotros nos
abocaremos a prácticas clínicas y educativas), haremos a
continuación un breve recorrido por ellas.
Dimensiones del análisis de la conducta
aplicada
Dentro de las características desde el nacimiento de esta ciencia,
los autores mencionados propusieron una serie de criterios para
identi�car al análisis conductual, que fuese aplicado, conductual,
analítico, tecnológico, conceptualmente sistemático, efectivo y
generalizable. Por más que algunas de estas dimensiones puedan
sonar redundantes u obvias por el mismo nombre del análisis de la
conducta, el de�nirlas explícitamente permite diferenciar aquellos
elementos que debe poseer una intervención, modelo y explicación
para llamarle analítico-conductual y que se diferencie de otro tipo
de explicaciones alternativas, como por ejemplo las cognitivo-
conductuales (intervenciones que a pesar de su e�cacia e historia
con puntos en común, sostienen una �losofía y conceptualización
muy distinta sobre el comportamiento humano). Veamos una por
una.
Aplicado
Como ya hemos visto, el análisis del comportamiento tiene un
ámbito �losó�co, experimental y aplicado. Este último hace
referencia a que las intervenciones que se propondrán irán
destinadas a la mejora de la vida humana en contextos naturales, no
en laboratorio. Si el objetivo del análisis experimental es investigar
con la �nalidad de comprender mejor la naturaleza, aunque de esto
no necesariamente se extraigan conocimientos utilizables en
nuestra vida cotidiana, el del análisis aplicado está orientado a este
último aspecto. Y esto no solo en el ámbito clínico, sino en
cualquiera donde dichos conocimientos puedan utilizarse:
educativo, laboral, deportivo, etc. Un detalle mayor de áreas de
aplicación las veremos en el apartado práctica profesional.Conductual
Tal vez parezca innecesario describir esta dimensión, sin
embargo, veremos que no lo es. Hay tres elementos para tener en
cuenta en esta de�nición: el primero es que una intervención
deberá enfocarse en aquel o aquellos comportamientos que deban
mejorarse, no en otros similares o en las descripciones que se
puedan hacer de tales conductas. Si se plantea una intervención
para disminuir las conductas de acoso escolar a un joven en una
escuela, cumplir con esta dimensión implicaría observar
directamente si las conductas tipi�cadas como acoso se siguen
dando, y no basar el éxito de la intervención en una medida
indirecta como por ejemplo la mejora en el estado de ánimo de
quien fue víctima de acoso hasta el momento.
El segundo elemento para tener en cuenta, algo muy distintivo del
ABA, es que la conducta sobre la que se interviene debe ser
medible, debe ser posible veri�car de manera objetiva que se ha
dado el cambio conductual deseado. No es una cuestión de
pareceres y sentimientos de la persona que presenta el problema o
de otros, sino que la intervención debe dar cuenta del cambio
buscado. En este sentido, el registro y medición de la conducta es
un aspecto esencial.
En tercer lugar y último, es esencial identi�car de quién es la
conducta que cambia. Podría suceder que es la del investigador,
terapeuta, o quien llevó a cabo el procedimiento y no la del sujeto a
quien estaba dirigida inicialmente la intervención. Pongamos como
ejemplo la enseñanza de discriminación de animales a un niño de 4
años por parte de un docente. Podría suceder que, ante las
respuestas incorrectas del pequeño el maestro presente ayudas
gestuales (inadvertidas por él) y que el niño comience a responder
correctamente. Si estas ayudas no están correctamente
identi�cadas por quien está en la posición de instructor,
seguramente no implemente las estrategias de desvanecimiento
para que las respuestas correctas queden controladas por los
estímulos “animales” en lugar de por las ayudas gestuales; y que en
ausencia de este docente el niño responda incorrectamente. En este
caso hipotético (aunque bastante común en la enseñanza a niños
con y sin trastornos del desarrollo u otros), la conducta del adulto
habría cambiado (comenzó a presentar ayudas) pero el cambio �nal
deseado (que el pequeño discrimine animales sin ayuda) no se
habría logrado.
Analítico
Una intervención cumple con esta dimensión cuando quien la
aplica puede mostrar una relación funcional entre aquellas
variables manipuladas y el cambio en alguna (o varias) dimensiones
de la conducta (por ejemplo, duración y frecuencia). A lo que se
apuntaría aquí es al control experimental que tiene el analista de
conducta sobre la variable dependiente (la respuesta) y las
independientes (aquellas del contexto modi�cadas). Sin embargo,
dado que no estamos hablando del contexto de investigación,
muchas veces no se puede introducir y retirar una variable
independiente para mostrar control experimental y muchas veces
tampoco es deseable.
Imaginemos que estamos trabajando mandos con un pequeño con
un trastorno del lenguaje y se instruye a la familia para que cuando
el niño diga “era” le entreguen la mamadera (biberón en muchos
países). Aquí se podría mostrar control sobre este mando
veri�cando cuando los padres refuerzan la emisión de la palabra
“era” la misma se incrementa en el futuro, y luego poniendo bajo
extinción este pedido por medio de la no respuesta de los padres.
Pues bien, el mando “era” incrementaría su emisión y luego
descendería (previo pico de extinción y probablemente con algunos
problemas de conducta asociados). Sin embargo, en este propio
ejemplo dado que estamos frente a un pequeño con una alteración
en el lenguaje, esta demostración no sería deseable ni mucho
menos ética, por lo cual probablemente ningún analista de
comportamiento lo realice.
A pesar de las consideraciones anteriores, una forma en la cual
puede observarse esta dimensión sin caer en conductas impropias,
es por medio de la presentación de datos a los usuarios de estos
servicios, que permita evidenciar que los resultados deseados son
producto de las intervenciones realizadas y no de otras variables. El
seguir estas indicaciones permite entonces que el
cliente/consultante juzgue la intervención y a nosotros poder dar
cuenta de la misma.
Tecnológico
Una intervención es cali�cada de tecnológica dentro del análisis
de la conducta cuando la misma está descrita de tal manera que
otra persona tenga la posibilidad de replicar la misma. Este es otro
elemento crucial, no es solo cuestión de de�nir operacionalmente
el comportamiento y de demostrar la relación funcional a partir de
nuestra entrada, sino que además debe ser posible llevarla a cabo
por otras personas. En toda ciencia la replicabilidad es un elemento
crucial, y no estamos aquí ante una excepción. Que el conocimiento
de cualquier fenómeno (en este caso la conducta) avance consiste
en que las estrategias implementadas puedan ser repetidas,
obteniendo los mismos resultados. Si estamos utilizando en la
práctica clínica metáforas para propiciar que los consultantes se
aproximen a estímulos aversivos en consonancia con reforzadores
condicionados para ellos, la forma en que utilicemos estas
metáforas debe estar correctamente especi�cada, de manera que
sea posible que otros terapeutas utilicen este recurso verbal con
éxito, y a su vez que otros investigadores realicen réplicas
extendidas añadiendo otros componentes y mejorando las
intervenciones (Hulbert- Williams et al., 2020).
Conceptualmente sistemático
Tan importante como las dimensiones anteriores es el poder
describir la intervención y/o modelo que se use en términos de
aquellos principios básicos sobre los que se apoya. Si bien, como
veremos en el próximo apartado, la gama de aplicaciones del
análisis conductual es potencialmente ilimitada, de la misma forma
que sus intervenciones, todas estas se apoyan en unos pocos
principios básicos del comportamiento. Una intervención o un
modelo terapéutico es conceptualmente sistemático cuando
además de describir de manera precisa las estrategias
implementadas, detalla cuales son estos principios sobre los que
trabaja. Esto genera el doble bene�cio de, por un lado, poder
relacionar los principios con otras estrategias para poder aplicar; y
por el otro que el terapeuta, maestro, asistente, no sea un mero
aplicador de técnicas cual recetario, sino que comprenda los
verdaderos motivos del cambio. Una intervención entonces que no
de�na el cambio en términos de principios básicos o que recurra a
conceptos ajenos al análisis del comportamiento, como por ejemplo
inconsciente, esquemas de procesamiento, el circuito hipotalámico,
no cumple con esta dimensión. Puede ser considerada efectiva e
incluso, dependiendo de la conceptualización, cientí�ca; pero no
analítica-conductual. Podemos identi�car múltiples ejemplos de lo
anterior, y cabe mencionar (y recordar) que una topografía o la
forma en que se lleve a cabo una intervención o aplicación de una
técnica no es apriorística de una función.
Las terapias más novedosas dentro de la familia de terapias
conductuales utilizan los principios de aprendizaje para poder
explicar los mecanismos de sus intervenciones responsables de su
e�cacia. Sin estos principios subyacentes, aunque demostraran alta
e�cacia, no podrían ser consideradas una intervención analítica-
conductual. De hecho, esto es y ha sido motivo de discusión y
debate entre los cientí�cos de la conducta y psicoterapeutas. A su
vez, múltiples intervenciones o técnicas provenientes de otras
tradiciones psicológicas o culturales podrían resultar con e�cacia, y
podrían ser aún más útiles si su conceptualización se entendiera de
manera analítica-conductual, es decir, bajo los principios de
aprendizaje. De esta forma se indagaría las variables relacionadas
funcionalmente y controlarlas a manera de alcanzar el objetivo
conductual.
Actualmente técnicas y procedimientos como el mindfulness, la
silla vacía, la reestructuración cognitiva, la defusión

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