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GLOBALIZACIÓN, CULTURA, IDENTIDAD EN LA NTEGRACION DE GRAN CARIBE

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No. 23, Año XII, Vol. XII, Julio Diciembre 2004
GLOBALIZACIÓN, CULTURA, IDENTIDAD EN LA
INTEGRACIÓN DEL GRAN CARIBE
Jorge Bracho
Resumen
En el presente trabajo se hacen un conjunto de consideraciones en torno
a los conceptos de cultura e identidad a la luz de la globalización. Del
mismo modo, se presenta un breve esbozo de tentativas de integración
regional del Gran Caribe. Las conclusiones finales comprenden los
contenidos de una nueva identidad regional con vista a una integración
futura.
Palabras clave: nación, cultura, identidad, carácter nacional,
globalización, modernidad.
Summary
Presently work is made a group of considerations around the culture
concepts and identity by the light of the globalization. In the same way, a
brief sketch is presented of tentative of regional integration of the Great
Caribbean. The final conclusions understand the contents of a new
regional identity with view to a future integration.
Words key: nation, culture, identity, national character, globalization,
modernity.
I-.
Son variados los autores que han intentado definir la vasta y compleja
extensión territorial conocida con el nombre Caribe. Es este un espacio
cuya denominación comprende un invento del siglo XX, según el
historiador puertorriqueño Antonio Gaztambide (1996). Una de las
características de mayor altazor del Caribe es su heterogeneidad la que
viene marcada por un desarrollo histórico complejo y donde convergen
diversos matices lingüísticos, grupos étnicos variados, tendencias religiosas
disímiles y sistemas político económicos distintos. El primer nombre que
proporcionaron los conquistadores, siglo XVI, fue el de Antillas,
denominación que aparece en la Carta de Navegación o Cantina de
1502.
Jorge Bracho
Los colonizadores ingleses prefirieron la utilización de Caribby
islands, para referirse a sus posesiones ultramarinas, aunque en los
tiempos actuales se utilice con preferencia el de West Indies. Por otra
parte, los vocablos Islas Caribes, Caníbales o Caribana y Tierra
Canibalorum indican la presencia del grupo aborigen Caribe en este
espacio insular.
No cabe duda, que los intentos por definir esta región se relacionan
con el colonialismo. Igualmente, las diferentes acepciones adoptadas en
este sentido se encuentran plagadas de una fuerte carga ideológica. En
este orden, las tentativas por definir el Caribe en tanto región se remontan
a finales del siglo XIX, cuando los Estados Unidos de Norteamérica
imponen el nombre The Caribbean region.
En los inicios coloniales se habló de Caribe inglés, francés, español
u holandés, de acuerdo con la potencia colonial que hubiese ocupado
este espacio insular. Luego la referencia se comenzó a hacer de acuerdo
con la lengua que los colonizadores impusieron, a pesar de la existencia
de lenguajes distintos a los de ellos impuesto. En los años recientes se ha
venido hablando de Caribe Insular donde confluyen 28 entidades
políticamente distintas, sin embargo, en esta categoría se incluyen las
Guyanas y Belice. A su vez, estos últimos, junto con la América Central,
constituyen la Cuenca del Caribe. La región circuncaribe incluye a todos
los territorios bordeados por el mar, mientras el Gran Caribe incorpora a
Venezuela, Colombia y México. Las ideas que siguen tratan de indagar
en torno al desenvolvimiento de los conceptos de identidad, cultura y
globalización bajo esta última denominación, Gran Caribe, porque ella
expresa una forma de regionalización afín con los valores de la
globalización en los tiempos actuales.
II-.
Desde finales del siglo XVIII, por lo menos en lo que hoy se conoce con
el nombre América Latina, surgió la idea de la organización territorial de
las provincias españolas. Con las Reformas Borbónicas la diversidad,
sobre todo en el espacio lingüístico, cede cuando a los intereses religiosos
y apostólicos le suceden los civiles. La progresiva liberalización del
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
comercio entre las mismas provincias americanas, y entre éstas y España,
reforzó el mercado común hispánico. Las reformas administrativas
coloniales para garantizar ese tráfico ganaron peso, y de las necesidades
económicas y mercantiles afloró la comunidad lingüística y la preocupación
por consolidarla.
El español como lengua no se constituyó, desde inicios de la
colonización, conquista y evangelización ibéricas, en la lengua fundamental
para divulgar el evangelio entre los indígenas americanos, aunque si fue
propia de quienes detentaban el poder en las provincias, por tanto, fue
minoritaria en términos demográficos. Se puede argüir, entonces amèn
de las reformas dieciochescas, que la España Católica había logrado
percibir, antes del romanticismo alemán, la identidad colectiva y la
solidaridad natural que marca la lengua y el respeto que se le otorga para
un mejor gobierno de los pueblos.
Sin duda, una lectura retrospectiva de la lengua conduce de manera
irreversible a la idea moderna de nación. Idea que logra su gran
consolidación en el siglo XIX y que, aún en la actualidad, revolotea en la
conciencia de muchos. Aunque la lengua no define de modo absoluto a la
nación, la misma es considerada parte nodal de esta última.
Una idea, de amplio arraigo histórico, relaciona la lengua con la
cultura de un espacio territorial definido. La cultura, a su vez, se asocia
con la etnicidad. Uno de los principios sobre los que ha descansado la
corriente nacionalista se relaciona con la congruencia entre una unidad
política y una unidad étnica. En consecuencia, por ser la etnicidad un
espectro definido fundamentalmente por rasgos culturales compartidos,
es un imperativo que todos los miembros de la unidad política posean la
misma cultura, y que todos aquellos que posean una cultura común vivan
dentro de la misma unidad política, es decir, una cultura, un Estado.
La nación, así como el nacionalismo, la cultura nacional, el carácter
nacional, la identidad nacional, no han sido fruto de contingencias o simple
accidente histórico. Se puede asegurar que estos conceptos surgieron de
condiciones históricas profundas y generalizadas. Las raíces de aquellos
conceptos se asocian con el modelo socio económico que vio la luz en
Jorge Bracho
Occidente y propalado, de modo desigual, por el sistema mundo capitalista
(Gellner;1998).
La idea de identidad nacional o, con mayor frecuencia, de carácter
nacional es habitual entre los escritores del siglo XVIII, como Montesquieu
y Rousseau, entre otros. De acuerdo con el británico Anthony Smith
(1997), el francés Rousseau declaró que la primera regla a la que se
debe adscribir todo ciudadano es la del carácter nacional, porque, según
este filósofo, todo pueblo tiene, o debe tener, su carácter. El también
filósofo, pero alemán, Herder difundió la tesis de que toda nación tenía
su genio particular, su propia manera de pensar, actuar y comunicarse,
por lo que era preciso trabajar para redescubrir ese genio singular y esa
identidad peculiar allí donde está oculta o se ha perdido. Desde esta
perspectiva se impuso la importancia de redescubrir el “yo colectivo”
bajo el influjo de la filología, la historia y la arqueología, así como el
imperativo por encontrar las raíces propias en un “pasado étnico” con lo
que se podría averiguar una identidad auténtica bajo los estratos que se
han venido acumulando en el devenir.
Una herencia histórica, recogida en el siglo XIX, se relaciona con
los conceptos aludidos. Si en el decimonono, y gran parte del siglo XX, se
ha asumido la identidad nacional en tanto naturaleza, impronta o expresión
esencialista de las naciones, en los últimos años se viene reconociendo
que esta percepción es poco idónea dentro de un sistema mundo en
constante interrelación. En el siglo XIX se habló, discutió y escribió acerca
del carácter nacional concepto con el cual se intentaba determinar la
“forma de ser” de los pueblos.
Carácter nacional vendría a ser hoy los hábitos, costumbres,
lenguaje, religión, mitos, que se creen únicos dentro de unidades políticas
y étnicas denominadasEstados – nación. Con la denominación carácter
nacional se pretendió caracterizar, dibujar y clasificar culturalmente a las
distintas repúblicas que comenzaron a emerger en el siglo XIX a la luz
del colonialismo.
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
En este orden de ideas, es interesante cotejar cómo se ha logrado
conformar la identidad nacional en el mundo Occidental. Primero, se
hizo estableciendo definiciones legales que implicaban la membresía a
una comunidad política y, por ende, la exclusión de los migrantes; luego
se hizo con la exigencia de que todas las actividades estatales se hicieran
en una sola lengua. Esto se ejecutó con el apoyo a las academias de la
lengua y el control de los diccionarios, de igual forma se llevó a efecto
con la imposición a los grupos lingüísticos diversos el uso de la lengua
dominante, que en el caso de las ex colonias americanas fue la misma
lengua de la metrópoli. La escuela y el ejército fueron las instituciones
predilectas para cumplir el rol de unificadoras del pueblo, en ambas se
enseñaba la lengua, deberes cívicos y la lealtad nacionalista. Igualmente,
una última forma que concitará la idea de identidad se relaciona con el
racismo, porque con éste se unifica a expensas de las minorías al interior
de las naciones así como frente a los vecinos territoriales (Wallerstein;
1998).
Las reflexiones acerca de la identidad en América Latina llevan la
impronta de los orígenes, porque la marca distintiva de aquéllas ha sido la
obsesión por encontrar un fundamento primordial desde el cual pueda
irradiar la diferencia entre lo auténtico y lo no auténtico. El mestizaje,
el arraigo a la tierra, la dependencia económica, la etnicidad popular, el
complejo de inferioridad, la autonomía de la nación, ocupan un lugar
privilegiado en los discursos de identidad porque a partir de estas
caracterizaciones se intenta demostrar la validez y veracidad de lo
nuestro. Es en términos generales la búsqueda de una instancia original
en la cual los latinoamericanos puedan reconocerse a sí mismos, como
ocupantes de patrias con especificidades únicas.
Empero, hoy somos testigos de una suerte de identificación colectiva
en la globalización. Bajo el influjo de ésta se viene produciendo un inusitado
efecto de identificación colectiva en las sociedades modernas y practicado
por las generaciones más jóvenes. Aunque viven entre lo que se divulga
como propio al interior de las naciones, también conviven con los
mensajes publicitarios que dan la idea de homogenización. Ésta se constata
en las formas de consumo televisivo, la vida en los grandes centros
Jorge Bracho
comerciales y el shopping donde jóvenes de distintos estratos sociales
comulgan, al igual que las experiencias a través de la INTERNET, la
música pop, la moda y la empatía con el melodrama.
Amén de lo anteriormente descrito, se puede asegurar que lo que
gira alrededor de la identidad y los referentes que le dan vida no se
encuentran sólo en las instituciones políticas, el Estado o la escuela, menos
en las prácticas religiosas, el folclor o la lengua, sino en los bienes
simbólicos que se consumen a través de medios electrónicos, la
mundialización de la vida urbana y la transnacionalización económica.
Vista así las cosas, la identidad no puede definirse por la pertenencia
exclusiva a una comunidad político cultural. Una definición más precisa,
de acuerdo con García Canclini (1990), sería por la pertenencia a una
comunidad de consumidores que comparten gustos, deseos y pactos de
lectura respecto de ciertos objetos simbólicos.
La forma de identidad que ha dado vida y vigor a la identidad nacional
concitó a que cada nación se organizara en forma de Estado en aras de
la independencia y la soberanía. Sin embargo, las políticas estatales han
engendrado movimientos autonomistas en la que las minorías nacionales
oprimidas luchan por sus derechos. Al someter a las minorías a la
centralidad, el Estado nacional se coloca a sí mismo en contradicción
con las premisas de autodeterminación a las que el mismo ha apelado
históricamente. Una contradicción análoga supone la conciencia histórica,
en cuyo espectro se ha configurado la conciencia de una nación. Para
poder dar forma y servir de pábulo a una identidad colectiva, el tejido de
la vida lingüístico – cultural ha de ser hecho presente en unos términos
capaces de fundar sentido mediante referentes que se creen comunes.
En todo caso la identidad, o su clasificación, ofrece una serie de
características que son las que le han dado vigor y donde resaltan: un
territorio histórico, o patria; recuerdos históricos y mitos comunes; una
cultura de masas pública y común para todos; deberes y derechos iguales
para todos los miembros de la comunidad nacional y una economía
unificada que permita la movilidad territorial de sus miembros.
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
III-.
Tal como lo señalé líneas más arriba, en los tiempos actuales los
actores sociales comparten sus vidas con imperativos nacionales y la
influencia de la mundialización cultural. Aún hoy, en el seno de lo que el
brasileño Octavio Ianni (1998) ha llamado sociedad global o sociedad
civil mundial, lo que se conoce con el nombre de nacional y la tradición
sobreviven en la globalización. Esto se debe a que los actores sociales
continúan naciendo en un país o nación, practicando su lengua, adquiriendo
sus costumbres, identificándose con sus símbolos y valores, apoyando
sus selecciones deportivas, respetando su bandera y siendo convocados
para defender las fronteras de la patria y morir por la honra nacional.
La denominación conceptual globalización, muy en boga hoy día,
no la utilizo como parte de un nuevo proyecto colonial dirigido por agentes
multi o transnacionales. Aunque en su vertiente ideológica sus mentores
la propagan como la panacea de todos los problemas que agobian el
mundo de hoy. Creo que la globalización, como desenvolvimiento histórico,
es el resultado, no definitivo sino en proceso de desarrollo, caótico e
impredecible de la disolución de los marcos normativos en donde los
elementos constitutivos del Estado – nación jugaban un papel
preponderante.
Quizás el hecho de mayor impacto en el siglo XIX fue la
configuración de una economía global, la que ha venido penetrando de
manera progresiva en los rincones más recónditos del mundo, con un
plexo más denso de transacciones económicas, comunicaciones y
movimientos de manufacturas, capitales y seres humanos que ha vinculado,
de modo desigual, a los países desarrollados entre sí y con el resto de
países con un grado menor de desarrollo.
La reproducción ampliada de capital al ver impedimentos de
realización dentro del marco tradicional de los Estados – nación, ha
concitado el declive de éstos y la necesidad de reformulación. En América
Latina, por ejemplo, la reformulación se ha ejecutado por la vía de los
procesos de ajustes estructurales a los que le son inherentes la apertura
de fronteras internas y externas. Por un lado, la reducción de las esferas
Jorge Bracho
de incumbencia pública, la reducción del Estado y las privatizaciones
vulneran las barreras de expansión del capital. Por otro, la apertura
comercial derrumba las barreras aduanales, desproteje la producción
interna y ofrece prerrogativas a la circulación de capitales
transnacionales.
Ianni (1998) recuerda que la configuración de la sociedad global,
poco a poco, involucra los derechos humanos, el narcotráfico, el medio
ambiente, la deuda externa, salud, educación, medios de comunicación,
organizaciones no gubernamentales de género o étnicas. El Estado
nacional se ha debilitado porque sus propios gobiernos han perdido
injerencia y poder decisorio en estos aspectos. Esta situación puede
ofrecer una imagen congruente con la existencia futura de un Estado
supranacional y el desmantelamiento de varios Estados – nación, tal como
parece suceder en gran parte del continente europeo.
Del mismo modo, con la globalización se han venido presentandola formación de varios sistemas económicos regionales, en los que las
economías nacionales se integran a sistemas más amplios. La
regionalización puede ser apreciada como un proceso que dentro de la
globalización recrea la nación. Dentro del globalismo el nacionalismo se
incomoda mientras el regionalismo se ve estimulado. Este último aparece
como la solución más natural ante las aflicciones del nacionalismo. “…El
regionalismo incluye la formación de sistemas económicos que
rediseñan e integran economías nacionales, preparándolas para
los impactos y exigencias a los cambios y los dinamismos del
globalismo.” (Ianni;1998:86).
La regionalización en tanto integración económica es ante todo un
proceso político. En el caso de América Latina y el Caribe ha sucedido
en tres etapas cuyo horizonte se puede delimitar de la siguiente forma: 1-
. De 1950 a 1980, 2-. La década de los ochenta; 3-. La que se inició en
los años noventa y que aún sigue su curso. Estas etapas han estado
condicionadas por el contexto internacional, de una parte, expresada en
la acumulación de capitales existente en los países centrales y, por otra,
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
expresada en la estructura de las economías latinoamericanas porque
las mismas han optado por un desarrollo por adaptación. Adaptación que
no ha logrado cristalizar, lo que ha traído como consecuencia una fuerte
fricción entre lo moderno y lo tradicional, profundas desigualdades sociales,
la persistente exclusión de los modelos políticos y la pervivencia de
democracias confiscadas.
Según y como lo propone Guerra – Borges (2002), desde 1945 la
inversión y el comercio internacional crecieron con tasas elevadas, sin
embargo, en la década de los sesenta se comenzó a desarrollar un sistema
internacional discriminatorio hacia los países en desarrollo. La integración
regional que privó en este período se le conoce como modelo de desarrollo
hacia adentro. Esto se debe a que en el período en cuestión predominó la
idea de que la industrialización era el núcleo dinamizador del desarrollo
económico. Esta orientación se vio reforzada por las teorías de la CEPAL
en las que se divulgó la necesidad de la industrialización como vía para
lograr el desarrollo económico.
 A la luz de esta percepción se pensó en la integración regional
porque un mercado común además de mejorar el intercambio tradicional
de bienes primarios, permitiría una industrialización racional. La sustitución
de importaciones no se concibió en términos aislados, sino como parte de
un esfuerzo para reforzar el intercambio entre países latinoamericanos.
La regionalización fue adquiriendo fisonomía mediante tratados con
los cuales se buscaba establecer una zona de libre comercio con la
Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, uniones aduaneras en
el Mercado Común Centroamericano, el Grupo Andino y la Comunidad
del Caribe. Estas iniciativas se vieron truncadas, amén de los
condicionantes externos y por la misma conformación estructural de las
economías latinoamericanas lo que indujo, desde la década de los ochenta,
a optar por el cambio de modelo de crecimiento a otro de desarrollo
hacia fuera (Guerra – Borges; 2002).
En los últimos años se ha difundido que la década de los ochenta,
para los latinoamericanos, fue una década perdida. Esta idea viene avalada
Jorge Bracho
por los efectos producidos no solamente por la crisis petrolera, sino por
el efecto del peso de la deuda externa. Luego de 1986 el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial adoptaron una nueva modalidad
crediticia: los préstamos de ajuste estructural. El fin de estos últimos fue
el de adecuar las economías latinoamericanas al nuevo modo de
acumulación capitalista. En el corto plazo se estableció la necesidad de
reducir el déficit fiscal y el gasto público, la aplicación de una política
monetaria antiinflacionaria, una tasa real de interés positiva y un tipo de
cambio real “adecuado”. A mediano plazo se estableció la necesidad de
convertir las exportaciones en el motor del crecimiento económico,
liberalizar el comercio exterior, promover al máximo el uso del mercado
y reducir el papel del Estado en la economía.
Latinoamérica, de acuerdo con lo expresado anteriormente, ingresa
a la globalización, así como a una nueva etapa de regionalización, con un
pesado lastre. Las evidencias están a la vista porque América Latina
sigue transfiriendo hacia los países desarrollados los recursos que bien
pudiera utilizar para su prosperidad. Lo más dramático es que esta
transferencia supera toda temporalidad pues los recursos transferidos
son para el pago de una deuda externa impagable. En este orden, Emilio
Pantojas G. (2002) ha señalado que “…el proceso de ‘diversificación’
de exportaciones (en realidad sustitución de exportaciones) creado
por el neoproteccionismo de los ochenta no produjo los resultados
deseados y continuaron agravándose los problemas de deuda
externa, desempleo y pobreza”.(P.7).
Los distintos acuerdos, anteriores a los noventa, se caracterizaron
no sólo por la bilateridad, también porque su orientación comprendía
estratos muy reducidos del espacio arancelario y no incluían plazos para
su ampliación. Si se han de caracterizar los años noventa es necesario
recordar el imperativo por alcanzar acuerdos de libre comercio. Sin
embargo, la integración no ha sido una prioridad para los países
latinoamericanos, en parte porque para la gran mayoría de éstos sus
socios comerciales se encuentran en Estados Unidos de Norteamérica y
Europa. Es por esto que las políticas económicas que se diseñan se
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
relacionan más con factores ajenos a la integración, independientemente
de lo malo o bueno que sean.
Por otro lado, la regionalización puede ser apreciada como una
necesidad de la globalización, aunque simultáneamente sea un movimiento
de integración de Estados – nación. Puede que sean las dos cosas a la
vez. En cierta medida la regionalización puede ser una fórmula para
preservar los intereses nacionales mediante la integración, pero siempre
bajo el manto de la globalización. Ésta indica, de igual forma, el
debilitamiento de los Estados – nación, porque al mismo tiempo que no
se habían logrado resolver problemas inherentes a la cuestión nacional,
en plena época de la vigencia de los Estados – nación, surgen las más
sorprendentes manifestaciones locales, raciales y nacionales. Estas
manifestaciones pueden ser vistas como algo inédito bajo el influjo de la
globalización, por una parte, y, por otra, como expresión de problemas
históricos no resueltos en el espacio de la cuestión nacional. Ejemplo
claro de lo que vengo expresando se encuentra en el hecho del surgimiento
de una sociedad civil, la cual se expresa en Organizaciones No
Gubernamentales (ONGs) transnacionales.
Este fenómeno señala ostensiblemente la dificultad que los Estados
– nación han tenido para la resolución de problemas de exclusión de las
minorías étnicas, sexuales y otros. Lo que Daniel Mato (1994) ha
denominado identidades transnacionales tiene que ver no sólo con la
emergencia y protagonismo de distintas ONGs que buscan resolver
problemas que los propios Estados son incapaces de solucionar. Por otro
lado, lo que se ha denominado sociedad civil internacional encuentra
asociación con la conjunción de actores sociales a través de ONGs
más allá de los fronteras nacionales.
El concepto identidad transnacional, según y como lo propone Mato
(1994) guarda estrecha relación con la globalización. El autor en cuestión
afirma que esta última no comprende sólo procesos económicos, técnicos
y tecnológicos. La globalización ha estimulado, igualmente, la interrelación
de pueblos, una conciencia global, el reconocimiento de la diversidad y la
diferencia, así como el reconocimiento de distintas temporalidades dentro
Jorge Bracho
de espacios más amplios que los históricos Estados nacionales. Mato
(1994) ofrece varios ejemplos de procesos de identidad transnacionalen
Latinoamérica, tal como el periódico Orinoco Indígena y las revistas
Más, Vista e Hispanic.
En este orden de ideas, lo que algunos estudiosos de las relaciones
internacionales denominan sociedad civil tiene que ver con la eclosión
de diversas ONGs, cuyo norte es la de lograr acuerdos más profundos
de cooperación e integración caribeña. Judith Wedderburm (1998), Antonio
Gaztambide y José Javier Colón (2003) advierten que el término sociedad
civil refiere asociaciones libres que funcionan con autonomía frente a
los Estados nacionales. Estos mismos autores asientan que las relaciones
internacionales ya no son potestad sólo de estos últimos, tal como venía
sucediendo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Quienes hoy han
logrado ocupar este haz de relaciones son las organizaciones étnicas, de
género, grupos de trabajadores y nacionales.
La tendencia de mayor peso entre las ONGs, según y como la
percibe Andrés Serbín (2002), ha sido la promoción de una visión
universalista y de “…voluntarismo nacionalista en torno de valores
universales que, con frecuencia, refleja las preocupaciones y
aspiraciones de sectores de las sociedades industrializadas y no
siempre toma en cuenta las particularidades culturales de las
sociedades del sur…” (P.72).
Esta aseveración de Serbin pareciera obviar uno de los elementos
de la sociedad global, como lo es el caso de las apreciaciones
transnacionales hoy en boga. Como lo señalé líneas arriba uno de los
fenómenos de mayor alcance, dentro del espectro de la globalización, se
relaciona con una visión de alcance universal y global de los problemas
ambientales, de género, étnicos, jurídicos, sociales y culturales, entre otros.
Sin duda, esto indica un cambio de paradigma el cual señala una
apreciación más compleja del sistema – mundo.
Por otro lado, la referencia a lo cultural y su importancia en la
integración regional indican la comprensión de los problemas actuales
bajo el manto de la globalización. Si en el siglo XIX y gran parte del XX
Identidad, Cultura y Globalización en la Integración del Gran Caribe
el término cultura se asoció con normatividad y necesidad de imposición,
hoy ese lugar lo ocupa la identidad. La cultura en tanto representación y
reproducción de bienes simbólicos y no simbólicos, es el sustento “real”
de la identidad. La identidad es inherente a lo cultural porque hace uso
de ella al enaltecer ideas, valores, símbolos y representaciones cuya
finalidad última es la de lograr funcionalidad y cohesión social. Es ella
incluyente y excluyente a la vez porque lo que difunde como referente
identitario no incluye todo ni a todos. En este sentido, creo pertinente
recordar lo que en la década del ochenta Manuel Moreno Fraginals (1999)
enviaba como mensaje a artistas y científico sociales caribeños. De
acuerdo con este historiador cubano, éstos debían tener como tarea
prioritaria el estudio de las integraciones específicas y las formas
simbólicas comunes desarrolladas en el Caribe durante el proceso de
consolidación de sus nuevas sociedades (P.171).
Lo que se maneja en tanto cultura no es, por tanto, imposición, es
vivencia amén de relaciones, hábitos y costumbres culturales establecidas
en el devenir. Lo que señala el término identidad es el uso de estas últimas,
pero retomadas y configuradas por letrados, de ahí que de tiempo en
tiempo sufra cambios y reestructuraciones, máxime en momentos de
cambio y sustitución de elites en espacios de poder. Una nueva forma de
asociación regional que implique al Gran Caribe requiere de la retoma de
expresiones culturales de este espacio geográfico, en la que todos los
actores sociales se sientan representados. Intenciones existen, propuestas
también, aunque se requiere de mayores esfuerzos para superar los nichos
territoriales heredados del nacionalismo decimonónico y del veinte. Otro
tanto corresponde con el papel condicionante de los Estados Unidos de
Norteamérica y sus agentes al interior de las naciones, convertidos en
barreras de toda asociación fuera del coloso del norte, así como por su
fuerte indisposición de establecer alianzas estratégicas con Latinoamérica
y el Caribe, porque intereses económico fuertes lo impiden.
Quizás el drama mayor se encuentre ante el nacionalismo, tal como
lo refiere Rafael Hernández (2003), porque el mismo en vez de mostrar
un declive, rebrota en forma cíclica dentro del mundo global. Un modelo
Jorge Bracho
regional de integración debe abogar por los cambios en los curricula de
estudio en cada uno de los países que pugnan por recrear nuevos espacios
regionales integrados, este podría ser el primer paso para superar los
parroquialismos territoriales, al igual que las nuevas representaciones
propugnadas a través de las industrias culturales.
Empero, a partir de la década de los noventa de la pasada centuria,
los actores políticos grancaribeños han buscado poner en práctica fórmulas
políticas que coadyuven en la conformación regional bajo procesos
culturales análogos. Amén de la conformación de la Asociación de los
Estados del Caribe (AEC) han venido incrementando sus encuentros,
cuya finalidad es la de lograr mayores vínculos entre los países que
conforman aquélla. Aunque no debe olvidarse la presencia constante de
los Estados Unidos de Norteamérica puesto que el Caribe ha sido, para
el coloso del norte, una ruta de tránsito por cuyas aguas circulan gran
parte de sus exportaciones e importaciones. Una política de integración
debe tomar en consideración esta situación y establecer fórmulas que
permitan intercambios lo más equidistantes posible.
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