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DOSSIER16
C I N E
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BELLEZA Y VICIO
SOBRE EL NUEVO CINE DE INDIA
India es el país que más cine produce en el mundo. Con un lanzamiento anual de mil cien películas,
duplica con creces la producción de la industria estadounidense, que apenas llega hoy a las
quinientas. Es que cuenta con múltiples ventajas; un público cinéfilo masivo e inabarcable –se
calcula que en el país acuden a diario catorce millones de espectadores–, salas que comienzan a
proyectar a las 10.30 de la mañana, y entradas que apenas cuestan unas monedas (diecisiete
céntimos de euro en muchos sitios). No debe olvidarse de que se trata del séptimo país más
grande del mundo y que su población supera los mil millones de habitantes; las salas, repartidas
a lo largo y ancho del subcontinente, superan las once mil. Allí el cine sigue siendo concebido
como un verdadero espectáculo popular.
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U n fenómeno de estas magnitudes ha sidoprácticamente ninguneado y desmerecido por lacrítica occidental. Llámese negligencia, pereza
o desinterés, la indiferencia no es justificable, sobre todo
considerando la calidad de muchas de las obras que allí
son pergeñadas. Sí puede comprenderse cierto rechazo
instintivo por parte de muchos especialistas, ya que para
ver y disfrutar el cine indio es necesario echar por tierra
unos cuantos preconceptos y valoraciones que suelen
estar presentes en los espectadores occidentales.
Tómalo o déjalo
Porque al principio puede costar acostumbrarse al
colorido refulgente que predomina; a la exagerada
gesticulación de los actores; a las cámaras lentas y a las
tomas grandilocuentes que bordean la cursilería y la
estética publicitaria. Los personajes casi siempre pisan
Por Diego Faraone
los estereotipos, dicen lo que piensan y hacen lo que dicen,
rehuyendo a los matices y a la densidad psicológica; los
malos suelen ser malísimos, las tramas se subrayan y a
menudo son predecibles, se pisan frecuentemente lugares
comunes y el largo de las películas supera tranquilamente
las tres horas. Por lo general, a mitad del metraje aparece
una pausa intermedia que divide la película en dos, para
que el público tome un descanso y estire las piernas. Es por
todas estas razones que muchos pueden creer que el cine
indio es una desmesurada pérdida de tiempo, una materia
innecesaria, algo que no merece la atención. Pero no podrían
estar más equivocados, y quienes opten por entrar a este
mundo podrán descubrir experiencias envolventes, frescas
y edificantes, únicas en su especie.
Acción, thriller, comedia, melodrama, romance,
musical, drama familiar o histórico, fantasía, cine de
aventuras. Todos estos títulos genéricos describen gran
parte del cine indio, y hasta pueden confluir en una
misma película, normalmente con tramas lineales y
sencillas, de envidiable clasicismo. Tan extraña
mezcolanza redunda en el género cinematográfico indio
por excelencia: el masala. El término no podía ser más
apropiado, refiere a una combinación local de diferentes
especias, que aporta a la comida gustos y aromas
característicos.
Quizá lo más llamativo para el espectador foráneo –y
uno de los puntos sobresalientes del cine indio actual–
sean sus luminosos números musicales, que surgen en
medio de la trama y pueden ser siete u ocho en una misma
película. Con total naturalidad y como si fuese lo más
normal del mundo los personajes dejan lo que estén
haciendo para ponerse a bailar en pegadizos despliegues
coreográficos, a menudo multitudinarios, de inusitada
energía. El celebrado final de Slumdog millionaire es torpe
y apagado en comparación, una caricatura lejana a la
intensidad propia de estos bailes. Y es que el masala es
mucho más gustoso cuando está preparado por nativos.
Desarmando conceptos
El término ‘‘Bollywood’’ fue acuñado no sin cierto afán
despectivo en la década del setenta para nombrar a la
industria cinematográfica floreciente en Bombay, en el
momento en que equiparó su producción anual con la
de Hollywood. Hoy se utiliza erróneamente para
designar a la totalidad del cine indio, cuando apenas
una parte del mismo proviene de esa ciudad. Elocuente
al respecto es la usual designación de las principales
industrias cinematográficas del país, que se centran en
filmes hablados en distintas lenguas, por ejemplo
Kollywood se orienta al tamil, Tollywood al telugu y
Mollywood al malayalam, todas estas industrias
distribuyen básicamente en sus regiones específicas, y
se distinguen de Bollywood por sus estilos y sus
temáticas, empapadas de la cultura regional.
Tampoco es correcto designar como ‘‘cine hindú’’ a las
películas creadas en India. El término ‘‘hindú’’ refiere al
hinduismo, religión mayoritaria (seguida del islam y el
cristianismo), que practica 79,8 por ciento de la población,
y a su cultura. El cine hindú propiamente dicho es sólo una
fracción de la totalidad generada en el país.
No es cierto que en el cine indio no haya besos. Sí es
verdad que existe una censura gubernamental que
impide que se estrenen películas en donde se haga
Lagaan, de Ashutosh Gowariker, 2001.
Eklavya, de Vidhu Vinod Chopra, 2007.
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Dos escenas de Jodhaa Akbar, de Ashutosh Gowariker, 2008.
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Recomendados
Lagaan (Ashutosh Gowariker, 2001)
En 1983, durante la ocupación inglesa, los habitantes de un
pueblo asediado por la sequía se niegan a pagar el abusivo
impuesto de cosecha de lagaan que exige un oficial británico
zonal. Las partes llegan a un acuerdo: si los habitantes de la
aldea logran ganarle al cricket a un equipo inglés, son
eximidos del pago, pero si pierden deben pagar el triple.
Drama social, aventura, romance y musical, en un espec-
táculo que respira un aire de libertad y clasicismo que
recuerda al mismísimo cine de John Ford.
Kal ho naa ho (Nikhil Advani, 2003)
La que durante sus primeros tramos podría parecer una
comedia torpe y superficial alcanza más adelante un
dramatismo y una intensidad inusitados. Una familia india
radicada en Nueva York es visitada por un extraño personaje
que cambia sus vidas para bien. Pero el visitante dejará
asomar más adelante un secreto insospechado, y también la
misma familia. Un masala melodramático como pocos, una
obra que a su vez logra arrancar carcajadas y torrentes de
lágrimas. Pasados los arduos primeros treinta minutos se
vuelve maravillosa.
Don (Farhan Akhtar, 2006)
Don es la mano derecha del líder del narcotráfico malayo. Se
lo conoce por su violento carácter, por su falta de escrúpulos
para los negocios, por su poder previsor y su inteligencia
desmesurada. Un día cae en manos de su feroz archienemigo
de narcóticos, quien lo secuestra y coloca en su lugar a un
doble exacto, con la misión de infiltrarse y desmantelar el
cártel. Una divertida historia de mafias con mucha acción,
vueltas de tuerca que no se las espera nadie y la presencia
impagable de Shahrukh Khan en un doble papel. Tiene un
par de bailes callejeros que son lo máximo.
Taare zameen par (Aamir Khan, 2007)
Un incomprendido niño disléxico es maltratado por sus
padres, sus maestros y su grupo de pares, destruyéndose su
autoestima, siendo amputadas sus posibilidades de crecer.
Alejado de su familia, dentro de un estricto internado le va
peor, llegando a una situación casi de autismo. Un profesor
de arte logrará comprenderlo y ver en él sus habilidades
ocultas. El actor protagonista Aamir Khan (Lagaan) dirige
por primera y única vez, logrando una muy emotiva y
efectiva obra.
Eklavya (Vidhu Vinod Chopra, 2007)
En la India contemporánea, una dinastía real ya no gobierna
más, aunque vive en un fuerte inmenso. El viejo y casi ciego
guardia real, Eklavya, sigue el legado de sus antepasados y
protege con su vida a la fortaleza, a la dinastía y al rey. Fiel
a su dharma, su ley natural y su conducta adecuada, corre el
riesgo de causargrandes daños a sus seres queridos. Un
drama imponente y brillantemente actuado, que además
llama la atención por ser corta en comparación con otras
películas indias. Apenas dura 105 minutos.
Om Shanti Om (Farah Khan, 2007)
La directora Farah Khan es coreógrafa desde hace más de
quince años, y entre otras ideó los excepcionales bailes de
Don, Kabhie kushi kabhie gham y Kal ho naa ho. Om shanti om es un
merecido éxito de taquilla, un exabrupto de vitalidad y
energía, de esos que dan ganas de levantarse de la butaca y
ponerse a bailar. Parodia a la industria del cine, historia de
reencarnaciones y venganza, tortuoso romance de tintes
shakespearianos. Puede chocar un poco al comienzo, pero
superado el empalagamiento inicial se convierte en algo
adictivo.
Jodhaa Akbar (Ashutosh Gowariker, 2008)
Es lógico que surja una película de este tipo, ahora que India
se alza como potencia mundial. Épica histórica monumental,
de despliegues visuales increíbles, grandes actuaciones y
decorados y vestimentas suntuosas, en el contexto del
reinado de Akbar el grande, en el siglo XV. Es inevitable la
comparación con Héroe, de Zhang Yimou, ya que se hace una
clara exaltación del imperialismo, con un personaje heroico
abocado a la unificación de las tierras y las culturas del
hindustán. Pero como las obras de Zhang, la película es
enormemente disfrutable.
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explícito el más mínimo roce de labios o de lenguas, pero
lo cierto es que sí hay parejas besándose, y de qué manera.
Décadas de censura han sido útiles para que los
directores hayan ideado toda clase de ocultamientos,
donde no pueden verse labios en contacto pero sí otras
cosas. Besos en el cuello y en el cuerpo, frotamientos
varios, besos en la boca consumados sin el enfoque directo
de la cámara –a veces el cuello o el pelo de alguno de los
implicados tapa casualmente el detalle–. El resultado es
que los cineastas indios han desarrollado estrategias de
seducción como pocos, muchas veces dentro de los
mismo bailes, en un juego erótico excepcional. Un recurso
reiterado por muchos cineastas es el del ‘sari mojado’
por el cual la chica, correctamente vestida, deja
evidenciar sus curvas con la seda adherida al cuerpo.
Otro lugar común que debe ser descartado es aquel
por el cual se dice que estas películas siempre terminan
con final feliz. No es así. Por ejemplo, el final de Don es
sumamente inesperado y rompe con lo que el público
masivo esperaría. Lejos de ser felices, Devdas y la brillante
Kal ho naa ho culminan en las apoteósicas muertes de
personajes primordiales.
Y no todo el cine indio es pergeñado en las grandes
industrias. También hay cine independiente y de autor,
documentales y hasta cine experimental, con irregular
suerte en su difusión. Lo que puede verse en occidente es
apenas un botón de muestra de la inconmensurable
diversidad existente en el país.
Analfabetismo y castas
Para entender mejor el cine indio es bueno conocer algunas
características del país. Debido a la variedad lingüística
que existe y a los elevados costos del doblaje, las películas
no suelen ser traducidas a las veintidós lenguas reconocidas
por el gobierno oficial. Asimismo, la alta tasa de
analfabetismo –cerca del 39 por ciento en los adultos–
explica que muchos espectadores no puedan leer los
subtítulos, razón por la cual los personajes gesticulan y
exageran tanto en sus actuaciones; para los ojos occi-
dentales esto podría considerarse sobreactuación. La
incomprensión del idioma también explica los subrayados
y la simpleza de las tramas, concebidas para su llegada a
un público que no podría ser más amplio.
La estructura jerárquica de la India es de las más
férreas y cerradas que se conocen. La desigualdad social
está marcada por las castas a las que pertenece cada
habitante por nacimiento, grupos sociales estáticos y
cerrados segregados por ocupaciones y de los que
difícilmente se puede salir. Este sistema existe en India
desde hace aproximadamente tres mil años, y aunque
fue abolido por la Constitución hace más de medio siglo,
está fuertemente ligado a la cultura del hinduismo y en
los hechos sigue manteniéndose como un lastre ancestral.
El matrimonio entre integrantes de distintas castas es un
crimen intolerable para ciertos fanáticos y aún hoy en
algunas zonas suele ser castigado con el linchamiento.
Kabhie kushi kabhie gham.
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Los dalits no pertenecen a ninguna casta, son con-
siderados intocables y viven prácticamente en la esclavitud,
cerca de 170 millones de indios entran en la categoría. En
los hechos, viven la discriminación racial más que nadie,
se los excluye en su vida social y religiosa y se les niega el
acceso a la salud y a la educación. Hasta están impedidos
de realizar los oficios más humildes, y sus reclamos no
suelen ser escuchados por las autoridades. Esta realidad
puede verse reflejada en el cine. En ese sentido, la
problemática de las castas es omnipresente: el choque entre
tradición y modernidad, la rebeldía contra férreas
imposiciones sociales, el natural enamoramiento entre
personas de distintos credos y castas. Puede verse a este
cine como un gran desestructurador social y un poderoso
difusor de la tolerancia.
Quizá lo que más puede chocar, y probablemente el
punto débil de buena parte del cine indio comercial, es
cierta tendencia a la ostentación de riquezas, a un
encumbramiento –quizá involuntario– del consumismo
y el derroche de las clases adineradas. En Kabhie kushi
kabhie gham, por ejemplo, abundan imponentes con-
trapicados que toman a los protagonistas en cámara lenta,
ostentando su belleza, sus lentes oscuros, sus ropas de
marca y sus autos último modelo, en un despliegue visual
que delata una ideología cuando menos desinteresada,
ciertamente injusta con la amplia mayoría de los
espectadores. Quizá esta faceta esté pensada como parte
de un espectáculo escapista, como un bálsamo que
permite olvidar temporalmente las miserias de la vida
mundana.
Volver a las bases
Por su usual desempeño, los actores indios son
enormemente multifacéticos. Además de actuar con la
voz y con los rostros, están entrenados para actuar con
todo el cuerpo, desenvolviéndose en un lenguaje
expresivo rico y estimulante. También son bailarines,
suelen ser excelentes comediantes y las actrices pueden
contarse entre las más hermosas del mundo –sólo hace
falta ver en un par de fotogramas a Aishwarya Rai,
Deepika Padukone y Kajol para confirmarlo–. Por su
parte, el actor Shahrukh Khan se puede contar como uno
de los actores más versátiles de la actualidad (y de los
más solicitados).
En un momento en que el cine dominante entrega
películas compactas y de consumo rápido como si fueran
embutidos, el panorama indio puede verse como un
volver a las bases, como un soplo de aire fresco, por su
entrega de películas ágiles y cambiantes, por su falta de
miedo al ridículo y por apostar a la sencillez y a la
contundencia. John Ford, David Lean, Akira Kurosawa,
Quentin Tarantino y Hayao Miyazaki parecen compartir
con el mejor cine indio ese espíritu por el cual una
propuesta cinematográfica es un espectáculo para vivir
y para sumergir en él todos los sentidos, más que para
visitar brevemente.
Diego Faraone. Crítico de cine. Trabaja en el semanario Brecha y ha
colaborado en medios especializados, como Miradas de Cine, Quinta
Dimensión y Arte 7. Es administrador del sitio Denmen celuloide.
Taare zameen Par, de Aamir Khan, 2007.
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C R Í T I C O
Por Germán Feans
Al otro lado, de Fatih Akin
De aquí y de allá
De los temas de las fronteras y las nacio-
nalidades podemos decir que han salido
grandes películas. Quizás en estos tiempos
más que nunca, cuando en algunos lugares
se militariza y se vuelve un objetivo político,
mientras que en otros se borra sutilmente
buscandouna beneficiosa unidad, con miras
a un potencial tanto económico como
hegemónico. Para Akin el problema es más
complejo. Los límites y las distancias entre
los países de Europa se vuelven como una
extraña membrana que permite el pasaje de
personas, de unos y de otros, no sin antes
obligarlos a dejar algo en sus tierras, algo
que definitivamente los obliga a mantener un
vínculo de carácter nostálgico y perdurable.
Nuevamente Akin trata el problema de la
extranjería y del sentido de per tenencia de
las personas a sus lugares de residencia. El
viaje parece la estancia más regular a medida
que las fronteras se diluyen y los cambios
exigen desplazamiento. Entre Alemania y
Turquía, entre el amor y la muer te, seis
personajes van y vienen buscándose
permanentemente. Sus vidas se cruzan en
trenes y en calles. Hay padres desen-
contrados con hijos profesionales, madres
que no entienden a sus hijas, turcos que se
criaron en Alemania y que dan clases de
literatura en ese país, alemanes con librerías
en Turquía. Turcos que buscan alemanes,
alemanes que buscan turcos.
Lo que es seguro es que en este film no
existe la familia como unidad tradicional. Aquí
las relaciones son creadas por nuevas
circunstancias, forzadas por la situación de
cada personaje o motivadas por los cons-
Enemigos públicos, de Michael Mann
La perfecta armonía
Para Mann la guerra está planteada en un terreno
claro: el digital. La guerra tiene que ver con la
producción (los costos, la logística) y también
con el concepto que de por sí encarna la
imagen de los bits. ¿Se puede decir que no es
cine? ¿Puede verse como una traición al
celuloide o como un método para reflejar una
realidad que está indefectiblemente abrumada
de imágenes digitales?
Más allá de las discusiones (en pleno debate
en el mundo del cine), lo cierto es que el director
volvió a filmar en High Definition ahora la historia
del ladrón de bancos más famoso de Estados
Unidos durante los años de la Depresión. John
Dillinger (Johnny Depp) y su banda fueron un
gran dolor de cabeza para el FBI, que durante
los catorce meses desde que salió de prisión
hasta que fue abatido en 1934, los persiguió
de noche y día. La historia, como no podía ser
de otra manera, ya tuvo sus versiones en la
pantalla (entre varias, la de 1945 dirigida por
Max Nosseck, y en 1973 por John Milius,
ambas con el título Dillinger).
Todo en esta nueva versión parece encajar y
formar un puzzle a la perfección. Un bandido
que se ganó la fama de Robin Hood ciudadano,
en épocas cuando robarle a los bancos era
visto como un gran golpe al sistema financiero.
Un personaje romántico y carismático que
además era amante del cine y solía ir a las
tantes movimientos y las adaptaciones que
los mismos deben hacer a sus nuevas vidas.
Ayten, una activista política que escapa de
Turquía, encuentra en una estudiante una
salvación y un refugio, transformando la vida
de ésta para siempre. Mientras que Nejat
observa cómo su padre se enamora de una
prostituta y ve transformarse la suya ante la
muer te de ésta. Es decir, en los viajes
emocionales que emprenden los personajes
se modif ican cier tas estr ucturas defi-
nitivamente, costumbres y raíces van y
vienen en un permanente fluir. Como si estas
permutas se transformaran en la única
moneda de intercambio.
En todo esto, claro, hace falta encontrar un
punto de equilibrio. Y Akin los modula para
que aparezcan en los viajes, los momentos
de descanso, las lecturas de libros o diarios,
las conversaciones sobre una ventana. Como
si todo estuviera previsto para que esos
momentos sean un enriquecimiento ne-
cesario para seguir, un proceso evolutivo de
especies que precisan necesariamente
conocerse y reconocerse. Este proceso
parece necesario y puede estar relacionado
con el extraño lugar en el mundo que ocupa
Turquía. Un país par tido en el medio, entre
dos mundos, buceando en una dilatada y
postergada integración a la Comunidad
Europea. No es extraño entonces que la
película sirva para construir un espacio que
logre armar las relaciones de los personajes
como seres individuales con la ciudad, con
las casas donde habitan, con sus referencias
más cercanas. De ahí el marco imponente
de una ciudad como Estambul donde los
sonidos, en especial los que emiten los
barcos, ocupan un lugar fundamental (el
director había explorado esta faceta an-
teriormente en el documental Cruzando el
puente: los sonidos de Estambul).
Todos quisiéramos cambiar algo. Akin se
conforma tan sólo con proponer una historia
que, en lugar de pintar un multiculturalismo
publicitario, ofrece un complejo panorama
de difícil salida. De ahí un final (maravilloso)
cubierto de una razonable incertidumbre, que
funciona como un alivio provisorio para una
película que, al igual que Contra la pared
(2005), es áspera y guerrera. Al otro lado
confirma, entre otras cosas, que los inters-
t ic ios que dejan la pol í t ica, los com-
por tamientos sociales, las búsquedas
caprichosas y la falta de cer tezas son los
mejores territorios para el buen cine.
Título original: Auf der anderen Seite.
Director: Fatih Akin.
País: Alemania / Turquía / Italia.
Año: 2007.
Elenco: Nurgül Yesilçay, Baki Davrak,
Tuncel Curtís.
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El silencio de Lorna, de Luc Dardenne
y Jean-Pierre Dardenne
Honestidad
Los Dardenne vuelven a aparecer en pantalla
con El silencio de Lorna, su nueva producción
premiada en el Festival de Cannes 2008 con la
Palma de Oro al mejor guión. El film narra la
historia de Lorna, una albanesa que reside en
Bélgica y que pretende, gracias a un contacto
(Fabio), contraer un matrimonio organizado con
Claudy para obtener la residencia y poder
comprar un bar con su novio. En el medio,
Fabio pretende que luego de Claudy, Lorna
contraiga matrimonio con un ruso, cueste lo
que cueste.
Pareciera que esta vez los hermanos Dardenne
se hubiesen dado un tiempo para establecer
conexiones con los personajes, imitando su
cansancio luego de vagar por las calles, su
maltratado estado emocional. Y, en contra de
lo que podría esperarse, con los antecedentes
sobre la mesa (Rosetta, El niño, El hijo), los
Dardenne consiguen que sus personajes vivan
en la imagen como humanos que sienten y
que ajustan sus cuerpos a las circunstancias y
al entorno que les es ajeno. Mientras que tanto
en Rosetta como en El hijo la cámara asfixiaba
a los personajes en sus recorridos inter-
minables, sus jadeos parecían extender una
asfixia social, ahora los espacios junto con los
planos se construyen más abier tos. Hay
tranquilidad regulada desde las propias
pulsaciones de una cámara que se mantiene
en las acciones para captar los momentos
necesarios, sin una recarga estética ni un
comentario adjunto permanente.
De allí que El silencio de Lorna transmita
honestidad. La historia circunvala la vida de
tantos otros sin llegar a ser, su personaje
principal, un abanderado de una situación
adversa. Los hechos, las acciones, se desen-
cadenan en cascada, unas consecuencias de
las otras. Así la angustia comienza a tomar una
forma dramática tanto en la imagen que aparece
fría como en un personaje que, durante la
película, se lo observa caminar y caminar por
las calles de una ciudad ajena. La cámara esta
vez observa con paciencia, con paneos por
entre la gente, por el costado de los automóviles.
El registro ha cambiado: los rostros han
conseguido ganar su espacio para ser ellos los
transmisores, generando su propio discurso,
manifestando sus propias intenciones. Ya no
hay hombros y cuellos transpirados ni una
cámara inquieta e impaciente. Rossellini y su
famosa frase pueden confirmarlo: ‘‘Las cosas
están ahí, ¿para qué manipularlas?’’.
Título original: Le silence de Lorna.
Directores: Jean-Pierre y Luc Dardenne.
País: Bélgica / Francia /
Italia / Alemania.
Año: 2008.
Elenco: Arta Dobroshi, Jerémie Renier,
Fabricio Rongione.
funciones a pesar de que su foto aparecía como
‘buscado’ en la pantalla. Todo en el contexto
de una película filmada en digital, lo que la vuelve
un material enbruto, tangible, con cierta dureza
que acompaña al rudo personaje. Sin embargo
su encanto, la perfecta y obsesiva realidad
buscada por Mann (llevada al extremo tal de
que varios pasajes de la película se filmaron en
los mismos lugares donde ocurrieron los
hechos) lo convier ten en un extraño pero
hermoso ensayo cinematográfico.
En declaraciones a El País de Madrid, Mann afirmó:
‘‘Decidí rodar en esos sitios porque espero que el
público advierta esos detalles, que le hagan decir:
‘Sé que eso pasó, y me lo creo en la pantalla’.
Pero no te engañes, la acumulación de detalles
no provoca verdad. Tienes que cuidarlos y a la
vez recordar que estás haciendo cine’’. La verdad
está ahí, cuando converge el cine y el modelo de
actor y el escenario, emergiendo de un encuentro
que es la propia esencia de filmar. Mann se ajusta
a un estricto control de los elementos como si
fuera un director de orquesta que verifica la correcta
ejecución de los instrumentos. El resultado: la
perfecta armonía.
Título original: Public Enemies.
Director: Michael Mann.
País: Estados Unidos.
Año: 2009.
Elenco: Johnny Depp, Christian Bale,
James Russo.
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