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El secreto de 
los gatos
MARCELO SIMONETTI
Ilustraciones de Leonor Pérez
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El día en que el poeta apareció, los gatos estaban en 
sus cosas.
Se lamían las patas, se arreglaban el bigote, 
se frotaban el lomo contra el tronco de los árboles,
y hablaban de los temas que a los gatos les importan: 
pescados, ratones, leche.
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El poeta buscaba un lugar donde dejar sus palabras,
un lugar donde el viento no se las llevara,
un lugar donde los monstruos no se las comieran.
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Si los gatos son amantes de la luna, la noche y los 
tejados,
sabrán apreciar un verso, pensó el poeta. 
Y, casi susurrando, les dijo: «Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto».
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Pero los gatos no sabían qué era la poesía,
y se fueron saltando por los techos detrás de la gata
más elegante y hermosa del vecindario, convencidos 
de que
el amor gatuno valía más que las palabras de un 
desconocido.
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El poeta volvió a su mundo. 
Volvió a las fuentes de soda, 
a las estaciones de trenes viejas y oxidadas, 
al olor del pan amasado, 
a las lentas tardes de domingo, 
a las ventanas empañadas,
al leve deslizarse de remos en el agua.
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