Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
No. 23, Año XII, Vol. XII, Julio Diciembre 2004 GLOBALIZACIÓN, CULTURA, IDENTIDAD EN LA INTEGRACIÓN DEL GRAN CARIBE Jorge Bracho Resumen En el presente trabajo se hacen un conjunto de consideraciones en torno a los conceptos de cultura e identidad a la luz de la globalización. Del mismo modo, se presenta un breve esbozo de tentativas de integración regional del Gran Caribe. Las conclusiones finales comprenden los contenidos de una nueva identidad regional con vista a una integración futura. Palabras clave: nación, cultura, identidad, carácter nacional, globalización, modernidad. Summary Presently work is made a group of considerations around the culture concepts and identity by the light of the globalization. In the same way, a brief sketch is presented of tentative of regional integration of the Great Caribbean. The final conclusions understand the contents of a new regional identity with view to a future integration. Words key: nation, culture, identity, national character, globalization, modernity. I-. Son variados los autores que han intentado definir la vasta y compleja extensión territorial conocida con el nombre Caribe. Es este un espacio cuya denominación comprende un invento del siglo XX, según el historiador puertorriqueño Antonio Gaztambide (1996). Una de las características de mayor altazor del Caribe es su heterogeneidad la que viene marcada por un desarrollo histórico complejo y donde convergen diversos matices lingüísticos, grupos étnicos variados, tendencias religiosas disímiles y sistemas político económicos distintos. El primer nombre que proporcionaron los conquistadores, siglo XVI, fue el de Antillas, denominación que aparece en la Carta de Navegación o Cantina de 1502. Jorge Bracho Los colonizadores ingleses prefirieron la utilización de Caribby islands, para referirse a sus posesiones ultramarinas, aunque en los tiempos actuales se utilice con preferencia el de West Indies. Por otra parte, los vocablos Islas Caribes, Caníbales o Caribana y Tierra Canibalorum indican la presencia del grupo aborigen Caribe en este espacio insular. No cabe duda, que los intentos por definir esta región se relacionan con el colonialismo. Igualmente, las diferentes acepciones adoptadas en este sentido se encuentran plagadas de una fuerte carga ideológica. En este orden, las tentativas por definir el Caribe en tanto región se remontan a finales del siglo XIX, cuando los Estados Unidos de Norteamérica imponen el nombre The Caribbean region. En los inicios coloniales se habló de Caribe inglés, francés, español u holandés, de acuerdo con la potencia colonial que hubiese ocupado este espacio insular. Luego la referencia se comenzó a hacer de acuerdo con la lengua que los colonizadores impusieron, a pesar de la existencia de lenguajes distintos a los de ellos impuesto. En los años recientes se ha venido hablando de Caribe Insular donde confluyen 28 entidades políticamente distintas, sin embargo, en esta categoría se incluyen las Guyanas y Belice. A su vez, estos últimos, junto con la América Central, constituyen la Cuenca del Caribe. La región circuncaribe incluye a todos los territorios bordeados por el mar, mientras el Gran Caribe incorpora a Venezuela, Colombia y México. Las ideas que siguen tratan de indagar en torno al desenvolvimiento de los conceptos de identidad, cultura y globalización bajo esta última denominación, Gran Caribe, porque ella expresa una forma de regionalización afín con los valores de la globalización en los tiempos actuales. II-. Desde finales del siglo XVIII, por lo menos en lo que hoy se conoce con el nombre América Latina, surgió la idea de la organización territorial de las provincias españolas. Con las Reformas Borbónicas la diversidad, sobre todo en el espacio lingüístico, cede cuando a los intereses religiosos y apostólicos le suceden los civiles. La progresiva liberalización del Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe comercio entre las mismas provincias americanas, y entre éstas y España, reforzó el mercado común hispánico. Las reformas administrativas coloniales para garantizar ese tráfico ganaron peso, y de las necesidades económicas y mercantiles afloró la comunidad lingüística y la preocupación por consolidarla. El español como lengua no se constituyó, desde inicios de la colonización, conquista y evangelización ibéricas, en la lengua fundamental para divulgar el evangelio entre los indígenas americanos, aunque si fue propia de quienes detentaban el poder en las provincias, por tanto, fue minoritaria en términos demográficos. Se puede argüir, entonces amèn de las reformas dieciochescas, que la España Católica había logrado percibir, antes del romanticismo alemán, la identidad colectiva y la solidaridad natural que marca la lengua y el respeto que se le otorga para un mejor gobierno de los pueblos. Sin duda, una lectura retrospectiva de la lengua conduce de manera irreversible a la idea moderna de nación. Idea que logra su gran consolidación en el siglo XIX y que, aún en la actualidad, revolotea en la conciencia de muchos. Aunque la lengua no define de modo absoluto a la nación, la misma es considerada parte nodal de esta última. Una idea, de amplio arraigo histórico, relaciona la lengua con la cultura de un espacio territorial definido. La cultura, a su vez, se asocia con la etnicidad. Uno de los principios sobre los que ha descansado la corriente nacionalista se relaciona con la congruencia entre una unidad política y una unidad étnica. En consecuencia, por ser la etnicidad un espectro definido fundamentalmente por rasgos culturales compartidos, es un imperativo que todos los miembros de la unidad política posean la misma cultura, y que todos aquellos que posean una cultura común vivan dentro de la misma unidad política, es decir, una cultura, un Estado. La nación, así como el nacionalismo, la cultura nacional, el carácter nacional, la identidad nacional, no han sido fruto de contingencias o simple accidente histórico. Se puede asegurar que estos conceptos surgieron de condiciones históricas profundas y generalizadas. Las raíces de aquellos conceptos se asocian con el modelo socio económico que vio la luz en Jorge Bracho Occidente y propalado, de modo desigual, por el sistema mundo capitalista (Gellner;1998). La idea de identidad nacional o, con mayor frecuencia, de carácter nacional es habitual entre los escritores del siglo XVIII, como Montesquieu y Rousseau, entre otros. De acuerdo con el británico Anthony Smith (1997), el francés Rousseau declaró que la primera regla a la que se debe adscribir todo ciudadano es la del carácter nacional, porque, según este filósofo, todo pueblo tiene, o debe tener, su carácter. El también filósofo, pero alemán, Herder difundió la tesis de que toda nación tenía su genio particular, su propia manera de pensar, actuar y comunicarse, por lo que era preciso trabajar para redescubrir ese genio singular y esa identidad peculiar allí donde está oculta o se ha perdido. Desde esta perspectiva se impuso la importancia de redescubrir el “yo colectivo” bajo el influjo de la filología, la historia y la arqueología, así como el imperativo por encontrar las raíces propias en un “pasado étnico” con lo que se podría averiguar una identidad auténtica bajo los estratos que se han venido acumulando en el devenir. Una herencia histórica, recogida en el siglo XIX, se relaciona con los conceptos aludidos. Si en el decimonono, y gran parte del siglo XX, se ha asumido la identidad nacional en tanto naturaleza, impronta o expresión esencialista de las naciones, en los últimos años se viene reconociendo que esta percepción es poco idónea dentro de un sistema mundo en constante interrelación. En el siglo XIX se habló, discutió y escribió acerca del carácter nacional concepto con el cual se intentaba determinar la “forma de ser” de los pueblos. Carácter nacional vendría a ser hoy los hábitos, costumbres, lenguaje, religión, mitos, que se creen únicos dentro de unidades políticas y étnicas denominadasEstados – nación. Con la denominación carácter nacional se pretendió caracterizar, dibujar y clasificar culturalmente a las distintas repúblicas que comenzaron a emerger en el siglo XIX a la luz del colonialismo. Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe En este orden de ideas, es interesante cotejar cómo se ha logrado conformar la identidad nacional en el mundo Occidental. Primero, se hizo estableciendo definiciones legales que implicaban la membresía a una comunidad política y, por ende, la exclusión de los migrantes; luego se hizo con la exigencia de que todas las actividades estatales se hicieran en una sola lengua. Esto se ejecutó con el apoyo a las academias de la lengua y el control de los diccionarios, de igual forma se llevó a efecto con la imposición a los grupos lingüísticos diversos el uso de la lengua dominante, que en el caso de las ex colonias americanas fue la misma lengua de la metrópoli. La escuela y el ejército fueron las instituciones predilectas para cumplir el rol de unificadoras del pueblo, en ambas se enseñaba la lengua, deberes cívicos y la lealtad nacionalista. Igualmente, una última forma que concitará la idea de identidad se relaciona con el racismo, porque con éste se unifica a expensas de las minorías al interior de las naciones así como frente a los vecinos territoriales (Wallerstein; 1998). Las reflexiones acerca de la identidad en América Latina llevan la impronta de los orígenes, porque la marca distintiva de aquéllas ha sido la obsesión por encontrar un fundamento primordial desde el cual pueda irradiar la diferencia entre lo auténtico y lo no auténtico. El mestizaje, el arraigo a la tierra, la dependencia económica, la etnicidad popular, el complejo de inferioridad, la autonomía de la nación, ocupan un lugar privilegiado en los discursos de identidad porque a partir de estas caracterizaciones se intenta demostrar la validez y veracidad de lo nuestro. Es en términos generales la búsqueda de una instancia original en la cual los latinoamericanos puedan reconocerse a sí mismos, como ocupantes de patrias con especificidades únicas. Empero, hoy somos testigos de una suerte de identificación colectiva en la globalización. Bajo el influjo de ésta se viene produciendo un inusitado efecto de identificación colectiva en las sociedades modernas y practicado por las generaciones más jóvenes. Aunque viven entre lo que se divulga como propio al interior de las naciones, también conviven con los mensajes publicitarios que dan la idea de homogenización. Ésta se constata en las formas de consumo televisivo, la vida en los grandes centros Jorge Bracho comerciales y el shopping donde jóvenes de distintos estratos sociales comulgan, al igual que las experiencias a través de la INTERNET, la música pop, la moda y la empatía con el melodrama. Amén de lo anteriormente descrito, se puede asegurar que lo que gira alrededor de la identidad y los referentes que le dan vida no se encuentran sólo en las instituciones políticas, el Estado o la escuela, menos en las prácticas religiosas, el folclor o la lengua, sino en los bienes simbólicos que se consumen a través de medios electrónicos, la mundialización de la vida urbana y la transnacionalización económica. Vista así las cosas, la identidad no puede definirse por la pertenencia exclusiva a una comunidad político cultural. Una definición más precisa, de acuerdo con García Canclini (1990), sería por la pertenencia a una comunidad de consumidores que comparten gustos, deseos y pactos de lectura respecto de ciertos objetos simbólicos. La forma de identidad que ha dado vida y vigor a la identidad nacional concitó a que cada nación se organizara en forma de Estado en aras de la independencia y la soberanía. Sin embargo, las políticas estatales han engendrado movimientos autonomistas en la que las minorías nacionales oprimidas luchan por sus derechos. Al someter a las minorías a la centralidad, el Estado nacional se coloca a sí mismo en contradicción con las premisas de autodeterminación a las que el mismo ha apelado históricamente. Una contradicción análoga supone la conciencia histórica, en cuyo espectro se ha configurado la conciencia de una nación. Para poder dar forma y servir de pábulo a una identidad colectiva, el tejido de la vida lingüístico – cultural ha de ser hecho presente en unos términos capaces de fundar sentido mediante referentes que se creen comunes. En todo caso la identidad, o su clasificación, ofrece una serie de características que son las que le han dado vigor y donde resaltan: un territorio histórico, o patria; recuerdos históricos y mitos comunes; una cultura de masas pública y común para todos; deberes y derechos iguales para todos los miembros de la comunidad nacional y una economía unificada que permita la movilidad territorial de sus miembros. Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe III-. Tal como lo señalé líneas más arriba, en los tiempos actuales los actores sociales comparten sus vidas con imperativos nacionales y la influencia de la mundialización cultural. Aún hoy, en el seno de lo que el brasileño Octavio Ianni (1998) ha llamado sociedad global o sociedad civil mundial, lo que se conoce con el nombre de nacional y la tradición sobreviven en la globalización. Esto se debe a que los actores sociales continúan naciendo en un país o nación, practicando su lengua, adquiriendo sus costumbres, identificándose con sus símbolos y valores, apoyando sus selecciones deportivas, respetando su bandera y siendo convocados para defender las fronteras de la patria y morir por la honra nacional. La denominación conceptual globalización, muy en boga hoy día, no la utilizo como parte de un nuevo proyecto colonial dirigido por agentes multi o transnacionales. Aunque en su vertiente ideológica sus mentores la propagan como la panacea de todos los problemas que agobian el mundo de hoy. Creo que la globalización, como desenvolvimiento histórico, es el resultado, no definitivo sino en proceso de desarrollo, caótico e impredecible de la disolución de los marcos normativos en donde los elementos constitutivos del Estado – nación jugaban un papel preponderante. Quizás el hecho de mayor impacto en el siglo XIX fue la configuración de una economía global, la que ha venido penetrando de manera progresiva en los rincones más recónditos del mundo, con un plexo más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimientos de manufacturas, capitales y seres humanos que ha vinculado, de modo desigual, a los países desarrollados entre sí y con el resto de países con un grado menor de desarrollo. La reproducción ampliada de capital al ver impedimentos de realización dentro del marco tradicional de los Estados – nación, ha concitado el declive de éstos y la necesidad de reformulación. En América Latina, por ejemplo, la reformulación se ha ejecutado por la vía de los procesos de ajustes estructurales a los que le son inherentes la apertura de fronteras internas y externas. Por un lado, la reducción de las esferas Jorge Bracho de incumbencia pública, la reducción del Estado y las privatizaciones vulneran las barreras de expansión del capital. Por otro, la apertura comercial derrumba las barreras aduanales, desproteje la producción interna y ofrece prerrogativas a la circulación de capitales transnacionales. Ianni (1998) recuerda que la configuración de la sociedad global, poco a poco, involucra los derechos humanos, el narcotráfico, el medio ambiente, la deuda externa, salud, educación, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales de género o étnicas. El Estado nacional se ha debilitado porque sus propios gobiernos han perdido injerencia y poder decisorio en estos aspectos. Esta situación puede ofrecer una imagen congruente con la existencia futura de un Estado supranacional y el desmantelamiento de varios Estados – nación, tal como parece suceder en gran parte del continente europeo. Del mismo modo, con la globalización se han venido presentandola formación de varios sistemas económicos regionales, en los que las economías nacionales se integran a sistemas más amplios. La regionalización puede ser apreciada como un proceso que dentro de la globalización recrea la nación. Dentro del globalismo el nacionalismo se incomoda mientras el regionalismo se ve estimulado. Este último aparece como la solución más natural ante las aflicciones del nacionalismo. “…El regionalismo incluye la formación de sistemas económicos que rediseñan e integran economías nacionales, preparándolas para los impactos y exigencias a los cambios y los dinamismos del globalismo.” (Ianni;1998:86). La regionalización en tanto integración económica es ante todo un proceso político. En el caso de América Latina y el Caribe ha sucedido en tres etapas cuyo horizonte se puede delimitar de la siguiente forma: 1- . De 1950 a 1980, 2-. La década de los ochenta; 3-. La que se inició en los años noventa y que aún sigue su curso. Estas etapas han estado condicionadas por el contexto internacional, de una parte, expresada en la acumulación de capitales existente en los países centrales y, por otra, Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe expresada en la estructura de las economías latinoamericanas porque las mismas han optado por un desarrollo por adaptación. Adaptación que no ha logrado cristalizar, lo que ha traído como consecuencia una fuerte fricción entre lo moderno y lo tradicional, profundas desigualdades sociales, la persistente exclusión de los modelos políticos y la pervivencia de democracias confiscadas. Según y como lo propone Guerra – Borges (2002), desde 1945 la inversión y el comercio internacional crecieron con tasas elevadas, sin embargo, en la década de los sesenta se comenzó a desarrollar un sistema internacional discriminatorio hacia los países en desarrollo. La integración regional que privó en este período se le conoce como modelo de desarrollo hacia adentro. Esto se debe a que en el período en cuestión predominó la idea de que la industrialización era el núcleo dinamizador del desarrollo económico. Esta orientación se vio reforzada por las teorías de la CEPAL en las que se divulgó la necesidad de la industrialización como vía para lograr el desarrollo económico. A la luz de esta percepción se pensó en la integración regional porque un mercado común además de mejorar el intercambio tradicional de bienes primarios, permitiría una industrialización racional. La sustitución de importaciones no se concibió en términos aislados, sino como parte de un esfuerzo para reforzar el intercambio entre países latinoamericanos. La regionalización fue adquiriendo fisonomía mediante tratados con los cuales se buscaba establecer una zona de libre comercio con la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, uniones aduaneras en el Mercado Común Centroamericano, el Grupo Andino y la Comunidad del Caribe. Estas iniciativas se vieron truncadas, amén de los condicionantes externos y por la misma conformación estructural de las economías latinoamericanas lo que indujo, desde la década de los ochenta, a optar por el cambio de modelo de crecimiento a otro de desarrollo hacia fuera (Guerra – Borges; 2002). En los últimos años se ha difundido que la década de los ochenta, para los latinoamericanos, fue una década perdida. Esta idea viene avalada Jorge Bracho por los efectos producidos no solamente por la crisis petrolera, sino por el efecto del peso de la deuda externa. Luego de 1986 el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial adoptaron una nueva modalidad crediticia: los préstamos de ajuste estructural. El fin de estos últimos fue el de adecuar las economías latinoamericanas al nuevo modo de acumulación capitalista. En el corto plazo se estableció la necesidad de reducir el déficit fiscal y el gasto público, la aplicación de una política monetaria antiinflacionaria, una tasa real de interés positiva y un tipo de cambio real “adecuado”. A mediano plazo se estableció la necesidad de convertir las exportaciones en el motor del crecimiento económico, liberalizar el comercio exterior, promover al máximo el uso del mercado y reducir el papel del Estado en la economía. Latinoamérica, de acuerdo con lo expresado anteriormente, ingresa a la globalización, así como a una nueva etapa de regionalización, con un pesado lastre. Las evidencias están a la vista porque América Latina sigue transfiriendo hacia los países desarrollados los recursos que bien pudiera utilizar para su prosperidad. Lo más dramático es que esta transferencia supera toda temporalidad pues los recursos transferidos son para el pago de una deuda externa impagable. En este orden, Emilio Pantojas G. (2002) ha señalado que “…el proceso de ‘diversificación’ de exportaciones (en realidad sustitución de exportaciones) creado por el neoproteccionismo de los ochenta no produjo los resultados deseados y continuaron agravándose los problemas de deuda externa, desempleo y pobreza”.(P.7). Los distintos acuerdos, anteriores a los noventa, se caracterizaron no sólo por la bilateridad, también porque su orientación comprendía estratos muy reducidos del espacio arancelario y no incluían plazos para su ampliación. Si se han de caracterizar los años noventa es necesario recordar el imperativo por alcanzar acuerdos de libre comercio. Sin embargo, la integración no ha sido una prioridad para los países latinoamericanos, en parte porque para la gran mayoría de éstos sus socios comerciales se encuentran en Estados Unidos de Norteamérica y Europa. Es por esto que las políticas económicas que se diseñan se Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe relacionan más con factores ajenos a la integración, independientemente de lo malo o bueno que sean. Por otro lado, la regionalización puede ser apreciada como una necesidad de la globalización, aunque simultáneamente sea un movimiento de integración de Estados – nación. Puede que sean las dos cosas a la vez. En cierta medida la regionalización puede ser una fórmula para preservar los intereses nacionales mediante la integración, pero siempre bajo el manto de la globalización. Ésta indica, de igual forma, el debilitamiento de los Estados – nación, porque al mismo tiempo que no se habían logrado resolver problemas inherentes a la cuestión nacional, en plena época de la vigencia de los Estados – nación, surgen las más sorprendentes manifestaciones locales, raciales y nacionales. Estas manifestaciones pueden ser vistas como algo inédito bajo el influjo de la globalización, por una parte, y, por otra, como expresión de problemas históricos no resueltos en el espacio de la cuestión nacional. Ejemplo claro de lo que vengo expresando se encuentra en el hecho del surgimiento de una sociedad civil, la cual se expresa en Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) transnacionales. Este fenómeno señala ostensiblemente la dificultad que los Estados – nación han tenido para la resolución de problemas de exclusión de las minorías étnicas, sexuales y otros. Lo que Daniel Mato (1994) ha denominado identidades transnacionales tiene que ver no sólo con la emergencia y protagonismo de distintas ONGs que buscan resolver problemas que los propios Estados son incapaces de solucionar. Por otro lado, lo que se ha denominado sociedad civil internacional encuentra asociación con la conjunción de actores sociales a través de ONGs más allá de los fronteras nacionales. El concepto identidad transnacional, según y como lo propone Mato (1994) guarda estrecha relación con la globalización. El autor en cuestión afirma que esta última no comprende sólo procesos económicos, técnicos y tecnológicos. La globalización ha estimulado, igualmente, la interrelación de pueblos, una conciencia global, el reconocimiento de la diversidad y la diferencia, así como el reconocimiento de distintas temporalidades dentro Jorge Bracho de espacios más amplios que los históricos Estados nacionales. Mato (1994) ofrece varios ejemplos de procesos de identidad transnacionalen Latinoamérica, tal como el periódico Orinoco Indígena y las revistas Más, Vista e Hispanic. En este orden de ideas, lo que algunos estudiosos de las relaciones internacionales denominan sociedad civil tiene que ver con la eclosión de diversas ONGs, cuyo norte es la de lograr acuerdos más profundos de cooperación e integración caribeña. Judith Wedderburm (1998), Antonio Gaztambide y José Javier Colón (2003) advierten que el término sociedad civil refiere asociaciones libres que funcionan con autonomía frente a los Estados nacionales. Estos mismos autores asientan que las relaciones internacionales ya no son potestad sólo de estos últimos, tal como venía sucediendo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Quienes hoy han logrado ocupar este haz de relaciones son las organizaciones étnicas, de género, grupos de trabajadores y nacionales. La tendencia de mayor peso entre las ONGs, según y como la percibe Andrés Serbín (2002), ha sido la promoción de una visión universalista y de “…voluntarismo nacionalista en torno de valores universales que, con frecuencia, refleja las preocupaciones y aspiraciones de sectores de las sociedades industrializadas y no siempre toma en cuenta las particularidades culturales de las sociedades del sur…” (P.72). Esta aseveración de Serbin pareciera obviar uno de los elementos de la sociedad global, como lo es el caso de las apreciaciones transnacionales hoy en boga. Como lo señalé líneas arriba uno de los fenómenos de mayor alcance, dentro del espectro de la globalización, se relaciona con una visión de alcance universal y global de los problemas ambientales, de género, étnicos, jurídicos, sociales y culturales, entre otros. Sin duda, esto indica un cambio de paradigma el cual señala una apreciación más compleja del sistema – mundo. Por otro lado, la referencia a lo cultural y su importancia en la integración regional indican la comprensión de los problemas actuales bajo el manto de la globalización. Si en el siglo XIX y gran parte del XX Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe el término cultura se asoció con normatividad y necesidad de imposición, hoy ese lugar lo ocupa la identidad. La cultura en tanto representación y reproducción de bienes simbólicos y no simbólicos, es el sustento “real” de la identidad. La identidad es inherente a lo cultural porque hace uso de ella al enaltecer ideas, valores, símbolos y representaciones cuya finalidad última es la de lograr funcionalidad y cohesión social. Es ella incluyente y excluyente a la vez porque lo que difunde como referente identitario no incluye todo ni a todos. En este sentido, creo pertinente recordar lo que en la década del ochenta Manuel Moreno Fraginals (1999) enviaba como mensaje a artistas y científico sociales caribeños. De acuerdo con este historiador cubano, éstos debían tener como tarea prioritaria el estudio de las integraciones específicas y las formas simbólicas comunes desarrolladas en el Caribe durante el proceso de consolidación de sus nuevas sociedades (P.171). Lo que se maneja en tanto cultura no es, por tanto, imposición, es vivencia amén de relaciones, hábitos y costumbres culturales establecidas en el devenir. Lo que señala el término identidad es el uso de estas últimas, pero retomadas y configuradas por letrados, de ahí que de tiempo en tiempo sufra cambios y reestructuraciones, máxime en momentos de cambio y sustitución de elites en espacios de poder. Una nueva forma de asociación regional que implique al Gran Caribe requiere de la retoma de expresiones culturales de este espacio geográfico, en la que todos los actores sociales se sientan representados. Intenciones existen, propuestas también, aunque se requiere de mayores esfuerzos para superar los nichos territoriales heredados del nacionalismo decimonónico y del veinte. Otro tanto corresponde con el papel condicionante de los Estados Unidos de Norteamérica y sus agentes al interior de las naciones, convertidos en barreras de toda asociación fuera del coloso del norte, así como por su fuerte indisposición de establecer alianzas estratégicas con Latinoamérica y el Caribe, porque intereses económico fuertes lo impiden. Quizás el drama mayor se encuentre ante el nacionalismo, tal como lo refiere Rafael Hernández (2003), porque el mismo en vez de mostrar un declive, rebrota en forma cíclica dentro del mundo global. Un modelo Jorge Bracho regional de integración debe abogar por los cambios en los curricula de estudio en cada uno de los países que pugnan por recrear nuevos espacios regionales integrados, este podría ser el primer paso para superar los parroquialismos territoriales, al igual que las nuevas representaciones propugnadas a través de las industrias culturales. Empero, a partir de la década de los noventa de la pasada centuria, los actores políticos grancaribeños han buscado poner en práctica fórmulas políticas que coadyuven en la conformación regional bajo procesos culturales análogos. Amén de la conformación de la Asociación de los Estados del Caribe (AEC) han venido incrementando sus encuentros, cuya finalidad es la de lograr mayores vínculos entre los países que conforman aquélla. Aunque no debe olvidarse la presencia constante de los Estados Unidos de Norteamérica puesto que el Caribe ha sido, para el coloso del norte, una ruta de tránsito por cuyas aguas circulan gran parte de sus exportaciones e importaciones. Una política de integración debe tomar en consideración esta situación y establecer fórmulas que permitan intercambios lo más equidistantes posible. Referencias Bibliográficas BRICEÑO RUIZ, José (S/F) “El viejo y el nuevo regionalismo caribeño. Un análisis comparado de la teoría y la práctica de las experiencias de Integración de la Cuenca del Caribe”. En: BRICEÑO R., J. (Compilador) Escenarios de integración regional en las Américas. Mérida. Universidad de Los Andes. Consejo de publicaciones. PP.159-189. CASTRO GOMEZ, Santiago (1999) “Fin de la modernidad nacional y transformaciones de la cultura en tiempos de globalización”. En: MARTÍN BARBERO, Jesús; Fabio López y Jaime E. Jaramillo (Editores) Cultura y globalización. Colombia. Universidad Nacional de Colombia. GARCÍA CANCLINI, Néstor (1990) Culturas híbridas. Cómo entrar y salir de la modernidad. México. Grijalbo. Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe GAZTAMBIDE – GEIGEL, Antonio (1996) “La invención del Caribe en el siglo XX”. México. Revista Mexicana del Caribe. N° 1. PP. 74-96. GAZTAMBIDE – GÉIGEL, Antonio y José Javier Colón (2003) “Sociedad civil y cooperación en el Gran Caribe: reflexiones teóricas y apuntes sobre un proceso en curso”. En: GAZTAMBIDE – GÉIGEL, Antonio y Rafael Hernández (Coordinadores; 2003) Cultura, sociedad y cooperación. Ensayos sobre la sociedad civil del Gran Caribe. Puerto Rico. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”/Grupo Inter-Civil del Proyecto Atlantea/Universidad de Puerto Rico. PP. 109-121. GELLNER, Ernst (1998) Nacionalismo. Madrid-España. Taurus. GUERRA-BORGES, Alfredo (2002) Globalización e integración latinoamericana. México. Siglo XXI editores. HERNÁNDEZ, RAFAEL (2003) “¿Economías de la cultura o cultura de la economía? Notas al margen de nuestras políticas culturales”. En: GAZTAMBIDE, A. y Rafael Hernández (Coordinadores; 2003) Cultura, sociedad y cooperación. Ensayos sobre la sociedad civil del Gran Caribe. Puerto Rico. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”/ Grupo Inter –Civil del Proyecto Atlantea / Universidad de Puerto Rico. PP. 25-33. IANNI, Octavio (1998) La sociedad global. México. Siglo XXI editores. IANNI, Octavio (1999) La era del globalismo. México. Siglo XXI editores. MATO, Daniel (1994) “Procesos de construcción de identidades transnacionales en América Latina en tiempos de globalización”. En: MATO, Daniel (Coordinador ;1994) Teoría y política de la construcción de identidades y diferencias en América Latina y el Caribe. Caracas, UNESCO/Nueva Sociedad.PP. 231-261. MORENO FRAGINALS, Manuel (1999) La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones. Barcelona – España. Crítica. (Biblioteca de Bolsillo, Nº 12). (Primera edición: 1983). PANTOJAS GARCÍA, Emilio (2002) “El Caribe en el nuevo orden global: liberalización comercial y postindustrializaión periférica. En: GONZALEZ NUÑEZ, Gerardo y Emilio Pantojas G. (Editores; 2002) El Caribe en la era de la globalización. Retos, transiciones y ajustes. Río Piedras. Universidad de Puerto Rico y publicaciones puertorriqueñas. PP. 1-32. SERBIN, Andrés (2001) “Globalifóbicos Vs. Globalitarios. Fortalezas y debilidades de una sociedad civil regional emergente”. Caracas. Nueva Sociedad. Nª 176. Noviembre – diciembre. PP. 67-86. SMITH, Anthony (1997) La identidad nacional. Madrid-España. Tecnos. SOLER TORRIJOS, Giancarlo (2002) A la sombra de los Estados Unidos. México. Siglo XXI editores / Gobierno del estado libre y asociado de Quintana Roo. WALLERSTEIN; Immanuel (1998) Después del liberalismo. México. Siglo XXI editores. WEDDERBURM, Judith (1998) “Organisations and social actors in the regionalisation process”. Kingston. Elements of Regional Integration: The Way Forward PP. 60-69.
Compartir