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JUAN CRUZ CRUZ SOBRE EL MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA SOBRE EL MÉTODO DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA I SENTIDO DEL MÉTODO EN LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA. Desde este mismo momento conviene hacer una aclaración: el método que proponemos en la elaboración de la Antropolo- gía filosófica1 es decididamente fenomenológico. Pero dado 1. Una de mis más gratas impresiones tenidas en el último Con- greso Internacional de Filosofía celebrado en Viena, fue escuchar a H. G. GADAMER y a P. RICOEUR. Ambos, preocupados por cuestiones de hermenéutica aplicada a cuestiones de Antropología filosófica, me pa- recieron las cabezas más significativas a este respecto en Alemania y Francia. Una impresión muy favorable me produjo también Stephan STRASSER. Aunque el tema que me propongo desarrollar no versa so- bre las propias ideas de estos pensadores, sí quiero hacer constar que ellos han resucitado en mí el problema diltheyano de la hermenéutica antropológica como «comprensión del sentido». En este trabajo tocaré algunos puntos que considero cruciales para el buen entendimiento de la «comprensión» como hermenéutica antro- pológica, dentro del marco de una definición de la Antropología fi- losófica, tal y como, tras largas reflexiones, la he llegado a ver: la Antropología filosófica es la explicación conceptual de la idea del hom- bre a partir de la autocomprensión de éste en su relación con el ser, dentro de una fase cualquiera de su existencia histórica, con el intento de indicar la posible senda de su destino. La definición de P. L. LAND- BERG (en Einführung in die philosophische Anthropologie, Klostermann, Frakfurt, 1960, p. 9) es casi idéntica a la que proponemos, con la sal- vedad de que nosotros incluímos la cláusula «en su relación con el ser», pues estamos convencidos de que el hombre recibe su propia significación en su apertura al ser o a la realidad como tal. Por eso, la Antropología filosófica se enclava en el ámbito de la Ortología. 29 J U A N C R U Z C R U Z que por «Fenomenología» podemos entender una «Ciencia», una «Metafísica» y un «Método de Ontología» 2, nos urge deslindar nuestro punto de vista. a) Como «Ciencia» la Fenomenología trata de lo que «in- manentemente aparece». La «reducción fenomenologica» avienta del fenómeno inmanente toda posición trascendente de reali- dad. El exclusivo objeto de la Fenomenología son los cogitata qua cogitata. Es decir, el eidos o la «esencia», y no los conteni- dos fácticos de la conciencia y las vivencias efectivas, son los objetos de la Fenomenología como «Ciencia». /3) Como «Metafísica» la Fenomenología utiliza un méto- do más drástico: la «reducción transcendental», en virtud de la cual quedan enfrentados el ego psicológico y el ego transcen- dental3; el yo transcendental es lo único que se da apodíctica- mente, como realidad que se anticipa al mundo —dentro del cual habría que colocar también al yo psicológico—. Yo y los demás egos —pues no hay sólo un ego como solus ipse— forma- mos la intersubjetividad transcendental, participando de la vida transcendental de un «fondo cósmico». Pero esto es ya idea- lismo. y) Como «Método ontológico» la Fenomenología es mu- cho más fecunda. El ser —como ser-objeto y como ser-sujeto— es para el metafísico algo de muy difícil descripción. Es preciso transcender esas dos categorías, y esto lo hace posible el méto- do fenomenológico: el metafísico se zambulle «en» el movi- miento existencial del yo —movimiento de «referencia-a» y de «receptividad-para» un número de personas, vivientes y co- sas—. En esta actitud fenomenologica no aparece ya el mundo como un complejo objetivo de datos, sino como «formación de sentido» que surge en el transcurso de una orientación exis- tencial y se hace significativo. «Con esto queda dicho que la explicación, el análisis y la descripción fenomenologica no pueden agotar el contenido total de la Ontología. Después de mostrar y analizar lo que aparece, 2. Stephan STRASSER, Seele und Beseeltes, Wien, 1955, pp. X-XV. 3. Las Meditaciones cartesianas de HUSSERL figuran como la cul- minación de este método. Desgraciadamente no podemos entrar en ulteriores pormenores. 30 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA tiene que venir la reflexión sobre las condiciones que han de cumplirse para que sea en general posible el aparecer de lo que aparece» 4. En nuestro trabajo jamás utilizaremos la Fenomenología co- mo «ciencia», pues en este sentido está preñada de supuestos no justificados. Tampoco la usaremos en el sentido de «Metafísi- ca», pues no vemos el modo de evitar el idealismo transcenden- tal. Pero es imprescindible utilizarla como «Método ontológi- co»: hay que comenzar la Antropología filosófica prescindiendo de cualquier supuesto o teoría previa, para constatar y describir los datos tal como se dan o aparecen a la experiencia. Así en- tendida, la Fenomenología se presenta al antropólogo —filóso- fo— como intuitiva, hermenéutica y dialéctica5. ya) Postulado intuitivo. La voz «fenómeno» tiene una al- curnia etimológica nada despreciable : en griego, (paiveadai sig- nifica «mostrarse», «hacerse visible»; ipaw6¡xevov, para HEI- DEGGER, es «lo que se muestra en sí mismo», lo manifiesto. Es decir, fenómeno es lo evidente por sí, sin que disimule la «cosa- en-sí». Pero lo que es evidente no puede ser demostrado; es más, lo que es evidente no tiene necsidad de ser demostrado. Finalmente, la intuición del ser evidente es el coronamiento de la intención cognitiva. y/3) Postulado hermenéutico. Los pensadores de la post- guerra rehusan ligarse al ideal cartesiano de un pensamiento exento de supuestos: exigir un conocimiento sin presupuestos no es más que dar de bruces en un regreso al infinito. Además, esa exigencia está en contradicción con el sujeto meditante, pues su pensar está siempre comprometido» (engagée), es pen- samiento «encarnado» (MARCEL, MERLEAU-PONTY). Mi propia existencia (no abstracta) es el supuesto previo del filosofar. Pe- ro además, mi existencia concreta es coexistencia. Por eso siem- pre filosofo con la ayuda del otro, Lo que entonces importa es interpretar el misterio de mi existencia. La actitud hermenéuti- ca exige negativamente que el filósofo no comience su reflexión 4. S.STRASSER, Seele..., p. XII. 5. Cfr. el magnífico libro de S. STRASSER —libro que recomiendo particularmente a los alumnos de la especialidad— Phénoménologie et sciences de l'homme, Lovaina-Paris, 1967, pp. 253-267 y 301-308. 31 J U A N C R U Z C R U Z como si fuera una consciencia acosmica, ahistórica y asocial; y exige positivamente que el filósofo considere su propia existen- cia con todos los rasgos esenciales que implica, obsolutamente dada previamente a su reflexión. Hay que esforzarse por poner al desnudo las estructuras de esta existencia y captar su signifi- cación metafísica u ontológica. 77) Postulado dialéctico. «Detrás de los fenómenos de la Fenomenología, no hay en verdad nada, mas puede que esté es- condido lo que debe llegar a ser fenómeno... Y justamente por- que, al principio y con frecuencia, los fenómenos no están da- dos, se precisa de una Fenomenología. Estar oculto es el con- cepto complementario del concepto de fenómeno» 6. «El método que permite des-cubrir sistemáticamente lo que inicialmente es- tá cubierto, y lo hace aparecer, es el método dialéctico» 7. A nuestros ojos, la dialéctica no es, como en HEGEL, la marcha del sujeto o del espíritu «que en sí misma engendra el curso de su proceso y retorna a sí misma». Por dialéctica entendemos, con S. STRASSER, "el cambio metódico de perspectivas que permite al investigador lograr el sentido del rebasamiento sistemático de las perspectivas unilaterales y los horizontes limitados" 8. Dia- léctica que se hará diálogo, tan pronto como pase de su prísti- no estado de «dialéctica encarnada, o prepredicativa» al de «dia- léctica explícita, o predicativa», del estado de mudo comercio con las cosas en el Lebenswelt (que coincide con la situaciónmisma) al de la palabra (que nos sitúa en un nivel superior). Y esto supone el esfuerzo de un «nosotros» que hace aparecer la verdad y el bien por medio del lenguaje. La Antropología filosófica acoge en sí esas tres instancias —intuitiva, hermenéutica y dialéctica— para conseguir su ob- jeto. Veamos más detenidamente la estructura de este método fenomenológico. Aunque la voz fenómeno significa «lo que aparece» y está ligada principalmente a la experiencia sensible, en la actualidad se la aplica a todo dato, como quiera que esté en la conciencia. Para una actitud realista, el fenómeno será aquello que, tal como 6. Sein und Zeit, Tübingen, 1953, p. 36. 7. STRASSER Phénoménologie..., pp. 263-264. 8. Ibidem, p. 265. 32 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA es en sí, aparece a la conciencia; o sea, aparece a la conciencia de modo que se entiende lo que es en sí tal como aparece (en este sentido, cfr. ARISTÓTELES, De coelo, I, c. 3, 270 b 4; De Anima, II, c. 7, 417, b 24. Y Sto. TOMÁS, De unitate intel- lectu, c. IV, n. 39). Para una actitud relativista, en cambio, fe- nómeno será lo que aparece a la conciencia no como es en sí, pues ignoramos si es en sí tal como aparece. Tal es la postura de HUME y de KANT. Así pues, la Fenomenología es una visión, descripción, re- velación y estudio de los datos de conciencia. El método feno- menológico 9 'procede por análisis y descripciones de los datos de conciencia, considerándolos como manifiestos o manifestati- vos. Desde este punto de vista, puede ser inicial o exclusivamente fenomeno'lógico. Es inicial, cuando comienza por la descripción pero no se limita a ella. Es exclusivo, cuando comienza por la descripción y se ciñe a ella. Nuestro método será inicíalmente fenomenológico. Desde este punto de vista, la Fenomenología es para nosotros en primer lugar un programa de trabajo, en cuanto asegura la estabilización de postulados lógico-críticos; y es en segundo lugar un método negativo-positivo-, negativo, porque además de postular una ausencia de supuestos, prejuicios y sugestiones in- dividuales, no puede mirar su objeto de un solo golpe, ya que tal objeto es siempre complejo, viéndose obligado a considerar todos sus elementos uno tras otro; positivo, por cuanto recurre a la intuición inmediata como el único instrumento capaz de recoger la realidad en toda su pureza. Si nos atenemos al lema seguido por los primitivos fenomenólogos «hacia las cosas mis- mas», tendremos que añadir enseguida que «cosas» serán in- terpretadas como «lo dado», sin más. La intuición correlativa a «lo dado» no se opone a la abstracción, sino a la discursividad, por ser tal intuición un conocimiento directo, aunque no ex- haustivo 10. Los primitivos fenomenólogos exigían que la investigación se orientase exclusivamente al objeto, con exclusión total de lo subjetivo, con lo cual la intuición se aproximaba a la idea de theoria de los antiguos: una actitud contemplativa con exclu- sión de miras prácticas. Pero el existencialismo ha puesto siem- pre serias dudas a esta actitud objetivista. Recuérdese el pensa- miento subjetivo de KIERKEGAARD y la oposición de MARCEL a 9. No vamos a pasar revista, ni mucho menos a catalogar las dis- tintas escuelas de Fenomenología. Una buena contrastación de las dis- tintas corrientes fenomenológicas nos la ofrece el libro de Alfred E. KUENZLI, The Phenomenological Problem, New-York, 1959. La historia de la Fenomenología ha sido abordada con notable éxito por H. SPIE- GELBERG, The phenomenological movement. A historical introduction, 2 vol., La Haya, 1960. 10. I. M. BOCHENSKI en Los métodos actuales del pensamiento (Madrid, 1958, pp. 41-68) se hace cargo de la dimensión «intuitiva» de la Fenomenología y subraya algunos puntos que nosotros apretada- mente exponemos aquí. 33 U A N C R U Z C R U Z reducir al hombre a un espectáculo. El hombre no es un objeto, sino un sujeto. Esta objeción existencialista tiene que ser tomada en serio. Y ello nos obliga a perfilar la noción de objeto. Si se entiende por objeto lo que significa su raíz etimológica (ob-jectum, arro- jado-frente), es indudable que objeto es lo situado frente al yo, y entonces tiene toda su razón el existencialismo. Lo mismo se diga si por objeto se entiende «lo acabado y pleno», porque el hombre existente, el sujeto, no es jamás acabado y hecho. Más bien, hay que entender por objeto «lo dado», prescindiendo del carácter mostrenco y oponible. Sobre la concepción fenomenológica de la conciencia, que ve la esencia de ésta en la intencionalidad, nos urge poner de re- lieve que la aceptamos pero excluyendo toda interpretación fenomenista o nominalista. Todo hecho cognoscitivo es en ver- dad una relación entre un polo subjetivo (nóesis) y un polo ob- jetivo (nóema). La conciencia no es una cosa entre cosas, sino un trascender efectivo hacia el objeto. Pero el objeto no es un contenido de conciencia, inmanente a la misma conciencia, sino un objeto trascendente, que se presenta como tal en el hecho de su misma relación a la conciencia. Hay pues una rela- ción intencional de la conciencia con el objeto trascendente. En la nóesis y en el nóema se concillan los elementos del realismo y del idealismo, o mejor, la inmanencia psicológica y la tras- cendencia lógica. Contra el fenomenismo empírico —para el que la realidad es flujo de representaciones subjetivas— y contra el nominalismo logicista —para el que los conceptos se reducen a definiciones—, se impone la evidencia de la alteridad del dato (realismo) y la conexión de ese dato con la conciencia intuyen- te (idealismo). Acerca de la epojé como instrumento intelectual de trabajo fenomenológico, queremos añadir algunas observaciones. La pri- mitiva Fenomenología había postulado siempre la reducción de lo subjetivo y de la tradición; pero también la existencia debía ser suspendida, para quedarnos sólo con la quididad o esencia; y aun de la esencia se reducía lo accesorio. Pues bien, la reducción fenomenológica no será tomada por nosotros como una negación, sino como una desatención a cier- tos aspectos, es decir, como una abstracción, que nada tiene que ver con un juicio valorativo. Es claro entonces que cuando hablamos de «esencia» obte- nida por reducción, no nos referimos a la «cosa», sino a ciertos aspectos, elementos o contenidos de la cosa; no ciertamente los elementos que subyacerían en lo más profundo de la cosa misma, sino los elementos que yacen ante los ojos de modo claro y pa- tente. En virtud de esta conexión de la esencia con el ver o mi- rar, ARISTÓTELES la entendía como eidos. Pero en nuestro caso, la esencia fenomenológica no coincide con la esencia aristotélica, puesto que ARISTÓTELES colocaba los idía o propiedades —que pertenecen consecutiva y necesariamente a la esencia— fuera del eidos. En nuestro caso, la esencia abarca también las propiedades aristotélicas, pues esencia es todo lo que necesariamente está unido al fenómeno. Así pues, la esencia es la estructura funda- mental del objeto, siempre que se entienda por estructura no un MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA simple haz de relaciones, sino también todo contenido funda- mental, incluyendo las cualidades. Por eso le ha sido posible al existencialismo estudiar el su- jeto humano en su carácter más propio (Das Jemeinigé). Sabido es que el existencialismo tiene la pretensión de eliminar a la esencia, para estudiar la desnuda existencia, el Dasein. Ahora bien, incluso los existencialistas conciben a la existencia como algo dado, como fenómeno susceptible de ser descrito e interpre- tado como una estructura, aunque los elementos de esa estructu- ra no sean del rango de las demás cosas: son «existenciarios». Y aunque el existen ciclismo acentúa lo mío propio, que se da de una vez por todas, es indudable que intenta hacer corresponder eso mío propio a toda existencia humana, es decir, que intenta describir la estructura necesaria del hombre como existencia en- carnada. Es evidente quetoda «precisión» o reducción es una abs- tención del juicio, fundado sobre la abstracción, que incide en esto o aquello. El término así eliminado por reducción —exis- tencia o fenómeno existente— no puede ser tachado de inexis- tente. Participa siempre, en nuestra conciencia, de lo absoluto del ser. Únicamente no hacemos uso de la ciencia que tenemos de él: la suspendemos simplemente. Tal abstracción de toda toma de posición puede concernir únicamente a una región on- tológica determinada, pero jamás al mundo, a la totalidad del ser. Nuestro conocimiento del ser y de los entes es, por el con- trario, lo que hace posible toda «reducción». No se trata, pues, de una nihilización del mundo. Además, la existencia del yo que efectúa la reducción no es, como lo cree HUSSERL, la única cosa que puede ser puesta, sino una cosa que debe ser necesa- riamente puesta. «Mi ser en el ser» es, pues, una situación pri- mordial constante y previamente dada. La conciencia de este "ser en el ser" debe acompañar siempre, de un modo general y necesario, cada uno de mis pasos. Toda tentativa de suspen- der por abstracción nuestro juicio a este respecto, conduce a un regressus in infinitum, en el que los mismos datos primordiales deben ser reintroducidos en cada momento con nombres siem- pre nuevos. La única reducción auténtica es la que nos da aque- llo que no puede ya ser abstraído. Tal procedimiento es sólo po- sible y válido en dos regiones filosóficas: la metafísica general y la antropología filosófica: a) En metafísica general, con el fin de justificar el paso de los entes al ser; b) En antropología filosófica, para distinguir la realidad 35 f U A N C R U Z C R U Z existencial incondicionada de las realidades agológicas que ella condiciona11. En ambos casos, la reducción no es otra cosa que la vía ha- cia la concrección absoluta. Por lo pronto nos interesa exclusivamente este segundo pa- so, propio de la antropología filosófica: ver la realidad existen- cial incondicionada desde las realidades egológicas que ella con- diciona. A nuestro juicio, Stephan STRASSER ha hecho uno de los intentos más significativos en este sentido 12. También C. A. VAN PEURSEN está de acuerdo 13 con este intento de STRASSER ; en la misma dirección apuntan los trabajos de B. LORSCHEID 14. Es notable el esfuerzo de la neoescolástica holandesa y alema- na por asimilar de modo coherente la Fenomenología, en el sentido aquí apuntado 15. Una valiosa aportación, desde pers- pectiva similar, es la de M. DUFRENNE 15 bis, oponiéndose al es- tructuralismo de ALTHUSSER y FOUCAULT. Sólo nos resta tomar a STRASSER como maestro en el plan- teamiento de esta problemática, para empalmar, por una parte, con los trabajos más fecundos de la escuela diltheyana16 y se- 11. STRASSER, Seele..., pp. 161-162. 12. Además de los libros citados, cfr., su magnífica filosofía del sentimiento, de base fenomenológica, en Das Gemüt. Grundgedanken zu einer phánomenologischen Philosophie und Theorie des menschli- chen Gefühlslebens, Spectrum, Herder, 1956. 13. Leib, Seele, Geist. Einführung in eine phanomenologische Anthropologie, Gütersloh, 1959. 14. Das Leibphanomen, Bonn, 1962. 15. Una monografía que recoge y critica acertadamente los dis- tintos puntos de vista neoesco'lásticos, en un ansia de diálogo con otras corrientes, ha sido ofrecida por W. L. KELLY, Die neuscholas- tische und die empirische Psychologie, Antón Hain, Meisenheim am Glan, 1961, con precisa bibliografía. 15 bis. Se trata de su libro Pour Vhomme (Seuil, París, 1968), cuyo título nos suena como una respuesta al libro de ALTHUSSER, Pour Marx. 16. Sobre el problema de la auto comprensión, del que hablare- mos en la segunda parte de este trabajo. No podemos omitir los es- fuerzos de H. PLESSNER por fundar un método similar, en sus trabajos: Ueber einige Motive der philosophischen Anthropologie, «Studium Ge- nérale», 1956, 445-453; Die -Awfgabe der philosophischen Anthropolo- gie, «Philosophia», 2, 1937, 95 ss.; y en los capítulos I y II de Die Stufen des Organischen und der Mensch, Walter de Gruyter, Berlín, 36 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA guir, por otra, con los atisbos de la antropología trascendental exigida por MARÉCHAL y su escuela17. Vamos a resaltar, en pri- mer lugar, dos puntos que considero claves en el despliegue de la antropología filosófica, los cuales se obtienen claramente de la reducción fenomenológica: el carácter inobjetivo del yo (1) y su relación originaria con los actos retroversivos (2). No nos pro- ponemos hacer un análisis exhaustivo, dejando para ulteriores trabajos un desarrollo más a fondo. 1. KANT ha dejado sentado que yo no soy, por relación a mí mismo, un polo intencional. Hay un «yo» del que puedo dis- poner y un «yo» que dispone. Hay un «yo frontal» y un «yo de- terminable» 18. En mi actividad intelectual y volitiva se halla implicada una cierta experiencia vivida de mí mismo. Esta cap- tación primordial de sí por sí concierne al «yo fontal»: la rea- lidad egológica de donde procede toda la vida concreta de mi yo. El yo primordial o fontal es la fuente de donde brota toda nues- tra vida personal y social [lo que de mi dimensión ética, física y psicológica (yo personal) puedo objetivar y lo que también objetivo de mí mismo como ser social (yo social)]. El yo-fontal no puede ser sometido a reducción. Es el sujeto de nuestra auto- consciencia, y habita en todos los actos. Al igual que el origen de un río no es todavía el río mismo, sino aquello de donde el río sale, lo mismo el yo-fontal no es todavía el yo personal y social, sino el principium fontale (//-//, q. 26, a. 3. c; C G. I, 68). Figura como id quo por relación a mi yo personal y social. Desde el punto de vista metafísico es un coprincipio; desde el punto de vista lógico y ontológico (no psicológico) es anterior: es el que explica mi ser en el mundo en cuanto «yo». Precisamente por esto, el yo-fontal no puede hacer el papel 2, 1965, pp. 3-80. En esta apretada exposición nos es imposible entrar en detalles sobre el método de PLESSNER; remitimos al lector intere- sado a un reciente trabajo de F. HAMMER, Die exzentrische Position des Menschen. H. Plessners phüosophische Anthropologie, Bouvier, Bonn, 1967. 17. De ello hablaremos en la parte tercera de este trabajo. 18. STRASSER habla de un «Urprungs-Ich» o de un ^entspringen- des Ich», vertido por nosotros como «yo-fontal». Para lo que sigue, cfr. S. STRASSER, Seele... pp. 62-70. Hemos podido observar que Strasser se inspira en parte en la obra de Konstantin OESTERREICH, Die Phano- menologie des Ich, Teil I., Leipzig, 1910. 37 J U A N C R U Z C R U Z de objeto intencional. Si intentara hacerlo, lo sustituiría inme- diatamente en el punto de origen anónimo por su doble personal y social (determinables). El yo social y personal figuran como contenido de una experiencia vivida. El yo fontal, por el con- trario, está siempre presente, pero no como objeto o contenido de experiencia vivida, sino como yo que vive esa experiencia. Supongamos que el yo-fontal se identifica con el yo determi- nante y no con el yo determinable. Mas, ¿de dónde sabemos que existe un yo determinante? Si conocer es determinar radical- mente, ¿cómo es que podemos hacer juicios sobre lo que por naturaleza no es determinable? Si sólo podemos conocer la existencia de una realidad gracias a una visión intencional diri- gida hacia esto o aquello, ¿de dónde nos viene nuestra certeza de la existencia de lo que por principio no puede ser polo de ninguna orientación intencional? Pero es incuestionable que tenemos una consciencia clara de nuestro yo origen. Si hay algo que acompaña necesariamente a cada uno de mis actos, es precisamente esa afirmación interior de nuestra propia existencia. Toda nuestra actividad consciencial está tras verberada por este rayo indeleble egológico. La cons- ciencia de sí no es otra cosa que el yo viviente que se siente vi- vir. Me capto desde dentro, en la claridadinterna que provoco en mí mismo, gracias a la identidad de mi yo consciencia y de mi yo real (de mi ser) viviente: yo soy, y por esto precisamente, soy consciente. Mas, ¿sobre qué reposa esta certeza elemental que concierne a la identidad, unidad e independencia de nuestro yo? Esta es una pregunta metafísica que condiciona toda la Antropología fi- losófica. El realismo objetivista no sabría respondernos. Si sólo se nos dan objetos en la esfera egológica, jamás será posible una captación inmediata del ego fontal. Es decir: o bien mi yo- fontal es el soporte subsistente por sí de todos mis contenidos de consciencia, y entonces no se me da al modo de un conte- nido de consciencia; o bien el yo me es dado al modo de un contenido de consciencia, y entonces no es el soporte subsisten- te por sí de todos mis contenidos de consciencia. Si el yo es el ser autosubsistente que determina radicalmente los datos psí- quicos, no es entonces él mismo un dato psíquico susceptible de 38 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA ser determinado radicalmente; si, por el contrario, mi yo es un dato psíquico determinable radicalmente (o está comprendido en el contenido de tal dato), entonces no es el ser autosubsis- tente que determina radicalmente los datos psíquicos. El idealismo tampoco acabaría por satisfacernos. Un fuera, un más allá del pensamiento es una cosa absolutamente impen- sable. Por tanto, no hay un conocimiento objetivo del pensar, de la consciencia, de la razón trascendental, o sea, ningún co- nocimiento objetivo del ser trascendental, que hace posible la objetividad. Para HUSSERL, el yo psíquico es un observador objetivo del yo animal, y el yo trascendental es el espectador desinteresado del yo psíquico. Mas, ¿cómo podemos entonces describir la acti- vidad constituyente del yo trascendental, si esta actividad es precisamente lo que hace posible la existencia del sujeto des- criptor y la de los objetos que describir? ¿Es preciso buscar una atalaya de observación más elevada aún? ¿Habría un yo trans- transcendental? Y ¿no tendríamos que decir lo mismo acerca de este cuarto observatorio? Con lo cual llegamos a un regres- sus in infinitum. JASPERS afirma que el yo-fontal es la fuente de mi pensa- miento y de mi acción. No estoy aquí ante un concepto abstrac- to, sino ante una apercepción elemental que no es propiamente hablando un conocimiento (objetivista). Coincide con la cons- ciencia de nuestra espontaneidad radical: lo que nos aparece como la fuente autónoma y consciencia de sí misma, como la fuente de sus acciones, en plena posesión de sí misma, es el yo. El realismo objetivista se mueve en una alternativa de co- nocimiento completamente falsa: el conocimiento objetivo de «esto» o de «aquello)), un conocimiento de explicitación. Pero si el yo-fontal jamás se da como algo explícito en una captación intencional o como elemento de un dato, entonces habrá que admitir un modo de conocimiento distinto del que es debido a una «implección» positiva de una intención cognítiva. El yo se pone y expresa en su existencia ejercida, manifes- tando su causalidad responsable, renovándose incesantemente en su identidad en un acto concreto vivido. Lo concreto no sale del concepto, como quería el idealismo. El yo se enuncia y ex- presa en el esfuerzo motor y en el esfuerzo simbólico, pues el 39 J U A N C R U Z C R U Z símbolo es una expresión y no un sustituto. El «yo» se signifi- ca en operaciones manifestadas, exteriorizadas. El yo es un principio indefinido de renovación y de invención. Es abierto, se hace; no es acabado, determinado 19. El concepto de yo es exterior a lo que quiere significar y a aquello cuya presencia afirma la consciencia. Abstractamente, el yo es una carácter común a todos los hombres. Cada hombre posee un yo, como posee una casa natal. Los individuos dicen yo. Pero esto no expresa todavía nada sobre la esencia del acto por el que el yo se vive en su singularidad, en su realidad ínti- ma. Este yo existente es inefable, incomunicable. El sujeto no es, por tanto, en cuanto sujeto, una verdad dada a la introspec- ción ; tal es la postura de algunos psicólogos, como LINDWORSKI. En ésta se nos da una impresión, un cierto estado, no el yo mismo, profundo, fuente indefinida de operaciones humanas. Es posible acceder al yo; pero no es algo empíricamente dado. El yo está presente como una forma que no se destaca de la ma- teria, como contenido individuado. Es un poder de obrar. No es una cosa en sí, ni tampoco una fuerza en sí. La consciencia nace en un acto en el que hace pasar por delante de sí un resul- tado que viene de ella. Mi presencia no es jamás igualada por mi conocimiento 20. El yo no puede intencionalmente coincidir consigo mismo. El yo se afirma sin verse, como un poder experimentador. No es un yo triunfante, sino militante. Ni es objeto, ni naturaleza; es actividad conocida por reflexión y no, en abstracto, por induc- ción o por deducción. El yo se expresa a sí mismo. Pone un asentimiento, un con- sentimiento en el ser, una opción autónoma. Está en el acto en que capto mi ser, a través de las obras que son medios de signi- ficación. No siendo un objeto estrictamente dicho, el yo fontal escapa a la observación. No siendo naturaleza humana, escapa a la abstracción. Existe como principio de actividad, como un sujeto que se hace. 19. Seguimos los magníficos análisis de N. BALTHASAR, Mon moi dans Yétre (pp. 10-37) y La méthode en métaphysique (pp. 12-57), aparecidos ambos en Lovaina, en el año 1946. 20. Cfr. N. BALTHASAR, La méthode en métaphysique (pp. 47-50). 40 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA El método que de aquí surja tendrá que ser necesariamente reflexivo, reductivo: se remontará del dato al acto que lo pone, orientándose hacia el singular, el individual. La experiencia in- terna no puede acabar en un empirismo. Apoyándose sobre el acto y la reflexión, el sujeto surge, se abre, se pone en sus actos, reflexiona viviéndose. No está, pues, determinado por un con- junto unívoco de atributos. Sólo puedo acceder a él introducién- dome en él, efectuándose en el acto que lo pone. Yo no soy yo sino en tanto que me vivo, que me afirmo. Yo no puedo ser yo sino poniéndome fuera de mí. Con esto se pone de manifiesto que el problema del yo es, ante todo, un problema metafísico- existencial, de existencia, de esencia-existencia y no de pensa- miento puro, de inteligibilidad separada, como quiere el idealis- mo. No se puede preguntar «¿qué es el yo?» como se pregunta «¿qué es una casa?». Lo importante es que yo existo, que me hago, que elijo mi fin, optando por el orden y por el desorden. No se trata de la verdad de un yo, ser constituido, sino del po- der que es el yo de ponerse en la verdad del ser, cuanto lo cap- ta. Lo importante no es saber lo que el yo es, sino precisar por qué actos se pone el yo verdadera y absolutamente. Así, pues, la Antropología filosófica es a la vez una ciencia y un saber re- flexivamente vivido y expresado. 2. ¿Qué es necesario para que yo pueda formar un con- cepto que tenga relación con mi ser concreto en tanto que mío, con sus caracteres concretos? ¿Qué es lo que me hace a priori hacer constataciones egológicas? ¿Qué condiciones debe haber para que exista tal posibilidad? A esta cuestión se impone una respuesta con carácter de evidencia original: para hacer tales juicios, debo a priori tener la posibilidad de efectuar actos de los que yo mismo sea, en cierto respecto, la fuente y el objeto. El que dude de la verdad de esta afirmación tendrá que contradecir la realidad de su pro- pia existencia. Si pretendo que no puedo efectuar actos de los que soy objeto, muestro en ese juicio negativo que ya los estoy realizando. Se trata de una evidencia originaria: toda tentativa de negarla conduce a hacer aparecer la validez de la afirmación eidetica que se propone negar. Al acto por el que me encuentro como sujeto y objeto del mismo vamos a llamarle "acto retro- 41 J U A NC R U Z C R U Z versivo" 21: expresa una relación estructural fenomenológica; en esos actos hay una cosa que parte del yo y una cosa que vuel- ve hacia el yo. Aquí se comprenden una gama de actos que van desde el contemplara, hasta el lavarse y peinarse. En todas las actividades retroversivas hay un yo (como ori- gen) o polo-sujeto y un yo (como término) o polo objeto. Nadie dice mis piernas andan, o mis manos se lavan. Órganos o miem- bros son canales de mi yo, del yo fontal de donde brota mi ser y mi acción. Y, como tal, es idéntico, indiviso, numéricamente uno. En cambio, el yo, como término o polo-objeto es múltiple, en una gama que va desde el latir del corazón hasta las formas superiores de la vida perceptiva. Así me descubro como una multiplicidad. Frente a la identidad numérica del polo-sujeto hay una multiplicidad de polos objetos los cuales se encuentran en situación de exterioridad (espacial o temporal y espacio-tem- poralmente). Esa exterioridad de polos objeto es distancia, dise- minación. Este yo objetivable es unidad múltiple. Los actos re- troversivos no me tocan inmediatamente a mí mismo, sino de modo mediato, indirecto. Cuando decimos «yo me lavo», no queremos decir «mis manos me lavan», sino que yo me lavo con mis manos. El mí indica implicación, intgeración, relación de participación y no de pertenencia o posesión. El acto retroversivo no se identifica con la acción puramen- te transeúnte, porque no está dirigido al mundo y a los objetos mundanos, sino a mí. Pero no es inmanente, porque su fuente no es al mismo tiempo su término. Si muevo mi pierna o mi brazo tengo que vencer una resistencia que no viene de mí en cuanto que efectúo el acto. Esta resistencia es un no-yo que se da cita en mí. Incluso al conocimiento que tengo de mí es inmanente, pues siempre se realiza por «perfiles», vi vencíales y emocionales. Incluso meditando sobre mí tengo que hacer una síntesis de toda una serie de impresiones, representaciones, ideas, etc. Esto quiere decir que el sujeto de actos retroversivos no puede ser considerado como su origen absoluto. El yo está 21. Cfr. S. STRASSER, Seele..., pp. 79-110. «Acto retroversivo» es la traducción que proponemos para el concepto de STRASSER «ich- gerichteten, rückziehenden oder rückgerichteten Akten» (p. 82). 42 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA obligado a buscar sostén, ayuda, complemento en el dominio de los objetos y cuasi-objetos. Todos los polos intencionales con- cretos de mis actos retroversivos reales o posibles no son obje- tos (trascendentes), ni subjetivos (inmanentes): son cuasi-obje- tos. Por tanto, como «yo fontal» tengo con ellos una relación cuasi-objetiva. El ego que efectúa actos retroversivos se sitúa en cierto modo entre categorías absolutas (trascendencia-inma- nencia), a igual distancia de cada una de ellas. En cierto modo cerrado, pero igualmente receptivo. No se basta a sí mismo, y, por lo tanto es indigente. Su independencia está mezclada de cierta dependencia. Así pues, el hombre en cuanto efectúa actos retroversivos es un ser relativamente inmanente, una interio- ridad imperfecta. Los procesos cuasi-objetivos son variadísimos: desde el latido del corazón (donde estoy mediatamente presen- te), que se sitúa en la periferia de mi yo, hasta los afectos y fe- nómenos de mi fantasía y voluntad. En todos ellos existo de modo mediato El devenir de lo cuasi-objetivo es el dominio de la distancia máxima por relación a mí. Pero no sólo existo tam- bién en mis procesos cuasi-objetivos, sino que a veces existo sólo en ellos, como en el caso del desvanecimiento, del sueño, de la hipnosis, etc. Mi cuerpo es, por tanto, la totalidad de mis cuasi-objetos. Todo lo que puede ser objeto de mi acción retroversiva forma parte del dominio de mi corporalidad. Mi cuerpo es un cuasi- objeto para mí en todos sus niveles. Mi cuerpo es la realidad que yo tengo y que yo soy. O de otro modo: es la totalidad de realidades que no tengo absolutamente porque las soy, y que no soy absolutamente porque las tengo. Mi cuerpo es la prolon- gación de mi yo fontal en dirección al mundo. Lazo entre lo que a priori puedo ser y a priori puedo tener. Así pues, yo soy un sujeto y existo «en» mis cuasi-objetos; soy numéricamente un ser y soy una pluralidad en una unidad; soy simple y a la vez soy una multiplicidad de cuasi-objetos relativamente yuxta- puestos entre sí; soy inmanente y no soy inmanente: mis accio- nes retroversivas tienen su origen en el mundo y yo recibo mis acciones retroversivas y el mundo también las recibe; yo efec- túo y opongo a la vez una resistencia a tales actos. Siendo es- tos enunciados contradictorios, válidos al mismo tiempo, relati- vos al mismo sujeto y hechos bajo la misma relación (acto re- 43 J U A N C R U Z C R U Z troversivo), es claro que yo no soy simple, sino «compuesto». Aún no sé qué sea tal composición. En principio diré que soy cuerpo en cuanto que existo en mis cuasi-objetos (multiplicidad en unidad), y que soy yo-fontal en cuanto que soy sujeto, único, fuente de mis actos. La distinción entre mi cuerpo y mi yo-fontal es esencial, es- tructural. Es muy posible que una parte de mi cuerpo asuma las funciones de otra parte de mi cuerpo. Pero es impensable que mi cuerpo o una parte de mi cuerpo tome el sitio y la función de mi yo-fontal: porque mi cuerpo, con sus órganos y sus es- tructuras, tiene un carácter cuasi-objetivo. Mi cuerpo existe únicamente como cuasi-objeto para mí, como «cuerpo mediante el cual yo», como «encarnación de mi yo». Tal es la condición a priori de posibilidad de la existencia del yo en el mundo. Pero hay algo que no puede trasformarse en cuasi-objeto o polo de actos intencionales: no aparece como un hecho entre otros hechos. No puede ser entonces objeto de investigación ex- perimental o positiva: no hace la función de objeto o de cuasi- objeto por relación a un pensamiento o a una volición retrover- siva. Por mi yo-fontal soy primordialmente un yo: en él se da la condición de posibilidad de todos los data, hechos y estados de los que se ocupa la psicología, psiquiatría, sociología, etc. Pero la relación de mi yo-fontal a mi cuerpo es esencial- mente irreversible: si así no fuera, el hombre no se distinguiría esencialmente de otros sistemas físicos o biológicos más o me- nos clausos. Una sola y misma realidad no puede ser la carne de una cosa y al mismo tiempo lo que está encarnado. De esta irreversibilidad resultan las siguientes relaciones 22: 1.a Si mi cuerpo es esencialmente un cuasi-objeto para, entonces, 2.a Mi yo-fontal, x, no puede ser un cuasi-objeto para, y: (x) (y) (xRy -> —(yRx) Entre dos cuasi-objetos, y, z, cabe esta relación: (y) (z) (yRz - > zRy) Así pues, mi yo-fontal no es un objeto para un conocimiento 22. Creemos que la exposición de STRASSER queda favorecida con esta corta adición que hacemos en base a la lógica de relaciones. 44 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA intencional explícito de mí mismo, mi yo-fontal no es objeto susceptible de ser tratado psicológicamente. Mi yo-fontal es el principio de mi existencia de ego. No puedo conocer mi yo- fontal por abstracción, porque aquí no se cumple la condición general que algo debe satisfacer para poder hacer abstracción de ello; a saber: que esa realidad esté dada. Mi yo-fontal no es un hecho entre los hechos, sino aquello por lo cual los hechos son hechos (STRASSER). Puedo hacer abstracción de toda reali- dad particular; únicamente el principio de mi propia existencia no se deja eliminar por el pensamiento. Pensando, queriendo, imaginando, soy siempre la existencia particular y única que está «ahí» con los objetos representados, imaginados y queri- dos, como ser al que esos objetos «aparecen». Y estoy presente, no como ser personal, ni como ser biológico o psicológico, sino como centro ontológico anónimo y primordial, es decir, como sujeto que se enfrenta objetiva o cuasi-objetivamente a los di- versos objetos o cuasi-objetos. No puedoprescindir de mi yo- fontal, porque es él mismo el que considera y prescinde. Es, para mí, la realidad por la cual mi ser se enraiza en el ser. El complejo de mis cuasi-objetos forma una estructura to- talitaria de miembros que cumplen una función y tienen asigna- do un rango en el todo. Tal estructura es relativamente autó- noma (no lo es totalmente porque está sometida a las leyes de integración y desintegración) inmanencia imperfecta en flujo constante. Desde este punto de vista, llamamos con STRASSER acto o movimiento existencia! al acto por el cual todo sujeto se orien- ta hacia el mundo (vital o social) en virtud de una necesidad esencial. Ahora bien, la relación yo-tú no es dato absolutamen- te primero de la Antropología filosófica. Antes de poder man- tener una relación con personas, yo mismo debo existir como persona encarnada. El problema primordial es, pues, el de la encarnación 23. El hecho de que yo sea cuerpo no ha tenido lugar en un momento preciso. No es necesario explicarlo por una operación de Dios que infunda mi alma a mi cuerpo. Mi encarnación con- 23. Ibidem, pp. 152-155. 45 J U A N C R U Z C R U Z siste en que yo soy espíritu en relación trascendental con una situación que hay que animar en un universo material. La en- carnación no es, pues, un hecho histórico, sino un modo de ser que no ceso de realizar durante toda mi vida. Encontrándome en esa relación trascendental no puedo acceder a mi integridad ontológica, sino en cuanto "yo que" se encarna continuamente. Pero, ¿qué significa en términos metafísicos esta relación trascendental al universo material? ¿Qué quiere decir «encar- narse»? Solo esto: realizar la participación de cosas y elemen- tos que no son en sí mismos, o sea, la participación de realida- des materiales relativamente autónomas en mi ser total, y esto no de modo accidental, transitorio o arbitrario; en virtud de una necesidad esencial (per se) tengo que elevar las cosas a un modo de ser superior, constriñiéndolas a participar en mi movimiento existencial. Mas, para subsistir como ego espiritual en un mundo ma- terial, estoy obligado a sobrepasar continuamente la distancia que me separa del mundo material; esto significa que debo en- carnarme sin descanso. Entonces, la psicología positiva no es «ciencia del alma»: no estudia la esencia y existencia del alma, sino únicamente los datos {contenidos, objetividades o cuasi-objetos) del hombre. La Antropología filosófica, en cambio, examina, partiendo del dato inmediato, las condiciones que se deben cumplir para que sea posible la existencia de una realidad objetiva en general. Por eso la Antropología es analítica metafísica. La metafísica se las tiene que haber, en virtud de su estructura, con realidades que no son ya estructuras de objetos, con estructuras que no pue- den ser ya captadas por el pensamiento en una abstracción. Mi yo espiritual entra a formar parte de esas realidades transobje- tivas24. El yo fontal o espiritual es el polo sujeto de todos mis actos reales y posibles y jamás el polo objeto de una experiencia intencional. Ningún concepto adecuado nos permite captarlo, porque resiste tanto a la abstracción como a la universaliza- ción. Jamás lo poseemos en la forma de la consciencia de un 24. Ibidem, pp. 237-243. 46 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA relleno, sino que tenemos de él una experiencia en la forma de ia consciencia de una dirección. Tenemos una experiencia pri- mordial de nuestro yo espiritual y podemos explicitar esta ex- periencia en juicios fenomenológicos. Pero lo que así «des-arro- llamos», des-plegamos y ex-ponemos no es una «experiencia de hechos o datos», de esto o aquello. En cuanto que es "conscien- cia de mí" y "consciencia de ser", esta experiencia no puede ser tratada en el mismo nivel que la constatación de un hecho (contra DESCARTES). La empeiría del espíritu humano no es el trato familiar de los fenómenos que se suceden de modo defi- nido. No puede ser demostrada por experiencias, constatada por observaciones, ni probada por inducción; ni es el conoci- miento de un estado o de una situación de hecho, sino que repo- sa en último análisis en la experiencia espiritual a sí del ser que vive espiritualmente. Por eso, no puede ser objeto de investiga- ciones positivas: trasciende los límites de las categorías psico- lógicas. La Antropología filosófica se esfuerza por resolver el enigma del modo de ser trascendental e inmanente a la luz de una intuición metafísica del hombre. Los conceptos con los que quiere llegar hasta la consciencia actual de ser-sí-mismo y de describirlo jamás son completamente adecuados y suficientes. Las diversas formas en que el acto trascendental se encarna y objetiva interesan al filósofo en cuanto manifestaciones y obje- tivaciones del acto no-objetivable. La Antropología filosófica es, así, analítica, por cuanto in- tenta captar la dirección de todo fenómeno encarnativo. Y sólo en este sentido es posible. II LA HERMENÉUTICA COMO AUTOCOMPRENSIÓN Y COMO REFLEXIÓN TRANSCENDENTAL. Es necesario retener la conclusión del apartado anterior: to- do fenómeno encarnativo tiene un sentido, una dirección que es preciso descubrir; el acto trascendental se encarna u obje- 47 I U A N C R U Z C R U Z tiva —da lo mismo—, y esa objetivación es expresión o símbo- lo 25 del acto no-objetivable. Mas la palabra «símbolo» es algo equívoca. Para E. CASSI- RER, por ej., símbolo es toda operación de mediación por la que un dato sensible queda investido de un sentido 26. Para Paul RICOEUR, en cambio, símbolo es todo signo que involucra una doble lectura: el primer sentido, manifiesto, es indicativo de un segundo sentido, latente y a veces opuesto al primero 27. Por aquí vemos que la interpretación del sentido o hermenéutica puede entenderse de dos modos: como la desvelación del sen- tido inmediato que estructura a un conjunto de datos sensibles (CASSIRER); O como el paso del sentido manifiesto al sentido latente (RICOEUR). Ahora bien, no queremos discutir aquí cuál de los dos modos sea el más correcto; para nuestro caso, bás- tenos con admitir que la interpretación o hermenéutica del sentido de la expresión o símbolo encarnativo es sólo eso: una des velación del sentido 28. No rechazamos a priori la po- 25. En la Antropología filosófica actual hay una complacencia ge- neral en admitir las categorías de expresión y símbolo como las más convenientes para definir eso que hemos llamado los cuasi-objetos o actos encarnativos. Es conocido de todos el esfuerzo de E. CASSIRER en Die Philosophie der symbolischen Formen (Berlín, Cassirer, 1954). En la Philosophische Anthropologie de H. E. HENGSTENBERG, la catego- ría de expresión es el leiv-motiv de toda su explicación (Stuttgart, Kohlhammer, 1962, pp. 223-315). Cfr. también G. SIEWERT, Der Mensch und sein Leib, (Einsiedeln, 1953, pp. 41 ss.); G. TRAPP, Humanae ani- mae competit uniri corpori. Ueberlegungen zu einer Philosophie des meschlichen Ausdrucks, (en «Scho'lastik», 27, 1952, pp. 382 ss.); L. ECKSTEIN, Die Sprache des menschlichen Leibeserscheinung, München, 1956; V. POUCEL, Gegen die Widersacher des Leibes, Freiburg i. Br., 1959; K. RAHNER, Para una teología del símmolo, en Escritos de Teolo- gía, Madrid, 1964, pp. 283-322. Para un mejor entendimiento del concepto de expresión, cfr., el vo- lumen V del Handbuch der Psychologie. Ausdrucksychologie, dirigido por R. KIRCHHOFF, (Góttingen, 1965). 26. Philosophie der symbolischen Formen, Darmstadt, Wissens- chafthiche Buchgesellschaft, 1964 I, 1-27; III, 20-27, 42-53. 27. De V ínter pretation. Essai sur Freud, Paris, Seuil, 1965, p. 21. 28. Otro tema, querido también por la Antropología filosófica, es el del sentido. Prometemos en un trabajo ulterior volver sobre este punto. Al lector interesado le remitimos a dos magníficos libros al respecto: R. LAUTH, Die Frage nach dem Sinn des Daseins, München, 1953; E. HENSTENBERG, Freiheit und Seinsordnung, Stuttgart, 1961,pp. 124-200). 48 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA sibilidad de encontrar en el decurso de la interpretación un sentido más profundo de lo que al principio se creía. La interpretación de RICOEUR está basada en la idea de una arqueología del sujeto. «Si aproximamos entre sí todas esas modalidades (freudia- nas) del arcaísmo, se dibuja una figura compleja: la de un des- tino detrás de nosotros (arriére) o la de una dimensión dorsil (arriération) del destino, de la que jamás doctrina alguna había mostrado con tanta coherencia su inquietante consistencia» 29. Ahora bien, RICOEUR no se siente satisfecho con el concep- to freudiano de arqueología: «Me parece que el concepto de arqueología del sujeto siem- pre será muy abstracto, mientras que no lo pongamos en una re- lación de oposición dialéctica con el término complementario de teleología. Sólo tiene una arqué un sujeto que tiene un telóse 30. Y más abajo: «Sólo hay arqueología del sujeto en el contraste de una te- leología; tal proposición reenvía a esta otra: sólo hay teleología por las figuras del espíritu, es decir, por un nuevo descentra- miento, por una nueva desposesión que yo llamo espíritu, como ya había llamado inconsciente el lugar de ese otro desplaza- miento del origen del sentido detrás del yo» 31. «La dialéctica de la arqueología y de la teleología es el suelo filosófico verdadero sobre el que puede ser comprendida la com- plementariedad de hermenéuticas irreductibles y opuestas, apli- cada a las formaciones mítico-poéticas de la cultura»32. Para RICOEUR, «el espíritu es el orden de lo terminal; el in- consciente es el orden de lo primordial» 33. El espíritu es his- toria, el inconsciente es destino34. «El freudismo carece de un instrumento teórico conveniente que haga inteligible la dialéc- tica absolutamente primitiva del deseo y de lo que no es de- seo» 3 \ En definitiva, «progresión y regresión están involucra- das en los mismos símbolos, es decir, la simbólica es el lugar 29. De Vinterpretation, p. 437. 30. Ibidem, p. 444. 31. Ibidem, p. 444. 32. Ibidem, p. 445. 33. Ibidem, p. 453. 34. Ibidem, p. 453. 35. Ibidem, p. 472. 49 J U A N C R U Z C R U Z de la identidad entre progresión y regresión» 36. El símbolo es la «estructura» dialéctica en que se aunan arqueología y teleo- logía, regresión y progresión. «La ambigüedad del símbolo no es entonces un déficit de univocidad, sino la posibilidad de in- volucrar y de engendrar interpretaciones adversas y coherentes cada una de por sí» 37. «La interpretación freudiana nos ofrece de algún modo una hylética de los afectos (tomo aquí hylé o «materia» en el senti- do husserliano del término); ella permite hacer la genealogía de grandes afectos humanos y establecer la tabla de sus arborescen- cias; verifica lo que KANT había entrevisto, cuando decía que sólo hay una facultad de desear; diríamos que un mismo amor nos lleva a amar el dinero y, cuando niños, nos llevaba a amar los excrementos. Pero al mismo tiempo, sabemos muy bien que este género de exploración en las subestructuras de nuestros afectos no elimina la constitución del objeto económico. La gé- nesis regresiva de nuestros amores no reemplaza a una génesis progresiva que incida sobre las significaciones, los valores, los símbolos. Por eso habla FREUD de 'conversiones de pulsión'. Pero una dinámica de los enmascaramientos afectivos no puede dar cuenta de la novedad, de la promoción de sentido inviscerada en esta conversión» 38. RICOEUR da a la hermenéutica una movilidad en línea recta, que se enriquece progresivamente en profundidad y altura. No sólo el plano horizontal queda fecundado con la dirección de fuera a dentro —propio de toda hermenéutica— sino que en pri- merísimo lugar avanza en una verticalidad progrediente hacia el punto más denso ontológicamente dentro de la estructura analéctica39 del hombre. Pero aún es preciso subrayar que la razón que pone en obra 36. Ibidem, p. 475. 37. Ibidem, p. 478. 38. Ibidem, p. 492. El lector que lo desee podrá ampliar el con- cepto de hermenéutica en P. RICOEUR, recurriendo a otros trabajos su- yos: Herméneutique et reflexión, «Archivio di Filosofia», 32, 1962, números 1-2, 19-34, 35-41; Herméneutique des Symboles et Reflexión philosophique, ibidem, 31, 1961, números 1-2, 51-73, 291-297; The Symbol: Food for Thougt, en «Phylosophy Today» 1960, autónoma, 196-207. 39. Sobre el sentido de la analéctica —como sustitutivo de la dia- léctica hegeliana—, cfr. B. LAKEBRINK, Hegels dialektische Ontologie und die thomistische Analektik, Kóln, Bachem, 1955; y el libro de A. LÓPEZ QUINTAS, Metodologíu de lo suprasensible, Madrid, <pp. 6-27, 157-160. 50 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA la hermenéutica es ella misma histórica y finita. A este respecto H. G. GADAMER ha dicho cosas que merecen ser escuchadas40. El racionalismo hermenéutico es una postura de prejuicio con- tra los prejuicios, de ((reducción» de toda tradición. El tradi- cionalismo hermenéutico, por el contrario, trata de reforzar el prejuicio, de institucionalizarlo como ley del pensamiento. De este modo, razón y tradición se hallan en posición encontradi- za. Por eso GADAMER urge el reconocimiento de una razón his- tórica y finita. Los «productos» del hombre, una vez reales, adquieren una dimensión de facticidad que los sustrae a nues- tro dominio: «Antes de que la historia nos pertenezca, pertenecemos noso- tros a la historia. Mucho antes de que nos comprendamos retor- nando reflexivamente sobre nosotros mismos, estamos ya com- prendidos espontáneamente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos. Por eso, los prejuicios del individuo, más bien que sus propios juicios, engendran la realidad histórica de su ser»41. El prejuicio legítimo no es una construcción artificial y os- cura, como quisiera el racionalismo hermenéutico, sino la mis- ma materia histórica. Pero tampoco se trata de una adhesión sm más a la tradición, sino más bien de una adhesión entre pa- réntesis, para poner en claro todos los prejuicios de esa tradi- ción. Justamente en este punto toma la «distancia temporal» su sentido más preciso, ya que permite a la hermenéutica ser re- lativamente creadora de los objetos que interpreta. Si para DESCARTES el tiempo era un hiato o abismo que separa a un instante de otro —hiato salvado únicamente por una providen- te creación continua—, en cambio para GADAMER el tiempo es el fundamento matriz de todo lo que viene a la existencia y en dónde todo presente se enraiza. El tiempo no debe ser «tras- cendido» o «superado», sino más bien «reconocido como la po- sibilidad positiva y creadora de la interpretación» 42. HEGEL pone en continuidad la ciencia y la experiencia, pen- sando la experiencia a partir de la ciencia —que es superadora 40. Wahrheit und Methode. Grundzüge einer philosophischen Her- meneutik, Tübingen, Mohr, 1960. 41. Ibidem, 261. 42. Ibidem, 281. 51 I U A N C R U Z C R U Z de la experiencia—. Con lo cual, la experiencia se ve despojada de sus caracteres más propios, ya que toda experiencia reclama otra experiencia que la prolongue y confirme : «La verdad de la experiencia contiene siempre la referencia a una nueva expe- riencia» 43. «La dialéctica de la experiencia tiene su propio aca- bamiento no en un saber sino en aquella apertura a la expe- riencia, que se ve recreada por la misma experiencia» 44. La filo- sofía no se hace así «sistema», como en HEGEL, sino explicita- ción o hermenéutica universal de una existencia, con la cual jamás- se confunde. Una vez examinado el carácter dinámico-analéctico de la hermenéutica (RICOEUR) y el carácter finito e histórico de la razón que la pone en obra (GADAMER), es preciso retomar el problema que nos ocupa: «todo fenómeno encarnativo tiene un sentido». El yo individual —lo hemos visto— es un centro de actos y vivencias. Todos los actos y vivencias particulares se encuen- tran en relación con este punto central. Mas el yo no es una estructura unidimensionalo plana, sino pluridimensional. Den- tro de esa estructura total hay que distinguir estructuras par- ciales, las cuales se encuentran en una determinada relación interna con la estructura total. Así pues, el fin propio de la comprensión personal es la captación del punto organizador de una individualidad; a partir de este punto organizador se ha- cen comprensibles todos los rasgos particulares y esenciales de un individuo: las estructuras parciales se comprenden a partir de la estructura total y de su principio. Pero, ¿qué significa comprender —cuando hablamos de awtocomprensión— ese autos, la propia persona? El autos, la propia persona es el objeto propio de la comprensión; la 'com- prensión' misma, el procedimiento que utilizamos, el método —hermenéutico— que debe hacernos con el objeto. Inmediatamente nos daremos cuenta de que el método her- menéutico, aplicado a la Antropología filosófica tiene dos pla- nos : una trascendental y otro comprensivo. Veamos. El ser-humano es algo necesariamente dado en la 43. Ibidem, 338. 44. Ibidem, 338. 52 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA estructura esencial metafísica del hombre, y, a la vez, algo que éste tiene el encargo de realizar. Estructura esencial significa todo lo que el hombre es y ne- cesariamente tiene que ser. Ahora bien, en vista de la mutabilidad biológica, cultural e histórico-espiritual del hombre, no es empeño fácil el conoci- miento metafísico de la esencia necesaria del hombre, esa esen- cia que permanece y se mantiene en medio de la mutabilidad his- tórica del hombre mismo. A este conocimiento no se llega acu- mulando «temas» u «objetivaciones» —lo que se puede observar en cada momento en el hombre—, como si lo «observable» o «tematizable» fuera todo, o como si lo observado y tematizado fuera necesario a la esencia o conforme a ella. Un conocimien- to de la esencia del ser humano ha de lograrse más bien por un método hermenéutico doble: a) Un método trascendental-reflexivo : «A la esencia metafísicamente necesaria y debida del hombre pertenece todo lo que aparece como implícitamente necesario en la pregunta acerca de esta esencia y en el planteamiento de la cuestión del hombre mismo; este es el aspecto metafísico, en sentido estricto, del saber del hombre acerca de sí mismo. Lo que en este caso no se mantiene como trascendental, no por eso ha de ser accidental; sin embargo, su pertenencia al ser ne- cesario del hombre necesita una prueba especial y no se debe presuponer sin más» 45. b) Un método comprensivo: «La reflexión sobre la experiencia histórica que el hombre tiene acerca de sí mismo, sin la cual el concepto de hombre que- da «vacío» y no tiene plasticidad, ni, por tanto, fuerza histórica. Esta reflexión es imprescindible porque sólo con ella se pueden conocer las posibilidades de la esencia del hombre como ser li- bre y, por tanto, no deducibles adecuadamente de algún otro dato claro anterior. Como esta reflexión, por ser ella misma proceso histórico, está esencialmente inacabada, el conocimien- to de la esencia, no obstante su elemento apriorístico y metafísi- co trascendental, permanece en vías de formación. Un diseño adecuado del hombre (de lo que es y de lo que debe ser) hecho 45. Karl RAHNER, Dignidad y libertad del hombre, en Escritos de Teología II, Taurus, Madrid, 1963, p. 247. 53 J U A N C R U Z C R U Z por una razón apriorística y racional no es posible. Para saber lo que es, el hombre debe contar con su historia e incluso con su porvenir» 46. Nos ha parecido más conveniente, para nuestra tarea, co- menzar exponiendo la dimensión comprensiva del método her- menéutico —que, por supuesto, abrazará los momentos intuitivo y dialéctico de que hablábamos—. II-A ESTRUCTURA Y DINÁMICA DE LA AUTOCOMPRENSIÓN. Pudiera parecer que la estructura del yo es unidimensional, en la cual estuvieran todas las demás vivencias particulares de- terminadas por una dirección de sentido única, por ej., la esté- tica. Mas no es así. Sólo se puede hablar de una acentuación o preponderancia de una dirección de sentido. Todas las direccio- nes de sentido actúan en un yo individual, mas se polarizan en la dirección de la que prepondera47; por esta última puede ha- 46. Ibidem, p. 247. 47. Sobre el concepto de acentuación en la vida psíquica, según tendencias y dimensiones, cfr. E. SPRANGER, Formas de Vida: «De acuerdo con nuestro principio de que en todo fenómeno espiritual está inmanente de algún modo la totalidad del espíritu, no pueden estar ausentes los demás actos espirituales. Mas, en cada caso ad- quirirá su acción un contorno tal, que aparecerán subordinados a la orientación valorativa predominante» (Rev. de Occidente, B. Aires, 1946, 133-134). Sobre la acentuación de las vivencias dentro de cada estrato, cfr. Ph. LERSCH, Estructura de a personalidad: «Debemos tener en cuen- ta que en la esfera endotímica las diferencias conceptuales no deben estimarse como determinantes, según el esquema de la delimitación espacial, sino como acentuadoras, como resaltadoras de ciertos rasgos dominantes» (Scientia, Barcelona, 1958, p. 183). Y por lo que se re- fiere a la acentuación de cada estrato: «Puede ocurrir que las dos ca- pas [fondo endotímico y superestructura personal] actúen con dife- rente acentuación, o sea, que la vida psíquica tenga su centro de gravedad en el fondo endotímico o en la estructura superior de la personalidad» {Ibidem, p. 502). 54 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA blarse de una individualidad estética, económica, etc. Las direc- ciones de sentido particulares se comportan en el yo como mo- mentos de una totalidad. Por eso, podemos distinguir en el yo distintas estructuras parciales, las cuales están integradas en la estructura total según sus diversas relaciones. A título informativo diremos que el autos, el yo, tendrá a lo largo de nuestra investigación este sentido estructural. En ade- lante identificaremos el concepto de autos con los siguientes conceptos: con el concepto de «individualidad cualitativa» (DILTHEY), con el de «persona» (SCHELER), con el de «carácter» y «espíritu subjetivo» (SPRANGER). El fin propio de la comprensión personal es la captación del punto organizador de una individualidad. A partir de este pun- to organizador se hacen comprensibles todos los rasgos parti- culares y esenciales de un individuo: las estructuras parciales a partir de la estructura total. El fin último de la comprensión personal consiste en llegar a fundamentar la interna ley vital de una individualidad, captar el punto central de un hombre, su forma de vida, su idea individual, su legalidad estructural. Hemos comprendido a una persona cuando encontramos el sentido de sus vivencias y de sus comportamientos en referencia a la totalidad del ser espiritual del yo. Un motivo, una dirección axial o de sentido tiene que verse como un momento que cons- tituye al propio yo en su ser propio. Una vez captada la direc- ción de sentido de las distintas partes, habremos «comprendido» a una persona. La comprensión no está por tanto orientada a las partes aisladas del yo, sino a la individualidad concreta en toda su complejidad. En cuanto que el objeto aparece como «to- talidad de sentido», pertenece al ámbito de la comprensión per- sonal. Comprenderemos las vivencias y las acciones particulares si forman una conexión de sentido. Tiene que encontrarse un mo- tivo fundamental o una dirección específica de valor o de sen- tido como momento que constituya la persona total en su ser más propio. Se trata, pues, de un análisis del yo total. El que se quiere comprender a sí mismo puede querer captar su ser y su acción. El ser y la acción de un hombre se hallan indisoluble- mente unidos. Mas el interés de la comprensión puede recaer en el ser —como la forma axial permanente, como el carácter o la esencia quieta del hombre— o en la acción como actualización de ese ser. En el primer caso, se puede hablar de una com- prensión morfológica; en el segundo,de una comprensión mo- tivucional. El fin de la autocomprensión personal es captar el sentido de las propias acciones y vivencias. La comprensión sólo se puede ejercer allí donde se dan acciones y vivencias determi- nadas por un valor y por un sentido. La autocomprensión es siempre comprensión del propio sentido existencial y personal. Para un mejor entendimiento de lo que vamos a exponer en este apartado, hemos creido conveniente formular un puñado de tesis sobre la autocomprensión. 55 J U A N C R U Z C R U Z 1. La autocomprension tiene un influjo definido en la autoconf igur ación: Definimos la Antropología filosófica como la explicación conceptual de la idea del hombre a partir de la experiencia que éste tiene de si mismo (autocomprension) en su relación con el ser, dentro de una fase cualquiera de su existencia histórica, con el intento de indicar la posible senda de su destino. En verdad, ninguna época ha podido saber tantas cosas sobre el hombre como la nuestra. Hemos visto el caudal de cien- cias o saberes especiales que, desde distintos puntos de vista, enfocan el ser del hombre: Física, Química, Anatomía, Fisiología, Biología, Psicología, Historia evolutiva, Antropogeografía, Pre- historia, Etnología, Sociología, Historia. La misma Literatura es un testimonio fehaciente (PROUST, SARTRE, CAMUS, MARCEL) de esa preocupación antropológica. Con esto se nos plantea la cuestión de que el hombre puede ser al mismo tiempo todas estas cosas: un aparato físico, una combinación química, un ser vivo de alta complicación, un ser animado, un ser social, o histórico-espiritual y... lo que la ciencia aún puede descubrir en él. Y justamente, cuanto más detalles co- nocemos del hombre, más se oculta a nuestra mirada, más miste- riosa nos aparece su totalidad, más escurridiza se nos hace la comprensión de su unidad. Y es que la esencia misma del hom- bre ha quedado excluida de la investigación y, con ella, la cues- tión del sentido que guarda cada rasgo, cada momento, cada ca- rácter descubierto, dentro de la totalidad. La Antropología filosófica no puede entrar como una dis- ciplina coordinadora, que sería la suma de los saberes particu- lares sobre el hombre. La Antropología intenta fundarse en una autocomprension total del hombre como hombre en su relación con el ser. Se puede creer que esta autocomprension total se induce de la suma de propiedades o características. Pero tal creencia queda eliminada tan pronto como nos percatemos de que, consciente o inconscientemente, toda ocupación con el hom- bre depende ya de esta autocomprension previa, la cual deter- mina la actividad del investigador. La imagen que el hombre tiene de sí mismo se convierte en factor cooperante del proceso de autodeterminación. El hombre tiene que elegir el contenido y la dirección de su vida; en esta tarea necesita una imagen previa de sí mismo, que le ayude a guiarse en la elección. Por eso, el investigador se mueve ya, dentro del ámbito de su in- cumbencia, quiéralo o no, en una determinada comprensión on- tológica del hombre. La relación del filósofo con los contenidos antropológicos de las ciencias particulares podemos determinarla de la siguiente manera: todo contenido indiscutiblemente cons- tatado en el hombre por una ciencia particular —sea este con- tenido biológico o histórico— no debe ser tomado en cuenta aisladamente, sino sobre todo hay que mostrar su significación especial en la totalidad, o sea, su sentido dentro del todo. 56 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA La Antropología no puede ser por tanto, una mera conclusión de inducciones —suma de resultados—; tiene que mostrar el sentido que estos resultados tienen dentro de la estructura. A la Antropología filosófica no le basta saber que el hombre tiene, respecto de los demás animales, una posición erecta o un ce- rebro altamente diferenciado; a la Antropología le interesa, por definición, saber qué sentido tiene ese cerebro diferenciado, ese cuerpo, ese rasgo espiritual dentro de la totalidad estructu- ral. El progreso de las ciencias particulares, no sólo no hace superflua tal concepción, sino que en especial la exige. Porque iarvadamente cada una de estas ciencias se ha creado, para su consumo particular, una idea del hombre. Y de este modo nos saltan a la vista concepciones encontradísimas. El físico se inclina a pensar y tratar al hombre como un aparato objetivo; el político, por el contrario, interpretará al hombre como un ser político-histórico, en donde la dimensión corporal juega un papel inesencial. En estos ejemplos se muestra las deficiencias de nuestra época carente de ánimo sintético y fuerza antropoló- gica. Lo que una disciplina aislada pude aportar de significativo para el conocimiento del hombre es algo que compete responder a la Antropología filosófica. Es más: la Antropología filosófica se sustrae al modo de saber de las ciencias particulares. La Antropología científico-na- tural ha sido vista incluso como la única «Antropología». Se pensó que el hombre podía ser tratado exclusivamente como objeto de la ciencia —de la Antropología científico-natural— la cual daría cuenta no sólo de algunas de sus dimensiones, sino radicalmente del enigma de su ser. Esta forma de pensar radica en una especial autocomprensión del hombre que, en una filo- sofía seria, no tiene por menos que hacerse problemática. Se trata de la irrupción del objetivismo en la Antropología48. El hombre tenía que comprenderse como el trozo objetivo de una totalidad natural pensada con categorías cósicas. La categoría de «cosa», tomada de la experiencia externa, era aquí aplicada a la misma autocomprensión. Ahora bien, ¿se comporta el «hom- bre científico» en su verdadera autocomprensión —o sea como cognoscente o amante— como una cosa sin más? Aunque el científico no lo quiera pensar, en su encuentro amoroso, en su conocimiento de las cosas, resalta la persona, el alma, el es- píritu, distintos de la categoría de «cosa» y supuestos además para la comprensión de la misma. Así pues, si la Antropología filosófica no puede reducirse a ia suma de saberes particulares sobre el hombre, tiene que te- 48. Gabriel MARCEL ha luchado denodadamente contra el objeti- vismo en Antropología filosófica, oponiendo la esfera supraobjetiva del «misterio» y del «ser» a la esfera objetiva del «problema» y del «ha- cer»; cfr. particularmente El misterio del ser, Ed. Sudamericana, B. Aires, 1964; P. PRINI, Gabriel Marcel e la Metodologia delV inve- rificabile, Roma, Studium, 1950. 57 J U A N C R U Z C R U Z ner entonces a su disposición un modo originario de saber so- bre el hombre. Su autonomía tiene precisamente que funda- mentarse en este nivel epistémico. Tal modo originario de sa- ber lo hemos designado, con Landsberg, como "la comprensión total que el hombre tiene de sí mismo''. Con esto queda abier- ta la cuestión siguiente: ¿cuál es la índole de este modo origi- nario de saber? «El conocimiento del hombre trae sus respectivas consecuen- cias para el ser del hombre, la autocomprensión tiene un in- flujo definido en la autoconfiguración. Normalmente el conoci- miento de una cosa no ocasiona una modificación en la misma. Las cosas tienen su existencia fija y el conocimiento que de ellas tenemos desde fuera no significa para las mismas una in- tromisión. El ser —dice N. HARTMANN— es totalmente indife- rente a ser conocido. El hombre por el contrario y sólo el hom- bre, es una excepción a esta regla. No posee una existencia ce- rrada e inmutable. O mejor dicho, la única herencia fija del hombre es una estructura general: la índole especial de su ac- tuar y percibir. Pero tal parte fija no es, ni mucho menos, la totalidad del hombre. Sobre ésta se destaca una segunda dimen- sión que no está determinada por la naturaleza, sino que reside en su propia fuerza creadora y en su decisión. El hombre por ejemplo tiene que alimentarse; pero no encontraremos en él un instinto que lo determine a hacerlo como cazador,labrador o pastor» 49. El hombre debe adaptar al terreno y al clima las formas de adquisición de alimentos, perfeccionándolas por la experiencia o la propia invención. Todo lo que en el hombre sig- nifica «cultura» tiene que ser elaborado libremente, según el modo de un pueblo o una época. Elaborando cultura se forma el hombre a sí miámo. Pensando en este poder configurador y abierto del hombre NIETZSCHE afirmaba que el hombre es un «animal todavía no consolidado» 50. Tal aserto nos suena como si este ser todavía no consolidado fuera un déficit y como si el hombre tuviera que llegar a esta consolidación y fijación. Dejemos a un lado el «todavía»; digamos que el hombre es —a diferencia del ani- mal— un ser no consolidado, es decir, que su vida no transcurre por rieles previamente trazados, sino que por naturaleza es un ser medio acabado. La otra mitad de su ser tiene que fraguár- sela él mismo en libre determinación. El hombre es el ser que se encuentra ante una tarea a reali- zar : la de crearse continuamente hasta el final (PLESSNER, GEH- 49. LANDMANN, Philosophische Anthropologie, Berlín, 1964, p. 8. 50. Hist. kritische Gesamtausgabe, Munich, 1933 ss., XIII, 276. 58 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA LEN). Esto vale tanto para pueblos y épocas como para indi- viduos. GEHLEN, por ej., sostiene la tesis de que el animal está ca- racterizado por su adaptación a las condiciones del perimundo, es decir, está especializado para una situación concreta, está fi- jado; en cambio, el hombre está caracterizado por su apertu- ra, inespecialización e inacabamiento; por eso, el hombre es un «ser deficitario» (Mangelweseri), el cual aparece, frente al animal, con rasgos de inadaptación y primitivismo, caracterís- ticas que muestran la cara inversa de la plasticidad y capacidad de aprendizaje 51. Para GEHLEN, el hombre y el mundo no están dados definitivamente, sino que hay que formarlos y transfor- marlos con un trabajo constructivo. Un medio esencial para esto es el lenguaje. Este ayuda a ordenar y dominar el sinnúmero de influjos que comprimen al hombre desde fuera. Es el instrumento del sentido, pues da al caos de impresiones estructura y significación. Ahora bien, el hecho de que el hombre carezca de «garras» no es, como GEHLEN quiere, una deficiencia, sino una posibilidad sumamen- te positiva. El «ser inacabado» del hombre es una determinación negativa, sacada de un modo negativo de considerar al hombre, a saber: como algo que se descuaja de lo normal animal. La constitutiva apertura del ser humano no hay que verla negativa- mente —pues esto es ya un prejuicio metafísico—, sino en su justa dimensión estructural. No es que el hombre sea deficitario porque carezca de ga- rras y de perimundo, sino que carece de garras y de perimundo porque es un ser más pleno y abierto que el animal. El hombre no sólo vive, sino que conduce su vida. El hecho de que no esté fijamente consolidado y de que no tenga otro remedio y otra tarea que la de configurarse a sí mismo, nos dice que la signi- ficación que el hombre se da a sí mismo (autocomprension) no es indiferente para su propio ser. La autocomprension se con- vierte en imágenes finales y directivas según las cuales se reali- za la autoconfiguración. Sin embargo, no toda configuración se realiza en razón de la imagen que el hombre tiene de sí mis- mo —consciente o inconscientemente—. A menudo es más bien 51. Resumimos la doctrina que GEHLEN expone en Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt, Athenáum Verlag, Bonn, 8 1966, especialmente pp. 9-80. 59 J U A N C R U Z C R U Z impelido que autodeterminado. Aún cuando piensa conocer los motivos de su acción, a veces actúa en verdad movido por ctros impulsos. La realización de una idea encierra muchas ve- ces algo que no estaba incluido en la determinación de esa idea. A pesar de esto, sería pueril negar la íntima conexión que existe entre la comprensión que el hombre tiene de sí mismo (autocomprensión) y la autoconfiguración de su ser personal. La significación, la comprensión que de sí mismo tiene influye prácticamente en su vida. Dos ejemplos: «Los griegos comprendieron al hombre como un ser racio- nal. Esto es, por una parte, expresión de su cultura dirigida a la racionalidad, a la forma, a la ley, a la exactitud; mas, por otra parte, esta antropología influye sobre la cultura: lo que el hombre cree ser según su esencia, quiere también serlo más y más, o sea, intenta vivir cada vez más conforme a la razón. La ética griega, según la cual la razón se enfrenta al deseo —al que debe dominar— es sólo comprensible en el trasfondo de esta idea del hombre. Para el cristianismo, por el contrario, el hombre gravita no hacia el más acá, sino hacia el más allá; de este modo, la estructura vital de la Edad Media —impreg- nada en esta idea— elaboró débilmente el ámbito cultural que pertenece propiamente al más acá, carente, por lo demás, de autonomía: todos los ámbitos culturales mundanos dependen de la institución central de la Iglesia, la única que los pone en relación con el más allá. Para el hombre moderno, por el con- trario, su propia alma responde a la infinitud del mundo con una potencia y un impulso también infinitos. De aquí resulta una cultura de ilimitado expansionismo en todos los sectores. Incluso cada sector cultural particular, todo estilo artístico, todo orden social posee en sus bases una imagen del hombre... O sea, toda creación cultural encierra una criptoantropología propia» 52. Así se hacen esfuerzos por fundar una Antropología polí- tica, una Antropología del derecho, una Antropología médica, una Antropología pedagógica, una Antropología de la historia, una Antropología del arte, etc. Esto nos confirma suficientemente que la imagen que el hombre tiene de sí mismo no deja, sin más, intacto su propio ser. El hombre es siempre algo abierto y configurable; y siem- pre se ve impelido a acabarse y consolidarse. Las imágenes y los 52. M. LANDMANN, op. cit., pp. 10-11. 60 MÉTODO EN ANTROPOLOGÍA conceptos con los cuales intenta captar su propio ser ejercen su influjo sobre la propia realización de ese ser. La idea del hombre se convierte así en ideal hacia el cual se dirige; y este mismo ideal acuña a su vez su existencia. Aquí se descubre el último sentido de la Antropología fi- losófica. Y a la vez observamos que la Antropología acompaña inevitablemente al hombre en toda su historia. El hecho de que el hombre no es un ser simplemente como los demás, sino que se pregunta por sí mismo y se da una significación y un sentido, nos revela que el anthropos incluye en sí un «antropólogo»; no se vea aquí un juego de palabras, sino una verdad literal. Brota necesariamente de las entrañas de ese ser que tiene que crearse a sí mismo y para ello necesita una imagen directiva, según la cual debe crearse. El carácter incompleto, inacabado del hombre es el factor que le impulsa —buscando un equilibrio— a la auto- comprensión. Y esta autocomprensión le dicta el modo cómo de- be completarse, perfeccionarse. La interpretación que el hombre se da de sí mismo no es un mero añadido a una realidad inmu- table, sino que penetra activamente, configurativamente en ella. 2. Relación entre la cosmovisión y la autocomprensión. La cosmovisión no significa un conjunto de opiniones que un hombre puede tener sobre el mundo, sino el modo como el hombre tiene dado el mundo en su experiencia; se trata de una experiencia total del mundo, en cuya explicación se mueve el bagaje categorial de conceptos de la comprensión del mundo. La cuestión que se nos plantea es la siguiente : ¿corresponde el lugar propio de las categorías que se refieren a la formación mundana del yo y del mundo externo a una cosmovisión o a una autocomprensión? O sea, aquello que el hombre compren- de de sí mismo y de los demás, ¿está ya guiado por las catego- rías de esta comprensión? Aquí se muestra la estrecha relación entre cosmovisión y autocomprensión.
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