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La Autolesión El Lenguaje Del Dolor Dolores Mosquera

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LA AUTOLESIÓN:
El lenguaje del dolor
DOLORES MOSQUERA
ÍN D IC E pá9S
PRÓLOGO .......................................................................................... VII
Parte A. INTRODUCCIÓN.................................................................... 1
- Capítulo 1. Introducción........................................................................... 3
- Capítulo 2. ¿Qué es la autolesión? ........................................................ 7
Parte B. EL LENGUAJE DEL DOLOR. EXPRESIÓN Y COMPRENSIÓN
DE LA AUTOLESIÓN............................................................. 11
- Capítulo 3. Sentimientos inexpresables: el lenguaje del d o lo r ............. 13
- Capítulo 4. La autolesión desde el punto de vista de ios afectados 17
- Capítulo 5. La autolesión y el suicidio ....... ........................................... 25
- Capítulo 6. La autolesión como señal de identidad ............................ 31
Parte C. ASPECTOS RELACIONADOS CON EL CONTROL
Y LA SEGURIDAD............................................................................ 33
- Capítulo 7. La autolesión como sensación de control sobre
uno mismo y el entorno ....................................................... 3 5
- Capítulo 8. La paradoja de la seguridad ................................................ 39
Parte D. DIFICULTAD PARA EXPRESAR Y COMUNICAR EMOCIONES.
LA IRA, LA CULPA Y SUS EFECTOS............................................ 41
- Capítulo 9. Dificultades en la comunicación: ¿qué es lo que falla? .... 43
- Capítulo 10. La autolesión y el castigo .................................................. 49
Págs.
- Capítulo 11. El problema de la culpa ................................................... 53
- Capítulo 12. La autolesión y la ira ....................................................... 55
- Capítulo 13. Ira - lesión - culpa - castigo. Un círculo difícil
de romper ........................................................................ 59
Parte E. DIFERENCIAR ENTRE LO QUE DEPENDE DE UNO
Y LO QUE DEPENDE DE LOS DEMÁS........................................ 61
- Capítulo 14. La ambivalencia con relación a la responsabilidad ........ 63
- Capítulo 15. Preocupación y cuidado: una prueba
de resistencia fatal ........................................................... 65
- Capítulo 16. Cuando todo está “demasiado” bien. Recomendaciones
generales .......................................................................... 67
Parte F. ANTECEDENTES FAMILIARES, MOTIVOS
Y POSIBLES DESENCADENANTES............................................. 69
- Capítulo 17. Antecedentes familiares ................................................... 71
- Capítulo 18. Motivos y desencadenantes ............................................. 73
- Capítulo 19. El papel del aprendizaje y el impacto
de las vivencias previas ................................................... 75
Parte G. SEGUIMIENTO DE UN CASO....................................................... 79
- Capítulo 20. Seguimiento de un caso .................................................. 81
Parte H. OBJETIVOS TERAPÉUTICOS Y CONCLUSIONES .................... 181
- Capítulo 21. Objetivos terapéuticos ...................................................... 183
- Capítulo 22. Recomendaciones terapéuticas ....................................... 185
- Capítulo 23. Conclusiones ..................................................................... 189
ANEXO............................................................................................................ 191
EPÍLOGO ....................................................................................................... 205
BIBLIOGRAFÍA.............................................................................................. 209
AGRADECIMIENTOS..................................................................................... 211
PRÓLOGO
Dentro de los trastornos de personalidad (TLP), y del trastorno límite en 
particular, la autolesión es el síntoma más característico y llamativo de todos los 
que se pueden presentar.
Las autolesiones no son exclusivas de los TLP, aparecen también en los 
trastornos del desarrollo (autismo), en el retraso mental y en algunos episodios 
de esquizofrenia, además de en algunas enfermedades de etiología estrictamente 
neurológica, como las demencias o diversas encefalitis; en todas estas patologías 
lo característico es que el sujeto que se autolesiona no es “consciente” de que lo 
hace, bien por alteración de los centros que regulan el dolor, bien por el "robo de 
pensamiento” por el que “no son ellos” los que se agraden, bien porque su capacidad 
y discernimiento mental les impide “enterarse” y “sentir” lo que hacen.
Curiosamente, en el TLP la autolesión es una forma de expresión, un 
mecanismo “adaptativo” y de defensa, una llamada al exterior para que nos demos 
cuenta de que el paciente está ahí.
Los pacientes nos cuentan a los profesionales, como bien lo describe Dolores 
Mosquera en este libro, que se autolesionan para sentir alivio, para mostrar y 
enseñarnos lo que sufren, para sentirse vivos y que existen, para castigarse y 
castigar a sus seres cercanos, para volver a la realidad, trasmitiendo a los “normales” 
una experiencia y unas sensaciones difícilmente asimilables.
Son muchos los pacientes que recibimos en nuestros centros con señales 
de cigarrillos apagados en su piel, con múltiples cortes en diversas partes de su 
cuerpo, con arrancamiento de cabello e, incluso, con amputaciones menores. Estas 
acciones, por su espectacularidad, muchas veces desfocalizan nuestra intervención 
terapéutica hacia una intervención en crisis que no es tal, ya que es una conducta
“habitual” y, como ya he dicho anteriormente, incluso una forma de expresarse y de 
comunicarse con quien los rodea.
Se ha intentado explicar las autolesiones desde una perspectiva biológica, 
que sin duda existe y se llama impulsividad, pero no es menos cierto que muchas 
autolesiones tienen un gran componente de planificación y de comunicación no 
verbal y esto no lo podemos explicar simplemente por una mejor o peor interacción 
de determinados neurotransmisores cerebrales.
Además, considero obligado aclarar que, no solo son autolesiones las 
conductas descritas con anterioridad; lo son también las bulimias, la vida sexual 
promiscua, el abuso de drogas, las conductas temerarias, la alimentación restrictiva, 
que de una forma más solapada van minando la integridad del paciente y que 
también son un modo de expresar la enfermedad, la patoplastia.
Una vez más, es un orgullo y una satisfacción para mí el que Dolores me haya 
encargado el prólogo para uno de sus libros y este es una auténtica “ventana” por la 
que asomarnos al incomprensible mundo de unas conductas que en sí mismas no 
tienen una explicación, pues no sabemos qué es lo que nos quiere decir el paciente 
y dudamos si estamos ante una conducta suicida y de muerte a plazos y en diferido 
o el paciente nos avisa que se está agarrando desesperadamente a la vida.
Dolores, gracias por mostrarnos esta “cámara de los horrores” y acercarnos 
a cómo lo viven y lo sienten los “protagonistas”; para muchos lectores será un 
descubrimiento.
Vicente Rubio Larrosa
Jefe del Servicio de Psiquiatría 
Hospital Nuestra Señora de Gracia 
Zaragoza
Parte A
INTRODUCCIÓN
1
INTRODUCCIÓN
Las autolesiones me permitían seguir luchando, podía sacar la rabia fuera, el 
dolor... Sentir dolor con un motivo “rearm e reconfortaba, pero no era suficiente...
Después de todos estos años entiendo muchos de mis comportamientos, he 
ordenado pensamientos, sentimientos... He aprendido a diferenciar los míos de los 
de los demás: de los impuestos, de los aprendidos. Esto me ayudó mucho. Ahora sé 
que autolesionarme no era la manera más efectiva de poner fin a mi sufrimiento, pero 
yo no conocía otra... Las alternativas que me planteaba eran mucho más drásticas. 
Pensé en la muerteen muchas ocasiones, pero me resulta muy contradictorio 
porque no quería morir. Sabía que el propio comportamiento que me reconfortaba 
me dañaba, pero me sentía muy mal cuando los profesionales me decían que lo 
hacía para llam ar la atención, me sentía mala, asquerosa, retorcida y muy “loca”, lo 
cual no me ayudaba a buscar otras alternativas.
Entender que la autolesión es un “comportamiento”me ayudó mucho, me sirvió 
para plantearme que podía hacer “otras cosas", que podía aprender a reaccionar 
de otra manera. Identificar lo que sentía y frenar mi respuesta también me ayudó 
mucho.
Por el contrario, no me ayudó sentirme presionada: "Si te vuelves a autolesionar 
dejaré de atenderte”; este tipo de comentario me hacía sentir muy incomprendida, 
muy sola y muy vulnerable.
No me ayudó sentirme criticada ni culpabilizada: “Si nos quisieras dejarías de 
hacerte daño”, uSi te quisieras poner bien, no te autolesionarías”, “Tienes que poner 
de tu parte”, “¡Otra vez igual!, pensé que habías mejorado”.
Tampoco me ayudaban las caras de perplejidad cuando acudía a Urgencias, 
los gestos de asco. Me hacían sentir aún más asquerosa y rara.
Me ayudó la comprensión.
Me ayudó el respeto.
Me ayudó entender los motivos por los que yo me trataba así, plantearme que 
era una persona que sufría mucho y que no tenía recursos más adaptativos... esto 
me ayudó mucho.
Yo no podía dejar de hacerlo, había momentos en los que lo conseguía, 
pero eran momentos menos intensos, en los que tenía un poquito de control. En 
otros momentos, sentía que iba a explotar, que “no podía más"... A h í me resultaba 
imposible, no sé qué habría pasado s i me hubiesen obligado a dejar de hacerlo, no 
sé si podría haberlo soportado. No... creo que no.
Ahora s í puedo.
(Paciente, 33 años)
En anteriores libros he intentado conectar al lector con el sufrimiento interior 
de los pacientes a los que atiendo habitualmente en consulta. Este libro se centra en 
un tema específico que genera reacciones muy diversas y que merece un apartado 
propio: la autolesión.
¿Por qué se autolesiona una persona?, ¿es una llamada de atención?, ¿una 
medida desesperada?, ¿qué significa?, ¿cómo empieza?, ¿qué lo motiva?, ¿qué 
siente una persona que se lesiona?, ¿cómo puede parar de hacerlo?... Hay muchas 
preguntas en torno al tema de las autolesiones a las que intentaré dar respuestas 
en los diferentes apartados de este libro.
La idea básica que intentaré transmitir es la de comprender la autolesión o 
autoagresión como una estrategia de afrontamiento y como medida compensato­
ria; una agresión deliberada al propio cuerpo como forma de manejar y tolerar las 
emociones. Esta “agresión", si bien puede surgir de manera impulsiva e inesperada, 
incluso para la persona que la está realizando, también puede ser premeditada y 
planificada o la consecuencia de un aprendizaje que se ha ido reforzando y que se 
hace automático con el tiempo.
En ocasiones la autolesión surge porque la persona no encuentra palabras 
que le permitan expresar la intensidad de su sufrimiento y necesita comunicarlo, 
“sacarlo fuera”; en otras, para hacerlo visible; y en otras, porque las emociones son 
demasiado intensas y dolorosas para ser manifestadas con palabras y no se ha 
aprendido a identificarlas, expresarlas de una manera adecuada, tolerarlas, acep­
tarlas ni manejarlas.
Uno de los objetivos de este libro es explorar las causas que pueden hacer 
que una persona recurra a la autolesión. Los siguientes motivos son los verbalizados 
más frecuentemente por los pacientes que se autolesionan mediante cortes y 
quemaduras:
• Para sentir alivio.
• Para mostrar lo mucho que sufren.
• Para pedir ayuda.
• Para sentir que tienen un motivo real para experimentar dolor.
• Para sentirse vivos, “reales".
• Para comprobar que no están soñando.
• Para volver a la realidad (salir de un estado disociativo).
• Para experimentar sensación de purificación o limpieza (sale la sangre y con 
esta todo lo malo).
• Para “obtener su merecido" (castigo).
• Para castigar a otros.
En los siguientes capítulos profundizaremos en estos aspectos.
Es importante tener en cuenta que, aunque nacemos con una capacidad para 
sentir, que desde pequeños expresamos nuestras necesidades a través de reaccio­
nes emocionales (llanto, enfado...), no nacemos con un aprendizaje que nos per­
mita identificar, expresar y manejar las emociones, aunque poseamos la capacidad 
para aprenderlo. Tampoco conocemos la relación existente entre la reacción “más 
adecuada” y la expresión de lo que sentimos o queremos transmitir. Esto es algo 
que aprendemos de nuestro entorno más directo, pero si no se aprende, a medida 
que la persona crece y tiene que hacer frente a diferentes problemas, surgirán las 
primeras dificultades. Lo ideal es que, cuando esto ocurra, la persona se haga cons-
cíente de su dificultad para tolerar emociones y para manejarlas, esto le permitirá 
pedir ayuda y aprender a manejar las situaciones; pero la realidad es que, si esto no 
se aprende desde pequeño, es muy difícil de identificar y, por lo tanto, de expresar.
Teniendo en cuenta lo anterior, podemos decir que la idea de la autolesión 
surge cuando los mecanismos adaptativos del sujeto se agotan y ha de recurrir a 
nuevos medios que le ayuden a manejar un estado de ánimo que se hace insopor­
table y que el sujeto no sabe o no puede verbalizar o afrontar.
Según Karen Conterio y Wendy Lader, el 75% de las personas que se autole- 
sionan utiliza más de un método. Algunos ejemplos son: cortarse, golpearse, arran­
carse el pelo, rascarse hasta producir herida, quemarse, morderse, ingerir objetos, 
fármacos o tóxicos, interferir en la cicatrización de heridas o romper huesos.
Otros ejemplos quizás más extremos y menos frecuentes son las amputacio­
nes de alguna parte del cuerpo. Estas últimas no son el objeto del presente libro, 
pues querría diferenciar entre lesiones como forma de control y regulación de las 
emociones y lesiones que pueden surgir asociadas a otras patologías, como los 
trastornos psicóticos o aquellos con una base orgánica, por ejemplo, el autismo y 
el retraso mental. Cuando una persona presenta síntomas psicóticos y pierde el 
contacto con la realidad, las conductas autolesivas pueden llegar a ser muy seve­
ras y extremas, como la castración de los genitales, quitarse un ojo o arrancarse 
una oreja (Van Gogh, por ejemplo). Del mismo modo, no es raro que las personas 
con autismo y retraso mental se autolesionen mediante golpes y, aunque algunas 
personas piensan que puede tener una función reguladora, parece que el sujeto no 
es consciente de ello. Es decir, más que de un mecanismo o de una estrategia de 
afrontamiento, se trata una conducta automática y estereotipada.
2
¿QUÉ ES LA AUTOLESIÓN?
El daño en raras ocasiones pone en peligro la vida de la persona, el lugar 
de las heridas suele ser en una parte del cuerpo que se oculta fácilmente, aunque 
no es a s í siempre. A l ser la p ie l lo que se daña, no las venas, arterias, tendones o 
ligamentos, el daño se suele restringir a cicatrices.
Steven Levenkron
¿Qué es el daño infligido? Lo definimos como la mutilación deliberada del 
cuerpo o de una parte del cuerpo, no con la intención de cometer suicidio, sino 
como forma de manejar emociones que parecen demasiado dolorosas para que las 
palabras las expresen. Puede incluir cortar la piel o quemarla, hacerse moratones a 
uno mismo a través de un accidente premeditado. También puede ser rascar la pie l 
hasta que sangra o interferir la curación de heridas.
Karen Conterio y Wendy Lader
¿Qué es la violencia autoinfligida? Este término se define como el daño 
intencionado del propio cuerpo sin intención suicida consciente. En términos más 
simples, la violencia autoinfligida es el acto de hacerse daño físico a uno mismo a 
propósito.
Tracy Alderman, Ph.D.
La automutilación es un acto violento asociado con el sufrim iento inmediato o 
demorado.
Armando R. Favazza, M.D.
¿Qué es exactamente el síndromede la conducta autolesiva? Es la mutilación 
deliberada del propio cuerpo, con la intención de causar daño, pero sin la intención 
de matarse.
V.J. Turner
Autodaño, término utilizado para describir un ataque físico del propio cuerpo... 
Se encuentra implícita en la definición la comprensión de que el cuerpo será delibe­
radamente, y por lo general habitualmente, dañado más que destruido.
Fiona Gardner
He recurrido a definiciones de otros autores para llegar a una conclusión y es 
que la autolesión, independientemente de cómo la describamos, es ampliamente 
conocida y ha sido documentada por diversos profesionales. También he recurrido a 
otros autores para transmitir que es un tema que preocupa a muchas personas, que 
no es un tema aislado ni raro que afecte a un porcentaje muy pequeño de la pobla­
ción. Es un comportamiento al que recurre entre un 2% y un 4% de la población.
Resumiendo, la autolesión es el acto intencionado de hacerse daño sin la 
intención de morir; describe a alguien que sufre, es el “lenguaje del dolor” , el acto de 
dañarse a uno mismo con la intención de tolerar un estado emocional que no puede 
ser contenido o expresado de una manera más adaptativa. También es la intención 
de luchar y de seguir con vida, pues la mayoría de las personas que se autolesionan 
quieren vivir, no morir.
En definitiva, para mí la autolesión es una acción a la que recurren algunas 
personas, que es efectiva a corto plazo y que pretende ser adaptativa en la mayor 
parte de los casos. Por otra parte, añadiría que la autolesión tiene otros compo­
nentes asociados y que el desencadenante es tan variado como la motivación que
mueve cada lesión. En algunas ocasiones el sujeto persigue frenar el dolor; en otras, 
sentirlo como “algo" real, algo palpable, visible y “explicable”; y en otras, como un 
castigo. En posteriores capítulos profundizaré en cada una de estas ideas y en las 
motivaciones que mueven a muchas de las personas que se autolesionan.
Parte B
EL LENGUAJE DEL DOLOR. 
EXPRESIÓN Y COMPRENSIÓN 
DE LA AUTOLESIÓN
3
SENTIMIENTOS INEXPRESABLES: 
EL LENGUAJE DEL DOLOR
Cuando me preguntan “¿por qué te cortas?”, suelo contestar “no lo sé”. Esto 
es en parte cierto y en parte falso, porque s í lo sé pero no lo puedo explicar. Es 
como una necesidad imperiosa de hacerme daño, pero el desencadenante puede 
ser muy variado.
(Paciente, 23 años)
El autolesivo por lo general se siente triste, vacío, tiene dificultades para iden­
tificar sentimientos y expresarlos, suele mezclar y confundir emociones, no sabe si 
es “normal” sentir así o no. Las dudas le invaden y esto hace que empiece a buscar 
formas de manejarlo, métodos que le permitan hacer frente a este caos.
Para muchos pacientes con este problema, la autolesión puede ser vista como 
una “amiga” a la que poder recurrir en cualquier momento del día, una salida inme­
diata a una carga emocional demasiado pesada e intensa para ser tolerada.
En muchas de estas personas, la forma de percibirse es muy variable y, por lo 
tanto, también lo es su visión de las acciones lesivas. Muchos saben que es dañina; 
otros creen que es solo asunto suyo y que no están haciendo daño a nadie. Otros, 
aun sabiendo que es algo “extraño” y queriendo dejar de hacerlo, se sienten incapa­
ces de parar, atraídos irrefrenablemente por la necesidad de cortarse, quemarse o 
golpearse. Otros fantasean1 o aspiran a hacer evidente la necesidad de ayuda que
1 Recurro a la palabra “fantasear” porque la respuesta por parte de las personas del entorno no siempre 
es la deseada por la persona que se lesiona y, aunque el resultado no sea el esperado, esta acción puede 
convertirse en un forma de demandar auxilio.
se ven incapaces de verbalizar. Por ejemplo: “Si me ven esta quemadura seguro 
que me preguntan, se dan cuenta de lo mal que estoy y me ayudan y entienden 
mejor” .
Esto, que en principio puede parecer un comportamiento raro y excéntrico, 
tiene sentido si lo vemos como una conducta aprendida, una forma de regular las 
propias emociones. Independientemente de si el fin es sentir alivio, castigarse o 
sentirse vivo, en todos los casos hay un componente emocional importante que 
necesita ser regulado, parado, frenado. El que se castiga necesita un escarmiento; 
el que se lesiona para sentirse vivo necesita algo que le permita saber que real­
mente existe, que siente; el que lo hace para sentir alivio necesita una vía de escape 
o tiene la sensación de que va a estallar en cualquier momento.
Se puede decir que, al no haber adquirido habilidades adaptativas para cal­
marse y controlar el estrés o la frustración, el autolesivo recurre a la acción pues 
es más fácil que intentar comprender y expresar lo que siente (difícilmente podrá 
expresarlo cuando él mismo no sabe qué ocurre en su interior ni por qué siente con 
semejante intensidad).
Es importante tener presente que la acción conlleva alivio, mientras que ver- 
balizar y compartir requiere un esfuerzo tremendo y un repertorio de habilidades de 
las que carece la persona, que recurre a la acción como forma de comunicación. El 
objetivo es poner fin al dolor y al sufrimiento que siente en su interior, al caos y la 
confusión que retumban en su cabeza; frenar los pensamientos dolorosos, la incer- 
tidumbre, la confusión. Cualquier otra forma de expresión emocional se convierte 
en una tarea impensable para la persona, que, al no haber desarrollado los recur­
sos necesarios, tenderá a repetir este nuevo comportamiento. De tal forma, este 
nuevo comportamiento se convierte en el recurso que mejor funciona, por lo que la 
probabilidad de que piense o recurra a conductas adaptativas será pequeña sin la 
intervención de un profesional que le ayude a comprender sus comportamientos y 
a pensar en nuevas alternativas más funcionales y positivas.
Para muchos es más fácil tolerar el dolor físico que el dolor emocional, espe­
cialmente cuando no saben por qué se sienten así de abrumados en un determinado 
momento o situación. El dolor físico es tangible, palpable, visible, se puede “ver” , 
“mostrar” , “comprender” , ‘transmitir” e incluso “curar” , pero el emocional es verda­
deramente difícil de compartir y mostrar. Si nos fijamos, mostrar el dolor emocional 
requiere lágrimas, gritos, temblores, agitación, palabras, acción... algo “visible”,
“escuchable” ... que permita a los que nos rodean visualizar lo que uno siente. Si 
anulamos las respuestas físicas o comportamentales es especialmente complicado 
imaginar o percibir lo que la otra persona siente. Intentemos imaginar a una persona 
inexpresiva explicando lo que siente y que a su explicación no acompañe ningún 
tipo de gesto o movimiento. Resultaría frío, distante, irreal... Y esto es lo que creo 
que lleva a muchas personas a comportarse así: la necesidad de expresar lo que 
sienten y la dificultad que tienen para hacerlo verbal o paraverbalmente (mediante 
el lenguaje no verbal, con gestos y expresión de las emociones).
En el siguiente capítulo se incluyen fotos de autolesiones y dibujos y testimo­
nios de pacientes.
4
LA AUTOLESIÓN DESDE EL PUNTO 
DE VISTA DE LOS AFECTADOS
No sé por qué me lesiono, algunos profesionales me han dicho que es para 
llamar la atención, pero yo no creo que ese sea el motivo. Lo único que tengo claro 
es que después de hacerme cortes me siento mejor, más tranquilo. A veces creo 
que me hago a m í lo que me gustaría hacerles a otros, pero tampoco creo que 
sea la explicación porque no haría daño a nadie. No lo sé, no puedo contestar a tu 
pregunta.
(Paciente, 19 años)
En mi caso la autolesión tiene un objetivo concreto: sentirme mejor. Siempre 
que me corto pienso que no lo volveré a hacer, que no es normal... sé que no es 
normal, pero es como si no pudiese evitarlo. No me corto siempre, pero lo pienso 
casi todos los días. En ocasiones me aguanto y me basta con hacer otras cosas, 
pero hay momentos en los que el dolor es tan fuerte, tan intenso y tan brutal que 
no puedo más. Es justo en esos momentos cuando melesiono. Justo después de 
cortarme me siento bien, aliviada.
(Paciente, 32 años)
Es muy d ifícil de explicar... no sé decir un único motivo, pero sé que a m í 
me ayuda a sentirme mejor. Cuando me hago daño p ienso:"Ahora s í que tengo un 
motivo real para sufrir”... No sé, es como si el sufrimiento fuese más real o como si
ya tuviese derecho a sentirlo. Cuando veo la sangre y la extensión del corte siento 
que ya tengo derecho a sufrir, a sentirme así de mal, porque en realidad no tengo 
motivos para sentirme así.
(Paciente, 23 años)
¿Que porqué me autolesiono? Para tenerlo que merezco. Cuando me lesiono 
pienso que merezco eso y mucho más. Me suelo autolesionar cuando me siento cul­
pable, cuando estoy enfadada, cuando me ilusiono con alguien y me falla... puede 
ser por cualquier cosa. Si discuten en casa me suelo cortar porque me siento muy 
mal, creo que soy la causante de las discusiones. Ya no saben qué hacer conmigo, 
pero yo no puedo dejar de pensar que merezco un castigo.
(Paciente, 21 años)
A veces entro en una especie de trance... siento que me estoy volviendo loca, 
que no existo, que no soy rea!, es como si estuviera muerta... A veces me quemo 
para comprobar que sigo viva y que aún siento algo.
(Paciente, 34 años)
No tolero las discusiones, me afectan muchísimo y solo consigo frenarlas 
cuando empiezo a golpearme. Cuando me golpeo paran los gritos. Se ha vuelto 
automático. A veces me gustaría gritar: “Callaos”, pero no soy capaz...
(Paciente, 41 años)
Yo me lesionaba por angustia, por un bloqueo mental, pom o poder reaccionar, por 
sentir que me iba a volver loca... me ponía muy nerviosa. Cuando haces estas cosas 
parece que no eres tú misma, sino otra persona completamente diferente. Comento 
esto porque cuando me autolesiono no parezco ser “yo" misma, sino una fuerza del 
interior que te provoca hacerlo... después te sientes muy culpable y muy frustrada.
(Paciente, 32 años)
Hace muchos años que tengo una lucha interna. A medida que pasaba el 
tiempo, como no encontraba soluciones efectivas, me empecé a autolesionar y esto 
s í que era efectivo. Me encontraba mejor; cuando pensaba que ya no podía más, que 
no valía la pena luchar y que la vida no tenía ningún sentido, recurría a los cortes. 
Parecerá extraño, pero yo no quería morir, quería dejar de sufrir, quería aprender a 
tolerar los imprevistos, a vivir sin tanto dolor... quería pero no podía, no sabía... Las 
autolesiones cada vez eran más fuertes y acabé “enganchada”, no podía parar de 
hacerme daño, cualquier situación o imprevisto era suficiente para dañarme. Nadie 
se dio cuenta hasta que se me fue la mano y necesité una intervención, había san­
gre por todas partes, pensé que me iba a desangrar en mi cuarto y pedí ayuda.
(Paciente, 29 años)
Estaba tan acostumbrada a disimular que me perdí a m í misma, me llené de 
muros y de máscaras. Recuerdo la sensación de estar a punto de estallar, pero 
tener que disimular delante de la gente, también recuerdo la sensación de alivio 
cuando por fin podía dejar de disimular, cuando me cortaba y liberaba toda esa 
tensión acumulada... a m í me ayudaba a tener algo de control.
(Paciente, 28 años)
Este tipo de cosas nunca me ha impresionado mucho... empecé con las 
manos, seguí con tijeras y después con cualquier cosa que tuviese a mano. No 
sé por qué lo hacía: a veces para llamar la atención, otras para probar el umbral 
del dolor, otras para descargar adrenalina y otras porque me aborrezco, porque no 
soporto mi cuerpo... no lo sé. Tampoco sé cómo se inició, simplemente empecé a 
hacerlo.
(Paciente, 31 años)
Toda mi vida ha estado dominada por conductas autodestructivas. Al tener 
una imagen de ti misma horrible y una autoestima muy baja, sientes un gran odio 
hacia ti, hacia los demás, notas que te pasan (y que sientes) cosas muy raras, que 
nadie te entiende, que te toman por “loca’’, por desequilibrada... y ya no sabes qué 
hacer porque siempre has actuado así y no puedes (o no sabes) evitarlo. Cuando
te encuentras en esta situación, piensas que eres la única en el mundo que es “asr. 
Sientes que no pintas nada en este mundo de mierda y que a nadie le importa lo 
que te pasa. Yo me lesionaba por muchos motivos: para llam ar la atención, para 
expresar lo que sentía, para desahogarme, para que me hicieran caso, para que me 
tomaran en serio, para que supiesen lo que se siente siendo a s í y sobre todo para 
que alguien me ayudase, esperaba que alguien notase que existía. Yo necesitaba 
comprender lo que me pasaba, necesitaba explicar lo que tenía guardado en el 
interior, pero no sabía cómo hacerlo; por eso gritaba, insultaba, lloraba, me pegaba, 
me cortaba, me emborrachaba, tomaba pastillas y me drogaba, para que alguien 
notase todo el dolor que llevaba dentro e hiciese algo para pararlo.
(Paciente, 32 años)
Me he pasado el día pensando qué podía escribir, cómo plasmar las sensa­
ciones que sentí la primera vez que... tuve un cuchilla en mis manos, qué sentí al 
cortarme y por qué seguí. En principio, explicaré ¡o que recuerdo y lo que siento al 
hacerlo... Todavía recuerdo la primera vez; m i novio me había dejado, pero sé que 
no fue por eso; me sentía tan mal, tan culpable que necesitaba castigarme, as í que 
con total frialdad cogí una cuchilla que encontré en el baño y volví con toda calma a 
mi habitación, me senté y comencé a hacerme cortes en el brazo; no perdí la calma 
en ningún momento, vi la sangre y fue un alivio interior imposible de describir. Ese 
día no fue más que el principio; a veces me siento como un vampiro deseoso de 
ver sangre, pero mi sangre, cuantas más gotas resbalan por mi cuerpo, mejor me 
siento. Siempre lo hago cuando me siento frustrada, recuerdo días de llorar y llorar 
y hasta que no me corto no consigo dormir; realmente es un alivio, pero... ¿a qué 
precio?
(Paciente, 27 años)
No es para nada sencillo explicar lo que siento antes, durante y después de 
las lesiones que me produzco, entre otras cosas porque los sentimientos y sensa­
ciones no son siempre iguales; lo que s í está siempre es la fuerte intensidad de las 
emociones que me invaden durante todo el ritual.
Me lesiono pinchándome con agujas estériles y extrayéndome sangre. El 
objetivo está muy claro: no es sentir dolor, es provocarme una herida física que
pueda mirar; al mismo tiempo, el goteo de la sangre representa el llanto desgarra­
dor, no son suficientes las lágrimas (que suelen estar también presentes), necesito 
ver un dolor reflejado de forma más profunda, más dramática, es como si me estu­
viese llorando el alma; puede sonar raro, pero lo siento así.
Para llegar a lesionarme ahora, en la actualidad, tienen que haber ocurrido 
situaciones encadenadas y seguidas en un período corto de tiempo que dificultan 
que pueda utilizar mis alternativas positivas, mis recursos aprendidos en la terapia, 
o bien estas situaciones logran que esas alternativas fracasen.
En general siento rabia, soledad, vacío, una enorme incomprensión por parte 
de alguien al que quiero, angustia, desesperación, todo lo que me rodea es asco, 
negro, no hay alternativas en ese momento, es tan fuerte el dolor que llego a 
odiarme a m í misma por sentirme tan mal sin tener una lesión física que justifique 
ese enorme dolor interno. Es ahí cuando necesito verme la herida, lo hago de forma 
automatizada: sé perfectamente dónde están las agujas, las cojo, me voy al baño, 
en este momento no lloro, estoy “serena"porque tengo que hacerlo bien, fríamente 
preparo el material, me busco una buena vena para canalizarla (en un lugar que 
suela tapar la ropa) y me pincho con decisión. Suelo ser bastante rápida logrando 
la sangre, me dejo la aguja clavada y dejo que gotee por todo el suelo. Cuando 
tengo una cantidad suficiente que posteriormente pueda manipular (escribir, espar­
cir, dibujar...), comienzo a llorar, no me extraigo la aguja todavía, aún queda lo más 
importante, queda producirme la lesión que posteriormente va a permanecer, para 
lo cualnecesito romper la vena; suele ser doloroso, pero no me importa llegado 
este punto. Perforo la vena y una vez rota, me extraigo la aguja y presiono la vena 
dañada para que sangre por dentro y haga un hematoma lo más grande posible. La 
sangre sigue cayendo por gravedad, pero la dejo porque no tarda en coagularse. Es 
aquí cuando "juego" con la sangre, suelo esparcirla, desparramarla, y es aquí tam­
bién cuando me doy asco, me da asco el olor de mi sangre, a veces contengo la res­
piración para no olería, huele como la de los cerdos y así es como me siento, como 
una cerda pirada, egoísta y manipuladora. Ya no siento tanta angustia, se transforma 
en asco y decepción. Me quedo quieta mirando la sangre desde lejos, observo la 
herida y me lavo, rápidamente friego el suelo, la pileta, la bañera... no queda ni ras­
tro. Suelo ducharme, me siento sucia, sucia y perturbada, tengo miedo de que se 
vuelva a repetir, tengo miedo de volver a sentir tanto dolor, tanta angustia.
Me seco, me visto, me peino, abrazo a mi hijo y me odio por ser egoísta, por 
no valorar lo bueno que poseo y tener que llegar a hacer cosas tan repugnantes.
Los días posteriores contemplo el hematoma; es curioso, pero me gusta 
tenerlo ahí, manifiesta mi malestar, m i rabia, mi pena.
(Paciente, 28 años)
Estos testimonios reflejan:
• Dolor
• Desesperación
• Falta de recursos adaptativos
• Confusión
• Emociones, sensaciones (culpa, enfado, ira, frustración...)
• Juicios (propios y ajenos)
• El resultado de un aprendizaje
• Ganas de vivir (no de morir)
• Una alternativa para tolerar el sufrimiento
• Una manera de verbalizar lo que sienten
• Una alternativa al suicidio
En definitiva, un gran dolor y muchas ganas de “vivir de otra forma”. Algo que 
intentaré reflejar en los diferentes capítulos de este libro.
A continuación se incluyen algunos dibujos que pretenden dar voz a aquellas 
personas que tienen dificultades para verbalizar la intensidad de su dolor y que 
mediante el dibujo encuentran una manera de dar el primer paso.
Dibujo 1. Enjaulada2
Este dibujo refleja la sensación de aprisionamiento que pueden experimentar algunas 
personas que se lesionan. Una sensación de opresión y necesidad de liberarse que solo se 
consigue recurriendo a los cortes o autolesiones variadas.
Dibujo 2. Caos, aniquilación de uno mismo. Pérdida de control
Esto es lo que dibujó una paciente cuando le pedí que plasmase lo que sentía en su 
interior.
2 Los dibujos 1, 2 y 3 aparecen en el libro Trastorno limite de Ia personalidad: profundizando en el caos, 
Madrid: Ediciones Pléyades, 2007.
Dibujo 3. Grito silencioso
Este dibujo refleja la intensidad del dolor que no se puede verbalizar, la necesidad de 
gritar y la dificultad para hacerlo (tacha la boca y el posible sonido que saldría de la misma).
5
LA AUTOLESIÓN Y EL SUICIDIO
Algunas personas confunden los términos “autolesión” y “suicidio” o los 
diferencian, pero confunden la intención de ambos. Muchas de las personas 
que se autolesionan no quieren morir; de hecho, su conducta las ayuda a tolerar 
mejor el sufrimiento y a disminuir sus deseos de morir. Si las emociones no son 
manejadas de esta forma, al no disponer de otros recursos más adaptativos, 
las posibilidades de que la persona quiera o intente morir aumentarán notable­
mente. A muchos la autolesión los mantiene con vida, les ayuda a encontrarse 
mejor.
Mi anterior psicóloga me decía que no entendía por qué me causaba daño, 
mostraba sorpresa cuando le decía que lo hacía para encontrarme mejor. Le cos­
taba mucho creer que realmente no me quisiera morir por la gravedad de mis cortes, 
aunque si lo hubiese pensado más a fondo se daría cuenta de que los cortes no 
eran letales; se podían infectar y ocasionar problemas, de acuerdo, pero no estaban 
hechos para morir. Cuando me autolesiono sé lo que hago, lo planifico, pienso en lo 
que voy a hacer y en cómo me voy a sentir. Es así de simple, aunque suene extraño; 
yo no me quiero morir, lo que quiero es dejar de sufrir.
En la película Inocencia interrumpida, Winona Ryder interpreta a una paciente 
con trastorno límite de la personalidad que es ingresada tras un intento de suicidio 
que ella niega. Cuando el médico le recuerda lo que ha tomado, ella le contesta 
que no se ha intentado suicidar, que “solo quería que la mierda parase de una vez”. 
Este es un buen ejemplo de la autolesión como reguladora de emociones, no con 
intención suicida ni con un deseo de finalizar con la vida.
Veamos más ejemplos:
Ejemplo de cortes superficiales que se realizan para “sentir alivio” .
i
Ejemplo de un paciente que se ha autolesionado. Resulta evidente que esta persona 
no pretendía m orir con estos cortes, igual que resulta evidente que alguien que hace esto no 
se encuentra bien o no tiene recursos para afrontar determinados aspectos de su vida de una 
manera más adaptada (al menos en ese momento).
Estas dos fotos son el ejemplo de las 
“secuelas" físicas que de ja la autolesión. En 
este caso se trata de un chico que se autole- 
sionaba con quemaduras y había sido dado 
“por imposible”; en la actualidad, lleva unos 
dos años estabilizado, ha dejado de autole- 
sionarse y hace más de un año que mantiene 
su empleo. En relación con las autolesiones 
que se hacía, piensa recurrir a la cirugía para 
dejar atrás estas marcas y todo lo asociado a 
las mismas.
“Esto es lo que hago, lo siento, soy una cerda".3
Aunque en casos como los anteriores se diferencia claramente entre autole­
sión e intención suicida, en otros casos la diferencia no resultará tan evidente y será 
necesario explorar los motivos con el paciente. Además, una autolesión sin inten­
ción de morir puede ser letal dependiendo de muchos factores (método, momento, 
dosis, lugar del cuerpo que se lesiona, extensión, etc.).
Es importante prestar atención al paciente y a estas conductas desadaptadas, 
pues el sufrimiento psicológico puede llegar a extremos en los que la persona sienta 
que ya no puede más y en lugar de autolesionarse opte por el suicidio sin que la 
situación se le haya “ido de las manos". Esto generalmente está presente en algu­
nos casos en los que la persona presenta no solo una dificultad para gestionar sus 
recursos y capacidades sino también algún tipo de patología más compleja (depre­
sión mayor, trastorno de la personalidad, etc.), en donde autolesión e intentos de 
suicidio pueden coincidir en cuanto a la forma (por ejemplo, tomarse tres pastillas 
para desconectar o tomarse un bote de pastillas para matarse) y son difíciles de
3 Corresponde al testimonio de las páginas 20-22.
discriminar si no profundizamos en las intenciones de la persona, aunque siguen 
teniendo matices diferentes y responden a motivos distintos.
El suicidio es una solución definitiva a un problema temporal, la autolesión 
es una solución temporal a un problema temporal. Obviamente, es un mecanismo 
extremo que a la larga acarrea más problemas para el sujeto que se autolesiona, 
pero es importante recordar que en muchos casos es su forma de mantenerse con 
vida.
6
LA AUTOLESIÓN COMO SEÑAL 
DE IDENTIDAD
Desde hace años los humanos han utilizado la piel, el cuerpo, para comunicar 
estatus, preferencias, pertenencia, en definitiva: identidad. Muchas costumbres de 
culturas primitivas son una muestra de esto, aunque para sus miembros es algo 
natural que forma parte de un aprendizaje, de una cultura. Es decir, no es algo que 
oculten o que resulte extraño para los demás. Evidentemente, estas situaciones no 
se pueden considerar una lesión propiamente dicha, pues no es algo que el sujeto 
se haga a sí mismo ni que quiera hacer sin haberlo aprendido culturalmente. En esta 
línea entran los adornos corporales, los piercings, los tatuajes y las modificaciones 
corporales, pues el objetivo en estos casos es mejorar una imagen, encajar con lo 
que el sujeto cree que se espera de él o reafirmar su identidad en la sociedad, en 
su grupo. Sin embargo, la persona que se autolesiona, por lo general,sabe que 
los de su entorno pensarán que es algo extraño y que implica un desequilibrio en 
aquel que lo practica; es una necesidad que la persona oculta porque es consciente 
de que no va a ser comprendida ni aceptada por aquellos que le rodean. En otros 
casos no lo oculta, pero el motivo es comunicar lo que siente o pedir ayuda. Esto lo 
veremos en diferentes apartados de este libro.
En este apartado quiero hacer mención de la autolesión aprendida o “copiada”, 
ya que en algunas ocasiones los jóvenes se lesionan porque lo han visto en una 
película o se lo han escuchado a un amigo. En estos casos, aunque sí se puede 
considerar una autolesión, los motivos difieren enormemente de las personas objeto 
de este libro. Cuando es algo aprendido, el sujeto puede estar buscando un referente 
que le permita pertenecer a algo, identificarse con alguien. De esta forma puede ser, 
además de una señal de identidad para el que la busca y no la tiene bien definida,
una manera de pedir ayuda y de mostrar la necesidad de ser entendido, pero no es 
una estrategia de afrontamiento ni una forma de regular emociones intolerables. De 
hecho, es probable que el sujeto que “aprende” a cortarse, en lugar de sentir alivio, 
experimente dolor y que por esto sea un episodio puntual sin grandes posibilidades 
de repetirse. Sin embargo, la persona que recurre a la autolesión como estrategia 
tenderá a repetirlo, ya que este comportamiento le ayuda a “sentirse mejor”.
En una reunión de equipo, una compañera planteó el caso de un paciente que 
la tenía desconcertada. Presentaba casi todo el cuerpo tatuado y cada tatuaje tenía 
un significado especial para él. Durante la sesión le había explicado cómo se auto- 
lesionaba delante de gente (era un faquir) y explicaba orgulloso cómo en la última 
función vomitaron varias personas cuando se rajó la lengua y escupió la sangre al 
público. También se mostraba orgullo porque decía que era el único capaz de hacer 
dos pases de una función que consistía en tragar bombillas de cristal, cuando lo 
máximo permitido era una. En este caso lo que mejor le hacía sentir era que el pro­
pio público le pidiera que no hiciera sesiones tan duras porque se podía hacer daño, 
lo cual le hacía sentir que era capaz de sorprender a alguien, pero sobre todo que 
podía provocar en los demás la reacción de intentar cuidarle y protegerle, interpre­
tando que alguien, aunque se tratase de desconocidos, pretendía ayudarle.
En este caso sí existen autolesiones e incluso puede existir la sensación de 
alivio, pero ha ido más allá y para el paciente estas actuaciones públicas se han 
convertido en su identidad. Es algo que “hace bien”, en lo que destaca y que pro­
mueve sentimientos de admiración y predisposición a ayudarle por parte de los 
demás, lo que refuerza que sus siguientes espectáculos sean igual o más duros.
Parte C
ASPECTOS RELACIONADOS 
CON EL CONTROL
Y LA SEGURIDAD
7
LA AUTOLESIÓN COMO SENSACIÓN 
DE CONTROL SOBRE UNO MISMO 
Y EL ENTORNO
'c Los niños pequeños tienen un concepto de la propiedad muy desarrollado, al 
mismo tiempo que poco delimitado, generalizado y difuso; “todo es suyo” y lo que no 
lo es lo hacen suyo. Dentro de estas “propiedades” entraría su cuerpo, aunque no 
por ello tengan que lesionarlo ni mucho menos. Sin embargo, cuando un niño sufre 
abusos se le priva de esto, el cuerpo deja de ser suyo en exclusiva y se convierte 
en algo que puede ser percibido como ajeno e incluso un objeto de odio, pues es “el 
culpable" de su propio sufrimiento. En otros casos, aunque el niño no sufra abusos, 
si se cría en un entorno muy controlador en el que su intimidad no es respetada, sus 
sentimientos no son validados y sus necesidades no son atendidas, puede sentir 
que lo único que es capaz de controlar es su propio cuerpo. No es la norma general, 
pero en algunas ocasiones las personas se lesionan porque es algo o lo único que 
depende exclusivamente de ellos y no de los demás.
Cuando la emoción es generada o se desencadena a partir de la actitud o el 
comportamiento de una persona cercana y querida, el paciente puede tener más 
miedo a la confrontación que a la acción. Es decir, confrontar requiere un mínimo de 
habilidades expresivas, un mínimo de confianza y de seguridad en uno mismo y la 
garantía de que no se perderá a la persona por opinar de manera diferente a ella o 
por tener un criterio propio. Por lo general, la persona que se lesiona tiene un déficit 
de habilidades y por eso acaba recurriendo a la lesión, bien como alivio bien como 
castigo por su “mediocridad”, “por no poder decir lo que siente” o “por ser mala y 
mal pensada”. La persona que se autolesiona duda de sí misma y sobrevalora las 
palabras y acciones de aquellos que la rodean, generalizando y personalizando
un comentario o una reacción, realizando interpretaciones que no se ajustan a la 
realidad de la situación ni a la intención o que si lo hacen son de una intensidad 
muchísimo mayor y se acaban convirtiendo en un pensamiento que la persona no 
puede tolerar. Por ejemplo, un comentario crítico sobre un determinado tema de 
discusión como "no tienes ni idea” se puede convertir en una interpretación peyo­
rativa o en una confirmación de lo que la persona piensa de sí misma: “Yo soy un 
imbécil, no me entero de nada’’, que en su mente se generaliza a “lo que piensan 
los demás”: "Sabía que se daría cuenta de que soy lo peor". Este pensamiento se 
puede repetir incesantemente acompañado de autocrítica destructiva: “Mejor que 
me estuviera callado”, “Siempre meto la pata”, “No sirvo para nada”, “Cómo pude 
pensar que podía relacionarme con personas normales”, “A ver con qué cara voy a 
poder verla la próxima vez”, “Ojalá me tragase la tierra”. Este acontecimiento inicial 
se puede convertir en toda una cadena de pensamientos negativos hasta llegar a 
ser una obsesión que tortura psicológicamente a la persona, que “necesita” frenarlo, 
sacarlo fuera, y que le genera diferentes sensaciones y reacciones: bloqueo emo­
cional, reacción física, castigo, aspectos en los que profundizaremos en siguientes 
capítulos.
Esto tiene sentido si reflexionamos acerca de las relaciones que se establecen 
entre la persona que se lesiona y aquellos que la rodean. En muchas ocasiones, se 
adapta por completo a lo que se espera de ella. Desde niña ha aprendido que esto 
es lo que ha de hacer y que mostrar lo que siente “está mal”, es “inapropiado” o 
“molesto”. De hecho, en muchas ocasiones se le castiga por ello. Aprende que algu­
nas emociones no están permitidas, que no tiene derecho a expresarlas e incluso 
que son “malas” o “incorrectas”. En esto la invalidación juega un papel muy impor­
tante y, aunque no es de aplicación en todos los casos, sí ocurre con la suficiente 
frecuencia como para comentarlo en este apartado.
En definitiva, estos comportamientos, que en principio pueden parecer una 
señal de que la persona ha perdido el control, en realidad reflejan una manera de 
poder controlar “algo”.
Cuando se trabaja este aspecto es importante tener presente el pensamiento 
dicotómico que pueden tener estas personas. En cuanto al control y el manejo de las 
emociones, suelen confundir represión con control. Por eso, es necesario identificar 
estos aspectos y explicarle al paciente que para manejar las emociones, sin tener 
que hacerse daño, no puede acumular ni evitar, que tendrá que hacerles frente día 
a día, aprender a utilizarlas como “señales de algo”, como aliadas. De esta forma sí
aprenderá a controlar lo que siente sin tener que reprimirlo, mirar para otro lado o 
recurrir a conductas destructivas, como mencionaré en posteriores capítulos.
Para finalizar este capítulo es importante mencionar que algunas personas' 
llegan a creer que, si dejan de hacerse daño o de recurrir a la acción, los demás se 
olvidarán de ellas (a esto me refiero con la sensación de control sobre el entorno). 
Estas personas han aprendido que la acción tiene como respuesta atención, mien­
tras que hablar generalmente no tieneresultado. Aquí sería de aplicación el dicho 
“las palabras se las lleva el viento”, pues sienten que no se las escucha si no están 
actuando de una manera destructiva que capte la atención de los que las rodean. En 
estos casos es especialmente importante trabajar en el ámbito de la familia, pues es 
frecuente que se estén reforzando estas conductas, y no las adaptativas.
8
LA PARADOJA DE LA SEGURIDAD
Este capítulo guarda una estrecha relación con el anterior, pues es una 
variante del control. La seguridad está directamente relacionada con la sensación 
der control que tenemos; una de las cosas que más me impactó cuando empecé 
a conocer los detalles más íntimos de las personas que se autolesionan fue la 
sensación de seguridad que les proporcionaba “el poder hacerse daño” si lo nece­
sitaban.
Durante las entrevistas averigüé que algunas de estas personas guardaban en 
su habitación desde objetos punzantes hasta pastillas variadas, alcohol y veneno 
“por si acaso", debajo de la cama, en armarios, baños, estanterías, en diarios, libros 
favoritos y cajas, entre otros sitios. Y esto, en lugar de ponerlas nerviosas, les daba 
tranquilidad, sensación de control y seguridad.
Profundizando en este aspecto también averigüé que algunos solían llevar 
consigo objetos como medida de precaución, para poder hacerse daño si los vol­
vían a necesitar. Cuchillas, navajas, cristales, cerillas y mecheros son, entre otros, 
los objetos elegidos. La persona necesita controlar sus emociones y el daño que 
proviene de otros no lo puede controlar, pero sí el que se autoinflige con los dife­
rentes objetos a los que se ha acostumbrado a recurrir. Si no llevan nada encima se 
sienten vulnerables, pero con un objeto al que poder recurrir si se encuentran mal 
se sienten mucho más seguros.
En el libro Diamantes en bruto II; 4 una de las protagonistas comenta lo 
siguiente:
4 Mosquera, D.: Diamantes en bruto II, Madrid: Ediciones Pléyades, 2004, pág. 285.
Necesitaba evadirme de todo porque fueron unos años duros en casa, pero 
mis rígidos principios de lo que está bien y está mal me impedían beber o tomar 
drogas extrañas... Un día descubrí el edén durante el periodo de los calmantes 
(Saldeva forte), así que, cuando quería dormir o no o ír o pasar, me metía un puñado 
de Saldevas... También hurtaba relajantes musculares a mi madre (lorazepan) y así 
muy de vez en cuando (esto no era muy a menudo) podía dormir tranquila sin que 
los remordimientos me mortificaran por hacer, no hacer, decir o no decir, estudiar 
o no estudiar... Durante épocas tenía tantas ganas de morirme que dormía con 
un paquetito de cuchillas debajo de la almohada, por si acaso, las llevaba siempre 
conmigo, por si acaso...
En otra ocasión una chica me comentó que se sentía mucho más tranquila con 
un cúter encima, que así, si la situación la sobrepasaba y sentía que iba a explo­
tar, podía ir un momento al baño, cortarse y sentirse mejor. Uno de los primeros 
objetivos consistió en pedirle que dejase de llevar estos objetos encima y que los 
sustituyese por otros menos dañinos, hasta que con la práctica no los necesitase. 
De modo que comenzó a llevar una goma elástica en la muñeca para tirar y soltar 
cuando lo “necesitaba” y, posteriormente, una pelota antiestrés, pasando finalmente 
a no necesitar ninguna alternativa que implicase recurrir a la acción.5
Otra paciente diagnosticada de trastorno límite que se cortaba para “sentirse 
mejor" reconoció haber sustraído un bisturí durante uno de sus ingresos por si en 
algún momento necesitaba algo que cortase muy bien y fuese rápido.6
En definitiva, para muchas de las personas que se autolesionan estos com­
portamientos representan una estrategia de afrontamiento, una forma de control, 
de seguridad. Para aquellas personas acostumbradas a dialogar o expresar abier­
tamente lo que les molesta y les preocupa, esto puede resultar extraño, pero la 
realidad es que se trata de un comportamiento relativamente frecuente cuando la 
persona carece de habilidades de expresión, sufre mucho y tiene dificultades para 
identificar, comprender y manejar sus emociones.
5 Mosquera, D.: Trastorno limite de la personalidad: profundizando en el caos, Madrid: Ediciones Pléyades, 
2007, cap. 24.
6 En este caso existía ideación suicida, estaba ingresada por ingesta medicamentosa y por cortarse las 
venas, pero, según le informaron los médicos, los cortes no eran lo suficientemente profundos como para 
tratarse de un intento de suicidio real (de ahí la idea de algo que corte bien y sea rápido).
Parte D
DIFICULTAD PARA EXPRESAR 
Y COMUNICAR EMOCIONES: 
LA IRA, LA CULPA
Y SUS EFECTOS
9
DIFICULTADES EN LA COMUNICACIÓN: 
¿QUÉ ES LO QUE FALLA?
LA LOSA
' Sobrevivo atrapada bajo una losa fría, inerte, que no me permite hablar, ni 
respirar... ni vivir. Entre la losa y yo solo hay cabida para el sufrimiento. Quitarla 
significaría hacer evidente que estoy desnuda, desprotegida. Y la vergüenza me 
inunda hasta tal extremo que entonces mi losa se convierte en mi refugio, mi abrigo, 
protegiéndome y permitiéndome permanecer indiferente al dolor ajeno, como si no 
lo hubiera causado yo.
A veces cojo fuerzas para gritar “por favor, que alguien me saque, que alguien 
me ayude", intentando defenderme y pensando ingenuamente que alguien puede 
venir y darme cobijo, la confianza suficiente que me permita enfrentarme al mundo, 
a mis emociones más resquebrajadas. Alguien que me pueda escuchar, compren­
der y ayudar. Pero mi voz se apaga, no consigo sacar las palabras, se distorsiona 
y queda atrapada en lo más profundo de mi interior; se convierte en un eco triste, 
estridente y desolador que me recuerda que a la sombra de mi mentira, de mis 
miedos, de mi losa tendré que permanecer.
Laura Ageitos
Esta metáfora refleja muy bien las dificultades que puede tener una persona 
para verbalizar su dolor, cómo con el tiempo este silencio se va a acumulando hasta 
llegar a adquirir una intensidad brutal, un peso que parece real, una sensación que
agota y desmotiva (la de tener una losa encima). El miedo a quitarla aparece por 
el temor a no ser capaz de afrontar la comunicación de una manera clara, directa y 
que se entienda y a la persona le puede dar mucha vergüenza si tiene la sensación 
de que no la están comprendiendo o que no se está explicando bien. Cuando se 
trata de comunicar y expresar sentimientos, la situación se puede agravar porque, 
si no se siente entendida, es posible que le resulte muy humillante haber abierto 
su intimidad y que se minimice la importancia de este hecho o que se la critique 
por lo que siente (una sensación de ir desnuda y desprotegida ante los demás y 
que los demás no aprueben y juzguen este comportamiento o el contenido de la 
comunicación).
En anteriores capítulos mencionaba cómo el aprendizaje juega un papel 
importante en la comunicación, cómo el niño aprende desde pequeño que “está 
bien” expresar emociones, que no pasa nada. Cuando el niño aprende que no 
puede expresarse con libertad, cuando sus emociones o reacciones emocionales 
son invalidadas, empieza a callar, a guardarlo para sí mismo. Algunas personas se 
describen como reservadas y, si bien es cierto en muchos casos, en otros no es 
más que un reflejo del aprendizaje, una reserva forzada que agota. En una oca­
sión, entrevistando a una paciente, esta me explicaba que “ella era así” y ocurrió lo 
siguiente:
Paciente.: Me han dicho que soy chula, déspota.
Terapeuta.: ¿Por qué crees que te dicen eso?
R: No lo sé.
T.: ¿Se te ocurre algún ejemplo que refleje los motivos por los que pueden pensar 
eso?
R: No.
T.: ¿Les has pedido algún ejemplo concreto?
R: No entiendo.
T.: Algún ejemplo concreto de por qué creen que eres déspota o chula...
R: No, porque me molesta mucho que me digan eso.
T.: ¿Cómo reaccionas cuando te lo dicen?
R: Me callo.
T.: Te callas.
P.: Claro.
T.: ¿Qué más comunicas?
R: ¿Qué comunico? No comunico nada, me quedo callada.
X: ¿Recuerdas la última situación en la que esto ha ocurrido?
P.: Sí.
T.:¿Me puedes mostrar tu reacción?
R: No te entiendo.
T.: El lenguaje no verbal; intento explicar que hay muchas maneras de comuni­
carnos y que el silencio acompañado de determinados gestos puede parecer 
déspota.
R: Ah... ya entiendo.
T: ¿Tiene sentido?
R: Sí, pero no soy consciente de mis gestos.
T.: Quizás podemos empezar por ahí, intenta fijarte más en tu reacción cuando 
algo te molesta, fíjate si tuerces la cara, si frunces el ceño, si miras fijamente (la 
terapeuta recurre a ejemplos que ha observado en determinados momentos de 
la entrevista, a posturas defensivas que observa en la paciente cuando se toca 
un tema que le afecta. La paciente asiente.) Imagina que me dicen algo que 
'm e molesta... (La paciente escucha.) Puedo callarme y mirar para otro lado (la 
terapeuta gesticula mostrando rechazo7) o puedo hacer preguntas como: “No 
entiendo qué me quieres decir con eso”, “¿A qué te refieres?”, “¿Me puedes 
poner un ejemplo?”. (La paciente sigue atenta.) ¿Qué crees que puede ser más 
efectivo?
R: Hacer preguntas.
T.: ¿Crees que puedes intentarlo?
R: Sí, pero yo soy muy reservada, no me gusta hablar de mis sentimientos.
T.: ¿Esto se lo has dicho?
R: No (silencio), es la primera vez que lo digo.
T.: ¿Por qué?
R: No lo sé, es que yo soy así.
T.: ¿Así cómo?
R: Así, reservada.
T.: A ver si lo entiendo, no te gusta hablar de sentimientos ni mostrar emociones, 
¿es así?
R: Sí.
T.: ¿Porqué?
R: No lo sé.
7 Cuando hay una buena alianza, encuentro de gran utilidad “imitar” al paciente, siempre que esto se haga 
sin que este se sienta humillado o burlado. Aquí es especialmente importante un conocimiento del paciente 
y saber seleccionar el momento en el que se puede realizar esta intervención.
T.: ¿Alguna vez has mostrado emociones o compartido sentimientos con alguien?
R: Sí.
T.: ¿Cuál fue el resultado?
P.: (Sonríe.) Era una persona muy especial.
T.: ¿Alguien especial?
R: Sí.
T.: Con esa persona sí podías mostrar emociones... (La paciente asiente.) ¿Cómo 
te sentías?
R: Bien, me sentía bien.
T.: Entonces, dependiendo de la persona, sí te gusta compartir emociones.
R: Sí, pero intento no hacerlo.
T.: ¿Por qué?
R: (Guarda silencio.) Pues es como si no tuviese un baremo, a veces me apetece 
conocer a alguien más, pero me alejo y de repente me encuentro contando mi 
vida a alguien que apenas conozco.
T.: ¿Te pasa con frecuencia?
R: Sí.
T.: ¿Cuando te pasa tienes sensación de falta de control?
R: Justo, es eso, pero soy así, siempre he sido así.
T.: Una cosa es como tú eres (describe a la paciente) y otra muy diferente cómo 
actúas. El compartir o no compartir emociones es una reacción, se puede apren­
der a ser más selectivo, a intimar de manera gradual, sin exponerse de golpe. 
(La paciente asiente.) Si te vas guardando todo lo que sientes, incluso cuando 
te apetece compartirlo, puede producirse un efecto acumulativo, tensión, ganas 
de “explotar” , de “gritar” lo que llevas dentro.
R: Sí, así me siento a veces, con ganas de gritar para ver si alguien me escucha.
T.: ¿Sabes lo que ocurre cuando “gritamos”? (La paciente escucha con atención.) 
Que muchas personas se quedan con las formas (el grito) y se pierden el con­
tenido (lo que tú quieres decir y expresar). (La paciente asiente.) Si aprendes 
a compartir de manera gradual, de manera segura para ti, no tendrás esta 
necesidad de explotar ni de gritar cuando ya no te quede sitio para guardar más 
sentimientos en tu interior.
La sesión continúa en esta línea. Aquí lo que pretendo es ayudar a la paciente
a ser clara, más selectiva; hablamos del momento, de las situaciones que pueden
surgir, de las diferentes personas que nos podemos encontrar, de cómo ir cono­
ciendo gradualmente a la gente hasta tener la certeza de que podemos compartir
ciertas intimidades. Esto va dando control a la paciente, que, en lugar de explotar 
mediante conductas despectivas (despreciando, gritando, insultando) o impulsivas 
(rompiendo cosas, golpeándose, cortándose), aprende a verbalizar paso a paso 
todo lo que lleva dentro. Para que llegue a este punto, será necesario hacer un tra-' 
bajo intensivo que le permita conocer las situaciones que le hacen activarse emo­
cionalmente, que pueda diferenciar entre las personas con las que tiene confianza 
y las personas a las que acaba de conocer y sobre todo que no actúe de forma 
extrema (pasar de soltarlo todo a no comunicar absolutamente nada, pues esto 
confunde a quienes la rodean).
10
LA AUTOLESIÓN Y EL CASTIGO
Cuando tengo esas explosiones emocionales me resulta imposible controlarme, 
digo lo que más duele, de manera brusca, como si quisiera dañar; después necesito 
castigarme. Por eso a veces me castigo antes, para evitar decir lo que quiero decir en 
ese momento, así no daño a nadie. Sé que cuando manifiesto mis emociones genero 
incomodidades en los que me rodean y eso me hace sentir muy culpable.
(Paciente, 23 años)
No sé muy bien cómo empieza, lo evito, lo ignoro, me engaño a m í misma pen­
sando que desaparecerá, cuando en realidad lo estoy alimentando con cada gesto, 
con cada palabra, con cada interacción. Me culpo, así me calmo, “soy yo”, pienso, 
me corto porque “me lo merezco”.
(Paciente, 31 años)
A veces desearía decir lo que siento, pero me callo y aguanto porque no sé 
expresarlo, me abruma; ¿cómo expresar que se me pone un nudo en el estómago 
que cada vez se hace más grande, que se alimenta con cada detalle, con cada impre­
visto?, ¿cómo explicar que crece y crece hasta que necesita encontrar una salida?, 
¿cómo asumir que la única salida que encuentro es dañina para m í y para los que me 
rodean?, ¿entenderían que si no me lesiono siento que reviento, que me muero, que 
no aguanto? Porque para evitarlo ataco, hago daño y esto s í quiero pararlo.
(Paciente, 21 años)
Cuando una persona se siente mal por “pensar cosas malas” acerca de sus 
seres queridos, necesita castigarse. En algunos casos lo puede hacer humillándose, 
disculpándose una y otra vez por cosas que no ha hecho y/o estando a merced de 
las necesidades de los que la rodean. En otros, cuando esto ya no funciona porque 
“no es suficiente”, la persona necesita ir más allá: recurrir al castigo. En estos casos 
sí siente dolor con las lesiones, pero es mejor tolerado que los pensamientos y sen­
timientos horribles de “ser malo" que genera la culpa.
Es frecuente que en estos casos la persona tienda a acumular malestar y 
explotar verbalmente cuando ya no puede más; para evitarlo recurre al castigo y así 
no hiere a los que quiere con sus palabras. La persona puede sentir la necesidad 
de proteger a sus seres queridos a la vez que teme defraudarlos y que se alejen de 
ella. Así no tiene a quién culpar a excepción de a sí misma. El siguiente ejemplo0 
refleja estos aspectos:
Normalmente no suelen mandarme a sitios muy complicados o que puedan 
hacerme perder mucho tiempo, pero mi obsesión por llegar en punto hace que una 
mínima pérdida de tiempo me provoque una ira descomunal que no manifiesto, 
aunque, a veces, he sido un poco arisca o se me ha notado en la cara; de modo 
que ahora son cabreos sordos y punto, no quiero arriesgarme a que se enfaden 
conmigo, me da miedo que eso pase.
Habitualmente es el tabaco: estoy vestida a punto de salir, muchas veces 
con los minutos calculados para tomar el autobús y calzada: “Cariño, ¿podrías ir 
a comprarme tabaco, te da tiempo?”. Y yo voy, lo subo, lo dejo y bajo, corriendo, 
enfadada, furiosa, rabiosa, sudando, pensando en porqué me hacen esto a m í en el 
último momento, qué egoísta, qué mal; el nervio me mantiene tan encendida como 
furiosa, sería capaz de partirle la cara a cualquiera que me provocara, pero ya no sé 
por qué estoy así; si un obrero o cualquier tipo me dice algún “simpático"piropo, voy 
y le digo una barbaridad, ya no soy yo, solo una masa furiosa, vamos, el increíble 
Hulk, pero dispuesta a ajusticiarse a s í misma al final.
Lo más gracioso es que cuando llego todavía me toca a m í esperar; entonces 
me voy apagando, deshinchándome y me quedo en nada,soy un trapo, me pondría 
a llorar, en ese momento correría a casa y me cortaría por ser una hija tan mala y 
desagradecida, ¿qué me costó hacer?, ¿eh, imbécil?, ¿acaso fue para tanto bajar 
a hacer un recado de nada?, ¡desagradecida!, ¿te parece justo enfadarse así por
8 Diamantes en bruto II, pág. 488.
eso?, ¿no te da vergüenza? Y entonces pienso en cuántas cosas hago mal todos 
los días...
En otro caso unos padres me llamaron para decirme que estaban en Urgencias 
porque su hija se había tomado una sobredosis de pastillas, pero que estaban con­
fusos porque los médicos les habían dicho que en el lavado de estómago no apa­
recía nada, lo cual era bastante extraño, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido 
(la paciente había avisado al momento). Como la paciente estaba fuera de peligro, 
les pedí que al día siguiente me llamara ella, fijamos una cita y me comentó lo 
siguiente:
Sé que te va a parecer raro, pero en realidad no me tomé ninguna pastilla, las 
tiré por el váter para que mis padres no tuviesen dudas y me llevasen a Urgencias. 
Necesitaba sentir dolor, castigarme y sabía que eso (el lavado de estómago) sería 
doloroso.
Me explicó que había discutido con su pareja y que sintió que estaba haciendo 
mal las cosas, que “era mala” y que “merecía” ser castigada. Es otro ejemplo impac­
tante de la necesidad de castigo y del punto al que pueden llegar en un momento 
de culpa intenso.
La información expuesta en este capítulo está muy relacionada con el capítulo 
anterior y con el capítulo del control. El control, la ira y la culpa son aspectos que 
es necesario trabajar para ayudar a estas personas a salir del círculo en el que se 
encuentran metidas. En el siguiente capítulo profundizo en el tema de la culpa.
11
EL PROBLEMA DE LA CULPA
LA CULPA
Soy como un eco que retumba en la más profunda de las cuevas, en las entra­
ñas del lugar más recóndito de mi alma. Acecho y persigo, no dejo lugar al olvido, 
al perdón n i a la razón.
Revivo y alimento justo lo que me hace daño, aquello que me atormenta. Y, 
aunque lo sé, no puedo evitarlo.
Soy como un fuego que arde con gran fuerza, que arrasa con todo hasta que 
se consume y que, cuando parece que ya no hay nada que quemar y que tan solo 
quedan las cenizas, reaparece incluso con más fuerza.
Me desvivo en disculpas y en reparos hasta que no puedo más y entonces me 
enfado. Confundo y molesto a m í y a los que me rodean. Y por momentos, cuando 
pienso que merezco un respiro, cuando me planteo que quizás no sea para tanto, 
cualquier señal, cualquier gesto hace que lo cuestione, que me avergüence.
Soy como los focos “aparentemente controlados” que cobran intensidad al 
mínimo roce, como un volcán que parece inactivo a los ojos de los demás pero que 
en su interior se moviliza hasta que entra en erupción.
He pensando en esta metáfora para intentar transmitir la intensidad de la culpa 
en estas personas, pues, aunque todos sentimos culpa en algún momento de nues­
tra vida, no llega a estos extremos. Es precisamente esta intensidad la que funciona
a modo de volcán que entra en erupción. Sabemos que los volcanes son un ejemplo 
de proceso interno, que las elevadas temperaturas que hay en el interior de la Tierra 
hacen que se fundan rocas que salen al exterior y que la acumulación de materiales 
puede dar lugar a conos de gran altura. Este ejemplo es visual, pues si pensamos 
en el exterior de un volcán podemos imaginar todo lo que se ha movilizado en su 
interior para brotar de semejante manera a la superficie. La culpa funciona de una 
manera similar, pero no tan visual para comprenderla.
Estas personas sufren tanto que se “retuercen en su interior”, que van acu­
mulando hasta que no pueden más, como una olla a presión que tiene que soltar lo 
que lleva dentro. Si la persona tuviese recursos para ir soltando y gestionando las 
situaciones del día a día, no se produciría esta acumulación, pero cuando hay una 
dificultad para identificar y verbalizar las emociones, para gestionarlas, esta presión 
se vuelve intolerable, “tiene que salir” y es en estos momentos cuando se puede dar 
el primer episodio autolesivo, cuando surge la necesidad del castigo, como pode­
mos leer en el siguiente testimonio:
No tengo palabras para expresar lo que siento; quizás las tuve hace tiempo, 
cuando podía mantenerme en pie, cuando aún decía lo que pensaba. Ahora siento 
una presión constante con la que no puedo, que me aturde, me incapacita; necesito 
sacarla fuera. Por un momento me siento mejor, después lo pienso y digo: “Estás 
enferma”, "Bicho raro", “Mira lo que haces”, y me siento peor. No encuentro una 
salida, no sé hacerlo mejor, soy un completo desecho humano. No recuerdo qué 
pasó la primera vez que me corté, pero s í me acuerdo perfectamente de la sen­
sación... cuando empecé a sangrar sentí alivio, como si toda esa mierda que llevo 
dentro saliese fuera.
(Paciente, 25 años)
Lo peor de todo esto es que el alivio es temporal y a la vez provoca culpa, 
por lo que volvemos a la idea del círculo: culpa - necesidad de castigo - autolesión
- culpa por comportamiento "extraño” - vergüenza - tiempo de tregua y/o reflexión 
con posible petición de ayuda y, si no la piden, vuelta a empezar. La culpa puede 
generar malestar, dolor, confusión, decepción, tristeza, sensación de deber, “de 
obligación” y, en estos casos, ganas de “recibir un merecido”.
12
LA AUTOLESIÓN Y LA IRA
LA IRA
Al principio soy pequeña pero intensa, germino en cualquier lugar, me alimento 
del sufrimiento, del dolor, del silencio. No atiendo a razones, no doy explicaciones, 
me expando, fagocito.
Con el tiempo me hago más fuerte, más grande, hasta que soy imparable.
Exploto, reviento, me calmo y me resiento. Vuelvo a ser pequeña pero igual de 
intensa, quizás más, nadie lo sabe hasta que aparezco de nuevo.
Mediante esta metáfora, he intentado personalizar y dar vida a una emo­
ción que suele crecer de manera gradual hasta que explota. Creo que refleja 
lo que se “cultiva” dentro de una persona que acumula y que no verbaliza, que 
tiene problemas para identificar y expresar lo que siente o lo que en su interior 
se moviliza.
Muchas de las personas que se autolesionan lo hacen por miedo a “explotar” 
y decir lo que realmente sienten. Esto es especialmente frecuente en las personas 
que se han vuelto “expertas acumuladoras de sufrimiento” y tienen terror a “vomi­
tar lo que sienten" de manera inapropiada. Me refiero a los casos de ira reprimida 
que no puede ser manifestada por tratarse de seres queridos, figuras paternas o 
poderosas en la vida de la persona que la siente. Esta ira puede ser consciente o 
inconsciente, pero en ambos casos es intolerable y necesita encontrar una vía de 
escape.
A continuación expongo algunos testimonios que reflejan esta ira reprimida y 
alguna de sus manifestaciones:
Es una cadena de reacciones que siento tan a menudo como respiro... son 
tan veloces que la cadena que las sigue se transforma en un enorme, único y brutal 
golpe que reconozco que me es muy difícil de controlar, no me da tiempo, estallo 
y derramo mi interior, traicionando el pudor, el ridículo y la vergüenza ajena; mis 
lágrimas son charcos donde los demás mojan sus pies compasivos, la ira nubla mi 
mente, el rencor se acomoda en mi frente, el sudor baja jugando como un tobogán 
por mi pelo y cualquier cosa que haga o diga estará marcada por un descontrol 
doloroso que me agota hasta el infinito... Sé que al exteriorizar mis experiencias 
emocionales puedo provocar reacciones incómodas en los demás; supongo que, de 
manera egoísta, siempre lo planteo desde el punto de vista de mi propio autocontrol 
y no desde el punto de vista de las reacciones ajenas9
El que los demás observen las emociones que brotan en m í desconsolada­
mente hace que me sienta rara, mala, estúpida, débil... Me siento muy humillada. 
Sé que si intento ignorar lo que siento no lo consigo y que esto provoca que ese 
sentimiento crezca hasta que se hace inmenso y pesa tanto que yano puedo tole­
rarlo ni guardarlo. Estallo, me arrepiento y me avergüenzo. Me disculpo, digo que no 
ocurrirá más, que diré lo que siento, pero no puedo. Vuelta a empezar de nuevo.
(Paciente, 26 años)
Por lo general, el primer incidente comienza con sentimientos muy fuertes de 
enfado, ansiedad y miedo. Si el sentimiento no es demasiado intenso la persona 
puede arrojar un objeto, romper algo y quedarse tranquila, pero si se hace dema­
siado intenso (y en el caso de la ira reprimida suele haber un efecto acumulativo) 
la persona puede golpearse y hacerse daño. A partir de aquí, si se siente más 
tranquila y menos tensa, la probabilidad de que repita el comportamiento se incre­
mentará, y con esto el método que le ayude a liberar mejor esta tensión que siente 
como consecuencia de la ira. Así una persona puede haber empezado rompiendo 
cosas para posteriormente darse cabezazos o golpes y finalmente encontrar que 
con un objeto punzante y afilado o un mechero consigue su propósito: tolerar mejor 
esta emoción y poder manejarla. De esta forma, cuando la persona sienta ira recu­
rrirá a esta conducta y se sentirá mejor, sin ser consciente de que es una medida
9 Diamantes en bruto II, págs. 381 y 282.
temporal que soluciona lo que siente a corto plazo pero que no le ayuda a largo 
plazo, pues no solo no aprende nuevas alternativas que le ayuden a manejar y tole­
rar sus emociones para situaciones posteriores, sino que tampoco está resolviendo 
los conflictos que estas le generan y está reforzando la agresión como estrategia de 
afrontamiento. Es decir, el alivio inmediato refuerza esta reacción desadaptativa y 
no permite que la persona adquiera recursos que funcionen a corto y largo plazo.
13
IRA - LESIÓN - CULPA - CASTIGO. 
UN CÍRCULO DIFÍCIL DE ROMPER
Hasta ahora he abordado el tema de las dificultades para verbalizar senti­
mientos, la tendencia a acumular y aspectos tan intensos y dañinos como la ira, la 
culpa y la necesidad de castigo. Todos estos aspectos están interrelacionados y es 
realmente difícil dividirlos en apartados. Lo he estructurado de esta forma con el fin 
de facilitar la comprensión de los diferentes matices que, si bien pueden parecer 
muy similares, se diferencian por momentos y situaciones.
Cuando una persona necesita recurrir al castigo para sentirse mejor no es 
consciente de que esta sensación es temporal, pues es frecuente que posterior­
mente al castigo surjan de nuevo la ira o la culpa, emociones difíciles de tolerar. 
Tenemos varias posibilidades:
a. Sentirse culpable y avergonzada por su reacción. De esta forma la per­
sona alimenta las emociones negativas y sigue sintiéndose mal, incluso 
peor.
b. Sentirse “rabiosa”. Pensar que se ha castigado cuando en realidad el castigo 
lo merecía otra persona. Aquí lo que suele ocurrir es un estallido hacia fuera 
(enviar un mensaje con contenido desagradable y culpabilizador a otra per­
sona, un correo electrónico que pretende poner los “puntos sobre las íes”, 
una llamada para “decir todo lo que realmente piensa” , etc.). El resultado 
final es peor, pues tras la tormenta volverá la culpa, especialmente cuando, 
al atenuarse la intensidad de lo ocurrido, la persona recupera su capacidad 
para valorar la situación de manera objetiva.
c. Oscilar entre sentirse culpable y rabiosa. Esto puede hacer que la persona 
se sienta culpable y lo intente paliar con rabia (algo más tolerable). Aquí 
puede ocurrir que la persona rompa cosas que le recuerdan a alguien 
importante, alguien que no la está comprendiendo como ella cree que 
merece. Y al surgir esto vuelve la culpa, porque el simple hecho de pensar 
que “merece” otro trato le hace sentir mal: “Pero si soy una mierda, cómo 
pude pensar que merecía otro trato” (vuelta al castigo).
Sé que esto que planteo es complicado, pero así de dura es la vida interior de 
muchas de las personas que se lesionan. El siguiente testimonio10 refleja lo necesa­
rio que es romper este círculo para alguien que se encuentra dando vueltas sobre 
el mismo de manera constante:
... A veces lo convierto en un arma de doble filo; la gestualidad, la movili­
dad corporal delata demasiado a menudo mis emociones: la alegría, el enfado, el 
dolor, la ira, etc. Y sé que no debo esconderlas ni manipularlas para que no sean 
vistas, porque lo único que conseguiría así sería que se pudrieran en mi interior y 
me envenenaran; pero debo lograr retraer mi impulsividad, ganar tan solo un paso 
a la emotividad, no para calcular, porque sabes que no podría, simplemente para 
amainar ese arranque “pasional’’ que me caracteriza y que siempre me trae tantos 
quebraderos de cabeza...
(Paciente, 24 años)
10 Diamantes en bruto II, pág. 403.
Parte E
DIFERENCIAR ENTRE LO QUE 
DEPENDE DE UNO Y LO QUE 
DEPENDE DE LOS DEMÁS
14
LA AMBIVALENCIA CON RELACIÓN 
A LA RESPONSABILIDAD
Cuando pienso en las personas que se autolesionan porque se sienten cul­
pables o porque no saben canalizar su enfado, me llama la atención que tiendan a 
asumir responsabilidad por todo, como si todo girase en torno a ellos: “Ha pasado 
esto porque yo no hice lo otro", “Soy patético”, "Si no hubiese protestado no se 
habrían disgustado”, ‘Tengo que hacer que se sienta mejor”... Resulta curioso cómo 
las buenas intenciones y la preocupación por los demás se convierte en el motivo 
por el que necesitan hacerse daño. Quizás el sentimiento de culpa es el de mayor 
peso para muchas de estas personas aunque, como he comentado en anteriores 
capítulos, la ira reprimida también tiene un peso importante. Por supuesto, hay otros 
aspectos que resultan perjudiciales y que van unidos a la culpa: la sensación de 
incomprensión y “desastre", “de no hacer nada bien” y la tendencia a depender 
de la opinión de los demás para valorarse o para valorar lo que hacen.
Muchas de estas personas quieren agradar a los que les rodean y cuando no 
lo consiguen se sienten mal, se dispara la culpa y la sensación de responsabilidad. 
En muchos casos no dicen lo que les hace daño o les hace sentir mal por miedo 
a que se enfaden con ellos o por temor a la reacción de la otra persona. Este es 
uno de los motivos que hace que acumulen y lo expresen de repente pero de una 
manera inapropiada, incluso ofensiva, que hará que posteriormente se sientan fatal, 
corroborando que es mejor no decir lo que sienten. En ambos casos (callar y acu­
mular o explotar verbalmente) la persona suele acabar recurriendo a la lesión como 
reguladora de la situación.
En el otro extremo nos encontramos a personas que tienen gran habilidad para 
conseguir que los demás se sientan y hagan responsables de sus actos, que adop­
tan un papel de cuidadores y salvadores aunque, como todo, esto tiene su límite 
y finalmente la persona que adquiere este papel se acaba saturando y alejando o 
transmitiendo hostilidad ante este tipo de comportamientos autolesivos e incluso 
hacia la persona. Esto es algo que confunde a la persona, porque no es consciente 
de que su propio comportamiento, su “sed” de compañía y atención, puede acabar 
generando rechazo y alejando a quien inicialmente se mostraba tan comprensivo y 
tan dispuesto a ayudar. Cuando los familiares acuden a terapia y nos encontramos 
con situaciones similares a esta, explicamos a ambas partes cómo gradualmente se 
ha ido viciando la relación y cómo unas nuevas pautas, entre ellas una comunica­
ción más directa y clara, pueden ayudar a ambas partes a recuperar la confianza y 
a mantener una relación con la que se sientan a gusto, sin obligaciones ni presiones. 
Esto es vital para el paciente y para sus allegados, que en ocasiones se pueden 
llegar a sentir chantajeados por los comportamientos autolesivos de la persona.
15
PREOCUPACIÓN Y CUIDADO: UNA PRUEBA 
DE RESISTENCIA FATAL
Algunas personas tienen dificultades para diferenciar entre los conceptos de 
“importar” y “cuidado”. Creen que los demás les quieren y se preocupan por ellos 
solo si les cuidan e impiden que se hagan daño. Esto, además de ser erróneo, se 
suele convertir

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