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La_medicina_tradicional_mexicana

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137
Fundamentos de la medicina 
tradicional mexicana
Antonella Fagetti* 
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La medicina tradicional es parte de ese saber que le ha permitido a la 
humanidad sobrevivir, enfrentar lo que desde siempre ha amenazado 
la integridad física, emocional y espiritual del ser humano: el infortu-
nio, la enfermedad y la muerte. Todos los pueblos que han habitado 
la tierra poseen una peculiar visión de estos sucesos, la cual se expresa 
en un discurso que explica su origen, devela sus causas y, sobre todo, 
revela cómo puede el individuo hacerles frente.
La desgracia, la enfermedad y la muerte son interpretadas a par-
tir de una representación del mundo y de todo lo que contiene, que 
explica su existencia y la vida misma, ordenando todo acto y práctica 
humanos. Los conocimientos médicos ancestrales se han difundido 
mediante el aprendizaje teórico y práctico, por medio de la obser-
vación y la experimentación, a partir de la repetición exacta de sus 
principios e, igualmente, de las innovaciones que algunos individuos 
introducen gracias a su propia experiencia. Dichos conocimientos se 
expresan en un conjunto de representaciones, ideas, conceptos y pre-
ceptos, estructurados en un sistema simbólico que no solamente ofrece 
una etiología y nosología particulares, sino que presenta una compleja 
e intrincada metodología que permite el diagnóstico y el pronóstico 
de enfermedades y padecimientos, así como la puesta en práctica de 
terapias específicas de curación.
* Profesora-investigadora, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Be-
nemérita Universidad Autónoma de Puebla.
138 ANTONELLA FAGUETTI
En México, los conocimientos médicos se han plasmado en una 
gran diversidad de sistemas terapéuticos que comparten una misma 
concepción del bienestar, de la enfermedad y de los métodos por im-
plantar para devolver la salud al enfermo, al contar con especialistas 
en cuyas manos se confía esta ardua tarea. “Pertenecen a una larga 
tradición que se ha ido conformando a través de los siglos a partir de la 
labor de interpretación y resignificación que —después de la Conquis-
ta— cada pueblo ha llevado a cabo basándose en los conocimientos y 
las prácticas tanto de la medicina mesoamericana como de la medicina 
española, heredera a su vez de los conocimientos médicos grecolatinos 
y árabes” (Fagetti, 2003: 6).1 En este sentido, me refiero a la medicina 
tradicional mexicana como la expresión del conjunto de los sistemas 
terapéuticos, tomando en cuenta que cada pueblo posee el suyo, que 
comparte muchos elementos con el resto, pero que también presenta 
características propias. En este sentido, podemos destacar varios ele-
mentos comunes a los diferentes sistemas médicos tradicionales, que 
constituyen sus principios básicos.
Los padecimientos más comunes atendidos por los terapeutas 
tradicionales remiten a una etiología diversa. Por un lado, se registran 
aquellos que se consideran “naturales” porque son causados por un ac-
cidente, una caída, el exceso de frío o calor, por emociones como el 
enojo, la ira, la tristeza, la envidia; por contacto con alguien cargado 
de una energía dañina; todo ello implica el desacomodo o el mal fun-
cionamiento de un órgano, la circulación de fluidos nocivos y dolor en 
alguna parte del cuerpo. Son tratados por medio de masajes, “sobadas”, 
baños de hierbas, la aplicación de ventosas, supositorios, purgas, o con 
el suministro de infusiones de plantas medicinales o algunos prepara-
dos de origen mineral y animal. Sus especialistas son sobadores, yer-
beros, hueseros, pero, también las parteras y los curanderos en general 
conocen y tratan este tipo de malestares que se conocen como bilis o 
latido, caída de mollera, cuajo, empacho, entre otros.
Por otra parte, hay padecimientos considerados más graves y di-
fíciles de curar porque afectan el principio vital del ser humano, el alma 
1 Para una versión más amplia, remito a la “Introducción” y las “Conclusiones” 
de Síndromes de Filiación Cultural (Fagetti, 2004).
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 139
o espíritu, fuente de vida. Son expresión de un vínculo profundo con 
el mundo y con los seres que lo habitan y producto de las relaciones 
que los seres humanos establecen entre sí con las divinidades, con los 
seres de la naturaleza y con los muertos. Lo que caracteriza al susto, 
por ejemplo, es la pérdida de la entidad anímica provocada por una 
fuerte impresión, mientras que el aire y el mal de ojo son causados por 
la intromisión al cuerpo de la víctima de una energía dañina. En el 
caso del mal de ojo, se trata de la energía nefasta de un hombre o una 
mujer dotados de “vista pesada o fuerte” que perjudica sobre todo a los 
más débiles: los niños, a quienes les provoca vómito y diarrea. El aire es 
consecuencia del encuentro con algún difunto y de la energía maléfica 
que se concentra en lugares aislados donde moran los seres de la natu-
raleza: los dueños del monte y del agua, chaneques y duendes, mismos 
que suelen quedarse con la entidad anímica de la persona, que al mo-
mento del susto se desprende y abandona el cuerpo. Cuando alguien 
está espantado, se dice que “está quedado”, refiriéndose a que su espíri-
tu “se quedó” y se encuentra en el lugar donde se asustó, lo cual produce 
falta de apetito, fiebre y calosfríos, exceso de sueño o insomnio.
Por último, el daño por brujería puede tener un sinnúmero de 
manifestaciones y ser el origen de afecciones, infortunios, enfermeda-
des, trastornos y malestares de toda índole. Como sabemos, se adjudica 
a la voluntad explícita de alguien el perjudicar a otro sirviéndose de sus 
propios poderes como brujo y hechicero; o solicitando los servicios de 
hombres y mujeres que se dice “nacieron con el don”, que obtuvieron 
los poderes mediante un pacto con el Demonio o que aprendieron de 
otros. Decía que el daño presenta múltiples formas y es el que menos 
podría considerarse una “enfermedad”, debido a que, en efecto, todo lo 
que pudiera ocurrirle a una persona, desde un accidente mortal hasta 
la presencia de algo extraño en el cuerpo, pasando por la imposibilidad 
de ganar dinero, podría imputarse a la malevolencia de alguien, a su 
deseo de perjudicarlo, movido —según se señala con más frecuencia— 
por envidia, rencor, ira y enojo.
Por voluntad divina o humana, el susto, el mal de ojo, el aire y 
el daño por brujería influyen negativamente en la energía anímica de 
la persona, por medio de afecciones y aflicciones que tienen manifes-
taciones a nivel físico, mental y emocional, a través de síntomas como 
140 ANTONELLA FAGUETTI
inapetencia, insomnio o exceso de sueño, cansancio, desgano, y en los 
niños sobre todo diarrea y vómito, pero también trastornos psíquicos 
que poco a poco minan la vitalidad del enfermo.
Mientras que los padecimientos considerados “naturales” son 
tratados con medios empíricos, “las afecciones del espíritu” alteran las 
funciones vitales del organismo, por lo cual el equilibrio emocional, 
psíquico y la integridad de la persona están en peligro. Debe por tanto 
intervenir el especialista porque el aire, el mal de ojo, el susto y el daño 
por brujería requieren la ejecución de un ritual de expurgación, es decir 
limpiar y purificar el cuerpo de las energías negativas que se adueña-
ron de él, como de un ritual de integración de la entidad anímica que 
lo ha abandonado temporalmente, lo cual no excluye el uso de medios 
empíricos que coadyuvan a la plena recuperación del enfermo.
Los especialistas dedicados a esta labor se conocen con el nombre 
genérico de curanderos, pero también como limpiadores, chupadores, 
pulsadores; mientras que en las lenguas indígenas son ixtlamatki, te-
pahtiani, j’ilol, badí, mara’akame, h’men, términos que a menudo aluden 
a su capacidad de curar, saber y ver. La gran mayoría se dedica a la labor 
de sanar a la gente por tener “el don” de curar. El especialista dirige 
oraciones a quienes lo auxilian en su labor, a las divinidades, ofrecién-
doles en el altar de lacasa lo que éstas más aprecian: copal, veladoras 
y flores. Al mismo tiempo, para saber la causa de lo que aflige a su 
paciente, inicia el ritual de limpia. Con huevos u otros medios, como 
una botella de vidrio, el maíz, una escudilla con agua o la baraja, de-
tecta el origen del mal y establece el procedimiento para la curación. 
La misma naturaleza le proporciona todo lo necesario: plantas olorosas 
como la ruda, el estafiate, la albahaca; huevos de gallina de rancho, pero 
especialmente, de guajolota y de pato; la piedra alumbre y chiles, ade-
más de canela, nuez moscada, azúcar. Todo tiene la propiedad de reti-
rar el mal, sacar el aire, neutralizar la maldad o, especialmente algunas 
plantas, ir en busca del espíritu extraviado de la persona y regresarlo al 
lugar donde pertenece.
La curación se lleva a cabo en el aquí y ahora, directamente so-
bre la persona, o indirectamente, por medio del nombre y por medio 
de una veladora, la fotografía, o una prenda, objetos que han estado en 
contacto con el paciente o que lo representan. Sin embargo, su acción 
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 141
terapéutica también se desarrolla en otro plano, en la dimensión de 
los sueños, donde se mueve y actúa el alter ego del curandero, donde el 
espíritu o el animal compañero del paciente son visibles. Es en la di-
mensión de los sueños donde también se le revela el origen del padeci-
miento, se enfrenta a los autores del daño, a los brujos, y donde realiza 
proezas que hacen posible la recuperación y el rescate del componente 
espiritual del paciente, que permite su completo restablecimiento, por-
que mientras el principio vital no está con él, él no está completo.
A      
Tanto hacer el mal, provocando enfermedades y desgracias, como 
hacer el bien curando, se ciñen a principios básicos de la medicina 
tradicional: por un lado, a la posibilidad de influir en la persona nega-
tiva o positivamente, estando ella presente, o a distancia, a partir del 
lazo que la une con lo que está en el centro del acto mágico: una fo-
tografía, una veladora, una prenda o el nombre, por ejemplo. Por otro, 
a la capacidad de los especialistas del mal y del bien de actuar sobre 
la víctima o el paciente a través de poderes especiales, conferidos por 
una divinidad o por su contrapartida, el Diablo, capaces de trastocar o 
restablecer su equilibrio físico, psíquico, emocional y espiritual. Estos 
poderes se manifiestan como fuerzas maléficas o benéficas capaces de 
actuar a distancia, mientras que efluvios y energías negativas, a través 
de la palabra, asaltan a la persona para dañarla; igualmente, en un sen-
tido inverso y con connotaciones positivas, la despojan, la protegen 
y la curan. Esta misma fuerza se transmite y se adhiere a los objetos, 
que también se convierten en portadores de malas o buenas energías, 
se vuelven fuente de contagio, como la palabra, el pensamiento o algo 
concreto: el escupitajo, o son protectores, como los amuletos prepara-
dos por el especialista con piedras, monedas o hierbas.
Lo anterior evidencia otro principio de la medicina tradicional: 
el cuerpo humano es visto como un “cuerpo energético” que produce 
energía para vivir, la cual circula en cada una de sus partes para mante-
nerlo con vida. El cuerpo es permeable y receptor de fuerzas externas 
a él, está en continua comunicación con su entorno con el cual inter-
142 ANTONELLA FAGUETTI
cambia y recibe energías buenas y malas, que también influyen en su 
salud y bienestar. Pulsos y coyunturas son puntos de contacto con el 
exterior, aperturas a través de las cuales penetran las fuerzas nocivas, 
se escapa la energía vital, se desechan humores y efluvios perniciosos, 
pero también se absorben los influjos benéficos de las sustancias cura-
tivas. Asimismo, la esencia vital de la persona, además de concentrarse 
en el cuerpo físico, también puede desprenderse, ubicarse en un objeto 
que ha estado en contacto con él y estar contenida en cada una de sus 
partes: uñas y cabellos, por ejemplo, y en todo tipo de excreciones: 
saliva, lágrimas, sangre, sangre menstrual, orina y heces, que se vuelven 
a menudo instrumento de brujería (Fagetti, 2008).
La idea según la cual la persona está conformada por un cuerpo 
físico, material y visible, y una parte etérea e invisible, el cuerpo sutil,2 
es otro de los principios básicos de la medicina tradicional, y no sólo 
de la mexicana, obviamente. El cuerpo sutil puede abandonar el cuer-
po físico en virtud de que goza de una relativa autonomía, lo cual se 
traduce, como veíamos, por un lado, en la posibilidad de que éste se 
separe de su receptáculo natural sobre todo durante el sueño, por otro, 
que se desprenda literalmente de él como consecuencia de una fuerte 
impresión, como la que sufre el espantado, y “se quede” en el lugar 
donde la persona se asustó. Estas características vuelven al cuerpo sutil 
sumamente vulnerable y frágil, presa fácil de los especialistas del mal, 
quienes atentan contra la integridad de sus víctimas dirigiendo sus 
ataques directamente contra su alter ego.
Algunos individuos, hombres y mujeres, por predestinación, li-
gada a la fecha o a las condiciones de su nacimiento, están dotados de 
una fuerza anímica extraordinaria que emplean para perpetrar el mal o 
para auxiliar a la gente. Se dice de ellos que son de “corazón fuerte”, los 
curanderos, o de “corazón amargo”, los brujos, y se diferencian de quie-
nes son por naturaleza débiles, o “pencos de espíritu”, y de “corazón 
dulce”. Esta fuerza anímica se vincula con la sangre y con el principio 
vital que anima y hace del cuerpo físico un cuerpo vivo, pensante, do-
2 Utilizo cuerpo sutil, espíritu (palabra que usan frecuentemente los curan-
deros entrevistados) y alter ego para designar a la entidad anímica que —según los 
principios de la medicina tradicional— le confiere vitalidad a la persona.
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 143
tado de raciocinio y voluntad, de sentimientos y emociones, de deseos 
y pulsiones: todos atributos de la persona. Esta energía vital, etérea, 
incorpórea e impalpable es el origen mismo de la vida, constituye el 
cuerpo sutil, huésped temporal de un cuerpo físico que lo contiene.
Debo recalcar que muchos especialistas rituales recibieron el don 
de las divinidades como sanadores y adivinos; el don muchas veces se 
manifiesta por medio de señales inconfundibles durante el embarazo, 
cuando el niño en gestación habla o llora en el vientre materno, o en el 
parto con la presencia de la “telita” o “ropita”, el amnios que recubre 
el cuerpo o la cabeza del recién nacido. El don les confiere la facul-
tad de comunicarse con sus auxiliares, las divinidades, para saber qué 
enfermedad o infortunio aqueja al paciente, para conocer el paradero 
de personas, de objetos robados, y actuar en consecuencia por medio de 
limpias o a través de los sueños y el trance, instrumentos mediante los 
cuales ejercen su labor tanto en el mundo de la vigilia como en el otro 
mundo; la otra dimensión de la realidad donde se enfrenta a sus ene-
migos: los brujos, e interactúa con las deidades católicas, los seres de la 
naturaleza y los muertos, responsables de todo lo bueno y lo malo que 
les sucede a los humanos.
El dominio de los sueños y el trance —como medios de adi-
vinación y curación— equipara a los especialistas rituales quienes en 
muchas culturas del mundo son los cuidadores de su pueblo, siendo 
intermediarios entre éste y las divinidades para garantizar la salud, el 
bienestar y el equilibrio social y cósmico, conocidos como chamanes.
Si nos preguntamos: ¿por qué la medicina tradicional cura? y 
¿cuáles son los elementos que explican su eficacia? tendremos que bus-
car las respuestas no únicamente en el terreno de las creencias y las 
concepciones, como han hecho por lo general los antropólogos. Si el 
proceso de curación se pretende explicar en función de las creencias, en 
realidad se podría pensar quela gente se cura solamente porque cree, 
porque comparte con el curandero un sistema simbólico que reconoce 
determinados padecimientos, que explica sus causas y que aplica de-
terminados métodos curativos. Se estaría depositando sólo la fe, y por 
ende en la eficacia simbólica —que sin duda constituye uno de 
los elementos centrales— la explicación del proceso de sanación 
144 ANTONELLA FAGUETTI
de cada individuo, soslayando, sin embargo, las bases y los principios 
terapéuticos de la medicina tradicional.
Se parte del hecho de que la medicina tradicional cura; si no 
lo hiciera, ya hubiera desaparecido ante “la efectividad” de la medici-
na alópata. Cabe señalar que la medicina tradicional reúne un saber 
botánico, zoológico, ecológico y tecnológico que debemos conside-
rar una “verdadera ciencia” (Morin, 1994: 167-168). En la medicina 
tradicional se conjugan lo que Edgar Morin denomina pensamiento 
empírico/racional/lógico y pensamiento simbólico/mitológico/mági-
co que distinguen al ser humano como ser cultural y social. Si además 
de suministrar a un enfermo la infusión de una planta medicinal en 
virtud de sus propiedades curativas intrínsecas, el especialista recurre a 
los poderes curativos que le confirieron las divinidades, reza oraciones, 
enciende velas y pronuncia el nombre del enfermo, es porque en la me-
dicina tradicional coexisten estos dos pensamientos sin contradicción, 
pues ambos cumplen una función complementaria cuya finalidad es la 
recuperación del enfermo. Gracias al conocimiento empírico, el mé-
dico tradicional atiende el malestar, la dolencia del cuerpo localizada 
en una parte, o una disfunción orgánica, mientras que el pensamien-
to simbólico lo dota de otro tipo de instrumentos, que intervienen 
cuando existe un trastorno espiritual, psíquico y emocional, cuando 
el individuo ha sido afectado en todo su ser, la medicina tradicional 
concibe como una unidad conformada por materia pesada (el cuerpo 
físico) y materia ligera (la o las entidades anímicas) —como sostie-
ne López Austin (1984)— a diferencia del pensamiento occidental 
que trazó una clara separación entre espíritu y materia, entre cuerpo 
y alma. Todo acto terapéutico encierra una parte meramente empí-
rica que está siempre acompañada de una intencionalidad mágico-
religiosa; por ello cada uno se sustenta en creencias, mitos y ritos que 
le confieren su verdadera efectividad.
La recuperación de la salud requiere de la celebración de rituales 
cuya función es restablecer la comunicación y restaurar las relacio-
nes del paciente —cuando éstas han sido afectadas— con su entorno 
social, con su familia, sus vecinos, la comunidad, y con los seres que 
habitan el otro mundo: los “dueños” de la naturaleza, las divinidades 
y los muertos. Hablamos de rituales de curación porque los gestos, las 
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palabras, los rezos y los objetos que los acompañan siguen una secuen-
cia preestablecida, que ha demostrado ser eficaz, y es precisamente su 
repetición la que garantiza también su efectividad. El enfermo ocupa 
el lugar central en el rito, donde se persigue la plena recuperación. 
Para él significan las plegarias, las velas, las flores, las hierbas. El es-
pecialista tiene el poder de develar lo que muchas veces no se sabe, 
gracias al don que la divinidad le otorgó, y que le permite ver en el 
huevo, en la botella, en el agua, en los sueños, lo que otros no ven. La 
facultad de leer el huevo permite encontrar no sólo el padecimiento 
que aqueja al enfermo, sino también individuar su origen: aconteci-
mientos, personas, deidades y seres de la naturaleza involucrados con 
él. Este tipo de diagnóstico no es solamente una “radiografía”, según 
lo definen los propios curanderos, sino una suerte de “historial” que 
remite, a sucesos acaecidos en el pasado e incluso ya olvidados. He 
presenciado conversaciones entre el especialista y el paciente en las que 
el primero no solamente juega el papel de sanador, sino que también 
aconseja, conforta, guía, infunde confianza y concilia, evitando a me-
nudo que el paciente tome decisiones irreflexivamente, sin pensar en 
las consecuencias que éstas podrían ocasionarle.
Es importante señalar que durante el ritual, el especialista le 
transmite al paciente la energía positiva de la sanación y lo protege 
del maleficio. Esta suerte de energía o influjo benéfico, el poder de 
curación, es un elemento ya reconocido como intrínseco a muchos 
sanadores en todo el mundo. El curandero es el intermediario entre la 
divinidad y el paciente: Dios, Jesucristo, la Virgen y los santos curan a 
través de él. La fe juega un papel preponderante en la curación, preci-
samente porque el enfermo y su familia saben que en ésta interviene 
una fuerza sobrenatural que tiene el poder de sanar y que llega hasta el 
paciente a través del especialista, quien ha recibido el don de curar. El 
enfermo tiene fe en Dios y en el curandero, lo cual le da confianza en 
sí mismo. Sin fe, argumentan los curanderos, no hay curación posible.
El ritual curativo atiende al individuo en su totalidad; al cuerpo, 
cuyas funciones han sido alteradas y a la persona, cuya integridad ha 
sido vulnerada. La eficacia del ritual curativo reside justamente en su 
capacidad de curar al cuerpo y al espíritu, apelando al lado místico y 
espiritual del individuo, que debe funcionar en sinergia con el cuerpo 
146 ANTONELLA FAGUETTI
físico. Es por esto que podemos considerar a la medicina tradicional 
una medicina holística, porque ofrece una interpretación de la en-
fermedad, y por ende una terapéutica, que contempla al ser humano 
como un todo conformado por una parte material y por otra espiritual 
vinculadas entre sí, de cuyo bienestar depende la vida del individuo.
M   :   
El proceso de conformación de la medicina tradicional —que actual-
mente practican los pueblos indígenas— es resultado del mestizaje 
cultural iniciado en el siglo XVI a raíz de la colonización española. 
Desde entonces se estableció un diálogo de saberes entre los cono-
cimientos terapéuticos sustentados en la medicina mesoamericana y 
aquéllos procedentes de la medicina popular española, cuando vinie-
ron a estas tierras en busca de una mejor vida.
Los españoles trajeron también a Nueva España un conocimien-
to proveniente de las tradiciones médicas judeocristiana, grecolatina y 
árabe y practicantes reconocidos y autorizados por la Corona a través 
de una institución, el Protomedicato, cuya función era legalizar el ejer-
cicio de la medicina por parte de médicos, cirujanos, barberos, botica-
rios y parteras (Quezada, 1989: 12). El no-diálogo entre la medicina 
tradicional y la medicina oficial se instaura precisamente desde esas 
fechas, porque, si bien a nivel popular se inicia un proceso de resigni-
ficación y reinterpretación del conocimiento y la terapéutica entre las 
poblaciones indígena, negra y española, el Protomedicato no dialoga 
con sus practicantes, por el contrario, los desautoriza y condena, pero 
al mismo tiempo los tolera, debido a que los médicos oficiales eran 
insuficientes para cubrir las necesidades de toda la población (Queza-
da, 1989: 28), además de que muchas localidades se encontraban to-
talmente alejadas y aisladas de ciudades y pueblos recién conformados, 
donde se concentraban los pocos e ineficientes servicios de salud.
La tolerancia hacia las prácticas terapéuticas llevadas a cabo por 
quienes fueron despectivamente nombrados “curanderos” se circuns-
cribía a métodos curativos empíricos, como el empleo, por ejemplo, de 
hierbas medicinales, mientras que se sancionaban y perseguían aquellas 
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 147
prácticas fundadas en actos mágicos, considerados desde el principio 
como prueba fehaciente de idolatría y superstición. Por tanto, se dejó 
en manos del Tribunal de la Inquisición3 la tarea de perseguir, condenar 
y castigar a todos aquellos que se atreviesena emplear en sus rituales 
curativos elementos que no concordaran estrictamente a los cánones 
admitidos por la Iglesia católica, aunque los practicantes, tanto indios, 
negros y mestizos como españoles, justificasen su quehacer con base 
en la gracia recibida de alguna divinidad católica, como Jesucristo o la 
Virgen María, en cuyo nombre también realizaban sus curaciones.
No debe soslayarse que el enraizamiento de la nueva terapéutica, 
como mencioné, amalgamaba conocimientos indígenas, negros y es-
pañoles, debido a que la población novohispana compartía una visión 
del mundo según la cual la vida, el bienestar y la salud proceden de las 
divinidades y de las relaciones que los seres humanos instauren con 
ellas, fundadas en la reciprocidad, es decir, la entrega de dones y ofren-
das en agradecimiento a dádivas y favores recibidos, que aún pervive 
en nuestros días entre los pueblos originarios y en muchos sectores de 
la población urbana de origen rural.
Éstas fueron las premisas que se establecieron desde la Colonia: 
condescendencia y tolerancia hacia ciertas prácticas terapéuticas tra-
dicionales, tomando en cuenta su arraigo entre la población indígena 
y considerando también la dificultad que ha implicado su sustitución 
por la medicina científica, por un lado, porque la medicina tradicional 
está en consonancia con la cosmovisión indígena del pueblo que la ha 
creado y la practica, y por otro, porque sólo recientemente los servicios 
de salud del Estado han alcanzado algunas de las regiones más aleja-
das del país, constituyendo una alternativa de atención médica para la 
población rural.
Desde el siglo XVI, la medicina fue consolidándose paulatina-
mente como una medicina de tradición científica y, como sucedió des-
de su establecimiento en la Nueva España, como toda ciencia, siempre 
se erigió como la única y verdadera detentora del conocimiento. En 
este principio ha fundamentado sus descubrimientos y sus avances y 
3 En España fue creado en 1480 con el propósito de erradicar la herejía y pre-
servar la doctrina católica amenazada por la presencia de judíos y moros.
148 ANTONELLA FAGUETTI
—como consecuencia— ha impuesto la primacía de sus propias no-
ciones sobre la salud y la enfermedad, negando cualquier otro saber 
médico y desautorizando a otros sistemas terapéuticos de tradición 
milenaria, patrimonio cultural intangible de los pueblos originarios.
En los albores del siglo XXI ha habido cambios sustanciales a 
nivel mundial: las declaraciones de la Organización Mundial de la 
Salud (OMS) 4 a favor de las medicinas tradicionales y su importancia 
para los pueblos fueron determinantes y de alguna manera se propició 
que en México la medicina tradicional fuera reconocida por la Secre-
taría de Salud. La medicina china o la ayurvédica de la India —que 
tienen muchos elementos en común con la medicina tradicional mexi-
cana— están plenamente integradas al sistema médico de su país y 
no sólo reconocidas sino aplicadas —especialmente la primera— en 
varias naciones; en México, los usuarios de la medicina tradicional 
son los pobres. La idea de “progreso” en la que se sustenta la política 
social y económica de los gobiernos, ha implicado la imposición de 
la biomedicina como la única capaz de hacer frente a los problemas 
de salud de la población. Si bien es incuestionable la importancia de 
llevar los servicios de salud a todos los mexicanos, esto no debe hacerse 
en detrimento de los conocimientos médicos tradicionales.
En el mundo occidental, la medicina complementaria y alter-
nativa, así denominada por la OMS, está tomando auge. Lo mismo 
podemos decir de nuestro país. En México, mucha gente busca nuevas 
alternativas para el cuidado de la salud y recurre a la homeopatía, la 
acupuntura, la terapia floral, herbolaria o naturista, expresando su des-
contento y desconfianza frente a las instituciones médicas por el trato 
que se le da al paciente, la falta de resultados y los errores que se come-
ten, además de los costos elevados y la ineficacia de los tratamientos. 
La biomedicina atraviesa hoy en día por una crisis profunda que pone 
al descubierto su incapacidad de resolver los problemas que afligen a 
4 En las “Estrategias de la OMS sobre medicina tradicional, 2002-2005” se de-
fine a la medicina tradicional como “…prácticas, enfoques, conocimientos y creencias 
sanitarias diversas que incorporan medicinas basadas en plantas, animales y/o minera-
les, terapias espirituales, técnicas manuales y ejercicios aplicados de forma individual o 
en combinación para mantener el bienestar, además de tratar, diagnosticar y prevenir 
las enfermedades”.
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 149
las personas al no ofrecerles —como lo hacen las terapias alternati-
vas— un tratamiento integral que contemple los diversos aspectos que 
conforman al ser humano: emocional, mental y espiritual.
Éstas son las razones por las cuales se puede pensar que en 
México la medicina tradicional sería de gran ayuda también para la 
población urbana; obviamente que ya lo es para muchas personas en 
las ciudades que buscan a estos especialistas para una limpia, la lectura 
de cartas y, según me consta por el trabajo de campo que he realizado, 
para curar males muy difundidos entre citadinos afectados por la bru-
jería. La fe en el especialista y en sus dotes distintivas como sanador y 
adivino, la atención que recibe el paciente, la importancia otorgada a 
las emociones, a los sucesos personales y a las relaciones del individuo 
con las personas con quienes interactúa diariamente, nos permite pen-
sar en la medicina tradicional como una opción de salud y bienestar, 
incluso para la protección y prevención gracias a sus métodos y ac-
ciones. Debieran instalarse en las ciudades centros de atención donde 
hueseros, parteras y sanadores pongan en práctica sus conocimientos, 
mientras que en las zonas rurales deberían multiplicarse espacios don-
de se combine la medicina tradicional y la alópata, para que terapeu-
tas tradicionales y personal biomédico —cuidando las relaciones que 
privan entre ambos— cuiden de la salud de la población indígena, 
tomando como ejemplo los módulos de medicina tradicional ubicados 
en algunas regiones indígenas del estado de Puebla, donde prestan 
servicios parteras, hueseros y curanderos.5 
En un esfuerzo común, quienes conocemos las virtudes y los 
fundamentos de la medicina tradicional, debemos abogar por su apli-
cación en la preservación y recuperación de la salud y en el bienes-
tar físico, mental y emocional de la población. Es necesario recuperar 
y ampliar el saber herbolario pero fundamentalmente preservarlo y 
protejerlo; que se valoren como tales los principios etiológicos, noso-
lógicos y curativos de la medicina tradicional mexicana, que —como 
la medicina china o la ayurveda, o la de otros pueblos indígenas— se 
5 En el estado de Puebla, existen siete módulos de medicina tradicional insta-
lados en los hospitales integrales de la Secretaría de Salud en Cuetzalan, Huehuetla, 
Ayotoxco, Zapotitlán, Tulcingo, Coscatlán y Tlacotepec de Díaz; véase Fagetti, 2004.
150 ANTONELLA FAGUETTI
rige por un sistema conceptual sustentado en premisas, nociones y 
axiomas propios, que difieren sustancialmente de aquellos que rigen la 
medicina científica, pero que no por ello son menos efectivos, menos 
certeros, o menos válidos en su modo de operar.
El conocimiento y reconocimiento de los principios que sus-
tentan la medicina tradicional constituyen un punto insoslayable si 
queremos establecer un diálogo entre ésta y la biomedicina en bene-
ficio de la sociedad entera y, en particular, para fomentar relaciones 
de trabajo y cooperación entre “médicos de bata blanca” y médicos 
tradicionales. No es fácil superar los prejuicios implantados desde hace 
siglos y de-construir opiniones y puntos de vista sobre las culturas ori-
ginarias que dieron lugar a relaciones asimétricas y desiguales entre el 
personal médico y sus pacientes, especialmente conquienes no perte-
necen a su cultura y no comparten su visión del mundo. Sin duda, una 
mejor atención a la población, sobre todo rural, empieza por la edu-
cación de los futuros médicos y enfermeras en todas las universidades, 
siguiendo el modelo implantado por la Facultad de Medicina de la 
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) donde se im-
parte la materia de Antropología Médica. Transmitir los lineamientos 
generales que sustentan la medicina tradicional implica reconocer a 
México como un país pluriétnico y multicultural; sólo la comprensión 
de su complejidad podrá garantizar que los estudiantes asuman un 
compromiso con él, acepten y reconozcan lo que la medicina tradi-
cional aporta para la preservación de la salud y la prevención de la en-
fermedad, instaurando un genuino diálogo de saberes, al tener como 
interlocutores no solamente a sus especialistas sino a todos aquellos 
que la practican y son sus usuarios. Comprender bien las concepciones 
sobre la salud y la enfermedad redundarán en una mejor atención a la 
población indígena, por ejemplo, en el abatimiento de los índices de 
mortandad materna y perinatal que todavía en la actualidad represen-
tan un reto para las instituciones de salud pública.
Por otra parte, considero que el reconocimiento pleno de la 
medicina tradicional como una alternativa para la salud requiere im-
pulsar nuevas investigaciones que no solamente analicen los sistemas 
conceptuales y simbólicos que subyacen a la medicina tradicional 
indígena, sino que estudien sus principios y establezcan su eficacia. 
 F UNDAMENTOS DE LA MEDICINA TRADICIONAL MEXICANA 151
Esto sólo se obtendría por medio de nuevas investigaciones en las que 
—con base en la transdisciplina— colaboren médicos tradicionales, 
biomédicos, psicólogos y antropólogos y a través de un seguimiento de 
casos, de pacientes diagnosticados y atendidos por especialistas de la 
medicina tradicional, permitan generar evidencias de la eficacia de 
sus tratamientos, conocer los procesos de sanación que abarca y, sobre 
todo, permita entender los principios, las nociones y los axiomas que la 
sustentan. Es en la ciencia, donde los datos empíricos van a soportar y 
apuntalar una teoría, para lograr que la medicina tradicional sea acep-
tada como interlocutora en un diálogo de saberes. De esta manera, 
estaríamos poniendo en práctica un principio que no siempre se aplica 
en todo su significado: el de “interculturalidad”, que implica en todo 
momento propiciar relaciones de intercambio, trabajo y colaboración 
basadas en el respeto y el reconocimiento de los pueblos originarios y 
de su cultura con sus peculiaridades, cualidades y características.
Para terminar, debemos comprender que el término “medicina 
tradicional” no corresponde con la amplitud que abarca y que invo-
lucra una noción vasta de salud. Ésta denota un equilibrio entre el 
bienestar físico, mental, emocional y espiritual, con una sensación de 
plenitud y unidad del ser, del individuo inmerso en una trama de re-
laciones con sus congéneres y el mundo circundante, donde moran las 
divinidades, los seres de la naturaleza, los difuntos, y en las que debe 
prevalecer la armonía, reciprocidad y equilibrio. La mala suerte en el 
trabajo, los problemas con la pareja, la necesidad de pasar de manera 
ilegal la frontera con los Estados Unidos de América, conocer el pa-
radero de un animal o de una persona extraviados, se vuelven motivos 
de consulta con el especialista ritual quien, por lo tanto, no desempeña 
sólo una labor terapéutica estrictamente hablando, sino una labor de 
sanación en el más amplio sentido, como decía, no sólo del cuerpo, sino 
de la mente y el espíritu. Occidente ha hecho a un lado el espíritu, y la 
biomedicina sólo atiende al cuerpo; podemos aprender de la medicina 
tradicional y de sus especialistas a recuperar esa parte olvidada; sólo así 
nos recuperaremos a nosotros mismos y a una tradición que también 
fue nuestra.

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