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Introducción Cuando usamos la palabra valor en singular, habitualmente lo hacemos para referirnos a los negocios y a la economía, dándole a la palabra connotaciones monetarias. En cam- bio, con valores, en plural, nos referimos a nuestras creencias y nuestras actitudes con respecto a la espiritualidad, la religión o la natu- raleza. El valor nos hace ricos y tra- bajamos con ahínco para conseguir- lo, pero los valores nos hacen humanos y, curiosamente, no sabe- mos cómo profundizar en ellos y aplicarlos a la vida. Así, los dos con- ceptos han tomado caminos diver- gentes y cada día nos preocupa más el abismo que los separa. Nos gusta la democracia pero no encontramos candidatos que nos ilusionen; nos preocupa la educación de nuestros hijos, pero en el mundo de la ense- ñanza el mercado es más importan- te que los estudiantes. Necesitamos darle un sentido a la vida pero esta- mos demasiado ocupados con el trabajo y la familia: queremos triunfar y, sin embargo, sentimos un vacío que sólo se puede llenar ten- diendo un puente entre el "valor" y los "valores". Ya no tomamos parte activa en la vida de las ciudades donde vivimos y todo nuestro tiem- po se reparte en actuar como con- sumidores en un mercado, como trabajadores en una empresa y como miembros de una familia. El predominio actual del valor sobre los valores se ha impuesto con gran rapidez si comparamos la vida actual con la de nuestros antepasa- dos. El autor de este libro propone mantener la prosperidad económica sin olvidar los valores del pasado, recuperándolos y aplicándolos a Título del Libro: On Value and Values: Thinking Differently About We in An Age of Me Autor: Douglas K. Smith Fecha de Publicación: 8 de Marzo 2.004 Editorial: Pearson Education Nº Páginas: 304 ISBN: 0131461257 Contenido Introducción. Pag 1 Valor, valores y propósitos. Pag 2 Valores y caminos comparti- dos. Pag 3 Consumidores, empleados e inversores. Pag 3 Ideas y propósitos. Pag 4 Ciudadanía y comunidad. Pag 5 Democracia y gobierno. Pag 6 El bien común y el capital. Pag 7 Sugerencias. Pag 8 EL AUTOR: Douglas K. Smith ha trabajado en numerosas empresas como profe- sor, abogado, escritor y consultor. Es un pensador de reconocido talento y autor de diversos libros, entre los que se incluyen los siguientes bestsellers internacio- nales: The Wisdom of Teams y Fumbling the Future: How Xerox Invented Then Ignored Personal Computing. Es colaborador habitual en prestigiosas publicacio- nes como: The Harvard Business Review, The Wall Street Journal o The McKinsey. Este libro lo puedes comprar en: www.amazon.com Sobre el Valor Económico ySobre el Valor Económico y los Valores Éticoslos Valores Éticos Leader Summaries © 2004. Resumen autorizado de: On Value and Values: Thinking Differently About We in An Age of Me por Douglas K. Smith, Pearson Education © 2004 11 On Value and Values nuestra vida actual, que ya no trans- curre en pequeñas ciudades sino, gracias a las nuevas redes y organi- zaciones, en contacto potencial con millones de personas. Debemos buscar los valores en plu- ral y huir de los radicalismos, donde un sólo valor prevalece sobre los otros, pues ello conduce a la simple- za mental y no coincide con los diversos objetivos a que aspiramos. En este mundo globalizado podemos realizar nuestros sueños sin estar atados a una ciudad, pero si busca- mos el valor del trabajo por un lado y los valores personales por otro, la vida pierde coherencia. Aplicando los valores a todos los campos pro- ductivos de la actividad humana podemos crear un mundo más soli- dario que el actual. Valor, valores y propósitos Hasta finales del siglo XX, nuestra vida estaba condicionada por la ciu- dad donde habitábamos, pero hoy en día lo está por las empresas y las organizaciones de mercado, que obligan a replantearse valores éticos como la justicia y el bienestar. Tenemos casas, pero nuestro hogar es el estilo de vida que hemos elegi- do según nuestros intereses econó- micos. No es que antes la vida estu- viera limitada por las ciudades; había intercambio de ideas y perso- nas que borraban las fronteras, pero los valores morales estaban fuerte- mente unidos a ellas, y los grupos sociales (familia, vecindad, trabajo, escuela e iglesia) hundían sus raíces en ese punto geográfico. Ahora, gra- cias a los transportes y las teleco- municaciones, se puede acceder a todos los lugares del planeta, y la tecnología permite a la mayoría de los humanos dominar el mundo de la empresa, compartir experiencias y usar nuevos lenguajes que nos apro- ximan y nos convierten en una espe- cie superior en términos darwinia- nos. El mundo es cada vez más pequeño: A conoce a B, que conoce a C, que conoce a D, que me conoce a mí, formando así una red de conexiones entre gente que tiene cosas en común. Nos sentimos menos margi- nados porque estas relaciones nos acercan ideológica y psicológica- mente a millones de personas, lo que sería imposible en un mundo limitado a las ciudades. Al mismo tiempo, elegimos dónde, cómo y con quién vivir en un mundo globalizado que nos obliga a ser consumidores y no ciudadanos: compramos y vota- mos en mercados; trabajamos y estudiamos en empresas, viajamos y nos comunicamos a través de siste- mas complejos que involucran a otros mercados y otras empresas, y en este contexto, nuestra casa es importante porque es el cruce de caminos de todo ese entramado. Se emplea más tiempo y esfuerzo en los mercados y en las empresas que en hablar con los vecinos, porque nuestra conexión con el mundo no es territorial, sino tecnológica. Cuando trabajamos, compramos, nos divertimos, rezamos o votamos, son las empresas y las organizacio- nes las que conectan estos aspectos de nuestra vida; no pretenden tener un control total sobre ella, sino que cada una se conforma con la parte correspondiente. Quieren nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro voto y se benefician por separado de nuestras costumbres y nuestra leal- tad. Levi's quiere vestirnos, Volkswagen transportarnos, CNN informarnos, Cruz Roja hacernos solidarios, nuestros hijos esperan que pasemos más tiempo con ellos y nuestro jefe que trabajemos mejor. Antiguamente, la iglesia aglutinaba la espiritualidad con la política, la cultura y la economía. Hoy todas las facetas humanas se canalizan a tra- vés de empresas, así que pensando en términos de mercado y no sólo de comercio, es posible unir el "valor" con los "valores". Ya existen merca- dos como el ecoturismo, el asesora- miento matrimonial o las ONG, que combinan ambos planos. Otros, en cambio, como la política, son un ejemplo de mercado ineficaz carac- terizado por su estrechez de miras, por la escasa calidad del producto y por un mal servicio al cliente. Resultarían más admisibles si se abrieran a otros valores aparte del poder, la buena imagen y la publici- dad engañosa, porque lo que hace eficaz a cualquier empresa es su conciencia de organización social. La brecha entre "valor" y "valores" empezó a abrirse hace casi 30 años, cuando las empresas tuvieron que renunciar a los métodos tradiciona- les para adaptarse a las nuevas exi- gencias del mercado en lo referente a sus estructuras, sus finanzas y su lucha con la competencia. Apareció la empresa horizontal que funciona en equipo, que apoya a sus trabaja- dores y, mucho más importante, que presta atención a los valores huma- nos. Se publicó un gran número de libros sobre el tema del valor y los valores, lo que llevó a muchas empresas a redactar una "Declaración de Principios" donde se recogían las actitudes que se espe- raban de los trabajadores: equili- brio, honradez, trabajo en equipo, enfoque al cliente, innovación, rapi- dez y formación. Dichas declaracio- nes se aproximaban a lo que signifi- ca trabajar con un objetivo común y se asociaban a los valores ciudada- nos, pero no se invirtió el dinero ni el tiempo necesarios para llevar esos principios a la práctica y el intento fue inútil. El conflicto radica en que las empre- sas sólo consideran los "valores" un medio para conseguirel fin, que es el "valor". Sitúan al margen el valor económico y asignan la tarea sobre los valores morales al departamento de Recursos Humanos. Para algunos, la solución se encuentra en hacer lo contrario: supeditar el valor econó- mico a los valores morales, pero tampoco resuelve el choque de inte- reses porque las empresas están para obtener beneficios. El "valor" económico es uno de los "valores" humanos y, por eso, ambos deben ser un medio y un fin. Esta separación se da en otros mer- cados. Para el consumidor, el dinero es un "valor" para comprar produc- tos y poco le importan los valores de la empresa que los vende. Las noti- cias sobre el valor económico (infla- ción, recesión...) no hablan de los valores, así que la conexión debe hacerla cada uno individualmente. Por ejemplo, la falta de dinero entre los jóvenes de Oriente Medio (valor) los convierte en cantera para los fundamentalistas (valores). La separación es terrible, pero simple- mente decimos "así están las cosas". En 1992, la ignorancia de Bush en temas económicos hizo que Clinton 22 On Value and Values ganara las elecciones porque era más importante el "valor". Se vivió un momento de prosperidad econó- mica hasta 2000, cuando se volvie- ron más importantes los "valores" y Clinton no salió reelegido por su conducta inmoral con M. Lewinsky. Bush ofreció valores cuando el valor seguía en la cumbre y sólo volverá a ganar si mantiene esa actitud. En el ámbito familiar también pode- mos preguntarnos qué prima más, si el valor o los valores. ¿Se anima a los hijos a que estudien lo que les gusta, a sabiendas de que no gana- rán mucho dinero, o al contrario? En general, los padres no saben resol- ver este dilema y toman partido por el valor porque ellos ya lo han hecho, aunque cada vez hay más casos de gente que cambia de tra- bajo para lograr ambas cosas. Así pues, ni valor sin valores ni lo contrario. La empresa, la familia y la política son mercados donde com- partimos tiempo y esfuerzo con otras personas y donde es posible obtener beneficios tanto económi- cos como morales. Valores y caminos compartidos Es habitual identificar valores con creencias en vez de admitir que los valores son consecuencia de esas creencias. Por ejemplo, el 90 % de la población cree que no es bueno con- ducir bajo los efectos del alcohol, pero en EE.UU. mueren 17.000 per- sonas al año por este causa. Lo que parecía un valor moral consistente no se aplica en la práctica, porque muchos conductores confían en sus reflejos o creen saber cuál es su límite de tolerancia al alcohol. El valor auténtico es no beber al volan- te y estar convencido de que con ello se salvan vidas. A veces es más fácil dar consejos que razones convincentes. Los con- sejos funcionan cuando existe un código de valores aceptado por todos, aunque no siempre es así. La campaña oficial "Di no a las drogas" iba dirigida a los jóvenes individual- mente, sin tener en cuenta el fun- cionamiento del mercado ni la influencia del grupo en esas edades, y suponía que la familia y la escuela colaborarían en la eficacia de la campaña. Pero los padres llegan cansados a casa y toman una copa, los jóvenes viven en su habitación y los profesores no quieren asumir riesgos. La campaña no redujo ni la venta ni el consumo de estupefa- cientes, se limitó a dar consejos y no tuvo en cuenta a los colectivos que apoyan la legalización de las drogas blandas. En política, la mayoría cree en los dos pilares de la democracia: el voto libre en las elecciones y el derecho a la libertad de expresión; sin embargo, se producen altos índices de abstención y en nuestro entorno no siempre decimos lo que pensa- mos. Existen grupos que practican su derecho a voz y voto: funciona- rios, sindicalistas o colegios profe- sionales, pero, curiosamente, no actúan de igual manera en unas elecciones generales. La explicación se encuentra en que, para sentirnos involucrados en algo, debemos com- partir con otras personas ideas, recursos, objetivos, destinos y esta- tus social. Antiguamente, estos valores funcionaban en conjunto y un profesor, por ejemplo, era al mismo tiempo cliente, amigo o veci- no. En el mundo actual, cada valor funciona por separado dentro de ese grupo, los problemas importan sólo si nos afectan personalmente y sen- timos que el individualismo no es coherente con la búsqueda de los " valores". Sin entrar a juzgar si ello es bueno o malo, está claro que en la familia, en las asociaciones y en el trabajo los valores compartidos están por encima del individualismo, porque se interactúa con personas conoci- das que tienen los mismos intereses. Sin embargo, la prisa y las distancias están provocando actualmente una división en las familias: cada gene- ración comparte trayectorias por separado (los abuelos en la residen- cia, los chicos en la pandilla, etc.), mientras que las familias antiguas vivían unidas por valores comunes mucho más sólidos. Los caminos compartidos son la con- secuencia de conductas válidas en el pasado y en el futuro, donde todos tienen derechos y obligaciones. Implican interacciones casi inexis- tentes en los mercados, donde somos meros consumidores de pro- ductos. En un restaurante, una per- sona pone la mesa, otra sirve la comida, otra cobra la factura y todo esto no implica ningún tipo de acti- tudes ni de creencias. Los caminos compartidos no son un camino de rosas; se ven condiciona- dos por defectos como la envidia, la ira o la hipocresía, pero sus valores surgen de las expectativas y obliga- ciones recíprocas y de la aceptación de la vergüenza o el castigo. En cambio, no se obtienen resultados en grupos numerosos porque no compartimos un solo camino con muchas personas, como en las anti- guas ciudades, sino varios caminos con pocas personas. Hoy en día, los intereses personales y el apremio del tiempo han sustituido a los lazos de sangre y a las creencias firmes, y los caminos recorren círculos dife- rentes y más pequeños: en el traba- jo buscamos el "valor" del dinero sin pensar en los valores, y con los ami- gos buscamos los "valores" de la camaradería sin pensar en el valor. Dedicamos un tiempo a la familia, otro al trabajo, al mercado o a la asociación separando en cada momento el valor de los valores. Aunque no ampliemos demasiado el número de personas, podemos mez- clarlos si, por ejemplo, planteamos un debate en el trabajo sobre la forma de unir los intereses económi- cos con los intereses humanos, o si contemplamos una ONG como un mercado donde la responsabilidad individual ayuda a obtener un bene- ficio común. Consumidores, empleados e inversores A diario, tratamos con desconocidos en mercados y organizaciones donde los valores surgen de los roles com- partidos que cada persona desempe- ña, especialmente los de comprador y vendedor. No desconfiamos unos de otros porque cliente y empleado comparten y asumen valores socia- les (cortesía), políticos (libertad de elección), tecnológicos (pago con tarjeta de crédito) y económicos (precios no negociables). Los antropólogos creen que las 33 On Value and Values expectativas, los derechos y las obligaciones compartidos surgen en una sociedad gracias a un estatus ( "jefe") y a un rol ("compras"). Cuando todo el mundo cumple con su rol y su estatus surgen unos valo- res que minimizan los conflictos y optimizan el funcionamiento de la sociedad. Aunque no exista relación personal, de los roles compartidos pueden surgir valores sólidos, si bien muy concretos. En los años 90, en un pueblo de EE.UU. cuya economía había prosperado considerablemen- te, se sugirió ampliar la red de carreteras y todos sus habitantes estuvieron de acuerdo. Cuando se les advirtió de que eso podía signifi- car doblar la población, todos se opusieron porque preveían los peli- gros de las grandes ciudades, es decir, aire contaminado por el tráfi- co, delincuencia en las escuelas, etc. ¿Qué les hizo cambiar de opi- nión tan drásticamente? Diferentes roles entraron en conflicto. Como constructores o vendedores, les importaba el "valor" que suponía el crecimientodel pueblo. Como padres o deportistas, veían amena- zados sus "valores". En palabras de un promotor de viviendas: "Quiero vender muchas casas de 9 a 5 y des- pués no quiero saber nada de los problemas que generan quienes me las han comprado". Los valores compartidos cambian con el rol y con el contexto. Por ejemplo, en una tienda, el cliente sólo ve al empleado en un conjunto de roles que implica vendedor, com- pañero de los otros vendedores y cliente de sus proveedores, pero en un parque lo verá como padre, lec - tor o deportista. Esta fragmentación sucesiva ocurre más en el mundo de los mercados, donde reina el valor. En cambio, en el mundo de las fami- lias, cada miembro es conocido por sus numerosos roles: trabajador y jefe, padre y deportista, etc., de tal manera que los caminos comparti- dos favorecen la unión entre valor y valores. En este mundo de objetivos e inte- reses, hay que admitir que ha des- aparecido el rol tradicional de ciu- dadano como miembro comprometi- do de una comunidad. Así pues, los roles donde compartimos valores quedan reducidos a empleado, con- sumidor, inversor, miembro de una familia y amigo. Por empleado entendemos la persona que dedica tiempo y esfuerzo a trabajar en una organización, ya sea en una empre- sa a cambio de dinero, ya en una asociación sin ánimo de lucro donde existen valores compartidos. Como consumidores, nuestro rol en el mercado es obtener valor a cambio de dinero, pero si elegimos un determinado producto porque lleva implícitos ciertos valores, estamos entremezclando ambas cosas. Tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York se vendieron millones de banderitas para demos- trar que los ciudadanos defendían la democracia, la paz y la libertad. No fue necesario forjar ninguna campa- ña publicitaria, porque esos eran valores compartidos en todos los ámbitos sociales. Dado que no siem- pre tenemos tiempo para seleccio- nar un producto entre mil, las empresas deberían proporcionarnos la información sobre los "valores" añadidos de ese "valor". Como empleados, intentaremos influir para que se tomen las decisiones adecuadas y como compradores, elegiremos el mejor producto. En la economía moderna, el valor de las acciones es fundamental y es legítimo buscar el interés individual sin llegar a la avaricia. A la hora de comprar acciones tenemos en cuen- ta los resultados de la empresa, buscando el valor monetario sin pre- ocuparnos de los valores morales. Para invertir bien en bolsa hay que prever el futuro y conocer los diver- sos riesgos que afronta el capital, ya sean políticos, geográficos o de otra índole. Aquí entran los asesores bur- sátiles, que valoran la fluctuación del mercado y orientan al inversor hacia una determinada empresa o sector con el único objetivo de sacar el mayor rendimiento al dinero. Sólo se centran en el "valor", obviando que la cotización en bolsa de un negocio puede depender de los "valores" de los miembros del gobierno o de los políticos que legis- lan en el Parlamento. Algunas empresas, como las aseguradoras, deben considerar obligatoriamente los valores humanos, porque tienen que prever los efectos de las catás- trofes naturales, la capacidad de respuesta ante las emergencias y los servicios médicos disponibles. Pero no es posible generar valor sin la ayuda de los valores compartidos, porque de lo contrario surgen casos como los tristemente famosos Enron o Arthur Andersen en EE.UU. Después de la euforia inicial de con- vertirnos en accionistas, caemos en la cuenta de que somos incapaces de conjugar el valor con los valores. Ni entendemos los mecanismos del mercado bursátil ni conocemos a los trabajadores de la empresa donde hemos invertido, así que debemos confiar en la información de unos asesores financieros que normal- mente sólo creen en el valor de las cotizaciones, mientras hacen oídos sordos al resto de los valores. Se impone la necesidad de otro tipo de líderes en los mercados, y quienes más pueden influir para lograr este objetivo son los trabajadores de la empresa que se atrevan a huir de esta peligrosa ruptura entre la eco- nomía y la ética. Ideas y propósitos Antiguamente, se actuaba de acuer- do con las ideas colectivas de un determinado lugar: la discrepancia se castigaba, los disidentes necesi- taban agruparse y las nuevas ideas florecían muy despacio, pero hoy las cosas han cambiado y se puede actuar libremente. Las ideas siempre han influido en los valores y las compartimos con mucha gente, pero eso no significa que den lugar a valores comparti- dos, sino que más bien crean posibi- lidades. Una idea compartida no siempre hace referencia a los mis- mos valores. La coherencia de per- sonas que comparten su trayectoria vital genera valores compartidos; en cambio, las ideas son meras proba- bilidades flotando en el aire. Para que lleguen a influir en los valores se requieren tres condiciones: pri- mera, estar en contacto con ellas; segunda, comprender su significado; tercera, convicción y acción: a veces creemos en una idea sin prac- ticarla (democracia frente a absten- ción) y otras veces nuestro compor- tamiento se basa en ideas en las que no creemos. 44 On Value and Values Las empresas emplean tiempo y dinero en estudios de mercado para perfilar y expandir ideas comparti- das, pero van dirigidas a un sector social determinado, es decir, a un grupo de "yos", lo que no fomenta la auténtica unión del valor con los valores. Hace años, un producto como el champú era sólo una mer- cancía útil empleada por toda la sociedad, pero hoy se tienen en cuenta factores como el tipo de pelo, el sexo del usuario o el impac- to ambiental, y si alguien quiere dedicarse a este negocio debe apor- tar ideas originales. La publicidad exagera las ideas, pero eso no significa necesariamen- te que mienta. Si al anunciar un coche se menciona la seguridad, se están usando los valores para gene- rar valor. Las marcas que traspasan la frontera entre exageración y engaño fracasan cuando el consumi- dor prueba el producto y, al perca- tarse del fraude, cambia de marca. Este poder de decisión es trascen- dental, pero para unir en los merca- dos el valor con los valores es nece- sario expandir estas ideas entre la familia, los amigos y los compañeros de trabajo. Las ideas no son ni malas, ni buenas, ni nuevas, pero afectan a todos los ámbitos de la vida y deben provocar reacciones colectivas. Si una madre decide seguir un programa de adelgaza- miento en Weight Watchers, su hija adolescente pensará que ello no encaja con las ideas que le ha incul- cado sobre los trastornos de la ali- mentación. Solo si la madre le expli- ca la diferencia entre anorexia y peso ideal, transformará esas ideas en valores y la hija verá aclarados ambos conceptos: quizá incluso lle- gue a comentarlo con los miembros de su pandilla y entre todos se deci- dan a sugerir a WW la creación de un programa específico para adoles- centes. A través de estos grupos sociales, las ideas llegarán a miles de personas y se convertirán en valores compartidos. En la actualidad, se generan más ideas de las que podemos digerir y a la vez se crean condiciones que favorecen la ignorancia. Sabemos que los laboratorios farmacéuticos producen valor, pero mucha gente desconoce que sobornan a los médi- cos, que no invierten lo suficiente en investigación y que ocultan datos sobre los riesgos de algunos fárma- cos. ¿Por qué no buscamos esa infor- mación? Porque nos faltan el tiempo y las ganas y ellos nos lo ponen difí- cil con la "letra pequeña". Debemos tomar decisiones éticas, pero no conocemos las intenciones de las empresas ni los valores de sus empleados, así que terminamos por fiarnos de ellas, las juzgamos a tra- vés de sus productos y les damos el nombre de "marcas". Las marcas no son sólo una imagen, sino que con- vierten las promesas en experien- cias acordes con las ideas que pro- mueven: Nike inculcó al público hace años la idea de vivir una autén- tica experiencia deportiva gracias al lema "Do it", aportando así un matiz de buena voluntad y fiabilidadque unía el valor con los valores a los ojos del consumidor. Como las mar- cas son ideas, a veces evolucionan y escapan de las manos de sus creado- res, como ocurrió con el escándalo de O.J. Simpson. Su imagen de deportista recibió el apoyo de un público que no lo veía en el papel de asesino, pero como persona no se le quería impune y se produjo una rup- tura entre los valores y las ideas compartidas. Así pues, los consumidores expresan su opinión al elegir una marca si saben discernir entre los valores que merecen la pena y los que no, aun- que suele interesarles más el valor y sus decisiones no siempre son coherentes porque no buscan la información necesaria. Podemos dar un giro a esta situación aplicando los valores a los bienes de consumo e intentando, como empleados, influir en nuestras empresas para que se tomen las decisiones adecuadas. Ciudadanía y comunidad Para algunos sociólogos, el escaso compromiso cívico va acompañado de un deterioro de los valores fami- liares y políticos cuyas consecuen- cias son una educación deficiente, una mala salud y un desprecio por las leyes. Existe poca práctica en gobernar conjuntamente para con- seguir el bien común y no participa- mos en colectivos donde se aprende a juzgar y a equilibrar la libertad individual con el bien social. La ide- ología legal dominante en la admi- nistración no piensa en las liberta- des colectivas, sino en los derechos de cada persona, y el individualismo se ha convertido en la doctrina del "vive y deja vivir" donde el bien está definido por el valor económico. Hoy en día se han deteriorado los valores compartidos y no goberna- mos colectivamente, sino que somos grupos de "yos" que se ponen en manos de la Administración para que esta gobierne por ellos. Cada per- sona debe ser libre para lograr sus propósitos, pero un exceso de indivi- dualismo hace que la democracia sufra, surge la apatía y decae el compromiso cívico. Para recuperar los caminos compar- tidos en una sociedad es necesario involucrarse en la búsqueda del bien común. En las ciudades democráti- cas del siglo XVIII se gobernaba en común porque la gente compartía sus destinos: las familias estaban integradas en barrios, los barrios en ciudades, las ciudades en regiones y así sucesivamente. En la actual sociedad globalizada y preocupada por el dinero, se presta poca aten- ción a los vecinos o a los compatrio- tas. Vivimos en familias, mercados y organizaciones como padres, clien- tes o trabajadores, pero la ciudada- nía no es un rol suficientemente compartido. Puesto que empleamos más tiempo y esfuerzo en las organi- zaciones, ellas son el nexo de unión entre los valores familiares y la bús- queda del bien común en los merca- dos y en la política, ya que los valo- res atraen más la atención cuando van ligados al valor. En 2003, un hombre apareció en un centro comercial de Nueva York con una camiseta en la que se leía una frase contra la guerra de Irak. El guardia de seguridad le pidió que se la quitara, él se negó y fue arresta- do. Días después, los dueños de las tiendas protestaron, la empresa ges- tora del centro retiró los cargos con- tra el hombre y despidió al guardia de seguridad. Este es un ejemplo de compromiso cívico aplicado por los consumidores en el mundo de los mercados. Sin embargo, el proceso se detuvo ahí en lugar de fomentar discusiones entre todos los colecti- 55 On Value and Values vos implicados para ver cómo esta acción había afectado al bien común. Los compromisos de un colectivo de "yos" no traspasan su propio ámbito, sino que, una vez superado éste, recurren a otros colectivos con la idea del "házmelo tú". Como votan- tes, esperamos que el candidato elegido gobierne por nosotros y no nos sentimos responsables de que su interés sea también el interés común, abriendo paso a la tiranía de las minorías que comparten ideas pero no comparten destinos. En los mercados votamos al comprar un producto y nuestro papel termina ahí. En cambio, gobernar juntos es una responsabilidad común compar- tida que cuando no se logra provo- ca frustración, desconfianza y dete- rioro de los valores democráticos. Los valores compartidos de una comunidad se descubren y se practi- can en las organizaciones. Una orga- nización no es sólo un trabajo o un negocio, sino una comunidad donde las personas se consideran responsa- bles de sí mismas y de los demás. Organización es una empresa, una revista, una sinagoga, un programa de educación de adultos, una página web, etc. Las hay con ánimo de lucro, benéficas, públicas o privadas y a ellas dedicamos tiempo y esfuer- zo como empleados, estudiantes o voluntarios, uniendo los propósitos individuales con los compartidos. En el mercado buscamos el valor y en la red la comunicación, pero en las organizaciones los propósitos son muchos y bien definidos, y trabajan- do en ellas apoyamos las creencias y las conductas que siempre se han asociado con las comunidades de tiempos pasados. Los fines son tan variados como la vida misma y abar- can diferentes valores incluido el dinero, porque en las organizaciones el interés económico siempre debe ser uno más de los propósitos com- partidos. En las antiguas comunidades, las personas desempeñaban siempre el mismo papel. Nosotros cambiamos de rol según el contexto impidiendo que nuestra vida sea coherente, aunque es en las organizaciones donde aparecen los valores compar- tidos más sólidos. Sería fácil contar- le a un desconocido los valores fun- damentales de la empresa donde trabajamos, pero no lo sería tanto explicarle los que reinan en nuestra ciudad, porque en ella participamos solamente como consumidores. En cambio, en las organizaciones com- partimos destinos y de ahí sale la fuerza necesaria para cambiar o mejorar, y aunque no sean perfec- tas, tienen unos modelos de conduc- ta más estables que los de la ciudad o la nación. Si dos desconocidos coinciden en un aeropuerto y descu- bren que trabajan en la misma mul- tinacional, puede que tengan más cosas en común que dos desconoci- dos que vivan en la misma ciudad. Las organizaciones son nuestras comunidades actuales: el gran reto será conectar sus valores con el mundo de los mercados y las fami- lias. Democracia y gobierno Las organizaciones son hoy nuestra ciudad (polis, en griego), todo lo que les ocurra nos afecta, y nuestras vivencias políticas tendrán que ver con las decisiones que tomemos en ellas. En los caminos compartidos existen obligaciones personales para con el grupo, se aprende a compar- tir destino con gente desconocida y se puede practicar el autogobierno. Percibimos más los valores democrá- ticos en una organización (donde no tenemos derecho a voto) que en unas elecciones generales (en que no vamos a votar o de las que espe- ramos que los candidatos elegidos cumplan sus promesas para luego mantenernos al margen). El concepto de "buy in" combina el valor político con el económico: ante una fusión de empresas, por ejemplo, se explican las razones económicas y se intenta que los empleados apoyen el cambio, por- que son parte importante de la com- pañía y también van a beneficiarse. El "buy in" es un compromiso autén- tico en el gobierno de una organiza- ción y una buena forma de partici- par en sus asuntos. En el lugar donde vivimos los valores cívicos han perdido sentido, ya no partici- pamos en el gobierno de la ciudad y somos como mucho votantes y con- tribuyentes, es decir, consumidores e inversores. Pero todos trabajamos en alguna organización donde com- partimos experiencias y valores polí- ticos, así que el reto es participar activamente en todas las organiza- ciones donde sea posible aplicar esos valores democráticos. Las organizaciones que comparten propósitos son el marco ideal para la resolución de problemas, porque transforman las ideas en valores a través de su política y su forma de gobierno. La idea clásica del gobier- no de una organización es una estructura jerárquica que gestiona la empresa para obtener buenos resultados en el mercado y que se mueve dentro de la legalidad. Su filosofíase basa en que los accionis- tas eligen directores que controlan la gestión en nombre de los accio- nistas, pero no dirigen la empresa. Los accionistas quedan al margen y no tienen ninguna responsabilidad sobre sus empleados, dando más importancia a los derechos indivi- duales que al autogobierno de la organización. No perciben que tra- bajamos juntos para resolver pro- blemas, y gobernándonos a nosotros mismos podemos aunar el valor con los valores. De las organizaciones aborrecemos sobre todo la burocra- cia, que aunque contribuye a la ges- tión de la empresa, impide la efica- cia, la rapidez y la meritocracia y no resuelve problemas, sino que los genera. Actualmente, la tecnología, la glo- balización y los mercados financie- ros están acabando con la burocra- cia y las organizaciones se plantean nuevas formas de gestión donde los trabajos estén enfocados a los pro- pósitos compartidos. En la organiza- ción jerárquica clásica, el director general era el jefe y se fomentaba el antagonismo entre la dirección y los trabajadores, pero hoy se com- parten enfoques, proyectos y objeti- vos. Nuestras organizaciones ya no consisten en un jefe que da órdenes al resto, sino que confían en traba- jadores de todos los niveles que, gracias a la tecnología y la forma- ción, están cualificados para des- arrollar varias tareas. Las organizaciones actuales se ges- tionan y se gobiernan de una forma dinámica a través de grupos peque- ños en los que participan empleados 66 On Value and Values y ejecutivos. Se usan dos métodos: con un solo jefe si se necesita la habilidad individual, o con un equi- po si se requieren múltiples destre- zas, en cuyo caso debe aplicarse una disciplina democrática. Estos grupos obtienen resultados porque su obje- tivo no es cumplir con las normas burocráticas, sino mejorar el rendi- miento; de ahí que los directivos deben confiar en los equipos para resolver problemas combinando con éxito jerarquía y valores democráti- cos. Para que la empresa tenga un rendi- miento sostenible debe proporcio- nar valor a los clientes, que generan valor para los accionistas, que ofre- cen a los empleados la posibilidad de proporcionar valor a los clientes y así, sucesivamente. Si a la organi- zación sólo le preocupa proporcio- nar valor monetario a los accionis- tas, está olvidando el resto de los valores y se producen escándalos como el de la compañía norteameri- cana Enron. Las organizaciones actuales deben contar con otro tipo de empleados que sepan resolver problemas, es decir, que sepan gobernar juntos. El bien común y el capital Economistas, ejecutivos y políticos han convertido el dinero en la clave de la felicidad humana, haciendo que el valor monetario sea el ombli- go del mundo moderno. Comparada con el comunismo, el fascismo o la teocracia, la democracia capitalista es una máquina perfecta de fabricar "valor", lo que debería significar que la gente es más feliz. Sin embargo, la depresión, la inseguridad, la des- confianza y las rupturas familiares están a la orden del día. Para explicar esta situación, Robert Lane creó el concepto de falacia economicista, convicción de algunos economistas según la cual la felici- dad es proporcional al dinero. No queda muy lejos de la doctrina utili- taria, forjada siglos atrás, y que busca lo mejor para la mayoría. Ambas visiones coinciden en refor- zar las siguientes creencias: 1) los consumidores buscan valor a cambio de dinero cuando compran un pro- ducto, y no les importan los otros valores; 2) los inversores sólo se mueven por el valor accionarial, que desprecia los valores humanos inhe- rentes al riesgo y la recompensa; 3) los empleados sólo trabajan por dinero y la calidad laboral depende del salario; 4) los amigos y la familia huyen del fundamentalismo del valor y buscan los valores humanos en las relaciones de amistad y parentesco. El utilitarismo no es que olvide los valores, sino que les pone precio. Tras el atentado de las Torres Gemelas, el gobierno de EE.UU. encargó a sus expertos que hicieran un cálculo en dólares de las moles- tias ocasionadas al ciudadano por las fuertes medidas de seguridad. El análisis puso un precio a la libertad individual y otro a la seguridad indi- vidual; después se compararon las cifras para ver si, por ejemplo, emplear dinero en blindar los aero- puertos compensaba en términos de protección contra el terrorismo. Todos los valores tienen sentido tra- ducidos a valor. El bien común de un grupo unido no es igual que lo mejor para la mayo- ría de la nación. En una familia cada miembro colabora para conseguir la felicidad de todos, pero la felicidad es un compuesto de valor económi- co y valores humanos y si predomina un único valor, la familia no es feliz. También las organizaciones buscan el bien común en la felicidad com- partida: a sus miembros les importa el dinero, el compañerismo y la jus- ticia, y el bien común no es sólo la suma aritmética de la felicidad indi- vidual. En ellas tenemos la oportuni- dad de cuidar de nosotros mismos sirviendo a otros y están destinadas al fracaso si no poseen valores com- partidos o si el "yo" predomina sobre el "nosotros". Como el concepto de bien común es subjetivo, lo que debe exigírseles es que ofrezcan valor y valores a la mayoría de los clientes y ciudadanos. Una organización se aleja del bien común cuando únicamente está interesada en ofrecer valor econó- mico a sus accionistas, en un capita- lismo a ultranza que considera los negocios máquinas de hacer dinero y al accionista situado por encima de clientes y empleados. Los accionis- tas se convierten así en los dueños de los trabajadores y tienen intere- ses financieros en empresas donde ellos no trabajan. En los mercados bursátiles, los intermediarios reú- nen el capital y supervisan las inver- siones en nombre de los accionistas, en busca solamente del valor mone- tario de las operaciones. Es necesa- rio equilibrar los intereses financie- ros de los accionistas con los intere- ses éticos de los empleados, que deben hacerse cargo de los asuntos que les afectan. Los demás debemos exigirles productos de calidad que unan el valor con los valores. La innovación es la clave del éxito o del fracaso en la mayoría de los mercados, pero ninguna organiza- ción es perfecta. Los laboratorios farmacéuticos, por ejemplo, crean productos nuevos cuando saben que triunfarán en el mercado y logran así grandes beneficios, pero por otra parte, no hacen nada para que sus fármacos tradicionales lleguen a los más pobres. Al pensar que la innova- ción sólo se produce en la empresa privada, no somos conscientes del potencial que existe en las empresas públicas y en las organizaciones benéficas. Ellas pueden convertir el fracaso en éxito y, por supuesto, necesitan dinero, pero los inverso- res no quieren ver su "capital" aso- ciado a la expresión "sin ánimo de lucro". Para una ONG puede ser una pesadi- lla conseguir el capital necesario; en cambio, una empresa privada lo busca en los mercados financieros y sus esfuerzos se concentran en el rendimiento, no en pedir de puerta en puerta. El dinero para las organi- zaciones benéficas procede de la administración, que puede cambiar su postura cada vez que cambia el gobierno; de las fundaciones, que pasan a ayudar a otra ONG cuando la primera marcha bien; y, por último, de las grandes empresas, que cada vez donan menos recursos. A estas organizaciones se les exigen exce- lentes rendimientos y, para seguir existiendo, deben prestar cada vez más servicios a un mayor número de personas, mientras que las empresas privadas pueden mantenerse en un nivel de crecimiento cero. De esta situación se aprovechan las grandes compañías, que rápidamente apli- can al mercado las ideas innovado- 77 On Value and Values ras que han triunfado antes en una organización benéfica. El capital huye de lo "no lucrativo" y, sin embargo, hay accionistas que invierten con otro tipo de criterios no lucrativos, como la clase de clientes de la empresa, la cuota de mercado o la innovación tecnológi- ca. Las organizacionespueden reci- bir capital de los accionistas, que sólo se preocupan por la rentabili- dad económica, o de los inversores activos, que añaden otros valores a su capital. Como las organizaciones benéficas también mueven dinero y definen posiciones en el mercado, para tener buenos rendimientos deben buscar su capital entre accio- nistas, inversores y otros colectivos con valores compartidos. Los gobier- nos podrían ayudar a conseguirlos, por ejemplo con desgravaciones "caritativas" en los impuestos, pero en la sociedad donde reina el valor, estos son los valores: 1) Idolatría mercantil. Los mercados son supe- riores a los gobiernos y estos deben mantenerse al margen para que aquellos consigan lo mejor para la mayoría. 2) Responsabilidad indivi- dual. Los gobiernos deben garanti- zar libertad individual para partici- par en los mercados, que proporcio- nan felicidad individual. 3) Injusticia basada en el valor. Los gobiernos no deben cuidar de las personas, pues- to que cada uno debe cuidarse de sí mismo; por lo tanto, el ideal es la inexistencia de los gobiernos. Así las cosas, la administración sólo ofrece burocracia y seguridad, una organi- zación caritativa se basa en unos ideales trasnochados y un negocio sirve para que se enriquezcan los accionistas. Por suerte, existen colectivos que comparten valores sólidos y que, disponiendo de capi- tal, se ayudan a sí mismos ayudando a las personas desfavorecidas. Sugerencias Debemos encontrar soluciones a los problemas de los mercados y las organizaciones dentro de los propios mercados y las propias organizacio- nes. Las grandes sociedades son insostenibles sin formaciones de tamaño medio, porque ellas propor- cionan estabilidad, y esas formacio- nes medias que dan cohesión al mundo actual son las organizacio- nes. Pero las ideas compartidas dan lugar a colectividades de "yos", y lo que conjuga el valor con los valores son los "nosotros" sólidos de los caminos compartidos, aquellos que existen en las familias y en las orga- nizaciones; por eso no deben ser autárquicas y su bien común debe contribuir al bien común de todo el planeta. Hemos de dar a los demás lo que a nosotros nos gustaría recibir y los valores compartidos que se practi- can en las organizaciones enlazan con los que se comparten en la fami- lia, en los mercados, en la nación y en el mundo. Ha llegado el momen- to de aglutinar los valores políticos y sociales con los de la democracia y la jerarquía para orientarlos hacia unos resultados óptimos en las orga- nizaciones donde participamos. Estas son algunas ideas ilustrativas: - Todas las organizaciones constan de los siguientes miembros: clien- tes, accionistas y empleados, así que debemos crear un Marcador Ético que controle si al buscar el bien común, cada miembro es un medio y un fin para los otros. Para reunir el valor con los valores, nin- gún miembro debe subordinar sus intereses a los de los demás. - Las empresas deben elaborar un Informe Anual que refleje objetiva- mente si sus colectivos usan los valores compartidos para lograr el bien común. Este informe debe ir dirigido a todas las personas que for- man parte de la empresa, no sólo a los accionistas. - Debe formarse un Comité de Valores que supervise si la política de la organización es la adecuada para ofrecer los resultados éticos que ha prometido. - Establecer un Programa de Compras que garantice que los pro- veedores cumplen unos mínimos con respecto a los valores sociales, ambientales y políticos que la empresa defiende. Así los emplea- dos y sus familias pueden ser parte activa para seleccionar proveedo- res, negociar ofertas y transformar- las en compras. - Los juicios con jurado gozan de prestigio en las sociedades demo- cráticas y pueden llevarse a cabo dentro de una organización cuando se han cometido errores, no para castigar a los culpables, sino para analizar qué se ha hecho mal. - Formar un Consejo de Dirección que incluya a empleados y clientes, para que todos los implicados en el bien común de la organización parti- cipen en el gobierno a alto nivel. - Establecer Normas de Valores sobre el plazo de entrega, la infor- mación al cliente y la coordinación entre comprador y vendedor, para que los proveedores actúen ética- mente en el mercado e incorporen también valores relativos al trabajo infantil, el pago de impuestos o la compra de productos en países gobernados por dictadores. - Tener Auditores de Riesgos que informen continuamente sobre el equilibrio entre riesgos y beneficios en las inversiones, para que los accionistas puedan elegir y para que empleados y clientes entiendan las consecuencias de la decisión toma- da por la empresa. - Participación de los empleados en organizaciones caritativas de la misma empresa para ayudar a sus compañeros más desfavorecidos en épocas de crisis. - Fomentar la publicación de una Prensa Interna responsable que resalte los valores de la opinión, la resolución de problemas y la tole- rancia dentro de la propia organiza- ción. - Crear Fondos de Capital Privado para organizaciones sin ánimo de lucro que garanticen un crecimiento sostenible. La ayuda económica debe acompañarse de la exigencia de compromiso y estabilidad para que las organizaciones con mejor rendimiento puedan seguir contando con ese capital. - Informes de la Administración Pública que vayan más allá del con- trol del gasto y el recorte de servi- cios. A los gobiernos locales y nacio- nales debemos exigirles información de su gestión y la aplicación de aquellas ideas que han demostrado su eficacia en la empresa privada. 88
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