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Karl_Tomm_La_entrevista_como_intervencio

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La ent revista com o intervención. Par t e I : El diseño de 
est ra t egias com o una cuar t a direct r iz para e l t e rapeut a 1 
 
KARL TOMM 
 
Una ent rev ist a clín ica proporciona m uchas m ás opor t un idades para actuar terapéut icam ente 
de las que la m ayor ía de los terapeut as adv ier t en. Puest o que t ant as de est as opor t unidades 
quedan fuera del conocim iento consciente del t erapeuta, es út il elaborar direct r ices que 
or ienten su act iv idad general hacia direcciones suscept ibles de ser t erapéut icas. El grupo de 
Milán def ine t res direct r ices básicas de este t ipo: generación de hipótesis, circular idad y 
neut ralidad. La generación de hipót esis es clara y fácil de aceptar. Las nociones de 
circularidad y neutralidad han despertado un interés considerable pero no se ent ienden con la 
m ism a facilidad. Estas directrices pueden clarificarse y operacionalizarse cuando se reform ulan 
com o posturas conceptuales. Este proceso queda resaltado al diferenciar una cuarta direct r iz, el 
diseño de est rategias, que supone la tom a de decisiones por par te del terapeuta, incluyendo 
decisiones acerca de cóm o em plear estas posturas. Este ar t ículo, el pr im ero de una ser ie de 
t res, explora est as cuat ro direct r ices de La ent revista. Los ot ros art ículos aparecerán en un 
núm er o subsigu ien t e. La Par t e I I se cen t r ar á en cóm o hacer preguntas reflexivas, una 
form a de invest igar dir igida a m ovilizar la capacidad curat iva de la propia familia. La Parte I I I 
proporcionará un esquem a para analizar y escoger ent re cuat ro t ipos principales de preguntas: 
preguntas lineales, preguntas circulares, preguntas ref lex ivas, y preguntas est ratégicas. 
I NTRODUCCI ÓN 
Me ha l legado a fascinar la var iedad de efect os que puede t ener una t erapia sobre 
client es indiv iduales o fam ilias en el t ranscurso de una ent rev ist a clín ica. En una sesión 
convencional, la m ayor ía de las preguntas del t erapeuta están diseñadas ostensiblem ent e 
para ayudar a form ular una evaluación. Las propias pregunt as no se consideran 
habit ualm ent e com o in t ervenciones para ayudar a los clientes. Sin embargo, muchas preguntas 
t ienen efectos terapéut icos sobre los m iem bros de la fam ilia (directam ente) , a t ravés de las 
im plicaciones de las preguntas y/ o ( indirectam ente) a t ravés de las respuest as verbales y no 
verbales de los m iem bros de la fam ilia ant e ellas. Al m ism o t iem po, sin em bargo, algunas de 
las preguntas del t erapeuta pueden ser ant iterapéut icas. 
Esto últ im o se m e hizo penosam ente obvio hace unos años, m ient ras revisaba una cinta de 
 
1
 Reproducido con el permiso de Fam ily Process, 'I ntervent ive interviewing: Part . I . St rategizing as a four th 
guideline for t he therapist ' , por Kar l Tom m , M.D., Vol. 26, n. 1 (mayo 1987) pp. 3-13. (Traducido por Mark 
Beyebach) 
M. Beyebach y J. L. Rodríguez-Arias (Comps.) (1988) Terapia Fam iliar. Lecturas I . Publicaciones Universidad 
Pont ificia de Salamanca, pp. 37-52 
 2
vídeo de una sesión m arital. Una de m is preguntas « inocentes» result ó haber est im ulado la 
reapar ición de un grave conflict o marital. Sucedió durante una sesión de seguim iento en la cual 
la pareja estaba hablando acerca del hecho de que no habían tenido ninguna pelea durante 
var ias sem anas. En ot r as palabr as, había hab ido una m ej or ía im por t an t e en el 
m at r im onio. Tras una anim ada y agradable conversación sobre estos cam bios, pregunt é: «¿De 
qué problem as les gust ar ía hablar hoy?». Tras est a pregunt a aparent em ent e inocua, la 
parej a der ivó gradualm ent e hacia una amarga discusión acerca de quién de los dos estaba más 
necesitado de una terapia ult er ior . Yo (para m is adent ros) reinterpreté la m ejor ía com o 
«t ransitor ia e inestable» y reanudé m i t ratam iento de sus dif icultades m aritales crónicas. Seguí 
completam ente ciego al hecho de que sin darme cuenta había desencadenado el deter ioro, hasta 
que un colega m e lo señaló en la cinta de v ídeo2. En ret rospect iva, la asunción que había t ras 
la pregunt a, que se tenían que ident if icar y/ o clar if icar problem as antes de que pudiera actuar 
t erapéut icam ent e, result ó ser l im it adora y pat ogénica. Lim it ó la discusión a las áreas de 
insat isfacción y sirv ió para generar int eracciones patológicas. En vez de ello, podr ía haber 
aprovechado los nuevos desarrollos y haber hecho preguntas diseñadas para reforzar los 
recientes cambios. Por desgracia, no v i esa opción con clar idad en ese m om ent o. 
Esta equivocación y ot ras exper iencias de aprendizaje m ás posit ivas (de las que se in form a 
en la Par t e I I ) m e hicieron darm e cuent a de que un terapeuta t iene m ucha m ás influencia 
sobre lo que surge dent ro de una sesión de lo que yo im aginaba previam ente. Em pecé a 
exam inar el proceso de la ent revista en m ayor profundidad y finalm ente llegué a la conclusión 
de que ser ía m ás coherent e y heur íst ico considerar t oda la ent rev ist a com o una ser ie de 
int ervenciones cont inuas. Por t ant o, em pecé a pensar en t érm inos de « la ent rev ist a com o 
in t ervención», una perspect iva en la que se am plía el m argen de oportunidades terapéut icas 
al considerar todo lo que hace un t erapeut a durant e una ent rev ist a com o una int ervención. 
Esta perspect iva t om a en ser io el punto de v ista de que es im posible para un t erapeut a 
int eract uar con un client e sin int ervenir en la act iv idad de éste3. El terapeuta asume que todo 
lo que dice y hace es potencialm ente signif icat ivo para el result ado terapéut ico final. Por 
ejem plo, puede que se evalúe cada pregunta y cada com entar io respecto a si const ituyen una 
afirm ación o un desafío a uno o m ás pat rones de conducta del cliente o fam ilia. Tal y como 
quedó ilust rado con el ejemplo anter ior, preguntar acerca de un problem a es inducir su 
apar ición y afirm ar su exist encia. Adem ás, escuchar y aceptar la descr ipción de un problem a 
es conceder poder respecto a su definición (Méndez, C; Coddou, F. y Maturana, H.) . Dent ro de 
esta perspect iva no se asume, a priori, que los enunciados ni las conductas no tengan 
consecuencias. Ni se considera t r ivial la ausencia de ciertas acciones. Al no responder a 
 
2 Sería fácil decir que la pareja no había superado aún «realm ente» sus dificultades. Decir est o podr ía 
absolverm e de t oda r esponsabil idad por el det er ioro, pero no m e ayudar ía a conver t irm e en un clín ico 
m ás eficaz. Elegí concept ualizar m i decisión de hacer esa pregunt a com o un error , a f in de rest r ingir 
conductas sim ilares en m i t rabajo futuro. 
3 Los clientes est án t am bién, por supuest o, interv iniendo cont inuam ent e en las act ividades del terapeuta. 
En estos art ículos se alude a esta im portante característ ica del sistem a terapéut ico pero no se elabora. Para 
algunas reflexiones agudas sobre este punto, véase Deissler ( K. Deissler , 1986) . 
 3
determ inados eventos puede que el t erapeut a est é, a sabiendas o sin saber lo, decepcionado 
o respondiendo a cier t as expectat ivas de uno o m ás m iem bros de la fam ilia. Por ej em plo, el 
no poner en duda explícit am ente una afirmación o una determ inada interpretación de una 
situación, es frecuentemente experimentado por los m iembros de la fam ilia como acuerdo, apoyo 
y/ o refuerzo im plícitos. Por lo t anto, la ent revista com o intervención se refiere a una 
or ient ación en la que t odo lo que un ent revist ador hace y dice, y t odo lo que no hace y no 
dice, es considerado una intervención que podría ser terapéut ica, no terapéut ica o 
antiterapéut ica. Aunque esta perspect iva diluye el signif icado convencional del térm ino 
«int ervención», abre la posibilidad de tom ar en consideración un enorm e abanico de acciones 
terapéut icas. 
La ent revista como intervención tam bién tom a en ser io el punto de vista de que el efect o 
que de hecho t enga cualquier int ervención con un client e está siem pre determ inado por el 
client e, no por el t erapeuta. Las intenciones y acciones consiguientes del terapeuta solamente 
desencadenan una respuesta; nunca la determ inan. Aunque muchas intervenciones terapéut icas 
deliberadas t ienen los efectos deseados, estos efectos nunca pueden garant izarse. Los oyentes 
escuchan y experimentan sólo aquello que son capaces de oír y exper im entar (en vir tud de su 
histor ia, estado em ocional, presuposiciones, preferencias, etc.) . Así, puede que una pregunta 
cuidadosam ente preparada que un terapeuta ent iende como «una intervención terapéut ica», no 
tenga ningún im pacto terapéut ico en absoluto. A la inversa, algo que el terapeuta no pretende 
que sea una intervención terapéut ica podría llegar a tener un efecto terapéut ico im portante. Por 
ejem plo, una vulgar pregunta exploratoria podría picar la cur iosidad del client e en un área 
crucial y precipit ar un cam bio im por t ant e en los pat rones de pensam ient o. De hecho, no es 
in f recuent e que los clientes inform en de que fueron influidos significat ivam ente por una 
pregunta det erm inada que al t erapeut a le parecía relat ivam ente sin im portancia. 
Adoptar la perspect iva de la ent revista com o intervención lleva a los t erapeutas a cent rarse 
m ás en sus propias conductas dent ro de las v icisitudes del sistem a terapéut ico, y no solam ente 
sobre el sistem a del cliente. Al considerar t oda acción com o una int ervención, los t erapeut as 
se ven obligados a pr est ar at ención a los efect os con t inuos de sus com por t am ient os, a f in 
de dist ingu ir las acciones que, de hecho, fueron t erapéut icas de las que no lo fueron. 
Adem ás, cuando ent re los m iem bros de la fam ilia ocurre algo indeseable durante la ent rev ist a, 
los t erapeutas son m ás propensos a exam inar su propia conducta com o un posible 
desencadenante. Con este m ayor escrut inio de la interacción ent re t erapeut a y cliente, la 
discrepancia ent re int ención terapéut ica y efecto sobre el cliente se hace aún m ás evidente. En 
consecuencia, los t erapeutas t ienden m ás a ref lex ionar cuidadosam ent e sobre todas sus 
acciones antes de actuar, y no sólo sobre aquellas que previam ente hayan decidido definir como 
«intervenciones». Sin em bargo, es imposible m onitor izar todas las respuestas y reflexionar 
conscientem ente sobre los detalles de cada acción ant es de actuar . La com plej idad de esta 
perspect iva podr ía volverse rápidam ent e t otalm ente inm anejable, a no ser que el t erapeuta 
desar rolle y ponga en práct ica algunas pr ior idades que la organicen. Una form a de abordar 
 4
esta com plej idad es est ablecer direct r ices que, cuando se dominan, pueden adoptarse como 
posturas terapéut icas no conscientes que facilit en las acciones deseadas y lim it en las no 
deseadas. 
LA N ECESI D AD D E UN A CUARTA D I RECTRI Z 
En su ar t ículo or iginal (Selv in i-Palazzoli, M.; Boscolo, L. ; Cecchin, G. y Prata, G., 1980) , 
acerca de cóm o llevar una ent rev ist a sist ém ica, el grupo de Milán describió t res pr incipios para 
guiar al terapeuta. Estos pr incipios o direct r ices son bien conocidos hoy en día, y «ent revist a 
circular» es el t érm ino que se usa con frecuencia para refer irse al est i lo de invest igación 
asociado con su aplicación. Var ios autores han em pezado a descr ibir y elaborar diversos 
aspect os de est e m ét odo de hacer pregunt as ( Deissler , K. , 1986; Fleur idas, C; Nelson, T. S. 
y Rosenthal, D. M., 1986; Hoffm ann, L., 1981; Lipchik , E. y de Shazer , S. , 1986; Penn, P. , 
1982; Penn, P. , 1985; Tom m , K. , 1984 ; Tom m , K. , 1985 ; Viaro, M. y Leonar d i, P. , 1983) . 
Al f inal de su ar t ícu lo or ig inal , el g r upo de Milán p lan t eaba una pr egun t a int r igante: 
«¿Puede la terapia fam iliar producir cam bio a t ravés solam ent e del efecto neguent rópico de 
nuest ra form a act ual de conducir la ent revista, sin necesidad de hacer una intervención final?» 
(p. 12) 4. Me gustaría proponer una respuesta afirmat iva: «Sí, la ent revista circular por si sola 
puede desencadenar, y desencadena, cambio terapéut ico». La base para esta respuesta afirm at iva 
se clar if ica si se dist ingue una cuarta direct r iz, a saber, el diseño de estrategias, y se reconoce 
que el 'hacer preguntas circulares es un t ipo de ent revista com o intervención. 
Cualquiera que haya observado a los m iem bros del grupo de Milán haciendo t erapia sabrá 
que planif ican con sum o cuidado t odos y cada uno de sus m ovim ientos. El proceso de generar 
planes de acción, evaluar los y decidir qué cam ino seguir no queda lim itado a la discusión durante 
la inter-sesión en la que preparan la intervención final. Se produce a lo largo de toda la sesión. 
De hecho, según se va desarrollando la ent revista, los ent revistadores están t om ando 
decisiones en t odo m om ent o. En efecto, consciente o no conscientemente, se están planteando 
interrogantes y los están contestando. Algunos de estos interrogantes podrían ser: «¿Qué 
hipótesis debería explorar ahora?»; «¿Está la fam ilia en disposición de hablar abier tam ente de 
ese tem a?»; «¿Qué signif icaría no explorar ese área justo ahora»?; «¿Qué preguntas debería 
hacer?»; «¿Qué efecto deseo producir?»; «¿Cóm o debería form ular la pregunta?»; «¿A quién 
debería dir igir la?»; «¿Debería cont inuar con est e t em a o explorar ot ro?» ; «¿Deber ía recoger 
ahora la t r ist eza del niño, o ignorar la?»; «¿Debería ofrecer le un pañuelo o debería hacer una 
pregunta que podr ía hacer responder a oíros m iem bros de la fam ilia?», etc. Las respuestas a 
estas preguntas surgen de la histor ia de socialización com o ser humano en general del 
terapeuta y de su desarrollo específico como terapeuta. El equipo det rás del espejo está tam bién 
 
4 El t ér m ino «neguen t r ópico» t al y com o lo em plea el gr upo de Mi lán supone « or den ar » u 
« or gan izar » . Véase el ar t ícu lo or ig inal ( M. Selv in i - Palazzol i , L. Boscolo, G. Cecch in y G. Pr at a, 
1 980 ) , par a una elucidación de est e concep t o. 
 5
evaluando act ivamente la actuación del terapeuta, y si t ienen sugerencias para producir un 
cam bio significat ivo en el discurr ir de la ent revista interrumpen la sesión y le sacan para 
conferenciar brevem ente. La m ayoría de los observadores aceptaría de buena gana que toda- la 
em presa terapéut ica gira en torno a los juicios acerca de qué deber ía y qué no deber ía hacer 
un t erapeut a al int eract uar con el cliente o fam ilia. 
Este proceso de toma de decisiones queda implícito, pero no se explica adecuadam ente, en las 
t res direct r ices de la ent revista que describió originalm ent e el grupo de Milán. De ahí que 
result e apropiado descr ibir una cuar t a direct r iz para guiar á los t erapeutas a la hora de 
t om ar est as decisiones. El diseño de est rategias podría definirse como la act ividad cognit iva del 
t erapeuta (o del equipo) al evaluar los efectos de acciones pasadas, const ruir nuevos planes 
de acción, ant icipar las posibles consecuencias de diversas alt ernat ivas y decidir cóm o 
proceder en cualquier m om ent o dado, a f in de m axim izar la ut il idad t erapéut ica. 
Como direct r iz de la ent revista, supone elecciones intencionadas de los t erapeut as acerca 
de lo que deber ían hacer o no hacer a f in de gu iar al sistematerapéut ico. Al denom inar esta 
direct r iz, elegí el térm ino «est rategia» para subrayar que los terapeutas adoptan una postura 
con el com prom iso definido de alcanzar algún objet ivo terapéut ico. La form a en gerundio5 se 
eligió para subrayar su naturaleza act iva, es decir , es el proceso act ivo de m ant ener una red de 
operaciones cognit ivas que dan lugar a decisiones de acción6. 
Es posible dist inguir diversos niveles de diseño de est rategias. En estos art ículos, m e 
cent raré especialm ente en dos de ellos: diseño de est rat egias acerca de posturas 
conceptuales generales a adoptar por un t erapeuta, y diseño de est rategias acerca de acciones 
verbales específicas a poner en juego. Las cuat ro direct r ices de la ent revista serán presentadas 
como posturas conceptuales (en la Parte I ) , m ient ras que las preguntas hechas en la sesión 
ejemplif icarán acciones ( véase Par t e I I y Par t e I I I ) . Estos niveles están, por supuesto, 
ent relazados, en el sent ido de que es m ás fácil llevar a cabo ciertas acciones cuando el terapeuta 
ha asum ido una postura y no ot ra. Por ejem plo, es m ás fácil hacer una pregunt a 
verdaderam ent e explorat or ia desde una post ura de neut ralidad, y es m ás fácil hacer una 
pregunta confrontadora desde una post ura de diseño de est rategias. Habiendo opt ado por 
adopt ar una postura determ inada, el terapeuta puede cent rar su atención sobre ot ros detalles, 
y estar seguro de que la propia postura guiará sus acciones. 
 
 
5 Se ha t raducido com o «diseño de est rat egia» el t érm ino st rategizing, «est rategizando». En la t raducción 
se pierde est e gerundio [ N. del T. ] . 
6 La noción de «diseño de est rategias» t iene m ucho en com ún con, pero no es equivalente a la de 
«terapia est ratégica». Esta últ im a im plica la adhesión a una escuela específica de terapia, de la m ism a 
form a que «terapia sistém ica» y «terapia est ructural» im plican una adhesión a escuelas alternat ivas. El 
diseño de est rategias im plica un com prom iso con el cam bio terapéut ico intencionado en general, y com o tal 
direct r iz podría aplicarse a t odas las t erapias. En la Par t e I I I se discu t irá la int encionalidad inherent e al 
diseño de est rategias. 
 6
UN A REFORMULACI ON MEN OR DE H I PÓTESI S, CI RCULARI DAD Y 
N EUTRALI DAD 
Al describir estas t res direct r ices como posturas conceptuales, estoy intentando sacarlas del 
ám bito abst racto de los principios t rascendentes e int roducir las en la concreción de la act ividad 
clínica, y animar a los terapeutas a aceptar una mayor responsabilidad personal por adoptarlas. 
Una postura conceptual podría definirse como una constelación duradera de operaciones cognit ivas 
que m ant ienen un punto de referencia estable, el cual apoya un pat rón determ inado de 
pensam ientos y acciones im plícit am ente e inhibe e im pide ot ros. Al igual que una postura física, 
puede que se adopte sin conocim iento consciente durante el flujo espontáneo de act ividad 
durante una ent revist a. Com o alt ernat iva, podría ser adopt ada deliberadam ent e com o form a 
de preparar cier t as acciones o evit ar ot ras. Puede que la consciencia al asum ir una post ura 
específ ica sea út il cuando un t erapeut a está aprendiendo a desar rollar nuevos pat rones de 
conduct a, pero, una vez que se dom ina, la postura t iende a convert irse en parte del f lujo de 
act ividad no consciente del terapeuta (de forma m uy sim ilar a como ocurre con la postura f ísica 
de un act or , un m úsico, o un at let a) . 
Optar por adoptar una postura de generación de hipótesis supone aplicar deliberadam ente 
los recursos cognit ivos propios para crear explicaciones. Se act ivan aquellas operaciones 
cognit ivas que buscan conexiones ent re observaciones, datos inform ados, exper iencia personal 
y conocim ientos prev ios, a f in de form ular un m ecanism o generador que podría explicar el 
fenóm eno que se desea ent ender . La exposición que hace el grupo de Milán de la generación 
de hipótesis incluye una descripción excelente de los elementos im plicados. Anim o a t odos los 
lectores que aún no estén fam iliar izados con su ar t ícu lo ( Selv in i- Palazzoli, M. ; Boscolo, L. ; 
Cecchin, G. y Prat a, G. , 1980) , a que lo estudien cuidadosam ente. El único punto que quisiera 
subrayar aquí es la diferencia ent re generación de hipótesis circulares y generación de hipótesis 
lineales. Si nuest ra postura conceptual se orienta a crear explicaciones circulares y sistém icas, 
t enderem os a hacer pregunt as circulares. Si nuest ra postura se or ienta a crear explicaciones 
lineales, harem os preguntas lineales. Sin embargo, al m ismo t iempo las preguntas circulares y 
lineales en cuanto intervenciones son suscept ibles de tener efectos bastante diferentes en la 
ent revista. Las preguntas circulares t ienen habitualmente un pot encial t erapéut ico m ucho 
m ayor que las lineales ( véase Par te I I I ) . Por t anto, result a út i l desar rollar cier t a per icia en 
la adopción de una post ura de generación de hipótesis circulares, para opt im izar nuest ro 
im pacto terapéut ico durant e el proceso de la ent rev ist a com o int ervención. 
Describir la circularidad como una postura conceptual requiere algunos com entar ios previos. 
Este pr incipio, tal y com o lo descr ibiera or iginalm ente el grupo de Milán, ha llevado a una 
confusión considerable, con diversas interpretaciones acerca de lo que im plica. Parece que la 
confusión ha surgido al no establecerse una dist inción clara ent re los aspectos circulares del 
sistema observado ( la fam ilia) y la circularidad del sistema observador ( la unidad terapeuta-
fam ilia) . Esta dist inción separa la cibernét ica de pr im er orden ( la cibernét ica de los sistem as 
 7
observados) de la cibernét ica de segundo orden7 ( la cibernét ica de sistem as observadores) y 
delim ita dom inios m uy diferentes (a pesar de que el pr im ero se incorpora com o un componente 
en el segundo) . En esta discusión lim itaré la noción de circular idad com o direct r iz de la 
ent revista al segundo dominio y la aplicaré al feedback recursivo en el sistema terapéut ico 
(observador) . Ot ros aspectos de la definición or iginal se incluyen en ot ras direct r ices. Por 
ej em plo, las descr ipciones cibernét icas de pr im er orden referentes a la reciprocidad en las 
«diferencias» y a pat rones circulares ent re m iem bros de la fam ilia son consideradas par te de 
la generación de hipótesis circulares. Las decisiones respecto a qué t ipo de preguntas hacer, 
com o por ej em plo pregunt as t r iádicas para revelar los pat rones cir culares de la fam ilia, se 
incluyen en la nueva direct r iz del diseño de est rategias. 
Dada esta reformulación, la circular idad se refiere al acoplam iento est ructural dinám ico ent re 
terapeuta y fam ilia, que perm ite al terapeuta establecer dist inciones acerca de ésta. En cuanto 
postura conceptual, supone una sensibilidad aguda por parte de los terapeutas hacía los 
m at ices en sus propias respuestas sensoriales durante su interacción recursiva con los clientes. 
I ncluye el reconocim iento de la discont inuidad ent re int ención y efecto ( t al y com o se 
descr ib ió en la in t roducción) y or ient a a los t erapeut as a at ender a lo que ellos perciben 
com o la conducta de los clientes en el sistem a terapéut ico en evolución. Cuanto m ás perspicaz 
sea la observación, m ás pueden afinarse las respuest as t erapéut icas para aj ust arse a las 
respuest as de la fam ilia y m ayor será el acoplam ient o ent re t erapia y fam ilia. Los 
t erapeut as no son de ningún m odo pasivos en este proceso de observación. De la m ism a 
form a en que el oj o, para ver , necesit a m overse de un lado a ot ro en un m icro- nistagm uscont inuo para dist inguir «diferencias» en los pat rones de luz que inciden sobre la ret ina, así 
los t erapeut as deben sondear cont inuam ent e a los m iem bros de la fam ilia haciendo 
preguntas, parafraseando sus respuestas, y tom ando nota de sus respuestas verbales y no 
verbales a fin de obtener dist inciones acerca de sus exper iencias. De hecho, est a act iv idad 
por par t e de los terapeutas es la pr incipal razón por la que esta direct r iz se denom ina 
«circularidad» y no simplemente «observación». El movim iento cont inuo por parte del terapeuta 
en relación con los movim ientos del cliente o fam ilia es esencial si los t erapeut as han de af inar 
m ás en su acoplam iento est ructural con ellos en el sist em a t erapéut ico. Es la nat uraleza de 
est e acoplam ient o la que proporciona la base para t odas las dem ás operaciones cognit ivas 
en el t r anscurso de la t erapia8. 
Al igual que sucede con la generación de hipótesis, hay var iaciones en la postura de 
circular idad. Hay dos formas diferentes, que se podrían calificar como «circular idad basada en el 
afecto» y «circular idad basada en la obligación». La pr im era se basa en el am or hum ano 
natural, la segunda, en la coerción. Llevan a m odos diferent es de estar acoplado 
est ructuralm ent e en el sist em a t erapéut ico. Adopt ar una postura afect iva es atender 
 
7 Heinz von Foer st er ( Foer st er H. von , 1981 ) ha sido una f igu r a cen t r al en la elaboración de esta 
dist inción. Para una excelente revisión histór ica, véase Keeney (Keen ey , B. P. , 1 98 3 ) . 
8 Para una fundam ent ación teór ica referent e a la naturaleza de la cognición sobre la que se ha elaborado 
esta perspect iva de la circular idad, véase Maturana y Várela ( Maturana, H. R. y Várela, F. J. , 1980) . 
 8
select ivam ent e a aquellas diferencias en las respuest as del o de los client es que ofrecen al 
terapeuta la oportunidad de apoyar verdaderam ente su crecim iento y desarrollo autónom os. 
Por ot ra parte, adoptar una postura de circular idad por «necesidad», tal vez porque el 
t erapeuta se da cuenta de que debe obrar así a fin de ser un «buen» clínico, es atender 
select ivam ente a aquellas respuestas del o de los client es que proporcionan aper t uras para 
que el t erapeuta sea t erapéut icam ente ef icaz. Aunque puede que estas var iaciones en la 
circular idad no sean siem pre m utuam ente excluyentes, la postura que el t erapeut a adopte 
com o pr ior idad inf lu irá signif icat ivam ente en la dirección y el t ono de la ent revist a. Puede que 
el cliente o los clientes exper im ent e(n) por una par t e una com prensión afect uosa y sensible 
y , por ot ra, un escrut in io insensible y penet rant e. 
La neut ralidad com o pr incipio rector de la ent rev ist a es una noción difícil de entender 
puesto que, en r igor, es física y lógicam ente im posible perm anecer absolut am ent e neut ral. En 
el m om ent o en que se actúa, no se est á siendo neut ral respect o a esa acción específ ica; la 
conduct a se af irm a a sí m ism a. Así, la m anifestación conductual m ás clara de la neut ralidad 
podr ía ser «no act uar» . Sin em bargo, en sit uaciones en las que se espera acción, no actuar 
puede ser int erpretado com o una acción def init iva; es ant it ét ico respecto a la necesidad de 
acción que im pone la circular idad. En la práct ica real, el t erapeut a sí act úa ( guiado por las 
ot ras direct r ices) pero se esfuerza por equilibrar los m ov im ient os de form a que el result ado 
net o sea m antener una postura global de neut ralidad. Por tanto, el t iem po es un componente 
im portante de esta postura. El terapeuta part icipa en una «danza» en m archa con el cliente o la 
fam ilia y m ant iene un cuidadoso equilibr io en relación con los diversos deseos de los m iem bros 
de la fam ilia ( de form a m uy sim ilar a los m ovim ient os cont inuos del equilibr ist a sobre la 
cuerda para m antener el equilibr io en relación con la gravedad) . La dif icultad lógica se ref iere 
al n ivel de sign if icados y valores, donde un t erapeut a o adopt a una cier t a posición respect o 
a un t em a o no la adopt a. No adopt ar una posición es adoptar la posición de adoptar ninguna, 
es decir , no comprom et er se, decid ir no decid ir , o ser del iber adam ent e am biguo. Ni la 
sín t esis de «am bos/ y» escapa al dilem a. La síntesis es el com ienzo de una nueva dicotom ía: 
am bos/ y versus o/ o. El problem a de establecer dist inciones es inherente al lenguaje, al que no 
podemos escapar. Respecto a los significados y valores, a lo que se acerca la neut ralidad es a 
la adopción de la posición de perm anecer evasivo. 
Pese a estas dificultades, la neut ralidad es una direct r iz ext rem adamente im portante en la 
terapia sistem át ica. Ser neut ral en una ent revista es adoptar una post ura en la que el 
t erapeut a acept a t odo t al y com o está ocur r iendo en el presente, y ev it a cualquier at aque a, 
o rechazo de, cualquier cosa que el client e o los clientes diga( n) o haga( n) . El t erapeut a se 
m ant iene abier t o a cualquier cosa que suceda, y se desliza a favor de la corr iente de act ividad 
espont ánea, no en cont ra de ella. Al m ism o t iem po, sin em bargo, el t erapeut a ev it a ser 
ar rast rado a adopt ar una posición que est é en cont ra o a favor de cualquier persona o tem a. 
Adem ás, el terapeuta sigue abierto a reconsiderar cualquier interpretación de lo que estuviera 
pasando. Al liberarse de toda atadura a sus propias percepciones e intenciones, la neutralidad del 
 9
terapeuta asegura una m ayor flexibilidad en la conducta global de intervención. Hay m ás 
espacio para que los aspectos int uit ivos y no conscientes de la cognición emerjan y se vuelvan 
act ivos en el proceso terapéut ico. En la neut ralidad, el terapeuta no afirm a saber lo que es 
exacto o verdadero, lo que es út il o inút il, sino que coloca «la objet ividad entre paréntesis»9. Por 
ejemplo, cuando un m ar ido se quej a de que su m uj er no es razonable con un h i j o, el 
t erapeut a escucha y acept a la quej a del m ar ido en cuant o acción suya en el pr esent e, y 
luego escucha y acept a lo que t iene que decir la m u j er . El t erapeut a no se m uest ra de 
acuerdo o en desacuerdo con los puntos de v ist a del m ar ido o de la m uj er , es decir , ev it a 
t ornar par t ido por alguno de los dos. Ni t am poco insist e en que la afirm ación del m ar ido sea, 
de hecho, «una queja». Al desprenderse de cualquier atadura a una percepción de este t ipo, 
aum entan las posibilidades de que sur jan ot ras percepciones intuit ivas. Por ej em plo, la 
af irm ación del m ar ido podr ía const ruir «una súplica» a la m ujer para que le acepte m ás. Pero 
si el t erapeuta se hubiera com prom et ido con la int erpret ación en t érm inos de quej a, no se 
hubiera t en ido en cuent a la posib i l idad de que fuera una súp lica. Puede que durant e el 
t r anscurso de la ent rev ist a el t erapeut a elij a o no indicar una falt a de acuerdo o desacuerdo 
( por ej em plo, con el cont enido o int ención de la af irm ación del m ar ido) en form a de 
pregunt a o com ent ar io, pero est a decisión t iene que ver con el diseño de est rategias. La 
neut ralidad en cuanto tal se lim ita a una postura conceptual en la que el t erapeuta se dedica a 
exper im entar el presente t an de lleno com o le es posible y a aceptar com o necesar io e 
inevitable t odo lo que ocur r e, incluyendo sus prop ias in t er pr et aciones y las de la familia. 
Es posible diferenciar diversas var iaciones en esta postura. La neut ralidad indiferente, la 
form a m ás pura, supone una post ura en la que el t erapeuta at iende a todo y acepta todo con 
el m ism o interés. Sin em bargo, puede que al obrar de esta form ase t ransm ita una relat iva 
falta de interés por los clientes en cuanto seres hum anos únicos. La neut ralidad posit iva es m ás 
diferenciada. Or ient a a un terapeuta a atender a los individuos en cuanto personas y a 
aceptar los como seres humanos, sean como sean. Tiende a sust ent ar las conduct as del 
t erapeuta que confirm an al ot ro y, por tanto, aum enta la compenet ración. En este sent ido, la 
circularidad basada en el afecto y la neut ralidad posit iva const ituyen posturas sinergíst ícas que se 
apoyan mutuam ente. La neut ralidad distante surge cuando un terapeuta adopta una 
m etaposición y se mant iene un tanto alejado. La neutralidad est ratégica implica deslizarse hacia 
el diseño de est rategias, hacia la ut ilización de la neutralidad como una técnica est ratégica de 
cambio más que como una postura de aceptación. Por ejem plo, cuando el terapeut a percibe 
que la fam ilia est á organizada con un solo portavoz, el m antenerse deliberadam ente neut ral 
respecto a las personas igualando la duración de las intervenciones refleja una decisión nacida 
del diseño de est rategias. 
 
9 En su t rabaj o t eór ico sobre la cognición, Mat urana est ablece la im por t ant e dist inción ent re objet iv idad 
y objet iv idad ent re paréntesis. Esta últ im a supone el reconocim iento de que un obj eto, evento, idea, 
creencia, et c. , es una dist inción hecha por un observador . Puede haber t antas dist inciones diferent es 
pero válidas com o observadores haya para hacerlas; y cualquier observador individual puede dist inguir 
tantos objetos o fenóm enos com o perm ita la coherencia en sus operaciones cognit iva. 
 10
En esencia, sin em bargo, la neut ralidad cont rasta m arcadam ente con el diseño de 
est rategias. Mient ras que la neut ralidad se basa en la acept ación de « lo que es», el diseño 
de est rategias se basa en un com prom iso con « lo que debería ser». I nclinarse dem asiado en 
cualquiera de las dos direcciones puede obst ru ir el potencial de un t erapeuta. Si un t erapeuta 
adopta dem asiada neut ralidad, y se lim it a a aceptar las cosas tal y com o son, t erm ina 
dej ando de hacer t erapia. Por lo t ant o, est e r iesgo es aut o- lim it ador . Por ot ra par t e, si un 
t erapeut a recur re dem asiado al diseño de est rategias, se vuelve demasiado intencional, puede 
que se vuelva ciego o violento. En sus escr itos sobre la m ente, Bateson (Bateson, G., 1972 y 
1979) nos previene acerca de la ceguera y falta de sabiduría inherentes a un exceso de 
intención. A no ser que los terapeutas sean capaces de adoptar cier to grado de neut ralidad, no 
serán capaces de ver «la ot ra parte» de un tem a. Adem ás, los terapeutas que están demasiado 
implicados con sus propias ideas y valores acerca de las soluciones «correctas» pueden 
fácilm ente volverse «violentos» e imponerlas a un cliente o a una fam ilia «resistentes». Cuando 
esto ocurre, los m edios est ratégicos derrotan a los fines terapéut icos, y se im pone claram ente 
una mayor neut ralidad. Por fortuna, un comprom iso est ratégico con la neut ralidad como postura 
por derecho propio, es decir, el no ser tan proposit ivo, puede ayudar a reducir la ceguera y la 
violencia potencial de un exceso de intencionalidad. 
Puede que un breve ejem plo clínico ayude a ilust rar las consecuencias de la neut ralidad. 
Al ent revistar a un hombre que había tenido una relación incestuosa con su hijast ra, m e di 
cuenta de que yo estaba cada vez m ás frustrado por su negat iva a reconocer su responsabilidad 
por lo que había hecho. I ntentaba hacer le aceptar la responsabilidad personal com o un pr im er 
paso hacia un comprom iso por cambiar sus pat rones de comportam iento. Me daba cuenta de que 
no est aba siendo lo suficient em ente neut ral pero, al result arm e repulsiva su conduct a, m e v í 
incapaz de cam biar m i post ura. Cuando m i frust ración alcanzaba casi el punt o de la ira, m e 
excusé y salí de la sala de terapia. Una vez en el vest íbulo, pude concent rarm e en intentar 
recuperar una postura neut ral. Fui capaz de volver a una postura em ocional y conceptual de 
neut ralidad desatollando algunas hipótesis circulares acerca de cóm o cier t as act iv idades de 
su m uj er y de su hij ast ra ( así com o tam bién algunos recuerdos de su infancia) part icipaban 
en un pat rón sistém ico que incluía su conducta incestuosa. Cuando volv í y reanudé la 
ent rev ist a, él em pezó a responder a m i cam bio ( de form a y de t ono) volv iéndose cada vez 
m ás abier t o. Sólo en ese m om ent o pude em pezar a darm e cuent a de que él est aba m ucho 
m ás frust rado consigo m ism o de lo que estaba yo con él. De hecho, estaba enfadado consigo 
m ism o hasta el punto de conver t irse en suicida por lo que había hecho. Pasé entonces a 
t rabajar con estos sent im ientos y a ayudarle a m odificar algunas de sus ideas y conductas 
inapropiadas. Así, el dar pr ior idad a la post ura de neut ralidad result ó ser m uy t erapéut ico en 
est e caso. 
¿Es razonable preguntarse si es posible adoptar a la vez post uras de diseño de 
est rat egias y de neut ralidad? A f in de cuentas const it uyen posiciones cont radictor ias en m uchos 
sent idos. Por fortuna, el sistem a nervioso humano es lo suficientemente complejo como para que 
 11
podamos operar simultáneamente a múlt iples niveles conceptuales y dent ro de dominios 
diferent es. Así a un n ivel podem os diseñar est rat egias acerca de la necesidad de m ant ener 
la neut ralidad, a ot ro, adopt ar est a post ura relacional, y a la vez, en ot ro t erreno, est ar 
haciendo pregunt as a part ir de hipótesis circulares y aj ust am os a la sensibil idad del client e 
en la circu lar idad. De hecho, al l levar la t erapia es probable que la m ayor par t e del t iem po 
est em os em pleando no conscientem ent e aspect os de t odas las posturas. 
DI SEÑO DE ESTRATEGI AS ACERCA DE LAS POSTURAS CON CEPTUALES 
Como se ha señalado m ás arr iba, puede que la direct r iz del diseño de est rategias se aplique 
a diversos niveles. De hecho, podr ía dir igir t odo el espect ro de act iv idades percept ivas, 
conceptuales y ejecut ivas del t erapeut a. De est a m anera, el inherent e com prom iso con el 
cam bio t erapéut ico podr ía perm ear t odo el proceso de la ent rev ist a, descendiendo incluso 
hast a el n ivel de las conduct as no verbales y paraverbales, t ales com o m ov im ient os de 
m anos y piernas, or ientación corporal, dirección de la m irada, t ono de voz, cadencia de la 
intervención, et c. Sin em bargo, lo que sería ext rem adam ente im port ant e inclu ir , ser ía el 
diseñar 'est rategias acerca de nuest ro propio diseño de est rategias. Ya se ha aludido m ás 
ar r iba a esto, que requiere generar hipótesis acerca de los desarrollos que' se producen en el 
sist em a t erapéut ico. Necesitam os seguir sabiendo si nuest ras decisiones de actuar 
terapéut icam ente están, de hecho, siendo t erapéut icas o no en cualquier m om ento dado. Por 
ej em plo, yo necesit aba reconocer que m i decisión ant er ior de an im ar , persuadir , em puj ar e 
incluso « forzar» al padre inclinado al incest o a que reconociera explícit am ente su 
responsabilidad estaba lim it ando m i capacidad t er apéut ica, ya que puede que de ot r a 
for m a no hub ier a abandonado ese cur so de acción y hub ier a perd ido el caso del t odo. En 
ot r as ocasiones m e ha r esu lt ado ú t i l in t en t ar ay udar no ay udando ( Tom m , K. ; 
Lannam ann , J. y McNam ee, S. , 1983) . Los t erapeut as son m ás suscept ib les de desar rollar 
esta capacidad de diseñar est rat egias acerca del diseño de est rategias si deciden op t ar por 
una post u r a de d iseño per sonal de est r at eg ias, con lo que m e ref iero a que decidan 
t om ar t odala responsabil idad personal por sus decisiones y acciones. Est a postura podr ía 
cont raponerse con el diseño proyect ivo de est rat egias, en el que se t om an las decisiones 
porque el t erapeut a « fue forzado a» o «no t enía elección» a consecuencia de fact ores 
ex t ernos (por ej em plo, la sit uación «real» o las reglas «correct as» de t ratam ient o) . 
Personalizar las propias decisiones es una m anera de m antener una m ayor f lex ibilidad y 
liber t ad de m ovim ientos en el diseño de est rat egias. Es decir , siem pre resu lt a m ás fáci l 
cam biar las decisiones e in t erpr et aciones propias que cam biar una sit uación 
«det erm inada ex t ernam ent e» . 
Ot r a d im ensión im por t an t e del d iseño de est r at eg ias es el t am año de la un idad de 
act iv idad acerca de la cual el t erapeut a d iseña est rat egias. Obv iam ent e est o se relaciona 
con el n ivel del foco est rat égico ( elección de un m ovim ient o no verbal específ ico, t ipo de 
 12
pregunta a hacer , t écnica t erapéut ica general a em plear , postura conceptual a adoptar , et c.) , 
pero no está determ inada exclusivam ente por el n ivel. Por ej em plo, si el t erapeut a está 
diseñando est rat egias al n ivel de t écnicas o est rat egias t erapéut icas específ icas, podr ía 
form ular una pregunta determ inada para superar un aparent e « im passe», o podr ía diseñar 
est rat egias acerca de t oda una secuencia de pregunt as que podr ían ocupar una par t e 
im por t ant e de la ent rev ist a. Est á m ás al lá del ob j et o de est e ar t ícu lo el d iscu t ir la form a 
en que la post u r a de diseño de est rat egias apoya la im plem ent ación de t écnicas concret as 
de t rat am ient o. Mi pr incipal propósit o aquí es in t roducir la noción de d iseño de 
est rat egias com o una fundam ent ación de la ent rev ist a com o in t ervención. 
Una tarea al adoptar esta perspect iva acerca de la ent revista ser ía diseñar est rategias 
respecto al desarrollo de la habilidad de m antener una constelación de posturas conceptuales 
cuidadosam ente afinadas, de m odo que result e probable que las respuestas espontáneas en 
cualquier m om ento dado sean terapéut icas. Para hacer esto de form a deliberada y consciente, el 
terapeuta tendría que examinar crít icamente cuáles son sus inclinaciones actuales 
(preferentem ente con la ayuda de un supervisor o colega) y decidir la m odificación y/ o el 
refuerzo de áreas específicas. Por ejem plo, si alguien decidiera m ejorar su habilidad en la 
generación de hipótesis circulares, podr ía unirse a un equipo clín ico que pract icase la 
t orm ent a de ideas sist ém icas. Sin em bargo, si alguien quisiera desar rollar una per icia 
sust ancial en est a área (especialm ente t ras una historia de prolongada inm ersión en una cultura 
dispuesta hacia el pensam ient o lineal) , t endr ía que desar rollar un estudio teórico considerable 
y someterse a auto-exploración y quizás a algunas exper iencias personales «cor rect oras» . A 
m edida que se desar rollan la per icia y la segur idad en el m antenim iento de una cier t a 
post ura, se produce un cam bio natural de foco desde las decisiones acerca de la postura a sus 
productos conductuales, es decir, a las preguntas y secuencias específicas y a la act iv idad no-
verbal que se der ivan de ella. 
Una segunda tarea sería organizar una dirección heuríst ica para el f lu jo de la conciencia 
del terapeuta. Por ejem plo, una secuencia lógica para la localización de la atención sería 
exam inar los resultados de la circular idad, luego los de la generación de hipótesis, luego los del 
diseño de est rategias, después los de la neut ralidad, y vuelt a a la circular idad. En ot ras 
palabras, los terapeutas pueden em pezar estableciendo dist inciones acerca de la fam ilia en las 
interacciones recursivas de la circular idad y llevar estas observaciones a la generación de 
hipótesis. Habiendo desarrollado una hipótesis de algún t ipo ( incluyendo posiblem ent e la 
h ipót esis de que lo que aún le falt a a uno es una hipótesis clara sobre la fam ilia) , topan algunas 
decisiones est ratégicas acerca de por dónde seguir ( por ej em plo, elicit ar pr im ero m ás 
inform ación) y cóm o hacer lo ( t al vez explorar cóm o decidieron ir a t erapia) . Est as decisiones 
se convier ten en la base para acciones intencionadas (com o por ejem plo preguntar acerca de la 
iniciat iva para la der ivación) . Habiendo int ervenido, se vuelve (conceptual y conductualmente) a 
una posición de neut ralidad para aceptar lo que ocurra. Se observa a la fam ilia fij ándose en las 
diferencias en sus respuest as ( puede que el padre int er rum pa a la m adre para señalar que 
 13
les envió el pediat ra) y em pieza un nuevo círculo. Las nuevas observaciones se incluyen en el 
proceso cont inuo de generación de hipót esis, y , en base a la hipótesis modificada (por ejemplo, 
el marido está m inim izando la in iciat iva de la fam ilia al pedir ayuda) , el t erapeut a com ienza 
una vez m ás a desarrollar est rategias acerca de qué hacer (¿Deber ía preguntar a la m ujer 
quién tuvo la idea pr im ero, y está m ás interesado por la terapia, o debería respetar el punto de 
v ista del m ar ido y preguntar por la opinión del pediat ra?) . Así, m ient ras t iene lugar la 
ent revist a, puede que el t erapeuta at ienda a los resultados de la circularidad, la generación de 
hipótesis, el diseño de est rategias, la neut ralidad y la circular idad en un circuito recursivo 
paralelo al m étodo cient ífico. La aplicación disciplinada de este pat rón recursivo de pensamiento y 
acción aumentaría probablemente de forma significat iva la efect iv idad t erapéut ica de la 
ent revista com o intervención. 
Ot ra t area ser ía desar rollar una sensibilidad especial hacia las señales en el sist em a 
terapéut ico que sugieran que está indicado un cam bio im por t ant e de post ura. Por ej em plo, 
cuando la at m ósfera en la ent rev ist a se ha vuelto r ígida o es de oposición, es probable que el 
terapeuta se esté inclinando dem asiado hacia el diseño de est rategias. Puede que el o los 
clientes esté(n) sint iendo que el terapeuta es m uy crít ico o que le(s) está exigiendo dem asiado 
cam bio. Est o deber ía ser una indicación para que el t erapeut a cam bie de postura y se 
vuelva m ás neut ral. Por ot ra parte, si la sesión parece más bien insulsa o aburrida, 
probablemente se necesite un diseño más vigoroso de est rategias. Cuando una ent revista 
parece carecer de dirección, está claramente indicada una mayor generación de hipótesis 
( incluyendo hipót esis acerca del sist em a t erapéut ico) . Si el t erapeut a parece tener hipótesis 
claras, pero la sesión no parece m uy fruct ífera, se puede prestar una atención m ás af inada a lo 
que los clientes están haciendo y exper im ent ando realm ente, cent rándose en el feedback de 
la circular idad. Se necesita establecer nuevas «diferencias» o dist inciones de las exper iencias 
de los m iem bros de la fam ilia que puede que intervengan en las hipótesis existentes del 
terapeuta. Adem ás de aprender a recoger estas señales y a responder a ellas, un terapeuta 
debería mantenerse abierto a la reevaluación y al perfeccionamiento interm itente de posturas 
establecidas. Habit ualm ente se produce algún grado de desviación inadvert ida com o resultado 
de las intervenciones cont inuas de los m iem bros de la fam ilia. Por ejem plo, si el terapeuta no 
t iene sensibilidad para capt ar el engaño, la cir cular idad basada en el afect o podr ía der ivar 
hacia la ingenuidad ante clientes con habilidad para explotar la buena intención y la confianza 
de ot ros. Aquí se requiere ser percept ivo a los cam bios en uno m ism o (así com o a los cam bios 
en la fam ilia y en el sistem a terapéut ico) .Finalmente, las est rategias para movilizar, mantenery 
alterar estas posturas se «sumergirán» en los procesos no conscientes, así como las propias 
posturas conceptuales, de forma que la conciencia del terapeuta pueda «flotar» librem ente hacia 
donde m ás se necesita para aum entar al m áxim o la efect iv idad clín ica de la ent rev ist a. 
 14
 
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 15
 
La ent rev ist a com o in t e rvención . 
Pa r t e I I : La s pr e g u n t a s r e f le x iv a s com o form a de posibilit a r 
la aut o- curación 10 
 
KARL TOMM 
 
El hacer preguntas reflexivas es un aspecto de la entrevista como intervención 
orientado a capacitar a los clientes o fam ilias para que generen por sí m ismos nuevos 
pat rones de cognición y conducta. El terapeuta adopta una postura facilitadora y hace 
deliberadamente aquellos t ipos de preguntas que sean suscept ibles de abrir nuevas 
posibilidades de auto-curación. Se postula que el mecanismo que produce en los 
clientes el resultado terapéut ico resultante es la reflexibilidad ent re niveles de 
significado dent ro de sus propios sistemas de creencias. Adoptando este modo de 
invest igar y aprovechando las oportunidades de hacer diversas preguntas reflexivas, 
puede que un terapeuta sea capaz de aument ar la efect iv idad de sus ent revist as. 
I NTRODUCCI ÓN 
El pr incipal est ím ulo para el t rabaj o que aquí se resum e prov ino de una interesante 
exper iencia en Rot terdam , Holanda, en 1981. Se dio la circunstancia de que yo estaba t ras un 
espejo undireccional observando una sesión de terapia fam iliar que llevaba un terapeuta en 
formación. La fam ilia constaba de los padres, de m ediana edad, y de ocho hijos (desde la 
preadolescencia hasta la adolescencia) . Habían sido der ivados debido a que el padre había sido 
excesivamente violento a la hora de disciplinar a los chicos m ayores. Una ser ie de pregunt as 
cir cu lares reveló rápidam ent e que había una div isión en las funciones parentales, adoptando 
la m adre el papel cálido y protector y el padre el f irm e papel disciplinar io. De hecho, los 
hij os/ as descr ibían a su padre com o todo un t irano. Se le consideraba una persona poco 
cariñosa que siem pre estaba enfadada y no era razonable en sus exigencias parentales. La 
conducta no-verbal de los hijos indicaba una fuerte coalición con su m adre com prensiva y que 
les apoyaba. A m edida que t ranscurr ía la sesión, el padre se iba volv iendo cada vez m ás 
t enso y aislado. 
 
10 Repr oducido con el per m iso de Fam i ly Pr ocess, ' I n t er ven t ive in t er v iew ing: Par t I I Ref lex iv e 
qu est ion in g as a m ean s t o en ab le sel f - heal in g ' , po r Kar l Tom m , M. D. , Vol . 26 , n . 2 ( j u l io 1987) 
pp . 167 - 83 . ( Tr aducido por Mar k Bey ebach) . 
M. Beyebach y J. L. Rodríguez-Arias (Comps.) (1988) Terapia Fam iliar. Lecturas I . Publicaciones Universidad 
Pont ificia de Salamanca, pp. 53-76 
 16
Puesto que m e estaba preocupando un tanto por la t ensión que se había creado en la 
sesión, inter rum pí la ent revista y sugerí que el t erapeut a en form ación preguntara a cada hijo: 
«Si le ocurr iera algo a tu m adre, de form a que se pusiera gravem ente enferm a y tuviera que 
ser hospit alizada por un t iem po largo, o incluso m ur iera, ¿qué pasar ía con la relación ent re t u 
padre y el resto de los hij os?». Cuando el terapeuta en form ación reanudó la ent rev ist a e hizo 
esta pregunt a, el pr im er hij o exclam ó: «¡Oh, se volver ía aún peor ! ¡Se volver ía m ás 
v iolent o! » ; el sigu ient e respondió: «Pero podr ía vernos desde ot ro punto de vista, porque 
tendríam os que hacer que él nos ayudara con nuest ros deberes»; ot ro com entó: «Sí, 
probablem ente nos ayudaría también con la cocina y la limpieza». Cuando todos los hijos habían 
contestado, se estaba hablando acerca del padre en térm inos afectuosos y paternales y, por 
supuesto, éste se relajó y em pezó a part icipar en la discusión. La pregunta había conseguido 
su propósito y el terapeuta en form ación pasó a explorar ot ras áreas del funcionam iento 
fam iliar . 
Más tarde, durante la discusión de la intersesión, el equipo elaboró una hipótesis acerca de 
la dinám ica interpersonal de la fam ilia. Había consenso acerca de que se le echaba m ucho la 
culpa al padre y que estaba relat ivamente aislado en la fam ilia. Esta posición le disponía al 
exceso de ira y de punit iv idad. Su host i l idad, a su vez, t enía el efect o de unir a la m adre y a 
los hijos, lo que, de form a circular, disparaba las acusaciones colect ivas y m antenía su 
aislam iento. Se desarrolló una intervención final que se cent raba en rom per este pat rón. Adoptó 
la form a de una opinión paradój ica que connotaba posit ivam ente la conducta despegada y 
t iránica del padre com o una form a de ayudar a la m adre y a los hij os a unirse m ás y apoyarse 
m utuam ente (de m om ento) , porque sabía lo m ucho que se iban a echar de m enos cuando los 
hijos dejaron el hogar paterno. Al oír esta opinión, los hijos protestaron inm ediatam ent e, 
diciendo que su padre no era poco car iñoso ni t iránico. ¡I nsist ieron en que era muy afectuoso y 
que les resultaba de mucha ayuda! Esta respuesta de la fam ilia const ituyó una sorpresa para el 
equipo, especialm ente después de queel padre hubiera sido descr ito de form a tan negat iva 
durant e la par t e in icial de la sesión. Tras una ref lex ión ult er ior quedó claro, sin embargo, que, 
m ient ras que el equipo había quedado preocupado con la inform ación elicit ada al com ienzo de 
la ent rev ist a, los hij os habían cam biado su visión del padre durante el t ranscurso de la sesión. 
¡En ot ras palabras, la or ient ación de la fam ilia hacia el padre había cam biado m ás que la del 
equipo! Ret rospect ivam ent e, no había, de hecho, necesidad de hacer la int ervención f inal11. 
¿Cóm o se había producido este cam bio en la fam ilia? Parecía que la pregunta dir igida a los 
hij os acerca de los efectos de la hipotét ica ausencia de la madre; había cont ribuido a 
interrumpir el proceso maligno de la culpabil ización y había perm it ido a los h ij os «sacar a la 
luz» una int erpret ación de su padre como un progenitor que se preocupaba por ellos. Esta 
 
11 Fue en par t e gr acias a est e inciden t e que l legué por pr im er a vez a la conclusión , t al y com o se 
indica en la Par t e I ( Tom m , K. , 1987) de est os ar t ícu los sobre la ent rev ista com o int ervención, de que 
se podía cont estar «sí» a la pregunta planteada por el equipo de Milán: «¿Puede la t erapia fam iliar 
producir cam bio a t ravés solam ente del efect o neguent rópico de nuest ra form a act ual de conducir la 
ent rev ist a, sin necesidad de hacer una int ervención f inal?» ( Selv ini- Palazzoli, M.; Boscolo, L. ; Cecchin, 
G. y Prata, G., 1980, p. 12) . 
 17
«realidad» alt erada no sólo perm it ió que la ent revist a prosiguiera m ás fácilm ent e, sino que 
t am bién supuso un potencial curat ivo para los m iem bros de la fam ilia en el sent ido de que les 
era m ás fácil explorar nuevos pat rones de interacción. Por t anto, la propia pregunt a parecía 
haber funcionado com o una int ervención terapéut ica durante el proceso de ent revista. ¿Pero, 
por qué resultó tan terapéut ica esta pregunta part icular? ¿Cómo fue m ediado su im pacto por la 
familia? 
Al plantearm e estas cuest iones em pecé a buscar ot ras preguntas que parecieran tener 
efectos t erapéut icos sim ilares. Para sat isfacción m ía, fue posible ident if icar una gran cant idad 
de ellas. De hecho, parece que la m ayoría de los clínicos em plean de vez en cuando estos t ipos 
de preguntas, aunque de diferente form a y con dist intos grados de conciencia. Tras discut ir con 
diversos colegas la naturaleza de estas preguntas y explorar diversas posibles explicaciones, 
decidí llam ar las «reflex ivas». Result ó m uy út il dar un nom bre a estas preguntas. Las 
preguntas reflex ivas se volvieron m ás «tangibles y reales» para mí. A cont inuación empecé a 
emplearlas más frecuent em ente en m i práct ica clínica. Con el t iem po, advert í que las 
int ervenciones t erapéut icas eran int roducidas en form a de preguntas ref lex ivas en la m ayor 
par te de m is sesiones. Em pezó a perder fuerza la necesidad de la intervención form al al f inal 
de la sesión. A veces parecía bastante ir relevante, ocasionalm ente incluso cont raindicada. Pasó 
a ser m ás im portante lo que se respiraba m om ento a m om ento durante la ent revista. Aunque 
con frecuencia empleo aún una intervención final cuidadosamente preparada, ahora la considero 
como sólo un componente del proceso de t ratam iento y no como el agent e t erapéut ico esencial, 
com o la consideraba ant es. 
UN A FUN DAMENTACI ON TEÓRI CA 
El t érm ino «reflex ivo» fue tom ado del Coordinated Managem ent of Meaning (CMM) , una 
teor ía de la com unicación propuesta por Pearce y Cronen ( Pearce, W. B. y Cronen, V. E. , 
1980) . En la t eor ía CMM, la ref lexividad es considerada una característ ica inherente a las 
relaciones entre significados dent ro de los sistem as de creencias que guían las acciones 
com unicat ivas. Una breve descr ipción de la teor ía de Cronen y Pearce ayudará a explicar a qué 
se refieren ellos con reflexiv idad, y por qué elegí ese térm ino para caracter izar estas 
preguntas. 
La teoría CMM considera la comunicación humana un complejo proceso int eract ivo en el que 
los signif icados son generados, m antenidos y/ o cam biados a t ravés de la int eracción 
recursiva ent re seres hum anos. Es decir , no se tom a la com unicación com o un sim ple 
proceso lineal de t ransm isión de m ensaj es de un em isor act ivo a un receptor pasivo; es m ás 
bien un proceso circular e interact ivo de co-creación por parte de los part icipantes im plicados. 
Pearce y Cronen fueron los pr im eros en diferenciar y descr ibir las reglas que organizan este 
proceso generat ivo. Se descr ibieron dos categorías de reglas: reglas regulat ivas (o de acción) y 
reglas const itut ivas (o de signif icado) . Las reglas regulat ivas determ inan en qué m edida deben 
desem peñarse o ev it arse conductas específ icas en cier t as sit uaciones. Por ej em plo, una 
 18
regla regulat iva en un sistem a part icular de com unicación podría especificar que «cuando es 
desafiada la propia integr idad, es obligator io defenderse». Las reglas const it ut ivas t ienen que 
ver con el proceso de at r ibución de significado a una determ inada conducta, manifestación, 
evento, relación interpersonal, etc. Por ejem plo, una regla const it ut iva podría especificar que 
«en el contexto de un episodio de disputa, un cum plido const ituye sarcasm o u host ilidad m ás 
que am abilidad o respet o». La t eor ía CMM propone que una red de estas reglas regulat ivas y 
const it ut ivas guía la acción de las personas en com unicación en cada m om ent o. 
De part icular relevancia para la noción de preguntas reflexivas es la organización de las 
reglas const it ut ivas. Apoyándose en la aplicación por par t e de Bat eson ( Bat eson, G. , 1972) 
de la t eor ía de los t ipos lógicos de Russell, Cronen y Pearce sugieren que los sistem as de 
com unicación en los que están inm ersos los sistemas humanos implican una jerarquía. Ellos 
establecen una jerarquía idealizada de seis niveles de signif icado en vez de los sólo dos 
(niveles de inform e y de m andato) que han popular izado Watzlawick , Beav in y Jackson 
( Wat zlawick, P. ; Beav in, J. H. y Jackson, D. D. , 1967) y el grupo del Mental Research 
I nst itut e (MRI ) . Estos seis niveles incluyen: cont enido (de un enunciado) , int ervención ( la 
em isión com o un todo) , episodio (es decir , todo el encuent ro social) , relación interpersonal, 
gu ión de v ida ( de un indiv iduo) , y pat rón cult ural. Adem ás, sigu iendo a Bateson post ulan 
una relación circular ent re los niveles en la j erarquía ( no una relación l ineal com o en un 
pr incip io ind icaron Russel l y el pr im er grupo MRI ) . Por ejem plo, no sólo la relación (nivel de 
m andato) ejerce una inf luencia al determ inar el significado del cont enido (nivel de inform e) 
sino que el contenido de lo que se dice inf luencia t am bién el signif icado de la relación 
interpersonal. Las relaciones organizat ivas ent re dos niveles cualesquiera de significado —
contenido e intervención, contenido y episodio, relación y guión de vida, pat rón cultural y 
episodio, etc— son circulares o reflex ivas. El signif icado a cada nivel vuelve reflex ivam ente 
para influenciar al ot ro. Por tanto, la j erarquía de Cronen y Pearce no es sim plem ente una 
organización ver t ical, sino una red auto- referencial. 
Cronen y Pearce pasan a descr ibir la nat uraleza de esta relación ref lex iva ent re reglas 
const it ut ivas. En cualquier m om ento, la inf luencia de un nivel de signif icado sobre ot ro, por 
ej em plo, del it em A en un nivel sobre el it em B de un nivel m ás bajo, puede parecer m ás 
fuerte que, v iceversa, la influencia de B sobre A. En este caso, Pearce y Cronen dir ían que A 
ejercedent ro de la jerarquía una «fuerza contextual» hacia abajo, de form a que A determ ina el 
signif icado de B. Sin em bargo, ellos señalan que m ient ras que la relación ent re estos niveles 
puede parecer lineal y estable, respondiendo B pasivam ente a la dom inancia de A (com o en una 
jerarquía ver t ical) , la relación en realidad sigue siendo circular y act iva. Es decir , B siem pre 
sigue ejerciendo sobre A una «fuerza implicat íva» hacia arr iba. La naturaleza circular de la 
relación se hace m ás evidente cuando las im plicaciones de B para A se hacen m ás visibles. Por 
ejem plo, la fuerza im plicat iva de B puede ser potenciada cuando se establecen conexiones ent re 
aspectos de B y ciertos sign if icados a n iveles m ás alt os que A. Adem ás, si la fuerza 
im plicat iva de B aum enta su im portancia, su influencia superará f inalm ente la fuerza contextual 
 19
de A. Cuando esto sucede, los niveles de la j erarquía se invierten súbit am ent e. Entonces B se 
conv ier te en el cont exto, y lo que previam ente era la «fuerza implicat iva» hacía arr iba de B se 
convierte ahora en la «fuerza cont ext ual» hacia abaj o de B que ent onces redef ine el 
sign if icado de A. Según la naturaleza de B, una inversión de este t ipo puede dar lugar a un 
cam bio dram át ico en el signif icado de A. Esto podr ía producir un cam bio súbit o en las 
conduct as com unicat ivas debido a que ahora se aplica una regla const it ut iva diferent e. 
Considérese, por ejem plo, que dos individuos t ienen una relación interpersonal que 
consideran am istosa. Am bos esperarían tener un episodio am istoso de interacción si se 
encuent ran. Por tanto, sus acciones iniciales tenderían a ser am istosas y cada uno de ellos 
estar ía or ient ado a int erpretar las acciones del ot ro com o am istosas. En ot ras palabras, el 
signif icado at r ibuido a la relación proporcionar ía la fuerza cont extual que determ inase la 
naturaleza y el signif icado de las conductas iniciales en el episodio int eract ivo. Pero 
supongamos que durante el episodio ent ran en una discusión y em piezan a estar en desacuerdo 
acerca de algún tema. Si sigue predominando la fuerza context ual de la cordialidad, 
considerarán la ar t iculación de las incom pat ibilidades de sus respect ivas posiciones com o 
esfuerzos út iles para clar if icar y resolver sus diferencias. Sin embargo, sus puntos de vista 
discrepantes tendrían aún im plicaciones para su relación; puede que su am istad se volviera 
t irante. Sin embargo, si las incompat ibilidades se hicieran más amplias y el desacuerdo 
evolucionara hacia un conflicto airado ( tal vez debido a que se v iera im plicado un aspecto 
ét nico o de guión de v ida) , el signif icado del episodio podr ía pesar m ás que la am igabilidad 
or ig inal de la relación. Si ocurre esto, se produce una inversión en la j erarquía y el episodio 
de conflicto se convierte en el contexto para definir la relación. Con esta recontextualización, la 
fuerza contextual del episodio conflict ivo podría redefinir la relación como una relación de 
compet it ividad o tal vez incluso como de enem istad. Cuando esto sucede, incluso una expresión 
conciliadora o una disculpa son suscept ibles de ser vistas con suspicacias debido al nuevo 
contexto. Los futuros episodios de interacción em pezarían entonces con asunciones dist int as 
acerca de la relación y con conduct as diferent es. 
Tal vez la pregunta dir igida a la fam ilia holandesa haya desencadenado una inversión de 
este t ipo. Al int roducir el escenar io hipotét ico de la ausencia de la m adre ( en form a de una 
pregunta ref lex iva) , la relación ent re los hij os y el padre fue aislada de la m adre y se hicieron 
m ás claras las im plicaciones de que el padre hiciera de padre. Cuando la «fuerza im plicat iva» 
de las cont r ibuciones posit ivas del padre en cuanto progenitor se hizo lo suficientem ente fuerte 
( tal vez en parte porque a los ocho hij os se les hizo la m ism a pregunta y cada uno de ellos 
contaba con las respuestas del ot ro) , se produjo una inversión ent re los n iveles de la 
j erarquía de sign if icados de los h ij os de m odo que su concepción de la relación con su padre 
pasó de una relación sin car iño a una relación car iñosa. Un cam bio de est e t ipo es 
t erapéut ico y pot encialm ent e curat ivo porque coloca al padre y a los hij os en un contexto 
que es m ucho m ás favorable para t rabajar en pos de una solución m utuam ente aceptable. 
El t rabajo m ás reciente en la t eoría CMM ha explorado dos var iaciones en esta relación 
 20
reflexiva ent re niveles de significado. Cronen, Johnson y Lannam ann (Cronen, V. E.; Johnson, 
KÍ M. y Lannam ann, J. W., 1982) sugieren que cuando la influencia contextual e implicat iva 
llegan a ser relat ivam ente iguales, se crea, mediante la act ivación de la reflexividad inherente, un 
«lazo reflexivo». Se describen dos t ipos de lazos: lazos extraños y lazos encantados. Un lazo 
ext raño significa un proceso reflexivo en el que la inversión de n iveles da lugar a un cam bio 
im por t ant e de sign if icado, es decir , se act iva una regla const it ut iva opuest a o 
com plem ent ar ia. Por ot ro lado, un lazo encant ado indica un proceso ref lex ivo en el que la 
inversión hace que los significados sigan siendo básicam ent e los m ism os. 
El cam bio «de am igos a enem igos» descr it o ar r iba, ilust ra los efectos de una inversión 
m ediada por un lazo ext raño. Parecer ía que un t ipo sim ilar de inversión se produjo en la 
fam ilia holandesa, «de no car iñoso a car iñoso». En ot ras palabras, el efecto terapéut ico de la 
pregunta dir igida a los hij os podr ía haber sido m ediada por un lazo ext raño. En los dos 
ejem plos citados, el cam bio de signif icado m ediado por la act iv idad y recontextualización 
reflexivas fue seguido por un cambio dramát ico en la conducta: los «am igos» se volvieron 
host iles, m ient ras que los hijos y el padre renunciaron a su pat rón de escalada de 
culpabilización. En térm inos clínicos, nos podríamos refer ir a estos cambios como cambio de 
segundo orden (Watzlawick, P.; Weak land , J. H. y Fisch , R. , 1974) . 
El cam bio asociado con lazos reflexivos encantados es diferente. Puesto que los significados 
siguen siendo básicamente los m ismos (pese a la recontextualización reflexiva) , sólo se produce 
un cambio de primer orden en la conducta. Por ejem plo, hay poca diferencia en la conducta si 
un episodio amigable sirve para redefinir una relación amistosa como amigable. De forma sim ilar , 
no cam bia m ucho cuando una relación host il es recont ext ualizada por un episodio de 
confrontación. Los cam bios con los lazos encantados no son grandes o dram át icos; t ienden a 
ser pequeños y sut i les. La act ivación de la ref lex iv idad m ediada por lazos encantados sólo da 
lugar a que los pat rones se hagan algo m ás generalizados o m ás profundam ente enraizados. 
No obstante, el proceso de generalización y/ o fij ación es ext remadamente im portante. Un 
terapeuta puede hacer preguntas para facilit ar una ext ensión de pat rones sanos que ya 
existen en la fam ilia, o hacer preguntas para estabilizar desarrollos terapéut icos nuevos que 
aún son débiles. En ot ras palabras, algunas preguntas ref lex ivas pueden realizar su potencial 
curat ivo a t ravés de lazos encantados. Por ejemplo, durante la ent revista con la fam ilia 
holandesa, cabe pensar que el t erapeut a en form ación podr ía haber pasado a fortalecer el 
cam bio desencadenado por la pregunta reflexiva inicial, haciendo una ulter ior ser ie de 
preguntas reflexivas com o las siguientes: (a la m adre) «Cuando están en casa, ¿cuál de los 
hijos sería el que m ás probablem ent e v iera lo m ucho que su m ar ido hace para ayudar les? . . . 
¿Quién ser ía el segundo con m ás probab il idad de adver t ir lo? . . . ¿Quién el t ercero?» ; (a los 
hijos) : «Si vuest ro padre estuviera convencido de que, en el fondo, reconocéis y apreciáis las 
cosas que hace por vosotros, ¿le sería más fácil o más difícil tolerar algunos de vuest ros errores?... 
Cuando pensáis en vuest ro padre com o un padre que se preocupa por vosot ros, ¿estáis m ás, o 
m enos, inclinados a hacer lo que os pide?» ; ( al padre) : «Si decid iera Ud. que com o padre 
 21
quiere convencer a Juan de que realm ente le quiere, ¿cóm o lo haría?.. . Si se disculpara 
después, cuando reconociera que había ido dem asiado lejos en su d iscip lina, ¿piensa que le 
respet ar ía m ás o m enos com o a un padre que se preocupa por él? Si su m ujer decidiera 
intentar ayudar a su hij o a ver m ás sus cont r ibuciones posit ivas a la fam ilia, ¿qué podría 
hacer?». Estas preguntas podrían haber perm it ido una m ayor consolidación de la «nueva 
realidad» al orientar a la familia hacia percepciones y acciones que apoyasen r ef lex iv am ent e la 
nuev a in t er pr et ación de la r elación en t r e el padr e y los hij os. 
Por tanto, desde un punto de vista teórico, puede que los efectos terapéut icos de las 
preguntas ref lex ivas est én m ediados por lazos encantados. Las propias preguntas reflexivas 
quedan como pruebas, est ím ulos o perturbaciones. Solam ente desencadenan la act iv idad 
reflexiva en las conexiones ent re significados dent ro del sistem a de creencias de la fam ilia. Esta 
explicación reconoce la autonom ía de la fam ilia respecto a qué cam bio ocurre realm ent e; es 
decir , los efectos específicos de las preguntas están determ inados por el client e o fam ilia, no 
por el t erapeuta. El cam bio se produce com o resultado de las alteraciones en la organización y 
est ructura del sistem a de significados preexistente de la fam ilia. Desde esta form ulación, el 
m ecanism o básico del cam bio no es el «insight», sino la reflexividad. Las alteraciones 
organizacionales no llegan a la conciencia (aunque puede que los m iem bros de la fam ilia se 
hagan conscientes subsiguientem ente de los efectos o consecuencias de los cambios reflexivos) . 
Llamamos reflexivas a estas preguntas en base a este posible m ecanism o de cam bio12. 
Por tanto, las preguntas reflexivas son, por definición, preguntas hechas con la intención de 
facilitar la auto-curación en un individuo o familia mediante la act ivación de la reflexividad ent re 
significados dentro de sistemas preexistentes de creencias que permiten a los m iembros de la 
familia generar o generalizar por sí m ismos patrones construct ivos de cognición y conducta. Es 
importante advert ir que el designar cier t as preguntas com o reflex ivas se basa en la intención 
del terapeuta al hacerlas, es decir , el facilitar la propia auto-curación de la fam ilia. En la Parte 
I I I se discut irá la im portancia de la int encionalidad a la hora de diferenciar las preguntas 
reflex ivas de ot ro t ipo de preguntas, como las circulares, lineales o est ratégicas. Es suficiente 
aquí señalar que estas preguntas no se definen en base a su cont enido sem ánt ico o su 
est ructura sintáct ica, sino en base a la naturaleza de las intenciones del terapeuta al emplear las. 
El proceso de hacer estas preguntas es denominado interrogatorio circular. Im plica una ut ilización 
del lenguaje cuidadosamente considerada y deliberada, que supone una postura conceptual de 
diseño de est rat egias que es facilit adora m ás que direct iva. 
 
TI POS DE PREGUNTAS REFLEXI VAS 
La var iedad de preguntas que se podr ían em plear reflex ivam ent e es enorm e. Pueden ser 
tan variadas como las hipótesis que puede form ular un terapeuta acerca de los problem as de un 
 
12 Aunque la elección del adj et ivo «ref lex ivo» no se basó en su u t i l ización gram at ical, com o en el caso 
de los verbos reflex ivos ( en los que e! sujeto hace algo a sí m ism o) , la sim ilar idad es com pat ible y 
adecuada. 
 22
cliente o fam ilia indiv idual y las est rategias que él o ella considere út il a la hora de capacit ar a 
los m iem bros de la fam ilia para que encuent ren alt ernat ivas en sus act iv idades de resolución 
de problem as. Al presentar la noción de preguntas reflexivas a ot ros colegas, m e ha resultado 
út il proporcionar ejem plos de preguntas reflexivas que parecen caer en grupos naturales: 
preguntas or ientadas al futuro, preguntas que colocan en la perspect iva de observador, 
preguntas de cam bio inesperado de contexto, preguntas con sugerencia implícita, preguntas de 
comparación normat iva, preguntas que clar ifican dist inciones, preguntas que int roducen 
hipótesis, preguntas que interrumpen el proceso. Aunque las preguntas incluidas en estos 
grupos están unidas por uno o dos conceptos básicos, hay un considerable solapam iento ent re 
ellas. Su secuencia y clasificación no proporciona una receta para la conducción de una 
ent revista. Los ej em plos específ icos se ofrecen sólo para i lust rar el t ipo de pregunt as que se 
podrían emplear para aprovechar las oportunidades momentáneas de intervención t erapéut ica 
respet ando a la vez la aut onom ía de la fam ilia para generar soluciones por sí m ism a. Para ser 
apreciada com pletam ente como ref lex iva, cada pregunt a t endr ía que ser colocada en el 
cont ex t o de un escenario terapéut ico como el de la fam ilia holandesa y analizada en térm inos 
de la ref lex iv idad de la t eor ía CMM. 
Pregunt a s or ien t a da s a l fu t uro 
Este const ituye un grupo ext rem adam ente im portante. Las fam ilias con problemas están a 
veces tan preocupadas por las dificultades actuales o las inj ust icias pasadas que, en efecto, 
v iven com o si «no t uvieran futuro». Es decir, se cent ran tan poco en el t iempo que t ienen por 
delante que quedan empobrecidas respecto a las alternat ivas y elecciones futuras. Haciendo 
deliberadam ent e una larga ser ie de pregunt as acerca del fut uro, el t erapeut a puede incitar a 
los m iem bros de la fam ilia a crear m ás perspect ivas de futuro para ellas. Puede que los 
m iem bros de fam ilias «atadas al presente» o «atadas al pasado» no sean capaces de responder 
a estas preguntas durante la sesión. Pero esto no debería disuadir al t erapeuta de hacer las. Con 
frecuencia los m iem bros de las fam ilias «se llevan las preguntas a casa» y cont inúan t rabajando 
en ellas por su cuenta. Las eventualidades futuras t ienen, por supuesto, im plicaciones 
im portantes para los com prom isos y la conducta presentes. Es a t r avés de est as im plicaciones 
com o las pregunt as de fu t uro ej ercen sus efectos reflexivos13. 
Se pueden descr ibir var ios subt ipos de preguntas or ientadas al fut uro. El más directo y 
sencillo es desarrollar metas de la familia: metas colect ivas, m et as personales, o m et as para 
ot ros. Por ej em plo, se podr ía pregunt ar a una hij a adolescente que está t eniendo un m al 
rendim iento en la escuela: «¿Qué planes t iene respecto a estudiar una car rera?. . . ¿Qué ot ras 
cosas t e has planteado?... ¿Cuánta educación form al crees que necesitar ías?.. . ¿Qué t ipo de 
exper iencia sería út il para conseguir este t ipo de t rabajo?... ¿Cóm o harán para conseguir lo?; 
( a los padres) : ¿Qué logros t ienen en m ent e para su hij a?. . . ¿Qué ser ía razonable para el 
 
13 Ut il izando un m arco t eór ico diferente, Penn ( Penn, P. , 1985) ha descr it o la ut ilización de preguntas de 
futuro com o una t écnica de «feed- forward». 
 23
año próx im o?. . . ¿Hay alguna m eta en la que todos estén de acuerdo y para la que se imaginen 
t rabajando juntos ahora?. . . ¿Cóm o t ienen planeado ayudar la a alcanzar estos objet ivos?». Si 
el terapeuta considera que sería út il para los m iem bros de la fam ilia operacionalizar objet ivos 
vagos, podría

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