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LA AUTOLESIÓN: El lenguaje del dolor DOLORES MOSQUERA ÍN D IC E pá9S PRÓLOGO .......................................................................................... VII Parte A. INTRODUCCIÓN.................................................................... 1 - Capítulo 1. Introducción........................................................................... 3 - Capítulo 2. ¿Qué es la autolesión? ........................................................ 7 Parte B. EL LENGUAJE DEL DOLOR. EXPRESIÓN Y COMPRENSIÓN DE LA AUTOLESIÓN............................................................. 11 - Capítulo 3. Sentimientos inexpresables: el lenguaje del d o lo r ............. 13 - Capítulo 4. La autolesión desde el punto de vista de ios afectados 17 - Capítulo 5. La autolesión y el suicidio ....... ........................................... 25 - Capítulo 6. La autolesión como señal de identidad ............................ 31 Parte C. ASPECTOS RELACIONADOS CON EL CONTROL Y LA SEGURIDAD............................................................................ 33 - Capítulo 7. La autolesión como sensación de control sobre uno mismo y el entorno ....................................................... 3 5 - Capítulo 8. La paradoja de la seguridad ................................................ 39 Parte D. DIFICULTAD PARA EXPRESAR Y COMUNICAR EMOCIONES. LA IRA, LA CULPA Y SUS EFECTOS............................................ 41 - Capítulo 9. Dificultades en la comunicación: ¿qué es lo que falla? .... 43 - Capítulo 10. La autolesión y el castigo .................................................. 49 Págs. - Capítulo 11. El problema de la culpa ................................................... 53 - Capítulo 12. La autolesión y la ira ....................................................... 55 - Capítulo 13. Ira - lesión - culpa - castigo. Un círculo difícil de romper ........................................................................ 59 Parte E. DIFERENCIAR ENTRE LO QUE DEPENDE DE UNO Y LO QUE DEPENDE DE LOS DEMÁS........................................ 61 - Capítulo 14. La ambivalencia con relación a la responsabilidad ........ 63 - Capítulo 15. Preocupación y cuidado: una prueba de resistencia fatal ........................................................... 65 - Capítulo 16. Cuando todo está “demasiado” bien. Recomendaciones generales .......................................................................... 67 Parte F. ANTECEDENTES FAMILIARES, MOTIVOS Y POSIBLES DESENCADENANTES............................................. 69 - Capítulo 17. Antecedentes familiares ................................................... 71 - Capítulo 18. Motivos y desencadenantes ............................................. 73 - Capítulo 19. El papel del aprendizaje y el impacto de las vivencias previas ................................................... 75 Parte G. SEGUIMIENTO DE UN CASO....................................................... 79 - Capítulo 20. Seguimiento de un caso .................................................. 81 Parte H. OBJETIVOS TERAPÉUTICOS Y CONCLUSIONES .................... 181 - Capítulo 21. Objetivos terapéuticos ...................................................... 183 - Capítulo 22. Recomendaciones terapéuticas ....................................... 185 - Capítulo 23. Conclusiones ..................................................................... 189 ANEXO............................................................................................................ 191 EPÍLOGO ....................................................................................................... 205 BIBLIOGRAFÍA.............................................................................................. 209 AGRADECIMIENTOS..................................................................................... 211 PRÓLOGO Dentro de los trastornos de personalidad (TLP), y del trastorno límite en particular, la autolesión es el síntoma más característico y llamativo de todos los que se pueden presentar. Las autolesiones no son exclusivas de los TLP, aparecen también en los trastornos del desarrollo (autismo), en el retraso mental y en algunos episodios de esquizofrenia, además de en algunas enfermedades de etiología estrictamente neurológica, como las demencias o diversas encefalitis; en todas estas patologías lo característico es que el sujeto que se autolesiona no es “consciente” de que lo hace, bien por alteración de los centros que regulan el dolor, bien por el "robo de pensamiento” por el que “no son ellos” los que se agraden, bien porque su capacidad y discernimiento mental les impide “enterarse” y “sentir” lo que hacen. Curiosamente, en el TLP la autolesión es una forma de expresión, un mecanismo “adaptativo” y de defensa, una llamada al exterior para que nos demos cuenta de que el paciente está ahí. Los pacientes nos cuentan a los profesionales, como bien lo describe Dolores Mosquera en este libro, que se autolesionan para sentir alivio, para mostrar y enseñarnos lo que sufren, para sentirse vivos y que existen, para castigarse y castigar a sus seres cercanos, para volver a la realidad, trasmitiendo a los “normales” una experiencia y unas sensaciones difícilmente asimilables. Son muchos los pacientes que recibimos en nuestros centros con señales de cigarrillos apagados en su piel, con múltiples cortes en diversas partes de su cuerpo, con arrancamiento de cabello e, incluso, con amputaciones menores. Estas acciones, por su espectacularidad, muchas veces desfocalizan nuestra intervención terapéutica hacia una intervención en crisis que no es tal, ya que es una conducta “habitual” y, como ya he dicho anteriormente, incluso una forma de expresarse y de comunicarse con quien los rodea. Se ha intentado explicar las autolesiones desde una perspectiva biológica, que sin duda existe y se llama impulsividad, pero no es menos cierto que muchas autolesiones tienen un gran componente de planificación y de comunicación no verbal y esto no lo podemos explicar simplemente por una mejor o peor interacción de determinados neurotransmisores cerebrales. Además, considero obligado aclarar que, no solo son autolesiones las conductas descritas con anterioridad; lo son también las bulimias, la vida sexual promiscua, el abuso de drogas, las conductas temerarias, la alimentación restrictiva, que de una forma más solapada van minando la integridad del paciente y que también son un modo de expresar la enfermedad, la patoplastia. Una vez más, es un orgullo y una satisfacción para mí el que Dolores me haya encargado el prólogo para uno de sus libros y este es una auténtica “ventana” por la que asomarnos al incomprensible mundo de unas conductas que en sí mismas no tienen una explicación, pues no sabemos qué es lo que nos quiere decir el paciente y dudamos si estamos ante una conducta suicida y de muerte a plazos y en diferido o el paciente nos avisa que se está agarrando desesperadamente a la vida. Dolores, gracias por mostrarnos esta “cámara de los horrores” y acercarnos a cómo lo viven y lo sienten los “protagonistas”; para muchos lectores será un descubrimiento. Vicente Rubio Larrosa Jefe del Servicio de Psiquiatría Hospital Nuestra Señora de Gracia Zaragoza Parte A INTRODUCCIÓN 1 INTRODUCCIÓN Las autolesiones me permitían seguir luchando, podía sacar la rabia fuera, el dolor... Sentir dolor con un motivo “rearm e reconfortaba, pero no era suficiente... Después de todos estos años entiendo muchos de mis comportamientos, he ordenado pensamientos, sentimientos... He aprendido a diferenciar los míos de los de los demás: de los impuestos, de los aprendidos. Esto me ayudó mucho. Ahora sé que autolesionarme no era la manera más efectiva de poner fin a mi sufrimiento, pero yo no conocía otra... Las alternativas que me planteaba eran mucho más drásticas. Pensé en la muerteen muchas ocasiones, pero me resulta muy contradictorio porque no quería morir. Sabía que el propio comportamiento que me reconfortaba me dañaba, pero me sentía muy mal cuando los profesionales me decían que lo hacía para llam ar la atención, me sentía mala, asquerosa, retorcida y muy “loca”, lo cual no me ayudaba a buscar otras alternativas. Entender que la autolesión es un “comportamiento”me ayudó mucho, me sirvió para plantearme que podía hacer “otras cosas", que podía aprender a reaccionar de otra manera. Identificar lo que sentía y frenar mi respuesta también me ayudó mucho. Por el contrario, no me ayudó sentirme presionada: "Si te vuelves a autolesionar dejaré de atenderte”; este tipo de comentario me hacía sentir muy incomprendida, muy sola y muy vulnerable. No me ayudó sentirme criticada ni culpabilizada: “Si nos quisieras dejarías de hacerte daño”, uSi te quisieras poner bien, no te autolesionarías”, “Tienes que poner de tu parte”, “¡Otra vez igual!, pensé que habías mejorado”. Tampoco me ayudaban las caras de perplejidad cuando acudía a Urgencias, los gestos de asco. Me hacían sentir aún más asquerosa y rara. Me ayudó la comprensión. Me ayudó el respeto. Me ayudó entender los motivos por los que yo me trataba así, plantearme que era una persona que sufría mucho y que no tenía recursos más adaptativos... esto me ayudó mucho. Yo no podía dejar de hacerlo, había momentos en los que lo conseguía, pero eran momentos menos intensos, en los que tenía un poquito de control. En otros momentos, sentía que iba a explotar, que “no podía más"... A h í me resultaba imposible, no sé qué habría pasado s i me hubiesen obligado a dejar de hacerlo, no sé si podría haberlo soportado. No... creo que no. Ahora s í puedo. (Paciente, 33 años) En anteriores libros he intentado conectar al lector con el sufrimiento interior de los pacientes a los que atiendo habitualmente en consulta. Este libro se centra en un tema específico que genera reacciones muy diversas y que merece un apartado propio: la autolesión. ¿Por qué se autolesiona una persona?, ¿es una llamada de atención?, ¿una medida desesperada?, ¿qué significa?, ¿cómo empieza?, ¿qué lo motiva?, ¿qué siente una persona que se lesiona?, ¿cómo puede parar de hacerlo?... Hay muchas preguntas en torno al tema de las autolesiones a las que intentaré dar respuestas en los diferentes apartados de este libro. La idea básica que intentaré transmitir es la de comprender la autolesión o autoagresión como una estrategia de afrontamiento y como medida compensato ria; una agresión deliberada al propio cuerpo como forma de manejar y tolerar las emociones. Esta “agresión", si bien puede surgir de manera impulsiva e inesperada, incluso para la persona que la está realizando, también puede ser premeditada y planificada o la consecuencia de un aprendizaje que se ha ido reforzando y que se hace automático con el tiempo. En ocasiones la autolesión surge porque la persona no encuentra palabras que le permitan expresar la intensidad de su sufrimiento y necesita comunicarlo, “sacarlo fuera”; en otras, para hacerlo visible; y en otras, porque las emociones son demasiado intensas y dolorosas para ser manifestadas con palabras y no se ha aprendido a identificarlas, expresarlas de una manera adecuada, tolerarlas, acep tarlas ni manejarlas. Uno de los objetivos de este libro es explorar las causas que pueden hacer que una persona recurra a la autolesión. Los siguientes motivos son los verbalizados más frecuentemente por los pacientes que se autolesionan mediante cortes y quemaduras: • Para sentir alivio. • Para mostrar lo mucho que sufren. • Para pedir ayuda. • Para sentir que tienen un motivo real para experimentar dolor. • Para sentirse vivos, “reales". • Para comprobar que no están soñando. • Para volver a la realidad (salir de un estado disociativo). • Para experimentar sensación de purificación o limpieza (sale la sangre y con esta todo lo malo). • Para “obtener su merecido" (castigo). • Para castigar a otros. En los siguientes capítulos profundizaremos en estos aspectos. Es importante tener en cuenta que, aunque nacemos con una capacidad para sentir, que desde pequeños expresamos nuestras necesidades a través de reaccio nes emocionales (llanto, enfado...), no nacemos con un aprendizaje que nos per mita identificar, expresar y manejar las emociones, aunque poseamos la capacidad para aprenderlo. Tampoco conocemos la relación existente entre la reacción “más adecuada” y la expresión de lo que sentimos o queremos transmitir. Esto es algo que aprendemos de nuestro entorno más directo, pero si no se aprende, a medida que la persona crece y tiene que hacer frente a diferentes problemas, surgirán las primeras dificultades. Lo ideal es que, cuando esto ocurra, la persona se haga cons- cíente de su dificultad para tolerar emociones y para manejarlas, esto le permitirá pedir ayuda y aprender a manejar las situaciones; pero la realidad es que, si esto no se aprende desde pequeño, es muy difícil de identificar y, por lo tanto, de expresar. Teniendo en cuenta lo anterior, podemos decir que la idea de la autolesión surge cuando los mecanismos adaptativos del sujeto se agotan y ha de recurrir a nuevos medios que le ayuden a manejar un estado de ánimo que se hace insopor table y que el sujeto no sabe o no puede verbalizar o afrontar. Según Karen Conterio y Wendy Lader, el 75% de las personas que se autole- sionan utiliza más de un método. Algunos ejemplos son: cortarse, golpearse, arran carse el pelo, rascarse hasta producir herida, quemarse, morderse, ingerir objetos, fármacos o tóxicos, interferir en la cicatrización de heridas o romper huesos. Otros ejemplos quizás más extremos y menos frecuentes son las amputacio nes de alguna parte del cuerpo. Estas últimas no son el objeto del presente libro, pues querría diferenciar entre lesiones como forma de control y regulación de las emociones y lesiones que pueden surgir asociadas a otras patologías, como los trastornos psicóticos o aquellos con una base orgánica, por ejemplo, el autismo y el retraso mental. Cuando una persona presenta síntomas psicóticos y pierde el contacto con la realidad, las conductas autolesivas pueden llegar a ser muy seve ras y extremas, como la castración de los genitales, quitarse un ojo o arrancarse una oreja (Van Gogh, por ejemplo). Del mismo modo, no es raro que las personas con autismo y retraso mental se autolesionen mediante golpes y, aunque algunas personas piensan que puede tener una función reguladora, parece que el sujeto no es consciente de ello. Es decir, más que de un mecanismo o de una estrategia de afrontamiento, se trata una conducta automática y estereotipada. 2 ¿QUÉ ES LA AUTOLESIÓN? El daño en raras ocasiones pone en peligro la vida de la persona, el lugar de las heridas suele ser en una parte del cuerpo que se oculta fácilmente, aunque no es a s í siempre. A l ser la p ie l lo que se daña, no las venas, arterias, tendones o ligamentos, el daño se suele restringir a cicatrices. Steven Levenkron ¿Qué es el daño infligido? Lo definimos como la mutilación deliberada del cuerpo o de una parte del cuerpo, no con la intención de cometer suicidio, sino como forma de manejar emociones que parecen demasiado dolorosas para que las palabras las expresen. Puede incluir cortar la piel o quemarla, hacerse moratones a uno mismo a través de un accidente premeditado. También puede ser rascar la pie l hasta que sangra o interferir la curación de heridas. Karen Conterio y Wendy Lader ¿Qué es la violencia autoinfligida? Este término se define como el daño intencionado del propio cuerpo sin intención suicida consciente. En términos más simples, la violencia autoinfligida es el acto de hacerse daño físico a uno mismo a propósito. Tracy Alderman, Ph.D. La automutilación es un acto violento asociado con el sufrim iento inmediato o demorado. Armando R. Favazza, M.D. ¿Qué es exactamente el síndromede la conducta autolesiva? Es la mutilación deliberada del propio cuerpo, con la intención de causar daño, pero sin la intención de matarse. V.J. Turner Autodaño, término utilizado para describir un ataque físico del propio cuerpo... Se encuentra implícita en la definición la comprensión de que el cuerpo será delibe radamente, y por lo general habitualmente, dañado más que destruido. Fiona Gardner He recurrido a definiciones de otros autores para llegar a una conclusión y es que la autolesión, independientemente de cómo la describamos, es ampliamente conocida y ha sido documentada por diversos profesionales. También he recurrido a otros autores para transmitir que es un tema que preocupa a muchas personas, que no es un tema aislado ni raro que afecte a un porcentaje muy pequeño de la pobla ción. Es un comportamiento al que recurre entre un 2% y un 4% de la población. Resumiendo, la autolesión es el acto intencionado de hacerse daño sin la intención de morir; describe a alguien que sufre, es el “lenguaje del dolor” , el acto de dañarse a uno mismo con la intención de tolerar un estado emocional que no puede ser contenido o expresado de una manera más adaptativa. También es la intención de luchar y de seguir con vida, pues la mayoría de las personas que se autolesionan quieren vivir, no morir. En definitiva, para mí la autolesión es una acción a la que recurren algunas personas, que es efectiva a corto plazo y que pretende ser adaptativa en la mayor parte de los casos. Por otra parte, añadiría que la autolesión tiene otros compo nentes asociados y que el desencadenante es tan variado como la motivación que mueve cada lesión. En algunas ocasiones el sujeto persigue frenar el dolor; en otras, sentirlo como “algo" real, algo palpable, visible y “explicable”; y en otras, como un castigo. En posteriores capítulos profundizaré en cada una de estas ideas y en las motivaciones que mueven a muchas de las personas que se autolesionan. Parte B EL LENGUAJE DEL DOLOR. EXPRESIÓN Y COMPRENSIÓN DE LA AUTOLESIÓN 3 SENTIMIENTOS INEXPRESABLES: EL LENGUAJE DEL DOLOR Cuando me preguntan “¿por qué te cortas?”, suelo contestar “no lo sé”. Esto es en parte cierto y en parte falso, porque s í lo sé pero no lo puedo explicar. Es como una necesidad imperiosa de hacerme daño, pero el desencadenante puede ser muy variado. (Paciente, 23 años) El autolesivo por lo general se siente triste, vacío, tiene dificultades para iden tificar sentimientos y expresarlos, suele mezclar y confundir emociones, no sabe si es “normal” sentir así o no. Las dudas le invaden y esto hace que empiece a buscar formas de manejarlo, métodos que le permitan hacer frente a este caos. Para muchos pacientes con este problema, la autolesión puede ser vista como una “amiga” a la que poder recurrir en cualquier momento del día, una salida inme diata a una carga emocional demasiado pesada e intensa para ser tolerada. En muchas de estas personas, la forma de percibirse es muy variable y, por lo tanto, también lo es su visión de las acciones lesivas. Muchos saben que es dañina; otros creen que es solo asunto suyo y que no están haciendo daño a nadie. Otros, aun sabiendo que es algo “extraño” y queriendo dejar de hacerlo, se sienten incapa ces de parar, atraídos irrefrenablemente por la necesidad de cortarse, quemarse o golpearse. Otros fantasean1 o aspiran a hacer evidente la necesidad de ayuda que 1 Recurro a la palabra “fantasear” porque la respuesta por parte de las personas del entorno no siempre es la deseada por la persona que se lesiona y, aunque el resultado no sea el esperado, esta acción puede convertirse en un forma de demandar auxilio. se ven incapaces de verbalizar. Por ejemplo: “Si me ven esta quemadura seguro que me preguntan, se dan cuenta de lo mal que estoy y me ayudan y entienden mejor” . Esto, que en principio puede parecer un comportamiento raro y excéntrico, tiene sentido si lo vemos como una conducta aprendida, una forma de regular las propias emociones. Independientemente de si el fin es sentir alivio, castigarse o sentirse vivo, en todos los casos hay un componente emocional importante que necesita ser regulado, parado, frenado. El que se castiga necesita un escarmiento; el que se lesiona para sentirse vivo necesita algo que le permita saber que real mente existe, que siente; el que lo hace para sentir alivio necesita una vía de escape o tiene la sensación de que va a estallar en cualquier momento. Se puede decir que, al no haber adquirido habilidades adaptativas para cal marse y controlar el estrés o la frustración, el autolesivo recurre a la acción pues es más fácil que intentar comprender y expresar lo que siente (difícilmente podrá expresarlo cuando él mismo no sabe qué ocurre en su interior ni por qué siente con semejante intensidad). Es importante tener presente que la acción conlleva alivio, mientras que ver- balizar y compartir requiere un esfuerzo tremendo y un repertorio de habilidades de las que carece la persona, que recurre a la acción como forma de comunicación. El objetivo es poner fin al dolor y al sufrimiento que siente en su interior, al caos y la confusión que retumban en su cabeza; frenar los pensamientos dolorosos, la incer- tidumbre, la confusión. Cualquier otra forma de expresión emocional se convierte en una tarea impensable para la persona, que, al no haber desarrollado los recur sos necesarios, tenderá a repetir este nuevo comportamiento. De tal forma, este nuevo comportamiento se convierte en el recurso que mejor funciona, por lo que la probabilidad de que piense o recurra a conductas adaptativas será pequeña sin la intervención de un profesional que le ayude a comprender sus comportamientos y a pensar en nuevas alternativas más funcionales y positivas. Para muchos es más fácil tolerar el dolor físico que el dolor emocional, espe cialmente cuando no saben por qué se sienten así de abrumados en un determinado momento o situación. El dolor físico es tangible, palpable, visible, se puede “ver” , “mostrar” , “comprender” , ‘transmitir” e incluso “curar” , pero el emocional es verda deramente difícil de compartir y mostrar. Si nos fijamos, mostrar el dolor emocional requiere lágrimas, gritos, temblores, agitación, palabras, acción... algo “visible”, “escuchable” ... que permita a los que nos rodean visualizar lo que uno siente. Si anulamos las respuestas físicas o comportamentales es especialmente complicado imaginar o percibir lo que la otra persona siente. Intentemos imaginar a una persona inexpresiva explicando lo que siente y que a su explicación no acompañe ningún tipo de gesto o movimiento. Resultaría frío, distante, irreal... Y esto es lo que creo que lleva a muchas personas a comportarse así: la necesidad de expresar lo que sienten y la dificultad que tienen para hacerlo verbal o paraverbalmente (mediante el lenguaje no verbal, con gestos y expresión de las emociones). En el siguiente capítulo se incluyen fotos de autolesiones y dibujos y testimo nios de pacientes. 4 LA AUTOLESIÓN DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LOS AFECTADOS No sé por qué me lesiono, algunos profesionales me han dicho que es para llamar la atención, pero yo no creo que ese sea el motivo. Lo único que tengo claro es que después de hacerme cortes me siento mejor, más tranquilo. A veces creo que me hago a m í lo que me gustaría hacerles a otros, pero tampoco creo que sea la explicación porque no haría daño a nadie. No lo sé, no puedo contestar a tu pregunta. (Paciente, 19 años) En mi caso la autolesión tiene un objetivo concreto: sentirme mejor. Siempre que me corto pienso que no lo volveré a hacer, que no es normal... sé que no es normal, pero es como si no pudiese evitarlo. No me corto siempre, pero lo pienso casi todos los días. En ocasiones me aguanto y me basta con hacer otras cosas, pero hay momentos en los que el dolor es tan fuerte, tan intenso y tan brutal que no puedo más. Es justo en esos momentos cuando melesiono. Justo después de cortarme me siento bien, aliviada. (Paciente, 32 años) Es muy d ifícil de explicar... no sé decir un único motivo, pero sé que a m í me ayuda a sentirme mejor. Cuando me hago daño p ienso:"Ahora s í que tengo un motivo real para sufrir”... No sé, es como si el sufrimiento fuese más real o como si ya tuviese derecho a sentirlo. Cuando veo la sangre y la extensión del corte siento que ya tengo derecho a sufrir, a sentirme así de mal, porque en realidad no tengo motivos para sentirme así. (Paciente, 23 años) ¿Que porqué me autolesiono? Para tenerlo que merezco. Cuando me lesiono pienso que merezco eso y mucho más. Me suelo autolesionar cuando me siento cul pable, cuando estoy enfadada, cuando me ilusiono con alguien y me falla... puede ser por cualquier cosa. Si discuten en casa me suelo cortar porque me siento muy mal, creo que soy la causante de las discusiones. Ya no saben qué hacer conmigo, pero yo no puedo dejar de pensar que merezco un castigo. (Paciente, 21 años) A veces entro en una especie de trance... siento que me estoy volviendo loca, que no existo, que no soy rea!, es como si estuviera muerta... A veces me quemo para comprobar que sigo viva y que aún siento algo. (Paciente, 34 años) No tolero las discusiones, me afectan muchísimo y solo consigo frenarlas cuando empiezo a golpearme. Cuando me golpeo paran los gritos. Se ha vuelto automático. A veces me gustaría gritar: “Callaos”, pero no soy capaz... (Paciente, 41 años) Yo me lesionaba por angustia, por un bloqueo mental, pom o poder reaccionar, por sentir que me iba a volver loca... me ponía muy nerviosa. Cuando haces estas cosas parece que no eres tú misma, sino otra persona completamente diferente. Comento esto porque cuando me autolesiono no parezco ser “yo" misma, sino una fuerza del interior que te provoca hacerlo... después te sientes muy culpable y muy frustrada. (Paciente, 32 años) Hace muchos años que tengo una lucha interna. A medida que pasaba el tiempo, como no encontraba soluciones efectivas, me empecé a autolesionar y esto s í que era efectivo. Me encontraba mejor; cuando pensaba que ya no podía más, que no valía la pena luchar y que la vida no tenía ningún sentido, recurría a los cortes. Parecerá extraño, pero yo no quería morir, quería dejar de sufrir, quería aprender a tolerar los imprevistos, a vivir sin tanto dolor... quería pero no podía, no sabía... Las autolesiones cada vez eran más fuertes y acabé “enganchada”, no podía parar de hacerme daño, cualquier situación o imprevisto era suficiente para dañarme. Nadie se dio cuenta hasta que se me fue la mano y necesité una intervención, había san gre por todas partes, pensé que me iba a desangrar en mi cuarto y pedí ayuda. (Paciente, 29 años) Estaba tan acostumbrada a disimular que me perdí a m í misma, me llené de muros y de máscaras. Recuerdo la sensación de estar a punto de estallar, pero tener que disimular delante de la gente, también recuerdo la sensación de alivio cuando por fin podía dejar de disimular, cuando me cortaba y liberaba toda esa tensión acumulada... a m í me ayudaba a tener algo de control. (Paciente, 28 años) Este tipo de cosas nunca me ha impresionado mucho... empecé con las manos, seguí con tijeras y después con cualquier cosa que tuviese a mano. No sé por qué lo hacía: a veces para llamar la atención, otras para probar el umbral del dolor, otras para descargar adrenalina y otras porque me aborrezco, porque no soporto mi cuerpo... no lo sé. Tampoco sé cómo se inició, simplemente empecé a hacerlo. (Paciente, 31 años) Toda mi vida ha estado dominada por conductas autodestructivas. Al tener una imagen de ti misma horrible y una autoestima muy baja, sientes un gran odio hacia ti, hacia los demás, notas que te pasan (y que sientes) cosas muy raras, que nadie te entiende, que te toman por “loca’’, por desequilibrada... y ya no sabes qué hacer porque siempre has actuado así y no puedes (o no sabes) evitarlo. Cuando te encuentras en esta situación, piensas que eres la única en el mundo que es “asr. Sientes que no pintas nada en este mundo de mierda y que a nadie le importa lo que te pasa. Yo me lesionaba por muchos motivos: para llam ar la atención, para expresar lo que sentía, para desahogarme, para que me hicieran caso, para que me tomaran en serio, para que supiesen lo que se siente siendo a s í y sobre todo para que alguien me ayudase, esperaba que alguien notase que existía. Yo necesitaba comprender lo que me pasaba, necesitaba explicar lo que tenía guardado en el interior, pero no sabía cómo hacerlo; por eso gritaba, insultaba, lloraba, me pegaba, me cortaba, me emborrachaba, tomaba pastillas y me drogaba, para que alguien notase todo el dolor que llevaba dentro e hiciese algo para pararlo. (Paciente, 32 años) Me he pasado el día pensando qué podía escribir, cómo plasmar las sensa ciones que sentí la primera vez que... tuve un cuchilla en mis manos, qué sentí al cortarme y por qué seguí. En principio, explicaré ¡o que recuerdo y lo que siento al hacerlo... Todavía recuerdo la primera vez; m i novio me había dejado, pero sé que no fue por eso; me sentía tan mal, tan culpable que necesitaba castigarme, as í que con total frialdad cogí una cuchilla que encontré en el baño y volví con toda calma a mi habitación, me senté y comencé a hacerme cortes en el brazo; no perdí la calma en ningún momento, vi la sangre y fue un alivio interior imposible de describir. Ese día no fue más que el principio; a veces me siento como un vampiro deseoso de ver sangre, pero mi sangre, cuantas más gotas resbalan por mi cuerpo, mejor me siento. Siempre lo hago cuando me siento frustrada, recuerdo días de llorar y llorar y hasta que no me corto no consigo dormir; realmente es un alivio, pero... ¿a qué precio? (Paciente, 27 años) No es para nada sencillo explicar lo que siento antes, durante y después de las lesiones que me produzco, entre otras cosas porque los sentimientos y sensa ciones no son siempre iguales; lo que s í está siempre es la fuerte intensidad de las emociones que me invaden durante todo el ritual. Me lesiono pinchándome con agujas estériles y extrayéndome sangre. El objetivo está muy claro: no es sentir dolor, es provocarme una herida física que pueda mirar; al mismo tiempo, el goteo de la sangre representa el llanto desgarra dor, no son suficientes las lágrimas (que suelen estar también presentes), necesito ver un dolor reflejado de forma más profunda, más dramática, es como si me estu viese llorando el alma; puede sonar raro, pero lo siento así. Para llegar a lesionarme ahora, en la actualidad, tienen que haber ocurrido situaciones encadenadas y seguidas en un período corto de tiempo que dificultan que pueda utilizar mis alternativas positivas, mis recursos aprendidos en la terapia, o bien estas situaciones logran que esas alternativas fracasen. En general siento rabia, soledad, vacío, una enorme incomprensión por parte de alguien al que quiero, angustia, desesperación, todo lo que me rodea es asco, negro, no hay alternativas en ese momento, es tan fuerte el dolor que llego a odiarme a m í misma por sentirme tan mal sin tener una lesión física que justifique ese enorme dolor interno. Es ahí cuando necesito verme la herida, lo hago de forma automatizada: sé perfectamente dónde están las agujas, las cojo, me voy al baño, en este momento no lloro, estoy “serena"porque tengo que hacerlo bien, fríamente preparo el material, me busco una buena vena para canalizarla (en un lugar que suela tapar la ropa) y me pincho con decisión. Suelo ser bastante rápida logrando la sangre, me dejo la aguja clavada y dejo que gotee por todo el suelo. Cuando tengo una cantidad suficiente que posteriormente pueda manipular (escribir, espar cir, dibujar...), comienzo a llorar, no me extraigo la aguja todavía, aún queda lo más importante, queda producirme la lesión que posteriormente va a permanecer, para lo cualnecesito romper la vena; suele ser doloroso, pero no me importa llegado este punto. Perforo la vena y una vez rota, me extraigo la aguja y presiono la vena dañada para que sangre por dentro y haga un hematoma lo más grande posible. La sangre sigue cayendo por gravedad, pero la dejo porque no tarda en coagularse. Es aquí cuando "juego" con la sangre, suelo esparcirla, desparramarla, y es aquí tam bién cuando me doy asco, me da asco el olor de mi sangre, a veces contengo la res piración para no olería, huele como la de los cerdos y así es como me siento, como una cerda pirada, egoísta y manipuladora. Ya no siento tanta angustia, se transforma en asco y decepción. Me quedo quieta mirando la sangre desde lejos, observo la herida y me lavo, rápidamente friego el suelo, la pileta, la bañera... no queda ni ras tro. Suelo ducharme, me siento sucia, sucia y perturbada, tengo miedo de que se vuelva a repetir, tengo miedo de volver a sentir tanto dolor, tanta angustia. Me seco, me visto, me peino, abrazo a mi hijo y me odio por ser egoísta, por no valorar lo bueno que poseo y tener que llegar a hacer cosas tan repugnantes. Los días posteriores contemplo el hematoma; es curioso, pero me gusta tenerlo ahí, manifiesta mi malestar, m i rabia, mi pena. (Paciente, 28 años) Estos testimonios reflejan: • Dolor • Desesperación • Falta de recursos adaptativos • Confusión • Emociones, sensaciones (culpa, enfado, ira, frustración...) • Juicios (propios y ajenos) • El resultado de un aprendizaje • Ganas de vivir (no de morir) • Una alternativa para tolerar el sufrimiento • Una manera de verbalizar lo que sienten • Una alternativa al suicidio En definitiva, un gran dolor y muchas ganas de “vivir de otra forma”. Algo que intentaré reflejar en los diferentes capítulos de este libro. A continuación se incluyen algunos dibujos que pretenden dar voz a aquellas personas que tienen dificultades para verbalizar la intensidad de su dolor y que mediante el dibujo encuentran una manera de dar el primer paso. Dibujo 1. Enjaulada2 Este dibujo refleja la sensación de aprisionamiento que pueden experimentar algunas personas que se lesionan. Una sensación de opresión y necesidad de liberarse que solo se consigue recurriendo a los cortes o autolesiones variadas. Dibujo 2. Caos, aniquilación de uno mismo. Pérdida de control Esto es lo que dibujó una paciente cuando le pedí que plasmase lo que sentía en su interior. 2 Los dibujos 1, 2 y 3 aparecen en el libro Trastorno limite de Ia personalidad: profundizando en el caos, Madrid: Ediciones Pléyades, 2007. Dibujo 3. Grito silencioso Este dibujo refleja la intensidad del dolor que no se puede verbalizar, la necesidad de gritar y la dificultad para hacerlo (tacha la boca y el posible sonido que saldría de la misma). 5 LA AUTOLESIÓN Y EL SUICIDIO Algunas personas confunden los términos “autolesión” y “suicidio” o los diferencian, pero confunden la intención de ambos. Muchas de las personas que se autolesionan no quieren morir; de hecho, su conducta las ayuda a tolerar mejor el sufrimiento y a disminuir sus deseos de morir. Si las emociones no son manejadas de esta forma, al no disponer de otros recursos más adaptativos, las posibilidades de que la persona quiera o intente morir aumentarán notable mente. A muchos la autolesión los mantiene con vida, les ayuda a encontrarse mejor. Mi anterior psicóloga me decía que no entendía por qué me causaba daño, mostraba sorpresa cuando le decía que lo hacía para encontrarme mejor. Le cos taba mucho creer que realmente no me quisiera morir por la gravedad de mis cortes, aunque si lo hubiese pensado más a fondo se daría cuenta de que los cortes no eran letales; se podían infectar y ocasionar problemas, de acuerdo, pero no estaban hechos para morir. Cuando me autolesiono sé lo que hago, lo planifico, pienso en lo que voy a hacer y en cómo me voy a sentir. Es así de simple, aunque suene extraño; yo no me quiero morir, lo que quiero es dejar de sufrir. En la película Inocencia interrumpida, Winona Ryder interpreta a una paciente con trastorno límite de la personalidad que es ingresada tras un intento de suicidio que ella niega. Cuando el médico le recuerda lo que ha tomado, ella le contesta que no se ha intentado suicidar, que “solo quería que la mierda parase de una vez”. Este es un buen ejemplo de la autolesión como reguladora de emociones, no con intención suicida ni con un deseo de finalizar con la vida. Veamos más ejemplos: Ejemplo de cortes superficiales que se realizan para “sentir alivio” . i Ejemplo de un paciente que se ha autolesionado. Resulta evidente que esta persona no pretendía m orir con estos cortes, igual que resulta evidente que alguien que hace esto no se encuentra bien o no tiene recursos para afrontar determinados aspectos de su vida de una manera más adaptada (al menos en ese momento). Estas dos fotos son el ejemplo de las “secuelas" físicas que de ja la autolesión. En este caso se trata de un chico que se autole- sionaba con quemaduras y había sido dado “por imposible”; en la actualidad, lleva unos dos años estabilizado, ha dejado de autole- sionarse y hace más de un año que mantiene su empleo. En relación con las autolesiones que se hacía, piensa recurrir a la cirugía para dejar atrás estas marcas y todo lo asociado a las mismas. “Esto es lo que hago, lo siento, soy una cerda".3 Aunque en casos como los anteriores se diferencia claramente entre autole sión e intención suicida, en otros casos la diferencia no resultará tan evidente y será necesario explorar los motivos con el paciente. Además, una autolesión sin inten ción de morir puede ser letal dependiendo de muchos factores (método, momento, dosis, lugar del cuerpo que se lesiona, extensión, etc.). Es importante prestar atención al paciente y a estas conductas desadaptadas, pues el sufrimiento psicológico puede llegar a extremos en los que la persona sienta que ya no puede más y en lugar de autolesionarse opte por el suicidio sin que la situación se le haya “ido de las manos". Esto generalmente está presente en algu nos casos en los que la persona presenta no solo una dificultad para gestionar sus recursos y capacidades sino también algún tipo de patología más compleja (depre sión mayor, trastorno de la personalidad, etc.), en donde autolesión e intentos de suicidio pueden coincidir en cuanto a la forma (por ejemplo, tomarse tres pastillas para desconectar o tomarse un bote de pastillas para matarse) y son difíciles de 3 Corresponde al testimonio de las páginas 20-22. discriminar si no profundizamos en las intenciones de la persona, aunque siguen teniendo matices diferentes y responden a motivos distintos. El suicidio es una solución definitiva a un problema temporal, la autolesión es una solución temporal a un problema temporal. Obviamente, es un mecanismo extremo que a la larga acarrea más problemas para el sujeto que se autolesiona, pero es importante recordar que en muchos casos es su forma de mantenerse con vida. 6 LA AUTOLESIÓN COMO SEÑAL DE IDENTIDAD Desde hace años los humanos han utilizado la piel, el cuerpo, para comunicar estatus, preferencias, pertenencia, en definitiva: identidad. Muchas costumbres de culturas primitivas son una muestra de esto, aunque para sus miembros es algo natural que forma parte de un aprendizaje, de una cultura. Es decir, no es algo que oculten o que resulte extraño para los demás. Evidentemente, estas situaciones no se pueden considerar una lesión propiamente dicha, pues no es algo que el sujeto se haga a sí mismo ni que quiera hacer sin haberlo aprendido culturalmente. En esta línea entran los adornos corporales, los piercings, los tatuajes y las modificaciones corporales, pues el objetivo en estos casos es mejorar una imagen, encajar con lo que el sujeto cree que se espera de él o reafirmar su identidad en la sociedad, en su grupo. Sin embargo, la persona que se autolesiona, por lo general,sabe que los de su entorno pensarán que es algo extraño y que implica un desequilibrio en aquel que lo practica; es una necesidad que la persona oculta porque es consciente de que no va a ser comprendida ni aceptada por aquellos que le rodean. En otros casos no lo oculta, pero el motivo es comunicar lo que siente o pedir ayuda. Esto lo veremos en diferentes apartados de este libro. En este apartado quiero hacer mención de la autolesión aprendida o “copiada”, ya que en algunas ocasiones los jóvenes se lesionan porque lo han visto en una película o se lo han escuchado a un amigo. En estos casos, aunque sí se puede considerar una autolesión, los motivos difieren enormemente de las personas objeto de este libro. Cuando es algo aprendido, el sujeto puede estar buscando un referente que le permita pertenecer a algo, identificarse con alguien. De esta forma puede ser, además de una señal de identidad para el que la busca y no la tiene bien definida, una manera de pedir ayuda y de mostrar la necesidad de ser entendido, pero no es una estrategia de afrontamiento ni una forma de regular emociones intolerables. De hecho, es probable que el sujeto que “aprende” a cortarse, en lugar de sentir alivio, experimente dolor y que por esto sea un episodio puntual sin grandes posibilidades de repetirse. Sin embargo, la persona que recurre a la autolesión como estrategia tenderá a repetirlo, ya que este comportamiento le ayuda a “sentirse mejor”. En una reunión de equipo, una compañera planteó el caso de un paciente que la tenía desconcertada. Presentaba casi todo el cuerpo tatuado y cada tatuaje tenía un significado especial para él. Durante la sesión le había explicado cómo se auto- lesionaba delante de gente (era un faquir) y explicaba orgulloso cómo en la última función vomitaron varias personas cuando se rajó la lengua y escupió la sangre al público. También se mostraba orgullo porque decía que era el único capaz de hacer dos pases de una función que consistía en tragar bombillas de cristal, cuando lo máximo permitido era una. En este caso lo que mejor le hacía sentir era que el pro pio público le pidiera que no hiciera sesiones tan duras porque se podía hacer daño, lo cual le hacía sentir que era capaz de sorprender a alguien, pero sobre todo que podía provocar en los demás la reacción de intentar cuidarle y protegerle, interpre tando que alguien, aunque se tratase de desconocidos, pretendía ayudarle. En este caso sí existen autolesiones e incluso puede existir la sensación de alivio, pero ha ido más allá y para el paciente estas actuaciones públicas se han convertido en su identidad. Es algo que “hace bien”, en lo que destaca y que pro mueve sentimientos de admiración y predisposición a ayudarle por parte de los demás, lo que refuerza que sus siguientes espectáculos sean igual o más duros. Parte C ASPECTOS RELACIONADOS CON EL CONTROL Y LA SEGURIDAD 7 LA AUTOLESIÓN COMO SENSACIÓN DE CONTROL SOBRE UNO MISMO Y EL ENTORNO 'c Los niños pequeños tienen un concepto de la propiedad muy desarrollado, al mismo tiempo que poco delimitado, generalizado y difuso; “todo es suyo” y lo que no lo es lo hacen suyo. Dentro de estas “propiedades” entraría su cuerpo, aunque no por ello tengan que lesionarlo ni mucho menos. Sin embargo, cuando un niño sufre abusos se le priva de esto, el cuerpo deja de ser suyo en exclusiva y se convierte en algo que puede ser percibido como ajeno e incluso un objeto de odio, pues es “el culpable" de su propio sufrimiento. En otros casos, aunque el niño no sufra abusos, si se cría en un entorno muy controlador en el que su intimidad no es respetada, sus sentimientos no son validados y sus necesidades no son atendidas, puede sentir que lo único que es capaz de controlar es su propio cuerpo. No es la norma general, pero en algunas ocasiones las personas se lesionan porque es algo o lo único que depende exclusivamente de ellos y no de los demás. Cuando la emoción es generada o se desencadena a partir de la actitud o el comportamiento de una persona cercana y querida, el paciente puede tener más miedo a la confrontación que a la acción. Es decir, confrontar requiere un mínimo de habilidades expresivas, un mínimo de confianza y de seguridad en uno mismo y la garantía de que no se perderá a la persona por opinar de manera diferente a ella o por tener un criterio propio. Por lo general, la persona que se lesiona tiene un déficit de habilidades y por eso acaba recurriendo a la lesión, bien como alivio bien como castigo por su “mediocridad”, “por no poder decir lo que siente” o “por ser mala y mal pensada”. La persona que se autolesiona duda de sí misma y sobrevalora las palabras y acciones de aquellos que la rodean, generalizando y personalizando un comentario o una reacción, realizando interpretaciones que no se ajustan a la realidad de la situación ni a la intención o que si lo hacen son de una intensidad muchísimo mayor y se acaban convirtiendo en un pensamiento que la persona no puede tolerar. Por ejemplo, un comentario crítico sobre un determinado tema de discusión como "no tienes ni idea” se puede convertir en una interpretación peyo rativa o en una confirmación de lo que la persona piensa de sí misma: “Yo soy un imbécil, no me entero de nada’’, que en su mente se generaliza a “lo que piensan los demás”: "Sabía que se daría cuenta de que soy lo peor". Este pensamiento se puede repetir incesantemente acompañado de autocrítica destructiva: “Mejor que me estuviera callado”, “Siempre meto la pata”, “No sirvo para nada”, “Cómo pude pensar que podía relacionarme con personas normales”, “A ver con qué cara voy a poder verla la próxima vez”, “Ojalá me tragase la tierra”. Este acontecimiento inicial se puede convertir en toda una cadena de pensamientos negativos hasta llegar a ser una obsesión que tortura psicológicamente a la persona, que “necesita” frenarlo, sacarlo fuera, y que le genera diferentes sensaciones y reacciones: bloqueo emo cional, reacción física, castigo, aspectos en los que profundizaremos en siguientes capítulos. Esto tiene sentido si reflexionamos acerca de las relaciones que se establecen entre la persona que se lesiona y aquellos que la rodean. En muchas ocasiones, se adapta por completo a lo que se espera de ella. Desde niña ha aprendido que esto es lo que ha de hacer y que mostrar lo que siente “está mal”, es “inapropiado” o “molesto”. De hecho, en muchas ocasiones se le castiga por ello. Aprende que algu nas emociones no están permitidas, que no tiene derecho a expresarlas e incluso que son “malas” o “incorrectas”. En esto la invalidación juega un papel muy impor tante y, aunque no es de aplicación en todos los casos, sí ocurre con la suficiente frecuencia como para comentarlo en este apartado. En definitiva, estos comportamientos, que en principio pueden parecer una señal de que la persona ha perdido el control, en realidad reflejan una manera de poder controlar “algo”. Cuando se trabaja este aspecto es importante tener presente el pensamiento dicotómico que pueden tener estas personas. En cuanto al control y el manejo de las emociones, suelen confundir represión con control. Por eso, es necesario identificar estos aspectos y explicarle al paciente que para manejar las emociones, sin tener que hacerse daño, no puede acumular ni evitar, que tendrá que hacerles frente día a día, aprender a utilizarlas como “señales de algo”, como aliadas. De esta forma sí aprenderá a controlar lo que siente sin tener que reprimirlo, mirar para otro lado o recurrir a conductas destructivas, como mencionaré en posteriores capítulos. Para finalizar este capítulo es importante mencionar que algunas personas' llegan a creer que, si dejan de hacerse daño o de recurrir a la acción, los demás se olvidarán de ellas (a esto me refiero con la sensación de control sobre el entorno). Estas personas han aprendido que la acción tiene como respuesta atención, mien tras que hablar generalmente no tieneresultado. Aquí sería de aplicación el dicho “las palabras se las lleva el viento”, pues sienten que no se las escucha si no están actuando de una manera destructiva que capte la atención de los que las rodean. En estos casos es especialmente importante trabajar en el ámbito de la familia, pues es frecuente que se estén reforzando estas conductas, y no las adaptativas. 8 LA PARADOJA DE LA SEGURIDAD Este capítulo guarda una estrecha relación con el anterior, pues es una variante del control. La seguridad está directamente relacionada con la sensación der control que tenemos; una de las cosas que más me impactó cuando empecé a conocer los detalles más íntimos de las personas que se autolesionan fue la sensación de seguridad que les proporcionaba “el poder hacerse daño” si lo nece sitaban. Durante las entrevistas averigüé que algunas de estas personas guardaban en su habitación desde objetos punzantes hasta pastillas variadas, alcohol y veneno “por si acaso", debajo de la cama, en armarios, baños, estanterías, en diarios, libros favoritos y cajas, entre otros sitios. Y esto, en lugar de ponerlas nerviosas, les daba tranquilidad, sensación de control y seguridad. Profundizando en este aspecto también averigüé que algunos solían llevar consigo objetos como medida de precaución, para poder hacerse daño si los vol vían a necesitar. Cuchillas, navajas, cristales, cerillas y mecheros son, entre otros, los objetos elegidos. La persona necesita controlar sus emociones y el daño que proviene de otros no lo puede controlar, pero sí el que se autoinflige con los dife rentes objetos a los que se ha acostumbrado a recurrir. Si no llevan nada encima se sienten vulnerables, pero con un objeto al que poder recurrir si se encuentran mal se sienten mucho más seguros. En el libro Diamantes en bruto II; 4 una de las protagonistas comenta lo siguiente: 4 Mosquera, D.: Diamantes en bruto II, Madrid: Ediciones Pléyades, 2004, pág. 285. Necesitaba evadirme de todo porque fueron unos años duros en casa, pero mis rígidos principios de lo que está bien y está mal me impedían beber o tomar drogas extrañas... Un día descubrí el edén durante el periodo de los calmantes (Saldeva forte), así que, cuando quería dormir o no o ír o pasar, me metía un puñado de Saldevas... También hurtaba relajantes musculares a mi madre (lorazepan) y así muy de vez en cuando (esto no era muy a menudo) podía dormir tranquila sin que los remordimientos me mortificaran por hacer, no hacer, decir o no decir, estudiar o no estudiar... Durante épocas tenía tantas ganas de morirme que dormía con un paquetito de cuchillas debajo de la almohada, por si acaso, las llevaba siempre conmigo, por si acaso... En otra ocasión una chica me comentó que se sentía mucho más tranquila con un cúter encima, que así, si la situación la sobrepasaba y sentía que iba a explo tar, podía ir un momento al baño, cortarse y sentirse mejor. Uno de los primeros objetivos consistió en pedirle que dejase de llevar estos objetos encima y que los sustituyese por otros menos dañinos, hasta que con la práctica no los necesitase. De modo que comenzó a llevar una goma elástica en la muñeca para tirar y soltar cuando lo “necesitaba” y, posteriormente, una pelota antiestrés, pasando finalmente a no necesitar ninguna alternativa que implicase recurrir a la acción.5 Otra paciente diagnosticada de trastorno límite que se cortaba para “sentirse mejor" reconoció haber sustraído un bisturí durante uno de sus ingresos por si en algún momento necesitaba algo que cortase muy bien y fuese rápido.6 En definitiva, para muchas de las personas que se autolesionan estos com portamientos representan una estrategia de afrontamiento, una forma de control, de seguridad. Para aquellas personas acostumbradas a dialogar o expresar abier tamente lo que les molesta y les preocupa, esto puede resultar extraño, pero la realidad es que se trata de un comportamiento relativamente frecuente cuando la persona carece de habilidades de expresión, sufre mucho y tiene dificultades para identificar, comprender y manejar sus emociones. 5 Mosquera, D.: Trastorno limite de la personalidad: profundizando en el caos, Madrid: Ediciones Pléyades, 2007, cap. 24. 6 En este caso existía ideación suicida, estaba ingresada por ingesta medicamentosa y por cortarse las venas, pero, según le informaron los médicos, los cortes no eran lo suficientemente profundos como para tratarse de un intento de suicidio real (de ahí la idea de algo que corte bien y sea rápido). Parte D DIFICULTAD PARA EXPRESAR Y COMUNICAR EMOCIONES: LA IRA, LA CULPA Y SUS EFECTOS 9 DIFICULTADES EN LA COMUNICACIÓN: ¿QUÉ ES LO QUE FALLA? LA LOSA ' Sobrevivo atrapada bajo una losa fría, inerte, que no me permite hablar, ni respirar... ni vivir. Entre la losa y yo solo hay cabida para el sufrimiento. Quitarla significaría hacer evidente que estoy desnuda, desprotegida. Y la vergüenza me inunda hasta tal extremo que entonces mi losa se convierte en mi refugio, mi abrigo, protegiéndome y permitiéndome permanecer indiferente al dolor ajeno, como si no lo hubiera causado yo. A veces cojo fuerzas para gritar “por favor, que alguien me saque, que alguien me ayude", intentando defenderme y pensando ingenuamente que alguien puede venir y darme cobijo, la confianza suficiente que me permita enfrentarme al mundo, a mis emociones más resquebrajadas. Alguien que me pueda escuchar, compren der y ayudar. Pero mi voz se apaga, no consigo sacar las palabras, se distorsiona y queda atrapada en lo más profundo de mi interior; se convierte en un eco triste, estridente y desolador que me recuerda que a la sombra de mi mentira, de mis miedos, de mi losa tendré que permanecer. Laura Ageitos Esta metáfora refleja muy bien las dificultades que puede tener una persona para verbalizar su dolor, cómo con el tiempo este silencio se va a acumulando hasta llegar a adquirir una intensidad brutal, un peso que parece real, una sensación que agota y desmotiva (la de tener una losa encima). El miedo a quitarla aparece por el temor a no ser capaz de afrontar la comunicación de una manera clara, directa y que se entienda y a la persona le puede dar mucha vergüenza si tiene la sensación de que no la están comprendiendo o que no se está explicando bien. Cuando se trata de comunicar y expresar sentimientos, la situación se puede agravar porque, si no se siente entendida, es posible que le resulte muy humillante haber abierto su intimidad y que se minimice la importancia de este hecho o que se la critique por lo que siente (una sensación de ir desnuda y desprotegida ante los demás y que los demás no aprueben y juzguen este comportamiento o el contenido de la comunicación). En anteriores capítulos mencionaba cómo el aprendizaje juega un papel importante en la comunicación, cómo el niño aprende desde pequeño que “está bien” expresar emociones, que no pasa nada. Cuando el niño aprende que no puede expresarse con libertad, cuando sus emociones o reacciones emocionales son invalidadas, empieza a callar, a guardarlo para sí mismo. Algunas personas se describen como reservadas y, si bien es cierto en muchos casos, en otros no es más que un reflejo del aprendizaje, una reserva forzada que agota. En una oca sión, entrevistando a una paciente, esta me explicaba que “ella era así” y ocurrió lo siguiente: Paciente.: Me han dicho que soy chula, déspota. Terapeuta.: ¿Por qué crees que te dicen eso? R: No lo sé. T.: ¿Se te ocurre algún ejemplo que refleje los motivos por los que pueden pensar eso? R: No. T.: ¿Les has pedido algún ejemplo concreto? R: No entiendo. T.: Algún ejemplo concreto de por qué creen que eres déspota o chula... R: No, porque me molesta mucho que me digan eso. T.: ¿Cómo reaccionas cuando te lo dicen? R: Me callo. T.: Te callas. P.: Claro. T.: ¿Qué más comunicas? R: ¿Qué comunico? No comunico nada, me quedo callada. X: ¿Recuerdas la última situación en la que esto ha ocurrido? P.: Sí. T.:¿Me puedes mostrar tu reacción? R: No te entiendo. T.: El lenguaje no verbal; intento explicar que hay muchas maneras de comuni carnos y que el silencio acompañado de determinados gestos puede parecer déspota. R: Ah... ya entiendo. T: ¿Tiene sentido? R: Sí, pero no soy consciente de mis gestos. T.: Quizás podemos empezar por ahí, intenta fijarte más en tu reacción cuando algo te molesta, fíjate si tuerces la cara, si frunces el ceño, si miras fijamente (la terapeuta recurre a ejemplos que ha observado en determinados momentos de la entrevista, a posturas defensivas que observa en la paciente cuando se toca un tema que le afecta. La paciente asiente.) Imagina que me dicen algo que 'm e molesta... (La paciente escucha.) Puedo callarme y mirar para otro lado (la terapeuta gesticula mostrando rechazo7) o puedo hacer preguntas como: “No entiendo qué me quieres decir con eso”, “¿A qué te refieres?”, “¿Me puedes poner un ejemplo?”. (La paciente sigue atenta.) ¿Qué crees que puede ser más efectivo? R: Hacer preguntas. T.: ¿Crees que puedes intentarlo? R: Sí, pero yo soy muy reservada, no me gusta hablar de mis sentimientos. T.: ¿Esto se lo has dicho? R: No (silencio), es la primera vez que lo digo. T.: ¿Por qué? R: No lo sé, es que yo soy así. T.: ¿Así cómo? R: Así, reservada. T.: A ver si lo entiendo, no te gusta hablar de sentimientos ni mostrar emociones, ¿es así? R: Sí. T.: ¿Porqué? R: No lo sé. 7 Cuando hay una buena alianza, encuentro de gran utilidad “imitar” al paciente, siempre que esto se haga sin que este se sienta humillado o burlado. Aquí es especialmente importante un conocimiento del paciente y saber seleccionar el momento en el que se puede realizar esta intervención. T.: ¿Alguna vez has mostrado emociones o compartido sentimientos con alguien? R: Sí. T.: ¿Cuál fue el resultado? P.: (Sonríe.) Era una persona muy especial. T.: ¿Alguien especial? R: Sí. T.: Con esa persona sí podías mostrar emociones... (La paciente asiente.) ¿Cómo te sentías? R: Bien, me sentía bien. T.: Entonces, dependiendo de la persona, sí te gusta compartir emociones. R: Sí, pero intento no hacerlo. T.: ¿Por qué? R: (Guarda silencio.) Pues es como si no tuviese un baremo, a veces me apetece conocer a alguien más, pero me alejo y de repente me encuentro contando mi vida a alguien que apenas conozco. T.: ¿Te pasa con frecuencia? R: Sí. T.: ¿Cuando te pasa tienes sensación de falta de control? R: Justo, es eso, pero soy así, siempre he sido así. T.: Una cosa es como tú eres (describe a la paciente) y otra muy diferente cómo actúas. El compartir o no compartir emociones es una reacción, se puede apren der a ser más selectivo, a intimar de manera gradual, sin exponerse de golpe. (La paciente asiente.) Si te vas guardando todo lo que sientes, incluso cuando te apetece compartirlo, puede producirse un efecto acumulativo, tensión, ganas de “explotar” , de “gritar” lo que llevas dentro. R: Sí, así me siento a veces, con ganas de gritar para ver si alguien me escucha. T.: ¿Sabes lo que ocurre cuando “gritamos”? (La paciente escucha con atención.) Que muchas personas se quedan con las formas (el grito) y se pierden el con tenido (lo que tú quieres decir y expresar). (La paciente asiente.) Si aprendes a compartir de manera gradual, de manera segura para ti, no tendrás esta necesidad de explotar ni de gritar cuando ya no te quede sitio para guardar más sentimientos en tu interior. La sesión continúa en esta línea. Aquí lo que pretendo es ayudar a la paciente a ser clara, más selectiva; hablamos del momento, de las situaciones que pueden surgir, de las diferentes personas que nos podemos encontrar, de cómo ir cono ciendo gradualmente a la gente hasta tener la certeza de que podemos compartir ciertas intimidades. Esto va dando control a la paciente, que, en lugar de explotar mediante conductas despectivas (despreciando, gritando, insultando) o impulsivas (rompiendo cosas, golpeándose, cortándose), aprende a verbalizar paso a paso todo lo que lleva dentro. Para que llegue a este punto, será necesario hacer un tra-' bajo intensivo que le permita conocer las situaciones que le hacen activarse emo cionalmente, que pueda diferenciar entre las personas con las que tiene confianza y las personas a las que acaba de conocer y sobre todo que no actúe de forma extrema (pasar de soltarlo todo a no comunicar absolutamente nada, pues esto confunde a quienes la rodean). 10 LA AUTOLESIÓN Y EL CASTIGO Cuando tengo esas explosiones emocionales me resulta imposible controlarme, digo lo que más duele, de manera brusca, como si quisiera dañar; después necesito castigarme. Por eso a veces me castigo antes, para evitar decir lo que quiero decir en ese momento, así no daño a nadie. Sé que cuando manifiesto mis emociones genero incomodidades en los que me rodean y eso me hace sentir muy culpable. (Paciente, 23 años) No sé muy bien cómo empieza, lo evito, lo ignoro, me engaño a m í misma pen sando que desaparecerá, cuando en realidad lo estoy alimentando con cada gesto, con cada palabra, con cada interacción. Me culpo, así me calmo, “soy yo”, pienso, me corto porque “me lo merezco”. (Paciente, 31 años) A veces desearía decir lo que siento, pero me callo y aguanto porque no sé expresarlo, me abruma; ¿cómo expresar que se me pone un nudo en el estómago que cada vez se hace más grande, que se alimenta con cada detalle, con cada impre visto?, ¿cómo explicar que crece y crece hasta que necesita encontrar una salida?, ¿cómo asumir que la única salida que encuentro es dañina para m í y para los que me rodean?, ¿entenderían que si no me lesiono siento que reviento, que me muero, que no aguanto? Porque para evitarlo ataco, hago daño y esto s í quiero pararlo. (Paciente, 21 años) Cuando una persona se siente mal por “pensar cosas malas” acerca de sus seres queridos, necesita castigarse. En algunos casos lo puede hacer humillándose, disculpándose una y otra vez por cosas que no ha hecho y/o estando a merced de las necesidades de los que la rodean. En otros, cuando esto ya no funciona porque “no es suficiente”, la persona necesita ir más allá: recurrir al castigo. En estos casos sí siente dolor con las lesiones, pero es mejor tolerado que los pensamientos y sen timientos horribles de “ser malo" que genera la culpa. Es frecuente que en estos casos la persona tienda a acumular malestar y explotar verbalmente cuando ya no puede más; para evitarlo recurre al castigo y así no hiere a los que quiere con sus palabras. La persona puede sentir la necesidad de proteger a sus seres queridos a la vez que teme defraudarlos y que se alejen de ella. Así no tiene a quién culpar a excepción de a sí misma. El siguiente ejemplo0 refleja estos aspectos: Normalmente no suelen mandarme a sitios muy complicados o que puedan hacerme perder mucho tiempo, pero mi obsesión por llegar en punto hace que una mínima pérdida de tiempo me provoque una ira descomunal que no manifiesto, aunque, a veces, he sido un poco arisca o se me ha notado en la cara; de modo que ahora son cabreos sordos y punto, no quiero arriesgarme a que se enfaden conmigo, me da miedo que eso pase. Habitualmente es el tabaco: estoy vestida a punto de salir, muchas veces con los minutos calculados para tomar el autobús y calzada: “Cariño, ¿podrías ir a comprarme tabaco, te da tiempo?”. Y yo voy, lo subo, lo dejo y bajo, corriendo, enfadada, furiosa, rabiosa, sudando, pensando en porqué me hacen esto a m í en el último momento, qué egoísta, qué mal; el nervio me mantiene tan encendida como furiosa, sería capaz de partirle la cara a cualquiera que me provocara, pero ya no sé por qué estoy así; si un obrero o cualquier tipo me dice algún “simpático"piropo, voy y le digo una barbaridad, ya no soy yo, solo una masa furiosa, vamos, el increíble Hulk, pero dispuesta a ajusticiarse a s í misma al final. Lo más gracioso es que cuando llego todavía me toca a m í esperar; entonces me voy apagando, deshinchándome y me quedo en nada,soy un trapo, me pondría a llorar, en ese momento correría a casa y me cortaría por ser una hija tan mala y desagradecida, ¿qué me costó hacer?, ¿eh, imbécil?, ¿acaso fue para tanto bajar a hacer un recado de nada?, ¡desagradecida!, ¿te parece justo enfadarse así por 8 Diamantes en bruto II, pág. 488. eso?, ¿no te da vergüenza? Y entonces pienso en cuántas cosas hago mal todos los días... En otro caso unos padres me llamaron para decirme que estaban en Urgencias porque su hija se había tomado una sobredosis de pastillas, pero que estaban con fusos porque los médicos les habían dicho que en el lavado de estómago no apa recía nada, lo cual era bastante extraño, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido (la paciente había avisado al momento). Como la paciente estaba fuera de peligro, les pedí que al día siguiente me llamara ella, fijamos una cita y me comentó lo siguiente: Sé que te va a parecer raro, pero en realidad no me tomé ninguna pastilla, las tiré por el váter para que mis padres no tuviesen dudas y me llevasen a Urgencias. Necesitaba sentir dolor, castigarme y sabía que eso (el lavado de estómago) sería doloroso. Me explicó que había discutido con su pareja y que sintió que estaba haciendo mal las cosas, que “era mala” y que “merecía” ser castigada. Es otro ejemplo impac tante de la necesidad de castigo y del punto al que pueden llegar en un momento de culpa intenso. La información expuesta en este capítulo está muy relacionada con el capítulo anterior y con el capítulo del control. El control, la ira y la culpa son aspectos que es necesario trabajar para ayudar a estas personas a salir del círculo en el que se encuentran metidas. En el siguiente capítulo profundizo en el tema de la culpa. 11 EL PROBLEMA DE LA CULPA LA CULPA Soy como un eco que retumba en la más profunda de las cuevas, en las entra ñas del lugar más recóndito de mi alma. Acecho y persigo, no dejo lugar al olvido, al perdón n i a la razón. Revivo y alimento justo lo que me hace daño, aquello que me atormenta. Y, aunque lo sé, no puedo evitarlo. Soy como un fuego que arde con gran fuerza, que arrasa con todo hasta que se consume y que, cuando parece que ya no hay nada que quemar y que tan solo quedan las cenizas, reaparece incluso con más fuerza. Me desvivo en disculpas y en reparos hasta que no puedo más y entonces me enfado. Confundo y molesto a m í y a los que me rodean. Y por momentos, cuando pienso que merezco un respiro, cuando me planteo que quizás no sea para tanto, cualquier señal, cualquier gesto hace que lo cuestione, que me avergüence. Soy como los focos “aparentemente controlados” que cobran intensidad al mínimo roce, como un volcán que parece inactivo a los ojos de los demás pero que en su interior se moviliza hasta que entra en erupción. He pensando en esta metáfora para intentar transmitir la intensidad de la culpa en estas personas, pues, aunque todos sentimos culpa en algún momento de nues tra vida, no llega a estos extremos. Es precisamente esta intensidad la que funciona a modo de volcán que entra en erupción. Sabemos que los volcanes son un ejemplo de proceso interno, que las elevadas temperaturas que hay en el interior de la Tierra hacen que se fundan rocas que salen al exterior y que la acumulación de materiales puede dar lugar a conos de gran altura. Este ejemplo es visual, pues si pensamos en el exterior de un volcán podemos imaginar todo lo que se ha movilizado en su interior para brotar de semejante manera a la superficie. La culpa funciona de una manera similar, pero no tan visual para comprenderla. Estas personas sufren tanto que se “retuercen en su interior”, que van acu mulando hasta que no pueden más, como una olla a presión que tiene que soltar lo que lleva dentro. Si la persona tuviese recursos para ir soltando y gestionando las situaciones del día a día, no se produciría esta acumulación, pero cuando hay una dificultad para identificar y verbalizar las emociones, para gestionarlas, esta presión se vuelve intolerable, “tiene que salir” y es en estos momentos cuando se puede dar el primer episodio autolesivo, cuando surge la necesidad del castigo, como pode mos leer en el siguiente testimonio: No tengo palabras para expresar lo que siento; quizás las tuve hace tiempo, cuando podía mantenerme en pie, cuando aún decía lo que pensaba. Ahora siento una presión constante con la que no puedo, que me aturde, me incapacita; necesito sacarla fuera. Por un momento me siento mejor, después lo pienso y digo: “Estás enferma”, "Bicho raro", “Mira lo que haces”, y me siento peor. No encuentro una salida, no sé hacerlo mejor, soy un completo desecho humano. No recuerdo qué pasó la primera vez que me corté, pero s í me acuerdo perfectamente de la sen sación... cuando empecé a sangrar sentí alivio, como si toda esa mierda que llevo dentro saliese fuera. (Paciente, 25 años) Lo peor de todo esto es que el alivio es temporal y a la vez provoca culpa, por lo que volvemos a la idea del círculo: culpa - necesidad de castigo - autolesión - culpa por comportamiento "extraño” - vergüenza - tiempo de tregua y/o reflexión con posible petición de ayuda y, si no la piden, vuelta a empezar. La culpa puede generar malestar, dolor, confusión, decepción, tristeza, sensación de deber, “de obligación” y, en estos casos, ganas de “recibir un merecido”. 12 LA AUTOLESIÓN Y LA IRA LA IRA Al principio soy pequeña pero intensa, germino en cualquier lugar, me alimento del sufrimiento, del dolor, del silencio. No atiendo a razones, no doy explicaciones, me expando, fagocito. Con el tiempo me hago más fuerte, más grande, hasta que soy imparable. Exploto, reviento, me calmo y me resiento. Vuelvo a ser pequeña pero igual de intensa, quizás más, nadie lo sabe hasta que aparezco de nuevo. Mediante esta metáfora, he intentado personalizar y dar vida a una emo ción que suele crecer de manera gradual hasta que explota. Creo que refleja lo que se “cultiva” dentro de una persona que acumula y que no verbaliza, que tiene problemas para identificar y expresar lo que siente o lo que en su interior se moviliza. Muchas de las personas que se autolesionan lo hacen por miedo a “explotar” y decir lo que realmente sienten. Esto es especialmente frecuente en las personas que se han vuelto “expertas acumuladoras de sufrimiento” y tienen terror a “vomi tar lo que sienten" de manera inapropiada. Me refiero a los casos de ira reprimida que no puede ser manifestada por tratarse de seres queridos, figuras paternas o poderosas en la vida de la persona que la siente. Esta ira puede ser consciente o inconsciente, pero en ambos casos es intolerable y necesita encontrar una vía de escape. A continuación expongo algunos testimonios que reflejan esta ira reprimida y alguna de sus manifestaciones: Es una cadena de reacciones que siento tan a menudo como respiro... son tan veloces que la cadena que las sigue se transforma en un enorme, único y brutal golpe que reconozco que me es muy difícil de controlar, no me da tiempo, estallo y derramo mi interior, traicionando el pudor, el ridículo y la vergüenza ajena; mis lágrimas son charcos donde los demás mojan sus pies compasivos, la ira nubla mi mente, el rencor se acomoda en mi frente, el sudor baja jugando como un tobogán por mi pelo y cualquier cosa que haga o diga estará marcada por un descontrol doloroso que me agota hasta el infinito... Sé que al exteriorizar mis experiencias emocionales puedo provocar reacciones incómodas en los demás; supongo que, de manera egoísta, siempre lo planteo desde el punto de vista de mi propio autocontrol y no desde el punto de vista de las reacciones ajenas9 El que los demás observen las emociones que brotan en m í desconsolada mente hace que me sienta rara, mala, estúpida, débil... Me siento muy humillada. Sé que si intento ignorar lo que siento no lo consigo y que esto provoca que ese sentimiento crezca hasta que se hace inmenso y pesa tanto que yano puedo tole rarlo ni guardarlo. Estallo, me arrepiento y me avergüenzo. Me disculpo, digo que no ocurrirá más, que diré lo que siento, pero no puedo. Vuelta a empezar de nuevo. (Paciente, 26 años) Por lo general, el primer incidente comienza con sentimientos muy fuertes de enfado, ansiedad y miedo. Si el sentimiento no es demasiado intenso la persona puede arrojar un objeto, romper algo y quedarse tranquila, pero si se hace dema siado intenso (y en el caso de la ira reprimida suele haber un efecto acumulativo) la persona puede golpearse y hacerse daño. A partir de aquí, si se siente más tranquila y menos tensa, la probabilidad de que repita el comportamiento se incre mentará, y con esto el método que le ayude a liberar mejor esta tensión que siente como consecuencia de la ira. Así una persona puede haber empezado rompiendo cosas para posteriormente darse cabezazos o golpes y finalmente encontrar que con un objeto punzante y afilado o un mechero consigue su propósito: tolerar mejor esta emoción y poder manejarla. De esta forma, cuando la persona sienta ira recu rrirá a esta conducta y se sentirá mejor, sin ser consciente de que es una medida 9 Diamantes en bruto II, págs. 381 y 282. temporal que soluciona lo que siente a corto plazo pero que no le ayuda a largo plazo, pues no solo no aprende nuevas alternativas que le ayuden a manejar y tole rar sus emociones para situaciones posteriores, sino que tampoco está resolviendo los conflictos que estas le generan y está reforzando la agresión como estrategia de afrontamiento. Es decir, el alivio inmediato refuerza esta reacción desadaptativa y no permite que la persona adquiera recursos que funcionen a corto y largo plazo. 13 IRA - LESIÓN - CULPA - CASTIGO. UN CÍRCULO DIFÍCIL DE ROMPER Hasta ahora he abordado el tema de las dificultades para verbalizar senti mientos, la tendencia a acumular y aspectos tan intensos y dañinos como la ira, la culpa y la necesidad de castigo. Todos estos aspectos están interrelacionados y es realmente difícil dividirlos en apartados. Lo he estructurado de esta forma con el fin de facilitar la comprensión de los diferentes matices que, si bien pueden parecer muy similares, se diferencian por momentos y situaciones. Cuando una persona necesita recurrir al castigo para sentirse mejor no es consciente de que esta sensación es temporal, pues es frecuente que posterior mente al castigo surjan de nuevo la ira o la culpa, emociones difíciles de tolerar. Tenemos varias posibilidades: a. Sentirse culpable y avergonzada por su reacción. De esta forma la per sona alimenta las emociones negativas y sigue sintiéndose mal, incluso peor. b. Sentirse “rabiosa”. Pensar que se ha castigado cuando en realidad el castigo lo merecía otra persona. Aquí lo que suele ocurrir es un estallido hacia fuera (enviar un mensaje con contenido desagradable y culpabilizador a otra per sona, un correo electrónico que pretende poner los “puntos sobre las íes”, una llamada para “decir todo lo que realmente piensa” , etc.). El resultado final es peor, pues tras la tormenta volverá la culpa, especialmente cuando, al atenuarse la intensidad de lo ocurrido, la persona recupera su capacidad para valorar la situación de manera objetiva. c. Oscilar entre sentirse culpable y rabiosa. Esto puede hacer que la persona se sienta culpable y lo intente paliar con rabia (algo más tolerable). Aquí puede ocurrir que la persona rompa cosas que le recuerdan a alguien importante, alguien que no la está comprendiendo como ella cree que merece. Y al surgir esto vuelve la culpa, porque el simple hecho de pensar que “merece” otro trato le hace sentir mal: “Pero si soy una mierda, cómo pude pensar que merecía otro trato” (vuelta al castigo). Sé que esto que planteo es complicado, pero así de dura es la vida interior de muchas de las personas que se lesionan. El siguiente testimonio10 refleja lo necesa rio que es romper este círculo para alguien que se encuentra dando vueltas sobre el mismo de manera constante: ... A veces lo convierto en un arma de doble filo; la gestualidad, la movili dad corporal delata demasiado a menudo mis emociones: la alegría, el enfado, el dolor, la ira, etc. Y sé que no debo esconderlas ni manipularlas para que no sean vistas, porque lo único que conseguiría así sería que se pudrieran en mi interior y me envenenaran; pero debo lograr retraer mi impulsividad, ganar tan solo un paso a la emotividad, no para calcular, porque sabes que no podría, simplemente para amainar ese arranque “pasional’’ que me caracteriza y que siempre me trae tantos quebraderos de cabeza... (Paciente, 24 años) 10 Diamantes en bruto II, pág. 403. Parte E DIFERENCIAR ENTRE LO QUE DEPENDE DE UNO Y LO QUE DEPENDE DE LOS DEMÁS 14 LA AMBIVALENCIA CON RELACIÓN A LA RESPONSABILIDAD Cuando pienso en las personas que se autolesionan porque se sienten cul pables o porque no saben canalizar su enfado, me llama la atención que tiendan a asumir responsabilidad por todo, como si todo girase en torno a ellos: “Ha pasado esto porque yo no hice lo otro", “Soy patético”, "Si no hubiese protestado no se habrían disgustado”, ‘Tengo que hacer que se sienta mejor”... Resulta curioso cómo las buenas intenciones y la preocupación por los demás se convierte en el motivo por el que necesitan hacerse daño. Quizás el sentimiento de culpa es el de mayor peso para muchas de estas personas aunque, como he comentado en anteriores capítulos, la ira reprimida también tiene un peso importante. Por supuesto, hay otros aspectos que resultan perjudiciales y que van unidos a la culpa: la sensación de incomprensión y “desastre", “de no hacer nada bien” y la tendencia a depender de la opinión de los demás para valorarse o para valorar lo que hacen. Muchas de estas personas quieren agradar a los que les rodean y cuando no lo consiguen se sienten mal, se dispara la culpa y la sensación de responsabilidad. En muchos casos no dicen lo que les hace daño o les hace sentir mal por miedo a que se enfaden con ellos o por temor a la reacción de la otra persona. Este es uno de los motivos que hace que acumulen y lo expresen de repente pero de una manera inapropiada, incluso ofensiva, que hará que posteriormente se sientan fatal, corroborando que es mejor no decir lo que sienten. En ambos casos (callar y acu mular o explotar verbalmente) la persona suele acabar recurriendo a la lesión como reguladora de la situación. En el otro extremo nos encontramos a personas que tienen gran habilidad para conseguir que los demás se sientan y hagan responsables de sus actos, que adop tan un papel de cuidadores y salvadores aunque, como todo, esto tiene su límite y finalmente la persona que adquiere este papel se acaba saturando y alejando o transmitiendo hostilidad ante este tipo de comportamientos autolesivos e incluso hacia la persona. Esto es algo que confunde a la persona, porque no es consciente de que su propio comportamiento, su “sed” de compañía y atención, puede acabar generando rechazo y alejando a quien inicialmente se mostraba tan comprensivo y tan dispuesto a ayudar. Cuando los familiares acuden a terapia y nos encontramos con situaciones similares a esta, explicamos a ambas partes cómo gradualmente se ha ido viciando la relación y cómo unas nuevas pautas, entre ellas una comunica ción más directa y clara, pueden ayudar a ambas partes a recuperar la confianza y a mantener una relación con la que se sientan a gusto, sin obligaciones ni presiones. Esto es vital para el paciente y para sus allegados, que en ocasiones se pueden llegar a sentir chantajeados por los comportamientos autolesivos de la persona. 15 PREOCUPACIÓN Y CUIDADO: UNA PRUEBA DE RESISTENCIA FATAL Algunas personas tienen dificultades para diferenciar entre los conceptos de “importar” y “cuidado”. Creen que los demás les quieren y se preocupan por ellos solo si les cuidan e impiden que se hagan daño. Esto, además de ser erróneo, se suele convertir
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