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498 FMC 2002;9(7):498-504 Una previa: sobre cultura, salud y enfermedad Aunque aquí no pretendo más que presentar unas reflexiones generales sobre el tema, no puedo empezar este artículo, pu- blicado en una revista del campo médico, sin precisar ni que sea mínimamente el punto de vista desde el que voy a anali- zarlo, es decir, desde el modelo sociocultural de análisis, pro- pio de la antropología. Desde este punto de vista se analiza la realidad social y sus principales problemas en un marco de referencia intercultural, comparativo. El principal bagaje me- todológico desde el que se realizan estos análisis es la etno- grafía; es decir, el tipo de estudio cualitativo, intensivo, en profundidad, de cualquier fenómeno, lo que supone estudiar la realidad en sus términos “naturales”, tal como ocurre (no experimentalmente) y “desde dentro”, aproximándose lo más posible al punto de vista de sus protagonistas. Pero el empe- ño comparativo de la antropología exige que esta realidad et- nográfica, de tipo microsocial, se contemple en el contexto de los distintos ámbitos cada vez más macrosociales en los que está incluida y que, en consecuencia, las realidades loca- les sean contextualizadas dentro del mundo global, para com- prender mejor tanto aquéllas como éste. Esta forma de enten- der la antropología es coherente con los paradigmas teóricos de tipo holístico-relacional, que parecen los más adecuados para captar la complejidad de la vida, y que consideran que un fenómeno no se agota en sí mismo, sino que lo importante es detectar las relaciones sistemáticas que lo configuran in- ternamente o en relación con su contexto de existencia. Para- digmas que, por lo menos desde los albores de la física cuán- tica, han demostrado su mayor capacidad explicativa en los distintos campos científicos en relación con el modelo positi- vista que, a pesar de todo (y quizá no sólo por razones exclu- sivamente científicas), todavía goza de una posición hegemó- nica en muchas Academiasa. Pero la precisión más necesaria es la que se refiere a no dar por obvios, aunque sean sabidos, los conceptos básicos que se manejarán en el artículo. Así, aunque estoy plena- mente de acuerdo en que sociedad y cultura se refieren a dis- tintos ámbitos de una misma realidad y están intrínsecamen- te imbricadas la una con la otra, me parece útil distinguir en- tre sociedad, como sistema relacional de interacción entre colectividades e individuos, y cultura, referido a los conteni- dos y orientaciones de valores, ideas y otros elementos sim- bólicamente significativos de una sociedadb. Pero las verda- deras dificultades empiezan cuando abordamos la definición previa de salud y enfermedad. Si en una primera mirada po- demos estar de acuerdo en que enfermedad se refiere a la presencia de algún proceso patológico, funcional y/u orgáni- co, y salud, no sólo a la ausencia de enfermedad sino tam- bién a un estado general de bienestar, los problemas surgen cuando intentamos profundizar un poco más. En efecto, en las lenguas latinas se acostumbra a distinguir entre dos aspectos de la enfermedad (enfermo/paciente, ma- lalt/pacient, malade/souffrant, etc.), palabras que pueden dar cuenta de las vertientes objetivas y subjetivas de la misma. En inglés, en cambio, pueden afinar un poco más cuando distin- La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología Oriol Romaní Universitat Rovira i Virgili. Tarragona. Grup IGIA. Barcelona. Actualización en inmigración Palabras clave: Antropología. Inmigración. Globaliza- ción. Procesos de salud/enfermedad/atención. aEl lector interesado en estos temas puede ver una visión general de las distintas ciencias en un libro de alta divulgación de García Barreno (2000); la construcción de la problemática de la complejidad en las Ciencias Socia- les (pero en relación con las demás ciencias), en la sugerente compilación de Ibáñez (1990), y un resumen de estas cuestiones (aunque no tan drástico como el de este texto), en el capítulo metodológico (6) de Romaní (1999). bPara consultar algunos de estos conceptos básicos véase Barfield (2000), pero para el tratamiento serio de un concepto tan trivializado actual- mente como el de cultura véase Kuper (2001). guen entre disease, illness y sickness: en el primer caso nos referiríamos al aspecto biológico, objetivo, de la enfermedad; en el segundo, al psicológico y subjetivo, y en el tercero, a su dimensión social. Así la imprecisión y la ambivalencia pare- cen presidir el campo semántico del que hablamos, aunque si contemplamos la cuestión desde un punto de vista empírico, estoy de acuerdo con Comelles en que la cosa se complica to- davía más “... cuando podemos observar que hay enfermos sin enfermedad, pacientes que no están enfermos, enfermos que no son pacientes, o gentes pletóricas de salud que ocultan sín- dromes que van a matarlos. Y aún podemos ver, y el caso de los seropositivos frente al virus del sida lo prueba, cómo el hecho de ser portadores normales les convierte en agentes pe- ligrosos, cuando su salud puede ser la misma que la de los centenares de miles de portadores del virus de la hepatitis”. A pesar de todos los problemas de definición, lo cierto es que la mayoría de pueblos y culturas tienen conceptos para referirse a lo que nosotros denominamos enfermedad, identifican los pro- blemas que nosotros situamos en este ámbito (aunque no sólo los circunscriban, con mucha razón, a sus variables biológicas) y han elaborado sistemas para gestionarlos de algún modo. En cambio, la salud es un concepto propio de las sociedades occi- dentales, ligada a la planificación y la especialización que, según Max Weber, serían características de la modernidad surgidas del pensamiento racional. Utilizar este concepto para el análisis transcultural sería etnocéntrico y, por tanto, poco útil. Quizá lo que nos pueda permitir comprender más cosas en este campo es analizar los procesos de salud-enfermedad-aten- ción de manera global, como procesos en los que se articulan de forma específica elementos biológicos, psicológicos y so- cioculturales, y en los que se dan un conjunto de prácticas y de ideologías asistenciales distintas según sociedades y momentos históricos. Esto, junto con la consideración de la enfermedad como un caso particular de desgracia o infortunio, y la de nuestro sistema biomédico como un sistema médico más entre los diversos existentes, nos permitirá el análisis transcultural coherente que nos exige el tema de la salud y las migracionesc. Inmigrantes y salud: ¿de qué hablamos? Globalización, explotación y crisis del Estado del Bienestar Cuando nos planteamos las relaciones entre inmigración y salud como un problema que se debe analizar, lo hacemos impelidos por situaciones que exigen respuestas inmediatas en los distintos ámbitos de la intervención sanitaria. España ha sido lugar de migraciones internas (incluyendo tanto a nuestros vecinos franceses como a los gitanos, nuestros prin- cipales “exóticos internos”) durante largos siglos, hasta lle- gar al siglo XVIII. A partir de este momento, hasta finales de los años sesenta del siglo XX, España fue fundamentalmente un país de emigración a Latinoamérica y Europa, pero muy cerrado a poblaciones foráneas. De todos modos, hace ya varios años que turistas y viajeros van y vienen entre España y otros países; además contamos entre nosotros con jubila- dos nórdicos y jeques árabes, entre otros. Y aunque en estos últimos años el incremento de los primeros grupos citados es notable, lo cierto es que el problema se ha planteado con to- da su crudeza cuando otro grupo, el de los inmigrantes ex- traeuropeos que acuden a nuestro país en busca de trabajo y una vida mejor, ha empezado a tener una presencia notabled. Esta cuestión sería ya un dato que se podría discutir. No para extenderse, sino para señalar que, estadísticamente, la población inmigrante en España oscila alrededor del 2,5% de la población generale, cifra que se puede considerar pe- queña en relación conpaíses del entorno inmediato, pero que representa un significativo incremento respecto a lo que había sido habitual hasta la última década del siglo que aca- bamos de dejar. En cambio, esta presencia ocupa un lugar en el discurso mediático, político y cultural que parece no guar- dar proporción con los números; es la presencia marcada por la alarma social del peligro que viene de fuera, por el estig- ma de la pobreza, por el miedo a lo desconocido asociado con la inseguridad, etc. Ciertamente, en la calle, en algunos barrios y en algunas consultas hemos notado el incremento de este tipo de pobla- ción inmigrante. Seguramente lo hemos notado de manera selectiva, mucho más en barrios populares y/o centros histó- ricos de las ciudades, más en consultas públicas que en pri- vadas, ya que estamos ante un problema de selección de de- terminadas poblaciones. En efecto, después de la gran crisis energética de mediados de los años setenta se inició una re- ordenación del mundo que ha llevado a lo que conocemos como globalización, que se caracteriza, entre otros aspectos, por el auge intensivo de las nuevas tecnologías y el papel clave de la información, la gran libertad de circulación de los capitales, la independencia de las multinacionales res- pecto a cualquier otro poder, la debilitación del Estado del Bienestar y, por tanto, de los controles politicosociales sobre los procesos económicos, una cierta atenuación de la pobre- za, pero un gran incremento de las desigualdades de todo ti- Romaní O. La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología FMC 2002;9(7):498-504 499 cQuien quiera ampliar esta perspectiva puede ver diversas introduccio- nes a ella hechas desde el mundo anglosajón (Sargent y Johnson, 1996; Go- od, 1993), francés (Augé y Herzlich, 1984; Laplantine, 1986), latinoameri- cano (Menéndez, 1990) o español (Comelles y Martínez, 1993; Perdiguero y Comelles, 2000). dDe hecho, la salud de los inmigrantes no se contempla en el Mapa Sa- nitari del Departament de Sanitat i Seguretat Social de la Generalitat de Catalunya hasta el Plan de 1993-1995, y en este momento es una de las principales preocupaciones de las autoridades sanitarias catalanas. eVéanse, por ejemplo, los datos generales que ofrece el Observatori Permanent de la Immigració de l’Ajuntament de Barcelona (SIS, 2000). po, tanto dentro como entre los distintos países, el surgi- miento de muchos conflictos bélicos locales, y grandes mo- vimientos de población (refugiados y migrantes)f. Es en este contexto de condiciones socioeconómicas, políticas y lega- les generales que los migrantes acaban convertidos en pro- letariado inmigrante. Proletarios y migrantes, no sólo lo uno o lo otro, sino las dos cosas, con todos los problemas sociales y culturales que esto implica. Además, en una sociedad en la que los nuevos tipos de proletarios (jóvenes, mujeres, migrantes, etc.) ya no entran en las condiciones de protección de los Estados del bienestar, y no porque desaparezca el Estado, sino porque se debilitan sus prestaciones (sociales, sanita- rias, etc.), y en cambio aumentan la presencia y los gastos de otras agencias del mismo, como la policía, las cárceles y los medios de comunicación socialg. Este tipo de sociedad es más difícil de gestionar que aquella en la que existe el papel mediador del Estado del Bienestar, ya que las “ma- yorías integradas” gozan de unas condiciones de existencia mucho mejores (por lo menos en apariencia) que las “mi- norías excluidas”; así, en estos últimos 25 años los propios Estados democráticos de estas sociedades “duales” han creado una serie de leyes de excepción para controlar el conflicto social que, quiérase o no, estas situaciones provo- can. Como se trata de estados democráticos, lo han tenido que hacer a través de un discurso legitimador, que justifi- que este tipo de leyes, como mínimo sospechosas desde el punto de vista democrático. Y los temas principales de este discurso han sido, en todo Occidente, el terrorismo, la dro- ga y la inmigración. Así pues, ha habido una forma de construir el “problema social del inmigrante”, caracterizado por un conjunto de pro- cesos que se retroalimentan: una oferta de los peores puestos (aquellos que no aceptan los autóctonos) en el mercado de trabajo; unos controles y barreras legales que, en muchos ca- sos y particularmente en España desde la última reforma de la Ley de Extranjería, aumentan su marginación y no sólo les impelen a trabajar sino también a vivir en unas condicio- nes deplorables (vivienda, higiene, educación, etc.), y un discurso que los presenta como dignos de toda sospecha y los relaciona con la inseguridadh. En definitiva, la inmigración pone de relieve las intrínse- cas relaciones entre exclusión social, las desigualdades y la (falta de) salud. Las situaciones de exclusión social, es decir aquellas en las que sus protagonistas tienen grandes dificul- tades de acceso a los recursos básicos de una sociedad y además no gozan de los derechos reconocidos a los otros miembros de la misma, llevan a situaciones de desigualdad (frente a los recursos, frente a la ley). Desigualdad que se produce en una sociedad en la que existe un marco de ex- pectativas (de acceso a riqueza, protección social, etc.) que hace más sangrante la frustración de no conseguirlas. Así, a las condiciones sociales que se han mencionado, como la explotación laboral sin control real, la vivienda insalubre, las dificultades de mantener una alimentación y una higiene correctas, los problemas para adquirir, acrecentar y/o ade- cuar los niveles de educación o para mantener unas relacio- nes sociales que funcionen como redes de apoyo, como sería el caso de la familia, habrá que añadir las tensiones deriva- das de la frustración de los proyectos no conseguidos, del contraste entre la vida cotidiana de unos y otros (“excluidos- integrados”), de la estigmatización producto de las “identi- dades infamantes” con que se les etiqueta y de sus proble- mas con la ley que, en el caso de los inmigrantes, sobre todo sin papeles, crean una inseguridad vital permanentei. Es bien sabido que este conjunto de dificultades de la vida cotidiana es el caldo de cultivo de las distintas afecciones que encon- traremos después en las consultas. Sabemos que en nuestra sociedad, para poder desarrollar- se, la salud requiere de una cierta responsabilidad de los in- dividuos y de los grupos domésticos. En condiciones de ex- clusión, y más cuando éstas se dan en el contexto de culturas distintas de la propia de origen y existen, por tanto, más difi- cultades de comprensión, no podemos pedir esta actitud de responsabilización, por lo menos en los términos que crea- mos adecuados. Porque el autocuidado y la responsabilidad casi siempre existen, pero puede ocurrir que respondan a una lógica que, en primer lugar, nosotros no entendemos o no somos capaces de captar y, en segundo lugar, que objetiva- mente no sea la más adecuada a la nueva situación del inmi- grante. O sea que, o trabajamos para que existan los mayo- res grados de cohesión social posible (cosa que incluiría las condiciones para una mejor inserción social del tipo de in- migrantes a los que nos estamos refiriendo) o, confundiendo causas y efectos (como, por desgracia, ocurre a menudo) acabaremos culpando a las víctimas de sus enfermedades, dejando intocado el terreno para que éstas continúen repro- duciéndosej. Romaní O. La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología 500 FMC 2002;9(7):498-504 fSe puede ampliar este asunto con los tres volúmenes de Castells (1997), la sintética aproximación de Vidal Villa (1996) o los datos analizados en Aguirre et al (2000). gNo puedo extenderme ahora en este tema, pero aquí no me refiero sólo a los organismos públicos, sino también a la imbricación negocios-Estado que, por ejemplo en España, ya está muy consolidada por lo que se refiere a los medios de comunicación social, pero que parece que avanza también en lo referente a la seguridad.hConstrucción social que, dicho sea de paso, también facilita etiquetar con estereotipos estigmatizadores a todos los demás inmigrantes que, estan- do en una mejor situación socioeconómica, pueden competir por los recur- sos en otros espacios sociales que no son los del peonaje. iSobre los problemas de integración de los inmigrantes véase Martínez Veiga (1997) y Kaplan (1998). jSobre este tema véanse los distintos estudios de Montiel y Porras (1997). Itinerarios migratorios e itinerarios de salud La perspectiva de la antropología de la medicina que, como hemos señalado antes, analiza de manera dinámica los pro- blemas de salud/enfermedad como procesos con diversos ti- pos de articulaciones entre los distintos ámbitos de la reali- dad, se ha empezado a aplicar a los procesos migratorios, lo que permite una cierta capacidad explicativa, al detectar una lógica que permite relacionar dichos procesos con las mani- festaciones de morbimortalidad que presentan estas pobla- cionesk. La emigración no siempre es una decisión que se toma de manera totalmente forzada por las circunstancias. En mu- chos casos, sobre todo por lo que sabemos de los países sub- saharianos, se trata de estrategias familiares destinadas a consolidar y/o a acrecentar el poder local de determinadas familias o, simplemente, de decisiones individuales en las que sus protagonistas quieren ampliar horizontes o mejorar las condiciones de vida. Pero incluso en estos casos, y no di- gamos en aquellos en que los constreñimientos son más fuertes, la emigración supone un desarraigo, un cambio con- tinuo de contextos socioculturales entre los que uno debe moverse y conseguir sus objetivos, que exigen una perma- nente capacidad de adaptación. La incidencia en la salud de aquellos itinerarios migrato- rios, largos, lentos y costosos, parece relativamente fácil de ver si pensamos en todo lo que significa, por ejemplo, salir de una pequeña aldea del sur de Dakar, recorrer (de la mane- ra que sea) los miles de kilómetros que la separan de Ma- rruecos, conseguir allí una patera para atravesar el estrecho, realizar la travesía y, una vez en España, empezar una nueva vida en un lugar completamente nuevo y de forma clandesti- na, con lo que supone de estigmatización y demás condicio- nes a las que se ha hecho referencia anteriormente. Pero no hace falta que acudamos a estas situaciones extremas: la per- sona de Ecuador, por ejemplo, que decide emigrar a España, y lo hace con el billete de avión de turista (sólo ida), necesi- ta acumular capital para la compra de este billete en unas condiciones económicas muy difíciles para el conjunto de la familia, que pueden suponer todavía más privaciones de las habituales durante un tiempo y, al llegar aquí, a pesar de la mayor proximidad cultural que el subsahariano, se encontra- rá también con un mundo nuevo y distinto, al que se tendrá que adaptar. Así, tanto en un caso como en el otro, esta lle- gada no supondrá el final, sino la continuación del itinerario migratorio, pues estas personas deberán adquirir los conoci- mientos que les permitan moverse en el país, acudir a los distintos tipos de recursos (de las redes de parentesco, amis- tad o paisanaje, de las instituciones públicas o privadas, ONG, etc.) y, en definitiva, lograr las capacidades que le permitan vivir con dignidad. Los cambios en los ritmos cotidianos de trabajo, la ali- mentación, las relaciones sociales de todo tipo, incluidas las sexuales, las propias percepciones de las cosas, etc. se suce- derán de manera distinta según las condiciones en que se ha- ya desarrollado todo este itinerario; esto, en definitiva, con- dicionará de manera sustancial la gestión de la propia vida en esta nueva etapa. Hay diferentes elementos que orienta- rán en una u otra dirección los procesos de “integración” de estas poblaciones y, dentro de ellos, sus posibilidades de lle- var una vida más o menos saludable: contar con las redes de parientes, amigos y paisanos, tanto en el punto de marcha como, principalmente, en el de llegada, contar, también, con la posible asistencia de especialistas tradicionales de su cul- tura, como los marabús en algunas poblaciones musulmanas negras; tener un tipo u otro de experiencias previas en el uso de los dispositivos de la medicina científica (“occidental”), que permitan resituar su uso al llegar al lugar de destino, o contar con dispositivos de inserción social, entre los cuales ocupan un lugar fundamental los de la asistencia sociosani- taria. Por último, cabe insistir en la importancia de la parte del itinerario en salud que ocurre ya dentro de nuestras fronte- ras. Un médico del SAPSl, refiriéndose a unas jóvenes que acudían al centro, comentaba: “¿Qué ocurre con estas chicas que, cuando desembarcaron de las pateras, a pesar de todos los problemas del viaje, pues venían de las profundidades de África, se mostraban pletóricas de salud y ahora, en cambio, un año después, están hechas un verdadero desastre? ¿Qué les ha hecho nuestra sociedad, o qué no hemos hecho, para que esto ocurra?”. El caso se referirá, seguramente, a situa- ciones minoritarias, pero suficientemente significativas de lo decisivas que son las condiciones de recepción de los inmi- grantes para su salud y para la de quienes les rodean. Principales problemas de salud de las poblaciones inmigrantes En efecto, a partir de diversos estudios e informesm podemos constatar que en los últimos años han aumentado algunas afecciones importadas que se podrían considerar “exóti- cas”, como la malaria o el tracoma, pero también que hay serios indicios de recidiva de otras, ligadas a condiciones de vida, y que parecían superadas, como la tuberculosis, o que Romaní O. La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología FMC 2002;9(7):498-504 501 kA este respecto véase Esteban (1997), Canals (1999), Kaplan y Carras- co (1999). lServei d’Atenció Psico Social de la Cruz Roja de Barcelona, una “casa- refugio” para usuarios de drogas marginales, que opera en horario nocturno en pleno corazón del Raval (o Barrio Chino) de la ciudad. mRector et al (1994), Vulpiani et al (2000), Farmer (2000), IMS (2001) y Carrasco et al (2002). se creían más contenidas de lo que parecen estar, como el si- da (en Europa, a principios del siglo XXI). Teniendo en cuen- ta este contexto, se enumerarán, por un lado, algunos de los principales problemas de salud y enfermedades que afectan a distintos colectivos inmigrantes, y por otro, otros derivados de su situación, tanto de inmigración como de marginación. 1. Salud materno-infantil (embarazos adolescentes, evolu- ción patrones de natalidad); incremento relativo de su pre- sencia en los casos de tuberculosis y sida; incremento de ca- sos de paludismo; probables situaciones de riesgo de enfer- medades infecciosas (hepatitis virales, enfermedades de transmisión sexual [ETS]), relacionadas con la prostitución y otras prácticas; fragilidad de la salud bucodental o de la salud laboral; algunos consumos de drogas que presentan problemas (tabaquismo e inhalantes en adolescentes [princi- palmente magrebíes], usuarios de drogas inyectables muy deteriorados físicamente, sobre todo de Europa del este, etc.), y problemas de salud mental, que por su especificidad se tratarán posteriormente. 2. Problemas de comunicación y de distancia cultural (desde las distintas concepciones de la salud hasta los len- guajes específicos); también en los procesos diagnósticos (desde la interpretación diferencial de los síntomas, hasta las resistencias a hacerse determinadas pruebas); en el control y seguimiento de los tratamientos (desde el coste de los medi- camentos hasta el incumplimiento de las visitas). Todo ello agravado por distintos aspectos de funcionamiento del siste- ma sanitario, como la descoordinación entre profesionales, las derivaciones y los circuitos poco lógicos desde la óptica de los pacientes y, en general, los que tienen que ver con la burocratización del propio sistema. En ambos casos nos hemos referidoa algunos problemas que se pueden relacionar con aspectos culturales de las pobla- ciones a las que nos estamos refiriendo; mientras que otros los deberemos relacionar con los ámbitos de marginación y exclu- sión social, por los que discurren muchas veces sus itinerarios migratorios, lo que acaba incidiendo negativamente en los pro- cesos de salud-enfermedad-atención de estas poblaciones. El caso de la salud mental Éste es un campo especialmente sensible en el que aparecen las contradicciones que pone de relieve la inmigración, pero que forman parte del propio sistema médico, con indepen- dencia de la presencia más o menos masiva de este fenóme- no, tal como veremos en el próximo apartado. Después de la crisis de la institución manicomial y de la mayor o menor influencia de las corrientes antipsiquiátricas de los años setenta, la década de los noventa ha visto triunfar una vez más el biologismo “más rampante” en la manera de abor- dar e intentar solucionar (paliar) los problemas de salud men- tal. El contexto de la globalización esbozado antes y, dentro de él, el gran desarrollo de las industrias quimicofarmacéuticas, ayudarían a comprender la hegemonía de unos modelos expli- cativos que permiten evitar los condicionantes sociopolíticos de los problemas de salud mental y que como línea prioritaria de actuación señalan la medicalización de la población afecta- da. Los síntomas, que no serían más que las expresiones psico- somáticas del sufrimiento, quedan negados por la aplicación sistemática de la farmacología. Por otro lado, una farmacolo- gía, la de las últimas generaciones, cada vez más sofisticada y potente, y al parecer muy útil como “muleta” para que muchas personas puedan vivir con cierta normalidad su vida cotidiana. Atxoteguin plantea que la migración provoca distintos ti- pos de duelo, en relación con la familia y los amigos, el gru- po étnico, la situación social, la lengua, la cultura, la tierra y la seguridad, y los riesgos físicos. Todo ello se relaciona con una serie de enfermedades respiratorias, digestivas y derma- tológicas, así como con la aparición de conductas psicopáti- cas por parte de los varones y de cuadros depresivos y soma- tizaciones por la de las mujeres, principalmente jóvenes en ambos casos. Sea como fuere, las afecciones que presentan muchos de los inmigrantes son de tipo psicosomático, y apa- recen en consultas realizadas por dolores corporales generali- zados, cefaleas o lumbalgias, síntomas directamente relacio- nables con situaciones de ansiedad, frustración o depresión. González y Comelles plantean, entre otras cosas, el lugar de los síndromes delimitados culturalmente en los conflictos relacionados con la salud mental. Esta consideración puede ser muy útil, ya que si algunas manifestaciones mórbidas pueden atacarse fácilmente con los medicamentos adecua- dos, no así las situaciones y los estados de fondo en los que emergen. El caso del “mal de ojo”, presente todavía en algu- nas zonas de España, o del “susto”, característico de diver- sas regiones de Latinoamérica, ilustrarían esta afirmación. Pero hay que tener en cuenta, para no volver a “exotizar” la realidad y poder intervenir en ella de manera más eficaz, que puede ser muy útil considerar también como síndromes deli- mitados culturalmente algunas enfermedades “de la civiliza- ción”, como la anorexia o la menopausia. Más allá de la inmigración: biomedicina, cultura profesional y culturas de la población Todos estos problemas de salud relacionados con la inmigración han vuelto a actualizar una limitación permanente tanto del sis- Romaní O. La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología 502 FMC 2002;9(7):498-504 nEn Perdiguero y Comelles (1995) (p. 83-100). Sobre este aspecto véa- se también la perspectiva de Tizón (1993), aplicada sobre las migraciones interiores, pero útil para las actuales. tema de salud español, con una medicina pública muy identifi- cada tradicionalmente con los pobres y los trabajadores, como de la biomedicina en general, con el principal modelo que la sustenta que, siguiendo a Menéndez (1990a), identificaremos como el Modelo Médico Hegemónico. Éste consistiría en “...el conjunto de prácticas, saberes y teorías generadas por el desarro- llo de lo que se conoce como medicina científica, que desde fi- nes del siglo XVIII ha logrado dejar como subalternos al conjunto de prácticas, saberes e ideologías que dominaban en los conjun- tos sociales, hasta lograr identificarse como la única forma de atender la enfermedad, legitimada tanto por criterios científicos como por el Estado” (p. 83). Algunos de sus rasgos estructurales serían el biologismo, una concepción evolucionista/positivista, ahistoricidad, asocialidad e individualismo, orientación curativa (no preventiva), eficacia pragmática y práctica terapéutica basa- da en la eliminación del síntoma, enfermedad como desviación, relación médico-paciente asimétrica y concepción de este último como ignorante, inducción al consumo de dispositivos y tecno- logías médicas, principalmente medicamentos, entre otros; po- dríamos señalar como funciones básicas del mismo, además de las más manifiestas de cura y reparación, las de control, normati- vización y legitimación, medicalización de los procesos sociales e ideológicos, exclusión o, por lo menos, subordinación de la consideración de los procesos economicopolíticos y sociocultu- rales en los problemas de salud y posibilidad de reproducción del capital en términos de profesionalización y mercado de tra- bajo, producción de medicamentos y tecnología, etc. El desarrollo de la biomedicina, estructuralmente exclu- yente de otras prácticas y saberes, ha generado además unas culturas profesionales específicas, distintas de las diversas culturas de la población que acude a los dispositivos de atención. El médico actúa a partir de sus criterios técnicos, pero también, quiéralo o no, mediatizado por su cultura pro- fesional y de clase, y el lenguaje que utiliza (en el sentido más amplio del término) tiene serias dificultades para conec- tar con los de muchos de sus pacientes. Asumiendo, además, que el médico es el que sabe, y que el paciente acostumbra a tener creencias erróneas o supersticiones, tendremos el cua- dro en el que se basa la (in)comunicación médico-paciente. Así, la ignorancia de los factores culturales (y, en gran parte, los sociales) en el sistema de salud no es un problema nuevo, sino que se ha visto acrecentado con la presencia en- tre nosotros de una población inmigrante con significativas necesidades en el campo de la asistencia sociosanitaria y con unas expresiones culturales más distantes que las que eran más habituales hasta hace pocos años, empezando por el idioma y siguiendo por ciertas costumbres alimentarias y/o corporales más en general. Tener que solucionar los pro- blemas de comunicación con los inmigrantes quizá tenga el efecto positivo añadido de hacer replantear aquellos aspec- tos básicos de un sistema médico, hoy día hegemónico en nuestra sociedad, que limitan su eficacia, cuestionando asi- mismo su legitimidad frente a otros sistemas alternativos. Reflexiones finales 1. Los problemas de salud de los inmigrantes se han de si- tuar en el contexto de exacerbación de determinados rasgos del sistema capitalista que sufrimos en estos momentos y que, entre otros aspectos, permiten e imponen en muchos ca- sos migraciones que discurren a través de unos itinerarios en condiciones penosas en muchas de sus etapas y, de manera relevante, en aquellas en que debería producirse la inserción de los inmigrantes en las distintas redes y conjuntos sociales de nuestra sociedad. 2. Los sistemas sanitarios de base biomédica, si bien han demostrado ser muy potentes a lo largo del siglo XX para contribuir al abatimiento de una serie de infecciones, adole- cen de rigideces que no les permiten actuar con resultados positivos en aquellos aspectos de la salud que tienen que ver con los modos de vida, que son cada vez más importantes ennuestras sociedades contemporáneas, por lo que en ellas se ha instalado el patrón dominante de las enfermedades cróni- cas. Así, su capacidad para adaptarse a los requerimientos de poblaciones con un alto nivel de diversidad cultural y de problemas sociales es muy limitada. 3. A pesar de todo, desde diversos lugares del propio sis- tema sanitario (a veces un tanto marginales, ciertamente) se han adelantado diversos tipos de iniciativas para responder a las necesidades de la atención a los problemas de salud de los inmigrantes. En Cataluña se podrían poner los ejemplos del Hospital Sant Jaume y Santa Magdalena de Mataró, de la Unitat de Malalties Tropicals Importades del Centro de Dra- sanes (Barcelona) o del SAPPIR (Servei d’Atenció Psicolò- gica i Psicosocial als Immigrants i Refugiats), también en Barcelona. Pero también desde la sociedad civil, sobre todo ONG, están adquiriendo cada vez más importancia las ini- ciativas en el mismo sentido. 4. Se puede hacer de la necesidad virtud, pero lo cierto es que un sistema público de salud debería poder atender de manera universal a todos los ciudadanos del país. Si bien la intervención de la llamada iniciativa social ha demostrado ser eficaz en diversos servicios sociosanitarios, esto no de- bería hacernos olvidar la obligación del Estado de cubrir las necesidades básicas de toda la población. Creo que se puede cuestionar la afirmación de que no hay dinero para ello, cuando vemos que sí lo hay para otras cosas; es básicamente una cuestión de prioridades y de complementación de los ámbitos público/privado. Si de verdad estamos preocupados por la salud de la sociedad y de los inmigrantes deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos, como profesiona- les y como ciudadanos, para intentar reorientar estas priori- dades. 5. Por el momento, una de las necesidades más inmedia- tas que nos plantea la salud de los inmigrantes es la de la preparación necesaria para afrontar y tratar con la diversi- dad sociocultural. No se trataría tanto de tener saberes (que Romaní O. La salud de los inmigrantes y la de la sociedad. Una visión desde la antropología FMC 2002;9(7):498-504 503 deberían ser casi enciclopédicos) sobre las distintas cultu- ras, como de tener las herramientas de tipo metodológico que nos permitieran integrar esta atención a la diversidad dentro del conjunto de elementos de los que disponemos pa- ra el desarrollo de nuestro trabajo cotidiano. 6. De ello se deriva que el “entrenamiento en competen- cias culturales” es una necesidad profesional que debería cubrirse lo antes posible, y que tendría dos aspectos com- plementarios que se deben desarrollar. Por un lado, la inclu- sión normalizada de este entreno dentro de los currículos de los distintos profesionales de la salud. Por otro lado, la in- clusión de profesionales específicamente capacitados en competencias culturales dentro de los equipos de salud, co- mo podría ser el caso de un Área Básica de Salud (pues no basta la buena voluntad y un poco de sensibilidad para ejer- cer el papel de antropólogo, mediador cultural o educador social, del mismo modo que tampoco lo es para ser médico o enfermero, por poner algunos ejemplos). 7. De todos modos, ya hemos visto cómo los problemas de salud de los inmigrantes nos remiten a problemas más ge- nerales de la sociedad. Deberíamos tener claro, pues, que los inmigrantes, como cualquier otro tipo de ciudadano, tienen también el “derecho a la indiferencia”, pues antes que inmi- grantes o minorías étnicas son, más allá de la coyunturalidad de las leyes, ciudadanos, con todos los deberes y derechos inherentes a esta categoría. Bibliografía general Augé M, Herzlich C. Le sens du mal. Anthropologie, histoire, sociologie de la maladie. 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