Logo Studenta

Educar_para_la_convivencia_Las_relaciones_sociales_de_los_Jose (1)

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

José Fernando Calderero
Educar para
LA CONVIVENCIA
Las relaciones sociales
de los niños de 2 a 7 años
 
El estilo y los buenos modales
de los niños pequeños
 
SEXTA EDICIÓN REVISADA Y AUMENTADA
2
Colección: Hacer Familia
 
Director de la colección: Ricardo Regidor
Coordinador de la colección: Fernando Corominas
 
© José Fernando Calderero, 2014
© Ediciones Palabra, S.A., 2014
   Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
   Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
   www.palabra.es
   epalsa@palabra.es
 
Diseño de la cubierta y maquetación: Raúl Ostos
Imagen de portada: © Istockphoto
Edición en ePub: José Manuel Carrión
ISBN: 978-84-9840-278-0
 
 
 
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del editor.
3
http://www.palabra.es
mailto:epalsa@palabra.es
A Paloma con todo cariño.
4
PRESENTACIÓN
Querido lector:
Además de agradecerte que estés ahí ahora mismo, me parece obligado explicarte
desde el principio de qué trata esta pequeña obra que tienes en tus manos.
Podemos considerar que este libro es un «remake» de LOS BUENOS MODALES
DE TUS HIJOS PEQUEÑOS al que se le han hecho ciertas transformaciones que
creemos que han quedado recogidas en el nuevo título.
Conviene tener en cuenta que, dada la complejidad de la vida, la educación de los
niños recae en la práctica con cierta frecuencia en manos de otras personas que no son
los que deberían ser sus primeros y principales educadores: papá y mamá, aunque sea a
estos a quienes me dirijo preferentemente. Por ello, sin renunciar al rigor intelectual, he
tratado de presentar el contenido de forma que sea fácil de leer por no especialistas; de
hecho se conservan prácticamente todas las anécdotas de Los buenos modales de tus
hijos pequeños.
Por otro lado parece incuestionable que es muy necesaria, quizá imprescindible, la
estrecha cooperación familia-escuela; este tema también interesa a los maestros. De
hecho en cada capítulo se incluyen algunas orientaciones que pueden ser útiles también
para ellos, tanto en su formación inicial como estudiantes de Grado de Maestro como en
cursos de formación permanente.
Por ello queremos en esta ocasión dirigirnos a todo educador, profesional o no, que
tenga o vaya a tener a su cargo niños pequeños (de 0 a 6 años) y hemos cambiado TUS
HIJOS por LOS NIÑOS.
Por otro lado el comportamiento de los niños es algo que tiene raíces más profundas
que la simple conducta externa por lo que, manteniendo el objetivo de conseguir que los
niños tengan buenos modales, apuntamos a una educación más honda cuyos frutos
puedan percibirse en el momento, aquí, ahora, pero también en el medio y largo plazo.
Pretendemos ayudar a que los niños pequeños tengan «principios» en el doble sentido
que el diccionario (Cfr. www.rae.es) admite: «Norma o idea fundamental que rige el
pensamiento o la conducta» y «Primer instante del ser de algo». Lo utilizamos en ambos
sentidos ya que no pretendemos, solamente, poner ejemplos o exponer casos prácticos,
sino mostrar y proponer algunos «principios» inspiradores de las conductas de los niños;
queremos destacar también la gran importancia que tiene abordar la educación de los
niños desde el «principio», desde que son pequeños.
Aunque, igual que su predecesor, este libro tiene de origen una orientación cristiana,
conviene destacar que me dirijo a todo educador de buena voluntad que, con mente y
5
http://www.rae.es/
corazón abiertos y sin prejuicios, trate de guiar su quehacer por valores auténticos que
necesariamente han de ser universales. Las referencias a la trascendencia del ser humano
no han de ser entendidas exclusivamente en el sentido religioso del término, que
también, sino a la aspiración de todo ser humano a una plenitud que «trasciende» las
propias limitaciones.
 
Deseo que estas humildes páginas te
sean de ayuda en tu tarea de educador.
J.F. Calderero
6
INTRODUCCIÓN
Mi idea, al re-escribir este libro, es ayudar a las familias y a los maestros que,
convencidos de su importancia, desean que los niños pequeños que están a su cargo
puedan adquirir o mejorar los buenos modales.
El sentido de las páginas de este volumen es poner a vuestra disposición una serie de
pensamientos, consideraciones y consejos que, fruto de mi experiencia profesional y
personal en el campo de la actividad educativa, a la que añado conocimientos
procedentes de la investigación científica del campo pedagógico, he ido recogiendo
sobre los buenos modales.
He tratado de hacer un libro práctico que nos facilite soluciones concretas y, sobre
todo, que nos ponga en situación de diseñar y aplicar soluciones personales que se
adapten a la situación de cada familia.
Estoy convencido de que la mejor forma de ser cada día mejores educadores es
PENSAR, con cierta profundidad, sobre nuestra tarea como paso previo e imprescindible
para ACTUAR; a un pensamiento que no influye de una u otra forma en la conducta le
«falta algo». Por eso considero imprescindible el análisis personal de las cuestiones que
vamos a tratar y para ello he introducido en los diferentes capítulos algunas preguntas
que nos hagan reflexionar.
¿Basta con desear que nuestros hijos tengan buenos modales?
¡No!
¿Basta con sermonear sobre el tema?
¡No!
Algunas claves importantes
Aunque, como veremos más adelante, lo realmente importante es la actitud interior,
centraré la cuestión de los buenos modales en la conducta externa.
Los educadores estaríamos muy satisfechos si consiguiéramos que los niños
procurasen...
Tratar bien:
A los objetos.
A los animales y las plantas.
A las personas.
Incluso a… Dios.
7
Lo que realmente educa es
la vida. Eduquemos con...
hechos y palabras.
Si logramos que se acostumbren a ser cuidadosos, irán desarrollando su capacidad de
atención para captar detalles y podrán estar en mejores condiciones para tratar bien a sus
semejantes, que, evidentemente, son más difíciles de tratar.
Todo esto no suele ser un proceso sencillo, continuo, pacífico y sin traumas. Por eso
es necesario que nos paremos a considerar criterios y modos prácticos de lograrlo.
La educación de los buenos modales está íntimamente relacionada con la educación
en valores y de las virtudes (entendidas como hábitos operativos buenos y realizados
intencionalmente con buen fin), de las cuales la conducta externa debe ser una
manifestación. De hecho es muy peligroso, y contraproducente, fijarse como meta
exclusiva la modificación de conductas externas sin prestar atención a la interiorización
de dichas conductas.
Considero que la relación de los buenos modales con las virtudes es doble:
Por un lado, para practicar los buenos modales se requiere haber adquirido, al
menos en grado aceptable, algunas virtudes.
Por otro, la práctica de los buenos modales consolida, y/o fomenta, la adquisición
de las virtudes.
Quizá el modo más asequible de empezar a cultivar unos y otras sea centrarse en las
conductas externas, que son las observables directamente.
Aunque a lo largo de este libro haremos algunas referencias a las virtudes, en tanto en
cuanto se relacionen con los buenos modales, si se desea profundizar en la cuestión
recomiendo en el apartado «Para profundizar» de la primera parte algún libro más
específico sobre el tema.
Una de las grandes ventajas que tenemos los
educadores –padres de familia o profesionales– es que al
educar a nuestros hijos, o alumnos, también nos educamos
nosotros, dentro de un proceso de mejora continua. De
hecho, el principal factor educativo para los niños es
nuestra conducta, reflejo de nuestra actitud de fondo que se manifiesta de mil formas
implícitas y explícitas.
También hemos de hablar con los niños, adecuándonos a su edad, si no queremos
hacer de ellos unos autómatas sin personalidad. Necesitan saber el porqué de las cosas.
Si solo pretendemosque actúen de una determinada manera sin procurar que
comprendan los motivos de esa conducta y sin intentar su adhesión interior a los
principios morales inspiradores de esa conducta externa, los estamos «cosificando»
convirtiéndolos en meras «unidades de producción». El respeto a su dignidad personal
exige la motivación y explicación clara, adecuada a su edad y a la idiosincrasia de cada
niño, del porqué de las conductas que pretendemos que vivan.
8
A lo largo del libro sugeriré formas de conseguir los objetivos educativos que
deseamos basándome en experiencias concretas de familias que lo han conseguido.
Es especialmente importante que nosotros tengamos bien claros los motivos por los
cuales queremos que nuestros hijos tengan buenos modales. Siendo cierto que las formas
externas de relación son convencionales, no lo es menos que la razón de su uso es mucho
más profunda que la que se derivaría de una simple convención: debo tratar a todo ser
humano con la dignidad que le es propia, independientemente de su conducta,
circunstancias o incluso de la mayor, menor o nula reciprocidad en el trato.
Entiendo que la autenticidad de nuestras motivaciones es determinante de la eficacia
educativa. Las intenciones profundas se transmiten de una forma muy difícil de expresar
pero muy fuerte y real. El principal «trabajo» de un educador es el interés y el esfuerzo
por alcanzar uno mismo la mayor plenitud personal posible; estas actitudes y conductas
son las que se «contagian» sin ruido de palabras. Curiosamente para alcanzar esa propia
plenitud es necesario ocuparse de la plenitud ajena; en nuestro caso, de los niños que
queremos educar.
¿Corrijo a mis hijos porque...
Me molestan?
Me dejan en mal lugar?
Deseo su bien?
¿Cuándo empezar?
En muchas ocasiones, analizando situaciones concretas de deterioro de buenos
modales, me he encontrado un fondo de desánimo y en el origen de ellas un
denominador común, un enemigo terrible: el conocido «¡qué más da!» o el no menos
peligroso «ojalá hubiera empezado en su día».
¡REACCIONEMOS! Si en una casa no se hace caso, a tiempo, de una pequeña grieta,
puede acabar en ruinas o la reparación puede ser mucho más costosa. La mejor ocasión,
y la más fácil, para solucionar un problema es cuando se detecta. Si puede ser al
principio, mejor. Pero, si lo descubrimos más adelante, hemos de solucionarlo entonces.
Cuanto más tardemos, peor. Guerra al... ¡qué más da! Nos puede hacer mucho bien
ese principio que procede, según tengo entendido, del movimiento «hippy» de los años
sesenta: Hoy es el primer día del resto de tu vida. Nunca es tarde para empezar.
Contenido del libro
De todas estas cuestiones voy a tratar con mayor detalle en los capítulos siguientes,
buscando en todo momento las aplicaciones prácticas. Cada capítulo contiene, además
de las pertinentes explicaciones acerca de las costumbres que se consideran correctas,
9
anécdotas y casos reales, dificultades concretas y posibles soluciones, preguntas que
conviene que nos hagamos, y sobre todo la constante invitación a hacer y escribir planes
de acción que nos ayuden de modo real a llevar a la práctica aquello que deseamos.
El libro está dividido en tres partes:
En la primera parte, La familia y el niño, nos centraremos especialmente en las
personas que constituyen normalmente una familia. Hablaremos del trato entre
los responsables de la familia, especialmente «papá» y «mamá» (Cap. 1) y entre
los demás miembros de la familia (Cap. 2).
La segunda parte, Relaciones sociales, se refiere al trato correcto con otras
personas que no forman parte del hogar propiamente dicho, empezando por el
entorno más cercano (Cap. 3) para, a continuación, ampliar el círculo (Cap. 4).
La tercera parte, Estilo, se centra en aspectos más «físicos» y menos personales
pero también importantes: la ambientación del hogar y de la escuela (Cap. 5), la
higiene y el porte exterior (Cap. 6) o la forma de comer (Cap. 7).
«Instrucciones» de uso
Es corriente, al comprar un objeto práctico, recibir un pequeño folleto que enseña a
usarlo, conservarlo, etc. Leyendo y poniendo en práctica las instrucciones se consigue
una mayor utilidad. El sentido de este apartado es precisamente ese: aconsejar al lector
sobre mi punto de vista acerca de la forma en la que este libro puede ayudar mejor a que
los niños pequeños tengan buenos modales.
Permitidme que os sugiera unas «instrucciones de uso»:
1. Personalizar el libro. A cada educador le llamarán más la atención algunos
aspectos. Otros le serán más aplicables. Con algo puede que no esté de acuerdo. Si se lee
el libro subrayando y haciendo anotaciones personales, se facilitan mucho las sucesivas
lecturas, se entra en «diálogo» con el autor y se convierte en algo personal, propio.
2. Comentarlo juntos. Para pasar a la acción y conseguir cambios reales en la
conducta de los niños es necesario que los educadores, padre, madre, familiares,
profesores, hayan sintonizado previamente en los objetivos que pretenden, y eso no es un
proceso automático ni inmediato.
3. Hacer planes de acción. No basta con desear conseguir algo. Hay que definir bien
la estrategia concreta que se va a emplear para conseguirlo. En la práctica, si un plan no
está escrito, es casi como si no existiera. Lo más probable es que se desdibuje e incluso
se olvide.
4. Evaluar los resultados. Tampoco basta con escribir un plan de acción. Hay que
llevarlo a la práctica y comprobar si funciona o no. Y, si no da resultados, habrá que
insistir perseverantemente hasta que los dé o cambiar de plan.
10
5. Disfrutar de los logros obtenidos. A medida que uno va consiguiendo logros es
normal que vaya concibiendo y proponiéndose nuevas metas. Esto es bueno y así iremos
elevando nuestro nivel y el de los niños que educamos. Pero hay un peligro: que solo nos
fijemos, de modo negativo, en lo que falta por conseguir y nos sobrevenga lo que
podemos llamar celo amargo. No hay nada que ayude más a un niño que el
reconocimiento, por parte de padres y educadores, de lo que le está saliendo bien.
Petición final
Me permito pediros que, si disponéis de alguna experiencia o idea que, en relación
con los buenos modales, pueda ser útil a otras familias, me la hagáis llegar y así podré
enriquecer futuras ediciones con lo cual podremos hacer un mayor bien a todos.
11
PRIMERA PARTE:
LA FAMILIA Y EL NIÑO
Lo importante es que en todos nuestros actos tengamos
un fin definido que deseamos alcanzar, a la manera de los
arqueros que apuntan hacia un blanco claramente fijado.
Aristóteles, Ética a Nicómaco, Lib. I, cap. 1
Si el padre o la madre se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de sus hijos, de
CADA hijo obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal; será entonces un
ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir.
La familia y las relaciones familiares son la primera y principal influencia en la
educación de los niños. Es necesario, por tanto, prestar especial atención al modo de
tratarse entre los padres y con los demás, de modo que vean hecho realidad en nuestra
conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles.
 
LA FAMILIA Y EL NIÑO
¿Cómo afecta la convivencia familiar en la educación de los hijos?
¿Cómo conseguir y mantener la autoridad en el hogar?
¿En qué momento se debe empezar a educar en los buenos modales?
¿Cómo conseguir que los hermanos se lleven bien entre ellos?
12
CAPÍTULO 1 | Las grandes claves
Si los tratamos bien,
los niños aprenderán.
 
Buenos modales de los educadores
Hay un amplio consenso entre los educadores profesionales, las asociaciones de
madres y padres, las publicaciones pedagógico-científicas especializadas, muchos
blogueros, responsables de webs educativas y usuarios de redes sociales acerca de la
enorme importancia de los valores en la educación, incluso, o especialmente, desde bien
pequeños. Se insiste en que en la escuela no basta con transmitir conocimientos, sino que
hay que transmitir valores; entendiendo lo que creo que quieren decir los defensores de
esta idea, me preocupaaceptarla sin matices.
¿No sería mejor, en vez de poner el acento en la simple «transmisión», normalmente
oral, ayudar al niño a que poco a poco vaya reflexionando y descubriendo por sí mismo
aquellos aspectos de la vida que son valiosos y cuáles, a pesar de su inicial y aparente
brillo, no lo son? Quizá el buen educador lo sea más cuando, sin querer «transmitir»
nada, contagia, porque lo vive, un espíritu de superación y de aspiración a una mayor
plenitud personal, social y profesional.
Si el padre, la madre, el profesor se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de
sus alumnos, de CADA alumno, obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal;
será entonces un ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir.
Desde luego a través de la palabra se pueden, y se deben, mostrar situaciones y
personas que ejemplifiquen los valores pero es mucho mejor que, sin descuidar este
influjo «verbal», se plasmen en la conducta diaria de educadores y educandos en lo que
podíamos llamar influjo «vital». Lo que más educa es la vida.
Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los
niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos
inculcarles. Desde bien pequeños, con insaciable curiosidad, nos observan, estamos en
su punto de mira y, aunque no razonen aún, por lo menos según los esquemas de un
adulto, van asumiendo las pautas de conducta y opinión que les mostramos con nuestro
modo de hablar y actuar.
Los niños nos ven. Cualquier persona con experiencia en este
terreno constata a diario el enorme poder de observación y
retentiva de un niño pequeño. No lo minusvaloremos. En
concreto, y habida cuenta de su condición de primeros y
principales educadores, es enorme la influencia positiva que tiene el buen trato entre los
13
padres. El modo de tratarse padre y madre es el principal motor del proceso de mejora de
los buenos modales del resto de la familia.
Es lógico, por tanto, que nos ocupemos en primer lugar de esta cuestión.
Unión profunda
El trato correcto, cordial y afectuoso entre la madre y el padre y, en concreto, la
práctica de los buenos modales entre ellos deben ser una manifestación externa del amor.
El afecto y el cariño, que el padre o la madre tiene en su interior hacia el otro,
necesariamente han de «entrar en erupción» y sacar al exterior la luz y el calor de unas
relaciones cuyo buen estilo captan los sentidos. Si el calor o la luz son fingidos, sin
rectitud de intención, y los buenos modales se convierten en meras tácticas hipócritas
para conseguir fines no confesados, pueden llegar a repeler, obteniendo resultados
contrarios a los que se pretendían.
Sin embargo, hay una forma de «fingimiento» basada en una profunda rectitud de
intención que es una auténtica manifestación de amor. La ejemplifico con una anécdota
que me han contado asegurándome que se trata de un caso real. No he tenido el placer de
conocer al protagonista del hecho.
 
Por ejemplo:
Se trata de un matrimonio de octogenarios. A ella le gustaban mucho los toros y por eso él la
había acompañado siempre. Un día, ella dijo que desde entonces ya no quería ir a los toros
porque no eran «lo de antes». Su marido le dijo que no tenía inconveniente, porque a él
nunca le habían gustado y que, si la había acompañado, era por ella; parece ser que a ella le
había ocurrido otro tanto. Había «fingido», a lo largo de toda una vida de matrimonio,
haciéndole creer que también era aficionado. Eso es «hilar fino»; eso es amor.
 
A veces, la frialdad interior que reina en algunas relaciones matrimoniales puede
estar disfrazada de cortesía externa. En estos casos los demás adivinan fácilmente que
los buenos modales de estas personas son superficiales y artificiales. Difícilmente una
actitud de este tipo puede contagiar a los hijos y, si se produce un cierto resultado
externo, morirá por falta de raíces. La cortesía sin autenticidad repele.
Si él o ella contesta con sonrisa artificial alguna respuesta convencional mientras se
nota su impaciencia por seguir pendiente de los whatsapp o del correo-e estableciendo
«links» con personas lejanas mientras descuida la relación con quien tiene al lado, esta
se va enfriando poco a poco. ¡PELIGRO!
Las actitudes profundas se hacen especialmente patentes en el ejercicio de la
sexualidad. Si se produce una auténtica donación mutua de cuerpos y espíritus, surge la
maravillosa y poética mezcla de misterio y delicadeza en la que cada uno busca la
14
satisfacción del otro. Esta profunda unión está plena de sentido y genera un «nosotros»
que excede a cada uno. En efecto, los dos son «una sola carne».
¡Qué diferente situación cuando algo tan bello y sagrado se convierte en meros actos
mecánicos de autosatisfacción compartida! El fuerte egoísmo que reina en estos casos
produce, a la larga, desencanto e insatisfacción. No son los mejores cimientos para
edificar una familia en la que sea importante tratar bien a los demás. La sexualidad, fruto
del amor, une. La sexualidad sin amor separa.
Pensar en el «otro»
En la vida de un hombre o una mujer casados lo más importante ha de ser su
cónyuge. Más que los negocios, el trabajo, el éxito social, etc. Si se triunfa en todos o
alguno de los campos de actividad humana pero se fracasa en el matrimonio, ¡qué
tristeza!
En cambio un matrimonio unido que cultiva su unión con mimo y que está pendiente
de hacer todo aquello, por insignificante que parezca, que potencie la unidad está en
buenísimas condiciones de afrontar las dificultades de la vida. ¡Qué bonito es que, en
medio del ajetreo diario, se le vaya a uno el pensamiento hacia la persona amada! Al
enamorado se le va el pensamiento a la persona amada.
Se equivoca el que construye su vida al margen de su mujer o de su marido. Incluso
en la vida espiritual deben ocupar una atención preferente las oraciones por el marido o
la mujer.
¿Dedico tiempo a pensar en él/ella?
¿Conozco bien...
Sus gustos?
Sus aficiones?
Sus virtudes?
Sus necesidades?
A veces, es necesario adivinar lo que el otro desea pedir o contarme. Debo crear la
ambientación o el clima para que se «atreva» a decírmelo. Un paseo, un rato a solas, una
mirada de acogida y cariño, pueden obrar milagros y descubrir mundos interiores
insospechados. Habrá que hacerse violencia para romper el desenfrenado ritmo de la
vida actual y salir de nuestro «torreón amurallado».
 
Por ejemplo:
Una amiga a otra: «¡Estoy de la Tecnología de la Incomunicación hasta las narices!»
15
Si quieres que mejore,
empieza tú.
La amiga: Querrás decir TIC, de la CO-MU-NI-CA-CIÓN.
No, no, de la IN-CO-MUNI-CA-CIÓN. ¡Desde que mi marido tiene la nueva tablet, se
comunica con todo el mundo menos conmigo!
 
Creo que, si se actúa con tacto, no es egoísmo facilitarle al cónyuge que «adivine»
nuestras propias necesidades. Se le puede hacer un gran favor, ya que al «otro» tampoco
le resulta fácil salir de sí mismo y pensar en mí.
¿Quieres que tu mujer o tu marido
mejore sus modales?
Claro que sí. Si le quieres bien, debes desear que mejore. Todos tenemos que mejorar
y nos tenemos que ayudar. ¿Con recriminaciones? ¡No! Ayuda a crear un buen clima
familiar soportar con paciencia sus innegables defectos. ¿Tú no tienes?
Le harás un mal favor si conviertes sus defectos en algo de broma y le ríes la gracia.
No se trata de eso. A veces, con gran cariño, a solas tendrás que hacerle algún pequeño
comentario, mejor si es breve y discreto y mejor aún si es simpático, para ayudarle a
corregirse en algo. Esto dará muchísimo mejor resultado si tienes costumbre de alabar,
sin artificio, lo que hace bien y felicitarle con naturalidad por sus grandes o pequeños
éxitos. De todas formas, lo que más le va a ayudar es tu propio ejemplo. Si de modo
habitual te comportas con él o con ella como una auténtica señora o como un auténtico
caballero, le resultará más fácil tratarte como tal.
Incorpora en tu conducta diaria un adecuado arreglo e higiene personal, un agradable
tono de voz, una conversación amable, etc.,y sé con ella o él atento y servicial y te
sorprenderás de los resultados.
La vida en común requiere un aprendizaje. La educación de
los hijos, también. Disculpaos mutuamente la inexperiencia
inicial. El buen humor es esencial en esos momentos. Las
costumbres que se vayan adquiriendo en los comienzos de la
vida matrimonial van a marcar el rumbo futuro de la familia, incluido el de los hijos que
todavía no han nacido.
También es necesario exigirse mutuamente un buen trato desde el principio. El
tiempo, por sí solo, no arregla las cosas. Exigirse con cariño y buenos modales pero con
firmeza. Cuanto más tiempo pase, más difícil será dar marcha atrás. Aprended juntos,
disculpaos, exigíos, quereos.
 
Por ejemplo:
Y nosotros que llevamos treinta y cinco años de matrimonio, y precisamente es ahora cuando
16
están empeorando nuestras relaciones, ¿no tenemos remedio? Claro que hay remedio. Este es
el momento de empezar de nuevo. Conozco algunos matrimonios en situaciones similares
que han remontado sus crisis.
 
Hoy, ahora, es el mejor momento para volver a ser cordiales. De hecho, raro será el
matrimonio que no haya pasado por situaciones difíciles, y son millones en el mundo los
que han logrado superarlas y han conservado su fidelidad. Una vez que se ha vencido el
amor propio y se da el primer paso resultará más sencillo volver a cultivar las atenciones
y delicadezas que se tuvieron en su día.
El trato diario. Los detalles concretos
La sinceridad de fondo en las relaciones es una garantía de fidelidad y de felicidad.
Pero no todo lo que uno piensa o siente debe contarse. Antes hay que pensar si lo que le
vamos a decir al otro le va a hacer bien o le va a hacer daño.
 
Por ejemplo:
Cuando una mujer le dice a su marido a los veinte años de matrimonio, en un arranque de
«sinceridad»: «Estoy bastante desanimada. Nos pasamos la vida discutiendo por tonterías y
no conseguimos dejarlo. Estoy cansada de todo esto y ya ni intento cambiar las cosas. No
merece la pena»... empieza a solidificar el hielo. Él también deja de luchar por mejorar las
relaciones.
 
Antes de hablar, pensar; y mientras hablas… también. ¿Qué efecto va a producir lo
que voy a decir? Las palabras pronunciadas casi nunca son indiferentes. Pueden hacer
mucho bien o mucho mal. ¡Cuántas agrias discusiones han empezado por unas palabras
que no debieron ser pronunciadas! Entonces lo mejor será no complicarse la vida y estar
callado, puede pensar alguien. Tampoco es solución.
Lo mejor... Utilizar la conversación para agradar, servir, ayudar.
Mantén viva la llama del amor de recién casados. ¡Fuera la rutina!
A los matrimonios que han sabido defender la lozanía de su amor de los comienzos, a
base de mantener la dignidad, el respeto, la cortesía, el buen humor, las buenas maneras
en definitiva, les va a resultar más fácil lograr que sus hijos adquieran esas mismas
cualidades. Ciertamente no es sencillo superar los obstáculos de todo tipo que dificultan
un desarrollo normal de la vida familiar, pero se puede conseguir y, desde luego,
¡merece la pena! Que parezca que seguís siendo novios.
Algunos consejos prácticos que ayudarán a mejorar el trato diario:
Siempre escuchar, comprender.
17
Ponerse en el punto de vista del otro.
Tratar a la mujer o al marido por lo menos igual o mejor que a los extraños, ¡qué
menos!
Tener tiempo para «nosotros». (Defenderlo; buscarlo).
Que el marido ayude en algunas tareas domésticas.
Que la mujer, y en su caso el marido, comprenda el cansancio que puede tener el
otro debido a su trabajo profesional y doméstico.
Que ninguno de los dos vuelva al hogar a ser servido. Cada uno, a servir al otro.
¿En qué se diferencia un buen actor de teatro de uno malo? Los dos van vestidos
igual. Los dos repiten las mismas palabras. Los dos hacen los mismos gestos pero… la
entonación cambia, la elegancia es distinta, la mirada de uno trasluce identificación con
el personaje, la del otro refleja miedo al ridículo.
Se diferencian en los matices, en los detalles.
¿En qué se diferencia un buen marido, o una buena esposa, de uno malo? En los
matices, en los detalles.
Una comida hecha con amor es más sabrosa.
Un cuadro colgado con amor tiene los colores más vivos.
Un pequeño servicio hecho con amor es inolvidable.
Una mirada de afecto puede cambiar una vida.
Los pequeños detalles son enormemente importantes.
Poneos guapos el uno para el otro. No solo en las grandes ocasiones. Hay que
reconquistarse a diario, sin instalarse en la desidia. Guerra al «qué más da».
Agradeceos los pequeños servicios y los grandes, las tareas de cada uno… Que
veáis que os valoráis.
Interesaos por vuestras cuestiones profesionales y… ¡por los niños!
A la hora del descanso cuidad las posturas. Fuera la indolencia.
Ten detalles de elegancia y de caballero con tu mujer, como «los de antes»;
mucha gente sigue valorando las atenciones y la delicadeza: ábrele la puerta,
déjala pasar en primer lugar, etcétera.
Si va conduciendo tu marido o tu mujer, no le vayas dando indicaciones sobre lo
que tiene que hacer. Suele ser el comienzo de bastantes discusiones.
Acuérdate de las fechas importantes. Hay que celebrarlas siempre. Y, si falla la
memoria, puede ser un buen detalle de cariño e interés recurrir a la agenda del
móvil, de la Tablet, del ordenador o… al calendario de la cocina; todo menos
«pasar» del tema.
Haceos pequeños regalos. No hace falta tener un motivo.
18
Es muy importante...
¡Cuidar la buena
fama del otro!
Para proteger el amor
hay que tomar ciertas
precauciones, cada una
de las cuales es un
pequeño acto positivo
de amor.
Si alguno de los dos sale de viaje… un what-sapp, SMS o… una llamadita, mejor
de viva voz; es más cálido y personal.
Cuando ella o él no están presentes
No puedo evitar un sentimiento de desagrado y de vergüenza
ajena cuando oigo frases como: «Yo, es que a mi mujer no la
aguanto» o «Ya sabes lo raro que es Antonio. Yo creí que de
casados iba a cambiar pero de eso nada». Siempre está mal hablar
de los ausentes pero, cuando el objeto de la crítica es la persona a
la que más se debe amar, está muchísimo peor. Hay que tener mucho cuidado de no
pronunciar frases de este estilo: «Mira, hijo, ya sabes lo maniático que es tu padre». Si
está mal con los extraños, con los hijos está todavía peor.
La fidelidad en el matrimonio es un bien tan elevado que debe ser protegido de todo
aquello que puede empañarlo. Si uno posee un objeto de alto valor, lo cuida con esmero,
lo aleja de las personas desconocidas y procura correr los menores riesgos posibles de
que se pierda, lo roben o lo deterioren. Si uno considera que el amor conyugal es algo de
enorme valor, lo protegerá aunque eso le cueste esfuerzo o incomprensiones.
Seguro que has oído alguna vez una situación parecida a la siguiente: Un hombre,
ejecutivo de una gran empresa, tiene cuarenta y cinco años. Está casado y tiene cuatro
hijos. Pasa por un hombre intachable, muy trabajador, muy cordial y simpático. Un día
se presentó a su mujer para comunicarle que se iba de casa. Por lo visto, «se le había
pasado el amor» y «tenía derecho» a disfrutar de la vida. Se fue a vivir con la directora
de relaciones exteriores de la empresa, muy mona ella y bastante joven. No se paró a
pensar en los sentimientos de su mujer. Sus hijos no importaban.
La gente comentaba: ¡Parece mentira! ¡Qué cosas pasan!
¡Y lo más llamativo es que haya sido así, de pronto! En esto
último se equivocaban totalmente. De pronto no suele ocurrir
casi nada. Los desenlaces son la parte final y observable de un
proceso oculto. Imperceptible para los de fuera pero muy real
para el protagonista. En este caso concreto, esta persona
empezó la cuesta abajo un día, dos años antes, cuando no solo
vio a su compañera profesional, sino que la miró y la volvió a
mirar. Ya no dejó de mirarla. Ni lo intentó siquiera.
La fidelidad no se consigue sin esfuerzo, pero ¡merece la pena!
Si uno evita situaciones en las que pueden ocurrir pequeñas infidelidades y está alerta
para que ni siquiera puedan darse las apariencias, en realidadestá teniendo detalles de
delicadeza con su mujer o su marido aunque ellos no lo sepan nunca y no tengan la
oportunidad de agradecerlo. Eso es amor.
19
Las formas externas
han de ser reflejo
del fondo interior.
El cultivo de la cortesía, los buenos modales, la delicadeza, los detalles de servicio
entre los esposos crean un magnífico clima, muy propicio para que los hijos aprendan
esos mismos valores. Todo ello es condición necesaria pero puede no ser suficiente. Hay
que tener en cuenta otras claves que iremos viendo más adelante.
Cuidar la fama de los ausentes no atañe solo a «papá y mamá». Si en casa se «pone
verde» al profesor del colegio, aparte de dar muy mal ejemplo a los niños, se pone uno
en situación de perder a quien podría, y debería, ser un valioso aliado. Lo mismo hay que
decirle al profesor respecto de los comentarios impertinentes sobre los padres de sus
alumnos; ¡qué poca categoría, profesional y humana!
Situación familiar:
«Padre y madre de acuerdo»
¿Qué opinión os merece la actuación siguiente?
Pilar es una niña de cinco años, bastante caprichosa, que normalmente suele negarse a
comer todo aquello que no le guste mucho, que es casi todo.
Un día había en casa chucherías sobrantes del cumpleaños de un hermano. Su madre
llevaba media hora aguantando el llanto de la niña a la que se le había antojado comer
caramelos antes de cenar. En esto entra el padre y, cogiendo en brazos a la pequeña, le
empieza a hacer carantoñas y se entera de la causa de los lloros. A pesar de la negativa
de su mujer, cosa que ha observado la niña, le da los caramelos.
¿Cómo os hubiera sentado la reacción del padre, si estuvierais en el lugar de la
madre? ¿Qué hubiera debido hacer el padre? Parece evidente que es necesario, en la
actuación con los hijos, un acuerdo previo y una coherencia en los planteamientos de
marido y mujer.
Aunque el objeto de este libro es tratar de los buenos modales,
considero que no se debe tratar la cuestión aisladamente. Si solo
pretendemos conseguir una conducta externa más o menos
elegante sin que esta sea un reflejo de amor auténtico, habremos
errado el camino. Además normalmente no conseguiremos ni
siquiera ese nivel «externo» de aparente buena convivencia.
¿Qué es un hijo?
No es una pregunta ociosa. Y tampoco la respuesta es sencilla.
Pienso que muchos de los problemas que se producen en las relaciones entre padres e
hijos proceden de respuestas equivocadas a esta pregunta. No voy a intentar responder de
un modo profundo que abarque toda la realidad de un ser humano. Sería ingenuo
pretenderlo y fuera de lugar en este libro.
20
Ante todo un hijo es un QUIÉN, no un QUÉ. Es una PERSONA destinada a ser feliz.
No es una «propiedad» nuestra. Si queremos que tenga buenos modales, no es para
poderlo «enseñar» a las amistades o para gozar nosotros con un sentimiento parecido al
que experimentamos cuando estrenamos algo. No es alguien que deba ser dominado ni
ante quien nos tengamos que defender para que no nos domine. No hay que establecer
con él un equilibrio de fuerzas que se contrarresten.
Es un ser radicalmente libre, aunque no independiente. Es fruto de vuestro amor.
Papá     Mamá
Hijo/s
Cuando se produjo la mutua donación de vuestros cuerpos os entregasteis vosotros
mismos, «enteros», y el hijo fruto de la unión es un poco TÚ y un poco ÉL o ELLA. Os
queréis tanto que os habéis perpetuado.
Cada hijo es como es:
una persona diferente
Claro que queremos que nuestros hijos sean mejores y que estén adornados de todas
las virtudes posibles, pero... cada uno tiene una personal forma de ser.
Para ayudarle a mejorar de forma concreta hay que conocer sus limitaciones, sus
capacidades y sus potencialidades. Quererle es «estudiarlo»; dedicar tiempo a pensar en
él y a hablar los dos de él y a concretar modos prácticos de actuar para ir logrando las
metas que os vayáis proponiendo. Hay que aceptarlo tal cual es. No el que nos hubiera
gustado tener, sino el que realmente tenemos.
Hay matrimonios que están tan ilusionados con sus hijos que no son capaces de ver
los innegables defectos que tienen y que cualquier observador ajeno detecta sin
proponérselo. Otros, por el contrario, siempre comparan a sus hijos con el ideal que se
han forjado en su imaginación y siempre los encuentran faltos de algo.
Lo que solamente muy pocas personas hacen es actuar intencionadamente, desde que
los niños son bien pequeños, para desarrollar la sorprendente y enorme cantidad de
posibilidades de perfeccionamiento que tiene un ser humano al nacer y que ni los
educadores ni los propios niños pueden predecir. Urge desarrollar la capacidad de «ver
lo invisible» de forma que estemos abiertos a la creatividad, a la inspiración y, en
definitiva, al misterio de la vida. Es muy peligroso trazar un camino, por estupendo que
sea, y empeñarse a toda costa en que el niño lo siga; de ahí al sometimiento hay un paso.
Hemos de educar en libertad y para la libertad, lo cual no quiere decir, ni muchísimo
menos, que hemos de dejar al niño indefenso en manos de sus caprichos y sus propias
limitaciones sin ayudarles a superarlas. No hay amor sin exigencia.
A veces estamos ciegos para ver todo lo bueno que tienen nuestros hijos o aquello
que está latente y que sin nuestra atención y cuidados no podemos hacer florecer.
21
Cada hijo es un ser
único, irrepetible.
¿Quieres encontrar tesoros?
Hazte amigo del guardián
Sin pretender «fabricar» genios de laboratorio se pueden, y se deben, cultivar las
capacidades innatas de los niños. Tienen más de las que mucha gente se imagina. A
veces en la conversación corriente nos referimos a los hijos como si se tratara de un
grupo compacto casi sin diferenciar en partes. Cla-ro que hay situaciones en las que
procede hablar así de los hijos: ¡Siempre les digo que...!, ¡Se pasan el día riendo!, ¡Da
gusto con ellos! Esto es normal y así debe ser. El problema es cuando un educador
adquiere la costumbre de generalizar por sistema. Es preciso considerar, no solo en teoría
sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con unas virtudes y unos
defectos personales.
Aunque a estas edades puedan parecer todos iguales, no lo son.
Cada hijo, aunque esté viviendo en el mismo ambiente que sus
hermanos y reciba, aparentemente, los mismos estímulos, asimila
todo ello de manera singular, adquiere distintas experiencias y, en
definitiva, tiene una biografía propia y distinta de la de sus hermanos. Sin olvidar que su
«yo» es suyo y que su carga genética, su experiencia intrauterina y su potencial son
singulares.
 
Por ejemplo:
Luis aprendió a andar a los doce meses pero Piluca no lo hizo hasta los dieciséis. Luis tuvo
en el jardín de infancia una profesora inexperta que, para tenerlo quieto, le asustaba con un
monstruo que se comía a los niños que se portaban mal. Durante una temporada tuvo terrores
nocturnos. Piluca no vivió nada parecido y es una niña pacífica y tranquila.
 
De cada uno de los hijos cabe esperar diferentes aspiraciones y realizaciones
personales. Cada uno de ellos tiene alguna excelencia personal propia, en la cual un
educador hábil puede y debe apoyarse para ir ayudándole a mejorar. La diversidad es una
riqueza, no una limitación.
Cada niño, cada niña, cada ser humano es una pieza única y, por tanto, una joya, un
tesoro.
¡Prohibido hacer comparaciones!
¿Cómo conseguir que vuestro hijo
os trate bien?
Tratándole bien.
22
Una disciplina razonable
es imprescindible para
que tus hijos tengan
buenos modales.
Entonces, ¿hay que darle todo lo que pida? ¡No! Tratarle bien consiste en respetar lo
que es. Su naturaleza exige que se le ame; es decir, que reciba mucho afecto y que se le
ayude a que él pueda ir conquistando poco a poco su libertad a base de avanzar en su
autodominio.
El niño necesita mucho afecto y mucha disciplina. Si le
damos todos los caprichos, no nos quejemos luego de que
sea un maleducado. En efecto habrá estado «mal educado».
Es importante que el niño pequeño reciba mucho afecto, y
precisamente como muestra del afecto que letenemos
debemos ayudarle a ir ejerciendo, desde bien pequeño, el
autodominio que tanta falta le va a hacer en su relación con los demás, padres incluidos,
y consigo mismo.
La educación no se produce a base de compartimentos estancos; es un proceso global.
Es muy difícil que una persona caprichosa demuestre el necesario control de sí mismo
para tratar bien al prójimo.
 
Por ejemplo:
Un ejemplo claro lo tenemos en las comidas: Si al pequeñín no le gusta una comida y mamá
o papá o los abuelitos, de modo habitual, para que no sufra el niño ¿o su educador? le
prepara solo lo que le gusta, puede acabar siendo un auténtico tirano. No esperemos de él
que esté atento a las necesidades ajenas.
 
No olvidemos que, por muy listo, guapo y bueno que nos parezca el niño, tiene
impresa en lo más íntimo de su ser esa tendencia al mal con que todos nacemos.
Hemos de lograr que los niños vayan abandonando ese «egoísmo» innato con que
todos venimos al mundo y lleguen un día a ser esas personas útiles a los demás que
debemos ser. Además les ayudaremos a ser aceptados por la sociedad. En caso contrario
irán contaminándose de la pseudoeficiente cultura actual en la que se inculca a los niños
desde bien pequeños que el ideal de su vida no es «hacerse un hombre/mujer de
provecho», es decir, provechoso para los demás, sino una máquina de hacer dinero no
importa para qué ni a qué precio. Una auténtica educación humanista empieza desde la
cuna.
Autoridad de los padres
Si de verdad queremos a los hijos y, por tanto, queremos ayudarles a ser mejores,
hemos de ponernos en condiciones de poder hacerlo. Para que nuestra actuación con
ellos pueda ser eficaz hemos de ganarnos su adhesión. Necesitamos tener autoridad. No
23
se trata de que nos guste o no tenerla. Es que por el bien de nuestros hijos tenemos
obligación de tenerla.
Nuestros hijos tienen obligación de:
— Amarnos.
— Respetarnos.
— Obedecernos.
— Ayudarnos.
Por amor hacia ellos debemos poner todo el interés posible para conseguir que nos:
— Amen.
— Respeten.
— Obedezcan.
— Ayuden.
Las buenas relaciones entre padres e hijos vendrán marcadas por estas cuatro grandes
claves.
AMOR: Hemos de ser dignos de ser amados. Debemos amarles en serio. El amor es
esencialmente entrega y sacrificio por los otros, pero también es afecto y ternura.
RESPETO: Es condición imprescindible para el amor. Cariño y respeto no son
excluyentes, más aún, se exigen mutuamente.
OBEDIENCIA: Hay que saber mandar. Autoridad no es autoritarismo, pero hay
obligación de ejercerla.
AYUDA: Si logramos que nuestros hijos ayuden en casa, les haremos un gran bien.
Adquirirán experiencia en la vida y estarán más integrados en la familia.
 
Recuerda que:  
 
– Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los
niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos
inculcarles.
– Una disciplina razonable es imprescindible para que los niños tengan buenos
modales.
– Es preciso considerar, no solo en teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una
personalidad propia, con unas virtudes y unos defectos personales.
24
CAPÍTULO 2 | Relaciones familiares
Solo contigo
puedo ser «yo».
 
Somos seres relacionales
En todas las facetas tiene mucha importancia tener muy en cuenta la realidad concreta
que nos rodea; hay ocasiones, incluso de la vida más corriente imaginable, en las que
hasta la supervivencia se ve amenazada por una conducta ajena a las circunstancias en
las que uno se encuentra. No hace falta buscar ejemplos muy sofisticados; basta con
pensar en las consecuencias de atravesar una carretera sin haberse fijado en si venía
algún coche o no.
La naturaleza, dirección e intensidad de dichas relaciones son muy variadas. Van
desde la imperiosa necesidad, dependencia vital, que cada uno de nosotros tenemos
respecto de aquellos que nos proporcionan, en sus más variadas formas, el alimento, el
vestido, el techo, etc., hasta las formas más sublimes de solidaridad, entrega, heroísmo y
caridad. No parece posible que alguien pueda considerar en serio que cada ser humano
puede ser autosuficiente sin ningún tipo de vínculo con los demás.
De todas las relaciones que los seres humanos tenemos con lo que nos rodea merece
la pena destacar por su enorme importancia y repercusiones las relaciones con otras
personas. Un requisito para el avance hacia la plenitud personal es precisamente el
desarrollo de la capacidad de establecer y mantener encuentros interpersonales valiosos.
El establecimiento y mantenimiento de relaciones humanas valiosas
debería ser uno de los objetivos prioritarios de todo educador. No
debería considerarse esta faceta de la educación como un añadido
interesante y bueno que «adorna» un currículum vitae de buen nivel.
¿Cuándo empezar?
Desde la cuna: Hay que huir de que la habitación del bebé esté rodeada de un
ambiente de estridencia, pero también puede ser malo crear un clima tan aséptico que el
bebé reciba muy pocos o casi ningún estímulo. La sociabilidad empieza desde los pocos
meses. Los niños que habitualmente ven pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y
luego, de mayores, les cuesta más la relación con las personas.
Desde bien pequeños se les puede acostumbrar de forma simpática a hacer pequeños
servicios o a desarrollar determinadas habilidades que pueden ser enfocadas casi como
juegos pero que se van incorporando eficazmente a la conducta.
25
Escuchar a los hijos
es enseñarles
a relacionarse.
Si queremos que nuestros
hijos hablen con corrección,
hablémosles con corrección.
Escucharles, hablarles
Gran parte de la habilidad de una persona para comunicarse con corrección –aspecto
importantísimo de los «buenos modales»– se debe a las oportunidades de practicar que
haya tenido.
Cuando un niño de año y medio o dos se dirige a papá o mamá a «contarle» algo con
su «lengua de trapo» espera una respuesta de acogida. En esas edades tan simpáticas
normalmente el niño es atendido. Los problemas surgen cuando ya tiene tres o cuatro
años y empieza a hacer preguntas continuamente.
 
Por ejemplo:
Por ejemplo: ¿No habéis oído alguna vez expresiones como... ¡Qué niño tan pesado! ¡Vete a
jugar y déjame tranquilo!?
 
Siempre me ha parecido mal que, cuando una familia con sus hijos se encuentra con
algún amigo o conocido, este salude cariñosísimo a los pequeñines y a los «mayores» no
les haga tanto caso.
Entre los cuatro y los siete años les encanta aprender y tienen un gran entusiasmo por
saber hacer bien las cosas. Nuestra actitud de enseñarles con cariño y paciencia es muy
importante para su desarrollo psíquico, intelectual, afectivo y emocional. Su «saber
estar» de joven o adulto depende en gran medida de la atención que les hayan prestado
sus padres en estas edades tempranas.
Un niño, a partir de los cuatro años aproximadamente, necesita
imperiosamente ser escuchado por sus padres, si no le
defraudamos. Será una magnífica forma de conocerle, estrechar
lazos y darle la oportunidad de aprender a expresarse bien, que
tanta falta le va a hacer en su relación social.
Esta edad de los «porqués» es un momento magnífico para desarrollar... la paciencia
de los padres. Gracias a Dios no exigen definiciones o explicaciones perfectas de todo, si
así fuera, ¡menudos aprietos! Se conforman con ser atendidos y recibir una respuesta
amable acorde con su pequeñita visión del universo.
Cuando un pequeño nos hable no importa tanto la
corrección con que se exprese como la actitud de
escucha que demostremos y sobre todo que adquiera la
costumbre de comunicarse con sus padres. Si por una
pretendida pureza en la
expresión las conversaciones se convierten en «clases» de dicción, no nos extrañe que el
diálogo no perdure.
26
En algunas ocasiones los «malos modales» son una forma no consciente de reclamar
la atención que le niegan sus padres, en ese momento o con cierta frecuencia.
Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en
todo. Está relativamente extendido el error de hablarles a los niñospequeños de forma
afectada, imitando los adultos la «lengua de trapo» propia de los chiquitines. Así no se
les hace ningún favor. Solamente se les entorpece el desarrollo de su capacidad de
expresión. Hablémosles con un lenguaje sencillo pero correcto, con precisión y sin
miedo a la riqueza de vocabulario.
Gran parte del éxito de nuestros hijos en la relación social se deberá a su facilidad de
expresión. Nosotros los padres podemos y debemos ayudarles mucho en este terreno
desde bien pequeños.
¿Nos harán más caso si les gritamos? A veces sí, pero no por el volumen de voz, sino
porque captan que va en serio. Si realmente estamos firmemente decididos a ser
obedecidos, ellos, por lo general, lo notan y actúan en consecuencia. No es necesario
gritar. Si el niño es muy pequeño o el grito es muy fuerte, quizá solo se consiga que el
niño sufra un bloqueo y se paralice.
Es importante hablarles en un tono elegante de voz y utilizar con ellos las
expresiones: por favor, gracias, perdón, etc. Ellos lo asimilarán por imitación.
Enseñarles a observar
Si deseamos que nuestros hijos tengan buenos modales, seguramente nos gustaría oír
que dicen de ellos:
—¡Qué niño más atento!
Esta frase significa precisamente lo que dice: ¡Cómo atiende! ¡Cómo capta las
necesidades y deseos de los que le rodean!
Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de
observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de los
sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad de
observación.
Ayudemos a nuestros hijos a ser «atentos»
Un paseo de un niño de dos años con sus papás puede ser una importante fuente de
conocimientos y una magnífica ocasión de desarrollar su capacidad de observación. Se le
puede ayudar mucho si intencionadamente se procura que fije su atención en lo que le
rodea. Si es algo mayorcito, de tres, cuatro o cinco años, se pueden mantener con él
simpáticas conversaciones con preguntas y respuestas sobre lo que va viendo.
27
Los juegos son una buena ocasión para desarrollar hábitos de convivencia. A modo
de juego se puede lograr que un niño de dos años deje sus cosas ordenadas ya que es
algo que le encanta naturalmente.
A estas edades se les debe iniciar en los hábitos de higiene. Un niño de dos años o
incluso menos puede desear, por imitación, lavarse los dientes o hacer que se los lava.
Hay que tener precaución de no tener a los niños demasiado tiempo frente a la
televisión. El rápido ritmo de las imágenes de algunos programas, incluso infantiles,
pueden hacer que se acostumbren a mirar sin ver. Es una falsa situación de desarrollo de
capacidad de observación.
Démosle tiempo para que «experimente». Tratemos de vacunarle contra esa
«enfermedad» de la prisa que aprisiona al hombre actual. No le sustituyamos y
dejémosle que pueda ir haciendo pequeñas cosas por sí solo. Lo hará peor que si se lo
hacemos nosotros pero, si tenemos la paciencia de dejarle hacer, aprenderá. Le haremos
un gran bien.
 
Algunos ejemplos:
Laura, 18 meses: Su hermana mayor acaba de cambiarle los pañales en su habitación y le
dice: Laura, lleva los pañales a la basura. La pequeña, con ojos sonrientes que indican que
entiende el encargo, se dirige a la cocina y cumple su «importante» misión.
Enrique, 3 años: Termina de desayunar en la cocina y lleva su taza al fregadero.
Luis, Laura y Enrique: Luis de cinco años y Enrique de tres llevan a Laura de dieciocho
meses cada uno de una mano por la acera «para cuidarla» porque «son mayores».
Pedro, 3 años: Después de hacer «determinadas funciones fisiológicas» le dice a mamá en
una posición muy pintoresca: Por favor, ¿me limpias?
Carmen, 3 años: Se abrocha perfectamente todos los botones de su bata del colegio.
Situación familiar: «Trato entre hermanos»
Elena, de cuatro años, se enfadó mucho y pegó a su hermana pequeña porque le
rompió su juguete favorito. Escoged el final que consideréis más educativo.
Final 1: La madre, muy irritada y a gritos:
—¡Eres muy mala! ¿Por qué pegas a tu hermana? ¿No te da vergüenza? Toma, toma
y toma (azotes).
Final 2: La madre seria y enfadada:
—¡Elena! no debes pegar a tu hermana. Ella no quería romperlo pero es pequeña y lo
ha roto sin querer.
Más conciliadora:
28
Un hijo no es solo mi hijo
o nuestro hijo, sino que
también es un hermano
para sus hermanos.
—Te voy a arreglar el juguete, pero dale un beso a tu hermana. ¡Hala! Perdónala y
dale un beso. ¿Verdad que sí que la quieres?
La educación de los buenos modales, que es casi lo mismo que la educación de la
sociabilidad, empieza en la familia. Si logramos que cada uno de nuestros hijos se
integre en la familia, habremos dado un gran paso adelante, el paso definitivo. Hay que
procurar que se quieran todos los hermanos. No esperemos, ni pretendamos, una
exagerada cortesía entre ellos. Tampoco sería natural. Pero hay algunas costumbres que
sí podemos y debemos inculcarles desde que empiezan a hablar.
Si a un niño de dos o tres años un hermano le presta algo
o le ayuda, hay que acostumbrarle a que dé las gracias.
Puede resultar delicioso comprobar que un pequeñín tiene el
hábito de pedir las cosas por favor. Esto puede lograrse
como un mecanismo automático de forma que interiorice
que las frases de petición empiezan: Por favor... Y, si hace
algo sin querer, qué bonito que hayamos logrado que espontáneamente diga: ¡Perdón!
Acostumbrarles a usar: por favor, gracias, perdón. Estas tres expresiones son más
importantes de lo que parece. Además de ser un exponente de nivel educativo, son un
reflejo de actitudes fundamentales ante la vida tales como agradecimiento y
reconocimiento de la dignidad de los demás.
Evidentemente a estas edades no profundizan del todo en el significado de lo que
dicen, pero, si adquieren el hábito, tendrán mucho adelantado. Y, si no lo adquieren,
probablemente adquirirán el contrario: ser unos tiranos exigentes que no se sacian con
nada. Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo
en el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases».
La elegancia y cortesía de estas personitas cuando sean mayores va a depender
mucho del trato que dé o reciba de sus hermanos. Un trato habitual de cariño y de ayuda
mutua –¡pobre del niño que no tiene costumbre de compartir!– es un magnífico
fundamento de sus futuros buenos modales.
Ayuda mutua
¡Qué importante es que los hermanos se ayuden!
 
Algunos ejemplos:
Lourdes, de 9 años: Cambia los pañales del bebé, le pone el pijama, le da la cena y lo
acuesta.
Pedro, de 16 años: Le corrige los ejercicios de cálculo a su hermano de 7 años.
Luisa, Marifé y Pablo, de 13, 11 y 9 años: Se llevan a pasear al parque próximo a casa a sus
hermanos de 5, 3 y 1 años.
29
Pablo, de 9 años: Reza todas las noches tres Avemarías con su hermano de cinco años que
duerme en su cuarto.
 
Es bueno para los mayores ya que adquieren experiencia de la vida, desarrollan su
generosidad y estrechan lazos con sus hermanos pequeños.
Es bueno para los pequeños porque ven el ejemplo práctico de sus hermanos mayores
y se sienten queridos por ellos.
El nivel de trato y convivencia entre hermanos depende del afecto real que se tengan.
Sin ello los «buenos modales» se quedan en meras formas externas de coexistencia sin
cimientos. Cualquier alteración del estado de ánimo puede dar al traste con la más
elemental cortesía.
No nos rasguemos las vestiduras porque a veces surjan auténticas peleas por cosas sin
importancia. Ni nuestros hijos ni nosotros somos perfectos y es casi imposible evitar
roces e incomprensiones. Sí hay que procurar que esas «tormentas» no cristalicen y se
conviertan en estilo de la familia. El final feliz de las situaciones «bélicas» incluye el
perdón y la reconciliación. Normalmente esto exige una conversación con el culpable –si
no reconoce su culpa, no hemos adelantado nada aunque externamente pida perdón a
regañadientes– y otra con la «víctima» para que sea capaz de perdonar y no se provoque
otra explosión en el momento del intentode reconciliación.
Un curioso caso de ayuda mutua: Federico, de tres años y medio, se dirige, con su
bata de rayas, hacia el jardín de infancia acompañado por su padre y por Enrique, de dos
años, que acudía por primera vez. Federico como «mayor» le pone la mano en el hombro
a su hermano y le dice, muy serio:
—Si te pega Luis me avisas. Yo le puedo. Si te pega Andrés, que es muy fuerte,
díselo a la «seño».
No es un buen ejemplo hablando de buenos modales, pero sí viene al caso para
ilustrar cómo un hermano estaba pendiente del otro.
Los objetos personales
Quizá podrían resumirse los objetivos de la educación en sentido muy amplio en:
conseguir que un niño que necesita TODO de los demás, cuando nace, llegue a ser
alguien ÚTIL para los demás. Se trata de ayudar a nuestros hijos a darse cuenta de que
hay que pasar del «servirse de» al «servir a».
Es propio de los niños muy pequeños que se refieran a todas las cosas como «mío»,
«mío». Tienen, por lo general, muy desarrollado el instinto de posesión. Lo anterior,
unido a que aproximadamente a los tres años es la edad del no, hace que tengamos que
estar especialmente pendientes los padres para que nuestros pequeños aprendan:
30
– A respetar las propiedades de sus hermanos.
– A ser generosos y prestar las cosas.
– A usar los bienes materiales con señorío, sin dejarse esclavizar.
Podría ser útil un breve código similar a este:
1. Si necesitas o deseas usar algo que es de un hermano o de los papás o de los
abuelos, debes pedir permiso siempre.
2. Si alguien de la familia te pide algo tuyo, préstaselo. También puedes regalárselo.
3. Si te prestan algo, devuélvelo lo antes que puedas.
4. Si usas algo que es de todos, déjalo luego en su sitio.
5. Las personas son mucho más importantes que las cosas.
Cuántas fuertes desavenencias de familias adultas proceden de luchas por la posesión
o disfrute de propiedades. ¿No serán manifestación de que ese egoísmo innato que todos
tenemos no fue amortiguado, sino que, por el contrario, se fue autoalimentando?
La mejor edad para aprender a relacionarse con los demás a través del uso de sus
objetos personales es lo antes posible. Depende de cada niño pero los dos años puede ser
un momento ideal.
A lo mejor, en determinadas circunstancias, el aprendizaje en esta materia comporta
alguna rabieta que habrá que soportar lo más estoicamente posible. Lo que es casi seguro
es que, si, para que no llore, consentimos en que, de modo habitual, se salgan con la suya
y tengan que ceder siempre los hermanos, estaremos contribuyendo a enturbiar las
relaciones entre ellos.
Atención en este tema a la actuación de los abuelos. A veces tienden a mostrar clara
predilección por los más pequeños y algunos la manifiestan dándole satisfacción a sus
caprichos especialmente de orden material.
Evidentemente también hemos de enseñarles a cuidar sus propias cosas, pero esto
será tratado en otro capítulo más adelante.
Un caso: «Un pequeño revoltoso»
Imaginemos el caso de una familia con cuatro hijos, los tres mayores son niñas y el
pequeño es un niño de dos años. Este matrimonio no ha tenido ningún problema con sus
hijas: Han crecido juntas y, salvo alguna rara ocasión aislada, se han llevado hasta ahora
muy bien compartiendo los juguetes.
A causa de la situación económica, han tenido que dedicar más tiempo al trabajo y
«han bajado la guardia» en casa. El pequeño es un niño nervioso al que sus hermanas no
aceptan muy bien porque al menor descuido les rompe sus «tesoros». A veces le pegan y
por ello se llevan algún cachete de su madre, una situación que le pone realmente
31
Para vivir bien la
fraternidad es necesario
nerviosa; ella ve claramente que el tiempo no va a arreglar nada, a pesar de que su
marido le anima a no preocuparse.
Una amiga, que asiste a una escuela de familias, les explicó con detalle que, para
ayudar a los niños a mejorar, no basta con desearlo o con echar broncas o lamentarse.
Hay que hacer planes de acción. Esa idea de «profesionalizar» el asunto les gustó y esa
misma noche, cuando acostaron a los niños, empezaron a buscar soluciones concretas y a
escribirlas.
Se le ocurrieron las siguientes ideas:
— Poner una cerradura en la parte baja del armario y guardar allí las mejores
muñecas y los «tesoros más valiosos». Se trataba de evitar las situaciones más
conflictivas.
— Pedirles a las dos niñas mayores que apartaran algunos juguetes algo deteriorados
y convencerlas de que se los prestaran al pequeño. Querían que este empezara a recibir
atenciones de sus hermanas y que estas iniciaran el camino de la generosidad.
— Exigir a las niñas que, al acabar de jugar, dejen todo bien recogido. Hasta ahora lo
hacía la madre y al no llegar a todo había ocasiones en las que, cuando se retrasaba, el
pequeño aprovechaba para «atacar».
No conozco el final de la historia por lo que no sé si lograron sus objetivos, pero creo
que coincidiremos todos en que es más fácil lograr algo cuando uno se lo propone en
serio y hace planes concretos. No existen soluciones mágicas de efectos inmediatos.
Normalmente las mejoras en educación se logran poco a poco a base de paciencia,
insistiendo con perseverancia una y otra vez en los mismos temas.
 
Por ejemplo:
Una madre de familia preocupada por las frecuentes riñas de uno de sus hijos con los
hermanos le decía al tutor del chico en el colegio:
—Ya no sé qué hacer. No sé si matarlo o dejarlo.
La respuesta serena del tutor fue:
—Ni lo uno ni lo otro.
 
Es preferible apoyarse en los valores y cualidades para potenciarlos que poner el
punto de mira en los defectos aunque sea con la buenísima intención de corregirlos.
Nunca se logrará del todo y se genera un estilo nada estimulante. Hagamos pedagogía
positiva.
Si logramos que nuestros hijos estén unidos a nosotros,
estaremos en condiciones de influir en ellos para que estén
unidos entre sí. En realidad es el único camino posible para
lograr que haya una auténtica convivencia entre los hermanos
32
vivir bien la filiación. y puedan tratarse con buenos modales. En el fondo se trata de
enseñar a amar. A no ser que tengamos el concepto
roussoniano de que el hombre es naturalmente bueno, tenemos los padres la obligación
de ayudar a nuestros hijos a luchar contra esa inclinación al mal que subyace en lo más
íntimo de nuestro ser desde que nacemos.
Aprender a amar a los hermanos requiere efectivamente un aprendizaje. De hecho la
experiencia nos muestra que hay bastantes personas que no lo consiguen y que, incluso
ya adultos, tratan con mayor delicadeza y cortesía a los extraños que a los propios. Hay
que procurar encontrar la clave con la que actuar en cada caso concreto. Hay que buscar
la motivación adecuada.
Un medio importante para inculcar buenos modales y buenas costumbres a nuestros
hijos más pequeños es convertir intencionada y explícitamente a los hijos mayores en
nuestros aliados. Hay que explicarles a fondo nuestros planes con los pequeños dándoles,
proporcionalmente a su capacidad de entender, las razones que nos mueven. Hemos de
hacer conscientes a los mayores de que son observados permanentemente por los
pequeños. Es una razón añadida para que los mayores actúen con corrección.
Por nuestra parte hemos de reforzar la autoridad de los mayores ante los pequeños.
Evidentemente debe ser autoridad-servicio. No transijamos en esas situaciones en las que
un hermano mayor se libra de sus quehaceres o encargos mandándoselo hacer a un
pequeño aprovechándose de la debilidad o voluntariedad de este. Advirtamos a los
mayores para que no le rían las «gracias» al pequeño de turno cuando hace algo mal.
Aunque pueda resultar gracioso, le hacemos un mal favor si observa que nos divierte.
Tenderá a repetirlo.
Procuremos que no nos pase como a aquella madre de familia numerosa que me
decía:
—Este pequeño me ha pillado cansada. Reconozco que no le exijo como hice con los
mayores.Además los mayores están muy ilusionados con el último y le consienten todo.
Es muy espabilado pero lo estamos haciendo un tirano.
El pequeño de una familia no debeconvertirse en el juguete. Es lógico, y muy bonito,
que se le hagan «fiestas» pero dentro de un orden.
Para terminar, dos últimas consideraciones:
Cada familia debe buscar sus propias soluciones, adaptadas a sus circunstancias.
Muchas familias han logrado que los hermanos se quieran y se traten bien. Es
posible.
Los ancianos en el hogar
Los buenos o malos modales con que nuestros hijos traten a sus abuelos dependerán
en gran medida del cariño mutuo que hayamos logrado que se tengan. Como siempre, las
33
formas externas dependerán de las profundas actitudes interiores. Trataremos –nuestros
hijos y nosotros– a las personas mayores según el concepto que tengamos de ellos.
 
Viene a mi memoria una cita de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo
II que nos expone dos realidades bien distintas y que reproduzco a continuación:
«Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de
ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserto
en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable –aun debiendo respetar la
autonomía de la nueva familia– y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado
e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro.
Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo
industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de
marginación, que son fuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de
empobrecimiento espiritual para tantas familias».
 
¿A cuál de ambas alternativas nos apuntamos, en la práctica, en nuestro hogar? Quizá
al leer lo de «formas inaceptables de marginación» pensemos en situaciones de miseria
económica o cultural, pero hay otras formas inaceptables de marginación más sutiles
pero no menos dañinas:
Si cada vez que la abuela habla hay sonrisitas «comprensivas» dando a entender que
no sabe nada, ella sufre.
Si cuando el abuelo cuenta la eterna historia del servicio militar se le hace el vacío, él
sufre.
Si, a sus espaldas o abiertamente, se les critica por sus costumbres, se les está
marginando.
Algunos de estos tipos de marginación se están dando en hogares con un aparente
estatus moral y social.
Seamos agradecidos con nuestros mayores. Si queremos a los abuelos y procuramos
que nuestros hijos les quieran, tendremos más oportunidad de ser queridos y de
ayudarles a superar las limitaciones de todo tipo que, fruto de la edad, muchos tienen y
que pueden ser para ellos motivo de sufrimiento.
¿Qué hacer si los abuelos
viven fuera del hogar?
— Visitarles y que nos visiten.
— Escribirles.
— Llamarles por teléfono.
34
• Visitas: Convendrá tener en cuenta algunas recomendaciones. Es bueno tener algo
previsto sobre lo que van a hacer los niños mientras están en casa de los abuelos. Suele
ocurrir que los adultos crean su ambiente, su conversación y los pequeños, aburridos,
empiezan a causar problemas con disgusto para todos. A la vista de las circunstancias
físicas o de ambiente del hogar de los abuelos, conviene tener prevista alguna
«estrategia» para que todo resulte bien.
Parece bueno aleccionar a los pequeños antes de ir, explicándoles cómo deben
comportarse en sentido positivo y diciéndoles también lo que no deben hacer. Deben:
Saludar, ser cariñosos, contar cosas, escuchar, etc. No deben: Ir tocando los pequeños
objetos, interrumpir las conversaciones, etcétera.
• Correspondencia: Evidentemente a estas edades no están capacitados para escribir
una carta a sus abuelos, pero sí pueden enviarles, aprovechando quizá una carta de los
padres o de algún hermano mayor, algún dibujo suyo. Basta algún garabato con lápices
de colores para crear una agradable relación.
• Teléfono: Quizá no sea el mejor modo para que un chiquitín de estas edades se
comunique con sus abuelos. A partir de los cuatro años, más o menos, edad en la que ya
pueden mantener una cierta conversación, puede hacerles a nietos y abuelos mucha
ilusión llamarse por teléfono de vez en cuando.
Creo que la diferencia de vitalidad entre abuelos y nietos ha de ser tenida en cuenta,
sobre todo en cuanto al alboroto que naturalmente producen los pequeños. Hay que
«regular» el alboroto de alguna forma, sobre todo cuando se convive con los abuelos. No
se les puede consentir, por muchos motivos, a los pequeños que se «entreguen» el
alboroto de forma absoluta. Hay que procurar que respeten los momentos de descanso de
los mayores y que eviten las estridencias. Pero tampoco se les puede estar todo el día
obligando a actuar como adultos.
 
Por ejemplo:
Siempre recuerdo con simpatía la anécdota que cuenta D. Jesús Urteaga en su libro Dios y
los hijos, que, por cierto, recomiendo vivamente, sobre un niño al que siempre le decían:
—Los niños buenos se están quietos.
Y un buen día dijo:
—Y, en el Cielo, ¿también tendré que estarme quieto?
 
Si un pequeño oye de continuo: ¡No molestes al abuelo! ¡No molestes al abuelo!, es
bastante probable que acabe harto del abuelo. Una acertada combinación de actividad
infantil en la que haya abundante ejercicio físico puede ser utilísima para la buena
convivencia. Un niño «encerrado» en un piso puede ocasionar y ocasionarse problemas
en relación con su formación humana.
35
 
TRATO DE LOS ABUELOS A LOS NIETOS
Que haya oportunidad de trato. Buscando los momentos adecuados, si viven en nuestro
hogar, o procurando que se hagan visitas mutuas en las que se dé el clima adecuado.
Si pedimos a los abuelos ayuda concreta, proporcionada a sus circunstancias, les
ayudamos a ser y a sentirse útiles y les damos ocasión de que los nietos tengan cosas
concretas que agradecerles. No solo alguna «propina» o algún capricho.
Así también les ayudamos a vencer el egoísmo en el que se pueden instalar los abuelos
con facilidad.
Puede ser delicioso para los chiquitines que su abuelo les cuente cuentos. O se los lea si
no sabe contarlos.
Un agradable paseo del abuelo con alguno de sus nietos puede ser recordado durante
años.
Un abuelo paciente, ¡cuánto bien puede hacer enseñando a leer a un pequeño de 4-5 años!
Los abuelos, especialmente si son piadosos, pueden desempeñar un papel fundamental a
la hora de transmitir la fe; disponen, por lo general, de un tiempo que a veces los padres
no tienen. A los niños les encanta aprender oraciones de labios de sus abuelos.
Los juegos de nuestra infancia, que quizá recuerden nuestros padres, pueden ser muy
satisfactorios para nuestros hijos. Las circunstancias de la vida actual hacen que nuestros
hijos tengan menos oportunidades de jugar y encuentren dificultades para hacer algo
distinto de «mirar» la televisión.
 
Los abuelos les pueden enseñar esos juegos o canciones tan entrañables. He visto la
cara de auténtico interés con la que niños de tres años en adelante siguen a sus padres o
abuelos cuando les cuentan las costumbres de épocas anteriores. Les divierte mucho, a
partir de los 4-5 años, saber lo que valían las chucherías, que había tranvías, que el
panadero iba en un carro con un burro, que había gallinas en la casa, etc. Todo esto,
además de intensificar la relación personal entre abuelos y nietos, les ayuda a estos en su
percepción de la realidad y, por tanto, en su formación intelectual. Aquí lo he citado
como ocasión de intensificar el afecto para lograr que nuestros hijos tengan buenos
modales con sus abuelos.
Además de oír historias generales sobre las cosas, de labios de sus abuelos, hay una
historia especialmente importante. Me refiero a la historia de la propia familia. El
conocimiento de la biografía de los padres, abuelos y otros parientes cercanos ayuda
mucho a integrarse en la familia. ¡Qué ratos tan agradables cuando les enseñan las fotos
familiares! La auténtica integración en la familia produce una estabilidad emocional que
es la base de una personalidad consolidada, con mayor seguridad en sí mismo. Esta
seguridad personal es la que permite que una persona «salga» de sí misma y pueda
atender las necesidadesde los demás teniéndolos en cuenta y tratándolos como se debe.
36
Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital»
 
Situación negativa:
Es el caso de una madre de familia, Irene, de cuarenta y cinco años, que tiene dos
hijos pequeños. Su madre, viuda, vive con ellos. En la comida de un día corriente se
comenta una noticia política en la que surgen, como casi siempre, posiciones
encontradas. Después de una conversación en un tono poco agradable, en la que desde
luego están presentes los niños con los ojos muy abiertos, Irene corta la situación
diciéndole a su madre:
—¡Qué pena me das! Pareces tonta.
 
Situación positiva:
El caso de un padre de familia, Mario, de treinta y dos años, con cuatro hijos
pequeños. Su mujer es realmente bastante desordenada, razón por la que la madre de
Mario no la acepta bien. Después de una escena en la que delante de los niños la
«suegra» la ha ofendido, Mario actúa de la forma siguiente:
—Mamá, siento decirte esto, pero no tienes derecho y no te consiento que trates así a
mi mujer.
Más tarde llama a solas a sus tres hijos mayores y les explica...
—La abuelita se ha portado mal pero tenemos que quererla mucho. Es muy mayor y a
veces tiene dolores y se enfada. Vosotros también os enfadáis alguna vez y tengo
que regañaros y castigaros pero os quiero mucho. ¿Verdad que vais a querer mucho
a la abuelita? Hala, a jugar.
Algunas recetas prácticas para enseñar a nuestros hijos, sin ruido de palabras, a tratar
a los abuelos:
–No criticarles en su ausencia.
–Reforzar siempre su imagen.
–Comprender sus limitaciones.
–Ayudarles en cuestiones materiales.
–Escucharles con paciencia y cariño.
–Tenerles al corriente de las cuestiones familiares.
–Visitarles, escribirles, dedicarles tiempo.
Carmen, de setenta y ocho años, lleva un tiempo residiendo en un pueblecito del
Levante español rodeada de amigos jubilados. Antes residía en Miami con sus hijos y
nietos. Decidió irse de allí y volverse a España porque se le hacía muy dura la soledad.
Me contó un día:
37
Nuestros hijos tratarán
a los abuelos según
lo hagamos nosotros.
Mi hijo es una buena persona y muy inteligente y trabajador. Mi nuera también es
buena y tiene mucha relación social. Mis dos nietos son muy estudiosos y deportistas,
sacan muy buenas notas en la universidad. Son lo que podría llamarse, desde fuera,
una familia estupenda.
A mí me dicen que me quieren y me hacen muchos regalos, pero estoy muy sola.
Vivimos lejos del centro en una zona en la que apenas hay transporte público. Cada
uno de mis hijos y nietos tiene su propio coche y pasan todo el día fuera de casa.
Cada uno cena a su hora y tiene su propio televisor. Yo también tengo el mío.
Solamente coincidimos todos algún fin de semana en el que los chicos no se van de
camping con los amigos.
Quizá haya sido egoísmo por mi parte pero lo estaba
pasando muy mal y decidí venirme. Ellos no lo entienden. No
son conscientes de que hubiera ningún problema.
Trato de los nietos a los abuelos
Está muy bien que los abuelos se ganen el cariño de los nietos. Está muy bien que
vean nuestro ejemplo. Pero seamos realistas. Practicar el bien cuesta y nuestros niños
pequeños han de aprender y hay que enseñarles.
Tenemos que explicarles cómo tienen que tratar a sus abuelos y tenemos que procurar
que adquieran los hábitos correspondientes. Hay que explicarles que las personas
mayores, por lo general, tienen menos fuerzas y hay que ayudarles. Si en estas edades
tan pequeñas no pueden ser unos perfectos ayudantes, por lo menos han de tener claro
que a los abuelos hay que ayudarles. De todas formas hay algunos pequeños servicios
que un pequeño puede hacer.
 
Por ejemplo:
A los tres años puede acercar a sus abuelos objetos que necesiten sin que estos tengan que
dejar su sillón. A los cinco o seis años les puede leer, por lo menos alguna vez, los titulares
del periódico si no ven bien. Algunos niños que lo hagan especialmente bien pueden leerles
incluso libros. Serán ayudas muy pequeñas pero irán adquiriendo hábito. Los nietos, aun
pequeños, pueden ayudar a los abuelos.
 
Hay que explicarles que deben contarles cosas a los abuelos y cómo han de hacerlo.
Es una buena costumbre que les cuenten lo que han hecho en el colegio, lo que han
comido, cosas de sus amigos, etc. No está de más decirles que les han de contar las cosas
despacio y ayudarles a explicarse bien. A veces habrá dificultades de comunicación que
habrá que intentar vencer por ambas partes. Sesenta o más años de distancia pueden
comportar bastantes diferencias de vocabulario y conceptos.
38
Hay que enseñar
a los niños a hablar
con sus abuelos.
En cualquier caso, con paciencia, pueden lograrse situaciones
muy enriquecedoras. Los pequeños pueden ayudar a llenar el
tiempo de los abuelos y de paso aprovechar magníficas
oportunidades para aprender a expresarse. En más ocasiones de las
deseables, bastantes padres actuales no pueden, no saben o no
quieren encontrar el tiempo para hablar con sus hijos.
Inconvenientes del trato con los mayores
Normalmente en la vida nada es totalmente blanco ni totalmente negro. Casi todo
suele ser cuestión de equilibrio. Es estupenda la relación nietos-abuelos pero también
tiene sus peligros. No permitáis que vuestros padres malcríen a vuestros hijos. Hay
bastantes abuelos que consienten a sus nietos cosas inconsentibles que a sus hijos no se
las dejaron hacer. Por cansancio o por no llevarse un mal rato ceden ante absurdos
caprichos y en realidad hacen daño, bienintencionado pero daño real, a sus nietos. Un
niño mimado tiene muchos y serios problemas de convivencia. Cuidado con los abuelos
permisivos.
Otro peligro proviene del carácter de algunos ancianos. Por no haber sabido asimilar
las limitaciones propias de la edad o por otros motivos, hay ancianos irritables y
malhumorados que difícilmente aguantan a los niños. En estas condiciones pueden
ejercer una influencia negativa sobre nuestros hijos. Habrá que estar alerta y tener
previsto algún plan de acción para contrarrestar. Atención a los ancianos malhumorados.
Para terminar señalo una cuestión que se da con frecuencia y sobre la que hay que
estar vigilantes. Desde siempre los abuelos han ayudado a cuidar los niños en ausencia
de sus padres, y eso es bueno. Pero he oído a abuelos, sobre todo abuelas, muy cansadas
que notan que sus hijos están abusando y en cuanto pueden se libran de sus cargas
familiares. En esta época de la «eficacia» a todos los niveles hemos de inculcar a
nuestros hijos, desde bien pequeños, el cariño, amor, respeto, veneración y trato
exquisito a estas personas aparentemente «improductivas» que son nuestros ancianos, a
los que tanto debemos.
 
Recuerda que:  
 
– La sociabilidad empieza desde los pocos meses. Los niños que habitualmente ven
pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y luego, de mayores, les cuesta más la
relación con las personas.
– Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en
todo.
– Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de
39
observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de
los sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad
de observación.
– Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo en
el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases».
40
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN
SITUACIÓN:
Imaginemos a dos hermanos, Pedro, de seis años, y Antonio, de cinco. Estamos en
general contentos con su comportamiento pero nos gustaría que se llevaran mejor entre
ellos. En ocasiones surgen algunas rivalidades sin mucha importancia y queremos
conseguir que no se produzcan o, al menos, que sean excepcionales.
OBJETIVO:
General: Mejorar la generosidad.
Concreto: Que Pedro mejore su relación con Antonio.
MEDIOS:
– Ayudar al mayor a que preste sus juguetes a su hermano.
– Entretener en ocasiones al pequeño para que no le pida siempre cosas. No podemos
pedirle a su hermano que permanentemente renuncie a

Continuar navegando