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Universidad de Costa Rica Facultad de Letras Escuela de Filosofía Los nublados del día: Estudio de una metáfora política Tesis para optar por el grado de licenciatura en filosofía Candidata: Marcela Hernández Guillén Ciudad Universitaria Rodrigo Fado San Pedro de Montes de Oca San José, Costa Rica 2014 Hoja de aprobación Los(as) abajo firmantes, como miembros del Tribunal Examinador de este Trabajo Final de Graduación, declaran que éste ha cumplido satisfactoriamente con todos los requisitos para que su sustentante, Marcela Hernández Guillén, obtenga el grado de licenciada en filosofía. Dr. Sergio Rojas Peralta Director de Tesis ~- Dr. Víctor Hugo Acuña Ortega Lector Dr. Alexander Jiménez Matarrita Lector l,. MSc. Roberto Fragomeno Castro Director, Escuela de Filosofía Dra. Ruth Cubillo Paniagua Representante del Decanato Marcela Hernández Guillén Sustentante San Pedro de Montes de Oca, abril de 2014-04-30 iii Reconocimientos Esta investigación se realizó en compañía de muchas personas. En primer lugar debo agradecer a mi equipo asesor, Sergio Rojas, Víctor Hugo Acuña, y Alexander Jiménez. No solo fueron ellos constantes y rigurosos en su apoyo académico, sino también comprensivos, pacientes y solidarios en términos afectivos. Desde el inicio del proyecto recibí sugerencias y consejos importantes de amigos, allegados, y personas que no conocía y que compartieron amablemente su tiempo y sus conocimientos. Entre ellos debo mencionar a Catherine Lacaze, Pablo Hernández, Elizabeth Muñoz, Rolando Tellini, David Díaz, Helio Gallardo, Jethro Masís, José M. Arias, George García, Adrián Vergara, Luis A. Mora, Antonio Jara. De muchas maneras estuvieron presentes también en el proyecto William Vega, Pamela H ernández, Luis C. Protti, Marco E. Arce, Agustín Gutiérrez, Rocío Zamora, Esteban Chinchilla, Cristina Morales, Mónica Bravo, Gabriela Arguedas, Marianela Madrigal, Sergio Pacheco, Juan D. Espinoza, Ana C. Cubero, Mariángel Vicente, Jasmín Selva, Paola Ravasio, José P. Segreda, Natalia Zeledón, Víctor Alba, Silvia Pereira, Angela Schmidt, Francisco Víctor, Felipe Alpízar, Carla Jiménez, Mauricio Herrera, Claudia López, Karla V. Herencia, Hannia Fernández. Agradezco muy especialmente la gentileza y disposición de los artistas Emilia Villegas, Joaquín Rodríguez del Paso y Javier Calvo, quienes me facilitaron las imágenes de sus obras, además de informaciones y detalles importantes en torno a ellas. Y por último, el más sentido agradecimiento va para mi familia, sin cuya generosidad y apoyo sin límites este proyecto no habría sido posible. V Introducción "He preguntado a los pueblos de Centroamérica qué hora es y me responden: es medianoche; esperemos que amanezca". Máximo Jerez En efecto: el señor Alcalde 19, don Santiago Bonilla, dijo: 'De ninguna manera puedo ni debo comprometerme ni en pro ni en contra de lo determinado en la capital de Guatemala, mediante a que las vicisitudes del día no dan lugar a fijar un voto fijo. Y si en el acta anterior fui de otro sentir, lo hice precipitadamente, por no haberse dado tiempo para meditar con la prudencia y reflexión debida.' [ ... ] Bajo el arco, pues, de tales vacilaciones hizo su entrada a Costa Rica la santa independencia. Con raras excepciones, ese temperamento de vacilación y de irresolución se ha mantenido en la mayor parte de los gobernantes de nuestro país, y parece ser el espíritu que preside a la marcha lenta de Costa Rica por la senda del progreso. Nada de extraño tiene, pues, que sus clases dirigentes se hayan mostrado conservadoras y sufridas, aun en presencia de situaciones graves, que exigen resoluciones briosas y radicales. Y si las clases dirigentes han sido así, las masas populares han tenido que marcar inevitablemente ese compás de compasillo de sus directores sociales y políticos. (Zelaya, 1917, p. 29) El profesor universitario Ramón Zelaya se refería de esta forma, en septiembre de 1917, a una actitud que mostraban reiteradamente las elites políticas en Costa Rica desde el tiempo de la separación de la monarquía española. El temperamento vacilante, irresoluto y conservador de las autoridades políticas costarricenses está condensado en la metáfora que enunciaron en repetidas ocasiones dichas autoridades en momentos de incertidumbre, cuando se tomaban o se postergaban decisiones 'hasta tanto que se aclararan los nublados del día'. El propósito de esta investigación es elaborar una lectura filosófica de dicha expresión en el contexto de los discursos nacionales costarricenses. Dicha lectura parte de tres dimensiones: su carácter metafórico, su contexto de procedencia, y su prevalencia en la actualidad como parte de una doxa nacional. Esta temática fue elegida por la inquietud que nos genera la implantación y la reiteración de ciertos enunciados que circulan, no gratuitamente, en contextos específicos a través del tiempo. Nuestras preguntas comenzaron a abrirse con la lectura de varios textos de Friedrich Nietzsche, que ejemplarmente en Genealogía de la Moral elabora una interpretación respecto de este proceso (re)iterativo, el cual implica algún grado de legitimidad y distintas valoraciones entre quienes coexisten en determinada comunidad de hablantes. En la eterna lucha de fuerzas que se enfrentan para que estas narraciones pervivan, es necesaria "una pequeña habilidad en cambiar los nombres y rebautizar las cosas, [ ... ] en prescribir pequeñas alegrías que sean fácilmente accesibles y puedan convertirse en regla" (GM III, §18). Según una lectura de este aspecto de la filosofía nietzscheana, Michel Foucault afirma que el método genealógico permite "reconocer bajo el aspecto único de un carácter o de un concepto, la proliferación de los acontecimientos a través de los cuales (gracias a los cuales, contra los cuales) se han formado" (2004, p. 26). Un concepto, entonces, así como también una metáfora política, pueden ser rastreados en las múltiples, discontinuas, y a veces caprichosas huellas que han dejado en ese cuerpo del devenir que es la historia. viii Uno de los aspectos que más nos interesó de esta perspectiva es su desdén hacia los hechos crudos o los orígenes esenciales de las cosas que habrían de ser develadas en una supuesta pureza absoluta (ya sin las 'máscaras' de sus 'accidentes'). Importan, más bien, todos esos accidentes, todos los azares, los giros, las ausencias, los errores, los malos y también los buenos cálculos "que han dado nacimiento a lo que existe y es válido para nosotros" (Foucault, 2004, p. 27). Para encontrar la pervivencia de un discurso es necesario, pues, emprender una labor a la vez histórica y filosófica, que socave y revele la fragmentación intrínseca de lo que se creía unitario, homogéneo, conforme a sí mismo: es decir, idéntico. Las formas que adopta la ficción de la identidad (el id, el "eso es igual a eso"), están, en última instancia, vacías, y es tarea del pensamiento crítico el desentrañar esa vacuidad. En el caso específico de la identidad nacional encontramos un material excepcionalmente rico para hacer una lectura filosófica que revelara los juegos de fuerzas, los intereses, efectos y resistencias que están en juego en la difusión de los discursos que confirman y reproducen, o ponen en tensión, dicha identidad. Así, los discursos de identidad nacional en Centroamérica han tenido ciertas características generales, y también marcadas diferencias al interior de los distintos países que la conforman. En Costa Rica, en particular, las características consideradas excepcionales de la nación no solamente se corresponden con imaginarios o discursos ideológicos más o menos prejuiciados, más o menos fundamentados material o efectivamente, sino que también configuran prácticas que se pueden considerar deseables, esperables o contradictorias respecto de eseimaginario, y que promueven o no sociedades habitables en términos de convivencia, de agencia, y de relaciones con la ix política. Rastrear estas imágenes y narraciones de manera crítica y rigurosa es una tarea a la cual la filosofía en Costa Rica se ha abocado escasamente, y es por esto que resulta importante continuar con las investigaciones que al respecto se han realizado en esta área, en comunidad con otras como la historia, la sociología y el análisis político, en el ámbito académico de nuestro país. Por estos motivos elegimos estudiar el lugar que ocupa en los discursos de la identidad nacional una metáfora que fue enunciada por la Diputación Provincial de León, Nicaragua, al conocerse la noticia de la separación de Guatemala respecto de España. La reacción que tuvo dicha entidad fue la de declarar, en el Acta del 28 de setiembre de 1821, "la independencia del gobierno español hasta tanto que se aclaren los nublados del día y pueda obrar esta provincia con arreglo a lo que exigen sus empeños religiosos y sus verdaderos intereses" (citada en Montero Barrantes, 2006, p. 163, énfasis nuestro). El significado de esta metáfora en este contexto tenía que ver con la decisión, por parte de las autoridades de la Diputación Provincial de León, de no entrar en conflicto con España como lo habían hecho otras provincias, sino de esperar a que esos conflictos (que en la metáfora están designados por 'los nublados') fueran resueltos o despejados. La resolución estaba fuera del control de las autoridades locales, pues en otras latitudes con mayor poder comercial, económico y político, se cocinaban planes que podían amenazar con traer innecesariamente a este lado la discordia. La expresión revelaba, pues, la percepción, por parte de las élites políticas de las provincias de Nicaragua y Costa Rica, de que era más cómodo quedarse bajo el mandato español que formar gobiernos autónomos. Es decir que manifestaba, a fin de cuentas, una sensación de inviabilidad de las provincias para devenir Repúblicas, y por lo tanto una actitud de X pasividad y espera ante lo que ocurriera en el exterior. La metáfora de los nublados del día fue recuperada por las élites políticas en Costa Rica en actas y en discursos, inmediatamente después de aquella primera enunciación. Pronto tomó vigor en las primeras obras de historia costarricense durante el siglo XIX, y continuó mencionándose en las que, con un carácter más profesional, aparecieron durante la mayor parte del siglo XX. La expresión no solamente describía, en estos trabajos, aquel momento específico de la 'historia patria' en que la mejor decisión era la de aplazar toda acción que pudiera ser arriesgada, sino que hablaba de una actitud o de una lógica política que caracterizaba a Costa Rica como nación, y que tenía que ver con otras imágenes que constituían su excepcionalidad en relación con el resto de países centroamericanos. En el último cuarto del siglo, sin embargo, estos discursos fueron puestos en cuestión por una generación de historiadores( as) cuyo compromiso radicaba no en defender posturas institucionales o partidarias, sino en comprender críticamente el pasado, así como las formas en que éste había sido mirado antes, haciendo uso de instrumentos historiográficos que hasta el momento no se conocían en el país. Esta tarea continúa, no solo en el ámbito de la historia sino también en otras disciplinas que hacen acopio de ella y la atraviesan, como las ciencias sociales, los estudios culturales, la filosofía, la lingüística, y las zonas comunes e intersticiales que ellas forman. Explicar la incidencia y recepción de todas estas elaboraciones en las visiones de mundo de la población costarricense es una tarea harto compleja, y cae fuera de las pretensiones de esta investigación. No obstante, confirmamos la hipótesis de que las nociones de la identidad nacional que se condensan en la metáfora de los nublados del día, siguen hoy, a casi dos siglos de la enunciación que la hiciera célebre, teniendo xi prevalencia en la doxa nacional costarricense. De esta manera, el problema sobre el que gira nuestra investigación consiste en conocer cómo se han forjado la prevalencia, los sentidos y las valoraciones de la metáfora de los nublados del día en los discursos de la identidad nacional, desde su enunciación oficial en 1821, y hasta la actualidad. Las fuentes en las que indagamos estas cuestiones fueron actas y oficios de la época posterior a la independencia, así como los principales libros de historia en los que se narra dicho momento, escritos a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Hallamos, asimismo, la prevalencia de la metáfora, en artículos de opinión de ciudadanos(as) costarricenses no dedicados al oficio de la historia, así como en discursos que acompañan a tres obras plásticas contemporáneas costarricenses, proporcionados por sus autores. Las fuentes mediante las cuales analizamos la expresión que nos atañe corresponden con sus tres dimensiones. Para comprender su naturaleza metafórica dentro del discurso político, utilizamos los estudios de filósofos, sociólogos y lingüistas que han abordado este tema, entre ellos Friedrich Nietzsche, Paul Ricoeur, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, George Lakoff y José María González. La procedencia histórica de nuestra metáfora será analizada a partir de estudios historiográficos recientes, que entienden las naciones, y en particular las centroamericanas, como invenciones o construcciones por parte de élites políticas, y como vinculadas hasta cierto punto con el curso efectivo de la historia. Entre estos investigadores conviene mencionar a Víctor Hugo Acuña, Arturo Taracena, Steven Palmer, David Díaz Arias e Iván Molina. En el área de la filosofía fue también necesario recuperar el trabajo de Alexander Jiménez, quien se ha dedicado a xii complementar la investigación historiográfica de la nación costarricense específicamente desde el discurso filosófico. Por último, el aspecto doxástico de la metáfora será investigado con criterios de investigadores como Roland Barthes, Pierre Bourdieu, Terry Eagleton y Ruth Amossy. Consideramos que la importancia de este tema radica en las varias perspectivas desde las cuales elaboramos la lectura de la metáfora política de los nublados del día, la cual no ha sido el eje central de ninguna investigación filosófica en Costa Rica hasta el momento. Sin embargo, las investigaciones críticas que abordan el tema de los discursos de identidad nacional, y que han sido fundamentales para configurar el panorama en el cual se inscribe nuestra metáfora, han recorrido ya un importante camino. Mencionaremos brevemente algunas con el fin de señalar el estado de la cuestión de nuestro tema específico. José Daniel Gil Díaz menciona e interpreta directamente la apelación a esperar a que se aclaren los nublados del día, en tiempos de Independencia, en un artículo académico titulado 'Imágenes de la nada, entre la duda y la ignorancia: los primeros pasos en la construcción del país' (Gil Díaz, 2006). Este autor menciona la metáfora en relación con la duda y la incertidumbre que generó en la provincia la noticia de la separación de España, en octubre de 1821. En su opinión, Costa Rica tomó varios años en 'despejar los nublados', es decir, en establecer con determinación cuál iba a ser la forma de gobierno que se construiría en el territorio: Los nublados del día no fueron días, sino años [ ... ]. Que en el país se demorase tanto en despejar los nublados fue producto de la ausencia de un proyecto político y de una intelligentsia [sic] que tuviera claro que [sic] es lo que había que hacer a ese mismo nivel. (Gil Díaz, 2006, p. 226) xiii El autor afirma a continuación que una de las acciones que las élites debían tomar con mayor premura era la de organizar una nueva forma de administración de la sociedad,"y la verdad hay que reconocer que no lo hicieron con mucha claridad" (Gil Díaz, 2006, p. 227). A pesar de esa ausencia de un proyecto político claro, para Gil el deseo de autonomía en la provincia era evidente desde el principio. Otra de las investigaciones que enmarcan el estado de la cuestión de nuestro tema es El imposible país de los filósofos (2002), de Alexander Jiménez Matarrita. Este ensayo propone una crítica de las narraciones de profesionales en filosofía que reprodujeron y contribuyeron a difundir en Costa Rica el llamado nacionalismo étnico metafísico. Esta categoría condensa el conjunto de nociones metafísicas que pretenden definir una cierta identidad nacional costarricense basándose sobre todo en una supuesta igualdad 'esencial', proveniente de una pretendida continuidad entre la sangre española y la costarricense. Así, "la nación costarricense es imaginada como el producto de una organización racional derivada de la homogeneidad étnica de su población" (Jiménez Matarrita, 2002, p. 34). De este modo, en lugar de desentrañar críticamente mitologías y lugares comunes sobre la nacionalidad costarricense (además de su homogeneidad racial, un carácter racional, pacífico, trabajador y destinado a la democracia), el discurso de los filósofos nacionalistas metafísicos (entre quienes podemos contar a Luis Barahona, José Abdulio Cordero, Guillermo Malavassi, Hernán Peralta y Abelardo Bonilla) contribuyó las más de las veces a promoverlos y legitimarlos. Más específicamente en relación con nuestro tema, Jiménez analiza un conjunto de xiv metáforas que han estado presentes en el discurso identitario costarricense, y que han colaborado con la articulación del mismo. La más importante de estas metáforas es la de la blancura. Sobre todo durante la época liberal, a fines del siglo XIX,1 las metáforas del blanqueamiento tuvieron un papel altamente performativo: permitieron, por ejemplo, dar una imagen hacia el exterior de un país apropiado para hacer negocios en el vertiginoso horizonte de las sociedades del capitalismo. En un nivel interno, la imagen de una población idéntica en términos étnicos creaba una efectiva coartada para "compensar imaginariamente las desigualdades económicas, políticas y sociales" (Jiménez Matarrita, 2002, p. 190). El discurso de los filósofos que Jiménez llama nacionalistas étnico metafísicos recuperó las mismas nociones de excepcionalidad que se habían creado durante la conformación de la nación y la nacionalidad costarricense en el siglo XIX. La diferencia consistió más bien en el uso de unas argumentaciones y unas metáforas retóricamente más propias del discurso filosófico, como 'ser costarricense', 'patria esencial', 'alma nacional', etc. Éstas se referían a una pretendida igualdad de todos(as) los( as) costarricenses, que estaba por encima de cualquier desigualdad económica o social efectiva, y más allá de toda complejidad en las relaciones de dominación, resistencia y transformación que tienen 1 A partir de 1870, con la administración de Tomás Guardia, la política en Costa Rica comenzó una serie de transformaciones orientadas a "fortalecer el Poder Ejecutivo, expandir la agricultura capitalista y 'civilizar' a los sectores populares" (Malina Jiménez y Palmer, 2011, p. 69). Desde este momento y hasta la transición entre siglos, las llamadas reformas liberales impulsaron procesos de modernización en lo social y en lo administrativo, y es a esta época que llamaremos en lo sucesivo la época liberal en la historia política de Costa Rica. XV lugar permanentemente en la vida social y política de un país. Otras metáforas analizadas por Jiménez son las que tienen que ver con la situación geográfica de Costa Rica, una tierra de 'valles' y 'suaves contornos', 'aislada' y por lo tanto pobre comercialmente, aunque rica en recursos naturales. Si bien no analiza directamente la metáfora de los nublados del día, el trabajo de Alexander Jiménez constituye una guía fundamental para el rastreo y la interpretación de un conjunto mas grande de metáforas que pueblan el universo discursivo de la identidad nacional. El siguiente referente para nuestro estado de la cuestión lo constituye la obra de Víctor Hugo Acuña Ortega, quien ha dado importantes aportes a la historiografía crítica de nacionalidades, nacionalismos e identidades en Centroamérica y Costa Rica, particularmente en sus discursos y vocabularios políticos. En este último sentido, el artículo 'La invención de la diferencia costarricense, 1810 - 1870' (Acuña Ortega, 2002) ha mostrado que a partir de la época de la independencia, el discurso sobre las características que se asumen propias o exclusivas de Costa Rica comenzó a ser enunciado reiterativamente hasta configurar un sentido social a la vez de pertenencia a lo nacional, y de diferencia (peculiaridad, especificidad) en relación con otros vecinos del istmo, en especial con Nicaragua. Dentro de estos ra~gos se cuenta, según el desarrollo de Acuña Ortega, el de una Costa Rica que a pesar de ser pobre, desconocida y aislada, tanto geográfica como comercialmente, permanece leal al patronazgo de España. Esta cuestión se comprueba en diversos momentos posteriores a la recepción de la noticia en la que se anunciaba la Independencia del reino de Guatemala y de todas sus provincias. La llamada Acta de los Nublados (el primer documento oficial en el que aparece la metáfora que le da nombre) xvi constituye un ejemplo particularmente claro de esta decretada lealtad. Esta declaración manifiesta, como ya ha sido mencionado, una sensación general de incertidumbre y de duda ante una serie de acontecimientos que entonces implicaban un cambio inminente en la vida política de toda la América española, y por lo tanto también en la provincia. Ante este giro irreversible, las élites políticas más conservadoras en Costa Rica no concebían la posibilidad de que ella fuera un territorio viable para constituirse como República. Y sin embargo, algo estaba despejado: había que establecer una forma provisional de gobierno interno, bajo cuya autoridad fuera posible liberarse de la tutela de Nicaragua. La constitución de una Junta Provisional de Gobierno por la vía legal y con representantes de cada uno de los municipios, y asimismo, la promulgación del Pacto de Concordia fungieron como base material para la elaboración de más señales identitarias, por ejemplo, la de un pueblo caracterizado por una unidad política interna sin grandes desgarramientos. La Primera Junta Superior Gubernativa proclamó, en este sentido, el 9 de noviembre de 1822: Cumpliéndose ya felizmente un año que rompiendo sin estrépito ni difusión de sangre las gruesas y pesadas cadenas del gobierno español, sacudisteis su yugo tiránico, [ ... ] y aborreciendo las exaltaciones y negros sentimientos de muchos pueblos del septentrión, sólo os movió la mira religiosa de perpetuar la paz. (citado por Acuña Ortega, 2002, p. 197) Incluso después de situaciones de conflicto como la guerra civil de 1823 entre liberales y conservadores, la significativa presencia de los militares a partir de 1838 o la guerra contra los filibusteros en 1856 - 1857, la percepción de una Costa Rica que goza de paz y xvii armonía internas permanece incólume. El 26 de junio de 1824, declara la Junta: Sería la cosa más lastimosa que un estado [sic] cuya suerte es envidiada por su unión y que cortó brevemente la primera división que nació en su seno, se arruinase ahora por diferencias particulares, o que por la desidia y apatía no se uniformasen sus hijos a asegurar su futura suerte (citado por Acuña Ortega, 2002, p. 198). Esta imagen se sostiene en parte también mediante el recurso de la comparación con otras provincias de la región, cuyas minorías dirigentes se disputaban cuotas de poder entre ellas. En medio de estas convulsiones, las élites de poder en CostaRica deciden que la provincia debe permanecer al margen, sin intromisiones de ningún tipo, es decir, neutral. Tanto la neutralidad como la lealtad a España permiten configurar discursivamente la idea de que Costa Rica es un país de paz. Otro rasgo que se configuró durante la época de la independencia fue el de los y las costarricenses en cuanto hijos de españoles, no de africanos ni de indígenas, y por lo tanto blancos en su enorme mayoría, con poca mezcla racial.2 Además, según este discurso, el desarrollo o evolución de Costa Rica hacia su consolidación en una República transcurre en una historia que sin rupturas avanza por la senda del progreso. Por último, se difundió también la idea de una poblaciqn costarricense con una relativa homogeneidad educativa y económica, conformada en buena medida por pequeños 2 Iván Molina Jiménez confirma esta idea en Costarricense por dicha, donde cuenta la ofensa provocada a un ilustre costarricense por la proyección en Bélgica, en 1914, de una película en la que se representaba a Costa Rica como una tribu incivilizada de indios con taparrabo (Molina, 2010, p. 7). xviii propietarios.3 El trabajo de Víctor H ugo Acuña no solamente constituye un esfuerzo desmitificador en relación con la pluralidad de imágenes mediante las cuales se ha solido identificar a Costa Rica, sino sobre todo revela las bases materiales sobre las que fue posible elaborar un discurso político que enfatizó, a partir de la época de la independencia, la especificidad o la diferencia del pueblo de Costa Rica en relación con el resto de Centroamérica. Por ejemplo, 'Las concepciones de la comunidad política en Centroamérica, 1820-1823' (Acuña Ortega, 2005) ofrece una perspectiva más amplia en relación con ciertas concepciones que utilizaron las élites políticas, en toda la región centroamericana, durante la época de la Independencia: La independencia del Reino de Guatemala fue en última instancia la consecuencia del proceso independentista de la Nueva España encabezado por Agustín de lturbide. En este sentido, durante los años 1820 - 21 las élites centroamericanas estuvieron en una posición de espera frente a lo que acontecía al lado. Dichas élites carecían tanto de la fuerza como de la voluntad para emprender ellas mismas la decisión de hacerse independientes (Acuña Ortega, 2005, p. 252, énfasis nuestro). 3 Un artículo aparecido en el periódico La Tertulia (fundado cerca de 1830), señala que "[e]l Pueblo Costarricense es compuesto en su totalidad de propietarios en pequeño o en grande" (citado por Acuña Ortega, 2002, p. 204). Esta idea era sostenida por los dos medios impresos de opinión que existían en el momento, que en temas tales como el de la capitalización estaban más bien en pugna. Las divisiones internas, pues, entre las élites costarricenses en temas políticos no quebraron la imagen de una cierta homogeneidad en los atributos 'distintos' de la colectividad política, en relación con los de sus vecinos. xix El temor a la discordia y a la rebelión, así como la percepción de inviabilidad para autogobernarse, no fueron, pues, exclusivos de la provincia de Costa Rica. Esto nos permite hallar un precedente del llamado a esperar hasta tanto que se aclaren los nublados del día, del cual posteriormente se apropiaron las figuras políticas en Costa Rica, y que ya no podía sostenerse en el resto de la región. Nuestra investigación pondrá particular interés en la manera como la metáfora de los nublados del día constituye la condensación de algunos de los rasgos más sobresalientes de esta diferencia, a saber, la imagen de una Costa Rica pacífica, prudente y neutral. Finalmente, las investigaciones de David Díaz Arias son también referentes importantes para nuestro proyecto. Muchas de ellas continúan con el trabajo de rastrear los fundamentos históricos y materiales que permitieron la elaboración de las imágenes identitarias en el país. Por ejemplo, en Construcción de un Estado moderno (2008), Díaz Arias describe cómo, en diferentes momentos y como respuesta a diferentes intereses políticos, los discursos y las festividades oficiales difundieron imágenes muy específicas para definir el carácter costarricense. La imagen de una Costa Rica pacífica, laboriosa, progresista, igualitaria y educada, fue producto de un largo proceso que respondía a la necesidad de consolidar un sentimiento nacional durante la construcción del Estado y la legitimación de su sistema político. Uno de los elementos claves para nuestra investigación, presentes en los artículos de Díaz Arias, es el recurso pacifista: como veremos más adelante, la metáfora de los nublados del día ha sido muy utilizada con el sentido de que Costa Rica esperaba en paz y tranquilidad mientras que sus vecinos luchaban, derramando sangre en anarquía. Dado que la Independencia en la provincia no provino de ninguna guerra, y que tampoco XX después intervino en los conflictos que tenían lugar en el resto de la región, la élite liberal costarricense promovió con gran insistencia el carácter pacífico, tanto de la organización política del país, como de sus habitantes. El recurso de la paz "motivaba la actitud sumisa frente al poder político que gobernaba y, graciosamente, podía ser utilizado en la modelación de una característica apropiada para la población" (Díaz Arias, 2003, p. 76). Otras etiquetas de la identidad nacional rastreadas por Díaz son la libertad, el orden y la moderación, el progreso, el trabajo arduo y la educación. Ya en 1862 suena el eco de estas etiquetas: Sin clases elevadas, sin nobleza titulada, sin caudales inmensos que dependiesen de los favores del antiguo Gobierno [ ... ], con un pueblo morigerado y homogéneo, de costumbres sencillas y reunido en un pequeño espacio y en escaso número, predispuesto por lo mismo al sistema que se adoptó; pasamos de la monarquía á la República como un niño despierta á la luz del día, sin recordar casi las tinieblas de la noche precedente. [Mientras que las demás Repúblicas hispanoamericanas] se han agitado y se agitan aun en las convulsiones de la revolución, la guerra civil y la anarquía [ ... ], la pequeña Costa Rica apenas ha visto oscurecer su radiante horizonte con uno que otro nubarrón que pronto ha disipado el buen juicio, cordura y denuedo de sus hijos" (citado por Díaz Arias, 2003, pp. 88, 89). Trabajos como el citado nos permiten analizar los usos de la metáfora de los nublados del día (referidos a una Costa Rica· pacífica, neutral y prudente) en el contexto más amplio del discurso de la identidad nacional que se configura durante el siglo XIX y que se mantiene, no sin tensiones y discontinuidades, durante el siglo XX y lo que va del XXI. Es nuestro propósito acoger y hacer un aporte a estas y otras investigaciones, que han arado un terreno fértil en la deconstrucción de numerosas e importantes mixtificaciones xxi y prejuicios sobre lo nacional, sobre cómo nos pensamos a nosotros mismos(as) los(as) costarricenses, cómo pensamos a los otros, y qué posibilidades abren u obstaculizan estas construcciones en términos de un proyecto de sociedad. Para ello, en el primer capítulo estudiaremos las principales interpretaciones filosóficas de la metáfora, desde aqueUas que la consideran como un recurso meramente ornamental hasta las que Je atribuyen un papel constitutivo del lenguaje mismo. Analizaremos asimismo los vínculos que guarda la metáfora con las imágenes, el valor, los afectos, y en esta medida, las funciones que cumple en el discurso político como herramienta de persuasión. Esto nos permitirá enmarcar la metáfora de los nublados del día en su dimensión retórica-política, y mostrar un aspecto gracias al cual su uso se ha conservado a lo largo del tiempo. En la segunda parte del trabajo nos dedicaremos a generar un contexto histórico de procedencia de la mencionada expresión, de modo quepuedan comprenderse algunas de las razones que históricamente posibilitaron su enunciación así como la conveniencia de su reiteración por parte de las elites políticas costarricenses. Finalmente, en el tercer capítulo haremos un recorrido por Jos usos y Jos sentidos que le dieron a Ja metáfora de Jos nublados los textos de Historia de Costa Rica que, durante los siglos XIX y XX, fueron la base de Jos programas educativos nacionales en esa materia. Abrimos la hipótesis de que esta es una de las vías más efectivas para la difusión de una doxa nacional en la que la expresión que nos atañe calza muy apropiadamente. Como confirmación de su pervivencia, mencionamos una selección de expresiones doxásticas en las que Ja lógica política que la metáfora de Jos nublados del día condensa, tiene un lugar central. xxii Capítulo 1 ¿Cómo leer filosóficamente una metáfora política? En este capítulo echaremos una mirada a la metáfora desde una perspectiva filosófica. Para ello haremos un recorrido por los principales problemas filosóficos que genera, desde su definición como traslación de un registro a otro en el lenguaje, hasta las consideraciones que le asignan un papel cognoscitivo fundamental. En parte gracias a dicho papel, es posible concebir la metáfora como un importante instrumento de persuasión política, y a menudo de dominación. En este marco inscribiremos una lectura preliminar de la metáfora de 'los nublados del día'. 1. Los comienzos El análisis filosófico sobre la metáfora comienza con Aristóteles. Solamente su definición en la Poética desata un despliegue teórico que aún en nuestros días sigue adquiriendo nuevos matices. Sin embargo, es bien conocido el uso y la mención de incontables metáforas entre poetas y también entre filósofos antes de este primer abordaje sistemático que comenzó el estagirita. Homero y los poetas épicos utilizaron metáforas profusamente, como lo hicieron también los autores de tragedias y comedías. Los filósofos presocráticos dieron preeminencia al recurso metafórico en un tiempo en que la determinación teórica no tenía aún arraigo en el pensamiento de los griegos; El célebre fragmento 52 atribuido a Heráclito es un claro ejemplo de esto: "El evo (Aión) es un niño que juega y desplaza los dados; de un niño es el reino." (citado por Mondolfo, 1976, p. 37) Isócrates, estudioso de la retórica, había ya mencionado la metáfora entre los elementos propios, y funcionales, del discurso poético: Porque a los poetas se les permiten muchos procedimientos de ornamentación. Les es posible, en efecto, poner en contacto a los dioses con los hombres y hacerles hablar y ayudar a quienes quieran; pueden mostrar estas cosas no sólo con los términos establecidos, sino con expresiones extranjeras, nuevas y con metáforas, y no dejan de utilizar nada, sino que adornan su poesía con todo tipo de figuras. (Evag. IX, 8-10) Platón no utiliza directamente el nombre metáfora, pero sí el verbo metapherein para referirse al traslado de nombres de un lenguaje a otro: Puesto que Solón quería utilizar el relato para su poesía, investigó el significado de los nombres y descubrió que aquellos primeros egipcios los tradujeron a su propia lengua al escribirlos, y él, a su vez, tras captar el sentido de cada uno, los vertió a la nuestra cuando los escribió (Crit. 113a). Asimismo, utiliza el término eikon para referirse a una similitud no solamente visual o física, sino también verbal: 2 SÓC. -- Eres astuto, Menón, y por poco me hubieras engañado. MEN. -- ¿Y por qué, Sócrates? SÓC. -- Sé por qué motivo has hecho ese símil (eikasas) conmigo. MEN. --¿Y por cuál crees? SÓC. -- Para que yo haga otro contigo. Bien sé que a todos los bellos les place el verse comparados -les favorece, sin duda, porque bellas son, creo, también las imágenes (eíkones) de los bellos-; pero no haré ninguna comparación contigo (Men. 80c). Eikon, que puede ser traducido por imagen, comparación o similitud, es finalmente una especie de representación: "la representación de algo (material o conceptual) por parte de algo otro" (Kirby, 1997, p. 131). El tema de la relación entre eíkon y metáfora tendrá resonancia en la filosofía aristotélica y hallará su lugar en las más importantes discusiones sobre la metáfora entre quienes se han abocado a su estudio.4 2. La apertura del problema en Aristóteles La definición más célebre de la metáfora, y una de las más citadas entre filósofos y lingüistas, aparece en la Poética: "La metáfora es la traslación de un nombre ajeno, o desde el género a la especie, o desde la especie al género, o desde una especie a otra especie, o por analogía." (Poet. XXI, 1457b) Así, como había dicho Empédocles, en la expresión 'la vejez es la tarde de la vida', el término 'la tarde' es propio del ámbito del tiempo atmosférico, pero se traslada al del tiempo de una vida humana, que en la vejez está cerca de su fin. La escogencia del término 'traslación', que también puede traducirse por transferencia, traslado, o transposición, constituye uno de los problemas más 4 En su artículo 'La mitología blanca', Derrida bosqueja una completa historia de la metáfora en el texto filosófico. Ver Derrida, 2006, 249-311. 3 discutidos en la filosofía, en particular en la contemporánea, y a él nos referiremos en primer lugar. Un segundo aspecto que tendrá nuestra atención es el vínculo que Aristóteles establece entre la metáfora y la imagen. La primera incorpora dentro de sí a la segunda, de modo que ambas prácticamente se pueden identificar: "la imagen es también una metáfora, pues se distingue poco de ella" (Rhet. 111, 4, 1406b). Éste es un tema importante desde Platón que tiene dimensiones y alcances no solamente epistemológicos o retóricos, sino también, y de forma muy importante, éticos y políticos. El tercer problema que se despliega con las precisiones de Aristóteles es el de la relación entre las diversas funciones de la metáfora, desde su más obvia función retórica hasta otras más profundas, como la cognitiva o la política. Aristóteles expresa gran estima por la metáfora como figura retórica dentro de los discursos, pues hace que éstos se alejen de lo ordinario o lo vulgar. Pero en concordancia con la premisa, tan importante para el filósofo, de que en todo discurso debe prevalecer la mesura, es necesario también añadirle una cuota importante de claridad, de modo que no resulte completamente oscuro, enigmático, o inaccesible: "los vocablos extraños, la metáfora, la palabra ornamental y los demás tipos mencionados evitarán la vulgaridad y la bajeza, y el vocablo usual conllevará claridad." (Poet. XXII, 1458b). Gracias al poder de la conjunción entre lo enigmático o extraño (xenikon) y lo icónico, la metáfora facilita la comprensión del discurso en el oyente, además de provocar ciertas pasiones en el auditorio: "la compasión, el sobrecogimiento, la ira, el odio, la envidia, la emulación y el deseo de disputa." (Rhet. 111, 18, 1419b) Pensadoras y pensadores contemporáneos se han dedicado a abordar estas relaciones bajo muy distintas perspectivas, pues no se puede 4 ignorar el hecho de que la metáfora ha sido siempre un recurso fundamental en el discurso político. La expresión 'los nublados del día' constituye un ejemplo entre muchos de la fuerza de las metáforas que han marcado el discurso político costarricense, y es por ello que dedicaremos a este tema la parte final del presente apartado. 2.1 Los sentidos y los alcances del fenómeno de la traslación 'Metáfora' proviene del vocablo griego µe1:mpopá, formado a partir de la preposición µei:á (hacia, después de) y del verbo cpopeiv (pasar, llevar). Los antiguos veían la metáfora como un cambio en el uso de un término, que usualmente refiere a una cosa pero que se hace referir a otra. El efecto es la transposición o el traslado del término de su lugar habitual a otro lugarno habitual. Este movimiento ha sido comparado también al de un préstamo: la metáfora 'toma prestado' un término de un lugar que estaría 'fuera de contexto', es decir, fuera de la literalidad del contexto original. 'Aurora, la de rosados dedos' es un ejemplo que Aristóteles toma de Homero y en el que al amanecer se le asignan características impropias del contexto atmosférico al que es transferido, pues son más bien propias del cuerpo humano.s Cicerón (De Orat. III, 155 y ss.) también se refiere, como lo hiciera Aristóteles, a la creación de metáforas como un talento, el de traer algo lejano o extraño hacia lo que está presente o frente a uno, o bien porque el que escucha es llevado hacia otro lugar en sus pensamientos, pero sin extraviarse. 5 Aurora, por cierto, es también una diosa. Sobre la relación entre metáfora y mito, véase Blumenberg, 2003, p. 165 y SS. 5 El fenómeno de la transposición puede ser comprendido en términos de movimiento, más específicamente del desplazamiento de un lugar hacia otro (phora es una especie de cambio en relación con el lugar). Para Paul Ricoeur, el desplazamiento no es solamente de un término que sustituiría a otro (de hecho no hay en Aristóteles suficientes elementos para concluir que el movimiento sea el de la sustitución, como hacen las teorías modernas que adoptaron este nombre). Se trata más bien de un desplazamiento de sentido, del significado de las palabras. Si escucháramos decir 'Julieta es el sol', la palabra 'sol' multiplica los significados de Julíeta, pues se trata de una palabra que evoca una dimensión directamente sensible (el cáior y también la visión, en virtud de ser fuente de luz), una dimensión emotiva (la alegría que traen los días soleados) y también una intelectual (la comprensión tradicionalmente se relaciona con la facultad de ver, la cual es posible gracias a la luz del sol). Las nociones de traslación, transferencia o transposición están enlazadas con la clásica tesis según la cual existe una oposición entre lo propio y lo impropio de un determinado texto, la misma, finalmente, que aquella entre lo literal y lo figurativo. Si un término 'ajeno' se 'trae' desde otro lugar hacia un 'acá', es porque en su sitio 'original' dicho término se alojaba en su más propia 'literalidad', pero una vez que se toma para ser presentado en otra escena, dicho término se hace figurativo o metafórico. Muy pronto la filosofía advirtió la paradoja inherente a esta oposición entre lo literal/propio y lo figurado/impropio. Ricoeur la señala en una frase muy simple: "es imposible hablar sobre la metáfora de manera no-metafórica ... la definición de metáfora vuelve sobre sí misma" (Ricoeur, 2004, p. 18-19). Es sencillo constatar la paradoja cuando la misma definición de la metáfora (incluso su nombre) se hace en términos de 6 movimiento, porque 'literalmente' el lenguaje no puede desplazarse, como se desplazan los entes físicos, de un lugar a otro.6 La afirmación de Ricoeur fue compartida también por Derrida, que en su artículo 'La retirada de la metáfora' (1989) aborda el problema de la metáfora utilizando una imagen metafórica de la traslación. Habitamos la metáfora, dice, a la manera como entramos en una enorme ciudad-biblioteca, en la que hay que caminar o desplazarse en autobús. El autobús nos traslada (Derrida señala la palabra alemana para esto: übersetzen, que es la misma que se utiliza para 'traducir') o nos transfiere. Somos los "pasajeros, comprendidos y transportados por metáfora" (Derrida, 1989, p. 35). Pero esta manera de hablar, advierte pronto Derrida, no es meramente metafórica. La 'figura' intercambia los lugares y las funciones: el hablante que utiliza metáforas no es ya el que lleva el timón del lenguaje, sino que es lo contenido o la materia que está ya siempre embarcada dentro de ese coche que lo traslada, mientras él cree, no sin ingenuidad, ser el conductor. "Como un piloto en su navío" (Derrida, 1989, p. 36). Derrida se rehúsa a hacer un tratado de la metáfora sin tratar con ella, tomándola prestada para hablar de ella. Y en el desvío, en el momento en que la descripción escapa a su control, advierte: que no se puede hablar de la metáfora sin estar ya implicados en ella, porque en general, no se puede hablar de ninguna cosa sin implicarse en lo metafórico: 3 Algunos filósofos contemporáneos de la tradición analítica anglosajona, uno de cuyos ejemplos más polémicos en este tema es Donald Davidson, estarían en desacuerdo, en virtud de procedimientos lógicos, con esta afirmación. Para una interesante discusión entre varios lingüistas y filósofos afines a esta tradición (incluido el mismo Davidson ), ver Sacks, 1980. 7 [I]ncluso si decidiese no hablar ya metafóricamente de la metáfora, no lo conseguiría, aquella seguiría pasándome por alto para hacerme hablar, ser mi ventrílocuo, metaforizarme. [ ... ] [N]o hay nada que no pase con la metáfora y por medio de la metáfora. Todo enunciado a propósito de cualquier cosa que pase, incluida la metáfora, se habrá producido no sin metáfora. (Derrida, 1989, p. 37) La afirmación tiene que ver de nuevo con el carácter móvil del lenguaje mismo: ¿qué hace el lenguaje sino traer o desplazar lo otro (lo no propiamente o no originalmente lingüístico) hacia sí, expresando verbalmente lo no verbal, e irrumpiendo en lo real para crearlo y modificarlo? El carácter generalizado de la metáfora en el lenguaje es un tema de largo alcance, que tuvo sus primeras expresiones filosóficas en Giambatista Vico. Para él, la empresa metafórica por excelencia no es otra que el acto humano de nombrar. No se trata de la supuesta preexistencia de un orden empírico o histórico al cual le sucediera la acción nominativa, sino de que los eventos mismos adquieren su forma a través del lenguaje. Vico fue muy cuidadoso en advertir que sus consideraciones sobre la metáfora como manifestación ontológica fundante no provenían de la ingenua noción según la cual los seres humanos primitivos observaban un fenómeno y sólo después procedían a darle un nombre; por el contrario, "al nombrar al trueno 'Júpiter', éste se convierte en fenómeno: inteligible, creado, real. Éste es el apuntalamiento metafórico de toda la realidad para Vico, el trueno que es Júpiter" (Price, 1994, p. 120). Este acto poiético originario constituye para Vico el germen de todas las instituciones culturales (lo religioso, las formas del matrimonio, el ritual del entierro, el Estado, etc.), de modo que lo metafórico no es simplemente un asunto de ornato al interior de un discurso; es el origen mismo de 8 todo discurso y de toda expresión en el orden de lo verbal. De manera muy similar a Vico, el joven Nietzsche confirió a la operación metafórica la potencia creadora por antonomasia, "[e]se impulso hacia la formación de metáforas, ese impulso fundamental del hombre del que no se puede prescindir ni un solo instante, pues si así se hiciese se prescindiría del hombre mismo" (Nietzsche, 2007, p. 34).7 De la creación metafórica del ser humano, quien gracias a su facultad lingüística encarna el personaje del artista, proviene todo el edificio conceptual, lógico y teórico que constituye la ciencia, cuyo origen en la intuición queda en el olvido: Así como la abeja construye las celdas y, simultáneamente, las rellena de miel, del mismo modo la ciencia trabaja inconteniblemente en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de las intuiciones; construye sin cesar nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese colosal andamiaje que desmesuradamente ha apilado y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico. (Nietzsche, 2007, p. 33) Esta idea de la metafórica como un proceso estructural del lenguaje resulta mucho más fecunda que aquella según la cual la metáfora se inscribiría,como un elemento extraño, en un lenguaje con una estructura ya dada, de una vez y para siempre. Es también éste el señalamiento de Gadamer, quien sostiene que en el origen mismo del pensamiento lógico existe ya una operación metafórica. En esta medida, las díadas de 7 Algunos investigadores han visto también la posibilidad de elaborar una teoría de la metáfora a partir del pensamiento kantiano, sobre todo desde las secciones 49 y 59 de la Crítica de/juicio. En ellas se basa Nuyen (1989, pp. 95-109) para afirmar que la capacidad simbólica del ser humano es en sí mismo un proceso metafórico, por el cual la imaginación crea sentido. Véase también Pillow, 2001, pp. 193-209. 9 desviación/originariedad o propiedad/impropiedad, quedan fuera de la escena: La trasposición de un ámbito a otro no sólo posee una función lógica sino que se corresponde con el metaforismo fundamental del lenguaje mismo. La conocida figura estilística de la metáfora no es más que la aplicación retórica de este principio general de formación, que es al mismo tiempo lingüístico y lógico. Así podrá decir Aristóteles: 'hacer bien las metáforas es percibir bien las relaciones de semejanza'. (Gadamer, 2005, p. 516) Podemos dar una última perspectiva al tema de la traslación y de su implícita oposición entre propio e impropio. En sus diálogos con Claire Parnet, Deleuze se refiere a esta falsa dicotomía entre lo literal y lo figurativo: "No hay palabras propias ni tampoco metáforas (todas las metáforas son palabras sucias/ impropias/ incorrectas/ inapropiadas o bien las hacen así). Solamente hay palabras inexactas para designar las cosas exactamente" (citado por Patton, 2010, p. 20). Para Deleuze no hay metáfora justamente porque no hay un 'afuera' ni un sitio propio para el uso de cualquier término, desde el cual podría transportarse hacia otro sitio al que no 'pertenezca' (lo propio aquí tiene que ver tanto con lo apropiado como con la propiedad en el sentido de pertenecer). Junto con Guattari, Deleuze habla de términos desterritorializados, es decir, arrancados de su dominio 'propio' o más bien usual, e injertados en otro dominio, en otro flujo de expresión, o en otro régimen de signos (injertados es una buena palabra: allí donde hay injerto, la planta puede crecer y expandirse). Los territorios están en un mismo plano inmanente, de modo que no hay ningún afuera, ningún lugar original o extraño al cual pertenezca pétreamente ningún concepto: el evento es móvil, y móvil también tendrá que ser el lenguaje que lo exprese (pues el lenguaje expresa, no representa). 10 2.2 Relación metáfora-imagen Otra de las características asignadas a la metáfora en la Antigüedad, y que continúa siendo relevante en las discusiones modernas y contemporáneas sobre el tema, es su relación con la imagen. "Entre todos los tropos, es la metáfora la que continuamente e insistentemente se considera que provee alguna imagen (picture), tal como un ícono verbal o una fisionomía del discurso" (Moran, 1989, p. 3). Esta identificación del lenguaje figurativo y las imágenes está presente en filósofos modernos como Hegel,8 y ha sido ampliamente explorada por teóricos contemporáneos como W.J.T Mitchell,9 para quien la metáfora sería un ejemplo de 'imaginería verbal'.1º Pero es Platón el primer referente antiguo, y uno de los paradigmas en la historia del pensamiento occidental, de las discusiones sobre la relación entre las imágenes y la expresión poética, de la cual el lenguaje metafórico es un elemento constitutivo. Platón rechazó y expulsó de su República a los representantes de las artes miméticas,11 en 8 "La expresión metafórica, en efecto, no enuncia sino la imagen, pero la dependencia es tan estrecha, el sentido de tal modo manifiesto, que no está separado. Si oigo decir 'la primavera de sus días', o 'un río de lágrimas', sé que debo tomar estas palabras, no en sentido propio, sino en sentido figurado.[ ... ] Entre la metáfora y la comparación se coloca la imagen, que no es más que una metáfora desenvuelta." (Hegel, 1909, p. 140-165). 9 Véase Mitchell, 1986. 10 José María González también ha dicho que la metáfora "ha sido definida frecuentemente como una 'imagen verbal' y sirve de conexión entre el mundo de la imagen y el mundo de la palabra" (1998, p. 27). 11 Nos abstendremos de traducir mimesis por imitación, siguiendo el cuestionamiento que se hace Ricoeur respecto de si no sería demasiado osado hacer una traducción tan simple. Quizás se le acerque más la interpretación de Eugenio Trías: repetición creadora o recreación, que "pone el énfasis en la dimensión histórico-generacional y dinámica del término" (Trías, 1981, s.p). Así, la mimesis no sería solamente una imitación de lo real sino el fundamento mismo de cualquier aprendizaje y también de toda creación humana. 11 particular a la poética, cuyo lenguaje tiene, como las imágenes mismas, un enorme poder para semejar la realidad, y para generar, por ello, efectos en los ciudadanos como si se tratara de realidades. Dichos efectos tienen que ver, como podemos sospechar, con la persuasión y la conmoción de los afectos: "[m]ientras las palabras podrían someterse a la razón por medio de las leyes de la dialéctica, las imágenes quedan sometidas a la sola gracia de la imitación, del parecido y de la provocación efectiva de pasiones de origen sensible" (Hernández Hernández, 2012, p. 30). Platón había encontrado un amplio espectro de registros para alojar la mímesis: todas las artes, los dominios del discurso, e incluso los entes físicos mismos, que no son más que escaños inferiores a sus modelos ideales. Por esto mismo se permitió establecer gradaciones entre las diferentes expresiones de la techné, pues algunas se aproximarían más o menos al esencial, eterno y verdadero 'ser'. Una pintura, por ejemplo, gozaba de una entidad bastante disminuida; era la mímesis de una mímesis, porque la cosa que representaba no era más que una imagen, a su vez, de su modelo ideal. Pero esta visión dicotómica y jerárquica que coloca la Imagen bajo el control de la palabra, y a las artes en general como meras representaciones (no en su dimensión creativa, productiva, propiamente poiética), solo esconde el reconocimiento del poder de las imágenes, y del lenguaje metafórico que las evoca, en la conducción de los afectos bajo determinados intereses. Este subrepticio reconocimiento adquiere un matiz moral o moralizante, y también político, si se considera la contundencia de Platón en su destierro de los poetas de su Politeia. Aristóteles, muy en cambio, no otorga un valor negativo a las artes miméticas. A la poética, como sabemos, dedica un riguroso análisis, y en su obra revisita el tema de la 12 mimesis que ya había tratado Platón, haciendo énfasis en que la metáfora, una figura en verdad privilegiada en el universo poético, contribuye a la expresión mimética de las acciones humanas, con el fin de provocar en el auditorio los sentimientos de miedo y compasión, y finalmente de liberar a dicho auditorio de estas emociones en la catarsis. También en los discursos (orales) de los políticos, la metáfora contribuye a alcanzar el objetivo retórico de la persuasión. La expresión en el ámbito de la oratoria requiere no solamente de contenidos específicos; hay que saber asimismo cómo decir lo que se desea decir; hay que estudiar "el modo como estas materias predisponen los ánimos mediante la expresión" (Aristóteles, Rhet. III, 1, 1403b). Las metáforas, en particular, dan al discurso "la claridad, el placer y la extrañeza" (Aristóteles, Rhet 111, 2. 140Sa) necesarios para comunicar los hechos de manera apropiada. "Se persuade por la disposición de los oyentes, cuando éstos son movidos a una pasión por medio del discurso. Pues no hacemos los mismos juicios estando tristes que estando alegres, o bien cuando amamos que cuando odiamos." (Aristóteles, RhetIII, 2. 140Sa) Tanto en el discurso de la tragedia como en el político, si bien estas áreas ostentan características muy distintas, la metáfora opera en el nivel del movimiento o la transformación de los afectos. Ricoeur describe la diferencia en la tríada poiesis- mimesis- catharsis, por un lado, y retórica- prueba- persuasión por el otro: en la poesía, la metáfora contribuye a través de la mimesis a provocar una catharsis en el espectador, mientras que en la oratoria, la metáfora contribuye, al interior de pruebas o razones, a persuadir al interlocutor. La Poética recuerda en varias ocasiones el efecto persuasivo de las imágenes en los discursos: "Es preciso ... conseguir por medio de la expresión que se ponga [la cosa] ante 13 los ojos, pues así, viéndolo con la mayor nitidez, como si uno estuviere presente en medio de los hechos, se descubre lo que es adecuado." (Aristóteles, Poet XVII, 1455a) De hecho, un buen escritor de tragedias "debe imitar a los buenos retratistas" (Poet. XV, 1454b), y el poeta "es imitador, igual que el pintor o el hacedor de imágenes" (Poet XXV, 1460b).12 La tesis de que las imágenes y la imaginación juegan un rol constitutivo en la operación metafórica prevaleció históricamente, y sigue presente en el pensamiento contemporáneo. Para Ricoeur, por ejemplo, el 'momento pictórico' de la metáfora revela un proceso intrínseco de la imaginación, que consiste en la capacidad de ésta de "producir nuevos tipos de asimilación, y de producirlos no por sobre las diferencias, como en el concepto, sino a pesar de y a través de las diferencias" (Ricoeur, 1980, p. 146). 2.3 Conocimiento, valores y afectos: efectividad política de una metáfora La evocación de imágenes que efectúa la metáfora fue en la Antigüedad un eje que vinculaba sus dimensiones afectiva y cognitiva. Para Aristóteles, la metáfora facilita la comprensión tanto por su capacidad de hacer que el discurso no caiga en lo bajo, como porque sus imágenes hacen que se pongan las cosas ante la vista. Esto tiene, además, el 12 Esta misma referencia a la imagen verbal se describe en la Retórica: "Así, pues, la expresión propia de la oratoria política es enteramente semejante a una pintura en perspectiva, pues cuanto mayor es la muchedumbre, más lejos hay que poner la vista; y por eso, las exactitudes son superfluas y hasta aparecen como defectos en una y otra." (Aristóteles, Rhet III, 12, 1414a) 14 correlato de lograr captar la atención del interlocutor de modo que éste se conmueva en sus afectos, y esto es válido para argumentos dramáticos así como para discursos políticos. Más contemporáneamente, lingüistas y filósofos de muy diversas escuelas han mirado la cuestión desde otras perspectivas, entre las que aparecen los temas del valor y del símbolo. Nietzsche sobresale aquí como el más prominente ejemplo de un pensamiento que socavó las entrañas mismas de la tradición occidental en cuanto al tema del valor y del juicio moral, y ese pensamiento es básico para comprender la relación entre dicho valor y el uso histórico que se hace de él en los discursos. Con base en esta perspectiva, Foucault y Deleuze se encuentran en una zona de proximidad en relación con el tema de las fuerzas que pugnan por hacer prevalecer su palabra, y de la importancia de sus orígenes, así como de su efectividad y de sus usos. Blumenberg es otro autor que resulta fundamental para ulteriores estudios sobre la metáfora y su relación con el mito y el símbolo, entre los que sobresale, en nuestro idioma, el de José María González. Finalmente, en el mundo anglosajón, nos interesará recuperar los estudios de George Lakoff, Mark Johnson y Jonathan Charteris-Black, quienes llevan los aspectos cognitivo y moral de la metáfora hacia el ámbito afectivo, específicamente en la vida política de las comunidades imaginadas.13 13 Benedict Anderson acuñó este concepto que ya es clásico en la historiografía crítica sobre lo nacional. Una nación "es imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión. ( ... J Por último, es comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal." (Anderson, 1993, p. 23-25) 15 Si hemos de aceptar que la metáfora "apela a asociaciones de palabras inconscientes y emocionales, cuyos valores están arraigados en el conocimiento cultural" (Charteris- Black, 2005, p. 30), debemos detenernos un momento en el tema del valor. Las metáforas comportan, a través de sus imágenes, un contenido axiológico, un valor dentro de un conjunto de múltiples valores, que han adquirido cierta posición a fuerza de repetición al interior de los discursos con los que se identifica una comunidad imaginada, o al menos a una parte de ella. En Genealogía de la Moral, Nietzsche narra una historia heterodoxa de los valores morales, ubicando su origen en la más primigenia imposición que ejercen unos seres humanos sobre otros, y que se expresa en el nombrar. Lo 'bueno' sería, pues, lo correspondiente a una superioridad estamental, y a lo que aquellos que la sienten suya, declaran mediante el nombre de las cosas. El pathos de la nobleza y de la distancia, como hemos dicho, el verdadero y dominante sentimiento global y radical de una especie superior dominadora en su relación con una especie inferior, con un 'abajo': éste es el origen de la antítesis 'bueno' y 'malo'. (El derecho del señor a dar nombres llega tan lejos que deberíamos permitirnos el concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización de poder de los que dominan: dicen 'esto es esto y aquello', imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido, y con esto se lo apropian, por así decirlo). (Nietzsche, 2000, p. 38) El señalamiento de Nietzsche apunta a la desmitificación de los valores, particularmente de los cristianos. Éstos se han ataviado de eternidad y de pureza, pero sobre todo de universalidad. Nietzsche sospecha de toda pretensión de universalidad: ningún valor es un valor en sí mismo; todos tienen su origen, su invención, su uso y un interés detrás de 16 ese uso. El uso (históricamente reiterado) de conceptos-valores, redunda en su valor, Y les da prevalencia en los discursos. Hay una especie de circularidad entre el uso del valor y el valor del uso, una idea retomada por Deleuze en su concepto de consigna. La consigna (mot d'ordre) es la unidad mínima de sentido en el lenguaje, el enunciado que se automatiza a fuerza de repetición. En esta medida, la palabra no comunica ninguna información: "ordenar, interrogar, prometer, afirmar no es informar de un mandato, de una duda, de un compromiso, de una aserción, sino efectuar esos actos específicos inmanentes, necesariamente implícitos" (Deleuze y Guattari, 2010, p. 83). El lenguaje mismo es la serie infinita de consignas, que funcionan como el slogan o el esténcil, y que suelen ser ellos mismos eventos. Éste es el caso de un juez que pronuncia una sentencia sobre un acusado, y que lo convierte, en el acto, en condenado. En el instante mismo en que es dicha la palabra, ocurre un cambio en la vida del condenado, en su cuerpo, en su existencia. Son enunciados performativos. La historia, y también la vida cotidiana, están llenas de estos actos, y las declaraciones de independencia representan uno de los ejemplos más claros de ellos, así como las de guerra, las de soberanía, las de amor. Es así como Deleuze y Guattari logran 'pasar por alto' a la metáfora: lo importante no es el carácter metafórico de una expresión, sino su capacidad para instalarse en los discursos mediante la repetición. Tampoco es importante la capacidad representativadel lenguaje o de sus metáforas; lo importante es su capacidad de intervenir, de hacer mundo. La función de consigna del lenguaje es un tema de efectividad: afecta los cuerpos y efectúa transformaciones incorpóreas instantáneas. La sentencia contra Robert- Franc;ois Damiens que aparece al principio de Vigilar y Castigar (Foucault, 2002, pp. 11- 17 22), ilustra precisamente esto. A diferencia de Deleuze y Guattari, Blumenberg considera la metáfora como un elemento constitutivo de la comprensión humana. De este modo, rastrea la historia de algunas metáforas, en particular de la Grundmetapher de la luz, las cuales muestran "las certezas, las conjeturas, las valoraciones fundamentales y sustentadoras que revelan actitudes, expectativas, acciones y omisiones, aspiraciones e ilusiones, intereses e indiferencias de una época" (Blumenberg, 2003, p. 63). El autor, en efecto, rastrea los usos de las metáforas "de fondo", "marcos últimos de decisiones y conjeturas previas con las que, presos de horror vacuí, completamos los espacios en blanco de nuestras retículas conceptuales" (Blumenberg, 2003, p. 25). Esta idea de la metáfora como operación básica de la comprensión que desarrolla Blumenberg, y que está también en Gadamer, es retomada por José María González, en el mundo ibérico, y por los anglosajones Lakoff, Johnson y Charteris-Black. En Metáforas del Poder, un estudio sobre la ubicuidad de la metáfora en la filosofía política desde el Barroco, González la describe como "una estructura penetrante e indispensable de la comprensión humana, mediante la que captamos figurada e imaginativamente el mundo", y que resulta imprescindible para pensar la realidad social y producirla cotidianamente (González, 1998, p. 13). Su función, en este sentido, ha sido descrita como constitutiva del pensamiento mismo, del lenguaje, y de la acción política a varios niveles. González se alinea con las teorías de George Lakoff y Mark Johnson, quienes llegan al punto de decir que "nuestro sistema conceptual común, en términos del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente metafórico en su naturaleza" (Lakoff y Johnson, 2003, p. 3). 18 Los conceptos, que como decía Nietzsche, son en realidad metáforas cuyo origen se ha olvidado, estructuran gran parte de nuestra vida cotidiana, desde percepciones hasta maneras de relacionarse socialmente. Las expresiones metafóricas más complejas tienen su fundamento en otras más directamente vinculadas con la experiencia del cuerpo humano en el espacio.14 Y los conceptos específicamente políticos también tienen todos ellos "un origen metafórico. El paso de la metáfora al concepto (de las metáforas vivas a las metáforas muertas) señala un proceso de abstracción en el que se olvida la metáfora originaria" (González, 1998, p. 18). El aspecto cognitivo de la metáfora radica, pues, en su función en tanto puente entre imaginación y razón: "nos hace comprender unos argumentos recurriendo a otros o estableciendo imágenes que nos conectan con todo un mundo: el de los símbolos, emblemas, representación iconográfica, etc." (González, 1998, p. 18). Para Charteris- Black, la metáfora constituye también un puente o una mediación, una zona de traslape entre dos modos de persuasión, el que apela a la comprensión racional de la realidad, y el que apela directamente a los afectos o a la emoción: "las metáforas son portadoras de sentido que exaltan las emociones" (Charteris-Black, 2005, p. 14). Su eficacia, en particular en el discurso político, se asocia con su capacidad para mover los resortes del ánimo, es decir, para conseguir un efecto de persuasión que apele a ciertas acciones, o más bien a la calma, la pasividad y la continuidad en el rol del público 14 "Ninguna metáfora puede ser comprendida ni siquiera representada de manera adecuada si se toma independientemente de su base en la experiencia. [ ... ] Nuestros valores no son independientes, sino que deben formar un sistema coherente con los conceptos metafóricos en medio de los cuales vivimos." (Lakoffy Johnson, 2003, 19-22). Algunas de las metáforas más básicas de la vida cotidiana son para estos autores: 'conocer es ver', 'la verdad es la luz', 'la vida es un camino'. 19 espectador. De hecho, una de las metáforas más clásicas de la vida de una polis es la del theatrum mundi: un espectáculo teatral en el que el pueblo se mueve más con los ojos que con el entendimiento [ ... ] un juego de presencia y ocultamiento, de cercanía y de dejarse ver de lejos, juego en el que es básico también el secreto (González, 1998, 58). Expresiones del tipo 'hasta tanto se aclaren los nublados del día' llevan implícita la imagen del theatrum mundi. Hay allí la apelación a una espera de algo externo, que se observa desde lejos, y de lo cual no se tiene ningún tipo de control. Es decir, no hay nada que hacer mientras el cielo siga nublado (o en términos más literales, mientras se acomodan ciertas fuerzas políticas en el exterior, en específico, en este caso, en España). Resulta claro, pues, que el lenguaje político, con sus metáforas, no es en absoluto un mero reflejo de la realidad; es un instrumento mediante el cual se regulan las relaciones sociales y, en ese sentido, se ejercen mecanismos de control/dominación social. González da el ejemplo de la manera como la Alemania del siglo XIX construyó dos visiones totalmente distintas de la sociedad en torno a las metáforas de la máquina, por un lado, y el organismo biológico, por el otro. En esta misma tonalidad describe Lakoff la noción de familia como la metáfora básica en la vida política estadounidense. Los conservadores, por una parte, utilizan el modelo del padre estricto (el Estado), que protege a la familia (la nación) de los peligros inmanentes a un mundo donde el mal puede acechar por cualquier costado. Este padre, además, enseña a los niños lo que está bien y lo que está mal, y los castiga para que aprendan a comportarse moralmente. La moralidad está asociada a la prosperidad: si los niños resultan disciplinados y exitosos, prosperarán económicamente. Si no logran ser ellos 20 mismos padres proveedores y madres abnegadas, será su propia culpa, por rebeldes o vagabundos. El vínculo entre la visión de mundo del padre estricto y el capitalismo de libre mercado está dado por la moral del propio interés. La metáfora se puede ampliar a los términos de la política exterior: cuando una nación es próspera en su conjunto, tiene edad suficiente y por lo tanto autoridad en relación con otras, infantiles aún y por lo tanto 'en vías de desarrollo'. "Si eres un padre estricto, les dices a los niños cómo tienen que desarrollarse, qué normas tienen que cumplir, y, cuando se portan mal, los castigas. Es decir, actúas utilizando, digamos, el sistema del Fondo Monetario Internacional." (Lakoff, 2010, p. 32) Lakoff contrasta este caso con el de la población más progresista en EEUU, que piensa y elige políticamente basándose también en la metáfora de la familia, pero en este caso, de una familia protectora. Bajo este modelo, tanto la madre como el padre tienen la responsabilidad del cuido de los hijos, a quienes se les trata con empatía y dedicación, y a quienes hay que dar suficiente libertad, oportunidades y confianza como para que sepan tomar decisiones que sean no sólo buenas para sí mismos sino también para la comunidad. Es bajo este modelo que los demócratas se refieren, por ejemplo, a la importancia de políticas como la atención médica para personas jubiladas. Jonathan Charteris-Black explora también el tema de los valores morales que rigen ciertas metáforas del mundo político: "la metáfora influye en nuestras creencias, actitudes y valores porque utiliza el lenguaje para activar asociaciones emocionales inconscientes, e influye en el valor que otorgamos a ideas y creencias en una escala de lo que es considerado correcto e incorrecto"(2005, p. 13). Aquí opera Ja ideología, presente en los discursos bajo la forma de argumentaciones racionales, y que func_k)~a __ :--- - : _ · -. - ............. apelando a un determinado conjunto de creencias, valores y actitudes arraigadas entre los habitantes de una comunidad imaginada. Pero también hace lo mismo bajo formas más tradicionalmente consideradas como míticas. El mito del héroe o del héroe-caudillo es un ejemplo sobresaliente de esto después de la segunda mitad del siglo XIX en América Latina, y que pervive en los tiempos que vivimos hoy. El discurso político precisa de metáforas que enmarquen ciertas ideas de claro contenido moral. El lenguaje de Margaret Tatcher, por ejemplo, al describir el socialismo, recurría constantemente a la evocación de emociones negativas; lo describía como una persona no confiable, como un auto usado, como una enfermedad e incluso como el mismísimo pecado original: "las metáforas difieren, pero todas ellas apelan a estereotipos culturales valorados negativamente" (Charteris-Black, 2005, p. 24). Cuando una consigna, deviene exitosa en un discurso, suele ser utilizada en el transcurso del tiempo de acuerdo con las necesidades de quienes las usan en contextos específicos. "Los hablantes no pueden escapar a las metáforas que se han convertido en maneras establecidas de referirse a ideas políticas, pero estas mismas metáforas pueden ser modificadas para acomodarse a cambios en la posición política" (Charteris-Black, 2005, p. 16). Ésta es una idea clave en nuestra tesis, pues, como se verá, la expresión 'los nublados del día' ha sido utilizada con sentidos y propósitos distintos, según lo demanda cada contexto, y de acuerdo con los intereses de quien o quienes la pronunciaran. 3. Lectura preliminar de la metáfora de los nublados del día Ante la sucesión de declaraciones de independencia efectuadas por las provincias del Reino de Guatemala en 1821, la autoridad política para Nicaragua y Costa Rica, la Diputación Provincial de León, reaccionó firmando un acta en la que se declaraba a su vez la independencia absoluta respecto del Reino de Guatemala, pero no así respecto de la Corona, de la cual se independizaba "hasta tanto se aclaren los nublados del día" (citado en Meléndez Chaverri, 1978, p. 61). Se trataba palpablemente de una época incierta. En este contexto, la declaración de esperar hasta tanto se aclararan los nublados del día funcionaba a la vez como un guiño de lealtad a la Corona, y como una muestra de que las élites de poder en Costa Rica y Nicaragua, junto con las del resto de provincias del Reino, no concebían la posibilidad de que ser territorios viables para constituirse en cuanto entidades soberanas e independientes. Éste es un atisbo del contexto en el que surgió la expresión que constituye el objeto de nuestro interés en esta investigación. Tomándolo como base, terminaremos este capítulo con una lectura de la metáfora desde los aspectos que en él se abordaron: transferencia, imagen, afectos, valores y efectividad de la consigna. El acuerdo de declarar 'la independencia del Gobierno Español hasta tanto se aclaren los nublados del día' utiliza la imagen celeste de las nubes. Las nubes son símbolos de caos, de indeterminación, y de peligro. En el Diccionario de Símbolos de Cirlot, las nubes simbolizan: lo indeterminado, la fusión de los elementos aire y agua, el oscurecimiento necesario entre cada aspecto delimitado y cada fase concreta de la evolución. La 23 'niebla de fuego' es la etapa de la vida cósmica que aparece después del estado caótico; corresponde a la acción de los tres elementos anteriores al sólido. (Cirlot, 2006, p. 331) También, cuando se vinculan con las pasiones, constituyen un símbolo de la posibilidad de engaño, de ofuscamiento de la razón en virtud del dominio de los irracionales afectos. Kant utiliza la imagen de las nubes en la Crítica de la razón pura, cuando hace ver el conocimiento como una isla. La isla está rodeada por un océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la ilusión, donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen prontamente producen la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar, pero que tampoco puede concluir jamás. (Kant, KrV A235 B295) 15 En el Diccionario de la Real Academia de 1780 (anteriormente llamado Diccionario de Autoridades) se define la palabra 'nublado' de la siguiente manera: NUBLADO: Usado como sustantivo significa lo mismo que nube. Tómase regularmente por la que amenaza tempestad. NUBLADO. met.: La especie que amenaza algún riesgo, ó turbación en el ánimo. [ ... ] NUBLÁRSELE EL CIELO A ALGUNO. f. met. Entristecerse y congojarse demasiado. (Real Academia Española, 1817, p. 603) 15 González también relaciona las nubes como anuncio de tempestad, con las pasiones del alma: "Síntoma de tiranía es dejarse llevar de furiosas tempestades de afectos, los cuales ofuscan la razón, desconocen la verdad y hacen aprehender las cosas no como son sino como las propone la pasión." (1998, p. 61) 24 La imagen de las nubes que pueden anunciar una tempestad es trasladada al ámbito político: representan, por un lado, el temor ante el riesgo de enemistad con la Corona, con la que las autoridades políticas de la Diputación tenían relaciones directas. Y por otro lado, representan una falta de claridad, una imposibilidad de ver y por lo tanto de comprender, en un momento en que era imperativo tomar una decisión, cuál era en efecto la decisión que debía ser tomada (podían separarse solamente de Guatemala y permanecer unidas a España, separarse también de ésta, o bien anexarse al naciente Imperio Mexicano de Iturbide). Ante la incertidumbre, se aplicó una lógica política de la espera, es decir, se postergó toda decisión hasta que las condiciones estuvieran mejor definidas. Si bien la imagen de los nublados evoca los valores negativos de la incomprensión y del riesgo, que a su vez apelan al afecto del temor, por otra parte el 'hasta tanto' apela tanto a la espera como a la esperanza (en la teoría de los afectos en Spinoza, la esperanza es solamente la otra cara del temor).16 Si se dice 'hasta tanto se aclaren los nublados .. .', se está afirmando que es un hecho que dichos nublados se aclararán; solamente hay que esperar. Basten por ahora estas precisiones. En ulteriores capítulos nos abocaremos a indagar las fuerzas que pugnaban en el surgimiento de nuestra expresión, y posteriormente 16 "[N]o hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza. En efecto, quien está pendiente de la esperanza y duda de la efectiva realización de una cosa, se supone que imagina algo que excluye la existencia de la cosa futura, y, por tanto, se entristece en esa medida; por consiguiente, mientras está pendiente de la esperanza, tiene miedo de que la cosa no suceda. Quien, por el contrario, tiene miedo, esto es, quien duda de la realización de la cosa que odia, imagina también algo que excluye la existencia de esa cosa y, por tanto, se alegra; por consiguiente, tiene la esperanza de que esa cosa no suceda." (Spinoza, E 3DAF13) 25 diferentes usos que comprobarán su efectividad en tanto consigna al interior del discurso nacional costarricense. 26 Capítulo 11 Contexto de surgimiento de la metáfora de los nublados del día No hay nublado que dure un año. Juan Rodríguez Florián. Comedia llamada Florinea, 1554. Luego de conocer los aspectos afectivos y morales de la metáfora de los nublados del día, por los cuales es posible asignarle una facultad instrumental en la retórica política, nos dedicaremos en este capítulo a abordar el contexto político de las colonias españolas, sobre todo en el istmo centroamericano, durante el proceso llamado independentista en el que se enmarca la procedencia
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