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Introducción a la SOCIOLOGÍA PETER L. B E R G E R UMUSA NORlKiA EDITORES MÉXICO * España • Venezuela • Colombia Berger, Peter L. Introducción a la sociología = Irivitation to sociology : A humanistic perspective / Peter L. Berger. Atóxico: Limusa, 2006. 269 p . ; 14 em. ISBN: 968-18-0929-7 Rústica1. Sociología • Fundamentos I. Galofre llanos, Sara, tr. LC: HM51 Dewey: 301 - dc21 V e r s i ó n a u t o r iz a d a e n e s p a ñ o l d e l a o b r a p u b l i c a d a EN INGLÉS CON EL t í t u l o :INVITATION TO SOCIOLOGY A H u ma n is t ic P e r s p e c t iv e © P e t e r L. B e r g e r . E d ic ió n pu b l ic a d a p o r A n c h o r B o o k s , DOUBLEtMV & COMPANV, INC., GaRDEN ClTV, N ew YORK. C o l a b o r a d o r a e n l a t r a d u c c i ó n :SARA GALOFRE LLANOS La PRESENTACION Y DISPOSICIÓN en c o n j u n t o d e INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGIA SON PROPIEDAD DEL EDITOR. NINGUNA PAflTE DE ESTA 06RA PUEDE SER REPRODUCIDA D TRANSMITIDA, MEDIANTE NINGÚN SISTEMA O MÉTODO, ELECTRÓNICO O MECÁNICO (INCLUYENDO EL FOTOCOPIADO, la GRABACIÓN O CUALQUIER SISTEMA DE RECUPERACIÓN Y ALMACENAMIENTO DE INFORMACIÓN), SIN CONSENTIMIENTO POR ESCRITO DEL EDITOR. D e r e c h o s r e s e r v a d o s : © 2006, EDITORIAL LIMUSA, S.A. d e C.V.GRUPO NOR1EGA EDITORES B a l d e r a s 95, M é x ic o , D.F.C.P. 06040 m 5130 0700 fi¡ 5512 2903 www.noriega.com.mx CANIEM Núm. 121 H ec h o en M éxico ISBN 968-18-0929-7 24.3 limusa @ norí ega.com. mx 8 D e s d e s u s c o m i e n z o s , la sociología se consideró a sí misma como una ciencia. Muy al principio de nuestro examen expu- simos algunas consecuen- cias metodológicas de esta consideración de sí.' En estas observaciones finales no nos interesa la metodología sino más bien las inferencias humanas que tiene el contar con una disciplina académica tal como la sociología. En capítulos anteriores hemos tratado de describir la manera en que ayuda la perspectiva sociológica a esclarecer la existencia social del hombre. En el último apéndice explicativo nos preguntamos brevemente cuáles podrían ser las inferencias éticas de tal perspec- tiva. Finalizamos ahora considerando una vez más la so- ciología como una disciplina de las muchas que existen en este recodo particular del carnaval social que llamamos el saber. Algo muy importante que pueden aprender los sociólo- gos de sus colegas de las ciencias naturales es cierta inter- pretación del juego con respecto a su disciplina. En con- junto, los científicos naturales han adquirido con la edad cierto grado de refinamiento con respecto a sus métodos, qué les -permite observar a la últimamente mencionada como una disciplina relativa y con ún campó de acción limitado. Los científicos’-sociales tienden "todavía a consi- La sociología como una disciplina humanística derar su disciplina con una torva carencia de humorismo, invocando términos tales como “empírico”, "datos”, “va- lidez”, o incluso “hechos”, como invocaría un mago vudú sus espíritus o duendes más apreciados. A medida que las ciencias sociales pasan de su entusiasta pubertad a una madurez más sazonada, es posible esperar, y en realidad ya puede observarse, un grado similar de desprendimiento de nuestro propio juego. Entonces, podemos considerar a la sociología como un juego de los muchos que existen, importante pero de ninguna manera la última palabra con respecto a la vida humana, además de que podemos permi- timos el lujo de exhibir no sólo tolerancia sino incluso interés en las consideraciones epitemológicas de otras personas. Tal maduración en la comprensión de sí misma tiene gran significación humana. Inclusive podría decirse que en una disciplina intelectual la sola presencia de un ecep- ticismo irónico con respecto a sus propias promesas, es una señal de su carácter humanístico. Esto es lo más importante para las ciencias sociales cuando abordan, como lo hacen, los fenómenos particularmente burlescos que constituyen la “comedía humana” de la sociedad. En ver- dad, podría argumentarse que el científico social que no percibe esta dimensión burlesca de la realidad social se está perdiendo ciertas características esenciales de ella. No es posible comprender totalmente el mundo político, a me- nos que observemos su carácter como una fiesta de disfra- ces. No podemos lograr una percepción sociológica de las instituciones religiosas a menos que recordemos cómo, cuando éramos niños, nos poníamos una máscara y asustá- bamos a los demás niños tan sólo con decir “bú”. Nadie puede entender ningún aspecto de lo erótico si no compren- de que su calidad fundamental es la de ser una ópera bufa (punto que deberíamos recalcar especialmente a los soció- logos jóvenes y serios que imparten cursos sobre “el noviaz- go, el matrimonio y la familia” con una adusta gravedad que difícilmente resulta adecuada para el estudio de un campo cuyos aspectos dependen, por decirlo así, de la parte de la anatomía humana más difícil de tomar en serio). Y un sociólogo no puede comprender la ley si no se acuerda de la jurisprudencia de cierta. Reina en el cuento Alicia en el país de las maravillas. Estas observaciones, huelga decirlo, no intentan denigrar el estudio formal de la socie- dad, sino simplemente sugerir que tal estudio se beneficiará enormemente de los conocimientos que podemos obtener únicamente cuando nos reímos. A la sociología se le aconsejará especialmente que no permanezca en una actitud científica carente de humoris- mo, ciega y sorda a la bufonería del espectáculo social. Si la sociología actúa de esta manera, puede descubrir que ha adquirido una metodología segura sólo para perder el mundo de los fenómenos que originalmente se dispuso a explorar: un destino tan triste como el del mago que des- cubre por fin la fórmula que hará salir de la botella al poderoso jinn —espíritu fantástico—, pero que no puede recordar qué era lo que deseaba averiguar del jinn en pri- mer lugar. Sin embargo, aun cuando huyendo de lo cientí- fico, el sociólogo podrá descubrir los valores humanos endémicos a los procedimientos científicos tanto en las ciencias naturales como en las sociales. Tales valores son la humildad ante la riqueza inmensa del mundo que investi- gamos, una anulación del ego en la búsqueda de compren- sión, la honestidad y precisión en el método, el respeto por los descubrimientos a los que ha llegado honradamente, la paciencia y la buena voluntad con que se nos demuestre que estamos equivocados y a revisar nuestras teorías y, finalmente pero no menos importante, la solidaridad con otros individuos que comparten estos valores. Los procedimientos científicos utilizados por el sociólogo entrañan ciertos valores propios de esta disciplina. Uno de estos valores es la atención cuidadosa a cuestiones que otros eruditos podrían considerar vulgares e indignas del honor de ser materias de investigación científica; algo que casi podríamos llamar un foco de interés democrático en el enfoque sociológico. Todo lo que sean o hagan los seres humanos, sin tomar en cuenta-su vulgaridad, puede llegar a ser importante para la investigación sociológica. Otro de estos valores peculiares se encuentra inherente a la necesidad que tiene el sociólogo de escuchar a los demás sin ofrecer voluntariamente sus propios puntos de vista. El arte de escuchar calladamente y con toda atención es algo que todo sociólogo debe adquirir si quiere ocuparse de estudios empíricos. Aunque no debemos exagerar la impor- tancia de lo que a menudo no es más que una técnica de investigación, existe una significación humana que se en- cuentra presente, al menos en potencia, en una conducta como la mencionada, especialmente en nuestra época ner- viosa y locuaz en la que casi nadie encuentra la oportunidad de escuchar con recogimiento. Finalmente, existe un valor humano especial en la responsabilidad del sociólogo para evaluar sus descubrimientos, hasta donde sea capaz sico- lógicamente sin.consideración a sus propios prejuicios, gus- tos o aversiones, esperanzas o temores. Por supuesto, esta responsabilidad la comparte el sociólogo con otros científi- cos. Pero resulta especialmente difícil de ejercer en una disciplina que tiene un contacto tan íntimo con las pasiones humanas. Es evidente que esta meta no siempre se alcanza, pero simplemente el intentarlo tiene una significación hu- mana que no debe tomarse a la ligera. Esto nos parece particularmente atractivo cuando comparamos el interés del sociólogo por escuchar al mundo sin vociferar de in- mediato sus propias formulaciones -de los que es bueno y lo que es malo, con los procedimientos de las disciplinas normativas, tales como la teología o la jurisprudencia, en las cuales encontramos un constante apremio por introducir la realidad en el estrecho marco del discernimiento de nuestro valer. En comparación, la sociología parece per- manecer en una sucesión apostólica desde la búsqueda cartesiana de “una percepción dara y precisa”. Además de estos valores humanos inherentes a la propia actividad científica de la sociología, la disciplina tiene otros rasgos que la destinan a una proximidad inmediata a las humanidades, si es que en realidad no indican que con- fluye totalmente con ellas. En el capítulo anterior nos esforzamos por explicar estos rasgos, todos los cuales podrían resumirse diciendo que la sociología está interesada funda- mentalmente con la que es, después de todo, la principal materia de las humanidades: la condición humana en sí misma. Precisamente porque la dimensión social es tan crucial en la existencia del hombre, la sociología vuelve una y otra vez a la cuestión fundamental de lo que significa ser un hombre y de lo que quiere decir serlo en una situación particular. A menudo esta cuestión puede ser obscurecida por las galas de la investigación científica y por el vocabulario exangüe que ha desplegado la sociología en su deseo de legalizar su propia condición científica. Pero los datos de la sociología provienen de un lugar tan cercano a la esencia viviente de la existencia humana, que esta pregunta surge una y otra vez, al menos para los sociólogos que son sensibles al significado humano de lo que llevan a cabo. Como hemos afirmado, tal sensibilidad no es sólo una adiaforesis que puede poseer un sociólogo además de las cualidades propias de su profesión (tales como un buen oído musical o un paladar conocedor para la comida), pero está directamente relacionada con la propia percepción sociológica. Una comprensión tal del lugar humanista de la so- ciología denota una mente abierta y una catolicidad, es decir, una universalidad en la visión. Debería admitirse fá- cilmente que es posible adquirir esta actitud al costo de una lógica rigurosamente estrecha en la labor de estructuración de un sistema sociológico. Nuestro propio argumento puede servir como una ilustración embarazosa de esta flaqueza. El razonamiento que expusimos en los capítulos 4 y 5 de este libro podría asentarse lógicamente en un sistema teórico de sociología (esto es, un sistema que interprete toda la realidad humana, consecuente y exclusivamente, en térmi- nos sociológicos sin reconocer otros factores causales dentro de sus dominios y sin permitir escapatorias sea la que fuere su estructura causal). Un sistema como este es claro, inclu- sive estéticamente agradable. Su lógica es unidimensional y cerrada dentro de sí. Que esta especie de edificio intelec- tual resulta atractivo para muchas mentalidades discipli- nadas queda demostrado por la simpatía que ha despertado este positivismo en todas sus formas desde sus comienzos. La atracción del marxismo y el freudianismo tiene raíces muy similares. El hecho de conducir un argumento socio- lógico y desviarse después de su deducción sociológica apa- rentemente forzosa, puede dar una apariencia inconexa y nada rigurosa de nuestra manera de pensar, como proba- blemente lo percibió el lector cuando nuestro argumento comenzó a retroceder en el capítulo 6. Fácilmente pode- mos admitir todo esto y a pesar de ello seguir argumentando que la inconsecuencia no se debe a la terquedad del razo- namiento del observador, sino a las múltiples facetas de la propia vida, de esta misma vida que está empeñado en observar. El reconocimiento de la inmensa riqueza de la vida humana hace que resulte imposible de probar la consecuencia a la que nos lleva la sociología, y obliga al sociólogo a permitir “agujeros” en las murallas cerradas de su sistema teórico, aberturas a través de las cuales pue- den percibirse otros posibles horizontes. El reconocimiento franco del campo de acción humanís- tico de la sociología denota además una comunicación en marcha con otras disciplinas cuyo interés fundamental es el de explorar la condición humana. Las más importantes de estas disciplinas son la historia y la filosofía. La simple- za de algunas obras sociológicas, especialmente en este país, podría evitarse fácilmente con ciertos conocimientos de estos dos campos de estudio. Aunque la mayoría de los sociólogos, tal vez por su temperamento o por su especia- lÍ2ación profesional, se interesarán principalmente por los acontecimientos contemporáneos, el hacer caso omiso de la dimensión histórica es una ofensa no sólo contra el clásico ideal occidental del hombre civilizado, sino contra el pro- pio razonamiento sociológico: es decir, esa parte de él que trata del fenómeno central de la definición previa. Una comprensión humanística de la sociología conduce a una relación prácticamente simbiótica con la historia, si no a que la sociología se conciba a sí misma como una disciplina histórica (idea todavía extraña a la mayoría de los sociólogos estadounidenses, pero bastante común en Europa). Con respecto al conocimiento filosófico, no sólo impediría la candidez metodológica de algunos sociólogos, sino que además conduciría a una comprensión más ade- cuada de los mismísimos fenómenos que el sociólogo desea investigar. Nada de lo dicho deberá interpretarse como una denigración de las técnicas estadísticas y demás avíos que la sociología ha tomado prestados de fuentes definida* mente no humanísticas. Pero el uso de estos medios será más refinado y también (si es que podemos decirlo) más civilizado si esto se lleva a cabo con una base de- conoci- miento humanístico. Desde el Renacimiento, el concepto de humanismo ha estado estrechamente relacionado con el de la liberación intelectual. En las páginas precedentes ya se ha dicho bastante que nos sirve de justificación para reivindicar a favor de la sociología un lugar legítimo dentro de esta tradición. Sin embargo, por último, podemos preguntamos de qué manera la actividad sociológica en este país (que en la actualidad constituye de por sí una institución social y una subcultura profesional), puede prestarse a esta mi- sión humanística. Esta pregunta no es nueva y ha sido formulada mordazmente por sociólogos tales como Floiian Znaniecki, Robert Lynd, Edward Shils y otros más. Pero es lo bastante importante como para no omitirla antes de poner punto final a este examen. Un alquimista encarcelado por un príncipe voraz que necesita oro y lo necesita rápidamente habrá tenido muy pocas oportunidades de interesar a su patrono en el elevado simbolismo de la Piedra Filosofal, que según los creyentes en el esotérico oficio, había de realizar la transformación de otros metales en oro. Los sociólogos empleados en muchos organismos gubernamentales y en ciertas ramas de la industria a menudo se encontrarán poco más o menos en la misma posición. No es empresa-fácil introdu- cir una dimensión humanística en la investigación destina* da a determinar la composición óptima de la tripulación de un bombardero, o a descubrir los factores que inducirán a las amas de casa que caminan como sonámbulas por un supermercado a adquirir una marca de polvo de hornear y no otra, o a asesorar a los jefes depersonal acerca de los procedimientos más adecuados para socavar la influen- cia del sindicato dentro de una fábrica. Aunque los soció- logos empleados en actividades tan útiles pueden demostrar para su propia satisfacción que no hay nada éticamente censurable en torno a estas aplicaciones de su pericia, para observarlas como esfuerzos humanos sería necesario algo de tour de forcé en el establecimiento de una ideología. Por otra parte, no debemos descartar demasiado sumariamente la posibilidad de que, a pesar de todo, resulte cierto énfasis humano de la aplicación de las ciencias sociales a las opera- ciones gubernamentales o industriales. Por ejemplo, el empleo de sociólogos en diversos programas de salud públi- ca, de planeación de obras sociales o de. beneficencia, de nuevo desarrollo de zonas urbanas o en los organismos gu- bernamentales que se ^cupan de la extirpación de la dis- criminación racial, nos impedirá llegar demasiado rápida- mente a la conclusión de que el- empleo gubernamental debe significar en el caso del sociólogo un cautiverio vil del pragmatismo político. Inclusive en la industria podría argumentarse que la manera de pensar más inteligente y futurista en la administración (especialmente en el sector de manejo de personal) se ha beneficiado enonnemente de las contribuciones sociológicas. Si puede considerarse al sociólogo como una figura maquiavélica, entonces sus talentos pueden utilizarse tanto en actividades-humanamente nefandas como en empresas humanamente liberadoras. SÍ se nos permite una metáfora un tanto pintoresca, podemos pensar én el sociólogo como en un ccndotttere de la percepción social. Algunos con- dottieri luchan a favor de los opresores de los hombres, otros a favor de sus libertadores. Especialmente si miramos en tomo nuestro más- allá de -las fronteras de los Estados Unidos y también dentro de ellas, podemos encontrar bas- tantes razones para creer que en el mundo actual existe un lugar para este último tipo de condottiere. Y separación misma del maquiavelismo sociológico es una contribución bastante importante en situaciones en que los hombres se dividen violentamente por fanatismos antagónicos que tie- nen algo de valor en común: su ofuscación ideológica respecto a la naturaleza de la sociedad. El estar impulsados por necesidades humanas en vez de estarlo por grandiosos programas políticos; el comprometemos selectivamente y moderadamente en lugar de consagramos a una fe totali- taria; el ser compasivos y escépticos al mismo tiempo; el tratar de comprender sin prejuicios o parcialidad, todas estas son posibilidades existentes en la actividad sociológica, cuyo valor difícilmente puede exagerarse en muchas situa- ciones del mundo contemporáneo. De esta manera, la sociología puede alcanzar asimismo la dignidad de perti- nencia política, no porque tenga su propia ideología política qué ofrecer, sino más bien porque no la tiene. Especial- mente para aquellas personas que han llegado a desilusio- narse de las escatologías políticas más fervientes de nuestra era, la sociología puede resultarles de utilidad ens cuanto a señalarles las posibilidades de un compromiso político que no les exige el sacrificio de su alma y de su sentido del humor. Sin embargo, en nuestro país sigue siendo cierto que la mayoría de los sociólogos continúan empleados en institu- ciones académicas. Es probable que esta situación continúe en el futuro previsible. Por consiguiente, cualesquiera re- flexiones acerca del potencial humanístico de la sociología deben estar dirigidas hacía el contexto académico, en el cual se .ha ubicado casi toda la sociología estadounidense. El concepto de algunos académicos de que sólo los que obtienen sus salarios de organizaciones políticas y económi- cas sacan les mains sales (las manos sucias) resulta bastan- te absurdo, y constituye en sí una ideología que sirve para legitimar la posición del propio académico. Entre otras cosas,\ la economía de la investigación científica de nuestros días es de una naturaleza tal que el propio académico se ve afectado por los intereses pragmáticos de estas organi- zaciones extrañas. Aun cuando existen muchos sociólogos que no cabalgan en la comitiva solemne de la opulencia gubernamental o comercial (con gran disgusto para la mayoría de ellos), la técnica conocida de los administra- dores académicos con el nombre de “liberación de fondos” (mencionada más ofensivamente como el “método de la caja de cigarros”), asegura que las prácticas pedagógicas más esotéricas pueden ser alimentadas también de las miga- jas que caen de la mencionada comitiva. Sin embargo, aun cuando nos concentremos en el pro- ceso académico propiamente dicho, existen muy pocas justificaciones para que el sociólogo empleado académica- mente se ocupe de estas , cosas. La raza de desertores de la universidad frecuentemente es más salvaje aún que la pro- verbial de la Avenida Madison, aunque sólo sea porque su depravación está embozada por una docta urbanidad y por una consagración al idealismo pedagógico. Cuando uno se ha esforzado durante- diez años por salir de una escuela semisuperior de tercera clase y colocarse en una de las universidades de prestigio, o cuando ha tratado en una de éstas durante diez años también de lograr una condi- ción de profesor adjunto, el impulso humanístico de la sociología habrá sufrido cuándo menos tantas tensiones como bajo la égida de jefes no académicos. Cualquiera de nosotros escribirá aquéllas cosas que tienen oportunidades de ser publicadas en los lugares más adecuados, tratará de conocer personalmente a la gente que tiene un contacto directo con los motivos principales que llevan al logro de un patrocinio académico, llenará las lagunas de su vida con la misma asiduidad que cualquier ejecutivo joven en vías de ascender y detestará calladamente a sus colegas y a sus alumnos con la intensidad de una prisión compartida. Todo esto haremos en busca del boato académico. Persiste el hecho de que si la sociología tiene un rasgo humanístico, este carácter tendrá que manifestarse dentro del medio ambiente académico, aunque sólo sea por razones estadísticas. Aseguraríamos que a pesar de las observacio- nes poco halagüeñas que acabamos de hacer, esta es una posibilidad realista. La universidad es muy parecida a la Iglesia en su susceptibilidad a la seducción de los poderosos del mundo. Pero la gente de universidad, al igual que los clérigos, despliega un complejo de culpa después que la seducción se ha llevado a cabo. La antigua tradición occi- dental de la universidad como un lugar donde priva la li- bertad y la verdad, tradición por la que se ha luchado con sangre y también con tinta, tiene una manera de reafirmar sus derechos ante u n a . conciencia intranquila. Es dentro de esta perseverante tradición académica que el impulso humanístico de la sociología puede encontrar su periodo de vida en nuestra situación contemporánea. Es evidente que existe una diferencia en los problemas que deben enfrentarse a este respectó en una escuela gra- duada que se acupa de la formación de una nueva gene- ración de sociólogos y los que aparecen en una situación de estudiantes no graduados aún. En el primer caso, el pro- blema es relativamente fácil. Naturalmente, el autor opina que el concepito dé sociología que hemos dado a conocer en este libro- debería encontrar su sitio en la “formación’' de los- sociólogos del futuro. Las deducciones de lo que hemos dicho respecto a la dimensión humanística de la sociología propia de los planes de estudio para graduados en la disciplina son obvias. Este no es el lugar más ade- cuado para revelarlas. Baste decir que la erudición huma- nística que crece a expensas del pofesionalismo tecnológico es el camino que nos imaginamos para el futuro en relación a esto. Evidentemente, nuestra concepción de la sociología como una disciplina será la que decida nuestros puntos de vista acerca de la forma enque deberá educarse a los sociólogos. Pero cualquiera que sea nuestro concepto, re* sultará aplicable sólo a un número limitado de estudiosos. Afortunadamente, no todo el mundo puede convertirse en un sociólogo acabado. El que lo haga, si es que se da por bueno nuestro argumento, tendrá que pagar el precio de la desilusión y encontrar su camino en un mundo que vive de mitos. Ya hemos dado lo suficiente para indicar que creemos que esto sea posible. Obviamente, el problema es distinto en un colegio supe- rior para estudiantes no graduados. Si un sociólogo enseña en tal situación (la mayoría de los sociólogos lo hacen), muy pocos de sus estudiantes irán a las escuelas de gradua- dos a estudiar su campo particular. Incluso es probable que muy pocos de los que se especializan en sociologia lo hagan, entrando en lugar de ello en el trabajo social, el periodismo, la administración de negocios, o en cualquiera de las demás ocupaciones en las que se considera de gran utilidad una “base sociológica”. Un sociólogo que enseña en un colegio superior común, observando en sus clases cómo los hombres y mujeres jóvenes están desesperada- mente resueltos a alcanzar una movilidad social, contem- plándolos en su lucha por ascender a través del sistema de crédito y cómo disputan con pertinacia por las calificacio- nes, comprendiendo que no se mostrarían menos interesa- dos si les leyese el directorio telefónico en clase, siempre que el sáldo de tres horas a' su favor se Jes sumase en el libro mayor al final del semestre, este sociólogo tarde o temprano tendíá que preguntarse qué clase de profesión es la qué está ejerciendo. Incluso un sociólogo que enseña en un aifcbiente más cortés, proporcionando un pasatiempo intelectual a aquéllos cuya condición social es una conclu- sión inevitable' y cuya educación es el privilegio en lugar del medio de alcanzar tal condición, bien puede llegar a preguntarse cuál es el objeto de la sociología, en' todos sus campos, en una situación como ésta. Por supuesto, tanto en las universidades estatales como en los colegios superiores de la Ivy League, siempre es la minoría de los estudiantes la que se preocupa y comprende verdaderamente, y siem- pre es posible enseñar pensando sólo en éstos. Sin embargo, a la larga esto resulta decepcionante, en especial si abriga- mos ciertas dudas acerca de la utilidad pedagógica de lo que enseñamos. Y esta es precisamente la pregunta que debe hacerse un sociólogo xnoialmente sensible en una situación en la que tiene qué habérselas con olumnos no graduados aún. £1 problema de enseñar a estudiantes que vienen a la escuéla superior porque necesitan un titulo para obtener empleo en la compañía de su preferencia, o porque esto es lo que se espera'de ellos en cuna posición social-.determi- nada, es compartido por él sociólogo con todos sus colegas dé'Otrás'^disciplinas. No podemos ocuparnos t de él aquí. Siii embargo, existe' un ¿problema -privativo del sociólogo que se encuentra directamente relacionado ;.con 4a Indole purgada de todo: sentimentalismo y tan desilusionante de la sociología, de la cual ya nos ocupamos antes. Bien puede preguntársele con qué derecho'vende una. mercancía in- telectual tan peligrosa'entre las mentes .-jóvenes que, muy probablemente, tomarán: e iíu ñ sentido erróneo y harán mal- uso de la perspectiva que trata-de comunicarles^ Una cosa es distribuir tel venena sociológico entre los estudiantes graduados que ya se han comprometido a la entrega de todo su tiempo yaquienes, en d'curso de un estudio intensivo, puede hacérseles comprender las posibilidades terapéuticas presentes en este veneno. Y otra cosa es-esparcirlo liberal- mente entre aquellos que no tienen la oportunidad o la inclinación a llegar hasta el punto de una comprensión más profunda. ¿Qué derecho tiene cualquier hombre a hacer flaquear las creencias que dan por sentadas los otros? ¿ Por qué enseñar a los jóvenes a ver lo precario de las cosas que siempre han considerado-absolutamente sólidas? ¿Por ¿qué exponerlos a la erosión sutil <lel pensamiento crítico? ¿ Por qué, en resumen, no dejarlas solos? Es evidente que cuando-menos una parte de la respuesta yace en la responsabilidad y la aptitud del maestro. No nos dirigiremos a una clase de estudiantes de primer año como lo haríamos si se tratase de un grupo de estudiantes gra- duados que cursan estudios superiores. Podría darse otra respuesta parcial diciendo que las estructuras aceptadas se encuentran atrincheradas .con demasiada solidez en la conciencia como para que,1 digamos, un par de cursos de segundo año, las haga flaquear tan fácilmente. La “con- moción cultural*’ no se' produce con tanta facilidad. La mayoría de la gente que no se encuentra preparada, para esta especie de. relativización de su opinión aceptada del mundo no se permitirá el . lujo de arrastrar por completo sus inferencias y, en lugar de ello, la considerará como un interesante partido intelectual que debe jugarse en su clase de sociología, de manera muy parecida a cuando tomamos parte en el juego :de discutir si- un* objeto se encuentra en determinado lugar cuando no lo estamos viendo, en una clase de filosofía: esto es, tomaremos parte en el juego sin dudar solamente ni siquiera por un momento de la validez fundamental de nuestra anterior perspectiva general. Esta respuesta parcial tiene también sus méritos, pero difícil’ mente podrá considerarse como una justificación de la enseñanza del sociólogo, aunque sólo sea porque se aplica únicamente a la medida en que esta enseñanza deja de lograr sus propósitos. Afirmamos que la enseñanza de la sociología está justi- ficada hasta donde se da por sentado que una educación liberal tiene algo más que una relación etimológica con la liberación intelectual. Cuando esta suposición no existe, allí donde se considera a la educación en términos puramente técnicos o profesionales, es mejor que la sociología sea eliminada del plan de estudios. Esta sólo interferirá con la marcha uniforme de este último, siempre que, naturalmen- te, la sociología no haya sido mutilada también de acuerdo con el carácter educativo que prevalece en tales situaciones. Sin embargo, allí donde se mantenga aún esta suposición, la sociología está justificada por la creencia de que es mejor ser conciente que inconciente y que esa conciencia es una condición de libertad. Alcanzar un mayor grado de conciencia, y con él de libertad, implica cierta canti- dad de sufrimiento e incluso de riesgo. Un proceso educati- vo que evitase este riesgo se tomaría en un simple entrena- miento técnico y dejaría de tener relación alguna con la civilización de la mente. Afirmamos que el entrar en contacto con la forma peculiarmente moderna y oportuna del pensamiento crítico que llamamos sociología forma parte de una mente civilizada en nuestros tiempos. Incluso aquellas personas que no encuentran en este ejercicio intelectual su propio demonio-particular, como lo expresó Weber, por medio de este contacto se habrán tornado un poco menos estólidas en sus prejuicios, un poco menos cautelosas para comprometerse y un poco más escépticas respecto a los'compromisos de los demás y tal vez un poco más compasivas en su tránsito por la sociedad. Volvamos una vez más a la imagen del teatro de títeres que evocamos antes en nuestra exposición. Vemos a los tí* teres bailando en su escenario en miniatura, subiendo y bajando a medida que los hilos tiran de ellos de un lado para otro, observando el curso prescrito de sus varios pe- queños papeles. Aprendemos a comprender la lógica de este teatro y nos descubrimos a nosotros mismos en sus movimientos. Nos situamos en la sociedad y reconocemos así nuestra posición cuando estamos suspendidos de sus sutiles hilos. Por un momento nos vemos realmente como títeres. Pero después captamos una diferencia fundamen- tal entre el teatro de marionetas y nuestro propio drama. A diferencia de los títeres, loshombres tenemos la posibili- dad de detener nuestros movimientos y de observar y percibir el mecanismo por medio del cual se nos ha movido. En este acto radica el primer paso hacia la libertad. Y en este mismo acto encontramos la justificación concluyente de la sociología como una disciplina humanística.
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