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DEPRIVACIÓN Y DELINCUENCIA Compilado por Clare Winnicott, Shepherd y Madeleine Davis 2 Titular original: Deprivation and Delincuency Tavistock Publications Ltd. London and New York 1954 Clare Winnicott ISBN O -422 -79180 -6 Traducción de Leandro Wolfson (Caps. 1, 2, 10 a 12, 14 a 20, 23 a 29) y Noemí Rosenblatt (Caps. 3 a 9, 13, 21 y 22) Revisión técnica y establecimiento del vocabulario: Lic. Jorge Rodríguez (U.B.A.) y Dra. María Lucila Pelento Cubierta de Gustavo Macri 1º Edición 1990 Impreso en la Argentina Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Copyright de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica SA Cubí 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana Guanajuato 202, México La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a por el sistema impreso, por fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. ISBN 950 -4145- 9 3 INDICE Prefacio de los compiladores 6 Introducción de Clare Winnicott 6 Primera parte NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA Introducción de los compiladores 10 1. Evacuación de niños pequeños (1939) 13 2. Reseña de De The Cambridge Evacuation Survey:A Wartime Study In Social Welfare And Education 20 3. Los niños en la guerra (1940) 22 4. La madre deprivada (1939) 26 5. El niño evacuado (1945) 31 6. El retorno del niño evacuado (1945) 34 7. El regreso al hogar (1945) 37 8. Manejo residencial como tratamiento para niños difíciles (1947) 40 9. Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1946) 52 Segunda parte NATURALEZA Y ORÍGENES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL Introducción de los compiladores 56 10. La agresión y sus raíces (1939) 58 11.El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro (1963) 69 12. La ausencia de sentimiento culpa (1966) 73 13. Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil 78 14.La tendencia antisocial (1956) 83 15. Psicología de la separación (1958) 91 16. Agresión, culpa y reparación 93 17. Luchando por superar la fase de desaliento malhumorado (1963) 99 18. La juventud no dormirá (1964) 107 Tercera parte LA PROVISIÓN SOCIAL Introducción de los compiladores 110 19. Correspondencia con un magistrado (1943) 112 20. Las bases de la salud mental (1951) 115 21. El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar (1950) 117 22.Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar (1955) 128 23. La persecución que no fue tal(1967) 135 24. Comentarios al “Informe del comité sobre los castigos en cárceles y correccionales (1961) 136 25.¿Las escuelas progresivas dan demasiada libertad al niño? (1965) 141 26. La asistencia en internados como terapia (1970) 148 4 Cuarta parte TERAPIA INDIVIDUAL Introducción de los compiladores 155 27. Variedades de psicoterapia (1961) 156 28. La psicoterapia de los trastornos del carácter (1963) 162 29.La disociación revelada en una consulta terapéutica (1965) 172 5 RECONOCIMIENTOS Los artículos "La psicoterapia de los trastornos del carácter" y "El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro", incluidos en el libro The Maturational Processes and the Environment, se reproducen aquí con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de International Universities Press, de Nueva York. El artículo "La tendencia antisocial", tomado del libro Through Paediatrics to Psychoanalysis, se reproduce con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de Basic Books, de Nueva York. 6 PREFACIO DE LOS COMPILADORES Nuestro propósito al seleccionar los artículos que componen este volumen ha sido presentar las ideas de Donald Winnicott de un modo que resulte práctico y a la vez interesante para el lector. Hemos incluido algunos artículos hasta ahora inéditos, algunos que sólo aparecieron en revistas que no están disponibles para su consulta, y también unos pocos trabajos bien conocidos que aparecieron en sus libros -esto último en beneficio de la claridad y la integridad de la exposición-. Deliberadamente hemos reducido al mínimo las correcciones en los artículos inéditos, aunque tenemos la impresión de que el propio Winnicott los habría revisado antes de hacerlos públicos. De lo anterior se deduce que forzosamente se encontrarán algunas repeticiones, pero nos parece que este pequeño precio bien vale la pena con tal de exponer en su conjunto las concepciones de Winnicott sobre el tema de este volumen. Clare Winnicott Ray Shepherd Madeleine Davis Londres Marzo de 1983 INTRODUCCIÓN DE CLARE WINNICOTT No parece exagerado afirmar que las manifestaciones de la deprivación y la delincuencia en la sociedad son una amenaza tan grande como la de la bomba nuclear. De hecho, existe sin duda un vínculo entre las dos clases de amenazas, pues a medida que aumenta el elemento antisocial en la sociedad se eleva también a un nuevo nivel de peligrosidad el potencial destructivo. En la actualidad estamos luchando para impedir dicho incremento del nivel de peligrosidad, y es preciso que apelemos para dicha tarea a todos los recursos que estén a nuestro alcance. Uno de esos recursos, indudablemente, es el conocimiento adquirido por alguien que haya debido hacer frente a los problemas de deprivación y la delincuencia asumiendo responsabilidad ante casos individuales. Donald Winnicott fue una de esas personas, catapultadas a esa posición por la Segunda Guerra Mundial, cuando fue nombrado psiquiatra consultor en el Plan Oficial de Evacuación de Personas, para una de las zonas de recepción de los evacuados en Inglaterra. Si bien las circunstancias en que se halló entonces Winnicott eran anormales a raíz de la guerra, el conocimiento que obtuvo gracias a esta experiencia es de aplicación general, ya que los niños deprivados que se vuelven delincuentes tienen ciertos problemas básicos que se manifiestan en formas previsibles, sean cuales fueren las circunstancias. Por lo demás, los niños que estuvieron a cargo de Winnicott necesitaban atención especial pues no podían ser alojados en hogares corrientes. En otras palabras, ya tenían dificultades en su propio hogar antes de que se declarase la guerra. Para ellos, la guerra fue un hecho casi incidental, salvo en aquellos casos (que no fueron pocos) en que les resultó francamente beneficiosa por cuanto los apartó de una situación intolerable, ubicándolos en otra en la cual podían recibir alivio y ayuda, y a menudo los recibieron. La experiencia de la evacuación durante la guerra tuvo profundos efectos en Winnicott, ya que allí encontró concentrada toda la confusión producida por la quiebra total de la vida familiar, y tuvo que vivir los efectos de la separación y la pérdida, de la destrucción y la muerte. Debió manejar y contener, e ir comprendiendo poco a poco, las reacciones personales manifestadas en comportamientos extravagantes o delictivos, y lo hizo trabajando en el plano local junto a un equipo de personas. Los niños que atendió habían llegado al final del camino; para ellos no existía nada más allá, y la principal preocupación de todos los que procuraban ayudarlos fue cómo brindarles sostén. Hasta ese momento de su carrera profesional, Winnicott se había dedicado a la clínica hospitalaria y la atención privada; en ambos casos, los niños que atendía eran traídos por los adultos responsables de ellos. Al forjar su temprana experiencia clínica evitó deliberadamente, en la medida en que pudo hacerlo, tomar casos de delincuentes, ya que el hospital no contaba con los recursos para ello y el propio Winnicott no se sentía en 7 condiciones de desviarse hacia este campo colateral de trabajo, que demanda enorme cantidadde tiempo y exige capacidades e instalaciones que él no tenía. Pensó que primero debía reunir experiencia trabajando con padres y niños corrientes dentro de su propio medio familiar y en su lugar de residencia. La mayoría de estos niños podían ser ayudados y era dable impedir que sufrieran un mayor daño psiquiátrico, en tanto que aquellos otros que ya habían caído en la delincuencia necesitaban algo más que ayuda clínica. Presentaban un problema de cuidado y de manejo de pacientes. Pero cuando estalló la guerra, Winnicott ya no pudo eludir más la cuestión de los delincuentes, y adrede aceptó el cargo de consultor del Plan de Evacuación sabiendo en buena medida en qué se metía, y que lo esperaba toda una nueva gama de experiencias. Su acervo clínico iba a tener que ampliarse para incluir los aspectos del tratamiento vinculados con el cuidado y el manejo de los pacientes. Poco después de iniciado el plan zonal al que se incorporó Winnicott, yo me sumé a su equipo como asistente social psiquiátrica y administradora de los cinco albergues destinados a los niños demasiado trastornados como para ir a vivir en hogares comunes. Pensé que mi primera tarea era tratar de desarrollar un método de trabajo que nos permitiera a todos (incluido Winnicott) aprovechar al máximo las visitas semanales que él nos hacía. El personal que residía en los albergues cargaba sobre sí todo el impacto de la confusión y desesperación de esos niños, y los resultantes problemas de conducta, el personal quería que se le dijera qué debía hacer, con frecuencia anhelaba ansiosamente recibir ayuda en la forma de instrucciones precisas. Llevó tiempo lograr que aceptasen que Winnicott no tomaría ese rol ni podía tomarlo, pues no estaba presente ni tan involucrado como ellos en las situaciones que presentaba la vida diaria con esos chicos. Gradualmente fueron reconociendo que todos debíamos asumir la responsabilidad por actuar con cada niño según nuestro y entender en las situaciones cotidianas. Luego reflexionaríamos acerca de todo lo hecho y, cuando Winnicott nos visitase, lo comentaríamos con él de la manera más sincera posible. Esta resultó ser una buena forma de trabajar, y la única viable en esas circunstancias. Nuestros encuentros con Winnicott eran el punto culminante de la semana y constituían una invalorable experiencia de aprendizaje para todos, incluido el propio Winnicott, quien llevaba un registro de la situación de cada niño y la tensión a que sometía al personal. Sus comentarios casi siempre se vertían en la forma de preguntas que ampliaban el debate sin violar jamás la vulnerabilidad de cada integrante del personal. Luego de tales encuentros, Winnicott y yo procurábamos formarnos una idea de lo que iba aconteciendo a partir de la masa de detalles que nos eran suministrados, y formular alguna teoría provisional al respecto. Esta era una labor totalmente absorbente, pues no bien se había formulado alguna teoría, ya tenía que ser descartada o modificada. Por otra parte, para mí constituía un ejercicio esencial, ya que durante la semana yo era la caja de resonancia de los problemas de los encargados de cada albergue, y quien debía brindarles apoyo permanente en los momentos difíciles. Mi misión era alertar al director del Plan de Evacuación acerca de los riesgos de ciertas medidas indispensables que podían desembocar en una catástrofe, e informar a Winnicott sobre todo lo que sucediera. No hay duda de que este trabajo junto a los niños deprivados confirió una dimensión completamente nueva al pensamiento y la práctica profesional de Winnicott, y gravitó en sus conceptos fundamentales sobre el crecimiento emocional y el desarrollo. Pronto comenzaron a cobrar forma y expresión sus teorías sobre los impulsos subyacentes en la tendencia antisocial. Sus ideas repercutían en el acontecer concreto de los albergues y en la forma en que el personal trataba a los niños, y él tomaba siempre cuidadosa nota de los resultados. Los cuadernos de anotaciones sobre los albergues aún existen y dan evidencia de su minuciosa observación y de la atención que prestaba a cada detalle. Paulatinamente se fueron estableciendo nuevos enfoques y actitudes, y se procuró alcanzar la inocencia que estaba por detrás de las defensas y de los actos delictivos. No había milagros, pero sí era posible 8 enfrentar las crisis viviéndolas en lugar de reaccionar frente a ellas, la tensión podía aflojarse y se renovaban la confianza y la esperanza. Yo terminé siendo quien mantenía la cohesión del trabajo grupal, dado mi contacto diario con el personal y los niños en los albergues. Asimismo, me parecía esencial que la comunicación entre todos cuantos estaban involucrados en el Plan de Evacuación -miembros del comité directivo, autoridades locales, padres de los niños y organismos públicos-fuese lo más clara y franca posible. De este modo, un amplio sector de la población se mantuvo informado acerca de los efectos que tenía en los niños la separación y la pérdida de sus familiares, y sobre la complejidad de la tarea de tratar de ayudarlos. La divulgación de esta clase de conocimiento de primera mano procedente de todas las zonas de evacuación del país fue lo que con el tiempo impulsó la creación de un comité estatutario de investigación sobre el cuidado de los niños separados de sus padres (el Comité Curtis) y finalmente llevó a la sanción de la Ley de Menores de 1948, un hito en la historia social de Inglaterra. Winnicott y yo prestamos testimonio escrito y oral ante el Comité Curtis. Respecto del trabajo en sí, Winnicott fue la persona que lo hizo funcionar, la figura central que congregó y contuvo la experiencia de todos nosotros y le dio sentido, ayudando al personal que convivía con los niños a mantener la cordura en el extraño mundo subjetivo en que durante largos períodos ellos permanecían. Para nosotros, una de las lecciones importantes de esta experiencia fue que no es posible enseñar actitudes mediante palabras: sólo se las puede "captar" por la asimilación de elementos presentes en las relaciones vitales. A menudo me han preguntado: “¿Cómo era trabajar con Winnicott?", y siempre eludí dar una respuesta, pero creo que si la diera sería más o menos ésta: era estar en una situación de total reciprocidad, en la cual el dar y el recibir eran indiscernible, y los roles y responsabilidades se daban por sentados y jamás se discutían. En ello residía la seguridad y libertad necesarias para que del caos y la devastación de la guerra surgiera una obra creadora. Y por cierto que surgió en muchos planos, y nos brindó satisfacciones a todos los que participamos en ella. Descubrimos nuevas dimensiones en nosotros mismos y en los demás. Nuestra capacidad potencial se realizó y se agrandó hasta el límite, de modo tal que emergieron nuevas capacidades. Así era trabajar con Winnicott. Los artículos incluidos en esta recopilación siguen una secuencia natural, partiendo de los que fueron escritos por Winnicott bajo la presión directa de su participación clínica en la guerra, en los que describe los efectos de la deprivación tal como él los experimentaba. Les siguen otros en los que expone sus ideas sobre la naturaleza y orígenes de la tendencia antisocial. La tercera sección está destinada al tipo de asistencia social necesaria para el tratamiento de los niños delincuentes; finalmente, se incluyen tres trabajos sobre la terapia individual y su empleo en la labor asistencial con los deprivados. Aunque estos escritos tienen un interés histórico, no pertenecen a la historia sino a la confrontación permanente entre los elementos antisociales de la sociedad y las fuerzas de la salud y la cordura, que pretenden recobrar lo que se ha perdido. Nunca se subrayará lo suficiente cuán compleja es esta confrontación. La interacción entre los asistentes y los asistidos es siempre el eje de la terapia en este campo o en esta clase de trabajo, y requiere continuaatención y apoyo por parte de los especialistas profesionales, así como el respaldo esclarecido de los directivos responsables. Hoy, como siempre, la cuestión práctica reside en saber cómo puede mantenerse un medio que sea lo suficientemente humano, y lo suficientemente fuerte, como para contener tanto a los que brindan asistencia cuanto a los deprivados y delincuentes, quienes, pese a necesitar desesperadamente cuidado y contención, hacen cuanto está en sus manos para acabar con ello cuando lo tienen. 9 Primera Parte NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES Para Winnicott, los trastornos de conducta, que él a menudo denominaba "trastornos del carácter", eran la manifestación clínica de la tendencia antisocial. Abarcaban desde la voracidad y el mojar la cama en un extremo de la escala, hasta las perversiones y todas las clases de psicopatía (dejando de lado las derivadas de una lesión cerebral) en el otro. Rastrear los orígenes de la tendencia antisocial en una deprivación más o menos específica sufrida por el individuo en su infancia o niñez temprana confirió una dimensión totalmente nueva a la teoría del desarrollo emocional de Winnicott, teoría que él mismo describía como la espina dorsal de sus enseñanzas y de su labor clínica. La Segunda Guerra Mundial fue una divisoria de aguas para Winnicott en numerosos aspectos, pero quizás en ninguno con mayor evidencia que en la ampliación y florecimiento de su teoría del desarrollo, que llegó a convertirse en algo verdaderamente original y verdaderamente suyo. Y no hay duda alguna de que su encuentro durante la guerra con los niños deprivados contribuyó a forjarla. Hasta ese momento, en líneas generales la teoría psicoanalítica había atribuido la delincuencia y el delito a la angustia o la culpa provenientes de una inevitable ambivalencia inconsciente; vale decir, suponía que eran el resultado del conflicto que se presentaba cuando el odio (y, por ende, el afán destructivo) se dirigía hacia una persona amada y necesitada. La idea central era que cuando la culpa alcanzaba un grado excesivo y no hallaba salida mediante la sublimación o la reparación, el individuo debía hacer, o actuar, algo para tener de qué sentirse culpable. En otros términos, la etiología de la delincuencia se buscaba principalmente en una lucha librada el mundo interior, o la psique, del individuo. Cuando en la década de 1920 Winnicott comenzó a aplicar la teoría psicoanalítica a los casos que le aparecían en su clínica pediátrica, y más tarde a escribir sobre ellos, dejó bien en claro su creencia de que muchos síntomas infantiles, incluidos los trastornos de conducta, tenían sus raíces en esos conflictos inconscientes. Pero aunque sin duda alguna el acento estaba puesto en el mundo interior del niño, interesa advertir que en los retazos de historiales con los que ilustraba sus conferencias y artículos parecía a menudo considerar decisivo algún factor ambiental. Tomemos el caso de Verónica, por ejemplo, quien al año y medio comenzó a mojar la cama después de que su madre debió pasar un mes en el hospital; o el de Ellen, quien robó en la escuela, cuya familia se había deshecho cuando ella tenía un año; o el de Francis, cuyos episodios violentos fueron vinculados con la depresión de su madre. Por detrás del relato de todas estas historias uno percibe el sentir común, el saber común, remontándose a la historia, acerca de la necesidad que el niño tiene de un ambiente seguro y estable. Pocos años antes de la guerra, otro psicoanalista, John Bowlby, había tenido también la oportunidad de estudiar los antecedentes de niños con perturbaciones enviados a la Clínica de Orientación Infantil donde él trabajaba. En un estudio formal de 150 niños con diversas afecciones, encontró un nexo directo entre el robo y la deprivación –particularmente la separación respecto de la madre en la infancia-. Se pasa revista a este estudio en la carta que inicia esta sección del volumen. De modo que ya estaba preparada la escena, por así decir, para las experiencias de Winnicott durante la guerra, que como bien dice Clare Winnicott en la "Introducción" de este 10 libro, pusieron de relieve con una vividez impresionante la conexión entre deprivación y delincuencia. Sin embargo, Winnicott jamás perdió de vista la comprensión más profunda de estos problemas que el psicoanálisis posibilitaba. Entre otras razones, porque sin duda era (y es) necesaria alguna explicación que diera sentido a la aparente irracionalidad de la conducta delictiva, sus pautas rígidas y su compulsividad, que hacen que el perpetrador del delito se vea a sí mismo como un demente. Así pues, la teoría psicoanalítica acompañó a la observación y la experiencia práctica, y tomó forma en las proposiciones que se hallarán en la Segunda Parte de este volumen. Esta Primera Parte se ocupa de las experiencias de Winnicott durante la guerra, y comienza con la carta ya mencionada, que firmaban Bowlby, Winnicott y Emanuel Miller, puntualizando los peligros que entrañaba evacuar de las ciudades a niños menores de cinco años. A ella le sigue un artículo titulado "Los niños y sus madres", de 1940, en el que se muestran los efectos que tuvo dicha separación del medio hogareño y de la madre en dos de los niños evacuados. En el capítulo 2 se reseña un libro escrito en 1941, en el que se llevaba cabo el estudio estadístico de los problemas que presentaban los niños evacua-dos a Cambridge y que quedaban a cargo de sus maestros. A la sazón, Winnicott ya había llegado a contemplar todo el plan de evacuación como una "historia trágica", si bien elogiaba mucho a los maestros que se hacían cargo de las criaturas. También en este caso aparece mencionada la obra de Bowlby como la fuente de la clasificación de las conductas infantiles anormales en el estudio de referencia. Estos tres trabajos tienen en común una concepción que más tarde ganó amplia aceptación entre los profesionales: la de que cuando se sufre una pérdida, es previsible que haya una manifestación de desazón, y si esta reacción no se produce puede haber una perturbación más profunda. La carta resalta el valor de la capacidad para hacer el duelo – la reacción madura ante la perdida-. (El proceso del duelo es descrito en la Segunda Parte de este volumen, en el capítulo "Psicología de la separación".) Resulta evidente, empero, que en The Cambridge Evacuation Survey ya se había comprobado que otras reacciones, menos maduras, incluido cierto grado de comportamiento antisocial, no eran infrecuentes entre los alumnos. Se observará que para la época en que dio sus charlas radiales para padres adoptivos y naturales ("El niño evacuado" y “De vuelta a casa"), en 1945, Winnicott ya asignaba un valor psicológico positivo a la conducta antisocial de los niños, como reacción frente a la pérdida de seres queridos y de la seguridad, siempre y cuando ella encontrara apropiada respuesta en quienes estaban a cargo de ellos. Esta idea es el meollo de la teoría winnicottiana de la tendencia antisocial y era inherente, asimismo, a su labor clínica, pues afirmaba que el individuo que padece es quien más prontamente puede ser ayudado. Además de esos dos primeros capítulos, el resto de la Primera Parte se compone de charlas pronunciadas por Winnicott que originalmente constituyeron una sección de su libro The Child and the Outside World (El niño y el mundo externo), agotado desde hace mucho tiempo. Esa sección se denominaba "Niños sometidos a Tensión”, título que hemos tomado en préstamo aquí. La primera es una charla para maestros en la que muestra de qué modo escuchar los partes de guerra afecta a niños de distintas edades y tipos; se aprecia en ella la insistencia de Winnicott en que es preciso tener en cuenta el mundo interior de cada niño. Le siguen cuatro charlas radiales sobre la evacuación, emitidas por la BBC; la primera, de 1939, es sobreel dolor de la madre ante la pérdida de su hijo o hija y las múltiples aprensiones que experimenta al pensar en lo que su criatura puede vivir fuera del hogar; la segunda, de 1945, dirigida a los padres adoptivos, destaca el papel esencial que éstos desempeñaron en la evacuación (fue ésta la única oportunidad en que Winnicott se dirigió especialmente a los padres adoptivos); las dos restantes, también de 1945, dirigidas a los padres, se refieren a los problemas y placeres que les esperan cuando sus hijos retornen al hogar. Más que en ningún otro lugar quizás, es en estas charlas radiales, de lenguaje claro y vívido, donde sale a relucir en toda su hondura la comprensión que tenía Winnicott de los sentimientos producidos por 11 esas penosas separaciones. Y dichos sentimientos no sólo eran comprendidos por él, sino además respetados de un modo que debe de haber traído alivio a muchos de sus oyentes. Por último, se han incluido dos artículos, uno de 1947 y el otro de 1949, sobre el establecimiento de albergues para los niños que presentaban las mayores dificultades de manejo, y que por ello no estaban en condiciones de ser recibidos en hogares adoptivos. Se comprobó que estos niños ya habían sido deprivados, o sea, que habían sufrido una deprivación antes de ser evacuados. En el primero de estos artículos se relata historia fascinante del desarrollo del programa de albergues a partir de una necesidad tan urgente que dio lugar a la resuelta determinación de solucionarla. En general, fue una historia exitosa -si bien el éxito, en este tipo de empeños, siempre es relativo-, e interesará a todos quienes hayan estado en contacto con alguno de los numerosos albergues que se han creado después de la guerra para satisfacer muy diversas necesidades. En el último de estos artículos se insta a que el programa de albergues puesto en marcha durante el conflicto bélico encuentre cabida en épocas de paz para el manejo de los niños difíciles. 12 l. EVACUACIÓN DE NIÑOS PEQUEÑOS CARTA AL BRITISH MEDICAL JOURNAL (16 de diciembre de 1939) Señor: La evacuación de niños pequeños, de 2 a 5 años de edad, crea grandes problemas psicológicos. Se están elaborando planes para la evacuación, y antes de que se los complete desearíamos llamar la atención sobre estos problemas. Interferir la vida de un niño que da sus primeros pasos tiene peligros de los cuales existen pocos equivalentes en el caso de los niños de mayor edad. La evacuación de los niños mayores ha sido lo bastante exitosa como para mostrar, si es que antes no se lo sabía, que muchos niños de más de 5 años son capaces de soportar la separación de su hogar, y aun se benefician con ella. Pero de esto no se desprende que la evacuación de niños menores sin su madre pueda alcanzar igual éxito o estar libre de peligros. Entre las numerosas investigaciones realizadas sobre este tema puede citarse una reciente, llevada a cabo por uno de nosotros en la Clínica de Orientación Infantil, de Londres. Reveló que uno de los importantes factores externos que causan la delincuencia persistente es la prolongada separación del niño y la madre cuando aquél es pequeño. Más de la mitad de una serie estadísticamente válida de casos estudiados habían padecido la separación de su madre y su medio familiar durante seis meses o más en los primeros 5 años de vida. El examen de las historias individuales confirmó la inferencia estadística de que la separación era el factor etiológico sobresaliente en estos casos. Aparte de una patología grosera como lo es la delincuencia crónica, a menudo es dable atribuir a tales perturbaciones del ambiente del niño pequeño los trastornos leves de conducta, la angustia y la tendencia a contraer diversas enfermedades físicas, y la mayor parte de las madres de dichos niños lo saben y no están dispuestas a dejar a sus pequeños, salvo por muy breves períodos. Si bien un niño de cualquier edad puede sentirse triste o perturbado por tener que abandonar su hogar, lo que aquí queremos señalar es que en el caso de un niño pequeño tal experiencia puede implicar mucho más que la tristeza manifiesta. De hecho, puede equivaler a un "apagón" (blackout) emocional y dar origen fácilmente a una grave alteración del desarrollo de la personalidad, capaz de perdurar toda la vida. (Los huérfanos y los niños sin hogar constituyen una tragedia desde el vamos, y en esta carta no nos ocupamos de los problemas que plantea su evacuación.) Estas ideas son con frecuencia cuestionadas por personas que trabajan en guarderías y hogares para niños, quienes mencionan de qué extraordinaria manera los niños pequeños se acostumbran a una persona desconocida para ellos y parecen muy felices, en tanto que los que tienen unos años más muestran a menudo signos de desazón. Aunque esto sea cierto, en nuestra opinión esa felicidad puede muy bien resultar engañosa. Pese a ella, los niños con frecuencia no reconocen a su madre al regresar al hogar. Cuando esto sucede, se comprueba que han sufrido un daño radical y que el carácter del niño quedó seriamente distorsionado. La capacidad de experimentar y expresar tristeza marca una etapa en el desarrollo de la personalidad de un niño y de su capacidad para las relaciones sociales. Si estas opiniones son correctas, de ellas se desprende que la evacuación de niños pequeños sin sus respectivas madres puede ocasionar muy graves y generalizados trastornos psicológicos. Por ejemplo, puede provocar un gran aumento de la delincuencia juvenil en la próxima década. 13 Mucho más podría decirse acerca de este problema sobre la base de hechos conocidos. Con esta carta sólo queremos llamar la atención de las autoridades hacia la existencia del problema. Quedamos de usted, etc., John Bowlby Miller Emanuel Miller D. W. Winnicott Londres, 1939 14 LOS NIÑOS Y SUS MADRES En una carta de una funcionaria pública que ha hecho mucho por los niños pequeños leo esto: “...después de quince años de experiencia, me he convencido de que para los niños de 2 a 5 años, las guarderías atendidas por maestros bien capacitados (y por un número suficiente de ellos) son mucho mejores para el niño que estar con su madre (…) estos niños necesitan cuidado y compañía de los 2 a los 5 años, y la mayoría de las madres tal vez les den demasiado de una de esas cosas o de ambas…”¿Será cierto esto? El tema de la relación entre los niños y sus madres no puede ser estudiado bien de cerca, y los problemas vinculados a la evacuación pueden volverse útiles si nos obligan a realizar un estudio más a fondo. Es un tema vasto, pero hay ciertas cosas que se destacan con claridad, y una de ellas es que cuanto menor sea la edad del niño más peligroso es separarlo de su madre. Hay dos maneras de enunciar esto, que en un principio parecen muy diferentes entre sí. Una es que cuanto menor es el niño, menos capaz es de mantener viva dentro de él la idea de que es una persona; vale decir, a menos que vea a esa persona o tenga una evidencia tangible de su existencia en un lapso de x minutos, horas o días, dicha persona estará muerta para él. Un niño de 18 meses era capaz de tolerar la ausencia de su padre gracias a que podía tener consigo una postal que aquél le había enviado y en la que le había escrito algunos signos familiares, y llorar con la postal cuando se iba a dormir. Pocos meses antes no habría sido capaz siquiera de esto, y si su padre hubiese vuelto, para él habría sido como si hubiese resucitado de entre los muertos. La otra manera de expresar esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la depresión. Las personas deprimidas de cualquier edad tienen dificultades para mantener viva la idea de aquellos a quienes quieren, incluso aunque vivan en el mismo cuarto. Es innecesario tratar de conectar estas dos maneras diferentes de expresar lo mismo. Padres no instruidos saben reconocer intuitivamente la importancia de estas cualidadeshumanas y otras semejantes, y sin embargo las autoridades responsables de cosas tan importantes como la evacuación de niños no es raro que las pasen por alto. Un padre común de clase obrera escribe: "Le contesto, en nombre de mi esposa, a su carta del 4 de diciembre. Ella fue evacuada a Carpenders Park con John (de 5 años) y su hermano menor, Philip. Dice que John parece estar bastante contento y sano. Los veo todos los fines de semana, y John me pareció también estar perfectamente contento hasta hace poco. Pero ahora insiste en ver a su abuela, o sea, a mi madre. Ella fue evacuada a Dorset, aunque tal vez vuelva pronto. Le he prometido a John que, siempre y cuando ella vuelva, la va a ver…” Transcribo a continuación unas anotaciones correspondientes a una consulta hospitalaria del 12 de diciembre, en cuyo transcurso aparece la opinión manifestada por una madre común de clase obrera, que vive en Londres. Tony Banks: 4 años y medio, La señora Banks trajo a Tony y a su hermana Anna, de 3 años, y se mostró contenta de que yo estuviese dispuesto a compartir con ella la responsabilidad de las decisiones que debía tomar, pese a que el hospital estuviese cerrado. En la actualidad, la principal decisión se 15 refiere a la evacuación. Ella y sus dos niños se marcharon a Northampton cuando estalló la guerra. Se sentían desdichados en el pequeño alojamiento, donde debían dormir todos en la misma cama. Estaban allí tan cerca de la ciudad como en su propia casa, y sentían que tenían que sufrir todas las desventajas de la evacuación sin ninguna de sus ventajas. Después de un par de semanas se mudaron a otro alojamiento que resultó muy satisfactorio, salvo que Tony comparte la cama con su madre. Anna tiene una cuna. Cuando el padre los visita, duerme en la cama con su esposa y con su hijo. La familia Banks es muy feliz. El padre quiere mucho a los niños y ellos lo quieren a él. El tuvo una niñez feliz también, siendo el hijo único de una madre muy cariñosa. La señora Banks tenía cinco hermanos y su infancia fue feliz excepto por el hecho de que su padre era muy estricto. Piensa que jamás conoció realmente la felicidad hasta casarse, momento a partir del cual se dedicó por entero a su esposo e hijos. Opina la señora Banks que este período de su vida es ese período importante en que los niños son pequeños y responden tanto a uno de los detalles de un buen manejo en su crianza. Su problema, pues, es tratar de evitar el tener que perder lo que a su entender es lo mejor de la vida, por temor a algo que tal vez no suceda nunca. Piensa que sería lógico ausentarse de Londres por unos meses, pero no por tres años. Ella y su mando se necesitan doblemente, tanto en lo sexual como en lo amistoso, y el señor Banks los visita todos los fines de semana, por más que de este modo sólo le queda una pequeña proporción de su sueldo para sus propios gastos; no bebe ni fuma y piensa que no está en mala situación económica. La señora Banks sostiene que él debe ir a verlos una vez por semana porque ellos son pequeños y si él se ausenta por más tiempo ellos se inquietan, o lo que es peor, lo olvidan.. Una vez que el padre debió tomar el tren apurado Tony dijo: "Papá no me mimó bastante antes de irse", y se quedó sollozando sin consuelo. También el señor Banks se siente molesto si no ve a su familia regularmente. Los chicos hacen tantas preguntas ...: “¿Dónde está la abuelita?" (la madre de la madre), “¿Dónde la tía?", de modo tal que ella decidió volver con ellos una semana y llevarlos a ver a sus parientes. Esto funcionó bastante bien, pero ella piensa que si hubiera dejado pasar más tiempo los chicos se habrían desconcertado, y les hubiera resultado imposible volver a entablar contacto en forma satisfactoria. Por un pedido especial regresarán todos al alojamiento para Navidad, aunque ella cree que poco después de Navidad, tras sopesar bien las cosas, decidirá volver a la casa. Obviamente, el alojamiento es casi ideal, pero la señora Banks dice que por más que sea casi ideal no es lo mismo que la propia casa. Cuando le pregunté por Tony y el hecho de que durmiera en la misma cama con ambos cuando el padre los visita, en primer lugar ella me dijo que el niño está siempre dormido y por lo tanto nunca es testigo de nada. Afirma que prueba primero, le habla y confirma que está profundamente dormido. Más adelante me confesó que una vez se despertó -quizás su padre lo golpeó sin querer- y le preguntó “¿mami, por qué papá se sacude para arriba y para abajo?", a lo cual ella contestó “Oh, es que se esta frotando las piernas porque tiene mucho frío*, y él volvió a dormirse. Pero durante el día siguiente formuló gran cantidad de preguntas, principalmente sobre la guerra real. Le dice a su hermanita: “¡Silencio! debes quedarte quieta ahora, van a dar las noticias" e insiste en escuchar las noticias y le inquiere a su madre sobre los puntos que no comprende. Por ejemplo, si un barco se hunde, ¿cómo hacen los telegrafistas para enterarse de que se está hundiendo? ¿no se hunde el telegrafista junto con el barco? Por supuesto, este interés por las noticias tiene que ver con el hecho de que diariamente se entera de la muerte de personas, y sin duda la madre estaba en lo cierto al vincular su por las noticias con su interés por el acto sexual, que se ve obligado a tomar en cuenta, por lo menos en su fantasía, y tal vez conscientemente. Pese a su avanzado desarrollo intelectual se muestra incapaz de vestirse: no puede abrocharse los botones traseros de su pantaloncito ni los de sus zapatos; tampoco puede abrir la tapa del inodoro. Asimismo, come con mucha lentitud, tanto en lo que respecta a llevarse la comida a la boca como al completamiento del acto de la masticación. Es uno de esos chicos 16 que retienen el alimento en la boca, masticándolo y masticándolo sin cesar; a veces la madre debe sacarle de la boca un pedazo de carne que ha estado masticando durante una hora o más. Tony y su hermana lo pasan bien juntos y no quieren ni oír hablar de que los separen. Si los dejan totalmente solos se pelean; sus juegos son imaginativos pero tienden a vincularse con las cuestiones del momento, como las ambulancias y los refugios para protegerse contra las incursiones aéreas. Juegan a la mamá y al médico, y reconstruyen escenas de familias que toman el té; el juego preferido de Tony, que disfruta interminablemente, es el de los médicos y enfermeras. El padre se ha impuesto la obligación de liberar a la madre de los chicos los domingos, y es un convite que todos esperan con anhelo. Se muestra bondadoso con ellos, los lleva a caminar -a todos les gusta más que pasear en ómnibus-y les pregunta dónde quieren ir o qué quieren conocer; a todas luces se siente cómodo con los niños. Este chico ha venido a mi consultorio en el hospital desde que tenía tres años. Estaba bien hasta que nació su hermana, cuando él tenía 18 meses; a partir de entonces se puso violentamente celoso, en especial cuando su madre le daba de mamar a la beba. En esas circunstancias se abalanzaba contra su madre, le tiraba de la falda y trataba que le diera el pecho a él o bien se plantaba furioso cuando cambiaba los pañales a la beba o le preparaba la cuna. Sus celos hacia la nueva niña poco a poco se fueron convirtiendo en amor y en placer de jugar con ella. Cuando tuvo dos años, Tony sufrió un ataque de diarrea. El segundo acontecimiento importante de su vida fue la difteria, cuando tenía alrededor de 3 años. Poco después se notó que desarrollaba la ya mencionada inhibición para comer, que persistió hasta la fecha, aunque de bebé fue lindo y comilón. Apareció en él una propensión a una clara depresión. La asistente social señaló que mientras era bebé se lo había atendido mucho, aunque no en forma anormal, y que cuando nació la niña su padre se hizo cargo de él en tanto que su madre se encariñó más con la nueva criatura. En la actualidad, Tony tienebuena salud física. El daño que provoca la separación de un niño de su madre es ilustrado por el siguiente historial clínico: Eddie, de 21 meses, es el primero y único hijo de unos padres comunes, inteligentes; el padre es comerciante y la madre fue música profesional hasta casarse. A los 18 meses Eddie durmió por primera vez en el mismo cuarto con sus padres, mientras estaban de vacaciones. No quería dormirse si su madre no le hacía mimos. Lo levantaban a las 10 y lloriqueaba pero se dormía con bastante facilidad. En diversos momentos de esas vacaciones tuvo que ser mimado por su excesiva excitación, que hacía que no se durmiera por su cuenta. Esto se señaló como inusual en su caso, y se lo atribuyó al hecho de que tenía a su padre, a quien quería mucho, todo el día para él. En esta etapa no había nunca dificultad para tranquilizarlo, y lo único que se señala es que necesitaba ser tranquilizado. Después de estas vacaciones la familia volvió al hogar pero una semana más tarde estalló la guerra, de modo que Eddie se fue junto con su madre a lo de la madre de ésta, mientras el padre se quedaba solo. Allí Eddie durmió en la misma habitación que su madre. En esta etapa comenzó a necesitar mayores cuidados; en apariencia, lo perturbaba el disloque de la vida de sus progenitores, no obstante lo cual siempre podía ser confortado. Diez días más tarde, se consideró que ya había conocido lo bastante a su abuela como para quedarse con ella, mientras la mamá volvía a la casa para ocuparse del marido; pero por uno u otro motivo, la madre permaneció con éste un mes. Entonces le escribieron diciéndole que el chico se mostraba enfermizo, vagamente indispuesto, que estaba cortando dientes. La madre volvió y lo encontró con fiebre y dolor en las encías. Eddie está cortando sus últimos cuatro dientes de leche. A la madre le intrigó que estuviera tan molesto por la aparición de los dientes, ya que 17 en el pasado nunca lo había estado cuando le salieron. Pero lo que más la conmovió que al llegar ella, el niño no la reconoció. Fue afligente para la criatura y un verdadero golpe para ella, pero esperó pacientemente y a la mañana siguiente se vio recompensada: el niño pudo reconocerla. También había mejorado notablemente su estado físico y pudo dormir bien; asimismo, disfrutó charlando mucho a su modo con la madre. Aparentemente, su estado cambió desde el momento en que pudo reconocerla, así que era difícil pensar que hubiese padecido en verdad una enfermedad puramente física. Tres o cuatro días más tarde estaba lo más bien y contento, y viajó a la casa. Al arribar allí, no pudo al principio ocupar su cuarto porque lo estaba usando un amigo de la familia, de modo tal que debió dormir con los padres. Reconoció al padre de inmediato y supo dónde se encontraba, se puso a buscar sus viejos escondites y a pegar chillidos de júbilo y placer. Estaba muy contento de estar en casa, y la primera noche durmió bien. La segunda noche no durmió tan bien, y esta dificultad para dormir fue incrementándose hasta convertirse en un síntoma serio. Después de una semana pudo volver a su cuarto, que tanto le gusta, y durante las tres noches siguientes durmió mejor, pero luego la dificultad para dormir comenzó nuevamente. La gravedad del síntoma hizo que a la postre la madre resolviera traérmelo. El chico se levantaba y se ponía a gritar durante cuatro horas seguidas; en sus gritos pasaba de la rabia al terror, y del terror a la desesperación. La madre, una mujer cariñosa y sensata, se dio cuenta de que algo debía hacer, ya que evidentemente no se trataba de una cuestión de mal genio. La única forma que encontró fue acunarlo hasta que se durmiese, pero aun cuando se hubiera dormido profundamente, si ella se levantaba para salir de la habitación, el niño siempre se despertaba antes de que llegase a la puerta. De nada valía emplear con él el rigor ni darle explicaciones en cuanto a que todo estaba bien. Resuelta a no dejarse ganar por él, la madre puso a prueba su propia firmeza contra la de la criatura, con el resultado de que ambos quedaron agotados, y cuando se recobraron la situación no había mejorado en nada. Si ella se negaba a ceder a sus gritos y se iba, empezaba a pedir por el padre, una vez perdidas las esperanzas de que ella lo atendiese. Después de escucharlo gritar media hora seguida ella entraba en el cuarto y lo hallaba en un estado lamentable, enrojecido y cubierto de lágrimas y además sin haber podido contener las heces. Seguía lloriqueando hasta que ella lo tomaba entre sus brazos, donde se dormía finalmente, exhausto. Pero una o dos horas después la pugna se reiniciaba. Llamaron a un médico clínico, dijo que le estaban saliendo los dientes y aconsejó aspirina. Durante tres noches se calmó pero luego drama empezó de vuelta, peor que antes. Ahora bien, en todo este tiempo al niño se lo veía contento durante el día; no se portaba mal, se mostraba cariñoso y obediente, y podía jugar solo o con su mamá y su papá. La madre llegó a una solución de compromiso permitiéndole que durmiera en su cochecito en el cuarto de los padres. Esto era como permiso para quedarse allí pero sin que ello significase una estada permanente. A esta altura la madre se hallaba en un estado de gran incertidumbre, necesitada de ayuda. Declaró: "No siempre puedo ser firme con él, aunque debiera serlo, porque los vecinos del departamento de arriba se han quejado mucho de su llanto”. Era urgente este problema. porque un mes más tarde la familia debía mudarse a una casa de los suburbios, en cuyo caso el niño no sólo iba a perder la guardería conocida sino además a la empleada doméstica, que lo entendía muy bien pero que en esta etapa ya era incapaz de provocar en él un estado anímico que le permitiese a su madre salir del cuarto cuando estaba dormido. La madre confesó estar desesperada, sentía que todo lo que le había enseñado al niño se había volado como llevado por el viento. Si le daba una palmada en la cabeza repitiéndole “¡Qué chico malo!”, él se daba una palmada a su vez, como si le quisiera decir a su madre que todo eso ya lo conocía y que no necesitaba seguir insistiendo. Además, se había habituado a hacer rechinar sus dientes. El examen mostró que Eddie no pudo hacer frente fácilmente al reencuentro con su madre a raíz de que durante el lapso en que estuvieron separados la había odiado, y ni su presencia 18 ni su sonrisa le daban la seguridad de que ella iba a permanecer viva y a quererlo a pesar del odio que él le tenía. Que este trastorno se resolviese con la ayuda profesional no modifica el hecho de que el niño no pudo recobrarse con facilidad del trauma que le causara la separación de la madre. Sin olvidar en absoluto el daño físico que pueden causar las incursiones aéreas a los niños, y sin subestimar el perjuicio que puede provocarles ver a los adultos con miedo o asistir a la destrucción material, sería útil reiterar algo muy conocido: que no son sólo motivos de comodidad y conveniencia los que hablan en favor de la unidad familiar. Hay algo más: de hecho, la unidad de la familia le ofrece al niño una seguridad sin la cual no puede realmente vivir, y en el caso de un niño pequeño la falta de ella no puede dejar de interferir en su desarrollo emocional ni de empobrecer su personalidad y su carácter. 19 2. RESEÑA DE THE CAMBRIDGE EVACUATION SURVEY: A WARTIME STUDY IN SOCIAL WELFARE AND EDUCATION (Editado por Susan Isaacs, 1941) La evacuación era indispensable. En una desencaminada tentativa de aminorar los males inherentes al exilio, muchos han intentado figurarse que la evacuación es en realidad algo bueno, sensato, y que era necesaria una guerra para que se la pusiera en práctica. Sin embargo, para mí la evacuación es una historia trágica; o bien los niños quedan emocionalmente perturbados -tal vez hasta un grado mayor del que podrían recuperarse-, o bien ellos son felices y son los padres los quepadecen -con el corolario de que ni siquiera sus propios hijos los necesitan-. A mi entender, el único éxito que puede reclamar para sí el plan de evacuación es que podría haber fracasado. No obstante, mi labor ha consistido en asistir a los fracasos y a las tragedias; además, una visión personal tiene escaso valor. En cambio, en The Cambridge Evacuation Survey obtenemos la visión de un equipo de colaboradores que realizaron una investigación sistemática en el lugar y en el momento de los hechos, y este libro decididamente merece ser estudiado. La opinión colectiva de los editores y de los nueve autores no es del todo pesimista, aunque en varios sitios de la obra se formulan fuertes críticas. Este libro compendia una enorme cantidad de ideas y de trabajo de clasificación y selección. Abarca el período que se extiende desde el estallido de la guerra hasta el final de la etapa previa al momento en que se iniciaron los bombardeos directos de ciudades. Después de esto, la reevacuación no habría hecho sino complicar toda tentativa de estudio estadístico. En este volumen las estadísticas son utilizadas con idoneidad, pese a lo cual nunca perdemos de vista a los niños, sus padres y padres adoptivos y sus maestros como seres humanos íntegros. Tal vez sea éste el motivo de que su lectura resulte tan grata. Una muestra del tono de la obra puede apreciarse en los siguientes extractos: "Nuestra conclusión más amplia y general es, pues, ésta: que el primer plan de evacuación habría sido en mucho menor medida un fracaso, en mucho mayor medida un éxito, si se lo hubiese programado con más comprensión hacia la naturaleza humana, la forma en que siente y en que es probable que se conduzcan los padres comunes y corrientes y los niños comunes y corrientes. "En especial, la fuerza de los lazos familiares, por una parte, y la necesidad de un conocimiento idóneo de cada niño, por la otra, parecen haber estado muy lejos de la comprensión de los responsables del Plan" (pág. 9). “... no proporcionar servicios personales a los que pudieran acudir los individuos para ser comprendidos y ayudados fue una extravagancia" (pág. 155) “Esta aguda lección sobre la ineficacia y el desperdicio de un enfoque parcial de un gran problema humano que por su propia naturaleza toca todos los aspectos de la vida humana, no es válida en modo alguno sólo para la crisis temporaria provocada por la dispersión de las poblaciones urbanas durante una guerra" (pág.11). El cuerpo principal del libro debe ser leído para poder apreciarlo, ya que ha sido cuidadosamente redactado y no se haría justicia a las conclusiones sacando un pedazo de la torta y ofreciéndolo como fruta fresca. Hay un esclarecedor y divertido capítulo sobre "Lo que dicen los niños". Fue posible someter al análisis estadístico las respuestas brindadas a dos preguntas simples: ¿qué te gusta 20 de Cambridge?¿qué extrañas en Cambridge? A veces las respuestas necesitaban ser interpretadas, pero todas ellas transmiten el sentir consciente de los interrogados. A un médico tal vez se le permita manifestar su pesar por el hecho de que los profesionales de la medicina resultaran tan insuficientemente preparados ante el tipo de problemas que planteó la evacuación, de que a nadie se le ocurriese solicitar ayuda al médico si no era para el manejo de la salud física y el tratamiento preventivo de infecciones y de infestaciones. Todo el peso recayó en los maestros, quienes, en la medida en que se les permitió, emprendieron extraordinariamente bien la nueva labor de cuidar de los niños en forma integral. En este estudio se menciona a un médico, el doctor John Bowlby, quien suministró una útil clasificación operativa de los niños en seis grupos bien definidos, de acuerdo con su grado de anormalidad: "A) Niños angustiados, que pueden o no estar, además, deprimidos; B) niños 'encerrados en si mismos', que tienden a retraerse de las relaciones con otras personas; C) niños celosos y díscolos; D)niños hiperactivos y agresivos; E) niños que presentan alternativamente estados de ánimo exaltados y deprimidos; niños delincuentes; F) niños delincuentes”. "Los niños fueron clasificados según estas seis formas de respuesta, y también se los ordenó, de acuerdo con la magnitud del trastorno, en tres categorías. El Grado I indica una dificultad leve, en ciertos casos no mucho más que una mera tendencia, que con un tratamiento razonable y comprensión del curso normal de los acontecimientos, en el hogar y en la escuela, se corrige por sí sola. El Grado II indica una inadaptación bastante seria, que exige tratamiento clínico, pero que es presumible que ceda con cuidado y atención especializados. El Grado III indica un trastorno emocional profundo que probablemente origine más adelante un derrumbe serio, si no es tratado en su primera etapa". La descripción que hace el doctor Bowlby de los niños que pertenecen a cada uno de estos tres grupos se basa, evidentemente, en la clínica, y por lo tanto tiene valor aun cuando la experiencia lleve a modificarla. Queda mucho por hacer con respecto a la evacuación y a las perturbaciones que ella ha causado en el desarrollo emocional, así como con respecto al empleo que algunos han hecho de ella para obtener auténticos y duraderos beneficios. Los sentimientos y factores inconscientes, por ejemplo, no son abordados directamente en este libro, a pesar de su gran importancia en este caso, como en todos los vinculados con las relaciones humanas. No obstante, este libro es representativo del tipo de obras que se necesitan, porque es objetivo y carece de sentimentalismo, y debemos estar agradecidos a la doctora Susan Isaacs y a sus colegas. Debe mencionarse el nombre de la señorita Theodora Alcock, aunque no figure en la lista de autores, ya que el estudio fue fruto del Grupo de Debates sobre los Niños que ella creara y al que de nosotros hemos concurrido con gusto durante varios años. 21 3. LOS NIÑOS EN LA GUERRA (Escrito destinado a los docentes, 1940) Para comprender el efecto que la guerra ejerce sobre los niños, primero es necesario saber qué capacidad tienen éstos para comprender la guerra y sus causas, y también las razones mediante las cuales justificamos nuestra lucha. Desde luego, lo que resulta válido para un grupo de una edad no lo es para otro. Esto puede parecer bastante obvio, pero es importante y trataré de expresar lo que ello implica. Aparte de las diferencias de edad, otro elemento significativo es la variación entre un niño y otro. Me propongo describir también esto. VARIACIONES SEGÚN EL GRUPO ETARIO Los niños muy pequeños resultan sólo indirectamente afectados por la guerra. El ruido de los cañones rara vez perturba su sueño. Los peores efectos se refieren a la separación con respecto a ambientes y olores familiares, y quizás de la madre, y a la pérdida de contacto con el padre, cosas que a menudo es imposible evitar. Con todo, puede ocurrir que tengan más contacto con el cuerpo de la madre del que se produciría en circunstancias ordinarias, y a veces necesitan conocer cómo se siente la madre cuando tiene miedo. Muy pronto, sin embargo, los niños comienzan a pensar y a hablar en términos de guerra. En lugar de charlar con los términos de los cuentos de hadas que se le ha leído y repetido, el niño utiliza el vocabulario de los adultos que lo rodean, y tiene la mente llena de aeroplanos, bombas y cráteres. El niño de más edad abandona la etapa de las ideas y los sentimientos violentos, y entra en un período de espera con respecto a la vida, un período que constituye un paraíso para la maestra, ya que por lo común, entre los 5 y los 11 años el niño anhela que se le enseñe y se le diga lo que se acepta como correcto y bueno. En este período, como se sabe, la violencia real de la guerra puede resultarle muy desagradable, si bien en la misma época la agresión aparece regularmente en el juegoy en la fantasía con matices románticos. Muchos nunca superan esta etapa del desarrollo emocional, y el resultado puede ser inocuo e incluso llevar a un desempeño altamente exitoso. La guerra real, sin embargo, perturba gravemente la vida de los adultos que han quedado en esa etapa, y a quienes tienen a su cargo niños que están en este período de “latencia” del desarrollo emocional; ello los induce a seleccionar y aprovechar el aspecto no violento de la guerra. Una maestra ha encontrado una manera de hacer esto utilizando las noticias de guerra en la clase de geografía: esta ciudad del Canadá resulta interesante a causa de la evacuación, aquel país es importan te porque tiene petróleo o buenos puertos, esta nación puede tornarse importante la semana próxima porque cultiva trigo o produce manganeso. No se hace hincapié en el aspecto violento de la guerra. A esta edad un niño no comprende la idea de una lucha por la libertad, y sin duda es previsible que vea una considerable dosis de virtud en lo que un régimen fascista o nazi presuntamente proporciona, un régimen en el que un individuo idealizado controla y dirige. Esto es lo que ocurre dentro de la propia naturaleza del niño a esa edad, y no sería raro que sintiera que libertad significa licencia. En la mayoría de las escuelas se tenderá a poner de relieve el Imperio, las partes pintadas de rojo en los mapas del mundo, y no resulta fácil explicar por qué no se habría de permitir que en el período de latencia del desarrollo emocional los niños idealicen (ya que no pueden dejar de idealizar) su propio país y nacionalidad. Un niño de 8 o 9 años seguramente jugará a "ingleses y alemanes", como una variación sobre el tema "vigilantes y ladrones" u "Oxford y Cambridge”. Algunos niños manifiestan una 22 cierta preferencia por uno u otro bando, pero eso puede cambiar de día en día, y a muchos no les importa mayormente. Se llega luego a una edad en la que, si se trata de jugar a “inglese y alemanes", el niño preferirá identificarse con su propio país. La maestra sensata no demuestra apuro por llegar a esto. Considerar el caso del niño de 12 años o más es un asunto complejo, debido a los profundos efectos que tiene la demora de la pubertad. Como ya dije, muchas personas conservan parcialmente las cualidades correspondientes al llamado período de latencia, o regresan a esas cualidades luego de un intento furtivo por lograr un desarrollo más maduro. En esos casos, se puede decir que rigen los mismos principios que para el niño en verdadera latencia, excepto que los toleramos cada vez con mayor desconfianza. Por ejemplo, si bien es normal que un chico de 9 años prefiera ser controlado y dirigido por una autoridad idealizada, ello resulta menos sano si el niño tiene 14 años. A menudo es posible ver un anhelo definido y consciente por el régimen nazi o fascista en un niño que se demora en el borde, temeroso de lanzarse a la pubertad, y es evidente que ese anhelo debe ser tratado con simpatía, o bien ignorado con simpatía, incluso por parte de aquellos cuyo criterio más maduro en cuestiones políticas les hace ver con disgusto toda admiración por un dictador. En cierto número de casos, esta pauta se establece como una alternativa permanente de la pubertad. Al fin de cuentas, el régimen autoritario no ha surgido de la nada; en cierto sentido, es una forma de vida bien reconocida y practicada por grupos que ya no tienen edad para ella. Cuando pretende ser madura debe soportar toda la prueba de realidad, y esto pone de manifiesto el hecho de que la idealización implícita en la idea autoritaria constituye por sí misma una indicación de algo no ideal, algo que debe temerse, como se teme a un poder que controla y dirige. El observador puede percibir la mala influencia de ese poder, pero el joven devoto probablemente sólo sabe que está dispuesto a seguir ciegamente a su líder idealizado. Los niños que se acercan a la pubertad y enfrentan las nuevas ideas correspondientes a ese período, que encuentran una nueva capacidad para disfrutar de la responsabilidad personal, y que están comenzando a manejar un mayor potencial para la destrucción y la construcción, pueden encontrar cierta ayuda en la guerra y en las noticias de guerra. La cuestión es que los adultos son más sinceros en épocas de guerra que en tiempos de paz. Incluso quienes no pueden reconocer su responsabilidad personal por esta guerra, en general demuestran que pueden odiar y luchar. Hasta The Times está lleno de relatos de los que es posible disfrutar como de una fascinante historia de aventuras. La B.B.C. tiende a relacionar la "caza de los hunos" con el desayuno, la cena y el té del piloto, y los bombardeos a Berlín reciben el nombre de picnics, aunque cada uno de ellos produce muerte y destrucción. En la guerra todos somos tan malos y tan buenos como el adolescente en sus sueños, y eso le da seguridad. Como grupo adulto, podemos recuperar la salud mental luego de un período de guerra, y el adolescente, como individuo, puede tornarse algún día capaz de dedicarse a las artes de la paz, aunque para entonces ya no será un adolescente. Puede esperarse, por lo tanto, que el adolescente disfrute de los boletines de guerra que redactan los adultos, y que aceptará o rechazará según le plazca. Puede odiarlos, pero ya entonces sabe qué es lo que nos causa a todos tanta ansiedad, y eso alivia su conciencia cuando descubre que él mismo tiene la capacidad de disfrutar de las guerras y la crueldad que surgen en su fantasía. Algo similar a esto podría decirse con respecto a las adolescentes, y es necesario elaborar las diferencias entre niños y niñas en este sentido. VARIACIONES SEGÚN EL DIAGNOSTICO Resulta extraño utilizar la palabra diagnóstico para describir a niños presumiblemente normales, pero es un término conveniente para señalar el hecho de que los niños difieren 23 enormemente entre sí, y que las diferencias según el diagnóstico de tipos caracterológicos pueden ser totalmente opuestas a las que revela la clasificación según el grupo etario. Ya indiqué esto al puntualizar la enorme tolerancia que es necesario tener frente a un adolescente de 14 años, según que se haya zambullido o no en los peligros de la pubertad, o se haya apartado de ellos para regresar a la posición más segura, aunque menos interesante, del período de latencia. Aquí llegamos a la línea limítrofe de la enfermedad psicológica. Sin tratar de distinguir entre salud y enfermedad, es posible decir que los niños pueden agruparse según la tendencia o dificultad particular con la que estén contendiendo. Un caso evidente sería el del niño con una tendencia antisocial para quien la guerra tiende a convertirse, cualquiera sea su edad, en algo esperado, algo que extraña si no se produce. De hecho, las ideas de tales niños son tan terribles que no se atreven a pensarlas, y las manejan mediante actuaciones que son menos crueles que los sueños correspondientes. Para ellos, la alternativa consiste en oír hablar de las terribles aventuras de otra gente. Para ellos el cuento de terror es un somnífero, y lo mismo puede decirse de las noticias de guerra si son suficientemente espeluznantes. A otro grupo pertenece el niño tímido que desarrolla fácilmente una orientación pasivo- masoquista, o que tiende a sentirse perseguido. Creo que a ese niño le preocupan las noticias de guerra y la idea misma de la guerra, en gran parte debido a su idea fija de que los buenos siempre pierden. Se siente derrotista. En sus sueños, el enemigo derrota a sus compatriotas, o bien la lucha es inacabable, sin victoria para ningún bando, e implica siempre más y más crueldad y destrucción. En otro grupo encontramos al niño sobre cuyos hombros parece descansar el peso del mundo, el niño que tiende a deprimirse. De este grupo surgen los individuos capaces del más valioso esfuerzo constructivo, sea bajo la forma de protección a niños más pequeños o deproducción de algo valioso en una u otra forma artística. Para esos niños la idea de la guerra es espantosa, pero ya la han experimentado en sí mismos. No hay esperanza, ni desesperación, que les resulte nueva. Se preocupan por la guerra tal como se preocupan por la separación de sus padres o la enfermedad de su abuela. Sienten que deberían estar en condiciones de solucionarlo todo. Supongo que para esos niños las noticias de guerra son terribles cuando son realmente malas, y jubilosas cuando proporcionan real tranquilidad. Con todo, habrá momentos en que la desesperación o el júbilo concernientes a sus asuntos internos se manifestaran en su estado de ánimo, cualquiera sea la situación en el mundo real. Pienso que estos chicos sufren más a causa de la variabilidad en el estado de ánimo de los adultos que por los altibajos de la guerra misma. Sería una tarea demasiado vasta enumerar aquí todos los tipos caracterológicos, y además innecesaria, puesto que lo dicho es suficiente para mostrar que el diagnóstico del niño afecta al problema de la manera en que se presentan las noticias de guerra en las escuelas. EL TRASFONDO DE LAS NOTICIAS De lo dicho quizás resulte evidente que, al considerar este problema, debemos saber tanto como sea posible sobre las ideas y sentimientos que el niño ya posee naturalmente, es decir, el terreno sobre el que caerán las noticias de guerra. Por desgracia, ello complica las cosas considerablemente, pero nada puede alterar el hecho de que la complejidad existe. Todos saben que al niño le preocupa un mundo personal, del cual es consciente sólo en un grado limitado, y que requiere una cierta dosis de manejo. El niño tiene sus propias guerras personales, y si su comportamiento exterior está en conformidad con las normas civilizadas, ello sólo se debe a un esfuerzo enorme y constante. Quienes lo olvidan se desconciertan ante los casos en que esa superestructura civilizada se derrumba, y ante las reacciones inesperadamente feroces provocadas por hechos muy simples. 24 A veces se cree que los niños no pensarían en la guerra si no se les hablara de ella. Pero quien se tome la molestia de averiguar qué es lo que ocurre bajo la superficie de una mente infantil descubrirá por sí mismo que el niño ya sabe mucho sobre la codicia, el odio y la crueldad, así como sobre el amor y el remordimiento, el ansia de triunfar y la tristeza. Los niños pequeños comprenden muy bien las palabras "bueno” y "malo", y no tiene sentido decir que para ellos esas ideas sólo existen en la fantasía, ya que su mundo imaginario puede parecerles más real que el exterior. Debo aclarar que me refiero a la fantasía en gran parte inconsciente, y no a los ensueños diurnos o la invención de historias manejada conscientemente. Sólo es posible llegar a comprender las reacciones de los niños ante la difusión de las noticias de guerra estudiando, en primer lugar (o por lo menos teniendo en cuenta), el mundo interior inmensamente rico de cada niño, que constituye el trasfondo de todo lo que incide sobre él desde la realidad externa. A medida que el niño madura, se torna cada vez más capaz de distinguir la realidad externa o compartida de su propia realidad interna, y de permitir que una enriquezca a la otra. Sólo cuando el maestro conoce realmente la personalidad del niño está en condiciones de hacer el mejor uso posible de la guerra y las noticias de guerra en la educación. Puesto que, en la práctica, el maestro puede conocer al niño sólo en un grado limitado, sería una buena idea permitir que los niños hagan otras cosas –leer o jugar al dominó- o que se alejen completamente cuando se difundan las noticias de guerra por la B.B.C. Me parece, por lo tanto, que esos boletines de guerra nos proporcionan una útil oportunidad para iniciar el estudio de un enorme problema, y quizá nuestra primera tarea consista precisamente en comprender y reconocer su vastedad. Sin duda, el tema es digno de estudio pues, como muchos otros, nos lleva mucho más allá del proceso educativo diario, y llega hasta los orígenes de la guerra misma y a los aspectos fundamentales del desarrollo emocional del ser humano. 25 4. LA MADRE DEPRIVADA (Basado en una conferencia radial emitida en 1939, en momentos en que se procedía a la primera evacuación) El cuidado infantil tiene una significación muy especial para los padres, y si se pretende comprender los problemas de las madres de niños evacuados, primero resulta necesario reconocer que los sentimientos concernientes a los niños en general no son los mismos que los sentimientos especiales que experimentan los padres hacia sus propios hijos. Lo que da sentido a la vida para muchos hombres y mujeres es la experiencia de la primera década de vida matrimonial, el periodo en que se construye una familia, y en que los niños necesitan todavía esas contribuciones a su personalidad y carácter que los padres pueden hacer. Esto es válido en general, pero sobre todo en el caso de quienes se ocupan personalmente del manejo de su casa, sin servicio doméstico, y de aquellos cuya posición económica, o nivel cultural, impone un límite a la cantidad y calidad de intereses y distracciones posibles. Para tales progenitores, renunciar al contacto permanente con sus hijos constituye sin duda una difícil prueba. Una madre dijo: "Renunciaríamos a nuestros hijos por tres meses, pero, si es por más tiempo, quizás incluso tres años, qué sentido tiene la vida?" Y otra manifestó: 'Todo lo que tengo ahora para cuidar es el gato, y mi única distracción es el bar.". Estos son pedidos de ayuda que no deberían desoírse. La mayoría de los relatos sobre padres cuyos hijos han sido evacuados no parecen captar esta simple verdad. Por ejemplo, se ha expresado la opinión de que las madres lo pasan muy bien, pues están libres para flirtear, levantarse tarde, ir al cine, o trabajar y ganar dinero, a tal punto que seguramente no desean que sus hijos vuelvan. Sin duda existen casos que justifican tal comentario, pero éste no se aplica a la mayoría de las madres; y a veces resulta válido en la superficie, pero no lo es necesariamente en un sentido más profundo, pues es bien sabido que una característica de los seres humanos es mostrarse indiferentes ante la amenaza de un dolor que no pueden tolerar. Nadie sugeriría que dar a luz y criar un niño es todo dulzura, pero la mayoría de la gente no espera que la vida carezca de amargura; sólo piden que la parte amarga sea la que ellos mismos han elegido. A la madre urbana se le pide, se le aconseja e incluso se la presiona para que renuncie a sus hijos. A menudo se siente casi atropellada, pues no puede comprender que la dureza de la exigencia surge de una realidad: el peligro de las bombas. Una madre puede mostrarse sorprendentemente sensible a la crítica; el sentimiento de culpa relativo a la posesión de hijos (o de cualquier cosa valiosa) es tan poderoso, que la idea de la evacuación tiende en primer lugar a hacerla sentir insegura y dispuesta a hacer cualquier cosa que se le indique, sin tener en cuenta sus propios sentimientos. Uno puede imaginársela diciendo: "Sí, por supuesto, llévenselos, yo nunca fui digna de ellos; los bombardeos no son el único peligro, yo misma no puedo proporcionarles el hogar que deberían tener". Por supuesto, no siente esto conscientemente, sólo se siente confusa o aturdida. Por ésta, y por otras razones, el sometimiento inicial frente al plan de no puede ser duradero. Eventualmente las madres se recuperan del choque, y entonces se necesita un largo proceso para que el sometimiento se transforme en cooperación. A medida que pasa el tiempo la fantasía cambia, y lo real se torna gradualmente claro y definido. Si uno intenta colocarse en el lugar de la madre, se plantea de inmediato esta pregunta: ¿por qué, en realidad, se aleja a los niños del riesgo de los ataques aéreos a un precio tan alto y causando tantas dificultades?¿por qué se pide a los padres que hagan semejante sacrificio? 26 Hay varias respuestas. O bien los padres mismos realmente desean alejar a sus hijos del peligro, cualesquiera sean sus propios sentimientos, de modo que las autoridades sólo actúan en nombre de los padres, o bien el Estado atribuye más valor al futuro que al presente, y ha decidido hacerse cargo del cuidado y el manejo de los niños, sin tener para nada en cuenta los sentimientos, deseos y necesidades de los padres. Como es natural en una democracia, se ha tendido a considerar como válida la primera alternativa. A ello se debe que la evacuación haya sido voluntaria, y que se haya permitido que fracasara hasta cierto punto. De hecho, hubo incluso algún intento, aunque no muy entusiasta, por comprender el punto de vista de la madre. Conviene recordar que los niños son criados y educados no sólo para que lo pasen bien, sino también para ayudarlos a crecer. Algunos de ellos se convertirán a su vez en progenitores. Resulta razonable afirmar que los padres son tan importantes como los niños, y que es sentimental suponer que los sentimientos de los padres deben sacrificarse necesariamente por el bienestar y la felicidad de los hijos. Nada puede compensar a un progenitor corriente por la pérdida de contacto con un hijo y la falta de responsabilidad por su desarrollo corporal e intelectual. Se afirma que la vastedad del problema y de la organización requerida para efectuar la evacuación en masa es lo que limita la participación de los padres en cosas tales como la elección de hospedaje. La mayoría de los padres pueden aceptar este argumento. Con todo, el propósito de mi artículo es señalar que por mucho que las autoridades intenten establecer reglas y normas de aplicación general, la evacuación sigue siendo un asunto que involucra un millón de problemas humanos individuales, todos distintos entre sí, y todos de vital importancia para alguien. Por ejemplo, una madre puede conocer muy bien los problemas de la evacuación y estar al tanto de sus múltiples dificultades, pero eso no la ayudará a tolerar la pérdida de contacto con su propio hijo. Los niños cambian rápidamente. Al cabo de los años que esta guerra puede durar, muchos ya no serán niños y todos los bebés de hoy habrán salido de la etapa de rápido desarrollo emocional para pasar a la de un desarrollo intelectual y emocional más pausado. No tiene sentido hablar de postergar el momento de llegar a conocer a un niño, sobre todo si es pequeño. Además, las madres saben una cosa que quienes no están cerca del niño tienden a olvidar: el tiempo mismo es muy distinto según la edad a la que se tenga la experiencia de él. Un día feriado puede pasar casi desapercibido para los adultos, en tanto que les parecerá a los niños un enorme trozo de vida, y es casi imposible hacer sentir a un adulto la enormidad de tiempo que tres años significan para un niño evacuado. Realmente es una gran proporción de lo que el niño conoce de la vida, equivalente quizás a veinticinco años de vida para un adulto de 40 ó 50 años. El reconocimiento de este hecho torna a una mujer aun más ansiosa ante la posibilidad de perder su oportunidad de ser madre. Por lo tanto, la investigación de todos los detalles del problema de la evacuación pone de manifiesto problemas individuales que son importantes, incluso urgentes, a su manera. Partiendo ahora de la base de que los deseos de los padres están representados por las autoridades que actúan así en nombre de aquéllos, resulta posible comprender cuáles son las complicaciones que probablemente sobrevendrán. Mucha gente, incluyendo a los mismos padres, cree que todo estaría bien si se cuidara eficazmente de sus hijos; que éstos, si estuvieran bastante desarrollados emocionalmente como para soportar la separación, podrían en realidad beneficiarse con el cambio; sin duda los niños harían la experiencia de vivir en un hogar distinto, ampliarían sus intereses, y quizá tendrían un contacto con la vida de campo del que suelen carecer los niños urbanos e incluso los suburbanos. 27 No tiene sentido negar, sin embargo, que la situación es compleja y que de ningún modo puede confiarse en que los padres se sientan seguros en cuanto al bienestar de sus hijos. Hay una historia antigua y conocida, pero que rara vez deja de perturbar y sorprender a quienes tienen a su cargo niños ajenos. Los padres suelen quejarse por el tratamiento que sus hijos reciben mientras están lejos del hogar, y creen todo lo que un niño puede inventar en cuanto a malos tratos y, sobre todo, a mala alimentación. El hecho de que al salir de una institución para convalecientes un niño regrese al hogar en óptimo estado de salud, no impide que la madre presente una queja en el sentido de que su niño ha sido descuidado. Cuando se investigan tales quejas, rara vez se descubren fallas reales; son previsibles quejas similares en el caso de los hogares a los que se envía a los niños evacuados, y resultarían bastante naturales si se tienen en cuenta las dudas y los temores de las madres. Es de suponer que una madre sentirá antipatía por toda persona que descuide a su hijo, pero es igualmente razonable suponer que experimentará esa misma antipatía por quien cuida de su hijo mejor que ella misma, pues ese tipo de cuidado despierta su envidia o sus celos. Es su hijo y, simplemente, ella quiere ser la madre de su propio hijo. No es difícil imaginar lo que ocurre. Un niño regresa al hogar después de sus vacaciones y pronto capta una atmósfera de tensión en cuanto se le pregunta sobre algún detalle. ¿Te daba la señora Fulana un vaso de leche antes de dormirte?" El niño puede sentir alivio al contestar que no y complacer así a su madre sin tener que mentir. El niño se ve envuelto en un conflicto de lealtades, y se siente desconcertado. ¿Qué es mejor, estar en casa o lejos de ella? En algunos casos, la defensa contra ese mismo conflicto ha sido preparada mediante un rechazo de la comida en el hogar, en el campo, durante los primeros y los últimos días de su estada allí. Si la madre muestra considerable alivio, el niño siente la tentación de agregar unos pocos detalles fabricados por su imaginación. La madre comienza entonces a pensar realmente que ha habido un cierto descuido, y presiona al niño para obtener más información. La tensión crece cada vez más, y el niño prácticamente no se atreve a examinar sus propias afirmaciones anteriores. Es menos peligroso aferrarse a unos pocos detalles y repetirlos cada vez que surge el tema. Y así la desconfianza de la madre aumenta, hasta que termina por presentar una queja. Esta difícil situación tiene dos orígenes; el niño siente que sería desleal contar que ha estado alegre y bien alimentado, y la madre abriga la esperanza de que su competidora no pueda ni siquiera compararse con ella. Hay momentos en que resulta fácil establecer un círculo vicioso de desconfianza por parte del progenitor real y de resentimiento por parte de la madre circunstancial. Cuando pasa ese momento, queda abierto el camino para la amistad y la comprensión entre esas rivales en potencia. Todo esto quizá le parezca muy absurdo a un observador, que puede darse el lujo de ser razonable, pero la lógica (o el razonamiento que niega la existencia o la importancia de los sentimientos y conflictos inconscientes) no basta cuando una madre debe separarse de su hijo. Aunque una madre deprivada desee realmente cooperar con el plan de evacuación, tales sentimientos y conflictos inconscientes deben tenerse en cuenta. Entre un momento de desconfianza y otro, las madres tienden con igual facilidad a sobrestimar la bondad y la confiabilidad de los hogares circunstanciales, y a creer que sus hijos están a salvo y bien cuidados sin conocer los hechos reales. Así trabaja la naturaleza humana. Probablemente nada despierte tanto los celos maternos como el cuidado excepcional brindado a su hijo. Puede ocultar
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