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1 2451-8050 UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTÍN Rector: Carlos Ruta INSTITUTO DE ALTOS ESTUDIOS SOCIALES Decano: Alexandre Roig Fundador y Director Honorario: José Nun Director Consulto: José Emilio Burucúa Secretario Académico: Ariel Wilkis ETNOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS Revista del Centro de Estudios en Antropología ISSN 2451-8050 Directora: Silvia Hirsch, CEA/IDAES/UNSAM Coordinadora Editorial: Ana Fabaron, CEA/IDAES/UNSAM Editor responsable: Instituto de Altos Estudios Sociales Redacción: Paraná 145, 5º piso, CABA (B1017AAC), Argentina www.idaes.edu.ar etnocont@gmail.com Tel / Fax: 0054 11 4374 7007 Domicilio legal: Yapeyú 2068, San Martín (B1650BHJ), Argentina Diseño: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Javier Beramendi COMITÉ EDITORIAL Máximo Badaró, CEA/IDAES/UNSAM Cecilia Ferraudi Curto, CEA/IDAES/UNSAM José Garriga, CEA/IDAES/UNSAM Alejandro Grimson, CEA/IDAES/UNSAM Valeria Hernández, CEA/IDAES/UNSAM Axel Lazzari, CEA/IDAES/UNSAM Silvina Merenson, CEA/IDAES/UNSAM Gabriel Noel, CEA/IDAES/UNSAM Laura Panizo, CEA/IDAES/UNSAM Ramiro Segura, CEA/IDAES/UNSAM Rolando Silla, CEA/IDAES/UNSAM CONSEJO EDITORIAL Claudia Fonseca, PPGAS-Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil María Lagos, City University of New York, EUA Marc Abélès, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Francia George Marcus, University of California, EUA Joao Pacheco de Olivera Filho, PPGAS-Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil Ottavio Velho, Museu Nacional-Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil Sherry Ortner, University of California, EUA Veena Das, Johns Hopkins University, EUA Marc Augé, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Francia Gustavo Lins Ribeiro, Universidade de Brasilia, Brasil Maritza Urteaga, Escuela Nacional de Antropología e Historia, México Federico Besserer, Universidad Autónoma Metropolitana, México Oscar Aguilera, Universidad Católica del Maule, Chile Eduardo Restrepo, Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia Tim Ingold, University of Aberdeen, Escocia EDITORIAL DOSSIER ANTROPOLOGÍA APLICADA Coordinadora: Marian Moya Presentación Antropología aplicada: Del recurso utilitario al compromiso para la transformación Marian Moya Antropología aplicada Momentos de un debate recurrente José María Uribe Oyarbide ¿Desarrollo y seguridad o antropología pública? Reflexiones sobre los usos de la antropología Carmen Ferradas Antropología aplicada, arte y economía Investigación y planificación de iniciativas económico-culturales en comunidades tribales del Sur Asiático John Clammer Contenidos de género en una política de prevención del delito Inés Mancini Los mensajes de la capacitación Un posible abordaje de la Educación Sexual Integral en contextos indígenas Gabriela Nacach ARTÍCULOS Crisis y alteridad en las configuraciones culturales Alejandro Grimson El proceso de investigación etnográfica Consideraciones éticas Eduardo Restrepo Sobre la cultura del valor material y la cosmografía de la riqueza Marshall Sahlins RESEÑAS NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE TRABAJOS 7 11 13 26 58 72 92 136 139 140 162 180 229 239 7 ETNOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS 1 (1): Editorial Tras cinco números editados en papel entre 2005 y 2010, el Centro de Estudios en Antropología del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín relanza Etnografías Contemporáneas en formato digital. Proponemos esta reedición como una continuidad, en una nueva etapa, del enfoque inicial de la revista. Retomamos entonces los postulados planteados en la primera edición: Etnografías Contemporáneas es una revista de etnografías dedicada a la discusión de investigaciones y problemas de investigación en ciencias sociales; es una revista realizada en la Argentina; es una revista origi- nalmente impulsada por antropólogos argentinos abiertos al diálogo interdisciplinario; y es un proyecto colectivo. A partir de esta propuesta proyectamos una revista que, incluyendo las problemáticas locales, posi- bilite el debate en una escala regional y permita también la inclusión de investigaciones y el diálogo con las antropologías del mundo. La revista publica artículos originales, dossiers temáticos, traduccio- nes y reseñas bibliográficas sobre antropología o en relación con ella –debates conceptuales, reflexiones metodológicas y análisis de casos, entre otras cuestiones–, priorizando aquellos trabajos que despliegan un enfoque etnográfico de las dinámicas y las prácticas sociales y culturales. En este número de Etnografías Contemporáneas,1 la sección de artícu- los con temática libre comienza con un trabajo de Alejandro Grimson que explora posibles significados y usos del término crisis, en los análisis antropológicos, así como en otros estudios que busquen comprender las 1 Etnografías Contemporáneas agradece a Nahir de Gatica la traducción del español al portugués de los resúmenes de este número. 7-9 8 Etnografías Contemporáneas 1 (1): 7-9 dinámicas culturales. Proponiendo un uso restringido y específico del término crisis, el autor reflexiona en torno a los diferentes grados de crisis desde una lectura que ahonda en su dimensión cultural y política. El artículo de Eduardo Restrepo aborda aspectos éticos que deben ser considerados en la práctica etnográfica contemporánea –que involucran el rol del etnógrafo en las etapas del diseño de la investigación, el trabajo de campo y la presentación de resultados–, en un tono didáctico orien- tado hacia quienes se inician en el oficio etnográfico. La revista incluirá en todos sus números la traducción al español de artículos de investigadores de destacada trayectoria en la disciplina. En ediciones anteriores publicamos trabajos de Sherry Ortner, Philippe Descola, Lila Abu Lughod y Philippe Bourgois, entre otros recono- cidos antropólogos. En esta oportunidad, contamos con un trabajo de Marshall Sahlins, cuya traducción fue realizada especialmente para la revista, que problematiza la cuestión del valor. A partir de un estudio antropológico y desde una mirada crítica de la economía como ciencia del valor, este prestigioso autor llama la atención hacia las dimensiones culturales del valor y el origen externo de la riqueza. En esta nueva edición, la revista incorpora un dossier temático en cada número, que contará con un editor de dossier y permitirá ir vi- sibilizando debates en torno a diferentes áreas de interés para la dis- ciplina antropológica. Este número incluye un dossier denominado “Antropología aplicada”, cuya propuesta se enmarca en una línea de formación que se brinda a los estudiantes de grado de la Carrera de Antropología Social y Cultural de la UNSAM. Esta postula un abordaje de la práctica antropológica que trasciende el ámbito de la docencia y la investigación e incluye la presencia de antropólogos en proyectos y programas vinculados al desarrollo, el medio ambiente, la salud, la educación y las políticas públicas. Este enfoque no está escindido de la reflexión teórica de la disciplina, por el contrario se nutre de ella y plantea enormes desafíos para quienes se desempeñan en programas y proyectos, como así también para el análisis de la relación entre dis- ciplinas académicas y campos de acción práctica. Como parte de esta aproximación a la disciplina antropológica, interesa destacar que en el año 2013 se llevó a cabo la I Jornada de Antropologías Aplicadas. Este encuentro constituyó un espacio para la presentación y el debate entre diferentes experiencias de antropólogas y antropólogos que se desem- peñan dentro y fuera de la academia; de organizaciones e instituciones privadas y públicas que contratan a antropólogos; y de estudiantes que enmarcan sus tesinas de grado en experiencias en diversas organizacio- nes. Dando continuidad a esta iniciativa, en junio de 2015 se realizaron las II Jornadas de Antropologías Aplicadas, que dieron cuenta de un importante y aun poco explorado interés en este abordaje,así como de 9 Editorial los posibles aportes que la antropología, en diálogo con otras disciplinas, puede hacer en múltiples campos de la realidad social. En ese marco, el dossier de antropología aplicada cuenta con una introducción de su editora Marian Moya. Los artículos que integran el dossier se inician con una contribución de José María Uribe Oyarbide, que contextualiza los debates en torno a la antropología aplicada en el marco más amplio de la disciplina antropológica en general. Luego, Carmen Ferradas actualiza el debate en torno a lo que se denomina “an- tropología pública” en los Estados Unidos, y problematiza factores po- líticos involucrados con el quehacer antropológico. El artículo de John Clammer examina el trabajo cooperativo entre antropólogo y artistas para promover el trabajo artístico local en dos comunidades tribales del este de la India. Los vínculos entre antropología y políticas públicas son abordados en los dos artículos siguientes: Inés Mancini analiza etnográ- ficamente la pertinencia de incorporar aspectos de género en una polí- tica de prevención social del delito, a partir de su estudio con un grupo de operadores asignados a una villa de emergencia situada en la ciudad de Buenos Aires; Gabriela Nacach explora los alcances, potencialidades y limitaciones que tiene el abordaje de la Educación Sexual Integral en contextos indígenas en las provincias de Chaco y Salta, desde su doble condición como antropóloga/investigadora e integrante de un equipo técnico-pedagógico del Estado. Finalmente, este número cuenta con dos reseñas: en la prime- ra, Karina Dubinsky comenta la etnografía de Leticia Barrera sobre la Corte Suprema de Justicia argentina; en la segunda, María Paula Rodríguez presenta El libro de las miserias preciosas, trabajo en formato ebook de Andrea Mastrangelo. A partir de este número, proponemos generar un espacio para la pu- blicación de trabajos diversos, que inviten al debate desde una perspec- tiva amplia sobre los estudios antropológicos y la práctica etnográfica. DOSSIER ANTROPOLOGÍA APLICADA 13 ETNOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS 1 (1): Presentación Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación por Marian Moya1 Cuando comenzamos nuestro camino como estudiantes de antropología, una de las preguntas que más sonaba entre nosotros era (y sigue sien- do) ¿para qué estudio antropología? La antropología aplicada, resistida y desacreditada hasta hace relativamente poco tiempo, constituye un área de acción, pero también de reflexión y construcción de conocimiento que posibilita responder(se) satisfactoria y concretamente esa pregunta. La antropología aplicada no solo ha sido la hermana menor de la Gran Antropología (Académica), sino que por mucho tiempo ha sido considerada cual ronin, el samurai descastado: en un momento tuvo su lugar de privilegio y fue ejercida por los referentes más destacados de la disciplina, pero luego, por errores cometidos por esos mismos referentes, la antropología aplicada perdió su reconocimiento y quedó diluida y marginada de los espacios hegemónicos de la disciplina. En las clases de la universidad poco o nada nos relatan acerca de estos serios resbalones en los que incurrieron varios de nuestros ancestros académicos. Como en todas las familias, los grandes pecados quedan silenciados. En su época de reconocimiento y aceptación, la antropología apli- cada contó con el aval de Malinowski, autor de un interesante artícu- lo sobre la aplicación de la antropología en ámbitos de intervención, bajo el concepto explícito de “antropología práctica” (Practical anthro- pology) (Malinowski, 1929). Mead, Benedict, Bateson, Kluckhohn 1 Ph.D. in Sociology (Rikkyo Univ., Tokio, Japón), Lic. en Ciencias Antropológicas (UBA). Profesora Adjunta Regular, IDAES-UNSAM. Asesora Cultural, Ministerio de Cultura de la Nación, Argentina. 13-24 14 Marian Moya / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 13-24 y muchos otros discípulos de Boas colaboraron durante la Segunda Guerra Mundial con el gobierno de EUA. Pero el propio maestro, Franz Boas, ya en 1919, había denunciado en una carta que llevó el título “Científicos como espías”, publicada en The Nation, que cuatro antro- pólogos de EUA habían abusado de sus posiciones como investigadores profesionales para conducir espionaje en América Central durante la Primera Guerra Mundial.2 Esa acusación pública en The Nation le valió una severa sanción: Boas fue despojado de su cargo como miembro del Consejo Directivo de la Asociación Americana de Antropología, con la amenaza de expulsión de la Asociación (Hill, 1987). Como decíamos, fueron muchos los antropólogos que trabajaron pa- ra defender los intereses de los estados en conflicto durante la I y la II Guerras Mundiales, la Guerra Fría, la de Vietnam, incluso contribuye- ron a sustentar teóricamente dudosos o escandalosos programas para el desarrollo (como la Alianza para el Progreso, el Proyecto Camelot, etc.) hasta llegar hoy al llamado Human Terrain System, sobre el cual Ferradas nos pone en conocimiento en su artículo para este dossier. Ante esta cadena de traspiés y graves errores que desafiaron la deon- tología de la disciplina, la antropología aplicada cayó en desgracia y la comunidad antropológica, casi en su totalidad, se recluyó en la academia. A causa de esta historia negra y otros desarrollos actuales, suele acusar- se a los antropólogos aplicados de “venderse al sistema” o, en términos aún más duros, de “antropólogos mercenarios”. Esta acusación recae con especial énfasis sobre quienes aplican la antropología como dispositivo de control social en el mundo corporativo, a modo de contención y neu- tralización del conflicto entre empleados, o bien para persuadir a even- tuales clientes y consumidores a través de la modalidad de “etnografía de consumo” y de antropología del marketing. Asimismo, la vara de juicio es severa contra aquellos profesionales de la antropología empleados por empresas cuyos intereses económicos colisionan con las necesidades y expectativas (vinculadas con el mejoramiento de sus condiciones de vida) de comunidades vulneradas, como es el caso de los proyectos de economía extractiva (petroleras, mineras, etc.). Entonces, antropología aplicada deviene sinónimo de “mercantilización de la antropología”. Si bien es cierto que estas prácticas son pasibles de objeciones, cuestiona- mientos éticos y aún denuncias, dado que la antropología queda reduci- da a un recurso de control y expoliación, no sería tan correcto confundir fenómenos del orden de la ética con una “mercantilización”. Quienes son contratados por el Estado, por oenegés, por cualquier otro tipo de organismo también perciben una remuneración y están insertos en un 2 Para ampliar, ver Price, D. “Anthropologists as Spies”. En The Nation. Nov. 20, 2000 http:// www.thenation.com/article/anthropologists-spies# (Acceso el 8/6/2015); Van Willingen: 2002. 15 Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación mercado laboral. Su conocimiento es un producto, sí. No olvidemos que producimos, todavía, en el contexto del sistema capitalista. Pero, al mis- mo tiempo, los antropólogos “académicos” ¿no reciben un salario por su trabajo en universidades o en institutos de investigación por su produc- ción de conocimiento (que, de la misma manera, deviene un producto)? ¿No significa eso acaso una inserción en el mercado (laboral-académi- co)? Este punto nos lleva a otro de los grandes problemas –también abordado desde diferentes perspectivas en el presente dossier–: la dico- tomización entre antropología académica y aplicada. El gran dilema: ¿aplicado o académico? La antropología aplicada muchas veces también fue objeto de críticas por ser una “antropología sin teoría”. Uribe en su trabajo aquí expresa de manera muy ingeniosa, pero no menos cierta que “no hay nada más práctico que una buena teoría”. El hilo que recorre estaintroducción, así como la mayoría de los artículos incluidos en el dossier, suscriben a esta idea de manera explícita o implícita. En efecto, es menester con- cebir y ejercer la antropología aplicada como una “praxis”; la práctica profesional no puede desarrollarse por fuera de marcos epistemológicos que orienten, organicen, sistematicen y sustenten esa práctica. De lo contrario, creemos que ni siquiera estaríamos ejerciendo antropología, sino tan solo una despojada y descriptiva narración empírica. Asimismo, y por la misma ruta de la praxis, la práctica profesional retroalimenta la producción de conocimiento en una relación dialéctica, procesual y dinámica en el ámbito de la gestión. Es esa dialéctica lo que permite que el conocimiento se ajuste, se calibre, se recorte, se amplíe y, muy especialmente gracias al carácter interdisciplinario que suele presentar la práctica en antropología aplicada, abreve en otros saberes disciplina- rios, lo cual confiere un valor agregado con el que no siempre cuenta la antropología producida en marcos estrictamente académicos. Cabe aclarar que se trata de una dialéctica “situada” y coyuntural. Es decir, no necesariamente es replicable de manera universal, ya que la práctica y su reflexión asociada se corresponden con determinado contexto de apli- cación. En otras palabras, una peculiaridad de la antropología aplicada es que, si bien modelos o prototipos de aplicación basados en determi- nados marcos conceptuales y metodológicos podrían reproducirse en contextos análogos, esto podría llevarse a cabo solo si existe una garantía de que las condiciones de aplicación sean efectivamente homologables. Por ejemplo, sería inapropiado sin antes efectuar un diagnóstico de factibilidad extrapolar un proyecto de comercio justo concebido para una comunidad de artesanos textiles a una comunidad de agricultores 16 Marian Moya / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 13-24 cafeteros, ya que las condiciones locales pueden ser muy disímiles en ambos contextos. Por otra parte, la antropología aplicada no es una subdisciplina o “un campo más” dentro de la compartimentalización tradicional en antro- pologías “jurídica”, “política”, “económica”, etc. La antropología aplicada atraviesa esa segmentación –si esta fuera aceptable– e, insistimos, cons- tituye una praxis antes que un campo subdisciplinario. De hecho, ese fraccionamiento de la antropología es controvertido: atenta contra el abordaje totalista, holístico constitutivo de nuestra ciencia. La antropo- logía aplicada constituye una propuesta integradora y transversal, pasi- ble de aprehender y operar sobre la realidad desde cualquier perspectiva antropológica. La especialización en áreas dentro de la antropología aplicada generalmente está condicionada por la formación académica o los intereses de investigación del antropólogo (en temas jurídicos, mé- dicos, educativos, etc.) o por las demandas concretas de la institución en la que el antropólogo aplicado desarrolla su práctica profesional (un hospital, un ministerio, una empresa). Sin embargo, el antropólogo aplicado construye y “aplica” otro tipo de “saber” que de ninguna manera se trata de una doxa, sino que se nutre de la epistemología antropológica y abarca las distintas escuelas, trayecto- rias y marcos conceptuales. En realidad, así como “los hombres hacen la historia pero no saben que la hacen”, muchos antropólogos “académicos” ejercen antropolo- gía fuera de las instituciones de investigación básica, pero no admi- ten que “hacen antropología aplicada”, sea por pudor o hipocresía. Ya formados y con cierto camino recorrido en investigación, no es extraño que un antropólogo sea convocado alguna o varias veces en su carrera con motivo de algún asesoramiento o tarea de consultoría, para brindar los conocimientos y técnicas adquiridos en las institu- ciones académicas. Es por ello que con frecuencia los trabajos sobre la práctica profesio- nal de la antropología –por cierto, muy necesarios ante el vacío de re- flexión y discusión sobre la temática– dedican al menos algunos párrafos a una justificación del porqué debe aceptarse una antropología aplicada. Algo así como esto ¡que estamos haciendo aquí! Esperamos que el pre- sente dossier sea uno de los últimos ejemplos en este sentido. Porque la antropología aplicada es una realidad concreta e instalada, y aunque denostada y resistida, poco a poco va abriendo un surco en el escenario disciplinario. En ese surco se siembran semillas que crecen y ya están dando sus frutos: nuevos nichos laborales para las generaciones jóvenes (y no tanto) de antropólogos que en el embudo hipercompetitivo de la antropología académica no encontrarán salida. Pero también están aquellos que directamente prefieren desarrollar una actividad más ligada 17 Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación a la gestión3 o a una antropología de “orientación pública”,4 al servicio directo de la sociedad en general, antes que el trabajo de investigación básica, que supone cierta reclusión en la torre de marfil académica. La antropología aplicada se encuentra en condiciones de recuperar ese lugar destacado que otrora supo disfrutar, gracias hoy a un marco de oportunidad que mal que nos pese es el neoliberalismo. La ciencia ya no es concebida como mero espacio de solaz intelectual, sino que ahora existe un mandato socioeconómico y pragmático: debe “servir para al- go” o resolver “problemas prácticos”, tal y como sostienen los manuales de antropología aplicada (Nolan, 2003; Ervin, 2000) y Clammer, en su artículo para este dossier. Si bien, como plantean Uribe y Ferradas en sus respectivos trabajos aquí, algunos antropólogos responden con sus prácticas profesionales a intereses netamente espurios, creemos que la antropología aplicada está en condiciones de ponerse al servicio de una acción transformadora amparada en las herramientas teórico-metodo- lógicas de la disciplina antropológica. Condicionamientos institucionales Los especialistas en antropología despliegan su amplio rango de con- ceptos, su entrenamiento etnográfico y otros recursos de investigación para la intervención5 social y la solución de problemas de índole social y cultural (con sus implicancias políticas y económicas). 3 Gestión se asocia con administración o gerenciamiento. Entendida desde esa lógica económica, la gestión incluye investigación y praxis en un marco de planificación, aplicación de conceptos, métodos y técnicas para esa planificación y el refuerzo de las estrategias, estructuras y procesos que llevan a la efectividad de las acciones en un marco institucional. Por cierto, es una de las varias nociones que demandan reflexión y revisión crítica. 4 “Antropología de Orientación Pública” es una noción muy interesante sobre la que viene trabajando el antropólogo español Carlos Giménez, entre otros. Este autor sostiene que “la orientación pública de la articulación teoría/práctica supone que el científico social se implica en experiencias o proyectos donde hay otros actores institucionales y sociales, de relevancia pública, con los cuales se colabora, entre otras cosas reconociendo y valorando los saberes y conocimientos presentes en ese espacio público” (Giménez, 2012). Asimismo, apunta a producir un conocimiento social riguroso, relevante y significativo para la gestión y la transformación de las realidades sociales. 5 El término “intervención” es en sí mismo problemático. “Intervenir” sobre cualquier objeto o sujeto connota un cierto nivel de intrusión, agresión y quizás violencia, cuando menos simbólica, ya que altera la condición original del sujeto u objeto en cuestión. Puede asimismo asociarse con acciones militares, intromisiones en asuntos ajenos, control sobre la ciudadanía, etc. En razón de que este concepto no fue todavía suficientemente debatido en la literatura existente sobre el tema, lo empleamos provisoriamente, ya que se encuentra instaladoen el debate y no lleva a confusiones retóricas sobre antropología aplicada. Pero somos conscientes de la necesidad de revisarlo y reemplazarlo por una noción más adecuada en este contexto de reflexión y producción de un corpus epistemológico sin fisuras para el ejercicio de la antropología fuera del ámbito académico. 18 Marian Moya / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 13-24 Sin embargo, este despliegue suele no ser autónomo. La libertad del antropólogo choca con las ideologías de las instituciones, sostiene Giménez (1999). Sin embargo, quizás antes que un problema de libertad –concepto muy complejo para analizar y operar sobre la realidad con- creta– y choque, sea la autonomía del antropólogo en gestión la que se ve constreñida por las políticas, ideologías, intereses, agendas y mandatos institucionales. En este sentido, el desempeño de un antropólogo, for- mado en la academia y acarreando todos los vicios de esta, emprenderá un proceso de (re)aprendizaje en el marco de su praxis antropológica aplicada, donde incorporará habilidades de negociación, flexibilidad, revisión constante de los propios parámetros (sociales, culturales, ideo- lógicos, políticos) frente a la multiplicidad de sujetos con los que deberá interactuar. Mientras que el antropólogo académico interactúa con pa- res y estudiantes (todos ellos, sujetos que comparten un universo común de significados) y con los sujetos de su investigación, el antropólogo aplicado debe interactuar con una inmensa variedad de interlocutores, casi todos con lógicas diferentes a la propia: funcionarios, personal de oenegés, del sector privado, profesionales de otras disciplinas, beneficia- rios de los proyectos en los que participa, además de estudiantes y pares académicos, en el caso de que también desarrolle tareas en el ámbito universitario. Esta multiplicidad de actores que rodean al antropólogo aplicado le exigirá mucha “cintura”, flexibilidad cultural y psicológica a la hora de negociar sus condiciones de trabajo. La variable “negociación” es clave en el trabajo en antropología apli- cada. Ideología, ciencia y política constituyen una tríada inseparable. Siempre que se implementa una política (pública o privada), esta se en- cuentra fundada en un marco teórico (ciencia), por detrás del cual existe una determinada ideología y un posicionamiento político. Esta tríada, a su vez, legitima determinados intereses económicos. El antropólogo que trabaja en el ámbito de la gestión debe desnaturalizar los procesos de su propio trabajo para traer a la conciencia, entonces, los intereses que está avalando. Por ejemplo, es importante evaluar los contextos de aplicación (no es lo mismo desempeñarse en una oenegé que en un ministerio o en una empresa petrolera), así como las modalidades de intervención (si se trata de un proyecto de construcción de una represa, no es lo mismo persuadir a un grupo indígena para abandonar sus tierras porque serán anegadas que defender al grupo ante tal avance empresarial). En este punto también podemos hablar en términos de una negocia- ción con uno mismo. ¿Estoy dispuesto a trabajar para estos intereses?, sería la pregunta inicial del diálogo interno, reflexivo, para despejar dile- mas principalmente de carácter ético y político. Pero otras variables se ponen en juego en el marco de estos condicio- namientos institucionales y diferencian, una vez más, la tarea académica 19 Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación de la aplicada. Vamos a destacar tres: el tiempo, el dinero y la evaluación del trabajo aplicado. Los tiempos “aplicados” son notoriamente más acotados que los “aca- démicos”. Una comisión en práctica profesional puede durar unas pocas semanas, raramente más de un año. Por lo tanto, no es extraño que el antropólogo se vea en la necesidad de adecuar sus herramientas meto- dológicas, etnográficas a estas restricciones temporales. La administra- ción del dinero –generalmente escaso en proporción con los requeri- mientos de los comitentes– deberá estar sustentada en la preparación de un presupuesto muy minucioso y detallado; uno de los principales componentes de cualquier proyecto de gestión. Si el presupuesto no se diseña adecuadamente y el dinero no alcanza, nos veremos en serios problemas en algún momento del proceso de gestión. Por último, la eva- luación académica es llevada a cabo por pares académicos con quienes compartimos, como dijimos más arriba, un mismo universo de sentidos y, generalmente, entre evaluador y evaluado los criterios sobre los cuales se califica la producción ajena están claramente definidos. En el caso del antropólogo aplicado, la evaluación es efectuada principalmente por el comitente, sobre criterios no siempre claros o apropiados para evaluar el trabajo antropológico. En última instancia, la evaluación depende de los resultados (positivos, negativos, esperados, no esperados) de la investi- gación (Nolan, 2003). De esta manera, siempre es importante examinar cómo los condi- cionamientos institucionales influyen en el desempeño del antropólogo antes de juzgar su trabajo de manera aislada, descontextualizada. Las contribuciones en este dossier Los ejes temáticos y las discusiones que vehiculizan cada uno de los trabajos que componen este dossier ratifican la antropología aplicada como un complejo territorio que entrelaza, además de las disputas in- tradisciplinarias, la necesidad de adaptar o crear nuevos planteamien- tos teóricos y metodológicos, de lidiar con otras modalidades de rela- cionamiento laboral, de idear objetos de investigación antropológica alternativos, entre otros desafíos. Los ejes temáticos propuestos por los autores, asimismo, sugieren factores antitéticos a la hora de reflexionar sobre esta área: ◗ Lo académico / Lo aplicado (Uribe). ◗ La reproducción acrítica de los procesos socioculturales / Una pra- xis orientada a la transformación social (Nacach). ◗ Los condicionamientos institucionales / Los niveles de autonomía del antropólogo (Nacach, Mancini). 20 Marian Moya / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 13-24 ◗ El desarrollo como mecanismo de control social (Ferradás) / La cultura como factor de desarrollo y de alivio de la pobreza (Clammer). ◗ Las políticas “de arriba hacia abajo” / Los procesos de participación y diálogo entre lógicas en conflicto (Mancini). A continuación, escuetamente, presentamos el espectro de problemá- ticas, preguntas, reflexiones y propuestas planteadas por los diferentes autores. Ferradas discute la situación de la antropología actual en EUA, espe- cialmente el gran problema ético que representan polémicas propuestas como el HTS, ocasionando quiebres y rupturas dentro de la comuni- dad antropológica de ese país. Asimismo, la autora puntualiza algunas disyuntivas como la posible incompatibilidad entre una antropología crítica y una antropología pública, se cuestiona quién sería “el público” interpelado por esa antropología pública, cómo deberían rendirse cuen- tas (problemas de accountability) y ante quiénes. Pone especial énfasis en el nexo entre seguridad y desarrollo, optando por un enfoque asaz di- ferente –casi discrepante– con la postura sobre desarrollo de Clammer. Tal contraposición entre ambas posturas constituye un rico aporte para ilustrar la heterogeneidad de perspectivas teóricas que nutren la pro- ducción de conocimiento en antropología aplicada. Asimismo, Ferradas aconseja revisar cuidadosamente dónde nos posicionamos, para quiénes trabajamos, qué condicionamientos tendremos según quién nos emplee, puntos que hemos discutido más arriba. Por su parte, Mancini aborda la articulación entre políticas socia- les y políticas de seguridad y reflexiona sobre la pertinencia de vincu- lar la problemática de género con las políticas de prevención del delito. Una estrategia metodológica sugestiva que propone la autora es, en un ejercicio de reflexividad, ubicarse casi como variable de investigación:su condición de género fue motivo de interpelación por parte de los operadores de los talleres, quienes eran varones. En otras palabras, ser mujer le facilitó el acceso a información provista por las mujeres en el Programa de Comunidades Vulnerables, enmarcado en el Plan Nacional de Prevención del Delito (2001). A partir del recurso de una narrativa etnográfica minuciosa, Mancini da cuenta de la falta de coincidencia entre la lógica institucional de las intervenciones con la percepción y la concepción de los problemas por parte de los beneficiarios de esas políticas. Asevera la autora: El encuentro de estas dos perspectivas resulta conflictivo y decepcionante para las operadoras [quienes implementan las políticas en el terreno], pues- to que sienten que su rol moralizador fracasa cuando sus representaciones acerca de los roles de género son cuestionadas abiertamente por la exis- tencia de otros modelos de femineidad que en el contexto de la villa son perfectamente aceptados. 21 Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación En efecto, la argumentación alecciona sobre una práctica habitual en el diseño de políticas, planes y programas desde una concepción “de arriba hacia abajo”. Es entonces cuando las lógicas nativas chocan contra las lógicas institucionales, y se opta así por poner “parches”, como los talleres de género, en este caso, cuando las beneficiarias ni siquiera tenían claro el concepto, paliativos que no siempre funcionan para conseguir los resultados esperados. Nacach, por su parte, relata su experiencia como antropóloga contra- tada por el Ministerio de Educación de la Nación, para trabajar en la Modalidad de Educación Intercultural Bilingüe. En este artículo, pre- parado claramente para su inclusión en esta publicación académica, la autora se permite analizar críticamente el rol del Estado que la emplea, donde asegura deberían desarticularse prejuicios y visiones de la reali- dad demasiado enquistados aún en distintas capas de “colonialidad”, las cuales permean las políticas en todas sus etapas (diseño, elaboración, implementación). En ese sentido, Nacach se pregunta: ¿cómo se presenta un Estado que (…) fue responsable de un proyecto histó- rico que desestructuró las naciones indígenas, fracturó y destribalizó? ¿Cómo resuelve el estado la ambivalencia de promover derechos universales al mis- mo tiempo que reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos in- dígenas argentinos? El trabajo de Nacach es una muestra de cómo un antropólogo em- pleado por una institución –en este caso, el Ministerio de Educación– debe cuestionarse su propio papel y detectar aquellos puntos disruptivos con respecto a su posicionamiento teórico, pero también político, para no transformarse en un sujeto acrítico o, peor aún, sin conciencia res- pecto de los posibles riesgos de reproducir situaciones de colonialidad y desigualdad en su propia práctica profesional. El aporte de Clammer nos introduce en una realidad poco familiar para nosotros: poblaciones tribales del este de India y el trabajo coope- rativo entre antropólogo y artistas para promover la economía creativa en el marco de procesos de desarrollo. El objetivo de esta investigación aplicada fue preservar y mejorar tradiciones visuales y de arte performa- tivo locales, promoviendo el trabajo artístico como modos de crear una base económica independiente para mujeres en áreas rurales. El trabajo de Clammer, enmarcado en un proyecto de promoción de la economía creativa, podría ser prejuzgado como un relato que susten- ta el desarrollo desde la agenda de Naciones Unidas y su sistema. Sin embargo, es necesario leerlo detenidamente y sin prejuicios, porque la experiencia en India presentada por Clammer demuestra que el de- sarrollo en cultura y la cultura concebida como un factor de desarro- llo trasciende los límites discursivos y retóricos de las organizaciones 22 Marian Moya / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 13-24 transnacionales o de ciertos gobiernos para plasmarse, en este caso, en acciones concretas orientadas al mejoramiento de las condiciones de vida de grupos vulnerados en ese país: los andavasi y los dalit (los “in- tocables”, las castas más bajas). Por otra parte, es una oportunidad para la antropología local de acceder al conocimiento de otras realidades del Sur y promover la re- flexión entre latitudes geográficamente alejadas, pero con determina- ciones estructurales en algunos sentidos comparables en el escenario geopolítico mundial. Por último, el artículo de Uribe propone un panorama exhaustivo y clarificador acerca de varios aspectos clave que atañen a la antropología aplicada: la discusión sobre la pertinencia (o no) del adjetivo “aplicado” al sustantivo “antropología”, tipologías, un interesante rastreo histórico, referencias sobre autores que han reflexionado acerca de la temática des- de la academia. El recorrido temático y crítico de este autor proporciona un mapa muy útil y conveniente para interiorizarnos en las principales problemáticas, disyuntivas teóricas y políticas, así como en las potencia- lidades que ofrece el ejercicio de una antropología aplicada. Para finalizar, recogemos una frase del texto de Uribe, que puede sonar perturbadora pero pone sobre el tapete la necesidad de asumir con seriedad este tema: “la primera e inmediata aplicación de la an- tropología es garantizar la propia existencia de los antropólogos”. Y los antropólogos, por cierto, no podremos sobrevivir en este mundo contemporáneo mirándonos el ombligo o criticando el universo al abri- go de la academia (refugio ya de una minoría), sin siquiera imaginar contrapropuestas concretas de transformación social. El tradicional mandato “publica o perece” parece estar siendo reemplazado por uno nuevo: “insértate en el mercado de la ciencia aplicada o búscate otra ocupación”, disyuntiva a la que tendrán que enfrentarse los jóvenes pro- fesionales en un futuro cercano. 23 Antropología aplicada: del recurso utilitario al compromiso para la transformación Bibliografía Ervin, Alexander M. (2000). Applied Anthropology: Tools and Perspectives for Contemporary Practice. Boston, Allyn and Bacon. Gardner, Katy y Lewis, David (1996). Anthropology, Development and the Postmodern Challenge. London, Pluto Press. Giménez Romero, Carlos (ed.) (1999). Antropología más allá de la acade- mia. Aplicaciones, contribuciones prácticas e intervención social. 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DOSSIER / ARTÍCULO Uribe Oyarbide, José María (2015). “Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente”, Etnografías Contemporáneas 1 (1), pp. 26-57. RESUMEN Si bien el adjetivo aplicado sólo tiene sentido en referencia al sustantivo al que se aplica, en este caso la antropología, ¿es posible afirmar esa distinción, la exis- tencia de una antropología pura o teórica versus una antropología aplicada? Cada vez más a la antropología, se le pide opinión y respuesta a paradojas, con- flictos y procesos sospechándose por parte de los peticionarios su inaplicabili- dad a los tiempos y urgencias que esa misma realidad cambiante impone en la toma de decisiones. Se plantea aquí la tensión presente entre el carácter teórico o aplicado que ha de tener la antropología, no tanto como opciones excluyen- tes, sino como énfasis diferentes que se pueden imprimir. Palabras clave: antropología aplicada, teoría antropológica, perspectiva cultural. ABSTRACT “Applied anthropology: aspects of a recurrent debate” While the adjective applied only makes sense in reference to the noun to which it is connected, in this case anthropology, can we confirm this distinction, the existence of a pure or theoretical anthropology versus an applied anthropology? Increasingly anthropology is asked to respond to current paradoxes, conflicts, processes suspecting of its non applicability to the emergencies that current changes impose on decision making. This paper states the tension between the theoretical and applied dimension that should be part of anthropology, not so much as options, but as different ways of emphasizing its applicability. Keywords: applied anthropology, anthropological theory, cultural perspective. RESUMO “Antropologia aplicada: momentos de um debate recorrente” Embora o adjetivo aplicado só tenha sentido em referência ao substantivo ao que se aplica, neste caso a antropologia, é possível afirmar essa distinção, a exis- tência de uma antropologia pura ou teórica em contraposição de uma antropo- logia aplicada? Cada vez mais à antropologia, se lhe pede opinião e resposta a paradoxos, conflitos e processos, suspeitando-se por parte dos peticionários sua inaplicabilidade aos tempos e urgências que essa mesma realidade cambiante impõe na tomada de decisões. Apresenta-se aqui a tensão presente desde os começos da disciplina sobre seu uso ou, se se quer, entre o caráter teórico ou aplicado que tem que ter a antropologia, não como opções excludentes, senão como ênfases diferentes que se podem imprimir. Palavras-chave: antropologia aplicada, teoria antropológica, perspectiva cultural. • Recibido: 15 de marzo de 2015 • Aceptado: 15 de mayo de 2015. 27 ETNOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS 1 (1): Antropología aplicada Momentos de un debate recurrente1 por Jose María Uribe Oyarbide2 En estos tiempos de posmodernidad, de “pensamiento frágil”, de in- certidumbre e inmediatez puede parecer inapropiado abordar el debate de la antropología aplicada. Alguien, desde la academia, podrá plantear ¿qué sentido tiene hablar de las implicaciones éticas, metodológicas y teóricas del uso del conocimiento, en este caso antropológico, cuando el proceso o escenario de ese uso realmente no está definido dada la cam- biante conceptualización y la emergencia de experiencias que se siguen día a día? Y, sin embargo y en paralelo, desde diferentes entes sociales, y por esa misma heterogeneidad social, cada vez más a cualquier ciencia social, y especialmente a la nuestra, se le pide opinión y respuesta a pa- radojas, conflictos y procesos en marcha sospechándose, no obstante y en no pocas ocasiones, por parte de los peticionarios su inaplicabilidad a los tiempos y urgencias que esa misma realidad cambiante impone en la toma de decisiones. Ni es nueva la requisitoria, ni es nueva la duda sobre la antropología, ni es nueva, desgraciadamente, la mudez o desatención con que se suele responder a dichas consultas. Entiendo, asimismo, que a ambas objeciones –las nuestras y las de los “otros”– se les suele dar respuesta demasiado superficialmente: 1 Publicación original de este artículo, en: Uribe Oyarbide, Jose María. “Antropología más allá de la academia. Aplicaciones, contribuciones prácticas e intervención social”, en: Giménez Romero, Carlos (coord.): Actas del VIII Congreso de Antropología. Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español y Asociación Galega de Antropoloxía, 20-24 de septiembre de 1999. Etnografías Contemporáneas agradece al autor por ceder los derechos del artículo para su publicación en esta revista. 2 Antropología Social-Dpto. Trabajo Social, Universidad Pública de Navarra. Contacto: jmuribe@unavarra.es. 26-57 28 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 afirmando que la antropología “no da recetas” o relegando el interés de la antropología a un “bichario de rarezas”. Y ambas, es más, resultan fácil- mente invalidables a poco que se repare en que el debate en la disciplina sobre las implicaciones y usos del conocimiento ha arrojado posturas bastante sugerentes y relevantes en planteamientos teóricos y metodo- lógicos y, sobre todo, que dichas posturas –sirvan de ejemplo las que yo destacaré– implican ya salidas o contestaciones a los estereotipos que se nos atribuyen. Además el carácter de herramienta evaluadora de procesos de la di- námica social, la opción que propongo está en la raíz de la reivindica- ción, no nueva por otra parte, de una antropología que no puede hacer oídos sordos ya hablemos de encuentro de diferencias, de propuestas de cambio, de variaciones en la interacción social o, si se quiere, de la propia innovación recurrente a la que las corrientes sociales actuales nos enfrenta. De ahí que el enfoque cultural sea ineludible para entender la sociedades que estudiamos, o se estudian, y que la aplicación sea con esa etiqueta u otra –aun siendo esto lo menos importante–, una tarea inexcusable que si no la realizamos desde la disciplina será vicaria e inconsistentemente intentada desde otra formaciones y sobre todo, su- pondrá quedar orillados de la realidad social en aras a un catálogo de imaginarios sociales que implicará la propia disolución de la disciplina por desvinculación social con la realidad. El uso del conocimiento antropológico Lo primero que hay que plantearse, por tanto, sería: ¿es la realidad de que nos habla la antropología una realidad relevante para las demandas que se nos elevan? En primera instancia la “realidad”, nuestra realidad disciplinar, sería la reflexión sobre la diversidad cultural dentro de la unidad biológica humana. Ahora bien, esa realidad social como toda realidad (Beltrán, 1991) tiene por así decirlo una “realidad real” y una “realidad aparente”: la realidad y sus manifestaciones. Las manifestaciones serán las distin- tas visiones que se han fraguado en la disciplina sobre la cultura y las diferentes culturas; la realidad real, las opciones que se han formulado de cuál es la realidad de la disciplina –las ideas, la estructura social, los símbolos, las proteínas, etc.–. Si la relevancia del estudio de la cultura resulta de su confrontación con la vida diaria y por la puesta a prueba del discurso científico (Freilich, 1989), habrá que ver qué efectos provocan la parte real y la aparente de nuestra disciplina. Aclaremos esto: qué implicaciones tienen sobre la disciplina, pero qué efectos pueden tener sobre las sociedades. 29 Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente Todo saber, también el dela antropología, lleva unido cuestionarse su uso, ya sea desde una razón práctica, ya sea desde una significativa (Sahlins, 1988). Aquí y en unas líneas más adelante, esperamos, con más detalle y claridad, poder referirnos a la tensión que está presente desde los comienzos de la disciplina sobre su uso o si se quiere entre el carác- ter teórico o aplicado que ha de tener la antropología; y no tanto como opciones excluyentes, sino como énfasis diferentes que se pueden im- primir. Diferenciación de acento que en uno de su extremos ha llevado a ciertos autores a formular la posibilidad de un subcampo en sí mismo merecedor del nombre de antropología aplicada. Aunque la expresión hace aflorar resabios muy concretos sobre lo que se ha dado en llamar antropología aplicada, tampoco queremos evitarlo, pues tal expresión es parte de un problema superior en la disciplina que es el que queremos que sirva de hilo conductor: el problema –si es que resulta problemático y, como mostraremos, creemos que así lo es– del uso del conocimiento antropológico; digamos, que lo que nos ocupa son las traducciones prác- ticas que ha tenido o se pueden derivar de las afirmaciones que la teoría antropológica ha ido realizando sobre las culturas. Así que aunque men- cionamos el adjetivo aplicado, no es tanto porque queramos limitar o estemos de acuerdo con aquellos planteamientos que tratan de darle un contenido especifico, cuanto porque consideramos que es un referente al que no podemos escapar cuando pensamos en la práctica, utilización, uso o implicaciones para las sociedades de un saber como la antropo- logía social. En cierta forma, hablar de una antropología práctica o una práctica de la antropología no va ser igual, pero ambas son formas de responder a un interrogante que siempre se eleva a la disciplina, quiérase o no: ¿para qué sirve la antropología social? Pues bien, vamos a intentar introducirnos en esa difícil vereda y seguir su camino presuntamente resbaladizo, o al menos eso se de- duce de las intermitentes y veladas alusiones al tema a lo largo de la producción antropológica, dado que nos parece pertinente al menos por una doble razón: En primer lugar, porque creemos que tan importante como llegar a delimitar qué es un área de conocimiento o cómo se define una disci- plina frente a otras, es saber qué se hace y qué se puede hacer con ese saber; qué praxis puede implicar y a qué ideologías responder. Desde es- te ángulo de vista, subrayamos la expresión de Menéndez (1984), quien afirma que todo saber se construye desde una praxis y de acuerdo con una ideología, y el antropólogo obviamente no escapa a esa afirmación. En segundo lugar, porque en la propia trayectoria de investigación ligada a la antropología de la salud y de la medicina resulta constante la pregunta de los no antropólogos, e incluso de otros antropólogos, sobre el sentido aplicado o no de la antropología; sobre su utilidad 30 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 y relación con situaciones humanas que supuestamente no permiten el carácter doblemente superfluo de una disciplina que se asocia a lo lejano, lo exótico, a lo no cotidiano o, si queremos, de lo que se puede prescindir, pues lo cultural se iguala con lo ideal como algo añadido a lo biológico, entendido “real” y necesario. Mas allá de que, como M. Godelier (1989) afirme, el edificio sea donde se vive, se ha de tener bien presente la necesidad de los cimientos; de igual manera, lo ideal y lo material se definen mutuamente, y parece oportuno restablecer relaciones que suelen colocar a lo cultural más en lo primero que en lo segundo. Esa sospecha de dudosa identidad antropológica de un campo disciplinar como la antropología de la medicina, pasa, aparen- temente, por: a) su utilidad o aplicación para justificar su presencia en lo sanitario; o, b) su negación de aplicabilidad para ser una antropolo- gía más. Todo ello cuando paradójicamente las dimensiones culturales de los procesos de salud/enfermedad se están convirtiendo en una de las áreas con una “frágil salud de hierro”, renovando muchos de los debates clásicos en antropología y exigiendo no pasar de puntillas sobre la tensión aplicado/teórico, o si se quiere academia/sociedad, monodisciplinariedad/multidisciplinariedad. Adelanto que no pretendo, ni mucho menos, zanjar la polémica so- bre la validez o no de una supuesta antropología aplicada frente a una antropología social general o académica. Permítaseme, a través de este ex curso, mostrar el tipo de reflexiones que respaldan el enfoque, la in- terrelación y la continuidad que se establece entre orientaciones teóri- cas y aspectos destacables en los campos de estudio. Se intenta mostrar cómo la construcción de ese saber se opera en forma de procesos de retroalimentación desde ideologías que legitiman praxis tanto de ac- ción –abogar por una antropología aplicada–, como de omisión –relegar indefinidamente la cuestión–. Si bien el adjetivo aplicado solo tiene sentido en referencia al subs- tantivo al que se aplica, en este caso la antropología, ahora, ¿es posible afirmar esa distinción, la existencia de una antropología digamos pura o teórica versus una antropología aplicada? ¿Existen esas dos grandes opciones? Para ciertos autores, y puesto que la distinción no es más que la transposición mecánica de una distinción de las ciencias naturales a las ciencias sociales, esto no sería factible. Pues la aplicación supondría la conformación de un cuerpo de leyes científicas susceptibles de apli- carse, y ese no parece ser el caso de la antropología (Evans-Pritchard, 1975) por la no existencia de auténticas leyes sociales; aunque no estaría de más señalar que las leyes de las ciencias naturales son tan o tan poco leyes, pues siempre resultan tendenciales o probabilísticas, si reparamos en el constante recuerdo de “dadas ciertas condiciones” o “suponiendo un rozamiento cero” (Carrithers, 1990). 31 Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente No obstante, el debate no se cierra con esta afirmación, las cosas re- sultan ciertamente mucho más complejas. De hecho, lo que marca esa pregunta recurrente, aunque no planteada de forma abierta hasta hace relativamente poco tiempo, es la gran diversidad de formas de entender lo que es la aplicación de la antropología. Podemos reseñar variantes de esa discusión: la disputa desde el siglo XIX hasta los primeros años del XX entre la opción de la antropología física frente a la antropolo- gía social; la pugna entre naturalistas y filósofos, que generó el discurso antropológico y folklórico respectivamente (Prat, 1993); la preocupa- ción siempre presente en autores clásicos de la antropología social como Morgan, Boas, Malinowski o Evans-Pritchard que alcanza a las versio- nes de la antropología crítica de la medicina (Singer, 1990) o corrientes feministas de la antropología posmoderna como pueda ser Strathern (1991), pasando por unos grandes dinamizadores del debate antropoló- gico como Kaplan y Manners (1981), para ver en todos ellos apelaciones a la intervención en la excepcionalidad/cotidianeidad, al papel social, de cambio, de mejora de las condiciones de los seres humanos, aunque eso sí cada uno con su modelo cuasi moral del papel del antropólogo. También con la crisis epistemológica que supuso la II Guerra Mundial el problema, con otros términos, se reagudiza. Y más adelante, en cierta forma derivada del replanteamiento posbélico, la eclosión de subcam- pos o subdisciplinas dentro de la antropología social marca ese ansia de aplicabilidad de la reflexión antropológica, quizá no como fin en sí mismo en muchos casos, pero sí como dato clarificador de las dinámicas cotidianas de la realidad –antropología de la pobreza, antropología del desarrollo, antropología de la vejez y la propia antropología aplicada así acuñada–. Por último, gran parte del debate abierto por la antropología posmoderna pasa más que por el refinamientoteórico metodológico por huir de dominaciones, ya sean autoriales, eurocéntricas, masculinas o visuales (Clifford y Marcus, 1991) y provocar giros en la academia y en la producción y reproducción que de su realidad ella impulsa. Pero a su vez, y no solo cronológicamente, ese mismo diálogo es- tá constantemente presente a través de las desiguales relaciones que la antropología ha mantenido entre el peso específico y la atención con- feridas a la construcción conceptual y a los datos utilizados; o de otra forma, la pugna variada y variable entre cultura y etnografía como ele- mentos nucleares de la disciplina. Esa tensión comienza con un primer momento en que la cultura material y el apunte etnográfico son la pista que muestra la existencia de la diversidad cultural que justifica la propia disciplina, para ser más tarde el “yo testifical” (Geertz, 1989) el garante de independencia científica, pasando por la autonomía que asume la mera reflexión del antropólogo y terminando por reivindicar un retorno, aunque con diferente acento, del papel preponderante de lo etnográfico 32 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 e incluso de la propia “etnografía de la etnografía” (la cultura de las cul- turas estudiadas). Esa pugna de la antropología con otras ciencias –ya sea en su versión biológica primero, sociológica y psicológica después– por la cientificidad de la disciplina puede leerse como una reivindicación de la aplicabilidad antropológica. Disciplina que se encuentra siempre entre el recurso a la cientificidad y la profundización en la relatividad de sus afirmaciones. De qué hablamos cuando hablamos de antropología aplicada “No hay nada más práctico que una buena teoría”. La propia expresión “antropología aplicada” suele ser evitada por la mayoría de autores de la literatura antropológica, y eso por una triple razón: En primer lugar, porque aquellos autores que han pretendido aislar la antropología aplicada como un campo de estudio distinto a otros han solido fracasar en su intento de deslindar un subsistema u objeto pro- pio de investigación. Su fracaso se ha achacado al hecho de referirse a interconexiones de elementos entre subsistemas –en otras palabras han vuelto a definir la cultura– o a significar una visión global de momentos en procesos que ya son objeto de estudio –¿hablar de desarrollo no es, en cierta forma, lo mismo que hacía el evolucionismo o el estructu- ral-funcionalismo?, ¿reivindicar la especificidad para sí de la aplicación a la clínica no es lo mismo que planteó el interaccionismo simbólico Goffmaniano?–. Habitualmente, se han limitado, en forma más o me- nos enmascarada, a afirmar que su versión antropológica es más útil y realista; pues si la antropología es científica, y por tanto susceptible de utilización técnica como cualquier otra ciencia, se afirma, ha de tener por exigencias lógicas sus caras pura y aplicada. Una segunda interpretación de la expresión se ha unido al apoyo prestado a la dominación política regímenes coloniales (Llobera, 1975). De hecho y en forma estereotipada, la aplicación se ha entendido como un uso perverso del conocimiento al servicio del interés de dominación. La tercera razón de que se evite la expresión es que para muchos autores hablar de antropología aplicada es una redundancia, pues no se concibe la posibilidad de que no lo sea; o, de otra manera, la aplicabili- dad de la antropología está en su mera existencia como reflexión sobre la diversidad cultural. Estas posiciones ponen de manifiesto la polisemia de la expresión; generan la duda de si el sentido del calificativo aplicado es el mismo para ellas. Y ciertamente parece que no. En el primer caso estamos más cerca de lo que generalmente se ha calificado en forma peyorativa como una “ingeniería social”; en el segundo, ante otra variedad de mecanismo 33 Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente de control social; y en el tercero nos encontraríamos en la línea de la frase que abre este apartado. De ser esto solamente así, parecería estar zanjada la cuestión: la an- tropología para la mayoría de autores no sería susceptible, como ciencia social que es, de tener una traducción técnica, y ese argumento lo co- rroboraría el que cuando se ha intentado se ha convertido en algo que la distancia de su propia identidad científica. No obstante, en muchos manuales de antropología y monografías, el tema de la aplicación, en esa expresión o en similares, aparece aunque las más de las veces de forma taimada; nos encontramos con formulaciones como antropolo- gía práctica (Malinowski, 1929), usos de la antropología (Goldschmidt, 1979), antropología pragmática (Freilich, 1989), antropología com- prometida (San Román, 1993), antropología implicada en la realidad (Kottak, 1982), etc. La alusión indirecta y escueta quizá responda a que la propia posibilidad de mencionar lo aplicado implica hacer entrar de forma automática su término opuesto: lo teórico o “puro”. Y, en defini- tiva, la posibilidad de deslindar dos grandes opciones de antropología; esa confrontación está recubriendo toda una serie de polarizaciones que, siendo ya clásicas en antropología, han sido y son tratadas con desigual atención y consenso –unidad/diversidad, relativismo /comparativismo, sujeto/objeto, ciencia/arte–. Sin invalidar las opciones anteriores, en lo que tienen de posibili- dades pero no de límites que agoten el papel de la antropología en la vida social, estimo que mucho del quehacer antropológico ha preten- dido algo más que ampliar el caudal de conocimiento o de realidades posibles desde la diversas culturas de la común humanidad (Kluckhohn, 1959). Se han planteado modelos para que esa diversidad conviva sin menoscabo mutuo pero con interrelación fluida. Y esta postura no ha de suponerse solo y siempre en los autores que han optado por una labor antropológica más centrada en el sujeto o más relativista y respetuosa con la diversidad y/o con una concepción de arte cultural. Por contra, es también objetivo de autores que se ven a sí mismos más como científi- cos, desvelando y explicando objetos de conocimiento a través de com- paraciones intersubjetivamente validadas por la comunidad científica. En ambas opciones, puestas en sus límites, se encuentran presencias o ausencias sobre el papel que juega el conocer sobre culturas y sociedades para esas culturas y sociedades. Constatar esa referencia permanente a los usos que tiene la antropo- logía y, a su vez, el hecho de que sigan siendo relegados dentro de las corrientes centrales en la disciplina exige algún tipo de indagación. Se pueden al menos fijar cuatro posturas que se han dado en antropología sobre el problema del uso de su conocimiento o directamente sobre la viabilidad o no de la aplicación de ese conocimiento. 34 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 En primer término, desde los inicios de la disciplina está presente la discusión sobre el uso, la aplicación; aquí haremos un breve repaso de las alusiones que diferentes autores hacen sobre el tema. Estos comen- tarios se presentan como contrapuntos de los postulados teóricos que les caracteriza. Seguidamente, nos centraremos en las dos opciones que han encara- do directamente el problema de la antropología aplicada: aquellos plan- teamientos que han visto en ella algo distinto a la académica o pura y que le han otorgado, aunque en forma variada, un contenido específico y la han constituido como un campo propio; y aquellos posicionamientos que encuentran en los usos del conocimiento antropológico una fase de la disciplina que acentúa las variables relaciones entre praxis y saber, que ha sido descuidada y que tiene una relevancia en sí misma por la entrada de la disciplina como recurso en la justificación de la gestión de la vida cultural. Es a esta última a la que, en caso de que fuese necesario tomar partido, nos adhiriríamos. Una última postura, ala que aquí no aludiremos por la profusión de literatura al respecto todavía no suficientemente analizada, será la que se despliega a raíz de las propuestas de la antropología posmoderna y que, por la vía de la discusión del estatus científico o literario de la disciplina, renueva entre otras la polémica sobre los usos de la teoría antropológica. a) Los usos como justificación de la disciplina Siguiendo el orden cronológico aludido, una primera acepción o apro- ximación al uso que se hace de la antropología o, lo que es igual, al para qué sirve la antropología se puede notar desde lo primeros autores de la disciplina. Todos estos “clásicos” del estudio de la cultura, desde Morgan hasta Lévi-Strauss, se plantean en un momento u otro justificar la con- veniencia de que exista la antropología; lo harán de formas distintas, unos con mayor rotundidad sobre el beneficio para la sociedad (Boas), otros más llamados por las convenciones sociales aunque su trabajo dé la espalda a tales problemas de uso (Lévi-Strauss). Pero todos ellos jus- tificarán su disciplina apelando a lo que es posible solucionar por su me- diación. Puede decirse, por tanto, que la primera e inmediata aplicación de la antropología es garantizar “la propia existencia de antropólogos” (Spradley y McCurdy, 1980: 333). Desde los primeros balbuceos de la disciplina, sin embargo, tenemos ya datos de la fricción entre la construcción de un corpus de conocimien- to y su uso. Así, en 1824 Henry Rowe Schoolcraft, coetáneo de L. H. Morgan, advierte sobre el particular: “Sin duda existe cierto peligro de que haciendo del lenguaje y la historia indias objetos de nuestra investi- gación se pasen por alto los objetivos prácticos de sus reclamaciones” (cit. por Hinsley Jr., 1979). Esta advertencia la suscribe alguien que quedó al 35 Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente margen del reconocimiento social dentro del mundo antropológico, por optar por una línea de utilización manifiesta del conocimiento en procu- ra de grupos indios. El Bureau of American Ethnology, y su trayectoria desde J. W. Powell hasta el mismo F. Boas, muestra ese sentido de utili- zación de solución del conocimiento para la solución de los problemas de las comunidades indias, aunque dentro del colectivo de estudiosos hubiera ya voces discrepantes sobre tal actitud (Hinsley Jr, 1979). Repasando textos históricos sobre la conformación de nuestra disci- plina, encontramos siempre, como primeros núcleos de la asociación de personas interesadas en el desarrollo y profundización en la diversidad cultural, móviles de claro contenido práctico, del para qué del saber an- tropológico. Así la Ethnological Society of London, fundada en 1843 y dedicada a “la promoción y difusión de la rama más importante del conocimiento, a saber aquélla que versa sobre el hombre, la etnología” (Stolcke, 1993:151), tiene sus antecedentes en la Aborigines Protection Society, de 1837, cuyo objetivo es el progreso moral e intelectual de las sociedades con un claro sentido de uso o ayuda humanitaria. Remontándonos a uno de los fundadores de la disciplina, no es solo casual que el acceso privilegiado a los indios iroqueses con el que contó Morgan fuera en buena medida debido a su participación como abogado de la comunidad india, ante las pretensiones de una compañía de adminis- tración de tierras. De hecho, eso le permitió encontrarse con un problema que se convertiría en epicentro de su trabajo y, por cierto, este trabajo teórico no lo acometió intensamente hasta que se retiró de su labor co- mo abogado, interviniendo en esporádicos procesos judiciales contra co- munidades indias. En la anécdota reflejada en las “Lewis Henry Morgan Lectures” de 1990 por Good (1994), se destaca que esta labor tuvo como respuesta el ser “adoptado por los Seneca, hecho miembro del clan de los halcones, y otorgado el nombre de Tayadaowuhkuh, o aquél que está al otro lado o que une la diferencia, en referencia a que él era un puente so- bre las diferencias entre indios y el hombre blanco” (Good, 1994: 1). Esa misma vinculación hacia usos pragmáticos de la disciplina es mencionada en variadas ocasiones (Goldschmidt, 1979; Leacock, 1963). “Espero poder demostrar que una clara comprensión de los principios de la antropología aclara los procesos sociales de nuestro tiempo y nos puede indicar, si estamos dispuestos a escuchar sus enseñanzas, lo que debe hacerse y lo que debe evitarse” (Boas, 1928 cit. por Balandier, 1975: 248). Quizá este texto sea una de las proposiciones más claras del papel modificador que puede tener la antropología; a su autor, sin embargo, suele vinculársele a una visión particularista del grupo estudiado, alejado de la comparación, y en menor medida con ofrecer soluciones intercam- biables para diferentes sociedades. La obra de Franz Boas ha pasado más al conjunto de la disciplina por un énfasis histórico y/o mentalista y 36 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 centrado en el sujeto y sus emociones (Stocking Jr., 1979) que por pre- tensiones reformadoras. Incluso, las características de los grupos donde puso a prueba su método de trabajo –comunidades indias americanas en clara recesión frente al modelo anglosajón– tienden a separarle aparen- temente de la cotidianeidad, teniendo que reconstruir ideas e imágenes de un mundo pasado y ya desaparecido. Algún autor, remarcando el papel de “activista social” de Boas, llega a afirmar que para la antropolo- gía americana no ha habido obra tan influyente sobre las política de la administración americana como el estudio sobre Emigración Europea que Boas dirigió en 1909 por encargo del servicio de inmigración nor- teamericano (Tanner, 1959 cit. por Goldschmidt, 1979: 6). Siguiendo un repaso cronológico, Bronislaw Malinowski además de otros méritos, tiene como seña de identidad, y en ciertos casos como baldón, su declaración en favor de una versión pragmática del estudio antropológico y de lo estudiado antropológicamente: el hombre como ser manipulador y centrado en la acción. Así, en 1929 publica su artículo “Practical Anthropology”, en el que instaba a los administradores pú- blicos, sobre todo en colonias, a que apelaran a los antropólogos cuando necesitaran ayuda. Para ello, les mostraba en esbozo las técnicas de tra- bajo de campo que se utilizaban en antropología. En 1939, Malinowski se presenta en un artículo como abogado de la antropología práctica, en- tendiéndola como el estudio de los problemas vitales, fundamentales e importantes: “Solo aquellos que se imaginan que los intereses académi- cos empiezan allí donde la realidad termina estarán dispuestos a negar que una cuestión no es menos científica porque sea vital e importante” (cit. por Hogbin, 1974: 274). Pero, según Hogbin (1974: 267), la autoría del empleo por primera vez de la expresión antropología aplicada recae en Radcliffe-Brown, en un artículo de 1930. Esta afirmación resulta doblemente sorprendente: primero, porque aceptando la posibilidad de hablar de algo como an- tropología aplicada, con un sesgo u otro, se suele fijar el interés por esta subdisciplina en las labores de reconstrucción posbélica de la Segunda Guerra Mundial. A su vez, resulta también inesperada por la vincula- ción que suele hacerse de Radcliffe-Brown a un modelo normativo e inmanente de sociedad, que parece tener poco que ver con las imágenes a las que hoy en día se remite la expresión: cooperación internacional, programas de desarrollo, programas de cambio cultural, etc. Expresiones que aunque borrosas en su delimitación, se presentan aparentemente alejadas del estructural-funcionalismo tan caracterizado por su énfasis en la continuidad, el ahistoricismo y el consenso. Pero la cuestión de la traducción práctica de la antropología se la plan- tea incluso alguien como Evans-Pritchard (1975), que no pretende hacer de su antropología una ciencia. De hecho, para él, la aspiración científica 37Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente choca con los objetivos prácticos: “Creo que el esfuerzo por descubrir leyes naturales de la sociedad es inútil, y lleva únicamente a una serie de discusiones sobre métodos, sin resultados prácticos” (1975: 73). Con otras palabras, Evans-Pritchard insiste en que, al igual que en historia o en ar- queología, “nosotros recomendamos a nuestros alumnos de antropología ocuparse de problemas y no de comunidades” (1975: 102). Define a la antropología como arte, porque busca resultados prácticos y estos no los ofrece la ciencia: “Por ello he señalado que, a mi juicio y sin excluir otras consideraciones, la antropología social es un arte” (1975: 137); teniendo en cuenta, eso sí, su peculiar forma de entender el arte y lo práctico. Al punto que su preocupación por lo práctico le hace distanciarse de la ex- presión aplicada, pues ésta no lo puede ser más que de una ciencia. He aquí otro ejemplo de cómo en aras de una utilización del saber se va cons- truyendo una visión tan denostada de la antropología aplicada: Durante bastante tiempo, muchos antropólogos han hablado de la antropolo- gía aplicada, de la misma forma en que se habla de medicina o de ingeniería aplicada. Consideran que la antropología social es una ciencia aplicada. Hemos visto ya que este elemento normativo en la antropología social, al igual que los conceptos de ley natural y de progreso, de que deriva, es parte de su herencia filosófica. Los filósofos morales del siglo XVIII, los etnólogos del siglo XIX, y la mayoría de los antropólogos sociales de nuestros días han tomado como mo- delo a las ciencias naturales, en forma explícita o implícita, y suponen entonces que la antropología tiene por finalidad controlar los cambios sociales mediante la predicción y el planeamiento. Esta opinión queda resumida en la expresión “ingeniería social” (1975: 129). Y tres páginas después afirma: Sin embargo, ella [la antropología] es un conjunto sistemático de conocimien- tos sobre las sociedades primitivas y, como todos los conocimientos de este tipo, puede ser de utilidad para los asuntos prácticos, dentro de ciertos límites y usando el sentido común. En la educación y administración de los pueblos atrasados es necesario tomar decisiones, y los responsables de ellos tienen más posibilidades de actuar correctamente si conocen los hechos (1975: 131). Luchando contra la regulación de los grupos desde la legitimación de la ciencia, Evans-Pritchard se echa en brazos de un control más férreo –el de la aceptación del educado sobre el atrasado– por arbitrario, y cuyo argumento de razón es inefable, dirían algunos (Llobera, 1993). Hasta aquí el tipo de soluciones o de esquemas sobre el uso de la antropología tendrían más que ver con una aplicación indirecta. Según este modelo el antropólogo “enseña a quienes se interesan por pueblos primitivos, los hechos y los principios de su materia, quizá con algu- na referencia especial a los problemas concretos de que se ocupan sus oyentes” (Herskovits, 1936 cit. por Hogbin, 1974: 270). La antropología 38 José María Uribe Oyarbide / Etnografías Contemporáneas 1 (1): 26-57 directa sería aquella en la que el antropólogo investiga “aquellos aspectos de la vida de los primitivos que a un gobierno le interesa que estudie, respondiendo a las cuestiones específicas que le plantea un funciona- rio colonial que luego usará o dejará de usar los datos que el antropó- logo le facilita para formular su política respecto de la vida indígena” (Herskovits, 1936 cit. por Hogbin, 1974: 270). El giro definitivo para el paso a una antropología directa se vincula 1926 con la fundación del Instituto Internacional Africano, en el que misioneros y no antropólo- gos propugnan la solicitud de ayuda a antropólogos. En esa línea, es curioso como hay constancia de contribuciones teóri- cas de Malinowski para el caso africano y a instancias del instituto rese- ñado, pero no así para la realidad melanesia, que es la que mejor conocía. La posibilidad de intervención del antropólogo como otro experto se ve respaldada por el esquema funcionalista que necesita de la totalidad para dar sentido al conjunto, y propone que alguien buque esa totalidad. Desde ese momento en que se entra en una fase de gran implicación del antropólogo en la formación de futuros administradores coloniales, la confusión sobre su papel se dispara. Geofrey Wilson en 1940 sugie- re una salida al debate apelando a que el antropólogo debe señalar los medios a utilizar y sus consecuencias tanto las previstas como las impre- vistas, sin inmiscuirse en lo objetivos o fines que marca el político. Un defensor no tanto y estrictamente de la antropología aplicada, pero sí de la antropología es Nadel quien lleva al extremo la postura: Dado que el conocimiento sobre la sociedad es susceptible de aplicación, deje- mos que sea el antropólogo quien lo aplique. Y dejémosle aplicarlo no como un mero técnico al servicio de fines dictados por otras personas, sino como alguien que tiene derecho a juzgar si los fines merecen la pena. Esto es, el antropólogo debe recomendar, aconsejar, criticar, pronunciarse sobre los aciertos y los erro- res de la política. El argumento “derrotista” de que el consejo antropológico no puede alterar la política me parece exactamente eso, derrotista; la política no es sacrosanta y conocemos casos en que se ha modificado o ha retrocedido ante una crítica justa y valerosa. Responsabilidad del antropólogo es que la crítica sea justa, y lo mismo que su postura sea honesta, en el sentido de que paso por paso vaya haciendo explícitas las premisas y el razonamiento que le guían. Y si esto significa que el antropólogo tiene que entrar en la palestra con los políticos, con los hombres de negocios, con los moralistas o con ese héroe popular que se llama “hombre práctico”, bien puede hacerlo sin vergüenza y sin temor, porque su armadura es fuerte y sus armas inspiran respeto (Nadel, 1953 cit. por Hogbin 1974: 288). Las décadas entre el Instituto Internacional Africano y la posgue- rra de la Segunda Guerra Mundial es una época de gran cantidad de estudios por encargo de las diferentes administraciones, sobre todo la americana y británica. Son trabajos orientados por fines políticos que el antropólogo, salvo excepciones o discursos testimoniales, no suele entrar 39 Antropología aplicada: Momentos de un debate recurrente a discutir. Es especialmente reseñable la producción entre los años cua- renta y cincuenta en temas de salud, educación y desarrollo (Paul 1955; Spindler, 1955; Spicer, 1952). Entre los años cincuenta y setenta al auge del estructuralismo y la etnociencia les acompaña una sequía general, con ciertas excepciones, de estudios centrados en la utilidad o uso del saber antropológico. El inicio de los años setenta marca por acción y omisión la entrada en lo que algún autor llama nueva antropología apli- cada (Kottak, 1982: 469). Con respecto a la omisión, el año 1969 marca un ruptura, una toma de conciencia profesional sobre el uso y sobre todo el abuso del conoci- miento; el proyecto Camelot y las invectivas sobre la comunidad antro- pológica, por su apoyo a la dominación de las grandes potencias sobre los países en vías de desarrollo marca esa discontinuidad. A la par, los fracasos de organismos transnacionales en sus planes de ayuda a países en vías de desarrollo hace reparar en las potencialidades de los saberes no occidentales y plantear acciones en tal sentido; ejemplarmente, des- de principios de los años setenta la OMS (Organización Mundial de la Salud) constituye una comisión de expertos sobre sistemas médicos tradicionales que culmina sus trabajos en 1975 con un programa sobre medicina tradicional, donde se crea un esquema de coutilización y apro- vechamiento de los saberes no occidentales (Djukanovic y Mach, 1975). Hasta aquí se puede hablar, grosso modo, de acercamientos al papel de la antropología centrados en reflexiones
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