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DEPRIVACION_Y_DELINCUENCIA

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DEPRIVACIÓN 
Y DELINCUENCIA 
 
 
 
 
Compilado por Clare Winnicott, 
Shepherd y Madeleine Davis 
 2
Titular original: Deprivation and Delincuency 
Tavistock Publications Ltd. London and New York 
1954 Clare Winnicott 
 ISBN O -422 -79180 -6 
Traducción de Leandro Wolfson (Caps. 1, 2, 10 a 12, 14 a 20, 23 a 29) y Noemí 
Rosenblatt (Caps. 3 a 9, 13, 21 y 22) 
 
Revisión técnica y establecimiento del vocabulario: Lic. Jorge Rodríguez (U.B.A.) y Dra. 
María Lucila Pelento 
 
Cubierta de Gustavo Macri 
 
1º Edición 1990 Impreso en la Argentina 
Printed in Argentina 
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 
 
Copyright de todas las ediciones en castellano 
Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires 
 
Ediciones Paidós Ibérica SA Cubí 92, Barcelona 
 
Editorial Paidós Mexicana Guanajuato 202, México 
 
 
 
 
La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a por el 
sistema impreso, por fotocopia, 
fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier 
utilización debe ser previamente solicitada. 
 
ISBN 950 -4145- 9 
 3
INDICE 
 
Prefacio de los compiladores 6 
Introducción de Clare Winnicott 6 
 
Primera parte 
NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA 
 
Introducción de los compiladores 10 
1. Evacuación de niños pequeños (1939) 13 
2. Reseña de De The Cambridge Evacuation Survey:A Wartime Study In 
Social Welfare And Education 
20 
3. Los niños en la guerra (1940) 22 
4. La madre deprivada (1939) 26 
5. El niño evacuado (1945) 31 
6. El retorno del niño evacuado (1945) 34 
7. El regreso al hogar (1945) 37 
8. Manejo residencial como tratamiento para niños difíciles (1947) 40 
9. Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1946) 52 
 
 
 
Segunda parte 
NATURALEZA Y ORÍGENES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL 
Introducción de los compiladores 56 
10. La agresión y sus raíces (1939) 58 
11.El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro (1963) 69 
12. La ausencia de sentimiento culpa (1966) 73 
13. Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil 78 
14.La tendencia antisocial (1956) 83 
15. Psicología de la separación (1958) 91 
16. Agresión, culpa y reparación 93 
17. Luchando por superar la fase de desaliento malhumorado (1963) 99 
18. La juventud no dormirá (1964) 107 
 
Tercera parte 
LA PROVISIÓN SOCIAL 
Introducción de los compiladores 110 
19. Correspondencia con un magistrado (1943) 112 
20. Las bases de la salud mental (1951) 115 
21. El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar 
(1950) 
117 
22.Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar (1955) 128 
23. La persecución que no fue tal(1967) 135 
24. Comentarios al “Informe del comité sobre los castigos en cárceles y 
correccionales (1961) 
136 
 25.¿Las escuelas progresivas dan demasiada libertad al niño? (1965) 141 
 26. La asistencia en internados como terapia (1970) 148 
 
 4
 
 
Cuarta parte 
TERAPIA INDIVIDUAL 
Introducción de los compiladores 155 
27. Variedades de psicoterapia (1961) 156 
28. La psicoterapia de los trastornos del carácter (1963) 162 
29.La disociación revelada en una consulta terapéutica (1965) 172 
 5
RECONOCIMIENTOS 
Los artículos "La psicoterapia de los trastornos del carácter" y "El desarrollo de la 
capacidad de preocuparse por el otro", incluidos en el libro The Maturational Processes and 
the Environment, se reproducen aquí con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de 
International Universities Press, de Nueva York. El artículo "La tendencia antisocial", tomado 
del libro Through Paediatrics to Psychoanalysis, se reproduce con la autorización de Hogarth 
Press, de Londres, y de Basic Books, de Nueva York. 
 6
PREFACIO DE LOS COMPILADORES 
 
Nuestro propósito al seleccionar los artículos que componen este volumen ha sido 
presentar las ideas de Donald Winnicott de un modo que resulte práctico y a la vez interesante 
para el lector. Hemos incluido algunos artículos hasta ahora inéditos, algunos que sólo 
aparecieron en revistas que no están disponibles para su consulta, y también unos pocos 
trabajos bien conocidos que aparecieron en sus libros -esto último en beneficio de la claridad 
y la integridad de la exposición-. Deliberadamente hemos reducido al mínimo las 
correcciones en los artículos inéditos, aunque tenemos la impresión de que el propio 
Winnicott los habría revisado antes de hacerlos públicos. De lo anterior se deduce que 
forzosamente se encontrarán algunas repeticiones, pero nos parece que este pequeño precio 
bien vale la pena con tal de exponer en su conjunto las concepciones de Winnicott sobre el 
tema de este volumen. 
Clare Winnicott Ray Shepherd Madeleine Davis Londres Marzo de 1983 
 
INTRODUCCIÓN DE CLARE WINNICOTT 
 
No parece exagerado afirmar que las manifestaciones de la deprivación y la delincuencia 
en la sociedad son una amenaza tan grande como la de la bomba nuclear. De hecho, existe sin 
duda un vínculo entre las dos clases de amenazas, pues a medida que aumenta el elemento 
antisocial en la sociedad se eleva también a un nuevo nivel de peligrosidad el potencial 
destructivo. En la actualidad estamos luchando para impedir dicho incremento del nivel de 
peligrosidad, y es preciso que apelemos para dicha tarea a todos los recursos que estén a 
nuestro alcance. Uno de esos recursos, indudablemente, es el conocimiento adquirido por 
alguien que haya debido hacer frente a los problemas de deprivación y la delincuencia 
asumiendo responsabilidad ante casos individuales. Donald Winnicott fue una de esas 
personas, catapultadas a esa posición por la Segunda Guerra Mundial, cuando fue nombrado 
psiquiatra consultor en el Plan Oficial de Evacuación de Personas, para una de las zonas de 
recepción de los evacuados en Inglaterra. 
 
Si bien las circunstancias en que se halló entonces Winnicott eran anormales a raíz de la 
guerra, el conocimiento que obtuvo gracias a esta experiencia es de aplicación general, ya que 
los niños deprivados que se vuelven delincuentes tienen ciertos problemas básicos que se 
manifiestan en formas previsibles, sean cuales fueren las circunstancias. Por lo demás, los 
niños que estuvieron a cargo de Winnicott necesitaban atención especial pues no podían ser 
alojados en hogares corrientes. En otras palabras, ya tenían dificultades en su propio hogar 
antes de que se declarase la guerra. Para ellos, la guerra fue un hecho casi incidental, salvo en 
aquellos casos (que no fueron pocos) en que les resultó francamente beneficiosa por cuanto 
los apartó de una situación intolerable, ubicándolos en otra en la cual podían recibir alivio y 
ayuda, y a menudo los recibieron. 
La experiencia de la evacuación durante la guerra tuvo profundos efectos en Winnicott, ya 
que allí encontró concentrada toda la confusión producida por la quiebra total de la vida 
familiar, y tuvo que vivir los efectos de la separación y la pérdida, de la destrucción y la 
muerte. Debió manejar y contener, e ir comprendiendo poco a poco, las reacciones personales 
manifestadas en comportamientos extravagantes o delictivos, y lo hizo trabajando en el plano 
local junto a un equipo de personas. Los niños que atendió habían llegado al final del camino; 
para ellos no existía nada más allá, y la principal preocupación de todos los que procuraban 
ayudarlos fue cómo brindarles sostén. 
Hasta ese momento de su carrera profesional, Winnicott se había dedicado a la clínica 
hospitalaria y la atención privada; en ambos casos, los niños que atendía eran traídos por los 
adultos responsables de ellos. Al forjar su temprana experiencia clínica evitó 
deliberadamente, en la medida en que pudo hacerlo, tomar casos de delincuentes, ya que el 
hospital no contaba con los recursos para ello y el propio Winnicott no se sentía en 
 7
condiciones de desviarse hacia este campo colateral de trabajo, que demanda enorme cantidadde tiempo y exige capacidades e instalaciones que él no tenía. Pensó que primero debía reunir 
experiencia trabajando con padres y niños corrientes dentro de su propio medio familiar y en 
su lugar de residencia. La mayoría de estos niños podían ser ayudados y era dable impedir que 
sufrieran un mayor daño psiquiátrico, en tanto que aquellos otros que ya habían caído en la 
delincuencia necesitaban algo más que ayuda clínica. Presentaban un problema de cuidado y 
de manejo de pacientes. 
Pero cuando estalló la guerra, Winnicott ya no pudo eludir más la cuestión de los 
delincuentes, y adrede aceptó el cargo de consultor del Plan de Evacuación sabiendo en buena 
medida en qué se metía, y que lo esperaba toda una nueva gama de experiencias. Su acervo 
clínico iba a tener que ampliarse para incluir los aspectos del tratamiento vinculados con el 
cuidado y el manejo de los pacientes. 
 Poco después de iniciado el plan zonal al que se incorporó Winnicott, yo me sumé a su 
equipo como asistente social psiquiátrica y administradora de los cinco albergues destinados a 
los niños demasiado trastornados como para ir a vivir en hogares comunes. Pensé que mi 
primera tarea era tratar de desarrollar un método de trabajo que nos permitiera a todos 
(incluido Winnicott) aprovechar al máximo las visitas semanales que él nos hacía. El personal 
que residía en los albergues cargaba sobre sí todo el impacto de la confusión y desesperación 
de esos niños, y los resultantes problemas de conducta, el personal quería que se le dijera qué 
debía hacer, con frecuencia anhelaba ansiosamente recibir ayuda en la forma de instrucciones 
precisas. Llevó tiempo lograr que aceptasen que Winnicott no tomaría ese rol ni podía 
tomarlo, pues no estaba presente ni tan involucrado como ellos en las situaciones que 
presentaba la vida diaria con esos chicos. Gradualmente fueron reconociendo que todos 
debíamos asumir la responsabilidad por actuar con cada niño según nuestro y entender en las 
situaciones cotidianas. Luego reflexionaríamos acerca de todo lo hecho y, cuando Winnicott 
nos visitase, lo comentaríamos con él de la manera más sincera posible. Esta resultó ser una 
buena forma de trabajar, y la única viable en esas circunstancias. 
Nuestros encuentros con Winnicott eran el punto culminante de la semana y constituían 
una invalorable experiencia de aprendizaje para todos, incluido el propio Winnicott, quien 
llevaba un registro de la situación de cada niño y la tensión a que sometía al personal. Sus 
comentarios casi siempre se vertían en la forma de preguntas que ampliaban el debate sin 
violar jamás la vulnerabilidad de cada integrante del personal. Luego de tales encuentros, 
Winnicott y yo procurábamos formarnos una idea de lo que iba aconteciendo a partir de la 
masa de detalles que nos eran suministrados, y formular alguna teoría provisional al respecto. 
Esta era una labor totalmente absorbente, pues no bien se había formulado alguna teoría, ya 
tenía que ser descartada o modificada. Por otra parte, para mí constituía un ejercicio esencial, 
ya que durante la semana yo era la caja de resonancia de los problemas de los encargados de 
cada albergue, y quien debía brindarles apoyo permanente en los momentos difíciles. Mi 
misión era alertar al director del Plan de Evacuación acerca de los riesgos de ciertas medidas 
indispensables que podían desembocar en una catástrofe, e informar a Winnicott sobre todo lo 
que sucediera. 
 
 No hay duda de que este trabajo junto a los niños deprivados confirió una dimensión 
completamente nueva al pensamiento y la práctica profesional de Winnicott, y gravitó en sus 
conceptos fundamentales sobre el crecimiento emocional y el desarrollo. Pronto comenzaron 
a cobrar forma y expresión sus teorías sobre los impulsos subyacentes en la tendencia 
antisocial. Sus ideas repercutían en el acontecer concreto de los albergues y en la forma en 
que el personal trataba a los niños, y él tomaba siempre cuidadosa nota de los resultados. Los 
cuadernos de anotaciones sobre los albergues aún existen y dan evidencia de su minuciosa 
observación y de la atención que prestaba a cada detalle. Paulatinamente se fueron 
estableciendo nuevos enfoques y actitudes, y se procuró alcanzar la inocencia que estaba por 
detrás de las defensas y de los actos delictivos. No había milagros, pero sí era posible 
 8
enfrentar las crisis viviéndolas en lugar de reaccionar frente a ellas, la tensión podía aflojarse 
y se renovaban la confianza y la esperanza. 
 
 Yo terminé siendo quien mantenía la cohesión del trabajo grupal, dado mi contacto diario 
con el personal y los niños en los albergues. Asimismo, me parecía esencial que la 
comunicación entre todos cuantos estaban involucrados en el Plan de Evacuación -miembros 
del comité directivo, autoridades locales, padres de los niños y organismos públicos-fuese lo 
más clara y franca posible. De este modo, un amplio sector de la población se mantuvo 
informado acerca de los efectos que tenía en los niños la separación y la pérdida de sus 
familiares, y sobre la complejidad de la tarea de tratar de ayudarlos. 
 
La divulgación de esta clase de conocimiento de primera mano procedente de todas las 
zonas de evacuación del país fue lo que con el tiempo impulsó la creación de un comité 
estatutario de investigación sobre el cuidado de los niños separados de sus padres (el Comité 
Curtis) y finalmente llevó a la sanción de la Ley de Menores de 1948, un hito en la historia 
social de Inglaterra. Winnicott y yo prestamos testimonio escrito y oral ante el Comité Curtis. 
 
Respecto del trabajo en sí, Winnicott fue la persona que lo hizo funcionar, la figura central 
que congregó y contuvo la experiencia de todos nosotros y le dio sentido, ayudando al 
personal que convivía con los niños a mantener la cordura en el extraño mundo subjetivo en 
que durante largos períodos ellos permanecían. Para nosotros, una de las lecciones 
importantes de esta experiencia fue que no es posible enseñar actitudes mediante palabras: 
sólo se las puede "captar" por la asimilación de elementos presentes en las relaciones vitales. 
A menudo me han preguntado: “¿Cómo era trabajar con Winnicott?", y siempre eludí dar una 
respuesta, pero creo que si la diera sería más o menos ésta: era estar en una situación de total 
reciprocidad, en la cual el dar y el recibir eran indiscernible, y los roles y responsabilidades se 
daban por sentados y jamás se discutían. En ello residía la seguridad y libertad necesarias para 
que del caos y la devastación de la guerra surgiera una obra creadora. Y por cierto que surgió 
en muchos planos, y nos brindó satisfacciones a todos los que participamos en ella. 
Descubrimos nuevas dimensiones en nosotros mismos y en los demás. Nuestra capacidad 
potencial se realizó y se agrandó hasta el límite, de modo tal que emergieron nuevas 
capacidades. Así era trabajar con Winnicott. 
 
Los artículos incluidos en esta recopilación siguen una secuencia natural, partiendo de los 
que fueron escritos por Winnicott bajo la presión directa de su participación clínica en la 
guerra, en los que describe los efectos de la deprivación tal como él los experimentaba. Les 
siguen otros en los que expone sus ideas sobre la naturaleza y orígenes de la tendencia 
antisocial. La tercera sección está destinada al tipo de asistencia social necesaria para el 
tratamiento de los niños delincuentes; finalmente, se incluyen tres trabajos sobre la terapia 
individual y su empleo en la labor asistencial con los deprivados. 
 
Aunque estos escritos tienen un interés histórico, no pertenecen a la historia sino a la 
confrontación permanente entre los elementos antisociales de la sociedad y las fuerzas de la 
salud y la cordura, que pretenden recobrar lo que se ha perdido. Nunca se subrayará lo 
suficiente cuán compleja es esta confrontación. La interacción entre los asistentes y los 
asistidos es siempre el eje de la terapia en este campo o en esta clase de trabajo, y requiere 
continuaatención y apoyo por parte de los especialistas profesionales, así como el respaldo 
esclarecido de los directivos responsables. Hoy, como siempre, la cuestión práctica reside en 
saber cómo puede mantenerse un medio que sea lo suficientemente humano, y lo 
suficientemente fuerte, como para contener tanto a los que brindan asistencia cuanto a los 
deprivados y delincuentes, quienes, pese a necesitar desesperadamente cuidado y contención, 
hacen cuanto está en sus manos para acabar con ello cuando lo tienen. 
 9
 
Primera Parte 
 
NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: 
LA EXPERIENCIA BÉLICA 
 
INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES 
 
Para Winnicott, los trastornos de conducta, que él a menudo denominaba "trastornos del 
carácter", eran la manifestación clínica de la tendencia antisocial. Abarcaban desde la 
voracidad y el mojar la cama en un extremo de la escala, hasta las perversiones y todas las 
clases de psicopatía (dejando de lado las derivadas de una lesión cerebral) en el otro. Rastrear 
los orígenes de la tendencia antisocial en una deprivación más o menos específica sufrida por 
el individuo en su infancia o niñez temprana confirió una dimensión totalmente nueva a la 
teoría del desarrollo emocional de Winnicott, teoría que él mismo describía como la espina 
dorsal de sus enseñanzas y de su labor clínica. 
 
La Segunda Guerra Mundial fue una divisoria de aguas para Winnicott en numerosos 
aspectos, pero quizás en ninguno con mayor evidencia que en la ampliación y florecimiento 
de su teoría del desarrollo, que llegó a convertirse en algo verdaderamente original y 
verdaderamente suyo. Y no hay duda alguna de que su encuentro durante la guerra con los 
niños deprivados contribuyó a forjarla. 
Hasta ese momento, en líneas generales la teoría psicoanalítica había atribuido la 
delincuencia y el delito a la angustia o la culpa provenientes de una inevitable ambivalencia 
inconsciente; vale decir, suponía que eran el resultado del conflicto que se presentaba cuando 
el odio (y, por ende, el afán destructivo) se dirigía hacia una persona amada y necesitada. La 
idea central era que cuando la culpa alcanzaba un grado excesivo y no hallaba salida mediante 
la sublimación o la reparación, el individuo debía hacer, o actuar, algo para tener de qué 
sentirse culpable. En otros términos, la etiología de la delincuencia se buscaba principalmente 
en una lucha librada 
el mundo interior, o la psique, del individuo. 
 
Cuando en la década de 1920 Winnicott comenzó a aplicar la teoría psicoanalítica a los 
casos que le aparecían en su clínica pediátrica, y más tarde a escribir sobre ellos, dejó bien en 
claro su creencia de que muchos síntomas infantiles, incluidos los trastornos de conducta, 
tenían sus raíces en esos conflictos inconscientes. Pero aunque sin duda alguna el acento 
estaba puesto en el mundo interior del niño, interesa advertir que en los retazos de historiales 
con los que ilustraba sus conferencias y artículos parecía a menudo considerar decisivo algún 
factor ambiental. Tomemos el caso de Verónica, por ejemplo, quien al año y medio comenzó 
a mojar la cama después de que su madre debió pasar un mes en el hospital; o el de Ellen, 
quien robó en la escuela, cuya familia se había deshecho cuando ella tenía un año; o el de 
Francis, cuyos episodios violentos fueron vinculados con la depresión de su madre. Por detrás 
del relato de todas estas historias uno percibe el sentir común, el saber común, remontándose 
a la historia, acerca de la necesidad que el niño tiene de un ambiente seguro y estable. 
Pocos años antes de la guerra, otro psicoanalista, John Bowlby, había tenido también la 
oportunidad de estudiar los antecedentes de niños con perturbaciones enviados a la Clínica de 
Orientación Infantil donde él trabajaba. En un estudio formal de 150 niños con diversas 
afecciones, encontró un nexo directo entre el robo y la deprivación –particularmente la 
separación respecto de la madre en la infancia-. Se pasa revista a este estudio en la carta que 
inicia esta sección del volumen. 
De modo que ya estaba preparada la escena, por así decir, para las experiencias de 
Winnicott durante la guerra, que como bien dice Clare Winnicott en la "Introducción" de este 
 10
libro, pusieron de relieve con una vividez impresionante la conexión entre deprivación y 
delincuencia. Sin embargo, Winnicott jamás perdió de vista la comprensión más profunda de 
estos problemas que el psicoanálisis posibilitaba. Entre otras razones, porque sin duda era (y 
es) necesaria alguna explicación que diera sentido a la aparente irracionalidad de la conducta 
delictiva, sus pautas rígidas y su compulsividad, que hacen que el perpetrador del delito se 
vea a sí mismo como un demente. Así pues, la teoría psicoanalítica acompañó a la 
observación y la experiencia práctica, y tomó forma en las proposiciones que se hallarán en la 
Segunda Parte de este volumen. 
Esta Primera Parte se ocupa de las experiencias de Winnicott durante la guerra, y 
comienza con la carta ya mencionada, que firmaban Bowlby, Winnicott y Emanuel Miller, 
puntualizando los peligros que entrañaba evacuar de las ciudades a niños menores de cinco 
años. A ella le sigue un artículo titulado "Los niños y sus madres", de 1940, en el que se 
muestran los efectos que tuvo dicha separación del medio hogareño y de la madre en dos de 
los niños evacuados. En el capítulo 2 se reseña un libro escrito en 1941, en el que se llevaba 
cabo el estudio estadístico de los problemas que presentaban los niños evacua-dos a 
Cambridge y que quedaban a cargo de sus maestros. A la sazón, Winnicott ya había llegado a 
contemplar todo el plan de evacuación como una "historia trágica", si bien elogiaba mucho a 
los maestros que se hacían cargo de las criaturas. También en este caso aparece mencionada la 
obra de Bowlby como la fuente de la clasificación de las conductas infantiles anormales en el 
estudio de referencia. 
 
Estos tres trabajos tienen en común una concepción que más tarde ganó amplia aceptación 
entre los profesionales: la de que cuando se sufre una pérdida, es previsible que haya una 
manifestación de desazón, y si esta reacción no se produce puede haber una perturbación más 
profunda. La carta resalta el valor de la capacidad para hacer el duelo – la reacción madura 
ante la perdida-. (El proceso del duelo es descrito en la Segunda Parte de este volumen, en el 
capítulo "Psicología de la separación".) Resulta evidente, empero, que en The Cambridge 
Evacuation Survey ya se había 
comprobado que otras reacciones, menos maduras, incluido cierto grado de 
comportamiento antisocial, no eran infrecuentes entre los alumnos. Se observará que para la 
época en que dio sus charlas radiales para padres adoptivos y naturales ("El niño evacuado" y 
“De vuelta a casa"), en 1945, Winnicott ya asignaba un valor psicológico positivo a la 
conducta antisocial de los niños, como reacción frente a la pérdida de seres queridos y de la 
seguridad, siempre y cuando ella encontrara apropiada respuesta en quienes estaban a cargo 
de ellos. Esta idea es el meollo de la teoría winnicottiana de la tendencia antisocial y era 
inherente, asimismo, a su labor clínica, pues afirmaba que el individuo que padece es quien 
más prontamente puede ser ayudado. 
Además de esos dos primeros capítulos, el resto de la Primera Parte se compone de charlas 
pronunciadas por Winnicott que originalmente constituyeron una sección de su libro The 
Child and the Outside World (El niño y el mundo externo), agotado desde hace mucho 
tiempo. Esa sección se denominaba "Niños sometidos a Tensión”, título que hemos tomado en 
préstamo aquí. La primera es una charla para maestros en la que muestra de qué modo 
escuchar los partes de guerra afecta a niños de distintas edades y tipos; se aprecia en ella la 
insistencia de Winnicott en que es preciso tener en cuenta el mundo interior de cada niño. Le 
siguen cuatro charlas radiales sobre la evacuación, emitidas por la BBC; la primera, de 1939, 
es sobreel dolor de la madre ante la pérdida de su hijo o hija y las múltiples aprensiones que 
experimenta al pensar en lo que su criatura puede vivir fuera del hogar; la segunda, de 1945, 
dirigida a los padres adoptivos, destaca el papel esencial que éstos desempeñaron en la 
evacuación (fue ésta la única oportunidad en que Winnicott se dirigió especialmente a los 
padres adoptivos); las dos restantes, también de 1945, dirigidas a los padres, se refieren a los 
problemas y placeres que les esperan cuando sus hijos retornen al hogar. Más que en ningún 
otro lugar quizás, es en estas charlas radiales, de lenguaje claro y vívido, donde sale a relucir 
en toda su hondura la comprensión que tenía Winnicott de los sentimientos producidos por 
 11
esas penosas separaciones. Y dichos sentimientos no sólo eran comprendidos por él, sino 
además respetados de un modo que debe de haber traído alivio a muchos de sus oyentes. 
 Por último, se han incluido dos artículos, uno de 1947 y el otro de 1949, sobre el 
establecimiento de albergues para los niños que presentaban las mayores dificultades de 
manejo, y que por ello no estaban en condiciones de ser recibidos en hogares adoptivos. Se 
comprobó que estos niños ya habían sido deprivados, o sea, que habían sufrido una 
deprivación antes de ser evacuados. En el primero de estos artículos se relata historia 
fascinante del desarrollo del programa de albergues a partir de una necesidad tan urgente que 
dio lugar a la resuelta determinación de solucionarla. En general, fue una historia exitosa -si 
bien el éxito, en este tipo de empeños, siempre es relativo-, e interesará a todos quienes hayan 
estado en contacto con alguno de los numerosos albergues que se han creado después de la 
guerra para satisfacer muy diversas necesidades. En el último de estos artículos se insta a que 
el programa de albergues puesto en marcha durante el conflicto bélico encuentre cabida en 
épocas de paz para el manejo de los niños difíciles. 
 12
l. EVACUACIÓN DE NIÑOS PEQUEÑOS 
CARTA AL BRITISH MEDICAL JOURNAL 
(16 de diciembre de 1939) 
Señor: 
La evacuación de niños pequeños, de 2 a 5 años de edad, crea grandes problemas 
psicológicos. Se están elaborando planes para la evacuación, y antes de que se los complete 
desearíamos llamar la atención sobre estos problemas. 
Interferir la vida de un niño que da sus primeros pasos tiene peligros de los cuales existen 
pocos equivalentes en el caso de los niños de mayor edad. La evacuación de los niños 
mayores ha sido lo bastante exitosa como para mostrar, si es que antes no se lo sabía, que 
muchos niños de más de 5 años son capaces de soportar la separación de su hogar, y aun se 
benefician con ella. Pero de esto no se desprende que la evacuación de niños menores sin su 
madre pueda alcanzar igual éxito o estar libre de peligros. 
 
Entre las numerosas investigaciones realizadas sobre este tema puede citarse una reciente, 
llevada a cabo por uno de nosotros en la Clínica de Orientación Infantil, de Londres. Reveló 
que uno de los importantes factores externos que causan la delincuencia persistente es la 
prolongada separación del niño y la madre cuando aquél es pequeño. Más de la mitad de una 
serie estadísticamente válida de casos estudiados habían padecido la separación de su madre y 
su medio familiar durante seis meses o más en los primeros 5 años de vida. El examen de las 
historias individuales confirmó la inferencia estadística de que la separación era el factor 
etiológico sobresaliente en estos casos. Aparte de una patología grosera como lo es la 
delincuencia crónica, a menudo es dable atribuir a tales perturbaciones del ambiente del niño 
pequeño los trastornos leves de conducta, la angustia y la tendencia a contraer diversas 
enfermedades físicas, y la mayor parte de las madres de dichos niños lo saben y no están 
dispuestas a dejar a sus pequeños, salvo por muy breves períodos. 
 
 Si bien un niño de cualquier edad puede sentirse triste o perturbado por tener que 
abandonar su hogar, lo que aquí queremos señalar es que en el caso de un niño pequeño tal 
experiencia puede implicar mucho más que la tristeza manifiesta. De hecho, puede equivaler a 
un "apagón" (blackout) emocional y dar origen fácilmente a una grave alteración del 
desarrollo de la personalidad, capaz de perdurar toda la vida. (Los huérfanos y los niños sin 
hogar constituyen una tragedia desde el vamos, y en esta carta no nos ocupamos de los 
problemas que plantea su evacuación.) 
 
Estas ideas son con frecuencia cuestionadas por personas que trabajan en guarderías y 
hogares para niños, quienes mencionan de qué extraordinaria manera los niños pequeños se 
acostumbran a una persona desconocida para ellos y parecen muy felices, en tanto que los que 
tienen unos años más muestran a menudo signos de desazón. Aunque esto sea cierto, en 
nuestra opinión esa felicidad puede muy bien resultar engañosa. Pese a ella, los niños con 
frecuencia no reconocen a su madre al regresar al hogar. Cuando esto sucede, se comprueba 
que han sufrido un daño radical y que el carácter del niño quedó seriamente distorsionado. La 
capacidad de experimentar y expresar tristeza marca una etapa en el desarrollo de la 
personalidad de un niño y de su capacidad para las relaciones sociales. 
 
Si estas opiniones son correctas, de ellas se desprende que la evacuación de niños 
pequeños sin sus respectivas madres puede ocasionar muy graves y generalizados trastornos 
psicológicos. Por ejemplo, puede provocar un gran aumento de la delincuencia juvenil en la 
próxima década. 
 13
 
Mucho más podría decirse acerca de este problema sobre la base de hechos conocidos. 
Con esta carta sólo queremos llamar la atención de las autoridades hacia la existencia del 
problema. 
Quedamos de usted, etc., 
John Bowlby Miller 
Emanuel Miller 
D. W. Winnicott 
Londres, 1939 
 14
LOS NIÑOS Y SUS MADRES 
 En una carta de una funcionaria pública que ha hecho mucho por los niños pequeños leo 
esto: “...después de quince años de experiencia, me he convencido de que para los niños de 2 
a 5 años, las guarderías atendidas por maestros bien capacitados (y por un número suficiente 
de ellos) son mucho mejores para el niño que estar con su madre (…) estos niños necesitan 
cuidado y compañía de los 2 a los 5 años, y la mayoría de las madres tal vez les den 
demasiado de una de esas cosas o de ambas…”¿Será cierto esto? 
 
El tema de la relación entre los niños y sus madres no puede ser estudiado bien de cerca, y 
los problemas vinculados a la evacuación pueden volverse útiles si nos obligan a realizar un 
estudio más a fondo. 
Es un tema vasto, pero hay ciertas cosas que se destacan con claridad, y una de ellas es 
que cuanto menor sea la edad del niño más peligroso es separarlo de su madre. 
Hay dos maneras de enunciar esto, que en un principio parecen muy diferentes entre sí. 
Una es que cuanto menor es el niño, menos capaz es de mantener viva dentro de él la idea de 
que es una persona; vale decir, a menos que vea a esa persona o tenga una evidencia tangible 
de su existencia en un lapso de x minutos, horas o días, dicha persona estará muerta para él. 
 
Un niño de 18 meses era capaz de tolerar la ausencia de su padre gracias a que podía tener 
consigo una postal que aquél le había enviado y en la que le había escrito algunos signos 
familiares, y llorar con la postal cuando se iba a dormir. Pocos meses antes no habría sido 
capaz siquiera de esto, y si su padre hubiese vuelto, para él habría sido como si hubiese 
resucitado de entre los muertos. 
 
La otra manera de expresar esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la depresión. 
Las personas deprimidas de cualquier edad tienen dificultades para mantener viva la idea de 
aquellos a quienes quieren, incluso aunque vivan en el mismo cuarto. Es innecesario tratar de 
conectar estas dos maneras diferentes de expresar lo mismo. 
Padres no instruidos saben reconocer intuitivamente la importancia de estas cualidadeshumanas y otras semejantes, y sin embargo las autoridades responsables de cosas tan 
importantes como la evacuación de niños no es raro que las pasen por alto. 
 
Un padre común de clase obrera escribe: 
"Le contesto, en nombre de mi esposa, a su carta del 4 de diciembre. Ella fue evacuada a 
Carpenders Park con John (de 5 años) y su hermano menor, Philip. Dice que John parece estar 
bastante contento y sano. 
 
Los veo todos los fines de semana, y John me pareció también estar perfectamente 
contento hasta hace poco. Pero ahora insiste en ver a su abuela, o sea, a mi madre. Ella fue 
evacuada a Dorset, aunque tal vez vuelva pronto. Le he prometido a John que, siempre y 
cuando ella vuelva, la va a ver…” 
 
Transcribo a continuación unas anotaciones correspondientes a una consulta hospitalaria 
del 12 de diciembre, en cuyo transcurso aparece la opinión manifestada por una madre común 
de clase obrera, que vive en Londres. 
 
Tony Banks: 4 años y medio, 
La señora Banks trajo a Tony y a su hermana Anna, de 3 años, y se mostró contenta de 
que yo estuviese dispuesto a compartir con ella la responsabilidad de las decisiones que debía 
tomar, pese a que el hospital estuviese cerrado. En la actualidad, la principal decisión se 
 15
refiere a la evacuación. Ella y sus dos niños se marcharon a Northampton cuando estalló la 
guerra. Se sentían desdichados en el pequeño alojamiento, donde debían dormir todos en la 
misma cama. Estaban allí tan cerca de la ciudad como en su propia casa, y sentían que tenían 
que sufrir todas las desventajas de la evacuación sin ninguna de sus ventajas. Después de un 
par de semanas se mudaron a otro alojamiento que resultó muy satisfactorio, salvo que Tony 
comparte la cama con su madre. Anna tiene una cuna. Cuando el padre los visita, duerme en 
la cama con su esposa y con su hijo. 
La familia Banks es muy feliz. El padre quiere mucho a los niños y ellos lo quieren a él. 
El tuvo una niñez feliz también, siendo el hijo único de una madre muy cariñosa. La señora 
Banks tenía cinco hermanos y su infancia fue feliz excepto por el hecho de que su padre era 
muy estricto. Piensa que jamás conoció realmente la felicidad hasta casarse, momento a partir 
del cual se dedicó por entero a su esposo e hijos. 
Opina la señora Banks que este período de su vida es ese período importante en que los 
niños son pequeños y responden tanto a uno de los detalles de un buen manejo en su crianza. 
Su problema, pues, es tratar de evitar el tener que perder lo que a su entender es lo mejor de la 
vida, por temor a algo que tal vez no suceda nunca. Piensa que sería lógico ausentarse de 
Londres por unos meses, pero no por tres años. Ella y su mando se necesitan doblemente, 
tanto en lo sexual como en lo amistoso, y el señor Banks los visita todos los fines de semana, 
por más que de este modo sólo le queda una pequeña proporción de su sueldo para sus 
propios gastos; no bebe ni fuma y piensa que no está en mala situación económica. La señora 
Banks sostiene que él debe ir a verlos una vez por semana porque ellos son pequeños y si él se 
ausenta por más tiempo ellos se inquietan, o lo que es peor, lo olvidan.. Una vez que el padre 
debió tomar el tren apurado Tony dijo: "Papá no me mimó bastante antes de irse", y se quedó 
sollozando sin consuelo. También el señor Banks se siente molesto si no ve a su familia 
regularmente. 
Los chicos hacen tantas preguntas ...: “¿Dónde está la abuelita?" (la madre de la madre), 
“¿Dónde la tía?", de modo tal que ella decidió volver con ellos una semana y llevarlos a ver a 
sus parientes. Esto funcionó bastante bien, pero ella piensa que si hubiera dejado pasar más 
tiempo los chicos se habrían desconcertado, y les hubiera resultado imposible volver a 
entablar contacto en forma satisfactoria. Por un pedido especial regresarán todos al 
alojamiento para Navidad, aunque ella cree que poco después de Navidad, tras sopesar bien 
las cosas, decidirá volver a la casa. Obviamente, el alojamiento es casi ideal, pero la señora 
Banks dice que por más que sea casi ideal no es lo mismo que la propia casa. 
 
Cuando le pregunté por Tony y el hecho de que durmiera en la misma cama con ambos 
cuando el padre los visita, en primer lugar ella me dijo que el niño está siempre dormido y por 
lo tanto nunca es testigo de nada. Afirma que prueba primero, le habla y confirma que está 
profundamente dormido. Más adelante me confesó que una vez se despertó -quizás su padre 
lo golpeó sin querer- y le preguntó “¿mami, por qué papá se sacude para arriba y para abajo?", 
a lo cual ella contestó “Oh, es que se esta frotando las piernas porque tiene mucho frío*, y él 
volvió a dormirse. Pero durante el día siguiente formuló gran cantidad de preguntas, 
principalmente sobre la guerra real. Le dice a su hermanita: “¡Silencio! debes quedarte quieta 
ahora, van a dar las noticias" e insiste en escuchar las noticias y le inquiere a su madre sobre 
los puntos que no comprende. Por ejemplo, si un barco se hunde, ¿cómo hacen los 
telegrafistas para enterarse de que se está hundiendo? ¿no se hunde el telegrafista junto con el 
barco? Por supuesto, este interés por las noticias tiene que ver con el hecho de que 
diariamente se entera de la muerte de personas, y sin duda la madre estaba en lo cierto al 
vincular su por las noticias con su interés por el acto sexual, que se ve obligado a tomar en 
cuenta, por lo menos en su fantasía, y tal vez conscientemente. 
Pese a su avanzado desarrollo intelectual se muestra incapaz de vestirse: no puede 
abrocharse los botones traseros de su pantaloncito ni los de sus zapatos; tampoco puede abrir 
la tapa del inodoro. Asimismo, come con mucha lentitud, tanto en lo que respecta a llevarse la 
comida a la boca como al completamiento del acto de la masticación. Es uno de esos chicos 
 16
que retienen el alimento en la boca, masticándolo y masticándolo sin cesar; a veces la madre 
debe sacarle de la boca un pedazo de carne que ha estado masticando durante una hora o más. 
 Tony y su hermana lo pasan bien juntos y no quieren ni oír hablar de que los separen. Si 
los dejan totalmente solos se pelean; sus juegos son imaginativos pero tienden a vincularse 
con las cuestiones del momento, como las ambulancias y los refugios para protegerse contra 
las incursiones aéreas. Juegan a la mamá y al médico, y reconstruyen escenas de familias que 
toman el té; el juego preferido de Tony, que disfruta interminablemente, es el de los médicos 
y enfermeras. 
 
El padre se ha impuesto la obligación de liberar a la madre de los chicos los domingos, y 
es un convite que todos esperan con anhelo. Se muestra bondadoso con ellos, los lleva a 
caminar -a todos les gusta más que pasear en ómnibus-y les pregunta dónde quieren ir o qué 
quieren conocer; a todas luces se siente cómodo con los niños. 
 
Este chico ha venido a mi consultorio en el hospital desde que tenía tres años. Estaba bien 
hasta que nació su hermana, cuando él tenía 18 meses; a partir de entonces se puso 
violentamente celoso, en especial cuando su madre le daba de mamar a la beba. En esas 
circunstancias se abalanzaba contra su madre, le tiraba de la falda y trataba que le diera el 
pecho a él o bien se plantaba furioso cuando cambiaba los pañales a la beba o le preparaba la 
cuna. Sus celos hacia la nueva niña poco a poco se fueron convirtiendo en amor y en placer de 
jugar con ella. Cuando tuvo dos años, Tony sufrió un ataque de diarrea. El segundo 
acontecimiento importante de su vida fue la difteria, cuando tenía alrededor de 3 años. Poco 
después se notó que desarrollaba la ya mencionada inhibición para comer, que persistió hasta 
la fecha, aunque de bebé fue lindo y comilón. Apareció en él una propensión a una clara 
depresión. La asistente social señaló que mientras era bebé se lo había atendido mucho, 
aunque no en forma anormal, y que cuando nació la niña su padre se hizo cargo de él en tanto 
que su madre se encariñó más con la nueva criatura. En la actualidad, Tony tienebuena salud 
física. 
 
El daño que provoca la separación de un niño de su madre es ilustrado por el siguiente 
historial clínico: 
 
Eddie, de 21 meses, es el primero y único hijo de unos padres comunes, inteligentes; el 
padre es comerciante y la madre fue música profesional hasta casarse. 
A los 18 meses Eddie durmió por primera vez en el mismo cuarto con sus padres, mientras 
estaban de vacaciones. No quería dormirse si su madre no le hacía mimos. Lo levantaban a las 
10 y lloriqueaba pero se dormía con bastante facilidad. En diversos momentos de esas 
vacaciones tuvo que ser mimado por su excesiva excitación, que hacía que no se durmiera por 
su cuenta. Esto se señaló como inusual en su caso, y se lo atribuyó al hecho de que tenía a su 
padre, a quien quería mucho, todo el día para él. En esta etapa no había nunca dificultad para 
tranquilizarlo, y lo único que se señala es que necesitaba ser tranquilizado. 
 
Después de estas vacaciones la familia volvió al hogar pero una semana más tarde estalló 
la guerra, de modo que Eddie se fue junto con su madre a lo de la madre de ésta, mientras el 
padre se quedaba solo. Allí Eddie durmió en la misma habitación que su madre. En esta etapa 
comenzó a necesitar mayores cuidados; en apariencia, lo perturbaba el disloque de la vida de 
sus progenitores, no obstante lo cual siempre podía ser confortado. Diez días más tarde, se 
consideró que ya había conocido lo bastante a su abuela como para quedarse con ella, 
mientras la mamá volvía a la casa para ocuparse del marido; pero por uno u otro motivo, la 
madre permaneció con éste un mes. Entonces le escribieron diciéndole que el chico se 
mostraba enfermizo, vagamente indispuesto, que estaba cortando dientes. La madre volvió y 
lo encontró con fiebre y dolor en las encías. Eddie está cortando sus últimos cuatro dientes de 
leche. A la madre le intrigó que estuviera tan molesto por la aparición de los dientes, ya que 
 17
en el pasado nunca lo había estado cuando le salieron. Pero lo que más la conmovió que al 
llegar ella, el niño no la reconoció. Fue afligente para la criatura y un verdadero golpe para 
ella, pero esperó pacientemente y a la mañana siguiente se vio recompensada: el niño pudo 
reconocerla. También había mejorado notablemente su estado físico y pudo dormir bien; 
asimismo, disfrutó charlando mucho a su modo con la madre. Aparentemente, su estado 
cambió desde el momento en que pudo reconocerla, 
así que era difícil pensar que hubiese padecido en verdad una enfermedad puramente 
física. Tres o cuatro días más tarde estaba lo más bien y contento, y viajó a la casa. Al arribar 
allí, no pudo al principio ocupar su cuarto porque lo estaba usando un amigo de la familia, de 
modo tal que debió dormir con los padres. Reconoció al padre de inmediato y supo dónde se 
encontraba, se puso a buscar sus viejos escondites y a pegar chillidos de júbilo y placer. 
Estaba muy contento de estar en casa, y la primera noche durmió bien. La segunda noche no 
durmió tan bien, y esta dificultad para dormir fue incrementándose hasta convertirse en un 
síntoma serio. 
Después de una semana pudo volver a su cuarto, que tanto le gusta, y durante las tres 
noches siguientes durmió mejor, pero luego la dificultad para dormir comenzó nuevamente. 
La gravedad del síntoma hizo que a la postre la madre resolviera traérmelo. 
El chico se levantaba y se ponía a gritar durante cuatro horas seguidas; en sus gritos 
pasaba de la rabia al terror, y del terror a la desesperación. La madre, una mujer cariñosa y 
sensata, se dio cuenta de que algo debía hacer, ya que evidentemente no se trataba de una 
cuestión de mal genio. La única forma que encontró fue acunarlo hasta que se durmiese, pero 
aun cuando se hubiera dormido profundamente, si ella se levantaba para salir de la habitación, 
el niño siempre se despertaba antes de que llegase a la puerta. De nada valía emplear con él el 
rigor ni darle explicaciones en cuanto a que todo estaba bien. Resuelta a no dejarse ganar por 
él, la madre puso a prueba su propia firmeza contra la de la criatura, con el resultado de que 
ambos quedaron agotados, y cuando se recobraron la situación no había mejorado en nada. Si 
ella se negaba a ceder a sus gritos y se iba, empezaba a pedir por el padre, una vez perdidas 
las esperanzas de que ella lo atendiese. Después de escucharlo gritar media hora seguida ella 
entraba en el cuarto y lo hallaba en un estado lamentable, enrojecido y cubierto de lágrimas y 
además sin haber podido contener las heces. Seguía lloriqueando hasta que ella lo tomaba 
entre sus brazos, donde se dormía finalmente, exhausto. Pero una o dos horas después la 
pugna se reiniciaba. 
 
 Llamaron a un médico clínico, dijo que le estaban saliendo los dientes y aconsejó 
aspirina. Durante tres noches se calmó pero luego drama empezó de vuelta, peor que antes. 
Ahora bien, en todo este tiempo al niño se lo veía contento durante el día; no se portaba mal, 
se mostraba cariñoso y obediente, y podía jugar solo o con su mamá y su papá. La madre 
llegó a una solución de compromiso permitiéndole que durmiera en su cochecito en el cuarto 
de los padres. Esto era como permiso para quedarse allí pero sin que ello significase una 
estada permanente. A esta altura la madre se hallaba en un estado de gran incertidumbre, 
necesitada de ayuda. Declaró: "No siempre puedo ser firme con él, aunque debiera serlo, 
porque los vecinos del departamento de arriba se han quejado mucho de su llanto”. Era 
urgente este problema. porque un mes más tarde la familia debía mudarse a una casa de los 
suburbios, en cuyo caso el niño no sólo iba a perder la guardería conocida sino además a la 
empleada doméstica, que lo entendía muy bien pero que en esta etapa ya era incapaz de 
provocar en él un estado anímico que le permitiese a su madre salir del cuarto cuando estaba 
dormido. La madre confesó estar desesperada, sentía que todo lo que le había enseñado al 
niño se había volado como llevado por el viento. Si le daba una palmada en la cabeza 
repitiéndole “¡Qué chico malo!”, él se daba una palmada a su vez, como si le quisiera decir a 
su madre que todo eso ya lo conocía y que no necesitaba seguir insistiendo. Además, se había 
habituado a hacer rechinar sus dientes. 
El examen mostró que Eddie no pudo hacer frente fácilmente al reencuentro con su madre 
a raíz de que durante el lapso en que estuvieron separados la había odiado, y ni su presencia 
 18
ni su sonrisa le daban la seguridad de que ella iba a permanecer viva y a quererlo a pesar 
del odio que él le tenía. 
 
Que este trastorno se resolviese con la ayuda profesional no modifica el hecho de que el 
niño no pudo recobrarse con facilidad del trauma que le causara la separación de la madre. 
Sin olvidar en absoluto el daño físico que pueden causar las incursiones aéreas a los niños, 
y sin subestimar el perjuicio que puede provocarles ver a los adultos con miedo o asistir a la 
destrucción material, sería útil reiterar algo muy conocido: que no son sólo motivos de 
comodidad y conveniencia los que hablan en favor de la unidad familiar. Hay algo más: de 
hecho, la unidad de la familia le ofrece al niño una seguridad sin la cual no puede realmente 
vivir, y en el caso de un niño pequeño la falta de ella no puede dejar de interferir en su 
desarrollo emocional ni de empobrecer su personalidad y su carácter. 
 19
2. RESEÑA DE THE CAMBRIDGE EVACUATION SURVEY: 
A WARTIME STUDY IN SOCIAL WELFARE AND EDUCATION 
(Editado por Susan Isaacs, 1941) 
La evacuación era indispensable. En una desencaminada tentativa de aminorar los males 
inherentes al exilio, muchos han intentado figurarse que la evacuación es en realidad algo 
bueno, sensato, y que era necesaria una guerra para que se la pusiera en práctica. Sin 
embargo, para mí la evacuación es una historia trágica; o bien los niños quedan 
emocionalmente perturbados -tal vez hasta un grado mayor del que podrían recuperarse-, o 
bien ellos son felices y son los padres los quepadecen -con el corolario de que ni siquiera sus 
propios hijos los necesitan-. A mi entender, el único éxito que puede reclamar para sí el plan 
de evacuación es que podría haber fracasado. 
No obstante, mi labor ha consistido en asistir a los fracasos y a las tragedias; además, una 
visión personal tiene escaso valor. En cambio, en The Cambridge Evacuation Survey 
obtenemos la visión de un equipo de colaboradores que realizaron una investigación 
sistemática en el lugar y en el momento de los hechos, y este libro decididamente merece ser 
estudiado. La opinión colectiva de los editores y de los nueve autores no es del todo 
pesimista, aunque en varios sitios de la obra se formulan fuertes críticas. 
Este libro compendia una enorme cantidad de ideas y de trabajo de clasificación y 
selección. Abarca el período que se extiende desde el estallido de la guerra hasta el final de la 
etapa previa al momento en que se iniciaron los bombardeos directos de ciudades. Después de 
esto, la reevacuación no habría hecho sino complicar toda tentativa de estudio estadístico. En 
este volumen las estadísticas son utilizadas con idoneidad, pese a lo cual nunca perdemos de 
vista a los niños, sus padres y padres adoptivos y sus maestros como seres humanos íntegros. 
Tal vez sea éste el motivo de que su lectura resulte tan grata. 
Una muestra del tono de la obra puede apreciarse en los siguientes extractos: 
 
 "Nuestra conclusión más amplia y general es, pues, ésta: que el primer plan de 
evacuación habría sido en mucho menor medida un fracaso, en mucho mayor medida un 
éxito, si se lo hubiese programado con más comprensión hacia la naturaleza humana, la forma 
en que siente y en que es probable que se conduzcan los padres comunes y corrientes y los 
niños comunes y corrientes. 
 
"En especial, la fuerza de los lazos familiares, por una parte, y la necesidad de un 
conocimiento idóneo de cada niño, por la otra, parecen haber estado muy lejos de la 
comprensión de los responsables del Plan" (pág. 9). 
 
“... no proporcionar servicios personales a los que pudieran acudir los individuos para ser 
comprendidos y ayudados fue una extravagancia" (pág. 155) 
“Esta aguda lección sobre la ineficacia y el desperdicio de un enfoque parcial de un gran 
problema humano que por su propia naturaleza toca todos los aspectos de la vida humana, no 
es válida en modo alguno sólo para la crisis temporaria provocada por la dispersión de las 
poblaciones urbanas durante una guerra" (pág.11). 
 
El cuerpo principal del libro debe ser leído para poder apreciarlo, ya que ha sido 
cuidadosamente redactado y no se haría justicia a las conclusiones sacando un pedazo de la 
torta y ofreciéndolo como fruta fresca. 
 Hay un esclarecedor y divertido capítulo sobre "Lo que dicen los niños". Fue posible 
someter al análisis estadístico las respuestas brindadas a dos preguntas simples: ¿qué te gusta 
 20
de Cambridge?¿qué extrañas en Cambridge? A veces las respuestas necesitaban ser 
interpretadas, pero todas ellas transmiten el sentir consciente de los interrogados. 
 
A un médico tal vez se le permita manifestar su pesar por el hecho de que los 
profesionales de la medicina resultaran tan insuficientemente preparados ante el tipo de 
problemas que planteó la evacuación, de que a nadie se le ocurriese solicitar ayuda al médico 
si no era para el manejo de la salud física y el tratamiento preventivo de infecciones y de 
infestaciones. Todo el peso recayó en los maestros, quienes, en la medida en que se les 
permitió, emprendieron extraordinariamente bien la nueva labor de cuidar de los niños en 
forma integral. En este estudio se menciona a un médico, el doctor John Bowlby, quien 
suministró una útil clasificación operativa de los niños en seis grupos bien definidos, de 
acuerdo con su grado de anormalidad: 
 
"A) Niños angustiados, que pueden o no estar, además, deprimidos; B) niños 'encerrados 
en si mismos', que tienden a retraerse de las relaciones con otras personas; C) niños celosos y 
díscolos; D)niños hiperactivos y agresivos; E) niños que presentan alternativamente estados 
de ánimo exaltados y deprimidos; 
niños delincuentes; F) niños delincuentes”. 
"Los niños fueron clasificados según estas seis formas de respuesta, y también se los 
ordenó, de acuerdo con la magnitud del trastorno, en tres categorías. El Grado I indica una 
dificultad leve, en ciertos casos no mucho más que una mera tendencia, que con un 
tratamiento razonable y comprensión del curso normal de los acontecimientos, en el hogar y 
en la escuela, se corrige por sí sola. El Grado II indica una inadaptación bastante seria, que 
exige tratamiento clínico, pero que es presumible que ceda con cuidado y atención 
especializados. El Grado III indica un trastorno emocional profundo que probablemente 
origine más adelante un derrumbe serio, si no es tratado en su primera etapa". 
 
La descripción que hace el doctor Bowlby de los niños que pertenecen a cada uno de estos 
tres grupos se basa, evidentemente, en la clínica, y por lo tanto tiene valor aun cuando la 
experiencia lleve a modificarla. 
Queda mucho por hacer con respecto a la evacuación y a las perturbaciones que ella ha 
causado en el desarrollo emocional, así como con respecto al empleo que algunos han hecho 
de ella para obtener auténticos y duraderos beneficios. Los sentimientos y factores 
inconscientes, por ejemplo, no son abordados directamente en este libro, a pesar de su gran 
importancia en este caso, como en todos los vinculados con las relaciones humanas. 
No obstante, este libro es representativo del tipo de obras que se necesitan, porque es 
objetivo y carece de sentimentalismo, y debemos estar agradecidos a la doctora Susan Isaacs 
y a sus colegas. 
Debe mencionarse el nombre de la señorita Theodora Alcock, aunque no figure en la lista 
de autores, ya que el estudio fue fruto del Grupo de Debates sobre los Niños que ella creara y 
al que de nosotros hemos concurrido con gusto durante varios años. 
 21
3. LOS NIÑOS EN LA GUERRA 
(Escrito destinado a los docentes, 1940) 
Para comprender el efecto que la guerra ejerce sobre los niños, primero es necesario saber 
qué capacidad tienen éstos para comprender la guerra y sus causas, y también las razones 
mediante las cuales justificamos nuestra lucha. Desde luego, lo que resulta válido para un 
grupo de una edad no lo es para otro. Esto puede parecer bastante obvio, pero es importante y 
trataré de expresar lo que ello implica. 
Aparte de las diferencias de edad, otro elemento significativo es la variación entre un niño 
y otro. Me propongo describir también esto. 
 
VARIACIONES SEGÚN EL GRUPO ETARIO 
Los niños muy pequeños resultan sólo indirectamente afectados por la guerra. El ruido de 
los cañones rara vez perturba su sueño. Los peores efectos se refieren a la separación con 
respecto a ambientes y olores familiares, y quizás de la madre, y a la pérdida de contacto con 
el padre, cosas que a menudo es imposible evitar. Con todo, puede ocurrir que tengan más 
contacto con el cuerpo de la madre del que se produciría en circunstancias ordinarias, y a 
veces necesitan conocer cómo se siente la madre cuando tiene miedo. 
Muy pronto, sin embargo, los niños comienzan a pensar y a hablar en términos de guerra. 
En lugar de charlar con los términos de los cuentos de hadas que se le ha leído y repetido, el 
niño utiliza el vocabulario de los adultos que lo rodean, y tiene la mente llena de aeroplanos, 
bombas y cráteres. 
El niño de más edad abandona la etapa de las ideas y los sentimientos violentos, y entra en 
un período de espera con respecto a la vida, un período que constituye un paraíso para la 
maestra, ya que por lo común, entre los 5 y los 11 años el niño anhela que se le enseñe y se le 
diga lo que se acepta como correcto y bueno. En este período, como se sabe, la violencia real 
de la guerra puede resultarle muy desagradable, si bien en la misma época la agresión aparece 
regularmente en el juegoy en la fantasía con matices románticos. Muchos nunca superan esta 
etapa del desarrollo emocional, y el resultado puede ser inocuo e incluso llevar a un 
desempeño altamente exitoso. La guerra real, sin embargo, perturba gravemente la vida de los 
adultos que han quedado en esa etapa, y a quienes tienen a su cargo niños que están en este 
período de “latencia” del desarrollo emocional; ello los induce a seleccionar y aprovechar el 
aspecto no violento de la guerra. Una maestra ha encontrado una manera de hacer esto 
utilizando las noticias de guerra en la clase de geografía: esta ciudad del Canadá resulta 
interesante a causa de la evacuación, aquel país es importan te porque tiene petróleo o buenos 
puertos, esta nación puede tornarse importante la semana próxima porque cultiva trigo o 
produce manganeso. No se hace hincapié en el aspecto violento de la guerra. 
 
A esta edad un niño no comprende la idea de una lucha por la libertad, y sin duda es 
previsible que vea una considerable dosis de virtud en lo que un régimen fascista o nazi 
presuntamente proporciona, un régimen en el que un individuo idealizado controla y dirige. 
Esto es lo que ocurre dentro de la propia naturaleza del niño a esa edad, y no sería raro que 
sintiera que libertad significa licencia. 
En la mayoría de las escuelas se tenderá a poner de relieve el Imperio, las partes pintadas 
de rojo en los mapas del mundo, y no resulta fácil explicar por qué no se habría de permitir 
que en el período de latencia del desarrollo emocional los niños idealicen (ya que no pueden 
dejar de idealizar) su propio país y nacionalidad. 
Un niño de 8 o 9 años seguramente jugará a "ingleses y alemanes", como una variación 
sobre el tema "vigilantes y ladrones" u "Oxford y Cambridge”. Algunos niños manifiestan una 
 22
cierta preferencia por uno u otro bando, pero eso puede cambiar de día en día, y a muchos no 
les importa mayormente. Se llega luego a una edad en la que, si se trata de jugar a “inglese y 
alemanes", el niño preferirá identificarse con su propio país. La maestra sensata no demuestra 
apuro por llegar a esto. 
 
Considerar el caso del niño de 12 años o más es un asunto complejo, debido a los 
profundos efectos que tiene la demora de la pubertad. Como ya dije, muchas personas 
conservan parcialmente las cualidades correspondientes al llamado período de latencia, o 
regresan a esas cualidades luego de un intento furtivo por lograr un desarrollo más maduro. 
En esos casos, se puede decir que rigen los mismos principios que para el niño en verdadera 
latencia, excepto que los toleramos cada vez con mayor desconfianza. Por ejemplo, si bien es 
normal que un chico de 9 años prefiera ser controlado y dirigido por una autoridad idealizada, 
ello resulta menos sano si el niño tiene 14 años. A menudo es posible ver un anhelo definido y 
consciente por el régimen nazi o fascista en un niño que se demora en el borde, temeroso de 
lanzarse a la pubertad, y es evidente que ese anhelo debe ser tratado con simpatía, o bien 
ignorado con simpatía, incluso por parte de aquellos cuyo criterio más maduro en cuestiones 
políticas les hace ver con disgusto toda admiración por un dictador. En cierto número de 
casos, esta pauta se establece como una alternativa permanente de la pubertad. 
Al fin de cuentas, el régimen autoritario no ha surgido de la nada; en cierto sentido, es una 
forma de vida bien reconocida y practicada por grupos que ya no tienen edad para ella. 
Cuando pretende ser madura debe soportar toda la prueba de realidad, y esto pone de 
manifiesto el hecho de que la idealización implícita en la idea autoritaria constituye por sí 
misma una indicación de algo no ideal, algo que debe temerse, como se teme a un poder que 
controla y dirige. El observador puede percibir la mala influencia de ese poder, pero el joven 
devoto probablemente sólo sabe que está dispuesto a seguir ciegamente a su líder idealizado. 
Los niños que se acercan a la pubertad y enfrentan las nuevas ideas correspondientes a ese 
período, que encuentran una nueva capacidad para disfrutar de la responsabilidad personal, y 
que están comenzando a manejar un mayor potencial para la destrucción y la construcción, 
pueden encontrar cierta ayuda en la guerra y en las noticias de guerra. La cuestión es que los 
adultos son más sinceros en épocas de guerra que en tiempos de paz. Incluso quienes no 
pueden reconocer su responsabilidad personal por esta guerra, en general demuestran que 
pueden odiar y luchar. Hasta The Times está lleno de relatos de los que es posible disfrutar 
como de una fascinante historia de aventuras. La B.B.C. tiende a relacionar la "caza de los 
hunos" con el desayuno, la cena y el té del piloto, y los bombardeos a Berlín reciben el 
nombre de picnics, aunque cada uno de ellos produce muerte y destrucción. En la guerra 
todos somos tan malos y tan buenos como el adolescente en sus sueños, y eso le da seguridad. 
Como grupo adulto, podemos recuperar la salud mental luego de un período de guerra, y el 
adolescente, como individuo, puede tornarse algún día capaz de dedicarse a las artes de la paz, 
aunque para entonces ya no será un adolescente. 
Puede esperarse, por lo tanto, que el adolescente disfrute de los boletines de guerra que 
redactan los adultos, y que aceptará o rechazará según le plazca. Puede odiarlos, pero ya 
entonces sabe qué es lo que nos causa a todos tanta ansiedad, y eso alivia su conciencia 
cuando descubre que él mismo tiene la capacidad de disfrutar de las guerras y la crueldad que 
surgen en su fantasía. Algo similar a esto podría decirse con respecto a las adolescentes, y es 
necesario elaborar las diferencias entre niños y niñas en este sentido. 
 
 
VARIACIONES SEGÚN EL DIAGNOSTICO 
 
Resulta extraño utilizar la palabra diagnóstico para describir a niños presumiblemente 
normales, pero es un término conveniente para señalar el hecho de que los niños difieren 
 23
enormemente entre sí, y que las diferencias según el diagnóstico de tipos caracterológicos 
pueden ser totalmente opuestas a las que revela la clasificación según el grupo etario. 
Ya indiqué esto al puntualizar la enorme tolerancia que es necesario tener frente a un 
adolescente de 14 años, según que se haya zambullido o no en los peligros de la pubertad, o se 
haya apartado de ellos para regresar a la posición más segura, aunque menos interesante, del 
período de latencia. Aquí llegamos a la línea limítrofe de la enfermedad psicológica. 
Sin tratar de distinguir entre salud y enfermedad, es posible decir que los niños pueden 
agruparse según la tendencia o dificultad particular con la que estén contendiendo. Un caso 
evidente sería el del niño con una tendencia antisocial para quien la guerra tiende a 
convertirse, cualquiera sea su edad, en algo esperado, algo que extraña si no se produce. De 
hecho, las ideas de tales niños son tan terribles que no se atreven a pensarlas, y las manejan 
mediante actuaciones que son menos crueles que los sueños correspondientes. Para ellos, la 
alternativa consiste en oír hablar de las terribles aventuras de otra gente. Para ellos el cuento 
de terror es un somnífero, y lo mismo puede decirse de las noticias de guerra si son 
suficientemente espeluznantes. 
A otro grupo pertenece el niño tímido que desarrolla fácilmente una orientación pasivo-
masoquista, o que tiende a sentirse perseguido. Creo que a ese niño le preocupan las noticias 
de guerra y la idea misma de la guerra, en gran parte debido a su idea fija de que los buenos 
siempre pierden. Se siente derrotista. En sus sueños, el enemigo derrota a sus compatriotas, o 
bien la lucha es inacabable, sin victoria para ningún bando, e implica siempre más y más 
crueldad y destrucción. 
En otro grupo encontramos al niño sobre cuyos hombros parece descansar el peso del 
mundo, el niño que tiende a deprimirse. De este grupo surgen los individuos capaces del más 
valioso esfuerzo constructivo, sea bajo la forma de protección a niños más pequeños o deproducción de algo valioso en una u otra forma artística. Para esos niños la idea de la guerra 
es espantosa, pero ya la han experimentado en sí mismos. No hay esperanza, ni desesperación, 
que les resulte nueva. Se preocupan por la guerra tal como se preocupan por la separación de 
sus padres o la enfermedad de su abuela. Sienten que deberían estar en condiciones de 
solucionarlo todo. Supongo que para esos niños las noticias de guerra son terribles cuando son 
realmente malas, y jubilosas cuando proporcionan real tranquilidad. Con todo, habrá 
momentos en que la desesperación o el júbilo concernientes a sus asuntos internos se 
manifestaran en su estado de ánimo, cualquiera sea la situación en el mundo real. Pienso que 
estos chicos sufren más a causa de la variabilidad en el estado de ánimo de los adultos que por 
los altibajos de la guerra misma. 
Sería una tarea demasiado vasta enumerar aquí todos los tipos caracterológicos, y además 
innecesaria, puesto que lo dicho es suficiente para mostrar que el diagnóstico del niño afecta 
al problema de la manera en que se presentan las noticias de guerra en las escuelas. 
 
EL TRASFONDO DE LAS NOTICIAS 
 
De lo dicho quizás resulte evidente que, al considerar este problema, debemos saber tanto 
como sea posible sobre las ideas y sentimientos que el niño ya posee naturalmente, es decir, el 
terreno sobre el que caerán las noticias de guerra. Por desgracia, ello complica las cosas 
considerablemente, pero nada puede alterar el hecho de que la complejidad existe. 
Todos saben que al niño le preocupa un mundo personal, del cual es consciente sólo en un 
grado limitado, y que requiere una cierta dosis de manejo. El niño tiene sus propias guerras 
personales, y si su comportamiento exterior está en conformidad con las normas civilizadas, 
ello sólo se debe a un esfuerzo enorme y constante. Quienes lo olvidan se desconciertan ante 
los casos en que esa superestructura civilizada se derrumba, y ante las reacciones 
inesperadamente feroces provocadas por hechos muy simples. 
 
 24
A veces se cree que los niños no pensarían en la guerra si no se les hablara de ella. Pero 
quien se tome la molestia de averiguar qué es lo que ocurre bajo la superficie de una mente 
infantil descubrirá por sí mismo que el niño ya sabe mucho sobre la codicia, el odio y la 
crueldad, así como sobre el amor y el remordimiento, el ansia de triunfar y la tristeza. 
Los niños pequeños comprenden muy bien las palabras "bueno” y "malo", y no tiene 
sentido decir que para ellos esas ideas sólo existen en la fantasía, ya que su mundo imaginario 
puede parecerles más real que el exterior. Debo aclarar que me refiero a la fantasía en gran 
parte inconsciente, y no a los ensueños diurnos o la invención de historias manejada 
conscientemente. 
Sólo es posible llegar a comprender las reacciones de los niños ante la difusión de las 
noticias de guerra estudiando, en primer lugar (o por lo menos teniendo en cuenta), el mundo 
interior inmensamente rico de cada niño, que constituye el trasfondo de todo lo que incide 
sobre él desde la realidad externa. A medida que el niño madura, se torna cada vez más capaz 
de distinguir la realidad externa o compartida de su propia realidad interna, y de permitir que 
una enriquezca a la otra. 
 
Sólo cuando el maestro conoce realmente la personalidad del niño está en condiciones de 
hacer el mejor uso posible de la guerra y las noticias de guerra en la educación. Puesto que, en 
la práctica, el maestro puede conocer al niño sólo en un grado limitado, sería una buena idea 
permitir que los niños hagan otras cosas –leer o jugar al dominó- o que se alejen 
completamente cuando se difundan las noticias de guerra por la B.B.C. 
 
Me parece, por lo tanto, que esos boletines de guerra nos proporcionan una útil 
oportunidad para iniciar el estudio de un enorme problema, y quizá nuestra primera tarea 
consista precisamente en comprender y reconocer su vastedad. Sin duda, el tema es digno de 
estudio pues, como muchos otros, nos lleva mucho más allá del proceso educativo diario, y 
llega hasta los orígenes de la guerra misma y a los aspectos fundamentales del desarrollo 
emocional del ser humano. 
 25
4. LA MADRE DEPRIVADA 
(Basado en una conferencia radial emitida en 1939, en momentos en que se procedía a la 
primera evacuación) 
 
El cuidado infantil tiene una significación muy especial para los padres, y si se pretende 
comprender los problemas de las madres de niños evacuados, primero resulta necesario 
reconocer que los sentimientos concernientes a los niños en general no son los mismos que 
los sentimientos especiales que experimentan los padres hacia sus propios hijos. 
Lo que da sentido a la vida para muchos hombres y mujeres es la experiencia de la 
primera década de vida matrimonial, el periodo en que se construye una familia, y en que los 
niños necesitan todavía esas contribuciones a su personalidad y carácter que los padres 
pueden hacer. Esto es válido en general, pero sobre todo en el caso de quienes se ocupan 
personalmente del manejo de su casa, sin servicio doméstico, y de aquellos cuya posición 
económica, o nivel cultural, impone un límite a la cantidad y calidad de intereses y 
distracciones posibles. Para tales progenitores, renunciar al contacto permanente con sus hijos 
constituye sin duda una difícil prueba. 
Una madre dijo: "Renunciaríamos a nuestros hijos por tres meses, pero, si es por más 
tiempo, quizás incluso tres años, qué sentido tiene la vida?" Y otra manifestó: 'Todo lo que 
tengo ahora para cuidar es el gato, y mi única distracción es el bar.". Estos son pedidos de 
ayuda que no deberían desoírse. 
La mayoría de los relatos sobre padres cuyos hijos han sido evacuados no parecen captar 
esta simple verdad. Por ejemplo, se ha expresado la opinión de que las madres lo pasan muy 
bien, pues están libres para flirtear, levantarse tarde, ir al cine, o trabajar y ganar dinero, a tal 
punto que seguramente no desean que sus hijos vuelvan. 
 Sin duda existen casos que justifican tal comentario, pero éste no se aplica a la mayoría 
de las madres; y a veces resulta válido en la superficie, pero no lo es necesariamente en un 
sentido más profundo, pues es bien sabido que una característica de los seres humanos es 
mostrarse indiferentes ante la amenaza de un dolor que no pueden tolerar. 
Nadie sugeriría que dar a luz y criar un niño es todo dulzura, pero la mayoría de la gente 
no espera que la vida carezca de amargura; sólo piden que la parte amarga sea la que ellos 
mismos han elegido. 
A la madre urbana se le pide, se le aconseja e incluso se la presiona para que renuncie a 
sus hijos. A menudo se siente casi atropellada, pues no puede comprender que la dureza de la 
exigencia surge de una realidad: el peligro de las bombas. Una madre puede mostrarse 
sorprendentemente sensible a la crítica; el sentimiento de culpa relativo a la posesión de hijos 
(o de cualquier cosa valiosa) es tan poderoso, que la idea de la evacuación tiende en primer 
lugar a hacerla sentir insegura y dispuesta a hacer cualquier cosa que se le indique, sin tener 
en cuenta sus propios sentimientos. Uno puede imaginársela diciendo: "Sí, por supuesto, 
llévenselos, yo nunca fui digna de ellos; los bombardeos no son el único peligro, yo misma no 
puedo proporcionarles el hogar que deberían tener". Por supuesto, no siente esto 
conscientemente, sólo se siente confusa o aturdida. 
 Por ésta, y por otras razones, el sometimiento inicial frente al plan de no puede ser 
duradero. Eventualmente las madres se recuperan del choque, y entonces se necesita un largo 
proceso para que el sometimiento se transforme en cooperación. A medida que pasa el tiempo 
la fantasía cambia, y lo real se torna gradualmente claro y definido. 
 Si uno intenta colocarse en el lugar de la madre, se plantea de inmediato esta pregunta: 
¿por qué, en realidad, se aleja a los niños del riesgo de los ataques aéreos a un precio tan alto 
y causando tantas dificultades?¿por qué se pide a los padres que hagan semejante sacrificio? 
 26
 
Hay varias respuestas. 
O bien los padres mismos realmente desean alejar a sus hijos del peligro, cualesquiera 
sean sus propios sentimientos, de modo que las autoridades sólo actúan en nombre de los 
padres, o bien el Estado atribuye más valor al futuro que al presente, y ha decidido hacerse 
cargo del cuidado y el manejo de los niños, sin tener para nada en cuenta los sentimientos, 
deseos y necesidades de los padres. 
Como es natural en una democracia, se ha tendido a considerar como válida la primera 
alternativa. 
A ello se debe que la evacuación haya sido voluntaria, y que se haya permitido que 
fracasara hasta cierto punto. De hecho, hubo incluso algún intento, aunque no muy entusiasta, 
por comprender el punto de vista de la madre. 
Conviene recordar que los niños son criados y educados no sólo para que lo pasen bien, 
sino también para ayudarlos a crecer. Algunos de ellos se convertirán a su vez en 
progenitores. Resulta razonable afirmar que los padres son tan importantes como los niños, y 
que es sentimental suponer que los sentimientos de los padres deben sacrificarse 
necesariamente por el bienestar y la felicidad de los hijos. Nada puede compensar a un 
progenitor corriente por la pérdida de contacto con un hijo y la falta de responsabilidad por su 
desarrollo corporal e intelectual. 
Se afirma que la vastedad del problema y de la organización requerida para efectuar la 
evacuación en masa es lo que limita la participación de los padres en cosas tales como la 
elección de hospedaje. La mayoría de los padres pueden aceptar este argumento. Con todo, el 
propósito de mi artículo es señalar que por mucho que las autoridades intenten establecer 
reglas y normas de aplicación general, la evacuación sigue siendo un asunto que involucra un 
millón de problemas humanos individuales, todos distintos entre sí, y todos de vital 
importancia para alguien. Por ejemplo, una madre puede conocer muy bien los problemas de 
la evacuación y estar al tanto de sus múltiples dificultades, pero eso no la ayudará a tolerar la 
pérdida de contacto con su propio hijo. 
Los niños cambian rápidamente. Al cabo de los años que esta guerra puede durar, muchos 
ya no serán niños y todos los bebés de hoy habrán salido de la etapa de rápido desarrollo 
emocional para pasar a la de un desarrollo intelectual y emocional más pausado. No tiene 
sentido hablar de postergar el momento de llegar a conocer a un niño, sobre todo si es 
pequeño. 
Además, las madres saben una cosa que quienes no están cerca del niño tienden a olvidar: 
el tiempo mismo es muy distinto según la edad a la que se tenga la experiencia de él. 
Un día feriado puede pasar casi desapercibido para los adultos, en tanto que les parecerá a 
los niños un enorme trozo de vida, y es casi imposible hacer sentir a un adulto la enormidad 
de tiempo que tres años significan para un niño evacuado. Realmente es una gran proporción 
de lo que el niño conoce de la vida, equivalente quizás a veinticinco años de vida para un 
adulto de 40 ó 50 años. El reconocimiento de este hecho torna a una mujer aun más ansiosa 
ante la posibilidad de perder su oportunidad de ser madre. 
Por lo tanto, la investigación de todos los detalles del problema de la evacuación pone de 
manifiesto problemas individuales que son importantes, incluso urgentes, a su manera. 
Partiendo ahora de la base de que los deseos de los padres están representados por las 
autoridades que actúan así en nombre de aquéllos, resulta posible comprender cuáles son las 
complicaciones que probablemente sobrevendrán. 
Mucha gente, incluyendo a los mismos padres, cree que todo estaría bien si se cuidara 
eficazmente de sus hijos; que éstos, si estuvieran bastante desarrollados emocionalmente 
como para soportar la separación, podrían en realidad beneficiarse con el cambio; sin duda los 
niños harían la experiencia de vivir en un hogar distinto, ampliarían sus intereses, y quizá 
tendrían un contacto con la vida de campo del que suelen carecer los niños urbanos e incluso 
los suburbanos. 
 27
No tiene sentido negar, sin embargo, que la situación es compleja y que de ningún modo 
puede confiarse en que los padres se sientan seguros en cuanto al bienestar de sus hijos. 
Hay una historia antigua y conocida, pero que rara vez deja de perturbar y sorprender a 
quienes tienen a su cargo niños ajenos. Los padres suelen quejarse por el tratamiento que sus 
hijos reciben mientras están lejos del hogar, y creen todo lo que un niño puede inventar en 
cuanto a malos tratos y, sobre todo, a mala alimentación. El hecho de que al salir de una 
institución para convalecientes un niño regrese al hogar en óptimo estado de salud, no impide 
que la madre presente una queja en el sentido de que su niño ha sido descuidado. Cuando se 
investigan tales quejas, rara vez se descubren fallas reales; son previsibles quejas similares en 
el caso de los hogares a los que se envía a los niños evacuados, y resultarían bastante 
naturales si se tienen en cuenta las dudas y los temores de las madres. Es de suponer que una 
madre sentirá antipatía por toda persona que descuide a su hijo, pero es igualmente razonable 
suponer que experimentará esa misma antipatía por quien cuida de su hijo mejor que ella 
misma, pues ese tipo de cuidado despierta su envidia o sus celos. Es su hijo y, simplemente, 
ella quiere ser la madre de su propio hijo. 
No es difícil imaginar lo que ocurre. Un niño regresa al hogar después de sus vacaciones y 
pronto capta una atmósfera de tensión en cuanto se le pregunta sobre algún detalle. ¿Te daba 
la señora Fulana un vaso de leche antes de dormirte?" El niño puede sentir alivio al contestar 
que no y complacer así a su madre sin tener que mentir. El niño se ve envuelto en un conflicto 
de lealtades, y se siente desconcertado. ¿Qué es mejor, estar en casa o lejos de ella? En 
algunos casos, la defensa contra ese mismo conflicto ha sido preparada mediante un rechazo 
de la comida en el hogar, en el campo, durante los primeros y los últimos días de su estada 
allí. Si la madre muestra considerable alivio, el niño siente la tentación de agregar unos pocos 
detalles fabricados por su imaginación. La madre comienza entonces a pensar realmente que 
ha habido un cierto descuido, y presiona al niño para obtener más información. La tensión 
crece cada vez más, y el niño prácticamente no se atreve a examinar sus propias afirmaciones 
anteriores. Es menos peligroso aferrarse a unos pocos detalles y repetirlos cada vez que surge 
el tema. Y así la desconfianza de la madre aumenta, hasta que termina por presentar una 
queja. 
Esta difícil situación tiene dos orígenes; el niño siente que sería desleal contar que ha 
estado alegre y bien alimentado, y la madre abriga la esperanza de que su competidora no 
pueda ni siquiera compararse con ella. Hay momentos en que resulta fácil establecer un 
círculo vicioso de desconfianza por parte del progenitor real y de resentimiento por parte de la 
madre circunstancial. Cuando pasa ese momento, queda abierto el camino para la amistad y la 
comprensión entre esas rivales en potencia. 
Todo esto quizá le parezca muy absurdo a un observador, que puede darse el lujo de ser 
razonable, pero la lógica (o el razonamiento que niega la existencia o la importancia de los 
sentimientos y conflictos inconscientes) no basta cuando una madre debe separarse de su hijo. 
Aunque una madre deprivada desee realmente cooperar con el plan de evacuación, tales 
sentimientos y conflictos inconscientes deben tenerse en cuenta. 
Entre un momento de desconfianza y otro, las madres tienden con igual facilidad a 
sobrestimar la bondad y la confiabilidad de los hogares circunstanciales, y a creer que sus 
hijos están a salvo y bien cuidados sin conocer los hechos reales. Así trabaja la naturaleza 
humana. 
Probablemente nada despierte tanto los celos maternos como el cuidado excepcional 
brindado a su hijo. Puede ocultar

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