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José Fernando Calderero Educar para LA CONVIVENCIA Las relaciones sociales de los niños de 2 a 7 años El estilo y los buenos modales de los niños pequeños SEXTA EDICIÓN REVISADA Y AUMENTADA 2 Colección: Hacer Familia Director de la colección: Ricardo Regidor Coordinador de la colección: Fernando Corominas © José Fernando Calderero, 2014 © Ediciones Palabra, S.A., 2014 Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39 www.palabra.es epalsa@palabra.es Diseño de la cubierta y maquetación: Raúl Ostos Imagen de portada: © Istockphoto Edición en ePub: José Manuel Carrión ISBN: 978-84-9840-278-0 Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. 3 http://www.palabra.es mailto:epalsa@palabra.es A Paloma con todo cariño. 4 PRESENTACIÓN Querido lector: Además de agradecerte que estés ahí ahora mismo, me parece obligado explicarte desde el principio de qué trata esta pequeña obra que tienes en tus manos. Podemos considerar que este libro es un «remake» de LOS BUENOS MODALES DE TUS HIJOS PEQUEÑOS al que se le han hecho ciertas transformaciones que creemos que han quedado recogidas en el nuevo título. Conviene tener en cuenta que, dada la complejidad de la vida, la educación de los niños recae en la práctica con cierta frecuencia en manos de otras personas que no son los que deberían ser sus primeros y principales educadores: papá y mamá, aunque sea a estos a quienes me dirijo preferentemente. Por ello, sin renunciar al rigor intelectual, he tratado de presentar el contenido de forma que sea fácil de leer por no especialistas; de hecho se conservan prácticamente todas las anécdotas de Los buenos modales de tus hijos pequeños. Por otro lado parece incuestionable que es muy necesaria, quizá imprescindible, la estrecha cooperación familia-escuela; este tema también interesa a los maestros. De hecho en cada capítulo se incluyen algunas orientaciones que pueden ser útiles también para ellos, tanto en su formación inicial como estudiantes de Grado de Maestro como en cursos de formación permanente. Por ello queremos en esta ocasión dirigirnos a todo educador, profesional o no, que tenga o vaya a tener a su cargo niños pequeños (de 0 a 6 años) y hemos cambiado TUS HIJOS por LOS NIÑOS. Por otro lado el comportamiento de los niños es algo que tiene raíces más profundas que la simple conducta externa por lo que, manteniendo el objetivo de conseguir que los niños tengan buenos modales, apuntamos a una educación más honda cuyos frutos puedan percibirse en el momento, aquí, ahora, pero también en el medio y largo plazo. Pretendemos ayudar a que los niños pequeños tengan «principios» en el doble sentido que el diccionario (Cfr. www.rae.es) admite: «Norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta» y «Primer instante del ser de algo». Lo utilizamos en ambos sentidos ya que no pretendemos, solamente, poner ejemplos o exponer casos prácticos, sino mostrar y proponer algunos «principios» inspiradores de las conductas de los niños; queremos destacar también la gran importancia que tiene abordar la educación de los niños desde el «principio», desde que son pequeños. Aunque, igual que su predecesor, este libro tiene de origen una orientación cristiana, conviene destacar que me dirijo a todo educador de buena voluntad que, con mente y 5 http://www.rae.es/ corazón abiertos y sin prejuicios, trate de guiar su quehacer por valores auténticos que necesariamente han de ser universales. Las referencias a la trascendencia del ser humano no han de ser entendidas exclusivamente en el sentido religioso del término, que también, sino a la aspiración de todo ser humano a una plenitud que «trasciende» las propias limitaciones. Deseo que estas humildes páginas te sean de ayuda en tu tarea de educador. J.F. Calderero 6 INTRODUCCIÓN Mi idea, al re-escribir este libro, es ayudar a las familias y a los maestros que, convencidos de su importancia, desean que los niños pequeños que están a su cargo puedan adquirir o mejorar los buenos modales. El sentido de las páginas de este volumen es poner a vuestra disposición una serie de pensamientos, consideraciones y consejos que, fruto de mi experiencia profesional y personal en el campo de la actividad educativa, a la que añado conocimientos procedentes de la investigación científica del campo pedagógico, he ido recogiendo sobre los buenos modales. He tratado de hacer un libro práctico que nos facilite soluciones concretas y, sobre todo, que nos ponga en situación de diseñar y aplicar soluciones personales que se adapten a la situación de cada familia. Estoy convencido de que la mejor forma de ser cada día mejores educadores es PENSAR, con cierta profundidad, sobre nuestra tarea como paso previo e imprescindible para ACTUAR; a un pensamiento que no influye de una u otra forma en la conducta le «falta algo». Por eso considero imprescindible el análisis personal de las cuestiones que vamos a tratar y para ello he introducido en los diferentes capítulos algunas preguntas que nos hagan reflexionar. ¿Basta con desear que nuestros hijos tengan buenos modales? ¡No! ¿Basta con sermonear sobre el tema? ¡No! Algunas claves importantes Aunque, como veremos más adelante, lo realmente importante es la actitud interior, centraré la cuestión de los buenos modales en la conducta externa. Los educadores estaríamos muy satisfechos si consiguiéramos que los niños procurasen... Tratar bien: A los objetos. A los animales y las plantas. A las personas. Incluso a… Dios. 7 Lo que realmente educa es la vida. Eduquemos con... hechos y palabras. Si logramos que se acostumbren a ser cuidadosos, irán desarrollando su capacidad de atención para captar detalles y podrán estar en mejores condiciones para tratar bien a sus semejantes, que, evidentemente, son más difíciles de tratar. Todo esto no suele ser un proceso sencillo, continuo, pacífico y sin traumas. Por eso es necesario que nos paremos a considerar criterios y modos prácticos de lograrlo. La educación de los buenos modales está íntimamente relacionada con la educación en valores y de las virtudes (entendidas como hábitos operativos buenos y realizados intencionalmente con buen fin), de las cuales la conducta externa debe ser una manifestación. De hecho es muy peligroso, y contraproducente, fijarse como meta exclusiva la modificación de conductas externas sin prestar atención a la interiorización de dichas conductas. Considero que la relación de los buenos modales con las virtudes es doble: Por un lado, para practicar los buenos modales se requiere haber adquirido, al menos en grado aceptable, algunas virtudes. Por otro, la práctica de los buenos modales consolida, y/o fomenta, la adquisición de las virtudes. Quizá el modo más asequible de empezar a cultivar unos y otras sea centrarse en las conductas externas, que son las observables directamente. Aunque a lo largo de este libro haremos algunas referencias a las virtudes, en tanto en cuanto se relacionen con los buenos modales, si se desea profundizar en la cuestión recomiendo en el apartado «Para profundizar» de la primera parte algún libro más específico sobre el tema. Una de las grandes ventajas que tenemos los educadores –padres de familia o profesionales– es que al educar a nuestros hijos, o alumnos, también nos educamos nosotros, dentro de un proceso de mejora continua. De hecho, el principal factor educativo para los niños es nuestra conducta, reflejo de nuestra actitud de fondo que se manifiesta de mil formas implícitas y explícitas. También hemos de hablar con los niños, adecuándonos a su edad, si no queremos hacer de ellos unos autómatas sin personalidad. Necesitan saber el porqué de las cosas. Si solo pretendemosque actúen de una determinada manera sin procurar que comprendan los motivos de esa conducta y sin intentar su adhesión interior a los principios morales inspiradores de esa conducta externa, los estamos «cosificando» convirtiéndolos en meras «unidades de producción». El respeto a su dignidad personal exige la motivación y explicación clara, adecuada a su edad y a la idiosincrasia de cada niño, del porqué de las conductas que pretendemos que vivan. 8 A lo largo del libro sugeriré formas de conseguir los objetivos educativos que deseamos basándome en experiencias concretas de familias que lo han conseguido. Es especialmente importante que nosotros tengamos bien claros los motivos por los cuales queremos que nuestros hijos tengan buenos modales. Siendo cierto que las formas externas de relación son convencionales, no lo es menos que la razón de su uso es mucho más profunda que la que se derivaría de una simple convención: debo tratar a todo ser humano con la dignidad que le es propia, independientemente de su conducta, circunstancias o incluso de la mayor, menor o nula reciprocidad en el trato. Entiendo que la autenticidad de nuestras motivaciones es determinante de la eficacia educativa. Las intenciones profundas se transmiten de una forma muy difícil de expresar pero muy fuerte y real. El principal «trabajo» de un educador es el interés y el esfuerzo por alcanzar uno mismo la mayor plenitud personal posible; estas actitudes y conductas son las que se «contagian» sin ruido de palabras. Curiosamente para alcanzar esa propia plenitud es necesario ocuparse de la plenitud ajena; en nuestro caso, de los niños que queremos educar. ¿Corrijo a mis hijos porque... Me molestan? Me dejan en mal lugar? Deseo su bien? ¿Cuándo empezar? En muchas ocasiones, analizando situaciones concretas de deterioro de buenos modales, me he encontrado un fondo de desánimo y en el origen de ellas un denominador común, un enemigo terrible: el conocido «¡qué más da!» o el no menos peligroso «ojalá hubiera empezado en su día». ¡REACCIONEMOS! Si en una casa no se hace caso, a tiempo, de una pequeña grieta, puede acabar en ruinas o la reparación puede ser mucho más costosa. La mejor ocasión, y la más fácil, para solucionar un problema es cuando se detecta. Si puede ser al principio, mejor. Pero, si lo descubrimos más adelante, hemos de solucionarlo entonces. Cuanto más tardemos, peor. Guerra al... ¡qué más da! Nos puede hacer mucho bien ese principio que procede, según tengo entendido, del movimiento «hippy» de los años sesenta: Hoy es el primer día del resto de tu vida. Nunca es tarde para empezar. Contenido del libro De todas estas cuestiones voy a tratar con mayor detalle en los capítulos siguientes, buscando en todo momento las aplicaciones prácticas. Cada capítulo contiene, además de las pertinentes explicaciones acerca de las costumbres que se consideran correctas, 9 anécdotas y casos reales, dificultades concretas y posibles soluciones, preguntas que conviene que nos hagamos, y sobre todo la constante invitación a hacer y escribir planes de acción que nos ayuden de modo real a llevar a la práctica aquello que deseamos. El libro está dividido en tres partes: En la primera parte, La familia y el niño, nos centraremos especialmente en las personas que constituyen normalmente una familia. Hablaremos del trato entre los responsables de la familia, especialmente «papá» y «mamá» (Cap. 1) y entre los demás miembros de la familia (Cap. 2). La segunda parte, Relaciones sociales, se refiere al trato correcto con otras personas que no forman parte del hogar propiamente dicho, empezando por el entorno más cercano (Cap. 3) para, a continuación, ampliar el círculo (Cap. 4). La tercera parte, Estilo, se centra en aspectos más «físicos» y menos personales pero también importantes: la ambientación del hogar y de la escuela (Cap. 5), la higiene y el porte exterior (Cap. 6) o la forma de comer (Cap. 7). «Instrucciones» de uso Es corriente, al comprar un objeto práctico, recibir un pequeño folleto que enseña a usarlo, conservarlo, etc. Leyendo y poniendo en práctica las instrucciones se consigue una mayor utilidad. El sentido de este apartado es precisamente ese: aconsejar al lector sobre mi punto de vista acerca de la forma en la que este libro puede ayudar mejor a que los niños pequeños tengan buenos modales. Permitidme que os sugiera unas «instrucciones de uso»: 1. Personalizar el libro. A cada educador le llamarán más la atención algunos aspectos. Otros le serán más aplicables. Con algo puede que no esté de acuerdo. Si se lee el libro subrayando y haciendo anotaciones personales, se facilitan mucho las sucesivas lecturas, se entra en «diálogo» con el autor y se convierte en algo personal, propio. 2. Comentarlo juntos. Para pasar a la acción y conseguir cambios reales en la conducta de los niños es necesario que los educadores, padre, madre, familiares, profesores, hayan sintonizado previamente en los objetivos que pretenden, y eso no es un proceso automático ni inmediato. 3. Hacer planes de acción. No basta con desear conseguir algo. Hay que definir bien la estrategia concreta que se va a emplear para conseguirlo. En la práctica, si un plan no está escrito, es casi como si no existiera. Lo más probable es que se desdibuje e incluso se olvide. 4. Evaluar los resultados. Tampoco basta con escribir un plan de acción. Hay que llevarlo a la práctica y comprobar si funciona o no. Y, si no da resultados, habrá que insistir perseverantemente hasta que los dé o cambiar de plan. 10 5. Disfrutar de los logros obtenidos. A medida que uno va consiguiendo logros es normal que vaya concibiendo y proponiéndose nuevas metas. Esto es bueno y así iremos elevando nuestro nivel y el de los niños que educamos. Pero hay un peligro: que solo nos fijemos, de modo negativo, en lo que falta por conseguir y nos sobrevenga lo que podemos llamar celo amargo. No hay nada que ayude más a un niño que el reconocimiento, por parte de padres y educadores, de lo que le está saliendo bien. Petición final Me permito pediros que, si disponéis de alguna experiencia o idea que, en relación con los buenos modales, pueda ser útil a otras familias, me la hagáis llegar y así podré enriquecer futuras ediciones con lo cual podremos hacer un mayor bien a todos. 11 PRIMERA PARTE: LA FAMILIA Y EL NIÑO Lo importante es que en todos nuestros actos tengamos un fin definido que deseamos alcanzar, a la manera de los arqueros que apuntan hacia un blanco claramente fijado. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Lib. I, cap. 1 Si el padre o la madre se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de sus hijos, de CADA hijo obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal; será entonces un ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir. La familia y las relaciones familiares son la primera y principal influencia en la educación de los niños. Es necesario, por tanto, prestar especial atención al modo de tratarse entre los padres y con los demás, de modo que vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles. LA FAMILIA Y EL NIÑO ¿Cómo afecta la convivencia familiar en la educación de los hijos? ¿Cómo conseguir y mantener la autoridad en el hogar? ¿En qué momento se debe empezar a educar en los buenos modales? ¿Cómo conseguir que los hermanos se lleven bien entre ellos? 12 CAPÍTULO 1 | Las grandes claves Si los tratamos bien, los niños aprenderán. Buenos modales de los educadores Hay un amplio consenso entre los educadores profesionales, las asociaciones de madres y padres, las publicaciones pedagógico-científicas especializadas, muchos blogueros, responsables de webs educativas y usuarios de redes sociales acerca de la enorme importancia de los valores en la educación, incluso, o especialmente, desde bien pequeños. Se insiste en que en la escuela no basta con transmitir conocimientos, sino que hay que transmitir valores; entendiendo lo que creo que quieren decir los defensores de esta idea, me preocupaaceptarla sin matices. ¿No sería mejor, en vez de poner el acento en la simple «transmisión», normalmente oral, ayudar al niño a que poco a poco vaya reflexionando y descubriendo por sí mismo aquellos aspectos de la vida que son valiosos y cuáles, a pesar de su inicial y aparente brillo, no lo son? Quizá el buen educador lo sea más cuando, sin querer «transmitir» nada, contagia, porque lo vive, un espíritu de superación y de aspiración a una mayor plenitud personal, social y profesional. Si el padre, la madre, el profesor se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de sus alumnos, de CADA alumno, obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal; será entonces un ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir. Desde luego a través de la palabra se pueden, y se deben, mostrar situaciones y personas que ejemplifiquen los valores pero es mucho mejor que, sin descuidar este influjo «verbal», se plasmen en la conducta diaria de educadores y educandos en lo que podíamos llamar influjo «vital». Lo que más educa es la vida. Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles. Desde bien pequeños, con insaciable curiosidad, nos observan, estamos en su punto de mira y, aunque no razonen aún, por lo menos según los esquemas de un adulto, van asumiendo las pautas de conducta y opinión que les mostramos con nuestro modo de hablar y actuar. Los niños nos ven. Cualquier persona con experiencia en este terreno constata a diario el enorme poder de observación y retentiva de un niño pequeño. No lo minusvaloremos. En concreto, y habida cuenta de su condición de primeros y principales educadores, es enorme la influencia positiva que tiene el buen trato entre los 13 padres. El modo de tratarse padre y madre es el principal motor del proceso de mejora de los buenos modales del resto de la familia. Es lógico, por tanto, que nos ocupemos en primer lugar de esta cuestión. Unión profunda El trato correcto, cordial y afectuoso entre la madre y el padre y, en concreto, la práctica de los buenos modales entre ellos deben ser una manifestación externa del amor. El afecto y el cariño, que el padre o la madre tiene en su interior hacia el otro, necesariamente han de «entrar en erupción» y sacar al exterior la luz y el calor de unas relaciones cuyo buen estilo captan los sentidos. Si el calor o la luz son fingidos, sin rectitud de intención, y los buenos modales se convierten en meras tácticas hipócritas para conseguir fines no confesados, pueden llegar a repeler, obteniendo resultados contrarios a los que se pretendían. Sin embargo, hay una forma de «fingimiento» basada en una profunda rectitud de intención que es una auténtica manifestación de amor. La ejemplifico con una anécdota que me han contado asegurándome que se trata de un caso real. No he tenido el placer de conocer al protagonista del hecho. Por ejemplo: Se trata de un matrimonio de octogenarios. A ella le gustaban mucho los toros y por eso él la había acompañado siempre. Un día, ella dijo que desde entonces ya no quería ir a los toros porque no eran «lo de antes». Su marido le dijo que no tenía inconveniente, porque a él nunca le habían gustado y que, si la había acompañado, era por ella; parece ser que a ella le había ocurrido otro tanto. Había «fingido», a lo largo de toda una vida de matrimonio, haciéndole creer que también era aficionado. Eso es «hilar fino»; eso es amor. A veces, la frialdad interior que reina en algunas relaciones matrimoniales puede estar disfrazada de cortesía externa. En estos casos los demás adivinan fácilmente que los buenos modales de estas personas son superficiales y artificiales. Difícilmente una actitud de este tipo puede contagiar a los hijos y, si se produce un cierto resultado externo, morirá por falta de raíces. La cortesía sin autenticidad repele. Si él o ella contesta con sonrisa artificial alguna respuesta convencional mientras se nota su impaciencia por seguir pendiente de los whatsapp o del correo-e estableciendo «links» con personas lejanas mientras descuida la relación con quien tiene al lado, esta se va enfriando poco a poco. ¡PELIGRO! Las actitudes profundas se hacen especialmente patentes en el ejercicio de la sexualidad. Si se produce una auténtica donación mutua de cuerpos y espíritus, surge la maravillosa y poética mezcla de misterio y delicadeza en la que cada uno busca la 14 satisfacción del otro. Esta profunda unión está plena de sentido y genera un «nosotros» que excede a cada uno. En efecto, los dos son «una sola carne». ¡Qué diferente situación cuando algo tan bello y sagrado se convierte en meros actos mecánicos de autosatisfacción compartida! El fuerte egoísmo que reina en estos casos produce, a la larga, desencanto e insatisfacción. No son los mejores cimientos para edificar una familia en la que sea importante tratar bien a los demás. La sexualidad, fruto del amor, une. La sexualidad sin amor separa. Pensar en el «otro» En la vida de un hombre o una mujer casados lo más importante ha de ser su cónyuge. Más que los negocios, el trabajo, el éxito social, etc. Si se triunfa en todos o alguno de los campos de actividad humana pero se fracasa en el matrimonio, ¡qué tristeza! En cambio un matrimonio unido que cultiva su unión con mimo y que está pendiente de hacer todo aquello, por insignificante que parezca, que potencie la unidad está en buenísimas condiciones de afrontar las dificultades de la vida. ¡Qué bonito es que, en medio del ajetreo diario, se le vaya a uno el pensamiento hacia la persona amada! Al enamorado se le va el pensamiento a la persona amada. Se equivoca el que construye su vida al margen de su mujer o de su marido. Incluso en la vida espiritual deben ocupar una atención preferente las oraciones por el marido o la mujer. ¿Dedico tiempo a pensar en él/ella? ¿Conozco bien... Sus gustos? Sus aficiones? Sus virtudes? Sus necesidades? A veces, es necesario adivinar lo que el otro desea pedir o contarme. Debo crear la ambientación o el clima para que se «atreva» a decírmelo. Un paseo, un rato a solas, una mirada de acogida y cariño, pueden obrar milagros y descubrir mundos interiores insospechados. Habrá que hacerse violencia para romper el desenfrenado ritmo de la vida actual y salir de nuestro «torreón amurallado». Por ejemplo: Una amiga a otra: «¡Estoy de la Tecnología de la Incomunicación hasta las narices!» 15 Si quieres que mejore, empieza tú. La amiga: Querrás decir TIC, de la CO-MU-NI-CA-CIÓN. No, no, de la IN-CO-MUNI-CA-CIÓN. ¡Desde que mi marido tiene la nueva tablet, se comunica con todo el mundo menos conmigo! Creo que, si se actúa con tacto, no es egoísmo facilitarle al cónyuge que «adivine» nuestras propias necesidades. Se le puede hacer un gran favor, ya que al «otro» tampoco le resulta fácil salir de sí mismo y pensar en mí. ¿Quieres que tu mujer o tu marido mejore sus modales? Claro que sí. Si le quieres bien, debes desear que mejore. Todos tenemos que mejorar y nos tenemos que ayudar. ¿Con recriminaciones? ¡No! Ayuda a crear un buen clima familiar soportar con paciencia sus innegables defectos. ¿Tú no tienes? Le harás un mal favor si conviertes sus defectos en algo de broma y le ríes la gracia. No se trata de eso. A veces, con gran cariño, a solas tendrás que hacerle algún pequeño comentario, mejor si es breve y discreto y mejor aún si es simpático, para ayudarle a corregirse en algo. Esto dará muchísimo mejor resultado si tienes costumbre de alabar, sin artificio, lo que hace bien y felicitarle con naturalidad por sus grandes o pequeños éxitos. De todas formas, lo que más le va a ayudar es tu propio ejemplo. Si de modo habitual te comportas con él o con ella como una auténtica señora o como un auténtico caballero, le resultará más fácil tratarte como tal. Incorpora en tu conducta diaria un adecuado arreglo e higiene personal, un agradable tono de voz, una conversación amable, etc.,y sé con ella o él atento y servicial y te sorprenderás de los resultados. La vida en común requiere un aprendizaje. La educación de los hijos, también. Disculpaos mutuamente la inexperiencia inicial. El buen humor es esencial en esos momentos. Las costumbres que se vayan adquiriendo en los comienzos de la vida matrimonial van a marcar el rumbo futuro de la familia, incluido el de los hijos que todavía no han nacido. También es necesario exigirse mutuamente un buen trato desde el principio. El tiempo, por sí solo, no arregla las cosas. Exigirse con cariño y buenos modales pero con firmeza. Cuanto más tiempo pase, más difícil será dar marcha atrás. Aprended juntos, disculpaos, exigíos, quereos. Por ejemplo: Y nosotros que llevamos treinta y cinco años de matrimonio, y precisamente es ahora cuando 16 están empeorando nuestras relaciones, ¿no tenemos remedio? Claro que hay remedio. Este es el momento de empezar de nuevo. Conozco algunos matrimonios en situaciones similares que han remontado sus crisis. Hoy, ahora, es el mejor momento para volver a ser cordiales. De hecho, raro será el matrimonio que no haya pasado por situaciones difíciles, y son millones en el mundo los que han logrado superarlas y han conservado su fidelidad. Una vez que se ha vencido el amor propio y se da el primer paso resultará más sencillo volver a cultivar las atenciones y delicadezas que se tuvieron en su día. El trato diario. Los detalles concretos La sinceridad de fondo en las relaciones es una garantía de fidelidad y de felicidad. Pero no todo lo que uno piensa o siente debe contarse. Antes hay que pensar si lo que le vamos a decir al otro le va a hacer bien o le va a hacer daño. Por ejemplo: Cuando una mujer le dice a su marido a los veinte años de matrimonio, en un arranque de «sinceridad»: «Estoy bastante desanimada. Nos pasamos la vida discutiendo por tonterías y no conseguimos dejarlo. Estoy cansada de todo esto y ya ni intento cambiar las cosas. No merece la pena»... empieza a solidificar el hielo. Él también deja de luchar por mejorar las relaciones. Antes de hablar, pensar; y mientras hablas… también. ¿Qué efecto va a producir lo que voy a decir? Las palabras pronunciadas casi nunca son indiferentes. Pueden hacer mucho bien o mucho mal. ¡Cuántas agrias discusiones han empezado por unas palabras que no debieron ser pronunciadas! Entonces lo mejor será no complicarse la vida y estar callado, puede pensar alguien. Tampoco es solución. Lo mejor... Utilizar la conversación para agradar, servir, ayudar. Mantén viva la llama del amor de recién casados. ¡Fuera la rutina! A los matrimonios que han sabido defender la lozanía de su amor de los comienzos, a base de mantener la dignidad, el respeto, la cortesía, el buen humor, las buenas maneras en definitiva, les va a resultar más fácil lograr que sus hijos adquieran esas mismas cualidades. Ciertamente no es sencillo superar los obstáculos de todo tipo que dificultan un desarrollo normal de la vida familiar, pero se puede conseguir y, desde luego, ¡merece la pena! Que parezca que seguís siendo novios. Algunos consejos prácticos que ayudarán a mejorar el trato diario: Siempre escuchar, comprender. 17 Ponerse en el punto de vista del otro. Tratar a la mujer o al marido por lo menos igual o mejor que a los extraños, ¡qué menos! Tener tiempo para «nosotros». (Defenderlo; buscarlo). Que el marido ayude en algunas tareas domésticas. Que la mujer, y en su caso el marido, comprenda el cansancio que puede tener el otro debido a su trabajo profesional y doméstico. Que ninguno de los dos vuelva al hogar a ser servido. Cada uno, a servir al otro. ¿En qué se diferencia un buen actor de teatro de uno malo? Los dos van vestidos igual. Los dos repiten las mismas palabras. Los dos hacen los mismos gestos pero… la entonación cambia, la elegancia es distinta, la mirada de uno trasluce identificación con el personaje, la del otro refleja miedo al ridículo. Se diferencian en los matices, en los detalles. ¿En qué se diferencia un buen marido, o una buena esposa, de uno malo? En los matices, en los detalles. Una comida hecha con amor es más sabrosa. Un cuadro colgado con amor tiene los colores más vivos. Un pequeño servicio hecho con amor es inolvidable. Una mirada de afecto puede cambiar una vida. Los pequeños detalles son enormemente importantes. Poneos guapos el uno para el otro. No solo en las grandes ocasiones. Hay que reconquistarse a diario, sin instalarse en la desidia. Guerra al «qué más da». Agradeceos los pequeños servicios y los grandes, las tareas de cada uno… Que veáis que os valoráis. Interesaos por vuestras cuestiones profesionales y… ¡por los niños! A la hora del descanso cuidad las posturas. Fuera la indolencia. Ten detalles de elegancia y de caballero con tu mujer, como «los de antes»; mucha gente sigue valorando las atenciones y la delicadeza: ábrele la puerta, déjala pasar en primer lugar, etcétera. Si va conduciendo tu marido o tu mujer, no le vayas dando indicaciones sobre lo que tiene que hacer. Suele ser el comienzo de bastantes discusiones. Acuérdate de las fechas importantes. Hay que celebrarlas siempre. Y, si falla la memoria, puede ser un buen detalle de cariño e interés recurrir a la agenda del móvil, de la Tablet, del ordenador o… al calendario de la cocina; todo menos «pasar» del tema. Haceos pequeños regalos. No hace falta tener un motivo. 18 Es muy importante... ¡Cuidar la buena fama del otro! Para proteger el amor hay que tomar ciertas precauciones, cada una de las cuales es un pequeño acto positivo de amor. Si alguno de los dos sale de viaje… un what-sapp, SMS o… una llamadita, mejor de viva voz; es más cálido y personal. Cuando ella o él no están presentes No puedo evitar un sentimiento de desagrado y de vergüenza ajena cuando oigo frases como: «Yo, es que a mi mujer no la aguanto» o «Ya sabes lo raro que es Antonio. Yo creí que de casados iba a cambiar pero de eso nada». Siempre está mal hablar de los ausentes pero, cuando el objeto de la crítica es la persona a la que más se debe amar, está muchísimo peor. Hay que tener mucho cuidado de no pronunciar frases de este estilo: «Mira, hijo, ya sabes lo maniático que es tu padre». Si está mal con los extraños, con los hijos está todavía peor. La fidelidad en el matrimonio es un bien tan elevado que debe ser protegido de todo aquello que puede empañarlo. Si uno posee un objeto de alto valor, lo cuida con esmero, lo aleja de las personas desconocidas y procura correr los menores riesgos posibles de que se pierda, lo roben o lo deterioren. Si uno considera que el amor conyugal es algo de enorme valor, lo protegerá aunque eso le cueste esfuerzo o incomprensiones. Seguro que has oído alguna vez una situación parecida a la siguiente: Un hombre, ejecutivo de una gran empresa, tiene cuarenta y cinco años. Está casado y tiene cuatro hijos. Pasa por un hombre intachable, muy trabajador, muy cordial y simpático. Un día se presentó a su mujer para comunicarle que se iba de casa. Por lo visto, «se le había pasado el amor» y «tenía derecho» a disfrutar de la vida. Se fue a vivir con la directora de relaciones exteriores de la empresa, muy mona ella y bastante joven. No se paró a pensar en los sentimientos de su mujer. Sus hijos no importaban. La gente comentaba: ¡Parece mentira! ¡Qué cosas pasan! ¡Y lo más llamativo es que haya sido así, de pronto! En esto último se equivocaban totalmente. De pronto no suele ocurrir casi nada. Los desenlaces son la parte final y observable de un proceso oculto. Imperceptible para los de fuera pero muy real para el protagonista. En este caso concreto, esta persona empezó la cuesta abajo un día, dos años antes, cuando no solo vio a su compañera profesional, sino que la miró y la volvió a mirar. Ya no dejó de mirarla. Ni lo intentó siquiera. La fidelidad no se consigue sin esfuerzo, pero ¡merece la pena! Si uno evita situaciones en las que pueden ocurrir pequeñas infidelidades y está alerta para que ni siquiera puedan darse las apariencias, en realidadestá teniendo detalles de delicadeza con su mujer o su marido aunque ellos no lo sepan nunca y no tengan la oportunidad de agradecerlo. Eso es amor. 19 Las formas externas han de ser reflejo del fondo interior. El cultivo de la cortesía, los buenos modales, la delicadeza, los detalles de servicio entre los esposos crean un magnífico clima, muy propicio para que los hijos aprendan esos mismos valores. Todo ello es condición necesaria pero puede no ser suficiente. Hay que tener en cuenta otras claves que iremos viendo más adelante. Cuidar la fama de los ausentes no atañe solo a «papá y mamá». Si en casa se «pone verde» al profesor del colegio, aparte de dar muy mal ejemplo a los niños, se pone uno en situación de perder a quien podría, y debería, ser un valioso aliado. Lo mismo hay que decirle al profesor respecto de los comentarios impertinentes sobre los padres de sus alumnos; ¡qué poca categoría, profesional y humana! Situación familiar: «Padre y madre de acuerdo» ¿Qué opinión os merece la actuación siguiente? Pilar es una niña de cinco años, bastante caprichosa, que normalmente suele negarse a comer todo aquello que no le guste mucho, que es casi todo. Un día había en casa chucherías sobrantes del cumpleaños de un hermano. Su madre llevaba media hora aguantando el llanto de la niña a la que se le había antojado comer caramelos antes de cenar. En esto entra el padre y, cogiendo en brazos a la pequeña, le empieza a hacer carantoñas y se entera de la causa de los lloros. A pesar de la negativa de su mujer, cosa que ha observado la niña, le da los caramelos. ¿Cómo os hubiera sentado la reacción del padre, si estuvierais en el lugar de la madre? ¿Qué hubiera debido hacer el padre? Parece evidente que es necesario, en la actuación con los hijos, un acuerdo previo y una coherencia en los planteamientos de marido y mujer. Aunque el objeto de este libro es tratar de los buenos modales, considero que no se debe tratar la cuestión aisladamente. Si solo pretendemos conseguir una conducta externa más o menos elegante sin que esta sea un reflejo de amor auténtico, habremos errado el camino. Además normalmente no conseguiremos ni siquiera ese nivel «externo» de aparente buena convivencia. ¿Qué es un hijo? No es una pregunta ociosa. Y tampoco la respuesta es sencilla. Pienso que muchos de los problemas que se producen en las relaciones entre padres e hijos proceden de respuestas equivocadas a esta pregunta. No voy a intentar responder de un modo profundo que abarque toda la realidad de un ser humano. Sería ingenuo pretenderlo y fuera de lugar en este libro. 20 Ante todo un hijo es un QUIÉN, no un QUÉ. Es una PERSONA destinada a ser feliz. No es una «propiedad» nuestra. Si queremos que tenga buenos modales, no es para poderlo «enseñar» a las amistades o para gozar nosotros con un sentimiento parecido al que experimentamos cuando estrenamos algo. No es alguien que deba ser dominado ni ante quien nos tengamos que defender para que no nos domine. No hay que establecer con él un equilibrio de fuerzas que se contrarresten. Es un ser radicalmente libre, aunque no independiente. Es fruto de vuestro amor. Papá Mamá Hijo/s Cuando se produjo la mutua donación de vuestros cuerpos os entregasteis vosotros mismos, «enteros», y el hijo fruto de la unión es un poco TÚ y un poco ÉL o ELLA. Os queréis tanto que os habéis perpetuado. Cada hijo es como es: una persona diferente Claro que queremos que nuestros hijos sean mejores y que estén adornados de todas las virtudes posibles, pero... cada uno tiene una personal forma de ser. Para ayudarle a mejorar de forma concreta hay que conocer sus limitaciones, sus capacidades y sus potencialidades. Quererle es «estudiarlo»; dedicar tiempo a pensar en él y a hablar los dos de él y a concretar modos prácticos de actuar para ir logrando las metas que os vayáis proponiendo. Hay que aceptarlo tal cual es. No el que nos hubiera gustado tener, sino el que realmente tenemos. Hay matrimonios que están tan ilusionados con sus hijos que no son capaces de ver los innegables defectos que tienen y que cualquier observador ajeno detecta sin proponérselo. Otros, por el contrario, siempre comparan a sus hijos con el ideal que se han forjado en su imaginación y siempre los encuentran faltos de algo. Lo que solamente muy pocas personas hacen es actuar intencionadamente, desde que los niños son bien pequeños, para desarrollar la sorprendente y enorme cantidad de posibilidades de perfeccionamiento que tiene un ser humano al nacer y que ni los educadores ni los propios niños pueden predecir. Urge desarrollar la capacidad de «ver lo invisible» de forma que estemos abiertos a la creatividad, a la inspiración y, en definitiva, al misterio de la vida. Es muy peligroso trazar un camino, por estupendo que sea, y empeñarse a toda costa en que el niño lo siga; de ahí al sometimiento hay un paso. Hemos de educar en libertad y para la libertad, lo cual no quiere decir, ni muchísimo menos, que hemos de dejar al niño indefenso en manos de sus caprichos y sus propias limitaciones sin ayudarles a superarlas. No hay amor sin exigencia. A veces estamos ciegos para ver todo lo bueno que tienen nuestros hijos o aquello que está latente y que sin nuestra atención y cuidados no podemos hacer florecer. 21 Cada hijo es un ser único, irrepetible. ¿Quieres encontrar tesoros? Hazte amigo del guardián Sin pretender «fabricar» genios de laboratorio se pueden, y se deben, cultivar las capacidades innatas de los niños. Tienen más de las que mucha gente se imagina. A veces en la conversación corriente nos referimos a los hijos como si se tratara de un grupo compacto casi sin diferenciar en partes. Cla-ro que hay situaciones en las que procede hablar así de los hijos: ¡Siempre les digo que...!, ¡Se pasan el día riendo!, ¡Da gusto con ellos! Esto es normal y así debe ser. El problema es cuando un educador adquiere la costumbre de generalizar por sistema. Es preciso considerar, no solo en teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con unas virtudes y unos defectos personales. Aunque a estas edades puedan parecer todos iguales, no lo son. Cada hijo, aunque esté viviendo en el mismo ambiente que sus hermanos y reciba, aparentemente, los mismos estímulos, asimila todo ello de manera singular, adquiere distintas experiencias y, en definitiva, tiene una biografía propia y distinta de la de sus hermanos. Sin olvidar que su «yo» es suyo y que su carga genética, su experiencia intrauterina y su potencial son singulares. Por ejemplo: Luis aprendió a andar a los doce meses pero Piluca no lo hizo hasta los dieciséis. Luis tuvo en el jardín de infancia una profesora inexperta que, para tenerlo quieto, le asustaba con un monstruo que se comía a los niños que se portaban mal. Durante una temporada tuvo terrores nocturnos. Piluca no vivió nada parecido y es una niña pacífica y tranquila. De cada uno de los hijos cabe esperar diferentes aspiraciones y realizaciones personales. Cada uno de ellos tiene alguna excelencia personal propia, en la cual un educador hábil puede y debe apoyarse para ir ayudándole a mejorar. La diversidad es una riqueza, no una limitación. Cada niño, cada niña, cada ser humano es una pieza única y, por tanto, una joya, un tesoro. ¡Prohibido hacer comparaciones! ¿Cómo conseguir que vuestro hijo os trate bien? Tratándole bien. 22 Una disciplina razonable es imprescindible para que tus hijos tengan buenos modales. Entonces, ¿hay que darle todo lo que pida? ¡No! Tratarle bien consiste en respetar lo que es. Su naturaleza exige que se le ame; es decir, que reciba mucho afecto y que se le ayude a que él pueda ir conquistando poco a poco su libertad a base de avanzar en su autodominio. El niño necesita mucho afecto y mucha disciplina. Si le damos todos los caprichos, no nos quejemos luego de que sea un maleducado. En efecto habrá estado «mal educado». Es importante que el niño pequeño reciba mucho afecto, y precisamente como muestra del afecto que letenemos debemos ayudarle a ir ejerciendo, desde bien pequeño, el autodominio que tanta falta le va a hacer en su relación con los demás, padres incluidos, y consigo mismo. La educación no se produce a base de compartimentos estancos; es un proceso global. Es muy difícil que una persona caprichosa demuestre el necesario control de sí mismo para tratar bien al prójimo. Por ejemplo: Un ejemplo claro lo tenemos en las comidas: Si al pequeñín no le gusta una comida y mamá o papá o los abuelitos, de modo habitual, para que no sufra el niño ¿o su educador? le prepara solo lo que le gusta, puede acabar siendo un auténtico tirano. No esperemos de él que esté atento a las necesidades ajenas. No olvidemos que, por muy listo, guapo y bueno que nos parezca el niño, tiene impresa en lo más íntimo de su ser esa tendencia al mal con que todos nacemos. Hemos de lograr que los niños vayan abandonando ese «egoísmo» innato con que todos venimos al mundo y lleguen un día a ser esas personas útiles a los demás que debemos ser. Además les ayudaremos a ser aceptados por la sociedad. En caso contrario irán contaminándose de la pseudoeficiente cultura actual en la que se inculca a los niños desde bien pequeños que el ideal de su vida no es «hacerse un hombre/mujer de provecho», es decir, provechoso para los demás, sino una máquina de hacer dinero no importa para qué ni a qué precio. Una auténtica educación humanista empieza desde la cuna. Autoridad de los padres Si de verdad queremos a los hijos y, por tanto, queremos ayudarles a ser mejores, hemos de ponernos en condiciones de poder hacerlo. Para que nuestra actuación con ellos pueda ser eficaz hemos de ganarnos su adhesión. Necesitamos tener autoridad. No 23 se trata de que nos guste o no tenerla. Es que por el bien de nuestros hijos tenemos obligación de tenerla. Nuestros hijos tienen obligación de: — Amarnos. — Respetarnos. — Obedecernos. — Ayudarnos. Por amor hacia ellos debemos poner todo el interés posible para conseguir que nos: — Amen. — Respeten. — Obedezcan. — Ayuden. Las buenas relaciones entre padres e hijos vendrán marcadas por estas cuatro grandes claves. AMOR: Hemos de ser dignos de ser amados. Debemos amarles en serio. El amor es esencialmente entrega y sacrificio por los otros, pero también es afecto y ternura. RESPETO: Es condición imprescindible para el amor. Cariño y respeto no son excluyentes, más aún, se exigen mutuamente. OBEDIENCIA: Hay que saber mandar. Autoridad no es autoritarismo, pero hay obligación de ejercerla. AYUDA: Si logramos que nuestros hijos ayuden en casa, les haremos un gran bien. Adquirirán experiencia en la vida y estarán más integrados en la familia. Recuerda que: – Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles. – Una disciplina razonable es imprescindible para que los niños tengan buenos modales. – Es preciso considerar, no solo en teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con unas virtudes y unos defectos personales. 24 CAPÍTULO 2 | Relaciones familiares Solo contigo puedo ser «yo». Somos seres relacionales En todas las facetas tiene mucha importancia tener muy en cuenta la realidad concreta que nos rodea; hay ocasiones, incluso de la vida más corriente imaginable, en las que hasta la supervivencia se ve amenazada por una conducta ajena a las circunstancias en las que uno se encuentra. No hace falta buscar ejemplos muy sofisticados; basta con pensar en las consecuencias de atravesar una carretera sin haberse fijado en si venía algún coche o no. La naturaleza, dirección e intensidad de dichas relaciones son muy variadas. Van desde la imperiosa necesidad, dependencia vital, que cada uno de nosotros tenemos respecto de aquellos que nos proporcionan, en sus más variadas formas, el alimento, el vestido, el techo, etc., hasta las formas más sublimes de solidaridad, entrega, heroísmo y caridad. No parece posible que alguien pueda considerar en serio que cada ser humano puede ser autosuficiente sin ningún tipo de vínculo con los demás. De todas las relaciones que los seres humanos tenemos con lo que nos rodea merece la pena destacar por su enorme importancia y repercusiones las relaciones con otras personas. Un requisito para el avance hacia la plenitud personal es precisamente el desarrollo de la capacidad de establecer y mantener encuentros interpersonales valiosos. El establecimiento y mantenimiento de relaciones humanas valiosas debería ser uno de los objetivos prioritarios de todo educador. No debería considerarse esta faceta de la educación como un añadido interesante y bueno que «adorna» un currículum vitae de buen nivel. ¿Cuándo empezar? Desde la cuna: Hay que huir de que la habitación del bebé esté rodeada de un ambiente de estridencia, pero también puede ser malo crear un clima tan aséptico que el bebé reciba muy pocos o casi ningún estímulo. La sociabilidad empieza desde los pocos meses. Los niños que habitualmente ven pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y luego, de mayores, les cuesta más la relación con las personas. Desde bien pequeños se les puede acostumbrar de forma simpática a hacer pequeños servicios o a desarrollar determinadas habilidades que pueden ser enfocadas casi como juegos pero que se van incorporando eficazmente a la conducta. 25 Escuchar a los hijos es enseñarles a relacionarse. Si queremos que nuestros hijos hablen con corrección, hablémosles con corrección. Escucharles, hablarles Gran parte de la habilidad de una persona para comunicarse con corrección –aspecto importantísimo de los «buenos modales»– se debe a las oportunidades de practicar que haya tenido. Cuando un niño de año y medio o dos se dirige a papá o mamá a «contarle» algo con su «lengua de trapo» espera una respuesta de acogida. En esas edades tan simpáticas normalmente el niño es atendido. Los problemas surgen cuando ya tiene tres o cuatro años y empieza a hacer preguntas continuamente. Por ejemplo: Por ejemplo: ¿No habéis oído alguna vez expresiones como... ¡Qué niño tan pesado! ¡Vete a jugar y déjame tranquilo!? Siempre me ha parecido mal que, cuando una familia con sus hijos se encuentra con algún amigo o conocido, este salude cariñosísimo a los pequeñines y a los «mayores» no les haga tanto caso. Entre los cuatro y los siete años les encanta aprender y tienen un gran entusiasmo por saber hacer bien las cosas. Nuestra actitud de enseñarles con cariño y paciencia es muy importante para su desarrollo psíquico, intelectual, afectivo y emocional. Su «saber estar» de joven o adulto depende en gran medida de la atención que les hayan prestado sus padres en estas edades tempranas. Un niño, a partir de los cuatro años aproximadamente, necesita imperiosamente ser escuchado por sus padres, si no le defraudamos. Será una magnífica forma de conocerle, estrechar lazos y darle la oportunidad de aprender a expresarse bien, que tanta falta le va a hacer en su relación social. Esta edad de los «porqués» es un momento magnífico para desarrollar... la paciencia de los padres. Gracias a Dios no exigen definiciones o explicaciones perfectas de todo, si así fuera, ¡menudos aprietos! Se conforman con ser atendidos y recibir una respuesta amable acorde con su pequeñita visión del universo. Cuando un pequeño nos hable no importa tanto la corrección con que se exprese como la actitud de escucha que demostremos y sobre todo que adquiera la costumbre de comunicarse con sus padres. Si por una pretendida pureza en la expresión las conversaciones se convierten en «clases» de dicción, no nos extrañe que el diálogo no perdure. 26 En algunas ocasiones los «malos modales» son una forma no consciente de reclamar la atención que le niegan sus padres, en ese momento o con cierta frecuencia. Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en todo. Está relativamente extendido el error de hablarles a los niñospequeños de forma afectada, imitando los adultos la «lengua de trapo» propia de los chiquitines. Así no se les hace ningún favor. Solamente se les entorpece el desarrollo de su capacidad de expresión. Hablémosles con un lenguaje sencillo pero correcto, con precisión y sin miedo a la riqueza de vocabulario. Gran parte del éxito de nuestros hijos en la relación social se deberá a su facilidad de expresión. Nosotros los padres podemos y debemos ayudarles mucho en este terreno desde bien pequeños. ¿Nos harán más caso si les gritamos? A veces sí, pero no por el volumen de voz, sino porque captan que va en serio. Si realmente estamos firmemente decididos a ser obedecidos, ellos, por lo general, lo notan y actúan en consecuencia. No es necesario gritar. Si el niño es muy pequeño o el grito es muy fuerte, quizá solo se consiga que el niño sufra un bloqueo y se paralice. Es importante hablarles en un tono elegante de voz y utilizar con ellos las expresiones: por favor, gracias, perdón, etc. Ellos lo asimilarán por imitación. Enseñarles a observar Si deseamos que nuestros hijos tengan buenos modales, seguramente nos gustaría oír que dicen de ellos: —¡Qué niño más atento! Esta frase significa precisamente lo que dice: ¡Cómo atiende! ¡Cómo capta las necesidades y deseos de los que le rodean! Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de los sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad de observación. Ayudemos a nuestros hijos a ser «atentos» Un paseo de un niño de dos años con sus papás puede ser una importante fuente de conocimientos y una magnífica ocasión de desarrollar su capacidad de observación. Se le puede ayudar mucho si intencionadamente se procura que fije su atención en lo que le rodea. Si es algo mayorcito, de tres, cuatro o cinco años, se pueden mantener con él simpáticas conversaciones con preguntas y respuestas sobre lo que va viendo. 27 Los juegos son una buena ocasión para desarrollar hábitos de convivencia. A modo de juego se puede lograr que un niño de dos años deje sus cosas ordenadas ya que es algo que le encanta naturalmente. A estas edades se les debe iniciar en los hábitos de higiene. Un niño de dos años o incluso menos puede desear, por imitación, lavarse los dientes o hacer que se los lava. Hay que tener precaución de no tener a los niños demasiado tiempo frente a la televisión. El rápido ritmo de las imágenes de algunos programas, incluso infantiles, pueden hacer que se acostumbren a mirar sin ver. Es una falsa situación de desarrollo de capacidad de observación. Démosle tiempo para que «experimente». Tratemos de vacunarle contra esa «enfermedad» de la prisa que aprisiona al hombre actual. No le sustituyamos y dejémosle que pueda ir haciendo pequeñas cosas por sí solo. Lo hará peor que si se lo hacemos nosotros pero, si tenemos la paciencia de dejarle hacer, aprenderá. Le haremos un gran bien. Algunos ejemplos: Laura, 18 meses: Su hermana mayor acaba de cambiarle los pañales en su habitación y le dice: Laura, lleva los pañales a la basura. La pequeña, con ojos sonrientes que indican que entiende el encargo, se dirige a la cocina y cumple su «importante» misión. Enrique, 3 años: Termina de desayunar en la cocina y lleva su taza al fregadero. Luis, Laura y Enrique: Luis de cinco años y Enrique de tres llevan a Laura de dieciocho meses cada uno de una mano por la acera «para cuidarla» porque «son mayores». Pedro, 3 años: Después de hacer «determinadas funciones fisiológicas» le dice a mamá en una posición muy pintoresca: Por favor, ¿me limpias? Carmen, 3 años: Se abrocha perfectamente todos los botones de su bata del colegio. Situación familiar: «Trato entre hermanos» Elena, de cuatro años, se enfadó mucho y pegó a su hermana pequeña porque le rompió su juguete favorito. Escoged el final que consideréis más educativo. Final 1: La madre, muy irritada y a gritos: —¡Eres muy mala! ¿Por qué pegas a tu hermana? ¿No te da vergüenza? Toma, toma y toma (azotes). Final 2: La madre seria y enfadada: —¡Elena! no debes pegar a tu hermana. Ella no quería romperlo pero es pequeña y lo ha roto sin querer. Más conciliadora: 28 Un hijo no es solo mi hijo o nuestro hijo, sino que también es un hermano para sus hermanos. —Te voy a arreglar el juguete, pero dale un beso a tu hermana. ¡Hala! Perdónala y dale un beso. ¿Verdad que sí que la quieres? La educación de los buenos modales, que es casi lo mismo que la educación de la sociabilidad, empieza en la familia. Si logramos que cada uno de nuestros hijos se integre en la familia, habremos dado un gran paso adelante, el paso definitivo. Hay que procurar que se quieran todos los hermanos. No esperemos, ni pretendamos, una exagerada cortesía entre ellos. Tampoco sería natural. Pero hay algunas costumbres que sí podemos y debemos inculcarles desde que empiezan a hablar. Si a un niño de dos o tres años un hermano le presta algo o le ayuda, hay que acostumbrarle a que dé las gracias. Puede resultar delicioso comprobar que un pequeñín tiene el hábito de pedir las cosas por favor. Esto puede lograrse como un mecanismo automático de forma que interiorice que las frases de petición empiezan: Por favor... Y, si hace algo sin querer, qué bonito que hayamos logrado que espontáneamente diga: ¡Perdón! Acostumbrarles a usar: por favor, gracias, perdón. Estas tres expresiones son más importantes de lo que parece. Además de ser un exponente de nivel educativo, son un reflejo de actitudes fundamentales ante la vida tales como agradecimiento y reconocimiento de la dignidad de los demás. Evidentemente a estas edades no profundizan del todo en el significado de lo que dicen, pero, si adquieren el hábito, tendrán mucho adelantado. Y, si no lo adquieren, probablemente adquirirán el contrario: ser unos tiranos exigentes que no se sacian con nada. Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo en el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases». La elegancia y cortesía de estas personitas cuando sean mayores va a depender mucho del trato que dé o reciba de sus hermanos. Un trato habitual de cariño y de ayuda mutua –¡pobre del niño que no tiene costumbre de compartir!– es un magnífico fundamento de sus futuros buenos modales. Ayuda mutua ¡Qué importante es que los hermanos se ayuden! Algunos ejemplos: Lourdes, de 9 años: Cambia los pañales del bebé, le pone el pijama, le da la cena y lo acuesta. Pedro, de 16 años: Le corrige los ejercicios de cálculo a su hermano de 7 años. Luisa, Marifé y Pablo, de 13, 11 y 9 años: Se llevan a pasear al parque próximo a casa a sus hermanos de 5, 3 y 1 años. 29 Pablo, de 9 años: Reza todas las noches tres Avemarías con su hermano de cinco años que duerme en su cuarto. Es bueno para los mayores ya que adquieren experiencia de la vida, desarrollan su generosidad y estrechan lazos con sus hermanos pequeños. Es bueno para los pequeños porque ven el ejemplo práctico de sus hermanos mayores y se sienten queridos por ellos. El nivel de trato y convivencia entre hermanos depende del afecto real que se tengan. Sin ello los «buenos modales» se quedan en meras formas externas de coexistencia sin cimientos. Cualquier alteración del estado de ánimo puede dar al traste con la más elemental cortesía. No nos rasguemos las vestiduras porque a veces surjan auténticas peleas por cosas sin importancia. Ni nuestros hijos ni nosotros somos perfectos y es casi imposible evitar roces e incomprensiones. Sí hay que procurar que esas «tormentas» no cristalicen y se conviertan en estilo de la familia. El final feliz de las situaciones «bélicas» incluye el perdón y la reconciliación. Normalmente esto exige una conversación con el culpable –si no reconoce su culpa, no hemos adelantado nada aunque externamente pida perdón a regañadientes– y otra con la «víctima» para que sea capaz de perdonar y no se provoque otra explosión en el momento del intentode reconciliación. Un curioso caso de ayuda mutua: Federico, de tres años y medio, se dirige, con su bata de rayas, hacia el jardín de infancia acompañado por su padre y por Enrique, de dos años, que acudía por primera vez. Federico como «mayor» le pone la mano en el hombro a su hermano y le dice, muy serio: —Si te pega Luis me avisas. Yo le puedo. Si te pega Andrés, que es muy fuerte, díselo a la «seño». No es un buen ejemplo hablando de buenos modales, pero sí viene al caso para ilustrar cómo un hermano estaba pendiente del otro. Los objetos personales Quizá podrían resumirse los objetivos de la educación en sentido muy amplio en: conseguir que un niño que necesita TODO de los demás, cuando nace, llegue a ser alguien ÚTIL para los demás. Se trata de ayudar a nuestros hijos a darse cuenta de que hay que pasar del «servirse de» al «servir a». Es propio de los niños muy pequeños que se refieran a todas las cosas como «mío», «mío». Tienen, por lo general, muy desarrollado el instinto de posesión. Lo anterior, unido a que aproximadamente a los tres años es la edad del no, hace que tengamos que estar especialmente pendientes los padres para que nuestros pequeños aprendan: 30 – A respetar las propiedades de sus hermanos. – A ser generosos y prestar las cosas. – A usar los bienes materiales con señorío, sin dejarse esclavizar. Podría ser útil un breve código similar a este: 1. Si necesitas o deseas usar algo que es de un hermano o de los papás o de los abuelos, debes pedir permiso siempre. 2. Si alguien de la familia te pide algo tuyo, préstaselo. También puedes regalárselo. 3. Si te prestan algo, devuélvelo lo antes que puedas. 4. Si usas algo que es de todos, déjalo luego en su sitio. 5. Las personas son mucho más importantes que las cosas. Cuántas fuertes desavenencias de familias adultas proceden de luchas por la posesión o disfrute de propiedades. ¿No serán manifestación de que ese egoísmo innato que todos tenemos no fue amortiguado, sino que, por el contrario, se fue autoalimentando? La mejor edad para aprender a relacionarse con los demás a través del uso de sus objetos personales es lo antes posible. Depende de cada niño pero los dos años puede ser un momento ideal. A lo mejor, en determinadas circunstancias, el aprendizaje en esta materia comporta alguna rabieta que habrá que soportar lo más estoicamente posible. Lo que es casi seguro es que, si, para que no llore, consentimos en que, de modo habitual, se salgan con la suya y tengan que ceder siempre los hermanos, estaremos contribuyendo a enturbiar las relaciones entre ellos. Atención en este tema a la actuación de los abuelos. A veces tienden a mostrar clara predilección por los más pequeños y algunos la manifiestan dándole satisfacción a sus caprichos especialmente de orden material. Evidentemente también hemos de enseñarles a cuidar sus propias cosas, pero esto será tratado en otro capítulo más adelante. Un caso: «Un pequeño revoltoso» Imaginemos el caso de una familia con cuatro hijos, los tres mayores son niñas y el pequeño es un niño de dos años. Este matrimonio no ha tenido ningún problema con sus hijas: Han crecido juntas y, salvo alguna rara ocasión aislada, se han llevado hasta ahora muy bien compartiendo los juguetes. A causa de la situación económica, han tenido que dedicar más tiempo al trabajo y «han bajado la guardia» en casa. El pequeño es un niño nervioso al que sus hermanas no aceptan muy bien porque al menor descuido les rompe sus «tesoros». A veces le pegan y por ello se llevan algún cachete de su madre, una situación que le pone realmente 31 Para vivir bien la fraternidad es necesario nerviosa; ella ve claramente que el tiempo no va a arreglar nada, a pesar de que su marido le anima a no preocuparse. Una amiga, que asiste a una escuela de familias, les explicó con detalle que, para ayudar a los niños a mejorar, no basta con desearlo o con echar broncas o lamentarse. Hay que hacer planes de acción. Esa idea de «profesionalizar» el asunto les gustó y esa misma noche, cuando acostaron a los niños, empezaron a buscar soluciones concretas y a escribirlas. Se le ocurrieron las siguientes ideas: — Poner una cerradura en la parte baja del armario y guardar allí las mejores muñecas y los «tesoros más valiosos». Se trataba de evitar las situaciones más conflictivas. — Pedirles a las dos niñas mayores que apartaran algunos juguetes algo deteriorados y convencerlas de que se los prestaran al pequeño. Querían que este empezara a recibir atenciones de sus hermanas y que estas iniciaran el camino de la generosidad. — Exigir a las niñas que, al acabar de jugar, dejen todo bien recogido. Hasta ahora lo hacía la madre y al no llegar a todo había ocasiones en las que, cuando se retrasaba, el pequeño aprovechaba para «atacar». No conozco el final de la historia por lo que no sé si lograron sus objetivos, pero creo que coincidiremos todos en que es más fácil lograr algo cuando uno se lo propone en serio y hace planes concretos. No existen soluciones mágicas de efectos inmediatos. Normalmente las mejoras en educación se logran poco a poco a base de paciencia, insistiendo con perseverancia una y otra vez en los mismos temas. Por ejemplo: Una madre de familia preocupada por las frecuentes riñas de uno de sus hijos con los hermanos le decía al tutor del chico en el colegio: —Ya no sé qué hacer. No sé si matarlo o dejarlo. La respuesta serena del tutor fue: —Ni lo uno ni lo otro. Es preferible apoyarse en los valores y cualidades para potenciarlos que poner el punto de mira en los defectos aunque sea con la buenísima intención de corregirlos. Nunca se logrará del todo y se genera un estilo nada estimulante. Hagamos pedagogía positiva. Si logramos que nuestros hijos estén unidos a nosotros, estaremos en condiciones de influir en ellos para que estén unidos entre sí. En realidad es el único camino posible para lograr que haya una auténtica convivencia entre los hermanos 32 vivir bien la filiación. y puedan tratarse con buenos modales. En el fondo se trata de enseñar a amar. A no ser que tengamos el concepto roussoniano de que el hombre es naturalmente bueno, tenemos los padres la obligación de ayudar a nuestros hijos a luchar contra esa inclinación al mal que subyace en lo más íntimo de nuestro ser desde que nacemos. Aprender a amar a los hermanos requiere efectivamente un aprendizaje. De hecho la experiencia nos muestra que hay bastantes personas que no lo consiguen y que, incluso ya adultos, tratan con mayor delicadeza y cortesía a los extraños que a los propios. Hay que procurar encontrar la clave con la que actuar en cada caso concreto. Hay que buscar la motivación adecuada. Un medio importante para inculcar buenos modales y buenas costumbres a nuestros hijos más pequeños es convertir intencionada y explícitamente a los hijos mayores en nuestros aliados. Hay que explicarles a fondo nuestros planes con los pequeños dándoles, proporcionalmente a su capacidad de entender, las razones que nos mueven. Hemos de hacer conscientes a los mayores de que son observados permanentemente por los pequeños. Es una razón añadida para que los mayores actúen con corrección. Por nuestra parte hemos de reforzar la autoridad de los mayores ante los pequeños. Evidentemente debe ser autoridad-servicio. No transijamos en esas situaciones en las que un hermano mayor se libra de sus quehaceres o encargos mandándoselo hacer a un pequeño aprovechándose de la debilidad o voluntariedad de este. Advirtamos a los mayores para que no le rían las «gracias» al pequeño de turno cuando hace algo mal. Aunque pueda resultar gracioso, le hacemos un mal favor si observa que nos divierte. Tenderá a repetirlo. Procuremos que no nos pase como a aquella madre de familia numerosa que me decía: —Este pequeño me ha pillado cansada. Reconozco que no le exijo como hice con los mayores.Además los mayores están muy ilusionados con el último y le consienten todo. Es muy espabilado pero lo estamos haciendo un tirano. El pequeño de una familia no debeconvertirse en el juguete. Es lógico, y muy bonito, que se le hagan «fiestas» pero dentro de un orden. Para terminar, dos últimas consideraciones: Cada familia debe buscar sus propias soluciones, adaptadas a sus circunstancias. Muchas familias han logrado que los hermanos se quieran y se traten bien. Es posible. Los ancianos en el hogar Los buenos o malos modales con que nuestros hijos traten a sus abuelos dependerán en gran medida del cariño mutuo que hayamos logrado que se tengan. Como siempre, las 33 formas externas dependerán de las profundas actitudes interiores. Trataremos –nuestros hijos y nosotros– a las personas mayores según el concepto que tengamos de ellos. Viene a mi memoria una cita de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II que nos expone dos realidades bien distintas y que reproduzco a continuación: «Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserto en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable –aun debiendo respetar la autonomía de la nueva familia– y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro. Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación, que son fuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de empobrecimiento espiritual para tantas familias». ¿A cuál de ambas alternativas nos apuntamos, en la práctica, en nuestro hogar? Quizá al leer lo de «formas inaceptables de marginación» pensemos en situaciones de miseria económica o cultural, pero hay otras formas inaceptables de marginación más sutiles pero no menos dañinas: Si cada vez que la abuela habla hay sonrisitas «comprensivas» dando a entender que no sabe nada, ella sufre. Si cuando el abuelo cuenta la eterna historia del servicio militar se le hace el vacío, él sufre. Si, a sus espaldas o abiertamente, se les critica por sus costumbres, se les está marginando. Algunos de estos tipos de marginación se están dando en hogares con un aparente estatus moral y social. Seamos agradecidos con nuestros mayores. Si queremos a los abuelos y procuramos que nuestros hijos les quieran, tendremos más oportunidad de ser queridos y de ayudarles a superar las limitaciones de todo tipo que, fruto de la edad, muchos tienen y que pueden ser para ellos motivo de sufrimiento. ¿Qué hacer si los abuelos viven fuera del hogar? — Visitarles y que nos visiten. — Escribirles. — Llamarles por teléfono. 34 • Visitas: Convendrá tener en cuenta algunas recomendaciones. Es bueno tener algo previsto sobre lo que van a hacer los niños mientras están en casa de los abuelos. Suele ocurrir que los adultos crean su ambiente, su conversación y los pequeños, aburridos, empiezan a causar problemas con disgusto para todos. A la vista de las circunstancias físicas o de ambiente del hogar de los abuelos, conviene tener prevista alguna «estrategia» para que todo resulte bien. Parece bueno aleccionar a los pequeños antes de ir, explicándoles cómo deben comportarse en sentido positivo y diciéndoles también lo que no deben hacer. Deben: Saludar, ser cariñosos, contar cosas, escuchar, etc. No deben: Ir tocando los pequeños objetos, interrumpir las conversaciones, etcétera. • Correspondencia: Evidentemente a estas edades no están capacitados para escribir una carta a sus abuelos, pero sí pueden enviarles, aprovechando quizá una carta de los padres o de algún hermano mayor, algún dibujo suyo. Basta algún garabato con lápices de colores para crear una agradable relación. • Teléfono: Quizá no sea el mejor modo para que un chiquitín de estas edades se comunique con sus abuelos. A partir de los cuatro años, más o menos, edad en la que ya pueden mantener una cierta conversación, puede hacerles a nietos y abuelos mucha ilusión llamarse por teléfono de vez en cuando. Creo que la diferencia de vitalidad entre abuelos y nietos ha de ser tenida en cuenta, sobre todo en cuanto al alboroto que naturalmente producen los pequeños. Hay que «regular» el alboroto de alguna forma, sobre todo cuando se convive con los abuelos. No se les puede consentir, por muchos motivos, a los pequeños que se «entreguen» el alboroto de forma absoluta. Hay que procurar que respeten los momentos de descanso de los mayores y que eviten las estridencias. Pero tampoco se les puede estar todo el día obligando a actuar como adultos. Por ejemplo: Siempre recuerdo con simpatía la anécdota que cuenta D. Jesús Urteaga en su libro Dios y los hijos, que, por cierto, recomiendo vivamente, sobre un niño al que siempre le decían: —Los niños buenos se están quietos. Y un buen día dijo: —Y, en el Cielo, ¿también tendré que estarme quieto? Si un pequeño oye de continuo: ¡No molestes al abuelo! ¡No molestes al abuelo!, es bastante probable que acabe harto del abuelo. Una acertada combinación de actividad infantil en la que haya abundante ejercicio físico puede ser utilísima para la buena convivencia. Un niño «encerrado» en un piso puede ocasionar y ocasionarse problemas en relación con su formación humana. 35 TRATO DE LOS ABUELOS A LOS NIETOS Que haya oportunidad de trato. Buscando los momentos adecuados, si viven en nuestro hogar, o procurando que se hagan visitas mutuas en las que se dé el clima adecuado. Si pedimos a los abuelos ayuda concreta, proporcionada a sus circunstancias, les ayudamos a ser y a sentirse útiles y les damos ocasión de que los nietos tengan cosas concretas que agradecerles. No solo alguna «propina» o algún capricho. Así también les ayudamos a vencer el egoísmo en el que se pueden instalar los abuelos con facilidad. Puede ser delicioso para los chiquitines que su abuelo les cuente cuentos. O se los lea si no sabe contarlos. Un agradable paseo del abuelo con alguno de sus nietos puede ser recordado durante años. Un abuelo paciente, ¡cuánto bien puede hacer enseñando a leer a un pequeño de 4-5 años! Los abuelos, especialmente si son piadosos, pueden desempeñar un papel fundamental a la hora de transmitir la fe; disponen, por lo general, de un tiempo que a veces los padres no tienen. A los niños les encanta aprender oraciones de labios de sus abuelos. Los juegos de nuestra infancia, que quizá recuerden nuestros padres, pueden ser muy satisfactorios para nuestros hijos. Las circunstancias de la vida actual hacen que nuestros hijos tengan menos oportunidades de jugar y encuentren dificultades para hacer algo distinto de «mirar» la televisión. Los abuelos les pueden enseñar esos juegos o canciones tan entrañables. He visto la cara de auténtico interés con la que niños de tres años en adelante siguen a sus padres o abuelos cuando les cuentan las costumbres de épocas anteriores. Les divierte mucho, a partir de los 4-5 años, saber lo que valían las chucherías, que había tranvías, que el panadero iba en un carro con un burro, que había gallinas en la casa, etc. Todo esto, además de intensificar la relación personal entre abuelos y nietos, les ayuda a estos en su percepción de la realidad y, por tanto, en su formación intelectual. Aquí lo he citado como ocasión de intensificar el afecto para lograr que nuestros hijos tengan buenos modales con sus abuelos. Además de oír historias generales sobre las cosas, de labios de sus abuelos, hay una historia especialmente importante. Me refiero a la historia de la propia familia. El conocimiento de la biografía de los padres, abuelos y otros parientes cercanos ayuda mucho a integrarse en la familia. ¡Qué ratos tan agradables cuando les enseñan las fotos familiares! La auténtica integración en la familia produce una estabilidad emocional que es la base de una personalidad consolidada, con mayor seguridad en sí mismo. Esta seguridad personal es la que permite que una persona «salga» de sí misma y pueda atender las necesidadesde los demás teniéndolos en cuenta y tratándolos como se debe. 36 Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital» Situación negativa: Es el caso de una madre de familia, Irene, de cuarenta y cinco años, que tiene dos hijos pequeños. Su madre, viuda, vive con ellos. En la comida de un día corriente se comenta una noticia política en la que surgen, como casi siempre, posiciones encontradas. Después de una conversación en un tono poco agradable, en la que desde luego están presentes los niños con los ojos muy abiertos, Irene corta la situación diciéndole a su madre: —¡Qué pena me das! Pareces tonta. Situación positiva: El caso de un padre de familia, Mario, de treinta y dos años, con cuatro hijos pequeños. Su mujer es realmente bastante desordenada, razón por la que la madre de Mario no la acepta bien. Después de una escena en la que delante de los niños la «suegra» la ha ofendido, Mario actúa de la forma siguiente: —Mamá, siento decirte esto, pero no tienes derecho y no te consiento que trates así a mi mujer. Más tarde llama a solas a sus tres hijos mayores y les explica... —La abuelita se ha portado mal pero tenemos que quererla mucho. Es muy mayor y a veces tiene dolores y se enfada. Vosotros también os enfadáis alguna vez y tengo que regañaros y castigaros pero os quiero mucho. ¿Verdad que vais a querer mucho a la abuelita? Hala, a jugar. Algunas recetas prácticas para enseñar a nuestros hijos, sin ruido de palabras, a tratar a los abuelos: –No criticarles en su ausencia. –Reforzar siempre su imagen. –Comprender sus limitaciones. –Ayudarles en cuestiones materiales. –Escucharles con paciencia y cariño. –Tenerles al corriente de las cuestiones familiares. –Visitarles, escribirles, dedicarles tiempo. Carmen, de setenta y ocho años, lleva un tiempo residiendo en un pueblecito del Levante español rodeada de amigos jubilados. Antes residía en Miami con sus hijos y nietos. Decidió irse de allí y volverse a España porque se le hacía muy dura la soledad. Me contó un día: 37 Nuestros hijos tratarán a los abuelos según lo hagamos nosotros. Mi hijo es una buena persona y muy inteligente y trabajador. Mi nuera también es buena y tiene mucha relación social. Mis dos nietos son muy estudiosos y deportistas, sacan muy buenas notas en la universidad. Son lo que podría llamarse, desde fuera, una familia estupenda. A mí me dicen que me quieren y me hacen muchos regalos, pero estoy muy sola. Vivimos lejos del centro en una zona en la que apenas hay transporte público. Cada uno de mis hijos y nietos tiene su propio coche y pasan todo el día fuera de casa. Cada uno cena a su hora y tiene su propio televisor. Yo también tengo el mío. Solamente coincidimos todos algún fin de semana en el que los chicos no se van de camping con los amigos. Quizá haya sido egoísmo por mi parte pero lo estaba pasando muy mal y decidí venirme. Ellos no lo entienden. No son conscientes de que hubiera ningún problema. Trato de los nietos a los abuelos Está muy bien que los abuelos se ganen el cariño de los nietos. Está muy bien que vean nuestro ejemplo. Pero seamos realistas. Practicar el bien cuesta y nuestros niños pequeños han de aprender y hay que enseñarles. Tenemos que explicarles cómo tienen que tratar a sus abuelos y tenemos que procurar que adquieran los hábitos correspondientes. Hay que explicarles que las personas mayores, por lo general, tienen menos fuerzas y hay que ayudarles. Si en estas edades tan pequeñas no pueden ser unos perfectos ayudantes, por lo menos han de tener claro que a los abuelos hay que ayudarles. De todas formas hay algunos pequeños servicios que un pequeño puede hacer. Por ejemplo: A los tres años puede acercar a sus abuelos objetos que necesiten sin que estos tengan que dejar su sillón. A los cinco o seis años les puede leer, por lo menos alguna vez, los titulares del periódico si no ven bien. Algunos niños que lo hagan especialmente bien pueden leerles incluso libros. Serán ayudas muy pequeñas pero irán adquiriendo hábito. Los nietos, aun pequeños, pueden ayudar a los abuelos. Hay que explicarles que deben contarles cosas a los abuelos y cómo han de hacerlo. Es una buena costumbre que les cuenten lo que han hecho en el colegio, lo que han comido, cosas de sus amigos, etc. No está de más decirles que les han de contar las cosas despacio y ayudarles a explicarse bien. A veces habrá dificultades de comunicación que habrá que intentar vencer por ambas partes. Sesenta o más años de distancia pueden comportar bastantes diferencias de vocabulario y conceptos. 38 Hay que enseñar a los niños a hablar con sus abuelos. En cualquier caso, con paciencia, pueden lograrse situaciones muy enriquecedoras. Los pequeños pueden ayudar a llenar el tiempo de los abuelos y de paso aprovechar magníficas oportunidades para aprender a expresarse. En más ocasiones de las deseables, bastantes padres actuales no pueden, no saben o no quieren encontrar el tiempo para hablar con sus hijos. Inconvenientes del trato con los mayores Normalmente en la vida nada es totalmente blanco ni totalmente negro. Casi todo suele ser cuestión de equilibrio. Es estupenda la relación nietos-abuelos pero también tiene sus peligros. No permitáis que vuestros padres malcríen a vuestros hijos. Hay bastantes abuelos que consienten a sus nietos cosas inconsentibles que a sus hijos no se las dejaron hacer. Por cansancio o por no llevarse un mal rato ceden ante absurdos caprichos y en realidad hacen daño, bienintencionado pero daño real, a sus nietos. Un niño mimado tiene muchos y serios problemas de convivencia. Cuidado con los abuelos permisivos. Otro peligro proviene del carácter de algunos ancianos. Por no haber sabido asimilar las limitaciones propias de la edad o por otros motivos, hay ancianos irritables y malhumorados que difícilmente aguantan a los niños. En estas condiciones pueden ejercer una influencia negativa sobre nuestros hijos. Habrá que estar alerta y tener previsto algún plan de acción para contrarrestar. Atención a los ancianos malhumorados. Para terminar señalo una cuestión que se da con frecuencia y sobre la que hay que estar vigilantes. Desde siempre los abuelos han ayudado a cuidar los niños en ausencia de sus padres, y eso es bueno. Pero he oído a abuelos, sobre todo abuelas, muy cansadas que notan que sus hijos están abusando y en cuanto pueden se libran de sus cargas familiares. En esta época de la «eficacia» a todos los niveles hemos de inculcar a nuestros hijos, desde bien pequeños, el cariño, amor, respeto, veneración y trato exquisito a estas personas aparentemente «improductivas» que son nuestros ancianos, a los que tanto debemos. Recuerda que: – La sociabilidad empieza desde los pocos meses. Los niños que habitualmente ven pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y luego, de mayores, les cuesta más la relación con las personas. – Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en todo. – Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de 39 observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de los sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad de observación. – Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo en el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases». 40 UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Imaginemos a dos hermanos, Pedro, de seis años, y Antonio, de cinco. Estamos en general contentos con su comportamiento pero nos gustaría que se llevaran mejor entre ellos. En ocasiones surgen algunas rivalidades sin mucha importancia y queremos conseguir que no se produzcan o, al menos, que sean excepcionales. OBJETIVO: General: Mejorar la generosidad. Concreto: Que Pedro mejore su relación con Antonio. MEDIOS: – Ayudar al mayor a que preste sus juguetes a su hermano. – Entretener en ocasiones al pequeño para que no le pida siempre cosas. No podemos pedirle a su hermano que permanentemente renuncie a
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